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Klein afirmó poco antes de morir :… “mi contribución a la teoría psicoanalítica como un
todo deriva de la técnica del juego que desarrollé en el trabajo con niños pequeños”.
Se intentará mostrar cómo la técnica del juego ha incidido sobre la configuración y el
alcance del campo terapéutico del psicoanálisis y sobre la metapsicología.
Lo nuevo
Klein pone en foco los accidentes del jugar- sus interrupciones, su monotonía, su
carácter coercitivo, su vertiginosidad, el desandarse. Los mira a la luz de las hipótesis
freudianas sobre la pulsión de muerte, la angustia y el sentimiento inconsciente de
culpabilidad.
Supone la actividad precoz de un super yo amenazador o mortificante en la base de la
limitación y la pobreza del jugar infantil y piensa que esa misma virulencia superyoica
es la fuente del sufrimiento que ha llevado al niño a la consulta.
Descubre que sus interpretaciones – que dan configuración edípica a la trama que
despliega el juego y la ligan siempre con el dominio puntual de una zona erógena y
una modalidad de angustia peculiar – liberan, restablecen la continuidad y favorecen la
construcción de otro terreno de juego sobre el que seguir trabajando. Concibe el
análisis como un ir y venir de la ansiedad y de las resistencias hacia la interpretación y
el alivio, de un modo que evoca el “una y otra vez en el telar volver a poner”…del que
habló Freud.
Con sus primeras experiencias clínicas construyó Klein tanto su técnica como sus
formulaciones metapsicológicas tempranas que parecen próximas a aquellas ideas de
Freud más resistidas por la comunidad analítica de la época.
A consecuencia de la expulsion cuyas exclusas son las zonas erógenas, éstas pasan
a ser componente esencial de las imagos. Muy tempranamente las zonas erógenas
intervienen en la dialéctica sádicoretaliativa que está en la base de la creación del
objeto exterior cuya existencia fantasmática se liga a la experiencia con el pecho,
predominantemente insatisfactoria, frustrante, dada la significación retaliativa que trae
como consecuencia la investidura primera predominantemente tanática. Desde el
inicio las fantasías sádico retaliativas tiñen de predominantemente insatisfactoria la
temprana experiencia real con el pecho.
En este tiempo domina la operatividad de dos destinos pulsionales reconocibles: la
transformación en lo contrario y la vuelta contra la propia persona, y gracias a esta
operatividad, lo que comenzó siendo un desajuste económico en el aparato pasa a ser
cuestión representacional.
Las imagos y las fantasías más tempranas suscitan angustia y sacuden vitalmenteal
yo, impulsando un trabajo de proyecciones e introyecciones que- a menos que el resto
tanático intramitable interfiera inhibiendo el proceso y retrotraiga la situación del
aparato a la angustia de aniquilación más temprana- dejará cada vez como producto
un paso nuevo hacia la construcción simbólica de la realidad .
La puesta en circulación del sadismo ha promovido el surgimiento de objetos y
fantasías retaliativos y la ansiedad persecutorioa dice al yo de un peligro que lo acosa
simultáneamente desde exterior y desde el mundo interno incipiente. Esta es la
situación que enmarca el comienzo de lo que Klein llama “proceso de formación de
símbolos”. Es un proceso seriado de sustituciones que parte de un puñado mínimo de
elementos fantasmáticos persecutorios ecuacionables – que guardan
correspondencia puntual y con las zonas erógenas dominantes y autónomas.
Según Klein la realidad para niño pequeño es este puñado de objetos que interactúan
sádicamente en el interior del vientre materno y (aquí “la primera realidad irreal”) y
desde aquí y por un mecanismo que progresa a la manera de la fobia, motorizado por
la angustia y a expensas de la energía pulsional que viaja en el sadismo temprano, en
un continuo de sustituciones que reconoce como mojón primero el objeto prototípico,
se crea, entre la fantasía y la experiencia real de la lactancia y los primeros cuidados,
el mundo de objetos y relaciones que llamamos realidad.
