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La leyenda del Golem y la Tecnología.

Apelando a la leyenda del Golem, se propone una forma de pensar la enseñanza de la tecnología, para
desarrollar el conocimiento de la técnica, con una perspectiva humanista que no la idolatre, y señale y
prevenga acerca de los riesgos reales que el uso de la tecnología supone.
En la antigua tradición cabalista judía, el Golem es un muñeco de arcilla que puede recibir vida con la
combinación adecuada de ciertas palabras y siguiendo las indicaciones del libro Letzirá. La leyenda
narra que en el siglo XVII, el Rabino León de Praga, conocedor de la Cábala, construyó un muñeco de
arcilla al que dio vida. El producto de esta hechicería podía ayudar al Rabí en las tareas hogareñas y en
la sinagoga. Este muñeco no hablaba: crecía un poco todos los días. Aprendía las órdenes que se le
daban. En la frente del Golem estaba escrita la palabra EMET, que en hebreo quiere decir “verdad’
Para eliminar al Golem se debía borrar la primer letra E o ALEF, en hebreo; quedaría así la palabra
MET, que quiere decir “muerte” y el Golem moriría.
En un determinado momento, su tamaño comenzó a asustar a la gente. Estaba tan alto el Golem que
cuando el rabino quiso eliminarlo, no pudo llegar a su frente. Para hacerlo, le ordenó que le atara los
zapatos. Cuando el Golem se agachó, el rabino borró la letra, el Golem se volvió arcilla que, hecha
montaña, aplastó al rabino, ahogándolo.
El especialista en Cábala Gershom Scholem (1978) plantea que la metáfora del Golem supone una
advertencia, propia de la religión judía, respecto de la idolatría hacia objetos creados por el hombre,
asignándole a la creación de vida en objetos hechos por el hombre una dimensión diabólica.
¿Cuál es la relación que tiene esta leyenda con la tecnología?
¿Qué están tratando de enseñar o de qué nos quieren advertir los sabios? La metáfora del Golem
supone que sólo a los rabinos sabios conocedores de los libros sagrados y de las palabras con cuyas
combinaciones se puede otorgar alguna forma de vida a los objetos, les es asignado este poder
“mágico”.
En primer lugar, la tecnología trata productos humanos. Es el mismo hombre el que anima a las
herramientas, las que se convierten en extensiones de la misma persona. De los mecanismos, nacen las
máquinas a las que los motores dan movimiento; el hombre “dialoga” con ellas en un “lenguaje”
armado de gestos: a cada gesto humano, la máquina “responde” con otro gesto.
Las máquinas han mejorado permanentemente, han “crecido”. Pero las maquinas no piensan como las
personas. Por algún fenómeno de la naturaleza humana, esa que tanto preocupa a las religiones, en las
técnicas subyace la idea de mejora: quién repite una tarea, la mejora. Las innovaciones se van
transmitiendo de una técnica a otra.
La maquina de vapor, desarrollada como una bomba de agua, fue perfeccionada (por James Watt, un
“sabio”, que seguramente dominaba las palabras, los números y los códigos técnicos) y en este proceso
alguien vio un motor. Este motor se aplicó al transporte y a la fabricación de bienes, y en este proceso
algunos hombres encontraron un instrumento que posibilitó hacer crecer su poder, una revolución
industrial. El “Golem” siguió creciendo. Los intentos de borrar la letra alef fueron infructuosos, el
Golem comenzó a darles poder a sus inventores y a sus empleadores.
Los sabios de la Cábala no imaginaron la posibilidad de combinar las palabras mágicas para que el
Golem pensara. Pero algunos sabios se dedicaron a buscar esta posibilidad. La informática, de base tan
matemática como la cábala, sumada a la electrónica, que creció a partir de las comunicaciones, sentó
las bases y hoy hay máquinas que prácticamente “piensan”.
La metáfora del Golem parece advertir de los riesgos de que este potencial técnico se vuelva en contra
de las personas. El nivel actual de desarrollo de la tecnología hace pensar que, como convergencia de
los distintos avances en diferentes áreas, el Golem ha dejado de ser una metáfora para tener una
existencia real. Y sus efectos ya se manifiestan en la vida cotidiana, beneficiándola en algunos ámbitos
y perjudicándola en otros. El Golem, en el mundo del trabajo capitalista, ha generado pérdida de
empleo con sus consecuencias de pobreza e indigencia.
Vale la advertencia cabalística. Asumimos la advertencia e intentaremos incorporarla a nuestra práctica
en la enseñanza de la tecnología.

Extraído de www.noveduc.com - Novedades educativas - Nº 187 - Julio del 2006


El Golem, o la Leyenda del Hombre Artificial.
La leyenda del Golem aparece relacionada con el rabino Jehuda Low Ben Becadel, rabino en el
ghetto judío medieval de Praga. Praga era el lugar de encuentro de diferentes corrientes migratiorias
de judios, provenientes del este y del sur de Europa, así como de Rusia. Era una comunidad floreciente
y culta. El rabino Low era el máximo exponente de esta amalgama cultural, estudioso de la cábala y la
doctrina judía, muy interesado en las tradiciones, cuentos y leyendas de su pueblo.

