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E smeralda Canossa nació el 18 de Septiembre

del año 1144. Yo estuve a su servicio desde que


ella cumplió nueve años y hasta el día de su muerte
el 15 de Enero del año 1216 cuando fue atravesada
por una joven, inexperta y traidora espada. El joven
soldado que acabó con la vida de la última
Amazona lo hizo a traición, por la espalda sin que
Esmeralda pudiera ver siquiera los ojos de su
asesino. Pero no quiero contaros la historia de su
muerte, ni siquiera quiero contaros la historia de su
vida. Lo que quiero contaros es una breve historia
que no está en los libros, ni en ningún otro sitio,
sólo en mi cabeza, porque es un breve episodio de
su vida que sólo yo conozco.

Esmeralda nació en los montes de la Toscana. En


realidad nadie sabe quien fueron sus padres pues se
la encontró Bianca Canossa, la reina de las
amazonas, en el que sería llamado, después, el
Bosque Esmeralda pero que, por aquel entonces era
el Bosque Toporagno. Bianca se encontró a
Esmeralda desnuda debajo de un árbol sin nada, no
había ninguna nota, ningún objeto, ni una manta
con la que protegerse del frío. Se la encontró el 18
de Septiembre fecha que quedó establecida como
su aniversario. Esmeralda fue criada entre las
amazonas, aprendió el arte de la guerra, y se
convirtió en hija de Bianca y en heredera al trono.
Yo era una joven esclava de las amazonas. Me
secuestraron en la batalla del Puente del Diablo,
cuando las amazonas vencieron a los príncipes del
sur. Yo, en realidad, era un niño de seis años y se
me llevaron como esclavo. Curiosamente Bianca
decidió no cortarme el pene, ni convertirme en
ciego, ni propinarme cualquier otra mutilación.
Decidió que mi alma era de mujer y que dejaría que
mi pene fecundara a las amazonas que así lo
quisieran. En un hermoso ritual de luna llena mi
semen fue bendecido por la bruja Ilaria, que
aseguró que cualquier criatura surgida de mi
esperma sería mujer. Así las amazonas se
ahorrarían asesinar a sus hijos machos. Me convertí
en una mujer. No tenía bello en mi cuerpo, la piel
de mi cara era fina y delicada. Hasta me crecieron
unos bellos senos puntiagudos. Desde el momento
en que llegué al Bosque Toporagno me asignaron
ser la esclava de la princesa Esmeralda, pero más
que ser su esclava me convertí en su amiga,
primero, y en su amante, después. De pequeñas
pasábamos largas horas en el río y por la noche nos
dedicábamos a contar estrellas. Y es en una de esas
noches en las que contábamos estrellas cuando
empieza este capítulo desconocido de la vida de
Esmeralda Canosa. Lo único que se sabe de lo que
ocurrió entre el 12 de abril de 1161 y el 21 de
diciembre del mismo año es que Esmeralda
desapareció. Fueron casi nueve meses de ausencia
en los que las amazonas se temieron lo peor,
aunque no se llegó a celebrar el ritual de la muerte
ya que las amazonas sintieron que el alma de
Esmeralda seguía unida a este mundo, que aún no
había cruzado al mundo de los muertos.
Como decía, todo empezó una noche en la que
Esmeralda y yo estábamos tumbadas contando
estrellas. Una suave brisa primaveral acariciaba
nuestros cuerpos. La noche era agradable, una de
esas noches sin luna, en que las estrellas parece que
brillen más que nunca. Recuerdo un fuerte sonido
que ahora se confunde en mi. Porque por un lado
recuerdo el revolotear de los pájaros, el sonido de
sus alas impactando contra las hojas de los árboles.
Y, por el otro, el sonido ensordecedor de un trueno,
un trueno extraño ya que no hubo un relámpago
previo visible a nuestros ojos, lo cual no deja de
sorprenderme porque era de noche y un relámpago
en la noche se divisa a muchos kilómetros de
distancia, y estábamos además atentas a lo que
ocurría en el cielo. Me parece como si además la
tierra hubiera sufrido un temblor, recuerdo
resquebrajarse algo debajo de mi, pero claro he
repasado tantas veces este momento, lo he soñado
en tantas ocasiones, que ya no sé cuales de estas
cosas ocurrieron de verdad y cuales son producto
de mi inquieta imaginación.
Justo después de este alboroto empezó a llover. Lo
cual corrobora el hecho de que el trueno
probablemente fue real. Nos quedamos debajo de la
lluvia durante horas. Nos quitamos la ropa y
dejamos que el agua penetrara en nuestras almas,
limpiara nuestras penas, creo que durante un
tiempo estuvimos llorando, porque recuerdo el
sabor salado en mis labios. Creo que lloramos
como dos niñas pero tampoco puedo asegurarlo;
fue una noche tan intensa que creo que se
confundieron los sueños con la realidad. Nos
abrazamos. Nuestros cuerpos desnudos resbalaban
el uno con el otro. Tuve la sensación de que éramos
dos peces. Dos peces que se amaban en el fondo
del mar. Recuerdo que me sentí hombre por unos
instantes. Recuerdo mi pene creciendo de tamaño,
imparable. Recorrer con él sus senos, su boca. Sus
manos lo acariciaron, y también su lengua.
Esmeralda empezó a lamerme, se lleno la boca con
mi miembro, y en ese momento sentí un extraño
poder y una tremenda debilidad, entendí que me
tenía en sus manos, que en aquel momento era más
esclava de ella que nunca. Luego en un ataque de
virilidad coloqué a Esmeralda de cuatro patas, sus
rodillas se clavaban en el barro, y su cabello se
pegaba a su cuerpo, se enrollaba en sus pezones.
Yo ya ni siquiera era un hombre, parecía un fauno
o un diablo, una bestia que emitía sonidos gruesos
y agrietados. Mi pene creció aun más y se
endureció, era como si se hubiera convertido en un
ser con voluntad propia, un conquistador poderoso
que mandaba por encima de todo. Sus gemidos
penetraban en mis orejas, para convertirse, luego,
en los míos que expulsaba contra su cuerpo.
Recuerdo agarrar sus nalgas con fuerza, y
penetrarla una vez y otra, viendo como sus pechos
se balanceaban en una danza mágica, como todo su
cuerpo oscilaba en un baile de lluvia y estrellas.
Este semen bendito por Ilaria recorrió su cuerpo
por fuera como un bálsamo, pero no dejamos que
entrara en Esmeralda. Éramos jóvenes y las
amazonas nunca hemos sido animales, nosotras
decidimos cuando hacemos a nuestras hijas, en lo
que llamamos el ritual de la unión. Poco a poco nos
quedamos dormidas, abrazadas como si fuéramos
un único cuerpo.