El proceso de formación de símbolos abre una vía que gasta y transforma el sadismo
temprano y hace al yo cada vez más rico en representaciones y por tanto más
capacitado para tolerar la angustia, más dispuesto a responder a su emergencia con
sustituciones simbólicas que con reacciones defensivas que ponen en riesgo, por su
masividad, su estructura interna.
La primera realidad es exterior/interior, existe en un territorio que aún no es
discriminable en términos de afuera y adentro. Su creación deja instalada, en el interior
del yo, una base fantasmática fundamental: el mundo interno. Klein piensa que el
super yo temprano es una pieza fundamental de ese mundo. Las imagos- complejos
fantasmáticos primarios que alojan la parcialidad de las zonas erógenas y sus objetos
parciales correspondientes más los vínculos sádicos entre ellos- se instalan y quedan
como momificadas rodeando al núcleo tanático y disociadas de la serie sustitutiva que
el proceso de formación de símbolos pone a andar.
En las imagos – escena primaria de carácter sádico, seducción y castración a la
manera de la mutilación- reconoce Klien la horma preedípica y el punto de partida del
mundo humano que se constituye y modifica cada vez por el juego constante y
siempre abierto a la angustia, de encuentros y desencuentros, acoplamientos y
desajustes entre
a. mundo interno, eficaz generador de angustia, por estructura incognoscible, sólo
conjeturable a partir de los intercambios con el afuera, constituído en torno al
núcleo tanático y a esa primera semilla preedípica que es la imago de los padres
acoplados, mundo en correpondencia puntual con la primera realidad, que sufrirá
a consecuencia del juego invariante introyección/ proyección y del progreso de la
formación de símbolos, modificaciones que irán transformando el cruel super yo
primitivo- que nunca pierde su vigencia- parahacer de él una función menos
arbitraria, más próxima a la conciencia (siempre moral), más encauzadora del
deseo y
b. mundo externo, constituído a partir del objeto escindido del sadismo y modificado
por sucesivas proyecciones y desplazamientos simbólicos en constante interacción
con las experiencias que, aun teñidas por la significación retaliativa, dejan como
resto alteraciones en la forma primera que cobró la realidad, forma pregnante y
siempre lista para volver a presentarse, pero transformable de modo que partiendo
de la imago de los padres acoplados correlato de la ansiedad persecutoria puede
haber acceso a la situación edípica más próxima al duelo por la infancia que a la
ansiedad esquizoparanoide.
Tal vez resulte útil esta comparación para tener una idea acerca de qué noticia podía
tener Klein de Freud cuando estaba escribiendo sus textos y viceversa.
Freud Klein
El primer texto para trabajar la concepción kleiniana del complejo de edipo será
“Estadíos tempranos del conflicto edípico” de 1928. El otro es cuatro años posterior y
se llama “Primeros estadíos del conflicto de Edipo y de la formación del Super Yo”.
Vamos a leer ambos trabajos.
Edipo precoz
Desde sus primeros escritos Klein afirma que las tendencias edípicas comienzan
temprano.
Al comienzo del segundo año de vida se observa que los niños se inclinan
preferentemente por la figura parental del sexo opuesto.
Klein remonta el origen de las tendencias edípicas a la frustración oral, al destete. La
significación retaliativa que toma la experiencia más temprana con el pecho hace que
la frustración se instale- y con ella el destete- muy precozmente, en el marco de las
fantasías paranoides y la tendencia a la escisión.
El camino que conduce al posicionamiento ante la castración comienza con la
frustración oral y su inicio queda ligado a la imago de los padres acoplados y a las
experiencias de lactancia y primeros cuidados corporales. Según afirma Klein, en los
estratos más profundos del inconsciente, es la figura materna la temida cuando se
trata de la castración.
En cuanto a la culminación del complejo, y la relación de su resolución con el punto de
desarrollo más alto que alcanza el super yo, Klein no cuestiona ninguna de las
hipótesis freudianas.