La leyenda cuenta que el rabino Low mediante el estudio de las escrituras sagradas a través de la cábala
logró descifrar la palabra que Yahvé utilizó para dar el don de la vida. Fabricó entonces un pequeño
hombre de arcilla e introdujo en su boca un papel con la palabra escrita, el muñeco de arcilla creció
hasta ser un hombre de gran tamaño y la vida animó sus miembros. Sin embargo como Low no era
Dios, no doto a este hombre de alma, era una marioneta animada sin voluntad propia. Se
caracterizaba por una extraordinaria fuerza y obedecía en todo al rabino Low. Mas el rabino debía
retirar el papel antes de caer la noche o el Golem escaparía a su control.
Un sábado olvidó retirar el papel antes de la hora señalada y la criatura se transformó en una fuerza
destructora. Cuando lograron retirar el papel, el Golem había destrozado el ghetto judío por
completo. Low escondió entonces el hombre de arcilla en un lugar secreto y destruyó el papel, y
vaticinó que cuando el pueblo judío se hallase en problemas aparecería un rabino iluminado por Dios
que volvería a descifrar la palabra mágica, sería un rabino mucho más sabio que él mismo, entonces el
Golem volvería a aparecer y salvaría a su pueblo de sus tribulaciones.

Jehuda Low Ben Becadel fue un personaje histórico real y ciertamente el ghetto judío sufrio una
destrucción en aquella época, sin embargo jamás se ha hallado prueba alguna de que nada parecido al
Golem existiese, a pesar de que gente como Egon Erwin Kisch (periodista) siguiese sus huellas, tanto
en la sinagoga donde Low vivió, como en La Colina de la Horca dónde tradicionalmente se dice que
se enterró el Golem.

Algunas personas creyeron y creen en la fábula como una realidad. Durante la Segunda Guerra
Mundial hubo voces que dijeron que el Golem iba a aparecer para salvar al pueblo judío, de una forma
directa o indirecta, como una fuerza destructora que aniquilaría a los enemigos. Tras la guerra, esas
mismas personas se preguntaban por qué el Golem no había acudido para salvarles. aún hay gente que
cree que ha de volver a aparecer.

En relación con esta leyenda os recomiendo que veais la película El golem [Der Golem, wie er in die
Welt Kam (1920)]. Dirigida por Paul Wegener (que había dirijido otras dos de igual nombre
anteriormente: El Golem (1914) y El golem y la bailarina (1917)) y Carl Boese, con la dirección
artística a cargo de Hans Poelzig, arquitecto expresionista que le dió a la película una ambientación
única y especial con sus decorados que recrean el ghetto de forma casi poética.
Igualmente os recomiendo el libro de Gustav Meyrink de igual título Der Golem (1915), que podeis
encontrar en castellano por ejemplo en la editorial Valdemar, colección Gótica o en Tusquets Editores,
colección Fabula.
Finalmente si teneis la suerte de encontrar el libro llamado Sippurim (1847) podreis echar una ojeada a
la primera colección impresa sobre leyendas judías.
www.ciberapostolado

Dios en la era tecnológica


Germán Doig K.

La tecnología, ¿el nuevo Golem?


Si se sucumbe a la tentación del «seréis como dioses» se querrá actuar como un pequeño dios.
Aparecerá entonces la pretensión de "crear", sobre todo vida. De la misma manera como Dios creó al
hombre a su imagen y semejanza, el ser humano -que ha cedido a la tentación del poder de la
tecnología- se planteará tarde o temprano la pretensión de "crear" un ser a su imagen y semejanza. No
es ésta tampoco una tentación exclusiva de nuestro tiempo tecnologizado. Ya desde antaño se ha
hablado de intentos semejantes. Quizás el relato más revelador de la antigüedad que se conoce sea la
leyenda judía del llamado Golem.

La leyenda del Golem se remontaría hasta algunos siglos atrás en la historia judía. Se suele poner como
su fuente remota el texto Sefer Yerizah, conocido también como el Libro de la creación y que algunos
quieren datar por lo menos del siglo IV. Aunque en el Sefer Yerizah no se hable de la "creación" de un
antropoide artificial, de ahí se tomarán muchos de los elementos -sobre todo la combinación de letras y
números- que pasarán a formar parte de lo que en algunas leyendas eran las técnicas para la "creación"
de la vida. Pero será recién hacia el siglo XIII cuando se conozca y se difunda en Europa (1).

Cuenta dicha leyenda que el profeta Jeremías y su hijo consiguieron, mediante la correcta combinación
de letras y números, darle vida a una estatua que habían fabricado con barro. Habrían realizado sus
combinaciones de acuerdo a una fórmula basados sobre todo en la palabra emeth -verdad-. El producto
de su creación fue llamado Golem -que significa en hebreo sustancia embrionaria o incompleta, o masa
informe-. En la frente de esta creatura pusieron una inscripción que contenía las letras con las que
habían logrado descifrar el secreto de la creación: "Yahveh es la verdad". Pero el Golem consiguió
arrancarse una de las letras -la primera del alfabeto, aleph- y la inscripción cambió totalmente de
sentido, quedando de la siguiente manera: "Dios está muerto" (2). Jeremías y su hijo preguntaron
entonces al Golem por lo que hacía. La respuesta, que resultó reveladora, fue la siguiente: "Si ustedes
pueden hacer al hombre, entonces Dios está muerto. Mi vida es la muerte de Dios. Si el hombre tiene
todo el poder, Dios no tiene ninguno". El tema central de esta leyenda fue reapareciendo a lo largo del
tiempo. En el siglo XVI se difundió una nueva versión teniendo como personaje central al Rabino de
Praga, León ben Bezabel, quien habría "creado" este Golem para defender al gheto judío de su ciudad.

