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Moore
http://www.ditext.com/moore/refute.html
La razón por la que he mencionado estos dos puntos es que cuando nos
introducimos en las complejidades del debate filosófico, tenemos tendencia a pasar por
alto la enorme distancia que hay entre esta visión idealista y la visión ordinaria del
mundo, y a pasar por alto la cantidad de afirmaciones diferentes que el idealista debería
probar. Pienso que es a causa de esa enorme distancia y debido a la cantidad de
diferentes excelencias que los idealistas atribuyen al universo que se nos presenta como
una cuestión tan interesante e importante si el idealismo es verdadero o no lo es. Pero,
cuando comenzamos a debatir sobre él, pienso que tenemos tendencia a olvidar muchos
de los argumentos que esta interesante cuestión conlleva: tendemos a dar por hecho que
si logramos imponer uno o dos puntos de vista sobre cada lado de la cuestión, ya hemos
salido victoriosos en todo el asunto. Digo esto para que no se piense que alguno de los
argumentos que presentaré en este escrito sea suficiente para rebatir, o alguna refutación
de los mismos suficiente para demostrar, la cuestión verdaderamente interesante e
importante de que la realidad es espiritual. Por mi parte, quiero que se entienda
claramente que nada de lo que voy a decir tiene la más mínima pretensión de demostrar
que la realidad no es espiritual: no creo posible refutar ni una sola de las muy
importantes proposiciones derivadas de tal afirmación. La realidad puede ser espiritual,
por lo que yo conozco; y espero sinceramente que lo sea. Pero yo adopto “idealismo”
como un término amplio que incluye no sólo esta interesante conclusión, sino también
cierto número de argumentos con pretensiones de ser, si no suficientes, sí al menos
necesarios, para demostrarla. De hecho considero que los idealistas modernos se
distinguen principalmente por tener en común ciertos argumentos. Creo que ha sido
principio de muchos teólogos que la realidad es espiritual; y que, sin embargo, sólo por
creer eso, apenas deberían recibir el nombre de idealistas. Además, hay, creo, muchas
personas, denominadas idealistas con propiedad, que sostienen ciertas proposiciones
características, sin atreverse a pensarlas lo bastante como para obtener una conclusión
tan contundente. Sólo me ocuparé, por lo tanto, de los argumentos idealistas; y si algún
idealista sostiene que no es necesario ningún argumento para probar que la realidad es
espiritual, ciertamente no lo habré refutado. No obstante, sí atacaré al menos un
argumento que, según me parece indudable, es necesario para sustentar su posición por
todos los idealistas. Y me gustaría señalar una cierta ventaja que me da esta forma de
proceder, una ventaja que justifica la afirmación de que, si mis argumentos son sólidos,
habrán refutado al idealismo. Si logro refutar una sola proposición que sea un paso
necesario y esencial para todos los argumentos idealistas, entonces es irrelevante lo
buenos que puedan ser los demás argumentos, pues habré demostrado que los idealistas
no tienen razón alguna para fundar su conclusión.
Supongamos que tenemos una cadena argumentativa con la forma: Puesto que A
es B, y B es C, y C es D, se sigue que A es D. En tal argumento, aunque “B es C” y “C
es D” puedan ser ambas verdaderas, si “A es B” es falsa, no tenemos más razón para
afirmar que A es D que si las tres son todas falsas. Ciertamente, no se sigue que sea
falso que A es D; ni se sigue que pueda haber otros argumentos que prueben que es
verdad. Pero se sigue que, en lo que alcanza este argumento, es la suposición más
ínfundada, sin la menor pizca de evidencia. Mi propuesta consiste en atacar una
proposición que me parece que guarda esa misma relación con la conclusión “la
realidad es espiritual”. No me propongo discutir que la “realidad es espiritual”; no niego
que pueda haber razones para pensar eso: pero me propongo mostrar que una razón
sobre la que, en mi modesta opinión, están fundados todos los demás argumentos
usados por los idealistas, es falsa. Estos otros argumentos pueden, por lo que diré, ser
altamente ingeniosos y verdaderos; son muchos y variados, y distintos idealistas usan
los más variopintos argumentos para probar las mismas más importantes conclusiones.
