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Franco, que apenas era ya consciente de la gravedad del momento que vivía España,
falleció el 20 de noviembre de 1975. Muerto Franco, el 22/XI las Cortes proclamaban
Rey al príncipe don Juan Carlos de Borbón. Muy pocos confiaban que el nuevo rey
Borbón pudiera traer al país un cambio democrático pacífico. Los franquistas no creían
que esas fueran las intenciones del nuevo monarca, mientras que la oposición veía en él
al continuador de Franco, el cual se había encargado de educarle. Sin embargo, a partir
de este momento dio comienzo una serie de transformaciones de las instituciones de la
Dictadura que culminaron con el establecimiento de un sistema constitucional
democrático pleno. Se iniciaba así la llamada transición política, proceso considerado
modélico por la manera pactada y no violenta en que, en términos generales, se llevó a
efecto, y ello a pesar de la desfavorable coyuntura exterior en la que se desarrolló el
proceso.
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• Fuerzas nacionalistas: a destacar la oposición de las fuerzas nacionalistas
vascas y catalanas. En Cataluña, desde 1971 existía la Assemblea de Catalunya,
organismo unitario de partidos, sindicatos, asociaciones vecinales y otros grupos
opositores al franquismo. En enero de 1975 se organizó el Consell de Forces
Politiques de Catalunya, que antepuso a cualquier reclamación el
restablecimiento de la autonomía catalana. Dentro del Consell, la derecha
nacionalista tenía desde 1974 su propio partido, Convergencia Democrática de
Catalunya, dirigido por Jordi Pujol.
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La nueva estrategia moderada del PCE suscitó la escisión de los elementos más
extremistas, que formaron agrupaciones de extrema izquierda (Partido
Comunista de España Marxista-Leninista, Partido del Trabajo de España,
Organización Revolucionaria de Trabajadores, Movimiento Comunista o la). Su
implantación era escasa, aunque conjuntamente tuvieron alguna presencia entre
los universitarios durante la Transición. Algunas de estas fuerzas de extrema
izquierda eran terroristas, como el FRAP o el GRAPO.
• Sindicatos: dentro del mundo sindical la fuerza más importante era Comisiones
Obreras (CC.OO.), dirigida por Marcelino Camacho. También la Unión
General de Trabajadores (UGT), dirigida por Nicolás Redondo, comenzaba a
recuperar parte de su influencia perdida. Otros sindicatos como la Unión
Sindical Obrera (USO) o la Confederación Nacional del Trabajo (CNT)
tenían una influencia menor.
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Pero desde el principio los asesores del monarca, entre ellos el catedrático y antiguo
profesor del monarca, Torcuato Fernández Miranda, tenían ya un diseño aproximado
de lo que debía ser el proceso de cambio político, que debería ser realizado desde dentro
de la propia legalidad franquista. Frente a la ruptura que pedía la oposición, se trataba
de hacer una reforma controlada, que garantizara sus privilegios al funcionariado civil y
militar del régimen y a la oligarquía económica. Para ello era fundamental colocar en
puestos clave a las personas que podían colaborar en el proceso.
Condicionado por los poderes fácticos, y para tranquilizar en parte al sector más
inmovilista del franquismo, el rey confirmó a Arias Navarro como presidente del
Gobierno, pero le impuso como ministros a franquistas moderados y reformistas como
Fraga o Areilza, y a una serie de políticos jóvenes como Alfonso Osorio, Martín Villa o
Suárez, que pronto se manifestaron a favor de la apertura. En consecuencia, el primer
Gobierno de la restaurada monarquía se caracterizó por las contradicciones entre Arias,
defensor de los principios esenciales del régimen franquista, y sus ministros reformistas,
quienes a sus espaldas estaban preparando un proyecto de reforma basado en el
bicameralismo y en retoques tibios del sistema.
El Gobierno consiguió aprobar en las Cortes franquistas dos leyes sobre derechos de
reunión y de asociación política (de la que se excluía expresamente al PCE), pero se vio
sin apoyos para lograr la reforma del Código Penal que hubiera permitido la
legalización de los partidos políticos. La presión social y la opinión de ciertas
personalidades aperturistas condicionaron al rey, que decidió en el verano de 1976
cesar a Arias Navarro de la presidencia del gobierno.
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1.3- El inicio de la reforma política: el Gobierno de Adolfo Suárez
Todos los sectores políticos de la oposición pensaban que el sucesor de Arias sería
Areilza o Fraga, pero el monarca nombró presidente del Gobierno a Adolfo Suárez, uno
de los ministros del gabinete Arias. Su nombramiento causó sorpresa y desaliento pues
pese a su trayectoria de buen gestor en diversos cargos, nadie creía que un falangista
que había sido Secretario General del Movimiento pudiera ser un reformista. Los
inmovilistas, por su parte, veían en él un hombre de poco prestigio. Suárez se encontró,
además, con la negativa de Fraga o Areilza a colaborar, por lo que se vio obligado a
confeccionar un gabinete de políticos aperturistas de poco peso político como Martín
Villa, Landelino Lavilla, Marcelino Oreja, Fernando Abril Martorell y Leopoldo Calvo
Sotelo.
