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ÍNDICE
Página
Prólogo…………………………………… 3
Conversión………………………………. 6
Conocimiento de Cristo-……………… 14
Estudio de la Palabra de Dios……….. 15
Lucha contra el pecado……………….. 17
Vida de gracia…………………………… 29
Oración…………………………………… 38
Confesión y Eucaristía………………… 47
Penitencia o morificación…………….. 52
Salvación de todos los hombres…….. 62
Misericordia de Dios…………………… 70
Parábola del Hijo Pródigo……………… 76
Muerte y Sufragios……………………… 82
Juicio Particular………………………….. 88
Purgatorio………………………………… 92
Cielo………………………………………... 94
Infierno…………………………………….. 102
Juicio Final……………………………….. 105
Nuevos Cielos y Nueva Tierra………… 108
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PRÓLOGO
4
I CONVERSIÓN
II CONOCIMIENTO DE CRISTO
III ESTUDIO DE LA PALABRA DE DIOS
IV LUCHA CONTRA EL PECADO
V VIDA DE GRACIA
VI ORACIÓN
VII CONFESIÓN Y EUCARISTÍA
VIII PENITENCIA O MORTIFICACIÓN
IX SALVACIÓN DE TODOS LOS HOMBRES
X MISERICORDIA DE DIOS
XI PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO
XII MUERTE Y SUFRAGIOS
XIII JUICIO PARTICULAR
XIV PURGATORIO
XV CIELO
XVI INFIERNO
XVII JUICIO FINAL
XVIII NUEVOS CIELOS Y NUEVA TIERRA
El autor
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I CONVERSIÓN
1 Conversión
2 Conversión del infiel, del pecador y del justo
3 Clases de conversión: bautismal, sacramental,
teológica y cósmica.
1 Conversión
La conversión es lo mismo que la identificación con
Cristo o cristificación, pues toda la vida cristiana es una
permanente y progresiva santificación o perfección
evangélica en diversas etapas y modalidades.
Se podría decir que la conversión es el tema
fundamental de toda la Biblia, tanto en el Antiguo como en
el Nuevo Testamento, pues toda la Palabra de Dios en
todos sus libros inspirados invita al hombre, de manera
reiterada, a la conversión.
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dependiendo de la gracia, de la colaboración personal y de
otros factores.
Se supone difícil porque se imagina que la
conversión tiene que ser excepcional, espectacular, como
la de los santos de relumbrón, extraordinarios, modelos
admirables, pero no imitables en todos sus actos, a
quienes debemos imitar en sus actitudes en lo posible.
Tenemos que conformamos y alegrarnos con la medida de
gracia que cada uno ha recibido de Dios, y alabar la
omnipotente sabiduría bondadosa del Espíritu Santo, que
reparte sus dones a quienes quiere y de la manera que
quiere.
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pocos o nadie lo advierta, en virtud de la sabiduría
omnipotente de Dios que todo lo puede.
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además compromisos evangélicos y apostólicos, porque si
no hago lo que puedo y debo, no he realizado la
conversión personal que Dios quiere, exige el bautismo y
requiere la Iglesia.
La conversión se efectúa llevando una vida de
acuerdo con el Evangelio, pasando por el mundo haciendo
el bien, siendo testigo de Cristo en todos los ambientes de
la vida. Vivir la conversión teológica es hacer lo que Dios
quiere, como Dios quiere, cuando Dios quiere, bajo la
tutela del Magisterio de la Iglesia, en la contemplación
apostólica y en la acción contemplativa. En esto consiste
sucintamente el arte de la conversión. En definitiva, la
conversión santa consiste en identificarse con Cristo con
total desprendimiento y apego de personas y cosas, pues
donde tiene que estar solamente Dios, no cabe el hombre
y sobran sus cosas.
El seguimiento a Cristo no consiste en renunciar a
la familia y a todos los bienes de la tierra, sino en
subordinar jerárquicamente todo al amor de Dios: lo
material a lo espiritual, lo humano a lo divino, lo temporal a
lo eterno, lo natural a lo sobrenatural, con el fin de que
todo esté convertido en orden a la conversión definitiva y
perfecta, que tiene lugar solamente en la glorificación del
hombre en el Cielo.
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son los que tienen que convertirse. Y es cierto, y, por eso,
la Iglesia envía misioneros a los llamados países de
misión para trabajar por la conversión de los millones de
hombres y mujeres que, después de veintiún siglos de
cristianismo, no conocen a Jesucristo, único Salvador del
mundo. Y para implicar a todos los cristianos en esa
misión universal, la Iglesia ha instituido la celebración del
Domund, domingo mundial de la propagación de la fe,
una vez al año, día en que los cristianos ofrecemos a Dios
oraciones, hacemos penitencias y aportamos dinero para
la conversión de aquellos hombres a quienes todavía no
ha llegado la noticia del Evangelio.
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carentes de la fe verdadera, los creyentes de otras
religiones, católicos no practicantes, católicos cumplidores
de la Ley o los santos, que habiendo llegado a ser santos,
no fueron tan santos como pudieron y debieron.
3 Clases de conversión
Haciendo un análisis genérico de la conversión,
podríamos distinguir cuatro clases de conversión:
Conversión bautismal, conversión sacramental,
conversión teológica y conversión cósmica.
- Conversión bautismal
Según la doctrina de la Iglesia, la primera
conversión cristiana tiene lugar en el bautismo, porque
este sacramento convierte al hombre, nacido en pecado,
en hijo de Dios, heredero de su reino, y lo incorpora al
Cuerpo místico de la Iglesia. El bautizado, por medio de
una regeneración espiritual, adquiere una segunda
naturaleza, un complejo sobrenatural de la gracia
santificante, virtudes y dones del Espíritu Santo. Con estas
potencias el cristiano crece y se desarrolla por medio de la
oración, sacramentos y buenas obras hasta conseguir el
fruto total del bautismo, que es la visión y gozo de Dios
eternamente en el Cielo.
- Conversión sacramental
Cada vez que el cristiano recibe un sacramento
convierte su conversión bautismal en un aumento de
gracia, si lo recibe con las debidas disposiciones. En el
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sacramento de la Penitencia, por ejemplo, el alma del
cristiano que está en estado de pecado grave se convierte
en estado de gracia, o el alma que está en estado de
gracia se convierte en un progreso de perfección.
El hijo pródigo que perdió la amistad con el Padre,
volvió a la Casa del Padre; y el hermano mayor que no
perdió la amistad con el Padre, vivó en su casa con
tibieza, indiferencia y envidia, al regreso de su hermano a
casa.
También esta conversión se realiza en la recepción
de cualquier sacramento, que convierte al cristiano en un
hijo de Dios más perfecto.
- Conversión teológica
Toda conversión supone la gracia inicial de Dios,
pues nadie puede convertirse sin la previa ayuda divina,
que espera del hombre una respuesta responsable. La
conversión es una empresa sobrenatural limitada entre
Dios y el hombre en la que Dios regala su gracia y el
hombre colabora a ella, de maneras diferentes. Una vez
recibida la gracia, para perseverar en ella se necesita
también la ayuda divina. Se realiza con el ejercicio de la
oración, obras buenas y actos de caridad. Cada vez que el
cristiano hace un acto bueno, en estado de gracia, se
convierte en un hijo mejor. Solamente la misericordia
infinita de Dios sabe el secreto de la conversión y su
proceso en cada uno de los cristianos.
- Conversión cósmica
Todos los seres creados tienen una belleza
teológica en el conjunto del Universo, según la
planificación divina, que el entendimiento humano no
alcanza a descubrir. La perfección de las criaturas se
aprecia de manera relativa y de modo imperfecto en la
Tierra, pues la realidad total del Universo creado y su
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finalidad suprema se observa solamente en el Cielo,
desde la visión intuitiva.
Este mundo, deformado por el pecado, es conocido
por la ciencia en una pequeñísima parte, pues incluso los
sabios saben menos que lo que les queda por conocer,
pues el Universo nunca será totalmente conocido. La
maravilla de la Creación cumple el fin establecido por
Dios, y tendrá su fin, aunque no sabemos cuándo ni cómo,
pero no será aniquilado o convertido en un caos, sino
transformado en otra realidad diferente, infinitamente
superior y mejor que la existente. Sus características no
están reveladas, por lo que todo lo que se diga o escriba
sobre este hecho venidero es pura imaginación, y no
realidad teológica. La Sagrada Escritura llama a esta
transformación “Cielos nuevos y Tierra nueva”, morada
en la que vivirán los resucitados con Cristo en condiciones
de lugar y estado que no conocemos. A esta
transformación, que sucederá al fin de los tiempos, se
puede llamar conversión cósmica, que abarca todas las
cosas creadas.
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II CONOCIMIENTO DE CRISTO
14
III ESTUDIO DE LA PALABRA DE DIOS
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La escucha de la Palabra de Dios se complementa
con la lectura de libros piadosos, principalmente de
aquellos que instruyen y ayudan a mantener el clima del
fervor de la fe, porque la lectura espiritual forma
espiritualmente y mantiene caldeada el alma en oración.
Es recomendable leer también libros de carácter religioso,
aunque sea por motivos de ocio, gusto literario,
pasatiempo vacacional o de interés curioso o instructivo,
porque la lectura culturiza humana y espiritualmente.
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IV LUCHA CONTRA EL PECADO
1¿Qué es el pecado?
2 Factores del pecado
3 Pecados de los hombres
4 Consideraciones sobre el pecado
5 Remedios para evitar los pecados
1 ¿Qué es el pecado?
La lucha para vencer el pecado es el fundamento
de la edificación de la vida cristiana, sobre el que hay que
edificar la santificación o conversión. Tiene que ser
proporcionado a altura del edificio de santidad que se tiene
que construir, según los planes de Dios. Es algo así como
cimentación para la edificación, que es distinta según el
proyecto del arquitecto.
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para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego
perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre
y atenta contra la solidaridad humana” (Cat 1849). San
Agustín definió el pecado como una palabra, un acto o un
deseo contrarios a la ley eterna, definición que coincide
con la de Santo Tomás de Aquino (I-2,71, 6). El pensamiento,
deseo, palabra y acto, que son contrarios a la ley eterna,
rompen el orden moral establecido por Dios para el bien
del hombre. El pecado es un acto personal, que se hace
comunitario en la Iglesia, y perjudica a todos los miembros
del Cuerpo Místico de Cristo. Es una desobediencia a la
ley de Dios; una rotura o desperfecto del camino que
conduce al hombre a su destino; una deformación o
destrucción del propio ser; una salida de la órbita dentro
de la cual tiene que estar el hombre para que sea él
mismo; una desviación dentro de ella; un camino recorrido
en dirección contraria o un desvío de la propia ruta. Es
teológicamente y principalmente una ofensa a Dios y un
daño que el pecador se hace a sí mismo y a todos los
hombres.
