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Con terremoto o sin terremoto. Con tsunami o sin tsunami. Con huracán o sin huracán.
Da igual. Nos empollamos la lección cada vez que ocurre pero, al cabo de unas semanas,
acaso meses, cuando la calma parece que vuelve a instalarse entre la población... de los que
no han sufrido directamente el desastre, nos olvidamos de todo aquello que hemos visto en la
televisión o, acaso, leído en los periódicos y en el ordenador. Tenemos, lamentablemente,
una frágil memoria. Acaso una frágil memoria que se justifica como un placebo para no sufrir
en demasía no fuera que entonces las cosas fueran peores para todos nosotros.
Sin embargo no somos capaces de comprender que el desastre actúa sobre nosotros
porque el desastre lo llevamos encima. Es nuestra capacidad de transformación de la
naturaleza y de dominar los recursos que ésta pone a nuestra disposición lo que se revuelve
contra nosotros mismos como una serpiente asustada ante el devenir de los acontecimientos.
Suelta su boca con colmillos venenosos allá hacia donde intuye la presencia del ser humano y
nos deja el veneno metido hasta las calzas. Si ese ser humano no hubiera estado ahí,
ciertamente que el desastre no se hubiera producido.
Ocurre, empero, que cuando se desencadenan estos fenómenos que tanto nos
imponen, echamos las manos a la cabeza, nos quedamos boquiabiertos, asombrados de la
pequeñez de lo humano y nos decimos que vaya suerte que tenemos nosotros por verlo desde
la distancia sin que nos afecte... directamente. Porque, a la larga, esto siempre salpica. De una
manera u otra.
Algunas de esas salpicaduras son, ciertamente recuperables (es el caso del dinero, que
tarde o temprano, con esfuerzo y sabiduría se puede reponer). Pero hay tantas otras que
nunca lo van a ser: son las muertes y las secuelas de las enfermedades que luego vienen a
aparecer (Nueva Orleans, Haití, Banda Aceh, Japón de nuevo, etc.). Lo otro, lo de las casas y las
obras civiles demolidas es importante pero tarde o temprano se repondrán hasta que otro
nuevo desastre (natural o tecnológico) vuelva a hacer de las suyas.
De poco sirve que lo sucedido en esta ocasión ha sido el fruto de una serie de
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Doctor en Geología. Profesor de Medio Ambiente
acontecimientos desgraciados (terremoto, tsunami, central nuclear, escapes radiactivos). Ahora
el debate se centrará en el futuro de las energías basadas en la gestión de lo que pasa en los
núcleos atómicos cuando son bombardeados por partículas que los hace inestables. Pero, eso
no resuelve el conflicto.
Volvamos a lo señalado arriba. Pensamos que hemos aprendido la lección. Pero muy lejos
de la verdad. Y la prueba está en que cada dos por tres la naturaleza o la tecnología, o ambas a
la vez alimentándose mutuamente, se precian en repetirnos la lección impartida tiempo atrás.
Y nos volveremos a asombrar por la tozudez de la realidad, lo efímero de nuestras obras o la
vanidad que nos hace creernos los amos del planeta. Porque no habremos aprendido nada.
Porque no habremos actuado en consecuencia actuando previendo de dónde y cómo vendrán
los peligros, cuándo actuarán, cómo escapar de ellos...
De poco sirve que en Japón hayan construido edificios que han resistido terremotos de
magnitud 9, si luego el maremoto se lleva por delante lo que ha resistido
estoicamente. Siempre hay algo que se nos escapa de las manos. Y es natural, no somos
dioses de Olimpo ninguno con capacidad de domeñar absolutamente cuanto nos rodea.
Acaso podemos intentarlo. Pero tememos que no lo vamos a conseguir jamás. La cuestión es
aprender esa lección y ponerla en práctica para que cuando los hados nos den la espalda,
podamos encontrar el camino con el menor daño posible. ¿Cuándo vamos a dar ese paso?