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INDICE

INTRODUCCIÓN 4

1. ESTADO DEL ARTE 9

2. CONTEXTO HISTÓRICO 16

2.1. El período previo a la llegada de los militares en 1976 16

2.2. Política, economía y prensa: tres aspectos centrales en la imposición de un


nuevo modelo 19

2.3. El fin del horror 26

3. MARCO CONCEPTUAL 28

3.1. Los medios en una construcción hegemónica 28

3.2. La lectura (un diálogo entre el periodista y el consumidor de medios) 29

3.3. Intelectuales con esencia a tinta de redacción 31

3.4. El territorio contemporáneo de una lucha cultural 36

3.5. A modelo muerto, modelo puesto 38

4. MARCO METODOLÓGICO 40

4.1. La vigencia de Gutenberg V siglos después 42

4.1.1. Un poco de historia sobre el diario La Nación 42

4.1.2. El peso de la opinión de un medio (¿cómo definimos nota de opinión y


nota editorial?) 44

5. CUERPO DE ANÁLISIS 48

5.1. El Modelo Político. La violencia como medio de coerción social 48

5.1.1. Preparando el terreno para la llegada de las Fuerzas Armadas 48

5.1.2. La amenaza subversiva y el deber del pueblo 53

5.1.3. Cuando más (información) es menos (claridad) 68

5.2. El Modelo Económico. Cuando los santos (neoliberales) vienen marchando 76

5.2.1. Un golpe de gracia a la ya débil economía 76

5.2.2. Un nuevo modelo económico, ¿de (y para) todos? 83

6. CONSIDERACIONES FINALES 91

Marcial Fonrouge
F.P.yC.S.

7. BIBLIOGRAFÍA 95

ANEXO 98

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F.P.yC.S.

INTRODUCCIÓN

En la lucha por una sociedad libre, y en consecuencia más justa, el objetivo es recuperar un

espacio propio para la confrontación de ideas, romper con la hegemonía de la palabra

oficial.

Dice Foucault, “La verdad es de este mundo, está producida aquí gracias a

múltiples imposiciones. Tiene aquí efectos reglamentarios de poder. Cada sociedad

tiene su régimen de verdad, su política general de verdad: es decir, los tipos de

discurso que ella acoge y hace funcionar como verdaderos; los mecanismos y las

instancias que permiten distinguir los enunciados verdaderos o falsos, la manera de

sancionar unos y otros; las técnicas y procedimientos que son valorizados para la

obtención de la verdad; el estatuto de aquellos encargados de decir ¿qué es lo que

funciona como verdadero?” (Michel Foucault, 1979: 187).

Si el discurso contribuye a mantener vigentes determinadas relaciones sociales, la

apropiación de los discursos es una cuestión de poder. Por ello los grupos de poder, los

que ejercen una dirección hegemónica sobre otros grupos, se valen del control de los

discursos como herramienta principal para tal fin.

La palabra gubernamental de los hechos del último gobierno de facto en Argentina, entre

1976 y 1983, se impuso en el relato de la ‘historia oficial’. La interrupción violenta por

parte de los mandos militares de un gobierno democrático en curso obligaba a la

(inmediata) justificación frente a la opinión pública de tal accionar a través de los

mecanismos de legitimación discursiva, haciendo hincapié fundamentalmente en ESOS

momentos en los cuales la verdad alcanzaría su máxima exposición a los ojos del

pueblo.

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Los grandes medios de comunicación -y el diario La Nación pertenece a esta

categoría-, rara vez han hecho una mea culpa explícita, ni brindaron explicación alguna

respecto de las motivaciones que minaron el rigor noticioso con el que deberían haber

tratado un suceso como el golpe militar. Por el contrario, se puede decir que lucraron

con esa situación, ya que incluso La Nación (junto con otros diarios) durante el proceso

obtuvieron beneficios económicos, como la adquisición de la empresa Papel Prensa1,

por citar un ejemplo, y donde queda en evidencia entonces la manera en que primó el

interés económico despreciando el objetivo del ejercicio de la información inherente a

cualquier empresa de medios en tanto institución importante y reconocida como parte de

la sociedad.

Como sostienen Blaustein-Zubieta (1998), en la historia de la última dictadura:

“…quedan (…) inmensos terrenos inexplorados, postergados, ocultos

o definitivamente desaparecidos. La más llamativa de las ausencias es

la de los medios de comunicación. El papel de medios y el periodismo

ha sido escasamente abordado en la discusión sobre la dictadura, o

fue analizado de manera fragmentaria, convulsiva, a menudo

subordinada a las urgencias de lo político. Aparentemente suena

extraño que esto haya ocurrido -con seguridad no lo es- dado el

consenso que existe en Argentina, como en casi todo el mundo, sobre

la centralidad que tienen los medios en la vida social contemporánea”

(Blaustein-Zubieta, 1998: 7).

Para poder comprender algunas de las causas de los acontecimientos más sobresalientes

acerca de la instauración y final del último gobierno militar de la historia argentina,

consideramos de gran importancia realizar una indagación sobre cómo se produjo la

1
El proceso de confección de Papel Prensa había comenzado en agosto de 1969, mediante el Decreto Ley
Nº 18.312/69 firmado por el dictador Juan Carlos Onganía, creando un "fondo para la producción de
papel". Ya en Septiembre de 1978 se inauguró la planta de Papel Prensa S.A., convirtiéndose Clarín, La
Nación y La Razón en los portadores de las acciones de dicha empresa los diarios.

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instalación del tema (o temas) en la agenda política y en la opinión pública. Y para esto,

nos centraremos en uno de los diarios más importantes del país, La Nación.

En este trabajo nos proponemos indagar en torno a los siguientes interrogantes

generales: ¿en qué medida La Nación legitimó la instauración de un nuevo modelo

político-económico a partir la instauración de última dictadura militar en Argentina?;

¿pueden encontrarse rastros de esta legitimación en las políticas editoriales, notas de

opinión, y en la definición de los temas de agenda?; ¿hasta qué punto la dirección

informativa del diario no se dividió, intencionalmente, en una dimensión política y una

dimensión económica, complementándose entre sí para atacar desde estos dos ejes al

modelo imperante hasta ese momento?.

La principal hipótesis que buscaremos argumentar es que un medio de

comunicación como el diario La Nación promocionó la llegada del régimen militar

(1976-1983), acompañando los intereses económicos y políticos neoliberales que a

través de este régimen se implantaban en la región y, por ende, favorecieron el

establecimiento de un nuevo modelo en detrimento del existente.

Como se ve, para dar respuesta a las preguntas de investigación, seleccionamos

dicho matutino argumentando esta preferencia a partir de los datos brindados por el IVC

(Instituto Verificador de Circulaciones), según los cuales tuvo una tirada de ejemplares

de 224.446 en Marzo de 1976, y 212.949 en Diciembre de 1983, acumulando un total de

ventas para el año del derrocamiento de Isabel de Perón de 2.625.349, tanto como

2.460.596 en el año de la vuelta a la democracia2. Estos datos expresan la importancia

del diario La Nación durante el período analizado, debido a su masiva tirada y llegada a

la opinión pública. Paralelamente, un trabajo previo de Ricardo Sidicaro plantea la

2
A título comparativo, vale decir que durante Marzo de 1976, La Nación fue uno de los tres diario más
vendido a nivel nacional, sólo por detrás de Clarín (315.882) y La Razón (315.376), y por delante de La
Opinión (83.681). Y ya en Diciembre de 1983 era el segundo diario con más tirada por detrás de Clarín
(530.381), y por delante de La Razón (199.307) y La Opinión (113.179).

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importancia de tomar las editoriales de un diario en tanto recurso para desandar las ideas

políticas de un medio de comunicación (Sidicaro, 1993).

Asimismo, dado que el análisis de las ediciones de todo el período excedería los

límites de este trabajo, decidimos tomar dos momentos críticos de este proceso

histórico, en los cuales se haría visible la confrontación de dos modelos opuestos entre

sí: 1) la instauración del gobierno de facto, el 24 de Marzo de 1976; y 2) la vuelta a la

democracia, el 10 de Diciembre de 1983. En relación a esto, creemos importante aclarar

que por momento de transición consideramos no sólo el día específico en el cual se

produce el establecimiento de la dictadura así como la vuelta a la democracia, sino que

también evaluaremos días previos y posteriores a dichas fechas mencionadas que

consideremos pertinentes para entender cada punto coyuntural.

Indagaremos en este diario puntualmente qué se escribió, qué lenguaje usaban en

esa época, y fundamentalmente qué temas llenaban las páginas del matutino

seleccionado.

Para ello, creemos importante desarrollar las siguientes secciones que permitirán

dilucidar la hipótesis esgrimida: en el primer apartado, que llamaremos Estado del

Arte, recuperaremos algunos trabajos previos afines que guardan puntos de contacto con

éste, con el objetivo de retomar los aportes realizados y marcar la originalidad del

presente trabajo. En un segundo capítulo realizaremos una breve descripción del

Contexto Histórico para saber dónde estamos parados respecto de los puntos de

transición. En el tercer apartado presentaremos el Marco Conceptual en el cual se

definirán los términos y conceptos usados como guías teóricas del trabajo de análisis.

Ya en un cuarto capítulo, mostraremos el Marco Metodológico sobre el cuál se

apoyará la observación, y a partir del cuál se intentará tematizar el contenido discursivo

del cuerpo de estudio. En el quinto apartado nos adentraremos en el Cuerpo de

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Análisis respecto de las notas seleccionados donde se busca confirmar o refutar la

hipótesis esbozada anteriormente. Y finalmente, en una sexto y última capítulo se

podrán hallar las Consideraciones Finales.

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1. ESTADO DEL ARTE

En este punto vemos algunos estudios precedentes, que consideramos relevantes y

que han tratado el tema ‘medios de comunicación y dictadura’.

En primer lugar, encontramos el trabajo de Jorge Rivera y Eduardo Romano, “La prensa

durante el Proceso”, en Claves del periodismo argentino actual, publicado en el año

1987. Este libro se propuso desarrollar y contribuir a un, hasta entonces, pobre

repertorio de materiales disponibles que reflexionaran de manera crítica y original

respecto de “los problemas generales del periodismo local, tanto en el pasado como en

la actualidad” (Rivera y Romano, 1987: 9). A tal efecto, decían convocar a distintos

protagonistas de la investigación y el periodismo y recopilar sus artículos referentes a

las áreas de su incumbencia para aportar a esta discusión. Puntualmente nos interesan

dos partes de ese trabajo: por un lado, el capítulo ‘Sobre maneras de leer y de pensar la

prensa periódica’, escrito por los autores de este libro, realiza una retrospectiva de las

distintas investigaciones escritas hasta entonces sobre las publicaciones diarias en

Argentina. Al respecto, en el apartado número cinco dedicado a la última dictadura

militar recuperan el trabajo ‘Medios de comunicación social en la Argentina’ (1977,

Editorial de Belgrano) sobre el cual, concluyen, que “muestra una prensa incapaz de

provocar una crisis política como la del caso Watergate norteamericano; su promedio

es el conformismo, ha entrado en un período de franca involución y, como sus lectores,

prefiere esforzarse poco” (Rivera, 1987: 37). Asimismo, en un trabajo de Patricia Terrero,

‘Comunicación e información por los gobiernos autoritarios: el caso Argentina’3,

destacan una conclusión de la autora, para quien “…en el sector específico del

3
Trabajo presentado en el primer encuentro del grupo sobre comunicación de CLACSO, Santa Marta-
Colombia, Marzo de 1981

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periodismo escrito (durante la dictadura) respetaron las pautas uniformizadas sobre

todo La Nación…” (Rivera, 1987: 40).

Un segundo capítulo que aporta al estado de la cuestión, es el titulado ‘La prensa

durante el proceso: un testimonio’. Su autor, Luis Gregorich, desarrolla tres ideas

relacionadas con esta Tesis. En primera instancia, señala que los trabajos académicos

sobre la prensa nacional durante el golpe militar, que comenzaban a surgir en 1987, no

encararon “una indagación objetiva ni (contribuyeron) a un saludable esclarecimiento”

(Rivera, 1987: 70). En segunda instancia, señala que lo que realmente comenzó en 1976

fue “la puesta en marcha del proyecto castrense-empresario que, bajo la conducción de

José Alfredo Martínez de Hoz y el apoyo de las cúpulas de las Fuerzas Armadas, habrá

de procurar la transformación de la economía argentina y su reubicación en el

mercado internacional, con un claro sesgo anti industrial, un proclamado eficientismo

y una apertura al exterior casi incondicional” (Rivera, 1987: 71). Y en tercera instancia, si

bien Gregorich confirma el pacto que los grandes medios hicieron con el gobierno

militar en favor de la autocensura y la acriticidad, con el argumento de “no favorecer a

las organizaciones guerrilleras, aunque ello llevara a la desinformación del conjunto

de la población” (Rivera, 1987: 73), a la hora de ejemplificar con un caso específico su

posición, el autor optó por realizar un breve relato de su paso por el suplemento cultural

del diario La Opinión.

En segundo lugar, un texto que consideramos oportuno citar es el de Eduardo Blaustein y

Martín Zubieta, “Decíamos ayer”, publicado en 1998. Dicha obra se propuso “indagar y

testimoniar sobre la historia, el desempeño y el rol que jugó la prensa gráfica argentina

desde fines del año 1975 hasta la recuperación de la democracia” (Blaustein y Zubieta,

1998: 8), llevando adelante un análisis de 300 tapas de diarios y revistas, más de 2.000

citas textuales y decenas de notas y artículos, entre los cuales se distinguieron medios

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gráficos tales como Clarín, Crónica, Ámbito Financiero, La Nación, La Prensa, etc. Los

autores advierten que el texto no intentó crear nada hasta entonces desconocido y tan

sólo buscaba mostrar “lo que alguna vez pasó por los periódicos con mayor o menor

intensidad” (Blaustein y Zubieta, 1998: 10), aún cuando hayan terminado estableciendo, en

puntos cronológicos específicos, lo que llamaron “‘embotellamientos informativos’: tal

es el caso de las jornadas previas y posteriores al golpe de Marzo de 1976…” (Blaustein,

1998: 10).

En uno de los primeros apartado, homónimo al título del libro, Blaustein y Zubieta

esbozan un análisis de varios de los matutinos más significativos de la época, entre ellos

La Nación, y en uno de los pasajes más destacados encontramos una definición según la

cual “La Nación (con el golpe), sencillamente, pareció sentirse cómoda, como en su

casa” (Blaustein, 1998: 36), e incluso marcan un beneplácito por parte del diario, desde una

nota de opinión, con el proyecto económico del Proceso.

En el corpus principal, donde se transcriben las copias de las notas de los distintos

medios invocados, en los días cercanos a la instauración del gobierno militar se advierte

la reproducción de dos tapas del diario La Nación, de los días 24 y 25 de Marzo de

1976, sin que la acompañe algún análisis en particular al respecto, y recién el día 29 del

mismo mes encontramos no sólo la reproducción de una nueva tapa de dicho matutino,

sino que en esta oportunidad va acompañada de un breve análisis por parte de Rogelio

García Lupo, para quien La Nación combinó un apoyo al plan económico con la a

llegada de Martínez de Hoz junto con una crítica de tipo política (a lo cual podemos

agregar, sin aparente relación entre estas dos dimensiones), y sólo recién después de la

ida de Martínez de Hoz “… La Nación (…) consideró que con ese respaldo (inicial) el

compromiso principal estaba cumplido, y se permitió dar más información sobre temas

políticos…” (Blaustein, 1998: 108).

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Hacia el final del escrito, en el Anexo, encontramos un artículo solicitado a Claudio

Lozano, titulado ‘La economía argentina luego de la dictadura’. Brevemente, nos

interesa destacar una parte de su reflexión final que alimenta la idea de que “La

dictadura militar impuso, terror mediante, la primacía de un discurso que aún hoy

gobierna las decisiones públicas en materia de política económica. En su mensaje al

país como flamante Ministro de Economía, Martínez de Hoz señaló que con menos

Estado y con más mercado Argentina ingresaría raudamente en un círculo virtuoso de

mayor inversión, más crecimiento, consecuentemente más demanda de empleo y como

lógico resultado, mejora salarial. Veinte años de primacía del discurso neoliberal

indican que lo ocurrido poco tiene que ver con el planteo enarbolado” (Blaustein, 1998:

630).

Cabe aclarar que el texto de Blaustein y Zubieta sólo guarda registro de los diarios

hasta el día 23 de Noviembre de 1983 quedando de esta manera fuera del trabajo de

acopio el día 10 de Diciembre del mismo año, fecha de la transición a la democracia.

Y en tercer lugar, queremos mencionar el estudio de Ricardo Sidicaro, La política mirada

desde arriba. Las ideas del diario La Nación (1909-1989), editado en 1993, más

estrechamente vinculado al tema de esta Tesis. Desde un comienzo, el autor deja en

claro que tomar las editoriales de un diario es un recurso para desandar las ideas

políticas de un medio de comunicación. Para ello trabajó, a partir de un registro de

aproximadamente 80.000 notas de este tipo a lo largo ochos décadas, sobre el diez por

ciento de ellas debido a que ese el porcentaje “directamente relacionados con las

dimensiones analíticas en que centraremos nuestra atención. Esas dimensiones son las

clásicas de todo pensamiento político: el papel del Estado y su relación con la

sociedad; la caracterización de los distintos sectores sociales y de las relaciones que

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éstos mantienen entre sí; la conformación del sistema de representación política y

legitimidad de sus actores” (Sidicaro, 1993: 8).

Paralelamente, hace un marcación sobre el contexto en el cual el diario llevó adelante su

pensamiento político y en el cual, inevitablemente, se vieron reflejados los propios

intereses y posiciones que ocupaba dicho medio en el amplio ámbito periodístico, es

decir, una competencia con otros medios a fin de lograr la mejor ubicación posible en

cuanto el predominio discursivo y su influencia sobre las políticas del Estado: “… los

medios de prensa participan en una puja contra otros medios de prensa, en la que

tratan de convertirse en los más serios, los más prestigiosos, los de mayor tirada, los de

palabra más autorizada, los de prédica más legítima, etc.” (Sidicaro, 1993: 12).

Asimismo, Sidicaro manifiesta que “… al seguir la evolución de su pensamiento

político, no nos interesamos en analizar la validez empírica de sus argumentaciones, si

correspondían o no a la realidad sobre la que hablaba (…) esa aclaración es

importante, ya que la objetividad científica que persigue nuestro análisis excluye los

juicios de valor” (Sidicaro, 1993: 13).

En la sección del texto que trabaja el período del último golpe militar, vemos que hacia

los comienzos del mismo, el autor señala la manera en que La Nación muestra su

acuerdo, especialmente, a través de un pasaje del acta donde los militares fijaron los

objetivos básicos del Proceso de Reorganización Nacional, publicado en el matutino. En

este pasaje, se encomienda a una “participación responsable de los distintos sectores

sociales a fin de asegurar la posterior instauración de una democracia republicana,

representativa y federal” (Sidicaro, 1993:.397). En esta misma línea, en la editorial del día

en que Videla prestó juramento, titulada ‘La edad de la razón’, el matutino no dejaba de

expresar las expectativas positivas que depositaba en la nueva etapa. En relación al

primer discurso de Videla, el autor notaba que el diario omitía por completo del análisis

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“las dimensiones de tipo refundacional explícitamente planteadas por Videla en el

mensaje, pudiendo adjudicarse esa ausencia al hecho de que no haber derrocado los

militares, a ojo de La Nación, ninguna autoridad existente, sino cubierto un ‘vacío de

poder’” (Sidicaro, 1993: 397). Una de las primeras conclusiones a las que arriba el autor

refuerza la idea que La Nación adhirió al ‘hecho de armas’, toda vez que por detrás

venía una definición liberal-conservadora en materia económica.

En la transición a la democracia, el trabajo hace puntual hincapié en la noticia donde el

gobierno entrante de Alfonsín decidió derogar la ley de autoamnistía y someter a juicio

a los militares del golpe. El autor advierte que existió un apoyo del diario para con la

decisión. En síntesis, veía en el matutino un tratamiento del tema que expresaba un

inevitable plano de igualdad ante ley, tanto de los guerrilleros como de los mandos

golpistas castrenses.

Ya sobre el epílogo de la obra, en el capítulo ‘Conclusión: Lo dijo La Nación…’,

Sidicaro señala cómo las editoriales del diario expresaron los varios puntos de opinión

reinantes, tanto de quienes saludaron la llegada de los políticos blindados como

salvadores y los despidieron con horror y menosprecio: “La Nación fue, en esos años,

uno de los lugares (…) en que a la luz del fracaso del autoritarismo y de la experiencia

de autonomización política de los militares, los sectores de pensamiento liberal-

conservador revaloraron las instituciones democráticas (sin que por eso se hayan

mostrado en contra del golpe en un principio)” (Sidicaro, 1993: 523).

A partir de estos estudios empezamos a delimitar la hipótesis que recorrerá el trabajo,

según la cual La Nación no sólo habría apoyado desde sus páginas la toma del

poder por parte de los mandos castrenses el 24 de Marzo de 1976, sino que su

principal defensa se dirigiría hacia los intereses financieros y políticos neoliberales

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que buscaban instalarse en la región, favoreciendo la imposición en Argentina de

un nuevo patrón social y financiero.

Para esto, el objetivo general será indagar de qué manera los periodistas, en tanto

intelectuales, a través de notas editoriales y de opinión, buscaron instalar temas

específicos de índole económico y sociopolítico en la agenda. Y los objetivos

específicos consistirán en explorar dichas notas del diario La Nación en las fechas 24 de

Marzo de 1976 y 10 de Diciembre de 1983, y en los 5 días previos y posteriores

correspondientes, tanto como revelar cuáles fueron esos temas relacionados con las

dimensiones económica y política que tuvieron predominancia en el contenido

discursivo de dicha publicación periodística.

