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Hay que dar al término "design" [diseño] toda su envergadura etimológica. Puede desplegarse en tres sentidos: el dibujo [dessin], el designio [dessein] y el diseño [design]. En los tres casos se encuentra un esquema de
abstracción racional: gráfico para el dibujo, reflexivo y psicológico para el designio (proyección consciente de un objetivo), y más generalmente para el diseño: paso al status de signo, operación/ signo, reducción y
racionalización en elementos/ signos, transferencia a la función/ signo.
Jean Baudrillard
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En los trabajos recientes de Ángel Ricardo Ríos esos desplazamientos producen efectos de tensión y yuxtaposición entre distintos elementos de función y de significado. Algunos de tales efectos pueden ser resumidos como la
consecuencia de la invasión y la inversión de un campo de significado por otro correlativo. Por lo menos me gustaría comentar algunos ejemplos que pueden ayudar a visualizar la transversalidad de estos desplazamientos,
que corren sobre ejes constituidos por oposiciones muy precisas: el contacto a través de la lógica de la exhibición; el título a través de la lógica del mueble; lo blando a través de la lógica del monumento.
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Por otra parte, hay que entender también que lo monumental viene asociado a la lógica de la trascendencia. El monumento es algo que está llamado a sobrevivirnos. Por eso se convierte también en algo que llama la atención
sobre nuestra propia finitud. Lo que tiene de conmemorativo el monumento es lo mismo que tiene de funerario. La lógica del monumento es una necro-lógica. Es decir, ni lo efímero, ni lo corruptible entran en ese sistema de
connotaciones. Las piezas que realiza Ángel Ricardo, incluyendo la posibilidad y la necesidad de la manipulación, del uso y del desgaste (incluso de la reparación y a sustitución) niegan la lógica del monumento y, por
cierto, niegan también la lógica del coleccionismo.
Probablemente la obra que alude de manera más literal a esta irónica relación con lo monumental es Pedestal para retrato (2005). Primero que nada, la escultura tiene la forma de lo que debería ser la base de una
escultura. Es decir, aquí la base (lo que sería el soporte y parte del instrumental del monumento) tiene un carácter monumental por sí mismo. O más bien, está construido sobre la simulación de lo monumental. Pero a esa
sustitución del monumento por su base se añade la alusión al monumento (el "retrato") desde el título. Todo este sistema de connotaciones se ve fracturado a su vez por el trabajo decorativo sobre el objeto (base y
monumento al mismo tiempo). Aquí Ángel Ricardo introduce la posibilidad de otra doble lectura. En vez de acudir al recurso de lo blando acude al recurso del vacío. Porque parte del efecto decorativo depende del trabajo
de relieves que abren huecos y crean salientes en el bloque. Eso termina dándole un efecto de fragilidad a un objeto que debería sostenerse sobre el recurso de la solidez. La otra parte depende del color añadido. Y de
aquí depende la segunda lectura. Porque al final el color le da un toque kitsch a la escultura, lo que constituye una de las más drásticas subversiones que se pueden hacer a un monumento. En resumen, esa obra es una
especie de monumento invertido. Y eso implica sobre todo una inversión de valores, que afecta en última instancia la relación entre el objeto, su significado y su destino.7
Es que en general Ángel Ricardo Ríos produce una obra que contesta y que subvierte su propio designio. En tal sentido convierte lo que tiene de utópico en una ficción irónica. Todo esto es posible por su carácter
particularmente semiológico, porque ni la función estética ni la función utilitaria son aquí más importantes que la función-signo; o, para ser más preciso, ni la función estética ni la función utilitaria existen más allá
de la función-signo. Las esculturas-muebles de Ángel Ricardo exhiben su forma y su utilidad fundamentalmente como discursos. Por lo tanto, sentarse en uno de sus sillones es ante todo un acto del lenguaje y un comentario
sobre el arte. Acto previsible, ciertamente, pero no por ello menos perverso.