Algunos de ellos pueden bastar para probar que B es C y C es D; pero si, como intentaré
mostrar, su “A es B” es falso, la conclusión A es D no deja de ser una agradable
suposición. No niego que sea una función propia de la filosofía el sugerir suposiciones
agradables y plausibles: pero doy por hecho que sólo puede aplicarse con propiedad el
nombre de idealismo si hay una cierta acumulación argumental con pretensiones de
convencer.
Pero antes que nada quizá sea útil señalar brevemente cuál es la relación que yo
creo que guarda con los argumentos idealistas. Doy por hecho que el que de cualquier
cosa que puedas realmente decir esse puedes realmente decir percipi, es un paso
necesario en todos los argumentos llamados con propiedad idealistas, y, aún más, en
todos los argumentos ofrecidos hasta el día de hoy para obtener la conclusión idealista.
Si esse es percipi esto equivale a la vez a decir que cualquier cosa que es es objeto de
experiencia; y esto, a su vez, equivale, en cierto sentido, a decir que cualquier cosa que
es es algo mental. Pero no es éste el sentido en el que la conclusión idealista pretende
sostener que la Realidad es mental. La conclusión idealista es que esse es percipere2¸ y
por tanto, sea esse percipi o no lo sea, se requiere otra discusión nueva y diferente para
mostrar que también es percipere o que no lo es. Y, además, si esse fuese percipere
necesitaríamos una buena dosis de nuevos argumentos para mostrar que lo que posee
esse posee también esas cualidades mentales más elevadas a las que llamamos
espirituales. Por eso dije que la cuestión que quería discutir, o sea, si esse es o no es
percipi, tiene que ser manifiestamente insuficiente tanto para demostrar como para
refutar que la realidad es espiritual. Pero, por otro lado, creo que todos los argumentos
utilizados para mostrar que la realidad es espiritual han inferido eso (de forma válida o
inválida) de “esse es percipere” como una de sus premisas; y que esto último jamás se
ha pretendido probar si no es mediante el uso de la premisa de que esse es percipi. La
clase de argumento utilizada para esta última proposición es bastante conocida. Se
afirma que, puesto que todo lo que existe es objeto de experiencia, y puesto que algunas
cosas no son susceptibles de experiencia por un individuo, al menos deben formar parte
de alguna experiencia. O incluso que, puesto que un objeto necesariamente implica que
haya un sujeto, y puesto que el mundo en su totalidad debe ser un objeto, tendremos que
concebirlo como perteneciente a algún o algunos sujetos, en el mismo sentido en que lo
que resulta ser objeto de nuestra experiencia nos pertenece. O incluso que, puesto que el
pensamiento penetra en la esencia de toda realidad, tendremos que concebir detrás de
ella, en ella, o como su esencia, un espíritu afín a nosotros, pensante: que el “espíritu
1
Esse: existir. Percipi: Ser percibido. Esta proposición fue afirmada por Berkeley en su obra “Tratado
sobre los principios del conocimiento humano”, I, 3. (Esta y todas las demás notas al texto son del
traductor, no del escrito original de Moore.)
2
Percipere: percibir.
reconoce al espíritu” en su objeto. No me propongo entrar en la validez de estas
inferencias, lo que evidentemente requeriría una amplia discusión. Sólo me gustaría
señalar que, incluso si fueran correctas, sin embargo, si esse no fuese percipi,
seguiríamos estando tan lejos de obtener una prueba de que la realidad es espiritual cono
si la inferencia misma fuese falsa también.
Ahora bien, ¿es esse percipi? Hay en esta proposición tres términos muy
ambiguos, y hay que empezar por distinguir las cosas diferentes que pueden querer
significar algunos de ellos.
Empecemos con percipi. Este término no tiene por qué confundirnos mucho
aquí. Quizá se usó originalmente para querer decir sólo “sensación”; pero no voy a
cometer con los modernos idealistas –los únicos idealistas a los que cabe ahora aplicar
la palabra sin más calificativos- la injusticia de sostener que, cuando dicen que esse es
percipi, sólo quieren indicar mediante percipi una sensación. Al contrario, estoy
bastante de acuerdo con ellos en que, si esse fuese en todo caso percipi, habría que
entender percipi en el sentido de incluir no sólo la sensación, sino esa otra clase de
hecho mental que conocemos como “pensamiento”; y, sea esse percipi o no lo sea,
considero como el principal servicio de la escuela filosófica a que pertenecen los
modernos idealistas, el haber insistido en diferenciar el “pensamiento” y en destacar su
importancia. Han mantenido la verdadera perspectiva frente al sensismo y el empirismo.