El día se levantó sin sol. Una niebla gris poblaba el


paisaje. En esos días uno pierde el sentido del
tiempo, podría ser el amanecer, la mañana o la
tarde.
He tenido un sueño -me dijo Esmeralda- He soñado
que volvíamos al Puente del Diablo, el lugar donde
te secuestramos. Ilaria me ha hablado en este
sueño, ella estaba en la mitad del puente, flotando
unos centímetros por encima del suelo. Luego una
manada de extraños animales se abalanzaron sobre
ella. Había leones con alas, tigres con plumas
negras, caballos con cabeza de águila, enormes
serpientes con pelo de pantera. Todos ellos cubrían
el cuerpo de Ilaria y ella desaparecía. El viento me
traía el eco de su voz. No eran palabras. Era un
sonido profundo que le hablaba directamente a mi
cuerpo. Como si fuera un mensaje dirigido a algún
rincón perdido y oscuro de mi ser. Sólo tengo la
certeza de que tengo que volver al Puente del
Diablo.

Recuerdo que yo aún estaba medio dormida y sus


palabras se quedaron resonando en mi cabeza en
algún lugar perdido entre la realidad y el sueño.
Para llegar al Puente del Diablo hacía falta una
semana de viaje. Además había que cruzar los
Alpes Apuane, los alpes del norte, dominio de las
condesas Ofelia Ducci y Penélope Montaldo. Estas
dos contaban con un poderoso ejército además de
estar instruidas en las artes ocultas. Según
indicaban los vecinos de los pueblos cercanos a sus
dominios, muchas noches extrañas tempestades de
rayos caían encima de los alpes, potentes tormentas
sin agua. Otras veces cuando el sol estaba justo
encima de los Alpes Apuane de repente parecía
apagarse y durante un tiempo se hacía de noche en
pleno día. En aquellos años, extrañas nieves y
lluvias negras acosaron los pueblos de la Toscana,
de esto hay numerosos testimonios, y algunos lo
atribuían a las, también llamadas, Condesas del
Norte.

