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MIEDO EN EL FINAL DEL MILENIO

1
UN MOTIVO

Miedo.
Tan intenso que casi podría decirse,
como del ser hegeliano,
“puro miedo,
sin ninguna otra determinación”.
Miedo, nada más que miedo.
Miedo y nada.
Pero no un miedo de película de años cincuenta
- Cuidado Harry, la Gestapo
- Ocultémonos, rápido
Y los hombres del abrigo y el sombrero pasaron sin advertir
su presencia.]
No miedo de la tiniebla, de la oscuridad sobre Berlin.
Ni de la censura.
Ni de la propaganda.
Miedo del Lager. Y aún más.
Miedo de la claridad, de la primavera, de las risas de los conciudadanos en las cercanías del
campo.]
Miedo de la seguridad, de la ligereza de una existencia protegida por la Gestapo.
Miedo del fervor popular, de las plazas atiborradas de gente, de los gritos de júbilo.
Miedo de lo que no da, ni dió, miedo a tantos y tantos.

2
MEMORIA

Hay decenas de millones de seres humanos


para los que Dachau, Buchenwald, Sobibor, Chelmno, incluso Auschwitz,
son nombres cerrados sobre sí mismos.
No envían a ninguna parte.
Sobres sin matasellos, vacíos.
Ningún rumor se despierta en sus mentes
cuando uno de ellos toca a rebato.
No se movilizan las fuerzas,
no se apresuran a recuperar
del polvorín
las armas de la defensa.
Ni siquiera falsa alarma.

Hay decenas de millones de seres humanos


para los que ningún relámpago atraviesa el intestino
cada vez que Sachsenhausen, Ravensbrück, Treblinka, Belzec, incluso Auschwitz,
caen desde el cielo, como por ensalmo,
pidiendo manchar el mantel de la comida,
el cuello de la camisa.
No hay gesto que denote la alteración profunda
que debería corresponder,
al menos un instante de turbación,
al impacto del terror abismático.

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ADORNO (Y KLÜGER Y LEVI)

¿Poesía después de Auschwitz?

¿Por qué no?


Cuando tantos versos acompañaron
a quienes se veían abandonar
el mundo lentamente, en la inacabable
monotonía de las jornadas en los campos,
en el continuo de los ritos recordatorios.

¿Por qué no?


Algunas palabras aliviaron almas dolientes
en forma de verso.

¿Por qué no?


La poesía no limpia lo sucedido, no lo purifica, ni lo muestra con una nitidez divina.
Tampoco eleva nada.

¿Por qué no?


Si conservamos la huella del duelo que algunos nombres llevan,
si dejamos supurar la deuda evitando su olvido,
si no nos dejamos caer en la tentación de librarnos de todo mal,
si aceptamos que la poesía vive también en “tiempos menesterosos”.

Y porque aunque no haya restitución posible


es preciso que la haya.

4
LA MIRADA

Como a la luz absoluta, no puede mirarse directamente al horror absoluto:


ciega.
No cabe sino proveerse de algún postizo,
un cristal ahumado,
para poder distinguir algo.

Pero no es suficiente con ello.

La mirada debe ser dispuesta de una forma específica.


La mano que desea la piel,
el oído que busca cazar el matiz,
el gusto que aspira a detener un sabor,
deben ser preparados, adquirir una posición,
orientarse, situarse frente a su objeto.
Así también la mirada,
más cuando esta mirada se debe lanzar sobre un espejo y devolverse a sí misma en el
contorno del rostro y el cuerpo.]
No basta con sentarse a observar.
No hay observación desnuda, desprovista de niebla.
Los ojos ya están, antes de poder abrirse,
interpelados por los otros,
exigidos por aquellos que no están en sus bóvedas,
solicitados por quienes esperan.
De manera que no cabe sino girar la cabeza cuanto sea necesario,
y conseguir un punto de referencia para la vista
que permita entrever

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sin que la bruma lo cubra todo
y sin mirar de frente a la fuente de la luz.

Y ahí, ladeados,
ante el objeto que resulta reflejar nuestra mirada,
aunque nadie lo diría,
recorrer los detalles al ritmo que requiera una suma:
la del suplemento y la decisión.

El Tercer Reich visto desde la poesía en el final del milenio.

6
LOS NOMBRES DE LOS HOMBRES

7
HITLER

¿Habrá algo más difícil que escribir un poema sobre él?

Sesenta o setenta años atrás,


en otro clima, en otra historia,
se le dirigían versos, se le invocaba.
La lírica se ponía a sus pies.
Hoy, parece que no puede haber nada más contrario a la poesía que su figura.

Pero nos equivocamos si imaginamos el reinado de Hitler sólo


como el reino de la oscuridad, la barbarie y la inhumanidad.
El reverso íntegro de lo poético.
Hubo luz para muchos millones de seres humanos.
He ahí lo terrible.
Se cantaba, se reía, se abrazaba, bajo su rostro.
“Yo te juro, Adolf Hitler...” a ritmo de salmo.

Chocaban las copas, refulgía el oro, sonaba la música, se corregía el baile.


Entre escritores, directores de orquesta, actores, se movían los brazaletes
de la esvástica.
No había incompatibilidad.
Fuera, en las calles, no todo era tiniebla.
Las madres paseaban a sus hijos, los hombres se abrochaban el abrigo.
Horst Wessel publicaba su poema: “¡Al viento las banderas!”.
Muerto, el texto se convirtió en himno.
Y Adolf Hitler lo ensalzaba.

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No, no hay un muro que proteja al arte del mal.
El mal también aprecia el arte.
El arte también gusta del mal.
¿Humano lo contrahumano?
¿Bello lo aterrador?
Trueques en la historia. Desplazamientos en el tiempo.

Nada más.

9
DOCTOR GOEBBELS

Tullido objeto de continuos sarcasmos en la posteridad,


blanco de sátiras engalanadas de veneno,
risible cojo demacrado, aceitunado, vampiresco,
sobre su junco vencido se arroja el inverso de un pasmo:
el diamante de su obra.
Joya abyecta, pérfida piedra preciosa del mal,
de sus labios un mesías apareció:
magia sublime de una época, voz de la conciencia de un pueblo.
Entre cables, pantallas y cajas de madera, labró el mito del siglo veinte
ofreciendo sus gestas y el tributo de sangre a pagar.
Acechó las mentes, susurró las frases, clamó los himnos,
retrató el endiosamiento, vistió de púrpura al rey desnudo,
descubrió al demonio, lo persiguió y lo sacrificó.

En sus diarios,
él, el genio maligno, se lamenta de la mentira,
aborrece el frío y suspira por la llegada de la primavera.
Incluso rodea la existencia como si viviera en ella.
Se derrite ante el Führer que nació de su arcilla y
anhela el edén libre de súcubos, una patria
Judenrein.

En sus diarios,
las líneas nos retornan la imagen que no desearíamos
que, ni por un momento, reemplazara la caricatura
consoladora, el garabato apurado del hacedor de dioses.

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En sus diarios,
no se oculta, únicamente, el monstruo
hambriento de sangre, expectante tras las frases
del hombre ordinario,
ni tampoco el espíritu, sublime en su maldad,
del intelectual de la matanza, del conceptualizador del crimen.
En sus diarios,
amenaza el vigor de una inteligencia humana,
puesta al servicio,
corriente, nada extraordinario,
de un objetivo extraordinario:
el asesinato de una representación humana del mundo.

Es por ello que “el doctorcito”


obliga a la repulsión,
incita al insulto,
exige el menosprecio:
su reto y su ejemplo
pervierten cualquier imagen que sosiegue,
aterran por su proximidad.

Nuestro mundo está dominado por sus hijos adoptivos.

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OHLENDORF∗

Durante su juicio muchas mujeres le llevaron flores.


Los mismos fiscales de la acusación, hasta algún juez,
recordaron su porte, su educación, su distinción, su vasta cultura.

Él, pelo lacio y negro, rostro frío pero apuesto,


manos delicadas y habla pausada y respetuosa,
acarreaba 90,000 asesinatos.

El exceso no permite ni imaginarse el deslizarse continuo de las familias,


alineándose ante la fosa, cayendo,
barras de pan dispuestas unas sobre otras para su venta, hojas secas amontonadas en el
capazo.]

Ni él parecía alterarse cuando desgranaba datos para acordar,


definitivamente,
el número total.

Doctor en jurisprudencia y economía, crítico con la desviación del nacionalsocialismo,


horrorizado por la dureza humana de la solución final,
preocupado por evitar la conversión en criminales de sus hombres,
interesado en aliviar el sufrimiento de sus víctimas.

Extraño espíritu que, en su alegato final, merodea


Otto Ohlendorf (1907-1951): Jurista, economista, general de las SS y jefe del Einsatzgruppe
D durante la campaña de Rusia. Testigo de la acusación en Nuremberg, reconoció allí su
responsabilidad en el asesinato de unas 90,000 personas. Juzgado en 1947, fue condenado a

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por la historia de Occidente para justificar su conducta.

