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CUARESMA

VICENTE PÁEZ MUÑOZ DE MORALES

1
ÍNDICE

Página

Prólogo…………………………………… 3
Conversión………………………………. 6
Conocimiento de Cristo-……………… 14
Estudio de la Palabra de Dios……….. 15
Lucha contra el pecado……………….. 17
Vida de gracia…………………………… 29
Oración…………………………………… 38
Confesión y Eucaristía………………… 47
Penitencia o morificación…………….. 52
Salvación de todos los hombres…….. 62
Misericordia de Dios…………………… 70
Parábola del Hijo Pródigo……………… 76
Muerte y Sufragios……………………… 82
Juicio Particular………………………….. 88
Purgatorio………………………………… 92
Cielo………………………………………... 94
Infierno…………………………………….. 102
Juicio Final……………………………….. 105
Nuevos Cielos y Nueva Tierra………… 108

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PRÓLOGO

Desde los primeros siglos del cristianismo se


observó en la Iglesia la práctica de la oración y penitencia,
como una norma evangélica de vida cristiana. Con el
tiempo, en el seno de las comunidades cristianas fue
naciendo progresivamente el espíritu de cuaresma, pero
no se sabe cuándo ni cómo surgió la Cuaresma
propiamente dicha. Las primeras alusiones directas
aparecieron en Oriente, a principios del siglo IV, y en
Occidente, a fines del mismo siglo. En la evolución de la
liturgia se fue configurando el año litúrgico, dando
primordial importancia al Adviento y a la Cuaresma, como
tiempos fuertes de oración y penitencia.
En el Adviento los cristianos se preparaban
especialmente para celebrar la Navidad. La fecha del 25
de Diciembre para conmemorar el nacimiento de Jesús se
debe a una institución de la Iglesia de Roma, que quiso
suprimir el culto al dios del sol, “natalis solis invicti”,
nacimiento del sol victorioso, que se celebraba en el
paganismo en ese día con culto idolátrico, orgías y actos
profanos, excesivamente sensuales y sexuales de todo
género; y lo cambió por el culto al nacimiento de
Jesucristo, el Sol, que vino al mundo a iluminar a todos los
hombres para la salvación.
En la Cuaresma, en cambio, los cristianos se
dedicaban, de manera intensiva, a la preparación de la
Pascua, en la que se celebraba la Resurrección del Señor,
tema central de la vida de la Iglesia. La Cuaresma ha
tenido siempre en la Iglesia un carácter especialmente
bautismal en el que se funda el carácter penitencial,
porque es una Comunidad bautismal-penitencial-eclesial.
En ese tiempo santo, los cristianos de los primeros siglos
solían bautizarse y celebrar el sacramento de la
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Penitencia. Los grandes pecadores, apartados de la
Iglesia por sus pecados graves, eran reinsertados a ella
por el sacramento del perdón en Cuaresma,
principalmente en la Vigilia Pascual.
El Concilio Vaticano II ha estructurado la Cuaresma
como un tiempo especial de oración, de intensa escucha
de la Palabra de Dios y penitencia, con una orientación
pascual-bautismal (SC 109). Ha fijado su tiempo desde el
miércoles de Ceniza hasta el jueves Santo, misa in coena
Dómini. Es el tiempo de una experiencia oficial en el
misterio pascual de Cristo: “Padecemos juntamente con
Él, para ser también juntamente glorificados” (Rm 8,17).

La Iglesia recuerda en la Cuaresma los cuarenta


años que el pueblo de Israel caminó por el desierto hacia
la Tierra Prometida y los cuarenta días y cuarenta noches
que Jesús permaneció en el desierto en oración y ayuno,
antes de comenzar su vida pública y realizar el misterio de
la Redención.
La cuarentena penitencial nos une todos los años,
durante cuarenta días y cuarenta noches, al Misterio de
Jesús en el desierto (Cat 540). Es un tiempo apropiado para
los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las
privaciones voluntarias, como el ayuno, la limosna, la
comunicación cristiana de bienes, obras caritativas y
misioneras (Cat 1438) y las peregrinaciones, como signo de
penitencia. Se recomiendan reuniones de oración,
celebraciones de la Eucaristía, del sacramento de la
Confesión y celebraciones de la Palabra.

Mientras el cristiano recorre su camino por el


desierto del mundo hacia la eternidad, debe cursar la
carrera de la CONVERSIÓN con el fin de conseguir el
Cielo con un aprobado o mejor nota, que comprende las
siguientes asignaturas que vamos a estudiar:

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I CONVERSIÓN
II CONOCIMIENTO DE CRISTO
III ESTUDIO DE LA PALABRA DE DIOS
IV LUCHA CONTRA EL PECADO
V VIDA DE GRACIA
VI ORACIÓN
VII CONFESIÓN Y EUCARISTÍA
VIII PENITENCIA O MORTIFICACIÓN
IX SALVACIÓN DE TODOS LOS HOMBRES
X MISERICORDIA DE DIOS
XI PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO
XII MUERTE Y SUFRAGIOS
XIII JUICIO PARTICULAR
XIV PURGATORIO
XV CIELO
XVI INFIERNO
XVII JUICIO FINAL
XVIII NUEVOS CIELOS Y NUEVA TIERRA

Ojalá que estos dieciocho temas que voy a tratar en


este pequeño opúsculo con sentido doctrinal y pastoral,
sirvan al lector para vivir mejor su vida cristiana y merecer
el Cielo, fin último de nuestra existencia en a tierra.

El autor

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I CONVERSIÓN

1 Conversión
2 Conversión del infiel, del pecador y del justo
3 Clases de conversión: bautismal, sacramental,
teológica y cósmica.

1 Conversión
La conversión es lo mismo que la identificación con
Cristo o cristificación, pues toda la vida cristiana es una
permanente y progresiva santificación o perfección
evangélica en diversas etapas y modalidades.
Se podría decir que la conversión es el tema
fundamental de toda la Biblia, tanto en el Antiguo como en
el Nuevo Testamento, pues toda la Palabra de Dios en
todos sus libros inspirados invita al hombre, de manera
reiterada, a la conversión.

En el Nuevo Testamento el Bautista, Precursor del


Mesías, hombre de elevada contemplación mística, el
penitente del desierto hasta el grado más elevado y el
mayor de los nacidos, no predicaba otra cosa que la
conversión: “Convertíos porque está cerca el Reino de
Dios” (Mt 3,2).
La conversión es tarea de todo cristiano, y no de
unos privilegiados. Consiste en responder a la santidad
que cada uno tiene que alcanzar, según la vocación que
del Espíritu Santo ha recibido. No es un problema de
gustos, de libre elección, ni solamente de una vocación
específica, sino una obligación bautismal común. Es una
constante y progresiva identificación con Cristo,
esencialmente la misma, pero distinta en cada cristiano,

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dependiendo de la gracia, de la colaboración personal y de
otros factores.
Se supone difícil porque se imagina que la
conversión tiene que ser excepcional, espectacular, como
la de los santos de relumbrón, extraordinarios, modelos
admirables, pero no imitables en todos sus actos, a
quienes debemos imitar en sus actitudes en lo posible.
Tenemos que conformamos y alegrarnos con la medida de
gracia que cada uno ha recibido de Dios, y alabar la
omnipotente sabiduría bondadosa del Espíritu Santo, que
reparte sus dones a quienes quiere y de la manera que
quiere.

Los talentos naturales de los hombres son comunes


o medianos en su mayoría, pues los sobresalientes
escasean y los genios son excepciones. Los profesores
comprueban este aserto, cuando imparten clases a sus
alumnos, en los que encuentran dos o tres sobresalientes,
algunos notables, pero la mayoría son de categoría de
aprobados en diversa escala, y unos pocos incapaces de
superar la prueba mínima. Lo mismo pasa en los oficios,
por ejemplo en la construcción, en la que existen obreros
que han trabajado muchos años, desde niños, y se jubilan
de peones albañiles, y nunca llegaron a ser ni maestros de
obras, ni arquitectos, a pesar de sus muchos esfuerzos y
contar con muchos medios. En cambio, muchos, sin cursar
ninguna carrera, consiguieron llegar a ser grandes genios
por su propia industria. Porque no es el trabajo el que
hace principalmente al hombre sabio, sino el talento.
De manera parecida, el trabajo en la vida espiritual
no hace al cristiano santo, sino la gracia de Dios reforzada
con el esfuerzo humano en las obras. En la vida espiritual,
pocos son santos de talla, pues la mayoría son santos del
silencio, elementales. Viven y mueren santos, sin que

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pocos o nadie lo advierta, en virtud de la sabiduría
omnipotente de Dios que todo lo puede.

La conversión común consiste en esforzase en vivir


en gracia en el propio estado, tratando de mejorar cada
día, según sus fuerzas, cumpliendo la voluntad de Dios en
las obligaciones cristianas personales, familiares,
laborales y sociales; y los que han recibido más dones del
Espíritu Santo, en realizar su conversión a la santidad,
cumpliendo los compromisos que exige la vocación
específica de consagración, que han elegido por vocación
de Dios.
En una y otra conversión es necesario el
conocimiento de Cristo, la lucha serena y pacífica contra
las pasiones, la oración de estar a solas con Dios muchas
veces, la acción orante sobre la marcha, la fortaleza del
Espíritu Santo para aceptar, sufrir y ofrecer la cruz que
venga de parte de Dios, de los hombres o de las
circunstancias de la vida.
Convertirse no consiste en cambiar la manera
substantiva del ser, cambio de la personalidad, sino en
perfeccionarla, luchando por moderar el propio
temperamento o carácter: ser cada uno como es, según
ha sido creado por Dios, en el virtuoso obrar con alegría
espiritual, aunque otros sean distintos o mejores, con tal
que uno sea como tiene que ser.
La conversión tiene que dar frutos. El que no
fructifica en la conversión, no se ha convertido, pues el
que no avanza retrocede. El que habla de la conversión, y
luego no la realiza en la familia, en la amistad, en el
trabajo, en la relación social, no está convertido. No
podemos decir que yo ya estoy convertido porque soy fiel
cumplidor de la ley de Dios, voy a misa todos los
domingos o acaso todos los días y comulgo, rezo a la
Santísima Virgen, hago un rato de oración, y hasta realizo

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además compromisos evangélicos y apostólicos, porque si
no hago lo que puedo y debo, no he realizado la
conversión personal que Dios quiere, exige el bautismo y
requiere la Iglesia.
La conversión se efectúa llevando una vida de
acuerdo con el Evangelio, pasando por el mundo haciendo
el bien, siendo testigo de Cristo en todos los ambientes de
la vida. Vivir la conversión teológica es hacer lo que Dios
quiere, como Dios quiere, cuando Dios quiere, bajo la
tutela del Magisterio de la Iglesia, en la contemplación
apostólica y en la acción contemplativa. En esto consiste
sucintamente el arte de la conversión. En definitiva, la
conversión santa consiste en identificarse con Cristo con
total desprendimiento y apego de personas y cosas, pues
donde tiene que estar solamente Dios, no cabe el hombre
y sobran sus cosas.
El seguimiento a Cristo no consiste en renunciar a
la familia y a todos los bienes de la tierra, sino en
subordinar jerárquicamente todo al amor de Dios: lo
material a lo espiritual, lo humano a lo divino, lo temporal a
lo eterno, lo natural a lo sobrenatural, con el fin de que
todo esté convertido en orden a la conversión definitiva y
perfecta, que tiene lugar solamente en la glorificación del
hombre en el Cielo.

2 Conversión del infiel, del pecador y del justo


La conversión no sólo es el paso de la infidelidad a
la fe, de la vida de pecado a la vida de gracia, sino
también el proceso catecumenal de la maduración en la fe
en la vida cristiana y en la vida consagrada de perfección
evangélica en sentido progresivo.
Cuando leemos en un libro piadoso el tema de la
conversión, lo meditamos personalmente o lo escuchamos
en la atenta escucha de la Palabra de Dios,
espontáneamente pensamos en los infieles o paganos que

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son los que tienen que convertirse. Y es cierto, y, por eso,
la Iglesia envía misioneros a los llamados países de
misión para trabajar por la conversión de los millones de
hombres y mujeres que, después de veintiún siglos de
cristianismo, no conocen a Jesucristo, único Salvador del
mundo. Y para implicar a todos los cristianos en esa
misión universal, la Iglesia ha instituido la celebración del
Domund, domingo mundial de la propagación de la fe,
una vez al año, día en que los cristianos ofrecemos a Dios
oraciones, hacemos penitencias y aportamos dinero para
la conversión de aquellos hombres a quienes todavía no
ha llegado la noticia del Evangelio.

También tienen que convertirse los grandes


pecadores que llevan una vida disoluta, de espaldas a
Dios, lejos de la Iglesia o contra ella, entre los que se
pueden contar, tal vez, nuestros familiares, compañeros,
amigos o vecinos. Tenemos que pedir por la conversión
de los infieles, ¿cómo no?, y por la conversión de los
pecadores, por supuesto.

Pero también nosotros los católicos, creyentes y


practicantes, tenemos que convertirnos, pues somos los
profesionales de la conversión; incluso, y con más razón,
se tienen que convertir las personas consagradas que son
las especialistas en la santidad, incluso los santos que son
los artistas de la conversión. Así como los artistas viven
constantemente en estado de conversión permanente en
el arte, y nunca terminan su obra, los santos, trabajan por
convertirse o perfeccionarse evangélicamente, cada día
más, para conseguir el fin supremo de esta vida y la
conversión total y definitiva en el Cielo.

A los ojos de Dios, no sabemos quiénes necesitan


más la conversión, si los que viven en países de misión,

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carentes de la fe verdadera, los creyentes de otras
religiones, católicos no practicantes, católicos cumplidores
de la Ley o los santos, que habiendo llegado a ser santos,
no fueron tan santos como pudieron y debieron.

La conversión de todos los hombres, en sí misma,


es un misterio que efectúa la omnipotente sabiduría de la
infinita misericordia de Dios, de muchas maneras
misteriosas, en la Iglesia Católica, y fuera de ella en
suplencias.

3 Clases de conversión
Haciendo un análisis genérico de la conversión,
podríamos distinguir cuatro clases de conversión:
Conversión bautismal, conversión sacramental,
conversión teológica y conversión cósmica.

- Conversión bautismal
Según la doctrina de la Iglesia, la primera
conversión cristiana tiene lugar en el bautismo, porque
este sacramento convierte al hombre, nacido en pecado,
en hijo de Dios, heredero de su reino, y lo incorpora al
Cuerpo místico de la Iglesia. El bautizado, por medio de
una regeneración espiritual, adquiere una segunda
naturaleza, un complejo sobrenatural de la gracia
santificante, virtudes y dones del Espíritu Santo. Con estas
potencias el cristiano crece y se desarrolla por medio de la
oración, sacramentos y buenas obras hasta conseguir el
fruto total del bautismo, que es la visión y gozo de Dios
eternamente en el Cielo.

- Conversión sacramental
Cada vez que el cristiano recibe un sacramento
convierte su conversión bautismal en un aumento de
gracia, si lo recibe con las debidas disposiciones. En el

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sacramento de la Penitencia, por ejemplo, el alma del
cristiano que está en estado de pecado grave se convierte
en estado de gracia, o el alma que está en estado de
gracia se convierte en un progreso de perfección.
El hijo pródigo que perdió la amistad con el Padre,
volvió a la Casa del Padre; y el hermano mayor que no
perdió la amistad con el Padre, vivó en su casa con
tibieza, indiferencia y envidia, al regreso de su hermano a
casa.
También esta conversión se realiza en la recepción
de cualquier sacramento, que convierte al cristiano en un
hijo de Dios más perfecto.

- Conversión teológica
Toda conversión supone la gracia inicial de Dios,
pues nadie puede convertirse sin la previa ayuda divina,
que espera del hombre una respuesta responsable. La
conversión es una empresa sobrenatural limitada entre
Dios y el hombre en la que Dios regala su gracia y el
hombre colabora a ella, de maneras diferentes. Una vez
recibida la gracia, para perseverar en ella se necesita
también la ayuda divina. Se realiza con el ejercicio de la
oración, obras buenas y actos de caridad. Cada vez que el
cristiano hace un acto bueno, en estado de gracia, se
convierte en un hijo mejor. Solamente la misericordia
infinita de Dios sabe el secreto de la conversión y su
proceso en cada uno de los cristianos.

- Conversión cósmica
Todos los seres creados tienen una belleza
teológica en el conjunto del Universo, según la
planificación divina, que el entendimiento humano no
alcanza a descubrir. La perfección de las criaturas se
aprecia de manera relativa y de modo imperfecto en la
Tierra, pues la realidad total del Universo creado y su

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finalidad suprema se observa solamente en el Cielo,
desde la visión intuitiva.
Este mundo, deformado por el pecado, es conocido
por la ciencia en una pequeñísima parte, pues incluso los
sabios saben menos que lo que les queda por conocer,
pues el Universo nunca será totalmente conocido. La
maravilla de la Creación cumple el fin establecido por
Dios, y tendrá su fin, aunque no sabemos cuándo ni cómo,
pero no será aniquilado o convertido en un caos, sino
transformado en otra realidad diferente, infinitamente
superior y mejor que la existente. Sus características no
están reveladas, por lo que todo lo que se diga o escriba
sobre este hecho venidero es pura imaginación, y no
realidad teológica. La Sagrada Escritura llama a esta
transformación “Cielos nuevos y Tierra nueva”, morada
en la que vivirán los resucitados con Cristo en condiciones
de lugar y estado que no conocemos. A esta
transformación, que sucederá al fin de los tiempos, se
puede llamar conversión cósmica, que abarca todas las
cosas creadas.

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II CONOCIMIENTO DE CRISTO

1 Conocimiento del Cristo de la fe


Para cursar la carrera de la conversión es
asignatura imprescindible el conocimiento progresivo de
Cristo, a quien no se puede conocer sólo con la simple
razón humana, porque Cristo, Dios y hombre verdadero,
es un misterio que transciende la capacidad intelectiva del
hombre. No se trata de un conocimiento histórico de
Cristo, sino de un conocimiento teológico de la fe,
contenido en la revelación de la Sagrada Escritura y en la
Tradición oficial de la Iglesia. Querer conocer a Cristo
como a un personaje importante de la Historia es una
desfiguración de la realidad de su existencia, pues es un
personaje místico. Sólo la fe nos da un conocimiento
perfecto de esta verdad trascendente y sobrenatural, que
explica la teología católica y sumariamente está resumida
en los catecismos de todos los tiempos. Recientemente el
Papa, de feliz memoria, Juan Pablo II publicó “El
Catecismo de la Iglesia Católica”, el año 1992, cuya
doctrina tenemos que aprender, enseñar y vivir todos los
obispos, sacerdotes, religiosos y fieles cristianos.

El conocimiento del misterio de Cristo es


inseparable de su vivencia, pues conocer a Cristo
humanamente, sin vivirlo, es un estudio puramente teórico,
pues no se puede conocer a Cristo solamente de vista, de
oídas, de referencias, ni de ciencia, sino con el don divino
de la sabiduría del Espíritu Santo. San Ignacio de Loyola
dice que “el no mucho saber harta y satisface el alma, sino
el gustar de las cosas de Dios internamente”.

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III ESTUDIO DE LA PALABRA DE DIOS

1 Estudio de la Palabra de Dios

1 Estudio de la Palabra de Dios


El estudio de la Palabra de Dios, a distintos niveles,
es un medio para el conocimiento de Cristo, en orden a la
conversión o santificación, si bien hay cristianos con un
corazón ancho, como Castilla, que lo conocen por una
especie de instinto sobrenatural, potenciado por el Espíritu
Santo, que en algunos casos, por la vivencia de la fe, es
más perfecto que el conocimiento teórico.
Hay que estudiar la Palabra de Dios en catequesis,
charlas de formación, retiros espirituales y ejercicios, y
mejor aún en cursos teológicos y bíblicos. Si nos fiamos
de nuestra manera de pensar solamente, estamos
conociendo a Cristo con los criterios que arbitrariamente
se nos ocurren, hacemos caso a un tonto que se tiene por
listo. Es necesario aprender la Palabra de Dios de
maestros experimentados en conferencias y en clases de
educación católica, y cuanto más santos sean, mucho
mejor, haciendo que se meta en el corazón y fructifique. Y
escucharla con fe y devoción, no atendiendo al rigor de la
letra y a la belleza literaria de la predicación, como se
escucha un discurso o una conferencia, sino para
entenderla, grabarla en la memoria, guardarla en el
corazón y convertirla en santas obras.
El que con humildad escucha la Palabra de Dios,
siempre saca de ella algún provecho para su alma, sea
quien fuere el que la predique, aunque es cierto que llega
con más pureza y fuerza por el predicador santo que por el
predicador pecador. Escuchar la Palabra de Dios con los
oídos del alma es meterse la gracia de Dios dentro del
corazón por la fuerza de la fe.