Pero no tenemos que ocuparnos ahora de la distinción entre sensación y pensamiento.
Porque, sean cuales sean sus diferencias, tienen al menos en común que ambos son
formas de la conciencia o, por usar un término que parece estar más de moda
actualmente, ambos son formas de experimentación. Entonces, sea lo que sea lo que
signifique que esse es percipi, se estará afirmando al menos que, sea lo que sea, está
siendo experimentado. Y puesto que lo que quiero mantener es que, incluso así, la
proposición no es verdadera, la cuestión de si se experimenta por medio de la sensación
o del pensamiento o de ambos es bastante irrelevante para mi propósito. Si no fuese
experimentado en absoluto, no podría ni ser objeto del pensamiento ni objeto de los
sentidos. Sólo si el ser conllevase “experiencia” sería importante la cuestión de si
conlleva sensación, pensamiento o ambos. Pido, por tanto, que en lo que sigue se
entienda percipi como referido meramente a lo que es común a la sensación y al
pensamiento. Un reciente artículo establece el significado de esse es percipi con toda la
claridad deseable en lo que concierne a percipi. “Me comprometo a mostrar”, dice Mr.
Taylor [International Journal of Ethics, octubre 1902], “que lo que hace real [cualquier
hecho particular] no puede ser sino su presencia como un aspecto inseparable de una
experiencia sentiente”. Me alegra que Mr. Taylor haya llegado oportunamente para
proporcionarme una declaración tan definida de la que es la última premisa del
idealismo. Este escrito mío refutará al menos el idealismo de Mr. Taylor, si es que
alcanza a refutar algo: porque yo me comprometeré a mostrar que lo que hace real una
cosa no puede ser de ninguna manera su presencia como un aspecto inseparable de una
experiencia sentiente.
Los idealistas, como acabamos de ver, deben afirmar que cualquier cosa
experimentada, es necesariamente así. Y expresan dicha doctrina generalmente diciendo
que “el objeto de la experiencia es inconcebible fuera del sujeto”. Hasta aquí me he
dedicado a señalar el significado que esa afirmación debe tener, si quiere ser una verdad
5
Esta tercera interpretación de esse es percipi, o sea de Λx (Ex→Px), sería: Λx {[Ex↔(A1x
^A2x^...^Anx)]^[(A1x ^A2x^...^Anx)→Px]}. Así pues, que x existe si y sólo si tiene una serie de n
propiedades: las A1 a An. Y esa serie de n propiedades son condición suficiente para que x sea objeto de
percepción o de experiencia.
importante. Ahora me propongo mostrar que puede tener un significado importante que
debe ser falso, ya que es autocontradictorio.
Pero soy bien consciente de que muchos idealistas rechazarían como una
acusación totalmente infundada que no alcancen a distinguir entre una sensación o idea
y lo que llamaré su objeto. Y hay otros muchos, lo admito, que no sólo concluyen, como
nosotros, que lo verde es distinto de la sensación de verde, sino que expresamente
insisten en esa distinción como una parte importante de su sistema. Quizá sólo
afirmarían que los dos forman una unidad inseparable. Pero me gustaría señalar que
muchos que dicen eso y que admiten la distinción, no pueden por ello ser absueltos de la
acusación de negarlo. Porque hay una cierta doctrina, muy extendida hoy en día entre
los filósofos, según la cual mediante una simple reducción puede ser compatible afirmar
que dos cosas son distintas y no lo son. Se afirma una distinción; pero también se afirma
que las cosas distinguidas forman una “unidad orgánica”. Pero, formando tal unidad, se
sostiene, cada una no sería lo que es separada de su relación con la otra. Por lo tanto,
considerar cada una por sí misma sería hacer una abstracción ilegítima. El
reconocimiento de que hay “unidades orgánicas” y “abstracciones ilegítimas” en este
sentido se piensa que es una de las conquistas maestras de la filosofía moderna. Pero,
¿qué sentido se atribuye a estos términos? Una abstracción es ilegítima cuando y sólo
cuando pretendemos afirmar de una parte (de algo abstraído) lo que sólo es verdad de la
totalidad a la que pertenece: y quizá pueda ser útil señalar que no se estaría haciendo
eso. Pero la aplicación que se hace en la actualidad de este principio, y lo que tal vez se
reconocería expresamente como su significado, es con mucho lo opuesto a útil. El
principio se utiliza para afirmar que algunas abstracciones son en todos los casos
ilegítimas; que cada vez que tratas de afirmar cualquier cosa de aquello que es parte de
una totalidad orgánica, lo que afirmas sólo puede ser verdad de la totalidad. Y este
principio, lejos de ser una verdad útil, es necesariamente falso. Pues si el todo puede, e
incluso debe, ser sustituido por la parte en todas las proposiciones y para todos los
propósitos, sólo puede ocurrir porque el todo es absolutamente idéntico con la parte.