Cuando el pecador comete realmente el pecado,
rompe el orden moral del hombre, establecido por Dios o
lo deforma; se desvía de su fin o lo pervierte, quebranta la
armonía de la recta conciencia y se apega a los bienes de
la tierra, posponiendo el bien supremo, que es Dios. El
pecado es atentar contra los derechos de Dios, una
rebelión de la criatura con su Creador, volver las espaldas
a Dios, o mirar cara a cara a las criaturas o mirar, a la vez,
a Dios y a las criaturas; convertir el día del alma en plena
luz en noche cerrada y oscura, o hacer que siempre sea
en el alma triste anochecer con peligro de noche.
El que lucha por evitar el pecado, aunque tenga
imperfecciones, obra en consonancia con la razón
humana, en conformidad con la recta conciencia,
subordinando todos los bienes jerárquicamente al bien
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supremo que es Dios. El apóstol sin vida interior, decía Pío
XII, es un apóstata. No puede comunicar con plena eficacia
la vida de Dios el que no lleva dentro. Sin embargo, Dios es
tan omnipotente que comunica su misericordia a los
hombres también por medio de los pecadores, que son
medios excepcionales de comunicación de la gracia.
El pecado es, en definitiva, un acto que el pecador,
tal como es, comete de manera consciente y libre.
Requiere tres condiciones generales que resumimos en
tres infinitivos: ser, saber y querer. Es decir que la cosa
sea en sí misma mala, que se sepa que es y se quiera
hacer sabiendo que es mala. El que hace una cosa mala y
no sabe que es mala, no peca.
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¿Quién ofende a Dios?
El pecado es un misterio, una exclusiva del juicio de
la infinita misericordia de Dios que, como Padre, juzga el
corazón de cada hombre, hijo suyo.
No digas que no tienes pecados, en el sentido de
defectos morales, porque tienes más de los que a ti te
parece y más faltas que tú te imaginas, aunque no sean
computables en la presencia de Dios. Lo que pasa es que
no te conoces y no buscas el arte de la perfección, y
pocas veces das la razón a quien te corrige.
La constitución de la persona;
Cada persona es como ha sido hecha por Dios
según sus planes en la creación del Universo, y como ha
sido desecha por ella misma por sus pecados y por otras
causas.
La inteligencia
La inteligencia con la que el hombre nace, mucha,
poca, lúcida, perturbada, influye mucho en el pecado,
porque se peca según el conocimiento del mal que se
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percibe, porque no hay pecado si no hay conocimiento del
mal.
La voluntad
Se peca según se conoce el mal y se quiere
deliberadamente. La voluntad con que se quiere el mal
que se conoce puede ser débil, fuerte, enfermiza, o estar
influenciada por sentimientos naturales, malos y
perversos que alteran y motivan la voluntad hacia el mal.
Las pasiones
Las pasiones o potencias que impulsan a hacer el
mal pueden ser vehementes, más o menos fuertes, por
naturaleza o adquiridas, perturban la inteligencia y la
voluntad, excitan los malos instintos, apetitos
desordenados y avivan la sexualidad.
La educación humana que se recibe en la
familia o en la Sociedad
La educación que se recibe en la familia, en el
colegio, en centros diversos, en Parroquias, diversa, y
complicada, influye mucho en la responsabilidad del
pecado delante de Dios.
El ambiente social
El hombre, pecador, está inmerso en un ambiente
social del que es difícil o imposible evadirse, pues las
normas, costumbres, modas y medios de comunicación
social de la propia época hacen pensar, actuar y cambiar
de opinión.
Anécdota curiosa de una mujer pública.
Cuando yo era párroco de San Ildefonso, vino a mí
una mujer prostituta a preguntarme si podía ofrecer un
ramo de flores al Cristo de la Providencia.
- Pues claro que sí. ¿Por qué no?, le dije.
Es que yo soy trabajo en la calle, y quiero ofrecer
un ramo de flores a Jesús para que no me falte trabajo.
¡Pobrecilla! Yo hice todo lo posible para que
cambiara de trabajo, y se consiguió, pedí por ella, y me
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quede pensando en las palabras que Jesús dijo en el
Evangelio: “las prostitutas os adelantarán en el Reino de
los Cielos”.
En definitiva, y resumiendo, el pecado es un acto
personal que debe ser considerado en cada pecador,
teniendo en cuenta su constitución original con sus
defectos y cualidades, tal como fue creado por Dios, y tal
como es en el momento del pecado. Los desequilibrios
congénitos, los malos hábitos adquiridos, las pasiones, la
educación, el ambiente social y las circunstancias
menguan, impiden o anulan la responsabilidad del pecado.
Son factores que sólo puede evaluar la infinita misericordia
de Dios, Padre. Por tanto, es aventurado condenar a las
personas por sus hechos aparentes, por malos que
parezcan, y un error canonizar a cualquier persona por
sus aparentes virtudes. Hay que dejar las obras humanas
al juicio de Dios, que es quien conoce y penetra el íntimo
secreto de los corazones en sus intenciones y en sus
obras.
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robar y no matar, pero no faltan quienes piensan que es
razonable robar y matar en ciertas ocasiones y por causas
razonables o extremas. La ley moral para muchos no es la
ley de Dios, sino la aprobada por el Parlamento por el voto
de la mayoría absoluta de sus miembros, politizada y
manipulada.
Muchos actos prohibidos por Dios se pueden hacer
civilmente. No se valora socialmente el derecho a la vida,
pues se regulariza el control de la natalidad
arbitrariamente; se interpreta caprichosamente la
paternidad responsable de manera contraria a la que
aconseja la Iglesia; se utilizan preservativos o
anticonceptivos, porque la concepción es un problema
exclusivamente de la libre decisión de la pareja; se permite
o legaliza el aborto libre o con arreglo a ciertos
presupuestos, cometiendo el espantoso crimen de matar a
un ser inocente, persona humana, antes de nacer, en el
seno de su propia madre, por las sinrazones del problema
económico, la salvaguarda de la reputación moral de la
pareja o de uno de ellos, la evitación de embarazos no
deseados o de fetos deformados, que serían en el futuro
males para la familia y la Sociedad.
Por otra parte, los científicos manipulan la vida para
conseguir progresos científicos en la ciencia biológica, que
produzcan éxitos mundiales, perjudiciales para la especie
humana, y beneficios económicos. Conseguida la
clonación de la oveja dolly, el hombre estudia la clonación
del ser humano, que ya está conseguida y
experimentada.
Tampoco se estima la dignidad de la persona
humana, exclusiva propiedad de Dios, pues “en la vida y
en la muerte somos del Señor” (Rm 14,7-9). Se permite en
algunos países la eutanasia, que de manera solapada o
abierta ya se practica en España, porque se dice que
cuando el ser humano por sus años, achaques o
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enfermedad irreversible supone exageradas molestias
para la pacífica convivencia familiar y un exagerado coste
económico inútil, la solución más razonable, humana y
política, es la eutanasia; y tampoco es teológicamente
lícita, cuando la muerte es solicitada libremente por
enfermos que padecen dolores insufribles en condiciones
infrahumanas; incluso dicen los defensores de esta teoría,
que el suicidio debe ser respetado en casos de
perturbación mental o en los pacientes que buscan el bien
personal para liberarse del mal vivir en amargura y dolores
inaguantables, que es peor que la muerte.
Hoy está permitido o legalizado el adulterio, el
matrimonio homosexual, la convivencia en pareja, la
relación sexual libre, la blasfemia, el desnudismo, la
injusticia, el desenfreno de la juventud, la falta de respeto
de los niños a los mayores, la indisciplina, la
desobediencia. Sólo es pecado, en general, aquello que
atenta contra los derechos humanos aprobados por el
Parlamento democrático e interpretados por la justicia
corrupta manipulada por el partido de turno que gobierna.
En las circunstancias actuales es frecuente
desgraciadamente el robo personal, social y político. Se
hacen injustas privaciones de libertad, secuestros
inhumanos con capacidad diabólica de maldad,
humanamente inconcebible; y lo que es aún peor, se
defiende, ampara y ejerce social y políticamente el
terrorismo inconcebible, sacrificando víctimas inocentes
por conseguir el nacionalismo, el poder y otras viciosas
razones. ¿Quién entiende la barbarie moral de la bomba
atómica y la nuclear, maleficios diabólicos?
¿Y qué podemos decir de la injusticia social del
hambre en el mundo? ¿Cómo se explica que por culpa de
la mala administración de los gobiernos mueran de
hambre millones y millones de niños inocentes y personas
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mayores, habiendo bienes en la tierra para alimentar el
doble de la población que existe en el mundo?
A estos males públicos, podríamos añadir los
pecados de los cristianos, incluso practicantes, que
ordinariamente no cumplen los mandamientos de la Santa
Madre Iglesia, con escándalo de los niños, desedificación
de los fieles y aprobación de la Sociedad. Muchos no oyen
misa los domingos y días de precepto, porque dicen que
no es obligación grave sino una devoción particular para
quienes les guste la misa. La confesión no es un
sacramento necesario para comulgar, pues el pecado se
puede perdonar de muchas maneras, al estilo protestante.
Los confesores que se sientan en el confesionario están
generalmente en paro, y muchos no ejercen ya el
ministerio del sacramento de la Penitencia, porque dicen
que no hay penitentes o tienen que dedicarse a pastorales
humanas, sociológicas y políticas con poco o ningún
contenido sobrenatural. La gente en bandadas comulga
sin previa confesión de culpas. ¿Quiénes son los que
ayudan a la Iglesia en sus necesidades en cumplimiento
del quinto mandamiento de la Iglesia? ¿Y quiénes guardan
la ley del ayuno y de la abstinencia, como manda la Santa
Madre Iglesia?
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religiosos de la gente sencilla, infundiendo con engaño
teorías trasnochadas del miedo y castigo eterno.
Los católicos, como hombres de nuestro tiempo,
empiezan a comprender todo, justificar muchas cosas y a
vivir con la mayor naturalidad del mundo males
socialmente admitidos, pero contrarios al Evangelio. En
bastantes casos, el catolicismo está aceptando en la
práctica algunas doctrinas protestantes, contrarias a la fe,
sobre la interpretación de la Biblia, el misterio de la
Eucaristía, la celebración de los sacramentos, y la moral
del pecado. Decía hace muchos años el Papa Pablo VI
que se ha perdido la conciencia de pecado y el humo de
Satanás se ha colado dentro de la Iglesia por las grietas.
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El pecado es un misterio, porque difícilmente se
entiende con la razón que un hombre normal, tal como ha
sido creado en su naturaleza, con un acto de criatura
pueda ofender a Dios, Ser infinitamente perfecto, Creador
y Padre. Pero hay que reconocer que hay pecadores
satánicos. Por lo que los muchos pecados que cometemos
los hombres, por graves que sean o nos parezcan, tal vez
no sean tanto a los ojos de Dios.