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La escucha de la Palabra de Dios se complementa
con la lectura de libros piadosos, principalmente de
aquellos que instruyen y ayudan a mantener el clima del
fervor de la fe, porque la lectura espiritual forma
espiritualmente y mantiene caldeada el alma en oración.
Es recomendable leer también libros de carácter religioso,
aunque sea por motivos de ocio, gusto literario,
pasatiempo vacacional o de interés curioso o instructivo,
porque la lectura culturiza humana y espiritualmente.

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IV LUCHA CONTRA EL PECADO

1¿Qué es el pecado?
2 Factores del pecado
3 Pecados de los hombres
4 Consideraciones sobre el pecado
5 Remedios para evitar los pecados

1 ¿Qué es el pecado?
La lucha para vencer el pecado es el fundamento
de la edificación de la vida cristiana, sobre el que hay que
edificar la santificación o conversión. Tiene que ser
proporcionado a altura del edificio de santidad que se tiene
que construir, según los planes de Dios. Es algo así como
cimentación para la edificación, que es distinta según el
proyecto del arquitecto.

El pecado original, que el hombre hereda de Adán,


conlleva la concupiscencia o inclinación al mal, que no se
borra con el bautismo. Permanece durante toda la vida y
es tentada por los enemigos del alma: mundo, demonio y
carne, que fomentan los instintos bajos del hombre. Por lo
que existe durante toda la vida una lucha abierta contra el
mal, que unas veces resulta pecado, si se consiente la
tentación, y otras veces victoria meritoria, si se supera.

El pecado, misterio de maldad, según el Concilio


de Trento, solamente se puede definir en teoría con
definiciones humanas, teológicas, científicas, pero no en
su realidad divina, tal como existe en cada pecador
delante de Dios.
El Catecismo de la Iglesia Católica del Papa Juan
Pablo II dice que el pecado es “una falta contra la razón, la
verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero

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para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego
perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre
y atenta contra la solidaridad humana” (Cat 1849). San
Agustín definió el pecado como una palabra, un acto o un
deseo contrarios a la ley eterna, definición que coincide
con la de Santo Tomás de Aquino (I-2,71, 6). El pensamiento,
deseo, palabra y acto, que son contrarios a la ley eterna,
rompen el orden moral establecido por Dios para el bien
del hombre. El pecado es un acto personal, que se hace
comunitario en la Iglesia, y perjudica a todos los miembros
del Cuerpo Místico de Cristo. Es una desobediencia a la
ley de Dios; una rotura o desperfecto del camino que
conduce al hombre a su destino; una deformación o
destrucción del propio ser; una salida de la órbita dentro
de la cual tiene que estar el hombre para que sea él
mismo; una desviación dentro de ella; un camino recorrido
en dirección contraria o un desvío de la propia ruta. Es
teológicamente y principalmente una ofensa a Dios y un
daño que el pecador se hace a sí mismo y a todos los
hombres.
Cuando el pecador comete realmente el pecado,
rompe el orden moral del hombre, establecido por Dios o
lo deforma; se desvía de su fin o lo pervierte, quebranta la
armonía de la recta conciencia y se apega a los bienes de
la tierra, posponiendo el bien supremo, que es Dios. El
pecado es atentar contra los derechos de Dios, una
rebelión de la criatura con su Creador, volver las espaldas
a Dios, o mirar cara a cara a las criaturas o mirar, a la vez,
a Dios y a las criaturas; convertir el día del alma en plena
luz en noche cerrada y oscura, o hacer que siempre sea
en el alma triste anochecer con peligro de noche.
El que lucha por evitar el pecado, aunque tenga
imperfecciones, obra en consonancia con la razón
humana, en conformidad con la recta conciencia,
subordinando todos los bienes jerárquicamente al bien
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supremo que es Dios. El apóstol sin vida interior, decía Pío
XII, es un apóstata. No puede comunicar con plena eficacia
la vida de Dios el que no lleva dentro. Sin embargo, Dios es
tan omnipotente que comunica su misericordia a los
hombres también por medio de los pecadores, que son
medios excepcionales de comunicación de la gracia.
El pecado es, en definitiva, un acto que el pecador,
tal como es, comete de manera consciente y libre.
Requiere tres condiciones generales que resumimos en
tres infinitivos: ser, saber y querer. Es decir que la cosa
sea en sí misma mala, que se sepa que es y se quiera
hacer sabiendo que es mala. El que hace una cosa mala y
no sabe que es mala, no peca.

El hombre busca siempre su bien personal por


instinto, pues nadie tira piedras a su tejado, y no quiere el
mal para sí mismo, aunque lo que haga sea un mal moral
objetivo en la estimación social, en la apreciación de la
ética o en la moral católica. Hay muchas personas que
cometen actos que en teoría son contrarios a la ley de
Dios, pero que en la presencia de Dios, tal vez, no sean
pecados. ¿Quién es el pecador que en sus cabales quiere
pecar y ofender a Dios? ¿Qué pecado puede cometer el
desequilibrado, el pecador apasionado en un momento de
fuerte tentación, el que está presionado por una mala
educación ambiental o por la fuerza más o menos
irresistible de sus debilidades y pasiones? ¿EL pobre
hombre, hecho de barro, herido por el pecado, que actúa
con una naturaleza desajustada o viciada, atizado por la
concupiscencia y diversas causas que le oprimen y le
descontrolan, ofende a Dios realmente? Con esto no
quiero decir que no existe el pecado, y excuso a todos los
pecadores, sino afirmo que es muy difícil, imposible, para
el hombre evaluar la malicia de cada pecador para
condenarlo.

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¿Quién ofende a Dios?
El pecado es un misterio, una exclusiva del juicio de
la infinita misericordia de Dios que, como Padre, juzga el
corazón de cada hombre, hijo suyo.
No digas que no tienes pecados, en el sentido de
defectos morales, porque tienes más de los que a ti te
parece y más faltas que tú te imaginas, aunque no sean
computables en la presencia de Dios. Lo que pasa es que
no te conoces y no buscas el arte de la perfección, y
pocas veces das la razón a quien te corrige.

2 Factores del pecado


El pecado, acto humano, depende de muchos
factores. Enumeramos algunos que intervienen en la
responsabilidad personal del pecador:
- La constitución de la persona;
- la inteligencia
- la voluntad
- las pasiones
- la educación humana que se recibe en la
familia o en la Sociedad
- el ambiente social

La constitución de la persona;
Cada persona es como ha sido hecha por Dios
según sus planes en la creación del Universo, y como ha
sido desecha por ella misma por sus pecados y por otras
causas.

La inteligencia
La inteligencia con la que el hombre nace, mucha,
poca, lúcida, perturbada, influye mucho en el pecado,
porque se peca según el conocimiento del mal que se

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percibe, porque no hay pecado si no hay conocimiento del
mal.
La voluntad
Se peca según se conoce el mal y se quiere
deliberadamente. La voluntad con que se quiere el mal
que se conoce puede ser débil, fuerte, enfermiza, o estar
influenciada por sentimientos naturales, malos y
perversos que alteran y motivan la voluntad hacia el mal.
Las pasiones
Las pasiones o potencias que impulsan a hacer el
mal pueden ser vehementes, más o menos fuertes, por
naturaleza o adquiridas, perturban la inteligencia y la
voluntad, excitan los malos instintos, apetitos
desordenados y avivan la sexualidad.
La educación humana que se recibe en la
familia o en la Sociedad
La educación que se recibe en la familia, en el
colegio, en centros diversos, en Parroquias, diversa, y
complicada, influye mucho en la responsabilidad del
pecado delante de Dios.
El ambiente social
El hombre, pecador, está inmerso en un ambiente
social del que es difícil o imposible evadirse, pues las
normas, costumbres, modas y medios de comunicación
social de la propia época hacen pensar, actuar y cambiar
de opinión.
Anécdota curiosa de una mujer pública.
Cuando yo era párroco de San Ildefonso, vino a mí
una mujer prostituta a preguntarme si podía ofrecer un
ramo de flores al Cristo de la Providencia.
- Pues claro que sí. ¿Por qué no?, le dije.
Es que yo soy trabajo en la calle, y quiero ofrecer
un ramo de flores a Jesús para que no me falte trabajo.
¡Pobrecilla! Yo hice todo lo posible para que
cambiara de trabajo, y se consiguió, pedí por ella, y me

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quede pensando en las palabras que Jesús dijo en el
Evangelio: “las prostitutas os adelantarán en el Reino de
los Cielos”.
En definitiva, y resumiendo, el pecado es un acto
personal que debe ser considerado en cada pecador,
teniendo en cuenta su constitución original con sus
defectos y cualidades, tal como fue creado por Dios, y tal
como es en el momento del pecado. Los desequilibrios
congénitos, los malos hábitos adquiridos, las pasiones, la
educación, el ambiente social y las circunstancias
menguan, impiden o anulan la responsabilidad del pecado.
Son factores que sólo puede evaluar la infinita misericordia
de Dios, Padre. Por tanto, es aventurado condenar a las
personas por sus hechos aparentes, por malos que
parezcan, y un error canonizar a cualquier persona por
sus aparentes virtudes. Hay que dejar las obras humanas
al juicio de Dios, que es quien conoce y penetra el íntimo
secreto de los corazones en sus intenciones y en sus
obras.

3 Pecados de los hombres


Basta echar una mirada a nuestro alrededor para
observar cuánta maldad, cuánta injusticia, cuántos odios,
venganzas, crímenes, robos, guerras y males de todo tipo
existen hoy, en nuestro tiempo, y han existido siempre. La
moral católica está hoy por los suelos, pues nada o casi
nada es pecado, porque la ley moral católica, mandada
por Dios en los mandamientos, y enseñada por el
magisterio auténtico y perenne de la Iglesia, no se cumple,
no se enseña o se enseña mal; incluso algunos cristianos,
contagiados por el mal ambiente, quizás de buena
voluntad, se dejan arrastrar por el mal, como un débil
árbol, arrastrado por la corriente de un río.
Para mucha gente sólo existen dos prohibiciones
principales que todo el mundo reconoce en teoría: no

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robar y no matar, pero no faltan quienes piensan que es
razonable robar y matar en ciertas ocasiones y por causas
razonables o extremas. La ley moral para muchos no es la
ley de Dios, sino la aprobada por el Parlamento por el voto
de la mayoría absoluta de sus miembros, politizada y
manipulada.
Muchos actos prohibidos por Dios se pueden hacer
civilmente. No se valora socialmente el derecho a la vida,
pues se regulariza el control de la natalidad
arbitrariamente; se interpreta caprichosamente la
paternidad responsable de manera contraria a la que
aconseja la Iglesia; se utilizan preservativos o
anticonceptivos, porque la concepción es un problema
exclusivamente de la libre decisión de la pareja; se permite
o legaliza el aborto libre o con arreglo a ciertos
presupuestos, cometiendo el espantoso crimen de matar a
un ser inocente, persona humana, antes de nacer, en el
seno de su propia madre, por las sinrazones del problema
económico, la salvaguarda de la reputación moral de la
pareja o de uno de ellos, la evitación de embarazos no
deseados o de fetos deformados, que serían en el futuro
males para la familia y la Sociedad.
Por otra parte, los científicos manipulan la vida para
conseguir progresos científicos en la ciencia biológica, que
produzcan éxitos mundiales, perjudiciales para la especie
humana, y beneficios económicos. Conseguida la
clonación de la oveja dolly, el hombre estudia la clonación
del ser humano, que ya está conseguida y
experimentada.
Tampoco se estima la dignidad de la persona
humana, exclusiva propiedad de Dios, pues “en la vida y
en la muerte somos del Señor” (Rm 14,7-9). Se permite en
algunos países la eutanasia, que de manera solapada o
abierta ya se practica en España, porque se dice que
cuando el ser humano por sus años, achaques o

23
enfermedad irreversible supone exageradas molestias
para la pacífica convivencia familiar y un exagerado coste
económico inútil, la solución más razonable, humana y
política, es la eutanasia; y tampoco es teológicamente
lícita, cuando la muerte es solicitada libremente por
enfermos que padecen dolores insufribles en condiciones
infrahumanas; incluso dicen los defensores de esta teoría,
que el suicidio debe ser respetado en casos de
perturbación mental o en los pacientes que buscan el bien
personal para liberarse del mal vivir en amargura y dolores
inaguantables, que es peor que la muerte.
Hoy está permitido o legalizado el adulterio, el
matrimonio homosexual, la convivencia en pareja, la
relación sexual libre, la blasfemia, el desnudismo, la
injusticia, el desenfreno de la juventud, la falta de respeto
de los niños a los mayores, la indisciplina, la
desobediencia. Sólo es pecado, en general, aquello que
atenta contra los derechos humanos aprobados por el
Parlamento democrático e interpretados por la justicia
corrupta manipulada por el partido de turno que gobierna.
En las circunstancias actuales es frecuente
desgraciadamente el robo personal, social y político. Se
hacen injustas privaciones de libertad, secuestros
inhumanos con capacidad diabólica de maldad,
humanamente inconcebible; y lo que es aún peor, se
defiende, ampara y ejerce social y políticamente el
terrorismo inconcebible, sacrificando víctimas inocentes
por conseguir el nacionalismo, el poder y otras viciosas
razones. ¿Quién entiende la barbarie moral de la bomba
atómica y la nuclear, maleficios diabólicos?
¿Y qué podemos decir de la injusticia social del
hambre en el mundo? ¿Cómo se explica que por culpa de
la mala administración de los gobiernos mueran de
hambre millones y millones de niños inocentes y personas

24
mayores, habiendo bienes en la tierra para alimentar el
doble de la población que existe en el mundo?
A estos males públicos, podríamos añadir los
pecados de los cristianos, incluso practicantes, que
ordinariamente no cumplen los mandamientos de la Santa
Madre Iglesia, con escándalo de los niños, desedificación
de los fieles y aprobación de la Sociedad. Muchos no oyen
misa los domingos y días de precepto, porque dicen que
no es obligación grave sino una devoción particular para
quienes les guste la misa. La confesión no es un
sacramento necesario para comulgar, pues el pecado se
puede perdonar de muchas maneras, al estilo protestante.
Los confesores que se sientan en el confesionario están
generalmente en paro, y muchos no ejercen ya el
ministerio del sacramento de la Penitencia, porque dicen
que no hay penitentes o tienen que dedicarse a pastorales
humanas, sociológicas y políticas con poco o ningún
contenido sobrenatural. La gente en bandadas comulga
sin previa confesión de culpas. ¿Quiénes son los que
ayudan a la Iglesia en sus necesidades en cumplimiento
del quinto mandamiento de la Iglesia? ¿Y quiénes guardan
la ley del ayuno y de la abstinencia, como manda la Santa
Madre Iglesia?

Los hombres, en su mayoría, viven vacíos de Dios,


almacenando con obsesión y locura riquezas que fascinan
y dejan el corazón insaciable de cosas y sumergido en la
profunda y peligrosa locura de los placeres humanos que
se esfuman y acarrean muchos males; y no se plantean en
serio el problema de la salvación.
La religión es considerada por la juventud como una
opción libre del individuo, un gusto personal o un sistema
psicológico para aquietar la conciencia; y en el peor de los
casos un negocio, hábilmente manejado por la Iglesia para
explotar con fines lucrativos los nobles sentimientos

25
religiosos de la gente sencilla, infundiendo con engaño
teorías trasnochadas del miedo y castigo eterno.
Los católicos, como hombres de nuestro tiempo,
empiezan a comprender todo, justificar muchas cosas y a
vivir con la mayor naturalidad del mundo males
socialmente admitidos, pero contrarios al Evangelio. En
bastantes casos, el catolicismo está aceptando en la
práctica algunas doctrinas protestantes, contrarias a la fe,
sobre la interpretación de la Biblia, el misterio de la
Eucaristía, la celebración de los sacramentos, y la moral
del pecado. Decía hace muchos años el Papa Pablo VI
que se ha perdido la conciencia de pecado y el humo de
Satanás se ha colado dentro de la Iglesia por las grietas.

4 Consideraciones sobre el pecado

Realidad del pecado


El pecador
La misericordia de Dios
- Realidad del pecado
La primera consideración que hay que hacer es
saber la realidad del pecado del hombre en la presencia
de Dios. El hombre, estropeado por el pecado original en
su ser original, está inclinado por la concupiscencia al
pecado, cuya malicia personal es objeto solamente de
Dios, Creador y Redentor, que evalúa sus pecados con
justicia y misericordia infinitas de Dios Padre. Sabemos
por la fe que el pecado realmente existe, es una ofensa
que el hombre hace a Dios, solamente conocida en su
integridad y responsabilidad por Dios, y no por los
hombres, que juzgamos los actos humanos con un criterio
personal, distinto en cada persona, y en conformidad con
la educación que se ha recibido, la capacidad personal de
juicio y el ambiente moral en que se ha educado y vivido.

26
El pecado es un misterio, porque difícilmente se
entiende con la razón que un hombre normal, tal como ha
sido creado en su naturaleza, con un acto de criatura
pueda ofender a Dios, Ser infinitamente perfecto, Creador
y Padre. Pero hay que reconocer que hay pecadores
satánicos. Por lo que los muchos pecados que cometemos
los hombres, por graves que sean o nos parezcan, tal vez
no sean tanto a los ojos de Dios.
- El pecador
El pecador es un hombre, ser imperfecto por
naturaleza, con un entendimiento de muchos o cortos
alcances, que razona con taras psicológicas o
psicopáticas congénitas, más o menos pronunciadas, y
obra con condicionamientos, influenciado por su cultura y
educación familiar y social que ha recibido, y presionado
por el ambiente en que vive y sus circunstancias. El
cristiano es un hombre de fe que actúa con su propia
naturaleza, que trata de reformar, pero que permanece
siempre en su esencia constitutiva en el modo de ser y
obrar. El cristiano con vocación de vida consagrada vive
su profesión religiosa con sus cualidades y defectos
humanos sustanciales, comprensibles, que desvirtúan la
virtud o la enriquecen, aunque sean causas u ocasiones
de mortificación para muchos, santificación para bastantes
y pecados o indignación para algunos. En estas
circunstancias, tan precisas, concretas y variables y otras
¿cómo es el pecado del hombre, del cristiano, del
sacerdote y del religioso?

No obstante, todos somos pecadores y los grandes


pecadores existen, como lo atestiguan la experiencia
humana y la Palabra de Dios. Los grandes pecados, que
claman al Cielo son evidentes, y tendrán su castigo en
esta vida o en la otra, pues Dios comprende y perdona a

27
los pecadores arrepentidos, pero castiga con justicia
misericordiosa a los rebeldes y obstinados en el mal.

- La misericordia de Dios, tema que vamos a


tratar en el capítulo 10 de este librito.

5 Remedios para evitar los pecados


Los principales remedios para evitar los pecados se
pueden reducir a tres: frecuencia de sacramentos de
confesión y eucaristía, la oración, y el trabajo humano y
apostólico.
Hay que evitar dos extremos diametralmente
opuestos: no se puede hacer nada para evitar el pecado,
porque se pueden y deben hacer muchas cosas con la
gracia de Dios. Todo depende del misterio de la gracia y
de la libertad del hombre condicionado, y concurre para el
bien de los que aman al Señor (Rm 8,28).

El cristiano, hombre de fe, tiene que trabajar con


todas sus fuerzas por vivir primero su propia fe,
practicando responsablemente los sacramentos de la
Penitencia y Eucaristía, cumpliendo sus obligaciones
personales, familiares y sociales consecuentemente.

Además debe orar para conseguir la fuerza para


luchar contra el pecado, fortalecer el alma y predicar la fe
siempre con el buen ejemplo, porque la palabra convence
pero el ejemplo arrastra; y si tiene una vocación apostólica
determinada, ejercerla prudentemente a tiempo y a
destiempo; y trabajar por extender el Reino de Dios en el
mundo con su trabajo humanamente santificador y
apostólico.

28
V VIDA DE GRACIA

1 Naturaleza de la gracia
2 Clases de gracia: gracia santificante y gracia
actual
3 Recepción de la gracia
4 Crecimiento en la gracia

1 Naturaleza de la gracia
La vivencia en la gracia de Dios es la cimentación
sólida para edificar la santidad o conversión, pues sin la
gracia nada se puede hacer, como lo dijo Jesús en el
Evangelio (Jn 15,5). Por eso, es necesario presentar aquí
algunos temas básicos de la teología de la gracia.