Cuando, por tanto, se nos dice que lo verde y la sensación de verde son ciertamente
distintos pero ambos no son separables, o que es una abstracción ilegítima considerar lo
uno separado de lo otro, lo que se acostumbra afirmar bajo esas condiciones es que,
aunque las dos cosas son distintas, a pesar de eso no sólo puedes, sino que debes
tratarlas como si no lo fueran. Muchos filósofos, por lo tanto, cuando admiten una
distinción, e incluso (siguiendo el ejemplo de Hegel) afirman resueltamente sus
derechos, mediante palabras un poco más oscuras, también la niegan. El principio de las
unidades orgánicas, como el de la combinación de análisis y síntesis, se usa
preferentemente para defender la práctica de sostener a la vez dos proposiciones
contradictorias, donde pueda parecer conveniente. En este, como en otros asuntos, el
principal servicio de Hegel a la filosofía ha consistido en dar un nombre y convertir en
principio un tipo de falacia al cual la experiencia ha mostrado que son tan adictos los
filósofos como el resto de la humanidad. No es sorprendente que tenga seguidores y
admiradores.
Así pues, he mostrado hasta aquí que cuando el idealista afirma el importante
principio según el cual “esse es percipi”, tiene, si eso es verdad, que querer decir con
eso lo siguiente: que lo que es objeto de la experiencia tiene que ser objeto de la
experiencia. También he mostrado que puede identificar esa proposición con, o darla
como una razón para otra que tiene que ser falsa, pues es autocontradictoria. Pero ahora
me propongo dar una orientación completamente nueva a mi argumento. “Esse es
percipi”, como hemos visto, afirma de dos términos tan distintos uno del otro como
“verde” y “dulce” que lo que tiene uno lo tiene también el otro: se afirma que “ser” y
“ser objeto de experiencia” están conectados necesariamente: que cualquier cosa que es
es también experimentado. Y admito que eso no se puede refutar directamente. Pero
creo que es falso; y he afirmado que cualquiera que viese que “esse” y “percipi” eran
tan diferentes como “verde” y “dulce” ya no estaría dispuesto a creer que cualquier cosa
que es es también objeto de experiencia, más que lo estaría a creer que cualquier cosa
que es verde es también dulce. He afirmado que nadie creería que “esse es percipi” si
todos viesen lo distinto que es esse de percipi: pero no intentaré demostrar eso. He
afirmado que todos los que creen que “esse es percipi” lo identifican con, o lo toman
como una razón de, una proposición autocontradictoria: pero no intentaré demostrarlo.
Sólo intentaré mostrar que ciertas proposiciones, de las que afirmo que algunos las
creen, son falsas. Debo dejar sin probar que algunos las creen y que sin esas creencias,
tampoco nadie creería que “esse es percipi”.
Paso, pues, de la cuestión sin interés “¿Es esse percipi?” a la todavía menos
interesante y aparentemente irrelevante cuestión de “¿qué es una sensación o idea?”.
Todos sabemos que la sensación de azul difiere de la de verde. Pero está claro
que si ambas son sensaciones también tienen algún punto en común. ¿Qué es lo que
tienen en común? ¿Y cómo está relacionado eso común con los aspectos en los cuales
difieren?