Así fue como Esmeralda y yo empezamos el viaje


que es motivo de estas líneas. No nos llevamos
equipaje ya que para ello deberíamos haber
regresado al pueblo, y Bianca nunca nos hubiera
dejado ir solas hasta el Puente del Diablo . Primero
cruzamos todo el Bosque Toporagno, nuestras
tierras. Luego cogimos el camino de los alpes. Este
camino bordeaba el mar de Liguria hasta llegar a
Pietrasanta, un pueblo conocido por la elaboración
del mármol y el bronce. Llegamos a Pietrasanta al
anochecer de nuestro tercer día de viaje y
decidimos pasar la noche en la pequeña posada del
pueblo. Pietrasanta era uno de los pueblos de la
región de Versilia. La zona de Versilia había
sufrido una devastación en el siglo X con la
ocupación de los Logombardos. Lo que dio origen
a una nueva repartición de los territorios entre las
familias nobles de Lucca, después de años de
guerras. Toda la zona era en realidad de los
dominios de Barbarroja y justo en aquellos días se
estaba construyendo “La Torre di Via Regia” un
fortín construido sobre la vía recorrida por
Barbarroja. Era, por lo tanto, una zona en la que
debíamos tener cuidado de no ser reconocidas, las
amazonas éramos tan odiadas como temidas. Como
siempre llevábamos una larga túnica marrón con
capucha y nos hacíamos pasar por monjes, pero
debajo de la túnica dos guerreras armadas con arco,
flechas, una espada corta y siete puñales, esperaban
a cualquier gesto hostil para reaccionar como
bestias salvajes.
Aquella noche cenamos con abundante vino en la
misma posada, rodeadas de soldados, marineros y
trabajadores de los asentamientos de excavación de
mármol y producción de bronce que había por los
alrededores. El vino nos provocó un agradable
estado de desinhibición, empezamos a bailar y a
cantar entre todos aquellos asquerosos hombres.
Recuerdo que, en un momento de la noche, nos
miramos con Esmeralda y las dos supimos, al
instante, en qué estábamos pensando. Hay que
entender que éramos guerreras del bosque. Que los
hombres eran nuestros eternos enemigos, y que el
mero hecho de descubrir nuestra abundante
cabellera ante ellos desencadenaría la brutal
matanza que tuvo lugar en la Posada del Oro la
noche del 15 de abril de 1161. En la posada había,
en total, unos 50 hombres. teníamos localizados a
una decena de soldados y los demás eran
trabajadores. Nos quitamos la capucha a la vez y en
menos de cinco segundos la música se había
detenido. Los soldados fueron los primeros en
abalanzarse sobre nosotras, nuestras espadas
estaban deseosas de sangre y las alimentamos bien
aquella noche. Empezamos una danza mágica,
precisa, bella en la que el metal y la sangre bailaron
el uno con la otra, nuestras espadas dibujaban
cortes rigurosos sobre los penosos cuerpos de
aquellos hombres, y la sangre brotó y se esparció
por el aire, como el vino, en la Posada del Oro.
Al final no nos quedamos a dormir en la posada.
Abandonamos el lugar con un par de litros de vino
y un buen saco de monedas de oro. Ningún hombre
sobrevivió aquella sangrienta noche. Así que sin
dormir y excitadas por nuestra repentina batalla
abandonamos el pueblo de Pietrasanta y enfilamos
el camino que conducía a los Alpes Apuane. El
camino era mucho más agreste que el de la costa.
En realidad se le llamaba camino pero era casi
como andar por un bosque abierto. No era un
camino por el que pasara mucha gente y la
vegetación se había apoderado de él. Aquel día se
había levantado nublado otra vez. Era el cuarto
amanecer consecutivo sin sol. Estuvimos andando
todo el día acompañadas en todo momento por
nuestras amigas las ardillas. Esmeralda era una
amante de estos animalitos, se le subían encima y
se escondían en sus bolsillos. Fue un agradable
paseo que nos volvió a dejar en un estado de
armonía con el mundo después de la
desequilibrante sensación de violencia que corría
por nuestras venas. En realidad, las amazonas
teníamos el llamado ritual del bosque. Después de
una batalla nos desnudábamos todas y nos
pasábamos siete horas dejándonos absorber por el
bosque y sus seres vivos y muertos. En el ritual nos
acabábamos convirtiendo en el bosque, nosotras
éramos el bosque y así él entraba en nosotras,
purificando nuestros cuerpos y nuestras almas. Ese
paseo fue algo parecido a el ritual del bosque, en
aquel momento no lo pensé pero nos purificó de
igual forma.
Cuando llegó la noche nos adentramos por fin a los
Alpes Apuane. Estábamos cansadas y queríamos
dormir pero sabíamos que por aquellas tierras era
más seguro viajar de noche, para no ser vistas. Los
soldados de las Condesas eran guerreros de verdad.
Soldados de élite entrenados desde pequeños como
nosotras, así que era mejor no tener que
enfrentarse a ellos y menos aún a los temidos
