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produce, Lutero, para luego más tarde poder comprender que mecanismos
se activan para llegar a producir la clase de individuo precario en su
humanidad que renuncia a la satisfacción y se limita a una vivencia
ascética. Este individuo será el germen en el cual surja el modelo imponente
en el capitalismo de sujeto ahorrador dedicado al trabajo.
La propuesta luterana muchas veces olvidada es la de considerar que
solamente hay salvación a través de la fe, y no a través de las obras. El
catolicismo cree en la redención de nuestros pecados, por lo que el
individuo no se ve sometido a una presión sobre sus actos. Mientras que
Lutero considera que cuanto más conscientes seamos de nuestros pecados
y más alejados de Dios nos sintamos, más posibilidades tenemos de que
Dios se fije en nosotros2.
Lutero considera que se ha producido una perversión del mensaje de
Cristo. La iglesia de Roma de san Pedro ha renunciado al mensaje de san
Pablo. Lutero considera que el comienzo del cristianismo se produce cuando
Jesús en la cruz pronuncia: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”.
Lutero supone la supremacía de la conciencia individual frente al
poder, en él se produce una renuncia al papel de interpretación que se
encontraba en posesión de la jerarquía eclesiástica. Ya no es necesaria la
intervención de un sacerdote para interpretar el mensaje de Dios. Pero este
camino para Lutero que supone la base del individualismo y marca la
democracia moderna no es un camino hacia la felicidad. La revolución
luterana no pasa del ámbito espiritual y en ella se produce un ejercicio de
repliegue individual y de moralización de la masa.
Para autores como Horkheimer la reforma protestante supuso la
interiorización del dominio. El hombre ya no se encontraba sometido por un
poder exterior, sino que se veía acorralado en su yo interior en una angustia
vital sometido a un poder no tangible.
Llegados a este punto de discusión me parece oportuno introducir la
visión dada por Erich Fromm3 en su análisis del carácter social y en lo
concerniente a las raíces emocionales del protestantismo de la primera
época y del autoritarismo moderno. En su obra realiza un análisis del
carácter masoquista donde, por ejemplo, el amor posee el significado de
dependencia simbólica y no de afirmación mutua y de unión sobre una base
de igualdad, el sacrificio entraña extrema subordinación del yo individual a
una entidad superior, y no la afirmación del yo espiritual y moral; la
diferencia entre individuos significa un desnivel de poder y no la realización
del yo fundada sobre la igualdad; la justicia indica que cada uno debe recibir
lo que merece y no que el individuo posee títulos incondicionales para el
ejercicio de los inalienables derechos que le son inherentes en tanto
hombre; el coraje es la disposición de someterse y a soportar el sufrimiento,
y no la afirmación suprema de la individualidad en lucha contra el poder.
Fromm analiza el individuo moderno en el momento de que se
encuentra en el estado de abandono del estado preindividualista propio del
antiguo régimen, y en su disyuntiva de tener que elegir entre un modelo de
vida donde prime su individualidad y un relación espontánea hacia los
hombres y la naturaleza, o por el contrario debido al miedo a la libertad su
2
En este punto me gustaría aludir a la película alemana de 2009 La cinta blanca, del director Michael
Haneke. En ella se nos muestra la sociedad protestante de preguerra. Se nos introduce su visión del horror
ante el pecado y como las personas se encuentran sometidas a los designios de un Dios todopoderoso que
concede de modo arbitrario su gracia. Este modelo social será capaz de crear personalidades autoritarias
que actúan en nombre de algo más grande y personajes sometidos a una voluntad y a unos objetivos
superiores.
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Fromm, E., El miedo a la libertad, Barcelona, Paidós, 2008.
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carácter se someta a una autoridad para librarse de la difícil tarea de ser
libre y de sentirse solo y angustiado. Si bien el individuo puede sentirse
seguro y satisfecho conscientemente con esta última opción, en su
inconsciente se dará cuenta de que el precio que paga representa el
abandono de la fuerza y de la integridad de su yo.