“No soy un monstruo” parece decir, como el comandante de Auschwitz,


aterrado porque el futuro sólo lo recordaría como tal.

Conciencia del deber cumplido y de la magnitud del crimen.


“¿Qué otra cosa podríamos haber hecho?”, se quejaba a su mujer.

Pero sin odio, distante, envuelto por las cadenas de la historia y la patria:
no exterminó judíos con rabia, ferozmente, poseído por el pathos del genocidio.

Se creía un reformador de Occidente.

muerte y, tras sucesivas apelaciones, ahorcado finalmente en 1951.

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LOS NOMBRES DE LOS HOMBRES

En algún lugar debería conservarse el recuerdo, los nombres de los hombres (y de las
mujeres, por supuesto)].
Marcados en papel, en mármol o digitalizados.
Serían necesarios miles de volúmenes, tiernamente encuadernados, miles de kilómetros de
mármol negro, decenas de cintas de ordenador o discos, duros y blandos,
para que el memorial hiciera justicia a su objetivo.
Y no sería suficiente.

Los nombres de los hombres, solos, no dicen lo suficiente, no llevan a donde quisiéramos que
llevaran,]
a ese pasado perdido irremisiblemente, a ese porvenir amenazado por el olvido y a ese
presente que se escapa en su mismo ser.]
Serían necesarias no una, sino muchas fotografías acompañando al nombre. Y una biografía
tras los dos puntos].
Pero ni las imágenes ni las biografías tampoco recuperarían lo abandonado.

De tanto que sería preciso, la cabeza se nos va, se adentra en una jungla de palabras que se
cierra sobre sí misma.]
Pero, al menos, los nombres de los hombres. Como mínimo. Cordón umbilical que diera
cuenta de una deuda perpetua,]
multiverso de estrellas prematuramente transformadas en agujeros negros, o de agujeros
negros en supernovas, efímeras en su brillantez.]

Los nombres de los hombres.


¿Nos estamos refiriendo sólo a las víctimas? ¿O no sería también preciso, esencial, marcar los
nombres de los “otros” hombres (y, aunque no tan “por supuesto”, mujeres)?

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El memorial, si se quiere no de mármol, para evitar la igualación,
de papel más áspero, en discos más baratos,
de alguna piedra menos noble,
debería incluir los nombres, las fotografías y las biografías de los otros, de los verdugos.
No sería mucho más pequeño que el de las víctimas.

En sus rostros, en sus vidas resumidas, podríamos aspirar el aroma conocido de la


fraternidad.]
No serían nombres abominables en su grafía, ni amedrentadores en su anomalía.
No veríamos en ellos los autómatas, los esqueletos de titanio recubiertos de una malla de
carne de laboratorio que preferimos ver.]
Los retratos, las fotos de familia, nos devolverían las casas, los jardines, los besos furtivos,
las celebraciones, los dolores, de otros hombres. De muchos.

No sería un monolito con doscientos o trescientos nombres. No.


Se aproximaría al de los segados. Puede que hasta se superpusiera.

También el de los asesinos para recordar. Para recordar su condición humana, “corriente” si
se desea.]
También el de los criminales para no olvidar que su excepcionalidad no provino de la
anormalidad de la bestia aletargada.]

También el de los torturadores para tener presente que, en ese recodo de la playa, reflejando
el verdeazul del mar,]
en el apartamento de al lado, ése que tiene tantas plantas de colores intensos en el balcón,
en esa plaza, al fresco, leyendo el periódico, bebiendo vino y haciendo carantoñas a los niños,
si se niega al otro en la ilusión, se abre el camino para que a “Auschwitz” le suceda,
no sólo “Srebrenica”, sino una hilera de nombres que incrementará esa deuda ya impagable.

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FRANZ Y KARL

Me comentan, textualmente (curiosa voz para calificar una proferencia), una tarde,
sobre el taburete de un café pestilente: “No soy antisemita,
pero la verdad es que estoy un poco harto del victimismo constante de los judíos”.

Como no tengo ganas de discutir, asiento y apuro mi taza.


Al salir, recuerdo dos historias, materia narrativa inapropiada para un poema, y pienso
en la reparación y la justicia.

Franz y Karl, dos alemanes tan alemanes como Otto y Fritz. Quizás Franz fuera austríaco.

Franz se apellidaba Stangl. Podría haberse apellidado Wolff.


Al final de la guerra, fue arrestado por los aliados pero, en 1948, escapó hacia Siria y,
en 1951, trabajaba en una planta de Volkswagen en Sao Paulo.

Franz colaboró en la aplicación del programa de eutanasia. Un mérito a ojos de sus


superiores.]
Pero donde talló su altura fue a orillas del río Bug, en Treblinka, a menos de cien kilómetros
de Varsovia.]
Cuentan de él que poseía un recinto de ejecuciones privado y que su perro devoraba los
cuerpos de los ajusticiados.]

No cabe duda de que fue uno de los verdugos más distinguidos en su labor.
Y, sin embargo, no sería detenido y extraditado a Alemania hasta 1967.
Su conciencia era clara: “Simplemente cumplí con mi deber”.

En 1970, tras un largo proceso, fue condenado a prisión perpetua.

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Quizás la única condena proporcionada a la densidad de sus crímenes: la pena de muerte
hubiera sido una reparación exigua.]
Un año permaneció en prisión. Con un año pagó su deuda. Murió en 1971.

Un año, más o menos, como castigo a miles de asesinatos y martirios.

Karl tenía como apellido Wolff. Podría haberse apellidado Stangl.


General de las SS, ayudante de Himmler durante muchos años y enlace entre éste y el Führer.
En los últimos meses de la guerra intentó, desde Italia, pactar una rendición con los aliados
que se produjo el mismo día del suicidio de Hitler.]

“Lobito” se ganó la consideración de los aliados por su determinación de rendir sus fuerzas
en el frente italiano.]
Poco importa que su alabada tarea apenas ahorrara una semana de combates, de encuentros
con la muerte.]
Dicen que impresionaba, con sus modales exquisitos, a los negociadores del bando aliado.

Como fiel servidor de Himmler estaba al corriente de la empresa genocida.


Algunos le señalan incluso como confidente y amigo del jefe de las SS.
Aparentemente, después de la guerra, consiguió convencer a la opinión pública acerca de su
ignorancia: era un hombre de honor.]

Fue juzgado y condenado a una pena leve en la posguerra.


Vivió en una mansión a orillas de un lago, prudentemente apartado del bullicio, saboreando
los frutos de una existencia burguesa.]
Nadie parecía haber reparado en una carta de 1942 en la que Wolff se alegraba de que
cada día 5.000 judíos fueran trasladados a Treblinka.]

En 1964 le volvieron a juzgar y le condenaron a 6 años de cárcel. Seis años por 300,000

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deportados a Treblinka.]

Franz y Karl, Otto y Fritz, no son más que dos entre los miles de verdugos que apenas
redimieron su culpa.]

En la inmensidad del mar poblado de crímenes minúsculos y mayúsculos


sólo se pescaron algunos peces: los más visibles y aún no todos.
La mayoría siguieron serpenteando, a veces cerca de la costa, juguetones algunos, calmados y
pacientes otros.

¿Cómo considerar reparada la deuda y pedir la reconciliación?


¿Por el paso del tiempo?

La deuda no se cancela por envejecerse ni aunque fallezcan todos los acreedores. Se hereda.

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EL DESTINO DEL MAL

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NOMBRES HERMOSOS

Buchenwald: “bosque de hayas”.


Birkenau: “campo de abedules”.
Ruth Klüger, superviviente,
se pregunta si los nazis
quisieron envilecer,
sarcásticamente,
el romanticismo alemán
con nombres tan hermosos para lugares como aquellos.

Más que nada,


La belleza del nombre hiere
al viejo Platón,
persuadido de que lo bueno no puede sino andar al par
de lo bello y lo sabio.
Por si antes no se supiera,
ya podemos desilusionarnos.
Lo bello puede abrazarse a lo malo.
El mal puede seducir a la sabiduría.
Cada uno deriva por la superficie del tiempo
y se empareja a su antojo.
Y si les preguntáramos por las razones de sus enlaces,
serían tan prolijas, tan complejas,
que nos quedaríamos
con la boca abierta,
las pestañas arqueadas
y la rabia en el estómago.

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Platón, entrañable, temblaría de rabia
al saber que Cronos desafía a Logos.
Pues Logos era la única esperanza de que Cronos
no nos acabara devorando también
como hizo con sus hijos.

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EICHMANN EN JERUSALEN

Ante la banalidad del mal (Arendt)


emerge el mal como proyecto posible,
como decisión,
elección entre alternativas históricas.
El mal no es sólo la irreflexión.
También puede ser la reflexión.

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HORROR ABSOLUTO, MAL RADICAL

No puede haber horror absoluto, pero debe haberlo.


No es una cuestión empírica.
Es un problema ideal.
Ya lo comprendieron los griegos.

