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LAS LECCIONES (MAL) APRENDIDAS.

Francisco Javier Barba Regidor1

Con terremoto o sin terremoto. Con tsunami o sin tsunami. Con huracán o sin huracán.
Da igual. Nos empollamos la lección cada vez que ocurre pero, al cabo de unas semanas,
acaso meses, cuando la calma parece que vuelve a instalarse entre la población... de los que
no han sufrido directamente el desastre, nos olvidamos de todo aquello que hemos visto en la
televisión o, acaso, leído en los periódicos y en el ordenador. Tenemos, lamentablemente,
una frágil memoria. Acaso una frágil memoria que se justifica como un placebo para no sufrir
en demasía no fuera que entonces las cosas fueran peores para todos nosotros.

La humanidad es experta en desastres. La naturaleza unas veces, la tecnología otras, y


ambas a la vez en alguna que otra ocasión (como en el nordeste de Japón hace unos días) nos
golpean con saña, con tanta vehemencia que cuando miramos a los días en que todo aquello
empezó nos parece mentira que el "destino" haya jugado de esa manera con nosotros.

Sin embargo no somos capaces de comprender que el desastre actúa sobre nosotros
porque el desastre lo llevamos encima. Es nuestra capacidad de transformación de la
naturaleza y de dominar los recursos que ésta pone a nuestra disposición lo que se revuelve
contra nosotros mismos como una serpiente asustada ante el devenir de los acontecimientos.
Suelta su boca con colmillos venenosos allá hacia donde intuye la presencia del ser humano y
nos deja el veneno metido hasta las calzas. Si ese ser humano no hubiera estado ahí,
ciertamente que el desastre no se hubiera producido.

Ocurre, empero, que cuando se desencadenan estos fenómenos que tanto nos
imponen, echamos las manos a la cabeza, nos quedamos boquiabiertos, asombrados de la
pequeñez de lo humano y nos decimos que vaya suerte que tenemos nosotros por verlo desde
la distancia sin que nos afecte... directamente. Porque, a la larga, esto siempre salpica. De una
manera u otra.

Algunas de esas salpicaduras son, ciertamente recuperables (es el caso del dinero, que
tarde o temprano, con esfuerzo y sabiduría se puede reponer). Pero hay tantas otras que
nunca lo van a ser: son las muertes y las secuelas de las enfermedades que luego vienen a
aparecer (Nueva Orleans, Haití, Banda Aceh, Japón de nuevo, etc.). Lo otro, lo de las casas y las
obras civiles demolidas es importante pero tarde o temprano se repondrán hasta que otro
nuevo desastre (natural o tecnológico) vuelva a hacer de las suyas.

De poco sirve que lo sucedido en esta ocasión ha sido el fruto de una serie de

1
Doctor en Geología. Profesor de Medio Ambiente
acontecimientos desgraciados (terremoto, tsunami, central nuclear, escapes radiactivos). Ahora
el debate se centrará en el futuro de las energías basadas en la gestión de lo que pasa en los
núcleos atómicos cuando son bombardeados por partículas que los hace inestables. Pero, eso
no resuelve el conflicto.

Porque existe un conflicto. De intereses. Entre los seres humanos y la Naturaleza. El


primero busca recursos y ésta los ofrece no sin pago de hipotecas. Y los réditos que ésta nos
impone, ciertamente onerosos, no acaban de disuadirnos de seguir haciendo negocios con ella,
simplemente porque la necesitamos, porque precisamos de esos recursos a sabiendas de que el
negocio no es lo suficientemente bueno. Es más, parece que ni siquiera nos molestan los
intereses generados por esa deuda.

La pregunta ahora, en el fragor del debate abierto en los medios de comunicación, en la


sociedad, no es otro que el de si energía nuclear sí o energía nuclear no. Pero, recordando
accidentes graves que han ocurrido en los últimos años por la acción de la naturaleza ante obras
humanas, a uno le viene a la memoria el gravísimo suceso de la presa de Vaiont, al norte de
Venecia, la presa más alta a comienzos de los sesenta, que en fase de llenado una de sus laderas
deslizó dentro del vaso del embalse 265 hm3 de rocas que dieron lugar a una ola de 230 m de
altura que rebosó el muro ahogando a más de 2000 personas de los pueblos limítrofes aguas
abajo y aguas arriba. Y, a la luz de este dato, ¿no sería también necesario debatir acerca de las
centrales hidroeléctricas en previsión de daños si se produjeran accidentes como el descrito
arriba? Porque, ¿qué no ocurriría si presas emblemáticas (Hoover, Assuan, Tres Gargantas, etc.)
sufrieran accidentes o… sabotajes? La minería, por otro lado, produce muertes por derrumbes
en las galerías, destruye suelos, libera a las aguas, al aire o a los suelos contaminantes de todo
tipo que dañan no sólo el paisaje, sino también nuestra salud. Del mismo modo, cada año
mueren en todo el mundo miles (muchos) de persona a consecuencia de los accidentes de
circulación. ¿Deberíamos abrir en la sociedad el debate de la pertinencia o no de subir o
mantener o bajar los límites de velocidad de circulación? Todo por el buen deseo (compartido)
de evitar más muerte y dolor…

Volvamos a lo señalado arriba. Pensamos que hemos aprendido la lección. Pero muy lejos
de la verdad. Y la prueba está en que cada dos por tres la naturaleza o la tecnología, o ambas a
la vez alimentándose mutuamente, se precian en repetirnos la lección impartida tiempo atrás.
Y nos volveremos a asombrar por la tozudez de la realidad, lo efímero de nuestras obras o la
vanidad que nos hace creernos los amos del planeta. Porque no habremos aprendido nada.
Porque no habremos actuado en consecuencia actuando previendo de dónde y cómo vendrán
los peligros, cuándo actuarán, cómo escapar de ellos...

De poco sirve que en Japón hayan construido edificios que han resistido terremotos de
magnitud 9, si luego el maremoto se lleva por delante lo que ha resistido
estoicamente. Siempre hay algo que se nos escapa de las manos. Y es natural, no somos
dioses de Olimpo ninguno con capacidad de domeñar absolutamente cuanto nos rodea.
Acaso podemos intentarlo. Pero tememos que no lo vamos a conseguir jamás. La cuestión es
aprender esa lección y ponerla en práctica para que cuando los hados nos den la espalda,
podamos encontrar el camino con el menor daño posible. ¿Cuándo vamos a dar ese paso?

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