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EUGEN HERRIGEL
Arquero x Hokusai
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Introducción
ceremonia del té, la danza y las bellas artes las olas del océano en un tintero y el monte
arquería, practicada en una época con fines ros de todos los tiempos, será sólo concedido
la única que conocemos en Occidente y hasta estética, y hasta cierto punto, aun la vida in-
Apenas comencé a actuar en mi nuevo me- Sólo cuando repuse que un Maestro que
dio, me dispuse a concretar mis deseos, pero tomaba tan en serio su trabajo bien podía tra-
inmediatamente recibí turbadas negativas. tarme como su alumno más joven, y al adver-
Nunca, me dijeron, ningún europeo se ha- tir que realmente deseaba aprender el arte,
bía interesado seriamente en la doctrina Zen no por placer, sino por amor a la Gran Doc-
y puesto que ella repudiaba el más mínimo trina, me aceptó como alumno junto con mi
vestigio de “enseñanza”, no podía yo esperar esposa, ya que desde hace mucho tiempo es
que me satisfaciera “teóricamente”. Me costó habitual en el Japón que las jóvenes también
muchas horas perdidas hacerles comprender sean instruidas en las reglas de este arte, y la
la razón por la cual quería dedicarme a la for- esposa y las dos hijas del Maestro lo practica-
ma no especulativa del Zen. Me informaron ban con diligencia.
entonces que prácticamente resultaba casi
imposible que un europeo penetrara en este Así se inició el largo, intenso curso de ins-
reino de la vida espiritual -quizás el más ex- trucción en el cual nuestro amigo Komachiya,
traño entre cuantos puede ofrecer el Lejano que defendiera tan obstinadamente nuestra
Oriente- a menos que comenzara por apren- causa, ofreciéndose casi como garantía nues-
der una de las artes vinculadas a la doctrina. tra, participaba como intérprete. Me invita-
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cuerpo es capaz; antes bien, debéis aprender ca tanto más esmerada, resistíase a hacerse
convirtió en un acto natural y la leve sensa- intentaba mantener relajados los músculos
lanzar la flecha, de manera que ésta vacilaba que sentía.“Comprendo perfectamente -le
un niño, como la piel de una fruta madura. sólo quede de su persona una tensión sin ob-
La exigencia de que la puerta de los senti- recen incontinentemente en una mezcla sin
significa que la mente, inteligencia o espíri- táneamente. Antes de toda acción y toda
inculcar en el neófito. La práctica, la incansa- el Maestro entiende que su primer deber con-
El alumno aporta tres cosas: buena educa- Pero, para llegar a ese estadio, para que
ción, amor apasionado por el arte que ha ele- la pericia se vuelva “espiritual”, es necesaria
gido y una veneración incondicional por su una concentración de todas las fuerzas físicas
Maestro. La relación maestro-alumno forma y psíquicas igual que en el arte de los arqueros
parte desde la más remota antigüedad de los que, según se podrá apreciar en los ejemplos
compromisos básicos de la vida y presupone; siguientes, es en todas las circunstancias, ab-
por lo tanto, de parte del Maestro, una enor- solutamente imprescindible.
me responsabilidad que rebasa ampliamente
los límites de sus deberes profesionales. Un pintor se sienta ante la clase, examina
su pincel y lo prepara lentamente, lo embebe
Al principio no se exige al alumno otra cosa con cuidado en la tinta, endereza la larga tira
que la mera imitación consciente de cuanto de papel que se extiende delante de él sobre la
el Maestro hace. Éste, para evitar largas y estera y, finalmente, después de sumergirse
engorrosas explicaciones e instrucciones, se por un momento en una profunda concentra-
contenta con dar algunas órdenes superficia- ción, en la que parece estar rodeado por un
les y pasa por alto las preguntas del alumno. halo de inviolabilidad, pinta, con trazos segu-
Contempla impasible sus esfuerzos más des- ros y rápidos, un cuadro que no necesita ya de
atinados, sin esperar siquiera independen- correcciones ni modificaciones y puede, por
cia o iniciativa, y aguarda pacientemente el ende, servir de modelo a la clase.
desarrollo, la evolución, la madurez. Ambos
(alumno y Maestro) disponen de tiempo; el Un maestro del arreglo floral inicia su cla-
Maestro no insiste y el alumno no se recarga se desciñendo cautelosamente la cuerda que
de trabajo. mantiene unidas en un haz las flores y las
ramas, y las va depositando cuidadosamente
Lejos de pretender despertar prematura- a un costado. Examina luego las ramas, una
mente al artista que duerme en el discípulo, por una, elige la mejor, la curva prudente-
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mente imprimiéndole con minuciosa exac- sible. Sumergido sin propósito determinado
ta entonces hubiera sido inútil. Pero el acto porque el Maestro me tenía completamente
-Aquel que tenga que andar cien millas Al hacerlo, los movimientos surgirán del
deberá considerar noventa la mitad del ca- centro, del lugar donde reside la respiración
mino -replicó, citando el proverbio-. Nuestro correcta. En vez de interpretar la ceremo-
nuevo ejercicio será disparar a un blanco. nia como algo que se hubiera aprendido de
memoria, deberá ser como si se la estuviera
Lo que hasta entonces había servido de blanco creando según la inspiración del momento,
receptor de las flechas no era más que un rollo de de modo que danza y danzarín sean una sola y
paja instalado sobre un soporte de madera, co- misma cosa. Cumpliendo la ceremonia como
locado a una distancia de dos flechas. El blanco una danza religiosa, la conciencia espiritual
verdadero en cambio estaba situado a una distan- podrá desarrollar plenamente toda su fuerza.