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Proceso que como ya hemos mencionado viene marcado por la reforma protestante.
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Modelo de vida imperante en el mundo occidental que se puede reducir a: Hacer vivir, dejar morir
frente al modelo del antiguo régimen que demostraba su poder a través de la muerte. Este nuevo modelo
llamado biopolítica se centra en la capacidad de producir nuevas capacidades basadas en la racionalidad
de la ciencia. Los sujetos se ven sometidos a la racionalidad de la ciencia y orientados en la conciencia de
aceptar el modelo político imperante.
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Exactamente como la dependencia masoquista de una persona respecto a otra, con frecuencia es
concebida como «amor».
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hombres poder realizar, fundándose solamente en su naturaleza, cualquier
acto bueno. El hombre posee una naturaleza mala y depravada (naturaliter
et inevitabiliter mala et vitiata natura). La depravación de la naturaleza del
hombre y su absoluta falta de libertad para elegir lo justo constituye uno de
los conceptos fundamentales de todo el pensamiento de Lutero. Esta
convicción acerca de la corrupción del hombre y de su impotencia para
realizar lo bueno por sus propios méritos es una condición esencial de la
gracia divina. Solamente si el hombre se humilla a sí mismo y destruye su
voluntad y orgullo individuales podrá descender sobre él la gracias de Dios7.
En la sociedad medieval el individuo debía trabajar si quería vivir, y el
mismo trabajo no suponía una actividad digna del hombre libre. Con el
cambio operado en el carácter social en la época moderna los hombres
ahora estaban impulsados a trabajar, no tanto por la presión externa como
por una tendencia compulsiva interna que los obligaba de una manera sólo
comparable a la que hubiera podido alcanzar un patrón muy severo en otras
sociedades. Este sentimiento de «deber» se halla completo por una
hostilidad contra el yo. El hombre se ve arrastrado por su «conciencia», que
no es otra cosa que las exigencias sociales externas que se han hecho
internas.
La obra iniciada por el protestantismo, al liberar espiritualmente al
hombre, ha sido continuada por el capitalismo, el cual lo hizo desde el
punto de vista mental, social y político. La libertad económica constituía la
base de este desarrollo, y la clase media era su abanderada. También
contribuyó poderosamente al aumento de la libertad positiva, al crecimiento
de un yo activo, crítico y responsable. Sin embargo, también produjo una
consecuencia inversa al hacer del individuo más solo y aislado, y al
inspirarle un sentimiento de insignificancia e impotencia.
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«libre» en el sentido de que se halla solo con su yo frente a un mundo
extraño y hostil9. El sujeto busca algo o alguien a quien encadenar su yo; no
puede sentir su libertad y huye de su propio yo. El autor del miedo a la
libertad trata el masoquismo o el sadismo como mecanismos de búsqueda
de sumisión y de renuncia a la libertad. Dichos mecanismos tratan de
acabar con el aislamiento del individuo aunque conlleve la pérdida de
dirección vital, o precisamente por eso mismo. Las tendencias masoquistas
renuncian a la conquista de su propio yo a cambio de entregarse a algo
mayor, a una entidad superior que permita a la persona formar parte de
ella. Al participar de un movimiento mayor o eterno el individuo forma parte
de él, aunque ello le obligue a perder su libertad individual, o la vida. Estos
mecanismos acaban teniendo una visión del sufrimiento como un objetivo
apetecible.
El sujeto dominante no queda exento de esta relación con el
elemento sumiso. Ambos sujetos se necesitan; el sumiso necesita
entregarse a un poder dominante superior, mientras que el sujeto
dominante se reafirma a través de la visión del sumiso. La figura dominante
tiene poder porque el sumiso se lo otorga, se establece una relación de
interdependencia10.
