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El árbol de la vida

CONTENIDO
1. La manera de cumplir el propósito de Dios
2. La fuente y la consumación de los dos árboles
3. El árbol de la vida presentado en el Evangelio de Juan
4. La grosura de la casa del Señor
5. El fruto del árbol de la vida
6. El fin del árbol de la vida: la transformación
7. Cómo el postrer Adán se convierte en el árbol de la vida en nosotros
8. Cómo llegaron a existir el Cuerpo, el ejército y la morada de Dios
9. Cristo abre paso al árbol de la vida
10. El propósito de Dios se cumple con el crecimiento del árbol de la vida en nosotros
11. La manera de disfrutar del árbol de la vida como rico banquete mediante la palabra
12. La manera de disfrutar el árbol de la vida como rico banquete mediante la oración
13. Necesitamos ser pobres en espíritu y de corazón puro para poder experimentar el
árbol de la vida
14. La intención de Dios se cumple en la transformación
15. Cartas vivas de Cristo al mirar y reflejar Su gloria
16. La máxima intención de Dios hecha realidad

PREFACIO
Este libro se compone de mensajes dados por el hermano Witness Lee durante el verano de
1965 en Los Angeles, California
CAPITULO UNO
LA MANERA DE CUMPLIR
EL PROPOSITO DE DIOS
Lectura bíblica: Gn. 2:7-9; Jn. 1:4; 6:35,
57; 4:14, 24; 6:63
EL PROPOSITO DE DIOS
La economía de Dios y Su obra de edificación dependen del árbol de la vida. En Génesis 1
se halla una narración completa de la obra creadora de Dios. En el sexto día Dios creó un
hombre a Su propia imagen y luego le encomendó al hombre Su autoridad (Gn. 1:26). La
palabra “imagen” indica expresión. Existe algo en la imagen de usted que es su propia
expresión. Dios creó al hombre a Su propia imagen con el propósito de que el hombre sea
Su expresión en este universo y sobre esta tierra. Dios está escondido y es invisible; sin
embargo, tiene un deseo en Su corazón de expresarse mediante el hombre. Dios no creó mil
hombres a la vez, sino un solo hombre. Todos los descendientes de ese hombre fueron
incluidos en la creación de ese hombre. Dios creó un hombre corporativo a Su imagen para
expresarse, así que el hombre es la misma imagen, la propia expresión de Dios.

¿Por qué Dios también le encomendó al hombre Su autoridad? El propósito de Dios es


expresarse, pero este propósito fue frustrado en gran manera por el enemigo de Dios. Dios
tiene un enemigo en este universo y sobre esta tierra, y ésta ha sido usurpada de la mano de
Dios y robada. Por consiguiente, Dios tenía que crear un hombre para que éste se encargara
de Su enemigo. Es por esto que Dios le confió al hombre Su autoridad, para que el hombre
fuese no sólo Su expresión sino también Su representante, que le representaría en esta tierra
como la verdadera autoridad para encargarse del enemigo de Dios.

Dios le dio autoridad a Adán para que éste señorease en la tierra, y especialmente para que
señorease “en todo animal que se arrastra sobre la tierra” (Gn. 1:26). Lo implícito aquí es
que Dios tiene un enemigo, el cual está corporificado en los seres que se arrastran. En
Génesis 3 se infiltró la cabeza de todo lo que se arrastra, es decir, la serpiente, el enemigo
de Dios. La serpiente mencionada en Génesis 3 junto con los escorpiones descritos en
Lucas 10, los cuales representan los espíritus malignos, inmundos y pecaminosos, son los
seres que se arrastran. Dios le encomendó Su autoridad al hombre para que éste no sólo
tuviera el poder sino también la autoridad para señorear en la tierra y sojuzgarla. Esto
quiere decir que la tierra había estado en rebelión y que la tierra rebelde tenía que ser
sojuzgada. Por todos los sesenta y seis libros de la Biblia, siempre se encuentran estos dos
aspectos. La intención de Dios, por el lado positivo, es expresarse mediante el hombre
corporativo, y por el lado negativo, Su intención es eliminar a Su enemigo, Satanás, por
medio de este hombre corporativo. Al final de las Escrituras se ve una ciudad llamada la
Nueva Jerusalén (Ap. 21:2). La imagen de Dios es expresada a través de aquella ciudad
(Ap. 21:11; 4:3), y la autoridad de Dios es ejercida mediante aquella ciudad (22:5; 21:24-
26). Esa ciudad es la propia expresión y representación de Dios.

COMER DEL ARBOL DE LA VIDA


En Génesis 1 se ve el propósito de Dios, Su intención, pero no se encuentra la manera de
cumplir Su propósito, la manera de lograr lo que Dios quiere. La manera no se halla en
Génesis 1 sino en Génesis 2. ¿Cuál es la manera? La manera es el árbol de la vida (Gn.
2:9). Después de revelarse las palabras “imagen” y “dominio” (autoridad), tenemos la
palabra “vida” en Génesis 2. ¿Cómo podríamos nosotros los seres humanos creados
expresar a Dios si no tuviéramos la vida de Dios? Se puede tomar mi foto, pero esa foto
sólo tiene cierta imagen pero no tiene vida. Si Dios es vida dentro de usted y si vive en
usted, le es posible a usted vivir a Dios, expresar a Dios de modo completo. La manera de
cumplir el propósito de Dios se ve en el árbol de la vida. Aun la autoridad para representar
a Dios también depende del árbol de la vida. Si usted no tiene el árbol de la vida, o sea, si
Dios no vive en usted como vida, ¿cómo podría usted ejercer Su autoridad? En cuanto a los
dos aspectos del propósito de Dios, Su expresión y Su representación, necesitamos que
Dios sea nuestra vida. Necesitamos que Dios viva dentro de nosotros para que seamos Su
propia expresión y representación.

En toda la historia del mundo, han existido muchas religiones y muchos conceptos
naturales. Casi todas las religiones creen que Dios es el Creador y que nosotros somos las
criaturas. Como Creador, Dios es muy grande, muy elevado y está muy lejos de nosotros, y
nosotros somos muy pequeños y bajos. Tenemos que humillarnos y aun postrarnos para
adorar a este Dios Creador. Yo no diría que esto es incorrecto, pero le pediría a usted que
considere lo que Dios pidió al hombre después de crearlo. Dios, después de crear al
hombre, no dijo: “Adán, debes comprender que eres una criatura pequeña, y Yo soy tu gran
Creador. Siempre estoy en el trono, y tú siempre tienes que postrarte para adorarme”. No
encontramos semejante relato en Génesis.

Génesis nos dice que Dios, después de crear al hombre, le puso en frente del árbol de la
vida. Dios no le dio una lista de mandamientos. Esa fue la obra de Moisés después de la
caída, y no la obra de Dios según Su intención eterna. La ley se halla en Exodo 20, y no en
Génesis 2. En Génesis 2 vemos por primera vez la manera en que Dios se relaciona con el
hombre que creó. En cuanto a la Biblia, hay un principio básico de la primera mención.
Con la primera mención, se establece un principio al respecto. La primera mención de la
manera en que Dios se relaciona con el hombre ocurre cuando Dios puso a Adán delante
del árbol de la vida y le mandó que fuese cuidadoso acerca de lo que comiera (Gn. 2:16-
17). La intención de Dios con respecto al hombre no tiene que ver con el hacer, sino con el
comer. Si el hombre come bien y de manera apropiada, entonces estará bien.

El árbol de la vida es Dios en Cristo como el Espíritu; así es vida para nosotros. Es el Dios
Triuno: el Padre en el Hijo, y el Hijo como el Espíritu. Antes de recibir al Señor, nosotros
tal vez no pensábamos en Dios. Pero cuando fuimos salvos o avivados, es posible que
inmediatamente tomáramos la decisión de servir al Señor, de hacer todo lo posible para
cumplir buenas obras a fin de agradarle, y de “asistir a la iglesia” para adorarle. Estos
pensamientos, que concuerdan con nuestros conceptos naturales, son erróneos. Dios no
quiere que le sirvamos, que hagamos lo bueno para agradarle, ni que le adoremos de forma
religiosa y ritualista. Dios desea que le comamos. Nosotros tenemos que comerle. La
primera vez que vemos cómo Dios se relaciona con el hombre no vemos el hacer sino el
comer.

Dios se presentó al hombre en forma de alimento. Esto se ve claramente en el Evangelio de


Juan. Juan nos dice que en el principio era el Verbo, el Verbo era Dios, y en El estaba la
vida (1:1, 4). Un día El hizo un milagro alimentando a cinco mil personas con cinco panes
de cebada y dos peces (6:9-13). Luego querían hacerle rey. Pero El no lo aceptó (6:15).
Más tarde El les dijo que vino no como rey para regir sobre otros, sino como el pan de vida
para que le comieran (6:35, 57). El vino para que le comiéramos. El Señor no quiere que
consideremos cómo servirle, cómo adorarle, o cómo glorificarle, sino que le consideremos
como nuestro alimento. El se nos presentó como vida en forma de alimento. Debemos
recibirle alimentándonos de El y comiéndole. “El que me come, él también vivirá por causa
de Mí” (Jn. 6:57b).

Debemos creer en el Señor Jesús porque le necesitamos como vida (Jn. 3:16, 36). Creer en
El es recibirle como vida (Jn. 1:12-13). El no sólo es nuestro Salvador objetivo, sino
también nuestra vida subjetiva. Necesitamos esta vida. Después de que le recibimos, lo que
necesitamos no tiene nada que ver con obrar, servir o adorar, sino con comer. ¿Cómo
comemos, qué comemos y cuánto comemos? Inmediatamente después de que Dios creó al
hombre, le puso delante del árbol de la vida para que comiera de él. Esto significa que Dios
se presentó al hombre como vida en forma de alimento. Dios no tenía la intención de
pedirle al hombre que hiciera cosas para El. Dios sólo quiere que el hombre le reciba a El
como alimento, que el hombre se alimente de Dios.

CAMBIAR NUESTRO CONCEPTO DE HACER A


COMER
Espero que el Señor cambie el concepto de usted de hacer a comer. Sería maravilloso si
usted llegara a ser no sólo un cristiano que obrara sino uno que comiera. En el cristianismo
de hoy el énfasis siempre se pone en hacer y obrar. El cristianismo se ha degradado hasta
ser una religión, una religión de obras y labores. Pero la primera intención de Dios no es
que el hombre labore, sino que le disfrute como banquete y le coma, que el hombre disfrute
a Dios mismo. Juan 4:24 nos dice que tenemos que adorar a Dios, pero debemos preguntar
lo que significa la palabra “adorar”. Según todo el contexto de Juan 4, el Señor quiere decir
que el beber de El como el agua viviente en el versículo 14 equivale a adorarle en el
versículo 24. Cuando bebemos de El como el agua viviente, esto quiere decir que le
adoramos. Cuanto más bebamos de El, más seremos llenos de El y más le adoraremos. La
mejor manera de adorar al Señor es beber de El, alimentarnos de El, disfrutarle y recibirle.

Puede ser fácil decir que no debemos ser cristianos que obren, sino cristianos que coman.
Es posible que usted lo diga, pero puede ser que las oraciones que usted haga al Señor no
hayan cambiado. Tal vez siga orando: “Señor, ayúdame hoy a hacer lo correcto. Señor, Tú
conoces mi debilidad. Sabes cuán fácilmente pierdo la paciencia”. Esta oración demuestra
que usted todavía tiene el concepto del hacer. Si estuviera dispuesto a ser liberado del
hacer, eso sería un “verdadero milagro”. Necesita la visión. Una vez que el Señor lo
ilumine, usted dirá: “Señor, no quiero tener nada que ver con el hacer, así que no voy a
pedir que me ayudes a hacer nada. Pero ayúdame a alimentarme de Ti, a comerte”. He
estado aprendiendo esta lección por más de cincuenta años. A veces lo hacía como antes.
Cuando empezaba a pedir al Señor que me ayudara, inmediatamente tenía que detenerme y
decir al Señor: “Oh Señor, me abro a Ti. Tú eres mi disfrute”.

Podemos comprender que debemos olvidarnos del hacer, pero no es fácil olvidarnos de
ello. El hacer corre en nuestras venas. Es muy difícil deshacernos de ello. Debemos ver que
justamente después de que el Señor creó al hombre, le puso ante El y se le presentó a Sí
mismo como árbol de la vida en forma de alimento. Todos debemos aprender a
alimentarnos del Señor, a comerle. En China para los que creen en las enseñanzas de
Confucio es muy difícil olvidarse del hacer. Todos tenemos que entender primero que el
Señor no tiene intención de que hagamos algo para El. Su intención es presentarse a
nosotros como alimento día tras día. En el Evangelio de Juan, el Señor se ve primero como
la vida (1:4), como el pan de vida (6:35), como el agua de vida (4:14), y como el aliento de
vida, el aire (20:22). El es vida, alimento, bebida y aire, y no para que usted sea un cristiano
que obra, sino uno que le disfruta. Usted debe disfrutar al Señor como vida, como alimento,
como agua y como aire. Debe respirarle, beberle y alimentarse de El para poder vivir por El
y en El.

COMO DISFRUTAR A CRISTO


También necesitamos aprender a disfrutarle. El es vida, alimento, agua y aire para nosotros,
pero ¿cómo podemos disfrutarle? Si queremos disfrutar al Señor, tenemos que abrirnos, no
de manera superficial sino de forma profunda. No debemos abrir nuestra mente solamente,
o nuestro corazón; debemos abrir nuestro espíritu. Tal vez usted diga que está muy abierto
al Señor. Pero ¿cuán abierto está usted y cuán profundamente se abre al Señor? Es posible
que les parezca a muchos que un hermano esté muy abierto, pero puede ser que esté abierto
de manera superficial. No está abierto de manera profunda. Muchas veces cuando nos
acercamos al Señor, sólo abrimos nuestra mente pero no todo nuestro corazón. A veces
abrimos nuestro corazón, pero puede ser que una parte muy profunda de nuestro ser esté
cerrada. Tenemos que abrirnos desde lo más profundo de nuestro ser. Si queremos aprender
a disfrutar al Señor, debemos aprender esta lección: cómo abrirnos. Debemos abrir nuestra
mente, nuestro corazón y finalmente nuestro espíritu. Tenemos que abrir lo profundo de
nuestro ser al Señor.

Yo pensaba que beber del Señor significaba que el Señor estaba fuera de mí. Pero más
tarde, por mi experiencia y al leer la Palabra, especialmente Juan 4, descubrí que beber del
Señor no es así. Desde el momento en que recibimos al Señor, El como el manantial de
agua viva está dentro de nosotros. No considere que el manantial está en los cielos, ni que
es algo que está fuera de usted. Debe entender que el Señor como agua viviente está dentro
de usted como el manantial vivo en la parte más recóndita de su ser. El está en su espíritu.
Juan 4:14 dice: “El agua que yo le daré será en él un manantial de agua que salte para vida
eterna”. En este versículo debemos subrayar las palabras “en él”. Este manantial está “en
él”, o sea en nosotros. ¿En cuál parte de nosotros? Juan 4:24 dice: “Dios es Espíritu; y los
que le adoran, en espíritu ... es necesario que adoren”. Si leemos todo el contexto de Juan 4,
nos daremos cuenta de que esta agua viviente, el manantial que está en nosotros, está en
nuestro espíritu. Si usted quiere beber del Señor, no considere que el Señor va a entrar en
usted como si fuese alguien que está fuera de usted. El Señor ya está dentro de usted en su
espíritu. Ahora tiene que aprender a abrirse. Abra la mente, el corazón y el espíritu al
Señor. Luego el manantial brotará. Cuando este manantial brote y salte, le dará agua y usted
beberá de El.

Este manantial no es algo externo, sino algo que brota de su interior, de lo profundo de su
ser, su espíritu. Usted tiene el manantial viviente en usted, pero tal vez esté cerrado,
escondido, limitado dentro de usted. No es necesario que el Señor entre en usted, pero sí es
menester que usted se abra para que El brote. Cuando El brote desde su interior, usted
estará saciado. El problema hoy radica en que nosotros los cristianos no tenemos esta
visión. Sólo pensamos que el Señor es el Creador, el propio Dios, a quien debemos temer,
amar y servir; que es necesario que hagamos algo para agradarle y que le adoremos. No
comprendemos que El lo es todo para nosotros: nuestra vida, nuestro suministro de vida,
nuestra comida, nuestra bebida, y nuestro aire, y como tal lo podemos disfrutar. Ahora el
árbol de la vida no está fuera de nosotros sino adentro. Tenemos un suministro viviente en
nuestro interior, así que debemos aprender a abrirnos al Señor, quien es nuestro suministro
viviente e interior de vida.

Debemos orar: “Señor, ayúdame a abrirme a Ti”. Abrirnos no es muy fácil. Si usted trata de
hacerlo, va a descubrir dónde está usted. Tal vez sólo esté abierto hasta cierto punto. Quizá
no se abre de manera profunda. Tiene que aprender a abrirse. Ser salvo de manera sólida
depende de cuánto uno se arrepiente. Esto significa que depende de cuán profundamente se
abre al Señor. Es posible que hayamos sido salvos hace muchos años, y tal vez hayamos
aprendido del Señor muchas lecciones, pero aun ahora necesitamos aprender una lección
más: abrirnos desde lo más recóndito de nuestro ser. Si usted va al Señor y ora: “Señor,
ayúdame a abrirme a Ti”, entonces verá que el agua viviente brotará dentro de usted y
saldrá fluyendo. El fluir del agua viviente le trae a usted el suministro de vida. No trate de
hacer lo correcto, pero sí debe tratar de abrirse al Señor desde lo profundo de su ser.

Debemos aprender a acercarnos al Señor de una forma nueva. Tenemos que aprender a
tener contacto con el Señor abriéndonos interiormente. Usted tiene que decir: “Señor,
ayúdame a abrirte a Ti mi mente, mi corazón e incluso mi espíritu, o sea todo mi ser, lo más
recóndito de mi ser. Señor, revélame Tus riquezas e impártete en mí para que pueda
disfrutarte”. Si usted se abriera al Señor de tal forma, vería cuán real y precioso es el Señor
y cuán disponible está. Percibirá interiormente Su presencia, y será lleno de El. No sólo El
es la vida para usted, sino también la comida (el pan de vida), la bebida (el agua de vida), y
el aire (el aliento de vida). Todas estas cosas están relacionadas con el Señor, quien es el
árbol de la vida. Tiene que aprender a recibirle, disfrutarle, alimentarse de El, beberle y aun
a recibirle como aliento. La única manera de hacer esto es aprender a abrirse.
Abrase al Señor y aprenda a permanecer con El por un rato. Durante este tiempo, olvídese
de sus necesidades, su negocio, su familia, sus asuntos caseros, su trabajo y todo lo demás.
Simplemente ábrase al Señor y disfrútele por un período de tiempo. Aliméntese de El, beba
de El, y recíbale como aliento. Por muy ocupados que estemos, debemos tomar tiempo tres
veces al día para sentarnos a comer. La práctica más saludable es prestar toda la atención a
lo que uno come y nada más. Si uno trata de atender otras cosas mientras está comiendo, no
va a disfrutar mucho la comida y es posible que no la digiera bien. A veces no me gusta
recibir las llamadas telefónicas mientras estoy comiendo. Del mismo modo, mientras oro y
paso tiempo con el Señor, no me gusta recibir las llamadas. Todos necesitamos dedicar
algún tiempo, libre de todo disturbio, en el cual podamos abrir todo nuestro ser al Señor
sólo con el fin de disfrutarle.

Aprenda a tocar al Señor sabiendo que El es su comida, su bebida y su aire. Debe


disfrutarle. Tiene que alimentarse de El, beber de El y respirarle. Luego su vida cristiana
será saludable, y usted será normal. Nosotros somos un poco anormales porque somos muy
activos con respecto a los quehaceres y el trabajo, pero muy pasivos en el comer y el
disfrutar al Señor. No disfrutamos al Señor tanto, así que no expresamos ni representamos
al Señor de manera adecuada. Si nos alimentáramos del Señor de manera propia y
adecuada, bebiéramos de El rica y profundamente, y le respirásemos todo el tiempo y desde
lo más profundo de nuestro ser, seríamos una expresión y representación muy sólida del
Señor.

Debemos renunciar al hacer, al trabajar, al esforzarnos y al laborar. Tenemos que jubilarnos


en el Señor y resignarnos a El. Aprenda a acercarse al Señor para pasar un tiempo. Jubílese
de su trabajo para el Señor; renuncie a todas sus actividades para El. Yo descubrí el secreto:
si uno quiere jubilarse de todo para estar con el Señor, tiene que abrirse, cuánto más, mejor.
Tiene que abrirse desde lo más profundo de su ser. Aprenda a hacer sólo esto. Luego la
imagen del Señor y Su autoridad estarán con usted por medio de la vida. El agua viva podrá
brotar de su interior cuando usted se abra. Usted es la barrera, usted es el estorbo, la tierra.
Tiene que excavar para que el manantial de agua viva brote de su interior.

Aprenda a abrirse. Así disfrutará al Señor como el árbol de la vida. Junto con el árbol de la
vida tenemos el fluir del agua viva y el aire fresco como aliento de vida. Si usted se abre al
Señor, El brotará de su interior. Entonces su interior será nutrido, regado, refrescado y
fortalecido. Estará bien en cuanto a su persona, a su ser, a lo que usted es, y no solamente
en cuanto a lo que usted hace. Que el Señor nos traiga a Su intención, es decir, que le
disfrutemos como nuestra vida y nuestro suministro de vida para expresarle en Su imagen y
le representemos con Su autoridad en la tierra.
CAPITULO DOS
LA FUENTE Y LA CONSUMACION
DE LOS DOS ARBOLES
Nos ayudaría mucho ver por toda la Biblia un breve panorama del árbol de la vida. La
Biblia comienza con dos árboles y concluye con el resultado de los dos árboles. Empieza de
la misma manera en que termina.

LOS TRES PARTIDOS DEL UNIVERSO


En el universo hay tres partidos: Dios, Satanás y el hombre. El hombre se halla entre Dios y
Satanás. Después de que Dios creó al hombre, éste era neutral para con Dios y para con
Satanás. En Génesis, Dios está representado por el árbol de la vida. Dios se le presentó al
hombre como el árbol de la vida, así que el árbol de la vida es la realidad de Dios. Hay otro
árbol, el del conocimiento, el cual representa a Satanás. El hombre, creado por Dios, quien
le dio espíritu, alma y cuerpo (Gn. 2:7), tenía una posición neutral entre los dos árboles. Los
tres partidos de Génesis 2 son Dios, representado por el árbol de la vida, Satanás, la fuente
de la muerte, quien está representado por el árbol del conocimiento, y el hombre, quien fue
creado por Dios como ser tripartito. Génesis 2:7 dice que “Jehová Dios formó al hombre
del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”.
Este versículo presenta al hombre tripartito con su cuerpo formado del polvo de la tierra, su
espíritu como aliento de vida, y su alma, la cual se formó cuando el espíritu y el cuerpo se
juntaron. Entre Dios y Satanás había, y todavía hay, una lucha. Dios va a realizar y cumplir
Su propósito, y Satanás está haciendo todo lo posible por frustrar el propósito de Dios.
Todos los incidentes narrados en los sesenta y seis libros de las Escrituras surgieron o del
árbol de la vida a través del hombre o del árbol del conocimiento a través del hombre.

LAS DOS MEZCLAS


Antes de que el hombre tuviera contacto con el árbol de la vida al ejercitar su espíritu,
Satanás intervino y tentó al hombre a participar del árbol del conocimiento. Dios tenía la
intención de que el árbol de la vida entrara en el espíritu del hombre, pero el árbol del
conocimiento entró primero en el alma del hombre. Por consiguiente, una mezcla ocurrió
entre Satanás y el alma del hombre. Todas las cosas e historias malignas fueron producidas
por causa de la mezcla de Satanás con el alma del hombre. Esta mezcla es la mismísima
fuente de todo lo maligno y pecaminoso que existe en la tierra. Génesis 3 da una crónica de
esta mezcla, y en Génesis 4 se ve la consecuencia de ella. El resultado producido por la
mezcla de Satanás con el alma del hombre fue una ciudad y la cultura que se desarrolló allí
(Gn. 4:16-22). Caín puso a la ciudad el nombre de su hijo, Enoc. En aquella cultura el
hombre se convirtió en carne y toda la humanidad se corrompió por la maldad (Gn. 6:3, 5).
Debido a la corrupción de aquella cultura pecaminosa, Dios envió un diluvio para juzgar al
linaje humano (Gn. 7:17-24). Otro resultado de la fuerza satánica unida con el poder
anímico del hombre fue Babel (Gn. 11:1-9). La mezcla de Satanás y el poder anímico del
hombre produjeron Babel. Las historias negativas de Sodoma y Egipto, y todos los
acontecimientos pecaminosos narrados en Génesis y Exodo procedieron de la mezcla de
Satanás con el alma del hombre.

En la Biblia existe una línea de la obra satánica y otra línea de la obra de Dios. El enemigo
de Dios trabaja todo el tiempo inyectándose en el alma del hombre. Todas las cosas
malignas y todas las historias pecaminosas surgen de la mezcla de Satanás con el alma del
hombre, es decir, la obra de Satanás en el hombre, con el hombre y a través del hombre
produce todo esto. Al mismo tiempo Dios obra. La obra de Dios es forjarse en el espíritu
del hombre. Todas las cosas santas y todas las historias espirituales surgen de otra mezcla,
la de Dios con el espíritu del hombre. Finalmente, en el Nuevo Testamento tenemos este
versículo, 1 Corintios 6:17, donde dice: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con El”.
Puesto que el Señor mismo es el Espíritu (2 Co. 3:17) y al crearnos nos dio un espíritu (Ro.
8:16), podemos unirnos a El como un solo espíritu. La historia de Abel da testimonio de un
hombre que no vivió en el alma sino en el espíritu. Los relatos referentes a Enós, Enoc,
Noé, Abraham, Isaac, Jacob y José también testifican de personas que no vivieron por las
cavilaciones de su alma, sino por la fe hallada en su espíritu.

Los hijos de Israel, los descendientes de los Patriarcas, se desviaron del camino de Dios,
pero desde el día en que Dios los libró de Egipto, el día de la Pascua, se les enseñó a vivir
no de manera mundana o natural. Tenían que vivir por el cordero. Tenían que inmolar el
cordero, aplicar su sangre y comer su carne. También aprendieron a vivir comiendo el pan
sin levadura. Después de salir de Egipto, vagaron en el desierto y aprendieron a vivir por el
maná celestial. Vivieron de manera totalmente diferente de la forma mundana o natural.
Esto significa que aprendieron a no vivir en sí mismos sino en el Señor. El cordero pascual,
el pan sin levadura y el maná celestial, por los cuales vivieron los hijos de Israel, tipifican a
Cristo. Además, todas las ofrendas relacionadas con el tabernáculo y todo lo incluido en el
tabernáculo tipifican a Cristo. Esto nos da un cuadro completo de la manera de vivir en el
espíritu, y de no vivir por nosotros mismos, sino por el Señor.

Los hijos de Israel no pudieron ser salvos por sí mismos ni siquiera pudieron vivir por sí
mismos. Tenían que ser salvos por la sangre del cordero pascual, y tenían que vivir del
cordero pascual. En el desierto tenían que vivir día tras día del maná celestial. Todo lo que
los sustentaba era un verdadero tipo de Cristo. La columna de fuego y la columna de nube
tipificaban a Cristo. La roca de la cual fluyó el agua viva para saciar la sed de los hijos de
Israel, tipificaba a Cristo. Moisés y Josué, los líderes de los hijos de Israel, eran tipos de
Cristo. Todos estos tipos indican que no debemos vivir conforme a nosotros mismos, sino
por Cristo. Satanás ha ocupado y ganado a toda la gente mundana. Según lo que vemos en
el Antiguo Testamento, sólo una minoría, los hijos de Israel, fueron ocupados y ganados
por Dios. Aprendieron a vivir, a existir, a actuar, a ser, no de manera mundana, sino de
manera celestial. Esto significa que no vivieron por sí mismos sino por el Señor.

Por lo tanto, vemos un cuadro de dos mezclas: la primera, la mezcla entre Satanás y el alma
del hombre, y la segunda, la mezcla entre Dios y el espíritu del hombre. Todos los eventos
que han ocurrido en la historia del linaje humano han surgido de una de éstas. Dios tiene la
intención de forjarse en nosotros para ser todo para nosotros. Pero Satanás quiere forjarse
en el hombre para hacer una falsificación de la mezcla de Dios con el hombre. Satanás no
centra su atención en lo que hagamos o en lo que intentemos cumplir. La intención de
Satanás es impedir que toquemos a Dios y que seamos mezclados con Dios. Si puede hacer
esto, permitiría que hiciéramos cosas buenas y religiosas y aun utilizáramos las cosas
religiosas para impedir que seamos mezclados con Dios.

La historia de los hijos de Israel confirma esto. En los primeros años de su historia
aprendieron a vivir no por sí mismos sino por el Señor como el todo. Todo lo relacionado
con ellos en el Pentateuco tipificaba a Cristo, lo cual muestra que el Señor había llegado a
ser todo para ellos, que ellos no vivieron por sí mismos sino por el Señor. Con el tiempo, se
apartaron del Señor y usaron las cosas del Pentateuco como reglas y regulaciones,
formando así una religión de los tipos y las sombras de Cristo. Fueron engañados por las
cosas buenas y religiosas y cautivados por algo que no era el Señor apartándose así de El.
Esto es lo que llamamos la religión judía. Esta religión puede verse tanto en el Antiguo
Testamento como en el Nuevo. Según lo narrado en los cuatro Evangelios, podemos ver
cuánto el enemigo, Satanás, ha utilizado la religión judía para impedir que los hombres
tengan contacto con el Señor y le disfruten. Satanás, enemigo de Dios, tomó lo que Dios
había usado para llevar a los hombres a Sí mismo y con lo mismo formó una religión, la
cual usó como substituto para que en la experiencia de ellos Cristo, quien es la
corporificación de Dios, fuese reemplazado.

Cuando el Señor Jesús vino, era la realidad de todos los tipos del Pentateuco. Hay muchas
cosas en el Pentateuco, pero en los cuatro Evangelios hay una sola persona quien es todo-
inclusiva. El es el Cordero de Dios, el pan sin levadura, el maná celestial, el tabernáculo
con todas las ofrendas y todo. El es todo-inclusivo. Cuando se les presentó a Sí mismo a los
judíos, la mayoría no quería recibirle porque los judíos habían sido distraídos por su
religión y aun por el Antiguo Testamento. Los escribas y los fariseos usaron las Escrituras
para discutir con frecuencia con el Señor Jesús. Dios dio las Santas Escrituras para llevar a
Sí mismo a los hombres, pero aun estas Escrituras fueron usadas por el enemigo de Dios
para impedir que los hombres tengan contacto con el Señor. Los judíos fanáticos
escudriñaron las Escrituras buscando el conocimiento, pero no fueron al Señor Jesús para
recibir la vida (Jn. 5:39-40). Esto significa que se adhirieron al árbol del conocimiento,
gastando mucho tiempo en escudriñar, estudiar y aprender las Escrituras, pero no quisieron
acudir al Señor Jesús, el árbol de la vida, para recibir vida. Se adhirieron a algo que no era
el propio Señor.

El mismo problema continuó en el libro de Hechos. La iglesia empezó cuando un grupo de


personas recibió a Cristo y lo tomó como vida. La iglesia empezó y fue formada así. Sin
embargo, el libro de Hechos y las epístolas siguientes nos muestran que aun en la iglesia,
entre los cristianos, Satanás podía utilizar las llamadas cosas cristianas para impedir que los
hombres tuvieran contacto con el Señor y para distraerlos. El enemigo provocó las
divisiones entre los hijos del Señor para impedir que sean uno en Cristo.

Las divisiones surgieron de dos categorías de cosas: las enseñanzas y los dones. Las
Epístolas nos muestran que debido a las enseñanzas y los dones las divisiones empezaron a
existir entre los cristianos. Las enseñanzas y los dones son cosas buenas. Si no fueran cosas
buenas, los cristianos no las aceptarían. Pablo hace notar en 1 Timoteo que las diferentes
enseñanzas son la semilla, la fuente, de la declinación de la iglesia, o sea, de su degradación
y deterioro (1:3-4, 6-7; 6:3-5, 20-21). En la iglesia en Corinto el hecho de que hubiera
divisiones se debía mayormente a los dones. Las enseñanzas y los dones son cosas buenas,
pero debemos darnos cuenta de que las dos deben de ser para Cristo. Las enseñanzas no
deben de ser para sí, y los dones no deben de ser para sí. Todas las enseñanzas y todos los
dones deben de ser para Cristo. Las enseñanzas y los dones deben ser simplemente un
medio por el cual trasmitir a Cristo y no deben ser la meta en sí. Satanás, el insidioso, vino
a utilizar aun las enseñanzas buenas y los dones auténticos para seducir a la gente,
distrayéndola de Cristo.

Finalmente, al final de las Escrituras en Apocalipsis, vemos el sistema mundano casado con
la religión. La civilización mundana se muestra como un esposo, y la religión es comparada
con una ramera. Es por esto que en el libro de Apocalipsis hay un cuadro de una mujer, una
ramera, sentada en una bestia (Ap. 17:3). La bestia representa la máxima consumación de
todas las invenciones humanas que acaban en instituciones y en la política; sobre esa bestia
está una mujer, la cual representa la religión. Babilonia, la grande y misteriosa, es una
mezcla de la civilización humana y la religión. Si no entendemos claramente esta visión,
será fácil que seamos seducidos y apartados del camino de la vida, llevados a algo que no
sea el Señor mismo.

Satanás se inyectó en el alma del hombre y se mezcló con la misma. De esta mezcla
proceden todos los acontecimientos pecaminosos y malignos de la historia del linaje
humano. Debemos entender que vivir en nuestra alma y tratar con la religión es un asunto
serio. Aun la religión puede ser utilizada por Satanás. Si tenemos una visión clara del
Señor, veremos que hoy en día muchos cristianos, junto con las actividades cristianas, los
movimientos religiosos y las obras cristianas, son utilizados por el enemigo de Dios para
impedir que los hombres tengan contacto con el árbol de la vida, el cual es una figura de
Cristo.

EXPERIMENTAR A CRISTO
COMO EL ARBOL DE LA VIDA EN NUESTRO
ESPIRITU
Por el lado positivo, hay otra línea en el Nuevo Testamento, la de la mezcla de Dios con el
espíritu del hombre. Se nos manda a andar en el espíritu, vivir en el espíritu, actuar en el
espíritu y orar en el espíritu. Esta no es solamente una expresión. Cuando vivamos en
nuestro espíritu, no viviremos por nosotros mismos sino por el Señor. Cuando aprendamos
a andar conforme a nuestro espíritu, no andaremos según el sistema mundano sino según el
camino celestial. Según el Nuevo Testamento, aun las enseñanzas y los dones en sí están
clasificados con el árbol del conocimiento. Junto con el árbol del conocimiento están el
conocimiento, el bien, el mal y la muerte. Este árbol es complejo. Pero junto con el árbol de
la vida está una sola cosa y nada más: la vida, la vida, la vida. El árbol de la vida es
sencillo. Las Escrituras revelan la vida como el principio, como el proceso, como el fin, y
como todo. Es posible que nuestras buenas obras no estén relacionadas con la vida, sino
con el árbol del conocimiento del bien y del mal, incluso pueden estar totalmente envueltas
con él.

El Señor no tiene interés sólo en lo que hacemos, sino en dónde estamos: en nuestra alma o
en nuestro espíritu. Es por esto que el Señor recalcó muchas veces en los cuatro Evangelios
que debemos negar el alma, el yo. Esto se debe a que Satanás está mezclado con nuestra
alma, con nuestro yo. En Mateo 16, Pedro pensaba que decía algo bueno al Señor, pero el
Señor le reprendió, llamándole Satanás (vs. 22-23). Cristo percibió que no era Pedro sino
Satanás quien impidió que tomara la cruz. Inmediatamente después el Señor habló de negar
el yo y de perder la vida del alma (vs. 24-25). Esto comprueba que Satanás es uno con
nuestra alma, uno con nuestro yo.

Sólo las experiencias del Señor mismo en nuestro espíritu durarán eternamente. Las
enseñanzas no permanecerán, sino que pasarán. Nuestra necesidad principal no es recibir
más conocimiento del Señor. Lo que necesitamos hoy es tener contacto con el Señor. No
necesitamos los dones, sino al Señor mismo como vida, alimento, bebida y aire. Tenemos
que conocer y experimentar al Señor de una manera tan llena y todo-inclusiva. Luego
tendremos el conocimiento debido y viviente del Señor, no de la letra sino de la vida. Si
experimentáramos al Señor de tal forma, tendríamos la función apropiada. La función
adecuada y los dones apropiados surgirán de la vida interior.

Es bueno que nos retiremos de lo que no es el Señor mismo. Debemos aprender a volvernos
al Señor mismo. Todo lo relacionado con el árbol del conocimiento del bien y del mal es
complejo. El bien y el mal se mezclan y dan por resultado la muerte. Lo único que
necesitamos es disfrutar al Señor como el árbol de la vida. Tenemos que aprender a
disfrutar a este Señor viviente y a participar de El. Debemos aprender a tener contacto con
El, a conocerle en realidad, y a experimentarle en el espíritu como nuestra vida y nuestro
todo.

LA MAXIMA CONSUMACION DE LOS DOS


ARBOLES
Todas las cosas positivas surgen de la experiencia del árbol de la vida, de la mezcla de
Cristo como vida con nuestro espíritu. La iglesia, el reino, la Nueva Jerusalén, y todas las
cosas celestiales, positivas y espirituales surgen de la mezcla de Dios con nuestro espíritu,
es decir, de la experiencia del árbol de la vida. La máxima consumación del árbol del
conocimiento es el lago de fuego (Ap. 20:10, 14-15), y la máxima consumación del árbol
de la vida es la ciudad de agua, la Nueva Jerusalén (21:2). Esta ciudad está caracterizada
por un río puro de agua de vida, y con el árbol de la vida en medio de su corriente (22:1-2).
Todo lo perteneciente al hombre y relacionado con el árbol del conocimiento, con Satanás,
será echado en el lago de fuego, y todo lo perteneciente al hombre y relacionado con Dios,
con el árbol de la vida, entrará en la ciudad de agua viva. Necesitamos pasar más tiempo
leyendo el Nuevo Testamento una vez más con este punto de vista, el de estar en el espíritu.
CAPITULO TRES
EL ARBOL DE LA VIDA
PRESENTADO EN EL EVANGELIO DE
JUAN
Hemos visto que después de que Dios creó al hombre, lo puso delante del árbol de la vida.
Dios tenía la intención de que el hombre participara del árbol de la vida, el cual simboliza a
Dios en Cristo por medio del Espíritu Santo como vida para nosotros en forma de alimento.
No obstante, el hombre no tuvo contacto con el árbol de la vida, porque el enemigo de
Dios, Satanás, intervino para seducir al hombre y así apartarle del árbol de la vida
engañándole con otra fuente, el árbol del conocimiento. Junto con el árbol del conocimiento
encontramos no sólo el mal sino también el bien. Es el árbol del conocimiento del bien y
del mal y da por resultado la muerte. El hombre fue seducido, tentado, a participar de este
árbol, y así cayó.

