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La tarea de capacitar a otros exige esfuerzo y perseverancia Como usted se podrá imaginar,
luego de cortar la llamada, me asaltaron las dudas. «¿Habré sido muy duro con Carlos?» —
me pregunté. «¿Será que simplemente estoy optando por el camino del menor esfuerzo?».
Pero después de meditar por unos minutos arribé a esta conclusión: La capacitación de
los santos para la obra del ministerio es mi principal función. Desempeñar yo el trabajo del
ministerio es el camino más sencillo, pero mi compromiso de capacitar al pueblo de Dios
me insta a soportar situaciones por las que algunos se sentirán incómodos. El amor hacia
ellos, sin embargo, me moverá a insistirles a que aprendan a efectuar el trabajo del
ministerio, así cada uno acabará ocupando su lugar correspondiente en el cuerpo de Cristo.
Seguramente, esta es una de las razones que movieron a Jesús a desafiar a los Doce a que
ellos mismos dieran de comer a los cinco mil.
La tarea de capacitar a otros exige esfuerzo y perseverancia. Quisiera sugerir que el proceso
comenzará cuando nosotros, los pastores, estemos dispuestos a rediseñar el trabajo de
llevar adelante nuestro ministerio.
Redefina su función
Comience a evaluar su función como líder. Según Efesios 4 la tarea primordial de apóstoles,
profetas, evangelistas, pastores y maestros es capacitar a los santos para la obra del
ministerio, no llevar adelante ellos mismos esa tarea. Muchos pastores creen
teológicamente en el concepto del sacerdocio universal del creyente, pero, en la práctica,
viven como si solamente ellos fueran los llamados y capacitados para el ministerio. Hasta su
lenguaje delata su perspectiva, pues hablan de un llamado «al ministerio de tiempo
completo».
No es suficiente con que usted tenga en claro su función. Debe proclamarlo públicamente,
enseñando a las personas a las que sirve que su tarea primordial es formarlos. Además,
afirme el valor de los dones y las capacidades observadas en sus discípulos. Demuéstreles
que usted realmente cree en la riqueza del cuerpo de Cristo, manifestada en cada miembro.
Para ordenar sus prioridades usted debe anticiparse a las consecuencias de sus propias
acciones y decisiones. Para ello pregúntese en cada circunstancia si el camino escogido es el
que producirá mayor fruto para el ministerio. En cada situación me resulta útil plantearme
las siguientes preguntas: • ¿Hay alguien en mi grupo que realice mejor esta tarea que yo? •
¿Es esta una oportunidad para capacitar a otros? • ¿Esta actividad encaja bien con los
objetivos y las metas que me he propuesto para el ministerio?
Delegue con fe
Confiar en otros para que desarrollen un proyecto siempre procede de una actitud de fe.
Muchas veces queremos convencernos de que no les delegamos responsabilidades a las
personas porque ellas no están listas para cargar con ellas. Con frecuencia, sin embargo, el
problema no radica en la incapacidad de ellos sino en los temores de nuestros propios
corazones. Para confiar en otros usted deberá enfrentar estos temores. Si no ha trabajado
nada para capacitar a los demás quizás sus temores estén bien fundados; no obstante, si ha
invertido en sus vidas confíe en que su esfuerzo no ha sido en vano.
Busque su reemplazo
Es muy fácil trabajar de tal manera que usted y yo nos volvamos indispensables para la
continuidad del ministerio: simplemente necesitamos centrar todas las decisiones y
actividades en nuestra propia persona. El problema se verá cuando usted salga de ese
ministerio, por el motivo que sea, pues toda la estructura se desmoronará, porque ya no
está la persona que la sostenía.
El ministro sabio comienza a trabajar, desde el primer día, para aquel momento en el que
otros lo sucederán. De esta manera asegurará que la transición generada por su salida sea lo
más manejable posible. Lejos de socavar su propio ministerio, preparar a su sucesor le
abrirá puertas para que avance a nuevos y mayores desafíos en el servicio a Cristo, pues al
que ha sido fiel en lo poco se le encargarán asuntos mayores.
Celebre la diversidad
A medida que sus discípulos se vayan afianzando en el servicio aproveche cada situación
para animarlos y reconocer, en público, su aporte al ministerio. Esta es una de las maneras
más claras para que usted revele su convicción de la riqueza de la diversidad de dones que
existen en el Cuerpo. Además del impacto de este proceder en la congregación, se genera
también ánimo y confianza en el corazón de las personas que usted capacita, pues ellas
comprueban que su aprobación y apoyo es genuino. Aun cuando las personas fracasen en
sus intentos de ejercitar sus dones, jamás olvide que su tarea consiste en edificar y levantar,
no en destruir ni humillar.
Descentralice actividades
Uno de los elementos que inhiben el crecimiento de los individuos es la tendencia, en la
iglesia moderna, de centrar sus actividades y programas en un solo edificio, el salón donde
se reúnen. Para muchas personas esto implica un obstáculo porque sus compromisos y
horarios no les permiten desarrollar un ministerio en ese lugar. No obstante, sí disponen de
tiempo y voluntad para trabajar en otros proyectos fuera de ese ámbito, como servir en sus
propios barrios o lugares de trabajo.
Para que ellos puedan crecer hacia estos objetivos es importante que usted, como líder,
ayude a la congregación a entender que el ministerio es fruto de la acción de los hijos de
Dios, ya sea reunidos como cuerpo, o dispersos por los diferentes lugares donde llevan
adelante su vida cotidiana. De esta manera podrán surgir gran diversidad de ministerios
que no necesariamente requieren de la estructura centralizada de la iglesia.