- El pecador
El pecador es un hombre, ser imperfecto por
naturaleza, con un entendimiento de muchos o cortos
alcances, que razona con taras psicológicas o
psicopáticas congénitas, más o menos pronunciadas, y
obra con condicionamientos, influenciado por su cultura y
educación familiar y social que ha recibido, y presionado
por el ambiente en que vive y sus circunstancias. El
cristiano es un hombre de fe que actúa con su propia
naturaleza, que trata de reformar, pero que permanece
siempre en su esencia constitutiva en el modo de ser y
obrar. El cristiano con vocación de vida consagrada vive
su profesión religiosa con sus cualidades y defectos
humanos sustanciales, comprensibles, que desvirtúan la
virtud o la enriquecen, aunque sean causas u ocasiones
de mortificación para muchos, santificación para bastantes
y pecados o indignación para algunos. En estas
circunstancias, tan precisas, concretas y variables y otras
¿cómo es el pecado del hombre, del cristiano, del
sacerdote y del religioso?
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los pecadores arrepentidos, pero castiga con justicia
misericordiosa a los rebeldes y obstinados en el mal.
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V VIDA DE GRACIA
1 Naturaleza de la gracia
2 Clases de gracia: gracia santificante y gracia
actual
3 Recepción de la gracia
4 Crecimiento en la gracia
1 Naturaleza de la gracia
La vivencia en la gracia de Dios es la cimentación
sólida para edificar la santidad o conversión, pues sin la
gracia nada se puede hacer, como lo dijo Jesús en el
Evangelio (Jn 15,5). Por eso, es necesario presentar aquí
algunos temas básicos de la teología de la gracia.
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- ni una ocurrencia piadosa de la Edad Media, a
modo de metáfora, con la que se intenta explicar, de
alguna manera, la fe católica;
- ni una invención poética de los primeros siglos de
la Iglesia, con la que se enseña la realidad trascendente
de la redención con belleza literaria;
- ni ...
30
La gracia no es una realidad humana, sometida a
ninguna metodología racional. Es un misterio divino que
nace, crece y se desarrolla en los hombres, de manera
distinta y generalmente por caminos desconocidos. No
obstante, los grandes teólogos de la Iglesia católica,
principalmente Santo Tomás de Aquino, basándose en la
Revelación y en la experiencia, han compuesto la teología
de la gracia. Pero en la práctica, Dios actúa en todos los
hombres por la gracia del amor de su infinita misericordia.
La participación misteriosa de Dios por la gracia en
el alma se puede explicar con tres metáforas: la luz, el
fuego y el agua.
- Luz
Nos dice San Juan que la Palabra, Jesucristo, el Hijo
de Dios, existía eternamente y por Él fueron creadas todas
las cosas, y era la Luz de los hombres (Jn 1,4-5), la luz del
mundo, que es vida (Jn 8,12).
Hagamos algunas reflexiones sobre la luz natural
para compararla con la luz sobrenatural de la gracia.
La luz del sol es participada en la Tierra en sus
propiedades, de manera que es la vida en la Naturaleza.
Así, de manera análoga, la luz de Dios, su naturaleza
divina, que es amor, es participada en el cristiano por
medio de la gracia.
De la misma manera que la luz del Sol llega a la
tierra a través del espacio, así también la luz de la gracia,
causada por Jesucristo, llega a la Iglesia a través del
espacio de Santa María, Virgen y Madre.
El Sol comunica a las criaturas sus propiedades: la
luz y el calor. Jesucristo, Sol de gracia, comunica a los
hombres sus propiedades: Amor y Vida.
La luz es lo contrario de la noche. Donde hay día no
puede haber noche. La gracia es el día y el pecado es la
noche. Donde hay luz de gracia no puede haber noche del
31
pecado. El pecado mortal es la noche del alma y el venial la
tiniebla.
- Fuego
El fuego en su naturaleza es participado en el hierro
en sus propiedades, y no como es en sí mismo en su
total esencia. Así como el hierro incandescente recibe del
fuego el calor, de manera análoga la naturaleza divina,
incomunicable en sí misma, es participada en el hombre
por medio de la gracia, ser creado, distinto a la naturaleza
divina, pero con la participación analógica de su mismo
Ser. El cristiano, endiosado por la gracia, participa de la
naturaleza divina, como el hierro al rojo vivo participa de las
propiedades del fuego.
La gracia es como fuego que quema, aunque los
hombres no adviertan que se están quemando. El fuego del
amor de Dios deja en el corazón del hombre la huella de su
presencia.
- El agua
El agua, origen de la vida, expresa con viveza el
nacimiento de la gracia, que es vida, que proviene del
bautismo, del agua y del Espíritu (Jn 3,5); agua que calma la
sed para siempre y salta hasta la vida eterna (Jn 4,14). Así
como el agua es la vida en la Naturaleza, la gracia es la
vida sobrenatural en el hombre.
- Gracia santificante
- Gracia actual
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perfecciona el alma para hacerla capaz de vivir con Dios y
de obrar por su amor" (Cat 2000). Es el favor, el auxilio gratuito
que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser
hijos de Dios (Jn 1,12-18), hijos adoptivos (Rm 8,14-17), partícipes
de la naturaleza divina (2 P 1,3-4), de la vida eterna (Jn 17,3) y
miembros de la Iglesia" (Cat 1996). "Recibisteis espíritu de
filiación adoptiva con el que clamamos: ¡Abba! (Padre)" (Rm
8,15). "Dios nos ha regalado los bienes inapreciables y
extraordinarios de participar de la naturaleza de Dios" (2 P
1,4).
GRACIA ACTUAL
"Se debe distinguir entre la gracia habitual,
disposición permanente para vivir y obrar según la vocación
divina” (Cat 2000).
La gracia actual es una moción o impulso de Dios,
no necesariamente sensible ni consciente, que ilumina el
entendimiento para pensar el bien, mueve la voluntad para
querer hacerlo, y empuja al cristiano para realizarlo, en
orden a la vida eterna. Sin el auxilio divino nadie puede
pedir, recibir y aumentar la gracia, como lo enseñó: "Sin mí
no podéis hacer nada" (Jn 15,5). Las gracias actuales están en
el origen de la conversión o en el curso de la santificación"
(Cat 2000).
3 Recepción de la gracia
La Santísima Trinidad es el manantial eterno de la
vida de la gracia. Jesucristo crea la gracia de la salvación y
la comunica a todos los hombres por medio de la Iglesia y
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de manos de Santa María, Virgen, Madre de la divina
gracia.
La gracia de Dios se regala a todos los hombres, por
medio de la Iglesia, en distinta medida y por diversos
cauces, la mayor parte de ellos misterioso y desconocidos.
Sin fe no hay salvación, y sin gracia no hay visión de Dios.
La misericordia de Dios es, en última instancia, el único
sacramento de salvación para todos los hombres.
4 Crecimiento en la gracia
La razón del supremo mérito, a los ojos de Dios, no
radica en la perfección de las obras que se hacen, ni en el
tiempo que se invierte en hacerlas, ni en el esfuerzo que
cuesta en realizarlas, sino en el amor con que se hacen,
porque delante de Dios todas las cosas, por pequeñas que
sean, son grandes, porque grande es Dios por quien se
hacen. De manera parecida pasa también en el sentido
humano. Una imagen de oro, perfectísima, regalada a una
madre, sin amor, vale menos que una imagen de barro,
imperfecta, realizada con mucho amor. Cuando un párvulo
regala a su madre un dibujo hecho en un papel, de poco
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valor, ayudado por la maestra, vale más por el cariño con
que lo ha hecho el hijo que su dibujo.
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estado de gracia adquirido, santifican y aumentan la gracia",
dice Santo Tomás de Aquino (II-II 24, 10).
No se puede decir con total razón que lo que mucho
cuesta mucho vale. La Virgen María mereció más que
ninguna otra criatura realizando cosas que no le costaban
ningún esfuerzo, porque las hacía con el máximo amor de
Dios y sin la contrariedad de la concupiscencia. El cristiano
potenciado por la gracia con sus santas obras merece en
justicia el aumento de gracia y la vida eterna, según el
criterio de la misericordiosa de Dios.
El pecado mortal convierte el templo del Espíritu
Santo en ruinas, y se reedifica con el sacramento de la
Confesión, quedando la obra de Dios, reconstruida, en el
mismo estado en que el hombre tenía antes del pecado
mortal, más el mérito añadido de la gracia sacramental. Si
el cristiano tiene la desgracia de cometer el pecado mortal,
recibe de Dios las gracias actuales necesarias para que se
reconcilie con Él en el sacramento del Perdón, o en caso
de necesidad en el acto de contrición perfecta. Y si vive en
gracia, recibe de Dios las gracias necesarias para que se
perfeccione cada día más. Bajo la moción de la gracia, el
hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado,
acogiendo así la justicia de lo alto (Cat 2018). Vive
profundamente dentro de ti mismo la vida de Dios y te
realizarás como hombre y como cristiano.
37
VI ORACIÓN
1 ¿Qué es la oración?
2 Modo de orar
3 El fin de la oración
4 Eficacia de la oración
5 Gracias que Dios concede por la oración
1 ¿Qué es la oración?
La oración, juntamente con el sacramento y la
operatividad de obras buenas, es el sustento de la
conversión, vida cristiana o santificación. Antecede,
acompaña al sacramento y es compañera de la acción
cristina. Digamos principios generales y básicos sobre la
oración en sentido práctico.
Sentido negativo
La oración no es:
- Un “concesionario” de gracias que se pueden
conseguir observando rigurosamente ciertas normas de
ciencia experimental;
- ni un soborno por el que se consiguen de Dios
bienes a cambio de oraciones, sacrificios y limosnas: una
especie de motivación para conseguir favores de modo
condicional, final o causal: “te doy, si me das, te doy para
que me des, y te doy porque me has dado”;
- ni una magia sacra por la que se reciben gracias
por el hábil manejo de fuerzas ocultas;
- ni un arte de prestidigitación por el que aparecen
las cosas que uno necesita o quiere.
Sentido positivo
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La oración en sí misma no es un estudio. Es en
expresión de Santa Teresa de Jesús “tratar de amistad,
estando muchas veces tratando a solas con quien
sabemos nos ama”.
El catecismo de siempre define la oración más o
menos así: “Orar es hablar con Dios, nuestro Padre para
alabarle, darle gracias y pedirle toda clase de bienes”.
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perfección de vida, acabando con un coloquio amistoso
con Dios, rematado con una oración final.