No discute que el desarrollo final del super yo coincida con el final(aquí tal vez sea útil
distinguir y relacionar resolución del complejo de Edipo y elaboración del duelo y el
texto freudiano sobre la negación resultaría un buen ordenador para esto) del conflicto
edípico, pero esto no le impide postular la vigencia precoz y conflictiva de las
tendencias edípicas, tendencias cuyo procesamiento y cuyos destinos corren parejo y
se entrecruzan con el desarrollo que lleva del super yo temible temprano a lo que
llamamos conciencia moral que coincide con el despliegue del proceso de formación
de símbolos.
Hacia 1927/8 Klein presenta el conflicto edípico como el punto culminante de una
danza de quites que conjuga oralidad analidad y falicidad. El corte que representa el
destete (frustración que resulta del retorno retaliativo) recibe el espaldarazo de la
exigencia que impone el aprendizaje de los hábitos higiénicos y termina de tomar
forma con el descubrimiento que confirma la diferencia sexual anatómica. El conflicto
edípico es entonces un precipitado de faltas que instala culpa retroactiva.
Para Klein ya en el marco de las escenas más tempranas dominadas por el sadismo
temprano en plena oralidad y analidad, se ubican en el marco de la parcialidad la
angustia de castración y el sentimiento de culpabilidad. Se ve entonces surgir el
conflicto edípico en el escenario esquizoparanoide- dominio del sadismo temprano de
modo que la trama triangular aparece ya prefigurada en el espacio de los objetos
parciales. Cuando surge la imago de la figura combinada se produce una primera
ecuación que introduce a los padres edípicos en el marco de una ecuación: el pecho
es en el marco de las primeras operaciones defensivas ecuacionado por niños y niñas
con el pene. Por modificaciones sucesivas esta imago, impronta del edipo, toma la
forma de una soldadura pecho/pezón- pene/vagina. Y la forma más elaborada que
alcanza esta imago de la figura combinada es una escena en la que los padres en
comercio sexual constante excluyen tiránicamente al sujeto del saber sexual y de la
gratificación.La angustia de castración surge como vuelta contra el yo de un
movimiento intrusivo que Klein vincula al impulso epistemofílico y es vivido como el
peligro desatado por un movimiento de incursión violenta, penetración y exploración
del interior del cuerpo materno, esa primera realidad irreal que es dice Klein la fuente
última de toda ecuación, simbolización y sublimación. Esos contenidos son
fantasmáticamente arrancados, destruídos, poseídos.El interior del vientre materno
contiene el pene del padre, niños, objetos parciales. La vuelta retaliativa del ataque a
esos objetos, ataque que está conectado con el impulso epistemofílico toma para el
varón la forma de una amenaza de mutilación del pene y para la niña de una
amenaza de destrucción y envenenamiento y de robo de los hijos que guarda en su
propio interior.
Freud afirmaba hacia l93l que el germen de la paranoia en la mujer se encontraba en
la angustia de ser devorada por la madre y esto coincide con la idea que tiene Klein
del contenido de la angustia de castración en la niña. Y Klein sostiene además que es
común a ambos sexos el atravesamiento de una fase femenina del edipo en la que la
madre funciona como rival y tanto el varón como la niña anhelan ocupar su lugar, se
desea poseer, ser capaz de alojar los hijos y el pene del padre que su vientre contiene.
Mandar hacia casi el inicio de la vida la angustia de castración, hacerla coincidir con la
ansiedad retaliativa, plantear para ambos sexos la vigencia de una fase femenina, son
novedades kleinianas a las que se agrega la idea de que tanto en uno como en otro
sexo coexisten simultáneamente edipo positivo y edipo invertido. Así, la niña , además
de desear despojar a la madre de sus contenidos, la ama y se identifica con ella, y el
varón ama y se identifica con el padre a la vez que desea excluir, eliminar y despojar
a la madre de los órganos de la concepción ( pene del padre, pecho) y la fuente del
alimento.