En consecuencia, creemos que la originalidad de este trabajo radicará en dos recortes

planteados desde el comienzo: a) establecer el estudio del contenido sobre la producción

de un medio de comunicación, pero marcando una equivalencia del quehacer

periodístico con el del intelectual a partir de su responsabilidad social (que en el

capítulo del Marco Conceptual será desarrollado); y b) hacer hincapié en los que

llamaremos momentos de transición (de un período claramente detectable en la historia

argentina reciente) a partir de los cuales se intentará demostrar el grado de incidencia

del medio elegido respecto del probable establecimiento de un nuevo modelo en

Argentina.

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2. CONTEXTO HISTÓRICO

En este apartado se marcan las circunstancias históricas que pueden considerarse

destacadas y que incluyen los momentos de análisis.

2.1. El período previo a la llegada de los militares en 1976.

Un primer interrogante nace sobre la manera en que se llegó a una situación de vacío

político previa al último gobierno de facto. Brevemente, en este punto, según

Portantiero, durante las dos últimas décadas previas al golpe de 1976, era fácilmente

reconocible una lógica de ‘empate’ entre fuerzas, “…alternativamente capaces de vetar

los proyectos de las otras, pero sin recursos suficientes para imponer, de manera

perdurable, los propios” (Portantiero, 1977: 531). Estas fuerzas se prestaron poder a partir

de la propia incapacidad para saber cómo hacer del gobierno democrático algo

perdurable.

El derrocamiento del primer experimento nacional popular de Perón, en

septiembre de 1955, implicó en varios sentidos el cierre de un ciclo histórico. En lo

económico, quedaba atrás un modelo de acumulación, iniciado con la crisis del 30 y

reforzado en la década del 40. En lo político, el fin del primer peronismo arrasó con un

orden legítimo, sostenido por una alianza de intereses expresada en el bloque populista

que Perón había articulado entre las FF.AA., el sindicalismo y las corporaciones

patronales que representaban al capitalismo nacional. En la medida en que los intereses

que confluían en esa alianza comenzaron a manifestar crecientes contradicciones entre

sí, el bloque populista entró en un proceso de descomposición (Portantiero, 1977).

El período 1955-58 fue de transición: implicó un intento provisional y defensivo

de las clases dominantes por poner ‘en orden la casa’. Esto es, recuperarse (sobre todo

la burguesía agraria) del deterioro que le había inferido el nacionalismo popular y

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desarmar, en lo posible, su aparato político en su núcleo más conflictivo: el

sindicalismo. Fue un operativo de ‘limpieza’ (Portantiero, 1977).

Durante el período de Arturo Frondizi (electo en 1958, derrocado en 1962) se

fundan las bases para modificaciones profundas en el modelo de acumulación y

consecuentemente se abre un proceso de complejización de las contradicciones entre

clases y también entre fracciones de clases. Es desde entonces que los rasgos

descriptivamente resumidos como ‘empate’ se presentan, para agudizarse

crecientemente.

Entre 1962 y 1963 la Argentina atravesó por un momento de recesión. Su

detonante fue el habitual: el déficit incontrolable en la balanza de pagos. La receta para

la crisis no salió, otra vez, más que de estimular a la burguesía agraria pampeana a

través de una devaluación del peso, con el objeto de modificar a su favor la relación de

precios con la industria. En el plano de la política tampoco se apreciaron

modificaciones: la crisis económica arrastró a una crisis institucional y las FF.AA.

decidieron el derrocamiento de Frondizi, encendiendo los fuegos del antiperonismo.

Tras la inquietante experiencia del desarrollismo, la imaginación de los mandos

militares no iba más allá de una propuesta de resurrección de la Revolución Libertadora

que había desalojado a Perón del poder (Portantiero, 1977).

Desde 1964 hacia delante (nítidamente hasta el 1971) el proceso económico en

Argentina se caracterizó por: a) crecimiento ininterrumpido del PBI sin años de

recesión; b) crecimiento sostenido del producto industrial; c) aumento de la capacidad

del sector industrial para ocupar mano de obra; d) estabilidad en los patrones de

distribución del ingreso y progresiva atenuación de las diferenciaciones internas dentro

de los asalariados; y e) descenso del nivel de desocupación que baja del 7,2% al 5,8%.

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El gobierno de Íllia no frenó esas tendencias, pero tampoco las impulsó. Frente a

una nueva realidad económica y social, la UCR no fue capaz de sintetizar en el Estado

ese nuevo impulso, y provoca su caída el 28 de Junio de 1966. Sin embargo, desalojar a

Íllia no implicó desactivar un ‘riesgo grave de izquierdismo o populismo’: el objetivo

debía ser la modernización del país, y el mensaje de la Junta Revolucionaria al pueblo

argentino lo decía expresamente: ‘Hoy (…) las Fuerzas Armadas, interpretando el más

alto interés común, (…) al operar una transformación substancial, lo sitúen donde le

corresponda por la inteligencia y el valor humano de sus habitantes’ (Portantiero, 1977).

Corroída por conflictos desde el exterior e interior del sistema, la fórmula de poder

que intentó establecer la Revolución Argentina se fue desvaneciendo frente al vigor que

siguieron demostrando, como voceros de opinión pública, los sindicatos y los partidos

políticos. En 1973, tras tres años a la defensiva, debieron ceder el gobierno al peronismo

triunfante en las urnas. Durante su paso por el poder habían agravado la crisis

hegemónica: es en 1969 que se desata el Cordobazo, en 1970 que nace la guerrilla

urbana. “La totalidad del período 1966/73 puede ser nítidamente fragmentada en tres

etapas: 1966-70, intento de estabilizar una modificación en el modelo de acumulación,

en la relación de fuerzas sociales básicas y en el modelo político; 1970-71, intento de

formular un modelo con mayor participación de capitalismo nacional, pero bajo los

mismos moldes autoritarios; y 1971-73, intento de una ‘salida’ para la situación,

mediante la congelación de la iniciativa estatal sobre la economía y la pretensión de

controlar el futuro modelo político” (Portantiero, 1977).

Será Perón quien retornará triunfalmente acompañado por los sindicatos, los

partidos políticos, la juventud radicalizada y las organizaciones corporativas del

capitalismo nacional, frente a un Ejército desalentado, al establishment en derrota y al

capitalismo transnacional ausente de la coalición en el poder.

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Finalmente, Perón no podrá, pese a haberlo intentado, crear siquiera las

condiciones mínimas para romper las bases sociales y políticas del empate. A su muerte,

en 1974, el proceso de deterioro general, sólo frenado por lo que quedaba en su inmensa

autoridad, era algo más que una conjetura. Sometidas a partir de entonces a un acelerado

proceso de polarización, las fuerzas sociales vaciarán finalmente al Estado de todo

contenido. Como una pura sombra espectral, disuelto en las determinaciones

fragmentadas de la sociedad, se derrumbará lastimeramente en marzo de 1976.

2.2. Política, economía y prensa: tres aspectos centrales en la imposición de un

nuevo modelo.

Todo terminó la madrugada del 24 de marzo de 1976 cuando el general José Rogelio

Villarreal le decía Isabel Martínez de Perón: ‘Señora, las Fuerzas Armadas han decidido

tomar el control político del país y usted queda arrestada’. O todo comenzaba.

El nuevo gobierno se autotituló ‘Proceso de Reorganización Nacional’. Los ministerios

fueron ocupados por militares, salvo el de Educación y el de Economía -de hecho, no

fue casual que a este último llegará José Alfredo Martínez de Hoz, quien sería la llave

para las primeras mediadas antipopulares-. Los gobiernos provinciales también fueron

repartidos en su mayoría entre uniformados de las tres fuerzas. Hasta los canales de

televisión fueron adjudicados con ese criterio. Se creó, en reemplazo del Congreso, la

Comisión de Asesoramiento Legal (CAL), integrada por civiles y militares, cuyas

funciones nunca se precisaron detalladamente. Al igual que los anteriores, este golpe

contaba con el apoyo de importantes sectores, no sólo de los grandes grupos

económicos, nacionales y extranjeros, sino también medios de prensa (que colaboraron

con la preparación de la sociedad para aceptar el golpe como única alternativa para salir

de la crisis socioeconómica), y dirigentes políticos y sindicales, que aunque no dieron

un apoyo explícito, tampoco se pronunciaron enérgica y explícitamente en contra. Y no

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podemos obviar la estrecha colaboración por parte de la Iglesia para con la dictadura:

“Yo no conozco, no tengo prueba fehaciente de que los derechos humanos, sean

conculcados en nuestro país. Lo oigo, lo escucho, hay voces, pero no me consta” decía

Monseñor Tortolo el 14 de Octubre de 1976; y lo más perverso de estas palabras es que

desnudaba esa acción reconfortante que las jerarquías eclesiásticas tendrían con los

militares asesinos y torturadores.

Decíamos que, para aplicar el proyecto de esos grupos, que consistía en garantizar

una mayor concentración de las riquezas (nuevo modelo económico), fue necesario

destruir las articulaciones político-sociales que luchaban para impedirlo, romper el nivel

de organización que habían logrado grandes sectores del pueblo (nuevo modelo

sociopolítico). Estas organizaciones se daban en todo nivel, como ser centros de

estudiantes, comisiones internas de fábricas, asociaciones de profesionales, docentes,

etc.; es por esto que la represión fue centralmente dirigida contra los miembros y

dirigentes de estas organizaciones. Como era de esperar, esta opresión que amenazó la

integridad física de cada integrante de la sociedad argentina tuvo su correlato en la

cultura, que como bien dice Osvaldo Bayer supuso que “también desaparecieron libros.

Hay un famoso comunicado del entonces teniente coronel Gorleri, que era un oficial de

Menéndez, del Tercer Cuerpo del Ejército en Córdoba, cuya misión era quemar libros

en el espacio del cuartel” (Pigna, 2005: 371).

El terrorismo de Estado ocupaba los sillones. Se puso en marcha un proceso económico

neoliberal de redistribución del poder y la riqueza. Las fuerzas armadas asumieron el

poder político como representantes de los intereses de los grandes grupos económicos.

La industria argentina, con sus más y sus menos, sus altas y bajas, había alcanzado un

cuanto menos respetable grado de transformación tecnológica, capacidad exportadora y

de productividad. Eso se demuele con la política de subordinación a la especulación

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financiera y la sobrevaluación cambiaria. Un dato no menor, incluso es que a los dos

días de producido el golpe, el Fondo Monetario Internacional le otorgó un crédito al

gobierno y anunció sus satisfacción por la designación del mencionado Martínez de Hoz

al frente del Ministerio de Economía.

El modelo de Estado benefactor, que propugnaba el Justicialismo, y las propuestas

nacionales y populares cedieron por la fuerza ante la imposición del antecedente

inmediato del capitalismo salvaje. De la mano del Ministro de Economía, hombre de

confianza de la banca internacional, la estructura económica se basó los siguientes

pilares fundamentales: a) la reforma del Estado, basada en el modelo liberal clásico de

la economía, con una idea muy antigua del liberalismo que venía de Adam Smith en el

S.XVIII, según la cual se busca eliminar la intervención estatal al mínimo, o anularla en

el mejor de los casos (a modo de ejemplo, entre otras cosas, se implantó la reducción

del déficit en base a las privatizaciones y la transferencia de los gastos a las provincias.);

b) la liberalización y apertura de la economía: la economía se ‘modernizó’ abriendo las

puertas a la importación, lo que obligó a la industria nacional a competir en un plano de

absoluta desigualdad.

Había directivas muy estrictas por parte del gobierno militar para que no hubiera ninguna

información sobre lo que estaba pasando. Concretamente, lo que se buscaba evitar a

través de todas las herramientas posibles era que se confirme la existencia de los

campos clandestinos de detención, los secuestros, las torturas, y todos los demás

eslabones que conforman una cadena de muerte y terror.

Se buscaba interrumpir la comunicación imponiendo penas a quienes intentaran

divulgar las acciones de las llamadas organizaciones subversivas. Así, ya el primer día

de la toma del poder por parte de los militares, mediante un comunicado de prensa se

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exhortaba a la población a no difundir información o imágenes que perjudicaran a las

fuerzas de seguridad:

‘Se comunica a la población que la Junta de Comandantes Generales

ha resuelto que sea reprimido con la pena de reclusión por tiempo

indeterminado el que por cualquier medio difundiere, divulgare o

propagare comunicados o imágenes provenientes o atribuidas a

asociaciones ilícitas o personas o grupos notoriamente dedicados a

actividades subversivas o al terrorismo. Será reprimido con reclusión

de hasta diez años, el que por cualquier medio difundiere, divulgare o

propagare noticias, comunicados o imágenes, con el propósito de

perturbar, perjudicar o desprestigiar las actividades de las Fuerzas

Armadas, de Seguridad o Policiales’ (Comunicado N°19. La Prensa,

24/03/76).

Como señala Pigna (2005), la censura llegó a todos los órdenes, desde los medios

masivos hasta la vida cotidiana. Fueron cerradas las carreras universitarias de Psicología

y Antropología y, en la provincia de Córdoba, llegó a prohibirse la enseñanza de la

matemática moderna por considerársela subversiva.

Prohibieron toda difusión de los actos subversivos (a entender de los mandos) que

alcanzaba incluso las actividades de las organizaciones de DD.HH., quienes empezaban

la lucha y el reclamo por las víctimas del golpe así como los familiares de estos4. La

escasa información a la que podía accederse era sobre algunas líneas militares; ya que,

como siempre sucede en todo gobierno (de facto o democrático), había una más blanda,

4
En referencia a ese momento, Joaquín Morales Solá afirma que: “Realmente fue una época que, como
periodista, no quisiera volver a vivir porque fue el antiperiodismo; es decir, saber cosas de la realidad y
no poder transmitirlas a los lectores, que es la obligación y el deber de todo periodismo. Fue una época
realmente muy dura donde estaba la amenaza personal permanente a los periodistas o la amenaza de las
propias empresas periodísticas que hacía a la supervivencia de las empresas periodísticas; es decir, que
las empresas que no cumplían las reglas muy fijas y rígidas del gobierno militar podían dejar de ser
empresas periodísticas” (Pigna, 2005: 367).

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una más dura, y entre ellas filtraban información acerca del otro bando en una típica

interna gubernamental.

El gobierno militar, para evitar el desgaste internacional, no quería admitir que

había censura y estableció un ente que ya desde su denominación resultaba ambiguo, el

‘servicio gratuito de lectura previa’, que funcionaba en la Casa Rosada. Al respecto,

Rodolfo Terragno recordaba: “Yo tenía una revista, Cuestionario, que vivió hasta la

dictadura (…) ahí estaban el capitán Carpintero y el capitán Corti, que aclaraban que

era gratuito el servicio de censura. El capitán Corti me aconsejó aceptar los servicios

de lectura previa para evitarme las consecuencias de la lectura posterior” (Pigna, 2005:

365).

De todas formas, frente a la situación de casi total censura previa y posterior en la

que el periodismo trabajaba, es loable destacar la propuesta alternativa de Rodolfo

Walsh, la agencia de noticias ANCLA, que producía contenidos sobre los temas que no

se podía hablar pero que se lograba distribuir por correo en forma clandestina, tanto a la

agencias nacionales e internacionales, a los diarios, revistas, etc. Paralelamente, el teatro

también fue un lugar donde apoyarse para poder contar, de alguna manera no explícita,

el lado oscuro de la historia de esos momentos. El juego entre ficción y realidad, el uso

de un término puntual en una metáfora en el momento justo permitía referirse, por

ejemplo, al tema de la ‘libertad’ a sabiendas de que ese público entendía a qué se refería

de manera subyacente la obra. El dramaturgo Roberto ‘Tito’ Cossa contaba cómo a

través de su pieza teatral ‘El viejo criado’, donde se hablaba del pasado, del los mitos en

torno al tango, etc., “ponía a tres grupos y la gente entendía que era la Junta Militar

(…) tres comandantes en jefe. Había como una especie de código permanente, de

sugerir para que el público captara eso como un mensaje crítico a lo que estaba

pasando en ese momento” (Pigna, 2005: 375). Y también es justo mencionar tres valientes

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casos dentro de la Iglesia que se mostraron díscolos respecto de la posición de la

institución durante el golpe, como fueron Jaime de Nevares, Jorge Novak y Miguel

Hesayne.

La realización del Mundial de Fútbol en 1978 fue un objetivo perseguido por los distintos

gobiernos durante las últimas tres décadas. La dictadura militar declaró el tema como

una cuestión de Estado; se creó el Ente Autárquico Mundial 78, con presupuesto

ilimitado, que terminó gastando 520 millones de dólares en la organización. Videla dejó

abierto el campeonato el 1º de Junio, diciendo: ‘Bajo el signo de la paz declaro

inaugurado este undécimo Campeonato Mundial de Fútbol’. El 25 de Junio, Argentina

se consagró campeón al vencer a Holanda en la final (los holandeses se negaron a

recibir el premio por el subcampeonato de manos de Videla y se solidarizaron con las

Madres de Plaza de Mayo). Los festejos duraron varios días y fueron capitalizados por

el gobierno con la ayuda de personalidades relacionadas al evento, como por ejemplo el

relator José María Muñoz, que por radio invitó a la gente a cambiar el lugar de festejo

del Obelisco por la Plaza de Mayo, y así agradecerle a Videla el triunfo obtenido.

Ya a fines de 1981 Viola (quien había asumido en Marzo de ese año en lugar de

Videla) fue derrocado y reemplazado por el general Leopoldo F. Galtieri, que retuvo su

cargo de comandante en jefe del Ejército, modificando así la precaria institucionalidad

que los mismos jefes militares habían establecido. Galtieri se presentó como el salvador

del Proceso, el dirigente vigoroso capaz de conducirlo a una victoria que por entonces

parecía remota. Posteriormente, sumó a su equipo al economista Roberto Alemann,

identificado con el Establishment, quien se rodeó de buena parte del equipo de trabajo

de su antecesor, Martínez de Hoz, y planteando sus “prioridades en torno a la

desinflación (sic), la desregulación y la desestatización. En lo inmediato, la recesión se

agudizó, y con ella las protestas de sindicatos y empresarios; para el largo plazo,

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anunció un plan de privatizaciones, particularmente del subsuelo, que suscitó

resistencias incluso en sectores del gobierno” (Romero, 2001).

El plan de ocupación de Malvinas estaba previsto para mediados de 1982, pero el

agravamiento de las condiciones políticas y económicas en el país llevó a los militares a

adelantar dicha operación, dado que la dictadura empezaba a “hacer agua y necesitaba

apoyos internos para mantenerse en el poder” (Pigna, 2005). El 2 de Abril, día del

desembarco, miles de personas se concentraron en Plaza de Mayo para apoyar la

maniobra. El 30 de Abril, el presidente de los Estados Unidos, R. Reagan, anunció

formalmente el apoyo a Gran Bretaña (dando por tierra con el iluso pensamiento del

gobierno militar argentino acerca de la supuesta neutralidad del país de América del

Norte, creyendo de manera ingenua que tanto Argentina como Inglaterra eran naciones

amigas de Estados Unidos). El 1º de Mayo, Gran Bretaña inició los bombardeos a

Puerto Argentino, y días más tarde se produjo el hundimiento del crucero General

Belgrano (con un saldo de 368 muertos), que se encontraba fuera del área de exclusión

fijada por los propios ingleses. A pesar de que la dictadura seguía escondiendo la

información sobre el conflicto en las islas, (con la venia de la prensa que imprimía tapas

del tipo ‘Seguimos ganando’ -revista Gente, edición del 27/05/82-), el 15 de Mayo el

ejército inglés comenzó el avance hacia Puerto Argentino, donde los esperaban 10.000

efectivos argentinos, mal alimentados y peor equipados militarmente, y en su mayoría

jóvenes de tan sólo 18 años para intentar una resistencia. La inexorable rendición llegó

el 14 de Junio, con el consecuente descontento de una población engañada por medio de

la campaña triunfalista de un gobierno en decadencia.

Se asume que la crisis interna del régimen militar fue el principal determinante de la

decisión de dar lugar a la transición a la democracia. Más aún, después de que la Junta

Militar había decidido ocupar militarmente las Islas Malvinas, y la posterior derrota en

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dicha contienda bélica, profundizó dicha crisis interna. Frente a esa situación, las

FF.AA. no tuvieron más alternativa que dar lugar a la instauración de un gobierno

democrático y resignarse a abandonar el control del aparato estatal sin siquiera

capacidad de imponer condiciones ni exigir garantías a los partidos políticos.

“A la proliferación de la corrupción en el interior del estado y a la

implementación de políticas económicas que condujeron a un extremo deterioro de la

economía nacional y de las condiciones de vida de la mayor parte de la población (…)

Fue entonces que la Junta de Comandantes decidió, como paso previo a decisiones

concretas con respecto a la transición a un gobierno civil, requerir a los partidos

políticos garantías en torno a una serie de temas (…) lo que trataron de garantizar fue

la inmunidad jurídica de sus miembros. Sin embargo, los partidos dieron la espalda a

lo que la Junta de Comandantes llamó ‘concertación’ y ni siquiera la mediación de la

Iglesia logró acortar la brecha” (Fontana, 1984: 32-33).

2.3. El fin del horror.

Hacia la vuelta a la democracia, entre las primeras declaraciones de los tristes

protagonistas militares del último golpe de estado en Argentina, mucho se escuchó que

validaban las muertes y otros hechos injustificables a través de la teoría de los dos

demonios, o en palabras del general Ramón Díaz Bessone, “no hubo represión, hubo

guerra. El gran problema que se genera acá es que luego se juzgan los excesos, fuera

del marco de la guerra” (Pigna, 2005: 339).