La oración es:
- fuerza sobrenatural de la vida cristiana y
apostólica que hace ver con los ojos de Dios el lado bueno
de todas las cosas y la realidad de la vida con el color de
Cielo;
- escuela que enseña la experiencia de Dios, el
conocimiento propio y la ciencia de la psicología humana;
- aceptación de las impotencias, miserias, y
debilidades con humilde conformidad virtuosa;
- sentimiento profundo del dolor de los pecados
cometidos;
- admiración de las virtudes de los santos con
santa emulación y las cualidades de los pecadores con
alabanza a Dios;
- imitación de las actitudes, no de actos, de los
santos;
- comprensión misericordiosa de los pecados y
fallos de los hombres.
- omnipotencia del hombre y la debilidad de
Dios, como decía San Agustín.
- invasión del amor de Dios que inunda de gozo
todo el ser, dejando a la persona profundamente recogida,
como envuelta en una nube, gozando de Dios en otro que
uno no es, y como transportado a otro lugar que no es el
propio. En este estado de experiencia mística el ruido
exterior no sólo no molesta, sino que ayuda a recogerse
más;
- secreto de la felicidad, el medio mejor para la
santificación y el apostolado más eficaz. Sin Dios, el
hombre trata de llenar su vida con la vanidad de cosas que
no alimentan;
- eficacia suprema del apostolado, cuando está
sustancialmente complementada con la caridad fraterna y
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la acción; grado supremo del quehacer sobrenatural del
cristiano.
2 Modo de orar
El modo de orar es personal, pues se puede orar de
muchas maneras, en cualquier sitio, a cualquier hora, con
tal que uno se comunique con Dios. Se puede hacer
oración sobre la marcha con santos pensamientos,
deseos, jaculatorias, sentimientos, con el corazón y mente
en silencio. También hacer oración es estar unido a Dios
con arrobamiento de espíritu, pura fe, distracciones,
sueños, cabezadas, sequedad, tentaciones, con tema, sin
tema, o con alborotos de la imaginación.
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hombre se comunica con Dios a su aire. La oración se
hace difícil porque no se enseña bien o se somete a
métodos que no son válidos para quien ora. Obligar a una
persona a orar con una manera determinada es someterla
a una esclavitud psicológica que rompe la personalidad
propia. Hay que enseñar a orar dejando a cada uno que
ore con su propio estilo.
Oras cuando te desahogas con Dios de una pena
que te oprime o sientes vehementemente. Oras cuando te
adentras en la órbita del Espíritu Santo y te escondes
dentro del corazón de Cristo para escuchar sus latidos
con el vivo deseo de cumplir su voluntad divina, y te
echas a dormir, acurrucado, como un bebé, en los brazos
maternos de Dios Padre. Oras cuando te pasas todo el
tiempo de la oración rezando o diciendo jaculatorias que te
sabes de memoria o improvisas; cuando durante ella no
haces otra cosa que exhalar suspiros, experimentar
emociones y sentimientos fervorosos; y también cuando
nada se te ocurre, te aburres, no puedes concentrarte de
ninguna manera; cuando alternas tu pensamiento en Dios
con distracciones, preocupaciones, disgustos, alegrías o
penas, en contra de tu voluntad.
Oras cuando dedicas el tiempo de la oración a
sentir pena por tus pecados, recuerdas tu vida pasada
pecaminosa, y hechos que mortifican tu memoria, con
gratitud a la misericordia de Dios que se valió de ellos para
enseñarte a vivir santamente con humildad. Oras cuando
dejas tu triste y pecaminoso pasado en brazos de la
misericordia de Dios Padre.
Oras cuando examinas tu conciencia para pedir a
Dios el perdón de tus pecados, repasas tu comportamiento
imperfecto o pecaminoso para corregirlo o mejorarlo; y
cuando en la oración te rinde el sueño, das cabezadas y te
resulta casi imposible mantenerte despierto, sin culpa
tuya.
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Oras cuando haces lo que sabes hacer con sincero
corazón: rezar, leer vida de santos, hacer novenas, porque
todo lo que sea comunicarse con Dios es oración.
Cuando ya no puedas hacer nada o casi nada, deja
a Dios que haga lo que tú no puedes, que las cosas irán
mejor, pues Dios te utiliza, porque si has hecho durante tu
vida todo lo que has sabido y podido, la fuerza de la
gracia será, tal vez, más eficiente sin ti que contigo.
3 El fin de la oración
El fin principal de la oración es triple:
- alabar a Dios, Creador de todas las cosas y Dador
de todo bien;
- pedirle gracias de todo tipo, que Él te concederá
las que son necesarias para la salvación;
- y pedirle perdón por los pecados.
4 Eficacia de la oración
La eficacia de la oración es infalible para quien ora
cuando pide las gracias necesarias para su salvación,
tanto las sobrenaturales que son imprescindibles, como
las otras humanas y materiales que son relativas a la
salvación eterna. Jesús nos lo dijo en el Evangelio: “Pedid
y recibiréis” (Lc 11,9); y no dijo: pedid y recibirán los demás,
porque la eficacia depende de la oración personal, según
los planes de Dios, y milagrosamente de la voluntad divina
que concede sus gracias a quienes quiere, cuando quiere
y de la manera que quiere, aunque no se las pidan, como
sucedió en el caso de San Pablo, pero no en virtud de la
eficacia de la oración, sino por la liberalidad de Dios,
infinitamente sabio y misericordioso.
Esto no quiere decir que la oración por los demás
no sea válida, pues es muy valiosa y eficaz según la
voluntad misteriosa de Dios. No basta con rezar por la
mañana al levantarnos y por la noche al acostarnos, hace
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falta, además, dedicar un tiempo, más o menos largo,
aunque sea sólo unos minutos, a no hacer otra cosa que
estar con Dios, tratar con Él de la manera que uno sepa y
pueda, cada uno como es, aunque no tenga uno tema, se
canse, se aburra, se duerma y se le haga el tiempo eterno.
Cuando te pongas a orar, y te entra el sueño, duerme un
poco, si puedes, y luego continúa, porque el sueño que no
se puede evitar puede hacer las veces de oración.
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Dios y a la colaboración humana. Para ser santo no es
mejor ser místico que ascético, sino ser lo que Dios quiere
que uno sea.
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necesitan gracias materiales. El hombre de buen corazón,
justo y honrado, vive conectado con Dios, sin que él se
entere.
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VII CONFESIÓN Y EUCARISTÍA
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- La reconciliación con la Iglesia de la que el
pecador se separó libremente por el pecado grave o el
mayor acercamiento a ella, si enfrió su amistad con Dios
por el pecado venial. El pecado grave rompe la comunión
fraterna impidiendo la intercomunicación con Dios, y el
pecado venial interfiere la conexión con el Señor. Cuando
el pecador en estado de pecado mortal recibe el
sacramento de la Confesión, reconstruye la identidad de
su propio ser, se reconcilia con la Iglesia, con toda la
Creación (RP 31; Cat 1469), y restablece la comunión eclesial
entre todos los miembros del Cuerpo místico de Cristo.
48
comprender el pecado de los hombres en la infinita
misericordia de Dios, Padre.
Muchos cristianos acuden a psicólogos y
psiquiatras, que cuestan dinero, para buscar la paz,
necesitando más la Confesión, medicina sobrenatural del
sacramento que cura el alma del pecado. Es evidente que
las personas desequilibradas en extremo no encuentran el
remedio en la Confesión, porque padecen males
somáticos que necesitan, por supuesto, tratamiento
médico;
- y el acrecentamiento de las fuerzas espirituales
para el combate que el cristiano tiene que mantener en la
lucha contra el pecado en el ambiente del mundo que
fascina y arrastra con ímpetu hacia el mal.
EUCARISTÍA
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El catecismo de la Iglesia católica del Papa Juan
Pablo II enumera los distintos nombres con que es
conocido el Sacramento por excelencia, el más perfecto
de los siete, el sacramento del Amor: Acción de gracias,
banquete del Señor, fracción del pan, asamblea
eucarística, memorial de la pasión y de la resurrección
del Señor, santo sacrificio, santa y divina liturgia,
comunión, santa misa (Cat 1328-1332).
2 Presencia eucarística
Es un dogma de la fe católica, definido en el
Concilio de Trento, que Jesucristo está realmente presente
en la Eucaristía bajo las especies de pan y vino (SC 7). “En
el Santísimo sacramento de la Eucaristía están contenidos
verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y la Sangre
juntamente con el alma y la divinidad de nuestro Señor
Jesucristo; y, por consiguiente, Cristo entero” (Trento DS 1651).
Es una presencia tan singular que no se puede comparar
con ninguna de las presencias que conoce la filosofía ni la
teología, porque rebasa todo conocimiento del saber
humano, filosófico y teológico. Es, por tanto, una presencia
real, verdadera, sustancial, no imaginaria, metafórica, sino
sobrenatural y mística.
Cristo no está presente en la Eucaristía con una
presencia humana de entendimiento, como cuando una
persona se hace presente a otra con el pensamiento; ni
con una presencia de amor, como cuando uno tiene
metida en su corazón a la persona que ama; ni tampoco
con una presencia virtual de imagen. La presencia
eucarística supera la presencia evangélica de Cristo en
aquellos que se reúnen en su nombre; trasciende la
presencia teológica de Cristo y la presencia
sacramental de Cristo en cada sacramento en el que está
presente con su gracia, porque en la Eucaristía está Él
50
mismo en Persona resucitada y gloriosa con su cuerpo,
alma y divinidad, sin que podamos ni siquiera imaginar
cómo.
Cristo no está en el sagrario con los brazos
cruzados, pasivo, extático, siendo objeto de adoración,
culto y compañía para los cristianos, sino está vivo,
operativo, dinámico, realizando la salvación de los
hombres por medio de la Iglesia; y además está para ser
alimento de las almas. Es Cristo, el mismo que nació en
Belén, predicó el Evangelio en Palestina, murió en la cruz
y resucitó, pero eucarísticamente presente para que
acudamos a Él para celebrar la eucaristía y en ella
realicemos nuestra propia redención y la de todos los
hombres.
3 Comunión
Cuando celebramos la Eucaristía nos unimos a
Jesucristo, al Padre y al Espíritu Santo, personas divinas
inseparables en la Santísima Trinidad, y al comulgar nos
cristificamos y recibimos, en algún sentido, a la Santísima
Trinidad; y como el cuerpo del Señor es también cuerpo
de María, su Madre, podríamos decir que en la Eucaristía
comulgamos o recibimos, de algún modo, el cuerpo de la
Virgen. En ella nos unimos a todos los santos y ángeles
del Cielo, y como expresión máxima nos unimos también
a toda la creación, de manera que se puede decir con
propiedad teológica que la eucaristía es comunión con
todos los hombres y con todos los seres de Universo.
La comunión sacramental requiere una
preparación habitual en estado de gracia y otra actual en
el momento de recibir a Jesucristo, renovando la intención
de recibir a Jesucristo que está glorioso en el Cielo y
sacramentado en el altar. San Pablo nos dice que “quien
coma o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del
Cuerpo y de la Sangre del Señor” (1 Co 11, 27).
