ella cumplió nueve años y hasta el día de su muerte el 15 de Enero del año 1216 cuando fue atravesada por una joven, inexperta y traidora espada. El joven soldado que acabó con la vida de la última Amazona lo hizo a traición, por la espalda sin que Esmeralda pudiera ver siquiera los ojos de su asesino. Pero no quiero contaros la historia de su muerte, ni siquiera quiero contaros la historia de su vida. Lo que quiero contaros es una breve historia que no está en los libros, ni en ningún otro sitio, sólo en mi cabeza, porque es un breve episodio de su vida que sólo yo conozco.
Esmeralda nació en los montes de la Toscana. En
realidad nadie sabe quien fueron sus padres pues se la encontró Bianca Canossa, la reina de las amazonas, en el que sería llamado, después, el Bosque Esmeralda pero que, por aquel entonces era el Bosque Toporagno. Bianca se encontró a Esmeralda desnuda debajo de un árbol sin nada, no había ninguna nota, ningún objeto, ni una manta con la que protegerse del frío. Se la encontró el 18 de Septiembre fecha que quedó establecida como su aniversario. Esmeralda fue criada entre las amazonas, aprendió el arte de la guerra, y se convirtió en hija de Bianca y en heredera al trono. Yo era una joven esclava de las amazonas. Me secuestraron en la batalla del Puente del Diablo, cuando las amazonas vencieron a los príncipes del sur. Yo, en realidad, era un niño de seis años y se me llevaron como esclavo. Curiosamente Bianca decidió no cortarme el pene, ni convertirme en ciego, ni propinarme cualquier otra mutilación. Decidió que mi alma era de mujer y que dejaría que mi pene fecundara a las amazonas que así lo quisieran. En un hermoso ritual de luna llena mi semen fue bendecido por la bruja Ilaria, que aseguró que cualquier criatura surgida de mi esperma sería mujer. Así las amazonas se ahorrarían asesinar a sus hijos machos. Me convertí en una mujer. No tenía bello en mi cuerpo, la piel de mi cara era fina y delicada. Hasta me crecieron unos bellos senos puntiagudos. Desde el momento en que llegué al Bosque Toporagno me asignaron ser la esclava de la princesa Esmeralda, pero más que ser su esclava me convertí en su amiga, primero, y en su amante, después. De pequeñas pasábamos largas horas en el río y por la noche nos dedicábamos a contar estrellas. Y es en una de esas noches en las que contábamos estrellas cuando empieza este capítulo desconocido de la vida de Esmeralda Canosa. Lo único que se sabe de lo que ocurrió entre el 12 de abril de 1161 y el 21 de diciembre del mismo año es que Esmeralda desapareció. Fueron casi nueve meses de ausencia en los que las amazonas se temieron lo peor, aunque no se llegó a celebrar el ritual de la muerte ya que las amazonas sintieron que el alma de Esmeralda seguía unida a este mundo, que aún no había cruzado al mundo de los muertos. Como decía, todo empezó una noche en la que Esmeralda y yo estábamos tumbadas contando estrellas. Una suave brisa primaveral acariciaba nuestros cuerpos. La noche era agradable, una de esas noches sin luna, en que las estrellas parece que brillen más que nunca. Recuerdo un fuerte sonido que ahora se confunde en mi. Porque por un lado recuerdo el revolotear de los pájaros, el sonido de sus alas impactando contra las hojas de los árboles. Y, por el otro, el sonido ensordecedor de un trueno, un trueno extraño ya que no hubo un relámpago previo visible a nuestros ojos, lo cual no deja de sorprenderme porque era de noche y un relámpago en la noche se divisa a muchos kilómetros de distancia, y estábamos además atentas a lo que ocurría en el cielo. Me parece como si además la tierra hubiera sufrido un temblor, recuerdo resquebrajarse algo debajo de mi, pero claro he repasado tantas veces este momento, lo he soñado en tantas ocasiones, que ya no sé cuales de estas cosas ocurrieron de verdad y cuales son producto de mi inquieta imaginación. Justo después de este alboroto empezó a llover. Lo cual corrobora el hecho de que el trueno probablemente fue real. Nos quedamos debajo de la lluvia durante horas. Nos quitamos la ropa y dejamos que el agua penetrara en nuestras almas, limpiara nuestras penas, creo que durante un tiempo estuvimos llorando, porque recuerdo el sabor salado en mis labios. Creo que lloramos como dos niñas pero tampoco puedo asegurarlo; fue una noche tan intensa que creo que se confundieron los sueños con la realidad. Nos abrazamos. Nuestros cuerpos desnudos resbalaban el uno con el otro. Tuve la sensación de que éramos dos peces. Dos peces que se amaban en el fondo del mar. Recuerdo que me sentí hombre por unos instantes. Recuerdo mi pene creciendo de tamaño, imparable. Recorrer con él sus senos, su boca. Sus manos lo acariciaron, y también su lengua. Esmeralda empezó a lamerme, se lleno la boca con mi miembro, y en ese momento sentí un extraño poder y una tremenda debilidad, entendí que me tenía en sus manos, que en aquel momento era más esclava de ella que nunca. Luego en un ataque de virilidad coloqué a Esmeralda de cuatro patas, sus rodillas se clavaban en el barro, y su cabello se pegaba a su cuerpo, se enrollaba en sus pezones. Yo ya ni siquiera era un hombre, parecía un fauno o un diablo, una bestia que emitía sonidos gruesos y agrietados. Mi pene creció aun más y se endureció, era como si se hubiera convertido en un ser con voluntad propia, un conquistador poderoso que mandaba por encima de todo. Sus gemidos penetraban en mis orejas, para convertirse, luego, en los míos que expulsaba contra su cuerpo. Recuerdo agarrar sus nalgas con fuerza, y penetrarla una vez y otra, viendo como sus pechos se balanceaban en una danza mágica, como todo su cuerpo oscilaba en un baile de lluvia y estrellas. Este semen bendito por Ilaria recorrió su cuerpo por fuera como un bálsamo, pero no dejamos que entrara en Esmeralda. Éramos jóvenes y las amazonas nunca hemos sido animales, nosotras decidimos cuando hacemos a nuestras hijas, en lo que llamamos el ritual de la unión. Poco a poco nos quedamos dormidas, abrazadas como si fuéramos un único cuerpo.