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la ETA. La estrategia de provocación alcanzó su momento más álgido en la última
semana de enero. Se inició con el asesinato de un estudiante en una manifestación pro-
amnistía a manos de los Guerrilleros de Cristo Rey, uno de los grupos más violentos de
extrema derecha. Al día siguiente se produjo el secuestro del presidente del Consejo
Supremo de Justicia Militar, general Villaescusa, por los GRAPO, y la muerte de otra
manifestante a manos de la policía. Pero el suceso más grave fue el asesinato por
pistoleros de ultraderecha de cinco abogados laboralistas del PCE en un despacho de la
calle Atocha, dejando a otros cuatro heridos. El partido reaccionó el día del entierro con
una gran manifestación silenciosa en el centro de Madrid, demostrando su fuerza
interna. La semana terminó con el asesinato a manos del GRAPO de varios miembros
de los cuerpos de seguridad del Estado. La situación de extrema violencia se calmó
poco después por el apoyo de la prensa democrática a la labor reformista del Gobierno,
y sobre todo por la liberación de Oriol y de Villaescusa gracias a la intervención
policial.
Suárez ya había iniciado por entonces los contactos con la oposición para la
legalización de los partidos políticos, salvo el PCE, que contaba con la oposición de los
franquistas intransigentes y de gran parte de la cúpula militar. Pero estaba claro que era
necesario legalizar a los comunistas antes de la celebración de las elecciones en junio, si
se quería que éstas fueran aceptadas como legítimas por la opinión pública nacional e
internacional. Suárez se entrevisto en secreto con Carrillo, quien se comprometió a
aceptar a la monarquía y a la bandera monárquica a cambio de ser reconocidos como
partido político legal. El primero de abril el Gobierno decretó la disolución del
Movimiento Nacional, y el día 9 se hizo pública la legalización del Partido
Comunista. A pesar de las precauciones tomadas, esta medida provocó la airada
protesta de un amplio sector del Ejército (dimisión del ministro de Marina) y de grupos
de derecha. Días después se legalizaron también las centrales sindicales y se hacía
posible la vuelta de los exiliados, como la dirigente comunista Dolores Ibarruri, “La
Pasionaria”. Era la prueba definitiva de la normalización política de España.
Ante las próximas elecciones de junio de 1977, las fuerzas políticas se fueron
perfilando. En la derecha se había fundado el año anterior Alianza Popular (AP),
liderada por Manuel Fraga e integrada por varios ex ministros franquistas. Aunque
reivindicaba el centro político, pronto representó a los nostálgicos de la dictadura, lo
que se confirmó con la inclusión de Arias Navarro. Suárez formó su propio partido, la
Unión de Centro Democrático (UCD), heterogénea coalición de liberales,
democristianos, socialdemócratas y ex falangistas (como el propio Suárez o Martín
Villa) cuya principal baza política era la popularidad de su presidente. En la izquierda,
el PSOE llevaba la delantera a un PCE que no había tenido tiempo desde su
legalización para diseñar su campaña, mientras que los grupos aún no legalizados de la
extrema izquierda tuvieron que presentarse de manera encubierta dentro de coaliciones,
lo que les resto apoyos.
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1.4- El primer gobierno democrático de Adolfo Suárez. La Constitución de 1978
La prioridad del primer gobierno democrático fue hacer frente a la grave situación
económica que vivía el país, con una inflación cercana al 40%, aumento del paro, déficit
exterior galopante,…, elementos que podían poner en peligro el cambio político que se
estaba realizando. La situación era tan crítica que el Gobierno propuso un pacto a todas
las fuerzas políticas para solucionar de manera pactada los graves problemas
económicos, sociales y políticos.
Tras constituirse las nuevas Cortes, todos los grupos políticos coincidieron en la
necesidad de abordar la elaboración de una nueva Constitución que contara con el
máximo respaldo posible por parte de todas las fuerzas políticas. Para ello se formó una
Comisión Constitucional de 36 miembros y también se nombró una Ponencia formada
por siete representantes [Jordi Solé Tura (Grupo Parlamentario Comunista), Miquel
Roca Junyent (Minoría Catalana), José Pedro Pérez-Llorca (UCD), Gregorio Peces
Barba (PSOE), Miguel Herrero Rodríguez de Miñón (UCD), Manuel Fraga (AP) y
Gabriel Cisneros (UCD)] de todos los partidos políticos presentes en la Cámara con la
excepción del PNV, que fue excluido del proceso, lo que traería graves consecuencias
futuras.