EL DISFRUTE DE CRISTO
PRESENTADO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
Después de que el hombre cayó, lo primero que hizo Dios por el hombre fue proveerle un
sacrificio. Adán disfrutó y participó de ese sacrificio (Gn. 3:21). Abel, después de Adán,
participó del mismo sacrificio (4:4). Noé construyó un altar y ofreció en él sacrificios
(8:20). Más tarde, Abraham siguió los mismos pasos: construyó un altar y ofreció un
sacrificio (12:7-8). Isaac (26:24-25) y Jacob (35:1, 7) también siguieron los pasos de sus
antepasados construyendo un altar y ofreciendo sacrificios. El cordero Pascual fue el primer
aspecto principal de Cristo disfrutado por los hijos de Israel (Ex. 12:3-7). De Adán a los
hijos de Israel, los que fueron escogidos o elegidos por Dios, disfrutaron el mismo
sacrifico.

A partir de Exodo 12 los hijos de Israel empezaron a disfrutar el cordero, el cual tipifica a
Cristo. Cristo mismo es el Cordero de Dios, sacrificio único en su género, que quita el
pecado del mundo (Jn. 1:29). El cordero mencionado en Exodo 12 tiene dos aspectos: la
sangre que redime externamente y la carne que alimenta interiormente. La sangre
constituye el aspecto redentor del cordero, y la carne, el aspecto alimentador del cordero.
Mediante Cristo, el Cordero de Dios, fuimos llevados de nuevo a disfrutarle como el árbol
de la vida. Con el sacrificio del cordero pascual, los hijos de Israel disfrutaron el pan sin
levadura y las hierbas amargas (12:8). Luego experimentaron la columna de nube durante el
día y la columna de fuego durante la noche (13:21-22), el maná celestial (16:31), y el agua
viva que fluyó de la roca hendida (17:6). Finalmente, disfrutaron todas las ofrendas (Lv.
6:8—7:34), el sacerdocio (Ex. 40:13-15), el tabernáculo (Ex. 25:9), todas las riquezas de la
buena tierra (Dt.8:7-10) y, por último, disfrutaron de manera más completa a Cristo como
el templo (1 R. 7:51). El cordero pascual, el pan sin levadura, las hierbas amargas, el maná
celestial, el agua viva, las diferentes clases de ofrendas, y el rico producto de la buena tierra
constituyen diferentes aspectos del árbol de la vida. Recordemos que todo el Antiguo
Testamento nos habla de una sola cosa: Dios primero se presentó a Sí mismo como el árbol
de la vida para que participáramos de El como alimento y le disfrutáramos como nuestra
vida y nuestro todo. Después de que el hombre cayó, Dios le proveyó al hombre del cordero
para que pudiese ser redimido, y finalmente Dios mismo llegó a ser el templo para el
hombre.

CRISTO COMO EL CORDERO DE DIOS


Y COMO EL TEMPLO
Un día el Dios Triuno, quien es la realidad del árbol de la vida y de todas las otras cosas
positivas del Antiguo Testamento, se hizo hombre. El se encarnó. El Evangelio de Juan nos
dice que en el principio era el Verbo, el Verbo era Dios, y el Verbo se hizo carne (1:1, 14).
Juan 1:29 nos dice que éste es el Cordero de Dios. En Juan 2 el Señor revela que El es el
templo (vs. 20-22).

En el salmo 23 primero disfrutamos al Señor como el pasto viviente (v. 2), y finalmente le
disfrutamos como el templo. El salmista dice: “En la casa de Jehová moraré por largos
días” (23:6). El templo no solamente es la morada de Dios, sino también la de nosotros, los
que buscamos más a Dios. En Juan 15 el Señor Jesús nos dijo que debemos permanecer en
El; luego El permanecerá en nosotros (vs. 4-5). Llegamos a ser una morada para El, y El se
convierte en morada para nosotros. Esta es una morada mutua. El es nuestra morada,
nuestra habitación, nuestro templo (Ap. 21:22). En Juan 14 el Señor nos dijo que en la casa
de Su Padre había muchas moradas (v. 2). El Señor es nuestra morada, nosotros somos las
Suyas. Esta morada mutua indica la mezcla del Señor como Espíritu (2 Co. 3:17) con
nosotros en nuestro espíritu. “El que se une al Señor, es un solo espíritu con El” (1 Co.
6:17). El Espíritu divino y el espíritu humano se mezclan juntos como un solo espíritu, y
esta mezcla es la morada mutua. Somos la morada de Dios, y El es nuestra morada; El y
nosotros somos mezclados.

EL HIJO ES EL PADRE
Debemos volver a leer el Evangelio de Juan para descubrir todo lo que es el Señor Jesús
para con nosotros. Juan nos dice que el Verbo, quien era Dios, se hizo un hombre de carne.
¿Quién es este Cristo? Este Cristo es el mismo Dios encarnado para ser un hombre. El es el
Dios completo y el hombre perfecto, el Dios-hombre. Isaías 9:6 dice: “Porque un niño nos
es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre
Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”. Cristo como el propio
Dios encarnado para ser un hombre nos era un niño nacido, un hijo dado. El Evangelio de
Juan nos dice claramente que Cristo es el verdadero Hijo de Dios, pero Isaías 9:6 no sólo
nos dice que un niño nos es nacido cuyo nombre es Dios fuerte, sino que también nos dice
que un hijo nos es dado cuyo nombre es Padre eterno.
En Juan 14 Felipe le pidió al Señor Jesús que les mostrara a los discípulos el Padre, y luego
estarían satisfechos. Jesús le respondió a Felipe: “¿Tanto tiempo hace que estoy con
vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre; ¿cómo,
pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en
Mí?” (vs. 9-10). El Padre está en el Hijo, y el Hijo es la propia expresión del Padre. No se
puede separar al Hijo del Padre.

Debido a los límites de nuestro lenguaje humano con respecto a describir el misterio de la
Trinidad Divina, podemos decir que el Hijo y el Padre son dos personas de la Deidad, pero
no podemos decir que son dos personas separadas. Son dos personas en una sola realidad.
Nunca podemos separar al Hijo del Padre. Si usted no tiene al Hijo, no tiene al Padre (1 Jn.
2:23). Si tiene al Hijo, tiene al Padre porque el Padre está en el Hijo, y el Hijo es la
verdadera expresión, la propia corporificación, y la pura realidad del Padre. En Juan 10:30
el Señor Jesús dijo: “Yo y el Padre uno somos”.

EL SEÑOR ES EL ESPIRITU
Juan 14 revela que el Hijo es el Padre y luega revela que el Hijo es el Espíritu. El Señor les
dice a los discípulos que El pedirá al Padre que les dé otro Consolador y que este
Consolador es “el Espíritu de realidad, al cual el mundo no puede recibir; porque no le ve,
ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque permanece con vosotros, y estará en
vosotros” (v. 17). El Señor añade en el versículo 18: “No os dejaré huérfanos; vengo a
vosotros”. La persona mencionada en el versículo 17, quien es el Espíritu de realidad, llega
a ser aquel que habla en el versículo 18, quien es el Señor mismo. Esto significa que el
Señor, después de Su resurrección, llegó a ser el Espíritu de realidad, lo cual se confirma en
1 Corintios 15:45. Al tocar la cuestión de la resurrección, dice: “...fue hecho ... el postrer
Adán, Espíritu vivificante”. Isaías 9:6 es un versículo que comprueba contundentemente
que el Hijo es el Padre. Un hijo nos es dado, pero se llamará Su nombre Padre eterno. Otro
versículo, 2 Corintios 3:17, da una prueba irrefutable que el Hijo es el Espíritu: “ El Señor
es el Espíritu”. En 2 Corintios 3:6 dice: “La letra mata, mas el Espíritu vivifica”. Por lo
tanto, el Señor es el Espíritu que da vida, el Espíritu vivificante.

En Juan 20 el Señor Jesús fue a Sus discípulos después de Su resurrección y sopló en ellos,
diciéndoles: “Recibid el Espíritu Santo” (v. 22). El aliento que sale del Señor es el propio
Espíritu Santo. Cristo se encarnó para ser la corporificación del Dios Triuno, y llegó a ser el
Espíritu quien es la trasmisión del Dios Triuno. Por el Espíritu, el Señor trasmite a nuestro
ser todo lo que El es. La palabra griega traducida espíritu es pneuma, y puede significar
también viento, aliento o aire. El Espíritu hoy en día es como el aire que respiramos. Sin el
aire, nuestra vida cesaría en cosa de minutos. El aire es maravilloso. Se extiende por todos
lados, y al mismo tiempo está muy disponible. El Señor Jesús es para nosotros como el aire.
El sopló en los discípulos y les dijo que recibieran al Espíritu Santo. Nuestro Cristo no sólo
es el Salvador, el Redentor, el Cordero que fue inmolado en la cruz, sino que también es el
propio Dios en el Hijo, con el Padre como realidad y el Espíritu como trasmisión. El entra
en nosotros como el Espíritu, como el aire, muy extenso pero también disponible y real.
Este Espíritu como el aire es la plena realidad del Dios Triuno.
SEIS ASPECTOS PRINCIPALES DE CRISTO
QUE PODEMOS DISFRUTAR
Necesitamos la vida, la luz, el alimento, la bebida, el aire y también una morada, un lugar
de descanso. El Señor es todos estos aspectos para nosotros. Aunque hay muchos otros
aspectos de Cristo presentados en el Evangelio de Juan, éstos constituyen los seis aspectos
principales que podemos disfrutar. Cristo es nuestra vida (1:4; 14:6), pero si vamos a
mantener la vida, necesitamos a Cristo como luz (1:4; 8:12), alimento (6:35), bebida (7:37-
39; 4:14), aire (20:22) y como una morada (15:5). Todas estas cosas son diferentes aspectos
de Cristo como árbol de la vida. Necesitamos dejarnos impresionar con que el Señor es la
corporificación del Dios Triuno hecho real en nosotros como el Espíritu para ser todo para
nosotros. Espero que esta comunión amplíe nuestra comprensión y nuestra visión del Señor
Jesús. Llegué a conocerle de manera viva hace muchos años, pero cuando era un creyente
joven, no le conocía de manera completa. Debemos decirle al Señor: “Oh Señor, Tú eres
todo para mí”. Necesitamos la visión celestial con la cual ver todos los diferentes aspectos
de Cristo en la Palabra.

Según nuestra experiencia, cuando inhalamos al Señor como el aire fresco, también le
disfrutamos como el agua. En esta agua El es nuestro alimento, y en este alimento El es
nuestra luz. Aprendamos a inhalarle. Cuanto más le inhalemos, más le experimentaremos
como el rocío que nos refresca. En el agua viva se encuentra el árbol de la vida que crece, o
sea el alimento, y junto con este alimento siempre está la luz. El agua está en el aire, el
alimento en el agua y la luz está con el alimento. Cuanto más le inhalemos, más agua
recibiremos. Cuanto más agua recibamos, más seremos alimentados. Cuanto más alimento
recibamos, más seremos iluminados. Estaremos en la luz y llenos de la luz. Necesitamos
disfrutar al Señor de tal modo. Cuando acudimos al Señor para pasar un tiempo personal
con El, tenemos muchos aspectos de Su persona maravillosa por los cuales alabarle.

NACIDOS DE DIOS EN NUESTRO ESPIRITU


Juan 1:12 dice que “a todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio
potestad de ser hechos hijos de Dios”. Nosotros, por haber recibido a Cristo, nacimos “no
de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad del varón, sino de Dios” (v. 13). Todos
los que recibieron a Cristo nacieron de Dios. Cuando recibimos a Cristo inicialmente como
el árbol de la vida, un nacimiento tomó lugar y se estableció una relación de vida con Dios.
Cuando yo recibí a Cristo como mi Salvador, sólo comprendí que era pecador salvado de la
perdición eterna. No me di cuenta de que Cristo era vida para mí y que yo tenía una
relación de vida con el Dios Padre. Necesitamos entender que cuando recibimos a Cristo,
nacimos de Dios, y Dios nació en nosotros. Habiendo nacido de Dios, tenemos una relación
de vida con El.

Ahora tenemos que continuar para ver en cuál parte de nuestro ser sucedió este nacimiento.
¿Nacimos de Dios en nuestra mente, en nuestro cuerpo, o en nuestro corazón? Algunos
dicen que el corazón y el espíritu son la misma entidad. Pero la Biblia revela que el corazón
y el espíritu son entidades distintas. Ezequiel 36:26-27 dice: “Os daré corazón nuevo, y
pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y
os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu...” El corazón nuevo
mencionado en estos versículos difiere del espíritu nuevo, y este espíritu no es el Espíritu
de Dios porque en el versículo 27 el Señor dice “mi Espíritu”. Son tres entidades: un
corazón nuevo, un espíritu nuevo y “Mi Espíritu”. No podemos decir que el corazón es el
espíritu. Necesitamos un corazón nuevo, y también un espíritu nuevo.

En Juan 4:24 el Señor Jesús no dijo que Dios es Espíritu y que los que le adoren, en el
corazón deben adorarle. Debemos adorar a Dios en el espíritu. Juan 3:6 dice: “Lo que es
nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Nuestro segundo
nacimiento, nuestro nacimiento espiritual, el cual ocurrió cuando recibimos a Cristo, se
realizó en nuestro espíritu. Nacer del Espíritu significa nacer de Dios. Fuimos regenerados,
renacidos, en nuestro espíritu. Antes de que fuésemos regenerados, estábamos muertos en
nuestro espíritu (Ef. 2:1). Cuando recibimos a Cristo invocando el nombre del Señor, Cristo
como Espíritu entró en nosotros como si fuera aire.

Esta persona viviente, este aire espiritual, es maravilloso. Todos los procesos por los cuales
pasó el Dios Triuno, incluyendo la encarnación, el vivir humano, la crucifixión, la
resurrección y la ascensión, están incluidos en este aire junto con todo lo que es el Dios
Triuno, todo lo que ha realizado, logrado y obtenido. Cuando un pecador se abre al Señor
diciendo: “Señor, soy pecador. Perdona todos mis pecados y entra en mí para ser mi vida”,
el aire vivo, el aliento de vida, el Espíritu Santo, la mismísima realidad del Dios Triuno
encarnado como hombre, entra en esta persona para vivificar su espíritu muerto e impartir
al Dios Triuno en su espíritu. Ahora todo lo que es el Dios Triuno está en esta persona. Que
el Señor nos conceda a todos una revelación de este Dios Triuno todo-inclusivo y
maravilloso, quien mora en nuestro espíritu.

DEBEMOS ABRIRNOS AL SEÑOR


Juan 3:6 nos dice que nacimos de Dios en nuestro espíritu. Y Juan 4:14 dice: “El agua que
Yo le daré será en él un manantial de agua...” Las palabras “en él” son cruciales en Juan
4:14. Este manantial viviente de agua es Cristo, la propia corporificación del Dios Triuno
procesado, quien ha llegado a ser el Espíritu vivificante que mora en nuestro espíritu. Como
manantial de agua viva, el Señor siempre espera la oportunidad para brotar de nuestro
interior. Desde el momento en que usted recibió al Señor inicialmente, tal vez no se haya
abierto a El desde lo profundo de su ser. Si es así, el espíritu de usted se ha convertido en
una prisión, una cárcel, para Cristo. Es posible que Cristo esté encarcelado en usted. Quizás
usted tenga sed, porque la fuente, el manantial, en usted está cerrada; no fluye.

Si usted espera que de los cielos el Señor sacie su sed, que le dé agua de arriba, eso es
incorrecto. Si va a pedir que el Señor sacie su sed, que le dé agua, usted tiene que abrirse a
El. Cuando usted se abra, el Cristo que mora en usted saltará y fluirá (Jn. 7:37-39a). Cuanto
más salte El, más del agua le dará a usted. Su sed será saciada desde adentro, y no de arriba.
El manantial fue puesto en usted. La fuente de agua está en nosotros, en nuestro espíritu.
Esto se comprueba con Juan 4:24. El Señor es el Espíritu, y si vamos a tocarle, tenemos que
hacerlo en nuestro espíritu, lo cual significa que debemos aprender a abrirnos. Para poder
ejercitar nuestro espíritu, necesitamos abrir nuestro ser.

Alabado sea el Señor que el árbol de la vida ha sido plantado en nosotros. Lo que
necesitamos hacer es liberarle. Debemos aprender a liberar el Espíritu. Entonces le
disfrutaremos como el aire, el agua, el alimento, la luz y, de manera completa, como el
propio árbol de la vida. Esto es lo que nosotros los cristianos necesitamos ahora. No
debemos tomar lo que hemos dicho como enseñanza. Tenemos que poner en práctica lo que
oímos y siempre ir al Señor sabiendo que El es mucho para nosotros y que vive en
nosotros.

Debemos ejercitarnos para abrir nuestro ser a fin de tocarle a El. Entonces sabremos cuán
real, cuán fresco, y cuán refrescante El es para nosotros y también cuán disponible es para
nosotros. Disfrutando así al Cristo que mora en nosotros, el árbol de la vida, no sólo nos
salvará, nos librará, nos corregirá y nos regulará, sino que también nos transformará.
Necesitamos conocer a Cristo como el árbol de la vida. Necesitamos conocer a este Cristo
viviente en vida para que el Cristo que mora en nosotros como vida interior pueda
transformar todo nuestro ser interior.

CAPITULO CUATRO
LA GROSURA
DE LA CASA DEL SEÑOR
Lectura bíblica: Sal. 23:6; 36:8-9; 27:4;
84:3, 10; 90:1; Cnt. 2:3
LA INTENCION DE DIOS:
QUE EL HOMBRE LE DISFRUTARA COMO
ALIMENTO
Cuando el hombre fue creado, Dios primero se le presentó al hombre como el árbol de la
vida en forma de alimento. Cuando comemos, ese alimento llega a ser parte de nosotros.
Esta es la misma intención que Dios tiene con respecto a nosotros, a saber, que nosotros le
tomemos como alimento para ser mezclados con El a fin de expresarle en este universo. La
primera mención de algo en las Escrituras siempre constituye un principio gobernante, un
principio que gobierna todo lo que el Señor hace con nosotros. El principio básico de la
manera en que Dios trata Su pueblo consiste en que ellos le disfrutaran como alimento,
como su provisión de vida.
El Evangelio de Juan nos dice que un día este Dios, quien en el principio se le presentó al
hombre como alimento, se encarnó como hombre. Dios en la forma de un hombre volvió a
presentársele a él como alimento, como el pan celestial de vida (6:35, 57), para que el
hombre participara de El. En Génesis 2, en el principio, Dios se le presentó al hombre como
el árbol de la vida en forma de alimento. En Juan 6, después de la encarnación, Dios hizo lo
mismo. Se le presentó al hombre como el pan de vida para que el hombre participara de El.
En Juan 6:57 el Señor Jesús dijo: “El que me come, él también vivirá por causa de Mí”.

Antes de que el hombre participara del árbol de la vida, Satanás intervino haciendo caer al
hombre. Después de la caída, Dios todavía se le presentó al hombre, no como la vida
vegetal sino como la vida animal. Esto se debe a que después de la caída lo que se necesita
es el derramamiento de sangre. Después de la caída, necesitamos la redención, así que en
Génesis 3 un cordero fue preparado y provisto por Dios para Su pueblo caído (v. 21).
Exodo 12 nos muestra que con el cordero redentor todavía tenemos el disfrute de comer. La
sangre derramada del cordero es para redención, pero la carne de este cordero sirve como
alimento del cual los redimidos pueden comer (vs. 8-9). El cordero nos lleva de nuevo al
árbol de la vida. Si el hombre no hubiera caído, la vida vegetal habría sido suficiente para
su disfrute. Pero después de la caída, el hombre necesita no sólo la vida vegetal, la cual es
la vida que nutre, que hace generar, sino también la vida animal, la cual redime. La vida
animal tiene que ver con el derramamiento de la sangre para redención, lo cual nos puede
llevar de nuevo al disfrute de la vida que nutre y que hace generar.

Juan nos dice que el Cordero que quita el pecado del mundo es Cristo mismo, quien es el
verdadero Dios (1:1, 29). Además de comerse el cordero pascual también se comía el pan
sin levadura. El pan representa la alimentación. Después de ser redimidos, tenemos que
alimentarnos del Señor y recibir nutrición de El. Junto con el pan sin levadura los hijos de
Israel debían comer las hierbas amargas. Todos los aspectos de la Pascua tenían como fin el
disfrute del pueblo escogido del Señor.

En el desierto los hijos de Israel pasaron a disfrutar el maná celestial, el agua viva de la
roca herida y todas las diferentes ofrendas relacionadas con el tabernáculo. El libro de
Levítico nos muestra el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por
el pecado, y la ofrenda por la transgresión. Todas estas ofrendas tipifican diferentes
aspectos de Cristo que podemos disfrutar, y todos ellos, menos el holocausto, podían
comerse. Cristo llega a ser nuestro disfrute por causa de Su redención y mediante ella.
Además de estas ofrendas tenemos la ofrenda mecida y la ofrenda elevada. La ofrenda
mecida tipifica al Cristo resucitado. Cristo se está “meciendo” en resurrección. La ofrenda
elevada tipifica al Cristo ascendido. El es Aquel que ha sido elevado a las alturas del
universo. El Cristo resucitado y ascendido ha llegado a ser nuestro disfrute en plenitud.

LA PLENITUD DEL DISFRUTE DEL SEÑOR


Junto con todas las ofrendas tenemos el tabernáculo, y con el tabernáculo viene el
sacerdocio. Finalmente, en el Antiguo Testamento, la consumación es el templo. Muchos
no tienen el concepto correcto en cuanto al templo. Tal vez pensamos que el templo sólo es
algo para Dios, que es simplemente la morada de Dios. Pero debemos entender que el
templo de Dios, la casa de Dios, no sólo es para Dios sino también para nosotros. El templo
es la máxima expresión de Dios mismo como nuestro disfrute. Dios como templo llega a
ser nuestra morada. Esto corresponde con lo narrado en el Evangelio de Juan. En Juan 15 el
Señor nos manda a permanecer en El (v. 5), lo cual indica que El es nuestra morada. En
Juan 14 el Señor Jesús dice que en la casa de Su padre hay muchas moradas y que El iba a
preparar un lugar para nosotros. Juan 14 y 15 también revelan que somos las moradas del
Señor y que el Señor mismo es nuestra morada. Juan 15:4a dice: “Permaneced en Mí y Yo
en vosotros”. El Señor y nosotros permanecemos el uno en el otro mutuamente; ésta es una
morada mutua.

La intención de Dios es hacerse nuestro disfrute en muchos aspectos para poder forjarse en
nuestro ser a fin de que seamos totalmente unidos a El y mezclados con El. Los tipos, las
figuras y las sombras del Antiguo Testamento proveen un cuadro claro mostrándonos que
la intención de Dios es presentarse a nosotros como nuestro disfrute. Necesitamos aprender
a disfrutarle. Debemos disfrutarle como nuestra vida, nuestro alimento, nuestra bebida,
nuestra luz, nuestro aire, nuestra morada, y como nuestro todo. Salmos 90:1 dice: “Señor,
tú nos has sido refugio de generación en generación”. El Señor no sólo es nuestra vida,
nuestro alimento, nuestra bebida, luz y aire, sino que también es nuestra morada. Tenemos
que morar en El. Disfrutarle a El en tantos aspectos depende de que comprendamos que el
Señor es el árbol de la vida. La casa del Señor es la máxima expresión del árbol de la vida y
el máximo disfrute de lo que el Señor es para nosotros.

En el salmo 23 hay cinco pasos de la experiencia de ser pastoreado por el Señor: los pastos
verdes (v. 2), las sendas de justicia (v. 3), el valle de la sombra de la muerte (v. 4), el campo
de la batalla (v. 5), y morar en la casa del Señor para siempre (v. 6). El versículo 6 describe
la plenitud del disfrute del Señor: “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos
los días de mi vida”. La plenitud del disfrute del Señor es disfrutarle a El como la morada.

En el Evangelio de Juan el Señor Jesús se revela primero como el tabernáculo (1:14) y


luego como el templo (2:19-21). El mismo es el templo, la casa del Señor. Morar en la casa
del Señor significa disfrutar al Señor al máximo. El salmo 23 nos muestra que somos las
ovejas que el Señor pastorea y hemos de disfrutarle en muchos aspectos, tales como los
pastos verdes, las sendas de justicia y finalmente como la morada, el templo de Dios.

LA GROSURA DE LA CASA DEL SEÑOR


Salmos 36:8 dice: “Serán completamente saciados de la grosura de tu casa, y tú los
abrevarás del torrente de tus delicias”. Podemos decir que estamos satisfechos con el Señor
pero, ¿tenemos algunas experiencias de ser completamente saciados de la grosura de la casa
del Señor? ¿Qué es la grosura de la casa del Señor? Es la fuente de la vida, la cual es el
Señor mismo. La fuente de la vida está en la casa del Señor. Salmos 36:9 dice: “Porque
contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz”. Con esta fuente de vida está
la luz, lo cual corresponde definitivamente con Juan 1:4: “En El estaba la vida, y la vida era
la luz de los hombres”. La grosura de la casa del Señor es el manantial de la vida, donde se
origina la luz. Cuando nosotros disfrutamos al Señor Jesús como nuestra vida, sentimos que
somos iluminados.
En el lugar santo del tabernáculo el sacerdote que servía iba primero a la mesa del pan de la
proposición, la cual tipifica al Señor como nuestro pan de vida, nuestro suministro de vida.
Luego avanzaba al candelero, el cual representa a Cristo como la luz de vida (Jn. 8:12).
Cuando disfrutamos al Señor como la vida, disfrutamos la luz de vida y sentimos algo
dentro de nosotros que está resplandeciendo. Cuanto más disfrutamos al Señor como la
vida, más sentimos que somos llenos de la luz e iluminados interiormente. Del candelero el
sacerdote luego iba al altar del incienso para quemar el incienso, lo cual tipifica nuestra
oración que asciende al Señor como un olor grato para El. Esto nos muestra la grosura de la
casa del Señor, la cual proviene de la experiencia que tenemos del manantial de la vida y de
la fuente de la luz.

Cuando usted experimente al Señor de esta manera, o sea como vida y como luz y como el
olor grato de incienso en la oración que ofrece a Dios, inmediatamente sentirá la necesidad
de edificar el Cuerpo, la casa del Señor, la vida corporativa de iglesia. Cuanto más disfrute
usted a Cristo como vida, más deseo, hambre y sed tendrá por la vida de iglesia. Cuanto
más disfrute al Señor, más sentirá la necesidad de tener comunión con otros. Cuando entre
en la vida de iglesia, en la casa del Señor, ésta le llevará de nuevo a las muchas
experiencias de Cristo y enriquecerá y fortalecerá estas experiencias. Entonces estará usted
abundantemente saciado de la grosura de la casa del Señor. Verá que el manantial de la
vida y la fuente de la luz están en la casa del Señor. Si usted no está en la casa del Señor,
puede recibir un anticipo del manantial de la vida y la fuente de la luz, y este anticipo le
llevará a la vida de iglesia y hará que entre usted en ella. Cuando entre en la vida de iglesia,
en la casa del Señor, dirá: “Aquí está el lugar donde se hallan el manantial de la vida y la
fuente de la luz”. Tendrá la verdadera sensación de la dulzura, la grosura, de la casa del
Señor.

DEBEMOS REDIMIR NUESTRO TIEMPO


AL PERMANECER EN LA CASA DEL SEÑOR
En Salmos 27:4 David dijo: “Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo
en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y
para inquirir en su templo”. Lo único que buscaba David era morar en la casa del Señor por
toda su vida. En Salmos 84:10 el salmista dijo: “Porque mejor es un día en tus atrios que
mil fuera de ellos. Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, que habitar en las
moradas de maldad”. La mejor manera de redimir nuestro tiempo es quedarnos en los atrios
del Señor. Un día es mejor que mil. Tal vez muchos le critiquen a usted, diciendo que
malgasta su tiempo, pero en realidad usted no está malgastando el tiempo. Está ganando el
tiempo mil veces quedándose en la casa del Señor, en Su disfrute.

LA MEZCLA DE LO DIVINO CON LO HUMANO


La casa del Señor en el Antiguo Testamento primero era el tabernáculo y luego en el
templo. En el tabernáculo y en el templo había dos materiales principales: la madera de
acacia y el oro. La madera estaba cubierta con el oro y unida, entrelazada, por el oro.
Cuarenta y ocho tablas de madera de acacia conformaron la parte principal del tabernáculo.
Todas estas cuarenta y ocho tablas fueron cubiertas de oro. Había anillos de oro en cada
tabla que servían para unir las tablas (Ex. 26:24). Además había barras de acacia cubiertas
de oro que pasaron por en medio de las tablas para conectarlas (26:26-29). La madera de
acacia representa la naturaleza humana, y el oro, la naturaleza divina. Las naturalezas
divina y humana tienen que ser edificadas juntas y mezcladas como una sola. De esta
manera, la morada del Señor, el templo del Señor, es la mezcla de lo divino con lo humano.

La primera mención de la casa de Dios se encuentra en Génesis 28 con Jacob. Jacob tenía
una escalera erigida en la tierra y los ángeles de Dios subían y descendían por ella (v. 12).
Cuando Jacob se despertó, dijo: “No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo” (v.
17). El versículo 18 dice: “Y se levantó Jacob de mañana, y tomó la piedra que había
puesto de cabecera, y la alzó por señal, y derramó aceite encima de ella”. Entonces Jacob
llamó el lugar Bet-el, que significa casa de Dios (v. 19). La piedra con el aceite derramado
encima es Bet-el, el templo de Dios, la casa de Dios. Nosotros somos la piedra, y Dios es el
aceite. Así que, en este cuadro podemos ver de nuevo el principio de la mezcla de Dios con
el hombre. La casa de Dios, el templo de Dios, es la mezcla de lo divino con lo humano.

Cuando Dios se encarnó, la naturaleza divina se mezcló con la naturaleza humana. Jesús, el
Dios encarnado, era la mezcla de las naturalezas divina y humana, y nos dijo que El era el
templo (Jn. 2:20-22). Por medio de la muerte y la resurrección del Señor, este templo se
agrandó y llegó a ser la iglesia, el Cuerpo de Cristo (1 Co. 3:16). La iglesia como templo de
Dios es la mezcla de Dios con el hombre de manera corporativa. Había no sólo una tabla en
el tabernáculo, sino cuarenta y ocho tablas cubiertas de oro. Esta mezcla de Dios con el
hombre es una habitación mutua, la morada de Dios y la de los que le buscan a El. Los que
buscan más de Dios son Su morada, y El es la morada de ellos. Por medio de la muerte y la
resurrección de Cristo, ha sido cumplida la mezcla de Dios con Su pueblo escogido y
redimido para producir la morada mutua.

EL DISFRUTE Y LA EXPERIENCIA DE CRISTO


El sistema religioso de hoy nos ha distraído del disfrute de Cristo. La religión tiene
enseñanzas, reglas y ritos con los cuales adorar y servir a Dios. Las enseñanzas de la
religión tratan de cómo calibrar el carácter de una persona y cómo mejorar su conducta. En
el cristianismo de hoy hay muchas enseñanzas y muchos dones, pero lo triste es que hayan
pasado por alto el pensamiento central de Dios revelado en las Escrituras y aun lo hayan
perdido. El pensamiento central de Dios consiste en que Dios quiere ser nuestro disfrute.
Tenemos que participar de El y disfrutarle, no sólo debemos conocerle con cierta cantidad
de conocimiento objetivo, sino que debemos conocerle en nuestra experiencia subjetiva.
Tenemos que probarle como David nos manda en Salmos 34:8: “Gustad, y ved que es
bueno Jehová”. En el salmo 36 se nos dice que necesitamos saciarnos abundantemente de la
grosura de la casa del Señor, disfrutando el manantial de la vida en la luz del Señor. Esto
describe el disfrute y la experiencia que tenemos del Señor mismo. No es suficiente obtener
algún conocimiento objetivo acerca del Señor y aprender muchas doctrinas y enseñanzas
con respecto a El. Debemos experimentarle y gustarle.
La que buscaba en Cantar de Cantares dijo: “Como el manzano entre los árboles silvestres,
así es mi amado entre los jóvenes; bajo la sombra del deseado me senté, y su fruto fue dulce
a mi paladar” (2:3). Esto indica cuán precioso es el Señor para la que le busca. El es como
el manzano que provee de sombra y del rico fruto a la que le busca. Podemos descansar
bajo Su sombra y disfrutar Su fruto, el cual es todas Sus riquezas disponibles para nosotros.
El fin del manzano no es el estudio científico de la que le busca, sino proveerle manera de
descansar bajo su sombra y de disfrutar su fruto. Necesitamos experimentar y disfrutar al
Señor de semejante manera.

Por muchos años he recibido las enseñanzas, la ayuda y aun la fortaleza para disfrutar al
Señor de tal manera. Es por esto que no debemos centrarnos en las doctrinas, en las
enseñanzas ni en los dones, sino que debemos concentrar todo nuestro ser en el Señor
mismo. Debemos aprender a disfrutarle, tocarle, comerle y participar de El. El Señor dijo:
“El que me come, él también vivirá por causa de Mí” (Jn. 6:57). Tenemos que aprender a
conocer al Señor en nuestra experiencia, día tras día gustándole y saciándonos de El.
Necesitamos saciarnos de la grosura de Su casa, y ser saturados e impregnados con Su
dulzura.

EL RESULTADO DE DISFRUTAR AL SEÑOR


Si disfrutamos al Señor de esta manera, este disfrute creará un hambre profunda en nosotros
por el deseo del corazón del Señor, es decir, Su morada. Este disfrute nos incitará a orar:
“Señor, llévame a la plena experiencia de la vida de iglesia. Guárdame en Tus atrios y en
Tu casa todos los días de mi vida”. El disfrute del Señor le introducirá a usted en la vida de
iglesia, y ésta hará que le disfrute aún más como el manantial de la vida y como la fuente de
la luz. A veces la gente nos preguntaba de dónde viene la luz que hemos recibido. Querían
saber cuáles son los libros que hemos estudiado para poder sacar esta luz de la Palabra. En
realidad, la luz que hemos recibido es el propio Señor viviente en la iglesia. En la iglesia la
Biblia está abierta. La iglesia está tipificada por el tabernáculo. Dentro del tabernáculo está
la mesa del pan de la proposición, la cual es la fuente, el manantial, de la vida, y el
candelero, el cual es la fuente de la luz. La vida y la luz están en la casa del Señor, en la
iglesia, el edificio de Dios. Esta vida y esta luz son inagotables en la iglesia. En la casa del
Señor hay luz en abundancia, como dijo el salmista: “En tu luz veremos la luz” (36:9).

El disfrute del árbol de la vida da por resultado el tabernáculo, la casa del Señor. Si le
disfrutamos de una manera viviente y real como árbol de la vida, tendremos el tabernáculo
y estaremos en la casa del Señor. En ese momento podremos decir que estamos saciados de
la grosura de la casa del Señor. Le disfrutaremos como el manantial de la vida y como la
fuente de la luz. Sólo desearemos morar en Su casa todos los días de nuestra vida y
comprenderemos plenamente que un día en Sus atrios es mejor que mil. Seremos como el
gorrión que halla casa y la golondrina que encuentra nido para sus polluelos en los altares
de la casa (Sal. 84:3). La vida de iglesia será nuestro lugar de reposo y un nido donde
podemos cuidar a los que hemos traído al Señor. Damos gracias y alabanzas al Señor por la
grosura de Su casa.
CAPITULO CINCO
EL FRUTO DEL ARBOL DE LA VIDA
Lectura bíblica: Jn. 6:35, 57, 63; 7:37;
8:12; 9:5; 11:25; 1 Co. 15:45
CRISTO COMO ARBOL DE LA VIDA
Y COMO CORDERO DE DIOS
El primer cuadro que vemos en toda la Biblia es el de Dios presentándose al hombre como
árbol de la vida, en forma de alimento, para que el hombre le ingiriera, le comiera y le
tuviera como vida. Después de esto, el hombre cayó. Pero inmediatamente después de la
caída del hombre, Dios le proveyó un cordero. Si leemos las Escrituras según el punto de
vista celestial, veremos quién es este cordero. Después de la caída del hombre, Dios no sólo
le proveyó de un cordero al hombre caído, sino que también sacrificó un cordero por él
(Gn. 3:21; 4:4). Adán cayó, pero debido a que disfrutó del cordero como cubierta, como
vestidura, podía seguir viviendo. Abel, Noé, Abraham, Isaac, Jacob y todos sus
descendientes, los hijos de Israel, también disfrutaron del cordero (Gn. 4:4; 9:20; 12:7;
26:25; 35:7; Ex. 12:3-10).

La fiesta de la Pascua fue un nuevo comienzo para los hijos de Israel (Ex. 12:2). Su historia
empezó con un cordero. El cordero fue inmolado, la sangre fue derramada para la redención
(Ex. 12:3, 7; 13:13, 15), y ellos comieron la carne del cordero (12:8-10). En la Biblia
primero tenemos el árbol de la vida y luego el cordero. En Juan 1:29 Juan el Bautista
declaró que Cristo era el Cordero de Dios. Cristo como Cordero de Dios es el Verbo, quien
es Dios encarnado para ser hombre (1:1, 14). Cristo es el Dios completo y el hombre
perfecto: el Dios-hombre.

Después de la creación y antes de la caída del hombre, Dios se le ofreció al hombre como el
árbol de la vida (Gn. 2:9, 16). Después de la caída del hombre, Dios se le ofreció como un
cordero al hombre (Gn. 3:21; 4:4) porque éste necesitaba redención. Con respecto al árbol
de la vida antes de la caída, la redención no era necesaria porque no había pecado. El
pecado entró con la caída (Ro. 5:12); por eso, se hizo necesaria la redención. Después de la
caída, el árbol de la vida solo no es suficiente para satisfacer la necesidad del hombre, pues
éste necesita ser redimido (He. 9:22), y con el cordero se obtiene redención. Antes de la
caída, Dios dispuso que el hombre comiera solamente vegetales (Gn. 1:29) y no animales.
Después de la caída y durante el desarrollo de éste, Dios cambió lo que había dispuesto,
dándole al hombre no sólo verduras, sino también animales para comer (Gn. 9:3).

El árbol de la vida tiene que ver con la alimentación, y el cordero, con la redención. Pero
aun el cordero trae algo que alimenta. Lo dicho por el Señor en Juan 6 es difícil de entender
para muchos lectores. Aun muchos de los discípulos del Señor en aquel tiempo tropezaron
por Sus palabras. Dijeron: “Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?” (6:60b). El Señor
dijo que El era el pan de vida (v. 35) y que Su sangre era verdadera bebida (v. 55). No es
posible que el pan material tenga sangre. Sin embargo, el Señor Jesús como pan de vida
dijo: “Mi carne es verdadera comida, y Mi sangre es verdadera bebida” (v. 55). El Señor
Jesús como pan de vida dio a entender que El era una continuación del árbol de la vida
cuyo fin es alimentar al hombre. La sangre y la carne indican que Cristo es el Cordero de
Dios (1:29).