El organismo sobrenatural tiene cierta analogía con


el organismo natural. Así como el alma es el principio vital
en la persona, pero necesita de las potencias espirituales
y corporales para obrar naturalmente, de manera análoga
la gracia es el principio vital para obrar sobrenaturalmente,
pero necesita de las potencias sobrenaturales, que son las
virtudes y dones del Espíritu Santo.
La gracia no es:
-una simpatía personal, en sentido de donaire, que
regala la Naturaleza;
- ni un favor que se hace a una persona que está
necesitada de ayuda;
- ni el concurso natural que se debe al hombre, una
vez creado, para que realice actos;
- ni un ente de razón que ha inventado la teología
católica para explicar un misterio;

29
- ni una ocurrencia piadosa de la Edad Media, a
modo de metáfora, con la que se intenta explicar, de
alguna manera, la fe católica;
- ni una invención poética de los primeros siglos de
la Iglesia, con la que se enseña la realidad trascendente
de la redención con belleza literaria;
- ni ...

Según el Catecismo de la Iglesia Católica del Papa


Juan Pablo II, la gracia es “una participación en la vida de
Dios que nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria
por el bautismo, y nos hace hijos adoptivos de Dios (Cat
1997). La participación en la vida de Dios no es una
transfusión de su naturaleza divina, tal cual es en sí
misma, cosa imposible, pues Dios, Ser increado e
infinitamente perfecto, no puede transfundirse en una
criatura, como es evidente. Es una participación analógica
de la misma naturaleza de Dios por la que el hombre,
nacido en pecado, entra a formar parte de la familia divina
de la Santísima Trinidad; un regalo del Espíritu Santo que
potencia al cristiano para que comprenda con la fe lo que no
entiende con la razón.

Dios, por medio de la gracia, nos comunica lo que Él


es en su naturaleza trinitaria: Amor en el Padre, en el Hijo y
en el Espíritu Santo. Si el ser de Dios es Amor, la gracia, por
participación misteriosa del ser de Dios, tiene que ser
también amor. Jesucristo es Amor, hecho Misericordia
para los hombres.

El amor de Dios a los hombres, hecho gracia de


justificación, fue merecida por la pasión de Cristo, y tiene
como finalidad la gloria de Dios y de Cristo y el don de la
vida eterna (Cat 2020).

30
La gracia no es una realidad humana, sometida a
ninguna metodología racional. Es un misterio divino que
nace, crece y se desarrolla en los hombres, de manera
distinta y generalmente por caminos desconocidos. No
obstante, los grandes teólogos de la Iglesia católica,
principalmente Santo Tomás de Aquino, basándose en la
Revelación y en la experiencia, han compuesto la teología
de la gracia. Pero en la práctica, Dios actúa en todos los
hombres por la gracia del amor de su infinita misericordia.
La participación misteriosa de Dios por la gracia en
el alma se puede explicar con tres metáforas: la luz, el
fuego y el agua.
- Luz
Nos dice San Juan que la Palabra, Jesucristo, el Hijo
de Dios, existía eternamente y por Él fueron creadas todas
las cosas, y era la Luz de los hombres (Jn 1,4-5), la luz del
mundo, que es vida (Jn 8,12).
Hagamos algunas reflexiones sobre la luz natural
para compararla con la luz sobrenatural de la gracia.
La luz del sol es participada en la Tierra en sus
propiedades, de manera que es la vida en la Naturaleza.
Así, de manera análoga, la luz de Dios, su naturaleza
divina, que es amor, es participada en el cristiano por
medio de la gracia.
De la misma manera que la luz del Sol llega a la
tierra a través del espacio, así también la luz de la gracia,
causada por Jesucristo, llega a la Iglesia a través del
espacio de Santa María, Virgen y Madre.
El Sol comunica a las criaturas sus propiedades: la
luz y el calor. Jesucristo, Sol de gracia, comunica a los
hombres sus propiedades: Amor y Vida.
La luz es lo contrario de la noche. Donde hay día no
puede haber noche. La gracia es el día y el pecado es la
noche. Donde hay luz de gracia no puede haber noche del

31
pecado. El pecado mortal es la noche del alma y el venial la
tiniebla.

- Fuego
El fuego en su naturaleza es participado en el hierro
en sus propiedades, y no como es en sí mismo en su
total esencia. Así como el hierro incandescente recibe del
fuego el calor, de manera análoga la naturaleza divina,
incomunicable en sí misma, es participada en el hombre
por medio de la gracia, ser creado, distinto a la naturaleza
divina, pero con la participación analógica de su mismo
Ser. El cristiano, endiosado por la gracia, participa de la
naturaleza divina, como el hierro al rojo vivo participa de las
propiedades del fuego.
La gracia es como fuego que quema, aunque los
hombres no adviertan que se están quemando. El fuego del
amor de Dios deja en el corazón del hombre la huella de su
presencia.

- El agua
El agua, origen de la vida, expresa con viveza el
nacimiento de la gracia, que es vida, que proviene del
bautismo, del agua y del Espíritu (Jn 3,5); agua que calma la
sed para siempre y salta hasta la vida eterna (Jn 4,14). Así
como el agua es la vida en la Naturaleza, la gracia es la
vida sobrenatural en el hombre.

2 Clases: gracia santificante y gracia actual

- Gracia santificante
- Gracia actual

GRACIA HABITUAL O SANTIFICANTE


La gracia habitual o santificante "es un don
habitual, una disposición estable y sobrenatural que

32
perfecciona el alma para hacerla capaz de vivir con Dios y
de obrar por su amor" (Cat 2000). Es el favor, el auxilio gratuito
que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser
hijos de Dios (Jn 1,12-18), hijos adoptivos (Rm 8,14-17), partícipes
de la naturaleza divina (2 P 1,3-4), de la vida eterna (Jn 17,3) y
miembros de la Iglesia" (Cat 1996). "Recibisteis espíritu de
filiación adoptiva con el que clamamos: ¡Abba! (Padre)" (Rm
8,15). "Dios nos ha regalado los bienes inapreciables y
extraordinarios de participar de la naturaleza de Dios" (2 P
1,4).

La gracia produce los siguientes efectos principales:


la participación de la naturaleza de Dios, la filiación divina, el
derecho a poseer la vida eterna, y la incorporación a la
Iglesia. Es el mayor bien del Universo que se puede tener.
Si supiéramos valorar en su debido precio la gracia de Dios,
nos pasaríamos toda la vida viviéndola en intensidad y
aumentándola con buenas obras, y no viviríamos jamás en
pecado mortal.

GRACIA ACTUAL
"Se debe distinguir entre la gracia habitual,
disposición permanente para vivir y obrar según la vocación
divina” (Cat 2000).
La gracia actual es una moción o impulso de Dios,
no necesariamente sensible ni consciente, que ilumina el
entendimiento para pensar el bien, mueve la voluntad para
querer hacerlo, y empuja al cristiano para realizarlo, en
orden a la vida eterna. Sin el auxilio divino nadie puede
pedir, recibir y aumentar la gracia, como lo enseñó: "Sin mí
no podéis hacer nada" (Jn 15,5). Las gracias actuales están en
el origen de la conversión o en el curso de la santificación"
(Cat 2000).

El hombre con las gracias actuales se prepara para


recibir la gracia santificante por la acción del Espíritu
33
Santo; y con ellas coopera para trabajar con Dios que
trabaja con el hombre (S. Agustín). La libre iniciativa de Dios
antecede a la respuesta del hombre, le acompaña siempre
en su camino y concluye en su santificación. (Cat 2001-2003).
El cristiano en estado de gracia habitual o santificante
opera con las gracias actuales para progresar en el
proceso de la perfección evangélica; y el cristiano, en
estado de pecado mortal, recibe las gracias actuales para
recuperar la gracia santificante en el sacramento de la
Confesión.
Dios está, como Señor, por la inmensidad de su
amor en el hombre que no tiene fe, colaborando con él con
gracias actuales, de infinitas maneras, para que pueda
conseguir la salvación eterna; vive, como Amigo, en la fe
del cristiano que está en pecado mortal; y convive, como
Padre, en el hijo que vive en gracia.

Los medios por los que Dios envía estas gracias a


los hombres son muchos y diversos, principalmente por
los acontecimientos de la vida, cosas normales o
espectaculares, actos de diversa índole, y también sin
mediaciones, directamente causados por Dios en el
interior del hombre.
Con las gracias actuales el hombre que no cree es
como leña que puede convertirse en fuego en el bautismo;
el pecador que tiene fe, pero vive en pecado mortal, es
como el rescoldo del fuego que puede convertirse en llamas
de la justificación; y el cristiano, que vive en gracia de Dios,
es como la llama que se convierte en hoguera permanente
en creciente intensidad.

3 Recepción de la gracia
La Santísima Trinidad es el manantial eterno de la
vida de la gracia. Jesucristo crea la gracia de la salvación y
la comunica a todos los hombres por medio de la Iglesia y

34
de manos de Santa María, Virgen, Madre de la divina
gracia.
La gracia de Dios se regala a todos los hombres, por
medio de la Iglesia, en distinta medida y por diversos
cauces, la mayor parte de ellos misterioso y desconocidos.
Sin fe no hay salvación, y sin gracia no hay visión de Dios.
La misericordia de Dios es, en última instancia, el único
sacramento de salvación para todos los hombres.

Según la doctrina de la Iglesia, la gracia habitual o


santificante se recibe en el bautismo o en sus suplencias: la
buena fe vivida con sincero corazón o en la recta conciencia
del bien obrar. Es como una semilla que exige por su propia
naturaleza sobrenatural crecer y desarrollarse por la
oración, sacramentos y buenas obras, y florece en la
visión y gozo de Dios eterno. La glorificación del hombre
en el Cielo no es otra cosa que el fruto de la semilla de la
gracia bautismal.
Con la gracia se perfecciona la naturaleza humana: lo
natural se hace sobrenatural, lo humano se convierte en
divino, y lo temporal se transforma en eterno, en cierto
sentido.

4 Crecimiento en la gracia
La razón del supremo mérito, a los ojos de Dios, no
radica en la perfección de las obras que se hacen, ni en el
tiempo que se invierte en hacerlas, ni en el esfuerzo que
cuesta en realizarlas, sino en el amor con que se hacen,
porque delante de Dios todas las cosas, por pequeñas que
sean, son grandes, porque grande es Dios por quien se
hacen. De manera parecida pasa también en el sentido
humano. Una imagen de oro, perfectísima, regalada a una
madre, sin amor, vale menos que una imagen de barro,
imperfecta, realizada con mucho amor. Cuando un párvulo
regala a su madre un dibujo hecho en un papel, de poco

35
valor, ayudado por la maestra, vale más por el cariño con
que lo ha hecho el hijo que su dibujo.

Las obras naturales valen lo que merecen en la


estimación valorativa de los hombres, de los tiempos y
lugares. Pero las obras sobrenaturales merecen Cielo,
según el criterio de la infinita misericordia de Dios.
El hombre por la gracia queda potenciado para
merecer sobrenaturalmente, de manera que todos sus
actos, buenos o indiferentes, son sobrenaturales de
alguna manera. El mérito pertenece a la gracia de Dios,
en primer lugar, y a la colaboración del hombre, en
segundo lugar. El mérito del hombre retorna a Dios (Cat
2025). Dios, que es omnipotente, sabio y misericordioso,
distribuye su gracia a todos los hombres, que no le
conocen, por cauces extraordinarios que superan el
conocimiento y la imaginación del hombre. El juicio sobre
las personas y sus actos debemos confiarlo a la justicia y
a la misericordia de Dios” (Cat 1861). Para que una obra sea
meritoria sobrenaturalmente se requiere que sea buena, o al
menos indiferente, y que se realice en estado de gracia.
La cantidad de gracia de Dios que hay dentro del
alma depende también de tres factores principales:
- de la intensidad de gracia que cada hombre recibe
del Espíritu Santo;
- de los medios por los que se recibe la gracia en los
sacramentos, en la oración y obras buenas con el esfuerzo
del amor;
- y de la capacidad del alma en la que se recibe la
gracia.
Así como la temperatura sube en grados por
intensidades de calor, la gracia crece por intensidad del
amor. "Un acto realizado con mucho amor hace crecer la
gracia en el alma más que mil realizados por devoción. Los
actos piadosos, realizados por devoción, conservan el

36
estado de gracia adquirido, santifican y aumentan la gracia",
dice Santo Tomás de Aquino (II-II 24, 10).
No se puede decir con total razón que lo que mucho
cuesta mucho vale. La Virgen María mereció más que
ninguna otra criatura realizando cosas que no le costaban
ningún esfuerzo, porque las hacía con el máximo amor de
Dios y sin la contrariedad de la concupiscencia. El cristiano
potenciado por la gracia con sus santas obras merece en
justicia el aumento de gracia y la vida eterna, según el
criterio de la misericordiosa de Dios.
El pecado mortal convierte el templo del Espíritu
Santo en ruinas, y se reedifica con el sacramento de la
Confesión, quedando la obra de Dios, reconstruida, en el
mismo estado en que el hombre tenía antes del pecado
mortal, más el mérito añadido de la gracia sacramental. Si
el cristiano tiene la desgracia de cometer el pecado mortal,
recibe de Dios las gracias actuales necesarias para que se
reconcilie con Él en el sacramento del Perdón, o en caso
de necesidad en el acto de contrición perfecta. Y si vive en
gracia, recibe de Dios las gracias necesarias para que se
perfeccione cada día más. Bajo la moción de la gracia, el
hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado,
acogiendo así la justicia de lo alto (Cat 2018). Vive
profundamente dentro de ti mismo la vida de Dios y te
realizarás como hombre y como cristiano.

37
VI ORACIÓN

1 ¿Qué es la oración?
2 Modo de orar
3 El fin de la oración
4 Eficacia de la oración
5 Gracias que Dios concede por la oración

1 ¿Qué es la oración?
La oración, juntamente con el sacramento y la
operatividad de obras buenas, es el sustento de la
conversión, vida cristiana o santificación. Antecede,
acompaña al sacramento y es compañera de la acción
cristina. Digamos principios generales y básicos sobre la
oración en sentido práctico.

Sentido negativo
La oración no es:
- Un “concesionario” de gracias que se pueden
conseguir observando rigurosamente ciertas normas de
ciencia experimental;
- ni un soborno por el que se consiguen de Dios
bienes a cambio de oraciones, sacrificios y limosnas: una
especie de motivación para conseguir favores de modo
condicional, final o causal: “te doy, si me das, te doy para
que me des, y te doy porque me has dado”;
- ni una magia sacra por la que se reciben gracias
por el hábil manejo de fuerzas ocultas;
- ni un arte de prestidigitación por el que aparecen
las cosas que uno necesita o quiere.

Sentido positivo

38
La oración en sí misma no es un estudio. Es en
expresión de Santa Teresa de Jesús “tratar de amistad,
estando muchas veces tratando a solas con quien
sabemos nos ama”.
El catecismo de siempre define la oración más o
menos así: “Orar es hablar con Dios, nuestro Padre para
alabarle, darle gracias y pedirle toda clase de bienes”.

Hablar con Dios es más fácil que hablar con los


hombres, pues además de comunicarse con Él como con
los hombres con palabras, escritos, gestos y arte, se
puede hablar con la mente y el corazón, como con nadie,
exclusivo lenguaje del hombre con Dios.
Orar es comunicarse con Dios por medio de
palabras, signos naturales o convencionales, escritura,
afectos, sentimientos, emociones, alegría, lágrimas,
miradas, arrepentimientos, suspiros, silencios. Orar es
agarrarse a Jesús y caminar con Él de la mano de Dios,
hablando de muchas cosas con diferente lenguaje de
pensamientos, palabras, santos deseos y sentimientos.
La oración es un acto de fe mediante el cual el
hombre se pone en comunicación con Dios, de muchas
maneras, para vivir en paz y alcanzar la salvación. Es
más experiencia divina que ciencia humana. Cada uno
ora como es y sabe, sin tenerse que someter a
determinados métodos, igual que cada persona se
expresa como es. Conocemos métodos de oración, como
por ejemplo el ignaciano, aconsejado por muchos Papas,
y utilizado, durante mucho tiempo, por muchos santos y
cristianos. Consiste sustancialmente en hacer una oración
preparatoria, una composición de lugar situándose
mentalmente en un sitio, proponer puntos de meditación
sobre verdades eternas, vida, pasión y muerte de Jesús, y
pensar sobre estos temas con reflexiones, sentimientos,
afectos del corazón, y propósitos con vistas a la reforma o

39
perfección de vida, acabando con un coloquio amistoso
con Dios, rematado con una oración final.
La oración es:
- fuerza sobrenatural de la vida cristiana y
apostólica que hace ver con los ojos de Dios el lado bueno
de todas las cosas y la realidad de la vida con el color de
Cielo;
- escuela que enseña la experiencia de Dios, el
conocimiento propio y la ciencia de la psicología humana;
- aceptación de las impotencias, miserias, y
debilidades con humilde conformidad virtuosa;
- sentimiento profundo del dolor de los pecados
cometidos;
- admiración de las virtudes de los santos con
santa emulación y las cualidades de los pecadores con
alabanza a Dios;
- imitación de las actitudes, no de actos, de los
santos;
- comprensión misericordiosa de los pecados y
fallos de los hombres.
- omnipotencia del hombre y la debilidad de
Dios, como decía San Agustín.
- invasión del amor de Dios que inunda de gozo
todo el ser, dejando a la persona profundamente recogida,
como envuelta en una nube, gozando de Dios en otro que
uno no es, y como transportado a otro lugar que no es el
propio. En este estado de experiencia mística el ruido
exterior no sólo no molesta, sino que ayuda a recogerse
más;
- secreto de la felicidad, el medio mejor para la
santificación y el apostolado más eficaz. Sin Dios, el
hombre trata de llenar su vida con la vanidad de cosas que
no alimentan;
- eficacia suprema del apostolado, cuando está
sustancialmente complementada con la caridad fraterna y

40
la acción; grado supremo del quehacer sobrenatural del
cristiano.

2 Modo de orar
El modo de orar es personal, pues se puede orar de
muchas maneras, en cualquier sitio, a cualquier hora, con
tal que uno se comunique con Dios. Se puede hacer
oración sobre la marcha con santos pensamientos,
deseos, jaculatorias, sentimientos, con el corazón y mente
en silencio. También hacer oración es estar unido a Dios
con arrobamiento de espíritu, pura fe, distracciones,
sueños, cabezadas, sequedad, tentaciones, con tema, sin
tema, o con alborotos de la imaginación.

Ora como tú eres, y no como ora otro, porque la


oración es personal. Ora como sabes y puedes con tus
miserias, debilidades, cualidades y defectos. Ora en
subido éxtasis, en alta contemplación, como Santa Teresa
de Jesús en sus últimos años, una exclusiva de
determinados místicos. No hace falta para orar estar
siempre en la presencia de Dios sin distraerse, pensando
en escenas evangélicas o reflexionando en pensamientos
escogidos de libros de meditación, pues también se ora
cuando estando con Dios en su presencia se
entremezclan afectos, sentimientos, remordimientos,
peticiones, penas, gozos, preocupaciones, somnolencias
y hasta tentaciones que se intentan evitar. Se ora también
haciendo examen de conciencia, analizando el modo
imperfecto de ser y obrar, a la luz del Espíritu Santo, con
miras a la reforma de la propia vida o mejoramiento de la
virtud.

Orar es tan fácil como andar. De la misma manera


que andar es trasladarse de un sitio a otro dando pasos,
pero cada uno da sus pasos con distinto estilo, así cada

41
hombre se comunica con Dios a su aire. La oración se
hace difícil porque no se enseña bien o se somete a
métodos que no son válidos para quien ora. Obligar a una
persona a orar con una manera determinada es someterla
a una esclavitud psicológica que rompe la personalidad
propia. Hay que enseñar a orar dejando a cada uno que
ore con su propio estilo.
Oras cuando te desahogas con Dios de una pena
que te oprime o sientes vehementemente. Oras cuando te
adentras en la órbita del Espíritu Santo y te escondes
dentro del corazón de Cristo para escuchar sus latidos
con el vivo deseo de cumplir su voluntad divina, y te
echas a dormir, acurrucado, como un bebé, en los brazos
maternos de Dios Padre. Oras cuando te pasas todo el
tiempo de la oración rezando o diciendo jaculatorias que te
sabes de memoria o improvisas; cuando durante ella no
haces otra cosa que exhalar suspiros, experimentar
emociones y sentimientos fervorosos; y también cuando
nada se te ocurre, te aburres, no puedes concentrarte de
ninguna manera; cuando alternas tu pensamiento en Dios
con distracciones, preocupaciones, disgustos, alegrías o
penas, en contra de tu voluntad.
Oras cuando dedicas el tiempo de la oración a
sentir pena por tus pecados, recuerdas tu vida pasada
pecaminosa, y hechos que mortifican tu memoria, con
gratitud a la misericordia de Dios que se valió de ellos para
enseñarte a vivir santamente con humildad. Oras cuando
dejas tu triste y pecaminoso pasado en brazos de la
misericordia de Dios Padre.
Oras cuando examinas tu conciencia para pedir a
Dios el perdón de tus pecados, repasas tu comportamiento
imperfecto o pecaminoso para corregirlo o mejorarlo; y
cuando en la oración te rinde el sueño, das cabezadas y te
resulta casi imposible mantenerte despierto, sin culpa
tuya.

