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Histórico: porque los roles y las relaciones se forman y modifican a lo largo del tiempo, y
son, por tanto, susceptibles a cambios.
Por otro lado en relación al término género, Marcela Lagarde, lo aborda como perspectiva
teórica. Dicha autora sigue dos ejes temáticos esenciales: primeramente, la relación entre
teoría de género y la impronta revolucionaria de la que la impregna el feminismo; con
respecto a esto se hace necesario retomar el criterio de la propia autora que” (…) la
perspectiva de género es una toma de posición política frente a la opresión de género: es
una denuncia de sus daños y su destrucción, y es a la vez, un conjunto de acciones y
alternativas para erradicarlas.”(Lagarde, Marcela. Género y Feminismo. Editorial CIS,
España, 1996, p.70). Con esto la autora evidentemente salva al término género de
tendencias academicistas y alude el compromiso de aquellos que lo defienden, con la
transformación de realidades genéricas desiguales y opresivas.
Esto es en cuanto al primer eje, luego, el segundo eje temático que la autora sigue es lo
que denomina perspectiva sintetizadora de género, apuntando a la necesaria imbricación
del género con las diferentes aristas sociales, tales como la clase social, el grupo etario de
pertenencia, el nivel educacional, la raza, la cultura de referencia etc., pues son
dimensiones que se superponen y que regulan realidades genéricas específicas. Así
desde esta perspectiva” (…) no se invisibiliza ninguna configuración del mundo, la
sociedad, los sujetos o la cultura. Por el contrario, lo único que sí se hace es mirar esas
complejidades desde el género, integrando en el proceso analítico del mismo, las maneras
en que se articula el conjunto de condiciones y circunstancias. (Ibídem p.49).
Partiendo del hecho de que “cada persona es enseñada a ser mujer o ser hombre de diversas
maneras y por diferentes personas, instituciones y medios, y cada quien aprende o no aprende
según sus posibilidades, cada quien internaliza, hace suyo con grados diferentes el conjunto de
mandatos de género, y cada mandato.”(Lagarde, Marcela. Género y Feminismo. Editorial CIS
España, 1996, p.72). Los estudios de esta índole deben ser capaces de imbricar análisis macros
(que tengan en cuenta el marco más amplio en el que se dinamizan dichas relaciones) con
análisis micros (que retomen las vivencias de los individuos a partir de su sexo).
La teoría de género pone a la reflexión la construcción de una teoría social al margen de los
géneros en tanto construcción social de las diferencias sexuales, además de denunciar las
diferencias desiguales entre ellos, enfoque que caracterizó al discurso del siglo XIX y parte del
XX. Ahora cabe resaltar que disciplinas tales como: Sociología, Derecho, Filosofía, y la
Psicología contribuyeron al aporte de importantes categorías analíticas, entre ellas (identidad,
socialización, percepción social, etc.) que no fue sino hasta la consolidación de la propia teoría
de género en el ámbito académico que incluyeron la dimensión genérica (identidad de género,
percepción de género, socialización de género, etc.), destacando entonces, la relevancia de estas
en la comprensión de los distintos objetos de estudios de las disímiles ciencias.
El género sería así una estructura de relaciones sociales y el sistema social una totalidad
donde se articula lo institucional, lo simbólico y lo material en un contexto histórico
concreto; pero la integración de los distintos niveles no se da de manera armoniosa sino
que aparecen siempre contradicciones, conflictos y prácticas alternativas ( Connell; 1997:
35-38 ).
Asimismo, esta conceptualización se distingue de otra forma conceptual del género empleada
por las ciencias sociales contemporáneas: sistema sexo-género. En este caso, la utilización de
sistema de género permite trascender la idea implícita en el concepto anterior de que el género
se construye de distinta manera pero siempre a partir de una base común, un hecho universal,
que sería el sexo- las diferencias sexuales-. La antropología, refiere Mari Luz Esteban (2008),
defiende un punto de partida alternativo y más complejo del género: el de que son las
desigualdades sociales- el género- las que interpretan y explican las diferencias biológicas- el
sexo- de una determinada manera, y no al revés, como se piensa habitualmente, aunque existan
por supuesto realidades biológicas innegables (pero que son siempre interpretadas). Es un
sistema de género concreto (una forma de entender el parentesco, el poder, el trabajo…) el que
da lugar a una forma también concreta de leer e interpretar la biología, el cuerpo, la
reproducción.
Ponerse en esta situación implica también dejar a un lado visiones esencialistas del
género como “lo que somos”: ser mujer o ser hombre como únicas posibilidades y como
algo fijo, homogéneo, perfectamente identificable y separable uno del otro… para pasar a
entender y analizar la conformación de las identidades de género como “lo que hacemos”:
prácticas corporales, reproductivas, formas de movernos, de hablar, de vestirnos, de
interaccionar… como si de una escenificación social e individual se tratara en una
sociedad donde hay, además, unas instituciones que con sus normas y prácticas apoyan
las desigualdades entre hombres y mujeres ( Esteban; 2006 )
El análisis de las diferentes categorías de género elaboradas por diferentes autores, nos
permite posicionarnos respecto a este concepto de la siguiente manera: proceso de construcción
social e histórica , a través del cual se configuran las relaciones entre hombres y mujeres, entre
hombres y entre mujeres y en relación con todo un sistema social con sus contradicciones que le
sirve de base, definiéndose patrones, símbolos, representaciones, valores y sus correspondientes
prácticas, que encierran lo legitimado como masculino y femenino en una cultura determinada, e
incluso en un tiempo, contexto y espacio específico, pues no es una construcción estática.
Este concepto se considera más abarcador pues, no remite únicamente a las diferencias
biológicas, y las consecuencias que de esto se desprende para las relaciones entre hombres y
mujeres, sino que reconoce la importancia de todo el conjunto de condicionamientos sociales
que perpetúan a través de prácticas socialmente institucionalizadas, relaciones de poder, que
dan al traste con las diferentes manifestaciones de violencia que se reproducen en el sistema
social respecto a cada ser humano.