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Tema 20. La Transición (1975-82). La Constitución de 1978.

Franco, que apenas era ya consciente de la gravedad del momento que vivía España,
falleció el 20 de noviembre de 1975. Muerto Franco, el 22/XI las Cortes proclamaban
Rey al príncipe don Juan Carlos de Borbón. Muy pocos confiaban que el nuevo rey
Borbón pudiera traer al país un cambio democrático pacífico. Los franquistas no creían
que esas fueran las intenciones del nuevo monarca, mientras que la oposición veía en él
al continuador de Franco, el cual se había encargado de educarle. Sin embargo, a partir
de este momento dio comienzo una serie de transformaciones de las instituciones de la
Dictadura que culminaron con el establecimiento de un sistema constitucional
democrático pleno. Se iniciaba así la llamada transición política, proceso considerado
modélico por la manera pactada y no violenta en que, en términos generales, se llevó a
efecto, y ello a pesar de la desfavorable coyuntura exterior en la que se desarrolló el
proceso.

1.- La Transición (1975-82)

1.1- Las fuerzas políticas al inicio de la Transición


Podemos señalar la existencia de distintos grupos políticos:

• Derecha franquista: aquí podemos encontrar dos partidos: la Confederación


Nacional de Asociaciones y hermandades de excombatientes (creada por el
falangista José Antonio Girón en 1974) y Fuerza Nueva (FN, dirigida por Blas
Piñar). Inmovilistas, eran conocidos popularmente como “el búnker”, y en
principio su poder se asentaba en el aplastante dominio en las Cortes y en los
medios de comunicación del movimiento.

También podemos señalar aquí a los llamados “aperturistas”, políticos


jóvenes que en su mayoría habían entrado en el Movimiento porque sólo en él se
podía hacer carrera política. Muchos eran monárquicos, otros estaban en política
simplemente como técnicos de la administración. Se perfilaban ya como relevo
de la vieja generación (Pío Cabanillas, Adolfo Suárez, Rodolfo Martín Villa,
Marcelino Oreja,…), y habían defendido los sucesivos proyectos de estatuto de
asociación política. También aquí podemos integrar a políticos más veteranos
como Manuel Fraga o José María de Areilza, convencidos de la necesidad de un
cambio político.

• Derecha democrática: la oposición política de derecha liberal era muy


reducida. La mayoría procedían de la oposición monárquica a la dictadura,
agrupados en torno al Consejo Privado de don Juan de Borbón (con Calvo Serer
al frente), y personalidades históricas como los demócrata-cristianos Joaquín
Ruiz-Giménez y José María Gil Robles, agrupados en torno a Izquierda
Democrática (ID). Su influencia en la calle era casi nula, pero sus declaraciones
públicas tenían mucha resonancia pues el resto de la oposición era aún
clandestina.

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• Fuerzas nacionalistas: a destacar la oposición de las fuerzas nacionalistas
vascas y catalanas. En Cataluña, desde 1971 existía la Assemblea de Catalunya,
organismo unitario de partidos, sindicatos, asociaciones vecinales y otros grupos
opositores al franquismo. En enero de 1975 se organizó el Consell de Forces
Politiques de Catalunya, que antepuso a cualquier reclamación el
restablecimiento de la autonomía catalana. Dentro del Consell, la derecha
nacionalista tenía desde 1974 su propio partido, Convergencia Democrática de
Catalunya, dirigido por Jordi Pujol.

La unidad de la oposición catalana contrastaba con la división en el País


Vasco, donde se enfrentaban los grupos nacionalistas y españolistas, aunque
éstos últimos con escasa implantación. Entre los primeros, la creciente actividad
de ETA y la durísima respuesta policial hicieron crecer el prestigio de la
organización terrorista, cuyas acciones eran apoyadas por amplios sectores de la
sociedad vasca. El principal partido nacionalista aquí era el Partido
Nacionalista Vasco (PNV), dirigido por Juan Ajuriaguerra, que rechazaba la
vilencia pero no condenaba los actos terroristas.