Si Cristo, después de la caída del hombre, no hubiese sido el Cordero, nunca podría haber
sido el pan. Sin la redención, nunca podría ser El nuestro alimento. La redención no es la
meta o el objetivo, sino el procedimiento para llegar a la meta. El Señor Jesús derramó Su
sangre para efectuar la redención a fin de que nosotros comiéramos Su carne y fuéramos
alimentados. De modo semejante, el cordero pascual fue inmolado, la sangre del cordero
fue rociada sobre las puertas, y en la casa, bajo la cubierta de la sangre rociada, los hijos de
Israel descansaron y disfrutaron de la carne del cordero (Ex. 12:3-11).

CRISTO COMO TEMPLO


Primero, Dios se presentó como el árbol de la vida. Luego, después de la caída, se presentó
como el cordero, y por medio del cordero, Su pueblo redimido empezó a disfrutarle. Los
santos del Antiguo Testamento continuaron disfrutando a Dios en muchos aspectos y, con
el tiempo, disfrutaron a Dios al máximo como el templo. Al final del Antiguo Testamento,
el templo es el resultado de disfrutar a Dios y es el disfrute máximo de Dios.

En el Nuevo Testamento Jesús vino como el propio Dios. El Evangelio de Juan dice: “En el
principio era el Verbo ... y el Verbo era Dios” (1:1). Este Dios un día se encarnó como
hombre para ser un Dios-hombre, quien es el Cordero de Dios (1:29). En Juan 2 el Señor
Jesús, el Dios-hombre, nos dijo que El era el templo (2:19-21). Su antecesor, Juan el
Bautista, declaró que Jesús era el Cordero, y el Señor mismo declaró que El era el templo.
Su precursor nos dio el primer aspecto y Jesús mismo nos dio el último. Entre estos dos hay
muchos aspectos de Cristo en el Evangelio de Juan.

LOS ASPECTOS DE CRISTO


QUE PODEMOS DISFRUTAR
EN EL EVANGELIO DE JUAN
En Juan 1 Cristo es el Verbo, quien es Dios (1:1). En El estaba la vida, y esta vida es la luz
de los hombres (v. 4). A El le reciben Sus creyentes, a quienes les da la potestad de ser
hijos de Dios (v. 12). El es Aquel que se encarnó como hombre, el Verbo que se hizo carne,
lleno de gracia y de realidad (v. 14). El fue declarado como el verdadero Cordero de Dios y
de El se dio testimonio como tal (v. 29). Por último, El es la escalera celestial que une la
tierra a los cielos y que trae los cielos a la tierra (v. 51).
En Juan 2 Cristo no sólo es el templo (vs. 19, 21), sino también el vino (v. 10), el cual es un
verdadero deleite. En esta porción de la Palabra, el vino, el zumo vital de la uva, simboliza
la vida. El agua representa la muerte (Gn. 1:2, 6; Ex. 14:21; Mt. 3:16a). El Señor convirtió
el agua en vino, lo cual significa que absorbió la muerte, cambiándola en vida (v. 9).

En Juan 3 se presentan varios aspectos de Cristo, los cuales podemos disfrutar. Primero,
Cristo es la serpiente de bronce. Como Moisés levantó la serpiente de bronce en el asta, así
también Cristo como Hijo de Hombre fue levantado en la cruz. Dios le dijo a Moisés que
levantara una serpiente de bronce para los hijos de Israel que estaban bajo juicio. Todo el
que mirara la serpiente de bronce viviría. En Juan 3:14 el Señor Jesús se aplicó este tipo a
Sí mismo, mostrando que El tenía “semejanza de carne de pecado” (Ro. 8:3). La serpiente
de bronce tenía la semejanza, la forma, de la serpiente, mas no el veneno. Cristo fue hecho
“en semejanza de carne de pecado”, pero no participó en el pecado de la carne (2 Co. 5:21;
He. 4:15). Después de mencionarse la serpiente en el capítulo tres, tenemos a Cristo como
el Novio (v. 29).

En el capítulo cuatro, no sólo tenemos el agua viva, sino también un pozo (v. 14). Este
pozo, el cual reemplaza al de Jacob (v. 6), es el pozo eterno, el pozo celestial, y dentro de él
se halla el agua viva (vs. 11, 14). El agua viva es el contenido del pozo. También en el
capítulo cuatro se ve la cosecha (v. 35). En el capítulo cinco el Señor Jesús es la propia
sustitución, el reemplazo, de cualquier religión. En este capítulo la religión de observar la
ley, la religión judía con su estanque y sus ángeles, es reemplazada por el Señor Jesús como
Aquel que lo reemplaza todo. El es mucho mejor que los ángeles (He. 1:4). El reemplaza la
observación de la ley de cualquier religión. Si le tenemos a El, no necesitamos la religión.

En el capítulo seis tenemos a Cristo como pan de vida. Incluido en el pan de vida está el
Cordero con la sangre derramada y la carne para comer (Jn. 6:35; 1:29; 6:51 y la nota 512,
Versión Recobro). En el capítulo siete el Espíritu es los ríos de agua viva (vs. 38-39 y la
nota 382, Versión Recobro). En el capítulo ocho se ve a Cristo como el gran “Yo soy”. El
título, “Yo soy”, se menciona por lo menos tres veces en este capítulo: 1) “Si no creéis que
Yo soy, en vuestros pecados moriréis” (v. 24); 2) “Cuando hayáis levantado al Hijo del
Hombre, entonces conoceréis que Yo soy” (v. 28); y 3) “Antes que Abraham fuese, Yo
soy” (v. 58). La expresión “Yo soy” indica que Cristo es todo-inclusivo. El es todo lo que
necesitamos. El es como un cheque en blanco. Como el Yo soy, El es todo lo que necesita
usted. Si necesita ser sanado, “Yo soy” es la sanidad. Si necesita la vida, “Yo soy” es la
vida. Si necesita usted poder, “Yo soy” es el poder. Si necesita luz, “Yo soy” es la luz. Lo
que usted necesita, El lo es. El es “Yo soy el que soy”, el gran Yo soy (Ex. 3:14). ¡Cuán
rico es el Evangelio de Juan!

En el capítulo nueve Cristo es la luz del mundo (v. 5). El capítulo diez revela que Cristo es
el Pastor (v. 11; Sal. 23:1) y la puerta (v. 2, 9). La puerta del capítulo diez no sólo es la
entrada para los elegidos de Dios, sino también la salida. No es una puerta por la cual
podemos entrar en el cielo, es una puerta por la cual podemos salir del cautiverio de la ley.
Todos necesitamos salir del redil. ¿Quién es la puerta por la cual salimos? Cristo es la
puerta. Por Cristo, la puerta, los elegidos de Dios no sólo pueden entrar en la custodia de la
ley, como lo hicieron Moisés, David, Isaías, Jeremías y otros en los tiempos
antiguotestamentarios antes de la venida de Cristo, sino que también por El los escogidos
de Dios, tales como Pedro, Juan, Jacobo, Pablo y otros, pueden salir del redil de la ley
después de la venida de Cristo. Por lo tanto, aquí el Señor indica que El es la puerta por la
cual los escogidos de Dios pueden no sólo entrar, sino también salir.

Cristo no sólo es la puerta sino también los pastos (10:9). Los pastos representan a Cristo
como el lugar donde las ovejas se alimentan. Cuando el pasto no está disponible en el
invierno o en la noche, las ovejas tienen que quedarse en el redil. Cuando hay pasto, no es
necesario que las ovejas permanezcan en el redil. Quedarse en el redil es algo transitorio y
temporal. Estar en el pasto y disfrutar sus riquezas es algo final y permanente. Antes de que
viniera Cristo, la ley era el guardián, y estar bajo la ley era transitorio. Ahora que Cristo ha
venido, todo el pueblo de Dios tiene que salir de la ley y entrar en El para disfrutarle como
el pasto (Gá. 3:23-25; 4:3-5). Esto debe ser final y permanente. Cristo es nuestro Pastor, la
puerta por la cual salimos del redil de la ley, y es también los pastos, el lugar donde nos
alimentamos, después de salir del redil. Finalmente, en el capítulo diez El nos dice que El
es uno con el Padre (v. 30), así que El es el Padre (14:9; Is. 9:6).

En el capítulo once Cristo es la resurrección (v. 25). El no sólo es la vida, sino también la
resurrección. La resurrección es la vida que ha sido probada, aun por la muerte. La muerte
es lo más fuerte de todo el universo después de Dios, pero aún así ella no puede retener la
vida de resurrección. Cristo es la resurrección y la vida.

En el capítulo doce Cristo es el grano de trigo (v. 24). Si un grano de trigo se siembra en la
tierra, muere y luego crece llegando a ser así los muchos granos. Su muerte liberó la vida
divina que estaba escondida en El (Jn. 1:4). En el capítulo trece tenemos el significado del
lavamiento de los pies de los discípulos por parte del Señor (v. 5). Es como el lavacro que
estaba en el atrio del tabernáculo (Ex. 30:18-21), donde los sacerdotes se lavaban,
limpiándose de toda contaminación terrenal. El lavamiento de los pies en el capítulo trece
indica que hasta este capítulo, se trata sólo de lo que está en el atrio; todavía no se ha
abarcado lo que está en el Lugar Santo ni en el Lugar Santísimo. Sólo al llegar al capítulo
catorce, después de experimentar el lavacro, entramos en el Lugar Santo.

En el capítulo catorce Cristo es el Padre (vs. 9-11) y el Espíritu (vs. 16-18). El Señor Jesús
es la corporificación y la expresión del Padre, y como el Espíritu, el Hijo es revelado y
hecho real en nosotros. El Padre es la plenitud del Hijo, y toda la plenitud de la Deidad
mora en El corporalmente (Col. 2:9). El Padre como la plenitud y la realidad mora en el
Hijo, y el Hijo ahora es el Espíritu. El Espíritu es la trasmisión del Dios Triuno, como lo
revela 2 Corintios 13:14, donde dice: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la
comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. La comunión del Espíritu es el
Espíritu mismo como la trasmisión de la gracia del Señor junto con el amor de Dios, lo cual
tiene como fin nuestra participación.

En el capítulo quince Cristo es la gran vid universal. En el capítulo dieciséis tenemos al


Espíritu (vs. 7, 13-15) y al niño recién nacido (v. 21). Cristo es este niño. El es el
primogénito de entre los muertos (Col. 1:18), el primogénito de los recién nacidos. El es el
Hijo primogénito de Dios producido en la resurrección (Hch. 13:33; He. 1:5; Ro. 1:4).
En la Nueva Jerusalén tenemos la respuesta y la realización de la oración que el Señor hizo
en el capítulo diecisiete con respecto a la unidad divina. Juan 17:23 dice: “Yo en ellos, y Tú
en Mí, para que sean perfeccionados en unidad”. Los creyentes han de ser perfeccionados
en uno en el Dios Triuno para poder ser perfectos. El edificio universal, la mezcla del Dios
Triuno con todos los creyentes, es la Nueva Jerusalén, la cual es la respuesta a la oración de
Juan 17. En la Nueva Jerusalén todos los creyentes serán perfeccionados como uno solo en
el Dios Triuno. En el capítulo dieciocho Cristo es el verdadero Cordero que fue juzgado,
Aquel que llevó sobre Sí el juicio universal. El era el verdadero Cordero pascual examinado
cuatro días antes de ser muerto (véase Mr. 12:37 y la nota 371, Versión Recobro; Ex. 12:3-
6).

En el capítulo diecinueve tenemos la cruz con la sangre y el agua (vs. 17, 34), y en el
capítulo veinte, el aliento de vida. El Señor Jesús sopló en los discípulos y dijo: “Recibid el
Espíritu Santo” (v. 22). En el capítulo veintiuno hay peces y corderos. Junto con los peces
también tenemos el pan para comer (vs. 9, 13). No necesitamos pescar; el Señor ya tiene los
peces (vs. 5, 9, y la nota 91, Versión Recobro). Después de saciarnos, tenemos que cuidar a
los corderitos (vs. 15-17). Estos son los aspectos de Cristo como corporificación de Dios
presentados en el Evangelio de Juan para nuestro disfrute.

LA MAXIMA CONSUMACION
DEL DISFRUTE QUE TENEMOS DE DIOS
Las Escrituras en su totalidad revelan solamente a Dios, al Dios Triuno, el Padre en el Hijo
como el Espíritu. Este Dios Triuno maravilloso se nos ofreció como nuestro disfrute en
muchos aspectos. Este disfrute comienza con el Cordero y tiene su plena consumación en el
templo. Finalmente, el templo se agranda y llega a ser una ciudad, la Nueva Jerusalén,
donde Dios mismo es el templo (Ap. 21:22). En 1 Samuel (1:9; 3:3) el tabernáculo que
estaba en Silo se llamaba el templo antes de que el templo fuese edificado por Salomón.
Por lo tanto, el tabernáculo es el templo. La Nueva Jerusalén es llamada el tabernáculo de
Dios (Ap. 21:3). Nosotros somos el tabernáculo de Dios donde puede morar, y El es
nuestro templo donde nosotros podemos morar. Esta ciudad es una morada mutua donde
moran Dios y Su pueblo escogido y redimido. La Nueva Jerusalén es el clímax del disfrute
que tenemos del Dios Triuno; allí le disfrutaremos al máximo.

Necesitamos recibir la visión celestial de que Dios es el árbol de la vida y que como tal, le
podemos disfrutar. Todos los aspectos de lo que es Cristo en el libro de Juan son
producidos por el árbol de la vida. Si leemos las Escrituras otra vez para descubrir cuáles
son los aspectos en que podemos disfrutar a Dios, la Biblia llegará a ser nueva para
nosotros. Será un libro de vida, en vez de un libro de conocimiento. Muchos consideran la
Biblia como un libro de conocimiento, pero nosotros tenemos que cambiar el concepto que
tenemos sobre este libro. La Biblia es un libro de vida. El Dios Triuno maravilloso es
nuestro disfrute en muchos aspectos revelados en las Escrituras.
En la Nueva Jerusalén todavía tendremos al Cordero (Ap. 22:1). El Cordero es el centro de
la ciudad y su templo (21:22). En el cielo nuevo y la tierra nueva el templo de Dios será
agrandado y así llegará a ser una ciudad. De nuevo vemos al Cordero y el templo. El
Cordero es la lámpara, y dentro de El está Dios como luz. El Cordero como lámpara
resplandece con Dios como luz para iluminar la ciudad con la gloria de Dios, la expresión
de la luz divina. Dios como luz en Cristo resplandece como vida para fluir como agua viva,
como el Espíritu. En los dos lados del río de agua de vida, está el árbol de la vida (Ap.
22:2), el cual sirve como nutrición para los redimidos, como su suministro de vida. El
Padre es la verdadera fuente de la luz (1 Jn 1:5; Ap. 22:5), Aquel que habita en luz
inaccesible (1 Ti. 6:16). El Espíritu Santo es representado por el fluir del agua viva, el agua
de la vida (Jn. 7:38-39). Junto con el fluir del agua viva está el árbol de la vida, el cual
simboliza a Cristo el Hijo (Jn. 1:4; 15:1). De esta manera, el Dios Triuno es el propio
contenido de este edificio universal y así Sus redimidos le disfrutan al máximo. El libro de
Génesis nos muestra el origen del árbol de la vida, y el libro de Apocalipsis nos da la
consumación. Entre los dos extremos está el Evangelio de Juan. Los aspectos principales
mencionados en los dos extremos de la Biblia, tales como el Cordero, el templo y el árbol
de la vida, también se mencionan en el Evangelio de Juan (1:29; 2:19, 21; 15:1).

LA MANERA DE DISFRUTAR A CRISTO


El punto crucial es éste: necesitamos disfrutar a esta Persona maravillosa en Sus muchos
aspectos. Dios el Padre está en el Hijo (Jn. 14:10, 11), y Dios el Hijo es el Espíritu (2 Co.
3:17; 1 Co. 15:45). Debemos darnos cuenta de que no sólo Dios es Espíritu (Jn. 4:24), sino
que todo lo que Dios es, lo que ha logrado y realizado, se forja en el Espíritu. Después de la
resurrección y la ascensión de Cristo, Dios hizo muchas cosas; por lo tanto, Dios tiene
muchos logros. Realizó la creación, la encarnación, el vivir humano, la crucifixión, la
resurrección y la ascensión. Todo lo que El es y tiene, todo lo que ha logrado y realizado,
ha sido puesto en este Espíritu.

Ahora El es este Espíritu maravilloso y profundo, el cual es semejante al soplo (Jn. 20:22).
En Juan 20 fue cumplido todo lo relacionado con la promesa del Espíritu Santo como
Consolador; así que el Señor Jesús vino a los discípulos, sopló en ellos y les dijo: “Recibid
el Espíritu Santo” (v. 22). El Espíritu Santo todo-inclusivo y profundo es como el soplo.
Todo lo que Dios es, todo lo que ha realizado y todo lo que ha logrado está en este Espíritu,
este aliento. El Espíritu es como el aire; es muy aplicable, está disponible y cercano y es
muy precioso. Debido a que El es el aire, Romanos 10:13 dice: “Todo aquel que invoque el
nombre del Señor, será salvo”. Por lo tanto, los incrédulos que han de recibir a Cristo no
necesitan ir a los cielos para traer abajo a Cristo (v. 6) ni al abismo para hacerle subir (v. 7).
Esto se debe a que Cristo, la Palabra viviente, está cerca de ellos, en su boca y en su
corazón (v. 8). Si usaran de su boca para invocar: “Señor Jesús”, Cristo como aliento todo-
inclusivo entraría en ellos.

Según el Evangelio de Juan, este Espíritu divino maravilloso entró en nuestro espíritu
humano (Jn. 3:6) cuando le recibimos. Por lo tanto, 1 Corintios 6:17 dice: “El que se une al
Señor, es un solo espíritu con El”, y Romanos 8:16 dice: “El Espíritu mismo da testimonio
juntamente con nuestro espíritu”. Puesto que Dios es Espíritu (Jn. 4:24) y ahora está en
nuestro espíritu (2 Ti. 4:22), debemos adorarle en espíritu y en realidad.

¡Cristo está en nosotros en muchos aspectos! El primer aspecto es el Cordero, aquel que nos
redime. El último es el edificio, el templo, el cual es agrandado hasta ser una ciudad. Sin
embargo, la clave de experimentar a Cristo es que El es el Espíritu que está en nosotros.
Juan 4 nos dice que hay un manantial en aquel que bebe el agua que el Señor le da. Juan 7
nos dice que correrán ríos de agua viva del ser interior de quien cree en el Señor Jesús (v.
39). Muchos ríos de agua viva correrán de nuestro espíritu, nuestro ser interior. Antes
pensaba que el Señor haría que el agua entrara en mí, pero el Señor salta en nosotros y
brota de nosotros porque El ya está en nosotros. Es una pequeña necesidad que El entre en
nosotros, pero es muy necesario que fluya de nosotros. ¿Por qué entonces no puede fluir?
Usted y yo somos el problema. Por consiguiente, necesitamos abrirnos al Señor.

El Espíritu divino está en nosotros impartiéndonos energía, dándonos poder,


fortaleciéndonos y aun molestándonos. Por medio de la redención de Cristo, por Su sangre,
fuimos limpiados y purificados a fin de poder cumplir Su propósito de morar en nosotros.
El ahora mora en nuestro espíritu. Todo lo que el Dios Triuno es y todo lo que ha logrado y
realizado está en nuestro espíritu. Ahora debemos aprender a abrirnos a El, dándonos
cuenta de que El lo es todo en nosotros. Nunca podemos agotar lo que El es dentro de
nosotros. El es el gran Yo soy (Jn. 8:24, 28, 58). Todo lo que necesitamos, El es.

No es necesario que el esposo ore: “Señor, ayúdame con mi querida esposa. No sé cómo
tratarla”. Simplemente aprendamos a abrirnos a El diciendo: “Señor, simplemente me abro
a Ti. Una vez más, tengo la oportunidad de abrirte mi ser”. A veces le es difícil al Señor
hacer que usted se abra en lo más recóndito de su ser. Por eso, El le da a usted la esposa
apropiada para ayudarle a abrirse a El. El es el gran Yo soy. El es la respuesta. El satisfará
la necesidad de usted. Si usted se abre a El, sabrá cómo tratar a su esposa, no simplemente
con el conocimiento mental, sino según la vida interior. Desde su interior, usted sabrá cómo
tratar a su esposa de la debida manera, o sea, de una manera divina y celestial, de modo que
usted crezca en el Señor.

Puesto que el Señor está en usted, es necesario que usted aprenda a abrir su ser a El.
Cuando se abra a El, El fluirá. Hemos estorbado al Señor mucho y hasta le hemos
encarcelado. Prestamos atención a cosas fuera del Señor. Tal vez usted ore: “Señor, corrige
a mi querida esposa, cambia su actitud, y dile que está equivocada”. No se debe orar así.
Bajo la soberanía del Señor, la esposa de un hombre puede ayudarle a abrirse al Señor.
Cuando usted se abra, los ríos de agua viva, tales como el río de vida, el río de amor, el río
de sabiduría, el río de humildad, el río de misericordia, y el río de paciencia, correrán del
interior de usted para regarlo a usted y a otros. Esto es lo que produce el disfrute del árbol
de la vida.

En Génesis 2 tenemos el árbol de la vida y el fluir del río (vs. 9-10). Cuando realmente
disfrutemos al Señor como el árbol de la vida, algo se producirá. Algo saldrá de nosotros
como una corriente para ministrar algo del Señor mismo a otros. Este fluir saciará la sed de
otros, les alimentará, les iluminará o les fortalecerá. Esta es la debida manera de vivir en
esta tierra como testimonio de Jesús. Esto es lo que el Señor necesita hoy en día. El no
necesita una religión llena de enseñanzas, prácticas y dones; necesita que la vida fluya
desde nuestro interior. Debemos entender lo que El es y donde está. El es el Espíritu
maravilloso, rico y todo-inclusivo, y está en nuestro espíritu. El espera que nos abramos a
El. No debemos confiar en nosotros mismos ni tratar de hacer algo por nuestros propios
esfuerzos. Hay una sola lección que debemos aprender: necesitamos abrirnos al Señor.
Entonces El brotará; saltará de nuestro interior. Como resultado, tendremos los ríos de agua
viva que corren de nosotros todo el tiempo. Este es el producto, el resultado, de disfrutar a
Dios como el árbol de la vida todo-inclusivo.

CAPITULO SEIS
EL FIN DEL ARBOL DE LA VIDA:
LA TRANSFORMACION
Lectura bíblica: Lv. 2:7-10; 7:14-15
LA NECESIDAD DE ENTENDER LA BIBLIA CON
PERCEPCION DIVINA Y DE MANERA
PROFUNDA Y VIVIENTE
Todos los sesenta y seis libros de la Biblia son la revelación del Espíritu Santo (Jn. 16:13) y
constituyen lo que Dios ha hablado por los hombres movidos por el Espíritu Santo (2 P.
1:21). Toda la Biblia fue inspirada por el Espíritu único y fue escrita con el propósito
definido de mostrarnos el deseo del corazón de Dios. Captar la percepción divina de la
Biblia en su totalidad no es cosa fácil. Mateo 22 narra que un día los saduceos se le
acercaron al Señor para hacerle preguntas acerca de la resurrección. Ellos no creían que
había una resurrección. El Señor les dijo que no conocían las Escrituras ni el poder de Dios
(v. 29) y les contestó de esta manera: “Pero respecto a la resurrección de los muertos, ¿no
habéis leído lo que os fue dicho por Dios, cuando dijo: `Yo soy el Dios de Abraham, el
Dios de Isaac y el Dios de Jacob’? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos” (vs. 31-32).

Puesto que Dios es el Dios de los vivos y se llama el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob,
entonces Abraham, Isaac y Jacob, ya muertos, resucitarán. Esta es la manera en que el
Señor Jesús usó las Escrituras: no sólo por la letra sino por la vida y el poder implícitos en
ellas. Del título divino de Dios como Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Señor Jesús
vio la verdad, el hecho, de la resurrección. No es muy fácil entender la Biblia de manera tan
profunda y viviente. Aparentemente, no hay nada que ver en este título, pero en él se ve la
verdad de la resurrección porque Dios no podía ser el Dios de una persona muerta. Si Dios
es el Dios de Abraham, quien ha muerto, eso quiere decir que Abraham será resucitado
porque Dios no es el Dios de los muertos sino de los vivos.
COMER DEL ARBOL DE LA VIDA
Es necesario que el Señor nos lleve a entender las Escrituras de manera profunda y viva
para que veamos lo que está en Su corazón. Después de crear al hombre Dios se le presentó
como el árbol de la vida para que el hombre comiera. Dios sólo deseaba que el hombre se
alimentara de El, que participara de El, el árbol de la vida. Quería que el hombre le tomara
como vida, que aprendiera a vivir, existir, por el árbol de la vida. Una persona no puede
existir sin comer. Tal vez tenga vida, pero esa vida no durará sin el comer. La intención de
Dios, al presentársele al hombre como árbol de la vida, consistía en que el hombre
aprendiera a vivir dependiendo de Dios, tomándole como provisión diaria y como su
provisión total. Nosotros, por lo general, comemos tres comidas al día para sustentarnos.
Vivimos, existimos, por el comer. Dios no le mandó al hombre que hiciera otra cosa que
comer. El hombre tiene que ocuparse del comer. Si come de manera correcta, estará bien.
Si come mal, no estará bien. Si uno come algo vital, tendrá vida. Si come algo muerto,
tendrá muerte. La vida cristiana no tiene que ver simplemente con el hacer o el obrar, sino
con participar de Dios, el árbol de la vida. Este punto lo hizo claramente el Señor Jesús en
Juan 6 donde dijo que El era el pan de vida (v. 35) y que el que lo comía viviría por causa
de El (v. 57).

EL CORDERO DE DIOS
El árbol de la vida fue lo primero que Dios presentó al hombre, pero después de que el
hombre cayó Dios hizo del sacrificio ofrecido por Adán y su esposa túnicas de pieles y con
ellas les vistió (Gn. 3:21). Ser justificado significa ser cubierto con la justicia de Dios, la
cual es Cristo mismo. Probablemente Dios mató corderos en la presencia de Adán y Eva
para poder hacer túnicas de las pieles de los corderos. Pudieron vestirse de las túnicas por
causa de que había sido derramada la sangre del sacrificio, pues el cordero del sacrificio fue
hecho el sustituto por el hombre pecaminoso. Antes de la caída en Génesis 2, Dios presentó
al hombre el árbol de la vida. Después de la caída en Génesis 3, Dios le da al hombre el
cordero, el sacrifico. El árbol de la vida en Génesis 2 se convirtió en un cordero en Génesis
3. El árbol de la vida es Cristo, y el cordero también es Cristo. Estos dos son uno solo.
Debido a la caída, el árbol de la vida tuvo que convertirse en un cordero.

En Juan 6 el Señor Jesús nos dice que El es el pan de vida. El pan de vida equivale al árbol
de la vida. Los dos vienen de la vida botánica, la vida vegetal. Pero en el mismo capítulo
donde el Señor habla de comerle como pan de vida, también dice: “Porque Mi carne es
verdadera comida, y Mi sangre es verdadera bebida” (v. 55). En sentido material no
esposible que el pan tenga sangre. Pero conforme a la realidad espiritual, el pan de vida
incluye la sangre. Esto se debe a que nunca podríamos comer el pan de vida, si éste no
tuviera sangre. El árbol de la vida nos fue cerrado por la caída, pero el Cordero con Su
sangre redentora nos lo ha abierto.

Después de la caída, el Cordero es lo primero que disfrutamos de Dios tanto en el Antiguo


Testamento como en el Nuevo. Todos los otros aspectos del disfrute que tenemos del Señor
Jesús provienen del primero. Aun en la eternidad en la Nueva Jerusalén, Cristo seguirá
siendo el eterno Cordero de Dios (Ap. 21:22; 22:1). En Apocalipsis el Cordero es la
lámpara, y dentro de la lámpara está Dios como luz (21:23). Todo lo que es Dios como
nuestra porción para nuestro disfrute está contenido en el Cordero, quien es la lámpara.
Debemos disfrutarle primero como el Cordero de Dios. Después de que el árbol de la vida
fue presentado al hombre, desde Génesis 3 hasta Exodo 12 tenemos el Cordero de Dios, a
quien Su pueblo escogido ha de disfrutar.

LA CLAVE DE VOLVERSE
DEL ATRIO AL LUGAR SANTO
Ahora debemos seguir adelante para ver algo más, algo más rico, profundo y elevado que el
disfrutar a Cristo como el Cordero de Dios. Después del libro de Exodo tenemos el libro de
Levítico con todas las ofrendas, las cuales se basan en dos cosas: el árbol de la vida, o sea
la vida vegetal, y el cordero, la vida animal. Todas las ofrendas se componen de estas dos
clases de vida. El holocausto es de la vida animal pero la ofrenda de harina es de la vida
vegetal (Lv. 2:7-10). La vida animal redime, y la vida vegetal genera y alimenta. Todas las
ofrendas, tales como la ofrenda por el pecado, la ofrenda por la transgresión, el holocausto,
la ofrenda de harina, y la ofrenda de paz, fueron experimentadas en el atrio del tabernáculo.
Estas ofrendas tipifican a Cristo, la ofrenda única en su género. En el lugar santo estaban la
mesa del pan de la proposición y los panes, el candelero con la luz, y el altar de oro del
incienso y el incienso mismo. La mesa, el candelero y el altar son Cristo, y el pan de la
proposición, la luz y el incienso son Cristo. Todas las ofrendas son Cristo, todo el
mobiliario del Lugar Santo es Cristo, y todas las cosas relacionadas con el mobiliario son
Cristo.

¿Cómo podemos volvernos de las experiencias de Cristo como todas las ofrendas a las
experiencias de Cristo como el mobiliario del Lugar Santo con todas las cosas
relacionadas? En otras palabras, ¿cómo podemos volvernos de las experiencias de Cristo en
el atrio a las experiencias de Cristo en el Lugar Santo? La manera de volvernos es comer;
comer es la clave. En el atrio el sacerdote no come las ofrendas primero. Primero mata las
ofrendas y luego las presenta a Dios. La sangre de las ofrendas tipifica el aspecto redentor
de Cristo. Después de ser redimido, es necesario comer. Todo se determina con el comer.
El comer es la clave que nos vuelve del atrio al lugar santo. En el atrio, los sacerdotes
primero disfrutaban todas las ofrendas en el aspecto de Cristo como su justicia. Luego
disfrutaban las ofrendas comiéndolas (Lv. 7:14-15). Después de ser redimidos, debemos
seguir adelante y comer. Al comer las ofrendas, somos introducidos en el Lugar Santo.
Cuando entramos en el Lugar Santo, lo primero que encontramos es el pan de la
proposición, el cual debemos comer. Si usted no sabe cómo alimentarse del Señor Jesús,
usted es un cristiano que se queda solamente en el atrio. Cuando ve usted la visión de
comer al Señor Jesús y alimentarse de El, esto le volverá del atrio al Lugar Santo.
SACADO DE EGIPTO POR EL COMER
En Exodo 12, los hijos de Israel disfrutaron el derramamiento de la sangre del cordero
Pascual, el cual cumplió el justo requisito de Dios. Después, se les dijo que comieran la
carne del cordero. Al comer ellos, obtuvieron la energía y la provisión y fueron fortalecidos
y capacitados para salir de Egipto. Comieron del cordero y esto les dio la manera para salir
de Egipto. El comer nos saca de Egipto, del atrio, y nos traslada al desierto, el lugar santo.
En el desierto los hijos de Israel disfrutaron diariamente el maná, y en el Lugar Santo el
sacerdote disfrutó el pan de la proposición. Los hijos de Israel vagaban en el desierto, pero
vivían por la comida celestial.

COMER EL BECERRO GORDO


DENTRO DE LA CASA DEL PADRE
En Lucas 15 el Señor Jesús relató la parábola acerca del padre amoroso y su hijo pródigo.
Después de regresar el hijo, el padre le vistió del mejor vestido y le puso un anillo en la
mano y sandalias en los pies (v. 22). El padre corrió al encuentro del pecador que regresaba
y le vistió fuera de la casa. El hijo pródigo, antes de ser vestido, era un mendigo, indigno de
entrar en la casa del padre. Aunque el hijo había sido aprobado por el padre y vestido
apropiadamente, todavía tenía hambre. Por lo tanto, el padre les mandó a sus siervos que
trajeran el becerro gordo y que lo mataran para que su hijo, quien había regresado, pudiera
comer (v. 23). Luego empezaron a comer el becerro gordo dentro de la casa del padre. El
vestido es Cristo como nuestra justicia, quien nos viste, conforme a los justos requisitos de
Dios, para que seamos justificados ante los ojos de Dios (Jer. 23:6; 1 Co. 1:30; Fil. 3:9). El
becerro gordo representa al rico Cristo (Ef. 3:8) inmolado en la cruz para que los creyentes
puedan disfrutarle.

Muchos cristianos estiman mucho el hecho de que Cristo sea su justicia, pero se olvidan de
comer a Cristo y así disfrutarle interiormente. Dios usó a Martín Lutero para recobrar la
verdad acerca de la justificación por la fe con Cristo como nuestra justicia. Pero el hecho de
que debamos comer a Cristo para disfrutarle todavía necesita ser recobrado entre los hijos
de Dios. El cumplimiento del propósito de Dios depende principalmente de que comamos a
Cristo. Cristo es nuestra justicia objetiva y externa, y siendo tal, nos capacita para comerle
interior y subjetivamente.

El hijo, después de comer el becerro gordo y saciarse, pudo hacer algo para agradar al
padre. Lo que cumplimos no sólo se basa en la justicia, sino también en el comer. Si el
padre en Lucas 15 sólo hubiera vestido al hijo y luego le hubiera dicho que hiciera algo
para él, el hijo no habría tenido la fuerza necesaria. El hijo fue vestido apropiadamente y
limpiado por completo, pero tenía hambre y estaba vacío. No tenía la energía, el poder, la
fuerza, ni el contenido. Después de que nos hayan traído a la mesa para que nos
alimentemos de Cristo como nuestro banquete, seremos muy activos, deseosos del mandato
del Padre. Tendremos la fuerza, la energía y la provisión de vida para llevar a cabo la
voluntad del Padre.
Valoramos el lado objetivo de la obra redentora del Señor, a saber, nuestra justificación
mediante Su preciosa sangre, pero hemos sido redimidos y justificados para poder comer y
disfrutar a Cristo. El padre del hijo pródigo le vistió a la puerta de la casa para que pudiera
entrar y sentarse a la mesa a fin de tener un banquete y alegrarse. Todos nosotros
necesitamos disfrutar al Señor como un banquete. Puede ser que hayamos sido salvos por la
redención del Señor pero ¿cuánto hemos comido de El? En nuestra experiencia, ¿estamos a
la puerta de la casa del Padre o estamos dentro de ella alimentándonos de Cristo y de todas
Sus riquezas? Tal vez usted esté a la puerta, ataviado del mejor vestido, llevando un anillo
en la mano y sandalias en los pies pero, ¿cómo está usted por dentro? ¿Está satisfecho y
saciado o está vacío? Todos necesitamos comer al Señor para ser llenos de El. Cuando
comemos de El, le disfrutamos como el árbol de la vida. Cristo como Cordero de Dios nos
capacita para ser justificados por fe a fin de que seamos llevados de nuevo al disfrute de
Cristo como el árbol de la vida.

COMER A CRISTO PARA SER TRANSFORMADOS


EN MATERIALES PRECIOSOS PARA EL EDIFICIO
DE DIOS
Comiendo y disfrutando a Cristo, somos transformados. En el atrio no se encuentra el oro,
sino el bronce y la plata. El bronce significa el juicio, y la plata significa la obra redentora
de Dios. La redención proviene del juicio divino de Dios. Las columnas y las basas del atrio
eran de bronce, pero los capiteles, las coronas de las columnas, estaban cubiertos de plata y
las escarpias y las barras que unían eran de plata (Ex. 27:11; 38:19). Esto indica que la
redención de Cristo proviene del justo juicio de Dios. Cristo sufrió el juicio de Dios en la
cruz y de El procede nuestra redención. Las basas de las cuarenta y ocho tablas del
tabernáculo también eran de plata. Estas cuarenta y ocho tablas eran de madera de acacia
cubierta de oro.

Todos los muebles que estaban dentro del tabernáculo eran de oro o estaban cubiertos de
oro. Esto significa que la naturaleza divina (el oro) es forjada en nuestro ser cuando
comemos a Cristo, cuando le disfrutamos como un banquete. Al comerle, seremos
mezclados con Dios, y esta mezcla nos transforma. Si queremos disfrutar al Señor más y
más, tenemos que aprender a comerle, a disfrutarle como un rico banquete. Todo gira en
esto. Si sabemos comerle, o sea disfrutarle como un banquete, seremos transformados en
materiales preciosos para ser edificados como el templo (1 Co. 3:12), como la casa del
Señor, y dentro de esta casa disfrutaremos al Señor de manera mucho más rica. Al comer al
Señor y al ser transformados por El, disfrutaremos la grosura de Su casa. Le disfrutaremos
al máximo.

Necesitamos una visión para poder ver que toda la Biblia nos presenta un cuadro
mostrándonos que Dios es el árbol de la vida que sirve como alimento para nosotros. Es por
esto que el árbol de la vida está al principio de la Biblia y al final de la Biblia (Gn. 2:9; Ap.
22:2, 14). Entre estos dos extremos de la Biblia hay muchos relatos negativos con respecto
al pueblo del Señor, y cómo experimentaron muchas distracciones y estorbos, los cuales
impidieron que disfrutaran a Dios como el árbol de la vida. Todas las historias positivas de
la Biblia nos dan un cuadro del pueblo escogido de Dios disfrutando a Dios como el árbol
de la vida en diferentes aspectos. El árbol de la vida cambió de forma y se convirtió en un
cordero por causa de la caída. Ahora tenemos que disfrutarle como el Cordero redentor.
Después de disfrutarle en Su aspecto redentor, inmediatamente tenemos que disfrutarle
como el Cordero que alimenta e imparte energía. Debemos aprender a disfrutar al Señor
comiéndole. Comer al Señor nos volverá del atrio al Lugar Santo. Al comerle seremos
transformados en materiales preciosos para ser edificados con otros para el edificio de Dios
(1 P. 2:5). Entonces habrá una casa, un templo, para el descanso del Señor, y en este templo
disfrutaremos al Señor de manera plena. Así que, el propósito de Dios se cumplirá.
Finalmente, la casa, el templo, será agrandada y llegará a ser una ciudad, la cual es la
máxima consumación de la intención eterna de Dios. La intención de Dios se lleva a cabo
al comerle nosotros. Todos debemos aprender a comer al Señor, a disfrutarle como rico
banquete.