cia de unos dieciocho metros, sobre un banco de
arena elevado y de base ancha. La arena estaba No se hasta qué punto logré “danzar” la
amontonada contra tres paredes que, lo mismo ceremonia y de tal manera darle vida desde el
que el lugar destinado al arquero, era cubierto por centro. El radio de alcance de mis tiros ya no
un techo de tejas hermosamente curvado. Estas era demasiado corto, pero aun no conseguía
dos “galerías”, la que ocupa el arquero y la desti- que dieran en el blanco. Esto me llevó a pre-
nada al blanco, están unidas por altos tabiques de guntar al Maestro por qué nunca nos había
madera que separan del exterior el espacio desti- enseñado a hacer puntería. Debía existir, así
nado a esas extrañas actividades. por lo menos me parecía, una relación entre
El Maestro procedió a hacernos una de- el blanco y la punta de la flecha y por lo tanto
mostración de tiro al blanco y las dos flechas un método adecuado para dirigir la visual de
que lanzó fueron a clavarse en el disco negro. manera de afinar la puntería.
Luego nos ordenó que representáramos la
ceremonia exactamente en la misma forma -Naturalmente lo hay -dijo el Maestro- y
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usted mismo puede hallar fácilmente el modo último podrá tener la absoluta seguridad de
Después de estas palabras, que pronunció -Usted se engaña -dijo el Maestro después
como si fueran evidentes en sí, nos pidió que de un momento- si se imagina que una com-
observáramos atentamente sus ojos cuando prensión, digamos aproximativa, de estas os-
disparara. Mientras representaba la ceremo- curas relaciones bastará para ayudarlo. Hay
nia sus ojos permanecían entornados, casi ce- procesos que van más allá de toda posibilidad
rrados, y no nos daba la impresión de que en de comprensión. No olvide que aun en la na-
realidad estuviera apuntando. turaleza existen relaciones prácticamente im-
posibles de desentrañar y sin embargo son tan
Obedientemente practicamos el disparo reales que nos hemos acostumbrado a ellas,
sin tomar puntería. Al principio no me pre- como si no pudieran ser de otra manera. Le
ocupé en absoluto por la dirección que toma- daré al respecto un ejemplo: es un problema
ban mis flechas y ni siquiera los aciertos oca- que he estudiado muchas veces. La araña teje
sionales me interesaban, pues sabía bien que su tela sin saber siquiera que existen moscas
en cuanto a mí se refería no eran sino pura que serán apresadas por ella.
casualidad. Pero al final este tirar al azar aca- La mosca, que revolotea indiferente en un
bó por hartarme y caí nuevamente en mi vieja rayo de sol, es apresada por la red sin saber
tentación de preocuparme. El Maestro simu- lo que le espera. Pero a través de la una y de
laba no notar mi inquietud, hasta que un día la otra actúa Ello y ambas están unidas exte-
le confesé lisa y llanamente que mi paciencia riormente e interiormente en la ocasión. Así
había llegado al límite. el arquero da en el blanco sin haber apunta-
do. Es todo lo que puedo decirle.
-Lo que pasa es que usted se preocupa
sin necesidad -me dijo el Maestro, para alen- Por más que esta comparación ocupara
tarme-. ¡Sáquese simplemente de la cabeza mis pensamientos -sin que pudiera por su-
la idea de acertar! Usted podrá ser todo un puesto considerarla una conclusión satisfac-
Maestro aunque sus tiros no den en el blan- toria -algo en mí se resistía a ser apaciguado y
co. no me dejaba seguir practicando serenamen-
te. Una objeción, que en el curso de las sema-
Los aciertos son sólo la prueba, la confir- nas siguientes había ido tomando cuerpo en
mación superficial de su falta de designio en mi mente, se agitaba imperiosamente en mí.