51
VIII PENITENCIA O MORTIFICACIÓN
1 Penitencia humana
2 Penitencia cristiana
3 Penitencias de los santos
4 Penitencias obligadas
5 Principales penitencias
6 Enseñanzas de la Penitencia
1 Penitencia humana
Los atletas hacen muchos y costosos sacrificios por
gusto o para conseguir triunfos reconocidos, alabados por
todo el mundo y recompensados económicamente: se
privan de comidas, diversiones, regalos del cuerpo, hacen
gimnasia y muchos sacrificios para conservarse en
perfecto estado físico y psíquico, con el fin de satisfacer
su vocación natural, poder participar en una competición,
aunque no consigan el premio.
Esto sucede también a los mismos políticos que
luchan hasta el agotamiento por sentarse en el sillón del
poder o permanecer en él sentados: se privan de
libertades, renuncian en gran parte al ocio, al descanso, a
la vida de familia, a la sana diversión con los amigos,
aunque naden en millones, para gozar el aplauso de
mundo. Estando obligados a una disciplina rígida y
sometidos a una agenda apretada de compromisos
buscan la felicidad, porque encuentran satisfacciones en el
poder, en el dinero, en la pasión, en la vanidad y en
muchos vicios y pecados.
52
De igual manera se sacrifican, sin regateos, los
artistas con vocación; los científicos que trabajan por el
placer de la sabiduría; los negociantes que se fatigan, día
y noche, por almacenar dinero, y hasta los mismos
viciosos que empeñan su salud a costa de heroicos
sacrificios para alimentar la pasión de los bajos instintos.
El deporte, la política, el arte, la ciencia, la riqueza
impulsan al hombre con fuerza irresistible a fomentar los
instintos del placer, que suponen muchas y costosas
penitencias.
2 Penitencia cristiana
Los cristianos debemos también estar siempre en
lucha para vencer o amortiguar las pasiones, podar las
raíces malas de nuestras apetencias desquiciadas,
controlar nuestro temperamento, superar las tentaciones,
reparar nuestros pecados y los de todos los hombres del
mundo, conseguir el Reino de los Cielos y realizar un
magnífico apostolado de santificación en la Iglesia.
No hay proporción entre la penitencia mundana y la
penitencia cristiana, porque aquella causa placer, dinero,
fama, poder, pero con desorden de pasiones,
desasosiego, soberbia, desequilibrio, avaricia, injusticias,
enemistades y pecados. En cambio, la penitencia
cristiana, que produce por naturaleza rechazo y
sufrimiento no deseado, regala en sus efectos paz al alma
y alegría espiritual al corazón.
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animales de la Naturaleza y dormían en el suelo,
resguardados entre rocas; y se dedicaban a la continua
contemplación y a penitencias escalofriantes, que sólo
recordarlas da grima: como privaciones de sueño, ayunos
constantes, casi diarios, hambre, utilización desmedida de
disciplinas y cilicios con los que maceraban su cuerpo
para tenerlo sometido al alma, reparar sus pecados y los
del mundo entero, pedir perdón a Dios por ellos, y
demostrar el inmenso amor que profesaban a Jesucristo.
Después, cuando la vida del solitario ermitaño fue
menguando, surgieron los monasterios, que regularon la
vida comunitaria en una convivencia fraterna de
contemplación y penitencia clásica que, aunque dura, era
más razonable y humanizada.
Todavía existen Órdenes muy penitentes,
aprobadas por la Iglesia, cuyo carisma específico consiste
en llevar una vida penitente siempre y en todo. La Orden
Mínima de San Francisco de Paula tiene el voto cuaresmal
de no comer nunca carne, ni huevos ni leche.
Sólo desde la cuerda locura del amor a Cristo se
entienden estas penitencias de personas consagradas que
viven en comunidad y frases como éstas de santos
excepcionales: “padecer o morir; no morir sino padecer;
padecer, Señor, y ser despreciado por Vos”.
4 Penitencias obligadas
La primera penitencia es cumplir la ley penitencial
de la Iglesia.
En Cuaresma y en todos los tiempos litúrgicos
debemos hacer la penitencia mandada: observar la
penitencia que manda la Iglesia: “En la Iglesia universal
son días y tiempos penitenciales todos los viernes del año
y el tiempo de Cuaresma (c 1250).
El ayuno y la abstinencia se guardarán solamente el
miércoles de Ceniza y el viernes Santo.
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La abstinencia de carne se puede cambiar en los
demás viernes del año por un acto de piedad, de caridad o
limosna, pero no en los viernes de Cuaresma. La
penitencia de abstención de carne es principalmente la
obediencia de no comer lo que se manda.
La ley de la abstinencia obliga a los que han
cumplido catorce años; la del ayuno a todos los mayores
de edad (18 años) hasta que hayan cumplido cincuenta y
nueve (c 1252).
5 Principales penitencias
Voy a enumerar con alguna explicación las
principales penitencias que causan paz y felicidad en la
Tierra y garantizan el Cielo:
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- Recibir el sacramento de la Penitencia
- La reparación de los pecados personales
- El cumplimiento del deber
- La aceptación total de sí mismo
- La limitación de las cualidades personales
negativas
- La humillación de los propios pecados
- La renuncia constante a la propia voluntad
- La guerra declarada al egoísmo
- El sacrificio costoso de la convivencia familiar,
laboral, social y amistosa
- Y la aceptación de todos los acontecimientos
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El cumplimiento del deber
Hacer lo que se tiene que hacer perfectamente en
todas las áreas de la obligación es una penitencia buena,
saludable y completa, que perfecciona la persona y la
santifica. Cuesta mucho cumplir las obligaciones de casa,
desempeñar un oficio que no gusta y en un ambiente
extraño con personas con las que se siente uno
mortificado, quizás más por la convivencia que por el
trabajo.
57
La humillación de los propios pecados
Siempre confesamos los mismos pecados, y por
eso debemos evitar la tentación de decir que no merece la
pena confesar, porque no nos corregimos. Pero no es
cierto, porque no son siempre los mismos pecados sino
otros, aunque sean de la misma especie, pues son actos
distintos y en intensidad diversa. La lucha contra las
propias pasiones, que siempre permanecen esencialmente
las mismas, sin poder controlarlas o vencer totalmente, es
una penitencia muy valiosa.
58
nos pulimos, reformamos, aprendemos a sufrir, amar y
comprender.
En el trabajo tenemos ocasión de mortificación
constante por la obediencia al jefe que no nos gusta por su
incompetencia, su temperamento o modo de mandar.
Generalmente no hay jefe totalmente bueno ni operario
que satisfaga del todo. Por eso, en el trabajo tenemos
oportunidades diversas para ejercer una santa penitencia.
Inevitablemente el ambiente social de la
convivencia en democracia, tan liberal, de mala educación,
de estilos y modas en el vestir y en el hablar, es una
oportunidad para ejercitar la penitencia obligada y
circunstancial. El ambiente social hace sufrir y curte la piel
de nuestra sensibilidad, nos proporciona oportunidades
para vivir la virtud de la penitencia. Y la amistad, gran bien
para el hombre, aunque sea santa, es una oportunidad
para ejercitar la paciencia, pues no hay Comunidad,
incluso de vida consagrada, en la que no haya motivos de
penitencias.
Y la aceptación de todos los acontecimientos
Todo lo que sucede, por voluntad de Dios, o querido
por los hombres, y no de Dios entra dentro de la
Providencia divina en el misterio de la Salvación.
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La cruz es necesaria para la santificación personal
y la redención de los hombres y condición indispensable
para seguir a Jesucristo: “El que quiera venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24).
Para ir detrás de Jesús es necesario negarse a sí
mismo, que no consiste en renunciar a la propia identidad
del ser, que Dios nos ha regalado para ser otro, tener
gustos diferentes y sentir de forma distinta. Negarse a sí
mismo es romper el egoísmo del corazón y tener
encauzadas las pasiones salidas de madre, para seguir
los pasos del Señor y cargar a las espaldas la cruz
personal que Él nos manda o permite la convivencia
familiar, laboral, social y diversas circunstancias de la vida,
sabiendo que todo es gracia y concurre para el bien de los
hombres, como nos dice San Pablo.
La persona humana quedó desequilibrada por el
pecado original que rompió la perfecta armonía que existía
entre el cuerpo y el alma. Devino en consecuencia la
concupiscencia o inclinación al mal, y desde entonces
existe una lucha sin tregua, de insumisión de la carne al
espíritu, que hay que dominar con la gracia de Dios y la
penitencia. San Pablo expresa esta contienda diciendo:
“domino mi cuerpo, no sea que después de predicar a los
demás, yo quede descalificado” (1 Co 9,27). Santa Teresa
afirmaba que la penitencia debe regular las apetencias de
la carne, pues “cuanto más se da al cuerpo más pide,
porque este cuerpo tiene una falta, que mientras más le
regalan, más necesidades descubre” (Camino 11,2).
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Cuando la enfermedad terminal nos acosa con
dolor, y somos conscientes de esta realidad, nos sentimos
desprendidos de todo lo que amamos en esta vida, y no
queremos otra cosa que la salud, si es posible, o la
muerte, si no se puede vivir ya sin dolor. Con fe ya no se
quiere otra cosa que ir al Cielo.
6 Enseñanzas de la Penitencia
La penitencia es escuela de perfección evangélica
porque nos enseña:
- la humildad de aprender que necesitamos la
ayuda de los demás.
Generalmente tenemos el orgullo de creernos
suficientes para todo y que los otros nos necesitan porque
somos superiores a ellos, pero cuando nos vemos
impotentes y necesitados de cosas, nos volvemos niños o
pobres que piden con caridad ayuda;
- la necesidad de comprender a otros como
nosotros necesitamos ser comprendidos, al comprobar
que también somos de barro y pecamos;
- el ejercicio de las virtudes cristianas, pues
gracias a los defectos propios y los de los demás
descubrimos la virtudes que nos faltan y los defectos y
pecados que nos sobran.
Por consiguiente, la penitencia, de una o de otra
manera, es necesaria para la vida humana y cristiana.
61
IX SALVACIÓN DE TODOS LOS HOMBRES
2 Incógnita de la salvación
El premio de la salvación por parte del hombre
consiste en la intensidad de amor con que realiza las
buenas obras, y no en el número de obras que hace, ni el
tiempo que invierte en hacerlas. Esta doctrina está
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enseñada en el Evangelio (Mt 20,1-16) en la parábola de los
jornaleros enviados a la viña, que en pocas palabras voy a
explicar.
Un propietario envió a distintos jornaleros a trabajar
a su viña a horas diferentes: al amanecer, a media
mañana, a mediodía, a media tarde y al anochecer; y a
todos los contrató por el mismo jornal. Cuando oscureció,
dijo el dueño de la viña a su capataz:
- Llama a los jornaleros y págales el jornal,
empezando por los últimos y acabando por los primeros.