La represión se trató de una acción terrorista realizada desde el Estado, dividida en

cuatro momentos, el secuestro, la tortura, la detención en centros clandestinos y la

ejecución. A esto, quizás, faltaría agregarle un objetivo ulterior e implícito: usar la

violencia masiva para conseguir objetivos económicos que, sin un sistema que

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mantuviera al pueblo aterrorizado y eliminara todos los demás obstáculos, seguramente

habrían provocado un rechazo popular difícil de eludir.

En este punto es importante desmentir la idea de que la represalia fue centralmente

dirigida contra los grupos armados. Está claro que se reprimió a los grupos armados,

pero en el momento del golpe estaban prácticamente diezmados y no representaban

ningún peligro para ellos. Y un argumento claro que rebate por completo la famosa

teoría de los dos demonios es la inexplicable desaparición de 30.000 personas. Incluso

suponiendo que tomamos y aceptamos como punto de partida un dato que Pigna ofrece

a través de una entrevista a Juan Gelman, quien en su respuesta cita un estudio del

coronel Prudencio García según el cual, en esa época, “había, a los sumo, mil

quinientos guerrilleros” (Pigna, 2005: 342), el interrogante que cae por sí sólo es saber qué

pasó con los 28.500 desaparecidos restantes.

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3. MARCO CONCEPTUAL

El objetivo de este capítulo es definir los conceptos que guiarán, posteriormente,

las interpretaciones que se formularán para responder al o los interrogante/s de la

tesis de trabajo expuesta.

3.1. Los medios en una construcción hegemónica.

En el presente trabajo entenderemos a la hegemonía como “la dirección política o

dominación (…) entre las clases sociales y especialmente a las definiciones de una

clase dirigente; un cuerpo de prácticas y expectativas en relación con la totalidad de la

vida” (Williams, 1980: 129). E incluso, dice Williams, la expresión va más allá porque

incluye a dos términos como ideología (a través de la cual un interés particular de clase

plasma un sistema de valores y significados) y cultura (en tanto proceso social en el que

se definen y configuran nuestras vidas).

Primera definición entonces, si hablamos de hegemonía, estamos hablando de una

diversidad y una división en la sociedad entre distintas clases; y en consecuencia

también estaremos hablando del (intento de) predominio negociado de una sobre otra.

Por otro lado, la hegemonía nunca es individual; por el contrario, es una plataforma de

relaciones en la sociedad a través de las distintas instituciones que la componen. Estas

entidades, que tienen limitaciones fluctuantes, se convierten así en el cuadrilátero donde

cada individuo forma parte de la pelea por la predominancia de un grupo; y es en este

punto donde vale destacar el papel importante que jugará el intelectual (ya veremos por

qué), que a su vez es quien recibirá las presiones específicas, fundamentalmente del

grupo dominante. Y los medios de difusión- y sus protagonistas primarios como ser los

periodistas y su labor y producción diaria- no están exentos de esta puja cultural, sino

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que por el contrario, hoy en día son una de las ‘patas’ más destacadas de dicha

contienda.

Sin embargo, también es en la realidad de toda hegemonía, en la difusión de su sentido

político y cultural, que así como por definición es dominante, en ningún momento lo

será de forma total o exclusiva. “Esto significa que las alternativas políticas y

culturales y las numerosas formas de oposición son importantes (…) como rasgos

indicativos de lo que en la práctica ha tenido que actuar el proceso hegemónico con la

finalidad de ejercer el control” (Williams, 1980: 135). En este sentido, se destaca el poder

(sutil o no) que se ejerce por medio de las declamaciones ideológicas, por ejemplo, de

los mensajes en instituciones culturales tales como los medios de comunicación o el

sistema educativo, por citar dos ejemplos.

3.2. La lectura (un diálogo entre el periodista y el consumidor de medios).

Definiremos el concepto de lectura, pero queremos ir un poco más allá. Es tratar de

entender qué relación puede darse entre el periodista (en este caso de un diario como La

Nación) y el consumidor de dicho medio, tomando como nexo la producción del

periodista (la nota periodística). Ver cuáles son los matices de esa relación que se da en

la lectura.

Partimos de una base ofrecida por Morley (1996-a), quien cita el modelo Hall que

incluía no sólo la idea de lectura preferencial (es decir, la lectura hacia la cual el texto

intenta orientar al lector), sino que también reconoce la existencia de una lectura

negociada y una de oposición.

La lectura de una nota editorial o de opinión, más aún, el aceptar el mensaje en

ellas dependerá de dos factores consecuentes. Cierta información puede tener una

significación para determinada persona y una opuesta para otra, y en parte esto se ciñe a

la personalidad de cada una de ella y de la relación que tenga el mensaje con nuestros

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hobbies o intereses. Pero también es cierto que toda decodificación que cada uno de

nosotros hacemos de una noticia no sea exclusivamente un asunto individual: “no se

trata simplemente de una cuestión de diferentes psicologías individuales, sino que

también hay que tener en cuenta las diferencias subculturales, con diferentes orígenes

socioeconómicos” (Morley, 1996-a: 118-119). Si bien es inevitable que hay diversas

maneras en que la gente interpreta un mensaje particular, según Morley esas diferencias

individuales estén encuadradas por diferencias culturales previas.

Que el diario La Nación logre transmitir el sentido preferencial o dominante de

una nota editorial o de opinión, en parte dependerá de los recursos estilísticos en la

escritura, pero cobra importancia el hecho que se encuentre con “lectores que

comparten códigos e ideologías derivados de otras esferas institucionales que

armonicen y funcionen ‘en paralelo’ con los códigos e ideologías del (diario), y

presumiblemente no logrará transmitir ese sentido si se encuentra con lectores que

compartan códigos, adquiridos en otras esferas o instituciones, que se opongan en

mayor o menor medida a los códigos propuestos” (Morley, 1996-a: 128).

De esta manera, la idea de lectura preferencial o dominante hace referencia, no al

falso poder de un medio de comunicación de imponer un único sentido informativo y

desechar los demás, sino a la intencionalidad de dicho medio para que, en ciertas

condiciones, en determinados contextos, su texto periodístico tienda a ser leído de un

modo particular por la audiencia (o por lo menos de ciertos sectores de ella).

Tomando ahora a Frank Parkin, para quien así como a diferentes clases sociales le

corresponderán diferentes marcos ideológicos, infiere que se podrá “aplicar este

modelo para tratar de explicar el modo en que miembros de diferentes clases

decodifican los mensajes de los medios” (Morley, 1996-a: 129). Según dicho autor existen

tres sistemas de sentido que a su vez actúan a partir de una clase social diferente, por lo

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que no será extraño que sostengan una “interpretación moral distinta de la desigualdad

de clases”: 1- el sistema de valores dominantes, que constituye un marco moral que

refrenda la desigualdad existente en términos de respeto; 2- el sistema de valores

subordinado, que promueve respuestas de acomodación a los hechos de desigualdad y al

bajo status social; y 3- el sistema de valores radical, que revalida una interpretación de

oposición a las desigualdades sociales (Morley, 1996-a).

Siguiendo a Parkin, pero adaptándolo, podemos señalar tres posiciones que podría

tomar el lector de La Nación (decodificador) ante la noticia (el mensaje codificado). En

primera instancia existe la posibilidad que se acepte el sentido que le ofrece el marco

interpretativo que el diario propone y comparte; en este caso, la decodificación (la

lectura) se realiza según el código dominante. Una segunda instancia es aquella donde la

lectura haga propia, a grandes rasgos, el sentido determinado por La Nación, pero

relacionando dicho mensaje con cierto contexto concreto que refleje la posición y los

intereses del lector, con lo cual este puede modificar parcialmente el sentido

preferencial; en palabras de Parkin esta es una decodificación negociada. Finalmente,

una tercera instancia de lectura es aquella donde el decodificador (lector) perciba el

contexto en el que fue escrita una nota periodística, pero aportando un marco de

referencia diferente al dado por el diario e imponiendo al mensaje una interpretación en

directa oposición; esta lectura problemática no puede considerarse equivocada, sino que

por el contrario se presenta como una crítica (y alternativa) en contra de la lectura

preferencial o dominante del flujo informativo del diario (Morley, 1996-a).

3.3. Intelectuales con esencia a tinta de redacción.

En esta cuestión nos importa empezar a puntualizar que a lo largo de este trabajo se

considerará al oficio periodístico -tanto como su producción en los medios- como

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sinónimo de intelectual respecto de su responsabilidad en la sociedad en la que

desarrolla su actividad profesional.

Por consiguiente, es vital dar con algunas definiciones teóricas que intentarán

confirmar la importancia de los comunicadores (en tanto juegan el papel de

intelectuales) en la vida diaria:

• Existe la figura del intelectual que ejerce el monopolio del discurso; y los

militares en el transcurso del último golpe militar en Argentina entre los

años 1976-1983 (así como la Iglesia en el Renacimiento) es un caso testigo

donde el gobierno de facto sirvió de disparador para dicha práctica

hegemónica.

Detectamos categorías profesionales que han gozado (y algunas todavía

gozan) de cierto prestigio social -gratitud por cierto que en determinadas

ocasiones va acompañada de una manifiesta acriticidad por parte de la

misma sociedad-, como es el caso de los profesores, los escritores, los

científicos, eruditos, etc. Y los periodistas no quedan fuera de este

reconocimiento social, así como de la responsabilidad que a criterio de este

trabajo conlleva: “En el caso del intelectual se supone que además de las

competencias profesionales se añade algo referido a su acción en la arena

pública” (Costa, 2007), más aún desde mediados del siglo XX con el auge y

el desarrollo abrupto de los medios de comunicación y su progresiva

presencia en la vida de las personas.

Aquí, el desafío del periodista sería doble si tomamos las palabras de

Altamirano (quien cita a Said), para manifestar que “el intelectual hace uso

de todos los medios a su alcance, la verdad de su palabra no depende del

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medio en el que se ejerza. Un intelectual crítico puede trastornar ese

espacio, aunque parezca muy controlado” (Costa, 2007).

• En este punto, la producción de Antonio Gramsci no hace más que reforzar y

otorgar argumentos que confirman la idea de la responsabilidad social del

comunicador en tanto intelectual, quien por medio de una cita de Immanuel

Kant asegura que la ética del hombre tiene que ver con actuar en cualquiera

de los ámbito de la vida de manera que toda conducta pueda convertirse así

en norma para el resto de los hombres: “(…)el que obra es el portador de las

‘condiciones similares’, o sea el creador de las mismas: debe obrar según

un ‘modelo’ cuya difusión ansía se haga entre todos los hombres, de

acuerdo con un tipo de civilización por cuyo advenimiento trabaja o por

cuya conservación ‘resiste’ a las fuerzas disgregadoras” (Gramsci, 1986).

Y lo anteriormente citado actúa de disparador para un nuevo

interrogante: ¿cuáles son los márgenes que admite el término intelectual?.

Nos atrevemos a considerar que todo hombre puede ser considerado

intelectual; sin embargo, Gramsci advierte acertadamente que no todos los

hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales, es decir, no

esperamos que todos cumplan la función de intelectuales: “cuando se

distingue entre intelectuales y no intelectuales, en realidad sólo se hace

referencia a la inmediata función social de la categoría profesional de los

intelectuales” (Gramsci, 1975: 13).

Una segunda incógnita que surge está vinculada a si los intelectuales son

un grupo social autónomo e independiente, o por el contrario cada grupo

social tiene una categoría propia y especializada de intelectuales; en el

pensamiento de este filósofo vemos la idea de que “cada grupo social, al

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nacer en el terreno originario de una función esencial en el mundo, se crea

conjunta y orgánicamente uno o más rangos de intelectuales que le dan

homogeneidad y conciencia de la propia función, tanto en el campo

económico como también en el campo social y político” (Gramsci, 1975: 9): es

decir, el modo de ser (nuevo) intelectual, conlleva una participación activa

en la vida práctica, como constructor, organizador, persuasivo permanente,

no como un simple orador, y los periodistas no son ajenos a esta

intervención.

Sintéticamente, cada grupo social que ha emergido hasta una posición de

hegemonía propiciará la creación de un grupo de intelectuales que legitimará

su ascenso, acción y permanencia en el poder, y qué mejor para un gobierno

inconstitucional que el apoyo legitimador de las medios de comunicación a

través de los periodistas y comunicadores, devenidos intelectuales -“los

intelectuales son los ‘empleados’ del grupo dominante para el ejercicio de

las funciones subalternas de la hegemonía social y del gobierno político, a

saber: a) del ‘consenso’ espontáneo que las grandes masas de la población

dan a la dirección impuesta a la vida social por el grupo fundamental

dominante; b) del aparato de coerción estatal que asegura ‘legalmente’ la

disciplina de aquellos grupos que no ‘consiente’ ni activa ni pasivamente.”-

(Gramsci, 1975: 16).

• Adentrándonos en Pierre Bourdieu citaremos parte de su trabajo en el texto

‘Sobre la televisión’. En él encontramos una reflexión sobre la perspectiva

que los periodistas le imprimen diariamente en su trabajo, al tener ellos unos

lentes particulares mediante los cuales ven (o dicen ver) unas cosas y no

otras, así como interpretan de una forma determinada los hechos que

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cuentan. De esta manera, llevan a cabo una selección y luego elaboran lo que

han seleccionado: “dar nombre, como es bien sabido, significa hacer ver,

significa crear, significa alumbrar” (Bourdieu, 1996).

Resulta entonces inevitable pensar que los diferentes poderes, y en

especial las instancias gubernamentales, actuarán no sólo a través de las

restricciones económicas que están en posición de ejercer sobre los medios,

sino también desde todas las presiones que permite la hegemonía de la

información considerada legítima -es decir, las fuentes oficiales en

particular-; este monopolio facilita, en primer lugar a las autoridades

gubernamentales “(...) unas armas en la lucha que las enfrenta a los

periodistas, en la que tratan de manipular las informaciones o a los agentes

encargados de transmitirlas, mientras que la prensa, por su lado, trata de

manipular a quienes poseen la información para intentar conseguirla y

asegurarse su exclusiva” (Bourdieu, 1996).

• Finalmente, no hay que olvidar el poder simbólico que otorga a las

autoridades del estado la capacidad (y posibilidad) de definir, por sus

acciones, sus decisiones y sus intervenciones en el campo periodístico ‘el

orden del día’ e intentar regular la jerarquía de los acontecimientos que se

imponen en (y a) los medios.

En conclusión, la figura del intelectual acaparador del discurso existió en distintos

momentos de la historia, tanto en el Renacimiento como durante el último gobierno

militar en Argentina; y en gran medida ese intelectual puede asemejarse a este

periodista que durante el golpe por su función social (a través de su producción

periodística) no podía desconocer que la interpretación que tuviera (y diera) de los

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acontecimientos haría de él, o bien un legitimador o un detractor del grupo hegemónico,

alentando(nos) ver algunas cosas que pasaban y no otras.

3.4. El territorio contemporáneo de una lucha cultural.

¿Qué es un medio de comunicación?, ¿por qué tiene relevancia el estudio de un medio de

comunicación?.

• Partimos que desde la aparición de las primeras agencias de noticias -

Associated Press en el año 1848, Reuters en 1851- hasta hoy con el auge y

desarrollo de Internet, los principales medios de comunicación como la

prensa escrita (fundamentalmente los diarios), la TV, la radio, etc.

constituyen con bastas evidencias instituciones claves dentro de las

sociedades capitalistas avanzadas. De hecho, ya en la década del cuarenta,

distintos estudios de investigación empezaban a demostrar que las franjas

subculturales presentes en la audiencia influían sobre el nivel en que las

representaciones de los medios de comunicación eran o no aceptadas (Morley,

Curran, Walkardine, 1996b).

• Al respecto, según Raymond Williams “la mediación ha sido especialmente

aplicada a los medios de comunicación de masas, que son empleados para

distorsionar y presentar la ‘realidad’ de un modo ideológico” (Williams, 1980:

119). Sin embargo este sentido negativo de la mediación ha ido dejando lugar

a un sentido positivo que ofrece dicho autor, quien empezó a entender a la

mediación no como una tergiversación o engaño, sino que la mediación pasa

a ser un proceso dentro de la realidad social antes que un proceso agregado a

ella por medio del encubrimiento. Paralelamente, David Morley agrega que

los medios no sólo promueven un sentimiento común (‘nosotros’), sino que

también favorecen la integración bajo un orden normativo y determinados

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valores sociales, con un marcado alcance de lo correcto y lo incorrecto

(Morley, Curran, Walkardine, 1996-b; 201). Y en este contexto, los medios

subrayan, de forma regular, los límites de lo que es aceptable y lo que no

(que llevado al caso de estudio, la figura de la ‘subversión’ no era aceptable,

y la de los militares, aún en plano de un gobierno inconstitucional, sí).

• Vemos entonces que los medios de comunicación no son ajenos a distintos

aspectos de los procesos culturales, tales como por ejemplo la tradición

selectiva que “constituye un aspecto de la organización social y cultural

contemporánea del interés de la dominación de una clase específica”

(Williams, 1980: 138). Dicho autor sostiene que una tradición selectiva depende

de instituciones identificables formativas, con una destacada importancia

sobre el proceso social; herramientas éstas de socialización (como por

ejemplo la familia, la educación, la iglesia) que permiten evitar o esconder

intenciones específicas y que paralelamente “son explícitamente

incorporativas”, y “en las sociedades modernas debemos agregar los

principales sistemas de comunicación. Estos materializan las noticias y

opinión seleccionadas y también una amplia gama de percepciones y

actitudes seleccionadas” (Williams, 1980: 140). Por último, no podemos dejar

afuera a las formaciones, reconocibles como tendencias y movimientos

conscientes literarios, filosóficos, científicos, intelectuales, que tienen su

espacio de acción en los medios de comunicación.

• En este punto, es preciso definir qué grado de accesibilidad, creemos, tiene

los integrantes de la sociedad a los medios de difusión. Por nuestra parte, es

una falsa creencia la sola idea de que todos los puntos de vista (por

diferentes o iguales que sean) tendrán una llegada de forma igualitaria a

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dichos medios, “tal y como se representaba en el modelo liberal, porque los

diferentes grupos sociales tienen acceso desigual a los medios” (Morley,

Curran, Walkardine, 1996-b: 212). Pero sí acompañamos la visión de que los

medios de comunicación son, como dice Morley, “un foro cultural abierto,

que permite que la sociedad entre en un debate sobre sí misma” (Morley,

Curran, Walkardine, 1996-b: 217).

Consecuentemente, si hablamos de medios de comunicación, no podemos dejar de

referirnos brevemente a la audiencia, sobre la cual creemos que el hecho de que las

mismas perciben los significados transmitidos a través de los medios de comunicación

de modos distintos, por lo tanto, “ha sido uno de los hallazgos principales de las

investigaciones sobre los efectos de los medios durante casi medio siglo” (Morley, Curran,

Walkardine, 1996-b: 398/399).

Y otro aspecto respecto de la relativa autonomía de la audiencia, es la tendencia de

la gente a buscar contenidos -en los medios de comunicación- que refuercen sus puntos

de vista y evitar contenidos que desafíen sus creencias.

De todas formas, es acertado aclarar que la capacidad de los espectadores para

reinterpretar significados difícilmente podamos equipararla a la ingeniería discursiva de

las instituciones mediáticas a la hora de construir los textos que el espectador interpreta

a continuación.

3.5. A modelo muerto, modelo puesto.

En una sociedad, la alteración del orden vigente de manera abrupta será traumática,

expondrá la resistencia al cambio de los actores del viejo modelo y tendrá un costo alto

en varios aspectos.

“Dado que toda acción es el resultado de diversas voluntades, con diverso grado

de intensidad, de conciencia, de homogeneidad con el complejo total de voluntad

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colectiva, es claro que también la teoría correspondiente e implícita será una

combinación de creencias y puntos de vistas tan descompaginados como heterogéneos.

Sin embargo, hay acuerdo completo entre la teoría y la práctica, en dichos límites y

términos. Si se plantea el problema de identificar la teoría y la práctica, se plantea en

el sentido siguiente: construir sobre una determinada práctica una determinada teoría

que, coincidiendo e identificándose con los elementos decisivos de la práctica misma,

acelere el proceso histórico en acto, tornando la práctica más homogénea, coherente,

eficiente en todos sus elementos, es decir: tornándola poderosa al máximo; o bien, dada

cierta posición teórica, organizar el elemento práctico indispensable para su puesta en

práctica. La identificación de teoría y práctica es un acto crítico, por el cual la práctica

se demuestra racional y necesaria o la teoría, realista y racional” (Gramsci, 1986: 47).

He aquí, a partir de las palabras de Gramsci, por qué el problema de la identidad

de teoría y práctica se plantea especialmente en los momentos históricos llamados de

transición, es decir, de más rápido movimiento de transformación, cuando realmente las

fuerzas prácticas desencadenadas exigen ser justificadas para ser más eficientes y

expansivas, o cuando se multiplican los programas teóricos que exigen ser justificados

de manera realista en cuanto demuestran ser asimilables por los movimientos prácticos,

que sólo así se tornan más utilizables y reales.

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4. MARCO METODOLÓGICO

En este apartado se describen los parámetros sobre los que se basan las

indagaciones, y a partir del mismo se busca tematizar el contenido discursivo del

objeto de investigación. Paralelamente, intentamos justificar la elección del corpus

de análisis.