• Oposición de izquierda: la izquierda española estaba dividida antes y durante el


franquismo, lo cual dificultaba la labor de oposición. Estaba en primer lugar el
Partido Socialista Popular (PSP), fundado por el profesor Enrique Tierno
Galván tras ser expulsado de su cátedra en 1965. Pese a su pequeño tamaño,
tenía mucho respaldo entre estudiantes e intelectuales, y jugó un papel
importante durante la transición.

Hasta 1974 el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) había


permanecido dividido entre los viejos dirigentes en el exilio, encabezado por
Rodolfo Llopis, y los jóvenes dirigentes del interior (los “renovadores”). Esta
división había favorecido que el partido apenas hubiese tenido protagonismo en
la resistencia contra la dictadura. Esto propició que a la muerte de Franco la
influencia del partido fuera muy escasa, a excepción de algunas regiones donde
dominaba el sindicato afín al partido, la UGT (Asturias y País vasco,
fundamentalmente). Frente a esta inactividad, los renovadores creían que era
necesario atraer el voto de la izquierda moderada española ante la posibilidad de
un inminente cambio hacia la democracia. Este sector de renovadores consiguió
imponerse a los viejos dirigentes tras el Congreso de Suresnes (Bélgica, 1974),
donde consiguieron el apoyo de la Internacional Socialista. El nuevo secretario
general del partido sería el joven sevillano Felipe González.

El Partido Comunista de España (PCE) había desempeñado la principal


labor opositora al franquismo. Gracias a una buena organización y su disciplina
interna había conseguido la hegemonía absoluta en la Universidad, en el
movimiento vecinal, en los colectivos profesionales y, a través de Comisiones
Obreras, en los sindicatos verticales. Dirigido desde París por Santiago Carrillo,
cambió su discurso tradicional abrazando el llamado eurocomunismo, lo que
significaba la aceptación de las vías que ofrecía la democracia burguesa para la
conquista del poder, previo abandono teórico de la vía revolucionaria. Esto le
granjeó el apoyo de numerosos intelectuales, lo cual sería fundamental en la
transición democrática.

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La nueva estrategia moderada del PCE suscitó la escisión de los elementos más
extremistas, que formaron agrupaciones de extrema izquierda (Partido
Comunista de España Marxista-Leninista, Partido del Trabajo de España,
Organización Revolucionaria de Trabajadores, Movimiento Comunista o la). Su
implantación era escasa, aunque conjuntamente tuvieron alguna presencia entre
los universitarios durante la Transición. Algunas de estas fuerzas de extrema
izquierda eran terroristas, como el FRAP o el GRAPO.

• Sindicatos: dentro del mundo sindical la fuerza más importante era Comisiones
Obreras (CC.OO.), dirigida por Marcelino Camacho. También la Unión
General de Trabajadores (UGT), dirigida por Nicolás Redondo, comenzaba a
recuperar parte de su influencia perdida. Otros sindicatos como la Unión
Sindical Obrera (USO) o la Confederación Nacional del Trabajo (CNT)
tenían una influencia menor.

Cuando ya se preveía el final de la dictadura, las fuerzas de oposición se fueron


organizando en asambleas, plataformas o juntas. Hubo que esperar a 1974, el año de la
primera enfermedad de Franco, para que hubiera dos intentos de unir a toda la
oposición:

• La Junta Democrática: organizada en el verano de 1974 por el PCE, pretendía


ser una plataforma unitaria de la oposición. En ella se integraron partidos,
incluso no marxistas, como el PSP de Tierno Galván, asociaciones vecinales y
profesionales, sindicatos (CC.OO.) y personalidades independientes, como el
abogado García Trevijano o el monárquico Rafael Calvo Serer. El PSOE no se
integró en la Junta por el evidente protagonismo del PCE. Su primer manifiesto
promovía la “ruptura democrática”, lo que se traducía en derribar al régimen
mediante movilizaciones sociales y la formación de un Gobierno provisional que
dirigiera el proceso de transición, eliminando la legalidad franquista.