En nuestra cultura debe haber un horror absoluto,


una vara de medir,
un margen más allá del cual, o más acá,
el absurdo se vuelva nada.

Y ese horror no está dado, no es universalmente evidente.


Ha de ser erigido, puesto.
Ha de ser la encarnación del mal radical como posibilidad
siempre al alcance.

El Holocausto puede reclamar, como ningún otro acontecimiento,


los derechos a levantarse como metáfora de ese horror absoluto.

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EL MAL EN EL ESPEJO

El mal absoluto sólo puede venir a la luz en el claro del bien absoluto.
Al otro lado del espejo no se refleja el mal, sino el bien.
Es porque los nazis creían en el bien, en el deber ser, y lo creían con fe ciega,
con el ímpetu de lo espectral, que podían concebir el mal y tratar de exterminarlo.

Había un bien, construido al modo de la fantasía, con palabras con un solo sentido,
pasado y futuro coexistiendo en el presente, acariciando la raza excelsa, gozando de un
mesías por fin llegado...]
Había también un mal, no menos dibujado con el lápiz de lo imaginario, lleno de
ambigüedad,]
enfermo de un tiempo relativo, arañado por la perversión de otra raza, esperando la
inminencia aún no cumplida...]

El mal era tan radical como limpio era el bien.


El uno no podía ser sino el envés, y a la vez el duplicado, del otro.

Poco ha cambiado desde entonces. Bien y mal se siguen ofreciendo en su pureza extrema.
Nadie parece reparar en el estaño que habilita el reflejo de la imagen.

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LO QUE LLEVAMOS DENTRO

No es verdad que todos hospedemos en nuestro interior un pequeño, o gran, Hitler.


No está su retrato pintado en las profundidades de nuestra alma, ni sus palabras inscritas en
los pliegues de nuestro corazón.]
Ni los hombres de Neanderthal, ni los griegos, ni los persas, reservaban un lugar para su
“Hitler” en las profundidades del espíritu.]
Hitler es hijo de uno de nuestros tiempos y no ha estado siempre ahí, esperando el momento
para liberarse de las cadenas de la razón.]
Cierto es que, desde que irrumpió en la historia, será difícil que desaparezca,
pero ni estaba atrincherado, deseoso de que el silbato le diera la orden de salir,
ni se ha quedado en nuestra mansión, alojado en el trastero, tramando el plan de su posible
retorno.]
Él no volverá, aunque su imagen pueda volver o con ella podamos metaforizar el próximo
“Auschwitz”.]
Ese mal que se condensa en los ojos del pintor austríaco se elige y se construye poco a poco.
No está siempre disponible, archivado, en las capas más recónditas de la conciencia.
Esa evolución que supone, geológicamente, la estratificación y conservación de lo ancestral
en lo nuevo]
no es más que una relectura del anhelo hegeliano.
¿Y si la evolución hubiera procedido a saltos? Si fuera el resultado de mutaciones, rupturas,
aniquilaciones y emergencias casuales,]
a lo mejor no se conservaba nada en la alberca.

Pudiera ser que esa animalidad innata que supone “Hitler” como metáfora, y metonimia, de la
barbarie, de la bestialidad,]
no fuera más que una “astucia de la razón” para provocarnos a mirar a otro lado, para desviar
nuestra atención.]

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Se nos diría “Un destino infausto nos aguarda si aflojamos la rienda de la Bestia que nos
acompaña.]
Atención y prevención.
El mal está ahí, desde siempre y para siempre. Ni se escoge ni se hace. No es un diseño mejor
o peor calculado]
según los usos de la razón, de una razón concreta, epocalmente constituida.
Hitler pugna por salir constantemente. La civilización lo frena”.
Tan claro es, que pasa por alto una obviedad.
Antes de Hitler no había habido Hitler. Sólo una civilización lo creó y lo alimentó. Hijo de
una Madre, nuestra madre.]

El mal como puerta siempre abierta, camino posible en el cruce, en todos los cruces, pues los
senderos no dejan de bifurcarse constantemente.]
No por un fondo de libertad eterno y un triunfo de la voluntad sobre lo que no somos.
Más bien por un territorio de fronteras impermeables que contiene el mal como paisaje de
pleno derecho.]
Luz que ilumina. No tiniebla.
También el sol puede ser la guía del mal, su símbolo.

Ante todo, dentro, fuera y en el borde, en ese adentro que está contaminado por el afuera, y
en ese afuera que no deja de estar adentro,]
no hay más que los otros, uno mismo y uno mismo como otro.
Es en la relación entre esta multitud donde el mal o el bien florecen.

26
EL MAL DE LA ALTERIDAD

En el mundo nazi las palabras no podían tener varios significados.


La univocidad era la regla.

En ese mismo mundo reinaba la mismidad y se proscribía la alteridad.


Era la hacienda de lo uno.

De ahí el intento de retorno a la simplicidad de la tierra y el pensamiento campesino.


La relación, el deseo de lo uno a respecto a lo otro, debía castrarse.

No podía admitirse la contaminación, la mezcla, la intrínseca promiscuidad de lo otro y lo


uno.]
Lo puro no admitía engarce con lo diferente, lo impuro.

Maravillosa exacerbación retórica de una constante en el pensamiento de Occidente.


Suprimir la relación, la diseminación, la diversidad.

El imperio de la sencillez frente a las tinieblas de la complejidad.


El mal como hijo bastardo de las huellas de los otros.

El mal como alteridad. El bien como mismidad.


En la respuesta a “Auschwitz” se impone el respeto de la relación, de la mezcolanza, de la
mixtura.]

Los profetas de la simplicidad son los más peligrosos: transportan el hedor de los
crematorios.]

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HIMMLER EN POSEN∗ (SELECCIÓN DE UNA TRADUCCIÓN)

“Deseo hablar ahora, en este círculo muy restringido, acerca de un asunto que ustedes,
mis camaradas del partido,
durante mucho tiempo aceptaron como cosa sobreentendida,
pero que para mí
se ha convertido en la carga más pesada de mi vida; la cuestión de los judíos...

Es fácil pronunciar la breve sentencia:


‘Es necesario exterminar a los judíos’,
pero las exigencias impuestas a quienes deben aplicar esa fórmula
son las más duras y difíciles del mundo...

Ya lo ven, por supuesto hay judíos;


es evidente que no son más que judíos.
Pero piensen un momento
cuántas personas –incluso camaradas del partido-
han formulado una de esas famosas peticiones
en las cuales se escribía que
por supuesto todos los judíos son cerdos,
pero Fulano de Tal es un judío decente que debería ser exceptuado de lo que se estaba
haciendo.]

Me atrevo a decir que, de acuerdo con el número de esas peticiones...


El 6 de octubre de 1943, en el castillo de Posen, se celebró una asamblea de los Gauleiter
(responsables de distrito) del partido nazi, durante la cual tuvieron lugar diversos discursos.
El de Himmler, leido por la tarde, casi en la penumbra, supuso el primer reconocimiento
explícito, ante el conjunto de las instancias más representativas del partido nazi, del carácter
de la “Solución Final”.

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seguramente hay en Alemania más judíos decentes que judíos en general.

Había que adoptar la difícil decisión de conseguir que esa gente


desapareciera de la faz de la tierra...

Creo que se puede afirmar que se ejecutó la orden sin perjudicar la mente o el espíritu
de nuestros hombres y nuestros líderes.

El peligro era grave y siempre estaba presente.


Pues la diferencia entre las dos posibilidades...
convertirse en seres crueles y sin corazón, y ya nunca respetar la vida humana,
o ablandarse y sucumbir a la debilidad y los colapsos nerviosos...
la brecha que media entre Scilla y Caribdis es abrumadoramente estrecha.

[...]
Y con esto deseo terminar el asunto de los judíos.
Ahora están informados, y guardarán para ustedes mismos ese conocimiento.
Después, quizá podamos considerar si debe revelarse todo esto al pueblo alemán.

Pero creo que es mejor que nosotros –nosotros unidos-


soportemos la responsabilidad en representación del pueblo...
responsabilidad por una realización, no sólo una idea...
y después nos llevemos el secreto a la tumba.”

29
LA PRISIÓN DE DIOS

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AUSCHWITZ (I)

[Y éste debería ser el espacio de un silencio, sin necesidad de indicarlo.


Mas cualquier silencio no deja de ser palabra
y lo que suspende sigue estando rodeado y cruzado por ella.]

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AUSCHWITZ (II)

No es nombrar lo innombrable.
Pocas voces, ahora nombres propios ahora metáforas,
se han lanzado al ruido más que “Auschwitz”.
Hay una cierta pornografía en pretenderlo inefable
como en invocarlo en la mesa, en el aula o en la calle.
La habría aunque fuera con reverencia y piedad,
sagrada,
mágica,
pura invocación,
memento.
La habría aunque se contrajera el rostro,
se entrelazaran las manos
y se inclinara el cuerpo moviendo lentamente la cabeza.
La habría, más aún, si se pidiera “un minuto de silencio”.