poderes de las dos condesas. Estuvimos andando
toda la noche hasta que llegó el amanecer.
Entonces nos escondimos en una cueva y nos
pasamos el día entero durmiendo. Me desperté, ya
de noche, con una agradable sensación. Esmeralda
estaba encima de mi balanceándose con mi
miembro duro penetrando su sexo. Sus bellos senos
me rozaban la cara en unas dulces caricias. Todo su
cuerpo estaba caliente, sudaba. Lamí las gotas de
sudor que corrían por sus pechos y me dejé seducir
por sus jadeos. Nos mordimos los labios con
nuestras lenguas y otra vez entramos en este lindo
sueño que se pasea entre el amor y el sexo y que te
transporta a otro mundo.
Teníamos hambre y sacamos pan y queso y lo
acompañamos con un poco de vino. Esmeralda
había vuelto a soñar con Ilaria. Me dijo que esta
vez Ilaria se le había aparecido en la misma cueva
en la que dormíamos. Ella creía que estaba
despierta durante el sueño y que Ilaria nos había
encontrado de verdad, pero luego se despertó y se
dio cuenta que estaba dormida. Ilaria le dijo que
debíamos visitar a las Condesas del Norte,
debíamos subir a lo alto de los alpes, a su temido
castillo. Le dije a Esmeralda si estaba segura de
ello, que era un viaje muy peligroso. Pero
Esmeralda estaba convencida, y yo sabía que nada
la detendría, así que empezamos a subir por el
camino de la montaña. Sabíamos que los soldados
se escondían entre los árboles que estaban en
guardia permanente, sin ser vistos. Así que nos
camuflamos también. Las amazonas sabemos ser
invisibles en el bosque saltando de un árbol a otro,
convirtiéndonos en piedras en las zonas rocosas, y
volviéndonos agua cuando cruzamos lagos y ríos.
Así fue como al amanecer llegamos a las puertas
del castillo de las condesas. Las puertas del castillo
se abrieron como si hubieran notado nuestra
presencia. Ante nosotras un enorme jardín, que era
a su vez el patio de armas, sin nadie a la vista.
Sabíamos que aquello no pintaba bien pero
decidimos entregarnos a nuestro destino.
Avanzamos por el jardín esperando que cincuenta
hambrientos soldados se nos tiraran encima en
cualquier momento. Pero no fue así. Cruzamos el
jardín entero sin ningún problema lo cual no nos
tranquilizó lo más mínimo, ellas sabían que
estábamos allí. Las dos andábamos en silencio. No
hubo ninguna palabra desde el momento en que se
abrieron las puertas del castillo. Cruzamos la puerta
que había al final del jardín, una puerta enorme,
imponente. Nuestros sentidos estaban alerta;
podíamos detectar cualquier movimiento, cualquier
sonido a más de un kilómetro de distancia, casi
podíamos captar, incluso, los pensamientos que
flotaran por el aire. Pero nada, no hubo
movimientos ni sonidos y eso nos producía una
sensación angustiante que iba creciendo en nuestro
interior a medida que avanzábamos por la salle de
le collone (sala de las columnas) que era la sala que
se encontraba en la entrada principal del castillo de
las condesas. Cruzamos la sala entera hasta llegar a
una puerta. Abrimos la puerta con cuidado,
lentamente. Al abrirla nos encontramos en una sala
oscura, iluminada por la luz de unas velas y olía a
incienso. Parecía que no había ventanas en la sala,
la única luz que podía entrar del exterior era la que
entrara por la puerta que nosotras habíamos abierto.
Al final de la habitación dos mujeres estaban
sentadas en dos grandes sillones.
Bienvenidas amazonas. Os estábamos esperando –
dijo una de ellas- Yo soy Ofelia Ducci. Venid
sentaros.
Esmeralda y yo no entendíamos nada. Estábamos
seguras que íbamos a entregarnos a una sangrienta
batalla que acabaría probablemente con nuestras
vidas. Y de pronto nos encontramos con dos
amables condesas. Desconfiamos. Aun así nos
sentamos frente a ellas, atentas igualmente a
cualquier movimiento; sabíamos que estábamos
ante dos poderosas brujas. Esto se notaba en el aire.
Ilaria, la maga de vuestro clan de amazonas ha
muerto -prosiguió Ofelia- Ella te mandó un
mensaje desde el otro mundo y por eso habéis
llegado hasta aquí. Estamos pasando por unos
tiempos difíciles, la iglesia cada vez tiene más
poder y unas fuerzas oscuras amenazan con
enterrar nuestro mundo. La sabiduría que poseemos
puede perderse en este nuevo mundo que está
naciendo. Distintos magos, hechiceros, brujos,
sabios de todo el continente nos hemos reunido
para crear un mágico juego que esconderá toda
nuestra sabiduría, en un lenguaje sólo comprensible
para los que sepan ver. Llevamos más de diez años
en la creación de este valioso aliado para el mundo
futuro. Tengo que decir que varios guerreros como
ahora vosotras nos están ayudando a llevarlo a cabo
de una manera física. El juego sagrado que
estamos creando se compone de veintidós cartas
