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Tema 9. Absolutismo frente a liberalismo. Evolución política del reinado de Fernando VII.

Introducción.
El enfrentamiento ideológico entre los reformistas liberales y los
inmovilistas absolutistas, que ya se había iniciado durante el reinado de Carlos
IV y que se había endurecido a lo largo de los años de la Guerra de la
Independencia, se convirtió durante el reinado de Fernando VII (1814-1833) en
una violenta lucha armada por el poder.
El rey Fernando VII optó por negarse a aceptar el sistema político
constitucional creado por las Cortes de Cádiz y rechazó todas las medidas
reformistas que habían aprobado los liberales durante la guerra.
Esta etapa estuvo también marcada por la bancarrota económica del
Estado español, por la ineficacia gubernamental, por la participación activa de
los militares en las disputas políticas y por la pérdida de casi todos los
territorios que España poseía en el continente americano.
Desde el punto de vista internacional, la derrota de Napoleón fue
aprovechada por casi todos los gobernantes europeos, a excepción de Gran
Bretaña, con objeto de intentar la reconstrucción del orden tradicional, la
restauración plena del poder monárquico y la eliminación del liberalismo.

1. El reinado de Fernando VII (1814-1820)


En virtud del Tratado de Valençay (1813), Fernando VII regresó a
España, en un clima de entusiasmo popular y aclamaciones. Desde su llegada al
país, un grupo de sesenta y nueves diputados “serviles” de las Cortes de Cádiz,
partidarios del absolutismo, redactaron un documento en abril de 1814 al que se
le ha denominado el Manifiesto de los Persas, que le entregaron durante su
estancia en Valencia para reclamar la vuelta inmediata al Antiguo Régimen y
descalificar la libertad de prensa como perjudicial para la Nación. Esto era una
muestra del reducido arraigo que habían tenido las ideas liberales.
Fernando VII también recibió el apoyo de una parte de los mandos del
Ejército y de casi todo el clero, hostil hacia los liberales porque amenazaban su
influencia y habían abolido la Inquisición. Por lo tanto, la colaboración de la
Iglesia con el monarca fue completa. Asimismo, el rey contaba con el apoyo de
gran parte de la población campesina, que todavía mantenía una mentalidad
apegada a la tradición.
Tras comprobar la debilidad de la situación de los liberales y su
impotencia para oponer una resistencia importante. Fernando VII tardó sólo
dos meses en restaurar el absolutismo mediante un decreto que anulaba todas
las leyes aprobadas por las Cortes de Cádiz, suprimía la Constitución de 1812 y
restableció las viejas instituciones. De esta forma, el rey recuperó todos los
poderes, disolvió las Cortes e impuso el retorno al Antiguo Régimen,
restableciendo las exenciones fiscales estamentales, los gremios, la Inquisición,
la Mesta, etc. Además, devolvió los bienes desamortizados a la Iglesia en los
años anteriores.
El inmovilismo, la inoperancia y la ineficacia fueron las características
predominantes del gobierno personal del rey y de sus ministros entre 1814 y
1820. Sus pretensiones de prolongar la existencia del Antiguo Régimen
fracasaron por completo. En el ámbito diplomático, España se incorporó a la
Santa Alianza en 1816.
La Guerra de la Independencia había devastado el país y los costes de la
reconstrucción se sumaron a los de las luchas por la independencia en América.

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Por lo tanto, el déficit estatal aumentó rápidamente, los ingresos de la Hacienda
disminuyeron por el restablecimiento de los privilegios fiscales. La situación
financiera del Estado era caótica y las deudas acumuladas llevaron a la
bancarrota en 1818.
Al mismo tiempo, el rey puso en marcha una dura represión política, al
ordenar la detención y encarcelamiento, bajo la acusación de traición, de miles
de liberales y de los afrancesados. Muchos liberales se exiliaron a Francia o a
Inglaterra. La actividad política de los liberales pasó a la clandestinidad bajo la
forma de sociedades secretas.
De hecho, entre 1814 y 1820 se produjo en España toda una serie de
conspiraciones protagonizadas por los liberales, bajo la forma del
pronunciamiento militar. Los protagonistas eran jóvenes militares liberales,
cuyo protagonismo como árbitros de la vida política compensaba la debilidad de
la burguesía en España. De este modo, se produjeron los pronunciamientos de
Espoz y Mina (1814), Juan Díaz Porlier (1815), Lacy, Van Halen y Vidal (1819).
Todos ellos se saldaron con la ejecución de los cabecillas.
Sin embargo, en 1820, el teniente coronel Rafael Riego encabezó un
pronunciamiento en Cabezas de San Juan (Sevilla) que tuvo éxito. El
movimiento revolucionario se fue extendiendo a lo largo de las semanas
siguientes por Galicia, Asturias, Murcia, Aragón, Cataluña y Navarra.
Finalmente, Fernando VII, sorprendido por la extensión de la
insurrección liberal, se vio obligado a aceptar el triunfo de estos, que
recuperaron el poder por la fuerza y restablecieron la Constitución de 1812. De
este modo, se inició la etapa conocida como Trienio Liberal.