El Señor Jesús llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). El es el Espíritu que da vida
(2 Co. 3:6; Jn. 6:63). Podemos recibir esta vida al alimentarnos de El en el espíritu.
Tenemos que aprender a ejercitar nuestro espíritu para ponernos en contacto con el Señor.
Es por esto que el apóstol Pablo, al despedirse, dijo en 2 Timoteo 4:22: “El Señor sea con
vuestro espíritu”. El Señor Jesús es el Espíritu vivificante y está con nuestro espíritu.
Debemos aprender a ejercitar nuestro espíritu para alimentarnos de El, disfrutarle como un
rico banquete y comerle. Si le disfrutamos comiéndole, esto nos volverá del exterior de la
casa del Señor al interior y nos transformará de pedazos de barro a piedras preciosas,
buenas para el edificio de Dios.

CAPITULO SIETE
COMO EL POSTRER ADAN SE
CONVIERTE EN EL ARBOL DE LA
VIDA EN NOSOTROS
Lectura bíblica: 1 Co. 15:45; Jn. 14:1-6,
10, 16-20, 23; 20:22
Dice en 1 Corintios 15:45: “Así también está escrito: ‘Fue hecho el primer hombre Adán
alma viviente’; el postrer Adán, Espíritu vivificante”. En este versículo hay dos puntos
importantes. Primero, Cristo, el postrer Adán, llegó a ser Espíritu. En segundo lugar, Cristo
fue hecho no sólo Espíritu, sino también un Espíritu que da vida, que imparte vida. Fue
hecho Espíritu para que pudiera darnos vida.

En 1 Corintios 15:45 no dice específicamente que Cristo, el Hijo de Dios, o que Jesús llegó
a ser Espíritu vivificante, sino que el postrer Adán llegó a ser tal Espíritu. El primer Adán
es el comienzo de la humanidad; el postrer Adán es el fin de la humanidad. La expresión
“el postrer Adán” significa el último hombre. Después de él no hay más Adanes.

COMO CRISTO LLEGO A SER


ESPIRITU VIVIFICANTE
Ahora debemos preguntar cómo Cristo llegó a ser Espíritu. La explicación de cómo este
hombre llegó a ser Espíritu vivificante, se halla en el Evangelio de Juan. Este Evangelio
comienza con el Verbo. En el principio era el Verbo, y el Verbo era Dios (Jn. 1:1). En El
estaba la vida (1:4). ¿Cómo podía ser nuestra vida la que estaba en El? En El estaba la vida,
pero esta vida no estaba en nosotros. El Verbo, que era Dios, se hizo carne; El se hizo
hombre (1:14) y este Dios-hombre era el postrer Adán.

En el Evangelio de Juan, del capítulo uno al capítulo catorce, hay muchos aspectos de
Cristo. El capítulo catorce es el viraje decisivo de este Evangelio. El capítulo trece todavía
está en el atrio. En este capítulo el lavamiento de los pies de los discípulos por parte del
Señor señala el lavacro, que estaba en el atrio del tabernáculo, donde uno podía lavarse y
limpiarse. A partir del capítulo catorce nos volvemos del atrio al Lugar Santo, y de este
capítulo al capítulo diecisiete el tabernáculo con el Lugar Santo y el Lugar Santísimo está
edificado. El Señor reveló cómo iba a hacerse Espíritu vivificante en Juan 14—16, y la
manera en que lo hizo se halla en Juan 18—20: la de la muerte y la resurrección. Por medio
de la muerte y la resurrección, este hombre llegó a ser Espíritu vivificante.

En Juan 20, después de la muerte y la resurrección, este hombre regresó a Sus discípulos en
forma del Espíritu y sopló en los discípulos, diciendo: “Recibid el Espíritu Santo” (v. 22).
El Espíritu Santo es el Espíritu que da vida (2 Co. 3:6). Con este Espíritu, la vida entra en
nosotros; con esta vida tenemos la luz; y con esta luz tenemos todas las riquezas de lo que
es este Dios-hombre. Todos los aspectos de Cristo presentados en el Evangelio de Juan son
los diferentes aspectos de las riquezas de este Dios-hombre, y todas estas riquezas están
ahora en el Espíritu vivificante. Todas las riquezas de Cristo en su totalidad equivalen a la
vida. Si usted tiene la vida, disfruta al Señor como la puerta, como el pastor, y como
muchas otras cosas. Incluso el lavamiento de los pies descrito en Juan 13 no es algo
simplemente externo; es algo interno. Si usted no sabe alimentarse del Señor como vida, no
puede disfrutar el lavamiento de la vida. Cuando le disfruta alimentándose de El como vida,
será nutrido, y al mismo tiempo sentirá el lavamiento. La nutrición lava y limpia. Cuando
usted se alimenta del Señor Jesús, o sea cuando le come y le disfruta como rico banquete,
usted es nutrido y al mismo tiempo regado, iluminado, limpiado, fortalecido y consolado.
Las riquezas de esta vida reposan en el Espíritu vivificante.

El libro de Juan comienza con el Verbo y termina con el Espíritu. El Verbo, el cual es Dios,
pasó por los procesos de la encarnación, el vivir humano con sus sufrimientos, la
crucifixión y la resurrección. En la resurrección este Dios-hombre maravilloso llegó a ser
Espíritu vivificante. Todos los aspectos de lo que es Cristo y todos Sus procesos están
concentrados e incluidos en el Espíritu vivificante. Tal vez usted sepa que Cristo es el Hijo
de Dios, que El es el Cordero de Dios, aquel que murió en la cruz por sus pecados, y que El
es el Salvador. Pero, ¿le conoce a El de manera viva como el Espíritu vivificante?

El libro de Juan concluye al final del capítulo veinte donde el Señor se impartió en los
discípulos soplando en ellos como Espíritu Santo. El capítulo veintiuno es la “P. D.” del
Evangelio de Juan. Cuando escribimos una carta, puede ser que tengamos algo más que
decir después de la conclusión para establecer un punto particular. Juan 21 es la “P. D.” de
este Evangelio, comprobando y confirmando que el Espíritu vivificante no sólo está con los
discípulos, sino también dentro de ellos. Dondequiera que estuvieran, allí estaba el Espíritu
vivificante. Aun cuando estaban apartándose y desviándose, El todavía estaba allí. No
importa lo que haga usted, El siempre está con usted. Si va al cine, El irá con usted pero no
estará contento. Cuando los discípulos se desviaron en Juan 21 regresando al mar para
ocuparse de su sustento, el Señor estaba con ellos todo el tiempo. Cuando Pedro les dijo a
los demás hermanos que iba a pescar, ellos le siguieron regresando así a su vieja vocación.
Pescaron toda la noche y no sacaron nada; pero, incluso en la tierra donde no hay peces, el
Señor pudo proveerles de ellos. Dondequiera que esté el Señor, nuestras necesidades
estarán satisfechas. Debemos aprender la lección de ser uno con El. Juan 21 es una prueba,
una confirmación, de que esta Persona maravillosa ahora está en Sus redimidos. El está con
ellos todo el tiempo como el Espíritu vivificante. La conclusión de Juan se encuentra en el
capítulo veinte, pero su “P. D.” no tiene fin. Hoy todavía tenemos la “P. D.” del Evangelio
de Juan.

Debemos dedicar algún tiempo para ver el viraje decisivo del libro de Juan en los capítulos
del catorce al diecisiete. Juan 14:1-2a dice: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios,
creed también en Mí. En la casa de Mi Padre muchas moradas hay”. La palabra “moradas”
del versículo 2 es la misma palabra griega traducida “morada” en el versículo 23. El Señor
Jesús dice en este versículo que El y el Padre vendrán al creyente y harán morada con él. La
palabra “morada” en el griego es la forma sustantiva del verbo “permanecer”. El Señor
continúa en los versículos 2 y 3: “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me voy y
os preparo lugar, vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo, para que donde Yo estoy,
vosotros también estéis”. El Señor dijo: “Si voy ... vendré”. Esto significa que la ida del
Señor era Su venida. Luego añadió que recibiría a los discípulos a Sí mismo para que donde
El estuviera, ellos también estarían. ¿Dónde está el Señor en Juan 14? El versículo 10 dice:
“¿No crees que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí?” El Señor está en el Padre y
deseaba que los discípulos estuvieran donde El estaba. El está en el Padre, y ellos también
estarían en el Padre. El Señor iba a hacer algo para introducir a los discípulos en el Padre.
Pedro, Juan, Jacobo y Andrés no estaban en el Padre, pero El sí. Ellos eran pecadores y no
había lugar para ellos en el Padre. Por lo tanto, el Señor tenía que ir (por medio de Su
muerte y Su resurrección) a preparar un lugar para ellos en el Padre. Deseaba introducirlos
en el Padre.

En el versículo 20 el Señor les dijo a los discípulos: “En aquel día vosotros conoceréis que
Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. En el día de la resurrección los
discípulos estarían en el Señor y en el Padre donde El estaba. El hecho de que el Señor
fuese al Padre (v. 28) por medio de Su muerte y Su resurrección equivalía en realidad a que
entraba en los discípulos (v. 18). El primer paso de Su venida se dio por la encarnación. El
dio el segundo paso pasando por la muerte y resurrección para ser transfigurado de la carne
al Espíritu, entrar en Sus discípulos y morar en ellos, como lo revelan los versículos del 17
al 20. Su ida fue en realidad Su venida.

Los versículos del 4 al 6 dicen: “Y a dónde Yo voy, ya sabéis el camino. Le dijo Tomás:
Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino? Jesús le dijo: Yo
soy el camino, y la realidad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por Mí”. El camino es una
persona y el lugar también es una persona. Muchos creyentes interpretan estos versículos
como si dijeran que nadie puede irse a los cielos sino por Cristo. Pero el verdadero
significado aquí es que nadie puede entrar en el Padre sino por Cristo. Nadie puede ganar
una verdadera unión con el Padre excepto por Cristo.

Los versículos del 16 al 20 dicen: “Y Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para
que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de realidad, al cual el mundo no puede
recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque permanece con
vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vengo a vosotros. Todavía un poco,
y el mundo no me verá más; pero vosotros me veis; porque Yo vivo, vosotros también
viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y
Yo en vosotros”. Aquel que [estará con nosotros], quien es el Espíritu de realidad del
versículo 17, llega a ser Aquel que [no nos dejará huérfanos], el Señor mismo, del versículo
18. Esto significa que el Señor, después de Su resurrección, llegó a ser el Espíritu de
realidad. Esto se confirma en 1 Corintios 15:45. Al tratar la cuestión de la resurrección,
dice: “El postrer Adán [fue hecho] Espíritu vivificante”. “Aquel día” mencionado en Juan
14:20 debe de ser el día en que el Señor resucitó (20:19). Debe ser que después de Su
resurrección el Señor viva en Sus discípulos y que ellos vivan por El, según lo mencionado
en Gálatas 2:20.

El versículo 23 dice: “El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y


vendremos a él, y haremos morada con él”. En Juan 15:4 el Señor Jesús dice: “Permaneced
en Mí, y Yo en vosotros”. En Juan 14 tenemos la morada, y en el capítulo quince, el asunto
de permanecer. Debido a que la morada ya está preparada, podemos permanecer. La
morada mencionada en 14:23 es una de las muchas moradas mencionadas en 14:2.
Finalmente, será una morada mutua donde el Triuno Dios puede permanecer en los
creyentes y los creyentes en El.

El libro de Juan nos revela que tenemos pecado (16:8-9), y en Juan 12:31 menciona al
príncipe de este mundo, al rey de esta edad, al enemigo de Dios, Satanás el diablo. Nosotros
los seres humanos somos pecaminosos y estamos bajo la mano de aquel que usurpa,
Satanás. Con respecto al problema del pecado y de Satanás, ¿cómo podríamos tener una
unión con Dios el Padre? ¿Cómo podríamos entrar en el Padre, y cómo podría el Padre
entrar en nosotros? El Señor Jesús vino para introducirnos en el Padre y para introducir al
Padre en nosotros. Vino para que nosotros tuviéramos vida en abundancia (Jn. 10:10). Pero,
¿cómo podría esto llevarse a cabo ya que nosotros somos pecaminosos y estamos bajo la
mano de Satanás? Primero, el Cordero tenía que ser inmolado, tenía que morir, por nuestros
pecados (1:29). El Cordero tenía que ser puesto en la cruz para derramar Su sangre a fin de
que nuestros pecados fuesen anulados. Además, cuando el Cordero fue levantado en la
cruz, Satanás fue juzgado y echado fuera (12:31-32). El resolvió el problema del pecado y
de Satanás al morir en la cruz, y así preparó el camino por el cual nosotros podemos entrar
en el Padre y tengamos un lugar en El. El Señor fue a preparar un lugar para nosotros en el
Padre y lo hizo al derramar Su sangre para redimirnos de nuestros pecados y quitarlos todos
y al destruir a Su enemigo Satanás, liberándonos así de la mano usurpadora de Satanás.

El Señor no iba al cielo con el propósito de prepararnos una mansión celestial donde
pudiéramos ir un día después de morir. Este pensamiento no corresponde con el Evangelio
de Juan cuando se lo considera en su totalidad. El Señor vino para introducir a Dios en el
hombre y para poner al hombre en Dios. Sin embargo, nosotros tenemos los problemas del
pecado, Satanás y el mundo. Estas cosas negativas nos separaron de Dios e impidieron que
Dios entrara en nosotros. Todos estos problemas fueron resueltos y eliminados por la
muerte todo-inclusiva del Señor. Por Su crucifixión, los pecados, el mundo y Satanás han
sido eliminados. Por Su muerte El preparó el camino, y también preparó un lugar de modo
que donde El esté, nosotros también podemos estar. El está en el Padre y por medio de Su
muerte y Su resurrección nosotros también podemos estar en el Padre. El fue a preparar un
lugar para nosotros en el Padre.

Por el lado positivo, el Señor vino para impartirse en nosotros como vida. Con este
propósito El fue a la cruz como grano de trigo (Jn. 12:24). Un grano de trigo imparte su
vida en otros granos al morir y resucitar. Cuando un grano de trigo cae en la tierra y muere,
crece, y la vida dentro de él es impartida en muchos granos. Por medio de la muerte y la
resurrección, la vida dentro del grano original llega a ser la vida de muchos granos. De esta
manera el Señor se imparte en nosotros. Al estar El en nosotros, somos uno con El. El está
en el Padre, y nosotros también estamos en el Padre por medio de Su muerte y resurrección.
Por Su muerte todo-inclusiva y Su resurrección maravillosa, El se introdujo en nosotros y
nos introdujo en Sí mismo y en el Padre. Es por esto que El dice: “En aquel día vosotros
conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. Por medio de
Su muerte y Su resurrección El llegó a ser nuestra morada y nosotros llegamos a ser las
Suyas. Estamos en El, así que El es nuestra morada; y El está en nosotros, así que nosotros
somos Sus moradas. Por Su muerte y resurrección muchas moradas fueron preparadas.
Todas estas moradas sumadas equivalen a la casa del Padre.

La expresión “la casa del Padre” se usa en el Evangelio de Juan en 2:16 y en 14:2. En el
capítulo dos la casa del Padre es el templo, y en el capítulo 14 también. Decir que la casa
del Padre es el cielo no concuerda con la revelación bíblica. La casa del Padre es el edificio,
el templo, el cual es la totalidad de todas las moradas, de todas las personas regeneradas. En
la casa del Padre hay muchas moradas. La casa del Padre es en realidad una morada mutua,
una mezcla del Dios Triuno con Su pueblo escogido, redimido y regenerado. Nosotros
somos las moradas del Padre, del Hijo y del Espíritu, y Ellos son nuestra morada. Esta es la
morada mutua revelada en el Evangelio de Juan. Hemos sido introducidos en el Dios
Triuno, y El se ha forjado en nosotros al mezclarse con nosotros. El Señor Jesús se iba al
morir y resucitar a fin de poder introducirnos en el Padre e introducir al Padre en nosotros,
realizando así la mezcla universal del Dios Triuno con la humanidad. Esta mezcla es la casa
del Padre.
El Señor Jesús introdujo al Padre en nosotros por y en el Espíritu. Juan 14—16 nos muestra
que el último hombre, el postrer Adán, llegó a ser Espíritu vivificante al morir y resucitar.
Por lo tanto, en la tarde de Su resurrección, El vino a Sus discípulos no en la forma de
carne, sino de Espíritu. El es el Espíritu en resurrección.

EL ESPIRITU ES UNA DOSIS TODO-INCLUSIVA


Este Espíritu es una dosis todo-inclusiva. Con este Espíritu, tenemos la redención, la vida
liberada, y la resurrección vencedora de Cristo. Dentro de la dosis todo-inclusiva está el
elemento limpiador, el cual nos quita todos nuestros pecados, el mundo y de Satanás al
limpiarnos. El elemento que limpia y redime está en el Espíritu y es lo que elimina lo
negativo. Lo positivo, el elemento que imparte vida, que nutre y que suministra, también
está en este Espíritu. Cuando alguien abre su ser al Señor Jesús para recibirle como su
Salvador, este Espíritu inmediatamente entra en él con el poder redentor y con el poder
impartidor, los cuales le redimen de todas las cosas negativas e imparten en él todas las
positivas.

INJERTADOS EN CRISTO PARA DISFRUTARLE


Por este Espíritu somos liberados de todas las cosas negativas, y en este Espíritu hemos
sido injertados en Cristo, llegando a ser así los pámpanos de la vid revelada en Juan 15.
Cristo mismo es la vid, y nosotros los creyentes somos los muchos pámpanos de esta vid.
Hemos sido injertados en Cristo por este Espíritu todo-inclusivo. Cuando creímos en Jesús,
el Salvador, el Espíritu todo-inclusivo entró en nosotros, liberándonos de todas las cosas
negativas por el lado negativo, y por el lado positivo, injertándonos en Cristo para que
fuésemos pámpanos de Cristo.

El Espíritu vivificante, quien es el propio Cristo, el Verbo que era Dios, el Hijo de Dios y la
realidad del Dios Triuno, está en nosotros. Debemos aprender no sólo a alimentarnos de El,
o sea comerle, sino también a permanecer en El. Juan 1:12-13 nos dice que debemos
recibirle y que creer en El equivale a recibirle. El libro de Juan también nos dice que
debemos beber de El (4:14; 7:37) y comer de El (Jn. 6:57). Además, Juan nos dice que
debemos permanecer en El (15:4). La secuencia dada en el libro de Juan es: recibirle, beber
de El, comerle y permanecer en El. Primero, tenemos que recibirle para poder permanecer
en El. Luego, tenemos que aprender cómo beberle y alimentarnos de El. Al beber de El y
alimentarnos de El, podemos permanecer en El.

Todos necesitamos conocer y experimentar la realidad del árbol de la vida. La intención de


Dios es presentársenos como el árbol de la vida. No sólo comemos de este árbol, sino que
también permanecemos en él. No sólo tomamos algo de esté árbol y lo ingerimos, sino que
también hemos llegado a ser parte del árbol. Al beber del Señor y alimentarnos de El
llegamos a ser parte de El; llegamos a ser ramas del árbol. Cuando las ramas absorben el
jugo vital del árbol, esto es beber de verdad. Las ramas beben del árbol y comen del árbol al
absorber el zumo vital del árbol. Las ramas absorben todo lo que el árbol es y tiene y
también permanecen en el árbol, existen en él. Sin el árbol, las ramas no pueden hacer nada,
ni pueden vivir ni existir. En el árbol tienen su existencia.
El árbol en el cual tenemos nuestra existencia es el Dios Triuno. El Verbo que era Dios se
hizo carne, murió y resucitó, y fue transfigurado en Espíritu vivificante. Ahora el Dios
Triuno procesado es el Espíritu vivificante. ¡Qué hecho maravilloso que hoy exista este
Espíritu vivificante! El Dios Triuno ha pasado por muchos procesos para llegar a ser una
dosis todo-inclusiva que está disponible para cada uno de nosotros. Este Espíritu universal,
eterno y vivificante, quien es Cristo el Señor, está esperando a que el hombre le reciba. A
todos los que le reciben, les da potestad de ser hechos hijos de Dios. Ahora necesitamos
aprender cómo beberle, cómo alimentarnos de El, y luego tenemos que permanecer en El.
Debemos entender que somos Sus pámpanos. Tenemos que alimentarnos de El absorbiendo
todo lo que El es para nosotros. Si permanecemos en El y absorbemos todo lo que El es,
experimentaremos el elemento aniquilador que está en El. En la dosis todo-inclusiva, hay
un elemento que mata los microbios, que pone fin a nuestra carne, a nuestro yo, a Satanás y
al mundo.

Cuanto más intentemos dar fin a nosotros mismos considerándonos muertos, más estaremos
vivos. El hermano Watchman Nee una vez nos dijo que una persona puede suicidarse de
muchas formas, pero nadie puede suicidarse por medio de crucifixión. Ser crucificado
requiere que otros pongan a uno en la cruz. Uno no puede clavarse a sí mismo en la cruz.
Olvídese usted de darse fin a sí mismo. Simplemente aliméntese de El y permanezca en El.
Cuanto más absorba el zumo vital de Cristo, del árbol de la vida, más sentirá dentro de
usted el elemento aniquilador.

El Dios Triuno es nuestro árbol de la vida, y podemos participar de este árbol por causa de
Su encarnación, Su muerte y resurrección. Por Su encarnación El introdujo a Dios en el
hombre, y por Su muerte y resurrección, introdujo al hombre en Dios. Además, por Su
muerte y resurrección, llegó a ser el Espíritu vivificante; fue transfigurado de la carne al
Espíritu. Este Espíritu introduce a Dios en nosotros e introduce a nosotros en Dios. El nos
injerta en Cristo, la vid universal, para hacernos pámpanos de esta vid. Ahora necesitamos
disfrutar todo lo que El es. Al permanecer en El y disfrutarle, la iglesia llegará a existir
como la verdadera expresión del Dios Triuno. Al disfrutar y experimentar nosotros el árbol
de la vida, el propósito eterno de Dios se cumplirá. ¡Cuán importante es que conozcamos
este árbol de la vida y que lo experimentemos de manera tan viviente!

CAPITULO OCHO
COMO LLEGARON A EXISTIR EL
CUERPO, EL EJERCITO Y LA
MORADA DE DIOS
Lectura bíblica: Ap. 2:7, 17; 3:20; Ez. 1:1,
27; 37:1-12, 14, 26-28; 47:1-12; 48:30-35
LA IMPORTANCIA DEL COMER
En tres de las últimas siete epístolas que el Señor escribió a las iglesias en el libro de
Apocalipsis, El habla de que les daría a comer como galardón a los vencedores. Comer del
árbol de la vida se menciona primero y luego comer del maná. En la primera epístola El
habla en cuanto a comer del árbol de la vida (2:7), el cual fue mencionado al principio de la
revelación divina, en Génesis 2. En la tercera epístola el Señor habla de comer del maná
escondido (2:17). El maná fue revelado primero en Exodo 16. En la última epístola el Señor
concluye diciendo que está a la puerta llamando. Si alguno está dispuesto a abrir la puerta
para dejar entrar al Señor, El cenará con él (3:20). Las siete epístolas abren y cierran con el
asunto de comer.

Hemos visto claramente en las Escrituras que el comer nos transforma. Esto se puede
entender también en la alimentación de la comida física. Si una persona no come durante
tres días, se verá débil y pálida. Pero una vez que coma algunas buenas comidas, su
apariencia se transformará. Se verá saludable en vez de ser pálido y será fuerte en vez de
ser débil. Somos transformados al comer. Si uno come carne día tras día, empezará a oler a
carne. Tendrá el olor de una vaca por haber comido tanta carne de res. El comer produce la
transformación.

Anteriormente, vimos que el comer es el viraje decisivo, pues hace que uno se vuelva del
atrio del tabernáculo al Lugar Santo. En el atrio del tabernáculo, en el altar, están todas las
ofrendas. Podemos disfrutar la redención de Cristo por medio de estas ofrendas. Después de
disfrutar el aspecto redentor de las ofrendas, los sacerdotes tenían que comer la mayor parte
de ellas. Empezaban a comer participando de las ofrendas que estaban en el atrio.

Al comer las ofrendas los sacerdotes son llevados al tabernáculo. En el Lugar Santo del
tabernáculo está la mesa del pan de la proposición. Los sacerdotes habían de comer el pan
de la proposición en el Lugar Santo (Lv. 24:5-9). Según la secuencia en que se mencionan
los artículos que están en el tabernáculo, la mesa del pan de la proposición fue el primer
artículo al norte, y al sur estaba el candelero (Ex. 26:35). La vida que disfrutamos comiendo
el pan de la proposición da por resultado la luz del candelero. Comer del pan equivale a
disfrutar la vida y esta vida es la luz de los hombres (Jn. 1:4), la luz de la vida (Jn. 8:12).
Luego en el tabernáculo estaba el altar del incienso. La dulzura de Cristo sigue la
iluminación.

En el atrio lo primero es la redención, es decir, la justificación por fe mediante la sangre.


Basado en la justificación mediante la redención, uno tiene derecho a disfrutar y comer de
todas las ofrendas, las cuales son los diferentes aspectos de Cristo. Por medio de la
redención de Cristo, uno tiene el derecho y la base para disfrutar a Cristo como su porción.
Hay que comer de El. Así que, comer es lo último que se hace en el atrio, y lo primero que
se hace en el Lugar Santo. En la mesa del pan de la proposición, el sacerdote sigue
comiendo.

En el Lugar Santísimo, lo primero que se encuentra en el arca es el maná escondido.


También, dentro del arca se encuentran la ley que ilumina, que corresponde con el
candelero, y la vara de Aarón que retoñaba y reverdecía, la cual simboliza la experiencia
que tenemos de Cristo en Su resurrección, o sea el ser aceptados por Dios, y corresponde
con la dulzura del incienso (He. 9:3-4). Tanto en el Lugar Santo como en el Lugar
Santísimo, el comer es lo principal en nuestra búsqueda del Señor.

El comer nos transforma en materiales preciosos para el edificio de Dios. En el tabernáculo


hay tablas de madera cubiertas con oro y cimentadas en basas de plata (Ex. 26:15-25; 29-
30). Esto significa que al comer de Cristo, lo cual se basa en Su redención, simbolizada por
las basas de plata, seremos transformados, cubiertos con la naturaleza divina, la cual es el
oro. Al comer de Cristo basándonos en Su redención, algo divino será forjado en nosotros y
sobre nosotros. Finalmente, tendremos el tabernáculo edificado con la mezcla de la ma-
dera y el oro. Esta mezcla se lleva a cabo al comer. La madera nos representa a nosotros, y
el oro a Dios. ¿Cómo podría Dios llegar a ser parte de nosotros? ¿Cómo podríamos estar en
la naturaleza de Dios? ¿Cómo podría la naturaleza de Dios cubrirnos? Sólo al comerle
nosotros.

El comer incluye tres cosas. Primero, significa ingerir algo. En segundo lugar, sin comer no
podemos existir. Yo tengo vida, pero tengo que comer para mantener esta vida. En tercer
lugar, todo lo que ingiero se convierte en el elemento por el cual vivo, y lo que ingiero será
lo que digiero, y esto llegará a ser lo que constituye mi ser, los elementos de mi ser. Lo que
como llega a ser parte de mí. En Juan 6 el Señor nos dice que El es el pan de vida (v. 35) y
que aquel que le come, vivirá por causa de El (v. 57).

Toda la Biblia nos revela un punto central: la intención de Dios es forjarse en nosotros.
Dice en 1 Corintios 6:17: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con El”. Dios quiere
hacerse uno con nosotros. Esto es maravilloso. No existe mente humana que pueda
imaginar que tal cosa podría ocurrir en el universo, a saber, que el Creador y Dios
todopoderoso quiere hacerse uno con nosotros. Hay una sola manera en que Dios puede ser
uno con nosotros. Dios puede forjarse en nosotros para ser uno con nosotros al comerle.
Dios se le presentó al hombre como el árbol de la vida inmediatamente después de crearlo.
Dios como árbol de la vida se nos presenta para que le comamos. No sólo en Génesis 2,
sino también en Apocalipsis 2 se nos manda a comer del árbol de la vida.

El árbol de la vida es el Dios Triuno: el Padre corporificado en el Hijo y el Hijo hecho real
en nosotros como el Espíritu. El árbol de la vida es el propio Dios Triuno corporificado y
hecho real para nosotros. El Padre es la fuente, y toda la plenitud de esta fuente mora en el
Hijo. El Hijo es la corporificación de la fuente, y es hecho real en nosotros como Espíritu.
El Espíritu entra en nosotros con toda la plenitud de la fuente para que le disfrutemos y le
tomemos como alimento. Este es el pensamiento central de todas las Escrituras, las cuales
abren con el árbol de la vida y concluyen con el árbol de la vida. Vivimos por lo que
ingerimos. Digerimos lo que ingerimos y esto se convierte en el elemento que nos
constituye. Lo que hemos ingerido llegará a ser uno con nosotros y será nosotros.
Necesitamos aprender a alimentarnos del Dios Triuno y disfrutarle todo el día. Esto dará
por resultado el tabernáculo.

Después del tabernáculo apareció el templo, el cual también fue resultado del comer. Seis
libros del Antiguo Testamento, de 1 Samuel a 2 Crónicas nos dan una crónica completa de
la edificación del templo. Si uno lee estos libros con esmero, verá que el templo fue
producido por el disfrute de los productos de la buena tierra de Canaán. La buena tierra de
Canaán tipifica al Cristo todo-inclusivo, resucitado y ascendido. La porción central de la
buena tierra fue ofrecida a Dios en Ezequiel como una ofrenda elevada (48:8-12), la cual
tipifica al Cristo resucitado y elevado, ascendido a los cielos. La tierra de Canaán era una
tierra elevada, la cual estaba muy por encima del nivel del mar. Esto simboliza al Cristo
resucitado y ascendido. Dios nos ha llevado a esta tierra y nos ha puesto en Cristo. Ahora
vivimos en esta tierra. Ahora vivimos en Cristo, andamos en Cristo y aun cultivamos a
Cristo. Día por día laboramos y cultivamos esta buena tierra, este Cristo. Luego tendremos
el producto de Cristo no sólo para disfrutarlo personalmente, sino también para disfrutarlo
pública y corporativamente con Dios, ofreciéndole a El el ex- cedente del producto de la
buena tierra. Por medio de esto el templo, el cual tipificaba la iglesia, fue edificado. El
templo procedió del disfrute de todo lo que la buena tierra produjo, lo cual tipifica cómo la
iglesia llega a existir por el disfrute que tenemos de Cristo.

Cristo es la tierra elevada. El está tipificado por la tierra que surgió de las aguas de la
muerte el tercer día, en el primer capítulo de Génesis (vs. 9, 13). El tercer día la tierra
surgió de las aguas; esta tierra es el Cristo resucitado. Vivimos en El, andamos en El, le
cultivamos, y luego le disfrutamos. Disfrutamos todas las riquezas de la vida, los diferentes
aspectos de la vida. Muchos diferentes aspectos de la vida surgieron de la tierra elevada en
Génesis 1, lo cual muestra que todas las riquezas de la vida proceden del Cristo resucitado
y ascendido. Simplemente debemos cultivarle y disfrutarle. El resultado, el producto, al
disfrutar a Cristo es la edificación de la iglesia.

Los fariseos y los escribas aprendieron las enseñanzas objetivas del Antiguo Testamento,
pero ellos fueron los que tramaron para poner al Señor en la cruz. El Señor les dijo a los
judíos fanáticos que escudriñaban las Escrituras, pero no estaban dispuestos a acudir a El
para que tuviesen la vida (Jn. 5:39-40). Escudriñar la Biblia para obtener conocimiento es
una cosa, pero acudir al Señor y tocarle para obtener vida es otra. Los sacerdotes y los
escribas sabían del nacimiento de Cristo, pero no tenían el deseo de buscarle como hicieron
los magos del oriente (Mt. 2:1-12). Los gentiles doctos, los magos, no conocían las
Escrituras tocantes a dónde iba a nacer Cristo, pero fueron a ver al Rey recién nacido.

La vida cristiana no tiene que ver con el simple conocimiento, sino con el comer. No
considere usted las reuniones de la iglesia como una escuela. Usted debe considerarlas
como un restaurante. No vaya a las reuniones simplemente para aprender, sino para comer,
para alimentarse del Señor. La gente no va a un restaurante simplemente para aprender
cómo leer el menú. Cuando nosotros vamos a un restaurante, no vamos para obtener el
menú. Sólo nos importa una sola cosa: el comer. Aprenda a comer al Señor. El
conocimiento envanece, pero el amor en vida edifica (1 Co. 8:1). Tenemos que aprender
cómo disfrutar al Señor. Hablando con propiedad, la Biblia no tiene como fin que
simplemente aprendamos, sino que comamos. No sólo del pan vive el hombre, sino de cada
palabra que sale de la boca de Dios (Mt. 4:4). La palabra de la boca de Dios es nuestro
alimento, no es simple conocimiento o enseñanzas.

Todas las enseñanzas de la Biblia son para Cristo. El propósito del menú es que comamos.
No debemos considerar que el menú es en sí lo que debemos comer. Necesitamos ser
rescatados del conocimiento y de las enseñanzas que nos distraen y llevados de nuevo a
esta única cosa: el disfrute del Señor viviente como Espíritu vivificante. Aprenda a
relacionarse con El y dejar que El haga con usted lo que quiera. Aprenda a ponerse en
contacto con El. Aprenda a meditar en El. Aprenda a cultivarle. Así el propósito de Dios se
cumplirá y el deseo de Dios será logrado. Su deseo, o sea el templo, la morada, el edificio
universal donde El ha de reposar, puede ser realizado al comerle nosotros, al mezclarse el
Señor con nosotros. Sólo cuando nosotros comemos al Señor, puede El entrar en nosotros y
mezclarse con nosotros.

Debemos guardar el principio bíblico de lo primero que se menciona. Después de la


creación del hombre, lo primero mencionado con respecto a la relación entre el hombre y
Dios tiene que ver con lo que comería el hombre. El primer cuadro presentado en la Biblia
nos muestra que Dios se le presentó al hombre en forma de alimento y que éste tenía que
aprender cómo comer de El, cómo ingerirle, cómo vivir por El, y cómo digerirle para que
El pudiera ser el mismo constituyente del hombre. Sólo al comerle nosotros puede Dios
lograr Su deseo y cumplir Su propósito.

EL SEÑOR COMO EL FUEGO QUE JUZGA,


EL AIRE QUE SE PUEDE RESPIRAR,
Y EL AGUA QUE CORRE
También en el Antiguo Testamento, en el libro de Ezequiel, se encuentra una profecía
acerca del templo venidero. En el libro de Ezequiel hay tres grandes capítulos: los capítulos
uno, treinta y siete y cuarenta y siete. En el capítulo uno se ve el fuego (vs. 4, 27). En el
capítulo treinta y siete se ve el aire, o sea el viento, el aliento, el Espíritu (vs. 9, 14). Y en el
capítulo cuarenta y siete tenemos el agua (vs. 1-12). Estos son los tres capítulos grandes de
Ezequiel y el contenido de este libro depende de estas tres cosas: el fuego, el aire y el agua,
los cuales son el Señor Dios mismo. Nuestro Dios es un fuego consumidor, el aire y
también es el agua.

La primera parte de Ezequiel nos revela cómo Dios es el fuego que juzga. Dios es un fuego
ardiente que quema y devora todas las cosas que no corresponden con Su naturaleza divina.
Después de esto, Dios vino para soplar. El soplo viene después del fuego. Después del
fuego tenemos el aire. El aire, el soplo, es el Espíritu divino. El aire entró en los huesos
muertos y secos, que estaban bajo el juicio del fuego, para vivificarlos, avivarlos, y para
darles todo lo que necesitaban a fin de conformar un cuerpo. El aliento (heb. ruach) puesto
en estos huesos muertos y secos es el propio Espíritu de Dios (Ez. 37:5, 6, 14). El cuerpo
viene del aire, del aliento, del Espíritu vivificante.
Después de que fueron avivados los huesos secos, llegaron a ser tres entidades: el cuerpo
(Ez. 37:7-8), el ejército (37:10), y la morada (37:26-28). El cuerpo vive para Dios, el
ejército pelea para Dios y la morada tiene como fin que Dios repose en ella. Todos los
huesos muertos llegaron a conformar un cuerpo viviente, y éste llegó a ser un ejército que
guerreaba. Finalmente, este ejército llegó a ser el lugar de reposo para Dios. Cuando
podemos vivir con Dios y pelear para Dios, podemos ser el lugar de reposo para Dios. El
templo, la casa de Dios, proviene del disfrute del Señor como vida, como el Espíritu
vivificante. Cuando disfrutemos al Señor como lo que respiramos, seremos vivificados,
creceremos y seremos edificados. Originalmente, es posible que fuésemos huesos
separados, pero ahora podemos ser edificados como cuerpo y conformar un ejército para ser
la morada de Dios, donde El puede reposar. Este edificio, este templo, la casa de Dios,
proviene del verdadero disfrute que tenemos de Dios como vida.

Muchos cristianos son indiferentes a las cosas del Señor y son mundanos y aun
pecaminosos, desviándose y apartándose del Señor. Sin embargo, hay algunos entre los
hijos del Señor que buscan más de El, han sido avivados por El y, hasta cierto punto,
experimentan al Señor. Pero muchos de ellos han sido distraídos y, por eso, prestan toda su
atención al estudio de la Palabra con el simple propósito de ganar más conocimiento. Ni la
enseñanza ni el conocimiento pudieron avivar los huesos secos de Ezequiel 37. ¿Acaso
necesitan los huesos secos enseñanzas o la letra de la Palabra? ¡No! Necesitan el aire;
necesitan el soplo, el aliento. ¿Quién es el aliento? Dios lo es; El es el ruach, el pnéuma. Lo
que necesitamos es este Dios que da vida, este Espíritu vivificante.

El fuego juzga, devora y quema; el aire aviva, genera, da energía, fortalece, enriquece y
edifica. Después de que el edificio fue establecido en Ezequiel, el agua corrió desde el
edificio para regar a los demás. Antes de que fluyera el agua en Ezequiel 47, había desierto
por todas partes, donde se hallaban solamente muerte y sequedad. Pero, al correr el agua
viva desde la casa todo sería regado (vs. 8-9). La muerte es sorbida y la vida ministrada a
todas estas partes muertas y secas. El libro de Ezequiel revela el juicio por fuego, la
vivificación, la infusión de vida, por el aire, y la ministración por el agua. Estos tres pasos
todavía están con nosotros hoy, en principio. Primero tenemos que ser juzgados, quemados
por el Señor como fuego. Luego el Señor será como el aire que sopla sobre nosotros. Por
este soplo seremos vivificados, regenerados y creceremos y seremos edificados. Después de
establecerse el edificio, el agua viva correrá para regarnos. El verdadero contenido del libro
de Ezequiel es el Señor como fuego juzgador que quema y devora, el Señor como el aire
que sopla, regenerándonos, fortaleciéndonos y edificándonos, y el Señor como el agua que
fluye, ministrándose a Sí mismo a los lugares secos. Todo esto se hará posible sólo cuando
nosotros comamos al Señor.