• La Plataforma de Convergencia Democrática: en el verano de 1975, el


PSOE organiza su propia plataforma sólo para grupos políticos y no para
personalidades aisladas, lo que ponía de manifiesto sus diferencias con el PCE.
En la plataforma se integraron entre otros grupos la Izquierda Democrática de
Ruiz-Giménez, el grupo socialdemócrata del antiguo falangista Dionisio
Ridruejo, el PNV, la UGT e incluso la facción del carlismo democrático
representado por Carlos Hugo de Borbón. A diferencia de la Junta Democrática,
la Plataforma no era partidaria de romper con la legalidad de la dictadura sino de
reformar el sistema.

En la primavera de 1976 ambas organizaciones convergieron formando la llamada


“Platajunta”, donde se acordó la ruptura pactada del franquismo.

1.2- El continuismo: el Gobierno de Arias Navarro


El discurso de investidura de Juan Carlos I como nuevo rey decepcionó a quienes
ansiaban un mensaje aperturista, haciendo pensar a muchos que la formación política
del nuevo rey junto a Franco podrían suponer que el monarca continuara con el régimen
anterior. Su discurso contrastó con el del cardenal Tarancón, que en la misa de la
coronación lanzó un mensaje claramente alineado con el cambio político y las
libertades.

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Pero desde el principio los asesores del monarca, entre ellos el catedrático y antiguo
profesor del monarca, Torcuato Fernández Miranda, tenían ya un diseño aproximado
de lo que debía ser el proceso de cambio político, que debería ser realizado desde dentro
de la propia legalidad franquista. Frente a la ruptura que pedía la oposición, se trataba
de hacer una reforma controlada, que garantizara sus privilegios al funcionariado civil y
militar del régimen y a la oligarquía económica. Para ello era fundamental colocar en
puestos clave a las personas que podían colaborar en el proceso.

Condicionado por los poderes fácticos, y para tranquilizar en parte al sector más
inmovilista del franquismo, el rey confirmó a Arias Navarro como presidente del
Gobierno, pero le impuso como ministros a franquistas moderados y reformistas como
Fraga o Areilza, y a una serie de políticos jóvenes como Alfonso Osorio, Martín Villa o
Suárez, que pronto se manifestaron a favor de la apertura. En consecuencia, el primer
Gobierno de la restaurada monarquía se caracterizó por las contradicciones entre Arias,
defensor de los principios esenciales del régimen franquista, y sus ministros reformistas,
quienes a sus espaldas estaban preparando un proyecto de reforma basado en el
bicameralismo y en retoques tibios del sistema.

Pero la dinámica social comenzó a desbordarse más deprisa de lo previsto. A


principios de 1976, una oleada de huelgas sacudió el país, en principio a causa de la
crisis económica y del aumento del paro, pero con un trasfondo político claro (la
petición de amnistía generalizada era elemento fundamental de todos los actos de la
oposición, pues el indulto parcial de diciembre de 1975 era considerado insuficiente). Si
la movilización era masiva en las dos grandes ciudades del país, la situación se hizo
explosiva en el País Vasco, sobre todo en Vitoria, donde la huelga general en la
industria se prolongó durante meses. La dura represión y los continuos atentados de
ETA agudizaron la tensión, que explotó cuando la policía terminó tiroteando a una
concentración de obreros, convirtiendo la ciudad en un campo de batalla. Otro hecho
grave ocurrió poco después en Montejurra, cuando pistoleros carlitas de ultraderecha
asesinaron a otros dos militantes del carlismo democrático, sin que las fuerzas de orden
presentes en la concentración hicieran algo por detener a los culpables, claramente
identificados. Tras estos acontecimientos, la imagen supuestamente reformista del
Gobierno quedó completamente desacreditada, a pesar de que no había sido el culpable
directo de los hechos. La oposición llegó finalmente a un acuerdo, por el cual la Junta
Democrática y la Plataforma de Convergencia se unieron y formaron Coordinación
Democrática (la “Platajunta”). Compuesta sólo por partidos políticos y sindicatos, su
manifiesto inicial insistía en rechazar las propuestas reformistas del Gobierno y en
proponer la ruptura democrática como fórmula de cambio, ante la inoperancia del
Gobierno y la cortedad de las reformas realizadas.