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Constitución, con un 87,7% de votos favorables. La actual Constitución es un texto
largo, y su rasgo más definitorio es la voluntad de diseñar un marco válido para todas
las opciones políticas y sociales. En ella se define al Estado como “social y democrático
de derecho”, y fija un sistema de monarquía parlamentaria en el que los poderes de la
Corona son formales. La declaración de derechos y deberes es extensa y una de las más
completas del constitucionalismo reciente. Políticamente configura un Estado con nítida
división de poderes. El legislativo lo forman dos Cámaras de elección popular directa,
con cuatro años de duración. El nombramiento del presidente del Gobierno corresponde
al Congreso, a través de la votación de investidura, y se establece el control
parlamentario sobre la acción del ejecutivo. El poder judicial corresponde en exclusiva a
jueces y tribunales, y se establece un Tribunal Constitucional como máximo órgano
jurisdiccional. Pero la principal novedad es la configuración de un Estado casi federal,
formado por “nacionalidades y regiones”, mediante la libre constitución de
Comunidades Autónomas a través de estatutos de autonomía que deberán ser aprobados
por las Cortes. La Constitución fija de manera prolija las competencias que
corresponden a las Comunidades y al Estado.
La Constitución de 1978, actualmente en vigor, sólo ha sido modificada una vez con
motivo de la incorporación de España a la Unión Europea. En los años ’80 se procedería
al desarrollo orgánico de la Constitución con la aprobación de una serie de leyes como
las leyes del Poder Judicial, del Tribunal Constitucional, la Ley del Divorcio, de
Enjuiciamiento Criminal,…, etc.
Desde 1979 la UCD, y por tanto el Gobierno, entra en crisis porque se ve incapaz de
hacer frente a varios problemas:
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El primer periodo, hasta 1982, se caracterizó por las dificultades en la
configuración del mapa autonómico; por la compleja elaboración de los
respectivos estatutos de autonomía; y por las rivalidades entre provincias de
algunas comunidades, y entre las propias comunidades a la hora de configurar su
influencia en el conjunto del Estado. A partir de ahí se inicia el largo proceso de
transferencia de competencias desde la Administración Central a las
Comunidades, que se prolonga hasta la actualidad. En 1981 la Ley de
Armonización del Proceso Autonómico (LOAPA) reguló las vías de
implantación de las comunidades autónomas, aunque algunos de sus artículos
fueron declarados inconstitucionales posteriormente. Gracias a la colaboración
de las minorías parlamentarias nacionalistas de CiU y PNV al gobierno de la
UCD, que despejaron las dudas de muchos sobre la supuesta ruptura de la
unidad de España por el proceso autonómico, se siguió adelante con los
traspasos de competencias.
Junto a todo esto, la derrota electoral en las elecciones autonómicas vasca y catalana,
la cada vez más dura oposición del PSOE (con moción de censura incluida en 1980), los
cambios ministeriales,…., minaron la posición del Gobierno, que se vio abandonado
también por la Iglesia (discrepancias en materia educativa) y la patronal. A finales de
enero de 1981 el presidente Suárez, agotado por las tensiones y el acoso político al
que estaba sometido, anunció su dimisión, siendo sustituido por Leopoldo Calvo
Sotelo.
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Los militares golpistas contaban para el éxito del alzamiento con la hipotética ayuda del
propio don Juan Carlos, según había confirmado el ex jefe de la Casa Militar del Rey, el
general Alfonso Armada, pero la negativa del rey de respaldar el alzamiento provocó
que en Valencia y Madrid los militares retiraran las tropas a los cuarteles. Mientras la
angustia sobrecogía a todo el país (la llamada “noche de los transistores”), las horas
pasaban y los golpistas fueron perdiendo la esperanza del éxito. En la madrugada el Rey
se dirigió a la nación explicando las medidas que había tomado y dejando clara la
posición de la Monarquía a favor del orden constitucional.
El fracaso del golpe produjo un enorme alivio, pero también sirvió para mostrar la
fragilidad que aún tenía el sistema democrático. El Gobierno de Calvo Sotelo duró
sólo un año y medio. Su mandato, no exento de aciertos, tuvo que afrontar algunos
problemas importantes, sobre todo la adhesión de España a la CEE y la incorporación a
la OTAN. Además de esto, no hay que olvidar la desintegración acelerada del partido.
El propio Calvo Sotelo, considerando que la situación interna de su propio partido
obstaculizaba la vinculación de España con Europa, disolvió las Cámaras y convocó
elecciones para octubre de 1982.
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