Se aprecia en este relato una lección para el tiempo actual, sobre todo en función del inmenso poder de
la ciencia y la tecnología. El núcleo de su enseñanza está en la osadía de pretender el dominio total
sobre la creación. Con un ser humano "todopoderoso", según estas premisas, Dios simplemente
sobraría. Entonces el hombre y su obra se convierten en los nuevos dioses. Muy en la perspectiva de
Bacon, su ciencia es poder: puede desarmar el mundo por sí mismo y volverlo a armar a su antojo, con
lo que éste queda reducido a un ensamblaje de funciones y mecanismos que él utiliza y cuyos servicios
fuerza. Sólo en el hombre y en sus instrumentos hay remedio para los problemas del hombre, pues en el
fondo sólo en el hombre está el verdadero poder sobre el mundo. Y si el poder está sólo en el ser
humano, ya no hay necesidad de Dios, pues un Dios sin poder simplemente no es Dios. Y si Dios
desaparece, entonces, como hace decir Fiodor Dostoyevski a uno de los personajes de Los hermanos
Karamasov, «todo es lícito, todo se puede hacer» (3), y «todo está permitido» (4). Sin embargo, como
señalaba el Cardenal Henri de Lubac, «no es verdad que el hombre, aunque parezca decirlo algunas
veces, no pueda organizar la tierra sin Dios. Lo cierto es que sin Dios no puede, en fin de cuentas, más
que organizarla contra el hombre. El humanismo exclusivo es un humanismo inhumano» (5).

La leyenda del Golem ilumina la relación con la tecnología desde dos perspectivas. En primer lugar, el
uso del poder y la rebelión contra Dios y el orden natural, como en el mito de Prometeo (6). Lo que
está detrás es una confianza ilimitada en la tecnología, hasta el punto de creer que la vida humana
misma puede ser producida o "creada" por ella. Entonces el ser humano se cree Dios. Lo segundo es la
pérdida de control sobre la obra misma del hombre. En la leyenda el Golem se termina liberando de la
sumisión a su "creador" mediante el cambio de las letras. Ése es uno de los graves riesgos de la obra
del ser humano: que se escape de sus manos y se vuelva contra él. Hoy en día, con las investigaciones
en campos como la genética y la nanotecnología, este peligro ha tomado dimensiones alarmantes.

La pretensión de dar vida a una materia inanimada se remonta muy atrás en la historia. Existen
numerosas leyendas y mitos que relatan el intento de los hombres de "crear" un ser humano. Ni siquiera
las insalvables dificultades que se han encontrado en los intentos de fabricar un homúnculo o un
autómata han sido suficiente argumento para desanimar a los que han querido transitar por este peculiar
y peligroso sendero. Ya en los tiempos de los griegos se descubren vestigios de esta pretensión.
Homero relata en su Ilíada la historia de Hefesto, dios del fuego y herrero divino, quien fabricó unos
pequeños autómatas para que lo ayudasen a caminar y lo asistieran en sus labores.

En esta búsqueda de "crear" vida destacan los alquimistas. Quizá el más conocido sea Paracelso (7),
médico, químico y alquimista suizo, quien habría tratado de "crear" lo que llamó un homúnculo. Como
se ha dicho, durante el llamado Renacimiento se difundirá el interés por la magia y la alquimia. Más
tarde, durante el tiempo de la Ilustración, se ahondará en este tipo de exploraciones, añadiéndose un
contenido ideológico que llevará a que adquieran notoriedad las especulaciones sobre los paralelos
entre el ser humano y la máquina.

También la literatura ha recogido las fantasías y ocurrencias de esta singular exploración sobre el
origen de la vida. Wolfgang Goethe, por ejemplo, la incluye en su libro Fausto (8). Allí se menciona el
intento de "crear" un ser humano. En su obra se muestra la rendición del científico-mago, el Dr. Fausto,
al poder y al conocimiento. Sin embargo, Goethe no ha sido el único en escribir al respecto. Hay una
gran variedad de relatos e historias sobre la figura de este personaje que habría desafiado a Dios y
vendido su alma al demonio (9). A partir de estas historias Oswald Spengler calificó al espíritu
occidental de la época de la modernidad como de «fáustico» (10).

Sin duda la obra más célebre sobre esta pretensión es Frankenstein o el Prometeo moderno de la
escritora inglesa Mary Shelley (11), publicada en 1818 (12). El tema central de la novela es la relación
del ser humano con la creación tecnológica y el uso del poder. Se trata ciertamente de una llamada de
atención sobre la responsabilidad frente a la obra producida, y el riesgo de que ésta se salga de control
y termine volviéndose contra su "creador". En un momento de la novela la creatura le dice a
Frankenstein: «Tú eres mi creador, pero yo soy tu amo». La advertencia implícita en la obra de la
Shelley -que el producto del hombre se salga de control y se vuelva contra él- se ha repetido conforme
ha avanzado el desarrollo tecnológico. La computadora Hal de la película y obra 2001, odisea del
espacio de Arthur Clarke (13) pone de manifiesto esta preocupación en términos más en consonancia
con estos tiempos.