mayores y de cincuenta y seis cartas menores. Es
para la creación de estas veintidós cartas mayores
que necesitamos la ayuda de los guerreros. Cada
carta debe llevar inscrita una acción física que se
debe llevar a cabo para darle a la carta la dimensión
que merece. En el puente del diablo es donde debe
forjarse la última de las cartas: el mundo. En esta
carta se encuentra representado el juego entero. La
carta del mundo contiene en sí misma a todas las
cartas. Debéis ir al puente del diablo y derrotar a
las feroces fieras que querrán daros muerte, pero
pensad que son fieras de otro mundo, no os valdrán
vuestras espadas, ni vuestras flechas, hay que
derrotarlas de otro modo. Ahí precisamente está el
poder secreto del mundo. Debéis convertiros en el
mundo para derrotar a las fieras.
Ilaria había muerto. Esto lo entendimos
rápidamente. Cuando sonaron estas palabras las dos
sentimos en nuestro interior que era cierto. Creo
que Esmeralda lo sabía desde la noche de la
tormenta pero no quería aceptarlo.
Aquella noche hicimos un ritual de despedida de
Ilaria. Lo hicimos con las dos Condesas del Norte.
Las condesas crearon una tormenta de rayos sin
lluvia que ofrecieron como espectáculo de
despedida a Ilaria. A la mañana siguiente cuando el
sol se erguía justo encima de la torre del castillo
Ofelia y Penélope levantaron las manos hacia el
cielo, empezaron a sonar sus voces, con palabras
que no parecían palabras, como si se deshicieran en
el aire, como si los sonidos fueran cuerpos, sus
voces parecían otras voces, nada indicaba que esos
sonidos fueran creados por un ser humano. Poco a
poco el sol pareció apagarse. Hasta que se hizo
extrañamente de noche, en pleno día. Sus voces se
transformaron en un bello cántico. El cielo se lleno
de nubes y volvió a hacerse de día. Pero ahora el
día estaba poblado de nubes grises, casi negras. Su
cántico se hizo más fuerte, poderoso, y empezó a
llover. Y el agua de la lluvia era de color negro.
Nuestros cuerpos se ennegrecieron con esta agua.
La tormenta negra duró unos diez minutos, en los
que el cántico se fue apagando progresivamente,
junto con la lluvia. Nos quedamos en silencio.
Ilaria parecía que estaba allí, con nosotras,
compartiendo el silencio. Poco a poco su presencia
se fue debilitando oímos un sonido agudo muy
agudo, impronunciable que vino desde el cielo y
dejó una estela de eco, con este sonido desapareció
la presencia de Ilaria para siempre.
Las dos condesas nos dijeron que para afrontar esta
difícil batalla debíamos quedarnos con ellas durante
seis lunas llenas. Ellas nos instruirían para que
pudiéramos convertirnos en el mundo y derrotar a
las bestias.
Toda la instrucción se basaba en dos cosas: en la
ilusión y la trampa. Las dos condesas dominaban
de un modo sagrado estas artes.
Recuerdo un día en el que nos contaron porque esta
batalla debía tener lugar en el Puente del Diablo
_a mi me producía una extraña sensación volver a
este sitio era como hacer un viaje en el tiempo,
justo en el momento en que mi vida se convirtió en
otra. Más allá del Puente del Diablo no había vida
para mi, era como si nada antes hubiera existido_
Nos contaron que mientras se estaba construyendo
el puente, el responsable de la construcción se dio
cuenta que no tendría el puente acabado para la
fecha establecida. Así que decidió recurrir al diablo
para que lo ayudara. Entonces hicieron un pacto: el
diablo le ayudaría a tener el puente para la fecha y
a cambio se cobraría la vida de la primera alma que
cruzara el puente. Durante la noche el diablo
construyó la arcada más grande del puente y la obra
fue concluida a tiempo. Pero el constructor tenía
remordimientos, así que negaba el acceso al puente
a los habitantes del pueblo y fue a confesarse a la
iglesia de su aldea. El obispo le dijo que tenía que
irse a casa y dejar a la primera alma cruzar el
puente. Cuando esto pasó, el diablo apareció a por
lo que le correspondía y se encontró cara a cara con
un cerdo. Atrapado por su propia trampa, el diablo
se vio obligado a atenerse a su acuerdo. En esta
historia se encontraba una de las esencias de
nuestro aprendizaje y era por este motivo que la
batalla contra las fuerzas del otro mundo debía
librarse allí. Esmeralda y yo solas contra unas
fieras innombrables.
En la sexta luna llena nos reunimos con nuestras
maestras en una velada de despedida en la que nos
tenían que ofrecer una última enseñanza.
Os diremos porque os hemos escogido a vosotras -
empezó Penélope- Os hemos escogido porque
podéis ser invisibles.
Pero en realidad no podemos –dijo Esmeralda- es
un truco, parecemos invisibles, pero no lo somos.
Esa es, exactamente, la esencia de nuestra última
enseñanza –concluyó Penélope.