El Gobierno consiguió aprobar en las Cortes franquistas dos leyes sobre derechos de
reunión y de asociación política (de la que se excluía expresamente al PCE), pero se vio
sin apoyos para lograr la reforma del Código Penal que hubiera permitido la
legalización de los partidos políticos. La presión social y la opinión de ciertas
personalidades aperturistas condicionaron al rey, que decidió en el verano de 1976
cesar a Arias Navarro de la presidencia del gobierno.

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1.3- El inicio de la reforma política: el Gobierno de Adolfo Suárez
Todos los sectores políticos de la oposición pensaban que el sucesor de Arias sería
Areilza o Fraga, pero el monarca nombró presidente del Gobierno a Adolfo Suárez, uno
de los ministros del gabinete Arias. Su nombramiento causó sorpresa y desaliento pues
pese a su trayectoria de buen gestor en diversos cargos, nadie creía que un falangista
que había sido Secretario General del Movimiento pudiera ser un reformista. Los
inmovilistas, por su parte, veían en él un hombre de poco prestigio. Suárez se encontró,
además, con la negativa de Fraga o Areilza a colaborar, por lo que se vio obligado a
confeccionar un gabinete de políticos aperturistas de poco peso político como Martín
Villa, Landelino Lavilla, Marcelino Oreja, Fernando Abril Martorell y Leopoldo Calvo
Sotelo.

El nuevo Gobierno pronto dio signos de un cambio de talante. Las multitudinarias


manifestaciones a favor de la amnistía que la Platajunta convocó en todo el país en la
primera quincena de julio fueron respondidas con una actuación anormalmente tibia de
la policía, que había recibido órdenes en tal sentido. Las Cortes aprobaban finalmente la
reforma del Código Penal que permitiría la legalización de los partidos políticos (de la
que se pretendía excluir al PCE por su talante totalitario), y el Gobierno exponía su
programa de gobierno hablando por primera vez desde hacía décadas de soberanía
popular, de régimen democrático y de respeto por las libertades. A finales de julio se
decretó una amplia amnistía que excarceló a muchos presos políticos sin delitos de
terrorismo, lo que provocó una oleada de protestas en Euskadi.

En septiembre se presentó el proyecto de Ley para la Reforma Política, que iba a


ser la pieza fundamental de la transición legal hacia la democracia. El proyecto
significaba el cambio hacia un sistema parlamentario y constituyente nuevo a partir de
las instituciones franquistas, por eso era fundamental que contara con el apoyo de las
mismas Cortes franquistas y también de la oposición. La Ley se afirmaba en principios
tales como la soberanía popular, la inviolabilidad de los derechos individuales, el
sufragio universal de los representantes, el poder legislativo centrado en las Cortes,
bicameralismo (Congreso y Senado),... El texto, a pesar de la oposición de los
inmovilistas, sobre todo de muchos miembros del Ejército, fue aprobado por las Cortes
en noviembre gracias sobre todo a la labor del presidente de las Cortes, Torcuato
Fernández Miranda, pero como en ella se derogaban principios fundamentales del
régimen era necesaria que fuera ratificada mediante un referéndum nacional, que se
fechó para el 15/XII/1976. La campaña se desarrolló en un clima de agitación política,
en medio de atentados constantes por parte de ETA, manifestaciones duramente
reprimidas por la policía, la aparición pública del PSOE y de Santiago Carrillo, y el
secuestro por parte del GRAPO del presidente del Consejo de Estado, Antonio María de
Oriol. A pesar de las recomendaciones de la oposición de abstenerse por no haber
podido participar libremente en la campaña electoral, la participación fue masiva (77%
del electorado) y el “sí” ganó por mayoría (94% a favor y sólo un 2,6% en contra). El
Gobierno de Suárez salió muy reforzado, y la oposición abandonó definitivamente las
tesis rupturistas. A finales de 1976 se decretó la desaparición del Tribunal de Orden
Público, un nuevo paso más hacia la normalización política y democrática.