Los diarios -tanto por medio de sus artículos y notas periodísticas (mayormente), como a

través de su diseño y disposición de la publicidad- intentan comunicar algo más que el

tema explícito en cada página; contienen también mensajes subyacentes. Y para lograr

descifrar este nivel de comunicación (supuesto u obvio), habrá que avanzar por sobre la

mera lectura que establece el sentido común. He aquí el lugar donde nos encontramos

con una serie de preguntas sobre la metodología, “el camino para construir un método

de análisis que nos permita entender esos niveles más complejos de la comunicación”

(Morley, 1996-a: 121).

Cuando nos preguntamos ¿qué dice el diario?, paralelamente debemos

preguntarnos ¿qué se da por supuesto? (¿qué no es necesario decir?). Esto pone de

relieve la cuestión de las presunciones que se establecen, de los mensajes invisibles en

el medio; y es una forma de comenzar a observar no ya simplemente lo que el medio

presenta, sino la relación entre lo que se presenta y lo que está ausente de la exposición

explícita: “Es una forma de indagar si hay ciertos puntos ciegos característicos, ciertos

silencios, en el discurso. Y si esto es realmente así, para poder comprender la

significación de un tema particular que aparezca en el medio, necesitamos entender esa

configuración de presencia/ausencia” (Morley, 1996-a: 121).

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Llegado a este punto, se deberá atender ciertas formas de análisis que pueden ofrecernos un

abordaje más provechoso que simplemente pretender establecer el sentido real o último

de un mensaje, cuanto a examinar las condiciones básicas del proceso de comunicación.

David Morley asegura que un análisis fructífero se aparta de la idea de mensaje

enviado a un sujeto ya posicionado, en favor de “indagar el proceso por el cual se

construye la subjetividad individual misma, lo cual equivaldrá a aceptar el principio

fundamental (derivado de Voloshinov, 1973) según el cual el mensaje es polisémico”

(Morley, 1996-a: 122), es decir que un mensaje siempre es capaz de producir más de un

sentido o interpretación y nunca podríamos reducirlo simplemente a una única

significación indiscutible y/o acabada.

No obstante lo anterior, la situación se torna más compleja si tenemos en cuenta

que cualquier medio periodístico, en la búsqueda de la claridad, pero sobre todo la

eficacia de la comunicación, hará uso de las herramientas a su alcance para evitar que

los mensajes queden abiertos por igual a cualquier interpretación posible. Debemos

advertir que los periodistas se verán casi obligados a introducir una dirección o ciertas

clausuras en la estructura del mensaje (de la noticia), intentando así cuanto menos

orientar a todo lector en dirección a una de las posibles interpretaciones, convirtiéndola

en ‘lectura preferencial o dominante’: “estas clausuras interiores a la estructura (…)

pueden presentar diversas formas: por ejemplo, el título, la leyenda al pie de una

fotografía o infografía” (Morley, 1996-a: 122), que complementan el cuerpo de la nota.

Otro aspecto que no podemos obviar es la posibilidad de que el periodista en

cuestión intente “establecer cierta identificación y afinidad entre sí y sus lectores”

(Morley, 1996-a: 123), con el objetivo de lograr una complicidad por parte de estos

respecto de su producción, y así terminar por llevarlos hacia esta lectura ‘parcial o

sugerida’ en relación al discurso presente en cada nota.

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Al analizar un matutino, no hay duda de que también tendremos que trabajar en

busca de unos supuestos, no ya respecto a la información presente en la noticia, sino en

este caso implicancias referidas a nosotros en tanto lectores; nos interesará la manera en

que los diarios nos son destinados, y en que estos modos de destinación, al obligarnos a

adoptar diferentes posiciones hacia ellos, construyen nuestra relación con el contenido

del medio (Morley, 1996-a: 124).

4.1. La vigencia de Gutenberg V siglos después.

Es innegable la penetración de la prensa gráfica en la sociedad, y de ahí parte la

justificación del por qué de su elección como soporte de objeto de estudio y análisis.

Sabemos que son leídos por diferentes estratos sociales, y su lenguaje intenta ser

accesible a un significativo número de lectores, pero “es a partir de su estilo y temática

preponderante en la escritura que estará definiendo la franja sobre la que extiende -

porque ella comparte- su esquema ideológico. La amplitud de la superficie ocupada por

la franja, junto al peso socioeconómico y político, elevará la intensidad de su

influencia” (Carnevale, 1999). De esta manera, queda claro que no esperamos que los

textos ayuden a la creación de imaginarios sociales conforme el nivel cultural y la

identidad social de todos sus lectores, sino que sólo se remitan a la franja social que

siente a los medios como instituciones culturales propias. La elección del vocabulario

escrito entonces, en el caso de un periódico, participa en la definición de las diferentes

ideologías existentes en la sociedad.

4.1.1. Un poco de historia sobre el diario La Nación.

• En enero de 1870, a los cuarenta y ocho años de edad, Mitre funda el diario

La Nación. Previamente, a los dieciséis años había inspirado Nación

Argentina, diario que precede a La Nación y que sostendrá su obra de

gobierno. La primera entrega del diario, el 4 de enero de 1870, sale a la calle

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con 1000 ejemplares de la imprenta situada en la calle San Martín 124, su

primera sede; en 1979 ya se instaló en su actual centro de la calle Bouchard,

entre Tucumán y Lavalle.

Como se dijo, Nación Argentina precedió a La Nación y Mitre señaló en

el artículo de fondo inaugural la diferencia entre ambos órganos. Aquél

había sido un “puesto de combate”; éste sería “una tribuna de doctrina”. Su

estilo, decía, fue siempre el que difundiría la información comprobada, el

que en la columna editorial usaría el lenguaje argumentativo, tanto en la

crítica como en el elogio.

En sus 130 años de existencia, La Nación fue objeto de numerosas

distinciones, entre ellas, en 1951 la UNESCO publicó un trabajo de Jacques

Kayser, que consistía en el análisis de los grandes diarios del mundo, entre

los 17 elegidos figuraba dicho diario.

En 1982, la dirección de la empresa recaería en los tataranietos. En

Bartolomé Mitre, actual director, y en otra rama de esa generación, los

Saguier, que dieron otro envión al diario, encabezados por el presidente del

directorio, Julio Saguier. En 1994, Julio Saguier logró gestionar en Estados

Unidos un préstamo de aproximadamente 40 millones de dólares de un

banco de financiamiento internacional. Con ello, los Saguier comenzaron a

comprar acción por acción a los Mitre. Sólo Bartolomé Mitre decidió no

vender. Así habría controlado al diario la familia Saguier. Una versión

sostendría que habría sido el Grupo Clarín en realidad el que asistió a los

Saguier para hacerse del crédito. La noticia se basa en que Ernestina Herrera

de Noble tendría un parentesco con ellos.

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Hacia mediados de 2003, según S.A. La Nación, la reestructuración

logró que la deuda acumulada no pesificable de U$S 140 millones se

redujese a U$S 35 millones a pagar en siete años. La ingeniería financiera

incluyó un pago proporcional en efectivo (más de U$S 20 millones), la

cesión del crédito que poseía como beneficiaria del fideicomiso financiero

Edificio La Nación (o sea que cedió la escritura de su porción del inmueble),

pagos refinanciados de los contratos de leasing (por el reequipamiento del

taller gráfico) y otorgamiento de espacios publicitarios a sus acreedores.

Finalmente, hay un hecho que merece ser destacado en el crecimiento de

este diario, que tuvo lugar en el año 1976, cuando funda Papel Prensa

conjunto con Clarín, La Razón y el Estado Nacional, en ese momento en

manos de la Dictadura Militar. Este proyecto que se concretó tenía como fin

el abaratar los costos de la producción del papel que se necesitaba para la

publicación de los diarios, aunque también se corre el riesgo de manejar ese

producto a discreción afectando al resto de las empresas periodísticas no

asociadas a Papel Prensa.

4.1.2. El peso de la opinión de un medio (¿cómo definimos nota de opinión

y nota editorial?).

• Por opinión entendemos la formulación de juicios de valor acerca de

determinado acontecimiento o problema. “El campo donde se mueve la

función de opinión en el periodismo es el de las ideas a partir de

acontecimientos en la realidad mediata y/o inmediata. Interpretar es un

acto mediante el cual se atribuye a un objeto una significación extraída de

un vasto repertorio de posibles significados”.

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La función de opinión periodística se relaciona directamente con las

preguntas básicas ¿por qué? y ¿para qué?. La funcionalidad orientadora de

los medios impresos se desarrolla por medio del género de opinión

principalmente.

¿Cómo se cumple la función de opinión en un periódico? Sería ingenuo

suponer que única y exclusivamente a través de las páginas de comentarios

editoriales, sino también a través de la notas de opinión.

Por otro lado, no podemos dejar de recurrir a los conceptos de política

informativa y política editorial de un medio impreso. La primera es señalada

por los intereses del medio frente al flujo informativo general procedentes

de las fuentes de información que se manipula a través de las noticias. La

segunda ya revela abiertamente la ideología que representa el medio

impreso, como patrón de comportamiento comunicativo que equivale a los

códigos según los cuales se interpreta y semantiza el signo de la realidad

social, política, económica, etc.

A través de la columna editorial, el periódico expresa el punto de visita

de la institución de medio sobre los acontecimientos de interés social. A su

vez el carácter integral del periodismo significa que será permeable a

influencias procedentes de su entorno. En muchos casos, la cuestión servicio

social o servicio público se expresa como un simple pretexto para encubrir

las verdaderas finalidades de una línea informativa y editorial. La simple

comprobación de la base económica de los medios impresos revelará

ataduras muy fuertes a sistemas económicos. La pertenencia a un sistema

determinado y a los intereses que ese sistema concentra puede eliminar,

según el grado de sujeción a que se halle el medio impreso, la noción de

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imparcialidad periodística. La política editorial quedará enfocada, entonces,

desde dos ángulos diferentes: o bien se la puede considerar desde el punto de

vista de quien la determina, que es la empresa o el grupo editor, formado

comúnmente por empresarios, políticos u hombres provenientes de otras

actividades; o bien puede ser mirada desde el ángulo de quien la pone en

ejecución, es decir periodista profesionales de basta trayectoria en el o los

medio/s, que suelen quedar en una posición intermedia e incómoda entre el

corporación editora que decide y los periodista que están a sus órdenes.

Un punto a comentar a modo de síntesis es que la influencia del periodismo aflora con

mayor intensidad y evidencia en la política; en efecto, asiduamente el poder de la prensa

se emplea en alcanzar objetivos políticos, en actuar sobre las decisiones políticas de un

gobierno. “Suele recordarse en los manuales de historia del periodismo que el Times,

de Londres, marca el comienzo de la existencia de la prensa influyente. Entonces se

empieza a hacer mención a una frase que luego se utilizaría hasta nuestros días, para

designar esa influencia: El cuarto poder” (Martínez Valle, 1997: 83).

Y de manera complementaria están las campañas de prensa, descripción general

por la cual se puede retratar y analizar la política editorial y de opinión de un periódico.

Ellas son un mecanismo de activación de la opinión pública, con finalidades abiertas o

encubiertas, que consiste en que el medio ‘machaca’ alrededor de un tema hasta

convertirlo en un asunto de resonancia pública, cada vez más llamativo. Una campaña

técnicamente bien llevada aprovecha fundamentalmente de manera explícita el

comentario editorial y la columna de opinión (y quizás, de manera tácita la caricatura y

el aviso publicitario).

Queremos señalar que el análisis de las notas periodísticas girará en torno a las dimensiones

política y económica que abordaran las mismas a través del discurso del diario, a saber:

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por un lado describiremos la sección El Modelo Político. La violencia como medio de

coerción social, en donde encontraremos los enunciados, ‘Preparando el terreno para la

llegada de las Fuerzas Armadas’, ‘La amenaza subversiva y el deber del pueblo’ y

‘Cuando más (información) es menos (claridad)’. Y por otro lado encontraremos la

sección El Modelo Económico. Cuando los santos (neoliberales) vienen marchando, con

los enunciados ‘Un golpe de gracia a la ya débil economía’ y ‘Un nuevo modelo

económico ¿de (y para) todos?’.

Para terminar con este capítulo, resta indicar que a lo largo de este trabajo se tomarán,

de manera principal:

- diecisiete (17) notas editoriales de los días 20, 21, 22, 24, 25, 26, 27, 28, 29 y

30 de Marzo de 1976 y del 7, 10, 11, 14 y 15 de Diciembre de 1983,

- cuatro (4) notas de opinión de los días 5, 6, 8 y 10 de Diciembre de 1983,

- y una (1) nota tipo entrevista del día 7 de Diciembre de 1983,

y complementariamente, se considera relevante agregar a la investigación:

- tres (3) notas de tapa de los días 20 y 25 de Marzo de 1976 y del 14 de

Diciembre de 1983,

- y tres (3) notas de neto corte informativo de los días 20 y 21 de Marzo de 1976

y del 9 de Diciembre de 1983.

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5. CUERPO DE ANÁLISIS

El objetivo de este capítulo es realizar un análisis que confirme o refute la hipótesis

central de este trabajo, según la cual un medio de comunicación como el diario La

Nación promocionó la llegada del último régimen militar, acompañando los

intereses político-económicos neoliberales y favoreciendo de este modo el

establecimiento de un nuevo modelo en detrimento del existente.

5.1. El Modelo Político. La violencia como medio de coerción social.

La toma del poder por parte de la Junta Militar que traería aparejada la alteración del

modelo político, económico y social, necesitaba paralelamente adoctrinar a la sociedad

argentina de cara a los cambios antipopulares que se avecinaban. Y para dicha empresa,

los militares allanaron el camino desarrollando un plan de represión, tortura y muerte.

5.1.1. Preparando el terreno para la llegada de las Fuerzas Armadas.

Durante el período previo a la llegada de las Fuerzas Armadas, el diario La Nación, a

través de diferente editoriales y notas de opinión, reveló una campaña con dos ejes

argumentativos paralelos: por un lado, expresó una constante crítica al gobierno

democrático, vinculada a la necesidad de dar un drástico giro para reencausar el rumbo

político y económico del país; y, al mismo tiempo, el diario comenzó a alimentar la

opción castrense como la indicada para llevar adelante el denominado (por estos

mismos sectores) “proceso de reorganización nacional”.

En las vísperas de la caída de Isabel Perón, se empezaba a difundir desde las

páginas del diario la idea de una existencia concreta e irrefutable de la llamada

‘subversión’, así como la necesaria lucha contra ésta. Esta acusación hacía la

intencionada salvedad de que los mandos castrenses no habían sido quienes fogonearon

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las herramientas jurídicas y políticas que permitirían esta lucha, y que en definitiva en el

futuro cercano no harían más que apañar la persecución y desaparición sistemática de

personas por parte del gobierno de facto. Esta idea se expresa en la siguiente nota de

tapa:

“(…) un vocero autorizado de ese sector desmintió categóricamente


que hubiesen sido los militares los que requirieron del Poder
Ejecutivo la ampliación de leyes represivas de la acción subversiva.
Cualquiera de esas medidas -señaló- es producto de una iniciativa del
Gobierno” (La Nación, 20 de Marzo de 1976, Observación y mutismo
en el ámbito castrense).
En esta misma nota se vislumbraba tanto la caída del gobierno democrático, como

una marcada intención por parte del diario de dejar en claro que los únicos habilitados

para asumir eran las FF.AA. La alianza de apoyo mutuo entre un Estado policial y las

grandes empresas (incluso de medios), reunía así fuerzas para atentar contra los

trabajadores, el tercer centro de poder hasta entonces:

“El sector castrense aparentó ignorar el hecho de que el sindicalismo,


ante la posibilidad de una interrupción del proceso institucional, se
proponga realizar movimientos de fuerza cuyo alcance habría sido
analizado por el ministro de Trabajo y los dirigentes de las 62 y la
CGT. Pero para cualquier observador medianamente agudo no se
escapa el creciente malestar de las FF.AA. frente a actitudes que no
se encuadran dentro del específico quehacer sindical y que en
algunos casos, presupone asumir atribuciones que están lejos de
pertenecer al gremialismo. Por otra parte, esa posición contrasta con
las intensas gestiones que realiza el poder político con vistas a superar
las últimas instancias de un proceso que parecería escaparse de las
manos de sus responsables” (La Nación, 20 de Marzo de 1976,
Observación y mutismo en el ámbito castrense).
En vinculación a los argumentos que se dirigían a denostar al gobierno

democrático, la editorial del diario publicada el 21 de Marzo deslizaba la idea de que las

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instituciones hasta ese momento vigentes (que no eran otras que las democráticas)

habían perdido legitimidad:

“De ahí que el argentino respire una atmósfera sofocante, de carácter


persecutorio, que se encarniza en no dar sosiego y en el que parece
consolidarse la imagen de poderes institucionales incapaces o
inoperantes para producir las rectificaciones de fondo en el proceso
que estamos sumidos” (La Nación, 21 de Marzo de 1976, pág.8, El
argentino, hombre acosado).
Había un claro exhorto a la necesidad de un cambio drástico y radical en la

realidad argentina (siguiendo con la tónica editorial hasta el momento al respecto), y se

otorgaba a los militares el lugar de protagonistas de dicho cambio. Esta nota expresa la

urgencia del cambio y, al mismo tiempo deja, aunque elípticamente, el lugar vacante a

los sectores militares para apropiarse de las transformaciones necesarias:

“La recuperación psicológica de nuestro ciudadano sólo será posible


a través del enunciado y asunción de verdades, del reconocimiento de
las políticas que han fracasado y de la dinamización de las
instituciones que están claudicando. Es indispensable desvanecer los
fantasmas que nos asedian, los mitos paralizantes.
Las verdades aprendidas en el dolor son las que más enseñan. La
penosa experiencia que padecemos puede abrir ocasión a otra
realidad, si hay fuerza para emprender un gran cambio de actitud y
de respeto por el ciudadano argentino” (La Nación, 21 de Marzo de
1976, pág.8, El argentino, hombre acosado).
Decíamos entonces que, a días de la toma del poder por parte de las FF.AA., se

seguía alimentando la idea de que un golpe institucional era, a esta altura, ya inevitable:

“Los dirigentes políticos han actuado en estos días bajo la impresión


de que el país se encuentra, para decirlo con las palabras del doctor
Ricardo Balbín, en los últimos cinco minutos de un proceso
institucional. Con tal apremio, las piezas han sido movidas
vertiginosamente, bien para influir de una u otra forma sobre los
resultados inmediatos, bien para dejar en cada sector las cosas
colocadas de la mejor forma posible dentro de un nuevo proceso” (La
Nación, 21 de Marzo de 1976, pág.8, La cuenta del tiempo).

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Se construía de esta forma un juego especulativo e informativo ambiguo (y casi

contradictorio) donde, por un lado se intentaba despegar a los mandos castrenses de la

intencionalidad sobre el golpe a la democracia, pero al mismo tiempo se dejaba en claro

que los militares estaban preparados para afrontar el deber que la realidad nacional les

deparara. Esto revela de manera tácita que los militares ya conocían el desenlace (y lo

sabían a la perfección, lo cual no hizo más que descubrir su clara intencionalidad

golpista):

“El ministro de Defensa expresó esta semana en la Cámara de


Diputados que uno de los comandantes generales le había dicho que
‘el calendario del reloj está detenido’. Tal referencia, obviamente
formulada respecto de una eventual intervención militar, no tuvo,
según señalamos el jueves, eco en las Fuerzas Armadas. Todo lo que
se consiguió como respuesta fue la observación de que las
declaraciones hechas en el ámbito civil eran de responsabilidad de
quienes las formulaban. De forma tal que la noción del tiempo que
juega en estas instancias y a la que apeló el ministro de Defensa quedó
en el aire como una declaración unilateral. Como punto de referencia
más práctico, los jefes de los partidos políticos en general prefirieron
atenerse a la más próxima opinión del Ejército susceptible de
cotejarse con la metáfora del reloj: la opinión, vertida a fines de
diciembre por el teniente general Videla, en cuanto a que los poderes
públicos debían ‘actuar rápidamente en función de las soluciones
profundas y patrióticas que la situación exige” (La Nación, 21 de
Marzo de 1976, pág.8, La cuenta del tiempo).
En consonancia, una “política educativa deficiente”, en palabras de La Nación, en

tanto valor principal para le progreso de toda nación, se convirtió en el ‘arma’ con la

cual La Nación ‘disparó’ contra el gobierno democrático. Pero fundamentalmente sirvió

para que el diario (en tanto parte de un conjunto de actores sociales que propiciaron el

golpe como la Iglesia) contribuyera a sembrar en el seno de la sociedad una sensación

de temor y desconcierto sobre qué podía pasar si dicho gobierno continuaba tomando

malas decisiones en cuestiones vitales como ésta. El diario fomentó así una suerte de

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‘teoría del miedo’ a partir de una exacerbada incapacidad del la clase política y dirigente

para hacerle frente a la coyuntura:

“Hay razones, pues, para temer por el desarrollo del actual período
escolar y para repetir la necesidad de que los gobernantes hablen y
actúen en función de la realidad, no para disimularla” (La Nación,
22 de Marzo de 1976, pág.6, El comienzo del año lectivo).
Consumado el jaque mate a la democracia, el 25 de Marzo del mismo año se

vislumbraba desde el matutino una tendencia informativa en apoyo al golpe,

respaldando desde el discurso explícito la idea de que el mismo constituía tan sólo un

“proceso de reorganización nacional”, ocultando y evadiendo de esta manera una crítica

ineludible a la legalidad y verdadera intencionalidad de dicho golpe:

“Las Fuerzas Armadas asumieron ayer el ejercicio del poder, y los


respectivos comandantes generales se constituyeron en Junta Militar,
a los fines de llevar a cabo el proceso de reorganización nacional”
(La Nación, 25 de Marzo de 1976, nota de tapa, Asumieron el
Gobierno los tres comandantes generales).
Finalmente, en la editorial del 26 de Marzo, se cerraría la operación mediática de
La Nación en apoyo a la llegada de las FF.AA., ponderando explícitamente la
metodología discursiva de los militares en el comienzo del golpe:
“Al hacer cargo del poder, la Junta Militar hizo públicos varios
documentos a través de los cuales es posible vislumbrar los objetivos
de su acción”.
“En verdad, es un hecho positivo el hallazgo inicial de un estilo para
enunciar propósitos. No sólo no se ha incurrido en ninguna
grandilocuencia, sino que una forma muy vigilada del equilibrio
expresivo ha procurado conciliar la firmeza de las enunciaciones con
la certeza de que los problemas por encararse presentan una realidad
uniforme” (La Nación, 26 de Marzo de 1976, pág.6, El rumbo de las
Fuerzas Armadas).
Quedan así dilucidadas las ideas sobre las cuales La Nación apoyó el eje

argumentativo de este apartado. Por un lado, el diario minaba la capacidad de

conducción y resolución del gobierno democrático frente a los contratiempos que

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se presentaban, a la vez que se reclamaba la necesidad de un cambio drástico que

reencausaría la situación del país; a modo de ejemplo hemos expuesto la nota

donde un ciclo lectivo en aparente peligro sirvió de punta de lanza contra el

gobierno de Isabel Perón. Y por otro lado, se presentaba ante la opinión pública,

como una suerte de candidato ideal, la opción militar para asumir el control,

dando por sentado (aunque no dicho explícitamente) que la alternativa debía

necesariamente ir por el carril anticonstitucional.