el punto máximo de tensión, de su desprendi- Pregunté pues al Maestro:
miento del ego, de su abandono de sí o como
quiera llamar a ese estado. Hay varios grados -¿No es al menos concebible que usted,
de maestría y sólo cuando haya alcanzado el después de sus largos años de práctica, levan-
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te involuntariamente el arco y la flecha con asombro que la primera flecha se había alo-
-No niego -dijo, después de un breve si- -El primer tiro -dijo- no fue una gran ha-
lencio- que pueda haber algo de verdad en lo zaña, pensará usted, porque después de to-
que usted dice. Enfrento la meta de modo tal dos estos años estoy tan familiarizado con el
que debo verla forzosamente, aun cuando no soporte del blanco que debo saber con preci-
haya dirigido voluntariamente mi mirada en sión, aun en la oscuridad más absoluta, don-
esa dirección. Por otra parte, sé que esta vi- de se halla el blanco. Puede ser y no trataré de
sión no es suficiente, no decide nada, explica, afirmar lo contrario. Pero la segunda flecha
ya que veo la meta como si no la viera. fue a clavarse prácticamente en la primera;
¿qué piensa usted de eso? Por mi parte se que
-Entonces tiene que poder acertar con los no he sido yo el autor de este tiro. Ello dispa-
ojos vendados - exclamé. ró y Ello acertó. ¡Inclinémonos pues ante la
meta como ante el Buda!
El Maestro me dirigió una mirada que me
hizo temer haberlo insultado y me dijo: Evidentemente el Maestro también ha-
bía “hecho blanco en mí” con ambas flechas;
-Venga a verme esta tarde. como transformado de la noche a la mañana
no volví a sucumbir a la tentación de pre-
Así lo hice. Me senté frente a él en un al- ocuparme por mis flechas ni por saber qué
mohadón. Me sirvió el té en silencio y perma- ocurría con ellas. El Maestro me indujo a per-
necimos así, sin hablar, un buen rato. El úni- severar en esta actitud no mirando jamás el
co ruido era el de la pava sobre los carbones blanco, sino simplemente observando al ar-
encendidos. Luego, el Maestro se incorporó quero, como si bastara con ello para obtener
y me hizo señas de que lo siguiera. La sala de la prueba (y la más precisa) de la calidad del
práctica estaba apenas iluminada. Me ordenó tiro y de sus resultados en el blanco. Cuando
que colocara una pequeña vela, larga y del- se lo pregunté, admitió sin titubear que así
gada como una aguja de tejer, en la arena si- era en efecto, y pude comprobar una y otra
tuada delante del blanco, pero de manera tal vez por mí mismo su seguridad de juicio en
que no arrojara ninguna luz sobre el soporte la materia, que no era ni un ápice inferior a
del blanco. la seguridad de sus disparos. De este modo,
mediante la concentración más profunda,
La oscuridad era tan densa que ni siquiera transfería a sus discípulos el espíritu de su
podía ver sus contornos y de no haber estado arte y no temo confirmar por mi propia expe-
allí la diminuta llama de la vela, quizá habría riencia -de la cual dudara en demasía- que la
podido adivinar la posición del blanco, aun- conversación de comunicación inmediata no
que sin ninguna precisión. El Maestro “dan- es una mera figura retórica sino una realidad
zó” la ceremonia. Su primera flecha surcó tangible. Había otra forma de ayuda que el
la densa penumbra y por el leve rumor que Maestro nos prestaba, al mismo tiempo, ya la
produjo supe que había dado en el blanco. que solía también referirse llamándola “tras-
El segundo disparo dio también en el blan- ferencia inmediata del espíritu”. Si yo había
co. Cuando iluminé el soporte descubrí con estado disparando continuamente en falso,
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el Maestro tomaba mi arco y disparaba unos buenos. Debe liberarse de las acechanzas del
Cierto día el Maestro exclamó de pronto, -Me temo que ya no comprendo nada -res-
en el mismo momento en que el tiro “se dis- pondí-; hasta las cosas más simples se hacen
paraba”: confusas. ¿Soy yo quien tiende el arco o es el
arco el que me tiende en el estado de mayor
-¡Allí está! ¡Inclínese ante la meta! tensión? ¿Soy yo quien da en el blanco o el
blanco el que da en mí? Es el Ello espiritual
Cuando miré luego el blanco (desgracia- cuando es vislumbrado por los ojos del cuer-
damente no pude evitarlo) vi que la flecha po y corpóreo cuando es visto por los ojos del
apenas había rozado el borde. espíritu; ambas cosas o ninguna ? Arco, meta
y ego, todos se han fundido inextricablemen-
-Fue un tiro perfecto -dijo el Maestro- y es te entre sí y ya no puedo separarlos pues, tan
así como debe empezar. Pero basta por hoy; pronto como tomo el arco y disparo, todo se
de otro modo se afanaría en el segundo tiro y vuelve tan claro, tan recto y tan ridículamen-
estropearía tan buen comienzo. te simple. . .
Ocasionalmente varios de estos tiros co- -¡Al fin! -me interrumpió-. ¡Ahora sí que
rrectos se sucedían íntimamente encadena- la cuerda del arco se ha tendido a través de
dos los unos a los otros y daban en el blanco, usted!
excepto, naturalmente, la gran mayoría, que
se frustraba. Pero si alguna vez mi rostro re-
flejaba la más mínima señal de satisfacción,
el Maestro se volvía hacia mí con inusitada
violencia:
rable “sendero del samurai” conocido con el ta y Maestro en el arte de la época del Shogun