DEBEMOS COMER AL SEÑOR


PARA SER MEZCLADOS CON EL
A FIN DE QUE SE EDIFIQUE LA IGLESIA
En el último capítulo de Ezequiel hay una ciudad cuadrada que tiene tres puertas en cada
lado (48:30-35). Tres por cuatro equivale a doce. Tres se refiere al Dios Triuno y cuatro a
las criaturas, como por ejemplo los cuatro seres vivientes. En el edificio de Dios tenemos el
número tres. El primer edificio de Dios fue el arca de Noé. El arca tenía tres pisos, los
cuales simbolizan a Dios Padre, a Dios el Hijo y a Dios el Espíritu. El edificio de Dios
siempre contiene el número tres porque el Dios Triuno está allí. Tres más cuatro significa
que Dios se añade al hombre. Al principio del libro de Apocalipsis hay siete iglesias; siete
equivale a tres y cuatro. Pero el número consumado en la Nueva Jerusalén es doce, el cual
representa a Dios multiplicándose con el hombre, Dios mezclándose con el hombre. La
adición llega a ser la multiplicación. Por consiguiente, el resultado del libro de Ezequiel es
el número doce, la mezcla del Dios Triuno con el hombre creado. Al final de Apocalipsis se
ve lo mismo: una ciudad cuadrada con tres puertas en cada lado, lo cual representa al Dios
Triuno mezclado con el hombre. Esta mezcla sólo puede llevarse a cabo cuando comemos.
Muchos huevos americanos han sido mezclados con algunos de nosotros porque los hemos
comido. Tenemos que aprender a comer al Señor para ser mezclados con El.

Es por esto que el Señor Jesús, en Sus últimas siete epístolas a las iglesias en el libro de
Apocalipsis, nos dijo claramente que al que venza El le dará a comer del árbol de la vida, el
cual es el propio Dios Triuno para nuestro disfrute. El también le promete al vencedor que
le dará a comer del maná escondido. Cuando la iglesia es muy mundana y aun casada con el
mundo así como la iglesia en Pérgamo, el Señor dará a los vencedores el maná escondido,
el maná privado, el cual es El mismo. Finalmente en estas siete epístolas, el Señor Jesús nos
dijo que si tenemos oído para oír Su voz y si abrimos la puerta, El entrará no para
enseñarnos sino para cenar con nosotros, disfrutar un rico banquete con nosotros, a fin de
que le disfrutemos y El nos disfrute a nosotros.

La vida de iglesia es el disfrute del árbol de la vida, el maná escondido y el banquete


divino. Disfrutamos un rico banquete con el Señor y permitimos que El lo disfrute también.
Al comer así, al mezclarnos así, la edificación de la casa de Dios será realizada. Aquí
tenemos el camino de la vida de iglesia. La vida de iglesia no es algo producido por el
poder organizador, por las enseñanzas ni por los dones, sino al comer nosotros del Señor,
quien es el árbol de la vida, el maná escondido y el rico banquete.

CAPITULO NUEVE
CRISTO ABRE PASO AL ARBOL DE LA
VIDA
Lectura bíblica: Gn. 3:22-24; He. 4:12, 14-
16; 10:19-20
LOS REQUISITOS DE LA GLORIA,
JUSTICIA Y SANTIDAD DE DIOS,
CUMPLIDOS POR LA MUERTE DE CRISTO
Génesis 3:22-24 dice: “Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros,
sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de
la vida, y coma, y viva para siempre. Y lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que labrase
la tierra de la que fue tomado. Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de
Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el
camino del árbol de la vida”. Los querubines representan la gloria de Dios (He. 9:5). El
requisito de la gloria de Dios le cierra al hombre caído el acceso al árbol de la vida. La
espada representa el juicio realizado por la justicia de Dios. Tenemos que cumplir con la
justicia de Dios; de otro modo, estamos bajo Su juicio. El fuego representa la santidad de
Dios. Los requisitos de la gloria, justicia y santidad de Dios impidieron que el hombre
caído obtuviera acceso al árbol de la vida. El acceso al árbol de la vida no podría abrírsele
al hombre, sino hasta que estos requisitos se cumpliesen.

Hebreos 4:14-16 dice: “Por tanto, teniendo un gran Sumo Sacerdote que traspasó los cielos,
Jesús el Hijo de Dios, retengamos la confesión. Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que
no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo igual que
nosotros, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para
recibir misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. En estos versículos se
encuentra a Cristo en calidad de Sumo Sacerdote ascendido a los cielos. En segundo lugar,
este Cristo ascendido puede compadecerse de nuestras debilidades. Aunque El está en los
cielos y nosotros estamos en esta tierra, El puede ser conmovido por nuestras debilidades.
En tercer lugar, en el versículo 16 se nos manda a acercarnos al trono de la gracia. El
versículo 14 nos dice que Cristo, quien está sentado en el trono de la gracia, está en los
cielos. ¿Cómo, pues, podemos acercarnos al trono de la gracia en los cielos? Antes de
resolver este problema, leamos los versículos 12 y 13 del capítulo cuatro: “Porque la
palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra
hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos
y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en Su presencia;
antes bien todas las cosas están desnudas y expuestas a los ojos de Aquel a quien tenemos
que dar cuenta”. Hebreos 10:19-20 dice: “Así que, hermanos, teniendo firme confianza para
entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesús, entrada que El inauguró para nosotros
como camino nuevo y vivo a través del velo, esto es, de Su carne”. Estos versículos nos
afirman que tenemos firme confianza para entrar en el Lugar Santísimo. El trono de la
gracia equivale al propiciatorio hallado en el Lugar Santísimo (Ex. 25:17, 21). Por tanto,
acercarnos al trono de la gracia significa entrar en el Lugar Santísimo. Entramos en el
Lugar Santísimo por la sangre de Jesús, por el camino nuevo y vivo.

Hemos visto que el árbol de la vida es simplemente Dios mismo en Su Trinidad presentado
a nosotros. Pero debido a la caída del linaje humano, el hombre se volvió pecaminoso y el
acceso al árbol de la vida fue cerrado. El hombre carecía de la gloria de Dios (Ro. 3:23).
También el hombre estaba bajo la condenación de la justicia de Dios y estaba en contra de
la santidad de Dios. Dios seguía deseando que el hombre le disfrutara como el árbol de la
vida, pero Su gloria, Su justicia, y Su santidad no dejaban que el hombre caído se acercara
al árbol de la vida. Ningún hombre caído puede pasar por lo siguiente: los querubines, la
espada aniquiladora y el fuego ardiente. Si un hombre quiere comer del árbol de la vida,
tiene que cumplir con los requisitos de la gloria, justicia y santidad de Dios.

Por un lado, la condición caída del hombre, el pecado del hombre, tiene que resolverse,
debe quitarse. Por otro, es necesario que se satisfagan todos los requisitos de la gloria,
justicia y santidad de Dios. De otro modo, no hay manera en que los seres humanos coman
del árbol de la vida. ¿Dónde está el árbol de la vida? El árbol de la vida está en el Lugar
Santísimo. ¿Cómo podría una persona pecaminosa pasar por el atrio, entrar en el Lugar
Santo y pasar por el velo interior para entrar en el Lugar Santísimo y comer del árbol de la
vida? En el altar del atrio, los sacrificios resolvieron el problema de la condición caída del
hombre y de sus pecados. El altar tipifica la cruz de Cristo. En la cruz, no sólo fue resuelto
el pecado, sino que también se rasgó el velo (He. 10:20). Este es el segundo velo (He. 9:3)
que estaba dentro del tabernáculo y tipificaba la carne de Cristo. Cuando Su carne fue
crucificada, este velo se rasgó (Mt. 27:51), dándonos así a nosotros los que estábamos
excluidos de Dios, simbolizado por el árbol de la vida (Gn. 3:22-24), acceso al Lugar
Santísimo a fin de que tengamos contacto con El y le tomemos como el árbol de la vida
para nuestro disfrute. Cristo, el sacrificio eterno y todo-inclusivo, murió en la cruz, en el
altar. El cumplió con todos los requisitos de la justicia de Dios, de Su santidad y de Su
gloria. Por Su muerte, Cristo nos abrió el camino para que comiéramos a Dios, el árbol de
la vida. Es por esto que Cristo nos dijo en Juan 14 que tenía que ir a preparar un lugar para
nosotros.

El Evangelio de Juan nos dice que el Verbo quien era Dios se hizo carne (1:14), y éste es el
Cristo, el Mesías (1:41), Aquel que es la vida (14:6), la luz (8:12), el alimento (6:35), la
bebida (7:37-38), el aire (20:22), el pastor (10:11), la puerta (10:1), y muchas otras cosas.
¿Cómo podría ser Cristo tantas cosas para nosotros? Tenemos el pecado por dentro, y
cometemos pecados por fuera. Si Cristo ha de impartirse en nosotros como tantas cosas,
tiene que resolver el problema del pecado y de los pecados. La gloria, justicia y santidad de
Dios no le permitirían que se impartiese a personas pecaminosas. Por consiguiente, Cristo
tuvo que satisfacer los requisitos de la gloria, justicia y santidad de Dios por medio de Su
muerte en la cruz.

LA MANERA EN QUE EL DIOS-HOMBRE


FUE HECHO DISPONIBLE PARA NOSOTROS
Ahora necesitamos ver cómo este Dios-hombre fue hecho disponible para nosotros. Para
ilustrarlo, vamos a usar el ejemplo de una familia que consume una sandía. Los padres no
dejan que los niños coman con manos sucias. Primero los hijos tienen que lavarse las
manos antes de comer la sandía. Luego, la sandía se corta en pedazos. Cuando los hijos
comen las rebanadas, éstas llegan a ser jugo, el cual se puede digerir fácilmente. Por un
lado, los hijos se limpian; por otro, el jugo está a su disposición para que lo digieran. El
Dios Triuno ha sido procesado de modo semejante. Para poder entrar la sandía en los niños,
la secuencia es ésta: primero la sandía, luego las rebanadas, y finalmente el jugo. La sandía
entera es un cuadro del Padre; las rebanadas representan al Hijo, y el jugo, al Espíritu. El
Padre no es solamente el Padre, sino también el Hijo. Y el Hijo no es solamente el Hijo,
sino también el Espíritu. En otras palabras, esta sandía también consiste de rebanadas que
podemos comer y el jugo que podemos ingerir. La sandía desaparece después de comerse.
Originalmente, la sandía estaba en la mesa, pero después de comerse, la sandía está en toda
la familia. El Padre está en el Hijo, y el Hijo es el Espíritu, quien es como el jugo. En
realidad, el Espíritu está más disponible que el jugo porque el Espíritu es el aire (gr.,
pneuma y heb. ruach). Tanto el pneuma y el ruach pueden traducirse como cuatro palabras
diferentes: el aire, el aliento, el viento y el espíritu. Cristo, el Dios-hombre, en la
resurrección llegó a ser Espíritu vivificante. Esta gran sandía llegó a ser el jugo que
refresca.

APRENDER A EJERCITAR EL ESPIRITU


PARA TOCAR Y DISFRUTAR A CRISTO
Cristo, por Su muerte, eliminó todas las cosas negativas, tales como nuestra naturaleza
pecaminosa y nuestros pecados. El nos limpió con Su preciosa sangre y en Su resurrección
llegó a ser el Espíritu vivificante. El fue transfigurado en Espíritu vivificante. Ahora
estamos preparados y El está disponible. Todo lo que se necesita hacer es disfrutarle.
Después de lavarse y limpiarse las manos los niños, y después de que el jugo se hace
disponible, sería necedad que los hijos escucharan la sandía o la miraran y no la comieran.
Muchos de nosotros hemos actuado así para con el Señor. Por toda nuestra vida cristiana,
hemos escuchado, aprendido, observado, leído y estudiado, pero no hemos comido. Hemos
estado muertos de hambre pero no hemos tenido hambre. Si necesitamos desesperadamente
el alimento y no tenemos hambre, esto significa que estamos enfermos. El Señor reprendió
a la iglesia que estaba en Laodicea porque decían que eran ricos, cuando en realidad eran
pobres (Ap. 3:17). Eran pobres, pero no sentían que eran pobres. Creían que eran ricos.
Pensaban que lo sabían todo. Tenían todas las doctrinas, pero no tenían la meta. El Señor
mismo no cenaba con ellos. Que el Señor tenga misericordia de nosotros y nos libre de las
doctrinas y enseñanzas que nos distraen del disfrute de Cristo.

Debemos aprender a comer y a beber del Señor ejercitando el órgano apropiado para
recibirle. El órgano apropiado es nuestro espíritu. Nuestro Señor maravilloso, el árbol de la
vida, el Verbo hecho carne, el Dios-hombre, murió para abrir el camino y preparar el lugar.
Por medio de Su muerte, El ha eliminado todas las cosas negativas y nosotros estamos
limpios. También en Su resurrección llegó a ser Espíritu vivificante. Si queremos tocar a
este Espíritu, tenemos que ejercitar nuestro espíritu. “Dios es Espíritu, y los que le adoran,
en espíritu ... es necesario que adoren” (Jn. 4:24). No debemos simplemente ejercitar
nuestra mente para entender, aprender y estudiar, sino que debemos ejercitar nuestro
espíritu para tener contacto con El, beberle y comerle. Por Su sangre, nuestra conciencia ha
sido purificada, así que nuestro espíritu está limpio y libre de toda condenación. Tenemos
paz para tocarle. Cuanto más nos abrimos al Señor desde nuestro espíritu, más tenemos la
paz y la sensación de que El es uno con nosotros. Podemos tener contacto con El, el
Espíritu vivificante que está en nosotros, y disfrutarle.
Es por esto que Hebreos 4:12 nos dice que el espíritu tiene que ser dividido del alma. El
alma es el verdadero problema. El trasfondo del libro de Hebreos está relacionado con los
judaizantes que distraían a los creyentes y no les dejaban disfrutar a Cristo. Tal vez dijeran
a cierto creyente hebreo: “Somos los descendientes de nuestros antepasados, los que
recibieron la ley de nuestro Dios. Tenemos que creer en Jesús, pero no debemos abandonar
la ley”. Este argumento doctrinal hubiera confundido a los creyente hebreos. Pablo escribió
el libro de Hebreos para decirles a estos cristianos que debemos relacionarnos con el Cristo
viviente y disfrutarle, y dejar de relacionarnos con una religión. No necesitamos una
religión, sino una Persona viviente, quien es Cristo, el árbol de la vida. Si queremos tratar
con la religión, necesitamos el alma, la mente. Pero si vamos a relacionarnos con una
Persona viviente, quien es Cristo, el Espíritu vivificante, debemos aprender cómo ejercitar
nuestro espíritu. Nuestro espíritu tiene que ser dividido de nuestra alma, la que perturba y
engaña. Debemos distinguir entre nuestro espíritu y nuestra alma perturbadora y
engañadora. Tenemos que aprender a ejercitar nuestro espíritu para tocar y disfrutar a
Cristo, el Espíritu vivificante.

Por un lado, Cristo está en los cielos. Por otro, El está en nuestro espíritu. Con el Cristo
resucitado y ascendido no hay problemas de espacio o de tiempo. El es el mismo ayer, hoy
y para siempre (He. 13:8). Es como el aire. Con respecto al aire, no hay problemas de
espacio ni de tiempo. Como el aire, Cristo está en todas partes. El es celestial, no terrenal, y
El es espiritual, no carnal. Debemos aprender cómo ejercitar nuestro espíritu para tener
contacto con este Cristo celestial y espiritual, quien es el Espíritu vivificante. Con respecto
a nosotros, hay problemas referentes a ayer, hoy y mañana. Tal vez digamos a otros que no
nos visiten después de la medianoche. Pero el Señor nunca nos diría que no nos pongamos
en contacto con El después de la medianoche. El siempre está disponible.

El aire difiere del alimento. Ingerimos la comida a tiempos fijos, pero respiramos el aire
todo el tiempo, aun cuando estamos dormidos. El aire no tiene problema en cuanto al
espacio ni al tiempo. Una persona puede estar tan ocupada que se olvide de comer, pero
nunca estará tan ocupada que se olvide de respirar. Siempre que nos volvamos al Señor y
dondequiera que estemos, El estará allí como el aire divino, el pneuma divino. Donde está
El, allí está el Lugar Santísimo. Donde está El, allí está el trono de la gracia. El hecho de
que tengamos contacto con El depende de una sola cosa: el ejercicio de nuestro espíritu.
Debemos tocar, sentir y atender a Su presencia en nosotros. Si usamos el órgano incorrecto,
Su presencia nos estará escondida. Si tratamos de mirar la fragancia que está en el aire,
usamos el órgano incorrecto. Si ejercitamos el sentido del olfato, inmediatamente
sentiremos y disfrutaremos la fragancia.

Todos los obstáculos, estorbos y cosas negativas, tales como el mundo, Satanás el diablo,
los demonios, las tinieblas, el pecado, los pecados, y la carne han sido abolidos, y todos los
requisitos de la gloria, justicia y santidad de Dios han sido satisfechos por completo. No
tenemos problema ninguno en cuanto a tener contacto con Dios. Además, Dios ha pasado
por un proceso para poder hacerse disponible para nosotros. La sandía se ha convertido en
jugo. El Dios Triuno se hizo hombre, y este Dios-hombre, Jesús, llegó a ser Espíritu
vivificante. Todo está preparado, y El está tan disponible como el aire. Espera que hagamos
una sola cosa: ejercitar nuestro espíritu. Cuando ejercitamos nuestro espíritu para tocar al
Señor, sentimos que estamos en el Lugar Santísimo y que estamos tocando el trono de la
gracia. Podemos obtener la misericordia necesaria y hallar la gracia que fluye en nosotros
como agua viva, las cuales constituyen nuestro socorro oportuno. Esta es la manera de
disfrutar el árbol de la vida hoy. Creo que el Señor recobrará la experiencia del árbol de la
vida entre Sus hijos.

Cristo, por Su muerte todo-inclusiva y Su resurrección maravillosa, ha abierto el camino y


preparado el lugar. Ahora es fácil que entremos en el Padre y que el Padre se introduzca en
nosotros. Todo está cumplido, todo preparado, y Cristo ha llegado a ser Espíritu vivificante.
El Espíritu vivificante es la máxima expresión del Dios Triuno. El era el Creador, el Dios
todopoderoso, y como el Verbo se hizo carne. El es el Dios-hombre quien pasó por la
muerte y la resurrección para llegar a ser Espíritu vivificante. Este Espíritu vivificante es el
Creador, el Dios todopoderoso, el Padre, el Hijo y el Espíritu. Incluido en este Espíritu
vivificante están la encarnación de Cristo, Su vivir humano, Su crucifixión, Su resurrección
y Su ascensión. La justicia de Dios, Su santidad, Su gloria y el cumplimiento de todos los
requisitos también están incluidos en el Espíritu vivificante. El nos está disponible. Lo
único que necesitamos hacer es recibir a este Espíritu invocando el nombre del Señor (1 Co.
12:3; Hch. 2:17a, 21). Entonces le disfrutaremos en nuestro interior.

El libro de Hebreos nos dice que debemos ser liberados de la religión y puestos en esta
Persona viviente. Tenemos que abandonar la religión para tomar esta Persona viviente. Se
requieren los sesenta y seis libros de la Biblia para definir quien es esta Persona viviente.
Este Cristo viviente, maravilloso y admirable está tan disponible como el aire. Todos
nuestros problemas y todas nuestras aflicciones han sido resueltos por Su muerte todo-
inclusiva. Nuestra conciencia, la parte principal de nuestro espíritu, ha sido completamente
purificada y limpiada. Debemos tener completa paz, plena confianza, un denuedo completo
y la plena seguridad para acercarnos y tocarle. Podemos entrar en el Lugar Santísimo y
tocar el trono de la gracia para disfrutarle como misericordia y gracia, como el agua que
fluye y como la vida disfrutable.

Como Espíritu vivificante, El es semejante al aire refrescante. Dondequiera que estemos y


siempre que nos volvamos a El, allí estará El. Lo único que necesitamos entender es que
necesitamos ejercitar nuestro espíritu para tener contacto con El. Cuando ejercitamos
nuestro espíritu para tener contacto con El, estamos en el Lugar Santísimo tocando el trono
de la gracia y disfrutando la fuente de la gracia, el Espíritu vivificante. Este es el disfrute
del árbol de la vida, el cual nos transformará, equipará, fortalecerá, vestirá, y aun nos
adornará con Cristo. De este disfrute todos nosotros seremos edificados como el edificio, el
lugar de reposo, de Dios.

Al final de la Biblia hay un edificio universal (Ap. 21:2). El trono es el centro de este
edificio, y de este trono sale un río de agua viva (Ap. 22:1). El árbol de la vida crece en la
corriente de este río para traer un suministro a todos los redimidos de Dios (v. 2). Esto no
nos debe ser una doctrina, sino algo que experimentemos día por día y hora tras hora. El
Señor necesita que un grupo de personas le disfrute, participe de El y le experimente de
manera tan viva que se junten para ser Su expresión viviente. Ellos tendrán la imagen de
Dios para expresar al Dios Triuno, la autoridad de Dios para representar al Señor soberano,
y la vida de Dios para cumplir con todos los requisitos. Todo esto depende de una sola
cosa: el disfrute del Dios Triuno como árbol de la vida. Necesitamos pedirle al Señor que
haga de la comunión contenida en este capítulo una visión celestial y debemos rogar que El
nos introduzca en la realidad de esta visión.

CAPITULO DIEZ
EL PROPOSITO DE DIOS
SE CUMPLE CON EL CRECIMIENTO
DEL ARBOL DE LA VIDA EN
NOSOTROS
Lectura bíblica: Mt. 13:3, 8; Jn. 3:5; Lc.
17:21; Gá. 5:22; Sal. 34:8; 1 P. 2:2-3; 1 P.
3:7; 2 P. 1:3-4; Hch. 5:20; Ro. 5:10, 21
DEBEMOS CUMPLIR CON LOS REQUISITOS
DE LA GLORIA, SANTIDAD Y JUSTICIA DE DIOS
PARA DISFRUTAR AL DIOS TRIUNO
La intención de Dios es forjarse en nosotros como nuestra vida en la forma de alimento, lo
cual se lleva a cabo al comerle nosotros. Pero el hombre cayó. Debido a la caída del
hombre, éste se involucró con Satanás, con la fuerza maligna de las tinieblas. Todas las
cosas negativas que existen en este universo están relacionadas con el hombre por causa de
la caída. Antes de que fuera creado el hombre, Satanás, las tinieblas de Satanás y el reino
maligno de Satanás ya estaban allí, pero el hombre no tenía nada que ver con esas cosas
negativas. Por medio de la caída, Satanás trajo al hombre todas estas cosas negativas, las
cuales están en contra de la gloria, santidad y justicia de Dios, las cuales no permitieron que
el hombre caído tocara a Dios. Sin embargo, la muerte todo-inclusiva de Cristo juzgó y
abolió todas estas cosas negativas. Además, por medio de Su muerte y en Su resurrección
Cristo llegó a ser Espíritu vivificante. El se nos ha hecho disponible para que le
disfrutemos. El Dios Triuno corporificado en Cristo, quien es hecho real en nosotros como
Espíritu vivificante, es el resultado central de todas las obras que Cristo ha llevado a cabo.

El tabernáculo del Antiguo Testamento nos muestra que el Dios Triuno se nos revela para
nuestro disfrute. El tabernáculo tiene tres partes: el atrio, el Lugar Santo y el Lugar
Santísimo. En el atrio está la justicia de Dios; en el Lugar Santo está la santidad de Dios y
en el Lugar Santísimo se encuentra la gloria de Dios. Si uno quiere pasar por el atrio, tiene
que cumplir con los requisitos de la justicia de Dios; si va a entrar en el Lugar Santo, debe
satisfacer los requisitos de la santidad de Dios; y si quiere entrar en el Lugar Santísimo,
tiene que cumplir con los requisitos de la gloria de Dios. En el Lugar Santísimo está Dios
mismo. El arca del testimonio es la misma corporificación de Dios y dentro del arca está el
maná escondido, el cual significa que Dios es nuestro disfrute. En la conclusión de la
revelación divina, la Nueva Jerusalén se llama el tabernáculo de Dios (Ap. 21:2-3). Este
tabernáculo es el resultado total, máximo y central de toda la obra de Dios en este universo.
Incluidas en este tabernáculo están la justificación del atrio, la santificación del Lugar Santo
y la glorificación hallada del Lugar Santísimo.

LA JUSTIFICACION, LA SANTIFICACION Y
LA GLORIFICACION TIENEN COMO FIN
LA VIDA DEL CUERPO
El libro de Romanos también incluye los pasos de justificación, santificación y
glorificación, los cuales satisfacen los requisitos de la justicia de Dios, de Su santidad y de
Su gloria. El primer paso, el de la justificación, se encuentra en los versículos de Romanos
1:1 a 5:11. Esta parte de Romanos nos dice que somos pecaminosos y estamos bajo la
condenación de Dios, pero que mediante la sangre de Jesús, hemos sido justificados. De
5:12 a 8:13 se ve la santificación y 8:14-39 habla de la glorificación. Dios primero nos
justifica y luego obra para santificarnos. Ser santificados significa ser mezclados con Dios.
Cuanto más somos mezclados con Dios, más santificados somos. Según el cuadro
presentado por el tabernáculo, todas las cuarenta y ocho tablas fueron cubiertas de oro. Ser
santificados significa ser cubiertos por Dios y con Dios. Dios no sólo nos ha justificado,
sino que también nos ha puesto en Cristo. Dios nos ha identificado con Cristo, nos ha
injertado en Cristo y ha hecho que Cristo fuese uno con nosotros. Ahora estamos en Cristo.
En Romanos 8 el Espíritu es llamado el Espíritu de vida (v. 2). Cristo es el Espíritu, y este
Espíritu es el Espíritu de vida. El está en usted, usted está en El, y usted tiene que aprender
a vivir no por sí mismo sino por El y en El. Vivir por y en el Espíritu de vida significa que
está en el proceso de la santificación. Ser santificado significa ser mezclado con la
naturaleza divina. Sólo Cristo en Su naturaleza divina es santo. Romanos 8:14-39 nos dice
que después de que somos justificados y santificados, seremos glorificados.

Romanos 9—11 es una sección de paréntesis, en la cual se habla de la elección de Dios.


Los capítulos del doce al dieciséis revelan la vida del Cuerpo. Por tanto, el libro de
Romanos revela el tabernáculo de Dios. La justificación efectuada mediante la redención de
Cristo se halla en el atrio, la santificación en el Lugar Santo, y la glorificación en el Lugar
Santísimo. La vida de iglesia es la mezcla del Dios Triuno con Su pueblo escogido. Las tres
etapas de justificación, santificación y glorificación componen la vida de iglesia, la vida del
Cuerpo. La vida de iglesia es el Dios Triuno (Dios como fuente corporificado en Cristo y
hecho real como Espíritu) mezclado con Su pueblo escogido. Estos escogidos son
justificados, santificados, glorificados y edificados para conformar el tabernáculo, el
Cuerpo, la iglesia. Esta verdad es la semilla de todo lo relacionado con el propósito de
Dios.
CRISTO COMO SEMILLA DE VIDA
ES LA SEMILLA DEL REINO, LA IGLESIA,
EL VIVIR CRISTIANO Y EL MINISTERIO
CRISTIANO
Relacionado con el propósito de Dios están el reino, la iglesia, el vivir cristiano, es decir, su
andar, o su conducta y la obra cristiana, o sea el servicio o ministerio cristiano. Con el reino
de Dios, la iglesia de Cristo, el vivir cristiano y el ministerio cristiano, hay una semilla. La
semilla de vida está relacionada con todo lo perteneciente al propósito de Dios.

El reino
Algunos maestros de la Biblia hacen mención del asunto del reino como si fuera sólo una
verdad dispensacional. Pero necesitamos ver que en Mateo el reino primero se compara con
una semilla sembrada en la tierra (Mt. 13:3; cfr. Mr. 4:26). Esta semilla es Cristo, la
corporificación del Dios Triuno. ¿Cómo podría este Cristo santo como la propia
corporificación divina de Dios ser sembrado en nosotros ya que éramos tan pecaminosos,
nos relacionábamos tanto con Satanás y estábamos completa y absolutamente envueltos con
todo lo negativo del universo? Antes de entrar en nosotros, esta semilla pasó por la muerte
y la resurrección. El preparó un lugar en el Padre y abrió el camino para que fuésemos
introducidos en el Padre. Esta semilla hizo lo necesario para poder entrar en nosotros. De
esta semilla el reino crecerá.

En Mateo 13 hay siete parábolas relacionadas con el reino. En éstas, la semilla es Cristo
sembrado en nosotros para crecer en nosotros, y el enemigo, Satanás, interviene para hacer
todo lo posible para impedir y dañar el crecimiento de esta semilla. El objetivo de Satanás
es impedir el crecimiento de esta semilla, porque el crecimiento producirá el reino. En
Mateo 13 la semilla se siembra, y luego crece en la buena tierra para producir fruto.
También, en las siete parábolas un tesoro está escondido en el campo (v. 44) y las perlas
son mencionadas (vs. 45-46). Estas cosas representan la transformación de vida. Por tanto,
el reino tiene que ver con la vida y con el disfrute de Dios como árbol de la vida para la
transformación de vida.

Juan 3:5 dice: “El que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”.
El reino de Dios es un asunto de vida. Uno debe participar de Dios como árbol de la vida,
para tomar parte en el reino de Dios. Nuestra comunión en este capítulo muestra que todo
lo relacionado con Dios y con Su propósito tiene que ver con el disfrute de Dios como vida.
Aun el reino de Dios tiene que ver con el disfrute de Dios como árbol de la vida. De esta
vida el reino de Dios crecerá y se extenderá. La semilla del reino es el propio Dios Triuno
como árbol de vida plantado en nosotros. El reino es el crecimiento del árbol de vida
plantado en nosotros. En Lucas 17 el Señor Jesús dijo a los fariseos: “El reino de Dios está
entre vosotros” (v. 21). El Señor Jesús reveló que el reino de Dios es el propio Salvador,
quien estaba entre los fariseos cuando le hacían preguntas. El reino es el Señor entre
nosotros y dentro de nosotros.

La iglesia
Necesitamos ver que la iglesia también es el crecimiento del árbol de vida plantado en
nosotros. Cuanto más disfrutemos a Cristo, el árbol de la vida, más el elemento, la realidad,
de la iglesia crecerá. Cuanto más crezcamos en Cristo, más llegará a existir la iglesia. Así
que, la iglesia es lo que es producido al crecer el árbol de la vida en nosotros.

El vivir cristiano
Ahora necesitamos considerar lo que es el andar cristiano, el vivir cristiano. Gálatas 5:22
menciona el fruto del Espíritu, el cual es producido por el árbol de la vida en nosotros. El
resultado del árbol de la vida dentro de nosotros es el diario andar o el vivir del cristiano. El
andar cristiano, o sea el vivir, la conducta, el comportamiento cristiano, no debe ser una
actuación religiosa, sino algo divino y espiritual, algo del Espíritu de Dios.

Cuando yo era joven, los misioneros me enseñaron que el cristianismo era una religión de
amor, que nosotros los cristianos debíamos amar a los demás. Algunos de los maestros de
mi escuela eran estudiantes de Confucio. Compararon las enseñanzas de la Biblia con las
del libro clásico de Confucio. Dijeron que las enseñanzas de Confucio eran mejores, en
cuanto a la ética, que las de la Biblia, y podían demostrarlo. Era difícil argüir con su lógica.
Yo estaba muy confundido. Habiendo nacido como chino, pensaba que no había manera de
que yo recibiera el cristianismo puesto que las enseñanzas de Confucio parecían ser
mejores. Cuando fui salvo, me di cuenta de que por muy buenas que fuesen las enseñanzas
de Confucio, no había redención en ellas. Prefiero tomar a Cristo porque con Cristo tengo
la sangre redentora. Años después, me di cuenta aún más que con Cristo no solamente
tenemos la sangre redentora, sino también la vida divina.

El andar cristiano, o sea el vivir, la conducta cristiana, no tiene que ver simplemente con
una conducta apropiada sino, aún más, con la vida. Como los cristianos que somos no
debemos simplemente amar a otros, sino que debemos vivir a Cristo expresándole como
amor. No debemos ser simplemente humildes, sino que debemos vivir a Cristo
expresándole como la humildad. El bronce bruñido puede resplandecer más que una pieza
de oro, pero las naturalezas de los dos son completamente diferentes. No sólo amamos a
otros exteriormente, mostrándonos humildes o pacientes para con los demás. Nosotros
vivimos a Cristo. Nuestro comportamiento, la manera en que vivimos, nos conducimos y
andamos, debe provenir de Cristo, debe ser el fruto del Espíritu Santo desde nuestro
interior. Cuando el Espíritu Santo vive en nosotros y nosotros vivimos por El, el fruto será
producido, el fruto del Espíritu. Este fruto es nuestro andar cristiano, nuestro
comportamiento cristiano y es algo totalmente diferente a las enseñanzas de Confucio.

Por muy buenas que sean las enseñanzas de Confucio, nunca podrán producir algo divino y
santo. Nunca podrán impartirle a usted la naturaleza santa y divina de Dios. Pero en nuestro
andar cristiano, en nuestro vivir cristiano, debe manifestarse la naturaleza divina. El andar
cristiano no es una clase de vida corregida, calibrada, instruida y disciplinada por las
mejores enseñanzas de los filósofos. El vivir cristiano es algo que fluye de nuestro interior
al tomar a Cristo como vida, al vivir nosotros en el Espíritu Santo. Debemos darle a la
semilla de vida, la cual ha sido sembrada en nosotros, una oportunidad para crecer y brotar
de nosotros.

El ministerio cristiano
Además, el servicio cristiano, el ministerio cristiano, debe rebosar de la vida interior. No
estamos meramente trabajando; nuestra obra rebosa de la vida divina que está en nosotros.
La semilla de la obra, del ministerio, del servicio, debe ser el Cristo todo-inclusivo. Si este
Cristo es la semilla de nuestra obra, ésta será revolucionada. La obra apropiada consiste en
que primero Cristo se siembra en nosotros como semilla. Luego debemos permitir que
Cristo crezca y luego fluya de nosotros. El fluir de Cristo, al rebosar de nosotros, es la obra,
el servicio, el ministerio. La obra no es cosa de cuánto podemos hacer o cumplir, sino de
cuánto Cristo podemos vivir y de cuánto El puede fluir de nosotros.

Cristo es la semilla del reino, de la iglesia, del andar cristiano, y del servicio cristiano.
Cristo es la semilla de todo lo relacionado con el propósito de Dios. Sin considerar el don
que tenemos o la clase de don que somos para el Cuerpo, debemos darnos cuenta de que
nuestra obra, nuestro ministerio, debe ser una obra y ministerio en los cuales Cristo como la
semilla ha sido sembrado en nosotros para crecer y brotar de nuestro interior a fin de que
ministremos a Cristo a los demás. Que el Señor nos ayude a entender lo que significa tener
a Cristo como semilla en el reino, en nuestra vida de iglesia, en nuestro diario andar y en
nuestra obra.

CRISTO COMO SEMILLA DE VIDA ES LA


SEMILLA DE
TODO LO RELACIONADO CON EL PROPOSITO DE
DIOS
Necesitamos considerar varios versículos que muestran que Cristo como semilla de vida es
la semilla de todo lo relacionado con el propósito de Dios. Salmos 34:8 dice: “Gustad, y
ved que es bueno Jehová”. Tenemos que gustar al Señor, no sólo conocerle. Luego 1 Pedro
2:2-3 dice: “Desead, como niños recién nacidos, la leche de la palabra dada sin engaño,
para que por ella crezcáis para salvación, si es que habéis gustado lo bueno que es el
Señor”. Una madre da leche a los niños recién nacidos para que crezcan. La mejor manera
de ayudar a los nuevos creyentes a crecer es darles de comer. Es fácil simplemente enseñar,
pero dar de comer no es muy fácil. Los niños recién nacidos necesitan la leche para beber a
fin de crecer. Podemos gustar al Señor, y Su sabor es agradable y bueno. Si lo hemos
gustado, deseamos la leche nutritiva que está en Su palabra.
Dice en 1 Pedro 3:7: “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando
honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida”. La
gracia de la vida es Dios como nuestra vida y nuestro suministro de vida en Su Trinidad: el
Padre como fuente de la vida, el Hijo como cauce de la vida, y el Espíritu como fluir de la
vida, el cual corre dentro de nosotros con el Hijo y el Padre (1 Jn. 5:11-12; Jn. 7:38-39; Ap.
22:1). Todos los creyentes son herederos de esta gracia. La gracia de la vida es el árbol de
la vida, el Dios Triuno. Las mujeres, los vasos más frágiles, son coherederas de la gracia de
la vida, el árbol de la vida.

Dice en 2 Pedro 1:3-4: “Ya que Su divino poder nos ha concedido todas las cosas que
pertenecen a la vida y a la piedad, mediante el pleno conocimiento de Aquel que nos llamó
por Su propia gloria y virtud, por medio de las cuales El nos ha concedido preciosas y
grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza
divina”. La vida es la semilla; la piedad, o sea, ser semejante a Dios, es el fruto. La vida es
algo interior; ser semejante a Dios es algo exterior. Ser participantes de la naturaleza divina
es comer del árbol de la vida.

En Hechos 5:20 un ángel del Señor le dijo a Pedro: “Id, y puestos en pie en el templo,
hablad al pueblo todas las palabras de esta vida”. ¿Qué quiere decir “esta vida”? Esta era la
vida que Pedro disfrutaba. El ángel le dijo a Pedro que ministrara a la gente la vida que
disfrutaba. Esta vida es la vida divina que Pedro predicaba, ministraba y vivía, y la que
venció la persecución, las amenazas y el encarcelamiento que Pedro sufrió a manos de los
líderes judíos. Estas palabras indican que la vida y la obra de Pedro hicieron la vida divina
muy real y presente en sus circunstancias que incluso el ángel la vio y la señaló. Las
palabras de esta vida no son lógos sino réma, la palabra presente, viviente y práctica. Lo
que le mandaron a Pedro a hablar no era una enseñanza doctrinal sino la palabra presente,
viviente y práctica acerca de la vida que él disfrutaba.

Romanos 5:10 dice: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la
muerte de Su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos en Su vida”. Hemos
sido reconciliados por Su muerte, y seremos salvos en Su vida. He sido reconciliado con
Dios por medio de la muerte de Cristo, pero ahora estoy en el proceso de ser salvo en Su
vida. La primera sección de Romanos habla de ser reconciliado por Su muerte. La segunda
habla de ser salvo en Su vida, la vida de resurrección.