El día se levantó sin sol. Una niebla gris poblaba el
paisaje. En esos días uno pierde el sentido del tiempo, podría ser el amanecer, la mañana o la tarde. He tenido un sueño -me dijo Esmeralda- He soñado que volvíamos al Puente del Diablo, el lugar donde te secuestramos. Ilaria me ha hablado en este sueño, ella estaba en la mitad del puente, flotando unos centímetros por encima del suelo. Luego una manada de extraños animales se abalanzaron sobre ella. Había leones con alas, tigres con plumas negras, caballos con cabeza de águila, enormes serpientes con pelo de pantera. Todos ellos cubrían el cuerpo de Ilaria y ella desaparecía. El viento me traía el eco de su voz. No eran palabras. Era un sonido profundo que le hablaba directamente a mi cuerpo. Como si fuera un mensaje dirigido a algún rincón perdido y oscuro de mi ser. Sólo tengo la certeza de que tengo que volver al Puente del Diablo.
Recuerdo que yo aún estaba medio dormida y sus
palabras se quedaron resonando en mi cabeza en algún lugar perdido entre la realidad y el sueño. Para llegar al Puente del Diablo hacía falta una semana de viaje. Además había que cruzar los Alpes Apuane, los alpes del norte, dominio de las condesas Ofelia Ducci y Penélope Montaldo. Estas dos contaban con un poderoso ejército además de estar instruidas en las artes ocultas. Según indicaban los vecinos de los pueblos cercanos a sus dominios, muchas noches extrañas tempestades de rayos caían encima de los alpes, potentes tormentas sin agua. Otras veces cuando el sol estaba justo encima de los Alpes Apuane de repente parecía apagarse y durante un tiempo se hacía de noche en pleno día. En aquellos años, extrañas nieves y lluvias negras acosaron los pueblos de la Toscana, de esto hay numerosos testimonios, y algunos lo atribuían a las, también llamadas, Condesas del Norte.
Así fue como Esmeralda y yo empezamos el viaje
que es motivo de estas líneas. No nos llevamos equipaje ya que para ello deberíamos haber regresado al pueblo, y Bianca nunca nos hubiera dejado ir solas hasta el Puente del Diablo . Primero cruzamos todo el Bosque Toporagno, nuestras tierras. Luego cogimos el camino de los alpes. Este camino bordeaba el mar de Liguria hasta llegar a Pietrasanta, un pueblo conocido por la elaboración del mármol y el bronce. Llegamos a Pietrasanta al anochecer de nuestro tercer día de viaje y decidimos pasar la noche en la pequeña posada del pueblo. Pietrasanta era uno de los pueblos de la región de Versilia. La zona de Versilia había sufrido una devastación en el siglo X con la ocupación de los Logombardos. Lo que dio origen a una nueva repartición de los territorios entre las familias nobles de Lucca, después de años de guerras. Toda la zona era en realidad de los dominios de Barbarroja y justo en aquellos días se estaba construyendo “La Torre di Via Regia” un fortín construido sobre la vía recorrida por Barbarroja. Era, por lo tanto, una zona en la que debíamos tener cuidado de no ser reconocidas, las amazonas éramos tan odiadas como temidas. Como siempre llevábamos una larga túnica marrón con capucha y nos hacíamos pasar por monjes, pero debajo de la túnica dos guerreras armadas con arco, flechas, una espada corta y siete puñales, esperaban a cualquier gesto hostil para reaccionar como bestias salvajes. Aquella noche cenamos con abundante vino en la misma posada, rodeadas de soldados, marineros y trabajadores de los asentamientos de excavación de mármol y producción de bronce que había por los alrededores. El vino nos provocó un agradable estado de desinhibición, empezamos a bailar y a cantar entre todos aquellos asquerosos hombres. Recuerdo que, en un momento de la noche, nos miramos con Esmeralda y las dos supimos, al instante, en qué estábamos pensando. Hay que entender que éramos guerreras del bosque. Que los hombres eran nuestros eternos enemigos, y que el mero hecho de descubrir nuestra abundante cabellera ante ellos desencadenaría la brutal matanza que tuvo lugar en la Posada del Oro la noche del 15 de abril de 1161. En la posada había, en total, unos 50 hombres. teníamos localizados a una decena de soldados y los demás eran trabajadores. Nos quitamos la capucha a la vez y en menos de cinco segundos la música se había detenido. Los soldados fueron los primeros en abalanzarse sobre nosotras, nuestras espadas estaban deseosas de sangre y las alimentamos bien aquella noche. Empezamos una danza mágica, precisa, bella en la que el metal y la sangre bailaron el uno con la otra, nuestras espadas dibujaban cortes rigurosos sobre los penosos cuerpos de aquellos hombres, y la sangre brotó y se esparció por el aire, como el vino, en la Posada del Oro. Al final no nos quedamos a dormir en la posada. Abandonamos el lugar con un par de litros de vino y un buen saco de monedas de oro. Ningún hombre sobrevivió aquella sangrienta noche. Así que sin dormir y excitadas por nuestra repentina batalla abandonamos el pueblo de Pietrasanta y enfilamos el camino que conducía a los Alpes Apuane. El camino era mucho más agreste que el de la costa. En realidad se le llamaba camino pero era casi como andar por un bosque abierto. No era un camino por el que pasara mucha gente y la vegetación se había apoderado de él. Aquel día se había levantado nublado otra vez. Era el cuarto amanecer