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con los de la tarde y última hora en estricta justicia y con
generosidad.
Podría interpretarse también esta parábola en el
sentido de que a todos les recompensó por igual, dándoles
el mismo salario de la gracia. Los primeros trabajaron todo
el día, pero con poca intensidad; y los de la tarde y última
hora trabajaron una hora, pero con la intensidad de los
que trabajaron más horas. Dios no paga las obras que el
hombre hace por horas, sino por intensidad de amor con
que se hacen, sean grandes o pequeñas. Se prueba esta
tesis con el ejemplo del buen ladrón, San Dimas, el primer
santo canonizado por Jesús, que consiguió la salvación de
su alma, porque se arrepintió de sus pecados y crímenes,
mereciendo el Cielo en unos instantes, por la intensidad
del amor con que se arrepintió de sus pecados y por la
generosidad de Jesús
3 ¿Son pocos los que se salvan?
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esforz arse para entrar en el Reino de Dios: “Esforzaos en
entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos
intentarán entrar y no podrán” (Lc 13,24).
La frase de “muchos intentarán entrar por la puerta
estrecha de la salvación y no podrán” no significa que
muchos no se salvarán, sino que cuesta mucho esfuerzo
entrar por la puerta estrecha de la salvación por propia
cuenta, y no podrán solamente por ellos mismos, porque
la salvación no depende sólo del esfuerzo humano, sino
principalmente de la gracia de Dios.
La contestación de Jesús contiene dos enseñanzas
importantes:
- la salvación exige esfuerzo personal en el ejercicio
de las buenas obras;
- y depende también, y de manera principal, de la
gracia de Dios.
- Opinión rigorista
La opinión rigorista afirma que son muchos,
muchísimos, los hombres que no se salvan, porque según
se aprecia pocos, poquísimos, son los que trabajan por
vivir en gracia y se preocupan por la salvación eterna. La
mayor parte de la gente vive de espaldas a Dios,
obcecada en el pecado, alucinada por el mundo, el dinero,
el poder y la carne, y sin cumplir los mandamientos de la
Ley de Dios ni la doctrina de la Iglesia. En los tiempos de
mi niñez los predicadores de conferencias cuaresmales,
misiones y ejercicios espirituales nos decían que al
infierno caían las almas como las hojas de los árboles
caen al suelo en otoño; o como los copos de nieve caen a
la tierra en una intensa y prolongada nevada de invierno.
En el mundo moderno en que vivimos podemos
observar que cada vez son más los hombres que actúan al
margen de la fe y de la moral católica en un ambiente
descristianizado. La permisividad y legalización de muchos
males que atentan contra el derecho natural y la ley de
Dios es un hecho generalizado.
- Opinión optimista
La opinión optimista, muy común hoy, consiste en
creer que todo el mundo se salva, pues, los hombres por
sus debilidades constitucionales, educación distinta en
culturas y épocas diferentes, problemas familiares y
66
sociales influyen tanto en la persona que, a la hora de
pecar, no ofende a Dios tan gravemente como para
merecer el infierno eterno. Luego son mayoría los
hombres que se salvan. Hay muchos hombres buenos de
sincero corazón, cumplidores de sus deberes en la familia,
en el trabajo y en la Sociedad, que no pisan la Iglesia o la
frecuentan solamente en casos de compromiso, por
diversas razones, y, sin embargo, son mejores que
muchos cristianos, incluso piadosos. ¿Se salvan todos,
muy pocos, casi todos? La respuesta la sabe la
misericordia infinita de Dios Padre, eternamente sabio y
todopoderoso.
- Opinión misericordiosa
Sin duda alguna la opinión más aceptable es la
misericordiosa.
Nadie sabe, ni siquiera la Iglesia, el número de los
que se condenan. Sabemos que son muchos los que se
salvan, como nos consta por el libro de las canonizaciones
de los santos y mártires de la Santa Iglesia, pero no
sabemos cuántos se condenan. El Papa Juan Pablo II en
su libro “Cruzando el umbral de la esperanza” nos dice
textualmente que “cuando Jesús dice de Judas, el traidor,
sería mejor para ese hombre no haber nacido, la
afirmación no puede ser entendida en el sentido de una
eterna condenación” (Pág. 187).
Creo que lo mejor que podemos hacer para
tranquilizar nuestra inquietud sobre este espinoso y
agobiante tema es establecer unos principios seguros que
nos puedan dar luz a nuestros interrogantes y aquietar
nuestros miedos y temores.
1º La Iglesia jamás ha hablado ni puede hablar del
número de los que no se salvan, porque no está revelado.
2º Según la doctrina de la Iglesia se salva el que
muere en gracia y se condena el que muere en pecado
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mortal (Cat 1035). “Morir en pecado mortal sin estar
arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios,
significa permanecer separados de Él para siempre por
nuestra propia y libre elección. Este estado de
autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los
bienaventurados es lo que se designa con la palabra
“infierno” (Cat 1034). ¿Pero quién sabe el que está en gracia
de Dios o en pecado mortal? ¿Quién muere en gracia o en
pecado mortal? Los juicios de los hombres no son como
los juicios de Dios, nos dice la Sagrada Escritura.
3º La moral católica nos enseña que para que un
acto sea grave o pecado mortal se necesitan tres
condiciones: materia grave, advertencia plena del acto
que se va a realzar y pleno consentimiento por parte de
la voluntad, o sea, aceptación plena de la obra mala a
sabiendas de lo que es, y libertad plena al realizarla, sin
coacción externa ni interna. Si falta alguna de estas tres
condiciones, el pecado no es grave. (Cat 1859).
En virtud de estos principios algunos pecados
objetivamente graves por su materia pasan a ser leves
por falta de plena advertencia y de pleno consentimiento
libre. Y al revés, algunos otros, cuya materia es
objetivamente leve, pasan a ser graves porque el pecador
creyó equivocadamente que era grave y lo cometió a
pesar de eso.
4º La gravedad del pecado no consiste en la simple
trasgresión voluntaria de la ley de Dios, evaluada por los
hombres, sino depende del juicio de Dios Padre,
infinitamente misericordioso, que evalúa el pecado del
hombre, su hijo, sometido a muchas debilidades, taras
hereditarias o adquiridas, desequilibrios temperamentales,
condicionamientos de todo tipo, fuertes tentaciones, a
veces insuperables, culturas diversas, educación familiar y
social y otros muchos factores.
68
En nuestro propio ambiente nos cuesta trabajo
encontrar un hombre perfecto, que guste a todos, a
muchos o a algunos. Difícilmente a uno le gusta otro
totalmente. Ni siquiera los enamorados se gustan en todo.
Dicen que Diógenes un día iluminado a pleno sol, iba con
una linterna en la mano enfocando en una plaza
abarrotada de hombres, proyectando luz sobre cada uno
de ellos. Alguien le preguntó:
-¿Qué buscas?
Él respondió:
- Un hombre.
Pero alguien le contestó:
- Si la plaza está repleta de hombres, ¿Por qué
buscas un hombre?
Él contestó:
- Busco un hombre completo, y no lo encuentro.
Es cierto que hay en el mundo hombres muy malos,
como lo atestigua la triste experiencia de nuestros días.
Pero sólo Dios sabe qué hombres cometen el pecado
grave que merezca el infierno.
5º Dios Padre juzga con su infinita misericordia al
hombre, que es su hijo, criatura suya, y no a un extraño.
¿Cómo el hijo de Dios ofenderá a su Padre y qué
pecados, actos humanos, limitados y temporales, por muy
graves que sean, merecerán el infierno eterno por castigo
de Dios Padre? ¿Quiénes serán los que realmente se
condenen? ¡Misterio!
6º Y, por último, hay que considerar que la
redención universal fue realizada por Dios hecho hombre,
por Jesucristo, que derramó su sangre divina por todos
sus hijos, los hombres. Se condenan los que rechazan
conscientemente las gracias de Dios ¿Quiénes?
¿Cuántos? Misterio del amor infinitamente misericordioso
de Dios, que el hombre no puede entender ni imaginar.
69
X MISERICORDIA DE DIOS
1 Misericordia de Dios
2 Misterio del hombre
3 Historia del misterio del pecado
4 Redención del hombre
5 La misericordia de Dios
1 Misericordia de Dios
70
2 Misterio del hombre
71
discurso intelectual imaginario. La Palabra de Dios nos
dice que “para los judíos un escándalo, para los paganos
una locura y para los cristianos fuerza y sabiduría de Dios”
(1Co1, 22 -24).
72
dejándole como castigo el error, la concupiscencia, el
dolor, la enfermedad y la muerte.
Porque Jesús, que es Dios, vivió, sufrió y murió
tienen sentido la vida, el dolor y la muerte. Por eso, la cruz
aceptada y sufrida por Cristo es un bien supremo para la
vida eterna del cristiano.
Cuando este mundo termine al final de los tiempos,
todos los hombres resucitaremos en Cristo, el Universo se
transformará del modo que no sabemos, y vendrán los
nuevos Cielos y la Nueva Tierra. El hombre resucitado se
transformará y quedará en un estado glorioso superior al
que tenía en el momento de ser creado. Mientras llega ese
día, el hombre padece muchas desgracias y pecados que
sólo tienen como solución global el remedio humano en lo
posible, y el principal la infinita misericordia de Dios Padre.
75
XI PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO
76
representa a los pecadores que están en la Iglesia, Casa
del Padre, pero lejos del corazón del Padre.
En definitiva, la misericordia de Jesús está
expresada en esta parábola para todos los cristianos
pecadores que se arrepienten y vuelven a la Casa del
Padre.
Hagamos un comentario sobre la parábola,
explicando tres puntos destacados:
1 El hijo menor
2 El hijo mayor
3 El padre
1 El hijo menor
El hijo menor pide la herencia que no le
corresponde al padre para marcharse de casa; y él la
reparte entre los dos. A los pocos días, se marchó de casa
a un país lejano porque quería ser libre, y no vivir bajo la
obediencia del padre y de la disciplina de la casa; y lo que
consiguió fue no la libertad sino el libertinaje, la esclavitud
de sus pasiones.
77
Dios permite al pecador, hundido en la miseria, que
padezca males para que vuelva a Dios y compruebe que
lo que había dejado era mucho mejor que lo que encontró.
El mal es en algunas personas una ocasión para que
venga el bien, por aquello de que “no hay mal que por
bien no venga.”
78
de pecado, siendo esclavos de sus pasiones, y no señores
de ellas.