42
Oras cuando haces lo que sabes hacer con sincero
corazón: rezar, leer vida de santos, hacer novenas, porque
todo lo que sea comunicarse con Dios es oración.
Cuando ya no puedas hacer nada o casi nada, deja
a Dios que haga lo que tú no puedes, que las cosas irán
mejor, pues Dios te utiliza, porque si has hecho durante tu
vida todo lo que has sabido y podido, la fuerza de la
gracia será, tal vez, más eficiente sin ti que contigo.

3 El fin de la oración
El fin principal de la oración es triple:
- alabar a Dios, Creador de todas las cosas y Dador
de todo bien;
- pedirle gracias de todo tipo, que Él te concederá
las que son necesarias para la salvación;
- y pedirle perdón por los pecados.

4 Eficacia de la oración
La eficacia de la oración es infalible para quien ora
cuando pide las gracias necesarias para su salvación,
tanto las sobrenaturales que son imprescindibles, como
las otras humanas y materiales que son relativas a la
salvación eterna. Jesús nos lo dijo en el Evangelio: “Pedid
y recibiréis” (Lc 11,9); y no dijo: pedid y recibirán los demás,
porque la eficacia depende de la oración personal, según
los planes de Dios, y milagrosamente de la voluntad divina
que concede sus gracias a quienes quiere, cuando quiere
y de la manera que quiere, aunque no se las pidan, como
sucedió en el caso de San Pablo, pero no en virtud de la
eficacia de la oración, sino por la liberalidad de Dios,
infinitamente sabio y misericordioso.
Esto no quiere decir que la oración por los demás
no sea válida, pues es muy valiosa y eficaz según la
voluntad misteriosa de Dios. No basta con rezar por la
mañana al levantarnos y por la noche al acostarnos, hace

43
falta, además, dedicar un tiempo, más o menos largo,
aunque sea sólo unos minutos, a no hacer otra cosa que
estar con Dios, tratar con Él de la manera que uno sepa y
pueda, cada uno como es, aunque no tenga uno tema, se
canse, se aburra, se duerma y se le haga el tiempo eterno.
Cuando te pongas a orar, y te entra el sueño, duerme un
poco, si puedes, y luego continúa, porque el sueño que no
se puede evitar puede hacer las veces de oración.

Nadie piense que practicando la oración se


consigue llegar a la mística, como opina algún famoso
escritor español del siglo pasado. El progreso en la ciencia
de la oración depende fundamentalmente de la capacidad
de gracia recibida del Espíritu Santo y secundariamente
de la colaboración humana.
Las condiciones para la eficacia de la oración son:
- fe firme, pues la oración es eficaz siempre que
pedimos a Dios las gracias que necesitamos para
conseguir el Cielo, que no son siempre las que pedimos y
deseamos “porque no sabemos lo que nos conviene” (Rm
8,26);
- devoción piadosa o atención humana posible,
según la perdona es y puede;
- humildad profunda sabiendo que lo que
recibimos no lo merecemos porque es regalo de la gracia;
- confianza absoluta esperando con seguridad las
gracias que son necesarias para la salvación;
- perseverancia incansable pidiendo sin
cansancio, una y otra vez, las gracias que nos salvan;
- y unión con Dios constante es decir pedir a Dios
la salvación eterna en estado de gracia.

Lo importante en la vida espiritual no es conseguir


un doctorado en la ciencia de la oración, sino aprobar esta
asignatura con la nota que corresponda a la gracia de

44
Dios y a la colaboración humana. Para ser santo no es
mejor ser místico que ascético, sino ser lo que Dios quiere
que uno sea.

5 Gracias que Dios concede por la oración


Dios nos concede:
- infaliblemente, en virtud de la oración los medios
necesarios para la salvación: la gracia, las virtudes
esenciales y dones del Espíritu Santo. A veces el Señor
regala la salvación, que no se pide, no por la eficacia
infalible de la oración, sino por la liberalidad de su infinita
misericordiosa.
- condicionadamente y de manera relativa y
subordinada otras gracias naturales: espirituales,
corporales y materiales, si están ordenadas, según la
sabiduría y bondad divina para nuestro bien personal
último, como medios relativos y subordinados a nuestra
salvación.

Generalmente los cristianos nos quejamos porque


Dios no escucha nuestras peticiones, a pesar de que para
nosotros son necesarias para nuestra salud o bienestar, y
se las pedimos constantemente. Pero en realidad, son
bienes humanos relativos, pero no necesarios de modo
absoluto para nuestra salvación.

La mayoría de los hombres cristianos, buenos, oran


poco. Se conforman con rezar tres Ave Marías o ciertas
oraciones al levantarse y al acostarse, en las comidas,
caso ya poco frecuente; asisten habitualmente a la Santa
Misa, cumplen generalmente las obligaciones cristianas, el
deber de la entrega total para con la familia, la honradez
en el trabajo y la rectitud de conciencia en el bien obrar y
nada más; y otros oran cuando les llega el agua al cuello:
“se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena”, o cuando

45
necesitan gracias materiales. El hombre de buen corazón,
justo y honrado, vive conectado con Dios, sin que él se
entere.

Sucede que a muchos hombres buenos les van mal


las cosas, a pesar de llevar una vida ejemplarmente
cristiana, y a otros, en cambio, que son malos, y viven al
aire de sus instintos bajos, buscando el placer por el
placer, sin preocupación por el pecado, les van las cosas
viento en popa. ¿Por qué? ¿No es Dios bueno? ¿No es
justo? ¿Por qué castiga a los buenos y premia a los
malos? Los males que los hombres buenos padecen no
son siempre castigos de sus pecados, sino también
pruebas de Dios que, aceptadas, los conducen para el
premio eterno del Cielo, o reparaciones de sus propios
pecados y los del mundo entero. En cambio, los malos
reciben en la Tierra el premio temporal de las buenas
obras que hacen, pues no hay hombre malo que no haga
cosas buenas, y reciben en la otra vida el castigo.

46
VII CONFESIÓN Y EUCARISTÍA

Los sacramentos producen o causan la gracia que


significan, convirtiendo el alma en un estado más perfecto.
El sacramento de la Confesión convierte el estado del
alma en pecado mortal en estado de gracia; y de la
Eucaristía, que presupone el estado de gracia, convierte el
alma en estado de mayor perfección por el aumento de
gracia y la presencia eucarística de Jesús.

1 Efectos espirituales del sacramento de la


Penitencia

No tratamos en este capítulo el sacramento de la


Penitencia teológicamente considerado, sino solamente
sus efectos en sentido espiritual.

El artista nunca termina su obra, pues siempre ve


en ella defectos que los analfabetos en el arte no perciben.
El sabio cuanto más sabe, más ignorante se considera.
Así pasa en la vida espiritual, que cuantos más santos
son los hombres más imperfectos se reconocen en la
presencia de Dios y más comprensivos se hacen con los
hombres.
Los cristianos que trabajan por ser santos, se
esfuerzan por evitar no sólo los pecados que ofenden a
Dios, sino también los defectos temperamentales que
molestan a los hombres. Los que aman la virtud cuidan los
rasgos de la manera de ser, dulcifican, en lo posible, el
estilo de decir, la manera de mirar y sonreír, la moderación
en el hablar virtuoso, el dominio del carácter...

El sacramento de la Penitencia produce los


siguientes efectos espirituales:

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- La reconciliación con la Iglesia de la que el
pecador se separó libremente por el pecado grave o el
mayor acercamiento a ella, si enfrió su amistad con Dios
por el pecado venial. El pecado grave rompe la comunión
fraterna impidiendo la intercomunicación con Dios, y el
pecado venial interfiere la conexión con el Señor. Cuando
el pecador en estado de pecado mortal recibe el
sacramento de la Confesión, reconstruye la identidad de
su propio ser, se reconcilia con la Iglesia, con toda la
Creación (RP 31; Cat 1469), y restablece la comunión eclesial
entre todos los miembros del Cuerpo místico de Cristo.

La reconciliación del pecador que ofende a Dios


gravemente produce una verdadera resurrección
espiritual, una restitución de la dignidad y de los bienes de
la vida de los hijos de Dios, el más precioso de los cuales
es la amistad con Dios (Lc 15,32; Cat 1468). Cuando el pecador
en estado de pecado venial se confiesa, se climatiza su
alma enfriada por el pecado, o se reajustan las
alteraciones del alma.
- La remisión de la pena eterna contraída por el
pecado mortal, o al menos en parte, y la condonación de
las penas temporales, consecuencias del pecado.
- La paz y la serenidad de la conciencia que
rompe o altera el pecado. La recepción de este
sacramento produce un singular consuelo espiritual por
saber que el pecador está en paz con Dios. Es una alegría
rebosante que estalla en gozo vivir dentro de Dios, como
hijo amado, como si nunca hubiera ofendido a Dios.
Cuando el cristiano se confiesa, experimenta en la
conciencia una tranquilidad espiritual, un sosiego
pacificador, una paz interior que no comunican las cosas
del mundo. Estar seguro de que Dios te ha perdonado, es
sentirse amado, sin merecerlo, que es amor duplicado, y

48
comprender el pecado de los hombres en la infinita
misericordia de Dios, Padre.
Muchos cristianos acuden a psicólogos y
psiquiatras, que cuestan dinero, para buscar la paz,
necesitando más la Confesión, medicina sobrenatural del
sacramento que cura el alma del pecado. Es evidente que
las personas desequilibradas en extremo no encuentran el
remedio en la Confesión, porque padecen males
somáticos que necesitan, por supuesto, tratamiento
médico;
- y el acrecentamiento de las fuerzas espirituales
para el combate que el cristiano tiene que mantener en la
lucha contra el pecado en el ambiente del mundo que
fascina y arrastra con ímpetu hacia el mal.

EUCARISTÍA

1 La Eucaristía, sacramento de perfección


cristiana.
2 Presencia eucarística.
3 Comunión.

1 La Eucaristía, sacramento de perfección


cristiana
No existe acto ni modo mejor para santificar que la
Eucaristía, porque contiene no solamente la gracia que
santifica, como los demás sacramentos, sino al autor de
la santificación, al mismo Cristo en Persona eucarística.
No es lo mismo que el sol ilumine la Tierra y la caliente
desde el espacio por medio de una participación apropiada
de luz y calor, que si pudiera efectuar estos efectos directa
y físicamente desde la misma Tierra, cosa hipotéticamente
imposible. En cambio, en la mística realidad de la
Eucaristía está Dios encarnado, la Persona divina de
Jesucristo santificadora.

49
El catecismo de la Iglesia católica del Papa Juan
Pablo II enumera los distintos nombres con que es
conocido el Sacramento por excelencia, el más perfecto
de los siete, el sacramento del Amor: Acción de gracias,
banquete del Señor, fracción del pan, asamblea
eucarística, memorial de la pasión y de la resurrección
del Señor, santo sacrificio, santa y divina liturgia,
comunión, santa misa (Cat 1328-1332).

2 Presencia eucarística
Es un dogma de la fe católica, definido en el
Concilio de Trento, que Jesucristo está realmente presente
en la Eucaristía bajo las especies de pan y vino (SC 7). “En
el Santísimo sacramento de la Eucaristía están contenidos
verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y la Sangre
juntamente con el alma y la divinidad de nuestro Señor
Jesucristo; y, por consiguiente, Cristo entero” (Trento DS 1651).
Es una presencia tan singular que no se puede comparar
con ninguna de las presencias que conoce la filosofía ni la
teología, porque rebasa todo conocimiento del saber
humano, filosófico y teológico. Es, por tanto, una presencia
real, verdadera, sustancial, no imaginaria, metafórica, sino
sobrenatural y mística.
Cristo no está presente en la Eucaristía con una
presencia humana de entendimiento, como cuando una
persona se hace presente a otra con el pensamiento; ni
con una presencia de amor, como cuando uno tiene
metida en su corazón a la persona que ama; ni tampoco
con una presencia virtual de imagen. La presencia
eucarística supera la presencia evangélica de Cristo en
aquellos que se reúnen en su nombre; trasciende la
presencia teológica de Cristo y la presencia
sacramental de Cristo en cada sacramento en el que está
presente con su gracia, porque en la Eucaristía está Él

50
mismo en Persona resucitada y gloriosa con su cuerpo,
alma y divinidad, sin que podamos ni siquiera imaginar
cómo.
Cristo no está en el sagrario con los brazos
cruzados, pasivo, extático, siendo objeto de adoración,
culto y compañía para los cristianos, sino está vivo,
operativo, dinámico, realizando la salvación de los
hombres por medio de la Iglesia; y además está para ser
alimento de las almas. Es Cristo, el mismo que nació en
Belén, predicó el Evangelio en Palestina, murió en la cruz
y resucitó, pero eucarísticamente presente para que
acudamos a Él para celebrar la eucaristía y en ella
realicemos nuestra propia redención y la de todos los
hombres.

3 Comunión
Cuando celebramos la Eucaristía nos unimos a
Jesucristo, al Padre y al Espíritu Santo, personas divinas
inseparables en la Santísima Trinidad, y al comulgar nos
cristificamos y recibimos, en algún sentido, a la Santísima
Trinidad; y como el cuerpo del Señor es también cuerpo
de María, su Madre, podríamos decir que en la Eucaristía
comulgamos o recibimos, de algún modo, el cuerpo de la
Virgen. En ella nos unimos a todos los santos y ángeles
del Cielo, y como expresión máxima nos unimos también
a toda la creación, de manera que se puede decir con
propiedad teológica que la eucaristía es comunión con
todos los hombres y con todos los seres de Universo.
La comunión sacramental requiere una
preparación habitual en estado de gracia y otra actual en
el momento de recibir a Jesucristo, renovando la intención
de recibir a Jesucristo que está glorioso en el Cielo y
sacramentado en el altar. San Pablo nos dice que “quien
coma o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del
Cuerpo y de la Sangre del Señor” (1 Co 11, 27).
51
VIII PENITENCIA O MORTIFICACIÓN

El ejercicio de la mortificación cristiana convierte al


cristiano en otro mejor. Explicamos con detalle la
naturaleza de la penitencia.

1 Penitencia humana
2 Penitencia cristiana
3 Penitencias de los santos
4 Penitencias obligadas
5 Principales penitencias
6 Enseñanzas de la Penitencia

1 Penitencia humana
Los atletas hacen muchos y costosos sacrificios por
gusto o para conseguir triunfos reconocidos, alabados por
todo el mundo y recompensados económicamente: se
privan de comidas, diversiones, regalos del cuerpo, hacen
gimnasia y muchos sacrificios para conservarse en
perfecto estado físico y psíquico, con el fin de satisfacer
su vocación natural, poder participar en una competición,
aunque no consigan el premio.
Esto sucede también a los mismos políticos que
luchan hasta el agotamiento por sentarse en el sillón del
poder o permanecer en él sentados: se privan de
libertades, renuncian en gran parte al ocio, al descanso, a
la vida de familia, a la sana diversión con los amigos,
aunque naden en millones, para gozar el aplauso de
mundo. Estando obligados a una disciplina rígida y
sometidos a una agenda apretada de compromisos
buscan la felicidad, porque encuentran satisfacciones en el
poder, en el dinero, en la pasión, en la vanidad y en
muchos vicios y pecados.

52
De igual manera se sacrifican, sin regateos, los
artistas con vocación; los científicos que trabajan por el
placer de la sabiduría; los negociantes que se fatigan, día
y noche, por almacenar dinero, y hasta los mismos
viciosos que empeñan su salud a costa de heroicos
sacrificios para alimentar la pasión de los bajos instintos.
El deporte, la política, el arte, la ciencia, la riqueza
impulsan al hombre con fuerza irresistible a fomentar los
instintos del placer, que suponen muchas y costosas
penitencias.

2 Penitencia cristiana
Los cristianos debemos también estar siempre en
lucha para vencer o amortiguar las pasiones, podar las
raíces malas de nuestras apetencias desquiciadas,
controlar nuestro temperamento, superar las tentaciones,
reparar nuestros pecados y los de todos los hombres del
mundo, conseguir el Reino de los Cielos y realizar un
magnífico apostolado de santificación en la Iglesia.
No hay proporción entre la penitencia mundana y la
penitencia cristiana, porque aquella causa placer, dinero,
fama, poder, pero con desorden de pasiones,
desasosiego, soberbia, desequilibrio, avaricia, injusticias,
enemistades y pecados. En cambio, la penitencia
cristiana, que produce por naturaleza rechazo y
sufrimiento no deseado, regala en sus efectos paz al alma
y alegría espiritual al corazón.

3 Penitencias de los santos


A lo largo de la Historia de la Iglesia ha habido
muchos santos que se han santificado con el carisma
específico de heroica penitencia. Recordemos, por
ejemplo, a los ermitaños de los primeros siglos de la era
cristiana, que abandonaron el mundo paganizado y se
marcharon a vivir al desierto, se alimentaban de los

53
animales de la Naturaleza y dormían en el suelo,
resguardados entre rocas; y se dedicaban a la continua
contemplación y a penitencias escalofriantes, que sólo
recordarlas da grima: como privaciones de sueño, ayunos
constantes, casi diarios, hambre, utilización desmedida de
disciplinas y cilicios con los que maceraban su cuerpo
para tenerlo sometido al alma, reparar sus pecados y los
del mundo entero, pedir perdón a Dios por ellos, y
demostrar el inmenso amor que profesaban a Jesucristo.
Después, cuando la vida del solitario ermitaño fue
menguando, surgieron los monasterios, que regularon la
vida comunitaria en una convivencia fraterna de
contemplación y penitencia clásica que, aunque dura, era
más razonable y humanizada.
Todavía existen Órdenes muy penitentes,
aprobadas por la Iglesia, cuyo carisma específico consiste
en llevar una vida penitente siempre y en todo. La Orden
Mínima de San Francisco de Paula tiene el voto cuaresmal
de no comer nunca carne, ni huevos ni leche.
Sólo desde la cuerda locura del amor a Cristo se
entienden estas penitencias de personas consagradas que
viven en comunidad y frases como éstas de santos
excepcionales: “padecer o morir; no morir sino padecer;
padecer, Señor, y ser despreciado por Vos”.

4 Penitencias obligadas
La primera penitencia es cumplir la ley penitencial
de la Iglesia.
En Cuaresma y en todos los tiempos litúrgicos
debemos hacer la penitencia mandada: observar la
penitencia que manda la Iglesia: “En la Iglesia universal
son días y tiempos penitenciales todos los viernes del año
y el tiempo de Cuaresma (c 1250).
El ayuno y la abstinencia se guardarán solamente el
miércoles de Ceniza y el viernes Santo.

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La abstinencia de carne se puede cambiar en los
demás viernes del año por un acto de piedad, de caridad o
limosna, pero no en los viernes de Cuaresma. La
penitencia de abstención de carne es principalmente la
obediencia de no comer lo que se manda.
La ley de la abstinencia obliga a los que han
cumplido catorce años; la del ayuno a todos los mayores
de edad (18 años) hasta que hayan cumplido cincuenta y
nueve (c 1252).

Además es muy buena, y en cierta manera


necesaria, la penitencia libre del sacrificio voluntario de
aprovechar todas las ocasiones imprevistas que se
presenten, incluso buscarlas, para ofrecer a Dios
pequeñas penitencias, que valen, y mucho, para llevar una
vida cristiana y santamente cuaresmal. Las penitencias
mayores se pueden usar cautela, pero siempre con el
consejo del confesor, o en algunos casos con el permiso
de la autoridad religiosa, si está establecido en las Reglas,
y de manera que no perjudiquen notablemente la salud.
Es una equivocación y un peligro espiritual hacer
penitencias excepcionales a discreción personal, y un
contrasentido cristiano no cumplir la penitencia de las
obligaciones familiares, de ninguna manera, y dedicarse a
la caridad con los pobres; y en el caso de vida
consagrada, es un error de perfección evangélica
abandonar las obligaciones propias de la vida de
comunidad, del oficio, y dedicarse al apostolado de
cualquier género que sea.

5 Principales penitencias
Voy a enumerar con alguna explicación las
principales penitencias que causan paz y felicidad en la
Tierra y garantizan el Cielo:

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- Recibir el sacramento de la Penitencia
- La reparación de los pecados personales
- El cumplimiento del deber
- La aceptación total de sí mismo
- La limitación de las cualidades personales
negativas
- La humillación de los propios pecados
- La renuncia constante a la propia voluntad
- La guerra declarada al egoísmo
- El sacrificio costoso de la convivencia familiar,
laboral, social y amistosa
- Y la aceptación de todos los acontecimientos

Recibir el Sacramento de la Penitencia


La Confesión convierte al pecador en estado de
pecado mortal, pródigo fuera de la Casa del Padre, en hijo
de Dios por la gracia en su propia Casa; y al pecador que
no rompe la amistad con Dios, lo hace hijo más perfecto.