Tenemos, pues, en toda sensación dos elementos distintos, uno que llamo
conciencia y otro que llamo el objeto de la conciencia. Tiene que ser así si la sensación
de azul y la sensación de verde, aunque diferentes por un lado, son semejantes por otro:
azul es un objeto de la sensación y verde otro, y la conciencia, lo que ambas sensaciones
tienen en común, es diferente de ambos. Pero además, algunas veces tengo en la mente
la sensación de azul y algunas veces no; y sabiendo, como ahora sabemos, que la
sensación de azul incluye dos elementos diferentes, a saber, conciencia y azul, se suscita
la pregunta de si, cuando está presente la sensación de azul, lo que se presenta es la
conciencia, o es el azul, o ambos. Y al menos una cosa está clara: que estas tres
alternativas son diferentes una de otra. Así que si alguien nos dice que afirmar que “el
azul existe” es lo mismo que afirmar que “existen tanto el azul como la conciencia”,
comete un error y se trata de un error autocontradictorio.
Pero hay otro punto que también está claro, a saber, que cuando la sensación está
presente, la conciencia, al menos, ciertamente está presente; porque cuando digo que la
sensación de azul y la de verde existen las dos, ciertamente quiero indicar que lo que es
común a ambas y en cuya virtud ambas se llaman sensaciones, existe en cada caso. La
única alternativa que nos queda, entonces, es que o bien ambas existen o la conciencia
existe sola. Si, por consiguiente, alguien nos dice que la existencia de azul es lo mismo
que la existencia de la sensación de azul comete un error , y un error autocontradictorio,
porque afirma o bien que el azul es lo mismo que el azul con conciencia, o que es lo
mismo que la conciencia sola.
¿Qué quiere decir que una cosa es el “contenido” de otra? Antes que nada
querría señalar que se dice correctamente y con propiedad que “azul” forma parte del
contenido de una flor azul. Por consiguiente, si también afirmamos que forma parte del
contenido de la sensación de azul, afirmamos que tiene con las restantes partes (si las
hay) de ese conjunto la misma relación que tiene con las restantes partes de una flor azul
–y sólo afirmamos esto: no podemos querer decir que tiene con la sensación de azul
alguna relación que no tiene con la flor azul. Y hemos visto que la sensación de azul
contiene al menos otro elemento junto a azul –a saber, lo que yo llamo “conciencia”,
que lo convierte en sensación. En la medida en que afirmamos que azul es el contenido
de la sensación, afirmamos que tiene con esta “conciencia” la misma relación que tiene
con las demás partes de una flor azul: afirmamos eso, y nada más que eso. No tengo
intención de entrar en la cuestión de cuál es exactamente la relación entre el azul o una
flor azul en cuya virtud llamamos a aquél parte del “contenido” de ésta. Basta para mi
propósito señalar que se trata de la relación general que se quiere dar a entender
comúnmente cuando hablamos de una cosa y sus cualidades; y que esta relación es de
tal índole que decir que la cosa existe implica que las cualidades también existen.
Cuando afirmamos que la cosa existe, lo que afirmamos es que el contenido de la cosa
existe.
Así pues, cuando se dice que el azul forma parte del contenido de la “sensación
de azul”, tratamos esta última como si fuese una totalidad constituida exactamente de la
misma manera que cualquier otra “cosa”. La “sensación de azul”, bajo este punto de
vista, se diferencia de un collar azul o una barba azul exactamente de la misma forma en
que estos dos se diferencian entre sí: el collar azul se diferencia de la barba azul en que
mientras aquélla contiene cuentas de vidrio, ésta contiene pelo; y la “sensación de azul”
difiere de ambos en que, en vez de vidrio o pelo, contiene conciencia. La relación del
azul con la conciencia se concibe como si fuera exactamente la misma que la del azul al
vidrio o al pelo: en los tres casos es la cualidad de una cosa.
Así pues tenemos como opinión generalmente aceptada que el azul se relaciona
con la sensación o idea de azul como siendo su contenido, y que este punto de vista, si
fuese verdad, tiene que significar que el azul forma parte de lo que se dice que existe
cuando decimos que la sensación existe. Decir que la sensación existe es decir estas dos
cosas, que el azul existe y que la “conciencia”, si así llamamos a la sustancia de la cual
el azul es el contenido o a otra parte del contenido, también existe. Cualquier sensación
o idea es una “cosa”, y lo que he denominado su objeto es la cualidad de esa cosa. Algo
como “cosa” es en lo que pensamos cuando pensamos en una imagen mental. Una
imagen mental se concibe como si estuviese relacionada con aquello de lo que es la
imagen (si es que hubiese tal cosa) exactamente de la misma forma en que la imagen en
un espejo se relaciona con aquello de lo que es el reflejo; en ambos casos hay identidad
de contenido, y la imagen en el espejo difiere de la de la mente sólo respecto del hecho
de que en el primer caso el otro constituyente de la imagen es un “cristal” y en el
segundo caso es la “conciencia”. Si se trata de la imagen de azul, no se concibe que este
contenido tenga otra relación con la conciencia que la que tiene con el cristal: solamente
se concibe como su contenido. Y debido al hecho de que las sensaciones e ideas son
todas consideradas como conjuntos de esa descripción –cosas en la mente- la pregunta
¿qué conocemos? cabe considerarla idéntica a la pregunta: ¿qué motivo tenemos para
suponer que hay cosas fuera de la mente que correspondan a lo que hay en su interior?