Del interjuego y la simultaneidad de edipo positivo y negativo resulta una confluencia
de figuras amadas y odiadas que conduce, en el mejor de los casos, a la
configuración de un objeto interno único hacia el cual se dirigirán simultáneamente
amor y odio. Cuando este panorama se presente ya habrá que reconocer el tiempo y
el territorio de la ambivalencia – odio y amor simultáneamente dirigidos a un objeto,
que se logra a expensas de una división del yo - y del sentimiento de culpabilidad-
modalidad depresiva de la ansiedad - que deriva de la asunción por el yo de los
estragos llevados a cabo fantasmáticamente por el sadismo en el tiempo en que la
fantasía es lo que hay de realidad para el yo. Ambivalencia y sentimiento de
culpabilidad son , dice Klein los indicadores de los inicios de la posición depresiva. El
conflicto edípico funciona como bisagra entre las posiciones , como horma que da el
fondo sobre el cual se produce el pasaje- veremos que nunca irreversible- de una a
otra posición. Y es marco de modificaciones centrales: la angustia cambia de cualidad,
el objeto cambia de estado y las defensas que el yo implementa cambian en
intensidad y virulencia.
El yo precoz había enfrentado a los amenazadores objetos parciales con recursos
extremos, masivos, automáticos: la escisión, la idealización y el constante juego
introyección proyección. El yo que va encontramos en el tramo final del edipo, es
amenazado por una angustia ligada a la necesidad de devolver cierta integridad al
objeto hecho pedazos por el sadismo temprano, esa angustia más cercana a lo
depresivo, lo impulsa a intentar reparar a un objeto que además se presenta ahora, no
sólo como perseguidor o idealizado sino como un objeto menos polarmente dividido,
un objeto a la vez odiado y amado. De esta relativa unidad del objeto- que
estructuralmente es necesaria para favorecer una identificación constituyente del yo –
unidad hacia la cual tienden la reparación, y la invariable introyección/ proyección, y
contra la cual atenta un recurso defensivo peligroso que es la negación maníaca –
dependerá el alcance de la integridad yoica , integración siempre precaria y vacilante
que comienza a perfilarse en los inicios de la posición depresiva. Culpa o ansiedad
depresiva o angustia depresiva, intentos de reparar las secuelas del sadismo y
momentos de negación maníaca nos permiten una imagen del yo en los inicios de la
posición depresiva. Es el tiempo en que se abre la vía del duelo y la elaboración, vía
que venía ya promovida por la formación de símbolos, que propició y acompañó la
transformacion de las extremas ansiedades tempranas en la productividad
fantasmática y sustitutiva que caracteriza a las neurosis, territorio centrado en la
reparación y sus dificultades, territorio cuyas raíces se hunden, no obstante, en las
extremas ansiedades iniciales.
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Resumen
Las patologías que nos interrogan en nuestros días (especialmente los esquizoides y
los borderlines) se gestan en los desencuentros y en las separaciones -se nutren de
ausencias- quitándole a la histeria el privilegio que había adquirido en el siglo pasado.
Muchos sufrimientos psicológicos del hombre a partir de la postguerra, son como
consecuencia de no poder hallar con facilidad la presencia o la disponibilidad de un
semejante, la comprensión, el encuentro, la cooperación intergeneracional, el respeto
a la intimidad, que en plena sociedad posindustrial rehuyen tanto más que en la época
de la modernidad freudiana.
Conocer distintos esquemas referenciales teóricos permitirá sin duda intentar ir más
lejos en los planteos de buscar nuevos modelos, más abarcativos, sin reducir, en lo
esencial, las propuestas originales de cada autor. No sólo será de utilidad evitar
reduccionismo dentro del campo del psicoanálisis, sino establecer (como parece
hacerlo necesario la clínica de los pacientes que hoy vemos, cada vez más complejos)
lazos respetuosos y productivos con la psiquiatría, las neurociencias, con otras
psicologías, la antropología y la sociología con las que tendremos que dialogar y
enriquecernos.