No hablar sin dejar de hablar pero hablando de otra manera.


¿Cuál?

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AUSCHWITZ (III)

Dios también fue recluido en el Lager,


también fue prisionero en un campo, pero
no tanto,
o no sólo,
por estar en cada uno de los torturados.
Sobre todo, Dios estuvo en un campo porque
cuando los soviéticos liberaron Auschwitz
se borraron los últimos rastros que Dios había dejado en la historia.
Quedaban pocos.
La mayoría habían ido siendo barridos por el otoño.
Su defunción ya tenía un certificado firmado por Nietzsche, pero
si uno escudriñaba minuciosamente el valle de la historia
aún podía descubrir hendiduras extrañas que sugerían su pisada.

Tras Auschwitz, Dios parece haberse retirado definitivamente,


nos ha abandonado a nuestra suerte.
Ya no está escondido pero expectante.
Tampoco está presente pero invisible a nuestros ojos.
Ni se ha ausentado dejándonos marcas en los árboles en espera de su vuelta,
cuando acabe el tiempo otorgado.
Falta.
No está.
Hasta tal punto que quizás no haya estado nunca,
tan dura ha sido su prisión.
Ahora, o redescubrimos sus vestigios,
o nos los inventamos,

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o caminamos solos sin más salvación que nosotros mismos.
La peor de las salvaciones posibles.

¿Cómo pedirle que vuelva?

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AUSCHWITZ (IV)

En Auschwitz se dirime la posibilidad de la verdad.


La relativización del discurso topa con un límite,
un lugar,
que dota de sentido al absurdo siendo como es,
probablemente,
el mayor absurdo que el mundo ha dado de sí.
Parece que podemos girar los enunciados hasta
negarlos en el mismo instante de proferirlos;
podemos fragmentar todos los cuerpos de palabras
que construyen un mundo y deshacerlo en pedazos;
podemos lanzar los términos unos contra otros y
de su colisión engendrar otros que los recojan;
podemos enfrentarlos en un juego de espejos
para mostrar que se contienen mutuamente;
podemos, en fin, atrevernos a enlazarlos
paradójicamente, poéticamente,
estúpidamente, incoherentemente.
Todo ello puede hacerse con las palabras y,
por tanto,
con la verdad, otra palabra más.
Pero no todo nos es permitido con “Auschwitz”.
“La distancia más corta entre dos puntos” puede no ser
la recta en otra Matemática.
El “Guernica” puede no ser una obra de arte en
otra Estética.
La “Pastoral” puede no ser una sinfonía ejemplar

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en otros tiempos.
Pero “Auschwitz” es distinto.
Se impone por sí mismo, como Dios lo hizo en el pasado.
De hecho, es,
al tiempo,
su sucesor, su hermano y su destino.
Un viento colosal absorbe a Dios en Auschwitz: un torbellino.
“Auschwitz” aplasta a Dios y se ofrece como su Hijo.
Y en este reemplazo ofrece la última barrera contra
la torsión infinita del lenguaje y la corrupción de toda moral.
En esta frontera se puede alzar un último intento ético.
Si lo arrojamos fuera de la memoria
la hidra nos estrangulará con sus cabezas en perpetua generación.

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TREBLINKA

Me dicen que de Treblinka no queda ningún rastro.


Donde se levantó el campo se extiende un prado.
El paisaje, en cierto modo, se ha borrado.

No hubiera sido mejor solución convertir Treblinka,


como Auschwitz o Dachau,
en un monumento mutilado
donde sobrecogerse, moderadamente, al amparo
de la lejanía del museo.

Sí, hay un recordatorio.


Como si recordar fuera tan sencillo
como dejar una marca en un espacio barrido.

Treblinka, Belzec, Sobibor, Chelmno, Auschwitz,


y con ellos otros diez mil.
Alemania y Polonia no serían tan hermosas
si cada pocos kilómetros encontráramos un campo.
Pero no cualquier campo raspado
para poder reinscribirlo en las nuevas páginas de la historia.
Palimpsesto.
El campo en su propio papel,
apergaminado,
manchado,
deteriorado y,
por ello,

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ajeno a cualquier nuevo aprovechamiento.
Espacio y tiempo no parados, sino dejados a su avío.

Mejor que un monumento mutilado.

No siempre una imagen vale más que mil palabras.

38
DE SEMPRUN EN BUCHENWALD

“¡Krematorium ausmachen!”
“¡Crematorio, apaguen!”
“¡Apaguen el crematorio!”
Que ninguna luz de Buchenwald pueda servir de referencia a los bombarderos aliados.
“¡Apaguen!”.
Semprún aún se despierta con esa voz metalizada
manando de los altavoces del campo.
Una voz neutra, tranquila, sin apremio.
“¡Apaguen!”.
Sin histeria, sin rabia, sin miedo.
“¡Apaguen!”.
Que se detenga la cadena por unos minutos.
No pasa nada.
Simple precaución: hay que evitar que los enemigos se orienten.
“¡Apaguen!”.
Luego continuaremos.
Después coseremos los botones y plancharemos la camisa.
“¡Apaguen!”.
Las blancas y finas manos del locutor
ni siquiera tamborilean.
No se las frota. Las mantiene inmóviles,
una sobre la mesa
otra sobre el interruptor del micrófono
mientras su cuello se estira.
Sus manos son las que hablan en realidad.
No están cuarteadas, ni envejecidas prematuramente.

39
Seguramente sus uñas están bien pulidas.
“¡Apaguen!”.
Retira las manos y se incorpora.
Sus manos se mueven acompasadamente,
sin una tensión especial.
No es la primera vez.
Nadie va a bombardear Buchenwald.
Puede tomar un cigarrillo con una de sus manos y unas cerillas con la otra.
No se quemará.

40
LAS MARCHAS DE LA MUERTE

Como ningún otro suceso,


las marchas de los fantasmas desde los campos ya rendidos
a otros campos, a veces ya inexistentes,
sugieren la inercia de la crueldad y la dimensión de la culpa colectiva.
No queda la excusa de la reclusión
lejos del alcance de la vista de los hombres de bien, de los buenos hombres.
En un invierno rotundo, decidido,
largas filas de esqueletos andantes,
de “musulmanes” desmadejados,
los pies arrastrados, los brazos desmayados, los hombros aplastados,
enfermos, extenuados, más allá de todo cansancio posible,
atravesaban,
a veces a un imposible trote,
los campos y las ciudades de Alemania,
escoltados por sus SS, los que les pertenecían.
Apariciones ante los pulcros ojos de las madres y sus hijos,
los inútiles para la guerra, los viejos,
el “hermoso pueblo llano alemán”.
Nadie detenía aquella infame maratón,
ni daba de beber al sediento, ni de comer al hambriento,
ni descanso al agotado, ni abrigo al aterido, ni sepultura al caído.
La carrera hacia otras barracas, otras alambradas, otros hornos,
algunos afortunadamente perdidos para la alucinación,
o para la ficción,
no era detenida por ese pueblo tan popular en su condición de pueblo.

41
No había esas almas simples,
que de tan simples han de ser inocentes,
dispuestas a reaccionar, siquiera modestamente,
ante el desfile de la última sevicia.
En realidad no existen esas almas, y menos aún
perdidas en el anonimato sin pecado de “la gente”.

Casi completa sintaxis de la crueldad:


Marchas a la muerte,
ante la muerte,
bajo la muerte,
con la muerte,
contra la muerte,
de la muerte,
desde la muerte,
en la muerte,
entre la muerte...
marchas tras la muerte.

42
EL REINO DE LA APARIENCIA

43
ENIGMA

En las tardes de primavera, cubiertos por el sol descendente,


en las noches de invierno, apresuradamente cobijados en el estanque familiar,
en las mañanas veraniegas, en la arena, arañados por el calor,
muchos se entregan a los pasatiempos del periódico.

En la difícil componenda entre la comodidad y la idiosincrasia de las hojas del diario,


Rellenan el crucigrama, le dan sentido, y se detienen ante la adivinanza, ante el enigma.

Llegan a gastarse incalculables sumas de vida en la resolución del jeroglífico,


en la conclusión del desborde de los signos.
Algo parecido ocurre con el Tercer Reich, sólo que muy pocos desean
invertir un mínimo desplazamiento de la aguja en acorralar su torrente.

La solución no está, evidentemente, en el número siguiente.


Ni en todos los sucesivos ejemplares podría esbozarse lo que es irresoluble de tan complejo.

Casi nadie advierte hasta qué punto puede ir su vida, y la vida futura,
vinculada al trabajo de desentrañar ese enigma.
Tampoco parecen atentos a las tareas que nos proponen los muertos,
al desvelo que nos piden los fantasmas.

Pero en el esfuerzo de una solución, al menos provisional, radica la única respuesta justa
a los ausentes,
a los idos y a los aún por venir.

44
EL REICHSTAG EN LLAMAS

La entrada del primer acto. El teatro en funcionamiento.