Pasamos la noche delante de una hoguera con la


luna sobre nuestras cabezas. Estuvimos despiertas
hasta el amanecer, con bellos cánticos, sabias
palabras y poderosos silencios. Esta fue la
despedida y la última vez que vimos a las Condesas
del Norte en toda nuestra vida. Aunque una parte
de ellas se quedó dentro de nosotras.

La mañana del 18 de octubre del 1161, Esmeralda y


yo dejamos atrás el castillo de las condesas. Y nos
dirigimos hacia el Puente del Diablo. No sabíamos
que nos esperaba allí. En realidad no sé si en aquel
momento éramos conscientes de lo que significaba
lo que íbamos a hacer, creo que en realidad no
sabíamos ni qué íbamos a hacer. Teníamos que
derrotar a unas fieras salvajes que venían de otro
mundo y lo teníamos que hacer sin nuestras armas.
Habíamos estado seis meses con las condesas y sus
enseñanzas nos parecían fabulosas como una
manera de entender la vida, incluso como una
forma de vivir y de ampliar nuestro universo
mágico. Pero sus enseñanzas en relación a la lucha
fueron nulas. De repente estábamos desprotegidas;
nos dirigíamos a una batalla para la que no nos
sentíamos en absoluto preparadas. Lo nuestro eran
las flechas y las espadas, no entendíamos porque no
se enfrentaban ellas con esos monstruos si las
fuerzas necesarias para acabar con ellos eran de
índole mágica, de brujería, o lo que fuera. Nosotras
éramos soldados. Guerreras. Amazonas.

Avanzamos por el camino del este durante un largo


día. Nos sentíamos frágiles, sin fuerzas, como si
abandonar el castillo de las condesas nos hubiera
quitado toda la seguridad y la fortaleza. Parecíamos
dos huérfanas a la deriva. Ellas se habían
convertido en nuestras maestras durante seis lunas
llenas y ahora una sensación que vagaba entre el
abandono y la soledad más profunda se apoderó de
nosotras. Creo que fue, llevadas por esta sensación,
que nos perdimos. Este hueco que se había
depositado en el centro de nuestras almas hizo
desaparecer el camino del este. Nos encontrábamos
en un bosque, otra vez con un día nublado, sin
saber donde estaba el sol, perdidas.
Seguimos caminando por el bosque, dejándonos
arrastrar por una energía desconocida que nos
conducía como a dos sonámbulas. No sé
exactamente como llegamos hasta allí. Recuerdo
que fue como despertar de un extraño sueño, como
cuando te sumerges en tus pensamientos y
desaparece la realidad que te rodea, y luego
desaparecen los pensamientos y se crea otra
realidad en tu cabeza que luego al despertar
también desaparece, y no recuerdas donde estabas,
pero te queda la sensación de haber estado en
alguna parte, y de haber sido testigo de algún
secreto prohibido para los límites de nuestro
mundo. Lo primero que recuerdo es que
escuchamos el sonido del agua, este sonido nos fue
despertando de nuestro anterior estado, fue como
abrir los ojos aunque no creo que los tuviéramos
cerrados. Había una fuente que salía por en medio
de los árboles de la que brotaba abundante agua. La
fuente estaba rodeada de una sutiles luces que se
movían alrededor del agua, celebrándola. Nos
quedamos mirando las luces. Al detener nuestra
mirada en ellas fuimos apreciando su belleza. Poco
a poco se delimitaron las líneas de un organismo en
cada una de las luces. Eran cuerpos. Que poco a
poco se definían como mujeres diminutas con alas.
Pero desprendían tanta luz que al principio costaba
verlas. Habíamos llegado a “la Fuente de las
Hadas”. Las hadas no emitían palabras pero se
comunicaban con nosotras igualmente, lo hacían
hablándole directamente a nuestra mente, pero
tampoco con palabras. Era como si estando con
ellas todo se volviera claro. Como si nuestros
objetivos se dilucidaran, como cuando el mar está
revuelto y de repente viene la calma y todo lo que
hay en las profundidades aparece de una forma
clara y sencilla. Entonces, nos dimos cuenta que
aún nos quedaba una parada antes de llegar al
puente del Diablo. Teníamos que desviarnos de
nuestra ruta, ir a coger la Vía Francígena y visitar
el Castello Della Magione en Poggibonsi. Este
castillo era propiedad de los caballeros templarios.
Alrededor de las hadas recordamos una frase que
nos dijo Penélope el día de la quinta luna llena,
“deberéis aprender a poner vuestro espíritu en la
espada, sólo así la espada será vosotras y vosotras
seréis la espada. Sólo los caballeros de la orden
podrán revelaros el secreto. Así que, ¿podréis,
amazonas, dejar a un lado vuestra condición y
entregaros a las enseñanzas de los sabios
hombres?”. Las dos habíamos olvidado aquellas
palabras, en realidad nos habían irritado. Pero
ahora volvían claras a nuestros oídos. Y la imagen
del Castillo con nueve caballeros sentados
alrededor de un fuego aparecía, definitiva, en
nuestra mente. Llegar al Castillo Della Magionne, y
convencer a los templarios que nos entregaran un
secreto que tenía que ver con ser capaces de
convertirnos en nuestra espada y ella en nosotros; a
lo mejor seríamos capaces de resistirnos a matarles,
controlar nuestros impulsos, pero ¿qué detendría
los suyos y les convencería de ofrecernos, sin más,
sus maravillosos secretos?
Las hadas se camuflaron entre los árboles y
desaparecieron. Todas menos una. Una hada más
pequeña que las demás se coloco en el bolsillo
interior de Esmeralda. Empezó a moverse de un
lado para el otro como haciéndole cosquillas.
Luego se quedó inmóvil como si se durmiera.
Esmeralda se sintió invadida por una absoluta paz.
Me cogió de la mano. Y una calma que nunca antes
había sentido me invadió el cuerpo. Se me cayeron
los párpados. Nos dormimos las dos. En un
profundo sueño.