consecutivo sin sol. Estuvimos andando todo el día acompañadas en todo momento por nuestras amigas las ardillas. Esmeralda era una amante de estos animalitos, se le subían encima y se escondían en sus bolsillos. Fue un agradable paseo que nos volvió a dejar en un estado de armonía con el mundo después de la desequilibrante sensación de violencia que corría por nuestras venas. En realidad, las amazonas teníamos el llamado ritual del bosque. Después de una batalla nos desnudábamos todas y nos pasábamos siete horas dejándonos absorber por el bosque y sus seres vivos y muertos. En el ritual nos acabábamos convirtiendo en el bosque, nosotras éramos el bosque y así él entraba en nosotras, purificando nuestros cuerpos y nuestras almas. Ese paseo fue algo parecido a el ritual del bosque, en aquel momento no lo pensé pero nos purificó de igual forma. Cuando llegó la noche nos adentramos por fin a los Alpes Apuane. Estábamos cansadas y queríamos dormir pero sabíamos que por aquellas tierras era más seguro viajar de noche, para no ser vistas. Los soldados de las Condesas eran guerreros de verdad. Soldados de élite entrenados desde pequeños como nosotras, así que era mejor no tener que enfrentarse a ellos y menos aún a los temidos poderes de las dos condesas. Estuvimos andando toda la noche hasta que llegó el amanecer. Entonces nos escondimos en una cueva y nos pasamos el día entero durmiendo. Me desperté, ya de noche, con una agradable sensación. Esmeralda estaba encima de mi balanceándose con mi miembro duro penetrando su sexo. Sus bellos senos me rozaban la cara en unas dulces caricias. Todo su cuerpo estaba caliente, sudaba. Lamí las gotas de sudor que corrían por sus pechos y me dejé seducir por sus jadeos. Nos mordimos los labios con nuestras lenguas y otra vez entramos en este lindo sueño que se pasea entre el amor y el sexo y que te transporta a otro mundo. Teníamos hambre y sacamos pan y queso y lo acompañamos con un poco de vino. Esmeralda había vuelto a soñar con Ilaria. Me dijo que esta vez Ilaria se le había aparecido en la misma cueva en la que dormíamos. Ella creía que estaba despierta durante el sueño y que Ilaria nos había encontrado de verdad, pero luego se despertó y se dio cuenta que estaba dormida. Ilaria le dijo que debíamos visitar a las Condesas del Norte, debíamos subir a lo alto de los alpes, a su temido castillo. Le dije a Esmeralda si estaba segura de ello, que era un viaje muy peligroso. Pero Esmeralda estaba convencida, y yo sabía que nada la detendría, así que empezamos a subir por el camino de la montaña. Sabíamos que los soldados se escondían entre los árboles que estaban en guardia permanente, sin ser vistos. Así que nos camuflamos también. Las amazonas sabemos ser invisibles en el bosque saltando de un árbol a otro, convirtiéndonos en piedras en las zonas rocosas, y volviéndonos agua cuando cruzamos lagos y ríos. Así fue como al amanecer llegamos a las puertas del castillo de las condesas. Las puertas del castillo se abrieron como si hubieran notado nuestra presencia. Ante nosotras un enorme jardín, que era a su vez el patio de armas, sin nadie a la vista. Sabíamos que aquello no pintaba bien pero decidimos entregarnos a nuestro destino. Avanzamos por el jardín esperando que cincuenta hambrientos soldados se nos tiraran encima en cualquier momento. Pero no fue así. Cruzamos el jardín entero sin ningún problema lo cual no nos tranquilizó lo más mínimo, ellas sabían que estábamos allí. Las dos andábamos en silencio. No hubo ninguna palabra desde el momento en que se abrieron las puertas del castillo. Cruzamos la puerta que había al final del jardín, una puerta enorme, imponente. Nuestros sentidos estaban alerta; podíamos detectar cualquier movimiento, cualquier sonido a más de un kilómetro de distancia, casi podíamos captar, incluso, los pensamientos que flotaran por el aire. Pero nada, no hubo movimientos ni sonidos y eso nos producía una sensación angustiante que iba creciendo en nuestro interior a medida que avanzábamos por la salle de le collone (sala de las columnas) que era la sala que se encontraba en la entrada principal del castillo de las condesas. Cruzamos la sala entera hasta llegar a una puerta. Abrimos la puerta con cuidado, lentamente. Al abrirla nos encontramos en una sala oscura, iluminada por la luz de unas velas y olía a incienso. Parecía que no había ventanas en la sala, la única luz que podía entrar del exterior era la que entrara por la puerta que nosotras habíamos abierto. Al final de la habitación dos mujeres estaban sentadas en dos grandes sillones. Bienvenidas amazonas. Os estábamos esperando – dijo una de ellas- Yo soy Ofelia Ducci. Venid sentaros. Esmeralda y yo no entendíamos nada. Estábamos seguras que íbamos a entregarnos a una sangrienta batalla que acabaría probablemente con nuestras vidas. Y de pronto nos encontramos con dos amables condesas. Desconfiamos. Aun así nos sentamos frente a ellas, atentas igualmente a cualquier movimiento; sabíamos que estábamos ante dos poderosas brujas. Esto se notaba en el aire. Ilaria, la maga de vuestro clan de amazonas ha muerto -prosiguió Ofelia- Ella te mandó un mensaje desde el otro mundo y por eso habéis llegado hasta aquí. Estamos pasando por unos tiempos difíciles, la iglesia cada vez tiene más poder y unas