“Sentido del espectáculo”.
Algo que nunca les faltó a los nazis.
En el espectáculo, en la apariencia, en la ficción, se esconde uno de sus grandes secretos.
Cofre oculto entre la maleza de la isla.
Sin la extraña fuerza de la fantasía, de la imaginación,
se pierde un matiz fundamental.
Abundan las metáforas sobre el Tercer Reich: “farsa”, “drama”, “tragicomedia”, “tragedia”,
“vodevil”, “ilusión”, “alucinación”.]
Las utilizan nazis, víctimas, investigadores.
Pretenden ser sólo analogías para esclarecer lo tenebroso.
Pero se reiteran inadvertidamente. No se piensa demasiado en ellas. Son un recurso retórico.
¿Podrían ser algo más?
¿Y si la literaturización del mundo, un mundo visto a través de la épica, de la tragedia, del
drama, de la poesía,]
fuera una llave maestra?
¿Y si el nazismo hubiera ficcionalizado lo real?
(Supongamos que pueden distinguirse).
¿Y si hubiera sido un gran cuento de hadas y su efecto hubiera derivado de esa su condición?
No basta con decir que los cuentos de hadas siempre dan un final feliz.
¿Cuántas monstruosidades psicoanalíticas esconden? (Bettelheim).
Padres que abandonan a sus hijos, varones que desean a sus hijas, crueles maleficios,
cremaciones, vientres abiertos, canibalismo...]
¿Y qué quiere decir “final feliz”?
¿Una fatal lógica de cuento de hadas haciendo posible la masacre?

45
EL TRIUNFO DE LA VOLUNTAD

Difícilmente
hubiera triunfado la voluntad de exterminio
sin la de aquellos que pusieron su empeño
en el triunfo de una voluntad zafiamente distanciada de la razón.
Muchas voluntades se unieron
para otorgar a la voluntad suprema las condiciones de su triunfo
sin por ello disolverse en su concesión.
No hubo voluntades anuladas.
Demasiado simple.
¡Qué fácil es plantarse ante un mundo de autómatas!
Jünger, Schmitt, Heidegger, exigían decisiones.
Y se tomaron.
La voluntad no faltó.
Al revés.
Se colmó de oportunidades para contemplarse.

Una voluntad entre otras.


La de Riefenstahl.
Encaminada hacia “El triunfo de la voluntad”.
El primer gran congreso del partido nazi en 1934.
Ya muchos meses en el poder.
Ya conjurada, por las SS, la amenaza de la “segunda revolución” de Röhm y las SA.
Disminuye el paro.
El Ejército comienza a rearmarse.
En Nuremberg, la gran cita.
Un águila con la esvástica en sus garras y a sus pies la leyenda.

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“Triumph des Willens”.
Las efemérides iniciales sitúan el acontecimiento en la perspectiva
de la historia: “20 años desde...”, “16 años desde...”.
Se restaura el hilo del tiempo en un espacio antes pretendidamente quebrado.
Desde el cielo desciende el enviado de dios,
entre las nubes, caprichosas pero recargadas, colosales.
Entre sus retazos aparece la ciudad, sus tejados inclinados,
sus avenidas por donde se adivinan ya los desfiles incipientes (¿ensayos?).
El mesías baja del cielo y la multitud le espera.
El aeropuerto se llena de saludos romanos.
Hitler sonríe por primera vez.
En coche descubierto recorre las avenidas de la ciudad.
Hace sol.
No es la tiniebla, la oscuridad. El pavimento brilla.
Las aceras, las ventanas, los puentes, decorados con los brazos en alto.
Entrega de “un pueblo”. Hay jóvenes, ancianos, mujeres, hombres,
delgados y gordos, rubios y morenos.
Uno puede hacerse una falsa impresión.
¿O es la otra la falsa?
La niña pequeña, en brazos de su madre, ofrece las flores a su Führer.
“¡Hosanna!”.
La ciudad desbordada por banderas. La cruz gamada enseñoreándose.
El coche se detiene y la cámara se fija en los cinturones de los guardias SS.
Antorchas y banda de música. Tambores y trompetas.
“Heil Hitler” bajo su ventana, iluminando la noche.
Perfiles recortados contra el humo. Fuego que alumbra.
No es noche cerrada.
La mañana y los campamentos de las Juventudes Hitlerianas.
Repique de tambores, los torsos desnudos de los jóvenes. Comienza la jornada.

47
La directora se detiene en los cuerpos robustos. Muchos pechos y sonrisas.
Limpieza y juegos.
Los camaradas se frotan las espaldas.
Las cocinas trabajan intensamente. Los himnos se conservan en el fondo.
Más juegos y más rostros frescos, sanos, despreocupados. La risa de la juventud sacrificada.
Hitler deja su hotel.
Siguen los perfiles escogidos. Mandíbulas prietas. Cuellos erguidos.
Despliegue jovial del hijo de dios encarnado.
De nuevo en el coche hacia el palacio de congresos.
“¡Heil!” repetidos, casi obsesivos. No es sólo un efecto. Se ven los labios moverse.
Discursos.
Suenan vacíos en su grandilocuencia. Grandes palabras. Redundancia en el nacimiento del
nuevo milenio.]
(¿Pero acaso no aspiraban los nazis a devolver su sentido único y profundo a los conceptos
que designaban el auténtico ser?).
Hess y su recuerdo a los caídos.
Rosenberg y su historia.
Todt y sus autopistas.
Darré y sus granjeros.
Streicher y su pureza racial.
Ley y sus trabajadores.
Frank y su ley.
Sólo Goebbels. El arte de la propaganda y el poder:
“podría decirse que el poder se basa en las armas,
sin embargo, es más correcto y ajustado decir
que se basa en saber ganar las mentes y el corazón de una nación”.
En el estadio, Hitler y los miembros del Frente de Trabajadores.
¿De dónde somos? ¿Dónde vamos? ¿A quién servimos?.
Un nuevo homenaje a los combatientes caídos: “No estáis muertos, estáis vivos en Alemania”

48
El pasado vive en el presente y el futuro de mil años también.
No hay temporalidad. Sucesión de “ahoras” condensados en el “ahora”.
Nuevo discurso del ungido. El concepto de “trabajo”. No más división, no más lucha de
clases. Unión.]
Por la noche, acto de las SA. Canto del cisne, fuegos artificiales y más música.
A la mañana siguiente Von Schirach realiza su ofrenda al nuevo mito: la juventud.
Los jerarcas están radiantes. La juventud alemana, tersa y adornada, se da.
El estadio ruge.
En la hierba se trazan perfectos paralelogramos, aunque una mirada minuciosa encuentra las
irregularidades, como las encontrará más tarde en los desfiles.
Otra vez tambores y cánticos ¿Tribalidad o sabio aprovechamiento del arte?
Después,
exhibición de las fuerzas armadas.
¿Orden prusiano?
Caballos que se retrasan, coches ligeramente escorados, cuerpos más inclinados de lo
debido.]
Al atardecer, hastiante desfile de estandartes. También aquí pueden observarse las
desviaciones, los errores, las asimetrías.]
Juego de luces. Como Speer dijo, “para disimular los vientres de los miembros del partido”.
Nuevo día. Nuevo recuerdo de los ausentes para devolverlos a la presencia.
Movimiento de unidades de las SS y las SA en una explanada. “¡Sieg Heil!”.
El destinado habla de la “sombra negra” que cayó sobre el movimiento.
Ya ha vuelto el oro pulido, el brillo neto. No hay rasguño alguno. Mármol firme. La
oscuridad ha sido alejada.]
Bautizo de nuevos estandartes. Solemnidad.
El colosal desfile previo a la clausura.
Ejemplar demostración de unidad, identidad y homogeneidad. Marcialidad.
Un pueblo, un líder, un imperio.
Pero, de nuevo, es mejor detenerse en los detalles.

49
En ese SA de la tercera fila de su unidad que no puede acompasar el ritmo de la oca con el
saludo romano: oscila, se desvía de la formación.]
En ese trabajador que no puede mirar a su dios porque perdería el paso.
En esos soldados que saltan para recuperarlo.
En esos otros que curvan la línea recta de la columna.
O en aquellos cuyo braceo no se coordina, por exceso o por defecto.
En ese SS que pierde el ritmo, hasta tropezar justo en las proximidades del trono divino,
perdiendo su lugar en la cohorte.]

Basta una mirada paciente y mínimamente desconfiada para que la ficción pierda su fuerza,
para que la apariencia, pese a todo, siga emergiendo como una cierta apariencia: no todo
puede ser pura apariencia, pues si lo fuera no habría apariencia sino únicamente realidad.

Pero la apariencia estaba al servicio de una voluntad


Y esa voluntad triunfó.

También la ficción llevó al exterminio.

50
DESAFÍO AL SENTIDO

El 14 de abril de 1945 los norteamericanos tomaron el pueblo de Gardelegen,


en la parte este de Alemania, lejos de la frontera.
Era evidente que la guerra estaba perdida. Como mínimo para los habitantes de Gardelegen:
los norteamericanos estaban a sus puertas.]