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Wrigth. La combinación de materiales y de formas no parece ser muy armónica que digamos. De hecho todo el conjunto parece parodiar, casi con sarcasmo, los ideales funcionalistas. Para llevar la ironía hasta su límite, la
estructura de madera se descubre como una especie de secreter, formado por numerosos cajoncillos y puertas insospechadas. Lo que podría ser una concesión a la comodidad del usuario, es una inversión de los valores
formales de la obra citada (La casa de la cascada) y posee, por lo tanto, una autonomía textual que llega a independizar esta estructura añadida de la estructura principal que es el sillón. Tal vez digo mal, porque esta
independencia es sólo el principio para que el mueble añadido dialogue tanto con el referente histórico que es la casa, como con el sillón mismo, convirtiéndose en una especie de obstrucción, no sólo funcional, sino
también semiótica, del mueble. Por lo demás, las combinaciones cromáticas sobre la base de planos cuadriláteros minuciosamente definidos, hacen que esta "cajonera" remita igualmente a la pintura abstracta (a mí, al menos,
me recuerda la obra de Mondrian). El mueble termina siendo un resumen erudito e irónico de algunos modelos formales propios de la modernidad, obligados a dialogar con un objeto que es funcionalmente ambiguo y
estéticamente irreverente.
Otra obra marcada por esa intertextualidad es Rossi (1999), una estructura piramidal de madera (con ruedas, valga la aclaración) de la que sobresale una especie de almohada o cojín. Observada desde ese punto de vista,
tiene una forma que recuerda verdaderamente algunos de los diseños de Aldo Rossi. Una vez desplegada, se convierte en un sillón cuyo asiento es la base de la pirámide, mientras que el resto pasa a ser el respaldo.
Entonces se descubre la utilidad del cojín que sobresalía. Un recurso similar encontramos en Capitel (2003) que no es más que un banco de madera y acero, escondido bajo la forma de un capitel dórico. Esta pieza tiene un
antecedente (y esto también forma parte de su transtextualidad) en otra obra de la serie Casa cómoda, realizada en 1994, que es igualmente una especie de banco, cuyo asiento remeda la forma de un capitel.
La obra de Ángel Ricardo se basa en una lógica de rechazo a la nostalgia, de modo que las referencias historicistas que posee funcionan más como una forma elegante de desacreditar la historia del arte que como un
argumento de legitimidad. Al final el pasado (incluso el origen) termina siendo parte de una fantasmagoría irónica. Tal vez eso influya en el hecho de que el lugar y el momento de su hipotético destino, son también
imaginados como ambiguos o imprecisos.
El énfasis que pone Ángel Ricardo en el designio de sus piezas tiene que ver entonces con ese doble juego que consiste en llamar la atención sobre el futuro de la obra y mantener dicho futuro envuelto en un halo de
imprecisión y ambigüedad. Esto lo digo pensando ante todo en sus muebles "esculturados", cuya hibridez no es solamente de forma o de función, sino que afecta además su propio destino. La pregunta, aunque obvia, no es
menos importante: ¿Estos objetos están destinados a la galería o al espacio doméstico? Y en todo caso, ¿El futuro previsible de cualquier obra de arte hoy día no es en última instancia el espacio privado?
Ángel Ricardo podría estar elaborando el designio de su obra, previendo esa suerte de domesticación del signo a que parecen conducir las estructuras económicas del arte contemporáneo. Independientemente (pero tal vez no
muy al margen) de que él hace un trabajo cargado de erotismo y con numerosas referencias sexuales (además de una muy particular energía física), el juego con el designio involucra otra arista del erotismo, que tiene
que ver con la posesión y el consumo del objeto artístico, tanto como con la percepción y la lectura del signo.