Romanos 5:21 dice: “Para que así como el pecado reinó en la muerte, así también la gracia
reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro”. La gracia reina
como un rey para que podamos disfrutar la vida eterna de una manera real. De nuevo, esta
vida es el Dios Triuno como árbol de la vida. En Romanos 5—8 lo recalcado es el árbol de
la vida. Romanos 8:2 dice: “Porque la ley del Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús
de la ley del pecado y de la muerte”. El Espíritu de vida es el Dios Triuno como árbol de la
vida. Cuando le disfrutamos, será real para nosotros la plena salvación, la plena liberación.
Este árbol de la vida, este Espíritu de vida, este Espíritu vivificante, es la raíz, la semilla, la
realidad, y el punto central de todas las cosas espirituales, de todo lo relacionado con el
propósito de Dios. Así que, todos tenemos que aprender cómo alimentarnos del árbol de la
vida.
CAPITULO ONCE
LA MANERA DE DISFRUTAR DEL
ARBOL DE LA VIDA COMO RICO
BANQUETE
MEDIANTE LA PALABRA
Lectura bíblica: Mt. 15:21-28; 22:2; 1 Co.
10:21; 11:24-26; Ap. 19:9; Sal. 23:5; Jn.
6:63; 2 Co. 3:6; 1 Co. 15:45b; 2 Co. 3:17; 2
Ti. 3:16; Jn. 1:1; 4:24
Hemos hecho notar que el árbol de la vida, es decir, el asunto de la vida, es la verdadera
semilla, la raíz misma, de todo lo relacionado con el propósito de Dios, especialmente en
cuatro áreas principales. Primero, la vida interior es la semilla del reino de Dios. El reino de
Dios es algo que crece y brota de la semilla de la vida interior. En segundo lugar, la vida de
iglesia procede de la vida interior. En tercer lugar, el andar cristiano, o sea el vivir cristiano,
también rebosa de la vida interior. El comportamiento cristiano, la conducta cristiana, no es
algo de moralidad humana, sino de expresión divina. La vida divina está en nosotros, y
vivimos por esta vida y la naturaleza divina. Entonces tendremos el rebosamiento de la vida
divina. Por consiguiente, el comportamiento cristiano, el andar cristiano, es la expresión
misma de la vida y la naturaleza divinas en nuestro interior y es el fruto del Espíritu Santo
que mora en nosotros. No es algo humano. Debe de ser la divinidad mezclada con la
humanidad. En cuarto lugar, la obra cristiana, o sea, el servicio o el ministerio cristiano, no
es una actividad, sino un rebosamiento de la vida interior. Al alimentarnos del Señor Jesús,
algo de El fluirá de nuestro ser para ser ministrado a otros.

EL PAN DE LOS HIJOS


Mateo 15:21-28 relata un encuentro que tuvo el Señor con una mujer cananea: “Saliendo
Jesús de allí, se retiró a la región de Tiro y de Sidón. Y he aquí una mujer cananea que
había salido de aquellos confines clamaba, diciendo: ¡Ten misericordia de mí, Señor, Hijo
de David! Mi hija sufre mucho estando endemoniada. Pero Jesús no le respondió palabra.
Entonces acercándose Sus discípulos, le rogaron, diciendo: Despídela, porque viene
gritando detrás de nosotros. El respondiendo, dijo: No he sido enviado sino a las ovejas
perdidas de la casa de Israel. Pero ella vino y le adoró, diciendo: ¡Señor, socórreme!
Respondiendo El, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. Y
ella dijo: Sí, Señor; también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus
amos. Entonces respondiendo Jesús, dijo: ¡Oh mujer, grande es tu fe!; te sea hecho como
quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora”.

En este pasaje de las Escrituras el Señor se reveló a la mujer cananea como “el pan de los
hijos”. La mujer cananea le consideró como el Señor, una persona divina, y también le
reconoció como el hijo de David, un descendiente real, una persona grande y noble que
había de reinar. Sin embargo, El se le reveló a ella como pedazos pequeños de pan, buenos
para comer. Tal vez clamemos al Señor día a día, pidiéndole que haga cosas para nosotros
sin darnos cuenta de que El es el pan de los hijos que podemos disfrutar, del cual podemos
alimentarnos. Desde ahora en adelante espero que tengamos contacto con el Señor cada
mañana dándonos cuenta de que El es el pan de los hijos. Tal vez seamos los perros gentiles
pero “también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos” (v. 27).
Como el rey celestial, el Señor reina sobre Su pueblo alimentándole consigo mismo como
pan. Sólo cuando lo tomamos como nuestra comida podemos ser las personas apropiadas de
Su reino. Comer a Cristo como nuestro suministro es la manera de ser el pueblo del reino
en la realidad del reino.

LA VIDA CRISTIANA ES UNA VIDA DE GOZO


El comienzo de la vida cristiana:
una fiesta de bodas
Mateo 22:2 dice: “El reino de los cielos ha venido a ser semejante a un rey que hizo fiesta
de bodas para su hijo”. La predicación correcta del evangelio es invitar a la gente a una
fiesta de bodas. El Cristo inescrutablemente rico es un banquete preparado por Dios para
ser el disfrute del hombre. El evangelio es una fiesta de bodas. Cuando predicamos el
evangelio, llamando a la gente, invitándola, esto es como si les invitamos a un banquete, y
no sólo a arrepentirse con lágrimas. El Señor posiblemente diría a estos pecadores
lastimosos: “No lloréis, sino regocijaos. Venís a un banquete. Habéis venido para
disfrutarme a Mí”. Los pecadores han venido para disfrutar el árbol de la vida. Tal vez
hayamos sido salvos hace muchos años, pero es posible que no lo hayamos comprendido de
esta manera. Cuando acudimos al Señor Jesús, vamos a disfrutarle como rico banquete.
Vamos a participar de un banquete. El comienzo de la vida cristiana es el disfrute de una
fiesta de bodas.

La continuación de la vida cristiana:


la mesa del Señor
Después de ser salvos, día a día y semana tras semana participamos de la mesa. Dice en 1
Corintios 10:21: “No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no podéis
participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios”. Después de ser salvos,
tenemos que ir a la mesa del Señor continuamente, por lo menos una vez a la semana. Cada
día del Señor nos acercamos a la mesa. Recordar al Señor de verdad es participar de El
comiéndole y bebiéndole. Dice en 1 Corintios 11:24: “Y habiendo dado gracias, lo partió, y
dijo: Esto es Mi cuerpo que por vosotros es dado; haced esto en memoria de Mí”. Partimos
el pan para poder comerlo (Mt. 26:26). Recordar al Señor de verdad es tomarle y comerle.
No recordamos al Señor usando nuestra mente para pensar, considerar y meditar acerca del
Señor; le recordamos ejercitando nuestro espíritu para alimentarnos de El. Dice a
continuación 1 Corintios 11:25: “Esta copa es el nuevo pacto establecido en Mi sangre;
haced esto todas las veces que la bebáis, en memoria de Mí”. De nuevo, recordar al Señor
de verdad es comerle y beberle.

Al principio de la vida espiritual, llegamos a una fiesta de bodas. Luego, después de ser
salvos, semana tras semana, tenemos que ir a una fiesta, un banquete, es decir, la mesa del
Señor. En la mesa del Señor ejercitamos nuestro espíritu para comer y beber de El, una vez
más testificando y proclamando a todo el universo que ésta es la manera en que vivimos por
el Señor. Vivimos tomando a Cristo como nuestra comida y bebida. Vivimos comiéndole y
bebiéndole. Esta es la verdadera memoria de El. La vida cristiana comenzó con una fiesta
de bodas y continuará con la mesa del Señor hasta que El regrese (1 Co. 11:26).

La consumación de la vida cristiana:


la cena de las bodas del Cordero
Apocalipsis 19:9 dice: “Y me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena
de las bodas del Cordero”. Este es el momento del regreso del Señor. Cuando El regrese,
los creyentes vencedores disfrutarán la cena de las bodas del Cordero. En la cena de bodas,
los creyentes disfrutarán una porción especial de Cristo. Una fiesta de bodas no consiste de
comida ordinaria, sino de una porción especial. En aquel entonces el Señor mismo será una
porción especial que podremos disfrutar.

La vida cristiana comienza con una fiesta de bodas, continúa con la mesa del Señor semana
tras semana hasta que El venga, y cuando regrese, habrá una cena de bodas. Toda la vida
cristiana, desde el principio hasta el fin, consiste en gozar de un banquete. ¿Disfrutamos
nosotros al Señor todo el tiempo en nuestra vida cristiana? ¿Disfrutamos la vida cristiana
como un banquete continuo? La vida cristiana es un rico banquete. Comienza con un
banquete, continúa con un banquete y concluye con un banquete. Disfrutaremos al Señor
como rico banquete por toda la eternidad.

En vez de disfrutar al Señor comiéndole todo el día, es posible que nos esforcemos. Aun en
el campo de batalla, el Señor adereza una mesa delante de nosotros en presencia de nuestros
enemigos (Sal. 23:5). Mientras peleamos, disfrutamos de un rico banquete. Si no sabemos
comer, nunca podremos pelear de manera adecuada. Sólo los que saben disfrutar al Señor
como rico banquete, saben cómo pelear por el Señor. La vida cristiana es una vida de gozo.
En 1958 yo estaba en unas conferencias en Dinamarca. Un día el hermano encargado dijo:
“Hermano Lee, ¿se preocupa usted? Me parece que siempre está feliz. ¿Acaso no tiene
usted problemas?” Sí, yo tengo problemas, pero mi secreto es éste: yo soy un cristiano que
siempre goza del banquete. En mí mismo debo ser triste, pero en El hay un rico banquete.
Tratemos de ser cristianos que siempre gozan de un rico banquete, y no los que se
esfuerzan.

Necesitamos ver que la vida cristiana es una vida de banquetes. Somos destinados y
ordenados para disfrutar al Señor comiéndole. Cuando yo era joven, mi pastor me dijo que
fuimos destinados por Dios para sufrir. Eso me asustó. Más tarde en mi vida cristiana
descubrí que todos nosotros tenemos que pasar por sufrimientos, pero somos destinados y
ordenados por Dios a disfrutarle como un rico banquete. El comienzo de la vida cristiana es
un banquete, la continuación de la vida cristiana es la mesa, y la consumación es el
banquete eterno. Que el Señor nos muestre Su gracia para que podamos empezar a
disfrutarle como rico banquete día a día. ¡Venga a la mesa! ¡Venga y coma!

EL SEÑOR ES EL ESPIRITU Y LA PALABRA


Ahora llegamos al punto práctico de cómo disfrutar este banquete. Según la revelación
bíblica, el Señor es el Espíritu y la Palabra viva. Juan 6:63 y 2 Corintios 3:6 nos dice que el
Espíritu es el que da vida. ¿Quién es este Espíritu? Dice en 1 Corintios 15:45b: “El postrer
Adán [fue hecho] Espíritu vivificante” y 2 Corintios 3:17 dice: “El Señor es el Espíritu”. El
Señor es el Espíritu que da vida, y este Espíritu vivificante es el Cristo encarnado,
crucificado, resucitado y ascendido. Cristo, por medio de Su muerte y Su resurrección llegó
a ser Espíritu vivificante. Como nuestro alimento, como nuestro banquete, Cristo es el
Espíritu vivificante. Nuestro alimento es el Espíritu.

El Espíritu es abstracto así como el aire, pero la Palabra es concreta. En Juan 6:63 el Señor
también dijo: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida”. En nuestro
concepto siempre consideramos que la Palabra de Dios tiene que ver con el conocimiento y
la enseñanza en las letras. Pero el Señor nos dice que Sus palabras son espíritu. La palabra
del Señor es espíritu. Dice en 2 Timoteo 3:16 que “toda la Escritura es dada por el aliento
de Dios”. Esto indica que las Escrituras, la Palabra de Dios, son el aliento de Dios. Por esto,
Su Palabra es espíritu, pneuma, o aliento.

No debemos considerar que las Escrituras son meramente la letra. Las Escrituras son el
aliento de vida. Las palabras que el Señor habló son espíritu porque el Señor mismo es el
Espíritu. Así que, todo lo que sale de El como aliento, tiene que ser espíritu. Debemos
cambiar nuestro concepto. La palabra no equivale al conocimiento sino al espíritu. Las
palabras que el Señor nos habla son espíritu, no conocimiento, y toda Escritura es el aliento
de Dios. El Señor mismo está en la Palabra, y El mismo es llamado el Verbo. En el
principio era el Verbo, el Verbo era Dios (Jn. 1:1), y Dios es Espíritu (4:24). El Señor es el
Verbo, y éste es el Espíritu.
EJERCITAMOS NUESTRO ESPIRITU
PARA TOCAR LA PALABRA
Un periódico se compone de material escrito en blanco y negro, de letras solamente.
Cuando leemos el periódico, debemos ejercitar nuestros ojos para leer y nuestra mente para
entender. Pero no podemos tocar la Palabra de Dios de semejante manera ni siquiera
intentarlo. La Palabra de Dios necesita que nuestros ojos la lean, pero no es para nuestros
ojos. Es necesario que nuestra mente la entienda, pero no es para nuestra mente. Los ojos
son miembros de nuestro cuerpo físico, y la mente es la parte principal del alma. Pero la
Palabra es para nuestro espíritu, el cual debe recibirla y digerirla. Después de leer y
entender la Palabra, debemos ejercitar nuestro espíritu para recibirla. La Palabra no tiene
como fin que nuestros ojos la lean, ni que nuestra mente la entienda, sino que nuestro
espíritu se alimente de ella. Si no ejercitamos nuestro espíritu mientras leemos la Palabra,
por lo que a nosotros se refiere la Biblia se convertirá en el árbol del conocimiento y no el
árbol de la vida. La misma Biblia puede ser un libro de conocimiento para una persona y un
libro de vida para otra. Esto depende de cuál órgano usamos para tocarla.

Por lo menos siete años después de que recibí al Señor en mi juventud leí y estudié la
Biblia sin darme cuenta de que necesitaba ejercitar mi espíritu para tocar al Señor en la
Palabra. Nunca me ayudaron a entender que era necesario ejercitar mi espíritu para
relacionarme con este libro espiritual. Nunca me lo enseñaron. Así que, cuanto más estudié
este libro con mi mente solamente, más muerto estaba. Cuanto más estudié, más me llené
de letras muertas, de conocimiento muerto. Tenemos que ejercitar nuestro espíritu para
relacionarnos con esta Palabra viviente y para tocarla. Luego la Palabra se convierte en
espíritu. Cuando llega a ser espíritu, se convierte en vida. Cuando se convierte en vida,
llega a ser nuestro alimento, nuestro suministro de vida.

Cuando acudimos a la Palabra, debemos leerla con nuestros ojos y entenderla con nuestra
mente, pero no debemos ejercitar la mente mucho. Ya ha sido usada demasiado. Aun
cuando estamos dormidos, nuestra mente todavía está activa, pues soñamos. Si no
entendemos algo cuando leemos la Palabra, no nos debe molestar. No obstante, después de
entender algo, debemos ejercitar nuestro espíritu para tocar esa porción de la Palabra por
medio de la oración. Inmediatamente tenemos que orar acerca de lo que entendemos y orar
con lo que entendemos.

LA PALABRA ESCRITA LLEGA A SER


LA PALABRA VIVIENTE
El Señor es la Palabra viviente, y la Biblia es la Palabra escrita. ¿Son la Palabra escrita y la
Palabra viviente dos clases de palabras? Si consideramos que la Palabra escrita es algo
diferente a la Palabra viviente, la Palabra escrita será conocimiento muerto. La Palabra
escrita no puede separarse de la Palabra viviente, sino que debe ser una con la misma.
Muchas esposas conocen Efesios 5:22, donde dice: “Las casadas estén sujetas a sus propios
maridos, como al Señor”. La mayoría de las esposas aprecian y respetan a los maridos de
las demás; por lo tanto, el apóstol le exhorta a las esposas que estén sujetas a sus propios
maridos, como al Señor, sin considerar qué tipo de maridos son. ¿Cómo podría una esposa
hacer que esta palabra escrita sea la Palabra viviente? Debemos darnos cuenta de que la
sumisión que las casadas deben tener para con sus maridos es simplemente Cristo mismo.
Las esposas deben estar sujetas a sus maridos, y esta sumisión es Cristo.

Después de leer esta palabra, debemos orar acerca de lo que entendemos. Una esposa no
debe orar: “Señor, ayúdame a estar sujeta a mi propio marido”. El Señor nunca contesta una
oración así. Debe orar: “Señor, yo sé que Tú eres esta vida de sumisión, esta misma
sumisión. No sólo recibo esta palabra, sino que también te recibo a Ti. Señor, fórjate en mí
como esta vida de sumisión. Fórjate en mí para ser mi verdadera sumisión. Te tomo a Ti
como la realidad de esta palabra. Vengo a tocarte por medio de esta palabra y en ella”. Si
una esposa ora de esta manera, disfrutará al Señor. Tal vez también ore: “Señor, no presto
mucha atención a la cuestión de sumisión, pero presto toda mi atención a Ti. Quiero
disfrutarte. Señor, te doy gracias porque eres tanto para mí. No sólo eres mi Salvador y mi
Señor, sino también mi sumisión. Tú mismo eres la sumisión que tengo a mi propio marido.
Voy a disfrutarte y tomarte como mi sumisión”.

Una esposa podría orar de manera equivocada: “Señor, Tú sabes que soy débil. Señor,
ayúdame a estar sujeta a mi marido”. Después de orar así, se esforzará. Tendrá miedo de
cometer un error con su marido y estará alerta todo el tiempo para estar sujeta. Esto en
realidad es luchar, y no es gozar de un banquete. En la mañana, la esposa tal vez se esfuerce
por estar sujeta y tenga bastante éxito, pero en la tarde fracasará. Experimentará luchas y
fracasos. Luego tal vez se sienta avergonzada y no pueda orar. Quizás después de dos días
regrese al Señor y se arrepienta, diciendo: “Señor, perdóname. Fracasé. Señor, por Tu
misericordia y gracia, vuelvo a tomar la decisión de estar sujeta a mi marido. Señor, Tú
sabes cuán débil soy. Señor, ayúdame”. Después de esta oración, se esforzará más y de
nuevo fracasará.

Si usted aprende a ponerse en contacto con el Señor de manera correcta, no será usted quien
se someta, sino el Señor. “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2:20). Ya no vivo yo
mas vive Cristo como la vida de sumisión. No es necesario que yo me esfuerce ni luche,
simplemente necesito comer al Señor. Después de que oremos correctamente para tocar al
Señor y disfrutarle como nuestra vida de sumisión, le cantaremos aleluyas y alabanzas al
Señor. Tal vez declaremos: “¡Aleluya! Estoy en el Señor y en los cielos!” No es necesario
que tomemos la decisión de someternos. Hay una gracia interna que nos ministra esta
sumisión cuando sea necesario. Espontánea y voluntariamente nos someteremos con gozo,
con alegría y con regocijo. Sin darnos cuenta nos someteremos. Después de orar de la
manera correcta, no hay tensión. La esposa no prestará atención a la sumisión, pero sí
apreciará y valorará mucho a su Señor Cristo. Después de un tiempo así con el Señor, su
cara resplandecerá.

Tenemos que tratar con cada versículo de la Biblia de esta forma. Lo leemos con nuestros
ojos, lo entendemos espontáneamente con nuestra mente y nos relacionamos con el
versículo ejercitando el espíritu para traducir o convertir la Palabra escrita en la Palabra
viviente, la cual es Cristo mismo. Nunca ore de tal modo que pida al Señor que le ayude a
hacer algo. Esto está mal. Al contrario, siempre tómele como el cumplimiento de Su
palabra. Supongamos que leemos Juan 15:12, donde dice que debemos amarnos unos a
otros. No ore usted: “Señor, tengo que amar a mi hermano. Pero Señor, Tú sabes que soy
débil. Señor, ayúdame a amar”. Después de esta oración, tomará la decisión de amar a los
hermanos y será expuesto y verá el fracaso. Debe esperar nada más que el fracaso. Es
posible que tenga éxito por un rato, pero con el tiempo fracasará. Aun si tuviera éxito, no
significaría nada ni tendría ningún valor.

Cuando leemos las palabras: “Amaos unos a otros”, tenemos que acudir al Señor con la
palabra ejercitando nuestro espíritu para orar: “Señor, Tú eres el amor con el cual puedo
amar a mi hermano. Simplemente te abro mi ser. Señor, entra y lléname contigo como el
amor con el cual debo amar a mi hermano. Tú eres la vida que ama”. Con el tiempo
cambiaremos nuestra oración en alabanzas: “Señor, te alabo. No sólo eres mi vida, sino
también mi amor”. Por lo tanto, amar a nuestro hermano no es una carga sino un banquete.
No es un sufrimiento sino un gozo. Disfrutamos al Señor cuando El ama al hermano a
través de nosotros. No es necesario que tomemos la decisión de amar a otros. Simplemente
necesitamos disfrutar al Señor y El amará a los demás a través de nosotros. Amaremos
mucho, pero sin darnos cuenta.

Debemos tocar y recibir la palabra de la Biblia de esta manera. Entonces nos alimentaremos
del Señor y le comeremos de verdad mediante la lectura de la Palabra. Así, la Palabra
escrita llega a ser la Palabra viviente, es decir, Cristo mismo. Cristo y la Biblia serán una
sola entidad. Necesitamos probar y ver. Debemos ayudar a los hermanos y hermanas a tocar
la palabra del Señor de esta manera. Por la misericordia del Señor, necesitamos conservar la
Biblia como un libro de vida, el árbol de la vida, no como el árbol del conocimiento. El
conocimiento envanece (1 Co. 8:1). Cuanto más los cristianos aprendan de la Biblia, más
envanecidos llegarán a ser. Adquieren el conocimiento sólo para condenar y criticar a otros.
Demasiado conocimiento en las letras muertas da por resultado el orgullo. No haga de este
libro viviente un libro de letras muertas. Pablo dijo que la letra mata (2 Co. 3:6), lo cual
significa que la letra de la Biblia mata. No debemos tomar la Biblia como algo de la letra.
Debemos tomar la Palabra como algo en vida y en el espíritu. Que todos gustemos y
veamos lo bueno que es el Señor.

Debemos cambiar nuestra manera de leer este libro. Siempre recordemos que debemos leer
la Palabra con nuestros ojos, entenderla con nuestra mente y recibirla y alimentarnos de ella
con nuestro espíritu por medio de la oración. Entonces día a día seremos alimentados.
Diariamente la Palabra viviente llegará a ser una con la Palabra escrita, y día a día cuando
recibamos algo de la Palabra escrita, llegará a ser el Espíritu. Delante de nosotros es la
Palabra, pero llegará a ser el Espíritu dentro de nosotros. Cuando llega a ser el Espíritu, se
convierte en vida. Las palabras que el Señor nos habla son espíritu y vida. Cuando la
Palabra llega a ser el Espíritu, es vida, y cuando llega a ser vida, es el suministro de vida, el
alimento, que nos nutre.

Es menester que dediquemos algún tiempo diariamente para sentarnos a la mesa y disfrutar
al Señor como rico banquete, para comer del Señor. Entonces seremos fortalecidos,
refrescados y alimentados. De este modo, creceremos en vida. No creceremos en el
conocimiento muerto, sino en vida, en espíritu y con la estatura de Cristo. El Señor es el
árbol de la vida. El se nos presentó en la forma de alimento, y no sólo está en la Palabra,
sino que también es la Palabra. Podemos tocarle usando nuestros ojos para leer la Palabra,
nuestra mente para entenderla y nuestro espíritu para digerirla, recibirla e ingerirla.
Tenemos que tocar cada porción de la Palabra ejercitando nuestro espíritu. Entonces la
Palabra llegará a ser viviente y se convertirá en espíritu y vida. Entonces es nuestro
alimento. Día a día tenemos que disfrutar al Señor de esta manera. Que el Señor nos
introduzca en esta práctica vital.

CAPITULO DOCE
LA MANERA DE DISFRUTAR EL
ARBOL DE LA VIDA COMO RICO
BANQUETE
MEDIANTE LA ORACION
Lectura bíblica: Jac. 5:17; Ez. 1:16; Ef.
6:17-18; Mt. 6:33; Jn. 17:1, 11, 25
EL CONCEPTO DIVINO CON RESPECTO A
LA PALABRA DE DIOS
Antes de pasar a ver cómo alimentarnos del Señor y cómo beberle mediante la oración,
necesitamos ver algunos pasajes más que nos muestran el concepto que debemos tener con
respecto a la Palabra de Dios. El concepto que tenemos con respecto a la Palabra de Dios es
que la Palabra se compone simplemente de enseñanzas e instrucciones, pero según el
concepto divino, la palabra que el Señor nos da es comida para nosotros, de la cual nos
podemos alimentar para nutrirnos. Mateo 4:4 dice: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino
de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Según el concepto divino, la Palabra de Dios
es comida; no sólo nos enseña sino también nos nutre. Jeremías 15:16 dice: “Fueron
halladas tus palabras, y yo las comí”. Jeremías recibió la palabra como alimento que podía
comer. Dice en 1 Corintios 3:1-2a: “Y yo, hermanos, no pude hablaros como a hombres
espirituales, sino como a carne, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no alimento
sólido”. Según el concepto del apóstol Pablo, la Palabra es leche o carne. La leche o la
carne es algo que se puede comer para ser nutrido. Hebreos 5:12-14 dice: “Porque debiendo
ser ya maestros, por razón del tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles
son los primeros rudimentos de los oráculos de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis
necesidad de leche, y no de alimento sólido. Pues todo aquel que participa de la leche es
inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que
han alcanzado madurez, para los que por la práctica tienen las facultades ejercitadas en el
discernimiento del bien y del mal”. La Palabra nutre como leche para los niños y como
alimento sólido para los que han alcanzado madurez. Dice en 1 Pedro 2:2: “Desead, como
niños recién nacidos, la leche de la palabra dada sin engaño, para que por ella crezcáis para
salvación”. Todos estos pasajes confirman que necesitamos un concepto renovado con
respecto a la Palabra de Dios. Según el concepto natural, la Palabra es cierta enseñanza o
doctrina, pero según el concepto divino, la Palabra de Dios es alimento que nutre nuestro
espíritu.

Dos pasajes de las Escrituras nos muestran que la Palabra es alimento que nos nutre en el
espíritu. Juan 6:63 dice: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida”. En
Colosenses 3:16 el llenar interior de la vida espiritual que rebosa en alabanzas y cánticos
está relacionado con la Palabra, mientras que en su pasaje análogo, Efesios 5:18-20, el
llenar interior de la vida espiritual está relacionado con el Espíritu. Esto indica que la
Palabra y el Espíritu son idénticos (Jn. 6:63b). Cuando estamos llenos de la Palabra,
estamos llenos del Espíritu. Es bastante difícil que alguien sea lleno del Espíritu sin ser
lleno de la Palabra. El Señor es el Espíritu vivificante y la Palabra también es el Espíritu.
Tenemos que tocar la Palabra como el Espíritu en nuestro espíritu. La Palabra como el
Señor es comida espiritual que alimenta nuestro espíritu. Si recibimos la Palabra sólo en
nuestra alma, llega a ser mero conocimiento para nosotros. Pero si recibimos la Palabra en
nuestro espíritu y la tomamos como el Espíritu, la Palabra llega a ser nuestra comida
espiritual. Si la Palabra es mero conocimiento para nosotros o si nos es comida depende de
la manera que la tomemos y también depende de la parte de nuestro ser que ejercitemos
para recibirla. Debemos recibir la Palabra en nuestro espíritu al ejercitar nuestro espíritu.
Entonces la Palabra llegará a ser vida para nosotros.

DEBEMOS EJERCITAR NUESTRO ESPIRITU PARA


TENER CONTACTO CON EL CRISTO VIVIENTE,
QUIEN ES LA REALIDAD DE LA PALABRA DE
DIOS
La Biblia sí nos enseña ciertas cosas, como por ejemplo Efesios 6:1 dice: “Hijos, obedeced
en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo”. Sin las palabras “en el Señor” o “en
Cristo” en otros pasajes de las Escrituras, la enseñanza de la Biblia sería solamente ética y
no divina. Pero la Biblia es una enseñanza divina con la naturaleza divina. “En el Señor”
indica que debemos obedecer a los padres: (1) al ser uno con el Señor; (2) no por nosotros
mismos, sino por el Señor; y (3) no según nuestro concepto, sino conforme a la palabra del
Señor. La Biblia dice que las esposas deben estar sujetas a sus propios maridos, pero
debemos mirar el contexto de esta enseñanza en Efesios 5. Los versículos del 18 al 22
dicen: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien, sed llenos en el
espíritu, hablando unos a otros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y
salmodiando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo a nuestro Dios
y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo; sujetos unos a otros en el temor de
Cristo. Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor”. Una esposa debe
someterse a su marido siendo llena en el espíritu y con el temor de Cristo. No debemos
aislar la Palabra del Espíritu o de Cristo. Si las esposas han de someterse a sus propios
maridos, primero tienen que ser llenas del Espíritu Santo, y luego deben vivir en el temor
de Cristo. Entonces Cristo mismo será la realidad de la sumisión que dan a sus maridos.
Será el rebosamiento de Cristo desde su interior y no lo que ellos hacen ni su
comportamiento o conducta. La realidad de la Palabra de Dios es Cristo como el Espíritu.
La Palabra no debe ser separada o aislada de Cristo. La Palabra es la expresión misma de
Cristo. Cuando leamos la Biblia, tenemos que recibirla en el espíritu como una expresión de
Cristo para que Cristo sea la realidad de esa palabra.

En 1 Timoteo y Tito hay instrucciones acerca del oficio del anciano (1 Ti. 3:1-7; Tit. 1:5-9).
Al leer estos libros cuidadosamente, uno llegará a comprender que el oficio de anciano sólo
puede realizarse en el espíritu al tomar a Cristo como la realidad de él. El oficio de anciano
no tiene que ver con que los ancianos sean simplemente buenos, morales y éticos, sino que
es algo espiritual cuya realidad es Cristo. La Palabra es el medio por el cual Cristo se nos
trasmite. Si Cristo no constituye el contenido de la Palabra, ésta nos es vacía. Todas las
palabras de la Biblia son medios por los cuales Cristo se nos imparte.

Cuando queremos tocar la Palabra, relacionarnos con la Palabra, debemos darnos cuenta de
que ella es la expresión de Cristo, y necesitamos tener contacto con Cristo en el espíritu,
pues El es la realidad de la Palabra. Entonces la Palabra no será algo separado del Señor o
aislado de Cristo, y tendremos la realidad de la Palabra, que es Cristo mismo. Pero no
podemos hacerlo con el mero ejercicio de nuestra alma. Cuanto más ejercitemos nuestra
alma para tocar la Palabra, más la separaremos de Cristo. El problema que tienen muchos
estudiantes de la Biblia radica en que separan la Palabra de Cristo, leyéndola con la mente
solamente. Cuando leemos la Palabra, espontáneamente entenderemos algo con nuestra
mente, pero luego debemos tomar lo que entendemos en nuestra mente y convertirlo en
espíritu mediante la oración, al tomar a Cristo como la realidad de la Palabra. Esta es la
forma correcta de recibir la Palabra. Todos necesitamos volvernos a Cristo mismo,
tomándole como la realidad de la Palabra en el espíritu. Lo que la Palabra trasmite debe ser
Cristo. Si la Palabra nos instruye, la realidad de esa instrucción es Cristo mismo. La
realidad de la sumisión es Cristo. Aun si uno pudiera someterse por sí mismo, no
significaría nada ante los ojos de Dios. Dios estima sólo a Cristo. Nuestra sumisión debe ser
Cristo. Debido a que la realidad de todas las instrucciones y enseñanzas en la Palabra deben
ser Cristo mismo, tenemos que relacionarnos con la Palabra en el espíritu, por el espíritu y
mediante el espíritu. Cristo es la centralidad y la universalidad de todo lo hablado por Dios
en Su Palabra, así que nosotros tenemos que ejercitar nuestro espíritu para recibirle como la
realidad en nuestro espíritu.

Olvidémonos de leer la Palabra simplemente para obtener conocimiento. Practiquemos el


recibir la Palabra como la expresión de Cristo y como portador de Cristo al ejercitar nuestro
espíritu para tocar la Palabra, recibiendo la Palabra como Cristo mismo y permitiendo que
Cristo sea la realidad de la Palabra. Entonces esta Palabra llegará a ser nuestro nutrimento.
Las divisiones que existen entre los hijos del Señor surgieron de conocer la Biblia en la
letra. Todos necesitamos ser librados de la letra para experimentar a Cristo como el Espíritu
vivificante. Necesitamos liberación del mero conocimiento de la letra para ser llevados de
nuevo a la centralidad, la universalidad y la realidad de la Palabra de Dios: el Cristo
viviente.

DEBEMOS ORAR EN EL ESPIRITU


CON LA ORACION DE CRISTO
Debemos aprender a ejercitar nuestro espíritu para ponernos en contacto con Cristo como el
Espíritu vivificante, por medio de la oración. Jacobo 5:17 dice: “Elías era hombre de
sentimientos semejantes a los nuestros, y oró en oración para que no lloviese, y no llovió
sobre la tierra por tres años y seis meses” (gr.). Muchas veces oramos, pero no oramos en
oración o con oración. Debe haber una oración en nuestra oración así como había una rueda
en medio de rueda en Ezequiel 1:16. Cuando vayamos a predicar el evangelio, debemos
movernos en el mover del Señor. Cuando ministremos la Palabra, debemos ministrar en el
ministerio del Señor. Cuando oremos, debemos orar con oración, lo cual significa que
cuando oremos, el Espíritu Santo debe estar orando en nuestra oración. Una oración de
parte del Señor se le dio a Elías y dentro de ella oró. No oró para cumplir su propósito
según su sentimiento, pensamiento, intención ni humor, ni oró motivado por ninguna
circunstancia o situación. Oró en y con la oración que el Señor le había dado para cumplir
la voluntad de Dios. Dentro de nuestra oración, debe haber una oración de Cristo. Andrew
Murray dijo que en la mejor oración Cristo ora en nosotros al Cristo que está en los cielos.
Cuando oramos, Cristo debe estar orando en nosotros.

Efesios 6:18 nos dice que necesitamos recibir la Palabra de Dios “con toda oración y
petición orando en todo tiempo en el espíritu”. El Señor es el Espíritu, y nosotros tenemos
que ponernos en contacto con El orando en nuestro espíritu. El es el Espíritu vivificante que
mora en nuestro espíritu, así que debemos ejercitar nuestro espíritu para orar. En nuestro
espíritu hay otro Espíritu que ora. Nuestro espíritu es la rueda exterior y el Espíritu divino
que ora en nuestro espíritu es la rueda interior. Mientras oramos ejercitando nuestro
espíritu, hay otro que ora dentro de nuestro espíritu, otro Espíritu. Este es el Espíritu
vivificante, Cristo mismo. La rueda que está en otra rueda en Ezequiel 1 tipifica al Espíritu
divino que está en nuestro espíritu humano.

Quizás algunos pregunten cómo podrían saber que Cristo ora en ellos mientras están
orando. Al comer una fruta, uno podría declarar que es deliciosa. Si otra persona le
preguntara cómo sabe que es deliciosa, sólo podría responder que lo que come tiene rico
sabor. Sabemos que Cristo ora dentro de nosotros mientras estamos orando por el sabor
interior. Cuanto más oramos con la oración de Cristo, más experimentamos el refrigerio, el
riego, la unción y el fortalecimiento. Pero algunas veces, cuando oramos, es otra historia.
Cuando no oramos con la oración de Cristo, cuanto más oramos, más vacíos y secos
estamos. Cuando oramos sin la oración de Cristo dentro de nosotros, somos como máquina
sin aceite. La máquina no opera suavemente, y se quemará debido a la carencia del aceite.
Cuando oramos aparte de Cristo, quedamos agotados y la oración llega a ser una gran labor
para nosotros. Esto se debe a que oramos por nosotros mismos y nos movemos dentro de
una rueda vacía. Es posible que oremos según nuestra mentalidad, nuestra propia
inclinación, nuestras emociones y nuestros propios deseos y no nos ocupamos del Espíritu
en nuestro espíritu. Por tanto, cuanto más oramos de esta manera, más secos estamos y el
riego, la unción, el aceite, el refrigerio y el fortalecimiento se nos van. Es necesario que
aprendamos a renunciar a esta forma de oración.

Mateo 6:33 dice: “Mas buscad primeramente Su reino y Su justicia, y todas estas cosas os
serán añadidas”. Cuando oremos, no debemos centrarnos en nuestras propias necesidades.
Nuestro Padre sabe de todas las cosas que necesitamos y nos las añadirá. Debemos dejar
nuestras necesidades en Sus manos. El sabe lo que necesitamos mejor que nosotros. Los
maridos no deben orar demasiado con respecto a sus esposas, y las esposas no deben orar
demasiado con respecto a sus maridos. En nuestra oración debemos ocuparnos de tocar al
Señor mismo. Debemos ocuparnos de honrarle, alabarle, exaltarle y glorificarle. Entonces
todas nuestras necesidades serán satisfechas.

Muchas veces en mi oración yo simplemente no tenía la libertad para orar por muchas
cosas. Según mi intención quería orar por mis parientes y por ciertas personas, pero cuando
me arrodillaba para orar, algo dentro de mí iba en otra dirección. Por consiguiente, tenía
que tomar la decisión de continuar orando en la dirección mía o según Su dirección. Si
orase según mi propia dirección, cuanto más orase, más seco estaría. Pero si me olvidara de
mi propia dirección y orase según Su dirección, cuanto más orase, más refrigerio recibiría y
más ferviente estaría en el espíritu. Entonces cuanto más orase yo, más oraría El. Esta es la
realidad de la rueda que estaba dentro de la rueda en Ezequiel 1. Esta es la manera de orar
en el Señor. Al orar en el Señor recibiremos el riego, el refrigerio y el fortalecimiento.
Beberemos del Señor, y nuestro espíritu estará abierto a El por nuestra oración. Mediante
esta clase de oración, El tiene la manera de fluir de nuestro interior. Primero, recibiremos el
riego, y luego esta agua fluirá y llegará a otros.

Que todos nosotros seamos llevados a experimentar a Cristo orando en nosotros.


Necesitamos manejar nuestro “automóvil” según el mapa que se nos da en este capítulo. La
mejor manera de disfrutar al Señor es leer la Palabra, dándonos cuenta que El es la realidad
de la Palabra y tomándole, tocándole, con el ejercicio de nuestro espíritu. Luego
necesitamos aprender a orar en el espíritu mientras El ora en nuestra oración.

LA NECESIDAD DE APRENDER
EL PRINCIPIO DE LA ORACION
Necesitamos considerar la oración del Señor en Juan 17 y las dos oraciones del apóstol
Pablo en Efesios (1:17-23; 3:14-19). Necesitamos leer estas oraciones para aprender el
principio de la oración, pues esto nos ayudará a entender cómo el Señor oró en el espíritu y
cómo el apóstol Pablo oró en el espíritu. En Juan 17:1 el Señor ora al Padre, diciendo:
“Glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te glorifique a Ti” (v. 1). El Señor empezó Su
oración con la gloria de Dios desde el Lugar Santísimo. En el versículo 11 el Señor se
dirige al Padre llamándole “Padre santo”. Esto indica que El ha salido del Lugar Santísimo
y está en el Lugar Santo. Al final de esta oración, en el versículo 25, llama al Padre “Padre
justo”. Al principio de Juan 17 tenemos al Padre glorificado, en el medio encontramos al
Padre santo, y al final vemos al Padre justo. Esto indica la gloria de Dios, Su santidad y Su
justicia. El Señor empezó Su oración en el Lugar Santísimo y pasó por el Lugar Santo al
atrio para introducir a la gente en el Dios Triuno.