El día anterior una columna de prisioneros del campo de Dora (Dora-Mittelbau)


envueltos en una “marcha de la muerte”, llegaron, por la noche, a sus inmediaciones.
Como solía ocurrir, extenuados, se tendieron en el campo, al raso.

Mientras, un grupo de sus guardianes se acercó al pueblo para establecer contacto con sus
superiores]
y determinar hacia donde encaminar aquella comitiva olvidada por el mundo.
Cuando regresaron, lo hicieron acompañados por jóvenes de las Juventudes Hitlerianas y
policías del pueblo.]
Un grupo de adolescentes con unos policías maduros, exentos del servicio en el frente,
probablemente padres de familia]
normales y corrientes: no se trataba de miembros de ninguna unidad especial de las SS.
Los aliados estaban a las afueras. Cerca, muy cerca. La vida en el Tercer Reich estaba a punto
de acabar para todos ellos.]

Ya ante los despojos humanos, unos cinco o seis mil esqueletos ambulantes, procedieron.
Los hicieron entrar a todos ellos en un granero próximo.
Tanta era la presión de la multitud que una de sus paredes cedió y varios prisioneros,
reuniendo fuerzas de no se sabe dónde, huyeron]

Mientras unos pocos lograban huir, los mozalbetes y los adultos rociaron de petróleo el

51
granero]
y dispararon contra los que habían escapado. No les siguieron. Ya había suficientes dentro.
Entusiasmados, prendieron fuego y la construcción se incendió. Miles de personas se
quemaron vivas. Una muerte atroz.]

Desde el bosque cercano, entre los robles y los abedules, sobre el musgo helado, los fugados
alcanzaron a oír los gritos desesperados de las víctimas, intensos, desgarrados, roncos de
tanto dolor.]
Los alemanes miraban, contemplaban la escena teatral, tal vez seducidos por su irrealidad.

Cuando los norteamericanos tomaron el pueblo, al día siguiente, hallaron el granero.


Muchos cuerpos aún ardían, otros humeaban, algunos ya sólo ofrecían la pátina gris oscuro
de la carbonización.]
Una de las víctimas apretaba en su mano un ramillete de paja, otro, que intentó excavar un
hueco para huir, sólo dejaba ver, entre la tierra, su cabeza ennegrecida.]

Con todo perdido, ante la inminencia de la derrota y las nuevas condiciones de vida,
ante el incontestable final del sueño nazi, ante la ya sabida amenaza de los juicios por
crímenes de guerra,]
¿qué sentido pudo haber tenido aquella increíble crueldad?

Se “escapa como gacela de la trampa, como pájaro de la red del cazador”.

UN PSICOANÁLISIS DEL NAZISMO

52
En la actitud ante los excrementos propios, alguien, Erica Jong, ha visto una raíz profunda del
Holocausto.]
También en los lavabos, en su arquitectura, en su distribución, en su lógica interna, se puede
seguir la pista del horror.]
“Un pueblo que es capaz de construir lavabos como estos es capaz de cualquier cosa”.
En el tradicional excusado de los alemanes, el agujero por el cual la mierda debe desaparecer,
tras tirar de la cadena,
está ante nosotros, expuesto a la inspección meticulosa si así se quiere.
La defecación no huye rauda lejos de la vista, se ofrece al examen, a la apreciación de su
forma y olor,]
a la determinación de su carácter saludable o enfermizo.
El exceso, el sobrante, es contemplado con ambigua fascinación. Hay una seducción del
excremento, del suplemento.]
El lavabo francés, por el contrario, al situar el orificio en la parte más lejana, en la trasera,
sugiere el ansia de eliminar, rápidamente, el exceso cuyo placer guarda ecos atávicos.
El británico se establece en el término medio entre el alemán y el francés: la taza, llena de
agua, permite la visión de la deposición pero impide su escrutinio atento, la fascinación de la
contemplación de lo expulsado del dominio de la cultura. Aproximación pragmática.
Hegel dice que la actitud ante la existencia de los alemanes es reflexiva: observan la mierda,
pueden enfangarse en ella;]
según él los franceses se distinguen por la ligereza revolucionaria: lanzan el desecho a la
cloaca sin más miramientos;]
los británicos, por último, se caracterizan por su moderado liberalismo: toleran la cercanía del
desperdicio pero evitan el compromiso activo con él.]
Hasta en la intimidad de la deyección parece que los alemanes conservaran un resto
disponible para el Holocausto.]
Hicieron un eficaz uso de lo escatológico.

53
UNA FICCIÓN

54
Walter Schellenberg fue amante de Coco Chanel.
Nazi ilustrado, narra sus memorias como si de una novela de espionaje se tratara.
El laberinto se organiza como una tragedia.
Pero un detalle trastoca su intención y nos lanza al pozo de la tragicomedia.
En la decadencia del esplendor nacionalsocialista,
conocedor de la aniquilación de los judíos,
empeñado en convencer a Himmler para negociar una paz aislada con los occidentales,
conspirando para salvar las ruinas del Reich de “la caída de los dioses”,
confiesa:
“No exagero diciendo que, sólo a causa de ello,
los últimos años de la guerra fueron para mí una verdadera tortura”.
Y uno podría alegrarse de hallar, en un alto jefe de las SS,
un poso de abisal humanidad cegada por la fantasía del Reich de los mil años.
Sólo hay un inconveniente.
Schellenberg, el atractivo, el seductor, padecía
no por el hundimiento de su patria,
ni por el ocaso de su ideología,
ni mucho menos por el genocidio de judíos, gitanos y eslavos.
No.
Schellenberg estaba afligido, angustiado, trastornado,
por la animadversión que le profesaba su superior inmediato
y, especialmente, por las comidas diarias en su compañía y la de los demás jefes de servicio.
Esa era la causa de su tormento: las comidas.

¿En qué mundo podía vivir si no estaba, como presumiblemente no lo estaba, loco?
Sólo en una ficción que no se resintió al ser volcada sobre las páginas de sus memorias.
EJECUTORES

55
Decenas de miles de alemanes jugaron algún papel, directo o indirecto, en la “solución final”.
No eran, todos ellos, sádicos patológicos, animales sin civilizar,
bestias sedientas de sangre cuyo deseo hubiera permanecido agazapado, durante años,
disfrazado en los recovecos de la mente, camuflado en los nervios.
Hubo asesinos feroces como también asesinos modestos y acomplejados.
Los hubo banales como Eichmann y reflexivos como Ohlendorf.
Esquizofrénicos como Nebe, que conspiraba contra Hitler mientras mataba judíos en Rusia, o
como Gerstein, que suministraba Zyklon B mientras, desesperadamente, trataba de informar
al mundo del colosal genocidio.]
Espíritus (¿puede aplicarse aquí y ahora esta palabra tan cargada de historia?) diversos
confluyeron en el río.]
El concepto, “que unifica lo diverso de la intuición” según Kant, parece impotente para
agrupar tanta singularidad,]
para conciliar tamaña disparidad, para despejar lo suficiente el cielo de los nubarrones que lo
devoran.]
El dicho bíblico, “no pretendas lo que te sobrepasa, ni investigues lo que supera tus fuerzas”
pugna por imponer su ley.]
Pero esta superabundancia, colmo de la razón, nos apela implacablemente con su enormidad.
Si el concepto no basta quizás deba ser ayudado por el tropo: coalición infernal.
La extrema diversidad se resiste a la homologación excepto si, al lado de las explicaciones
conceptuales, añadimos la analogía.]
Un “aire de familia” impregnaría las individualidades irreductibles: lo imaginario, la fantasía,
la literaturización de la realidad.]

56
EPÍLOGO: INFINITO Y TOTALIDAD

DEL TERCER REICH

57
Infinito en su complejidad no sólo cuantitativamente, el número de variables que
intervinieron]
en su acontecer, sino también cualitativamente, las modificaciones, las variaciones
imperceptibles]
que emergen en cada relación que se tome en consideración, en cada par que se ponga en
juego,]
el Tercer Reich se fuga hacia el horizonte de lo incomprensible.