Winnicott (1955)
"...en contraste con la estructura de personalidad de los pacientes de fin de siglo, cuyo
examen llevó a Freud a concebir una psique dicotomizada y más tarde a hablar del
conflicto estructural, la organización de la personalidad prevaleciente en nuestro
tiempo no está tipificada por la simple escisión horizontal que provoca la represión. La
psique del hombre moderno, aquella que describieron Kafka, Proust y Joyce, está
debilitada, fragmentada en múltiples partes (escindida verticalmente) y carente de
armonía. De ello se desprende que no podremos comprender en forma adecuada a
nuestros pacientes y explicarnos lo que a ellos les ocurre, si pretendemos hacerlo con
la ayuda de un modelo de conflictos inconscientes no apto para ello"
Kohut (1984)
Justificación y un poco de historia
Sin duda, muchas de las cuestiones que Winnicott plantea, habían sido tratadas
anteriormente por importantes autores (especialmente Ferenczi, Fairbairn y Bowlby
exponen algunos enfoques similares) pero por distintas razones -que bien vale
analizar en la búsqueda de nuestros orígenes como analistas- no pudieron ganar
terreno y universalizarse como escuela en el pensamiento psicoanalítico sino recién a
partir de los autores a los que nos dedicaremos en este trabajo.2
Hace algunos años (Nemirovsky, 1993) decíamos que “desde la muerte del fundador
del psicoanálisis, nuestra disciplina ha sufrido cambios de magnitud, en buen grado,
producto de las transformaciones culturales de analizandos y analistas. A partir de allí
hemos visto nacer y desarrollarse mutaciones que replantean paradigmas básicos.
Poco a poco se han ido modificando la forma de pensar (teoría psicoanalítica) y de
operar en la sesión (técnica psicoanalítica)”.
La historia del psicoanálisis implicó siempre el debate, y este fue enriqueciendo teorías
y técnicas. En este sentido, algunos hitos de la primera mitad de nuestro siglo fueron
las polémicas de su fundador con Jung, Adler, Rank, Steckel y luego con Ferenczi; los
desarrollos propios de la escuela inglesa analizando a niños y a psicóticos con los
liderazgos de Jones y M. Klein y la polémica de ésta última con A. Freud, seguida del
desarrollo particular del psicoanálisis en los EE.UU. a partir de Hartmann, Kris y
Lowenstein y finalmente, volviendo a Europa, las originales posturas de Lacan.
Retrocediendo aún más, debemos tener presente que los primeros desarrollos de
Freud se gestaron en el contexto victoriano, autoritario, observador receloso de la
exploración de los valores esenciales que guiaron su investigación: el descubrimiento
de la verdad y el logro de la individualidad psicológica, de la discriminación. (Kohut,
1984)
Darwin, Pasteur, Koch, Curie, Russel, Einstein, para nombrar sólo a unos pocos,
fueron algunos de los excepcionales investigadores. Ellos también eran referentes
para Freud y, sin duda, una guía en cuanto a la metodología que utilizaría para la
disciplina que estaba gestando.
Freud debió convivir con dos desarrollos contrapuestos: por un lado, el auge del
positivismo con sus métodos científicos derivados de la ciencia natural, (excluyentes
de aquello que no era abarcable por la objetivación), y por otro, la irrupción y gradual
crecimiento del subjetivismo en la cultura (el impresionismo y luego el surrealismo).
Enmarcado por la Europa Central de entonces, él acrisola en su formación cultural los
valores de su época, a través de sus valores familiares y personales; desde allí va
construyendo los cimientos del método analítico a partir de su autoanálisis -finalmente
el análisis de un adulto sin graves padecimientos- y del análisis de sus pacientes,
también adultos. En el corazón de la Viena de los Habsburgo, trabajando como todo
profesional de fines del siglo XIX, en su propia casa, comienza a penetrar en el
psiquismo humano, el Complejo de Edipo, la sexualidad infantil, la realidad psíquica, la
formación de sistemas o instancias, y de complejos o estructuras. Lo hacía allí, hace
100 años.