No basta confesar para observar el cumplimiento


pascual, sino también para fortalecer el alma, debilitada
por el pecado leve, y mantener en forma al “hombre
viejo”, según San Pablo, que vive escondido dentro del
hombre nuevo, queriendo dar la cara.

La reparación de los pecados personales


Hay que pagar en esta vida o en la otra la pena
debida por nuestras culpas que quebrantaron la ley divina,
pues la penitencia repara la justicia divina ofendida. Es
mejor satisfacer con el sufrimiento voluntario y meritorio en
esta vida con la penitencia voluntaria que en la otra con el
Purgatorio donde se repara en justicia. La penitencia
repara los pecados cometidos.

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El cumplimiento del deber
Hacer lo que se tiene que hacer perfectamente en
todas las áreas de la obligación es una penitencia buena,
saludable y completa, que perfecciona la persona y la
santifica. Cuesta mucho cumplir las obligaciones de casa,
desempeñar un oficio que no gusta y en un ambiente
extraño con personas con las que se siente uno
mortificado, quizás más por la convivencia que por el
trabajo.

La aceptación total de sí mismo


Ser uno como es, sin poder totalmente cambiar del
todo, es una penitencia constante que humilla. Querer
dominar el genio que siempre permanece, a pesar del
esfuerzo continuado por superarlo, disgusta y humilla,
porque uno sigue siendo el mismo, queriendo ser otro y
trabajando con esfuerzo en esta costosa empresa. Es
buena penitencia trabajar en perfeccionar las asperezas
del carácter, las sensibilidades externan que surgen, sin
querer, y dominar los sentimientos internos que
permanecen ocultos y no aparecen al exterior.

La limitación de las cualidades personales


negativas
Es también fructuosa penitencia, que santifica,
aceptar los defectos físicos que tenemos, disimular las
debilidades psicológicas que tratamos de suprimir o
disimular, ocultar los pecados y faltas que se repiten y
permanecen, aunque trabajamos por eliminar o mejorar.
¡Qué penitencia más grande es luchar por reformarnos
para acabar siendo siempre casi los mismos! Dios permite
estas miserias para que sepamos que la bondad que
tenemos es gracia y los pecados y defectos morales son
cosecha personal que nos sirven de humillación propia y
comprensión para con los demás.

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La humillación de los propios pecados
Siempre confesamos los mismos pecados, y por
eso debemos evitar la tentación de decir que no merece la
pena confesar, porque no nos corregimos. Pero no es
cierto, porque no son siempre los mismos pecados sino
otros, aunque sean de la misma especie, pues son actos
distintos y en intensidad diversa. La lucha contra las
propias pasiones, que siempre permanecen esencialmente
las mismas, sin poder controlarlas o vencer totalmente, es
una penitencia muy valiosa.

La renuncia constante a la propia voluntad


Pocas veces podemos hacer lo que queremos,
pues la obligación o las circunstancias de la vida nos
obligan a hacer cosas diferentes a nuestros gustos. Es
una penitencia obligatoria hacer lo que no nos gusta,
llevarnos la contraria, porque perfecciona nuestra
personalidad y la santifica.
La guerra declarada al egoísmo
Es tarea de cada minuto mantener una guerra
constante contra el egoísmo, sin conseguir un total y
perfecto dominio de él.
Por instinto natural queremos ser algo importante y
sobresalir por encima de los demás, sobre los familiares,
amigos, compañeros o personas de nuestro entorno.
Luchar contra el egoísmo, que anida en nuestro interior y
asoma la cresta al exterior en muchas ocasiones, es una
penitencia muy provechosa para vivir el altruismo, la
entrega a los demás y matar el gusanillo de la soberbia.
El sacrificio costoso de la convivencia familiar,
laboral, social y amistosa
En realidad somos lo que somos en familia, porque
fuera de ella nos comportamos. La familia es escuela de
conocimiento humano y perfección personal; forja donde

58
nos pulimos, reformamos, aprendemos a sufrir, amar y
comprender.
En el trabajo tenemos ocasión de mortificación
constante por la obediencia al jefe que no nos gusta por su
incompetencia, su temperamento o modo de mandar.
Generalmente no hay jefe totalmente bueno ni operario
que satisfaga del todo. Por eso, en el trabajo tenemos
oportunidades diversas para ejercer una santa penitencia.
Inevitablemente el ambiente social de la
convivencia en democracia, tan liberal, de mala educación,
de estilos y modas en el vestir y en el hablar, es una
oportunidad para ejercitar la penitencia obligada y
circunstancial. El ambiente social hace sufrir y curte la piel
de nuestra sensibilidad, nos proporciona oportunidades
para vivir la virtud de la penitencia. Y la amistad, gran bien
para el hombre, aunque sea santa, es una oportunidad
para ejercitar la paciencia, pues no hay Comunidad,
incluso de vida consagrada, en la que no haya motivos de
penitencias.
Y la aceptación de todos los acontecimientos
Todo lo que sucede, por voluntad de Dios, o querido
por los hombres, y no de Dios entra dentro de la
Providencia divina en el misterio de la Salvación.

La mejor penitencia es la obligada, aquella que


cada uno tiene que sufrir en su propio estado civil o
religioso; la cruz que acontece en todas las expresiones
de la vida, que no se puede evitar, en el trabajo y en la
Sociedad. También es buena la penitencia aprovechar los
contratiempos atmosféricos, circunstanciales y sociales
que suceden inevitablemente: como son el calor, el frío, el
sueño, el cansancio, el aburrimiento, las contrariedades
inevitables, los acontecimientos que no dependen de
nosotros etc. Todas estas penitencias son sin duda,
medios de conversión y de santificación.

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La cruz es necesaria para la santificación personal
y la redención de los hombres y condición indispensable
para seguir a Jesucristo: “El que quiera venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24).
Para ir detrás de Jesús es necesario negarse a sí
mismo, que no consiste en renunciar a la propia identidad
del ser, que Dios nos ha regalado para ser otro, tener
gustos diferentes y sentir de forma distinta. Negarse a sí
mismo es romper el egoísmo del corazón y tener
encauzadas las pasiones salidas de madre, para seguir
los pasos del Señor y cargar a las espaldas la cruz
personal que Él nos manda o permite la convivencia
familiar, laboral, social y diversas circunstancias de la vida,
sabiendo que todo es gracia y concurre para el bien de los
hombres, como nos dice San Pablo.
La persona humana quedó desequilibrada por el
pecado original que rompió la perfecta armonía que existía
entre el cuerpo y el alma. Devino en consecuencia la
concupiscencia o inclinación al mal, y desde entonces
existe una lucha sin tregua, de insumisión de la carne al
espíritu, que hay que dominar con la gracia de Dios y la
penitencia. San Pablo expresa esta contienda diciendo:
“domino mi cuerpo, no sea que después de predicar a los
demás, yo quede descalificado” (1 Co 9,27). Santa Teresa
afirmaba que la penitencia debe regular las apetencias de
la carne, pues “cuanto más se da al cuerpo más pide,
porque este cuerpo tiene una falta, que mientras más le
regalan, más necesidades descubre” (Camino 11,2).

San Pablo nos dijo que nosotros tenemos que


completar lo que faltó a la Pasión de Cristo: “Ahora me
alegro de sufrir por vosotros, y por mi parte completo en mi
carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su
cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24).

60
Cuando la enfermedad terminal nos acosa con
dolor, y somos conscientes de esta realidad, nos sentimos
desprendidos de todo lo que amamos en esta vida, y no
queremos otra cosa que la salud, si es posible, o la
muerte, si no se puede vivir ya sin dolor. Con fe ya no se
quiere otra cosa que ir al Cielo.

6 Enseñanzas de la Penitencia
La penitencia es escuela de perfección evangélica
porque nos enseña:
- la humildad de aprender que necesitamos la
ayuda de los demás.
Generalmente tenemos el orgullo de creernos
suficientes para todo y que los otros nos necesitan porque
somos superiores a ellos, pero cuando nos vemos
impotentes y necesitados de cosas, nos volvemos niños o
pobres que piden con caridad ayuda;
- la necesidad de comprender a otros como
nosotros necesitamos ser comprendidos, al comprobar
que también somos de barro y pecamos;
- el ejercicio de las virtudes cristianas, pues
gracias a los defectos propios y los de los demás
descubrimos la virtudes que nos faltan y los defectos y
pecados que nos sobran.
Por consiguiente, la penitencia, de una o de otra
manera, es necesaria para la vida humana y cristiana.

61
IX SALVACIÓN DE TODOS LOS HOMBRES

1 Dios quiere que todos los hombres se salven


2 Incógnita de la salvación
3 ¿Son pocos los que se salvan?
4 Opiniones sobre la salvación

1 Dios quiere que todos los hombres se salven

“Dios quiere que todos los hombres se salven y


lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,3-4). Y para
que este deseo divino se pueda llevar a efecto, Dios
regala a cada persona humana, por medio de la Iglesia,
Sacramento universal de salvación, de muchas maneras,
las gracias que necesita para que pueda salvarse, infinitas
veces de modo misterioso. Es un secreto escondido para
el hombre el modo como Dios regala sus gracias a cada
hombre para que pueda salvarse. Teológicamente en
sentido católico por medio de la Iglesia, según su
magisterio auténtico y perenne, pero también en
suplencias infinitas, que no se pueden catalogar, porque,
en definitiva, Dios salva al hombre por su bondad,
evaluada por su infinita sabiduría misericordiosa, como
gracia santificante salvadora. La cooperación del hombre a
la gracia con el esfuerzo de sus buenas obras es
necesaria para la salvación, pero su evaluación depende
de la infinita misericordia de Dios, Padre. Cuanto mayor
sea la intensidad de amor que el hombre pone en sus
obras, mayor gracia recibe. Si el hombre muere en estado
de luz, gracia, merece la salvación con más o menos
luminosidad de gracia, según hayan sido sus obras.

2 Incógnita de la salvación
El premio de la salvación por parte del hombre
consiste en la intensidad de amor con que realiza las
buenas obras, y no en el número de obras que hace, ni el
tiempo que invierte en hacerlas. Esta doctrina está
62
enseñada en el Evangelio (Mt 20,1-16) en la parábola de los
jornaleros enviados a la viña, que en pocas palabras voy a
explicar.
Un propietario envió a distintos jornaleros a trabajar
a su viña a horas diferentes: al amanecer, a media
mañana, a mediodía, a media tarde y al anochecer; y a
todos los contrató por el mismo jornal. Cuando oscureció,
dijo el dueño de la viña a su capataz:
- Llama a los jornaleros y págales el jornal,
empezando por los últimos y acabando por los primeros.

Cuando los primeros viñadores observaron que a


los jornaleros del atardecer el capataz les pagó el jornal,
pensaron que a ellos se les iba a dar mayor, en proporción
justa a las horas que habían trabajado en la viña. Pero no
fue así, pues todos recibieron el mismo salario. Entonces
empezaron a protestar contra el propietario diciendo:
- Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los
has tratado igual que a nosotros, que hemos cargado con
el peso del día y el bochorno.
Pero él repuso:
- Amigo, no te hago ninguna injusticia ¿No te
ajustaste conmigo en ese jornal? Toma lo tuyo y vete ¿Es
que no tengo libertad para hacer lo que quiera con lo que
es mío? Y terminó diciendo: Los últimos serán los
primeros y los primeros los últimos.

¿Cómo se interpreta esta aparente injusticia?


El propietario no cometió ninguna injusticia con los
viñadores, pues a todos les pagó el salario convenido.
Pero fuera de la justicia observada, quiso ser generoso
más con unos que con otros, porque con lo suyo podía
hacer lo que quería. Con los viñadores de la primera hora
y con los otros de distintas horas obró en estricta justicia; y

63
con los de la tarde y última hora en estricta justicia y con
generosidad.
Podría interpretarse también esta parábola en el
sentido de que a todos les recompensó por igual, dándoles
el mismo salario de la gracia. Los primeros trabajaron todo
el día, pero con poca intensidad; y los de la tarde y última
hora trabajaron una hora, pero con la intensidad de los
que trabajaron más horas. Dios no paga las obras que el
hombre hace por horas, sino por intensidad de amor con
que se hacen, sean grandes o pequeñas. Se prueba esta
tesis con el ejemplo del buen ladrón, San Dimas, el primer
santo canonizado por Jesús, que consiguió la salvación de
su alma, porque se arrepintió de sus pecados y crímenes,
mereciendo el Cielo en unos instantes, por la intensidad
del amor con que se arrepintió de sus pecados y por la
generosidad de Jesús
3 ¿Son pocos los que se salvan?

El número de los que se salvan ha sido, es y será


siempre el gran interrogante para todos los teólogos,
predicadores, escritores, cristianos y pensadores de todos
los tiempos, porque nada hay revelado sobre este
particular. Es, por tanto, un misterio del amor eterno,
infinito y misericordiosamente justo de Dios Padre, que
nos redimió por medio de su Hijo, Jesucristo, Dios y
hombre verdadero, con la fuerza de la gracia del Espíritu
Santo.

En alguno de los lugares donde Jesús estableció su


centro de predicación, tal vez en una sinagoga, el Maestro
debió tratar el tema interesante de la salvación. Un oyente
interrumpiendo el discurso le preguntó:
- Señor, ¿son pocos los que se salvan?
El Maestro no respondió directamente a la
pregunta, sino que se limitó a enseñar la necesidad de

64
esforz arse para entrar en el Reino de Dios: “Esforzaos en
entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos
intentarán entrar y no podrán” (Lc 13,24).
La frase de “muchos intentarán entrar por la puerta
estrecha de la salvación y no podrán” no significa que
muchos no se salvarán, sino que cuesta mucho esfuerzo
entrar por la puerta estrecha de la salvación por propia
cuenta, y no podrán solamente por ellos mismos, porque
la salvación no depende sólo del esfuerzo humano, sino
principalmente de la gracia de Dios.
La contestación de Jesús contiene dos enseñanzas
importantes:
- la salvación exige esfuerzo personal en el ejercicio
de las buenas obras;
- y depende también, y de manera principal, de la
gracia de Dios.

La pregunta del oyente anónimo me parece que no


fue una simple curiosidad para conocer la opinión del
profeta Jesús sobre el número de los que se salvan, tema
muy discutido entonces entre los doctores y profetas del
pueblo de Israel. Más bien creo que era la manifestación
de una preocupación angustiosa que representaba el
sentir popular de gran parte del pueblo de Israel, que creía
que eran muy pocos los que alcanzaban la salvación.
Sobre este problema angustioso, los judíos tenían ideas
muy equivocadas, hasta el punto de que muchos
pensaban que era casi un privilegio en exclusiva para el
pueblo de Israel, en el que se revelaron y realizaron las
maravillas de la salvación. Los gentiles o paganos, en
cambio, pueblos no judíos, si obtenían la salvación era a
título de excepción, en virtud de la misericordia infinita de
Dios. Esta opinión es contraria a la Sagrada Escritura y
opuesta al Evangelio enseñado por Jesucristo, y la
doctrina de la Iglesia.
65
La salvación es una obra de la gracia de Dios, que
salva a los hombres como quiere y con el esfuerzo de la
libertad del hombre en sus buenas obras.

4 Opiniones sobre la salvación

Entre los teólogos principalmente antiguos había


dos opiniones distintas sobre la salvación universal de los
hombres: rigorista y optimista.

- Opinión rigorista
La opinión rigorista afirma que son muchos,
muchísimos, los hombres que no se salvan, porque según
se aprecia pocos, poquísimos, son los que trabajan por
vivir en gracia y se preocupan por la salvación eterna. La
mayor parte de la gente vive de espaldas a Dios,
obcecada en el pecado, alucinada por el mundo, el dinero,
el poder y la carne, y sin cumplir los mandamientos de la
Ley de Dios ni la doctrina de la Iglesia. En los tiempos de
mi niñez los predicadores de conferencias cuaresmales,
misiones y ejercicios espirituales nos decían que al
infierno caían las almas como las hojas de los árboles
caen al suelo en otoño; o como los copos de nieve caen a
la tierra en una intensa y prolongada nevada de invierno.
En el mundo moderno en que vivimos podemos
observar que cada vez son más los hombres que actúan al
margen de la fe y de la moral católica en un ambiente
descristianizado. La permisividad y legalización de muchos
males que atentan contra el derecho natural y la ley de
Dios es un hecho generalizado.
- Opinión optimista
La opinión optimista, muy común hoy, consiste en
creer que todo el mundo se salva, pues, los hombres por
sus debilidades constitucionales, educación distinta en
culturas y épocas diferentes, problemas familiares y

66
sociales influyen tanto en la persona que, a la hora de
pecar, no ofende a Dios tan gravemente como para
merecer el infierno eterno. Luego son mayoría los
hombres que se salvan. Hay muchos hombres buenos de
sincero corazón, cumplidores de sus deberes en la familia,
en el trabajo y en la Sociedad, que no pisan la Iglesia o la
frecuentan solamente en casos de compromiso, por
diversas razones, y, sin embargo, son mejores que
muchos cristianos, incluso piadosos. ¿Se salvan todos,
muy pocos, casi todos? La respuesta la sabe la
misericordia infinita de Dios Padre, eternamente sabio y
todopoderoso.

- Opinión misericordiosa
Sin duda alguna la opinión más aceptable es la
misericordiosa.
Nadie sabe, ni siquiera la Iglesia, el número de los
que se condenan. Sabemos que son muchos los que se
salvan, como nos consta por el libro de las canonizaciones
de los santos y mártires de la Santa Iglesia, pero no
sabemos cuántos se condenan. El Papa Juan Pablo II en
su libro “Cruzando el umbral de la esperanza” nos dice
textualmente que “cuando Jesús dice de Judas, el traidor,
sería mejor para ese hombre no haber nacido, la
afirmación no puede ser entendida en el sentido de una
eterna condenación” (Pág. 187).
Creo que lo mejor que podemos hacer para
tranquilizar nuestra inquietud sobre este espinoso y
agobiante tema es establecer unos principios seguros que
nos puedan dar luz a nuestros interrogantes y aquietar
nuestros miedos y temores.
1º La Iglesia jamás ha hablado ni puede hablar del
número de los que no se salvan, porque no está revelado.
2º Según la doctrina de la Iglesia se salva el que
muere en gracia y se condena el que muere en pecado

67
mortal (Cat 1035). “Morir en pecado mortal sin estar
arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios,
significa permanecer separados de Él para siempre por
nuestra propia y libre elección. Este estado de
autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los
bienaventurados es lo que se designa con la palabra
“infierno” (Cat 1034). ¿Pero quién sabe el que está en gracia
de Dios o en pecado mortal? ¿Quién muere en gracia o en
pecado mortal? Los juicios de los hombres no son como
los juicios de Dios, nos dice la Sagrada Escritura.
3º La moral católica nos enseña que para que un
acto sea grave o pecado mortal se necesitan tres
condiciones: materia grave, advertencia plena del acto
que se va a realzar y pleno consentimiento por parte de
la voluntad, o sea, aceptación plena de la obra mala a
sabiendas de lo que es, y libertad plena al realizarla, sin
coacción externa ni interna. Si falta alguna de estas tres
condiciones, el pecado no es grave. (Cat 1859).
En virtud de estos principios algunos pecados
objetivamente graves por su materia pasan a ser leves
por falta de plena advertencia y de pleno consentimiento
libre. Y al revés, algunos otros, cuya materia es
objetivamente leve, pasan a ser graves porque el pecador
creyó equivocadamente que era grave y lo cometió a
pesar de eso.
4º La gravedad del pecado no consiste en la simple
trasgresión voluntaria de la ley de Dios, evaluada por los
hombres, sino depende del juicio de Dios Padre,
infinitamente misericordioso, que evalúa el pecado del
hombre, su hijo, sometido a muchas debilidades, taras
hereditarias o adquiridas, desequilibrios temperamentales,
condicionamientos de todo tipo, fuertes tentaciones, a
veces insuperables, culturas diversas, educación familiar y
social y otros muchos factores.

