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de sus palabras”, le exija una verificación igualmente literal de las mismas (como
cuando alguien nos dice: “tú dijiste…”). Late aquí una voluntad de “aferrar a Dios” por
sus palabras, suprimiendo el misterio que las palabras expresan pero que no desvelan
en su integralidad, para poder exigirle a Dios un determinado signo.
Jesús responde con humildad diciendo que hay que dejar que Dios interprete Él
mismo sus propias palabras y no pretender “aferrarlo” mediante ellas: No tentarás al
Señor tu Dios (Dt 6,16). Jesús recuerda que el hombre no es quien para decirle a Dios
la manera concreta como Él tiene que cumplir sus palabras. Por eso Jesús nos
enseñará a orar diciendo santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase
tu voluntad, pero sin determinar el modo como esa santificación del Nombre, esa
venida del Reino y ese cumplimiento de la voluntad de Dios tiene que hacerse.
Nosotros oramos pidiendo a Dios que manifieste su gloria en el tiempo y el modo que
Él quiera y no pretendemos exigirle a Dios un signo concreto: que Él nos dé los que Él
quiera.
La tercera tentación se basa en algo que tiene un inmenso poder sobre los seres
humanos: la vanidad, el gusto por “el poder y la gloria”, por “todos los reinos del mundo
y su esplendor”. En efecto, todo lo que hay en el mundo se reduce a la “la
concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la arrogancia del dinero”,
escribe san Juan (1Jn 2,16). El diablo habla como quien es propietario de todo eso, y lo
es en verdad, porque el hombre, al pecar para obtener todo eso, se lo ha entregado a
él. Su precio es la idolatría: “Todo esto te daré, si te postras y me adoras”. La respuesta
de Jesús expresa la convicción de que sólo en Dios hay vida y de que tan sólo lo que
Dios da es fuente de verdadera vida y de felicidad: “Adorarás al Señor tu Dios y a él
sólo darás culto”. Porque fuera de Dios no hay ningún brillo que sea auténtico, fuera y
lejos de Él todo es “vanidad” (Qo 1,2), es decir, “inconsistencia”.
“Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y lo servían”. Los ángeles
pertenecen al ámbito propio de Dios (Mt 18,10; 22,30) y actúan sólo por encargo suyo
(Sal 90,11; Hb 1,14). Ahora ya está Jesús a solas con Dios; ahora está en el paraíso,
sin serpiente. Cuando tú has mostrado que tu relación con Dios no es para afirmarte tú,
sino para que Dios se manifieste en ti y a través de ti, entonces entras en el paraíso.
Como el buen ladrón.