Si nos preguntáramos qué representa Freud para los analistas de hoy en día -y
dejando de lado los que por su vínculo narcisista con el maestro hicieron por la vía de
la idealización de su teoría un dogma- podemos consensuar un modelo de incansable
investigador, no conformista y entusiasta, que teorizó y se refutó a si mismo, por lo que
su obra científica siempre abierta, no resulta uniforme ni lineal. Saludablemente
podremos identificarnos con su curiosidad, su rigor científico y su actitud frente a
aquello que resultara novedoso. Después de todo, él decía que el único texto sagrado
era el del paciente, y éste nunca es el mismo: se agregan patologías, varían las
prevalencias, “construimos” otros pacientes desde diferentes culturas5. Seguramente
hoy podremos refutar, complementar o descentrar el resultado de muchas de las
investigaciones freudianas, pero probablemente su método -su modo de investigar-
continúe con pocas variantes.
La obra de los autores a los que nos dedicamos en este trabajo, se difunde en el
mundo psicoanalítico luego de la Segunda Guerra Mundial. Winnicott publica artículos
que jerarquizan, con la fundada experiencia del autor, los factores ambientales en la
constitución del psiquismo temprano (Winnicott (1945, 1952,1956). Kohut, algo más
tarde (1959, 1966) propone la valorización del narcisismo -que a la sazón se construye
a partir de relaciones objetales tempranas- como “motor” del psiquismo hasta entonces
peyorizado. Es relevante en la difusión de sus ideas, que ambos ocuparan cargos
importantes en la organización política de sus respectivas instituciones y se proyectarn
también fuera de ellas. Winnicott presidió en dos oportunidades la Asociación
Psicoanalítica Británica, mientras que Kohut fue presidente de la Asociación
Psicoanalítica Norteamericana y luego vicepresidente de la IPA, sumando poder
político a sus concepciones científicas.
Sería difícil establecer territorios limítrofes entre los seguidores de ambos autores: en
una primera generación, podemos destacar a M.Khan, R.Laing, M. Milner, R. Gaddini y
C. Bollas siguiendo los pasos de Winnicott, mientras que aquellos que han seguido
desarrollando las ideas de Kohut, lo hacen desde diferentes líneas: así han crecido
pensamientos como los de Gedo, Stolorow, Goldberg, Branchasft, Lichtemberg y
otros, configurando verdaderas escuelas (hoy ya podemos hablar de kohutianos de la
primera tópica, intersubjetivistas, y algunas más en formación). Otros
contemporáneos como J. McDougall y A. Green, sin enrolarse en escuela alguna,
abrevan también en fuentes directas o cercanas a Winnicott y a Kohut, entre otros, y
han contribuido con sus teorías propias al desarrollo actual del psicoanálisis.
“El orden que imagina nuestra mente -nuestras teorías- es como una escalera, que se
utiliza para llegar hasta algo. Pero después hay que arrojar la escalera, porque se
descubre que, aunque haya servido, carecía de sentido.”
Freud define en 1922 los “pilares básicos de la teoría psicoanalítica”, señalando que
ellos son:
Los observadores sociales como Lipovetsky, lúcido ensayista, dice en 1986: "Don
Juan ha muerto; una nueva figura, mucho más inquietante, se yergue: Narciso,
subyugado por sí mismo en su cápsula de cristal". Y luego: "Los pacientes ya no
sufren síntomas fijos sino de trastornos vagos y difusos; la patología mental obedece a
la ley de la época que tiende a la reducción de rigideces así como a la licuefacción de
las relevancias estables: la crispación neurótica ha sido sustituida por la flotación
narcisista. Imposibilidad de sentir, vacío emotivo, aquí la desubstancialización ha
llegado a su término, explicitando la verdad del proceso narcisista, como estrategia del
vacío".
J. McDougall (1980) seguramente tiene en cuenta esta perspectiva social cuando
sintetiza: “La búsqueda del otro no tiene tanto que ver con el deseo como con la
economía psíquica de la necesidad sobre la que se asienta la conducta adictiva y las
organizaciones de sexualidad perversa, en las que la sexualidad se utiliza como una
droga.”