68
En nuestro propio ambiente nos cuesta trabajo
encontrar un hombre perfecto, que guste a todos, a
muchos o a algunos. Difícilmente a uno le gusta otro
totalmente. Ni siquiera los enamorados se gustan en todo.
Dicen que Diógenes un día iluminado a pleno sol, iba con
una linterna en la mano enfocando en una plaza
abarrotada de hombres, proyectando luz sobre cada uno
de ellos. Alguien le preguntó:
-¿Qué buscas?
Él respondió:
- Un hombre.
Pero alguien le contestó:
- Si la plaza está repleta de hombres, ¿Por qué
buscas un hombre?
Él contestó:
- Busco un hombre completo, y no lo encuentro.
Es cierto que hay en el mundo hombres muy malos,
como lo atestigua la triste experiencia de nuestros días.
Pero sólo Dios sabe qué hombres cometen el pecado
grave que merezca el infierno.
5º Dios Padre juzga con su infinita misericordia al
hombre, que es su hijo, criatura suya, y no a un extraño.
¿Cómo el hijo de Dios ofenderá a su Padre y qué
pecados, actos humanos, limitados y temporales, por muy
graves que sean, merecerán el infierno eterno por castigo
de Dios Padre? ¿Quiénes serán los que realmente se
condenen? ¡Misterio!
6º Y, por último, hay que considerar que la
redención universal fue realizada por Dios hecho hombre,
por Jesucristo, que derramó su sangre divina por todos
sus hijos, los hombres. Se condenan los que rechazan
conscientemente las gracias de Dios ¿Quiénes?
¿Cuántos? Misterio del amor infinitamente misericordioso
de Dios, que el hombre no puede entender ni imaginar.

69
X MISERICORDIA DE DIOS

1 Misericordia de Dios
2 Misterio del hombre
3 Historia del misterio del pecado
4 Redención del hombre
5 La misericordia de Dios

1 Misericordia de Dios

La conversión, empresa universal de todos los


hombres, que es el paso de una vida humana a una vida
cristiana, y de una vida cristiana a una vida de
santificación o cristificación en múltiples versiones, es obra
del misterio de la omnipotente sabiduría de la justicia,
infinitamente misericordiosa de Dios, Padre, con la
colaboración del hombre.

La Sagrada Escritura y la Tradición de la Iglesia nos


dicen infinidad de veces que Dios es rico en misericordia,
atributo inconmensurable en la estimación de los hombres.
Nadie es capaz de entender, ni siquiera imaginar, qué es
misericordia en el corazón de Dios, Ser eterno, cuyo
concepto divino no cabe dentro del entendimiento creado,
limitado y defectuoso del hombre. La evaluación del
pecado, acto humano contrario a la voluntad de Dios, es
juzgado por Dios Padre que redimió al hombre con la
sangre divina de su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor.
¿Cuántos pecados de los hombres y cómo ofenderán a
Dios Padre, infinitamente misericordioso? Es una pregunta
que sólo tiene respuesta divina.

70
2 Misterio del hombre

Es un hecho evidente que el hombre es un ser


perfecto en su ser y en su funcionamiento, pero con fallos
fundamentales. Tal como existe no pudo haber sido
creado por Dios, infinitamente sabio, perfecto y
omnipotente. A la simple razón humana surge una
pregunta incuestionable: ¿Por qué el hombre, hijo de Dios,
la obra más perfecta de la Creación, es al mismo tiempo
perfecto e imperfecto? El hombre es el rey de la creación
con relativo dominio sobre muchas cosas creadas que
transforma y perfecciona. Es un microcosmo, pequeño
mundo: la síntesis de todas las cosas creadas, porque
tiene algo del reino mineral, la materia; algo del reino
vegetal, la vida, su desarrollo y la muerte; algo del reino
animal, los sentidos; algo del reino angélico, el espíritu; y
algo de Dios, la gracia, una participación analógica y real
de su misma naturaleza divina. Y al mismo tiempo está
plagado de defectos y miserias, y es esclavo de sus
pasiones y pecados. Tiene un entendimiento con
capacidad para conocer la verdad y hacer descubrimientos
sorprendentes, pero se equivoca y comete errores. Su
voluntad es capaz de amar y dar la vida por causas
nobles, y de odiar y llevar a cabo muertes horripilantes y
males que no se pueden imaginar, como lo demuestra la
historia de la vida humana. Su cuerpo, maravilla perfecta
de miembros, órganos y sentidos, armónicamente
combinados en perfección, padece desajustes, dolores,
enfermedades y muere.
La cruz entendida en el sentido de dolor es para los
agnósticos o ateos un desajuste del cuerpo animal del
hombre; para los filósofos una teoría diversa, discutible y
peregrina poco convincente; para los religiosos una
piadosa idea de fundadores de religiones falsas,
fundamentadas en supuestas revelaciones, razonadas con

71
discurso intelectual imaginario. La Palabra de Dios nos
dice que “para los judíos un escándalo, para los paganos
una locura y para los cristianos fuerza y sabiduría de Dios”
(1Co1, 22 -24).

3 Historia del misterio del pecado

La fe católica nos enseña que el hombre fue creado


por Dios en un estado original sobrenatural y
preternatural, revestido del don de la gracia; con un
entendimiento que, discurriendo, encontraba siempre la
verdad, sin jamás equivocarse; con una voluntad que
amaba sin odio ni rencor; y con un cuerpo dotado de los
dones preternaturales de la inmunidad de la
concupiscencia, del dolor, de la enfermedad y de la
muerte. De esta manera sí se concibe la creación del
hombre, obra de Dios, pues los males que existen en el
hombre no pueden haber sido creados por Dios, porque
son incompatibles con la sabiduría y bondad divina.

Pero sucedió que el hombre misteriosamente


cometió el llamado pecado original que hirió gravemente
su naturaleza, y en consecuencia, perdió la gracia
sobrenatural y los dones preternaturales, y sobrevinieron
el error, el odio, la concupiscencia, el dolor, la enfermedad
y la muerte, quedando este mundo en que vivimos
deformado por el pecado.

4 Redención del hombre

El Hijo de Dios eterno, Segunda Persona de la


Santísima Trinidad, encarnó en las entrañas virginales de
Santa María, asumió la naturaleza humana en todo menos
en el pecado; y con su vida, pasión, muerte y resurrección
redimió al hombre, devolviéndole la gracia perdida y

72
dejándole como castigo el error, la concupiscencia, el
dolor, la enfermedad y la muerte.
Porque Jesús, que es Dios, vivió, sufrió y murió
tienen sentido la vida, el dolor y la muerte. Por eso, la cruz
aceptada y sufrida por Cristo es un bien supremo para la
vida eterna del cristiano.
Cuando este mundo termine al final de los tiempos,
todos los hombres resucitaremos en Cristo, el Universo se
transformará del modo que no sabemos, y vendrán los
nuevos Cielos y la Nueva Tierra. El hombre resucitado se
transformará y quedará en un estado glorioso superior al
que tenía en el momento de ser creado. Mientras llega ese
día, el hombre padece muchas desgracias y pecados que
sólo tienen como solución global el remedio humano en lo
posible, y el principal la infinita misericordia de Dios Padre.

5 Significado de la misericordia de Dios


La palabra misericordia etimológicamente proviene
de dos palabras latinas: miserum cor, que significan
corazón misericordioso, palabras que según San Agustín
tienen el sentido de compasión interna ante la miseria
ajena, que nos mueve e impulsa a socorrerla, si nos es
posible. Sucede muchísimas veces que nos encontramos
ante muchas desgracias que no podemos remediar
físicamente, y nos limitamos a compadecernos de ellas y a
prestar a los que las padecen la ayuda que podemos; y
cuando nada podemos hacer la mejor ayuda es la oración
en la que encomendamos a Dios la mejor solución que
nosotros no podemos.
Dios es misterio absoluto en el ser y en el obrar,
que el hombre no puede entender, concebir, ni siquiera
imaginar, porque no cabe lo infinito dentro de lo finito, y lo
eterno dentro de lo temporal. Los atributos humanos que
concebimos en Dios para explicar la realidad de su Ser y
73
Obrar son conceptos imperfectos y metafóricos que no
pueden definir la infinita perfección divina. De entre ellos
hay dos, difícilmente conciliables humanamente, la infinita
justicia y su misericordia, también infinita, dos atributos
muy principales para la vida cristiana, que sólo son
conocidos y aplicados por Dios, Creador y Padre de todos
los hombres. ¿Cómo administrará Dios con los hombres,
sus hijos, su justicia conciliada con su misericordia?
¡Misterio!

Pocas virtudes se ensalzan tanto en la Sagrada


Escritura, principalmente en el Evangelio, como la
misericordia de Dios, como podemos comprobar en las
parábolas de la oveja perdida (Lc 15,1-7); del hijo pródigo (Lc
15,11-32); del siervo que debía diez mil talentos (Mt 18,23-35); del
buen samaritano (Jn 10,25-37); y en la alegoría del Buen
Pastor (Jn 10,1-21).
La misericordia la ejerció Jesús con la mujer
adúltera (Jn 8,1-119); la pecadora (Lc 7,36-50); el paralítico de la
piscina (Mc 2,1-12); y, sobre todo, con el buen ladrón (Lc 23,39-
43) a quien Jesús perdonó su escandalosa y pública vida
de pecados, robos y crímenes a cambio de una petición
de un recuerdo, hecha a Jesús, su compañero de
crucifixión, momentos antes de morir: “Señor, acuérdate
de mí cuando estés en tu Reino”. Y fue tan amplio y
generoso el perdón que Jesús le perdonó todos sus
pecados y en un instante le canonizó, mereciendo ser el
primer santo canonizado de la Iglesia. En expresión
gráfica podemos decir que el buen ladrón fue el mejor
ladrón que ha existido, porque en un instante supo robar el
corazón de Cristo y el Reino de los Cielos.
Conocemos casos de pecadores, cristianos
ingenuos, de corazón limpio y transparente, fuertes en la
fe, que fiados de sus propias fuerzas y seguros de sí
mismos, se pusieron en peligro del pecado, jugaron, como
74
niños, con el fuego de la sexualidad, queriendo no
quemarse, y se abrasaron en las llamas del pecado. Y con
el perdón de sus pecados recibieron las gracias para
corregir su presunción, conocerse a sí mismos,
comprender a los demás y utilizar la fuerza de la oración.
Los pecados infantiles de esos buenos cristianos son
como las caídas de los niños que cuando están
aprendiendo a dar los primeros pasos, haciendo pinitos,
necesitan caerse al suelo para aprender a andar.
La misericordia de Dios, aunque es esencialmente
la misma en su propia razón de ser, es moralmente
distinta en forma e intensidad para cada pecador y para
cada pecado. Dios es misericordioso con todos los
hombres y se compadece de todas sus miserias,
materiales, corporales y espirituales, las comprende y
remedia, cuando son convenientes para la vida eterna; y si
son miserias morales, pecados, los perdona, si pedimos y
esperamos su misericordia. En casos especiales, Dios
concede su misericordia a quienes quiere, porque quiere y
cuando quiere, aunque no pidan el perdón de sus pecados
ni su misericordia, como fue el caso de San Pablo, que
recibió la misericordia de Jesús, no en virtud de sus
méritos, sino por razones ocultas de la misericordia
infinita de Dios. Santa Teresita del Niño Jesús decía:
“tanto espero de la justicia de Dios como de su
misericordia”.

75
XI PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO

Jesús predicó la misericordia de Dios Padre en el


Evangelio, que es la gran noticia de la misericordia divina
explicada en muchas frases contenidas en discursos de
materias distintas; y de una manera expresiva en
parábolas, por ejemplo: el buen pastor, la oveja perdida, la
perla preciosa perdida y de manera expresivamente
literaria en la parábola del hijo pródigo, que tal vez se
podría llamar la parábola del buen Padre, que vamos a
comentar.

La llamada parábola del Hijo Pródigo es la


demostración de la misericordia del Padre con sus hijos,
los cristianos convertidos. El hijo menor o pródigo se
marcha de la Casa del Padre para liberarse de la disciplina
y buscar la libertad en el mundo, y lo que encuentra es el
desengaño y la esclavitud de vicios. Y hundido en la
miseria y muerto de hambre, rompiendo todos los temores,
decide volver, en calidad de criado, no de hijo, a la Casa
del Padre, que le estaba esperando con los brazos
abiertos; y lo que encuentra es la libertad y el Padre de
siempre, que no conocía. Representa a los cristianos
pecadores que dejan a Dios para ser libres en el mundo, y
desengañados, vuelven a la Casa del Padre, donde
encuentran la libertad, la paz y la felicidad.

El hijo mayor, que siempre estuvo en la Casa del


Padre bajo su obediencia, pero con indiferencia, frialdad o
tibieza, representa a los pecadores que cumplen con la
Iglesia en estado de pecado venial habitualmente, sin
lucha por el progreso espiritual. Y cuando vuelve su
hermano a Casa, y sabe que su Padre ha recibido a ese
hijo suyo con banquete y música, no quiere volver a Casa,

76
representa a los pecadores que están en la Iglesia, Casa
del Padre, pero lejos del corazón del Padre.
En definitiva, la misericordia de Jesús está
expresada en esta parábola para todos los cristianos
pecadores que se arrepienten y vuelven a la Casa del
Padre.
Hagamos un comentario sobre la parábola,
explicando tres puntos destacados:

1 El hijo menor
2 El hijo mayor
3 El padre

1 El hijo menor
El hijo menor pide la herencia que no le
corresponde al padre para marcharse de casa; y él la
reparte entre los dos. A los pocos días, se marchó de casa
a un país lejano porque quería ser libre, y no vivir bajo la
obediencia del padre y de la disciplina de la casa; y lo que
consiguió fue no la libertad sino el libertinaje, la esclavitud
de sus pasiones.

Libre ya de la obediencia, derrochó la hacienda


viviendo como un perdido entre amigotes, comidas juergas
y diversiones. Cuando se le acabó el dinero, sobrevino en
aquel país el hambre, y empezó él a pasar necesidad. No
encontrando trabajo, se vio obligado a ponerse a servir a
un amo, desempeñando el oficio bajo y denigrante de
guardar cerdos, hasta el extremo de que quería llenar su
estómago de las algarrobas que comían los cerdos, y
nadie, se las daba.
En esa gravísima necesidad, se acordó de su
padre y de su casa y pensó: ¡Cuántos jornaleros de mi
padre están hartos de pan, mientras que yo aquí me
muero de hambre!

77
Dios permite al pecador, hundido en la miseria, que
padezca males para que vuelva a Dios y compruebe que
lo que había dejado era mucho mejor que lo que encontró.
El mal es en algunas personas una ocasión para que
venga el bien, por aquello de que “no hay mal que por
bien no venga.”

El hijo pródigo examina detenidamente su penosa


situación, y entre tentaciones y luchas interiores de
vergüenza y confianza en el padre, decide ponerse en
marcha a su encuentro, con el deseo de pedirle perdón y
un puesto de trabajo en su casa, en calidad de siervo.
Se puso en camino a la casa del padre, y se
encontró con la sorpresa de que le estaba esperando a la
entrada del pueblo: Cuando aún estaba lejos, su padre le
vio, y, lleno de emoción, fue corriendo a echarse al cuello
de su hijo y le cubrió de besos.

Cuando por nuestros pecados queremos volver a


Dios arrepentidos, resulta que antes que lleguemos al
Padre, Él ya nos está esperando. El encuentro del pecador
con Dios no es una casualidad sino la causalidad del
amor.
El hijo confesó delante del padre su pecado, y él, en
vez de reprenderle o hacerle los cargos, le recibe como
hijo, manda a sus criados cambiarle el vestido, ponerle un
anillo en su mano, y sandalias en sus pies, matar el
ternero y celebrar un banquete con música, porque este
hijo había muerto y ha resucitado. El hijo se quedó en la
casa con el padre durante toda su vida.

En el hijo menor están simbolizados los cristianos


que estuvieron un tiempo en la Iglesia, a bien con Dios, y
buscando la libertad cayeron en la degradación de la vida

78
de pecado, siendo esclavos de sus pasiones, y no señores
de ellas.

2 El hijo mayor
El hijo mayor estuvo siempre trabajando en la casa
del padre cumpliendo sus órdenes, pero lejos de su
corazón. Cuando se enteró por un criado de la casa del
comportamiento de su padre con su hermano menor, a
quien había recibido a bombo y platillo, regalándole un
traje de fiesta, celebrando un banquete con música y todo,
se enfadó y no quería entrar en casa. El padre salió a su
encuentro y trató de persuadirle, pero él, enfadado,
manifestó sus quejas, aparentemente justas: “Estoy
siempre en tu casa sin desobedecer jamás tus órdenes, y
nunca me diste un cabrito para divertirme con mis amigos”
(Lc 15,29). En cambio, cuando volvió ese hijo tuyo, no mi
hermano, después de haber derrochado tu fortuna
pecando con mujeres, premias su vuelta y celebras una
fiesta. Pero el padre le hizo los razonamientos: Deberías
alegrarte porque tú siempre has estado conmigo, todo lo
mío es tuyo, en cambio, tu hermano estaba perdido y lo
hemos recuperado.

Las quejas del hijo mayor se explican


humanamente, porque el comportamiento del padre con el
hijo menor suscitó la envidia en el hermano mayor. Pero
como el padre de la parábola era Dios, Padre único, es
una explicación del amor de Padre, excepcional, para con
todos sus hijos pecadores. Y parece más y mejor padre
para los hijos que más lo necesitan, como hacen los
padres de la tierra.
El hijo mayor no reconoce a su hermano, como
hermano, sino como hijo de su padre. Y el que no
reconoce al hombre como hermano, no puede ser
verdadero hijo del Padre.

79
En el hijo mayor pueden estar significados los
cristianos, practicantes de toda la vida, que estamos en la
Iglesia, simplemente cumpliendo las leyes con
indiferencia, tibieza o rutina, pero lejos del corazón de
Dios, Padre; y nos molesta que los hermanos
arrepentidos, que llevaron una vida de pecado, vuelvan a
la Iglesia y reciban un trato de fiesta.

3 El padre
La figura del padre es un personaje ideal, único,
excepcional, de bellísima ficción literaria, no real, un padre
puramente imaginario que no corresponde a la realidad de
un padre de la tierra, porque representa a Dios, Padre,
que no tiene parangón. El padre de esta parábola
trasciende la concepción humana de los cuentos
didácticos de la más sublime imaginación.

El padre reparte la hacienda entre los dos hijos (Lc


15,12) simplemente porque se la pide el hijo menor,
sabiendo que no era bueno y estaba harto de estar en su
casa, sometido a la obediencia para vivir su vida en
libertad.
Ningún padre de la tierra da la hacienda al hijo que
se quiere marchar de casa a derrochar su fortuna en vicios
y pecados. La hacienda se hereda o se reparte en vida, si
quieren los padres, cosa no aconsejable, y no porque se la
pida el hijo.

El padre vio al hijo que volvía a casa cuando aún


estaba lejos, porque estaba esperando siempre su vuelta
(Lc 15,20). Un buen padre siempre espera el regreso del hijo
que se marcha de casa, aunque sea malo. La psicología
humana me hace pensar que el padre se asomaría
frecuentemente a la azotea para ver el último lugar, que

80
quedó fijado en su memoria, por donde perdió de vista a
su hijo, con la esperanza de volverle a recuperar.
Cuando el padre vio de lejos al hijo que regresaba,
emocionado echó a correr, siendo mayor, cosa
significativa pues los mayores no pueden correr, y cuando
llegó a donde estaba él se echó al cuello de su hijo y le
cubrió de besos (Lc 15,20), antes de que le pidiera perdón.
Cuando el hijo, arrepentido de su pecado, le pidió perdón
a su padre y un puesto de trabajo en la servidumbre de su
casa, el padre mandó vestirle con un traje de fiesta,
ponerle un anillo, calzar sus pies con sandalias nuevas,
signos de verdadero hijo, y mandó celebrar un banquete
con música (Lc 15, 21-24).

Lo mismo pasó con el hijo mayor. Cuando


regresaba del campo y se acercó a la casa, al enterarse
de la fiesta que había organizado su padre porque había
vuelto su hermano, se enfadó y no quería entrar. Pero el
padre salió a su encuentro, le hizo los razonamientos
oportunos, y le persuadió a que entrara. Pero él le dio las
quejas, muerto de envidia. No sabemos si los
razonamientos persuasivos del padre hicieron que el hijo
mayor entrara en la casa del padre, tal vez sí. Y ambos
hijos vivirían juntos con los roces normales de hermanos,
pero cada hijo encontraría distintamente en su casa a su
padre. La parábola deja en suspense ese detalle.

La presente parábola nos enseña que Dios es


Padre de todos los pecadores, y está deseando y
preparado para que vuelva el hijo para perdonarlo, de
cualquier manera que haya sido su vida de pecado, pues
su corazón es infinito de amor y perdón para sus hijos, por
muy pecadores que sean.

81
XII MUERTE Y SUFRAGIOS

La vida cristiana es una permanente conversión de


perfección cristiana de preparación para la muerte.
Vivimos muriendo cada día un poco, porque la vida es una
muerte lenta. Hablemos de la muerte en sentido cristiano.