Nos despertamos de noche, caminando.


Caminábamos dormidas guiadas por nuestra nueva
amiga que era capaz de sumergirnos en una
profunda paz, un profundo sueño, y a la vez
guiarnos a través de la Vía Francígena hasta el
castillo propiedad de los templarios. Abrimos los
ojos un instante, vimos que era de noche y que
estábamos andando solas, sin esfuerzo. Y nos
dormimos profundamente otra vez. No hubo
sueños. Nuestra mente, nuestro cuerpo, y nuestro
espíritu estaban en un grado de relajación tan
elevado que se convertían en una misma cosa; no
hubo visiones, espejismos, ni alucinaciones,
solamente una agradable sensación continua de
fluir con el orden de las cosas, simplemente
éramos.

Nos despertamos descansadas y fuertes con la


primera luz del alba. Nos encontramos estiradas la
una junto a la otra, abrazadas. Estábamos debajo de
un precioso y viejo olivo. Nuestra amiga flotaba
entre las hojas de los árboles. Era curioso. Parecía
que se alimentaba de la energía del árbol, y que a la
vez alimentaba al viejo árbol con su luz. Con la luz
del sol nuestra amiga se hizo más grande. De
repente su luz fue creciendo y también su cuerpo
hasta adquirir un tamaño de aspecto humano. Sus
alas parecían de plumas blancas, con suaves
matices que pasaban por un rosa pastel, un violeta,
y un sutil naranja. Pero en realidad eran unas
plumas que parecían como de algodón, o incluso
más que algodón parecían hechas de nubes, su
estado luminoso, hacía que su cuerpo no fuera del
todo material, era más bien como un estado
vaporoso de la materia.
Seguía sin hablar. Pero hizo que nos giráramos y
viéramos que detrás de nosotras se erguía,
imponente, el Castillo Della Magione. Nos
envolvió con su alas y con su luz y nos elevó por
encima del suelo. Volamos por encima de las
murallas, cruzamos las torres de defensa del castillo
sin ser vistas, pasamos por encima del patio de
armas, de la capilla. Entramos en el interior,
cruzamos grandes salones llenos de armaduras,
largos pasillos llenos de antorchas, subimos
flotando por encima de escaleras de caracol
interminables, hasta llegar a una gran puerta de
bronce con una inscripción de oro en la puerta: un
gran triángulo con un ojo dentro. Ya en el suelo
llamamos a la puerta. Con el tercer golpe las
puertas se abrieron. Nuestra amiga atravesó la sala
pasando por encima de los nueve hombres que
había reunidos alrededor de un fuego central. Dio
una vuelta entera por encima de cada uno de ellos y
se fue volando por una pequeña ventana que daba
al exterior. Aún no estoy segura de si aquellos
hombres vieron a nuestra amiga o no, de lo que
estoy segura es de que ella les hechizó, abrió sus
mentes, sus corazones igual que había hecho antes
con nosotras. Era como si aquellos sabios hombres
estuvieran esperándonos aunque, de esto sí estoy
convencida, ellos en realidad no lo sabían. Se nos
quedaron mirando y sin preguntarnos como
habíamos llegado hasta allí, ni cuestionar nuestra
impertinencia por interrumpir su reunión, no
hicieron pasar entre ellos y sentarnos.
Les explicamos nuestro encuentro con las condesas
y que debíamos enfrentarnos a unas fieras
infernales que no podíamos destruir con nuestras
armas. Les contamos la historia del juego de las
setenta y ocho cartas, y que había 22 cartas
principales y que a cada una de ellas le
correspondía una acción física que le otorgaría un
sentido y una conexión con la fenomenología del
mundo. Justo cuando Esmeralda les contaba esto se
levantó uno de los hombres. Era un hombre alto,
que llevaba media melena y barba, sus cabellos
eran en su mayoría blancos.
-Conocemos este juego. Nosotros nueve hemos
colaborado como sabios y como guerreros en su
elaboración. De hecho sabemos que sólo queda una
carta por terminar: el mundo, que concluye el viaje
iniciado por el loco, la primera de las veintidós
cartas. Pero no sabemos como derrotar a las fieras
del Puente del diablo – hizo una pausa- El árbol de
la vida está formado por 10 círculos que son las
diez sephirot sagradas y las líneas que los conectan
entre sí son los senderos, cuyo número es el de 22.
El que nos queda es el último sendero para tener
interconectados los diez sephirot, así la base de este
juego sagrado y mágico, sus veintidós arcanos
principales, se convertirán en el riego energético
del árbol de la vida, en su secreta representación,
para este oscuro mundo futuro que acecha. Nos
esperan años amargos a todos nosotros. En menos
de dos siglos todo el mundo que conocemos habrá
desaparecido. La orden del Temple está destinada a
la destrucción, vosotras las amazonas seréis
aniquiladas, las hadas del bosque y otras criaturas
elevadas desaparecerán por la falta de fe, los
humanos dejaremos de verlas, las brujas, magas y
hechiceras serán quemadas en hogueras… Este
juego llevará oculto en su interior un puente hacia
este mundo mágico y maravilloso, aniquilado por el
hombre y por su ambición.
Pero para eso tenemos que encontrar la manera de
destruir a esos monstruos –añadió Esmeralda.
Supongo que por esto estáis aquí –continuó el
hombre- ¿qué habéis venido a buscar?
En palabras de las condesas –dijo Esmeralda-
debemos llegar a conseguir convertirnos en nuestra
espada y nuestra espada debe convertirse en
nosotras. Creo que es eso lo que nos falta aprender
para llegar a destruir a esas criaturas.
En la doctrina hermética trabajamos con un aspecto
de la realidad que configura la base de la alquimia
–continuó el hombre- Este principio habla de la
materialización del espíritu y la espiritualización de
la materia, conseguir hacer cuerpo del alma y llegar
a convertir, en alma, un cuerpo. En el momento en
el que aceptamos el grado ilusorio de la realidad
eso es posible. Una armadura de acero puede
detener a espíritus infernales si este acero es capaz
de convertirse en espíritu. Hay un dicho de los
templarios que dice así: “Un caballero templario es
realmente un caballero valiente y seguro en todas
partes, porque su alma está protegida por la
armadura de la fe, así como su cuerpo está
protegido por la armadura del acero. Es por lo tanto
doblemente armado, y no teme ni a los demonios,
ni a los hombres”
Entiendo –continuó Esmeralda- ¿Pero como
conseguís convertir la materia en espíritu?
Creo que ahí son las enseñanzas de las condesas las
que deben ayudaros. La magia no es más que un
plano de la realidad. Cuando aprendes a usarla deja
de ser magia y se convierte en una realidad tangible
y cotidiana. Creo que las condesas os habrán
enseñado a usar la ilusión y la trampa. Si los
demonios creen que vuestra espada es una espada
espiritual, les atravesará y acabará con sus vidas,
porque en realidad nos ocurre lo que creemos que
debe ocurrirnos, en eso consiste la magia. Todo es
una cuestión de fe y de perspectiva. Solamente
debéis engañarlos.