2 El hijo mayor
El hijo mayor estuvo siempre trabajando en la casa
del padre cumpliendo sus órdenes, pero lejos de su
corazón. Cuando se enteró por un criado de la casa del
comportamiento de su padre con su hermano menor, a
quien había recibido a bombo y platillo, regalándole un
traje de fiesta, celebrando un banquete con música y todo,
se enfadó y no quería entrar en casa. El padre salió a su
encuentro y trató de persuadirle, pero él, enfadado,
manifestó sus quejas, aparentemente justas: “Estoy
siempre en tu casa sin desobedecer jamás tus órdenes, y
nunca me diste un cabrito para divertirme con mis amigos”
(Lc 15,29). En cambio, cuando volvió ese hijo tuyo, no mi
hermano, después de haber derrochado tu fortuna
pecando con mujeres, premias su vuelta y celebras una
fiesta. Pero el padre le hizo los razonamientos: Deberías
alegrarte porque tú siempre has estado conmigo, todo lo
mío es tuyo, en cambio, tu hermano estaba perdido y lo
hemos recuperado.
79
En el hijo mayor pueden estar significados los
cristianos, practicantes de toda la vida, que estamos en la
Iglesia, simplemente cumpliendo las leyes con
indiferencia, tibieza o rutina, pero lejos del corazón de
Dios, Padre; y nos molesta que los hermanos
arrepentidos, que llevaron una vida de pecado, vuelvan a
la Iglesia y reciban un trato de fiesta.
3 El padre
La figura del padre es un personaje ideal, único,
excepcional, de bellísima ficción literaria, no real, un padre
puramente imaginario que no corresponde a la realidad de
un padre de la tierra, porque representa a Dios, Padre,
que no tiene parangón. El padre de esta parábola
trasciende la concepción humana de los cuentos
didácticos de la más sublime imaginación.
80
quedó fijado en su memoria, por donde perdió de vista a
su hijo, con la esperanza de volverle a recuperar.
Cuando el padre vio de lejos al hijo que regresaba,
emocionado echó a correr, siendo mayor, cosa
significativa pues los mayores no pueden correr, y cuando
llegó a donde estaba él se echó al cuello de su hijo y le
cubrió de besos (Lc 15,20), antes de que le pidiera perdón.
Cuando el hijo, arrepentido de su pecado, le pidió perdón
a su padre y un puesto de trabajo en la servidumbre de su
casa, el padre mandó vestirle con un traje de fiesta,
ponerle un anillo, calzar sus pies con sandalias nuevas,
signos de verdadero hijo, y mandó celebrar un banquete
con música (Lc 15, 21-24).
81
XII MUERTE Y SUFRAGIOS
1 La muerte
2 En la vida y en la muerte somos del Señor
3 Sentido cristiano de la muerte
4 Sufragios
1 La muerte
La muerte considerada desde el punto de vista
biológico tendría que haber sido un hecho natural al
hombre, si Dios no le hubiera regalado en su creación el
don preternatural de la inmortalidad. Pero desde el punto
de vista teológico es un mal de origen, porque es
consecuencia del pecado original, causa de todos los
males del mundo, y tiene razón de castigo, como nos
enseña la fe de la Iglesia. La muerte con la redención de
Jesucristo adquiere el carácter de gracia que Dios
concede al hombre, en virtud del misterio pascual de la
muerte y resurrección de Jesús.
82
En sentido teológico, miradas las cosas desde la
óptica de la voluntad de Dios la vida y la muerte son
bienes, porque no es mejor la vida que la muerte, sino lo
que Dios quiera. Para los santos que desean terminar esta
vida de valle de lágrimas para empezar a vivir
eternamente con Dios en el Cielo, en visión y gozo, la
muerte es el mejor que la vida.
83
- una construcción porque el que muere y se salva
reconstruye temporalmente la parte principal de su
persona, el alma resucitada, en espera de recuperar
también el cuerpo resucitado para gozar con Dios
eternamente en el Cielo, al final de los tiempos.
84
En la muerte, Dios llama al hombre hacia a sí como
a hijo suyo para que sea él mismo totalmente trasformado
en gloria eterna con Cristo resucitado. Por eso, el cristiano
puede experimentar hacia la muerte un deseo semejante
al de San Pablo: (Flp 1,23). “Yo quiero ver a Dios y para verlo
es necesario morir (Santa Teresa de Jesús, vida 1). “Yo no muero,
entro en la vida”, decía Santa Teresa del Niño Jesús.
85
de Dios a tirones, que te hicieron caer al suelo, pero
siempre que te caías, Dios te levantaba en vilo con las dos
manos. No te angusties por tus pecados, ni temas a Dios a
quien has ofendido, repara tu pasado con tu vida presente
de arrepentimiento y buenas obras, y no olvides que todo
es gracia para quien siempre ha querido caminar de pie,
ha confesado sus pecados y ha caído por equivocación o
ignorancia.
4 Sufragios
Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la
memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor,
en particular el sacrificio eucarístico (DS 856), para que, una
vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios; y
recomienda también las limosnas, indulgencias y obras de
penitencia en favor de los difuntos (Cat 1032). Esta enseñanza
se apoya también en la práctica de la oración por los
difuntos, de la que habla la Escritura: Por eso mandó (Judas
Macabeo) hacer este sacrificio expiatorio en favor de los
muertos, para que quedaran liberados del pecado (2 M 12,46).
El modo como se aplican estas ayudas espirituales
pertenece al secreto de la sabiduría de Dios, infinitamente
misericordiosa.
En general cualquier obra buena que se hace, como por
ejemplo ejercer una obra de misericordia: visitar a los
enfermos, socorrer a los pobres, enseñar al que no sabe,
corregir al que se equivoca etc...
Especifiquemos los principales sufragios que
podemos hacer por los difuntos:
- la oración como el padrenuestro, el ave María, el
credo, la Salve u otras oraciones o con la comunicación
con Dios mediante palabras, pensamientos piadosos,
sentimientos fervorosos o santos deseos;
- el dolor físico o psíquico que tenemos que
padecer en nuestro propio cuerpo;
- el sufrimiento de la convivencia familiar, laboral,
amistosa y social;
86
- el trabajo agradable, duro y costoso, y acaso no
bien remunerado, de cada día en ambientes poco
humanos y descristianizados;
- el arrepentimiento de nuestros pecados en la
presencia del Señor;
- la limosna que se da por los difuntos para la
celebración de la santa misa, a la Iglesia o a los pobres;
- y, sobre todo, el sacrificio de la Santa Misa, el mejor y
más valioso de todos los sufragios.
87
XIII JUICIO PARTICULAR
1 Juicio particular
2 ¿Dónde tendrá lugar el Juicio particular y
cómo será?
3 ¿Cómo será?
1 Juicio particular
Inmediatamente después de la muerte, es decir, en
el mismo momento en que el alma se separa de su
cuerpo, el hombre es juzgado por Jesucristo sobre las
buenas o malas obras que haya hecho durante su vida
para recibir eternamente el premio o castigo que haya
merecido: el Cielo inmediato, o aplazado en el Purgatorio,
o el Infierno.
Si el hombre al morir necesita ser purificado en el
alma de sus pecados y penas temporales, padecerá
temporalmente el Purgatorio, antes de gozar de Dios en el
Cielo para siempre. La sentencia definitiva, completa,
personal, en cuerpo y alma, tendrá lugar después en el
Juicio final, cuando los cuerpos resucitados se unan a sus
respectivas almas para gozar gloriosamente de la visión
eterna de Dios en el Cielo, o padecer su ausencia eterna,
si están en el Infierno. Entonces cesará el Purgatorio.
2 ¿Dónde tendrá lugar el Juicio particular?
No se sabe, pero parece lo más probable que Jesús
glorioso se hará presente al alma en el mismo lugar donde
el hombre muere. El alma separada del cuerpo no puede
subsistir ni un instante en la eternidad, sin que antes sea
juzgada. Nadie imagine que el alma, desposeída de su
cuerpo, se traslada al trono eterno de justicia, ubicado en
un lugar desconocido de la eternidad, para ser juzgada.
El juicio se realizará en un instante que no se puede
concebir en tiempo ni en fracciones de segundos, por
88
ejemplo, pues la eternidad no cabe dentro del cómputo
del tiempo. Cuando el alma sea juzgada por Jesucristo,
verá claramente que la sentencia será justa e inapelable,
y acatará el juicio eterno de Dios.
Si el alma muere en gracia de Dios, una vez
juzgada por Jesucristo, verá con claridad meridiana a la
Santísima Trinidad, tal cual es en sí misma, sin misterios,
unidad en trinidad divina de Personas y con más
perfección y profundidad que nosotros vemos las cosas de
este mundo. Contemplará a la Virgen glorificada en cuerpo
y alma, a todos los santos y ángeles, conocerá totalmente
con gloria celeste los misterios que ahora creemos por la
fe, y verá con intuición divina todas las incógnitas
desconocidas por los sabios de este mundo. En esta
visión de Dios Uno y Trino y de todos los seres del Cielo
consiste el gozo infinito de la gloria eterna, que no se
puede ni imaginar.
Si el alma muere en estado de pecado mortal, verá
a Jesús hombre, no resucitado, tal cual vivió en la Tierra,
pero con la certeza absoluta de que es Dios, objeto de
condenación para ella: privación de la gloria eterna de
Dios y de su esplendor. En cambio, si el alma necesita la
purificación del Purgatorio temporalmente, verá a Jesús
resucitado, pero no plenamente glorificado. Yo imagino
que la visión de Jesús para el alma que merece el
Purgatorio será parecida, pero más perfecta y mejor, que
la visión que tuvieron los discípulos preferidos de Jesús en
el monte Tabor: un estado de gozo inexplicable por haber
conseguido la salvación eterna, mezclado con una pena
inimaginable por tener que esperar en el Purgatorio un
tiempo para conseguir ver a Cristo glorioso y resucitado y
el Cielo.
3 ¿Cómo será?
89
El modo con que se realizará el juicio particular es
totalmente desconocido, pues nada ha sido revelado sobre
este tema, ni nadie que haya sido juzgado en el otro
mundo ha venido a explicarlo. Es cierto que algunos
santos en videncias místicas nos explican el estilo del
juicio particular, pero se trata de revelaciones privadas que
tienen muchos soportes humanos de imaginación
personal, mezclados con fantasías que no tienen base
científicamente teológica.
Por supuesto, no hay que pensar que el juicio se
desenvolverá al estilo humano, pues Jesucristo, que es
Dios, conoce hasta el último pensamiento del hombre con
sabiduría infinita y juzgará con eterna justicia
misericordiosa todos los pecados del hombre. No será
necesario entonces testigos, ni abogados, ni fiscales, pues
en un abrir y cerrar de ojos, digámoslo con expresión
humana, la sentencia definitiva será tan justa que no
admitirá recurso alguno.