A comienzos de 1977 transcurren los meses más difíciles de la Transición. La


adopción progresiva de las medidas que restablecieran todas las garantías democráticas
para garantizar unas elecciones libres, se vio acompañada de una enorme tensión,
especialmente motivada por las acciones terroristas de extrema derecha y del GRAPO y

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la ETA. La estrategia de provocación alcanzó su momento más álgido en la última
semana de enero. Se inició con el asesinato de un estudiante en una manifestación pro-
amnistía a manos de los Guerrilleros de Cristo Rey, uno de los grupos más violentos de
extrema derecha. Al día siguiente se produjo el secuestro del presidente del Consejo
Supremo de Justicia Militar, general Villaescusa, por los GRAPO, y la muerte de otra
manifestante a manos de la policía. Pero el suceso más grave fue el asesinato por
pistoleros de ultraderecha de cinco abogados laboralistas del PCE en un despacho de la
calle Atocha, dejando a otros cuatro heridos. El partido reaccionó el día del entierro con
una gran manifestación silenciosa en el centro de Madrid, demostrando su fuerza
interna. La semana terminó con el asesinato a manos del GRAPO de varios miembros
de los cuerpos de seguridad del Estado. La situación de extrema violencia se calmó
poco después por el apoyo de la prensa democrática a la labor reformista del Gobierno,
y sobre todo por la liberación de Oriol y de Villaescusa gracias a la intervención
policial.

Suárez ya había iniciado por entonces los contactos con la oposición para la
legalización de los partidos políticos, salvo el PCE, que contaba con la oposición de los
franquistas intransigentes y de gran parte de la cúpula militar. Pero estaba claro que era
necesario legalizar a los comunistas antes de la celebración de las elecciones en junio, si
se quería que éstas fueran aceptadas como legítimas por la opinión pública nacional e
internacional. Suárez se entrevisto en secreto con Carrillo, quien se comprometió a
aceptar a la monarquía y a la bandera monárquica a cambio de ser reconocidos como
partido político legal. El primero de abril el Gobierno decretó la disolución del
Movimiento Nacional, y el día 9 se hizo pública la legalización del Partido
Comunista. A pesar de las precauciones tomadas, esta medida provocó la airada
protesta de un amplio sector del Ejército (dimisión del ministro de Marina) y de grupos
de derecha. Días después se legalizaron también las centrales sindicales y se hacía
posible la vuelta de los exiliados, como la dirigente comunista Dolores Ibarruri, “La
Pasionaria”. Era la prueba definitiva de la normalización política de España.

Ante las próximas elecciones de junio de 1977, las fuerzas políticas se fueron
perfilando. En la derecha se había fundado el año anterior Alianza Popular (AP),
liderada por Manuel Fraga e integrada por varios ex ministros franquistas. Aunque
reivindicaba el centro político, pronto representó a los nostálgicos de la dictadura, lo
que se confirmó con la inclusión de Arias Navarro. Suárez formó su propio partido, la
Unión de Centro Democrático (UCD), heterogénea coalición de liberales,
democristianos, socialdemócratas y ex falangistas (como el propio Suárez o Martín
Villa) cuya principal baza política era la popularidad de su presidente. En la izquierda,
el PSOE llevaba la delantera a un PCE que no había tenido tiempo desde su
legalización para diseñar su campaña, mientras que los grupos aún no legalizados de la
extrema izquierda tuvieron que presentarse de manera encubierta dentro de coaliciones,
lo que les resto apoyos.

Tras una campaña electoral de relativa normalidad, las primeras elecciones


democráticas desde hacía cuarenta años dieron el triunfo a las opciones de centro,
primero la UCD seguida del PSOE, dejando como minorías significativas, pero a mucha
distancia, al PCE y a AP. Nacionalistas catalanes y vascos y el PSP de Tierno Galván
ocupan los escaños restantes. La UCD consiguió una mayoría suficiente para gobernar
en solitario.