Asociados a estos intentos de "crear" un ser humano están los llamados autómatas, que más tarde se
conocerán como robots. El término robot fue acuñado por el dramaturgo checo Karel Capek (14) en su
pieza teatral R.U.R. -siglas de Los robots universales de Rossum-, publicada en 1921. Antiguamente a
los robots se les conocía como autómatas (15). Se ha especulado mucho sobre su presencia en la vida
cotidiana de los seres humanos del futuro. La ciencia-ficción y la utopía negativa o anti-utopía han
imaginado todo tipo de escenarios, desde unas inocentes y torpes máquinas al servicio de actividades
domésticas, hasta los robots humanizados que hacen "mejor" las cosas que los hombres. Incluso
presentan algunos que han "evolucionado" hasta desarrollar poderes mentales liberándose del yugo
humano y, en algunos casos, se han convertido en sus guardianes o tutores, en una suerte de nuevos
dioses del Olimpo, como sucede en las novelas del excéntrico escritor Isaac Asimov (16).

Hoy en día ya no se pensaría en un robot de tipo mecánico, sino más bien en un ser producto de las
combinaciones genéticas y bio-químicas, quizá fabricado en una probeta a partir de compuestos
orgánicos. Un ejemplo son los llamados cyborgs (17). Sea como fuere, las especulaciones -cada vez
más frecuentes- sobre el propósito de darle vida a un producto tecnológico -como podría parecer
posible a partir de la biotecnología- son en el fondo reflejo del «seréis como dioses» con que la
serpiente tentó a Adán y Eva en el relato bíblico del Génesis. La leyenda del Golem es una expresión de
esta tentación. De ahí que no resulte extraño que algunos pensadores se hayan planteado un paralelo
entre esta leyenda y la tecnología actual. Tal fue el caso de Norbert Wiener, quien afirmó: «La máquina
es la contrapartida moderna del Golem del Rabí de Praga» (18). El tema ha venido apareciendo en
diversos autores contemporáneos que están reflexionando sobre la tecnología. El italiano Giuseppe O.
Longo, por ejemplo, ha puesto como título de un trabajo: El nuevo Golem. Cómo la computadora
cambia nuestra cultura (19). Es claro que las perspectivas no siempre son coincidentes. No todos los
pensadores que tratan el asunto consideran que la pretensión de "crear" un Golem pueda terminar en
una revuelta contra su "creador", el ser humano. Pero si acaso cabe algún paralelo entre la tecnología y
el Golem, cabe también la advertencia sobre la posibilidad de que la obra del hombre se escape de su
control y se vuelva contra él, con lo que Mary Shelley con su Frankenstein y Arthur Clarke con su
2001, Odisea del espacio deberían convertirse en lectura obligada para los tecno-utópicos de hoy.

Por otro lado, la "creación" que emprende el ser humano es a "su" imagen y semejanza. Esto lo
conduce a un fatal y destructivo narcisismo. Sólo se ve a sí mismo; la realidad y la naturaleza deben ser
recreadas según su "yo" -llámese esto luego "racionalidad" o lo que sea-. Como señalaba Sergio Cotta,
se ha difundido un nuevo mito ligado al desarrollo tecnológico. Este mito «nace del hombre y vuelve al
hombre sin solución de continuidad; mete al hombre dentro de un círculo cerrado, narcisista, en el que,
como en una galería de espejos, él ve reflejarse desde todos los ángulos su propia imagen, tal vez
engrandecida y sublimada, pero siempre solamente la propia imagen» (20). Se trata, como dice, de
«una prisión encantada» (21). Y este hombre narcisista, fascinado por su propia obra, parecería que no
puede dejar de aspirar a que ésta tenga vida. En cierto sentido ello recuerda el mito de Pigmalión (22).
Marshall McLuhan advierte también contra el riesgo del narcisismo, pero opina que eso finalmente es
un tipo de idolatría. Comentando el Salmo 115, señala: «El concepto de "ídolo" para el salmista hebreo
se parece mucho a aquel de Narciso de los autores de los mitos griegos» (23).

Conclusión
La consideración del peligro de una tecno-idolatría pone en evidencia que el problema de la sociedad
actual no debe buscarse primariamente en el desarrollo de la tecnología, sino en el desorden del ser
humano que tiene su explicación última en el pecado. Como afirma Augusto del Noce, «pese a las
apariencias contrarias, las raíces de la mentalidad tecnológica no están en el desarrollo técnico, sino en
una desviación religiosa. Y nunca, a mi juicio, se insistirá bastante sobre el punto del carácter, sobre
todo religioso, de la crisis de nuestro siglo» (24). Lo que subyace a la mentalidad tecnologista y a
quienes aspiran a crear una utopía tecnológica es un asunto religioso y espiritual. Esta desviación
religiosa, como la llama Augusto del Noce, imprime su sello en toda la cultura, puesto que lo más
nuclear de una cultura -y lo que le da sustento y fundamento- es la actitud que el ser humano tiene
hacia Dios y la manera de relacionarse con Él -ya sea aceptándolo, ya sea rechazándolo-. De este modo
la desviación religiosa lo impregna todo, incluyendo la tecnología y la manera como el ser humano se
relaciona con ella. Así pues, detrás de los problemas que se han presentando con respecto a la
tecnología y la pretensión de imponer la racionalidad tecnológica como paradigma de aproximación a
toda la realidad hay una implicancia religiosa -o si se quiere, en sentido propio, a-religiosa-, que lleva a
una nueva fe: el secularismo tecnologista. Se trata de una cierta desnaturalización de la fe en Dios y de
Dios mismo.