Veamos lo que dice el Catecismo de la Iglesia
Católica respecto del Juicio particular:
“La muerte pone fin a la vida del hombre como
tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia
divina manifestada en Cristo” (2 Tm 1,9-10). El Nuevo
Testamento asegura reiteradamente la existencia de la
retribución inmediata después de la muerte de cada uno,
como consecuencia de sus obras y de su fe, como, por
ejemplo:
- en la parábola del pobre Lázaro (Lc 16,22);
- en las palabras de Cristo en la cruz al buen ladrón
(Lc 23,43);
- y otros textos (2 Co 5,8; Flp 1,23; Hb 9,27;12,23; Mt 16,26 ;Cat
1021)”.
90
su vida a Cristo, bien a través de una purificación (Conc de
bien
Lyón: DS 857-858; Conc Florencia: DS 1304-1306; Cc Trento: DS 1820),
para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del
Cielo (Benedicto XII: DS 1000-1001), bien para condenarse
inmediatamente para siempre” (Benedicto XII: DS 1002; Cat 1022).
91
XIV PURGATORIO
92
cristianos que mueren tienen que pasar forzosamente por el
Purgatorio, pues algunas penas de esta vida valen para la
purificación que se necesita para entrar en el Cielo,
inmediatamente después de la muerte. La certeza de la
salvación eterna con la esperanza de ver y gozar de Dios
me parece que supera el sufrimiento temporal que se pueda
padecer en el Purgatorio. Esta teoría se puede explicar, tal
vez, con dos ejemplos humanos.
Si un hombre que no tiene plaza fija en el trabajo, y
después de muchos esfuerzos consigue, mediante una
oposición difícil y reñida, una plaza fija, especialmente
retribuida, en el Estado o en una empresa mundialmente
reconocida, pero tiene que esperar un tiempo para
disfrutarla, goza más por la seguridad de haberla ganado
que sufre por tener que esperar un tiempo para disfrutarla.
Si el que está ciegamente enamorado de una
persona sabe con seguridad que se va a casar con ella,
pero debe estar sin verla durante un tiempo determinado,
goza sufriendo, pues la seguridad de poder casarse con la
persona amada es una alegría superior a la pena que
padece por tener que esperar el día de la boda.
93
XV CIELO
95
jamás a Dios” (1 Jn 4,12). Es posible que la Virgen María
cuando vivía en la Tierra tuviera en algunos momentos
reflejos analógicos de la gloria de Dios eterna, pues vivía
la fe con esperanza en la máxima contemplación mística
que se puede dar en criatura alguna; y es posible también
que algunos privilegiados santos, como por ejemplo San
Pablo y acaso Santa Teresa de Jesús, participaran en esta
vida de algunas ráfagas simbólicas del gozo de Dios en el
Cielo. “A causa de su trascendencia, Dios no puede ser
visto tal cual es más que cuando Él mismo abre su
misterio a la contemplación inmediata del hombre y le da
capacidad para ello. Esta contemplación de Dios en su
gloria celestial es llamada por la Iglesia “la visión beatífica”
(Cat 1028).
96
semilla de la gracia que recibimos en el bautismo (Rm 6,23),
que creció con las buenas obras en el estado de
peregrinación hacia el Cielo.
El catecismo antiguo de Ripalda, que los mayores
estudiamos de niños, define el Cielo con estas palabras:
”El Cielo es el conjunto de todos los bienes sin mezcla de
mal alguno” Y el de la Iglesia Católica de Juan Pablo II lo
define de esta manera: “El Cielo es la vida perfecta con la
Santísima Trinidad, comunión de vida y de amor con Ella,
con la Virgen María, los ángeles y todos los
bienaventurados, donde los que mueren en gracia y la
amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven
para siempre con Cristo. Es una verdad de fe” (Cat
1023.1024.1028;Benedicto XII; DS 1000; Cf. LG 49).
97
fuera en cantidad distinta en cada uno, porque cada cual
se vería vestido con la tela que necesita su complexión
física, sin que haya entre ellos presunción ni envidia. Así
pasa en el Cielo, que cada bienaventurado participa de la
misma gloria que le corresponde, según la infinita justicia
bondadosa de la voluntad de Dios; y todos los
bienaventurados unidos por el mismo Amor con que se
aman entre si, se alegran mutuamente del bien de todos,
disfrutando del de los demás como bienes propios.
Los bienaventurados en el Cielo no experimentan
tristeza por las desgracias de sus familiares, ni por los
infortunios de los hombres, porque ven que Dios impone los
castigos justos que merecen, según su infinitamente justicia
divina, misericordiosa. Esta realidad sobrenatural que hiere
la sensibilidad humana, San Agustín la explica con estas
bellísimas palabras: Es “desventurado el hombre que
conoce todas las cosas, pero no te conoce a ti; y, en
cambio, feliz y dichoso el que te conoce a ti, aunque ignore
todas las demás cosas. Y el que te conoce a ti y a ellas, no
es más feliz por ellas sino porque te conoce a ti”
98
- el secreto de los seres marítimos que viven debajo
de las aguas;
- la naturaleza de las configuraciones geográficas;
- la esencia y composición de todas las cosas que
pertenecen al reino mineral, vegetal y animal;
- el misterio de la vida de todos los seres vivientes
que pueblan el Universo, con sus géneros y especies,
transformaciones y evoluciones;
- el espacio con todas y cada una de sus astros:
estrellas, planetas, satélites y otros cuerpos celestes;
- en fin, todo, absolutamente todo lo que ha sido
creado: visible e invisible, conocido o por conocer.
Los sabios de este mundo son unos pobres
ignorantes y analfabetos al lado del último de los
moradores del Cielo. Forzosamente los santos del Cielo
tienen que entender lo que el entendimiento humano quiso
y no pudo entender en la tierra.
3 Conocimiento de los misterios de fe
Además de conocer todo lo que es cognoscible en
este mundo en la esencia divina de Dios, Uno y Trino, los
ángeles y santos en el Cielo ven, como si fuera en una
pantalla, los misterios sobrenaturales que en el mundo se
creen por la fe:
- la perfección de Dios en si mismo en la evidencia
del misterio de la Santísima Trinidad;
- la total identificación del Ser de Dios, ente
necesario y subsistente, con todos sus atributos: Sabiduría
increada, Verdad eterna, Bondad absoluta, Amor infinito...;
- la perfecta conciliación de la infinita misericordia
Dios con su infinita justicia;
- la perfección y belleza de la naturaleza angélica y
la gloria de Dios que resplandece en cada uno de los
ángeles y de los santos;
- la divina predestinación, angustioso problema para
99
los hombres;
- la perfecta armonía de la gracia con la libertad del
hombre;
- el misterio de la salvación de los hombres, que
acongoja el corazón humano;
- el misterio de la Redención y todos los actos que
conlleva y de ella se derivan;
- la maravilla de la unión hipostática en Cristo de
dos naturalezas diferentes en una sola Persona divina;
- la Iglesia como Sacramento universal de
salvación;
- el dogma de la comunión de los santos;
- la naturaleza de los Sacramentos y su admirable y
soberana eficacia;
- el valor infinito de la Santa Misa;
- el modo admirable y misterioso de estar Cristo en
la Eucaristía;
- las distintas presencias de Jesucristo en su
Iglesia;
- la necesidad y la vida de la gracia;
- la eminente dignidad de María, como Madre de
Dios y de los hombres, y su influencia como Mediadora de
las gracias;
-...
100
- los Papas el avance y problemática de la Iglesia;
- los padres siguen atentamente el proceso de sus
hijos; y los hijos el de los padres y la historia de cada uno de
los familiares que fue objeto de interés en este mundo para
ellos.
101
XVI INFIERNO
1 El infierno
102
puede afirmar que Judas, llamado en el Evangelio el hijo
de la perdición, está en el infierno. El caso del condenado
que esté en el infierno, que es posible, es un misterio. Lo
que sí es seguro es que Jesucristo ha derramado su
sangre divina en la cruz para la salvación de todos los
hombres, y que Dios Padre es infinitamente
misericordioso.
103
La pena principal del infierno consiste en la
privación eterna de la visión y gozo de Dios en quien
únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad
para las que ha sido creado y a las que aspira. (Cat 1035).
104
XVII JUICIO FINAL
105
computado por el reloj, porque entonces todo será
eternidad.
Los eminentes teólogos de la historia de la
Iglesia, basados en la revelación con discurso
imaginativo de fe, opinan que se revelarán todos los
secretos de este mundo, los misterios naturales y
sobrenaturales, y se comprobará con clarividente justicia
amorosa que todo lo que sucedió en el mundo fue en
conformidad con la infinita y bondadosa sabiduría de
Dios, Creador y Redentor de todos los hombres, y en
bien de todos los hombres y todas las cosas.
106
terrena, y la retribución que recibió, y la razón del
pecado de cada uno de los hombres y su sentencia. Los
que serán juzgados para la vida eterna gloriosa, no
sentirán vergüenza alguna por los muchos y graves
pecados que hayan cometido durante su vida, porque su
arrepentimiento y la misericordia de Dios aumentarán el
gozo de Dios y la visión de su justicia bondadosa. Al
comprobar la sentencia condenatoria de los familiares y
amigos, los bienaventurados no sentirán pena, porque
todo será gozo en Dios con evidencia.
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XVIII CIELOS NUEVOS Y TIERRA NUEVA
108
sino que todo el Universo que ahora conocemos, creado por
Dios para el hombre, terminará y será transformado en otra
realidad diferente, infinitamente superior y mejor. La
Sagrada Escritura llama a esa transformación “cielos
nuevos y nueva tierra”. Esta morada será el Cielo y en él
vivirán los resucitados con Cristo en condiciones de lugar y
estado que no conocemos, viendo y gozando de Dios
eternamente de su Ser Trinitario. Los resucitados con Cristo
verán a Dios, tal como es en sí mismo, en plenitud de
eterno gozo. Cristo resucitado será la Cabeza del Cuerpo
Místico de la Iglesia y de toda la Creación renovada; y María
resucitada será la Madre de los Bienaventurados y Reina y
Señora de todo lo creado. Cristo resucitado será fuente
inagotable de felicidad eterna, y de comunión mutua de
todos los elegidos. En este Universo nuevo Dios tendrá su
morada entre los hombres y en él ya no habrá dolor ni
muerte, porque el mundo viejo ha pasado. Sus
características no están reveladas, por lo que todo lo que
se diga o escriba sobre este hecho venidero es pura
imaginación y no realidad teológica.
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“Por la impasibilidad los cuerpos gloriosos no
padecerán ninguna molestia, ni sentirán dolor o
incomodidad alguna. Por la claridad brillarán como el sol.
Por la agilidad se verán libres de la carga que ahora le
oprime; y tan fácilmente podrán moverse adonde quiere el
alma, que no será posible hallarse nada más veloz que su
movimiento. Y por la sutileza serán sometidos al imperio
del alma, y le servirán y estarán pronto a su arbitrio” (Cat de
San Pío V Pág. 127 y 128; n13 y 14).
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