En la dialéctica del amo y el esclavo del Hegel las posiciones quedan
definidas por dos figuras contrapuestas e interrelacionadas. El señor es
aquel capaz de renunciar a la vida por sus valores, mientras que el siervo
queda sometido por su apego a la vida biológica. Pero con el tiempo el
señor olvida sus valores centrándose en el goce, mientras que el siervo
vuelve a humanizarse a través del trabajo, que le otorga la capacidad de
transformar la naturaleza.
Para Fromm el carácter autoritario reside en sufrir lo que el destino, o
su representante personal o «líder», le ha asignado. Sufrir sin lamentarse
constituye la virtud más alta, y no lo es, en cambio, el coraje necesario para
poner fin al sufrimiento. El heroísmo propio del carácter autoritario no está
en cambiar su destino, sino en someterse a él11.
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Citando a Dostoievsky es su obra Los hermanos Karamazov, el individuo no tiene “necesidad más
urgente que la de hallar a alguien al cual pueda entregar, tan pronto como le sea posible, ese don de la
libertad con que él, pobre criatura, tuvo la desgracia de nacer”.
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En este punto podemos aludir a la teoría del reconocimiento establecida por F.W. Hegel. Las figuras
enemigas se necesitan porque el ser humano necesita del reconocimiento. El conflicto se produce porque
se busca ser reconocido sin reconocer a los demás.
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En la sociedad nos encontramos con individuos que sin poseer el carácter autoritario ni el sesgo
sadomasoquista, necesitan de un auxiliador mágico, alguien o algo del que depender o poder hacer
responsable de sus propios actos.
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En el capítulo final de la obra de Fromm se nos analiza el individuo en
la sociedad moderna, viviendo en libertad y democracia. El autor recalca la
renuncia del individuo a su parte emocional, la persona se encuentra en la
obligación de actuar de manera racional y se encuentra embobada por
sentimientos superfluos que mitigan el anhelo de emociones. El individuo
moderno se encuentra en la sensación de habitar en un mundo demasiado
complejo para su compresión. Los hechos más atroces se convierten en los
más cotidianos quitándoles importancia. El telediario salta de catástrofes al
mundo de la telebasura en un anuncio y con el mismo tono de voz del
presentador. La rueda del mundo gira sin que el individuo pueda pararla, los
acontecimientos son reducidos a altercados. El individuo común sometido a
la racionalidad que habita un mundo estéril se limita al conformismo.
Para analizar el estado de la sociedad moderna es necesario que
intentemos buscar un momento de fricción en el cual haya sido posible que
se vislumbrara un acontecimiento que fuera capaz de sacar de la alineación
a los individuos sociales. Tras la segunda guerra mundial ha imperado en
occidente el modelo social de que todo individuo tiene un lugar establecido
son relaciones sociales intensas. El poder realiza un control desde nuestra
“conciencia” y conformismo. En la ciudad ya no quedan espacios para la
política, espacios donde puedan darse circunstancias no establecidas, los
individuos nos dirigimos directos a la meta sin mirar el paisaje. Ese estado
de policía de Jacques Rancière se identifica con el modelo de la peste de
Michel Foucault. Todo está normalizado y establecido y los individuos deben
permanecer en su espacio personal.
Ese último acontecimiento donde se rompieron las barreras no
tangibles fue el Mayo del 68. En ese acontecimiento las personas se
volvieron a interrelacionar, se volvieron inconformistas. El hecho causal que
lo desató no fue otra cosa que el malestar inconsciente del individuo que
trataba de huir del mundo reticulado en el cual prima el deber social.
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Una muestra de las diferentes respuestas a través de un análisis de las personalidades puede ser la
película de 1975 y dirigida por Sidney Lumet, Doce hombres sin piedad. En ella se nos muestra no
solamente una revisión del sistema judicial, sino como las personas ofrecen diferentes respuestas según
sus influencias, su bagaje educacional, familiar, etc. Muchas se muestran conformistas y se vuelven
agresivas cuando pierden sus pilares o se sienten atacados, no se ven capaces de pensar a través de su
propia óptica.