Lo que quiero señalar es (1) que no tenemos motivo para suponer que hay en
absoluto cosas como imágenes mentales –para suponer que azul forma parte del
contenido de la sensación de azul, y (2) que incluso si hubiera imágenes mentales, ni la
imagen mental ni la sensación o idea son sólo una cosa de este tipo: que “azul”, incluso
si fuese parte del contenido de la imagen o sensación o idea de azul, está también
siempre relacionado con este contenido de una forma bastante distinta, y que esta
relación distinta, que se omite en el análisis tradicional, es absolutamente la única que
hace de la sensación de azul un hecho mental.
Los idealistas admiten que existen realmente algunas cosas de las cuales no son
conscientes: sostienen que hay algunas cosas que no son aspectos inseparables de su
experiencia, incluso siendo aspectos separables de alguna experiencia. También
sostienen que alguna de las cosas de las que son conscientes algunas veces existen
realmente, incluso cuando no son conscientes de ellas: por ejemplo, sostienen que
algunas veces son conscientes de que hay otras mentes, que continúan existiendo
incluso cuando aquéllos no sean conscientes de éstas. Por consiguiente, a veces son
conscientes de algo que no es un aspecto inseparable de su propia experiencia. Conocen
algunas cosas que no son una mera parte o contenido de su experiencia. Y a lo que iba
dirigido a mostrar mi análisis de la sensación es que cada vez que tengo una mera
sensación o idea, el hecho es que soy consciente entonces de algo que no es igualmente
y en el mismo sentido un aspecto inseparable de mi experiencia. La consciencia, que he
sostenido que está incluida en la sensación, es exactamente el mismo hecho que
constituye toda clase de conocimiento: “azul” es tanto un objeto y tan poco un mero
contenido de mi experiencia, cuando lo experimento, como la cosa real más distinguida
e independiente de la cual pueda llegar a ser consciente. No es, por tanto, cuestionable
cómo “conseguimos salir del círculo de nuestras propias ideas y sensaciones”. Tener
simplemente una sensación ya es estar fuera de tal círculo. Conocer algo que no forme
real y verdaderamente parte de mi experiencia es lo mismo que algo que no puedo
conocer nunca.
Y ahora creo que no me equivoco al afirmar que el motivo por el que los
idealistas suponen que todo lo que es debe formar parte inseparable de alguna
experiencia, es que suponen que al menos algunas cosas son aspectos inseparables de su
experiencia. Y no hay nada ciertamente de lo que estén tan firmemente convencidos que
es un aspecto inseparable de su experiencia como lo que llaman el contenido de sus
ideas y sensaciones. Si eso, por lo tanto, se pone de manifiesto en todos los casos, tanto
si es el contenido como si no, para que se trate al menos de un aspecto no inseparable de
la experiencia, tendrá que admitirse que nada más que lo que experimentamos es dicho
aspecto inseparable. Pero si nunca experimentamos nada que no sea un aspecto
inseparable de esa experiencia, ¿cómo podemos inferir que una cosa cualquiera, y
menos aún todas las cosas, es un aspecto inseparable de alguna experiencia? Se
muestra con claridad meridiana cuán absolutamente infundado es el supuesto de que
“esse es percipi”.