A la pregunta que nos hacíamos de si hay lugar para Dios en la era tecnológica, hemos de responder
que sí lo hay. Pero se debe tener cuidado de no sustituirlo con sucedáneos ni sucumbir a la antigua
tentación del «seréis como dioses». Esto es muy importante, puesto que si Dios no existe, «todo está
permitido». Y si esto llega a tener alguna vigencia en la sociedad, el ser humano quedará totalmente
desguarnecido, ya que sin Dios sólo se puede organizar la tierra contra el hombre mismo.

Notas
1. Ver Moshe Idel, Gólem. Jewish Magical and Mystical Traditions on the Artificial Anthropoid, State University of New York Press, Nueva York 1990.
Una de las obras que contribuyó a popularizar esta leyenda fue la del escritor austriaco Gustav Meyrink, titulada precisamente El Golem (Tusquets
Editores, Barcelona 1995). Fue escrita en 1915 y se ambienta en el gheto judío de Praga. [Regresar]
2. Otras versiones de la leyenda afirman que el Golem tenía escrita en la frente la palabra emeth -verdad- y que se quitó la primera letra -e-, quedando la
palabra transformada en meth -muerte-. [Regresar]
3. Fiodor M. Dostoyevski, Los hermanos Karamasov, Aguilar, Madrid 1960, p. 879. [Regresar]
4. Allí mismo, p. 964. [Regresar]
5. Cardenal Henri de Lubac, El drama del humanismo ateo, Encuentro, Madrid 21990, p. 11. [Regresar]
6. Hay una evidente relación entre la leyenda del Golem y el mito de Prometeo. Como se sabe, según la mitología griega el titán Prometeo fue el creador
del primer ser humano. [Regresar]
7. 1493-1541. [Regresar]
8. Ver Wolfgang Goethe, Fausto, Biblioteca EDAF, Madrid 1964, pp. 225-230. [Regresar]
9. Estos relatos están basados en un personaje real de nombre Johannes Faust, que vivió a fines del siglo XV en las comarcas de Alemania, Polonia y
Holanda. Fue conocido como un gran embaucador, experto en magia. Su historia fue relatada por primera vez en una obra anónima publicada en Frankfurt
en 1587. A partir de entonces diversos literatos y dramaturgos retomarán la figura del Dr. Fausto dando como resultado distintas historias con el mismo
motivo de fondo. En Inglaterra, por ejemplo, fue tomada por el poeta y escritor inglés Christopher Marlowe (1564-1593), quien escribió una obra con el
título La trágica historia del Doctor Faustus. Marlowe refleja el espíritu renacentista, dándole al Dr. Fausto las características de la exaltación de la razón
frente a la fe y a todo límite. Lessing y Müller retomarán la figura. Pero será sobre todo Goethe (1749-1832) quien la inmortalice. Se podría mencionar
asimismo la novela del premio nobel de literatura Thomas Mann (1875-1955) que lleva el mismo título: Doctor Faustus. [Regresar]
10. Ver Oswald Spengler, La decadencia de Occidente. Bosquejo de una morfología de la historia universal (1917), Espasa Calpe, Madrid 1958, t. II, pp.
578ss. [Regresar]
11. 1797-1851. [Regresar]
12. La mayoría de las películas hechas a partir de este libro no reflejan fielmente la temática central que se expresa en el subtítulo: el Prometeo moderno.
[Regresar]
13. Se trató originalmente de un guión cinematográfico para la película del mismo nombre dirigida por Stanley Kubrick y filmada en 1968. Después Clarke
la convirtió en una novela y escribió él mismo otros relatos que desarrollan el argumento: 2010, 2061 y 3001 La odisea final. [Regresar]
14. 1890-1938. [Regresar]
15. Ya en los árabes se sabe de un intento de fabricar un autómata que llamaron la zairjaa y que es descrito como una "máquina pensante". Raymundo
Lullio (1235-1315), un terciario franciscano catalán, habría tratado de replicar este intento árabe de mecanización lanzándose a construir una "máquina
lógica", como la describe en su Ars magna y que debe ser colocada como el antepasado más remoto conocido de la computadora. [Regresar]
16. Esto se aprecia especialmente en la serie que empezó con I-robot -que incluía varios relatos publicados entre 1941 y 1950-. El dominio final de los
robots -unos seres buenos, muy discretos, incluso escasos en número, pero muy eficaces y dueños de un enorme poder- es relatado por Asimov en las
novelas en las que une sus dos líneas principales de historias de ciencia ficción: la serie I-robot y el ciclo de Trantor. Al final los robots terminan siendo
los que dirigen los hilos de la historia humana porque los hombres son incapaces de hacerlo. Asimov introduce en estas novelas otros temas como el de
Gaia y la simbiosis entre el ser humano y la máquina. [Regresar]
17. Los cyborgs vendrían a ser una especie de híbrido entre lo humano y lo artificial -tanto como producto de la biotecnología como de la implantación de
elementos de la computadora-. El concepto cyborg fue acuñado por Clynes a partir de las palabras cybernetic y organism. [Regresar]
18. Norbert Wiener, ob. cit., p. 100. [Regresar]
19. Ver Giuseppe O. Longo, Il nuovo Golem. Come il computer cambia la nostra cultura, Laterza, Roma - Bari 1998. [Regresar]
20. Sergio Cotta, El desafío tecnológico, Eudeba, Buenos Aires 1970, p. 102. [Regresar]
21. Lug. cit. [Regresar]
22. Pigmalión era conocido por sus enormes habilidades de artesano, entre las que destacaba su destreza como escultor. Cuenta el mito que esculpió una
estatua de una mujer tan hermosa que parecía viva. Pigmalión se enamoró perdidamente de su obra. La diosa Afrodita, conmovida por el amor del escultor,
le dio vida a la estatua, la que tomó el nombre de Galatea. George Bernard Shaw escribió una conocida obra de teatro basada en el mito de Pigmalión. Con
el nombre de My Fair Lady se hizo muy popular una de las películas basadas en la obra de Shaw. Pero debe decirse que Shaw -y las versiones que hicieron
para el cine a partir de su obra- no refleja el mito de manera exacta. [Regresar]
23. Marshall McLuhan, Understanding Media. The Extensions of Man (1964), MIT Press, Cambridge 1994, p. 45. [Regresar]
24. Augusto del Noce, Agonía de la sociedad opulenta, Eunsa, Madrid 1979, p. 152. [Regresar]