5.1.2. La amenaza subversiva y el deber del pueblo.

Otro de los ejes argumentativos giró en torno a la creación de un “enemigo” del orden

social que debía (e iba a) ser combatido por los militares, justificando de este modo la

presencia y el accionar del gobierno de facto de aquí en adelante. Ese papel de villano

se ajustó perfectamente desde lo discursivo a la llamada “subversión”, expresión

mediante la cual los mandos castrenses hacían referencia a las agrupaciones como ERP

o Montoneros.

Paralelamente, el diario buscó legitimar el golpe desde la figura del ‘pueblo’, es

decir, desde el necesario apoyo de todos los argentinos como condición sine qua non

para el éxito del los militares en dicha contienda. Hay que destacar que sobre este eje se

apoyó el argumentos (tanto para el diario como para los militares) según el cual en

Argentina entre 1976 y 1983 hubo una guerra, y como en toda guerra hubo excesos.

Para distintos sectores, entre ellos La Nación (caso que nos ocupa), los desaparecidos

fueron y serán las inevitables “bajas” de una guerra.

La Nación exacerbó discursivamente la peligrosidad que representaban para el

país las agrupaciones como Montoneros o ERP; e incluso llegó a plantear que la

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“amenaza subversiva” excedía las fronteras del país y empezaba a abarcar dimensiones

regionales en todo el continente sudamericano.

El eje argumentativo de la guerra contra la subversión, desarrollado en los días

previos al golpe, funcionó como cimiento para marcar la ausencia e incapacidad de

grupos con autoridad en el poder que tomaran la decisión de hacerle frente al escenario

de lo que se percibía como una creciente “inseguridad ciudadana”. Asimismo desde La

Nación se reforzó el carácter excepcional e ideal de los militares como los únicos

capaces de combatir con éxito la denominada “guerrilla”.

“Lenta y progresivamente hemos ingresado en la vasta región


continental en que la vida tiene un precio exiguo.
El terrorismo, no importa cuál sea el signo ideológico al que se
adscribe, ha concluido, en un período asombrosamente breve, con las
garantías que a lo largo de más de un siglo habíamos conseguido
establecer para defensa del patrimonio fundamental de la sociedad: el
de la subsistencia física protegida por los principios jurídicos y por los
instrumentos indispensables para aplicarlos cada vez que fuese
menester. Hay que agregar otro culpable de la situación que nos ha
deparado un destino singularmente cruel y que se acentúa sin pausa;
la ausencia de una voluntad decidida de reprimir el aberrante mal
que nos ataca, a suprimir de raíz la enfermedad de violencia que nos
destruye con implacable saña”.
“Salvo el accionar de las Fuerzas Armadas para combatir la
guerrilla en su propios terreno, poco se hace que pueda considerarse
una decisión inquebrantable de ponerle un dique imposible de
franquear a los sembradores de la muerte y de la angustia. Tanta es
la verdad objetiva que aquí se señala, que el avance de los agresores
de este lado y de aquel otro no se detiene en ninguna circunstancia.
Por el contrario, prosigue impertérrito, según se ha visto en los días
recientes, estimulado por la falta de los obstáculos reales que frenen
con actitudes resueltamente firmes, con toda la energía que exige la
República para neutralizar el proceso de aniquilamiento que viene
minando su vigor y aumenta el escepticismo que se ha apoderado del

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espíritu público hasta llevarlo al límite mismo de la desesperación”


(La Nación, 20 de Marzo de 1976, pág.6, Pierde valor la vida).
Una semana después, en la editorial del 27 de Marzo, La Nación remarcaba la

sensación de que se estaba viviendo en constante peligro para la vida humana, pero no

era accidental que al final se responsabilizara de dicha circunstancia al vendaval de

hechos brutales existentes cuando se venía hablando de la violencia del terrorismo y la

subversión:

“Podría decirse (…) que ese enorme y excepcional cambio que se ha


operado en el mundo entero como consecuencia del progreso material
y de la actitud moral que le es correlativa, tiene un aspecto altamente
positivo que nadie negará con razones válidas; ha redundado en
beneficio del individuo, proporcionándole pautas más justas para
sobrellevar las dificultades que comporta la aventura vital. Pero,
sorprendentemente, paralelo a tal proceso de evolución en campos
fundamentales de la actividad y hasta en el vigor físico de la criatura,
se registró un creciente desmedro en la seguridad del hombre. Lo que
ganó en comodidad, en reconocimiento de sus derechos más
elementales, en salud y en todo lo que atañe a su situación por las
circunstancias de haber nacido e integrar la comunidad, lo perdió en
confianza en su propia subsistencia, porque nadie ni nada le
garantiza la certidumbre de que no sea víctima de la alienación de
sus prójimos, que no le abata mortalmente la ráfaga de violencia que
recorren la tierra en las direcciones diversas y siembre la zozobra”.
“Según se advierte, el diagnósticos de la enfermedad universal de
estos días es muy claro. Lo difícil, lo realmente imposible por ahora,
es saber qué terapéutica puede aplicarse para salvar al hombre de la
terrible dolencia que lo aqueja” (La Nación, 27 de Marzo de 1976,
pág.4, La enfermedad de nuestro tiempo).
Ya en la editorial del 28 de Marzo, se detectaban conjuntamente, un mensaje

reforzando el de la amenaza de la subversión y una esperanza generalizada del pueblo

argentino de cara al futuro, que de manera intrínseca marcaba un supuesto apoyo al

golpe, y cerraba con un desafío a otras instituciones sociales a entrar ‘en el juego’ para

salir adelante en esa lucha. Esto pretendía de manera engañosa e implícita generar

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legitimidad y consenso no sólo a través de la teoría del terrorismo subversivo sino

también del golpe militar:

“En las declaraciones transcriptas falta, en efecto, algo sustancial


para poder analizar en toda su dimensión el problema de la subversión
armada sufrida por la República en los últimos lustros: el origen de
los procesos mediante los cuales es factible trastornar las mentes y los
corazones de los adolescentes y de los jóvenes, apartarlos de sus
núcleos familiares, hacerlos renegar de valores, principios y formas de
vida, hasta llevarlos a la decisión de cometer cualquier acto, por más
bajo que fuere”.
“Por eso, en estos momentos en los cuales una esperanza renovada
late en la República, es oportuno tener presente estas consideraciones
y atenderlas en todo cuantos sea posible. Mientras las fuerzas
armadas y de seguridad prosiguen su lucha contra la subversión y el
terrorismo -ningún error sería más grave ni más ingenuo que
suponer disminuidos esos peligros-, otras fuerzas, la de la educación,
de la escuela, de los medios de comunicación, de los padres de
familia, de las instituciones formativas de cualquier tipo, deben
ahondar su propia lucha por evitar esas capturas iniciales que se
logran sobre el espíritu de los jóvenes y que terminan luego en vidas
frustradas en males irremediables”.
“Si las nuevas autoridades del país, especialmente en el ámbito
educativo, comprenden el problemas se habrá dado un paso
sustancial. De lo contrario, las fuerzas armadas deberán proseguir
combatiendo el fruto provisto sin cesar por quienes reclutan
arteramente la inexperiencia, el entusiasmo, los ideales y la rebeldía
natural de la adolescencia para servir sus intereses y sus
necesidades”.
“Ni la indiferencia, ni la comodidad, ni la frivolidad deben admitirse
en este terreno” (La Nación, 28 de Marzo de 1976, pág.9, Una doble
lección).
A partir de entonces, La Nación ya no sólo fomentó la teoría de la guerrilla que

debía ser combatida, sino que sus páginas mostraron algo más inquietante, como fue la

denuncia de una peligrosa conexión que podía darse entre la subversión y la juventud -

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creyendo que la ideas subversivas corromperían a los jóvenes y terminarían por

enferman a la sociedad-, razones ambas que terminarían sirviendo de justificación para

el plan de exterminio que se llevó a cabo bajo la denominación de una ‘guerra contra el

terrorismo’, así como contra toda aquella persona o sector social que pareciera

relacionado:

“Las declaraciones formuladas públicamente hace muy pocos días,


por la integrante de una organización subversiva capturada por las
fuerzas del Ejército en Tucumán, constituyen un aporte esclarecedor
con respecto a los peligros que acechan hoy a la juventud
argentina”.
“Existen razones para abrigar esperanzas mayores con respecto
cuanto se pueda hacer en el futuro para impedir que otros jóvenes
resulten también víctimas de una organización de fines y métodos
siniestros y a la vez victimarios de las instituciones y de sus
compatriotas.
Pues en el caso de la terrorista cuyas confesiones, arrepentimientos y
frustraciones acaban de conocerse, pueden y deben analizarse las dos
caras del problema. Por un lado, el terrible mal que le han hecho a la
sociedad. Por otro, la culpa más grande todavía que asumen quienes
fueron sus captores iniciales, es decir, sus maestros ideológicos, sus
mentores doctrinarios” (La Nación, 28 de Marzo de 1976, pág.9, Una
doble lección).
Y entonces no fue casual que se describa la situación colombiana,

responsabilizando a los jóvenes universitarios y a la izquierda del desconcierto social

aparentemente existente. Se instala así una política informativa que buscó ganar espacio

(más allá de las páginas de La Nación) en la sociedad a partir de un caos que estaba

llegando a la región, y que en definitiva sería la excusa perfecta para por ejemplo los

treinta mil desaparecidos que se llevará, entre otras cosas, el golpe:

“Desde hace algún tiempo, la situación en Colombia no se distingue,


precisamente, por su calma. Con frecuencia se registran en diversos
puntos de su territorio estallidos de rebeldía estudiantil, refriegas de
manifestantes con la policía y otros actos de violencia que se van

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tornando sistemáticos, como si respondiesen a un designio de


precipitar el caos. Fundamentalmente, los protagonistas más activos
de los disturbios que llevan la zozobra el ánimo público, son los
jóvenes cursantes de Universidades, empeñados, por lo que parece, en
provocar un clima de permanente desorden con fines aún no
establecidos debidamente aunque los observadores políticos lo
adjudican al plan de la extrema izquierda de introducir el terror en la
vida del país hermano” (La Nación, 27 de Marzo de 1976, pág.4,
Desórdenes en Colombia).
Aquí, otra vez, el 25 de Marzo, la apelación al ‘pueblo’ lo coloca entrelíneas como

un actor cómplice del golpe, con expectativas favorables respecto de su llegada. Y

paralelamente seguía con fuerza la fantasía de un terrorismo subversivo vigente que

merecería ser combatido:

“En la madrugada de ayer concluyó el desmoronamiento de un


gobierno cuya única fortaleza consistía en los últimos seis meses, en el
empeño que para sostenerlo pusieron quienes no compartían sus
propósitos. Nunca hubo en la Argentina un gobierno más sostenido
por sus opositores. Tal paradoja se produjo porque donde las
autoridades ahora sustituidas sólo vieron el botín de un vencedor
electoral, la totalidad del país vio la posibilidad de una consolidación
institucional”.
“La crisis ha culminado. No hay sorpresa en la Nación ante la caída
de un gobierno que estaba muerto mucho antes de su eliminación
por vía de un cambio como el que se ha operado. En lugar de aquella
hay una enorme expectación. Todos sabemos que se necesitan planes
sólidos para facilitar la rehabilitación material y moral de una
comunidad herida por demasiados fracasos y dominada por un
escepticismo contaminante. Precisamente por la magnitud de la tarea
por emprender, la primera condición es que se afiance en las Fuerzas
Armadas la cohesión con la cual han actuado hasta aquí. Hay un país
que tiene valiosas reservas de confianza, pero también hay un
terrorismo en acecho” (La Nación, 25 de Marzo de 1976, pág.4, Lo
que termina y lo que empieza).

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En este punto, podemos afirmar de forma preliminar que La Nación se constituía

así en un claro defensor desde su discurso de lo que luego conoceríamos en Argentina

como la teoría de los ‘dos demonios’.

El gobierno de facto construyó y alimentó un contexto que lo justificara y

habilitara a llevar adelante sus acciones golpistas. La Nación jugó un papel funcional a

dicho objetivo haciendo hincapié en algunas ideas puntuales que llenaron sus páginas, y

que se las podría presentar de la siguiente manera: por un lado, un apoyo explícito a la

llegada de las FF.AA. como los capaces de gobernar en medio del caos existente; y, por

otro lado, la difusión de una idea de vigencia y amenaza guerrillera, y en consecuencia la

necesidad de plantear un combate en términos de una guerra contra la denominada

“subversión” (así como contra toda facción de la sociedad sospechada de apoyo a la

misma). Estos elementos construyeron un escenario en el cual parecía no haber otra

opción que interrumpir la democracia, hacerse del Estado y usar los medios que fueran

necesarios para abatirlos -en todo los casos, la amenaza fue o bien exagerada o bien

inventada por la Junta-. Cómo vemos en al cita de la editorial del 25 de Marzo (Lo que

termina y lo que empieza), el diario alimentó la idea de que las FFAA cumplieron una

función “insustituible”, que justificó tanto el terrorismo como la ilegitimidad de su

gobierno. En otras palabras, tenían que arreglar las cosas como sea y después, y solo

después, de que ellos actuaron, se podía volver la democracia.

Finalmente, era necesario el consenso del pueblo respecto de la instauración de la

dictadura y su plan de gobierno, pero en términos de condición sine qua non para el

éxito de la misma.

Ya sobre el final del golpe en el año 1983, y en cuanto a la dimensión política, La

Nación no sólo volvía a insistir sobre el eje argumentativo de la vigencia de una

“amenaza guerrillera”, sino que afirmaba lo acertado y necesario que había sido la lucha

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armada en su contra desde las FF.AA. De este modo, sostenía la “teoría de la guerra”

que se habría librado. Aún más, dentro de este eje argumentativo se buscó promover, en

los primeros días del nuevo gobierno democrático, un status de igualdad en cuanto a la

responsabilidad que les cabía a los supuestos bandos enfrentados a la luz de los graves

hechos que tuvieron lugar entre 1976 y1983.

Vemos en una nota de opinión del 6 de Diciembre de 1983 como se volvía sobre

la idea de la ineludible lucha contra la subversión que había que llevar adelante para

normalizar al país:

“El retorno del país al cauce constitucional pone sobre el tapete la


punzante pregunta de si las instituciones republicanas son suficiente
para enfrentar los eventuales embates de la guerrilla si se justifica
someter a civiles a consejos de guerra cuando los delitos que se
cometieron tuvieran un fin subversivo, como se dispuso en noviembre
de 1976” (La Nación, 6 de Diciembre de 1983, pág.8, Los consejos de
guerra para civiles).
Bajo la supuesta defensa del derecho a cualquier civil a ser juzgado por la justicia

ordinaria, aún cuando el delito cometido fuera de índole “subversivo”, lo que realmente

se promovía de manera subyacente eran dos ideas directamente relacionadas con el

golpe militar: por un lado, la vigencia de una amenaza guerrillera; y por otro, lo

acertado de la lucha armada desde las FF.AA. contra esta amenaza, y peor aún, una

defensa de distintas prácticas íntimamente ligadas al denominado “proceso de

reorganización nacional”, como ser la violación a la libertad personal o al domicilio:

“El caso de la montonera de Varela (1868). (…) prevaleció la doctrina


de que el Poder Judicial es el único competente para juzgar a un civil,
esté o no armado, y haya hecho lo que hubiera hecho”.
“Nuestra opinión. Los que sometieron a civiles a consejos de guerra, y
los que los consideraron institucionales, olvidaron que antes de dictar
sentencias es preciso capturar a los delincuentes subversivos de
manera que para derrotar a éstos lo que hay hacer es inventar o
utilizar mejores métodos contra insurgentes o entrenar cuerpos

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especializados o adoptar técnicas más depuradas y no sustraer a los


aprehendidos de los organismos naturales para juzgarlos.
Una cosa es usar toda la potencia de las fuerzas de seguridad para
batir la guerrilla y otra creer que cuando se trata de aplicar la ley, que
es una etapa posterior a la lucha, los jueces con título de abogado que
están especializados por su formación intelectual en el tema, a la hora
de dictar sentencias son menos eficaces que los militares.
Lo dicho va sin desmedro de considerar que algunas de las garantías
establecidas para tiempos de paz como la inviolabilidad de la
correspondencia, de los domicilios o inclusive la libertad personal,
puedan ser suspendidas por un corto tiempo ante la imperiosas
exigencias de la batalla, como ocurre en cualquier guerra, pero toda
vez que funcionen tribunales civiles, estos deben ser los únicos
encargados de condenar.
Estamos seguros de que el lector coincidirá en que si se hubiera
utilizado en estos últimos años la capacidad de lucha de las Fuerzas
Armadas exclusivamente para derrotar a los delincuentes subversivos
y hacerlos prisioneros, sometiéndolos luego a los tribunales de la
Constitución, se hubiera ratificado la vigencia de esta, los soldados
serían considerados por el pueblo con el respeto que inspira ser el
brazo armado de la ley, y nadie podría cuestionar su actuación” (La
Nación, 6 de Diciembre de 1983, pág.8, Los consejos de guerra para
civiles).
Hacia el 7 de Diciembre, la nota editorial marcaba, de forma contradictoria, por un

lado, el ‘hacer memoria’ alimentado la idea de la subversión como causa del golpe, pero

abruptamente señalaba que el pueblo debiera olvidar el pasado reciente y mirar hacia

adelante, es decir, exhortaba a una lisa y llana memoria selectiva:

“Nada sería más sano para la suerte futura del país y de sus
habitantes que su extrañamiento definitivo del territorio nacional.
Hablan de errores, pero no de arrepentimientos. No prometen
enmienda ni admiten la culpa que cabe a la acción terrorista y
subversiva como desencadenante primera y principal de los largos
años de llanto, dolor y muerte que padeció esta tierra y que una clara
voluntad cívica quiere dejar atrás para siempre a partir de este

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instante” (La Nación, 7 de Diciembre de 1983, pág.8, El regreso de los


montoneros).
Y una vez asumido el nuevo gobierno democrático, La Nación marcaba una

tendencia informativa que confirmaba, no sólo que durante los últimos años hubo una

claro antagonismo entre dos bandos respecto del proyecto de país que se quería (y que

aparentemente se hubiera dirimido en un conflicto armado, con las consecuencia

inherentes a toda guerra que eso conlleva), sino que nuevamente -en su edición del 14

de Diciembre de 1983- proclamaba un cierto grado de similitud de cara a la

responsabilidad que a cada bando le cabría a partir de lo ocurrido durante el ’Proceso’:

“Seguidamente transcribimos el texto del decreto 158/83 por el cual se


dispone someter a juicio sumario ante el Consejo Supremo de las
Fuerzas Armadas a los integrantes de la Junta Militar que usurpó el
gobierno de la Nación el 24 de Marzo de 1976 y a los integrantes de
las dos Juntas Militares subsiguientes. Y a continuación damos
también íntegramente, el texto del decreto 157/83 el cual dispone ‘la
necesidad de promover la persecución’ penal de los hechos cometidos
por los terroristas” (La Nación, 14 de Diciembre de 1983, pág.10, Los
decretos de enjuiciamiento).
Consecuentemente, ya de cara al enjuiciamiento de los jefes militares salientes

tanto como de los guerrilleros, que a su vez desnudaba frente a la sociedad el apoyo

(desde el discurso) que La Nación había dado a la llegada del golpe, el mismo matutino

intentó contraatacar deslegitimando la validez del decreto ley al respecto, ya que

carecería de respaldo constitucional al no ser una medida adoptada por el Congreso sino

unilateralmente por el Poder Ejecutivo. Y sin quererlo marcó la contradicción del

matutino en tanto alentaba el papel de los tres poderes constitucionales y sus funciones,

cuando siete años antes saludaba un golpe inconstitucional.

Por otro lado, el eje argumentativo también supo girar en torno al tono vindicativo

de los juicios a los militares, apoyando la idea de que los únicos responsables de que se

llegara a donde se llegó (un gobierno de facto, treinta mil desaparecidos, una economía

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deteriorada, etc.), merecedores de enfrentar la ley, eran los guerrilleros (y no los

militares).