fuerzas oscuras amenazan con enterrar nuestro mundo. La sabiduría que poseemos puede perderse en este nuevo mundo que está naciendo. Distintos magos, hechiceros, brujos, sabios de todo el continente nos hemos reunido para crear un mágico juego que esconderá toda nuestra sabiduría, en un lenguaje sólo comprensible para los que sepan ver. Llevamos más de diez años en la creación de este valioso aliado para el mundo futuro. Tengo que decir que varios guerreros como ahora vosotras nos están ayudando a llevarlo a cabo de una manera física. El juego sagrado que estamos creando se compone de veintidós cartas mayores y de cincuenta y seis cartas menores. Es para la creación de estas veintidós cartas mayores que necesitamos la ayuda de los guerreros. Cada carta debe llevar inscrita una acción física que se debe llevar a cabo para darle a la carta la dimensión que merece. En el puente del diablo es donde debe forjarse la última de las cartas: el mundo. En esta carta se encuentra representado el juego entero. La carta del mundo contiene en sí misma a todas las cartas. Debéis ir al puente del diablo y derrotar a las feroces fieras que querrán daros muerte, pero pensad que son fieras de otro mundo, no os valdrán vuestras espadas, ni vuestras flechas, hay que derrotarlas de otro modo. Ahí precisamente está el poder secreto del mundo. Debéis convertiros en el mundo para derrotar a las fieras. Ilaria había muerto. Esto lo entendimos rápidamente. Cuando sonaron estas palabras las dos sentimos en nuestro interior que era cierto. Creo que Esmeralda lo sabía desde la noche de la tormenta pero no quería aceptarlo. Aquella noche hicimos un ritual de despedida de Ilaria. Lo hicimos con las dos Condesas del Norte. Las condesas crearon una tormenta de rayos sin lluvia que ofrecieron como espectáculo de despedida a Ilaria. A la mañana siguiente cuando el sol se erguía justo encima de la torre del castillo Ofelia y Penélope levantaron las manos hacia el cielo, empezaron a sonar sus voces, con palabras que no parecían palabras, como si se deshicieran en el aire, como si los sonidos fueran cuerpos, sus voces parecían otras voces, nada indicaba que esos sonidos fueran creados por un ser humano. Poco a poco el sol pareció apagarse. Hasta que se hizo extrañamente de noche, en pleno día. Sus voces se transformaron en un bello cántico. El cielo se lleno de nubes y volvió a hacerse de día. Pero ahora el día estaba poblado de nubes grises, casi negras. Su cántico se hizo más fuerte, poderoso, y empezó a llover. Y el agua de la lluvia era de color negro. Nuestros cuerpos se ennegrecieron con esta agua. La tormenta negra duró unos diez minutos, en los que el cántico se fue apagando progresivamente, junto con la lluvia. Nos quedamos en silencio. Ilaria parecía que estaba allí, con nosotras, compartiendo el silencio. Poco a poco su presencia se fue debilitando oímos un sonido agudo muy agudo, impronunciable que vino desde el cielo y dejó una estela de eco, con este sonido desapareció la presencia de Ilaria para siempre. Las dos condesas nos dijeron que para afrontar esta difícil batalla debíamos quedarnos con ellas durante seis lunas llenas. Ellas nos instruirían para que pudiéramos convertirnos en el mundo y derrotar a las bestias. Toda la instrucción se basaba en dos cosas: en la ilusión y la trampa. Las dos condesas dominaban de un modo sagrado estas artes. Recuerdo un día en el que nos contaron porque esta batalla debía tener lugar en el Puente del Diablo _a mi me producía una extraña sensación volver a este sitio era como hacer un viaje en el tiempo, justo en el momento en que mi vida se convirtió en otra. Más allá del Puente del Diablo no había vida para mi, era como si nada antes hubiera existido_ Nos contaron que mientras se estaba construyendo el puente, el responsable de la construcción se dio cuenta que no tendría el puente acabado para la fecha establecida. Así que decidió recurrir al diablo para que lo ayudara. Entonces hicieron un pacto: el diablo le ayudaría a tener el puente para la fecha y a cambio se cobraría la vida de la primera alma que cruzara el puente. Durante la noche el diablo construyó la arcada más grande del puente y la obra fue concluida a tiempo. Pero el constructor tenía remordimientos, así que negaba el acceso al puente a los habitantes del pueblo y fue a confesarse a la iglesia de su aldea. El obispo le dijo que tenía que irse a casa y dejar a la primera alma cruzar el puente. Cuando esto pasó, el diablo apareció a por lo que le correspondía y se encontró cara a cara con un cerdo. Atrapado por su propia trampa, el diablo se vio obligado a atenerse a su acuerdo. En esta historia se encontraba una de las esencias de nuestro aprendizaje y era por este motivo que la batalla contra las fuerzas del otro mundo debía librarse allí. Esmeralda y yo solas contra unas fieras innombrables. En la sexta luna llena nos reunimos con nuestras maestras en una velada de despedida en la que nos tenían que ofrecer una última enseñanza. Os diremos porque os hemos escogido a vosotras - empezó Penélope- Os hemos escogido porque podéis ser invisibles. Pero en realidad no podemos –dijo Esmeralda- es un truco, parecemos invisibles, pero no lo somos. Esa es, exactamente, la esencia de nuestra última enseñanza –concluyó Penélope.