1 La muerte
2 En la vida y en la muerte somos del Señor
3 Sentido cristiano de la muerte
4 Sufragios

1 La muerte
La muerte considerada desde el punto de vista
biológico tendría que haber sido un hecho natural al
hombre, si Dios no le hubiera regalado en su creación el
don preternatural de la inmortalidad. Pero desde el punto
de vista teológico es un mal de origen, porque es
consecuencia del pecado original, causa de todos los
males del mundo, y tiene razón de castigo, como nos
enseña la fe de la Iglesia. La muerte con la redención de
Jesucristo adquiere el carácter de gracia que Dios
concede al hombre, en virtud del misterio pascual de la
muerte y resurrección de Jesús.

¿La muerte es mala o buena?


Depende. Considerada en sentido humano es mala
para los que tienen buena salud, viven bien y todo va
viento en popa, porque en este caso la muerte es la
privación del bien de la vida y de sus bienes; y es buena
para los enfermos psiquiátricos o terminales que viven con
dolores irresistibles, inaguantables, porque la vida es un
sufrimiento constante y la muerte es la liberación de un
mal, mejor que la vida.

82
En sentido teológico, miradas las cosas desde la
óptica de la voluntad de Dios la vida y la muerte son
bienes, porque no es mejor la vida que la muerte, sino lo
que Dios quiera. Para los santos que desean terminar esta
vida de valle de lágrimas para empezar a vivir
eternamente con Dios en el Cielo, en visión y gozo, la
muerte es el mejor que la vida.

2 En la vida y en la muerte somos del Señor


Nos dice San Pablo: “en la vida y en la muerte
somos del Señor” ( ). El fin del hombre en la tierra es dar
gloria a Dios, alabarle y bendecidlo, y el último conseguir
la vida eterna en el Cielo. Todo lo demás está subordinado
a este fin. Es bueno todo lo que nos lleva a Dios y malo lo
que de Él nos separa, como dice San Ignacio de Loyola en
el principio y fundamento de su libro de Ejercicios
espirituales. De lo que se deduce que lo mismo da vida
larga que vida corta, salud que enfermedad, pobreza que
riqueza, vida que muerte. Lo bueno es lo que Dios quiere.

3 Sentido cristiano de la muerte


El sentido de la muerte es muy diferente para los
creyentes.
Para los que no tienen fe, y la vida les sonríe, la
muerte es una desgracia, porque es la privación de la vida,
que es un bien; el fin biológico del ser; y es mejor morir
que vivir mal.
En cambio, para el hombre de fe la muerte es:
- gracia porque por la muerte de Cristo el hombre
ha recuperado la vida eterna, y para quien muere en
estado de gracia la muerte es la última gracia que Dios le
concede, circunstancia necesaria para pasar de la vida
terrena a la vida eterna del Cielo, que nunca termina;
- premio porque con la muerte el hombre recibe el
premio de sus obras, la gloria eterna;

83
- una construcción porque el que muere y se salva
reconstruye temporalmente la parte principal de su
persona, el alma resucitada, en espera de recuperar
también el cuerpo resucitado para gozar con Dios
eternamente en el Cielo, al final de los tiempos.

La visión cristiana de la muerte se expresa de modo


privilegiado en el prefacio de difuntos: “La vida de los que
en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al
deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una
mansión eterna en el Cielo”. Luego la muerte es un
cambio de vida, una transformación del ser en otro mejor.

Lo importante no es el hecho físico de dejar de


vivir, morir a consecuencia de esta o aquella enfermedad;
ni de una manera u otra; ni el dónde, en este lugar o en
otro. Es el hecho moral de cómo se muere, en estado de
gracia o de pecado: morir eternamente para el cielo o para
el infierno. Este es el problema personal que cada uno
tiene que tener siempre planteado durante toda la vida y
por el que tenemos que luchar: vivir en gracia de Dios para
merecer, a la hora de nuestra muerte, la gracia del
premio y la reconstrucción del ser en el Cielo.

Porque Cristo murió la muerte del cristiano tiene un


sentido positivo, como dice el apóstol San Pablo: “Para
mí, la vida es Cristo y morir una ganancia” (Flp 1,21) “Es
cierta esta afirmación: si hemos muerto con Él, también
viviremos con Él (2 Tm 2,11). Por el bautismo, el cristiano está
ya sacramentalmente “muerto con Cristo” al pecado, para
vivir una vida nueva; y si morimos en la gracia con Cristo,
la muerte física consuma “este morir con Cristo” y
perfecciona así nuestra incorporación a Él en su acto
redentor (Cat 1010).

84
En la muerte, Dios llama al hombre hacia a sí como
a hijo suyo para que sea él mismo totalmente trasformado
en gloria eterna con Cristo resucitado. Por eso, el cristiano
puede experimentar hacia la muerte un deseo semejante
al de San Pablo: (Flp 1,23). “Yo quiero ver a Dios y para verlo
es necesario morir (Santa Teresa de Jesús, vida 1). “Yo no muero,
entro en la vida”, decía Santa Teresa del Niño Jesús.

La muerte es el fin de la peregrinación del hombre


en la tierra, tiempo de gracia y de misericordia, que Dios le
ofrece para decidir su último destino. Cuando el cristiano
ha vivido el fin último de su existencia, morir es una
trasformación del ser. “Está establecido que los hombres
mueran una sola vez” (Hb 9,27). Por consiguiente no hay
“reencarnación” después de la muerte (Cat 1013).

La Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de


nuestra muerte, luchando contra el pecado, cumpliendo la
voluntad de Dios y haciendo todo el bien que esté en
nuestra mano, confiando en la misericordia infinita de Dios
Padre, que nos ha redimido con la sangre divina de su
Hijo, Jesucristo, nuestro Señor; y a pedir a la Madre de
Dios que interceda por nosotros “en la hora de nuestra
muerte” (Ave maría); y a confiarnos a San José, patrono de la
buena muerte (Cat 1014).
El libro de la Imitación de Cristo nos dice: “Habrías
de ordenarte en toda cosa como si hubieses de morir. Si
tuvieses buena conciencia, no temerías la muerte. Mejor
sería huir de los pecados que de la muerte. Si hoy no
estás aparejado, ¿cómo lo estarás mañana?”

Acaso has vivido toda tu vida consecuentemente


con la fe católica, con alternancias de miserias, pecados y
caídas infantiles o adultas por presunción, inconsciencia o
fragilidad humana. Caíste porque te soltaste de la mano

85
de Dios a tirones, que te hicieron caer al suelo, pero
siempre que te caías, Dios te levantaba en vilo con las dos
manos. No te angusties por tus pecados, ni temas a Dios a
quien has ofendido, repara tu pasado con tu vida presente
de arrepentimiento y buenas obras, y no olvides que todo
es gracia para quien siempre ha querido caminar de pie,
ha confesado sus pecados y ha caído por equivocación o
ignorancia.

4 Sufragios
Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la
memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor,
en particular el sacrificio eucarístico (DS 856), para que, una
vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios; y
recomienda también las limosnas, indulgencias y obras de
penitencia en favor de los difuntos (Cat 1032). Esta enseñanza
se apoya también en la práctica de la oración por los
difuntos, de la que habla la Escritura: Por eso mandó (Judas
Macabeo) hacer este sacrificio expiatorio en favor de los
muertos, para que quedaran liberados del pecado (2 M 12,46).
El modo como se aplican estas ayudas espirituales
pertenece al secreto de la sabiduría de Dios, infinitamente
misericordiosa.
En general cualquier obra buena que se hace, como por
ejemplo ejercer una obra de misericordia: visitar a los
enfermos, socorrer a los pobres, enseñar al que no sabe,
corregir al que se equivoca etc...
Especifiquemos los principales sufragios que
podemos hacer por los difuntos:
- la oración como el padrenuestro, el ave María, el
credo, la Salve u otras oraciones o con la comunicación
con Dios mediante palabras, pensamientos piadosos,
sentimientos fervorosos o santos deseos;
- el dolor físico o psíquico que tenemos que
padecer en nuestro propio cuerpo;
- el sufrimiento de la convivencia familiar, laboral,
amistosa y social;

86
- el trabajo agradable, duro y costoso, y acaso no
bien remunerado, de cada día en ambientes poco
humanos y descristianizados;
- el arrepentimiento de nuestros pecados en la
presencia del Señor;
- la limosna que se da por los difuntos para la
celebración de la santa misa, a la Iglesia o a los pobres;
- y, sobre todo, el sacrificio de la Santa Misa, el mejor y
más valioso de todos los sufragios.

87
XIII JUICIO PARTICULAR

1 Juicio particular
2 ¿Dónde tendrá lugar el Juicio particular y
cómo será?
3 ¿Cómo será?

1 Juicio particular
Inmediatamente después de la muerte, es decir, en
el mismo momento en que el alma se separa de su
cuerpo, el hombre es juzgado por Jesucristo sobre las
buenas o malas obras que haya hecho durante su vida
para recibir eternamente el premio o castigo que haya
merecido: el Cielo inmediato, o aplazado en el Purgatorio,
o el Infierno.
Si el hombre al morir necesita ser purificado en el
alma de sus pecados y penas temporales, padecerá
temporalmente el Purgatorio, antes de gozar de Dios en el
Cielo para siempre. La sentencia definitiva, completa,
personal, en cuerpo y alma, tendrá lugar después en el
Juicio final, cuando los cuerpos resucitados se unan a sus
respectivas almas para gozar gloriosamente de la visión
eterna de Dios en el Cielo, o padecer su ausencia eterna,
si están en el Infierno. Entonces cesará el Purgatorio.
2 ¿Dónde tendrá lugar el Juicio particular?
No se sabe, pero parece lo más probable que Jesús
glorioso se hará presente al alma en el mismo lugar donde
el hombre muere. El alma separada del cuerpo no puede
subsistir ni un instante en la eternidad, sin que antes sea
juzgada. Nadie imagine que el alma, desposeída de su
cuerpo, se traslada al trono eterno de justicia, ubicado en
un lugar desconocido de la eternidad, para ser juzgada.
El juicio se realizará en un instante que no se puede
concebir en tiempo ni en fracciones de segundos, por

88
ejemplo, pues la eternidad no cabe dentro del cómputo
del tiempo. Cuando el alma sea juzgada por Jesucristo,
verá claramente que la sentencia será justa e inapelable,
y acatará el juicio eterno de Dios.
Si el alma muere en gracia de Dios, una vez
juzgada por Jesucristo, verá con claridad meridiana a la
Santísima Trinidad, tal cual es en sí misma, sin misterios,
unidad en trinidad divina de Personas y con más
perfección y profundidad que nosotros vemos las cosas de
este mundo. Contemplará a la Virgen glorificada en cuerpo
y alma, a todos los santos y ángeles, conocerá totalmente
con gloria celeste los misterios que ahora creemos por la
fe, y verá con intuición divina todas las incógnitas
desconocidas por los sabios de este mundo. En esta
visión de Dios Uno y Trino y de todos los seres del Cielo
consiste el gozo infinito de la gloria eterna, que no se
puede ni imaginar.
Si el alma muere en estado de pecado mortal, verá
a Jesús hombre, no resucitado, tal cual vivió en la Tierra,
pero con la certeza absoluta de que es Dios, objeto de
condenación para ella: privación de la gloria eterna de
Dios y de su esplendor. En cambio, si el alma necesita la
purificación del Purgatorio temporalmente, verá a Jesús
resucitado, pero no plenamente glorificado. Yo imagino
que la visión de Jesús para el alma que merece el
Purgatorio será parecida, pero más perfecta y mejor, que
la visión que tuvieron los discípulos preferidos de Jesús en
el monte Tabor: un estado de gozo inexplicable por haber
conseguido la salvación eterna, mezclado con una pena
inimaginable por tener que esperar en el Purgatorio un
tiempo para conseguir ver a Cristo glorioso y resucitado y
el Cielo.
3 ¿Cómo será?

89
El modo con que se realizará el juicio particular es
totalmente desconocido, pues nada ha sido revelado sobre
este tema, ni nadie que haya sido juzgado en el otro
mundo ha venido a explicarlo. Es cierto que algunos
santos en videncias místicas nos explican el estilo del
juicio particular, pero se trata de revelaciones privadas que
tienen muchos soportes humanos de imaginación
personal, mezclados con fantasías que no tienen base
científicamente teológica.
Por supuesto, no hay que pensar que el juicio se
desenvolverá al estilo humano, pues Jesucristo, que es
Dios, conoce hasta el último pensamiento del hombre con
sabiduría infinita y juzgará con eterna justicia
misericordiosa todos los pecados del hombre. No será
necesario entonces testigos, ni abogados, ni fiscales, pues
en un abrir y cerrar de ojos, digámoslo con expresión
humana, la sentencia definitiva será tan justa que no
admitirá recurso alguno.
Veamos lo que dice el Catecismo de la Iglesia
Católica respecto del Juicio particular:
“La muerte pone fin a la vida del hombre como
tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia
divina manifestada en Cristo” (2 Tm 1,9-10). El Nuevo
Testamento asegura reiteradamente la existencia de la
retribución inmediata después de la muerte de cada uno,
como consecuencia de sus obras y de su fe, como, por
ejemplo:
- en la parábola del pobre Lázaro (Lc 16,22);
- en las palabras de Cristo en la cruz al buen ladrón
(Lc 23,43);
- y otros textos (2 Co 5,8; Flp 1,23; Hb 9,27;12,23; Mt 16,26 ;Cat
1021)”.

“Cada hombre, después de morir, recibe en su alma


inmortal su retribución en un Juicio particular que refiere

90
su vida a Cristo, bien a través de una purificación (Conc de
bien
Lyón: DS 857-858; Conc Florencia: DS 1304-1306; Cc Trento: DS 1820),
para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del
Cielo (Benedicto XII: DS 1000-1001), bien para condenarse
inmediatamente para siempre” (Benedicto XII: DS 1002; Cat 1022).

91
XIV PURGATORIO

1 Naturaleza del Purgatorio

Después de la muerte ya no hay capacidad de


mérito, ni de pecado. Es el momento de recibir el premio
temporal en el Purgatorio hasta el día del juicio, el Cielo o el
infierno. Copiamos al pie de la letra lo que dice el
Catecismo de la Iglesia católica del Papa Juan Pablo II
sobre el Purgatorio.

“Los que mueren en gracia y en la amistad de Dios,


pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de
su eterna salvación, sufren después de su muerte una
purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para
entrar en las alegrías del Cielo” (Cat 1030). “La Iglesia llama
Purgatorio a esta purificación final de los siglos que es
completamente distinta del castigo de los condenados. La
Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al
Purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia y de
Trento” (DS 1304; 1820; 1580).
La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos
textos de la Escritura (por ejemplo (1 Co 3,15; 1 P 1,7) habla de un
“fuego purificador” (Cat 1031), que se interpreta simbólicamente
en sentido de pena espiritual y no en sentido material físico.

El Purgatorio es un lugar “espiritual” de purificación


donde las almas que mueren en estado de gracia se
purifican, de la manera que Dios sabe, y los cristianos
creemos por fe. Son espeluznantes las afirmaciones,
totalmente gratuitas o imaginaciones personales, que
algunos escritores antiguos y santos visionarios hacen del
Purgatorio: las mayores penas de este mundo son las más
pequeñas que sufren las almas del Purgatorio; y ponen la
carne de gallina no pocas representaciones de cuadros,
generalmente poco artísticos, donde se ven cristianos,
obispos y hasta papas quemándose al vivo entre llamas. Yo
creo que estas figuraciones no se pueden deducir de la
doctrina de la Iglesia, aunque hay teólogos clásicos que lo
aseguran. Estoy personalmente seguro de que no todos los

92
cristianos que mueren tienen que pasar forzosamente por el
Purgatorio, pues algunas penas de esta vida valen para la
purificación que se necesita para entrar en el Cielo,
inmediatamente después de la muerte. La certeza de la
salvación eterna con la esperanza de ver y gozar de Dios
me parece que supera el sufrimiento temporal que se pueda
padecer en el Purgatorio. Esta teoría se puede explicar, tal
vez, con dos ejemplos humanos.
Si un hombre que no tiene plaza fija en el trabajo, y
después de muchos esfuerzos consigue, mediante una
oposición difícil y reñida, una plaza fija, especialmente
retribuida, en el Estado o en una empresa mundialmente
reconocida, pero tiene que esperar un tiempo para
disfrutarla, goza más por la seguridad de haberla ganado
que sufre por tener que esperar un tiempo para disfrutarla.
Si el que está ciegamente enamorado de una
persona sabe con seguridad que se va a casar con ella,
pero debe estar sin verla durante un tiempo determinado,
goza sufriendo, pues la seguridad de poder casarse con la
persona amada es una alegría superior a la pena que
padece por tener que esperar el día de la boda.

93
XV CIELO

1 Naturaleza del Cielo


2 Conocimiento de los misterios de la
Naturaleza
3 Conocimiento de los misterios de fe
4 Conocimiento de las cosas de la Tierra

1 Naturaleza del Cielo


La vida del cristiano es de fe, por la que sabemos lo
que es el Cielo, de una manera genérica, imprecisa,
analógica, incompleta, pues el pobre hombre con su
entendimiento limitado no puede conocer las realidades
sobrenaturales.
En el ordinario de la Santa Misa, y sobre todo en las
oraciones de la Colecta y postcomunión, se respira
siempre un ambiente de eternidad gozosa que pedimos y
esperamos conseguir con la gracia de Dios.
Teniendo en cuenta los elementos que nos facilita
la fe, enseñada por la Iglesia y explicada por los teólogos,
el Cielo puede concebirse como un lugar, distinto a los
lugares físicos de la Tierra que conocemos, y distinto a los
otros que existen en el espacio del Universo, conocidos o
por conocer, y distinto también a los que puede conocer el
entendimiento humano con el discurso filosófico o se
puede imaginar. En el Cielo habitan los espíritus, que no
tienen materia, y habitarán después del fin del mundo los
cuerpos gloriosos, cuyas dotes no son conocidas por la
razón humana. Pero ciertamente el Cielo tiene que estar
en algún lugar, que podríamos llamar “espiritual”. ¿Cómo
se puede concebir un lugar espiritual, donde habitan los
ángeles y las almas de los santos, Jesucristo resucitado y
glorioso, María resucitada, y que será la estancia eterna
de los cuerpos resucitados, cuando termine este mundo
en el que vivimos? De ninguna manera.
94
El Cielo es también un estado de la visión intuitiva,
pura y simple de la divina esencia del misterio de Dios Uno
y Trino, en sí mismo, sin medios ni discursos, de manera
inmediata y directa.
Copiamos lo que dice la Iglesia y recoge el
Catecismo de la Iglesia Católica de Juan Pablo II:
“Este misterio de comunión bienaventurada con
Dios y con todos los que están con Cristo sobrepasa toda
comprensión y toda representación. La Escritura nos
habla de ella en imágenes: vida, luz, paz, banquete de
bodas, vino del reino, casa del Padre, Jerusalén celeste,
paraíso: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón
del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le
aman” (1 Co 2,9; Cat 1027).
¿Qué significa la visión de Dios?
Cuando dos personas se aman mucho, estar sin
verse, aunque sólo sea un día, parece una eternidad; y
cuando se ven y están juntas gozan y alimentan el amor
viéndose temporalmente, pero la visión mutua no satisface
plenamente el amor de ambos, porque cada persona tiene
su propia vida y sus deseos quedan insatisfechos; y el
tenerse que separar y dejar de verse produce una especie
de purgatorio. Ver a Dios y gozar de Él eternamente es la
esencia del Cielo: contemplar con una mirada, jamás
interrumpida, la naturaleza divina, “tal cual es” en Trinidad
de Personas, sin misterios; es contemplar con visión de
gozo eterno cómo la increada Persona del Padre
engendra eternamente a su Hijo, el Verbo o Palabra, y
cómo es la inefable espiración del Espíritu Santo, término
del amor mutuo del Padre y del Hijo, unidos en la más
íntima difusión de si mismos.
Es imposible en esta vida ver a Dios con los ojos
corporales, como nos dice San Juan: “Nadie ha visto

95
jamás a Dios” (1 Jn 4,12). Es posible que la Virgen María
cuando vivía en la Tierra tuviera en algunos momentos
reflejos analógicos de la gloria de Dios eterna, pues vivía
la fe con esperanza en la máxima contemplación mística
que se puede dar en criatura alguna; y es posible también
que algunos privilegiados santos, como por ejemplo San
Pablo y acaso Santa Teresa de Jesús, participaran en esta
vida de algunas ráfagas simbólicas del gozo de Dios en el
Cielo. “A causa de su trascendencia, Dios no puede ser
visto tal cual es más que cuando Él mismo abre su
misterio a la contemplación inmediata del hombre y le da
capacidad para ello. Esta contemplación de Dios en su
gloria celestial es llamada por la Iglesia “la visión beatífica”
(Cat 1028).