En una entrevista del 7 de Diciembre a Felipe González, tanto desde la pregunta

que realizó el periodista de La Nación como desde la respuesta que daba el

entrevistado, el diario marcaba la (in)conveniencia del juzgamiento a los militares, e

incluso se sugería dar vuelta la página sin que importara revisar lo ocurrido en el

pasado inmediato:

“Corresponsal de La Nación: En la transición española los grupos


democráticos tuvieron que contar y contaron con el apoyo franquista.
Es decir, cuando España pasa del autoritarismo franquista, de la
dictadura franquista a la democracia intervienen una cantidad de
miembros del antiguo régimen. ¿Cómo se realizó ese diálogo? ¿De
qué manera ingresaron en esa transición a la democracia?
González: (…) Qué es lo que hicimos, para volver a su pregunta. Un
enorme esfuerzo entre todos para pasar la página de historia con el
menor carácter vindicativo posible” (La Nación, 7 de Diciembre de
1983, pág.4, declaraciones de Felipe González. Los procesos de
democratización en la Argentina y en España).
Consecuentemente, el 8 de Diciembre, de manera intencional se volvía a asociar el

futuro juzgamiento a los cabecillas militares con un espíritu meramente revanchista:

“El presidente del bloque de diputados radicales, César Jaroslavsky,


afirmó ayer que el futuro gobierno radical aplicará justicia ‘con tal
dureza’ en la investigación del tema de los desaparecidos, que ‘se
puede llegar a hablar de venganza’ ” (La Nación, 9 de Diciembre de
1983, pág.2, Marcha y concentración por los desaparecidos).
Y también hubo, en la nota del 14 de Diciembre de 1983, una nueva y manifiesta

intención de deslegitimación de las primeras medidas del nuevo gobierno democrático

de enjuiciamiento a los militares del proceso. Incluso llamaba la atención la encendida

defensa del funcionamiento de los tres poderes constitucionales así como sus

atribuciones de contralor entre sí, cuando quedó en evidencia la forma en que el diario

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saludó en su comienzo (y se intentaba justificar ahora) la instauración de un gobierno

antidemocrático:

“El Poder Legislativo (…) está encargado de elaborar, discutir y


sancionar las leyes de la Nación, es decir, las normas fundamentales
sobre las cuales se organiza la sociedad y cuya jerarquía sólo es
inferior a la Constitución Nacional.
Pero además, dentro del delicado mecanismo de mutuo control que los
tres poderes constitucionales deben cumplir, cabe al Congreso de la
Nación una responsabilidad básica que, utilizando terminologías
contemporáneas, cabría calificar de un verdadero control de gestión
de los actos del Poder Ejecutivo. Esta tarea crítica para el sistema
republicano se expresa en una multiplicidad de actos de los
representantes de las provincias -los senadores- y los directamente
elegidos por el pueblo -los diputados-. Ambos, en todo caso, han de
tener la doble condición de parlamentarios para expresar y llegar a
acuerdos en los intereses que representan, y de legisladores, capaces
de elaborar las normas jurídicas que ordenan la actividad social”.
“Lo esencial, como las seculares experiencias de las grandes
democráticas parlamentarias han demostrado, es que los legisladores
sean, precisamente, los representantes de la sociedad que se
autogobierna, ya que la ley es el instrumento que la ordena y preserva
sus intereses económicos e individuales”.
“En medio del comprensible entusiasmo de la recuperación
institucional, se escuchan en estos días anuncios, petitorios y
reflexiones que no parecen tener en cuenta las situaciones apuntadas.
La forma en que tales solicitudes se plantean pasa por alto que en
ningún caso el Poder Ejecutivo -al que comúnmente se llama
gobierno, olvidando que el Parlamento y el Poder Judicial también lo
son- puede hacer por sí mismo lo que corresponde al Congreso; de
decir, convertir en leyes los proyectos del PE, rechazarlos,
modificarlos o dictar otos en su lugar, prestar acuerdos para todos los
cargos señalados -por parte del Senado y en sesión secreta- y, además,
si es necesario, interpelar a los ministros sobre decisiones que a juicio
del Congreso no se encuadren en el marco político o institucional
adecuado”.

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“La larga congelación del sistema representativo ha borrado una


experiencia útil, y es conveniente por eso mismo extremar la prudencia
para evitar enojosas expectativas públicas” (La Nación, 14 de
Diciembre de 1983, pág.8, El valor de las leyes).
Llegando al día 15 de Diciembre, La Nación continúa alimentando su intención de

revisar lo menos posible lo ocurrido durante el golpe como condición indispensable

para la recuperación y pacificación del país. Y en todo caso, la revisión del pasado

reciente, se justificaba en la por entonces dudosa vigencia del peligro subversivo como

causa principal la llegada de las FF.AA. al poder. Y más aún, esa revisión habría de

tener en cuenta el controversial -y cuanto menos debatible- apoyo del pueblo al golpe en

su comienzo.

En este contexto, y con un espíritu parecido a lo que luego sería la ley de

Obediencia Debida5, se difundió la idea de que los grupos terroristas fueron los únicos

victimarios de la paz social, y los militares fueron arrastrados a la lucha por la vuelta del

orden socioeconómico.

En consecuencia, se alimentó la idea de que el único juicio justo en esos

momentos era aquel que se llevaría a cabo contra los grupos subversivos:

“El Congreso de la nación ha sido convocado, a partir de mañana


para considerar un conjunto de proyectos de la ley de máxima
importancia para la vida política del país y de cuya aprobación y
aplicación ulterior se derivarán situaciones que afectarán
profundamente y por largos años el destino de Argentina.
La repercusión futura de esta decisión del Poder Ejecutivo, tomada en
el segundo día hábil de su gestión, se desprende de la influencia que
los años transcurridos en la última década proyectan
inocultablemente. Ese es el punto de partida del mensaje presidencia,
‘El pasado gravita sombriamente sobre nuestro porvenir afirmó
inicialmente el doctor Alfonsín. Ha ahí la gran cuestión sobre la que

5
Ley de Obediencia Debida Nº 23.521; disposición legal dictada el 4 de junio de 1987 durante el
gobierno de Raúl Alfonsín, que estableció una presunción de iure (que no admite prueba en contrario) que
los hechos cometidos por los miembros de las fuerzas armadas durante el último gobierno de facto entre
1976 y 1983 no eran punibles por haber actuado en virtud de obediencia debida.

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debe girar, en efecto, cualquier análisis y cualquier juicio de valor en


torno de estos proyectos y del discurso del Presidente, considerados en
una visión general, de carácter histórico y político más que de
naturaleza jurídico-formal o de hermenéutica constitucional”.
“La Argentina necesita con urgencia -que no es lo mismo que decir
apresurada o imprudentemente- cerrar el gran debate sobre su
pasado reciente. A partir de 1970, aproximadamente, la sociedad
comenzó a sufrir los ataques de bandas terroristas que cada vez con
mayor intensidad la sumieron en un clima de violencia criminal, de
atentados, secuestros e inseguridad que trastornaron todo un sistema
de valores y una forma de vida de larga tradición de este siglo. El
desorden económico y social fue su resultado y cuando las Fuerzas
Armadas se hicieron cargo del poder en Marzo de 1976, un
sentimiento inocultable de alivio recorrió gran parte de la población.
Por eso, también, después de las decisiones conocidas anteayer, la
población siente que entre el juicio que puedan merecer quienes
desataron aquel caos y quienes lucharon contra él, media una
distinción insoslayable. Pero la represión contra aquel terrorismo
desato luego otro tipo de inseguridad y los éxitos logrados en la lucha
determinaron un precio muy alto y dejaron nuevas secuelas de dolor,
de injusticia y de odios entre los argentinos. La ruptura de las normas
constitucionales derivó al fin en un esquema simplemente autoritario y
de poder ilimitado que provocó justificadas reacciones”.
“La Argentina necesita desembarazarse de un pasado ominoso en el
cual las culpas están muy extendidas y abarcan a vastos sectores de
la sociedad” (La Nación, 15 de Diciembre de 1983, pág.8, Los
proyectos de ley remitidos al Congreso).
La nota se cierra, casi en tono de advertencia, planteando que si habría de

revisarse el pasado, el carácter de esta revisión no debía ser vindicativo:

“La decisión de enjuiciar a los principales responsables del terrorismo


desatado en el país a partir del 25 de Mayo de 1973 otorga alto
contenido ético y político al conjunto de las decisiones tomadas por el
Ejecutivo y coincide con el espíritu de nuestro editorial del 7 actual,
titulado ‘El regreso de los montoneros’ ”.
“La Argentina necesita dejar atrás el pasado para atender el presente
y construir el porvenir. Pero esto no significa olvidar el ayer ni dejar

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en la impunidad lo que exija sanción. Tampoco representa afán de


persecución ni ánimo de venganza: sólo la ley y la Justicia deben
decir su palabra. Cuanto sucedió es irreversible y no puede
modificarse. Debe servir para señalar un camino. Los espíritus deben
serenarse una vez que la Justicia haya dado su veredicto y entonces
todos los argentinos, sin abandonar en la intimidad de la conciencia
el dolor o el recuerdo por los padecimientos sufridos, deberemos
comenzar una etapa nueva que no se agote por mirar atrás” (La
Nación, 15 de Diciembre de 1983, pág.8, Los proyectos de ley
remitidos al Congreso).
Este eje argumentativo giró en torno a una necesidad de los militares de crear un

enemigo interno que justificara (y creara la necesidad) de combatirlo y así

recuperar la paz social; pero que en rigor de los reales objetivos, de esta manera

impondrían las medidas socioeconómicas (antipopulares) de un modelo neoliberal

en un marco de legalidad. El papel de La Nación fue asistir desde sus páginas a esa

creación de la figura de la subversión en el imaginario social, así como su

exacerbación respecto del peligro que la guerrilla representaba, ya no sólo para

Argentina sino también para la región latinoamericana. E incluso, ya sobre el final

del golpe, y cuando se olía a la vuelta de la esquina el retorno a la democracia, el

diario buscó justificar el golpe (así como el apoyo brindado al mismo desde sus

páginas) responsabilizando por todo lo ocurrido (una situación económica

desastrosa, treinta mil desaparecidos, etc.) en partes iguales tanto a los militares

como a la guerrilla.

Este eje se complementaba con otro ‘actor’ que aparecía en escena, el pueblo

argentino. A entender (y escribir) de La Nación, si todos los argentinos deseaban

que el Proceso de Reorganización Nacional tuviera éxito, debía contar con un

apoyo incondicional y pasivo del pueblo. Pero lo que no se preguntó el diario era si

para el grueso de la gente -dando por supuesto que la realidad nacional reclamaba

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un cambio drástico- la opción militar y anticonstitucional era la alternativa más

viable (o siquiera una opción a tener en cuenta).

Finalmente, respecto del eje argumentativo hasta aquí desarrollado, resta marcar

la contradicción en la que cayó La Nación. Como quedó expuesto, en los inicios del

golpe el matutino saludó la irrupción del gobierno por parte de los militares…y

siete años después, con las primeras medidas del nuevo gobierno democrático en

pos del enjuiciamiento de los mandos castrenses, el diario se acordó del valor

republicano que daba un correcto e independiente funcionamiento de los tres

poderes constitucionales.

5.1.3. Cuando más (información) es menos (claridad).

Un último recurso argumentativo de La Nación, dentro de la dimensión política, para

justificar el golpe intentó mezclarlo y asociarlo con anteriores procesos de factos (y

otros despectivamente llamados populistas) de la historia reciente argentina, de manera

tal que el lector se quedara con la sensación de que el “proceso de reorganización

nacional” que se había iniciado en Marzo de 1976 y que llegaba a su fin en Diciembre

de 1983, simple y ‘livianamente’ fue un eslabón más en una cadena de proyectos

errados en la construcción de un país, omitiendo por completo las características

particulares y extraordinarios (treinta mil desaparecidos) que al día de hoy lo

convirtieron, tristemente, en único en la historia argentina.

De este modo, en pleno 10 de Diciembre de 1983, día de la asunción del nuevo

gobierno democrático, comenzó una operación que intentaba minimizar las

consecuencias económicas y sociales extraordinarias del golpe, intentando ponerlo al

mismo nivel que otros procesos fallidos, como parte de un todo, como un eslabón más

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en una cadena histórica, inevitable y normal de sucesivos gobiernos, tanto democráticos

como autoritarios:

“Pero hoy, 10 de Diciembre de 1983, concluye -es de esperar que para


siempre- algo más. Termina también según un sentimiento extendido,
en la inmensa mayoría de la población, que supera a los votantes del
partido triunfador, una etapa de más de medio siglo de duración, en la
cual se intentaron todos los caminos posibles y sólo se acumularon, en
una visión histórica globalizadora, fracasos sucesivos”.
“El país ha decidido que no queda otro camino que el aprendizaje de
la libertad. Ha comprendido que el acercamiento a la ley es la única
garantía contra la sumisión ante la tiranía. En esa largísimo etapa de
casi medio siglo se ensayaron los caminos del fraude patriótico y sólo
resultaron conflictos y problemas mayores de los que se intentaba
superar. Se ensayaron varias veces los gobiernos de facto, con signos
diversos, con hombres de distintas capacidades, y con intenciones
contradictorias, identificados por el denominador común de la
concentración del poder en una sola mano y la facultad de tomar
cualquier tipo de decisiones” (La Nación, 10 de Diciembre de 1983,
pág.8, Fin del Proceso y nuevo gobierno).
Para apoyar la idea anterior (el golpe como un capítulo más dentro de 50 años de

idas y venidas), sobre la base de la misma nota La Nación también hizo una

recapitulación de los que llamaba (despectivamente) gobiernos populistas, en alusión al

reflejo de un modelo agotado en lo social y económico:

“A partir de 1943, los esquemas corporativistas comenzaron a


imponerse en las leyes y en la estructura del Estado, sobre todo en los
órdenes social y gremial. No se ha logrado salir del todo de esa
mentalidad, que en muchos ciudadanos han terminado por admitir sin
siquiera darse cuenta de ello, y también se cosecharon fracasos tras
fracasos mediante este sistema que, además, funciona sobre la base
de la corrupción, la venalidad y la obsecuencia.
Se ensayaron, así mismo, los senderos de un falso acatamiento a la
Constitución. Tuvimos por muchos años -la última vez entre 1973 y
1976- gobiernos que proclamaban respetar el orden constitucional,
que mantuvieron los cuerpos deliberativos en vigencia que se decían

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F.P.yC.S.

legítimos porque provenían de elecciones realizadas según


procedimientos inobjetables en su forma, pero que mediante
mecanismos implacablemente aplicados falseaban el espíritu de la ley
y de la Constitución. Los órganos legislativos no hacían sino
responder a los dictados del poder absoluto del partido oficial,
encarnados en la persona de su líder o de sus fieles seguidores, las
voluntades eran compradas mediante todo tipo de privilegio, la
libertad de expresión -sin la cual los resultados de las elecciones
siempre pueden quedar a merced de los gobernantes- quedaba
recudida a manifestaciones que no alcanzaban ni podían llegar a
todo el pueblo, y una gigantesca maquinaria del Estado manipulaba
a gusto la opinión pública.
Pero esto senderos concluyeron con fracasos que pagamos entre
todos. De hoy en adelante queda un solo camino por transitar: el del
régimen constitucional auténtico en su forma y en su fondo”.
“Significa negar la facultad de abusar de la libertad y de los derechos
constitucionales a quienes sólo buscan destruir el estado de derecho,
bajo el cual se amparan con la exclusiva intención de instaurar el
despotismo o el terror. Significa la voluntad y la decisión de no admitir
bajo ningún concepto ni excusa los métodos innobles de la subversión
y de la violencia, porque los regímenes democráticos que por
debilidad o por táctica fundada en intereses partidarios o electorales
de corto alcance permiten el desarrollo de esas fuerzas quedan muy
pronto presos en sus redes y salir de ellas tiene un precio que la
Argentina ya pagó una vez -la experiencia es muy reciente- y no quiere
volver a pagar-” (La Nación, 10 de Diciembre de 1983, pág.8, Fin del
Proceso y nuevo gobierno).
E incluso, en una nota de opinión del mismo 10 de Diciembre, el diario repite su

argumento de instalar en la sociedad la idea de que el golpe de Marzo de 1976 fue tan

sólo uno más dentro de un gran ciclo de intentos malogrados de gobierno (tanto

democráticos como de factos). Es decir, se pretendía normalizar las consecuencias del

golpe de 1976 -dado que a esta altura lo sucedido en el Proceso de Reorganización

Nacional ya no podía ser escondido (u obviado) en lo inmediato-, por lo que el recurso

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F.P.yC.S.

discursivo de La Nación buscó camuflarlo dentro de la cotidianeidad de sucesos de una

nación:

“Destierro de la oprobiosa pobreza. Hasta ayer hablábamos de ciclos


parciales que jugaron dentro de un gran ciclo del año 1930 hasta
1983, ciclo negativo, con alternancias y decadencias, con paz y con
derrota militar en guerra. Hoy podemos decir que se inaugura,
esperemos que para cien años, la segunda época de la vida argentina
bajo la Constitución, es decir, con soberanía plena del pueblo,
división de poderes, derechos civiles y políticos; en otras palabras,
derechos humanos, renovación de los poderes de acuerdo con las
normas constitucionales, con justicia organizada y respetada, con
federalismo de conformidad a la Ley fundamental, y desde luego, en
paz, con trabajo, con destierro de la oprobiosa pobreza pues ahora en
adelante no aceptaremos complacidos la afirmación de que progreso y
miseria se desarrollan paralelamente”.
“Ha crecido la conciencia histórica del pueblo. No nos referimos al
conocimiento académico de la historia sino a la conciencia de la
situación actual, de las causas, errores y crímenes que la produjeron y
de la intuición y la reflexión acerca de lo que debemos hacer para
salir del pozo. Esa conciencia histórica, sentimiento profundo, suma
de intuiciones, vislumbres y reflexiones, es lo que se ha dado en llamar
con justicia la razón histórica, distinguiéndola del racionalismo
abstracto y académico. Las fuerzas de la vitalidad y del poder de la
razón parecen sumarse en este momento intenso de la Argentina” (La
Nación, 10 de Diciembre de 1983, pág.8, Es la hora de la
responsabilidad republicana).
Hacia el 11 de Diciembre de 1983, se insistía con la intención de disimular las

secuelas del gobierno de Videla-Viola-Galtieri respectivamente, a través de una visión

general y homogénea que dejaba de lado lo particular. Decíamos, esta mirada ubicaba al

golpe como parte de un proceso histórico más extenso que incluía por igual democracias

y gobiernos ilegítimos, señalándolo incluso como un período por el que todo el pueblo

debiera hacerse responsable; tanto por los aciertos como por los errores. De este modo,

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F.P.yC.S.

se equiparaba con total ligereza las equivocaciones de gobiernos democráticos con los

horrores del último golpe:

“Desde ayer, la vida institucional de la Argentina ha entrado en los


cauces de la ley. Mañana el país reanudará sus actividades en todos
los terrenos. Será el principio de una semana similar a las de tantas
jornadas en las cuales los habitantes retornan a las tareas habituales
al cabo de la pausa dominical que caracteriza a nuestra civilización.
Pero en esta ocasión el país iniciará esa jornada con un signo
diferente. El gobierno nacional, los gobiernos de provincias y las
autoridades municipales ejercen sus mandatos en la legitimidad de un
acto eleccionario inobjetable y en adelante lo ejercerán, también,
sujetos a los dictados de la ley.
Estamos, otra vez, en el Estado de Derecho. No hay, en adelante, para
los argentinos, tarea más importante que luchar por su sostenimiento
perdurable: de ahí la condición fundamental, e ineludible, para
intentar la tarea de solucionar los problemas que parece la
República”.
“Es conveniente (…) destacar que la Argentina mostró ayer ante los
ojos del mundo la imagen que lamentablemente se había deteriorado
en exceso”.
“El presidente de la Nación, ya formalmente en el ejercicio de sus
funciones, habló al pueblo reunido debajo de los balcones del Cabildo.
En ese mismo lugar surgió en Mayo la patria de los argentinos. Entre
esas paredes se guarda el testimonio de nuestros orígenes como
Nación. Al terminar su discurso el mandatario repitió las palabras que
usó como proclama constante durante su campaña: las del preámbulo
de la Constitución Nacional. Debe verse allí un enlace del presente
con nuestra historia y un compromiso del que el país toma nota.
Porque esas palabras fueron escritas por los hombre que en 1853 y
1860 redactaron y aprobaron la Carta que habría de hacer verdad las
aspiraciones de Mayo. Repetidas hoy, en 1983, al cabo de un período
tan colmado de situaciones conflictivas y en medio de las graves
dificultades del momento, significan que la Argentina es una a través
de los siglos y que recoge el mensaje de la Organización Nacional
porque los considera válido para el futuro”.