Aquí los pares designio/frustración y deseo/imposibilidad son ejes que articulan la dinámica entre experiencia estética y erotismo. Finalmente una experiencia estética es ante todo una experiencia imaginaria. Y lo mismo
puede decirse del erotismo. Y en toda experiencia imaginaria encuentro la dilatación, el desplazamiento, el error y/o la frustración de una experiencia real. Un desplazamiento entre el deseo y la posesión (que es uno de
los juegos en que nos involucra la obra de Ángel Ricardo Ríos) equivale también a un desplazamiento entre la ilusión y la realidad. Dentro de esa lógica -que podemos considerar como una porno-lógica- la posesión del
objeto está más allá del momento del erotismo, más allá del momento de la imagen y más allá del momento estético. La porno-lógica no la veo tanto en la obscenidad de lo real (lo hiperreal que menciona Baudrillard), sino
en la tensión entre ilusión y realidad que hace que todo consumo sea ante todo consumo imaginario.
Es cierto que sentarme en uno de los sillones de Ángel Ricardo tiene algo de obsceno, pero es sobre todo porque me saca de una experiencia imaginaria cuyo idealismo radica en la imposibilidad de la posesión.
Está claro que el dibujo cumple una función definitoria dentro del concepto de diseño que aquí estoy manejando. Es imprescindible para entender la noción de designio o proyecto como construcción formal e ideal previa a la
obra. Pero también lo es para entender la configuración final del objeto, sea pictórico o escultórico. Hablar del dibujo en la obra de Ángel Ricardo Ríos nos llevaría entonces a comentar dos experiencias: la del dibujo
como boceto y la del dibujo como obra. La primera es una experiencia que se entiende como colateral (casi residual) a la obra de arte. Y aunque su función es determinante para la existencia de la obra, su propio destino
pareciera que es el de ser aniquilado por la obra resultante. Ciertamente, la obra de arte que se pretende definitiva, necesita anular su pasado para poder constituirse en un objeto sin principio ni final, o más bien, sin
principio ni finalidad. Su condición de atemporalidad y su deseo de absoluto pasan por el borrado de todas las huellas de su proceso. Incluso las obras que se presentan como proyecto se resisten a que su proyecto sea
entendido como obra. Buscar en el boceto, no solo el origen, sino incluso la definición de una obra en particular, significa subvertir su pretensión de unidad y estabilidad por medio de lo fragmentado y lo inconcluso.
Un artista como Ángel Ricardo, tan prolífico en la producción de bocetos, nos provee de una textualidad paralela (un universo de paratextos) que también atraviesa la textualidad de sus obras. Estos dibujos forman parte
de la "biografía" de cada pieza, pero también son útiles para construir una biografía imaginaria del estilo del autor. De hecho creo que las claves del estilo de un autor como éste se encuentran ahí, es decir que es en el
dibujo como sketch donde verdaderamente se descubre al autor. Pero esa biografía no se construye solamente con evidencias formales. Los bocetos de Ángel Ricardo vienen acompañados generalmente de anotaciones. Algunas son
indicaciones para la realización de la pieza. Otras son ideas sueltas, reflexiones sobre aspectos conceptuales, posibles títulos o simples referencias como las que se ponen en las páginas de un diario o en los márgenes de
un libro. Todos estos textos van relatando la posibilidad de la obra tanto como relatan la posibilidad del autor. Pero en conjunto, su atractivo se encuentra más allá de su funcionalidad. Independientemente de lo
fascinante que puede ser el encuentro con estos remanentes (puesto que en su esencial frustración portan una belleza original), hay otro aspecto estético de gran relevancia: en estos bocetos se advierte un ejercicio del
dibujo como placer y como consumo gozoso (cuando no ocioso) de la realidad.
Muchos de estos bocetos son la base para otros dibujos que se exhiben como obras terminadas. Pero en esos casos el dibujo debe ser visto como parte de la producción pictórica, aun cuando siguen conservando su carácter
abocetado. La alusión al boceto entonces forma parte de la subjetividad de la obra de Ángel Ricardo. No sería tan evidente la relación entre posibilidad / imposibilidad en estas obras si no fuera por la persistencia de
estas referencias a la relación origen-designio-(i)rrealización. Sin pretender abusar de la metáfora, he sugerido en alguna ocasión que las esculturas de este autor pueden ser apreciadas como dibujos en el espacio. Me
he basado en una sensación bastante inmediata, pero que me asalta ante la mayoría de sus piezas. Se trata del efecto "gráfico" que persiste en el uso de las curvas, de los cortes lineales en los volúmenes y de las
superposiciones entre los planos. Pero sobre todo, se debe a que en estas esculturas todavía puede intuirse la persistencia del boceto.