No sería un problema de simple cálculo, que se solventaría introduciendo en una máquina


los registros envueltos en la representación para generar el mapa final y los vectores que
explicarían]
la forma de mariposa de la catástrofe. No. Es preciso más bien l’esprit de finesse.
Un ánimo atento al detalle, receptivo al matiz, curioso por los pliegues que el concepto debe
aplanar.]
Similar a la persona, no es inagotable por imposibilidad algorítmica únicamente. Ni por
libertad extrema.]
Ningún algoritmo puede dar razón de nuestra faz cambiante ante el padre, la novia, el
hermano,]
la madre. Distintas palabras, distintos gestos, distinta flexión del cuerpo. En invierno o
primavera]
en el trabajo o en el ocio, en el sexo, en la abstinencia o en el justo término medio,
se da una fina oscilación que se ensancha cuanto más nos acercamos. No es sólo una cuestión
de números, ni tampoco una autodeterminación absoluta, fiel sólo a su propio deseo,
que extinguiría el otro lado de la relación en el devenir inmotivado respecto a lo que no es lo
mismo.]
Si el fenómeno que conocemos como “Tercer Reich”, aunque tiene muchos otros nombres,
tantos que el oído sugiere que no se trata de un único acontecimiento, es complejo, es porque
la cantidad de elementos que intervienen, que entran en relación, que se afectan unos a otros,
es tan desbocada, incluida nuestra relación con un fenómeno al que llamamos “el

58
fenómeno” – toda una declaración de principios-]
que resulta imposible dar cuenta de todas las afecciones, y por supuesto de la que se entabla
entre el suceso y su lector, que siempre deja un punto ciego, como la imagen en el espejo,
una incompletud, una falta, una incapacidad de ver la trastienda, de ver por detrás de la
mirada.]
¿Qué hacer ante tamaña complejidad? ¿Dónde hallar el mástil al que atarse firme para desoír
los cantos de sirena?]
Pues muchos destinos se dirimen en el recuerdo y la comprensión del Tercer Reich.
Sobre todo, el destino histórico de una civilización afectada por un tajo axial en su devenir,
alterada por un acontecimiento, suma de acontecimientos, que ha convertido en pesadilla su
propio sueño]
y ha marcado con una deuda inconmensurable su existencia.
La enormidad del débito, la ciclópea admonición de lo por venir, el peso que ha dejado en el
presente,]
aunque ni se perciba de tan efímero que resulta, exigen de todos nosotros la donación de algo
de nuestra vida,]
de una porción de nuestra carencia de ser, para tratar de retribuir, empeño en el que se dirime
la esperanza,]
justamente, lo amputado.

Escoger varias formas de mirar y saltar de una a otra sin alegría y sin aire de juego pero,
también,]
sin la seriedad de la visión verdadera, sin la rendición del alma que la debe acompañar.
Desde la poesía, cierta poesía que casi no lo es, esa mirada no es más cristalina, más
transparente,]
elaborada según las leyes inmanentes del género, pero permite dar palabra a la singularidad,
al acontecimiento, a una experiencia discontinua y múltiple que bajo la vara del concepto
desaparecería.

59
Esa mirada se dirige, primero, a los hombres, a las víctimas y, especialmente, a los verdugos,
a sus nombres.]
No todos, sólo algunos, tropos de lo inabarcable. Las víctimas fueron arrastradas por el fuego,
de ellas está todo por decir y nada puede ser dicho, en algún sentido.
Los vejados, los masacrados, los aniquilados, nos llaman. Piden la reparación. Pero no
demandan un muro para los lamentos,]
una paciente elaboración del listado, un sencillo recordatorio. Suplican el sentido. Ruegan
que su nombre no sea tomado en vano.]
Sus voces, pues pueden oírse, lejanas, diluidas, mas insistentes, tenaces, insaciables,
quieren que se rescaten, a la noche, sus escuálidas llamas y que, en ofrenda, amparen
en la niebla el caminar de los que llevan su legado sobre sí: todos.
Y es entonces cuando hay que girar la cabeza al otro lado.
De ellos también está todo por decir y tampoco nada puede ser dicho. Pero es preciso que se
hable.]
Que se atienda a la complejidad y no nos consolemos con las imágenes y las cifras que dejan
el apocalipsis para más adelante.]
Hay que deshacerse de la pintura de la animalidad, del retrato imposible de la monstruosidad,
del recorte del número exiguo que tranquilizaría por su ínfimo valor.
No fueron pocos, excepcionales en su inhumanidad, y planos, robotizados, eximidos de la
facultad de pensar]
por el poder de las pasiones desatadas.
Fueron muchos, bastantes de ellos ordinarios, normales, incluso intelectualmente
distinguidos,]
o de exquisitos modales.
Los hubo reflexivos, inquietos, dogmáticos, revolucionarios, idealistas, todo menos banales y
los hubo simples, triviales, limitados, brutales, corruptos, arribistas, irreflexivos.
Es demasiado fácil demonificarlos. Anularlos en un perfil esquemático que aparezca hueco.
Nosotros, los colmados, los ricos en el desparrame de nuestras capacidades, quedamos al
margen, exentos]

60
del peligro, rigurosamente perfectos en nuestra beneficencia. Y con nosotros nuestra cultura.
El Tercer Reich, podemos decir entonces, fue la barbarie, el excremento excesivo, imposible
de fagocitar]
que, tarde o temprano, nos amenaza con su primigenia fuerza. Si vuelve no será más que
porque nuestros controles habrán sido aflojados, porque nuestra vigilancia habrá cesado.
Todos albergamos a Hitler en nuestro cuerpo, e incluso en alguna recóndita capa de nuestra
alma.]
Siempre alerta, sólo el fortalecimiento de la razón y la sublimación artística de lo irredento,
como si Freud aún viviera, mantendrán encadenado al diablo que pugna por brotar.

Mas ese mal que, sin ser absoluto, debe adquirir este derecho sagrado, no viene a sacudirnos
desde tiempo inmemorial.]
Tiene una fecha de nacimiento, una historia.
Pertenece a unos determinados tiempos y a unos espacios y no a otros.
Está hermanado a una razón y, sobre todo, a una ilusión. Es la réplica, en el espejo, de un
bien tan puro como él.]
La mirada, entonces, se detiene en el destino del mal y observa que ese destino está ausente.
Que el mal salta en la reflexión tanto como en la irreflexión. Que es un designio posible.
Una planta que puede poblar un bosque, a ras de suelo, tanto como conservarse en un
herbolario.]
No hay necesidad en el mal, sólo contingencia, juego. La tormenta se coagula si el sol castiga
el mar.]
La mirada, perpleja, quisiera volverse sobre sí misma, verse y apreciar los signos de la caída,
presentir el riesgo del retorno.]
Y, como no puede arquearse sobre su lomo, busca a Dios: confía, espera que él le dará lo
prometido: “Nunca más Auschwitz” y, en esta clausura, la devolución de lo arrebatado.
Primeramente, recorre el pecho, las manos, el vientre, las piernas. Busca en la superficie su
trazo.]
Ahonda y se imagina, tras los ojos, bajo la masa corporal, en el espíritu, la prueba.

61
Pero ahí sólo vuelve a encontrar el tiempo, el espacio, la invitación al mal y al bien.
Es hora de fluir por la habitación y pasar de la lámpara a la alfombra, del techo al suelo, y de
abrir la puerta.]
Los ojos resbalan por las escaleras y salen a la calle.
Es de día. Luego anochece.
Buscan en las aceras, en las esquinas, en las farolas, en el cielo previsto por la ciudad. Nada.
Miedo, puro miedo.
Puede ser que, en ese momento, sea cuando la mirada, desvaída, rece. Y en la oración, en la
imprecación,]
un frío vestido de blanco se insinúa: Dios no está.
¿Cuándo se fue?
Y la espuma de las olas que nos salpica, nos despierta. Dios en Auschwitz y en Sobibor, y en
Chelmno y...
La última cárcel de Dios. Arrastrado por la historia, zaherido por el incumplimiento de su
anhelo,]
no pudo salir del recinto del Lager. Y si lo logró, cadavérico y renqueante, fue sólo para
calcinarse en Gardelegen, ]
para consumirse lentamente mientras sus uñas se rompían escarbando la tierra en pos de la
vida.]
En alguno de esos lugares, en alguno de esos años, Dios se desvaneció y con él lo prometido.

Cerramos los ojos. Oscuridad, pero no completa. Musarañas, luciérnagas y un pálido


resplandor.]
Seguimos viendo aunque los párpados caigan como telón.
Hay que mirar de nuevo.
Ahora no puede por menos que manifestarse la infinitud de la complejidad.
L’esprit géometrique nos susurra y devoramos, los ojos desorbitados, las líneas, los ángulos,
las áreas...]
Y cuando la panoplia demoledora ha compuesto el fresco, en blanco y negro, vemos que el

62
esbozo ha dejado vacíos,]
que el yeso se continúa exponiendo, y que en lo cubierto no logramos identificar la
perspectiva prescrita.]
Es el instante de copiar el diseño y retocarlo con esprit de finesse, con distintos esprits, no el
de uno sólo.]
Hay que calcar sobre la hoja lo geométricamente aportado y colorearlo.
La mirada sopesa y abandona la línea recta. Un trazo se superpone, irregular, enrevesado y
tuerce las formas rígidas.]
Cuando hemos acabado se nos muestran muchas más siluetas, temblorosas, blandas.
Seguimos sin captar la perspectiva única pero entre todas las que se presentan una nos llama
la atención.]
El reino de la apariencia, el sentido del espectáculo, el teatro.
Con los mismos derechos que otras figuras, una se desliza en lo inadvertido: tiene forma de
cuadro dentro del cuadro; el arte.]