Pasamos la noche delante de una hoguera con la
luna sobre nuestras cabezas. Estuvimos despiertas hasta el amanecer, con bellos cánticos, sabias palabras y poderosos silencios. Esta fue la despedida y la última vez que vimos a las Condesas del Norte en toda nuestra vida. Aunque una parte de ellas se quedó dentro de nosotras.
La mañana del 18 de octubre del 1161, Esmeralda y
yo dejamos atrás el castillo de las condesas. Y nos dirigimos hacia el Puente del Diablo. No sabíamos que nos esperaba allí. En realidad no sé si en aquel momento éramos conscientes de lo que significaba lo que íbamos a hacer, creo que en realidad no sabíamos ni qué íbamos a hacer. Teníamos que derrotar a unas fieras salvajes que venían de otro mundo y lo teníamos que hacer sin nuestras armas. Habíamos estado seis meses con las condesas y sus enseñanzas nos parecían fabulosas como una manera de entender la vida, incluso como una forma de vivir y de ampliar nuestro universo mágico. Pero sus enseñanzas en relación a la lucha fueron nulas. De repente estábamos desprotegidas; nos dirigíamos a una batalla para la que no nos sentíamos en absoluto preparadas. Lo nuestro eran las flechas y las espadas, no entendíamos porque no se enfrentaban ellas con esos monstruos si las fuerzas necesarias para acabar con ellos eran de índole mágica, de brujería, o lo que fuera. Nosotras éramos soldados. Guerreras. Amazonas.
Avanzamos por el camino del este durante un largo
día. Nos sentíamos frágiles, sin fuerzas, como si abandonar el castillo de las condesas nos hubiera quitado toda la seguridad y la fortaleza. Parecíamos dos huérfanas a la deriva. Ellas se habían convertido en nuestras maestras durante seis lunas llenas y ahora una sensación que vagaba entre el abandono y la soledad más profunda se apoderó de nosotras. Creo que fue, llevadas por esta sensación, que nos perdimos. Este hueco que se había depositado en el centro de nuestras almas hizo desaparecer el camino del este. Nos encontrábamos en un bosque, otra vez con un día nublado, sin saber donde estaba el sol, perdidas. Seguimos caminando por el bosque, dejándonos arrastrar por una energía desconocida que nos conducía como a dos sonámbulas. No sé exactamente como llegamos hasta allí. Recuerdo que fue como despertar de un extraño sueño, como cuando te sumerges en tus pensamientos y desaparece la realidad que te rodea, y luego desaparecen los pensamientos y se crea otra realidad en tu cabeza que luego al despertar también desaparece, y no recuerdas donde estabas, pero te queda la sensación de haber estado en alguna parte, y de haber sido testigo de algún secreto prohibido para los límites de nuestro mundo. Lo primero que recuerdo es que escuchamos el sonido del agua, este sonido nos fue despertando de nuestro anterior estado, fue como abrir los ojos aunque no creo que los tuviéramos cerrados. Había una fuente que salía por en medio de los árboles de la que brotaba abundante agua. La fuente estaba rodeada de una sutiles luces que se movían alrededor del agua, celebrándola. Nos quedamos mirando las luces. Al detener nuestra mirada en ellas fuimos apreciando su belleza. Poco a poco se delimitaron las líneas de un organismo en cada una de las luces. Eran cuerpos. Que poco a poco se definían como mujeres diminutas con alas. Pero desprendían tanta luz que al principio costaba verlas. Habíamos llegado a “la Fuente de las Hadas”. Las hadas no emitían palabras pero se comunicaban con nosotras igualmente, lo hacían hablándole directamente a nuestra mente, pero tampoco con palabras. Era como si estando con ellas todo se volviera claro. Como si nuestros objetivos se dilucidaran, como cuando el mar está revuelto y de repente viene la calma y todo lo que hay en las profundidades aparece de una forma clara y sencilla. Entonces, nos dimos cuenta que aún nos quedaba una parada antes de llegar al puente del Diablo. Teníamos que desviarnos de nuestra ruta, ir a coger la Vía Francígena y visitar el Castello Della Magione en Poggibonsi. Este castillo era propiedad de los caballeros templarios. Alrededor de las hadas recordamos una frase que nos dijo Penélope el día de la quinta luna llena, “deberéis aprender a poner vuestro espíritu en la espada, sólo así la espada será vosotras y vosotras seréis la espada. Sólo los caballeros de la orden podrán revelaros el secreto. Así que, ¿podréis, amazonas, dejar a un lado vuestra condición y entregaros a las enseñanzas de los sabios hombres?”. Las dos habíamos olvidado aquellas palabras, en realidad nos habían irritado. Pero ahora volvían claras a nuestros oídos. Y la imagen del Castillo con nueve caballeros sentados alrededor de un fuego aparecía, definitiva, en nuestra mente. Llegar al Castillo Della Magionne, y convencer a los templarios que nos entregaran un secreto que tenía que ver con ser capaces de convertirnos en nuestra espada y ella en nosotros; a lo mejor seríamos capaces de resistirnos a matarles, controlar nuestros impulsos, pero ¿qué detendría los suyos y les convencería de ofrecernos, sin más, sus maravillosos secretos? Las hadas se camuflaron entre los árboles y desaparecieron. Todas menos una. Una hada más pequeña que las demás se coloco en el bolsillo interior de Esmeralda. Empezó a moverse de un lado para el otro como haciéndole cosquillas. Luego se quedó inmóvil como si se durmiera. Esmeralda se sintió invadida por una absoluta paz. Me cogió de la mano. Y una calma que nunca antes había sentido me invadió el cuerpo. Se me cayeron los párpados. Nos dormimos las dos. En un profundo sueño.