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Si puedo atribuir una conexión de estas obras con el surrealismo es también gracias a todos estos efectos que se derivan de la infiltración del dibujo como subjetividad, dentro de la objetividad de cada pieza. Una lectura
simple advertiría, primero que nada, que cada obra de Ángel Ricardo confronta al espectador con la belleza de lo absurdo. En última instancia, plantear la obra de arte como imposibilidad implica también plantear la
imposibilidad de un cierto segmento de lo real, segmento en el que precisamente se encuentra ubicado el espectador. Ángel Ricardo construye con esto una cierta irrealidad, mediante un procedimiento que tantea lo que
Baudrillard define como metáfora surrealista: el cruce entre una funcionalidad transgredida y ridiculizada, y un simbolismo distorsionado y fantasmizado.9
Para precisar un poco más estos planteamientos debería retomar algo que ya he insinuado a lo largo de este texto: la subversión que hace Ángel Ricardo del deseo de racionalidad presente en el funcionalismo. Según
Baudrillard esa "racionalidad dominante" genera su propia contraparte: una irracionalidad que circula entre el surrealismo y el kitsch. Hemos visto ejemplos suficientes de este devaneo en la obra de Ángel Ricardo Ríos.
Pero lo interesante es que este juego no se genera en la construcción de lo racional, sino (como dije antes) en su réplica. Tal vez contribuya a la efectividad de esta parodia la ambigüedad de los límites entre diversos
campos, puesto que finalmente el propio Baudrillard reconoce que el kitsch es "sutilmente cómplice" del funcionalismo.10
Estas reflexiones encuentran su mejor referente en las esculturas-muebles de Ángel Ricardo Ríos. Y al decir esto no puedo dejar de pensar en otros híbridos ejemplares mencionados por Jean Baudrillard, en un fragmento que,
pese a su extensión, vale la pena citar aquí:
El zapato-pie de Magritte, su mujer vestida de su piel (o su vestido desnudo) colgada de la percha, los hombres con cajones o las máquinas antropomorfas: por doquier juega el surrealismo sobre la distancia que instaura
el cálculo funcionalista entre el objeto y el sujeto, o entre el objeto y él mismo, o entre el hombre y su propio cuerpo, sobre la distancia entre cualquier término y la finalidad abstracta que se le impone, sobre ese
clivaje que hace que los hombres y las cosas se encuentren de pronto hendidos de nuevo como signos y confrontados con un significado trascendental: su función.11
Insisto en que las esculturas de Ángel Ricardo Ríos ilustran mejor estos planteamientos que su producción pictórica. Y es que yo tiendo a imaginar el arte surrealista como basado más en el acto que en la exhibición. Por
eso siempre encuentro algo levemente insatisfactorio en la pintura que se pretende surrealista. Y no dudo que parte de esa insatisfacción venga del hecho de que el pintor surrealista siempre parece estar haciendo un
esfuerzo extra para convencer de que su pintura es surrealista. Y ese plus de trabajo se manifiesta como retórica. Y se manifiesta también como exhibicionismo. Cuando Baudrillard relaciona el surrealismo con el kitsch,
probablemente está pensando también en ese exceso de significados, o más bien, en esos excesos del significante.
Todo esto se relaciona también con el hecho de que el pintor surrealista se siente obligado a representar un acto que es representación en sí mismo. Y yo siento que eso se contradice con la centralidad que parece tener la
representación para el surrealismo. Trataré de explicar la paradoja: el surrealismo parece buscar una "pureza" de la representación, y eso implica buscar lo que tiene de representación "la vida". Por eso es importante el
acto, no la representación del acto. Y por eso es más importante el objeto como representación que la representación del objeto.