2. El Trienio Liberal (1820-1823)


El 1 de enero de 1820, Riego se pronunció en Cabezas de San Juan
(Sevilla) y proclamó la Constitución de 1812. Fernando VII se vio obligado a
jurar la Constitución, pero pronto se hizo evidente que el monarca no era
partidario del nuevo Gobierno. De hecho, utilizaba todos los resortes que le
proporcionaba la Constitución para obstaculizar las reformas legislativas de las
nuevas Cortes liberales, ejercitando su derecho de veto suspensivo a las leyes
con cierta frecuencia.
A pesar de todo, las nuevas Cortes intentaron acelerar la obra iniciada en
las Cortes de Cádiz para desmantelar definitivamente el Antiguo Régimen.
Entre otras medidas se suprimieron los mayorazgos y se convirtieron en
propiedades libres de sus titulares; se prohibió a la Iglesia la adquisición de
bienes inmuebles; se definieron las bases para una desamortización de tierras
eclesiásticas; se abolió el régimen señorial, declarando los señoríos territoriales
o solariegos propiedad particular de los antiguos señores; se restablecieron las
libertades de imprenta, expresión y opinión; y se reintrodujo la Milicia
Nacional, con el propósito de disponer de un cuerpo armado por ciudadanos
civiles voluntarios que estuvieran dispuestos a defender el sistema liberal.
Mientras tanto, en las filas de los liberales se estaba produciendo una
primera división entre “moderados” o doceañistas y “exaltados” o veinteañistas.
El núcleo principal de los doceañistas eran los grandes personajes de las Cortes
de Cádiz que habían ido suavizando con el tiempo sus planteamientos políticos.
Los exaltados, en cambio, eran los protagonistas de la implantación del Trienio
y mantenían actitudes más radicales.
Por su parte, los absolutistas habían manifestado su oposición a los
gobiernos liberales desde el comienzo del Trienio. Pero, a partir de 1822, esta
oposición se fue concentrando en un grupo conocido como realistas,
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“apostólicos” o “soldados de la fe”. Entre otras acciones, los realistas
protagonizaron varias acciones encaminadas a restablecer el viejo absolutismo,
como la sublevación de la Guardia Real, que fue sofocada por la Milicia
Nacional; la organización de fuerzas guerrilleras en Navarra y Cataluña; la
creación de la Regencia de Urgell, instalada en la localidad de La Seo d’Urgell,
que pretendió actuar como gobierno legítimo, pero fue disuelta por el ejército
gubernamental.
Sin embargo, en el contexto europeo, las potencias absolutistas que
habían vencido a Napoleón formaron la Santa Alianza, que aspiraba a impedir
las experiencias liberales en Europa y restaurar el Antiguo Régimen. De este
modo, en el Congreso de Verona (1822) se decidió la intervención militar en
España a cargo de un ejército expedicionario denominado los Cien Mil Hijos de
San Luis, que fue apoyado por los realistas españoles y casi no encontró
resistencia. El gobierno y las Cortes se dirigieron hacia el Sur con el rey, a quien
los liberales dejaron libre finalmente en Cádiz.
Una vez libre y apoyándose en la fuerza militar francesa, Fernando VII
restauró por segunda vez el absolutismo en 1823.