Y, entonces, otra vez entonces, la mirada vuelve a reconstruir un objeto mientras espera que
la ida de Dios sólo sea una broma:]
el arte como espectáculo, ficción, apariencia, dislocamiento del espacio y del tiempo
pausadamente cartografiados durante siglos.]
Lejos de ser justo aquello privado de su pleno ser en aquella Alemania, se desplegó en una de
sus posibles manifestaciones.
No faltaban las bambalinas, el escenario, el cine, la música, la poesía, los cuentos infantiles y
las narraciones épicas.]
No se borraron con la llegada de la Bestia. Persistieron. Y jugaron sus cartas. Hicieron al dios
y al diablo.]
El Dragón hizo a la Bestia y le transmitió su poder “y su trono y gran poderío” en la
narración del Reich de los mil años]
y el paraíso perdido de la sangre en busca de sí misma a lo largo y ancho del tiempo.
Un poema se convirtió en bandera de los conjurados: “Horst Wessel”. El “Triunfo de la

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voluntad”]
dió una voluntad más para “que pudiera hablar incluso la imagen de la Bestia y hacer que
fueran exterminados cuantos no adoraran la imagen de la Bestia”.]
Pudieron quebrarse las luces del demonio, y quemarse sus barbas, porque las voluntades
vistieron de ficción lo que no debía de ser realidad.]
Tal vez en vez de definir la ilusión desde lo real sea lo real lo que se define desde la ilusión.
Y la apariencia reinó sobre lo que había sido la realidad durante tantos siglos.
El mundo vuelto del revés.
La fuerza de la ilusión, de lo artístico, de la narración, de lo que se resiste al Logos, usurpó el
trono de la razón arteramente:]
se plegó a sus dictados, cumplió lo que la razón ansiaba, la aniquilación de “lo otro”, se puso
a su servicio,]
y, una vez apretadas las manos, cumplimentado el pacto, fue desplazando a la razón
paulatinamente.]
Primero con ruegos, luego con lisonjas, más tarde con encargos y, finalmente, con órdenes.
Y la razón, esclava de Mephisto, acabó abdicando sin ni siquiera apercibirse. Creyó que
seguía reinando,]
pero ya sólo era un espantapájaros y la tragedia se representó hasta el final, en su totalidad.

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CRONOTOPÍAS: BRUMAS EN POEMAS

Belzec
Campo de exterminio situado en las proximidades de Lublin (Polonia), inaugurado en 1942.
Disponía de seis cámaras de gas y otros tantos hornos crematorios. Unas 600,000 personas
murieron allí.]
Tras la sombra de Auschwitz pocos se acuerdan de él. Apenas hubo supervivientes.

Buchenwald
Campo de concentración que contaba con 136 instalaciones complementarias.
Desde 1937 hasta 1945 fueron internados casi un cuarto de millón de personas. Unos 56.000
murieron.]
Ejemplo de la sellada hermandad entre producción económica y campo de concentración,
entre sangre y dinero.]

Chelmno
Primer campo de exterminio. Abierto en 1941 en Polonia.
Más de 150,000 judíos fueron exterminados en este campo pionero.
La apertura del experimento. El ensayo científico.

Dachau
Primer campo de concentración. Erigido en las afueras de Munich.
De las 200,000 personas que pasaron por él, al menos una quinta parte murió.
Era imposible que pasara desapercibido para los habitantes del pueblo: estaba a tiro de piedra
de la panadería.]

Darré, Walter
(1895-1953).
General de las SS. Ideólogo de la “sangre y la tierra”. Promotor de la utopía agraria que

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dominó el pensamiento de Himmler.]
Responsable del Departamento de Raza y Reasentamientos fue condenado a 5 años de prisión
al concluir la guerra.]
Su utopía fue responsable de millones de deportaciones y desplazamientos. Un ejecutor
intelectual.]

Eichmann, Adolf
(1906-1962)
Responsable de la oficina de Asuntos Judíos de la Gestapo. Responsable de la organización
de las deportaciones y la coordinación de los transportes. Incluso supervisor voluntario de
Auschwitz.]
“Incapaz de matar una mosca” según Arendt. Banal, hueco, irreflexivo. Una imagen
demasiado consoladora.]

Frank, Hans
(1900-1946).
Jurista. Gobernador de Polonia. Durante el proceso de Nuremberg se convirtió al catolicismo.
Se arrepintió de sus crímenes. Sus diarios resultan, de tan francos, aterradores. Ahorcado.
Su conversión, tan absoluta, su repudio de sí mismo y su aceptación de la pena capital evocan
algo más que la esquizofrenia o la caída de San Pablo]

Gardelegen
Ciudad situada a unos 30 kilómetros al Noroeste de Magdeburgo.
Entre los ríos Oder y Elba. En la antigua RDA.
Hoy día ofrece, en Internet, sus atractivos históricos y turísticos.

Gerstein, Kurt
(1900-1946)
Católico ferviente. Internado en un campo de concentración, a su salida ingresó en las SS.

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Según la mayoría, para combatir al enemigo desde dentro. Él, que fue uno de los primeros en
revelar el exterminio,]
tuvo que gestionar los envíos de Zyklon B a Auschwitz. Indecible escisión. Se suicidó, o fue
asesinado en la cárcel...]

Goebbels, Joseph
(1897-1945).
Doctor en Filología. Ministro de Propaganda y responsable de cultura durante el Tercer
Reich.]
En abril de 1945 se trasladó con su mujer y sus hijos al bunker de Hitler. Después de
envenenarlos, se suicidó junto a su esposa.]
El gran Mephisto de nuestros tiempos.

Hess, Rudolph
(1894-1987).
Lugarteniente de Hitler hasta que en 1941 emprendió un inexplicable vuelo a Inglaterra.
Condenado a cadena perpetua en Nuremberg. El último preso de Spandau. Se suicidó.
Probablemente el único que recibió un castigo proporcionado a su culpa.

Ley, Robert
(1890-1945)
“El borracho del Reich”. Responsable de la única organización sindical del sistema nazi, el
Frente Alemán del Trabajo.]
Detenido en Austria, se ahorcó poco antes de iniciarse el juicio de Nuremberg.
Exponente de la miseria humana que se suponía propia de todos los nazis.

Nebe, Arthur
(1895-1945)
Jefe de la Policía Criminal del Reich y general de las SS. Jefe del Einsatzgruppe B en Rusia.

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Al tiempo que conspiraba contra Hitler aniquilaba judíos en el frente oriental. Sus amigos
cuentan que, tras su paso por el este, nunca más volvió a ser el mismo.]
Detenido y juzgado por participar en el complot del 20 de julio, fue ejecutado. Un enigma
más dentro del gran enigma.]

Ravensbrück
Campo de concentración exclusivamente femenino, aunque a partir de 1941 también
funcionó un campo masculino.]
Creado en 1939, alrededor de 14,000 mujeres murieron en el campo, más de la mitad
ejecutadas.]
El arquetipo de la maldad femenina en el Tercer Reich. Una excepción.

Rosenberg, Alfred
(1893-1946)
Considerado el filósofo del movimiento nazi merced a su obra El Mito del Siglo XX.
Ministro de los Territorios del Este desde 1941, fue juzgado y ahorcado en Nuremberg.
Un filósofo asesino.

Sachsenhausen
Campo de concentración cercano a Potsdam. Entró en funcionamiento hacia 1935.
Liberado en 1945. Sólo entre septiembre y octubre de 1941, 18,000 prisioneros rusos fueron
ejecutados.]
La política genocida no la sufrieron únicamente los judíos.

Schellenberg, Walter
(1910-1952).
General de las SS. Jefe del Departamento de Inteligencia de la Oficina Central de Seguridad
del Reich.]
Testigo de la acusación en Nuremberg, fue juzgado como miembro de las SS. En 1951

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abandonó la cárcel.]
Quizás realmente las comidas fueran una tortura para él: murió muy joven.

Schirach, Baldur von


(1907-1974).
Jefe de las Juventudes Hitlerianas hasta 1940 y Gauleiter de Viena hasta 1945.
Condenado en Nuremberg a 20 años de prisión, pena que cumplió íntegramente.
En sus memorias, Yo creí en Hitler, al menos hace acto de contricción.

Streicher, Julius
(1885-1946)
El antisemita más brutal de todos. Director del semanario pornográfico Der Stürmer.
Condenado a muerte en Nuremberg, fue ahorcado.
Se dirigió al patíbulo gritando frenéticamente “¡Heil Hitler!”.

Sobibor
Campo de exterminio situado en Polonia oriental. Creado en 1942.
Clausurado al año siguiente, tras una insurrección. Unos 250,000 judíos perecieron en él.
La resistencia era posible.

Todt, Fritz
(1891-1942).
Jefe de construcciones, inspector general de autopistas y carreteras y ministro de
Armamentos.]
Murió en un extraño accidente de avión y fue sustituido en su cargo por Albert Speer.
El gran tecnólogo.

Treblinka
Campo de exterminio. Fundado en 1942 y clausurado un año después.

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Aunque 600 prisioneros lograron huir tras una rebelión, más de 700,000 fueron gaseados.
El campo más inauditamente cruel.

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