La oración apropiada debe empezar en el Lugar Santísimo, en el lugar donde está la gloria
de Dios, el lugar donde el Padre puede glorificar al Hijo y permitir que el Hijo le glorifique
a El. Luego, del centro donde empezamos la oración, podemos pasar a la circunferencia, o
sea a partir del lugar de gloria pasamos por el lugar de santidad al lugar de justicia para
llevar a las personas pecaminosas al lugar de Su gloria, por Su justicia y mediante Su
santidad. Debemos aprender cómo orar desde el interior del Lugar Santísimo ejercitando
nuestro espíritu para tocar al Señor, pasando por el Lugar Santo y entrando en el atrio, el
lugar de justicia, para introducir a la gente en el Dios Triuno. Al orar de esta manera,
beberemos de El, nos alimentaremos de El y le respiraremos para mezclarnos con El de
manera más profunda, y seremos fortalecidos, nutridos y refrescados por El. Aprendamos a
tocar a nuestro maravilloso Dios Triuno de esta manera.

CAPITULO TRECE
NECESITAMOS SER POBRES EN
ESPIRITU Y DE CORAZON PURO
PARA PODER EXPERIMENTAR EL
ARBOL DE LA VIDA
Lectura bíblica: Ez. 36:26-27; Mt. 5:3, 8;
He. 4:12; Ro. 1:9; 7:6; 1 P. 3:4; Mr. 12:30;
4:14-20; 2 Co. 3:16-18; Jer. 31:33; He.
8:10; Sal. 51:6; He. 10:22
EL CORAZON Y EL ESPIRITU
Queremos ver cómo resolver los problemas de nuestro corazón y de nuestro espíritu para
experimentar el árbol de la vida. Hay muchas referencias al corazón y al espíritu en el
Antiguo Testamento así como en el Nuevo. Necesitamos entender claramente la posición y
la función del corazón y la diferencia que existe entre el corazón y el espíritu. Debemos
volvernos a la Palabra pura para ver la diferencia que existe entre el corazón y el espíritu.

Ezequiel 36:26-27 nos muestra que el corazón es distinto del espíritu. El corazón y el
espíritu no son términos sinónimos de la misma entidad, sino dos entidades diferentes.
Estos versículos dicen: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros
... Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu”. El espíritu nuevo mencionado aquí no es el
Espíritu Santo, porque en el versículo 27 hay otro Espíritu que será puesto en nosotros, en
nuestro espíritu. El corazón humano difiere del espíritu humano. Es menester que los dos
órganos de nuestro ser humano sean renovados.

Mateo 5:3 dice: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los
cielos”. El espíritu mencionado aquí es nuestro espíritu humano, y no el Espíritu Santo. Ser
pobre en espíritu no significa que uno tiene un espíritu pobre. Ser pobre en espíritu significa
tener el mejor espíritu. No solamente significa tener un espíritu humilde, sino también ser
desprendidos en el espíritu, en lo profundo de nuestro ser, sin aferrarnos a las cosas viejas
de la vieja dispensación, sino descargándonos de todo eso para recibir las cosas nuevas, las
cosas del reino de los cielos. Nuestro espíritu tiene que desprenderse de muchas cosas. Los
seres humanos están llenos de muchas cosas en su espíritu. Ya que nos hemos vuelto al
Señor, tenemos que vaciar nuestro espíritu para ser pobres en espíritu. Mateo 5:8 dice:
“Bienaventurados los de corazón puro, porque ellos verán a Dios”. Si el corazón fuese
sinónimo del espíritu humano, no habría sido necesario que el Señor diera las dos
bendiciones diferentes de Mateo 5. Nuestro corazón tiene que ser puro y nuestro espíritu
desprendido. Un corazón puro y un espíritu vacío son las dos condiciones principales para
las nueve bendiciones que el Señor pronunció en Mateo 5.

Hebreos 4:12 dice: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda
espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los
tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”. El alma y el espíritu
son dos entidades diferentes así como son las coyunturas y los tuétanos. El corazón también
es otra entidad. El corazón tiene pensamientos e intenciones. De nuevo vemos que hay una
distinción entre el corazón y el espíritu. Nuestro espíritu es el órgano con el cual tocamos a
Dios (Jn. 4:24), mientras que nuestro corazón es el órgano con el cual amamos a Dios (Mr.
12:30). Nuestro espíritu toca, recibe, contiene y experimenta a Dios. Sin embargo, requiere
que nuestro corazón primero ame a Dios. En nuestro corazón tenemos la mente con los
pensamientos y también la voluntad con las intenciones.

Romanos 1:9 afirma: “Porque testigo me es Dios, a quien sirvo en mi espíritu en el


evangelio de Su Hijo”. Romanos 7:6 nos dice que “sirvamos en la novedad del espíritu”.
Servimos al Señor en el espíritu. Amamos al Señor con nuestro corazón. El corazón tiene
como fin amar, y el fin del espíritu es servir. Debemos servir en novedad de espíritu y no en
la vejez de la letra.
EL HOMBRE INTERIOR ESCONDIDO EN EL
CORAZON
Dice en 1 Pedro 3:4: “Sino el del hombre interior escondido en el corazón, en el
incorruptible ornato de un espíritu manso y sosegado, que es de gran valor delante de
Dios”. En nuestro corazón hay un hombre escondido. El hombre escondido en el corazón es
el espíritu manso y sosegado. Si un hombre está escondido en una casa, es obvio que el
hombre y la casa son dos entidades distintas. El espíritu está escondido en el corazón y es el
hombre interior escondido en el corazón. El adorno de las esposas delante de Dios debe ser
su ser interior: el hombre interior escondido en su corazón, el cual es su espíritu, en
mansedumbre y tranquilidad. Este es el ornato incorruptible, el cual está en contraste con el
pelo, el oro y los vestidos corruptibles (3:3). Este adorno espiritual es de gran valor ante los
ojos de Dios. Una persona puede vestirse con ropa buena, la cual es el adorno del hombre
exterior, pero al mismo tiempo es posible que tenga un espíritu orgulloso. Exteriormente,
esta persona está adornada, pero interiormente no hay adorno espiritual. Pedro les exhortó a
las hermanas que no prestaran mucha atención a su adorno exterior, sino al hombre interior
escondido en su corazón, el cual es un espíritu manso y sosegado. Nuestro espíritu debe
adornarse de mansedumbre y tranquilidad.

DEBEMOS AMAR AL SEÑOR


CON TODO NUESTRO CORAZON
Marcos 12:30 dice: “Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y
con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. La función del corazón es amar. El corazón es
un órgano que ama y se nos dice que amemos al Señor nuestro Dios con todo nuestro
corazón.

DEBEMOS RESOLVER LOS PROBLEMAS DEL


CORAZON
PARA QUE CRISTO CREZCA EN NOSOTROS
La parábola del sembrador en Marcos 4 presta atención al corazón humano. El corazón
humano es la tierra donde el Salvador-Esclavo siembra la semilla. Marcos 4:14 dice: “El
sembrador siembra la palabra”. El sembrador es Cristo y la palabra también es Cristo. Esto
significa que el Señor Jesús vino a sembrarse en nosotros. El mismo es el sembrador así
como la semilla de la vida. El versículo 15 dice: “Y éstos son los de junto al camino, donde
se siembra la palabra, y cuando la oyen, en seguida viene Satanás, y quita la palabra que fue
sembrada en ellos”. “Junto al camino” es el área que está cerca del camino. Está endurecida
por el tráfico del camino, y es difícil que las semillas penetren en ella. Esto tipifica el
corazón preocupado que ha sido endurecido por el tráfico mundano y que no está abierto
para entender y comprender la palabra del reino. La tierra no debe preocuparse por nada y
debe estar completamente abierta a la semilla de vida, pero el área junto al camino ha sido
pisada demasiado por el tráfico mundano. Este es el corazón que se ha preocupado por
muchas otras cosas, y como resultado se ha endurecido. “Junto al camino” simboliza un
corazón preocupado.

Los versículos 16 y 17 dicen: “Estos son asimismo los que son sembrados en los
pedregales, los que cuando oyen la palabra, al momento la reciben con gozo. Pero no tienen
raíz en sí, sino que son de corta duración; luego, cuando viene la aflicción o la persecución
por causa de la palabra, en seguida tropiezan”. Los pedregales no tienen mucha tierra, lo
cual representa un corazón de piedra. Sí, hay tierra para la semilla, pero no es muy
profunda. Debajo de esta tierra están las piedras. Es bastante difícil que la semilla se
arraigue profundamente en un corazón de piedra. Quizás muchas veces estemos dispuestos
a recibir la palabra, pero la recibimos sólo de manera superficial porque hay algunas
piedras en nuestro corazón. Así que, es difícil que Cristo como semilla de vida se arraigue
profundamente en nosotros.

Los versículos 18 y 19 dicen: “Otros son los que son sembrados entre los espinos; ellos son
los que han oído la palabra, pero las preocupaciones de este siglo, y el engaño de las
riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa”.
Nuestros deseos con respecto a otras cosas pueden ahogar la palabra. Tal vez, no crea usted
que las preocupaciones de la edad o el engaño de las riquezas le molesten a usted pero,
¿qué puede decir de los deseos por otras cosas? Algunos tal vez deseen obtener una
posición alta o sacar un título de altos estudios. Las ansiedades de la edad, el engaño de las
riquezas y las codicias de otras cosas ahogan la palabra, y se vuelve infructuosa.

El versículo 20 dice: “Y éstos son los que fueron sembrados en la buena tierra: los que oyen
la palabra y la reciben, y dan fruto, uno a treinta, otro a sesenta, y otro a ciento por uno”. La
buena tierra, el corazón bueno, es un corazón que no está endurecido por el tráfico
mundano, que no tiene pecados ocultos, que está libre de las preocupaciones de esta edad y
del engaño de las riquezas, y que no desea otras cosas. Tal corazón es puro, bueno y recto.

El Dios Triuno, quien es el árbol de la vida, se nos ha impartido para ser nuestro disfrute. El
es la semilla de vida sembrada en nuestro corazón. Nuestro corazón es como la tierra. Si la
tierra de nuestro corazón está junto al camino, pisada por el mundo y preocupado por
muchas cosas, se endurece. Nuestro corazón necesita ser librado de toda preocupación para
que la semilla de vida se siembre en él. Tal vez nuestro corazón no esté preocupado, pero es
posible que haya piedras escondidas en él. Las piedras son los pecados escondidos, los
deseos personales, la búsqueda personal, y la autocompasión, los cuales impiden que la
semilla se arraigue en la profundidad de la tierra. Es posible que parezcamos ser buenos
hermanos o buenas hermanas, y al mismo tiempo, seamos superficiales para con el Señor
por las piedras que estén en nuestro corazón. Así, no es posible que el Señor como semilla
de vida crezca y se arraigue en nosotros. También es posible que nuestro corazón esté lleno
de espinos, los cuales son las preocupaciones de esta edad, el engaño de las riquezas y las
codicias de otras cosas. Muchos fijan su corazón en conseguir un automóvil mejor. Aun
este deseo puede estorbar y ahogar la palabra, no permitiéndole ser fructífero. Los espinos
impiden y ahogan el crecimiento de la semilla.

Si queremos que el Señor como semilla de vida crezca en nosotros para ser nuestro pleno
disfrute, tenemos que resolver los problemas de nuestro corazón. Debemos pedir al Señor
que tenga misericordia de nosotros. Por Su misericordia debemos poner fin a todas las
cosas negativas que haya en nuestro corazón. Debemos eliminar las cosas que nos
preocupan, las piedras escondidas, las preocupaciones de esta edad, el engaño de las
riquezas y las codicias de otras cosas. Entonces nuestro corazón será bueno, recto y noble, y
estará liberado y preparado para que Cristo como semilla de vida crezca dentro de nosotros.

DEBEMOS VOLVER NUESTRO CORAZON AL


SEÑOR
Dice en 2 Corintios 3:16-18: “Pero cuando su corazón se vuelve al Señor, el velo es
quitado. Y el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Mas,
nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor,
somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”.
Podemos hablar de que el Señor sea el Espíritu vivificante, pero si vamos a disfrutarle y
experimentarle como este Espíritu viviente, nuestro corazón tiene que volverse a El.
Cuando nuestro corazón se vuelve al Señor, el velo es quitado. En realidad, nuestro
corazón, antes de volverse al Señor, es el velo. Cuando volvemos nuestro corazón al Señor,
quitamos el velo. Nuestro corazón es el factor crucial que determinará si disfrutamos al
Señor como el Espíritu vivificante y si somos transformados a Su imagen. Si queremos
disfrutar al Señor como el Espíritu viviente y ser transformados por El, tenemos que
resolver los problemas de nuestro corazón. Es menester que nuestro corazón se vuelva al
Señor.

LAS PARTES DEL HOMBRE


En 1 Tesalonicenses 5:23 tenemos un indicio innegable de que el hombre tiene tres partes:
el espíritu, el alma y el cuerpo. Hay muchos otros pasajes en las Escrituras que nos
muestran que el hombre es un ser tripartito (véase The Parts of Man [Las partes del
hombre] publicado por Living Stream Ministry). Las tres partes del alma son la mente, la
parte que sabe (Sal. 13:2; 139:14), la parte emotiva, la cual ama (1 S. 18:1; Cant. 1:7), y la
voluntad, la parte que toma decisiones (Job 7:15; 6:7). Con la mente pensamos, sabemos y
consideramos; con las emociones amamos, odiamos, nos alegramos o nos entristecemos; y
con la voluntad tomamos decisiones o escogemos. El alma es la propia persona del hombre.

El espíritu también tiene tres partes, las cuales son la conciencia (Ro. 9:1; cfr. 8:16), la
comunión (Jn. 4:24; Ro. 1:9) y la intuición (1 Co. 2:11). La conciencia nos da la capacidad
de discernir lo correcto y lo incorrecto y nos justifica o nos condena. La comunión nos pone
en contacto con Dios para que podamos comunicarnos con El. La intuición es la percepción
que tenemos en nuestro espíritu, independiente de razonamientos o circunstancias. La
intuición puede percibir directamente lo que está en la mente de Dios, en Su voluntad y en
Su corazón. Muchas veces esta percepción directa va en contra del conocimiento de la
mente o las emociones o los sentimientos que tenemos en el alma.
El corazón se compone de todas las partes del alma más una parte del espíritu, la
conciencia. Así que, el corazón se compone de la mente, la voluntad, la parte emotiva y la
conciencia. Hebreos 4:12 habla de los pensamientos y las intenciones del corazón. Los
pensamientos están en la mente y las intenciones están relacionadas con la voluntad.
Hebreos 10:22 nos dice que nuestros corazones necesitan ser purificados de mala
conciencia con la aspersión de la sangre, y hemos visto que necesitamos amar al Señor con
todo nuestro corazón. La parte en sombra en el diagrama siguiente muestra las partes que
constituyen el corazón.

El diagrama nos muestra que el espíritu está encerrado en el corazón como el hombre
interior escondido en el corazón. Proverbios 4:23 nos dice: “Sobre toda cosa guardada,
guarda tu corazón; porque de él mana la vida”. El corazón es el acceso, la entrada y la
salida del espíritu. Cuando está cerrado el corazón, el espíritu está encarcelado. Cuando el
corazón esté abierto, el espíritu estará liberado.

Jeremías 31:33 dice: “Pero éste es el pacto que haré con la casa de Israel después de
aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré
a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo”. Necesitamos comparar este versículo con
Hebreos 8:10, donde dice: “Pondré Mis leyes en la mente de ellos”. En Jeremías 31:33, la
palabra “mente” podría traducirse “interior”, lo cual muestra que la mente es una parte
interior. El interior de nuestro ser incluye no sólo la mente, sino también la parte emotiva y
la voluntad, las cuales constituyen el corazón. En Jeremías 31:33, el Señor dice que pondrá
Su ley en nuestro interior, pero en Hebreos 8:10 la palabra “leyes” es usada. Con el tiempo,
la ley llega a ser muchas leyes. Dios, al impartirnos Su vida divina, pone la ley de vida en
nuestro espíritu, del cual ésta se extiende a nuestras partes interiores, tales como nuestra
mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad, y se convierte en varias leyes. La ley de
vida llega a ser una ley de la mente, una ley de las emociones y una ley de la voluntad.

Salmos 51:6 dice: “He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho
comprender sabiduría”. De nuevo, lo íntimo incluye la mente, la parte emotiva y la
voluntad. La verdad es algo que está en las partes interiores, y la sabiduría está en lo
escondido, lo secreto. La sabiduría es más profunda que la verdad. Dios desea que
tengamos la verdad en nuestra mente, en nuestra parte emotiva y en nuestra voluntad. En
nuestro espíritu, el cual es la parte escondida, el hombre interior escondido en el corazón,
El nos hace comprender la sabiduría.

DEBEMOS ABRIR NUESTRO CORAZON AL SEÑOR


ARREPINTIENDONOS Y CONFESANDONOS
Hemos visto que el Señor quiere sembrarse en nosotros como la semilla de vida. Somos la
tierra, el suelo, el terreno vivo. El espíritu está encerrado por el corazón, por eso, si el Señor
va a entrar en nosotros, tenemos que abrir nuestro corazón arrepintiéndonos y
confesándonos. La palabra “arrepentimiento” en el idioma griego significa tener un cambio
en el modo de pensar. Anteriormente, nuestra mente no estaba inclinada al Señor sino a
algo diferente, y estaba fija. Ahora tenemos que arrepentirnos, lo cual significa que
debemos cambiar nuestro modo de pensar. Esto significa que la mente está abierta al Señor.
Después de nuestro arrepentimiento, siempre confesaremos. Debemos confesar todos
nuestros fracasos, pecados y defectos al Señor. La confesión es el ejercicio de la
conciencia. Cuando nos arrepintamos cambiando nuestro modo de pensar, inmediatamente
confesaremos al ejercitar nuestra conciencia. Entonces nuestro corazón se abrirá. Cuando
realmente nos arrepentimos ante el Señor y confesamos todos nuestros fallos delante de
Dios, inmediatamente nuestras emociones serán conmovidas. Diremos al Señor: “Señor
Jesús, te amo”. Cuando se conmueven nuestras emociones, nuestra voluntad toma la
decisión de entregarlo todo al Señor. Diremos: “Señor, desde ahora no quiero nada aparte
de Ti. Quiero que Tú seas mi objetivo, mi meta y mi único deseo. Sólo deseo ir en pos de
Ti”. La mente del corazón tiene un cambio, la conciencia del corazón se abre, y las
emociones y la voluntad del corazón responden. De esta manera, todo el corazón llega a
estar abierto al Señor, y El puede entrar en nuestro corazón. Al arrepentirnos y confesarnos
abrimos nuestro corazón al Señor. Esto se revela en las Escrituras y se comprueba con
nuestras experiencias.

Lo triste es que muchos de nosotros, poco después de que el Señor entró en nosotros, le
cerramos a El nuestro ser. Por consiguiente, el Señor fue encarcelado en nuestro espíritu y
no ha podido hacer Su hogar en nuestro corazón. Después de ser salvos, es posible que
nuestras emociones, nuestra voluntad, nuestra mente y nuestra conciencia empezaran a
cerrarse ante El. Como resultado, el Señor fue encarcelado en nuestro espíritu. Es por esto
que en el Antiguo Testamento así como en el Nuevo el Señor siempre nos llama a
arrepentirnos. En las siete epístolas a las iglesias, en Apocalipsis 2 y 3, el Señor les dice a
los santos una y otra vez que se arrepientan. Día por día, en las mañanas y las noches,
debemos arrepentirnos. Arrepentirnos significa volver nuestra mente al Señor, abrir nuestra
mente. Después, nuestra conciencia se ejercitará y hará una confesión cabal de nuestros
pecados. Luego nuestras emociones responderán y amarán al Señor y nuestra voluntad lo
escogerá. Como resultado nuestro corazón estará completamente abierto al Señor, y el
Señor podrá llenarnos consigo mismo. Esta es la manera de resolver los problemas de
nuestro corazón para hacer de él la buena tierra donde el Señor como semilla de vida pueda
crecer.

Si nos relacionamos con el Señor de esta manera, todas nuestras preocupaciones serán
removidas de nuestro ser. Las rocas y los espinos de nuestro corazón serán quitados y
nuestro corazón quedará bueno y puro. El enemigo siempre busca las oportunidades para
convertir nuestro corazón en el lugar junto al camino. Muchas veces permitimos que algo
pise la tierra de nuestro corazón lo cual lo endurece. Tal vez estemos preocupados con
nuestra esposa, nuestros hijos o nuestros padres. A veces podemos estar en una reunión
escuchando la palabra de Dios, pero ésta no puede penetrarnos. Esto se debe a que nuestro
corazón está preocupado. Nuestro corazón puede ocuparse con las cosas terrenales, con las
cosas que no son Cristo mismo. Nos puede parecer que cierto hermano o hermana
realmente está entregado al Señor, pero no nos damos cuenta que en sus corazones hay
rocas escondidas, imposibilitando así que la semilla de vida se arraigue en ellos. También,
los espinos, que son las preocupaciones de esta edad, el engaño de las riquezas y la codicia
de otras cosas, pueden crecer juntamente con la semilla y ahogar el crecimiento. El Señor
está listo y disponible, pero nuestro corazón no está tan disponible. Nuestro corazón no es
puro. Es por esto que debemos prestar atención a la condición de nuestro corazón. El
corazón tiene que ser purificado.

Hebreos 10:22 nos dice que nuestros corazones necesitan ser purificados de mala
conciencia mediante la aspersión de la sangre. Necesitamos una conciencia sin acusación u
ofensa. Nuestra conciencia debe ser purificada y limpiada. Entonces nuestro corazón será
liberado de toda cosa que le preocupe para que pueda ser la buena tierra del Señor. Todas
las cuatro partes de nuestro corazón tienen que ser tocadas. La mente siempre debe volverse
al Señor. Las emociones siempre tienen que amar al Señor y ser fervientes y mostrar celo
por el Señor. La voluntad debe ser sumisa y flexible y al mismo tiempo fuerte. Finalmente,
la conciencia debe ser purificada y no debe tener ninguna ofensa. Entonces tendremos un
corazón recto. Debemos tratar de aprender estas lecciones de vida y ayudar a los hijos de
Dios a aprenderlas. Estas son las lecciones necesarias con las cuales disfrutamos al Señor.

DEBEMOS ACUDIR AL SEÑOR


PIDIENDO SER POBRES EN ESPIRITU
Además de acudir al Señor y dejar que El obre en nosotros para hacernos puros de corazón,
necesitamos profundizarnos más para ser los que son pobres en espíritu. Puede ser que
nuestro espíritu no esté vacío y así no hay lugar para que el Señor deposite algo más en
nosotros. Según Mateo 5 tenemos que resolver primero los problemas de nuestro espíritu.
La primera condición de las nueve bendiciones de Mateo 5 es ser pobre en espíritu.
Debemos orar: “Oh Señor, vacíame. Vacía mi espíritu quitando todo lo que no sea Tú.
Incluso remueve todas las viejas experiencias de Ti.” No debemos estar llenos de nuestras
viejas experiencias de Cristo. Nuestras viejas experiencias de El pueden impedir que
experimentemos a Cristo de modo nuevo, fresco y actual. Nuestro espíritu tiene que
desprenderse. Esto es la verdadera humildad. Es posible que alguien sea humilde por fuera,
y al mismo tiempo ser orgulloso en su espíritu. La verdadera humildad es un asunto del
espíritu. Es por esto que Pedro nos dice que necesitamos un espíritu manso y sosegado. La
verdadera mansedumbre se tiene en el espíritu. Una persona puede ser tranquila por fuera
pero, al mismo tiempo, tener muchas opiniones en su interior.

Día por día, tenemos que aprender cómo acudir al Señor y dejar que El nos haga pobres en
espíritu al desprender nuestro espíritu y remover de él todo lo que hemos aprendido en el
pasado y todas las viejas experiencias. Si nuestro corazón no está abierto, el Señor no puede
dispensarse en nosotros. Si nuestro espíritu está lleno, tampoco puede impartir algo fresco
de Sí mismo en nuestro ser. Debemos ser pobres en espíritu y puros de corazón.
Necesitamos pedir al Señor que desprenda nuestro espíritu y resuelva los problemas de
nuestro corazón. Entonces el Señor podrá obrar en nosotros y habrá bastante espacio en
nuestro ser que El puede llenar.

UN CORAZON Y UN ESPIRITU
APROPIADOS SON NECESARIOS PARA
EXPERIMENTAR Y DISFRUTAR
A CRISTO COMO ARBOL DE LA VIDA
El corazón actúa en cooperación con el espíritu, pero el espíritu es el órgano con el cual
recibimos y tocamos directamente al Señor. Si queremos tocar al Señor, debemos ejercitar
nuestro espíritu. Si queremos servir al Señor, debemos ejercitar nuestro espíritu. Si
deseamos recibir al Señor, o sea recibir más de El en nuestro ser, debemos ejercitar nuestro
espíritu. Pero el ejercicio de nuestro espíritu depende de la condición de nuestro corazón. Si
la condición de nuestro corazón está mal, nos es difícil ejercitar el espíritu. Hay algo que
nunca debemos hacer con los santos de la iglesia, y eso es ser político para con ellos. No
debemos tener dos caras, fingiendo actuar de una forma ante un hermano, pero al mismo
tiempo socavándole a espaldas de él. Nosotros debemos tener un corazón honrado y sincero
si queremos experimentar al Señor. Tenemos que ser fieles, honrados y sinceros. Si nos
parece que algo debe decirse, debemos decirlo fielmente y con honradez y decoro. Somos
los hijos de Dios, los hijos que están en la luz. Nuestro corazón debe ser honrado y puro.
Nuestra conciencia tiene que ser purificada. Si nuestro corazón nos condena, ¿cómo
podemos orar de manera adecuada?

Todos necesitamos acudir al Señor para poder aprender cómo resolver todas las cosas
negativas que están en nuestro ser. Debemos pedir al Señor que nos conceda un corazón
puro y una mente que siempre se vuelva a El y esté puesta en El. Necesitamos pedirle que
nos conceda una conciencia que siempre se ejercite en confesar ante El los fracasos y los
pecados. Entonces el Señor podrá hacer que nuestras emociones sean fervientes y que
muestren celo por El y que nuestra voluntad sea sumisa, flexible y fuerte. También
necesitamos acudir al Señor y permitir que El obre en nosotros para hacernos pobres en
espíritu. Necesitamos tener hambre y sed de más experiencias frescas, nuevas y actuales del
Señor. No debemos dejarnos establecer o arraigar, sino que debemos vaciarnos en el
espíritu todo el tiempo. Entonces experimentaremos y disfrutaremos a Cristo, y El tendrá la
oportunidad, la capacidad y el espacio para crecer en nosotros. Que el Señor nos conceda
un corazón recto y un espíritu recto para que le experimentemos y disfrutemos como el
árbol de la vida.

CAPITULO CATORCE
LA INTENCION DE DIOS
SE CUMPLE EN LA
TRANSFORMACION
Lectura bíblica: Gn. 2:8-12; 1 Co. 3:9, 12;
Jn. 1:42; He. 12:2; 2 Co. 3:18; Ap. 22:1-2;
21:18-21
Como hemos visto, el árbol de la vida es el tema central, el pensamiento central, de todas
las Escrituras. En el principio Dios creó el universo y creó al hombre como vaso para que le
contuviera. El hombre fue hecho como un recipiente para que recibiese a Dios como
contenido. Por consiguiente, después de que Dios creó al hombre, lo puso delante del árbol
de la vida, el cual simboliza al Dios Triuno, quien es nuestra vida, nuestro disfrute y
nuestro todo. Dios se le presentó al hombre como disfrute para que el hombre le recibiera.
Al comer el hombre del árbol de la vida, el propio Dios Triuno podría entrar y mezclarse
con el hombre para ser uno con él. Dice en 1 Corintios 6:17 que nosotros los seres humanos
podemos unirnos al Señor como un solo espíritu. Podemos ser un espíritu con el Creador,
¡con Dios mismo!

Dios se le presentó al hombre como disfrute, pero el hombre cayó. Así que, Dios cambió Su
forma, del árbol de vida a Cordero redentor. En el Cordero redentor, Dios se le presentó al
hombre caído como vida y como todo. Por medio del Cordero redentor, el hombre caído
podía ser llevado a disfrutar a Dios como vida. Nuestro segundo nacimiento, el cual tuvo
lugar en nuestro espíritu (Jn. 3:6), introdujo a Dios mismo en nosotros para ser nuestra
vida. Después de nuestro nacimiento continuamos disfrutando a Cristo, la corporificación
del Dios Triuno, como nuestro alimento, bebida, aire y morada, día tras día. De este modo,
Cristo llega a ser todo para nosotros.

DISFRUTAMOS AL SEÑOR COMO


EL ARBOL DE LA VIDA Y COMO EL FLUIR DE LA
VIDA
PARA SER TRANSFORMADOS A LA IMAGEN DE
CRISTO
El árbol de la vida representa a Dios en el Hijo como el Espíritu siendo nuestra vida y
nuestro todo. En Génesis 2 consta que Dios puso al hombre delante del árbol de la vida y
que este hombre era un vaso de barro (vs. 8-9). Un río salió de Edén para regar el huerto, y
este río se dividió en cuatro brazos (v. 10). El fluir del río trajo oro, bedelio (una especie de
perla) y piedra de ónice (v. 12). Necesitamos acudir al Señor para que nos dé una visión
celestial y espiritual del cuadro presentado en Génesis 2. Todos necesitamos ser
transformados, de hombres de barro, vasos de barro, a materiales preciosos que sirven para
el edificio de Dios: el oro, el bedelio y las piedras preciosas. Si vamos a ser transformados
de barro a materiales preciosos, componentes del edificio de Dios, tenemos que comer el
fruto del árbol de la vida. Si comemos el fruto del árbol de la vida, esta vida llega a ser el
agua pura, celestial, viviente y espiritual que fluye en nosotros. Este fluir de vida
transformará el barro en oro, perlas y piedras preciosas. Todos estos materiales preciosos
están destinados para el edificio de Dios. La conclusión de la revelación divina nos muestra
una ciudad construida de oro, perlas y piedras preciosas (Ap. 21:19-21). Cuando
disfrutamos al Señor, o sea cuando disfrutamos el árbol de la vida, esta vida fluye en
nosotros y nos transforma a la imagen de Cristo.

CRECEMOS EN VIDA PARA EL EDIFICIO DE DIOS


El apóstol Pablo nos dice en 1 Corintios 3 que somos la labranza de Dios, el edificio de
Dios (v. 9). La edificación del templo de Dios, de la morada de Dios, sólo se puede realizar
por el crecimiento en vida. Es por esto que la labranza se menciona primero y después el
edificio. El crecimiento en vida hace posible el edificio. Pablo nos dice que los apóstoles
son los colaboradores de Dios, los que laboran en la labranza de Dios plantando y regando.
Por una parte, los apóstoles son los agricultores, los labradores, y por otra, son los
edificadores. Plantan y riegan para que crezcamos en la vida divina. Por este crecimiento
llegamos a ser los materiales preciosos que se usan en la edificación de la iglesia, los cuales
son oro, plata y piedras preciosas (1 Co. 3:12). En Génesis el segundo material es la perla,
mientras que en 1 Corintios, es la plata. El apóstol Pablo menciona la plata en vez de la
perla porque en Génesis 2 el pecado todavía no había entrado y no se necesitaba la
redención. La plata simboliza al Cristo redentor con todas las virtudes y atributos de Su
persona y obra. Cuando Pablo escribió 1 Corintios 3 verdaderamente se necesitaba la plata,
el Cristo redentor.
COMO PODEMOS SER TRANSFORMADOS
EN MATERIALES PRECIOSOS QUE
SE PUEDAN USAR EN EL EDIFICIO DE DIOS
Ahora necesitamos ver cómo los seres humanos, hechos de barro, pueden ser transformados
en oro, plata y piedras preciosas para ser útiles en el edificio de Dios. Originariamente,
Pedro era un hombre de barro llamado Simón. Cuando conoció al Señor por primera vez, el
Señor le puso el nombre Pedro, el cual significa piedra. (Jn. 1:42). Génesis 2 indica que el
hombre fue hecho del polvo de la tierra, pero el Señor le llamó a Simón, piedra. El Señor le
puso el nombre Pedro porque cuando éste empezaba a conocer al Señor y reconocerle como
el Hijo de Dios, el Cristo viviente, ya había recibido al Señor en su interior. En aquel
momento un cambio metabólico había sucedido dentro de Pedro. Cuando Cristo como la
vida divina se añade a nosotros, una reacción química espiritual ocurre y un cambio
metabólico sucede en nuestro ser. El barro se convierte en piedra. Con el tiempo, la piedra
será transformada en una piedra preciosa, transparente y resplandeciente.

En la iglesia podemos obtener el oro, la plata y las piedras preciosas, los materiales
celestiales y espirituales, al ser transformados por Cristo nuestra vida. Cuanto más
disfrutemos a Cristo, cuanto más le recibamos comiéndole, bebiéndole e inhalándole, tanto
más Su vida nos transformará. La vida cristiana no es cuestión de correcciones que intenten
calibrar nuestra conducta, sino de la transformación, del cambio metabólico que sucede en
nuestro ser interior.

Cuando yo era un cristiano joven, recibí varias enseñanzas acerca de la santidad y la


santificación. La Asamblea de los Hermanos enseña que la santificación tiene que ver con
nuestra posición. Remiten a lo que dijo el Señor Jesús a los fariseos en Mateo 23, de que el
templo santifica el oro (v. 17) y el altar santifica la ofrenda (v. 19). El oro se vuelve santo
en cuanto a su posición al ser trasladado de un lugar común a un lugar santo. Los Hermanos
también hacen notar que la comida común que compramos se santifica por la palabra de
Dios y por nuestra oración (1 Ti. 4:5). Esta santificación es posicional. Otra escuela afirma
que la santificación es la erradicación de la naturaleza pecaminosa. Debemos darnos cuenta
de que la verdadera santidad, la verdadera santificación, no tiene que ver meramente con un
cambio de posición, o sea de lugar, ni con la erradicación de nuestra naturaleza
pecaminosa. La santificación no sólo tiene que ver con el lugar donde hemos sido puestos,
sino con nuestra manera de ser, nuestro carácter, es decir, es una cuestión de ser
transformados de lo que somos naturalmente a un carácter espiritual. La santificación
consiste en que la santidad de Dios sea forjada en nosotros al ser impartida Su naturaleza
divina en nuestro ser. En esta santificación, Cristo, como Espíritu vivificante, satura todo
nuestro ser interior con la naturaleza divina de Dios para que seamos transformados en
vida.

Tal vez haya cierta hermana que ama mucho al Señor, pero en su carácter, en su modo de
ser, tiene un problema relacionado con su mal genio. Quizás alguien le ayude a comprender
que ha sido santificada posicionalmente, que su posición ha cambiado en Cristo.
Anteriormente, estaba en Adán y ahora está en Cristo. Se ejercita en mantener esta posición
dándose cuenta de que ha sido trasladada de Adán y puesta en Cristo. Puesto que está en
Cristo, debe ser santa. Pero con el tiempo, esta amada hermana descubrirá que no sirve sólo
comprender que está santificada posicionalmente. Aunque se dé cuenta de que está en
Cristo, este conocimiento no impide que se enoje.

Otros cristianos creen que la santificación es la erradicación de nuestra naturaleza


pecaminosa. Hace muchos años que un predicador en Shanghái enseñaba con gran
convicción el concepto de la erradicación. Le dijo a la gente que no era posible que pecara
después de ser salva. Un día este predicador y varios jóvenes que seguían sus enseñanzas,
fueron a un parque en Shanghái. En aquel parque se requería que uno presentara boleto para
entrar. Este hombre compró tres o cuatro boletos para cinco personas. ¿Cómo lo hizo?
Primero, algunos de ellos entraron al parque con los boletos. Después, uno de ellos salió
con los boletos y le dio un boleto a uno de los otros. Continuaron así hasta que todos
entraron. De esta manera pecaminosa el predicador hizo entrar al parque a sus cuatro
discípulos. Como resultado, uno de los jóvenes empezó a dudar de la enseñanza de la
erradicación. Dijo para sí: ¿Qué está haciendo usted? Dice que el pecado se le ha quitado.
¿Qué es esto? Finalmente, el joven fue al predicador y le dijo: ¿Acaso esto no fue pecado?
El predicador le respondió: “No, eso no fue pecado, sino cierta debilidad”. El líder de ese
grupo, quien proclamó que su naturaleza pecaminosa había sido erradicada, estaba
equivocado. Nunca debemos aceptar una enseñanza que afirma que hemos llegado a ser tan
espirituales y santos que ya no es posible que pequemos. Si aceptamos tal doctrina, seremos
engañados, y el resultado será la desgracia.

Ya que hemos recibido a Cristo, tenemos que disfrutarle en el espíritu día por día. Debemos
comerle, beberle e inhalarle. Este Cristo viviente dentro de nosotros nos transformará y nos
santificará en nuestra manera de ser mientras le disfrutamos. No sirve solamente
mantenernos en el hecho de que hayamos sido santificados posicionalmente y luego
esforzarnos por resistir la naturaleza pecaminosa que está en nosotros. Debemos
comprender que el Espíritu vivificante y viviente, Cristo como vida, está en nosotros.
Ahora necesitamos abrirle nuestro ser diariamente y aun hora por hora. Debemos comerle,
beberle, inhalarle y permanecer en El para disfrutarle. Entonces El nos transformará. Esta
transformación no consiste de correcciones en cuanto a nuestra conducta. Al disfrutar
nosotros a Cristo como vida y al ser llenos de El como vida, Su vida absorberá todo lo
negativo que haya en nuestro ser. Su vida devorará nuestro mal genio y transformará los
vasos de barro en oro, perla y piedras preciosas.

No trate usted de vencer su mal genio por sus propios esfuerzos. Su mal genio es
demasiado grande y usted no puede vencerlo. No toque su mal genio, toque a Cristo. Coma
de El, pues El es el árbol de la vida. Descanse bajo Su sombra y disfrute de Su fruto. La
vida de Cristo es activa y poderosa y absorberá todas las cosas muertas y negativas que
haya en nuestro ser. El no sólo nos corregirá, librará y salvará, sino que también nos
transformará. Debemos olvidarnos de nuestro mal genio, de nuestras debilidades,
problemas y tribulaciones. No debemos mirar estas cosas, sino que debemos volver
nuestros ojos y mirar a Cristo. Ponga los ojos en Jesús (He. 12:2) y fije su mente en El (Ro.
8:6). Coma de El, beba de El, inhálele, permanezca en El, alábele, adórele y mírele.
Debemos ser como espejos que miran y reflejan la gloria del Señor (2 Co. 3:18). Cuando
miramos al Señor de esta manera, El infunde en nosotros lo que El es y ha hecho. De este
modo, somos transformados metabólicamente a Su imagen y todo lo negativo en nuestro
ser se absorbe.