Nos despertamos de noche, caminando.
Caminábamos dormidas guiadas por nuestra nueva amiga que era capaz de sumergirnos en una profunda paz, un profundo sueño, y a la vez guiarnos a través de la Vía Francígena hasta el castillo propiedad de los templarios. Abrimos los ojos un instante, vimos que era de noche y que estábamos andando solas, sin esfuerzo. Y nos dormimos profundamente otra vez. No hubo sueños. Nuestra mente, nuestro cuerpo, y nuestro espíritu estaban en un grado de relajación tan elevado que se convertían en una misma cosa; no hubo visiones, espejismos, ni alucinaciones, solamente una agradable sensación continua de fluir con el orden de las cosas, simplemente éramos.
Nos despertamos descansadas y fuertes con la
primera luz del alba. Nos encontramos estiradas la una junto a la otra, abrazadas. Estábamos debajo de un precioso y viejo olivo. Nuestra amiga flotaba entre las hojas de los árboles. Era curioso. Parecía que se alimentaba de la energía del árbol, y que a la vez alimentaba al viejo árbol con su luz. Con la luz del sol nuestra amiga se hizo más grande. De repente su luz fue creciendo y también su cuerpo hasta adquirir un tamaño de aspecto humano. Sus alas parecían de plumas blancas, con suaves matices que pasaban por un rosa pastel, un violeta, y un sutil naranja. Pero en realidad eran unas plumas que parecían como de algodón, o incluso más que algodón parecían hechas de nubes, su estado luminoso, hacía que su cuerpo no fuera del todo material, era más bien como un estado vaporoso de la materia. Seguía sin hablar. Pero hizo que nos giráramos y viéramos que detrás de nosotras se erguía, imponente, el Castillo Della Magione. Nos envolvió con su alas y con su luz y nos elevó por encima del suelo. Volamos por encima de las murallas, cruzamos las torres de defensa del castillo sin ser vistas, pasamos por encima del patio de armas, de la capilla. Entramos en el interior, cruzamos grandes salones llenos de armaduras, largos pasillos llenos de antorchas, subimos flotando por encima de escaleras de caracol interminables, hasta llegar a una gran puerta de bronce con una inscripción de oro en la puerta: un gran triángulo con un ojo dentro. Ya en el suelo llamamos a la puerta. Con el tercer golpe las puertas se abrieron. Nuestra amiga atravesó la sala pasando por encima de los nueve hombres que había reunidos alrededor de un fuego central. Dio una vuelta entera por encima de cada uno de ellos y se fue volando por una pequeña ventana que daba al exterior. Aún no estoy segura de si aquellos hombres vieron a nuestra amiga o no, de lo que estoy segura es de que ella les hechizó, abrió sus mentes, sus corazones igual que había hecho antes con nosotras. Era como si aquellos sabios hombres estuvieran esperándonos aunque, de esto sí estoy convencida, ellos en realidad no lo sabían. Se nos quedaron mirando y sin preguntarnos como habíamos llegado hasta allí, ni cuestionar nuestra impertinencia por interrumpir su reunión, no hicieron pasar entre ellos y sentarnos. Les explicamos nuestro encuentro con las condesas y que debíamos enfrentarnos a unas fieras infernales que no podíamos destruir con nuestras armas. Les contamos la historia del juego de las setenta y ocho cartas, y que había 22 cartas principales y que a cada una de ellas le correspondía una acción física que le otorgaría un sentido y una conexión con la fenomenología del mundo. Justo cuando Esmeralda les contaba esto se levantó uno de los hombres. Era un hombre alto, que llevaba media melena y barba, sus cabellos eran en su mayoría blancos. -Conocemos este juego. Nosotros nueve hemos colaborado como sabios y como guerreros en su elaboración. De hecho sabemos que sólo queda una carta por terminar: el mundo, que concluye el viaje iniciado por el loco, la primera de las veintidós cartas. Pero no sabemos como derrotar a las fieras del Puente del diablo – hizo una pausa- El árbol de la vida está formado por 10 círculos que son las diez sephirot sagradas y las líneas que los conectan entre sí son los senderos, cuyo número es el de 22. El que nos queda es el último sendero para tener interconectados los diez sephirot, así la base de este juego sagrado y mágico, sus veintidós arcanos principales, se convertirán en el riego energético del árbol de la vida, en su secreta representación, para este oscuro mundo futuro que acecha. Nos esperan años amargos a todos nosotros. En menos de dos siglos todo el mundo que conocemos habrá desaparecido. La orden del Temple está destinada a la destrucción, vosotras las amazonas seréis aniquiladas, las hadas del bosque y otras criaturas elevadas desaparecerán por la falta de fe, los humanos dejaremos de verlas, las brujas, magas y hechiceras serán quemadas en hogueras… Este juego llevará oculto en su interior un puente hacia este mundo mágico y maravilloso, aniquilado por el hombre y por su ambición. Pero