Para ver a Dios es necesario que el alma esté


transformada sustancialmente por medio de una gracia
especial, llamada comúnmente por los teólogos luz de la
gloria, que emana de la esencia misma de la gracia
glorificada, producida y trasmitida por Jesucristo
resucitado y glorioso ¿Cómo? Esa gracia divina,
totalmente desconocida en la teología, verifica un cambio
radical en el entendimiento para que pueda
espiritualmente ver con el entendimiento a Dios; y “deifica”
la voluntad potenciándola para poseer y gozar de Dios
eternamente en un estado perfecto y acabado de felicidad,
que sacia totalmente todas las apetencias del ser humano.
Viendo a Dios en su esencia divina, se conoce todo lo que
se puede conocer y se goza de todo lo que se puede
gozar, de tal manera que el bienaventurado es totalmente
y para siempre feliz. Después, al fin del mundo, los
cuerpos resucitarán y se unirán a sus propias almas ya
resucitadas para gozar eternamente del Cielo, de manera
que ninguna criatura, no glorificada, puede explicar ni
imaginar. Esta gracia no es otra cosa que el fruto de la

96
semilla de la gracia que recibimos en el bautismo (Rm 6,23),
que creció con las buenas obras en el estado de
peregrinación hacia el Cielo.
El catecismo antiguo de Ripalda, que los mayores
estudiamos de niños, define el Cielo con estas palabras:
”El Cielo es el conjunto de todos los bienes sin mezcla de
mal alguno” Y el de la Iglesia Católica de Juan Pablo II lo
define de esta manera: “El Cielo es la vida perfecta con la
Santísima Trinidad, comunión de vida y de amor con Ella,
con la Virgen María, los ángeles y todos los
bienaventurados, donde los que mueren en gracia y la
amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven
para siempre con Cristo. Es una verdad de fe” (Cat
1023.1024.1028;Benedicto XII; DS 1000; Cf. LG 49).

En el Cielo, además de ver y vivir la comunión de


vida y de amor de la Santísima Trinidad, se goza de la
amable compañía de todos los bienaventurados, de
manera que cada cual participa de los bienes de todos,
como si fueran propios, y ama a los demás como así
mismo; y el gozo de cada uno se ve aumentado
accidentalmente por el gozo de todos.
En el Cielo existen diferentes intensidades de
bienaventuranza. Cada uno recibirá el grado de Cielo que
por sus obras haya merecido en la Tierra (1 Co 3,8; Mt 16,27).
Unos verán a Dios y gozarán de Él con mayor perfección
que otros, pero el objeto visto y poseído, Dios, Uno y
Trino, es sustancialmente el mismo para todos.
Esta desigualdad de visión de Dios es aparente,
pero no real, pues cada bienaventurado ve y goza de Dios
cuanto puede, siendo eternamente feliz. Valga un ejemplo.
Supongamos que en una familia una madre regala a cada
uno de sus ocho hijos un traje de la misma tela, de valor
incalculable, para que estuviera vestido a medida. Todos
estarían felices al estar vestidos con la misma tela, aunque

97
fuera en cantidad distinta en cada uno, porque cada cual
se vería vestido con la tela que necesita su complexión
física, sin que haya entre ellos presunción ni envidia. Así
pasa en el Cielo, que cada bienaventurado participa de la
misma gloria que le corresponde, según la infinita justicia
bondadosa de la voluntad de Dios; y todos los
bienaventurados unidos por el mismo Amor con que se
aman entre si, se alegran mutuamente del bien de todos,
disfrutando del de los demás como bienes propios.
Los bienaventurados en el Cielo no experimentan
tristeza por las desgracias de sus familiares, ni por los
infortunios de los hombres, porque ven que Dios impone los
castigos justos que merecen, según su infinitamente justicia
divina, misericordiosa. Esta realidad sobrenatural que hiere
la sensibilidad humana, San Agustín la explica con estas
bellísimas palabras: Es “desventurado el hombre que
conoce todas las cosas, pero no te conoce a ti; y, en
cambio, feliz y dichoso el que te conoce a ti, aunque ignore
todas las demás cosas. Y el que te conoce a ti y a ellas, no
es más feliz por ellas sino porque te conoce a ti”

2 Conocimiento de los misterios de la Naturaleza

Al ver, poseer y gozar de Dios en el Cielo, se


conocen todos los misterios de la Naturaleza, hasta la
mayor profundidad de la esencia íntima de cada ser, sin
ningún género de duda, ni dificultad alguna.
Generalmente se entiende en la teología católica
que los bienaventurados en el Cielo conocen
perfectamente:
- todas las ciencias naturales en sí mismas en sus
causas y efectos;
- todos los conocimientos que el hombre deseó
conocer en el mundo;

98
- el secreto de los seres marítimos que viven debajo
de las aguas;
- la naturaleza de las configuraciones geográficas;
- la esencia y composición de todas las cosas que
pertenecen al reino mineral, vegetal y animal;
- el misterio de la vida de todos los seres vivientes
que pueblan el Universo, con sus géneros y especies,
transformaciones y evoluciones;
- el espacio con todas y cada una de sus astros:
estrellas, planetas, satélites y otros cuerpos celestes;
- en fin, todo, absolutamente todo lo que ha sido
creado: visible e invisible, conocido o por conocer.
Los sabios de este mundo son unos pobres
ignorantes y analfabetos al lado del último de los
moradores del Cielo. Forzosamente los santos del Cielo
tienen que entender lo que el entendimiento humano quiso
y no pudo entender en la tierra.
3 Conocimiento de los misterios de fe
Además de conocer todo lo que es cognoscible en
este mundo en la esencia divina de Dios, Uno y Trino, los
ángeles y santos en el Cielo ven, como si fuera en una
pantalla, los misterios sobrenaturales que en el mundo se
creen por la fe:
- la perfección de Dios en si mismo en la evidencia
del misterio de la Santísima Trinidad;
- la total identificación del Ser de Dios, ente
necesario y subsistente, con todos sus atributos: Sabiduría
increada, Verdad eterna, Bondad absoluta, Amor infinito...;
- la perfecta conciliación de la infinita misericordia
Dios con su infinita justicia;
- la perfección y belleza de la naturaleza angélica y
la gloria de Dios que resplandece en cada uno de los
ángeles y de los santos;
- la divina predestinación, angustioso problema para

99
los hombres;
- la perfecta armonía de la gracia con la libertad del
hombre;
- el misterio de la salvación de los hombres, que
acongoja el corazón humano;
- el misterio de la Redención y todos los actos que
conlleva y de ella se derivan;
- la maravilla de la unión hipostática en Cristo de
dos naturalezas diferentes en una sola Persona divina;
- la Iglesia como Sacramento universal de
salvación;
- el dogma de la comunión de los santos;
- la naturaleza de los Sacramentos y su admirable y
soberana eficacia;
- el valor infinito de la Santa Misa;
- el modo admirable y misterioso de estar Cristo en
la Eucaristía;
- las distintas presencias de Jesucristo en su
Iglesia;
- la necesidad y la vida de la gracia;
- la eminente dignidad de María, como Madre de
Dios y de los hombres, y su influencia como Mediadora de
las gracias;
-...

4 Conocimiento de las cosas de la Tierra

Los bienaventurados entienden todo lo que les


interesa saber. En el Bien sumo, que es Dios, están
incluidos todos los amores y gozos que el corazón humano
puede apetecer; y conocen todo lo que se relacionó con
ellos en este mundo. Enumeremos algunos ejemplos:
- la Virgen ve todo lo que se relaciona con cada
hombre, que es su hijo;
- los Fundadores ven a los miembros de sus Obras y
observan su evolución y problemas;

100
- los Papas el avance y problemática de la Iglesia;
- los padres siguen atentamente el proceso de sus
hijos; y los hijos el de los padres y la historia de cada uno de
los familiares que fue objeto de interés en este mundo para
ellos.

Los seres queridos que se fueron y están en el Cielo


no se han ausentado de nosotros para siempre. Están
unidos con su pensamiento, amor e intercesión a favor de
su familia querida. Sin embargo, nunca conocen a Dios
como Dios es conocido por si mismo en el arcano misterio
de su ser personal trinitario, en la intimidad de la única
naturaleza divina, como es lógico.

101
XVI INFIERNO

1 El infierno

Aunque la sensibilidad humana se resista a creer en


un infierno eterno, y la razón no lo pueda comprender,
existe el Infierno, según el dogma de la fe.
El Infierno es un estado de sufrimiento eterno, que
existe en un lugar de características inimaginables, donde
las almas que mueren en estado de pecado mortal, sin
quererse convertir, se autoexcluyen del Cielo
voluntariamente, rehusando la gracia de la misericordia de
Dios. La pena principal del infierno consiste en la privación
eterna de Dios, fin supremo del hombre, máxima y total
aspiración de felicidad.

La Iglesia ha definido la verdadera naturaleza del


infierno y habla del fuego eterno, que debe entenderse no
en sentido material o físico, como el fuego de la tierra, sino
en sentido espiritual y misterioso, que no podemos
imaginar; y enseña que el que muere en pecado mortal
merece el infierno.
Esta es la teoría de la doctrina de la Iglesia. Pero en
la práctica nadie sabe quién merece este castigo ni quién
va al infierno, pues es difícil concebir que una persona con
la malicia de un acto humano, llamado pecado mortal,
rechace de plano la misericordia infinita de Dios y quiera
libremente autoexcluirse del Cielo. ¿Qué pecador,
teniendo en cuenta las profundas taras del hombre y sus
múltiples debilidades comete libre y responsablemente un
pecado mortal, que rechace totalmente a Dios, y merezca
el infierno eterno? ¿Quién es el que quiere,
voluntariamente, autoexcluirse de Dios, fin último del
hombre y aspiración suprema de todo su ser? ¿Quién será
el que realmente se condene? No se sabe. Ni siquiera se

102
puede afirmar que Judas, llamado en el Evangelio el hijo
de la perdición, está en el infierno. El caso del condenado
que esté en el infierno, que es posible, es un misterio. Lo
que sí es seguro es que Jesucristo ha derramado su
sangre divina en la cruz para la salvación de todos los
hombres, y que Dios Padre es infinitamente
misericordioso.

Exponemos, a continuación, lo que dice la Iglesia


Católica sobre la existencia y naturaleza del infierno en el
Catecismo de la Iglesia Católica del Papa Juan Pablo II:
“Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni
acoger el amor misericordioso de Dios, significa
permanecer separados de Él para siempre por nuestra
propia y libre elección. Este estado de autoexclusión
definitiva de la comunión con Dios y con los
bienaventurados es lo que se designa con la palabra
Infierno” (Cat 1033).
Pero ¿quién comete pecado mortal y muere, sin
acoger la misericordia de Dios por libre elección? Nadie lo
sabe, por muchos y graves pecados que haya cometido en
su vida, que son juzgados por un Padre que es Dios. El
buen padre perdona, excusa y olvida más fácilmente las
ofensas de un hijo que las de un extraño. ¿Cómo será el
juicio de Dios para con sus hijos, los hombres?
“Jesús habla con frecuencia de la "gehenna" y del
"fuego" que nunca se apaga” (Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc 9,43-48)
reservado a los que hasta el fin de su vida rehúsan creer y
convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el
cuerpo” (Mt 10,28; Cat 1034).
“La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del
infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en
estado de pecado mortal descienden a los infiernos
inmediatamente después de la muerte y allí sufren las
penas del infierno, “el fuego eterno” (DS 76; 409; 411; 801; 858;
1002; 1351; 1575).

103
La pena principal del infierno consiste en la
privación eterna de la visión y gozo de Dios en quien
únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad
para las que ha sido creado y a las que aspira. (Cat 1035).

Creamos por fe en el infierno, trabajemos con todas


las fuerzas de nuestro ser por no merecerlo, y dejemos al
juicio de Dios, infinitamente misericordioso, que murió en
la cruz para salvar a todos los hombres, y conoce
únicamente la malicia de cada pecador, teniendo en
cuenta sus taras constitutivas, sus debilidades, y las
circunstancias y motivaciones de cada pecado, y el
castigo que merece.

Señor, creo en ti y espero en tu infinita misericordia.


Ten misericordia de mí y de todos los hombres, danos tu
salvación, no permitas que jamás me separe de ti, y con
tu sabiduría omnipotente haz que todos los hombres se
salven y lleguen al conocimiento de tu Verdad.

104
XVII JUICIO FINAL

1 Resurrección de los muertos

1 Resurrección de los muertos


Al fin del mundo, cuando todas las cosas se
conviertan en los nuevos Cielos y la nueva Tierra,
resucitarán todos los muertos, justos y pecadores, y tendrá
lugar el juicio final para que cada persona humana en
cuerpo y alma reciba el premio o castigo eterno que haya
merecido en la vida: los que hayan hecho el bien resucitarán
para la vida, y los que hayan hecho el mal para la
condenación (Jn 5,28-29; Cat 1038). El juicio final revelará hasta
sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de
bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena (Cat 1039).

La existencia del juicio final es un dogma de fe.


Citamos algunos textos: (Mt 24,30-31; Mt 25,31-46; 2 Co 5,10; 1 P, 4,4-
5; Ap 20,13).

En el juicio final conoceremos el sentido último de


toda la obra de la creación y de la economía de la
salvación, y comprenderemos los caminos admirables
por los que su Providencia condujo todas las cosas a su
último fin (Cat 1040); y conoceremos el sentido último de
toda la obra de la creación y de la economía de la
salvación, y comprenderemos los caminos admirables
por los que su Providencia condujo todas las cosas a su
último fin (Cat 1040).
No se conocen ni el lugar del juicio final ni sus
características. Será una confirmación de la sentencia
definitiva del juicio particular, que será publicada delante
de todos los hombres. El juicio se realizará en un
instante por una locución puramente mental, en
fracciones de segundos, sin sucesión de tiempo, no

105
computado por el reloj, porque entonces todo será
eternidad.
Los eminentes teólogos de la historia de la
Iglesia, basados en la revelación con discurso
imaginativo de fe, opinan que se revelarán todos los
secretos de este mundo, los misterios naturales y
sobrenaturales, y se comprobará con clarividente justicia
amorosa que todo lo que sucedió en el mundo fue en
conformidad con la infinita y bondadosa sabiduría de
Dios, Creador y Redentor de todos los hombres, y en
bien de todos los hombres y todas las cosas.

Citamos las principales afirmaciones teológicas.


Se entenderán, por ejemplo:
- los secretos del universo en todas sus dimensiones;
- el misterio de la redención y la naturaleza de los
misterios sobrenaturales de la fe católica;
- los interrogantes que el entendimiento se
formula sobre las verdades de fe, que no tienen
respuesta humana;
- el misterio del pecado original en sí mismo y en sus
consecuencias;
- la existencia del mal en el mundo;
- la naturaleza y razón del infierno y la
condenación eterna;
- el porqué en el mundo triunfaron los malos y los
buenos fueron perseguidos y castigados;
- el secreto de los horribles crímenes del mundo
en el orden político y humano; las injusticias personales
y sociales que Dios permitió.
- etc

En el juicio final, cada uno de los hombres


juzgados verá con evidencia en su conciencia todas las
obras, buenas o malas, que realizó durante su vida

106
terrena, y la retribución que recibió, y la razón del
pecado de cada uno de los hombres y su sentencia. Los
que serán juzgados para la vida eterna gloriosa, no
sentirán vergüenza alguna por los muchos y graves
pecados que hayan cometido durante su vida, porque su
arrepentimiento y la misericordia de Dios aumentarán el
gozo de Dios y la visión de su justicia bondadosa. Al
comprobar la sentencia condenatoria de los familiares y
amigos, los bienaventurados no sentirán pena, porque
todo será gozo en Dios con evidencia.

107
XVIII CIELOS NUEVOS Y TIERRA NUEVA

Cielos nuevos y Tierra nueva

La Creación entera, obra misteriosa de la


omnipotente sabiduría y bondadosa de la Santísima
Trinidad, tiene por fin último y supremo la gloria de Dios,
que no consiste en aumentar su bienaventuranza, que es
total y eterna, sino en manifestarla y comunicarla (Cat 293)
en bien del hombre con la perspectiva de su glorificación
eterna.
El pecado original trastocó los planes divinos de la
Creación y el mundo quedó deformado y necesitado de la
Redención del pecado y de todas las cosas. Cristo, el Hijo
de Dios eterno, mediante el misterio pascual realizó la
redención en su tiempo histórico personalmente, y la
seguirá realizando por medio de la Iglesia, sacramento
universal de salvación, hasta el fin del mundo. Mientras
llega ese trascendental acontecimiento, el hombre,
redimido por Cristo, seguirá padeciendo las consecuencias
del pecado: el desorden de la concupiscencia, el error, el
odio, el dolor y la muerte. Al fin de los tiempos el Reino de
Dios llegará a su plenitud, y el mismo Universo que está
íntimamente unido al hombre quedará perfectamente
renovado en Cristo (LG 48; Cat 1042). El universo visible
también está destinado a ser transformado “a fin de que el
mundo mismo restaurado a su primitivo estado, ya sin
ningún obstáculo esté al servicio de los justos”
participando en su glorificación en Jesucristo resucitado
(Cat 1047).

Copiamos en este capítulo la doctrina esencial sobre


los Cielos nuevos y la Tierra nueva contenida en el
Catecismo de la Iglesia Católica del Papa Juan Pablo II.
Es doctrina de la Iglesia Católica que vendrá el fin del
mundo, que no será aniquilado o convertido en un caos,

108
sino que todo el Universo que ahora conocemos, creado por
Dios para el hombre, terminará y será transformado en otra
realidad diferente, infinitamente superior y mejor. La
Sagrada Escritura llama a esa transformación “cielos
nuevos y nueva tierra”. Esta morada será el Cielo y en él
vivirán los resucitados con Cristo en condiciones de lugar y
estado que no conocemos, viendo y gozando de Dios
eternamente de su Ser Trinitario. Los resucitados con Cristo
verán a Dios, tal como es en sí mismo, en plenitud de
eterno gozo. Cristo resucitado será la Cabeza del Cuerpo
Místico de la Iglesia y de toda la Creación renovada; y María
resucitada será la Madre de los Bienaventurados y Reina y
Señora de todo lo creado. Cristo resucitado será fuente
inagotable de felicidad eterna, y de comunión mutua de
todos los elegidos. En este Universo nuevo Dios tendrá su
morada entre los hombres y en él ya no habrá dolor ni
muerte, porque el mundo viejo ha pasado. Sus
características no están reveladas, por lo que todo lo que
se diga o escriba sobre este hecho venidero es pura
imaginación y no realidad teológica.

En cuanto al cosmos que ahora conocemos será


restaurado a su primitivo estado y participará de la
glorificación de Cristo resucitado. Ignoramos el momento de
la consumación de la tierra y de la Humanidad, y no
sabemos cómo se transformará el Universo. Este mundo,
deformado por el pecado, cesará y existirá una nueva
morada y una nueva tierra en trasformación total
desconocida en la que reinará la justicia eterna y cuya
bienaventuranza superará con creces todos los deseos que
los hombres puedan desear e imaginar.

El Catecismo de San Pío V nos dice que cuatro son


las dotes principales que tendrán los cuerpos gloriosos:
Impasibilidad, claridad, agilidad y sutileza.

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“Por la impasibilidad los cuerpos gloriosos no
padecerán ninguna molestia, ni sentirán dolor o
incomodidad alguna. Por la claridad brillarán como el sol.
Por la agilidad se verán libres de la carga que ahora le
oprime; y tan fácilmente podrán moverse adonde quiere el
alma, que no será posible hallarse nada más veloz que su
movimiento. Y por la sutileza serán sometidos al imperio
del alma, y le servirán y estarán pronto a su arbitrio” (Cat de
San Pío V Pág. 127 y 128; n13 y 14).

La iglesia, prefigurada en el Antiguo Testamento,


fundada por Cristo y consumada el día de Pentecostés con
la venida del Espíritu Santo, llegará a su plenitud con la
transformación misteriosa de toda la Humanidad y del
Universo entero en la que Cristo será la cabeza de toda la
creación, de lo que está en los cielos y en la tierra (Ef 1,10); y
se instaurará para siempre la Iglesia triunfante en su etapa
final y definitiva.

La espera de una morada nueva no debe debilitar el


esfuerzo de la renovación del Universo, pues todo progreso
contribuirá mucho a ordenar mejor la sociedad humana en
orden al futuro reino de los Cielos (GS 39,2). Todos los
cambios que los hombres hayan hecho sobre las cosas
creadas, iluminadas por el Espíritu Santo y transformadas
por Cristo, Creador y Redentor de toda la Creación, serán
por Él entregadas al Padre como reino eterno y universal, y
Dios será entonces todo en todos en la vida eterna (GS 39,3; LG
2; 1 Co 15,22; Cat 1042-1050).

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