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Diego Niño

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El Hombre para Marx y Freud

Pocas cosas me parecen más sospechosas que las filosofías y teorías que hablan
del hombre en mayúscula, el que no tiene sexo ni edad, que congloba todos los
sufrimientos y todas las alegrías de quienes vinieron y de quienes vendrán. Digo
que me parecen dudosas porque olvidan, en su afán de teorizar, al objeto de sus
estudios: el hombre de carne y hueso, al que nace, que crece entre las zarzas de
la niñez, que aprende a vivir y que después del largo camino muere
irremisiblemente.

No todos los teóricos, sin embargo, lo olvidan, al argumentar sobre él. Algunos,
incluso, cometen la osadía de hablar de sus carencias, de las ataduras que les
impiden obrar libremente, de sus angustias y de la hondura de sus carencias.
Entre estos hombres y mujeres se encuentran Carl Marx y Sigmund Freud,
hombres que tuvieron el acierto de hablarnos de la esclavitud de quienes debían
vender su fuerza de trabajo para no morir de hambre, del desasosiego de la
sexualidad, de las imposiciones sociales, etc.... Pero no nos adelantemos; vamos
lentamente en la exposición.

El Hombre, para Marx, es un ser social. Esta afirmación suena, en una primera
instancia, verdad de perogrullo. Pero no es tan sencillo. Debemos reflexionar,
inicialmente, que este hecho entraña que el hombre carece, casi completamente,
de instintos: es un ser forjado a partir de lo que aprende, de lo que el contexto
social le ofrece. No se reconoce sino a través de la identificación con otros
hombres, así como no puede entender su realidad si no lo hace a través de la
realidad de sus semejantes. Es tan exiguo su acervo instintivo que sólo está en
capacidad de sobrevivir muchísimo tiempo después de haber nacido (luego de
aprender a hablar, caminar, comer e, incluso, de haberse ejercitado largamente en
la reproducción)1. Es dable resaltar que entre los elementos que debe aprender
están los métodos que usará en los contextos sociales. Esto es, el hombre, a
diferencia de animales gregarios como las avispas o las abejas, debe instruirse en
las artes de la comunicación, los símbolos y las normas que regulan los ámbitos
sociales, de tal suerte que él es un animal que aprende a socializar después de un
largo, y en no pocas ocasiones, doloroso proceso de adiestramiento.

1
“el hombre es un ser que no tiene una instintividad natural tan grande como la del
pollo que rompe el huevo y ya sabe aproximadamente todo lo que va a saber”. Zuleta,
Estanislao. Ensayos sobre Marx. Editorial Percepción; Medellín, 1987. Pág.23.
El hombre para Marx es, por otra parte, sustancialmente histórico: “el hombre
puede cambiar cuando cambien sus relaciones, sus condiciones, sus técnicas y
que no hay, precisamente porque es un ser social, ninguna naturaleza humana,
sino que hay una historia del hombre”2. Esto no excluye, por lo demás, una
sucesión de asuntos humanos que no son, ni podrían ser, determinados por la
versatilidad de dichos cambios; la diferencia de sexos no se cambiará, por
ejemplo, aunque cambien las técnicas, las relaciones o las condiciones. La
sociedad debe, sin embargo, darle una posición simbólica a esta diferenciación;
esto es, hay que proveerla de lo que Freud denominaba una identidad secundaria.
Hay, ciertamente, una necesidad de identificación a cada cual en su sexo, pero
dicha caracterización no está dada por la naturaleza, puesto que la sexualidad
está subordinada a la historia más que a la necesidad biológica. En efecto: la
sexualidad ni se hereda ni se adapta; no tiene un objeto predeterminado sino que,
por el contrario, este se halla en el transcurso de la vacilante historia personal
(tampoco tiene, como se piensa comúnmente, un fin determinado ni es facultad
exclusiva de los órganos genitales). Los deseos no están vinculados, por tanto, a
un objeto por la naturaleza sino por la historia3.

El hombre para Freud es, continuando la línea argumentativa, un animal


eminentemente sexual.

Hay que aclarar, antes de llegar, una vez más, a los terrenos de la sexualidad, la
diferencia entre deseo, necesidad y demanda. El deseo difiere de la necesidad en
tanto que esta es un desequilibrio orgánico (no tiene historia) y la primera está
vinculada al orden simbólico y, por lo cual, está determinado por la historia de
quien lo padece. El deseo en el hombre está imbricado, por otro lado, a la
necesidad: “al conjunto de necesidades se sobrepone de manera casi inmediata
una formulación que ya no procede de la necesidad, que es característica de la
necesidad humana, tan temprana, de simbolización”4. Freud sostenía, a propósito
de esta afirmación, que el chupo sustituye el seno de tal manera que llega a ser
placentero para el bebé independientemente de la satisfacción de la necesidad de
alimentarse. Esto quiere decir que la representación es, en sí misma, placentera
sin importar su vinculación con la necesidad orgánica. Esto evidencia la
preeminencia en el hombre del orden simbólico sobre el orgánico (quien, en
muchos casos, no es funcional si no logra acreditarse simbólicamente). La
2
Ídem. Pág.25.
3
“El objeto del deseo ha sido introducido en una historia. Cuando un individuo, por
ejemplo, tiene un deseo sexual por determinada persona, ese deseo sí es muy
expresivo de lo que ha sido su vida”. Zuleta, Estanislao. El pensamiento psicoanalítico.
Hombre Nuevo Editores, FEZ; Medellín, 2004. Pág.37.
4
Ibídem.
demanda es, por último, el deseo que no encuentra expresión y que se evade por
caminos por los que nunca llegará a ser satisfecha.

En la vida de cualquier humano encontraremos, indefectiblemente, la convivencia


entre demandas y deseos, y estos estarán sostenidos, a su vez, en las
necesidades. Cualquier función de la vida puede ser examinada, en consecuencia,
bajo la óptica de la interacción entre demandas y deseos; es decir, como función
erótica. Este hecho se ve claramente a la luz de la inhibición5: las funciones que
son susceptibles de ella son aquellas que tienen una dimensión sexual y que, por
tanto, aluden, como se dijo arriba, a la historia del sujeto, a su identidad y a la
formación de su ser.

El hombre de carne y hueso, el que sobrelleva el peso de las circunstancias es, en


consecuencia, para Marx y Freud, un ser que lo determinan los vínculos sociales,
el pasado y la interacción entre los deseos y las demandas. Es, por tanto, un ser a
quien la identidad, su identidad, varía al ritmo de la re-simbolización del pasado,
de los deseos y de las demandas. No es, entonces, un hombre estandarizado,
sujeto al arrogante rasero que lo iguala a los demás hombres (sin importar
nacionalidades, sexo o edad) ni con el fardo de la universalidad que omite su
pasado y la particularidad de sus deseos.

Bibliografía

Zuleta, Estanislao. Ensayos sobre Marx. Editorial Percepción; Medellín, 1987.

Zuleta, Estanislao. El pensamiento psicoanalítico. Hombre Nuevo Editores, FEZ;


Medellín, 2004.

5
La inhibición es la prohibición de algo en lo que inconscientemente se ha
transformado una función determinada.

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