3. La Década Absolutista u Ominosa (1823-1833)

Fernando VII declaró nulos todos los actos del gobierno durante el
Trienio Liberal y restauró de nuevo el absolutismo y la represión contra los
liberales, que huyeron en masa del país a Francia e Inglaterra. Se calcula que
unos 130 militares liberales fueron ejecutados y más de 60.000 civiles sufrieron
represalias de diverso tipo.
Sin embargo, esta segunda restauración del absolutismo se desarrolló con
un carácter más moderado que la primera, buscando una cierta modernización
administrativa. Para ello, encargó la gestión de los asuntos de gobierno a
ministros experimentados como Cea Bermúdez, el Conde de Ofalia o López
Ballesteros, que introdujeron algunas reformas administrativas. Estos
personajes eran conscientes de la insostenible situación financiera del Estado y,
sobre todo, de la necesidad de realizar algunas mínimas modificaciones técnicas
para modernizar y mejorar el absolutismo con la intención de asegurar su
supervivencia.
De esta manera, López Ballesteros, ministro de Hacienda, se propuso
pagar las deudas del Estado, controlar los gastos gubernamentales e impulsar
las actividades económicas mediante la creación de un nuevo Código Comercial,
del Tribunal de Cuentas, de la Bolsa de Madrid y del Banco de San Fernando.
Sin embargo, todos sus esfuerzos concluyeron sin resultados positivos, ya que
continuó la decadencia de la ganadería ovina, la caída de las exportaciones de
lana, la paralización del comercio y la disminución de los ingresos fiscales
aduaneros. Y, además, se agravó la situación catastrófica de la Hacienda Pública
a causa de las exenciones fiscales a las clases privilegiadas y a los territorios
vasco-navarros. Por todo ello, el endeudamiento estatal creció hasta
multiplicarse por diez en este período, de manera que el Gobierno no tuvo más
remedio que solicitar créditos a los bancos franceses.
Por otro lado, la lucha por la independencia en América supuso una
fuente de gastos para el Estado español en un momento crítico. Finalmente, en
1824 se produjo la Batalla de Ayacucho, que significó para España la pérdida de
las colonias del continente americano, a excepción de las Antillas.
La oposición al régimen vino tanto de los liberales como de los
“apostólicos”. En el caso de los primeros, los partidarios del liberalismo fueron
incapaces de recuperar el poder, a pesar de las intentonas insurreccionales,
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como las de Espoz y Mina en 1830 o la de Torrijos en 1831, entre otras.
En el otro extremo, los absolutistas intransigentes comenzaron a
presionar al rey para que restableciese la Inquisición, endureciese aún más la
represión antiliberal y sustituyera a los ministros reformistas. Incluso formaron
grupos armados en las zonas rurales catalanas, aprovechando la revuelta de
campesinos y artesanos rurales, conocida como de los “agraviados” o
malcontents en 1827.
En 1828, los absolutistas más intransigentes ya estaban definitivamente
decepcionados con Fernando VII y se agruparon en torno al infante don Carlos
María Isidro, hermano menor del rey, quien había demostrado ser un
antirreformista convencido. El problema surgió con la cuestión dinástica a
partir de 1830. El rey promulgó la Pragmática Sanción, que derogaba la Ley
Sálica que impedía a las mujeres la sucesión al trono. Fue una sorpresa para los
ultrarrealistas, que esperaban que don Carlos sucediese al monarca. En octubre
de 1830 nació Isabel, princesa de Asturias, y se abrió una grave crisis entre los
partidarios de don Carlos y los defensores de la legitimidad de la Pragmática y,
por lo tanto, de los derechos de la futura reina, Isabel II.
Fernando VII murió en 1833 y con este suceso comenzó la guerra carlista
entre los partidarios de Isabel y los de don Carlos. La sucesión de Isabel iba a
depender de la búsqueda de apoyos entre los liberales más moderados.

Conclusión.

El reinado de Fernando VII se caracterizó por la pugna ideológica y


política entre el absolutismo y el liberalismo. La restauración en el trono del
monarca significó un intento de volver al Antiguo Régimen, restableciendo
algunas de sus instituciones y recurriendo a una dura represión política para
acallar cualquier tipo de oposición por parte de los liberales. Estos, por su parte,
no tuvieron más remedio que recurrir a la estrategia del pronunciamiento
militar.
Sin embargo, los primeros años de la restauración absolutista fueron un
fracaso casi absoluto. Sucesivos gobiernos ineficaces llevaron a la Hacienda a
una situación de bancarrota y cuando Riego se pronunció en Cabezas de San
Juan, la insurrección se extendió en poco tiempo, por lo que el rey se vio
obligado a jurar la Constitución de 1812.
Los años del Trienio Liberal fueron un intento de retomar el conjunto de
reformas iniciado en las Cortes de Cádiz, pero con escaso éxito. Los liberales se
dividieron en dos tendencias: la moderada, representada en los doceañistas; y la
más radical, constituida por los veinteañistas.
Pero la intervención de los Cien Mil Hijos de San Luis en 1823 puso fin a
la experiencia liberal y volvió a restaurar por segunda vez el absolutismo. No
obstante, no fue posible llevarlo a cabo de forma completa, puesto que la
situación económica y financiera de la Hacienda no lo permitió. Por esta razón,
se recurrió a una política reformista moderada, que no fue aceptada por los
sectores absolutistas más intransigentes.
Estos ultrarrealistas buscaron un candidato al trono en la figura del
infante don Carlos María Isidro ante la posible falta de descendencia de
Fernando VII. Pero el nacimiento de la princesa Isabel, unido a la derogación de
la Ley Sálica por medio de la Pragmática Sanción, provocó el rechazo de los
realistas que, a la muerte de Fernando VII en 1833, desencadenaría la Primera
Guerra Civil Carlista.

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