Pero además creo que puede verse que si el objeto de la sensación de un idealista
no fuera , como supone, el objeto sino solamente el contenido de esa sensación, es decir,
si realmente fuera un aspecto inseparable de su experiencia, ningún idealista podría ser
consciente nunca ni de sí mismo ni de cualquier otra cosa real. Porque la relación de una
sensación con su objeto es, ciertamente, la misma que la de cualquier otro tipo de
experiencia con su objeto; y creo que es admitido por todos, incluso por los idealistas, lo
siguiente: afirman de buena gana tanto que lo que se juzga, piensa o percibe es el
contenido de ese juicio, pensamiento o percepción, como que lo azul es el contenido de
la sensación de azul. Pero, si es así, entonces, cuando un idealista piensa que es
consciente de sí mismo o de algún otro, no puede ocurrir eso. El hecho es, según su
propia teoría, que él mismo y esa otra persona son en realidad meros contenidos de una
consciencia, que no es consciente de nada en absoluto. Lo único que puede decirse es
que en él hay una consciencia con un cierto contenido: nunca puede ser verdad que haya
en él una conciencia de alguna cosa. Y, de forma parecida, nunca es consciente tampoco
del hecho de que existe o de que la realidad es espiritual. El hecho real que describe en
esos términos es que su existencia y la espiritualidad de la realidad son contenidos de
una consciencia, la que no es consciente de nada –desde luego, por lo tanto, no de su
propio contenido.
Éstas, y no las que él pretende, son las consecuencias que se siguen del
presupuesto del idealista según el cual el objeto de una experiencia es en realidad
solamente un contenido o aspecto inseparable de esa experiencia. Por otro lado, si
claramente reconocemos la naturaleza de esa relación peculiar que he llamado
“consciencia de algo”; si vemos que ésta está implícita igualmente en el análisis de toda
experiencia –desde la sensación más elemental a la percepción o reflexión más
elaborada, y que ésta es efectivamente el único elemento esencial en una experiencia- lo
único que es tanto común a todas las experiencias como peculiar de todas ellas (lo único
que nos da motivo para llamar mental un hecho); si, además, reconocemos que esta
consciencia es y debe ser en todos los casos de una naturaleza tal que su objeto, cuando
somos conscientes de él, es exactamente igual como sería si no fuésemos conscientes:
entonces, surge con claridad que la existencia de una mesa en el espacio se relaciona
con mi experiencia de ella exactamente de la misma forma en que la existencia de mi
propia experiencia se relaciona con mi experiencia de aquélla. Meramente somos
conscientes de ambas cosas: si somos conscientes de que uno existe, lo somos
exactamente en el mismo sentido de que lo otro existe; y si es verdad que mi
experiencia puede existir, incluso cuando no sea consciente de su existencia, tenemos
exactamente el mismo motivo para suponer que la mesa puede hacerlo también. Por
consiguiente, cuando Berkeley suponía que la única cosa de la que soy directamente
consciente son mis propias sensaciones e ideas, suponía algo falso: y cuando Kant
supuso que la objetividad de las cosas en el espacio consistía en el hecho de que eran
“Vorstellungen”7 que tienen con uno una relación diferente de la que las mismas
“Vorstellungen” tienen con otro en la experiencia subjetiva, estaba suponiendo algo
igualmente falso. Yo soy tan consciente directamente de la existencia de las cosas
materiales en el espacio como de mis propias sensaciones, y aquello de lo que soy
consciente con respecto a ambas es exactamente lo mismo –a saber, que en el primer
caso la cosa material y en el segundo mi sensación existen realmente. La pregunta que
hay que hacerse sobre las cosas materiales, por tanto, no es: ¿qué motivo tenemos para
suponer que existe algo que corresponda a nuestras sensaciones? Sino: ¿qué motivo
tenemos para suponer que no existen las cosas materiales, ya que su existencia tiene
exactamente la misma evidencia que la de nuestras sensaciones? Puede resultar falso
que aquéllas existan; pero, si hay una razón para dudar de la existencia de la materia,
que resulta ser un aspecto inseparable de nuestra experiencia, esa misma razón
demostraría concluyentemente que nuestra experiencia tampoco existe, ya que también
debe ser un aspecto inseparable de nuestra experiencia de aquélla. La única alternativa
razonable a admitir que la materia existe tanto como el espíritu es el escepticismo
absoluto –que es igual de plausible que exista algo como que no exista nada en
absoluto. Las demás suposiciones (la agnóstica, que existe algo en todo caso, tanto
como la idealista, que existe el espíritu) son, si no tenemos ningún motivo para creer en
la materia, tan carentes de base como las más burdas supersticiones.
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Vorstellungen: representaciones.