Dios en la era tecnológica


¿Es la tecnología la que genera la tecno-idolatría?
Todo lo dicho conduce a que muchos se planteen una interrogante de fondo: ¿Es la tecnología la que
genera esta tecno-idolatría?

Conviene recordar que la idolatría no es algo nuevo en la historia de la humanidad, y que por ello no se
puede decir que la mentalidad tecnologista tenga el monopolio al respecto. Desde los lejanos tiempos
del becerro de oro (1) hemos visto cómo el ser humano ha fabricado y levantado ídolos de toda clase.
En el Antiguo Testamento se descubre a menudo la preocupación por esta tentación. Son claras, por
ejemplo, advertencias como la del libro de la Sabiduría que pone a la idolatría como el origen de todos
los males (2). En el mismo libro de la Sagrada Escritura se lee que el hombre modela diversas piezas de
la arcilla: unas son destinadas a usos nobles, pero de la misma arcilla el alfarero también puede modelar
«una vana divinidad» (3). Como dice el texto, «es el alfarero quien decide» (4). La tecnología se
convierte en ídolo porque el ser humano -que, como hemos dicho, es teologal por naturaleza-, cuando
quiere huir del único Dios verdadero, termina buscando sucedáneos para reemplazarlo. Siempre ha sido
así. La historia de la humanidad está llena de ejemplos. Hoy esta proclividad se ha manifestado en un
nuevo becerro, el becerro tecnológico. Sin embargo, es bueno precisar que este fenómeno no es algo
que sea de suyo inherente al desarrollo tecnológico. Hay que dirigir la mirada al ser humano mismo y
buscar en él lo que lo ha llevado a lo largo de los siglos a ponerse de hinojos ante infinidad de ídolos
-aunque luego se haya demostrado que no tienen sino pies de barro-.

La tecnología no tiene, pues, cómo generar una idolatría. Puede ser utilizada como instrumento para
difundir una mentalidad tecnologista de corte idolátrico, pero no porque ella en sí misma sea de suyo
camino para la idolatría. La tecno-idolatría que se está difundiendo hoy en día tiene su origen en el ser
humano y en su obrar, y en las creencias y valores que se hacen preponderantes en su cultura.

Viene al caso un pasaje de la Carta a Diogneto que se puede aplicar analógicamente a la tecnología. Se
dice allí que el problema no es la ciencia sino la desobediencia. «No es la ciencia la que mata, sino la
desobediencia mata. En efecto, no sin misterio está escrito que Dios plantó en el principio el árbol de
la vida en medio del paraíso, dándonos a entender la vida por medio de la ciencia; mas, por no haber
usado de ella de manera pura los primeros hombres, quedaron desnudos por seducción de la serpiente.
Porque no hay vida sin ciencia, ni ciencia segura sin vida verdadera; de ahí que los dos árboles fueron
plantados uno cerca del otro» (5). Es la desobediencia a la verdad la que lleva a la distorsión del sentido
de la ciencia y de la tecnología. Esa desobediencia o prescindencia de sus contenidos no es fruto de la
ciencia en sí -ni de la tecnología-, sino que es obra del ser humano.

Jugando a ser Dios


La tecno-idolatría, sin embargo, no agota el problema que estamos analizando. Detrás de este nuevo
tipo de actitud idolátrica se esconde la tentación del «seréis como dioses» (6), se disfraza la pretensión
del ser humano de convertirse él mismo en Dios (7). Al fin y al cabo es él quien ha "creado" este
poderoso instrumento que es la tecnología. Si ha sido capaz de "crear" esto -piensan algunos-, ¿qué
límite puede haber para su acción "creadora"? De esta manera, el enorme poder que la tecnología ha
puesto en manos de los hombres lleva a que algunos crean gozar de atributos divinos. Tal es el poder
que se obtiene, que el paralelo con la omnipotencia divina les resulta subjetivamente natural, ya que
para ellos tanto poder no puede sino identificarse con la acción de Dios o lo que conciban como tal. La
fascinación del propio poder lleva a que se rindan culto a sí mismos, se embriaguen y quieran jugar a
ser Dios. La ciencia de Dios es reclamada por el ser humano, y con esa ciencia también la
omnipotencia divina. Se asume entonces como proyecto "fabricar" una nueva tierra, a imitación de
Dios, pero sin Dios, o quizás con un nuevo dios: el hombre. El "querer ser como Dios" es una tentación
tan antigua como el ser humano, pero hoy reaparece en una particular modalidad, alentada por el poder
que ofrece la tecnología.