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1.4- El primer gobierno democrático de Adolfo Suárez. La Constitución de 1978
La prioridad del primer gobierno democrático fue hacer frente a la grave situación
económica que vivía el país, con una inflación cercana al 40%, aumento del paro, déficit
exterior galopante,…, elementos que podían poner en peligro el cambio político que se
estaba realizando. La situación era tan crítica que el Gobierno propuso un pacto a todas
las fuerzas políticas para solucionar de manera pactada los graves problemas
económicos, sociales y políticos.

Los llamados Pactos de la Moncloa, firmados el 15 de octubre, establecieron una


serie de medidas económicas, políticas y sociales que involucraron a todas las fuerzas
políticas y sociales, incluidas los sindicatos y la patronal. Las medidas tomadas
facilitaron rápidamente la contención de la inflación y pusieron un cierto orden en el
caos económico (a pesar de que durante varios años el paro siguió creciendo y los
indicadores siguieron siendo desfavorables), y sobre todo en el laboral, con medidas
como la reforma fiscal, la devolución a las centrales del patrimonio sindical, el control
de la Seguridad Social y un programa de inversiones públicas. En su conjunto, los
Pactos de la Moncloa resultaron fundamentales para que el Gobierno Suárez pusiera
avanzar en el proceso de normalización democrática.

Tras constituirse las nuevas Cortes, todos los grupos políticos coincidieron en la
necesidad de abordar la elaboración de una nueva Constitución que contara con el
máximo respaldo posible por parte de todas las fuerzas políticas. Para ello se formó una
Comisión Constitucional de 36 miembros y también se nombró una Ponencia formada
por siete representantes [Jordi Solé Tura (Grupo Parlamentario Comunista), Miquel
Roca Junyent (Minoría Catalana), José Pedro Pérez-Llorca (UCD), Gregorio Peces
Barba (PSOE), Miguel Herrero Rodríguez de Miñón (UCD), Manuel Fraga (AP) y
Gabriel Cisneros (UCD)] de todos los partidos políticos presentes en la Cámara con la
excepción del PNV, que fue excluido del proceso, lo que traería graves consecuencias
futuras.

Mientras los debates se sucedían, los nacionalistas vascos y catalanes comenzaban a


reclamar el restablecimiento de regímenes autonómicos en sus territorios. Ello dio lugar
a finales de septiembre al restablecimiento de la Generalitat, con el exiliado Joseph
Taradellas al frente. El 1 de enero de 1978 entraba en vigor también la preautonomía de
Euskadi, y a lo largo del año se irían constituyendo las del resto de comunidades
autónomas.

El consenso de estos momentos también le sirvió al Gobierno para afrontar a los


duros ataques que recibía desde la extrema izquierda y la extrema derecha. De poco
sirvió la amnistía prácticamente total aprobada en octubre de 1977. ETA acentuó sus
actividades terroristas, y en este caso contra el Ejército, conscientes de que se trataba de
la institución más sensible del Estado. El Gobierno resistió con dificultad las presiones
para declarar el estado de excepción, al tiempo que su imagen se deterioraba
definitivamente para la ultraderecha.

A pesar de todo, el proceso de elaboración constitucional siguió adelante, y tras


dieciséis meses de discusiones, en la Ponencia, la Comisión y los Plenos de ambas
cámaras se aprobó el proyecto constitucional el 31 de octubre con la única oposición del
PNV, ya que no se reconocían plenamente los derechos forales que ellos creían les
pertenecía. El 6 de diciembre de 1978 los españoles respaldaron masivamente la nueva