Me he extendido en este tema porque creo que en la obra de Ángel Ricardo Ríos esta tensión entre objeto y representación adquiere una relevancia definitoria. Y a ello no es ajeno el hecho de que se trata de un artista que
se mueve entre la pintura y la escultura, e incluso, ente la instalación y el diseño. De hecho, creo que sus pinturas entrarían en un surrealismo cándido (y por lo que he dicho hasta ahora entiendo que toda pintura
surrealista tiene algo de candidez) si no fuera por la posibilidad de confrontarlas con los objetos que él realiza, lo cual, por cierto, no obliga a leerlas como premisas de diseño para dichos objetos.
Vistas al margen de la voluntad del autor, esas pinturas contienen una resistencia ante la pasividad aparente de la representación. La fuerza que se aprecia en esos cuadros, compuestos con un grafismo tan enérgico,
confirma que hay en el autor una inconformidad instintiva ante la pasividad del lienzo y ante la estabilidad del plano. Y sin embargo, todavía puedo encontrar en esos cuadros una nerviosa reminiscencia del automatismo,
que no descansa en el recurso del azar, sino en una especie de improvisación racional. Ese efecto lo atribuyo también a la importancia que tiene el dibujo en la obra de Ángel Ricardo Ríos. Como se ve, nos movemos en el
mundo de las contradicciones. Y no puede ser de otra manera con un autor como Ángel Ricardo Ríos, cuyo trabajo es uno de los mejores ejemplos de cómo la contradicción puede convertirse en un estímulo interno para el
funcionamiento estético de la obra de arte.
1 Jean Baudrillard. Crítica de la economía política del signo. México DF. Siglo XXI Editores. 1977. Pág. 238
2 Idem
3 Idem
4 La flor remite a la naturaleza, mientras que las columnas remiten a la arquitectura. Pero lo más interesante es que en ambos casos podemos detectar distintas referencias a la sexualidad. De hecho, ambas obras pueden ser
usadas para ilustrar la manera en que se complementan lo femenino y lo masculino en la obra de Ángel Ricardo Ríos. La flor es un claro ejemplo de estructura formal que remite a la sexualidad femenina, mientras que las
Columnas obviamente remiten a la forma del falo. Claro que es un falo reblandecido, pero sobre eso abundaré más adelante.
5 Véase Martin Heidegger. El arte y el espacio. En Toponimias. Ocho ideas de espacio. Fundación La Caixa. Madrid, 1994. Págs. 39-42
6 "Con todo, es probable que el vacío esté hermanado precisamente con lo que es propio del lugar, y entonces no sería carencia alguna: sería un producir." Martin Heidegger. Op. Cit. Págs. 41-42
7 La mayoría de las piezas de la serie La casa cómoda (1994) ejemplifican también ese juego entre la solemnidad del monumento y la frivolidad de la decoración.
8 Dice Antonio Eligio: "Duchamp, con su "principio de completa indiferencia" a la hora de escoger, firmar y a veces alterar algún objeto, es como una presencia latente en la obra de Ángel Ricardo, quien recibe la idea de
trasmano, procesada -allá por los sesenta- según la maquinaria del Nuevo Realismo..." Véase Antonio Eligio Fernández. El objeto: pretexto y recorrido. Original en propiedad del autor.
9 Baudrillard completa la idea con lo siguiente: "Al cálculo racional que "libera" el objeto en su función, el surrealismo se opone liberando el objeto de su función para volver a verterlo en asociaciones libres, donde
resurge no lo simbólico (donde la cristalización respectiva del sujeto y del objeto no se realiza), sino la subjetividad misma "liberada" en el fantasma". Jean Baudrillard. Op. Cit. Pág. 237
10 Jean Baudrillard. Op. Cit. Pág. 235
11 Jean Baudrillard. Op. Cit. Pág. 236
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