Son muchos los que han denunciado estos peligros. Algunos se han detenido especialmente en aquellos
que tienen un mayor contacto con la tecnología. Joseph Weizenbaum, por ejemplo, hablaba de este
riesgo en 1974 con relación a los programadores de software: «El programador de computadoras... es
un creador de universos para los cuales él es el único legislador» (8). Paul Virilio hace algunas
anotaciones provocadoras a partir de la realidad virtual: «Es verdad que hay algo divino en esta nueva
tecnología. La investigación en el ciberespacio es una búsqueda de Dios. De ser Dios. De estar aquí y
allí... Soy cristiano, y aunque sé que estamos hablando de metafísica y no de religión, debo decir que el
ciberespacio está actuando como Dios y trabaja con la idea de Dios que es, ve y oye todo» (9).

Cada vez se difunde más esta idea de que se puede "actuar" como Dios, e incluso se les inculca a los
niños. Dentro de los juegos de computadora, por ejemplo, sobre todo los elaborados a base de la
llamada realidad virtual, existen algunos en los que se puede efectivamente tener el papel de Dios.
Tuvo cierta difusión en el mercado el programa Populus II en el que se jugaba literalmente a ser un
dios, en este caso un hijo de Zeus. En este juego el mundo se presenta como un escenario donde se
puede manipular todo, desde el ambiente natural hasta la vida de las personas. Se siembra así
subliminalmente la idea de que la tecnología lo puede todo, y de que el ser humano puede a través de
ella acomodar el universo a sus requerimientos y a sus caprichos.

Se podría igualmente mencionar en esta perspectiva otro tipo de "juego" con reminiscencias divinas: la
guerra. Un caso ampliamente conocido puede servir de ilustración. El proyecto de desarrollo de la
bomba atómica en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial recibió el nombre de Trinity, en
alusión de visos sacrílegos a la Santísima Trinidad. Robert Oppenheimer, quien sugirió el nombre,
nunca ocultó las evidentes implicancias divinas de su elección. Según su intencionalidad, ¿qué otro
nombre podía escoger ante lo que en aquel entonces parecía el prometeico robo de un nuevo fuego a la
divinidad?

En el fondo este jugar a ser Dios manifiesta la rebelión del ser humano contra el Creador. Es algo de lo
que expresa el mito de Prometeo, pero el Prometeo tecnológico de nuestros días ya no sólo quiere
hurtar el fuego, sino que pretende sustituir a Dios mismo. No le basta el fuego, lo quiere todo. Y una
vez sentado en el trono de la divinidad trata de llevar a cabo su plan de "crear" un nuevo orden que
sustituya el "deficiente" y "peligroso" orden de la naturaleza. Ya no sólo se rechaza el concepto de
creación, sino que tampoco agrada el de naturaleza que difundió la Ilustración. Lo que se quiere es una
"nueva creación" donde el creador sea el hombre mismo. Aparece entonces, para quienes se ubican
dentro de este tipo de planteamientos, la pretensión de querer impulsar una nueva etapa de la evolución
-con el firme convencimiento no sólo de que existe una evolución de tipo darwiniana, sino también de
que el ser humano es capaz de dirigir dicha evolución que ahora, como hemos visto, sería una tecno-
evolución-. J. Doyne Farmer, uno de los más representativos promotores de las investigaciones sobre
vida artificial, afirma: «En el plazo de cincuenta a cien años, es probable que surja una nueva clase de
organismos. Estos organismos serán artificiales en el sentido de que serán originalmente diseñados por
seres humanos. Sin embargo, se reproducirán y estarán "vivos" bajo una definición razonable de esta
palabra». Y llama a esta pretensión «la búsqueda de una nueva creación». A partir de este ejemplo se
comprende mejor por qué el progreso tecnológico se convierte en la verdad y el paradigma de todo,
puesto que todo está por "crearse" para que el ser humano edifique un universo a la medida de su
racionalidad; un universo no humano, más bien en el que lo humano sea trascendido y dejado atrás.

Esta "nueva creación" es la utopía tecnológica. Como toda utopía, es racionalmente perfecta, con la
perfección que ofrece la tecnología. En ella el "nuevo hombre" viviría "feliz", como dueño y señor de
todo, e incluso como el "creador" de un nuevo tipo de vida. En la utopía tecnológica lo artificial tomará
las riendas y se producirá finalmente una simbiosis -tecno-genética- entre el ser humano actual y la
máquina. Con el enorme poder de la tecnología -y con lo que se podría alcanzar en el futuro de seguir
la tendencia actual- crece la tentación de arrebatar a Dios -o a la naturaleza- tanto la iniciativa creadora
como la dirección de la misma. Entonces se resolverían "todos" los problemas de la humanidad,
también los de la adaptación del ser humano al medio tecnológico, ya que el hombre se habrá
"convertido" en una supermáquina -biológica por cierto-. Se daría el reinado del hombre-máquina. La
antigua fantasía de La Mettrie y los delirios de Kevin Kelly se harían realidad. Y si esta insania fuera
posible habría que añadir, según la anécdota recogida por Naisbitt, que esta supermáquina sería el
nuevo dios, con lo que adquirirían vigencia afirmaciones tan grotescas como la que propone Bruce
Sterling: «En otros mil años seremos máquinas, o dioses» (10).