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Constitución, con un 87,7% de votos favorables. La actual Constitución es un texto
largo, y su rasgo más definitorio es la voluntad de diseñar un marco válido para todas
las opciones políticas y sociales. En ella se define al Estado como “social y democrático
de derecho”, y fija un sistema de monarquía parlamentaria en el que los poderes de la
Corona son formales. La declaración de derechos y deberes es extensa y una de las más
completas del constitucionalismo reciente. Políticamente configura un Estado con nítida
división de poderes. El legislativo lo forman dos Cámaras de elección popular directa,
con cuatro años de duración. El nombramiento del presidente del Gobierno corresponde
al Congreso, a través de la votación de investidura, y se establece el control
parlamentario sobre la acción del ejecutivo. El poder judicial corresponde en exclusiva a
jueces y tribunales, y se establece un Tribunal Constitucional como máximo órgano
jurisdiccional. Pero la principal novedad es la configuración de un Estado casi federal,
formado por “nacionalidades y regiones”, mediante la libre constitución de
Comunidades Autónomas a través de estatutos de autonomía que deberán ser aprobados
por las Cortes. La Constitución fija de manera prolija las competencias que
corresponden a las Comunidades y al Estado.

La Constitución de 1978, actualmente en vigor, sólo ha sido modificada una vez con
motivo de la incorporación de España a la Unión Europea. En los años ’80 se procedería
al desarrollo orgánico de la Constitución con la aprobación de una serie de leyes como
las leyes del Poder Judicial, del Tribunal Constitucional, la Ley del Divorcio, de
Enjuiciamiento Criminal,…, etc.

1.5- La segunda legislatura y el desgaste de Suárez


Una vez aprobada la Constitución se convocaron nuevas elecciones, tanto generales
como municipales, para 1979. La UCD volvió a ganar casi repitiendo los mismos
resultados que en las anteriores elecciones, pero en las elecciones municipales del mes
siguiente la coalición PSOE-PCE consiguió la mayoría de los grandes ayuntamientos, lo
que conllevó a que el consenso político de los años anteriores se viera sustituido a partir
de ahora por el enfrentamiento político entre el Gobierno y la oposición.

Desde 1979 la UCD, y por tanto el Gobierno, entra en crisis porque se ve incapaz de
hacer frente a varios problemas:

• La configuración del Estado de las Autonomías: en la nueva Constitución se


habla del derecho de las nacionalidades y regiones que integran el Estado a
formar Comunidades Autónomas, pero no se especificaba cuáles eran las
nacionalidades y cuáles las regiones. Esta ambigüedad supuso la aparición de
dos niveles de autonomía y numerosos conflictos entre las regiones del Estado
por los agravios comparativos. Todavía había que dilucidar los límites
territoriales de algunas autonomías y sobre todo el nivel de competencias que
era posible otorgarles y las que el Estado se reservaba en exclusiva.

En efecto, a causa de los pactos realizados durante el proceso constituyente


de la Constitución, se establecían dos tipos de comunidades: las históricas, con
un mayor autogobierno, y las restantes, con una capacidad de autogestión más
restringida. A finales de 1979 quedaron aprobados los estatutos de Cataluña y
País Vasco. Por la misma vía “rápida” quedaron configuradas más tarde como
comunidades históricas Galicia y Andalucía. El resto se fueron formando entre
1980 y 1983, no sin dificultades.

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El primer periodo, hasta 1982, se caracterizó por las dificultades en la
configuración del mapa autonómico; por la compleja elaboración de los
respectivos estatutos de autonomía; y por las rivalidades entre provincias de
algunas comunidades, y entre las propias comunidades a la hora de configurar su
influencia en el conjunto del Estado. A partir de ahí se inicia el largo proceso de
transferencia de competencias desde la Administración Central a las
Comunidades, que se prolonga hasta la actualidad. En 1981 la Ley de
Armonización del Proceso Autonómico (LOAPA) reguló las vías de
implantación de las comunidades autónomas, aunque algunos de sus artículos
fueron declarados inconstitucionales posteriormente. Gracias a la colaboración
de las minorías parlamentarias nacionalistas de CiU y PNV al gobierno de la
UCD, que despejaron las dudas de muchos sobre la supuesta ruptura de la
unidad de España por el proceso autonómico, se siguió adelante con los
traspasos de competencias.