Nos preguntamos si estos aportes, a partir de los paradigmas “sociales” como los que
proponen observadores de los movimientos culturales, contribuirán a satisfacer
nuestra necesidad de contar con metapsicologías integradoras, con las que podamos
comprender los complejos fenómenos clínicos que se nos presentan.
Teniendo en cuenta estas dificultades, podemos inferir que uno de los factores que
hacen de la nuestra una profesión imposible es que cuando llegamos a un aceptable
nivel de conocimiento respecto de la patología con la que tenemos que lidiar, se
producen cambios tanto en nuestro objeto de estudio, como en nuestro trabajo clínico
y por ende en nuestras teorías.6
Los diversos investigadores del psicoanálisis han forjado siempre teorías más o menos
complejas acerca del nacimiento psíquico, necesitando hipotetizar acerca de los
orígenes. Seguramente el método psicoanalítico, que propone un recorrido en reversa,
intenta llegar a aquello que para cada escuela es lo más temprano, concepto éste que,
para Winnicott (1967) no es lo más profundo. Él establece una notable diferencia
entre más temprano cronológicamente (el ambiente indiferenciado aún del sujeto) y lo
que resulta más profundo (aquello ligado a los fenómenos depresivos y el odio). Lo
temprano, entonces, suele no ser parte del self, aunque sí de la historia del sujeto: se
trata de lo que el medio brindó en los primeros momentos de la vida extrauterina, en
términos de sostén, manipulación y presentación objetal, mientras lo más profundo se
va instalando gradualmente como contenido del self. Si en el ambiente inmediato al
nacimiento, hubo fallas generadoras de situaciones traumáticas, aparecerán luego, en
el contexto de un análisis, quizá como “transferencias de necesidad” (Lerner, H.,
Nemirovsky, C., 1989) quedando a menudo resueltas por el encuadre y por los
aspectos parainterpretativos de la actividad del analista (su presencia, tono y timbre de
voz, sus acciones). Aquello que resulta más profundo irá apareciendo si posibilitamos
la resolución a través del desarrollo de lo tempranamente fallido.
¿Por qué Winnicott y Kohut? Ambos son autores convocados por necesidades clínicas
que estimo como la forma más genuina de comprometernos con una perspectiva. Sus
pensamientos están siempre ligados al quehacer con el paciente, y aunque lleguen a
formularse en un nivel conceptual abstracto, mantienen una distancia tal con los
hechos empíricos que resultan operativos y posibilitadores de aperturas.7 Veamos
ahora algunas semejanzas y diferencias entre ellos:8
A. Semejanzas
El concepto de self ocupa el centro del escenario y si bien no es posible desarrollar las
diferentes concepciones en este trabajo, podemos señalar sintéticamente que el self
abarca todos los aspectos de la persona que irá creciendo (como un proceso natural,
diría Winnicott), en medio de objetos facilitadores, acompañantes y promotores de ese
desarrollo, ejerciendo diversas funciones, denominadas por Winnicott ,sostenimiento,
manipulación y presentación de objeto; y por Kohut función reflejante, función
idealizadora y función de alter-ego. Estos objetos son absolutamente necesarios, en
términos de cumplir con las funciones que la criatura humana necesita para
relacionarse con su propia vitalidad y construir su psiquismo, por lo que la
psicopatología, en particular la más temprana, derivará de la falla, ausencia,
inadecuación objetal o de la sobrestimulación y finalmente, de la interrupción de ese
proceso.
Estos dos autores, y luego algunos de sus seguidores, han comenzado a desarrollar,
desde el campo psicoanalítico, conceptos hasta ahora no abordados por nuestra
disciplina. Algunos ejemplos son: la esperanza, el sentirse real, la creatividad, la
armonía, el vacío, la plenitud, la expresividad, la personalización, la vitalidad. Si bien
parten de diversos esquemas referenciales y de bases empíricas disímiles, convergen
en conclusiones semejantes respecto a la comprensión de los fenómenos psíquicos.