Disfrutar al Señor es la manera de ser salvo, santificado y transformado. Cuanto más


seamos santificados, más seremos transformados y más santos llegaremos a ser. Nuestra
santidad no sólo consistirá de un cambio de posición, sino de un cambio en nuestra propia
naturaleza. Cuando somos transformados, estamos en la resurrección y en la ascensión.
Estamos por encima de todo, y todo está bajo nuestros pies. No es correcto enseñar a otros
a corregirse o mejorarse, ni es la manera celestial o divina. Lo divino no tiene que ver con
la auto-corrección ni el mejoramiento del yo. Dios pone a Cristo en nosotros para que le
disfrutemos comiéndole, bebiéndole, inhalándole, permaneciendo en El y permitiéndole ser
todo para nosotros. El es viviente y poderoso, y nos transformará. La transformación es
mucho mejor que la corrección o el mejoramiento de nuestra conducta. La transformación
es un cambio metabólico celestial, espiritual y divino. El Señor nos está transformando de
un nivel de gloria a otro. Somos cambiados, o sea transformados de barro en oro, perla y
piedras preciosas. La manera de ser transformados es disfrutar al Señor y comerlo, pues El
es un rico banquete para nosotros. La transformación es un banquete, un disfrute.

Todos nosotros somos como Mefi-boset, el nieto del rey Saulo (2 S. 4:4). Mefi-boset era
cojo; no podía caminar. El rey David perdonó su vida, le restauró toda su herencia y le
invitó a comer con él en la misma mesa (2 S. 9:1-13). Después de que Mefi-boset recibió
gracia de manos de David, sólo miró las riquezas que estaban en la mesa de David y no a
sus piernas inválidas que estaban debajo de la mesa. Cuando nos miramos a nosotros
mismos, descubrimos que somos cojos y nos desanimamos. Después de ser salvos,
debemos olvidarnos de nuestras piernas inválidas y sentarnos en la mesa de nuestro Rey,
Jesucristo, para disfrutarle junto con todas Sus inescrutables riquezas. Sólo debemos mirar
las riquezas de la mesa del Señor y disfrutarlas. Al disfrutar nosotros al Cristo
inescrutablemente rico, El nos transformará.

LA INTENCION FINAL DE DIOS SE CUMPLE CON


EL DISFRUTE DEL DIOS TRIUNO COMO ARBOL
DE LA VIDA
Los materiales preciosos que están en el fluir del río de Génesis 2 están destinados para el
edificio de Dios. Al final de la revelación divina tenemos el árbol de la vida, el río de agua
de vida, y los materiales preciosos edificados como una ciudad santa, la Nueva Jerusalén
(Ap. 22:1-2; 21:18-21). Esta ciudad es el complemento de Cristo y la morada de Dios
donde El puede descansar. Como complemento de Cristo, la ciudad santa satisface a Cristo,
y como morada de Dios, la ciudad santa satisface a Dios.
Al principio de las Escrituras se nos muestra el árbol de la vida y el río que fluye y produce
los materiales preciosos. Al final de las Escrituras se ve una ciudad universal edificada de
los materiales preciosos, y dentro de ella crece el árbol de la vida y fluye el río de agua de
vida. Esto muestra que el propósito eterno de Dios, Su intención final, es obtener un
edificio divino construido por el árbol de la vida y el fluir del río de agua de vida, el cual
produce los materiales preciosos. Según la intención final y eterna de Dios, tenemos que ser
transformados y edificados. La transformación tiene como fin el edificio de Dios. Nuestro
nivel de espiritualidad depende del nivel de transformación que tengamos y del nivel de
edificación que experimentemos.

El libro de Romanos provee un esbozo de la vida cristiana. Empieza con la justificación por
la fe (3:21—5:11) y continúa con la santificación (5:12—8:13), la transformación (12:1—
15:13), la conformación y la glorificación (8:14-39) para la vida del Cuerpo (12:1-21). Por
medio de la obra redentora del Señor, somos justificados y llevados de nuevo a El. Ahora
una obra de transformación se lleva a cabo dentro de nosotros, en el espíritu. Tenemos que
ser santificados, transformados y conformados a la imagen del Hijo de Dios, y esto por el
bien del Cuerpo de Cristo, el cual es el edificio. La justificación tiene como fin la
santificación, la santificación sirve para la transformación y la meta de la transformación es
el edificio de Dios. Somos transformados y así conformados a la propia imagen de Cristo
para ser materiales útiles para el edificio de Dios.

El edificio de Dios es la expresión de Dios mismo. La Nueva Jerusalén tiene la apariencia


de jaspe (Ap. 21:11), y el jaspe también es la apariencia de Dios (Ap. 4:3). El muro de la
ciudad y el primer cimiento de ella se construyen con jaspe (21:18:19), lo cual significa que
la Nueva Jerusalén lleva la imagen de Dios. Además, dentro de la ciudad santa está el trono
de Dios y del Cordero (Ap. 22:1), lo cual significa que la autoridad de Dios se ejerce allí.
Así que, el propósito y la intención de Dios se cumplen al disfrutar al Dios Triuno como el
árbol de la vida.

Espero que podamos traer esta comunión al Señor en oración para que esta verdad se haga
muy viva en nosotros. Necesitamos tomar a Cristo como nuestro alimento, nuestra bebida,
nuestro aire y nuestra morada. Necesitamos disfrutarle para ser transformados diariamente
y edificados con otros. Entonces, la imagen de Dios será expresada entre nosotros y a través
de nosotros, y Su autoridad será ejercida entre nosotros sobre el enemigo. De esta manera,
se cumplirá la intención de Dios.
CAPITULO QUINCE
CARTAS VIVAS DE CRISTO
AL MIRAR Y REFLEJAR SU GLORIA
Lectura bíblica: 2 Co. 3:3, 6, 17-18
LA INTENCION DE DIOS ES MEZCLARSE CON
NOSOTROS
En las Escrituras se revela un hecho maravilloso, misterioso y glorioso, a saber, que Dios
quiere mezclarse con nosotros los seres humanos. Este hecho maravilloso, glorioso y
misterioso es el pensamiento central revelado en las Escrituras. El árbol de la vida, el cual
hemos de recibir como nuestro alimento, es el primer cuadro en las Escrituras que nos
presenta la intención de Dios. El árbol de la vida tipifica al Dios Triuno —el Padre como
fuente, el Hijo como cauce y el Espíritu como fluir— de quien podemos participar y tomar
como alimento. El se nos presenta en forma de alimento para que nosotros le recibamos.
Entonces será mezclado con nosotros. La mejor manera de permitir que algo se mezcle con
nosotros es comerlo. Tenemos que comer pollo para que éste sea mezclado con nuestro ser.
Cuando lo comemos, llega a ser parte de nuestro ser, nuestro mismo constituyente. Cuando
comemos del Señor, quien es el árbol de la vida, El será uno con nosotros y se mezclará con
nosotros.

Otro cuadro que encontramos en las Escrituras es el del cordero (Ex. 12:3-4; Jn. 1:29). La
mayoría de los estudiantes de la Biblia sabe que el fin del cordero es redimir. Durante la
Pascua, los hijos de Israel inmolaban el cordero, y la sangre del cordero era derramada para
la redención de ellos. Bajo la cubierta de la sangre rociada del cordero, los hijos de Israel
disfrutaban del cordero al comerlo; comían la carne del cordero. Al cabo de un rato, los
hijos de Israel comían todo el cordero. La noche de la Pascua, cada casa tenía un cordero,
pero en poco tiempo todos los corderos desaparecían. Llegaban a ser uno con los hijos de
Israel. Esto muestra que el cordero fue mezclado con los hijos de Israel.

Hay dos cuadros presentados en 2 Corintios 3 que también muestran que el deseo del
corazón de Dios consiste en que El se mezcle con nosotros. El versículo 3 de este capítulo
dice: “Siendo manifiesto que sois carta de Cristo redactada por ministerio nuestro, escrita
no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de
corazones de carne”. El primer cuadro nos muestra que somos cartas de Cristo, escritas con
el Espíritu del Dios vivo en nuestros corazones. Dice en 2 Corintios 3:18: “Mas, nosotros
todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos
transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. El
segundo cuadro, presentado en 2 Corintios 3, muestra que somos espejos y, como tales,
miramos y reflejamos la gloria del Señor. Estos dos ejemplos muestran que Dios quiere
mezclarse con nosotros.

CARTAS VIVAS DE CRISTO


Cuando la tinta se aplica al papel, se mezcla con el papel. Cristo mismo desea escribirse en
nuestro ser para que nos convirtamos en Sus cartas vivas. Una carta de Cristo se compone
de Cristo, el contenido mismo, para trasmitir y expresar a Cristo. Todos los creyentes de
Cristo deben ser una carta viva de Cristo, de modo que otros puedan leer y conocer a Cristo
en su ser. Nuestro corazón, el cual se compone de nuestra conciencia (la parte principal de
nuestro espíritu), nuestra mente, nuestras emociones y nuestra voluntad, es la tabla sobre la
cual se escriben las cartas vivas de Cristo con el Espíritu viviente de Dios. Esto da a
entender que Cristo se escribe en todas las partes de nuestro ser interior con el Espíritu del
Dios vivo para hacer de nosotros Sus cartas vivas a fin de expresarse en nosotros y permitir
que otros lean a Cristo en nosotros.

Cristo desea escribirse en cada parte de nuestro ser interior, en nuestro corazón, pero es
posible que nosotros estemos preocupados por muchas otras cosas. ¿Cómo puede Cristo
escribirse en nosotros y en nuestro corazón, cuando éste se preocupe por otras cosas? Tal
vez nuestro corazón esté preocupado por nuestra familia, nuestras posesiones materiales,
nuestra educación, nuestro trabajo, o nuestras esperanzas para el futuro. Hay muchas cosas
que pueden usurpar el lugar que Cristo debiera ocupar en nuestro corazón. ¿Cuántas
preocupaciones hay en nuestro corazón, las cuales no dan lugar a Cristo para que El se
escriba en nosotros? Además, es posible que nuestro corazón esté cerrado a Cristo. Las
preocupaciones de nuestro corazón y el hecho de que éste no esté abierto son dos
problemas que requieren solución. Lo inmundo y lo sucio de nuestro corazón también tiene
que ser eliminado. ¿Es pura nuestra mente? ¿Están limpias nuestras emociones? ¿Es recta
nuestra voluntad? Todos debemos confesar que, hasta cierto grado, hay suciedad en nuestra
mente, en nuestras emociones, en nuestra voluntad. Aunque asistamos a las reuniones de la
iglesia, necesitamos preguntarnos acerca de cuánto de Cristo ha sido escrito en nosotros.
Quizás no haya posibilidad, manera ni oportunidad para que el Señor se escriba en
nosotros, porque nuestro corazón está preocupado por muchas otras cosas, cerrado al Señor
y sucio e impuro.

Por la misericordia del Señor, necesitamos abrir nuestro ser a El. Cuando abrimos nuestro
corazón, El entra. El está esperando que nosotros abramos nuestro ser para que El pueda
escribirse en nuestro ser interior. Debemos preguntarnos acerca de nuestra situación y
condición ante el Señor y de la relación que tenemos con El.

Hemos visto que el espíritu es la parte más profunda de nuestro ser, el hombre interior
escondido en el corazón (1 P. 3:4). Cristo como Espíritu vivificante ha entrado en nuestro
espíritu para vivificarnos, regenerarnos y morar en nosotros. Cristo vive en nuestro espíritu
(2 Ti. 4:22). Ezequiel 36:26 nos muestra que el corazón y el espíritu son dos entidades.
Dios nos da un corazón nuevo y un espíritu nuevo. El corazón se compone de la mente, la
voluntad, la parte emotiva y la conciencia. El Señor quiere escribirse como Espíritu en
nuestro corazón, “en tablas de corazones de carne” (2 Co. 3:3). Ya que somos cartas de
Cristo, debemos expresar a Cristo. La carta es una expresión. Por tanto, esta carta no está
escrita en nuestro espíritu, sino en nuestro corazón para que Cristo sea expresado y otros
puedan leerlo. Una persona se expresa con su mente, sus emociones y su voluntad. Si
Cristo está escrito sólo en nuestro espíritu, El estará escondido; otros no lo podrán ver ni
leer ni será El expresado. Cristo como Espíritu viviente tiene que escribirse en nuestro
corazón, el cual incluye nuestra mente, nuestras emociones y nuestra voluntad, para que El
sea expresado y visto por otros.

Cristo está en nuestro espíritu como Espíritu vivificante, y como tal, El es la tinta celestial
que se escribe en nuestro corazón, el cual incluye la mente, las emociones y la voluntad.
Esto significa que Cristo se mezclará con nuestra mente, con nuestra parte emotiva y con
nuestra voluntad. Entonces en nuestra mente tendremos la descripción de Cristo, en
nuestras emociones, la definición, la explicación de Cristo, y en nuestra voluntad, la
expresión de Cristo. Como consecuencia, cuando otros miren nuestra mente, nuestra parte
emotiva y nuestra voluntad, verán a Cristo. El amor de una esposa hacia su marido debe
estar lleno de Cristo. Sus emociones deben describir y expresar a Cristo.

Somos las cartas de Cristo escritas por el Espíritu viviente del Dios vivo en nuestro
corazón. Las personas deben leer a Cristo en nuestro ser, es decir, en lo que somos. Cuando
pensemos, amemos y tomemos decisiones, debe ser la expresión de Cristo. Cuando otros
vean manifestados nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestro amor, nuestro odio, las
decisiones que tomamos y lo que escogemos, deben ver algo de Cristo en ellos. El hecho de
que Cristo como Espíritu del Dios vivo sea escrito en nuestro ser significa que se está
mezclando con nosotros. Cristo está en nosotros pero, ¿cuánto de Cristo ha sido escrito en
nuestra mente, emociones y voluntad? Puede ser que nuestro corazón esté preocupado. Tal
vez escuchemos el ministerio de la palabra y no consigamos nada por estar preocupados.

Por una parte, es fácil desanimarnos cuando miramos la situación que existe entre los hijos
del Señor. Los corazones de muchos cristianos son indiferentes para con el Señor y El ha
ganado muy poco en ellos. Por otra parte, sigo gozoso de que el Señor esté lleno de gracia,
paciencia y misericordia. El Señor continuamente espera oportunidades para mezclarse con
nosotros. Cuando invocamos Su nombre, El toma la oportunidad para mezclarse con
nosotros un poco. Tengo la certeza de que, tarde o temprano, seremos transformados. Si no
somos transformados en esta edad, finalmente lo seremos en la edad venidera. El Señor es
soberano y nadie puede detener el cumplimiento de Su propósito eterno. Tal vez Su
enemigo le impida un poco, pero esta frustración le da oportunidad para exhibir Su
multiforme sabiduría (Ef. 3:10). El Señor realizará Su propósito. El nos ha escogido y
nosotros no podemos retirarnos. El nos llamó, nos justificó, nos salvó, nos regeneró y ahora
mora en nosotros. Aun si quisiéramos divorciarnos de El, no firmaría los papeles de
divorcio.

Tarde o temprano usted será subyugado, convencido, poseído, ocupado y transformado por
el Señor. Por mucho que usted ame al mundo hoy, por muy indiferente que sea para con el
Señor, por muy frías que sean sus emociones, y por muy obstinada que sea su voluntad, le
aseguro que un día el Señor le ganará a usted por completo. El es misericordioso y está
esperando. Ha estado esperando dos mil años. Tal vez nos parezca que dos mil años es
demasiado tiempo, pero para El, mil años son como un día. Un día El nos purificará y
resolverá todos los problemas de nuestro ser. Ahora el Señor está en nuestro espíritu y
siempre espera las oportunidades para dispensarse en nosotros, o sea, para ocupar nuestro
corazón poco a poco. El Cristo rico y todo-inclusivo está en nosotros como el Espíritu
viviente. El es la tinta celestial que espera escribirse en las tablas de carne en nuestro
corazón. Cuando nos volvamos a El, el Espíritu viviente escribirá algo de Cristo en nuestra
mente, en nuestras emociones y en nuestra voluntad.

El interés principal del Señor no consiste en lo que hacemos sino en lo que somos. El quiere
impartirse, es decir, escribirse, en nuestra mente, emociones y voluntad todo el tiempo. Un
hermano puede ser bueno en su carácter natural. Puede ser simpático, humilde y muy
estable. Después de su salvación, ha sido simpático y humilde todo el tiempo, y agradable a
todos. Incluso viene a las reuniones de la iglesia con regularidad. Pero puede ser que este
hermano siempre esté cerrado para con el Señor. El Señor está en su espíritu como un
prisionero. Externamente, es un hermano muy simpático, y es verdaderamente estable, Pero
el Señor no puede escribirse en su corazón porque éste no está abierto a El.

Otro hermano tal vez no sea muy bueno en su carácter natural. Justamente después de ser
salvo, se descarrió. Luego regresó al Señor y confesó sus pecados, abriendo su corazón al
Señor. Esto le dio al Señor la oportunidad para escribirse en el ser del hermano. Poco
después, este hermano se peleó con algunos hermanos. Luego se arrepintió y se dio cuenta
de que había cometido un error. Confesó al Señor y de nuevo abrió su corazón y entonces el
Señor impartió más de Sí mismo en este hermano. Debemos considerar dónde estarán estos
hermanos después de quince años con el Señor. Un hermano es muy simpático, humilde y
estable, pero al mismo tiempo está cerrado para con el Señor. El otro hermano no tiene un
buen carácter por naturaleza, pero gradualmente se ha forjado en él más y más de Cristo. El
Cristo que se ha forjado en él poco a poco absorberá la mala disposición del hermano y éste
experimentará una verdadera transformación. Esto muestra que la vida cristiana no tiene
nada que ver con lo que uno puede hacer u obrar de manera superficial, sino con una vida
de transformación interior.

Debemos cobrar ánimo porque no importa qué tipo de persona seamos, el Señor obrará para
cumplir Su propósito de transformación en nosotros. El es misericordioso, y poco a poco El
nos cambiará. El nos transformará. No importa lo que usted es o hace externamente, pues
yo sé que hay alguien que está trabajando dentro de su interior. Alabémosle por Su obra
interior en nosotros. El Señor toma toda oportunidad para escribir, poco a poco, algo de
Cristo en nosotros. Puedo testificar, basándome en lo que he observado en los santos, que
más de Cristo ha sido escrito en ellos año tras año de manera específica. En la vida de
iglesia, debemos mostrarnos pacientes el uno con el otro, porque más y más de Cristo está
siendo forjado en nosotros gradualmente. Esta es la obra transformadora del Señor. Una
persona, según su carácter, puede ser lenta y otra muy rápida. Pero ante el Señor no hace
diferencia. Ser rápido o ser lento no significa nada. Lo que sí tiene significado es que el
Señor está escribiéndose en nuestro ser todo el tiempo para transformarnos. En la eternidad
todos nosotros seremos las cartas completas de Cristo. En aquel entonces todo lo de Cristo
estará escrito en nuestro ser. Sólo Cristo será el contenido de nuestra mente, emociones y
voluntad.
ESPEJOS QUE MIRAN Y REFLEJAN
LA GLORIA DEL SEÑOR
El segundo cuadro presentado en 2 Corintios 3 nos muestra que somos espejos y como
tales, miramos y reflejamos la gloria del Señor. Somos espejos y miramos a Cristo y le
reflejamos, pero el problema yace en que a veces nuestro corazón no está fijo en el Señor.
Por consiguiente, tenemos que volver nuestro corazón a El. Cuando nuestro corazón se
vuelve al Señor, el velo se quita (2 Co. 3:16). El Señor está esperando para que nosotros
volvamos nuestros corazones a El. El mora en nuestro espíritu, y nuestro espíritu es el
hombre interior escondido en nuestro corazón. Tenemos que volver nuestro corazón al
Cristo que mora en nosotros. Entonces le miraremos y le reflejaremos. Tenemos que volver
nuestros corazones a El todo el tiempo, al amanecer y al atardecer, día y noche. Incluso
mientras trabajamos o manejamos nuestros automóviles, debemos volver nuestros
corazones a El. Cuanto más nos volvamos a El y le miremos, más le reflejaremos y seremos
transformados a Su imagen.

Cuando abrimos nuestro ser para mirarle, El como Espíritu viviente se imparte a Sí mismo
en nosotros. Cuando miramos al Señor, regresamos al espíritu. Necesitamos apartar los ojos
de todo lo que no sea Jesús y mirarle a El, quien es el Espíritu viviente en nuestro espíritu.
Cuando le miramos, El tiene la base y la oportunidad para impartirse en nosotros. Cuando
se imparte en nosotros, nos transforma.

Cuando el té se añade al agua pura, se mezcla con el agua y transforma el agua en cuanto a
su color, su expresión y su sabor. El agua está en el té, y el té está en el agua. De la misma
manera Cristo está en nosotros, y nosotros estamos en Cristo. Así como el té y el agua se
mezclan, nosotros y Cristo nos mezclamos. El Señor está haciendo una obra en nosotros de
mezclarse con nosotros y de transformarnos. La obra del Señor no es calibrar, corregir o
mejorar nuestra conducta, sino impartirse a Sí mismo en nuestro ser desde nuestro interior.
Cuanto más se imparte en nosotros, más se mezcla con nosotros y más nos transforma.

Somos transformados por el Espíritu viviente. Nos dice 2 Corintios 3:18 que somos
transformados en la misma imagen de gloria en gloria como por el Señor Espíritu. El es el
Espíritu viviente y está en nosotros, así que debemos prestar atención al Espíritu todo el
tiempo. Debemos aprender a abrir nuestro ser a El. Si abrimos nuestro ser, El podrá
purificarnos, limpiarnos, saturarnos, impregnarnos, llenarnos, mezclarse con nosotros y
transformarnos. La transformación sucede cuando esta Persona viviente se imparte en
nosotros cada vez más. El se imparte en nosotros cuando le bebemos, comemos e
inhalamos. Comerle, beberle e inhalarle equivale a permitir que El se escriba en nosotros al
tener nuestra mirada puesta en El. El es el Espíritu viviente y está esperándonos; por eso,
necesitamos aprender a volvernos al Espíritu y abrirle nuestro ser. Entonces El nos saturará,
y nosotros seremos transformados.
CAPITULO DIECISEIS
LA MAXIMA INTENCION DE DIOS
HECHA REALIDAD
Lectura bíblica: Ap. 21:2-3a, 10-14, 18-23;
22:1-5; 2:7; 7:14-17; 21:6; 22:17
Hemos visto que Dios se nos presentó a nosotros como el árbol de la vida, en forma de
alimento, para que le disfrutáramos y le comiéramos. A través de toda la Biblia se ve que la
única intención de Dios es que nosotros le recibamos y le disfrutemos interiormente como
nuestra vida y nuestro todo. Finalmente El se mezclará con nosotros. La mejor manera de
mezclar algo con nosotros es comerlo. Lo que comemos es digerido y mezclado con
nosotros para ser parte de nosotros. Este es el pensamiento central de la Biblia. Me veo
obligado a señalar este pensamiento central para que haga impresión en nosotros. Esta
impresión revolucionará todo nuestro andar cristiano.

LA INTENCION QUE DIOS TENIA


CON RESPECTO AL ARBOL DE LA VIDA
Al principio de la Biblia, en Génesis 2, hay un cuadro que nos muestra un árbol llamado el
árbol de la vida, y delante de éste está un hombre de barro (2:8-9). El barro viene del polvo
de la tierra, no tiene nada precioso. Además del árbol de la vida hay un río que se reparte en
cuatro brazos y corre a las cuatro direcciones de la tierra (Gn. 2:10). Este fluir producía oro,
bedelio y piedra de ónice (v. 12). Onice es una piedra preciosa. El oro, el bedelio y la piedra
de ónice son tres materiales preciosos. No se pueden comparar con el barro.

Todos debemos darnos cuenta de que Dios creó un hombre corporativo en Génesis 2, el
cual incluyó a billones de personas. Ese hombre de barro era Adán, y todos nosotros somos
sus descendientes. Puesto que todos provenimos de Adán, la Biblia dice que somos vasos
de barro (2 Co. 4:7), vasos de tierra. En Génesis 2 el hombre de barro no tenía nada que ver
con el árbol de la vida. No era oro, perla ni ónice. Pero Dios tenía una intención con
respecto al hombre de barro, la cual consistía en que éste tomara del árbol de la vida, que
comiera de él. El árbol de la vida es algo viviente. Cuando entra en el hombre, este árbol
viviente se convierte en un fluir interior, y este fluir de vida transformará al hombre de
barro en materiales preciosos (oro, bedelio y ónice), útiles para el edificio de Dios. Esto es
lo que Dios quiere. Toda la Biblia, que consiste de sesenta y seis libros, nos habla de una
sola cosa: somos hechos de barro, pero Dios nos ha destinado para que le tomemos a El
como el árbol de la vida. Entonces Dios, quien es tan viviente, entrará en nosotros como
nuestra vida y llegará a ser un fluir dentro de nosotros.
Inmediatamente después de ser salvos, después de recibir a Cristo como vida, sentimos que
dentro de nuestro ser había un fluir. Esta corriente interior se llevará muchas cosas de
nuestro interior e introducirá muchas otras. Dentro de nuestro cuerpo tenemos la
circulación de la sangre. En términos negativos, esta circulación, esta corriente en el
cuerpo, se lleva todas las cosas negativas, y por el lado positivo, nos trae toda la nutrición y
las vitaminas necesarias. En nuestro cuerpo físico tenemos un fluir, por medio del cual
nuestro cuerpo existe.

Después de que recibimos al Señor, El mismo como vida llegó a ser el fluir que corre en
nuestro espíritu. Ahora tenemos otra corriente en nosotros además de la que está en nuestro
cuerpo físico. Esta corriente es el fluir espiritual de vida en nuestro espíritu, el cual es
Cristo mismo. Por el lado negativo, esta corriente se llevará nuestro mal genio, nuestro
odio, nuestra impaciencia y nuestro orgullo. Por el lado positivo, este fluir gradualmente día
a día nos traerá más y más de Cristo para nutrirnos. El fluir hará una obra de transformación
para cambiarnos, no sólo en cuanto a nuestra posición, sino también en naturaleza, en
nuestro carácter.

LA INTENCION DE DIOS PRESENTADA EN


EL EVANGELIO DE JUAN
Debemos ver cuál era la intención de Dios en cuanto a la vida en el Evangelio de Juan antes
de considerar el cuadro final en la Biblia, en Apocalipsis. Juan 1:1 y 4 dicen: “En el
principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios ... En El estaba la
vida, y la vida era la luz de los hombres”. El versículo 14 añade: “Y el Verbo se hizo carne,
y fijó tabernáculo entre nosotros”. El Verbo era Dios y en El estaba la vida. El se hizo carne
y anduvo en la tierra. Al principio de Su ministerio fue llamado el Cordero de Dios (1:29).
Debido a la caída del hombre, Aquel que era vida vino como el Cordero de Dios. En
Génesis 2 tenemos el árbol de la vida, pero después, en Génesis 3, se halla la caída del
hombre. Inmediatamente después de la caída del hombre aparece un cordero (Gn. 3:21).

Dios quería ser la vida del hombre, pero debido a que el hombre cayó, Dios tuvo que
cambiar Su forma, de árbol de la vida a Cordero. Dios como vida vino en forma del
Cordero para quitar el pecado del mundo. Según lo que consta de la Pascua en Exodo 12, el
cordero no sólo sirvió para redimir, sino también para dar alimento. La sangre del cordero
redime, y la carne del cordero alimenta. La nutrición es algo que pertenece a la vida. Por lo
tanto, en Juan 1 tenemos el Cordero, pero en el capítulo seis tenemos el alimento, el pan de
vida (vs. 22-71).

Luego en los capítulos cuatro y siete tenemos el agua viva, el agua de vida, para beber
(4:14; 7:37-38). Finalmente, en Juan 17 tenemos la unidad (vs. 11, 20-23). La unidad es el
edificio. El Evangelio de Juan empieza con Dios mismo. Dios quiere ser vida para nosotros.
Pero, debido a nuestra caída, El cambió Su forma. El se hizo el Cordero para redimirnos y
ser nuestro alimento. El también es el agua viva que podemos beber. Después de comerle y
beberle, tenemos la unidad, el edificio.
EL ARBOL DE LA VIDA Y EL RIO DE LA VIDA
EN APOCALIPSIS SON PARA LA
TRANSFORMACION
Y LA EDIFICACION EN VIDA
En el último cuadro que la Biblia nos presenta se ve una ciudad cuadrada con tres puertas a
cada lado (Ap. 21:16, 12-13). Cada una de las doce puertas es una perla (21:21), y sobre
ellas están escritos los nombres de las doce tribus de Israel. Esto nos da un cuadro, el cual
nos revela que todas estas puertas son personas. Son perlas, pero todas tienen nombres
personales. En el versículo 14 se mencionan los doce cimientos, que son piedras preciosas,
y en éstas están escritos los nombres de los doce apóstoles. Todos los cimientos son
personas. Pedro es un cimiento, y Juan es un cimiento. Además, el muro de la ciudad está
edificado con piedras preciosas (v. 18). No somos los cimientos, pero sí somos las piedras
preciosas.

En medio de la ciudad hay un trono (22:1). No pensemos que la ciudad de la Nueva


Jerusalén es llana. Es un monte. La altura del muro es ciento cuarenta y cuatro codos, pero
la altura de la ciudad misma mide doce mil estadios (21:16). La ciudad misma es mucho
más alta que el muro. Esto comprueba que la ciudad debe de ser un monte. Al pie del monte
está construido el muro, y encima del monte está el trono de Dios y del Cordero. No son
dos tronos para Dios y para el Cordero, sino uno solo. Sobre el trono está el Cordero; el
Cordero es la lámpara, y Dios es la luz que está dentro de la lámpara (21:23). El hecho de
que haya un trono para Dios y para el Cordero significa que Dios y el Cordero son uno. El
Cordero es la lámpara y Dios es la luz dentro de El. Desde este trono sale el río de agua de
vida que desciende del monte en espiral. Finalmente, pasa por todas las doce puertas. A uno
y otro lado del río crece el árbol de la vida (22:2). Génesis 2 nos dice que el árbol de la vida
es bueno para comer (v. 9), y Apocalipsis 7:17, 21:6 y 22:17 nos dice que el agua de la vida
es buena para beber. Dentro de la ciudad están el agua de la vida que se puede beber y el
árbol de la vida que se puede comer.

El fluir de la vida junto con el árbol de la vida como suministro transformó a Pedro en
piedra preciosa. Originalmente, Pedro era hombre de barro, pero ahora, en la Nueva
Jerusalén, llega a ser una piedra preciosa. ¿Cómo pudo Pedro, un hombre de barro, ser
cambiado en piedra preciosa? Pedro recibió a Dios mismo quien estaba en el Cordero como
Redentor. Luego, de este Cordero salió el agua de la vida, la cual llevaba el árbol de la vida
como suministro. Día a día Pedro comía del árbol de la vida y bebía del agua de vida.
Diariamente, disfrutaba al Dios Triuno. Por medio de este disfrute fue transformado en una
piedra preciosa, útil para el edificio de Dios.

El Padre está en la Nueva Jerusalén como la fuente, la luz. El Hijo es la lámpara y el árbol
de la vida. Luego el Espíritu es el río de agua de vida (Jn. 7:37-39). Dios el Padre como luz
es la fuente. En Dios el Hijo, El viene como el Cordero para redimirnos. Después de que
recibimos a Dios el Hijo, el Cordero, como nuestro Redentor, el agua de la vida, el Espíritu,
empieza a moverse y fluir dentro de nosotros. Dentro del fluir del Espíritu está el Hijo,
Cristo como árbol de la vida, a quien podemos disfrutar. Primero, debemos recibir al Hijo,
quien es el Cordero, como nuestro Redentor. Después de recibirle, el fluir del Espíritu se
moverá en nosotros, y en esta corriente, Cristo es el árbol de la vida, nuestro suministro de
vida. De esta manera, los tres del Dios Triuno son nuestro disfrute. Ahora el árbol de la
vida no está fuera de nosotros, sino dentro de nosotros. Hemos recibido al Cordero, y el
Dios Triuno ha sido forjado en nosotros. En Génesis 2 el árbol y el fluir del agua están
fuera del hombre. Pero en Apocalipsis 22 el árbol de la vida y el agua de la vida están en la
ciudad. Ahora el árbol de la vida y el agua de la vida han sido forjados en el hombre.

Después de que el árbol de la vida y el agua de la vida han sido forjados en nosotros, llegan
a ser no sólo nuestro alimento, sino también el elemento que nos transforma. Cuanto más
disfrutemos el fluir del agua viva en nosotros, el cual nos trae el árbol de la vida como
suministro, seremos más transformados. Los hombres de barro serán transformados en
piedras preciosas. Finalmente, en la Nueva Jerusalén, en la ciudad santa, no existirá más el
barro. Toda la ciudad es un monte de oro (Ap. 21:18). Todo el muro es de jaspe, una piedra
preciosa, y todos los cimientos del muro son de piedras preciosas (21:18-20). Además,
todas las puertas son perlas (21:21). Hay sólo tres materiales en la Nueva Jerusalén: oro,
perla y piedras preciosas. Para aquel entonces, todos habremos sido transformados.

En los cuatro Evangelios tenemos la historia de Simón Pedro. Muchas veces quedó
manifiesto que él era solamente un hombre de barro. A menudo hablaba sin sentido o se
comportaba neciamente. El Señor, en la noche que fue traicionado, les dijo a los discípulos
que le iban a dar muerte y que ellos iban a ser esparcidos. Pedro dijo: “Aunque todos
tropiecen por causa de Ti, yo nunca tropezaré” (Mt. 26:33). El habló insensatamente. Muy
poco después el Señor fue arrestado y llevado a la corte del sumo sacerdote. Pedro fue en
pos del Señor desde lejos y también entró a la corte del sumo sacerdote. Mientras estaba
sentado en el atrio, una criada; no un soldado grande, vino a él y le dijo: “Tú también
estabas con Jesús el galileo” (v. 69). Pedro negó al Señor tres veces, aun con juramento. Sin
lugar a dudas, en aquel tiempo Pedro era solamente un hombre de barro.

Sin embargo, en Hechos 2—5, Pedro era una piedra preciosa transformada,
resplandeciente, fuerte y trasparente. En estos capítulos no era opaco, sino claro como el
cristal y trasparente. El era precioso y había sido cambiado por completo. No había sido
cambiado o santificado sólo en cuanto a su posición, sino también en su disposición, en su
carácter. El había sido cambiado metabólicamente. Un divino “elemento químico” había
sido puesto en él, causando una reacción química. Dios en el Cordero había sido recibido
por Pedro, y el Espíritu como agua viva había empezado a fluir en él. Este fluir le proveía
del Cristo todo-inclusivo, el árbol de la vida. Día a día Pedro comía de este Cristo, y día a
día bebía de esta agua viva. Un elemento químico celestial fluía en él causando un cambio
metabólico en su ser. El había sido cambiado no sólo en cuanto a su posición o forma, sino
también en su naturaleza y carácter y así llegó a ser uno de los doce cimientos de la Nueva
Jerusalén. La mera enseñanza o los simples dones no pueden transformarnos. Sólo la vida
interior, el propio Dios Triuno, nos puede transformar.

El Padre es la fuente como la luz, y el Hijo es el Redentor que hemos de recibir. Si


confesamos todos nuestros pecados y admitimos y reconocemos que El murió en la cruz
por ellos, inmediatamente el fluir empezará en nosotros. Este es el Espíritu, y dentro de esta
corriente está el árbol de la vida creciendo en nosotros como suministro de vida del cual
podemos alimentarnos diariamente. El río de vida junto con el árbol de la vida están en
nosotros y los podemos beber y comer. Diariamente podemos recibir la alimentación
celestial, y todas las “vitaminas” espirituales pueden entrar en nosotros. Esto nos
transformará metabólicamente. La vida que transforma también es la vida que edifica. Esta
vida, que está en nosotros, no sólo nos abastece y nos transforma, sino que también nos
edifica juntamente con otros.

La Nueva Jerusalén revela al Cordero redentor, el fluir de vida, el suministro de vida, la


transformación de vida y la edificación en vida. Este es un cuadro de la vida de iglesia
actual. La vida de iglesia se compone de un grupo de personas que comprenden que son
pecaminosas y admiten que Dios, como la fuente de la vida, les ama. Dios en Su Hijo
cumplió la redención, y el Hijo se nos presenta a nosotros, los pecadores, como el Cordero.
Le confesamos todos nuestros pecados y admitimos y reconocemos que El es nuestro
Redentor, el Cordero de Dios, quien murió por nosotros para quitarnos el pecado. Cuando
hacemos esto, inmediatamente el Espíritu llega a ser el fluir de vida dentro de nosotros.
Con el fluir de vida, Cristo no sólo es el Cordero, sino también el árbol de la vida que
podemos disfrutar. El es el agua de la vida que podemos beber y el árbol de la vida que
podemos comer diariamente. Al comer y beber de El, el elemento celestial, es decir, la
esencia y la substancia divinas, es introducido en nosotros y somos metabólicamente
transformados para ser edificados con otros en unidad. En esta edad el edificio es la iglesia
y en la eternidad será la ciudad santa, la Nueva Jerusalén.

La ciudad santa es el tabernáculo de Dios, la morada de Dios. Apocalipsis 7:15 dice que
serviremos a Dios en el templo, un lugar en el cual no sólo Dios puede morar, sino también
los que le sirven. Apocalipsis 21:22 dice: “Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios
Todopoderoso, y el Cordero, es el templo de ella”. Esto significa que serviremos a Dios en
El mismo, quien es el templo. Todos los redimidos son el tabernáculo de Dios, donde El
puede morar, y Dios mismo es nuestro templo, donde nosotros podemos morar. Finalmente,
Dios morará en nosotros, y nosotros moraremos en El. Esta es una morada mutua, una
habitación mutua. Mientras El mora en nosotros, nosotros moramos en El. Esta es la mezcla
del Dios Triuno con Su pueblo escogido y redimido.

Esta mezcla depende del disfrute que tenemos del Señor. Es menester que le disfrutemos
todo el día comiendo de El como nuestro árbol de la vida, y bebiendo de El como nuestra
agua de vida. Si queremos ser transformados, edificados y mezclados con el Dios Triuno,
día a día tenemos que alimentarnos de Cristo, quien es el árbol de la vida, y debemos beber
de El como nuestra agua de vida. Que el Señor nos traiga al disfrute de El mismo. Que nos
demos cuenta de que El está en nosotros como árbol de la vida, suministrándonos todo el
tiempo el fluir del Espíritu Santo. Debemos aprender cómo alimentarnos de El y cómo
beber de El. Entonces, todo lo que El es, Su elemento, Su sustancia y Su esencia, será traído
y trasmitido a nosotros. Seremos transformados, edificados y mezclados con el Dios
Triuno.

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