para eso tenemos que encontrar la manera de destruir a esos monstruos –añadió Esmeralda. Supongo que por esto estáis aquí –continuó el hombre- ¿qué habéis venido a buscar? En palabras de las condesas –dijo Esmeralda- debemos llegar a conseguir convertirnos en nuestra espada y nuestra espada debe convertirse en nosotras. Creo que es eso lo que nos falta aprender para llegar a destruir a esas criaturas. En la doctrina hermética trabajamos con un aspecto de la realidad que configura la base de la alquimia –continuó el hombre- Este principio habla de la materialización del espíritu y la espiritualización de la materia, conseguir hacer cuerpo del alma y llegar a convertir, en alma, un cuerpo. En el momento en el que aceptamos el grado ilusorio de la realidad eso es posible. Una armadura de acero puede detener a espíritus infernales si este acero es capaz de convertirse en espíritu. Hay un dicho de los templarios que dice así: “Un caballero templario es realmente un caballero valiente y seguro en todas partes, porque su alma está protegida por la armadura de la fe, así como su cuerpo está protegido por la armadura del acero. Es por lo tanto doblemente armado, y no teme ni a los demonios, ni a los hombres” Entiendo –continuó Esmeralda- ¿Pero como conseguís convertir la materia en espíritu? Creo que ahí son las enseñanzas de las condesas las que deben ayudaros. La magia no es más que un plano de la realidad. Cuando aprendes a usarla deja de ser magia y se convierte en una realidad tangible y cotidiana. Creo que las condesas os habrán enseñado a usar la ilusión y la trampa. Si los demonios creen que vuestra espada es una espada espiritual, les atravesará y acabará con sus vidas, porque en realidad nos ocurre lo que creemos que debe ocurrirnos, en eso consiste la magia. Todo es una cuestión de fe y de perspectiva. Solamente debéis engañarlos.
Abandonamos el castillo de los templarios y nos
llevamos de regalo dos espadas. En ellas estaba inscrito el dibujo del árbol de la vida con sus diez sephirot y sus veintidós senderos. Salimos del castillo y pasamos por delante del olivo, allí nos esperaba nuestra amiga la hada, que parecía decidida en seguirnos en nuestra última misión. No había tiempo que perder teníamos que engañar a aquellas criaturas infernales, dominarlas, para que la última carta tuviera el poder real de ser y representar a todas las demás cartas y por ende al mundo mismo, porque al final esta carta no sólo representaba al mundo, esta carta era en definitiva el mundo. Así que nuestra amiga la hada se encargó de hacernos volar por encima de bosques, pueblos, montes, lagos, y ríos hasta llegar al Puente del Diablo.
Ahí estábamos las tres. Llenas de un viaje
maravilloso y secreto que nos había llevado hasta el mismo Puente del Diablo, donde me secuestraron a mi a los seis años como un niño humano para ser convertida en una preciosa amazona con pene. Pensaba que al hallarme delante del puente me encontraría de repente con mi pasado, tenía un miedo interior que pensaba que saldría para comerme cuando llegara a ese puente que era el vértice que separaba mi mundo de un pasado enterrado hacía mucho tiempo. Mi amiga el hada se metió dentro de mis tripas. Empezó a moverse y yo empecé a sacar lágrimas por los ojos. Fue como si me abrieran una herida profunda y antigua pero sin imágenes ni recuerdos. Entonces noté que un cuerpo cobraba forma dentro de mi. Y subía por mis pulmones se colaba en mi corazón, y luego me subía por la garganta. Empecé a toser era como si quisiera salir por la boca pero mi garganta era demasiado pequeña para que aquel cuerpo terrible e inesperado pasase por ella. Algo de mi me impulsó a gritar. Grité con todas mis fuerzas y con todas mis lágrimas, me empezaron las nauseas, pero no salía nada de mi boca. El cuello me dolía pero ahora no podía frenar. Grité más, y más. Creo que mi voz dejó de sonar como una voz y empezó a sonar como la voz de una fiera salvaje, indomable, infernal. Poco a poco algo subió por mi garganta. Era muy grande parecía imposible que fuera capaz de sacar aquel ser por mi boca. Al final conseguí escupirlo y lanzarlo contra el suelo. Para mi sorpresa era un niño de unos seis años. Me miraba sin entender nada. Él no pertenecía a aquel mundo. Miraba hacia su alrededor como alguien totalmente desconcertado. Empezó a patalear, a gritar a llorar. Lo abracé. Lo abracé con todas mis fuerzas y le pedí perdón. Perdón, le decía yo, no quise abandonarte en este mundo oscuro en el que has estado tantos años. El niño seguía llorando pero noté que mi abrazo le calmaba. Entonces la hada se colocó en su interior y lo convirtió en un ser de luz, el niño parecía una hada. Fue entonces cuando entendí lo que tenía que hacer. Coloqué el niño en el centro de mi corazón. Dejé que se convirtiera todo él en una luz infinita, blanca y pura. Entonces el niño atravesó mi