Si se ha llegado a erigir a la tecnología en un ídolo, ¿a quién hay que mirar para preguntar por el
sentido de las cosas? ¿Acaso a la tecnología misma? Sabemos que ella no tiene más respuestas que sus
procedimientos para conseguir determinadas cosas útiles. Pero ello no parece preocupar a quienes creen
que ése es el destino del ser humano: ser como dioses y construir la utopía tecnológica. Por lo menos
así lo aparentan quienes sostienen una frase que se ha hecho popular en los ambientes tecno-utópicos:
«Estamos jugando a ser Dios y parece que nos va bien...» (11). Incluso ya algunos se aventuran a
opinar cómo debe ser la relación entre los nuevos dioses y su creatura. Kevin Kelly, por ejemplo,
propone: «El otro asunto que los hombres-cosa deberían saber es que sus modelos tampoco serán
perfectos. Ni tampoco estarán estas creaciones imperfectas bajo control divino. Para tener algún éxito
en crear una naturaleza creativa, los creadores tienen que entregar el control a lo creado, así como
Yahveh les entregó el control a ellos. Para ser un dios, al menos uno creativo, uno debe renunciar al
control y acoger la incertidumbre. El control absoluto es absolutamente aburrido. Para dar a luz lo
nuevo, lo inusitado, lo realmente novedoso -esto es, para estar genuinamente sorprendido- uno debe
rendir la sede del poder a la turba de abajo. La gran ironía de los juegos de dios es que la única manera
de ganar es soltando» (12). Al decir de Kelly, los nuevos "creadores" deben dejar que su creatura se
libere de su control, deben dejarla seguir su camino fuera y separada de ellos.

Propuestas excéntricas como la de Kelly deben llevar por lo menos a considerar con muy seria
responsabilidad las consecuencias de estas acciones. ¿Tiene control real el ser humano sobre las fuerzas
que está despertando? No vaya a sucederle como al "aprendiz de brujo", que no fue capaz de controlar
lo que había echado a andar con la magia (13). Algo de esto parece asomarse en campos como la
biología y particularmente la genética. Por ello hay una fundada preocupación de que en el fondo la
humanidad esté empezando a desempeñar el papel de aprendiz ya no de brujo, sino de Dios. Y ése es
un asunto muy grave.

En ese contexto, cabe plantear la pregunta que se hacía J. Weizenbaum: «Ahora que nosotros y ya no
Dios estamos jugando a los dados con el universo, ¿cómo evitamos convertirnos en excremento o en un
juego de dados?» (14). Podría entonces empezar a difundirse la actitud que denunciaba el Arzobispo
Charles Chaput: «Ya que vamos a ser dioses, bien podríamos empezar a actuar como tales» (15). A lo
que añadía a manera de comentario: «Sugiero que ponderemos cuidadosamente estas palabras... y las
consecuencias para todos nosotros si alguna vez se convierten en el credo de nuestra investigación
genética y biológica» (16).

Notas 1. Ver Éx 32,1ss. [Regresar]


2. Ver Sab 14,27. [Regresar]
3. Sab 15,8. [Regresar]
4. Sab 15,7. [Regresar]
5. Carta a Diogneto, XII, 2-7. [Regresar]
6. Gén 3,5. [Regresar]
7. No se trata ciertamente del proceso que sigue el camino de la fe. De lo que se trata es de una vía que el ser humano se plantea como reemplazo de ese
otro camino que se origina en el Plan divino, excluyéndolo por oposición o prescindencia. [Regresar]
8. Joseph Weizenbaum, ob. cit., p. 115. [Regresar]
9. Paul Virilio, Cyberwar, God and Television, ob. cit. [Regresar]
10. Bruce Sterling, Swarn, en Cristal Express, p. 15, citado por Mark Dery, ob. cit., p. 292. [Regresar]
11. Se trata de las palabras con las que abría su presentación uno de los primeros grupos que pusieron una computer-communication network en 1978 en la
ciudad de San Francisco. [Regresar]
12. Kevin Kelly, ob. cit., p. 257. [Regresar]
13. La expresión "aprendiz de brujo" viene a partir de un poema escrito por Wolfgang Goethe basado en una antigua leyenda. Fue publicado en 1797 con el
título Der Zauberlehrling. En 1897 el músico francés Paul Dukas compuso un hermoso scherzo titulado L'Apprenti Sorcier (El aprendiz de brujo)
inspirado en este poema. Fue uno de los temas más populares de la película Fantasía de Walt Disney. Es una sugerente figura que se utiliza para expresar
el hecho de despertar unas fuerzas que luego no se pueden controlar. [Regresar]
14. «Now that we and no longer God are playing dice with the universe, how do we keep from coming up craps?». Juego de palabras, ya que craps
significa en inglés tanto excremento como juego de dados (Joseph Weizenbaum, ob. cit., p. 257). [Regresar]
15. Mons. Charles J. Chaput, O.F.M. Cap., Deus ex Machina: How to Think About Technology, en revista «Crisis», octubre 1998, I. [Regresar]
16. Lug. cit. [Regresar]

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