En todo caso, al final del periodo de la Transición el nuevo modelo de Estado


había quedado definido.

• La crisis económica: inflación, estancamiento económico y desempleo son las


características económicas de la Transición, con cifras que seguían en aumento y
proporcionaban un deterioro económico y social generalizado.

• El peligro de golpe de Estado: el deterioro económico, el Estado de las


Autonomías y el incremento del terrorismo sembraron una enorme inquietud
entre las fuerzas armadas, sobre todo en ciertos sectores militares y civiles
ultraconservadores, que pensaban en la necesidad de dar un golpe de Estado que
pusiera fin a esta situación. A finales de 1978 se pudo abortar una conspiración
denominada Operación Galaxia, que pretendía asaltar el Palacio de la Moncloa.

• Crisis interna de su partido: las distintas “baronías” (distintas facciones


internas del partido) ponían constantemente en cuestión su unidad y el liderazgo
de Suárez.

Junto a todo esto, la derrota electoral en las elecciones autonómicas vasca y catalana,
la cada vez más dura oposición del PSOE (con moción de censura incluida en 1980), los
cambios ministeriales,…., minaron la posición del Gobierno, que se vio abandonado
también por la Iglesia (discrepancias en materia educativa) y la patronal. A finales de
enero de 1981 el presidente Suárez, agotado por las tensiones y el acoso político al
que estaba sometido, anunció su dimisión, siendo sustituido por Leopoldo Calvo
Sotelo.

1.6- El golpe de Estado del 23/II/1981. El Gobierno de Calvo Sotelo


En la tarde del 23 de febrero de 1981, cuando se estaba realizando en el Congreso la
votación para investir a Leopoldo Calvo Sotelo como Presidente del Gobierno, un
pelotón de guardias civiles, dirigidos por el teniente coronel Antonio Tejero, tomó al
asalto el Congreso. Este asalto debía producirse a la vez que el levantamiento de la III
Región Militar con capital en Valencia, al mando del general Milans del Bosch, y el
alzamiento de la Brigada Acorazada Brunete en Madrid, que debía ocupar los centros
neurálgicos de la capital.

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Los militares golpistas contaban para el éxito del alzamiento con la hipotética ayuda del
propio don Juan Carlos, según había confirmado el ex jefe de la Casa Militar del Rey, el
general Alfonso Armada, pero la negativa del rey de respaldar el alzamiento provocó
que en Valencia y Madrid los militares retiraran las tropas a los cuarteles. Mientras la
angustia sobrecogía a todo el país (la llamada “noche de los transistores”), las horas
pasaban y los golpistas fueron perdiendo la esperanza del éxito. En la madrugada el Rey
se dirigió a la nación explicando las medidas que había tomado y dejando clara la
posición de la Monarquía a favor del orden constitucional.

El fracaso del golpe produjo un enorme alivio, pero también sirvió para mostrar la
fragilidad que aún tenía el sistema democrático. El Gobierno de Calvo Sotelo duró
sólo un año y medio. Su mandato, no exento de aciertos, tuvo que afrontar algunos
problemas importantes, sobre todo la adhesión de España a la CEE y la incorporación a
la OTAN. Además de esto, no hay que olvidar la desintegración acelerada del partido.
El propio Calvo Sotelo, considerando que la situación interna de su propio partido
obstaculizaba la vinculación de España con Europa, disolvió las Cámaras y convocó
elecciones para octubre de 1982.

En las elecciones el PSOE, con la promesa del “cambio” como eslogan de la


campaña y también con la intención de sacar al país de la OTAN, alcanzó la mayoría
absoluta, mientras el PCE se desplomaba por las luchas internas entre eurocomunistas y
prosoviéticos. La UCD se derrumbó definitivamente, pasando la mayoría de sus
miembros a la Coalición Popular de la derecha. Con esta victoria electoral la Transición
ponía su punto y final, por cuanto que el acceso de un partido de izquierda al Gobierno
significaba la normalización definitiva de la alternancia política.

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