piel y se quedó para siempre a vivir en el mundo al que pertenecía. Dentro de mi se creó un espacio de luz que avanzó desde el centro de mi corazón a los dedos de mis pies, mis manos, mi cabeza. Todo mi ser se iluminó y el pequeño niño de seis años encontró su lugar de amor y de paz. Mi reencuentro con el Puente del Diablo significó un reencuentro conmigo misma. Me sentía poderosa. Ahora sí, por fin, me sentía una verdadera guerrera amazona. Pasaron sólo unos minutos hasta que empezamos a escuchar unos sonidos realmente feroces, y terribles. Aparecieron cuatro bestias un águila con piel de pantera y colmillos, un demonio con alas de ángel, un león con piel de serpiente, y un caballo negro que parecía cubierto por escamas de cocodrilo, negras como el carbón. Sus aullidos eran sonidos que se te metían por las orejas como pitidos de todas las frecuencias imaginables, penetraban en tu cerebro y te producían un fantasmagórico dolor de cabeza. El hada nos quitó esos sonidos de la mente hizo que las aguas revueltas se aclaran de nuevo y que el fondo del océano se viera con claridad. Todo era una ilusión. ¿Cómo hacer creer a aquellas fieras que nosotras podíamos atravesarlas con nuestras espadas?. Esa era la pregunta que nos recorría la mente. Pero no debíamos pensar con la mente. Las criaturas avanzaban estaban a punto de abalanzarse contra nosotras. Claro debíamos desaparecer, justo en el momento en que ellas tuvieran que toparse con nosotras debíamos desaparecer; eso nos convertiría en seres con poderes, se asustarían. Así que nos mimetizamos con las piedras del suelo justo en el momento en que las criaturas estaban a punto de acabar con nuestras vidas. De repente nos volvimos invisibles a su ojos. Las criaturas quedaron desconcertadas. Entonces Esmeralda sacó una pluma blanca de su bolsillo. Y nos hicimos visibles de nuevo. Las criaturas nos miraban paralizadas. No nos tenían miedo pero se dieron cuenta que no éramos unas presas fáciles. -Con esta espada os destruiremos –dijo Esmeralda- porque esta espada es un espíritu de hierro, para matar a seres de vuestro mundo. Mira lo que hago con tu pluma demonio. –Entonces hizo pedazos la pluma, que en realidad era la pluma de un pájaro, ante la estupefacción de las cuatro fieras.
Entonces sin esperar a que vinieran a por nosotras
nos precipitamos a su encuentro sin pensar, alzando nuestras espadas al aire. Vimos sus caras aterrorizadas. Leímos el miedo en sus ojos. Sabían que íbamos a aniquilarlas con nuestras espadas mágicas. Justo en el momento antes del impacto las fieras se arrodillaron y se rindieron. Nos detuvimos justo a tiempo. El acero no llegó a impactar contra los monstruos. Entonces les dominamos y nos ofrecieron su poder y su servicios. Firmamos un pacto y lo guardamos en una caja, lo sellamos y se lo enviamos a las condesas. En la carta del mundo estas cuatro bestias quedaron representadas en las cuatro esquinas como los cuatro poderes controlados por un ser femenino esencial, que es en realidad una amazona que baila con el mundo. El pacto en sí mismo representaba el poder que quedaría inscrito en la carta para siempre. El acto se había realizado y el árbol de la vida y la magia del viejo mundo quedarían secretamente encarnados en un juego de cartas.
Muchas veces he pensado que hubiera ocurrido si
las fieras no se hubieran rendido. A nosotras nos hicieron creer que si ellas pensaban que serían atravesadas por nuestras espadas así ocurriría. Tal vez fuera cierto, a lo mejor las habríamos atravesado con nuestras armas. Pero a lo mejor no. A lo mejor debíamos creer nosotras en ello, para tener el valor necesario para lanzarnos al ataque y conseguir su rendición. En realidad eso nunca lo sabremos, porque lo más asombroso de las trampas y las ilusiones, es que siempre hay algo en ellas que nunca podremos entender.
Y ahora pienso en el día 15 de Enero de 1216
cuando Esmeralda Canoso fue atravesada por esta inexperta espada, a traición. En esta batalla desconocida por los libros, donde templarios y amazonas lucharon juntos, sacrificaron sus vidas en un último intento por sobrevivir. Y pienso si fue únicamente el previo conocimiento de nuestra derrota, lo que hizo que realmente nos exterminaran, éramos menos en número, pero lo que hizo que perdiéramos fue que ya habíamos cumplido con el mundo, habíamos dejado un rastro, un puente, y sabíamos que las cosas debían seguir su curso. Yo estaba enferma ese 15 de enero y Esmeralda me ató a la cama para que no la siguiera a la batalla. No la volví a ver. No pude llorar sobre su cuerpo. Y ahora mis lágrimas borran la tinta de mi pluma. En esa batalla murieron todas las amazonas. Alguien a lo mejor escribirá que la última fui yo, pero después de esa batalla dejé de ser para siempre una amazona, y me convertí en un ser invisible, un habitante del que a partir de entonces se llamó El Bosque Esmeralda.