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“No cabe entonces entender la tarea que espera al nuevo gobierno y al


pueblo todo, de ahora en adelante, como punto de partida desde el
vacío. Somos herederos del ayer y debemos aceptarlo con todas sus
virtudes y sus errores para cumplir una misión que excede la obra de
un hombre o de generación” (La Nación, 11 de Diciembre de 1983,
pág.10, Un compromiso histórico).
También es interesante marcar el papel que se le atribuía al pueblo argentino desde

(y en) el discurso del diario, que expresaba dos ideas fuertes: por un lado, la automática

e implícita inclusión del los argentinos en la aceptación de que la denominada

“subversión” fue la causa del golpe; y por otro lado, en la creencia de que la guerra

contra esa “subversión” llevó inevitablemente a más muerte, en contraposición a lo que

se dijo acerca de que haya fue un plan de exterminio de los sectores que se oponían a la

instauración de un nuevo modelo socioeconómico. Estas dos ideas pudieron verse en la

siguiente nota editorial del 7 de Diciembre:

“El pueblo de la Nación Argentina siente un profundo rechazo


moral hacia los hombres que hicieron del terrorismo, en sus más
perversas manifestaciones, su arma favorita y que empujaron al país a
uno de los más dolorosos momentos de su historia. El crimen
fríamente perpetrado, los secuestros y las extorsiones consiguientes,
los vejámenes y las torturas: he ahí el camino abierto por bandas
adiestradas en la violencia y formadas por hombres y mujeres
espiritualmente trastornados, por ideologías disolventes y contrarias a
principios elementales de la civilización. Ese camino se multiplicó en
sendas que se confundieron luego; la represión ulterior desencadenó
más violencia y nuevos crímenes siguieron ensombreciendo la vida
nacional” (La Nación, 7 de Diciembre de 1983, pág.8, El regreso de
los montoneros).
Y en la misma nota se hablaba de ‘Argentina’ en tanto sinónimo de todo un

pueblo que promovería la vuelta de las FF.AA. si fuera necesario:

“Ya ocurrió esto en la Argentina. El precio pagado ha sido muy alto.


Para evitar volver a sufrir la misma situación será necesario, pues,
una clara conciencia cívica y eventualmente una decisión muy firme

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F.P.yC.S.

de oportuna respuesta, con todo el peso de la Justicia y de la fuerza


de Estado, ante las primeras manifestaciones de violencia y de terror.
Entretanto, la voluntad política de la Nación se endereza
inequívocamente hacia el orden constitucional, hacia la libertad, hacia
el respeto irrestricto de los derechos humanos. Esto impone pagar otro
precio, también alto, también doloroso: es el sacrificio de admitir aún
los derechos de quienes han demostrado no merecerlos (…)”.
“La democracia impone el respeto de todas las ideas, siempre y
cuando se luche por ellas dentro de las normas de la democracia. El
sistema constitucional admite todas las propuestas, pero no debe
tolerar a quienes se cobijan a su sombra y simultáneamente intentan
destruirlo”.
“Si la Argentina admite en su seno a quienes la condujeron a su caos
por los métodos del terror y la subversión, porque así lo señala ahora
la ley vigente, y si debe seguir tolerándolos porque esa ley no ha
encontrado todavía la forma de impedir su retorno, debe hacer saber
públicamente que no está dispuesta a permitir, de nuevo, ni los
errores ni los crímenes cometidos por quienes parecen dispuestos a
aprovecharse, otra vez, del espíritu y de la letra de la Constitución
que nunca respetaron y que impunemente destrozaron” (La Nación,
7 de Diciembre de 1983, pág.8, El regreso de los montoneros).
En consonancia, volviendo a la editorial del 10 de Diciembre, vemos como

también se justificó la instauración del gobierno militar como un suceso inevitable. Más

aún, se destacó indirectamente la decisión de dicho gobierno inconstitucional de

‘asumir’ en medio del caos, para finalmente plantear el apoyo que existió por parte de la

gente para con las FF.AA (cuando en realidad lo honesto hubiese sido hablar de

‘irrupción’ de la democracia):

“Así como es intento vano disimular aquella imagen de fracaso, sería


absolutamente injusto olvidar, hoy, la situación del país cunado las
Fuerzas Armadas se hicieron cargo de un poder ya inexistente, en
medio de la subversión armada y del caos económico y social, el 24
de Marzo de 1976. Así como sería mezquino no reconocer, ahora, que
en ese día una gran parte de la sociedad argentina entendió que esa
acción militar era la única posibilidad de salir de aquel caos y de

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F.P.yC.S.

encaminarse hacia el orden y la democracia. El pueblo argentino


supo entre 1973 y 1976, lo que era el miedo, como consecuencia de un
terrorismo indiscriminado; lo que era la muerte sembrada en las
calles de las ciudades y en las campañas; lo que la lucha entre
compatriotas y lo que significaba estar a merced de bandas sin
control. Supo después, además, que no es bueno dejar los senderos de
la ley para luchar contra esos males, condenó los excesos tan injustos
e indiscriminados como los crímenes que los motivaron y aguarda,
todavía, que la grave cuestión de los desaparecidos pueda hallar en la
Justicia y en la Historia el desenlace indispensable y conveniente para
que el país marche hacia el futuro, libre de ese peso insoportable” (La
Nación, 10 de Diciembre de 1983, pág.8, Fin del Proceso y nuevo
gobierno).
A lo largo de este eje argumentativo, La Nación buscó nuevamente justificar el golpe

describiéndolo simplemente como uno más dentro de una serie de gobiernos

(fallidos) a lo largo medio siglo; e incluso minimizó las consecuencias económicas y

sociales disimulándolas como parte de la vida diaria de un país.

El diario también recuperó el Proceso de Reorganización Nacional de 1976 como

un paso necesario para que Argentina recupere el rumbo fundamentalmente en lo

económico; y argumentó esta visión a partir del recurso de ‘oposición’ a muchos de

los anteriores gobiernos tildados despectivamente de populistas, sentando las bases

discursivas en apoyo al nuevo modelo socioeconómico.

Por último La Nación invocó al pueblo (al igual que en el anterior apartado),

sindicándole un espíritu cómplice frente a las ideas vertidas en sus páginas, pero

haciendo hincapié en dos aspectos: por un lado, los argentinos debían asumir parte

de la culpa frente a esos gobierno fallidos (legítimos y anticonstitucionales); y por

otro lado, la sociedad había aceptado la teoría de la “subversión” como la razón de

ser del golpe, así como una consecuente guerra contra ella.

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F.P.yC.S.

5.2. El Modelo Económico. Cuando los santos (neoliberales) vienen marchando.

Tanto de manera explícita como tácita, La Nación buscaba ya no sólo denostar el modelo

económico imperante desde las décadas previas a aquellos años -con fuerte signos de

protagonismo estatal-, sino preparar desde el discurso la llegada e imposición de un

modelo de estructura netamente neoliberal, donde el Estado vería reducida al mínimo su

participación en la vida económica del país y con medidas claramente antipopulares.

5.2.1. Un golpe de gracia a la ya débil economía.

Y si hablamos de un nuevo modelo político impuesto por el gobierno de facto, también

tenemos que hablar de un nuevo modelo económico. En este punto, el interrogante que

surge intenta dilucidar si la imposición de lineamientos neoliberales en materia

económica fue un fin en sí mismo, y la medidas políticas acompañaron y facilitaron

dicha exigencias, o si por el contrario la economía fue simplemente un medio, una

excusa, sobre la cual golpear cual talón de Aquiles, para crear las condiciones que

dieran la bienvenida al golpe.

En todo caso, no puede extrañarnos que el eje argumentativo de La Nación, en los

días previos al golpe, girara en contra del modelo vigente, de sus medidas “populistas”,

incluyendo también algunas palabras de complacencia con las teorías neoliberales.

Hacia la instauración del golpe militar, en una nota de tapa de Marzo de 1976, el

diario se hacía eco de sus propios intereses (claramente empresariales) así como de los

de las FF.AA., quienes empezaban a mostrar su desconfianza y desacuerdo con la

economía vigente, como paso previo a la imposición del modelo que reemplazaría al

vigente:

“Lo que menos se disimula, sin embargo, no es eso, sino la perplejidad


de los mandos castrenses ante los anuncios de que las medidas

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F.P.yC.S.

económicas del doctor Mondelli no constituyen en realidad un plan”


(La Nación, 20 de Marzo de 1976, Observación y mutismo en el
ámbito castrense).
En el mismo número, se destacaba la manera en que el diario tomó partido a favor

de lo que podríamos llamar el periodismo nacional (en tanto institución social), a través

de una declaración corporativista y claramente tendenciosa a partir de las cuales La

Nación criticó las medidas económicas del modelo vigente, que -a el decir de la nota.

encarecía los insumos básicos para un normal quehacer periodístico de las empresas de

medios:

“En una resolución de la Asociación de Entidades Periodísticas


Argentinas (ADEPA) (…) se decidió ‘rechazar la acusación de una
supuesta campaña orquestada por los órganos periodísticos sobre la
base de infundios, rumores, transcendidos y falsedades, cuando su
misión se ciñó a dar estado público a hechos relevantes en la vida de
la Nación y al derecho de sus habitantes de estar debidamente
informados’.
“Declaró también la entidad que la situación económico financiera
del periodismo nacional es de extrema gravedad, y amenaza con la
desaparición de importantes órganos de prensa. Otras resoluciones
refieren a las elevadas deudas de Télam con las empresas
periodísticas por la publicad oficial”.
“(…)‘sin perjuicio de las amenazas que permanentemente se ciernen
contra el ejercicio de la libertad de prensa, existen otros medios por
los cuales el periodismo puede ser conducido a una asfixia susceptible
de provocar su desaparición’, entre los cuales, ‘el más relevante y
directo’ está referido a las medidas económicas del gobierno nacional,
las que en los últimos tiempos han incidido ‘en una magnitud
insospechable, al punto que, por medio de las sucesivas mini
devaluaciones, el tipo de cambio para la importación de sus
principales insumos, entre los que el papel tiene máxima gravitación,
fue llevado a de un promedio de 8.68 al actual de 140.30’. A ello se
añade la suspensión del régimen de seguros de cambio por la
acelerada devaluación, y que los pagos al exterior deben hacerse a los
180 días, por lo que no existe seguridad acerca del costo final de

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F.P.yC.S.

dichos insumos” (La Nación, 20 de Marzo de 1976, Amenazas a


libertad de prensa).
Y hacia el 22 del mismo mes, no sólo se reiteraban las críticas respecto de la

crisis económica argentina, buscando debilitar el gobierno vigente (lo cual a esta altura

era casi una cinema continuado), sino que también en esos descontentos se empezaban a

vislumbrar las líneas del modelo económico que se buscaba instalar en un futuro

inmediato:

“Los expertos cazadores saben que es prácticamente imposible matar


un hipopótamo con una ametralladora. Sólo se lo puede cazar con un
arma de gran potencia y suma precisión. Este hecho viene a la
memoria cuando se analiza muchas de las críticas a las medidas
económicas propuestas y adoptadas en los últimos días. Se disparan
contra ellas andanadas de proyectiles que van a dar a cualquier parte,
menos en el blanco.
Se señala entre otras cosa, que los recientes aumentos de impuestos al
comercio exterior tienen propósitos fiscalistas, lo cual es simplemente
una tautología, pero los critica por ello. Los proyectiles no dan en el
blanco, por cuanto la alternativa a esos impuestos la constituye la
emisión monetaria, que es -en realidad- una gabela mucho más inicua
y perniciosa. El blanco al que hay que apuntar es el gasto público
improductivo, la proliferación de una burocracia incrementada como
sustituto al seguro de desocupación y el derroche causado por la
improvisación, las marchas y contramarchas, ‘panem et circenses’,
la irresponsabilidad, el despilfarro y la corrupción. Esto se paga con
el torrente de papel impreso en la Casa de la Moneda a través del
mecanismo del aumento de precios. El peor impuesto es preferible a
la destrucción de nuestro sistema monetario a través del
empapelamiento” (La Nación, 22 de Marzo de 1976, pág.7, Para dar en
el blanco).
En definitiva, la operación mediática desde La Nación hacia la llegada de los

militares se podía jactar de atacar directamente el viejo modelo y sus fuertes bases

político-sindicales-económicas, preparando así el terreno para la llegada de un nuevo

orden que nacía en la creada necesidad de un patrón económico de neto corte neoliberal,

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que priorizaría un feroz achicamiento del Estado (o cuanto menos una mínima

intervención del mismo) principalmente en el aspecto económico:

“(…) ya se sabe lo que no hay que hacer, pues el dirigismo y la


estatolatría acaban de demostrarnos su empobrecedora contextura
práctica” (La Nación, 26 de Marzo de 1976, pág.6, El Rumbo de las
Fuerzas Armadas).
Decíamos, el eje argumentativo del diario que planteaba una dicotomía entre un

modelo con excesivo protagonismo del estado y un modelo neoliberal (sobre el cual el

diario mostraba favoritismo), obligó de alguna manera a La Nación a fundamentar su

posición frente a la realidad económica, y de esta manera frente al golpe.

Aparecieron en el discurso argumentativo dos valores, la educación por un lado y

el oficio periodístico por otro (en cuanto a las condiciones económicas para su práctica),

que fueron la razón para el ataque a la realidad económica así como el beneplácito del

diario en pos de un cambio drástico al respecto. Así pues, no resultaba casual que hacia

el 24 de Marzo de 1976, La Nación apelara desde el discurso a la figura de la educación

y a las instituciones responsables de tal objetivo, para ser presentada como víctimas de

una realidad acuciante en lo económico, y de esta manera estigmatizarlas frente al

desconcierto social:

“En nuestro editorial referido a la iniciación de las clases en la


enseñanza primaria y media señalamos la escasa utilidad de las
palabras o las acciones al margen de la consideración realista del
panorama argentino de estos días. Lo ocurrido en el primer día del
ciclo lectivo y en los siguientes confirma, lamentablemente, el acierto
de esa preocupación. El discurso ministerial pronunciado para
dejarlo inaugurado consagró el año escolar a la memoria de fray
Mamerto Esquiú, pero por lo demás hizo caso omiso de una realidad
social y políticas dentro de la cual, necesariamente se integra el
mundo de la escuela”.
“Antes, durante y después del discurso del Ministro, la subversión más
decidida ha continuado cobrando víctimas con tenacidad sin par, y los

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atentados terroristas de carácter indiscriminado se han multiplicado a


lo largo y a lo ancho de la República”.
“El alza de precios ha continuado su ronda cotidiana, casi horaria, y
ninguna disposición aislada podrá resolver el problema de los costos
escolares sino se ataca la raíz del asunto. Es decir, nadie en el mundo
oficial reconoció la hondura de los errores cometidos ni se decidió a
transitar por rumbos absolutamente diferentes” (La Nación, 24 de
Marzo de 1976, pág.6, El comienzo del año lectivo).
Adentrándose en el otro momento crucial de análisis -diciembre de 1983- nos

encontrábamos con una Argentina similar a una burbuja urbana de especulación

frenética, una infraestructura en evidente desintegración de un pasado de desarrollo, la

liquidación de las grandes y medianas empresas públicas, y un enorme vaciamiento de

las riquezas del sector público en dirección al sector privado seguido de una enorme

transferencia (paralelamente pero en sentido inverso) de deudas privadas a manos

públicas. Se podría decir, el objetivo cumplido por parte de las FFAA, un

desmantelamiento de la matriz social anterior, donde primaba la intervención estatal, una

búsqueda de integración económica y política de amplias masas, industrialización, etc.

Por el contrario: comienzan los procesos de exclusión, desempleo, el estado se corre de

la escena económica, aunque no desaparecerá (por el contrario, será el garante de que los

capitales privados puedan intervenir y crecer cada vez más), y por otro lado, la nueva

primacía del capital financiero.

Con la vuelta a la democracia, el eje argumentativo y justificativo de La Nación en

defensa de un fallido plan económico inspirado en la Escuela de Chicago6 continuaba

alimentando la dicotomía entre la opción por un modelo con fuerte presencia estatal,

que se presentaba desde el diario como poco menos que desastroso e ineficiente, versus

la opción cuasi reveladora y milagrosa por un modelo de contracción total del estado en

6
Liderada desde sus principios por Milton Friedman, en lo económico está fuertemente vinculada a una
teoría que rechaza las regulaciones económicas estatales (práctica de raíz keynesiana) en a favor del
liberalismo económico (con Adam Smith como máximo exponente).

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cuanto a su protagonismo en materia económica. Claramente, la posición del diario

mostró el apoyo a esta última.

En una nota del 5 de Diciembre de 1983, empezaba a ensayarse una defensa del

golpe a partir del carácter ineludible del mismo en su momento; y más aún, se abogaba

por la continuidad del modelo económico impuesto, mediante el cual se había previsto y

ejecutado un enérgico recorte de las injerencias y controles estatales sobre las empresas

privadas:

“La idea fundamental subyacente en toda la campaña de Alfonsín y


que en definitiva le da el triunfo es la de la libertad personal”.
“El también representa la vuelta a la Constitución y a la ley que fuera
necesariamente quebrada por el gobierno de facto”.
“Sin duda, el nuevo gobierno corregirá errores respecto de los
derechos humanos, de la libertad de prensa o de los derechos
políticos de los individuos, pero sería realmente lamentable que
achicara y restringiera la libertad en lo económico, porque en este
aspecto también la libertad nos brinda el más eficiente sistema de
creación de riqueza y su forma moral de distribución”.
“El intervencionismo por el placer de intervenir. Los funcionarios
establecen las reglas del juego creando penalidades e incentivos,
lucubrando laberintos legales y poniendo vallas y obstáculos al
quehacer diario de los ejecutivos, que los tienen que ir sorteando con
valentía y habilidad” (La Nación, 5 de Diciembre de 1983, pág.10,
¡Libertad, libertad, libertad!).
Se continuaba así con una abierta defensa a la imposición de un modelo

neoliberal, en contra del modelo anterior, que con sus más y sus menos había intentado

asegurar ciertos derechos básicos. Incluso, se podría arriesgar sin temor a equivocarse

que la defensa del modelo del libre mercado, que comenzó a gestarse con el inicio del

golpe en Marzo de 1976, sería la semilla de las privatizaciones que llegaron

posteriormente en la década de 1990:

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“Cuando el mercado es libre, los capitales se invierten de acuerdo con


las más apremiantes necesidades de los consumidores. Los precios y
las ganancias actúan como luces que indican qué caminos tomar.
Todo es automático, espontáneo, natural. Gana quien mejor sirve a los
consumidores en la misteriosa conjunción calidad-precio. Es el triunfo
de la eficiencia.
El intervencionismo deportivo es causa y razón de ser de la ‘patria
financiera’. Al imponer caminos distintos de los que elegirían
libremente productores y consumidores o ahorristas y tomadores de
fondos, necesariamente genera pobreza y amoralidad. El Gobierno
debe imponer siempre la coerción para aplicarlo. Es la antítesis de la
libertad”.
“Robin Hood robaba a los ricos para distribuirlo entre sus amigos
pobres. La mayoría de los argentinos piensa que es perfectamente
moral que esta acción la realice el Estado y, como si eso fuera poco,
están convencidos de que lo que da el Estado es gratis.
Lamentablemente no hay nada gratis en este pérfido mundo, y
cuando el Estado le saca algo a los más adinerados, como por
ejemplo con el impuesto a las ganancias, la menor capitalización
determina una menor producción, esto hace subir los precios y a la
postre son los consumidores los que acaban pagando.
Creo que eliminar el robinhoodismo, es decir, todo aquello que el
Estado da supuestamente gratis -aumentos a jubilados, educación,
hospitales, salario familiar, etcétera- no gozaría del consenso público
y que sería poco político encararlo inmediatamente.
Quienes creemos en la responsabilidad personal, en el respeto de la
propiedad individual, que lo que se recibe gratis cuesta más y se
valoriza menos que lo que se adquiere, que pensamos que el Estado,
por su naturaleza, es un pésimos administrador, que la burocracia
paraliza la creatividad, que el paternalismo torna inevitable la
inflación, y que ésta es un flagelo que castiga más duramente a los
más humildes consumidores debemos seguir en nuestra labor de
convencimiento” (La Nación, 5 de Diciembre de 1983, pág.10,
¡Libertad, libertad, libertad!).
A lo largo de este eje argumentativo, hubo por parte de La Nación un ataque al

modelo económico vigente previo al inicio del golpe de 1976, tildándolo

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despectivamente de populistas. Y de esta manera el diario también debilitaba el

gobierno de Isabel Perón en lo político.

Paralelamente, en esos descontentos (en materia económica) que La Nación

incurría, se vislumbraron los principios del nuevo modelo económico que buscaba

promover, creando la necesidad de un patrón económico neoliberal.

Pero el objetivo, a lo largo de este eje argumentativo, no sólo fue asistir a la

imposición de un nuevo modelo en lo económico, sino que se vio como La Nación

abogó por la continuidad de dicho patrón financiero, cuidando sus intereses

empresariales.

5.2.2. Un nuevo modelo económico, ¿de (y para) todos?

Y el cambio profundo de modelo económico que se alentaba desde la clase dominante, que

se vislumbraba traumático y de dudoso éxito respecto del bien común de los argentinos

y que por ende encontraría una fuerte resistencia en el grueso de la sociedad argentina,

necesitó por parte de La Nación una política informativa que comience a referirse

insistentemente a la idea de que el éxito del nuevo plan económico dependía en gran

parte si contaba con un respaldo popular masivo, incluso de cara al futuro inmediato y

haciendo perdurar en el tiempo la ortodoxia neoliberal que se había instalado.