Abandonamos el castillo de los templarios y nos


llevamos de regalo dos espadas. En ellas estaba
inscrito el dibujo del árbol de la vida con sus diez
sephirot y sus veintidós senderos. Salimos del
castillo y pasamos por delante del olivo, allí nos
esperaba nuestra amiga la hada, que parecía
decidida en seguirnos en nuestra última misión. No
había tiempo que perder teníamos que engañar a
aquellas criaturas infernales, dominarlas, para que
la última carta tuviera el poder real de ser y
representar a todas las demás cartas y por ende al
mundo mismo, porque al final esta carta no sólo
representaba al mundo, esta carta era en definitiva
el mundo.
Así que nuestra amiga la hada se encargó de
hacernos volar por encima de bosques, pueblos,
montes, lagos, y ríos hasta llegar al Puente del
Diablo.

Ahí estábamos las tres. Llenas de un viaje


maravilloso y secreto que nos había llevado hasta el
mismo Puente del Diablo, donde me secuestraron a
mi a los seis años como un niño humano para ser
convertida en una preciosa amazona con pene.
Pensaba que al hallarme delante del puente me
encontraría de repente con mi pasado, tenía un
miedo interior que pensaba que saldría para
comerme cuando llegara a ese puente que era el
vértice que separaba mi mundo de un pasado
enterrado hacía mucho tiempo. Mi amiga el hada se
metió dentro de mis tripas. Empezó a moverse y yo
empecé a sacar lágrimas por los ojos. Fue como si
me abrieran una herida profunda y antigua pero sin
imágenes ni recuerdos. Entonces noté que un
cuerpo cobraba forma dentro de mi. Y subía por
mis pulmones se colaba en mi corazón, y luego me
subía por la garganta. Empecé a toser era como si
quisiera salir por la boca pero mi garganta era
demasiado pequeña para que aquel cuerpo terrible e
inesperado pasase por ella. Algo de mi me impulsó
a gritar. Grité con todas mis fuerzas y con todas
mis lágrimas, me empezaron las nauseas, pero no
salía nada de mi boca. El cuello me dolía pero
ahora no podía frenar. Grité más, y más. Creo que
mi voz dejó de sonar como una voz y empezó a
sonar como la voz de una fiera salvaje, indomable,
infernal. Poco a poco algo subió por mi garganta.
Era muy grande parecía imposible que fuera capaz
de sacar aquel ser por mi boca. Al final conseguí
escupirlo y lanzarlo contra el suelo. Para mi
sorpresa era un niño de unos seis años. Me miraba
sin entender nada. Él no pertenecía a aquel mundo.
Miraba hacia su alrededor como alguien totalmente
desconcertado. Empezó a patalear, a gritar a llorar.
Lo abracé. Lo abracé con todas mis fuerzas y le
pedí perdón. Perdón, le decía yo, no quise
abandonarte en este mundo oscuro en el que has
estado tantos años. El niño seguía llorando pero
noté que mi abrazo le calmaba. Entonces la hada se
colocó en su interior y lo convirtió en un ser de luz,
el niño parecía una hada. Fue entonces cuando
entendí lo que tenía que hacer. Coloqué el niño en
el centro de mi corazón. Dejé que se convirtiera
todo él en una luz infinita, blanca y pura. Entonces
el niño atravesó mi piel y se quedó para siempre a
vivir en el mundo al que pertenecía. Dentro de mi
se creó un espacio de luz que avanzó desde el
centro de mi corazón a los dedos de mis pies, mis
manos, mi cabeza. Todo mi ser se iluminó y el
pequeño niño de seis años encontró su lugar de
amor y de paz. Mi reencuentro con el Puente del
Diablo significó un reencuentro conmigo misma.
Me sentía poderosa. Ahora sí, por fin, me sentía
una verdadera guerrera amazona.
Pasaron sólo unos minutos hasta que empezamos a
escuchar unos sonidos realmente feroces, y
terribles. Aparecieron cuatro bestias un águila con
piel de pantera y colmillos, un demonio con alas de
ángel, un león con piel de serpiente, y un caballo
negro que parecía cubierto por escamas de
cocodrilo, negras como el carbón. Sus aullidos eran
sonidos que se te metían por las orejas como
pitidos de todas las frecuencias imaginables,
penetraban en tu cerebro y te producían un
fantasmagórico dolor de cabeza. El hada nos quitó
esos sonidos de la mente hizo que las aguas
revueltas se aclaran de nuevo y que el fondo del
océano se viera con claridad. Todo era una ilusión.
¿Cómo hacer creer a aquellas fieras que nosotras
podíamos atravesarlas con nuestras espadas?. Esa
era la pregunta que nos recorría la mente. Pero no
debíamos pensar con la mente. Las criaturas
avanzaban estaban a punto de abalanzarse contra
nosotras. Claro debíamos desaparecer, justo en el
momento en que ellas tuvieran que toparse con
nosotras debíamos desaparecer; eso nos convertiría
en seres con poderes, se asustarían. Así que nos
mimetizamos con las piedras del suelo justo en el
momento en que las criaturas estaban a punto de
acabar con nuestras vidas. De repente nos volvimos
invisibles a su ojos. Las criaturas quedaron
desconcertadas.
Entonces Esmeralda sacó una pluma blanca de su
bolsillo. Y nos hicimos visibles de nuevo. Las
criaturas nos miraban paralizadas. No nos tenían
miedo pero se dieron cuenta que no éramos unas
presas fáciles.
-Con esta espada os destruiremos –dijo Esmeralda-
porque esta espada es un espíritu de hierro, para
matar a seres de vuestro mundo. Mira lo que hago
con tu pluma demonio. –Entonces hizo pedazos la
pluma, que en realidad era la pluma de un pájaro,
ante la estupefacción de las cuatro fieras.

Entonces sin esperar a que vinieran a por nosotras


nos precipitamos a su encuentro sin pensar, alzando
nuestras espadas al aire. Vimos sus caras
aterrorizadas. Leímos el miedo en sus ojos. Sabían
que íbamos a aniquilarlas con nuestras espadas
mágicas. Justo en el momento antes del impacto las
fieras se arrodillaron y se rindieron. Nos detuvimos
justo a tiempo. El acero no llegó a impactar contra
los monstruos. Entonces les dominamos y nos
ofrecieron su poder y su servicios. Firmamos un
pacto y lo guardamos en una caja, lo sellamos y se
lo enviamos a las condesas. En la carta del mundo
estas cuatro bestias quedaron representadas en las
cuatro esquinas como los cuatro poderes
controlados por un ser femenino esencial, que es en
realidad una amazona que baila con el mundo.
El pacto en sí mismo representaba el poder que
quedaría inscrito en la carta para siempre. El acto
se había realizado y el árbol de la vida y la magia
del viejo mundo quedarían secretamente
encarnados en un juego de cartas.

Muchas veces he pensado que hubiera ocurrido si


las fieras no se hubieran rendido. A nosotras nos
hicieron creer que si ellas pensaban que serían
atravesadas por nuestras espadas así ocurriría. Tal
vez fuera cierto, a lo mejor las habríamos
atravesado con nuestras armas. Pero a lo mejor no.
A lo mejor debíamos creer nosotras en ello, para
tener el valor necesario para lanzarnos al ataque y
conseguir su rendición. En realidad eso nunca lo
sabremos, porque lo más asombroso de las trampas
y las ilusiones, es que siempre hay algo en ellas que
nunca podremos entender.

Y ahora pienso en el día 15 de Enero de 1216


cuando Esmeralda Canoso fue atravesada por esta
inexperta espada, a traición. En esta batalla
desconocida por los libros, donde templarios y
amazonas lucharon juntos, sacrificaron sus vidas en
un último intento por sobrevivir. Y pienso si fue
únicamente el previo conocimiento de nuestra
derrota, lo que hizo que realmente nos
exterminaran, éramos menos en número, pero lo
que hizo que perdiéramos fue que ya habíamos
cumplido con el mundo, habíamos dejado un rastro,
un puente, y sabíamos que las cosas debían seguir
su curso. Yo estaba enferma ese 15 de enero y
Esmeralda me ató a la cama para que no la siguiera
a la batalla. No la volví a ver. No pude llorar sobre
su cuerpo. Y ahora mis lágrimas borran la tinta de
mi pluma. En esa batalla murieron todas las
amazonas. Alguien a lo mejor escribirá que la
última fui yo, pero después de esa batalla dejé de
ser para siempre una amazona, y me convertí en un
ser invisible, un habitante del que a partir de
entonces se llamó El Bosque Esmeralda.

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