Ya frente a los bruscos giros que depararía la economía propuesta por la Junta

Militar el diario alentaba de manera tácita a que la sociedad adopte una posición

acrítica; es decir, que fuera cómplice y no cuestionara los cambios que se venían por

parte de las FF.AA. en materia financiera; y de esta manera también se leía

subyacentemente lo traumáticas que terminarán siendo dichas transformaciones:

“En la medida en que no exista en la opinión pública ninguna duda


acerca de la invariabilidad de aquel rumbo, mayor será el crédito
abierto para el cumplimiento de la ingente tarea de reconstruir al

p.82 de 97
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aparato productivo del país. Este aparato ha sido desquiciado por una
siniestra carrera entre los errores de una orientación económica
sujeta a conveniencias partidistas y los desbordes de un sindicalismo
ansioso por expandir su participación en el poder. El efecto de esa
carrera ha sido la ruina económica enancada a la largísimo crisis
política. La instalación de un gobierno militar es el final del desajuste
en lo que concierne a una anómala concepción del ejercicio de la
autoridad. Precisamente las características del tramo que ahora se
empieza a recorrer indican que ha sobrevivido un lapso en el cual los
fenómenos más irritantes de la desinteligencias política han sido
trasladados a un plano desde el cual no debe interferir en la
dificultosa obra de sacar al país de la postración económica” (La
Nación, 26 de Marzo de 1976, pág.6, El Rumbo de las Fuerzas
Armadas).
Otro rasgo de manipulación que La Nación intentaba ejercer sobre la opinión

pública se expresó en su número del 29 de Marzo, donde volvía sobre la idea de un

modelo -de rasgos populistas- fallido que decantó en una pauperización social y

económica. Paralelamente, se incorporaba la idea de que todo el pueblo debía apoyar el

nuevo modelo, a fin de asegurar el éxito esperado:

“Hemos vivido un proceso de deterioro de la sociedad y del hombre


argentinos. El ciudadano experimentó un doloroso sentimiento: era
defraudado no sólo por el incumplimiento de planes prometidos y en
los cuales pudo confiar o no, sino porque -además- se le substrajo lo
que ya tenía. La ilusión de un gran destino nacional, las posibilidades
de ser y hacer, la factibilidad de tener progresivamente un mejor nivel
de vida, debieron resignarse. Cada vez más nuestro hombre tuvo que
conformarse con menos, no ya en cosas superfluas, sino en las que
justifican y dan sentido al esfuerzo del trabajo diario y que antes eran
accesibles”.
“(…) la crisis espiritual ha sido el aspecto más dramático, y es visible
que en los objetivos enunciados por el nuevo gobierno subyace esa
honda ansiedad y el deseo de recuperar la buena voluntad, la
confianza y la inteligencia de nuestro ciudadano. Este es un punto

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F.P.yC.S.

esencial de apoyo para todo plan” (La Nación, 29 de Marzo de 1976,


pág.4, La edad de la razón).
De este modo, se abría el paraguas y se preparaba el terreno para los dolores que

habrían de presentarse -que no serán otros que las víctimas que habrá de cobrarse la

imposición del nuevo modelo-. Se planteaba, asimismo, que el nuevo modelo

socioeconómico sería una responsabilidad de todos:

“Cuando un hombre pasa por momentos difíciles en su vida personal,


una de las claves para salir del abatimiento es que se haga dueño de la
verdad de su conducta, de sus conflictos, de sus fracasos, de sus metas
mal planteadas. A través de una cura de desenmascaramiento de
muchas ficciones que lo habían enfermado, el ánimo se depura”.
“Desde la verdad asumida y profesada con bases firmes, el hombre
recupera su centro, enriquece su presente y es capaz de encarar su
futuro de modo constructivo.
No es vana analogía transferir al orden social un esquema semejante.
Muchos argentinos están sedientos de verdades, escépticos a toda
explicación que procure eludir responsabilidades de las decisiones y
de las culpas”.
“Maduramente, sin alborotos, se pueden rescatar proyectos vitales. Y
esto abre paso a la alegría de pensar en que los dolores vividos y los
que han de presentarse alumbran a un mejor futuro”.
“Torcer una situación adversa y transformarla en positiva es una
empresa estimulante; hay que aceptar el desafío de la hora. El
llamado de la participación generalizada de la ciudadanía es una
alentadora opción” (La Nación, 29 de Marzo de 1976, pág.4, La edad
de la razón).
Y, como decíamos, los drásticos cambios que el nuevo modelo económico

conllevaría se justificaban a partir de su contraste con la situación económica vigente.

Asimismo, se mostraba la intención de que este proceso de transformación, que no sólo

afectaba al campo económico, debía tener durabilidad por varios años, y no restringirse

únicamente a la coyuntura en la cual comenzó a gestarse:

“Si alguien piensa que los graves desequilibrios, deformaciones


estructurales, mal uso de los recursos y distorsiones en el mecanismo

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F.P.yC.S.

de la formación de precios que afectan a la economía argentina en


estos días pueden resolverse fácilmente mediante la aplicación de
algunas terapias simples, esa persona, además de padecer una grave
equivocación, no está preparada para adecuar su conducta a las
circunstancias que rodearán el restablecimiento del aparato
productivo nacional”.
“La economía argentina tiene dos grandes sectores: el que está
sometido a la economía de mercado y puede sólo ocupar a las
personas que producen el equivalente del sueldo o salario que cobran,
y el sector público, para el cual no es necesario que se producta esa
equivalencia. Para corregir la grave deformación provocada por el
rápido incremento del número de los que no están sujetos a la
disciplina del mercado es necesario revertir el proceso. Como la
empresa privada no se crea por decreto, resulta necesario alentarla
por el único medio eficaz: la obtención de ganancias para inversores,
promotores y dirigentes”.
“Una vez iniciada nuestra recuperación, dentro de dos o tres años,
podremos esperar aportes significativos” (La Nación, 30 de Marzo de
1976, pág.6, La tarea por delante).
Ya cuando fue imposible esconder los signos de que el nuevo modelo económico

apuntaba a los intereses de unos pocos privilegiados (y no a un bien colectivo y

mayoritario), La Nación, en las cercanías de una vuelta a la democracia, en su nota del 5

de Diciembre de 1983 comenzó a sembrar la idea de un modelo económico con algunos

errores, o en todo caso, con daños colaterales; pero sin reconocer los responsables e

ideólogos de dichas medidas.

De esta manera, la inflación y la deuda externa, así como los problemas que éstas

acarreaban para el país, empezaron a ganar espacio en las páginas del diario, y sin

embargo nada se decía sobre las causas de estos desajustes económicos para así

entender sus orígenes y llegar a alguna solución. Por el contrario, se le quería hacer

creer al pueblo que la respuesta llegaría como por arte de magia, desviando la mirada

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F.P.yC.S.

sobre qué había producido el aumento extraordinario de la deuda externa por ejemplo,

relacionado claramente, como decíamos, con la estatización de la deuda privada:

“Hoy, el gobierno radical tiene la oportunidad; es más, el compromiso


de implementar las ideas de libertad que le dieron el triunfo electoral.
La más interesante es que si se aplicara esta política, la inflación y la
deuda externa, que son los dos problemas económicos argentinos más
acuciantes, y vaya que lo son, desaparecerían como por encanto.
La inflación es el resultado de que crecientes gastos e inversiones
públicas persiguen a empobrecidos consumidores y productores. Si no
se revierte esta tendencia nos va a devorar. Los índices de noviembre
nos señalan lo cerca que estamos de que desbloqueen los precios y el
peso pierda totalmente su valor.
Si esto sucede, viviremos angustiosos momentos políticos y sociales.
Una política de cambio libre, bajos impuestos y respeto de la
propiedad atraería capitales de todo el mundo.
La mitad del problema de la deuda externa quedaría solucionada y la
otra mitad dejaría de ser un problema al aumentarse las exportaciones
y reactivarse la economía en virtud de esos mismos capitales que se
invierten” (La Nación, 5 de Diciembre de 1983, pág.10, ¡Libertad,
libertad, libertad!).
A la luz de los hechos, se veía como el tratamiento aplicado desde la Junta Militar

(y la corriente neoliberal) en materia económica nunca tuvo como real objetivo devolver

la salud a la economía, sino que su real fin consistió en enviar la riqueza a los de arriba,

desfavoreciendo y empobreciendo a las demás clases.

Siete años después del derrocamiento de Isabel Perón, a las puertas de la asunción

de Raúl Alfonsín, la contienda discursiva desde las páginas de La Nación entre los dos

modelos económicos seguía más fuerte que nunca7. Por un lado, persistía la crítica al

modelo económico que priorizaba derechos básicos como la educación y la salud; y por

otro lado, se mostraba un manifiesto beneplácito por las recetas mágicas por llegar

7
Mirado retrospectivamente a treinta años del golpe el, en la práctica, el modelo económico populista
estaba totalmente en descomposición por obra y gracia de los militares; y las décadas subsiguientes no
hicieron más que demostrar que el modelo neoliberal instalado no solo no fue revertido, sino que fue
profundizado especialmente en la década del 90.

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F.P.yC.S.

desde el FMI lo cual, a la luz de lo ocurrido durante los 20 años subsiguientes marcaría

una tendencia:

“El déficit del presupuesto. Nadie duda de que el alto déficit fiscal,
que debe cubrirse con la creación de dinero nuevo, constituye un
problema gravísimo de nuestra actual situación económica.
Es de esperar que las nuevas autoridades económicas habrán de
realizar todos los esfuerzos a su alcance para reducir el déficit. Sin
embargo, parecería que las posibilidades no son muy favorables por
diversos motivos. Entre ellos, cabe mencionar a las poderosas
resistencias que siempre ponen a la disminución del gasto público, al
previsto aumento de ciertos rubros como la salud y la educación, y a
la política general de salarios de tanta influencia en la administración
pública.
Si a esto se agrega la dificultad para crear nuevos impuestos o impedir
la evasión, no se puede ser demasiado optimista en la rebaja de déficit
que, con algún éxito, supongamos pudiera llegar al 9% o al 10% del
PBI. Como se ve, todavía una proporción elevadísima, que impediría
cualquier programa monetarista contra la inflación, al estilo de los
que recomienda el Fondo Monetario Internacional” (La Nación, 8 de
Diciembre de 1983, pág.9, La batalla contra la inflación).
Vemos así como el diario siguió alimentando una lucha de modelos ya no para

apoyar la imposición de uno de ellos, lo cual era un hecho, sino fundamentalmente para

asegurar su perdurabilidad.

Conforme a los sucesos, el diario intentó minimizar las secuelas económicas y

sociales extraordinarias del golpe, pretendiendo (como se dice vulgarmente) ‘meterlo en

la misma bolsa’ con otros procesos fallidos, como parte de un todo, como un eslabón

más en una cadena histórica, inevitable y normal de sucesivos gobiernos errantes, tanto

de origen democrático o autoritario:

“Pero hoy, 10 de Diciembre de 1983, concluye -es de esperar que para


siempre- algo más. Termina también según un sentimiento extendido,
en la inmensa mayoría de la población, que supera a los votantes del
partido triunfador, una etapa de más de medio siglo de duración, en la

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cual se intentaron todos los caminos posibles y sólo se acumularon, en


una visión histórica globalizadora, fracasos sucesivos”.
“El país ha decidido que no queda otro camino que el aprendizaje de
la libertad. Ha comprendido que el acercamiento a la ley es la única
garantía contra la sumisión ante la tiranía. En esa largísimo etapa de
casi medio siglo se ensayaron los caminos del fraude patriótico y sólo
resultaron conflictos y problemas mayores de los que se intentaba
superar. Se ensayaron varias veces los gobiernos de facto, con signos
diversos, con hombres de distintas capacidades, y con intenciones
contradictorias, identificados por el denominador común de la
concentración del poder en una sola mano y la facultad de tomar
cualquier tipo de decisiones” (La Nación, 10 de Diciembre de 1983,
pág.8, Fin del Proceso y nuevo gobierno).
Y finalmente, para apoyar la idea anterior (el golpe como un capítulo más dentro

de 50 años de idas y venidas) en una nota del 10 de Diciembre de 1983 el diario hizo

una síntesis referencial de lo que se llamaría gobiernos populistas, en clara alusión al

reflejo de un modelo agotado en lo económico:

“A partir de 1943, los esquema corporativistas comenzaron a


imponerse en las leyes y en la estructura del Estado, sobre todo en los
órdenes social y gremial. No se ha logrado salir del todo de esa
mentalidad, que en muchos ciudadanos han terminado por admitir sin
siquiera darse cuenta de ello, y también se cosecharon fracasos tras
fracasos mediante este sistema que, además, funciona sobre la base de
la corrupción, la venalidad y la obsecuencia.
Se ensayaron, así mismo, los senderos de un falso acatamiento a la
Constitución. Tuvimos por muchos años -la última vez entre 1973 y
1976- gobiernos que proclamaban respetar el orden constitucional,
que mantuvieron los cuerpos deliberativos en vigencia que se decían
legítimos porque provenían de elecciones realizadas según
procedimientos inobjetables en su forma, pero que mediante
mecanismos implacablemente aplicados falseaban el espíritu de la ley
y de la Constitución. Los órganos legislativos no hacían sino
responder a los dictados del poder absoluto del partido oficial,
encarnados en la persona de su líder o de sus fieles seguidores, las
voluntades eran compradas mediante todo tipo de privilegio, la

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libertad de expresión -sin la cual los resultados de las elecciones


siempre pueden quedar a merced de los gobernantes- quedaba
recudida a manifestaciones que no alcanzaban ni podían llegar a todo
el pueblo, y una gigantesca maquinaria del Estado manipulaba a gusto
la opinión pública.
Pero esto senderos concluyeron con fracasos que pagamos entre
todos. De hoy en adelante queda un solo camino por transitar: el del
régimen constitucional auténtico en su forma y en su fondo” (La
Nación, 10 de Diciembre de 1983, pág.8, Fin del Proceso y nuevo
gobierno).
Notamos que alrededor de este último eje argumentativo la política informativa del

diario fomentó la sensación de que un desarrollo beneficioso del plan económico

impuesto dependía no sólo del respaldo popular, sino también de una posición

acrítica de la gente. Y ese deber del pueblo de no cuestionar los cambios, no hizo

otra cosa que predisponer el escenario para los dolores que se presentaron a

medida que el nuevo modelo económico empezó a mostrar grietas.

Y llamó la atención que así como hacia Diciembre 1983 La Nación sembró la idea

de que el modelo económico impuesto que vio la luz en Marzo de 1976 acarreaba

errores colaterales, el diario no hizo mención alguna respecto de los responsables e

ideólogos de dicho patrón neoliberal. En todo caso, La Nación minimizó las

secuelas económicas y sociales extraordinarias del golpe a través de un recuso (ya

mencionado) que metía al Proceso de Reorganización Nacional ‘en la misma bolsa’

con otros procesos fallidos.

Finalmente, se dilucida en este eje argumentativo un tercer recurso del diario, ya

no sólo en defensa del modelo neoliberal impuesto -por medio de una contienda

discursiva entre ese modelo y un modelo populista-, sino también mostrándose a

favor de la prolongación del primero de ellos.

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6. CONSIDERACIONES FINALES

Es una creencia generalizada que el diario La Nación ocupó un lugar clave durante el

último golpe militar. Este trabajo partió de esta creencia y la puso a prueba a través del

análisis sistemático de fuentes concretas.

Es importante porque nos llama a ver el rol que tienen los medios en todo momento

histórico, y eso le confiere actualidad, porque nos da las herramientas para ayudarnos

hoy a pensar el papel de los medios.

Al mismo tiempo, este estudio nos da herramientas para comprender lo que ahora

sucede, porque todavía pueden verse las consecuencias del rol que cumplió La Nación,

entre otros, como legitimador de aquel orden. Este proceso no obedeció un esquema

simplista según el cual, los militares vinieron por la fuerza, nadie los quería,

necesitaron del diario para imponerse, sino que fue un proceso más complejo en el cual

La Nación colaboró junto con otros actores e instituciones (siguiendo intereses

corporativos propios de las empresas de medios) a la instalación de este régimen.

~
A lo largo de este trabajo quedó demostrado que el primer tema recurrente en las páginas

de La Nación, apoyando la instauración del golpe en Marzo de 1976, fue un ataque

discursivo al gobierno democrático de Isabel Perón.

• La intencionalidad del diario en el plano político mostró una crítica a la conducción

del gobierno democrático y su capacidad resolutiva frente a un contexto desfavorable, a

la vez que desnudó el reclamo de La Nación sobre un cambio drástico de gobierno que

reencausaría la situación del país. Pero más valioso aún fue ver como el diario legitimó

ante la opinión pública la opción militar como el candidato ideal; e incluso

implícitamente impulsó esta alternativa necesariamente golpista.

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Y en cuanto a la dimensión económica, este trabajo también comprobó que La Nación

atacó el modelo vigente (hacia Marzo de 1976), a través del recurso discursivo que lo

calificaba peyorativamente de “populista”. Y ese descontento que La Nación alimentó

no hizo más que revelar los principios del nuevo modelo económico, creando una falsa

necesidad de un patrón económico neoliberal.

Pero el objetivo, por lo visto hasta aquí, no sólo fue asistir a la imposición de un nuevo

modelo en lo económico, sino que se vio como La Nación abogó por la continuidad de

dicho patrón financiero, cuidando inequívocamente sus intereses empresariales.

• Otro tema que pudimos ver con constancia en las páginas de La Nación fue la defensa

del golpe. Así, en la dimensión política y económica confirmamos que La Nación buscó

justificar el golpe, describiéndolo simple y ligeramente como uno más dentro de una

serie de intentos de gobierno frustrados a lo largo medio siglo, lavando y disimulando a

través del discurso los penosos efectos económicos y sociales del mismo como parte

inevitable de la vida diaria de un país.

E incluso, hacia la vuelta a la democracia en Diciembre de 1983, no debe extrañarnos

que el diario haya recuperado al denominado Proceso de Reorganización Nacional,

oponiéndolo a gobiernos anteriores tildados despectivamente de populistas, a la vez que

asentaba los fundamentos de apoyo al nuevo modelo socioeconómico que se imponía.

• Y si hablamos de respaldar el golpe, en su comienzo y en su caída, una figura que

primó en las páginas del diario fue la subversión.

Concretamente, la política informativa de este medio giró en torno a la instalación del

tema de la guerrilla y la construcción de una imagen que la asociaba con un escenario de

violencia y miedo. La delimitación de este enemigo propició las condiciones

discursivas necesarias para que los militares dieran el combate en busca de la paz social,

pero que en realidad impuso un nuevo orden político-económico. Ya hacia Diciembre

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de 1983, a la luz de una situación económica desastrosa y treinta mil desaparecidos, La

Nación continuó alimentando el tema de la -dudosa- vigencia guerrillera con el único

objetivo ahora de justificar los daños colaterales. Este tema La Nación lo coronó

reforzando el sentido de una sociedad argentina que no sólo había aceptado y apoyado

la teoría de la “subversión” como la razón de ser del golpe, sino también la consecuente

hipótesis (insostenible hasta hoy) de la guerra contra la misma.

• Un cuarto tema importante esclarecido fue el papel que el diario le endilgó al pueblo

argentino, responsabilizándolo -en tanto garante- del éxito o el fracaso del Proceso de

Reorganización Nacional. Y el valor agregado en este punto del análisis fue evidenciar

la manera en que omitió deliberadamente escribir (y reflexionar) si para el grueso de la

población, la alternativa militar y anticonstitucional era la más viable (o aún más,

preguntarse si esta era una opción).

Y si hablábamos del deber del pueblo, también se demostró que La Nación volvió sobre

esta herramienta retórica en la dimensión económica -el respaldo popular como

condición sine qua non para el éxito del patrón neoliberal en beneficio de todos-, pero

haciendo la salvedad que el objetivo perseguido en este caso por el diario fue

predisponer el escenario social para el malestar que se presentó a medida que el nuevo

modelo económico comenzó a fallar.

• Finalmente, hubo dos perlas que dejó este trabajo de investigación. Por un lado, llamó

la atención que así como hacia Diciembre 1983 La Nación sembró la idea de que el

modelo económico impuesto que vio la luz en Marzo de 1976 acarreaba errores

colaterales, el diario no hizo mención alguna respecto de los responsables e ideólogos

de dicho patrón neoliberal. Y por otro lado, queremos puntualizar una significativa

contradicción en la que se vio expuesto el diario, ya que en los inicios del golpe La

Nación congratulaba la irrupción del gobierno democrático por parte de los militares…y

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siete años después, dando un grotesco giro de 180 grados, el diario revalorizaba el

espíritu republicano de un correcto e independiente funcionamiento de los tres poderes

constitucionales, en un claro ataque a las medidas de gobierno de Alfonsín respecto del

enjuiciamiento de los mandos castrenses.

Por tanto, el desarrollo de esta investigación -que nos obligó a indagar si (y confirmar

que) el diario legitimó la instauración de un nuevo patrón social y financiero; que

pudieron encontrarse huellas de esa legitimación en los temas que aparecieron en las

editoriales y notas de opinión que definieron la agenda; y que la dirección informativa

del diario se basó en las dimensiones políticas y económicas como ejes del ‘ataque’

discursivo-, nos confirmó la hipótesis inicial, según la cual La Nación efectivamente

promocionó la llegada del régimen militar el 24 de Marzo de 1976, acompañando los

intereses económicos y políticos neoliberales que a través de este régimen se

implantaban en la región y, por ende, favoreció el establecimiento de un nuevo

modelo socioeconómico en detrimento del existente.

~
Es cierto que este trabajo estuvo ligado a una crítica dirigida a un medio de comunicación

en particular y a sus periodistas (en tanto intelectuales portadores de conocimiento y

garantes de su quehacer más allá de la coyuntura), quienes al final optaron por la

comodidad de un papel pasivo y subordinado a la política editorial. Pero también

pretende ser un llamado a la reflexión de los editores y empresarios de medios a que

tengan una visión crítica sobre sus objetivos e intereses.

En consecuencia, debe entenderse este trabajo como una reafirmación de la importancia

de considerar al periodista como un intelectual que (debió,) debe (y deberá) hacerse

responsable de lo que esta cualidad le confiere, en cada una de sus intervenciones en los

procesos de producción y reproducción de imaginarios sociales.

p.93 de 97
F.P.yC.S.

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ANEXO

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