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Puericultura siglo XXI

Álvaro Posada Díaz


Pediatra puericultor
Profesor del Departamento de Pediatría y Puericultura de la
Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia

Puericultura es el arte de cuidar, de cultivar niños, es el arte de la crianza, la cual es la acción y


efecto de criar, que es instruir, educar y dirigir a niños y jóvenes. La crianza empieza por el
establecimiento de vínculos afectivos y es, todo el tiempo, establecimiento de vínculos, que
propenden a la construcción de aprendizajes conscientes e inconscientes que resultan de las
interacciones a lo largo de la vida —socialización— de los sujetos de crianza, esto es, los niños y
jóvenes, en una relación de doble vía, pues al mismo tiempo los puericultores —los adultos
acompañantes en la crianza— están modificando su propio desarrollo. Se aclara que socialización
quiere decir aprender a ser, a conocer, a hacer y a vivir juntos, tanto en el presente como en el
futuro.

Cualquier discurso de crianza resulta del análisis de sus elementos constitutivos:


conocimientos, actitudes y prácticas. En este contexto, los conocimientos son lo que es, las
actitudes lo que debe ser y las prácticas lo que se hace, mediante lo cual se transmiten valores,
normas, usos y costumbres.

Las prácticas de crianza son determinadas por las características de la familia y los lazos
interactivos que se dan en ella, por lo cual es necesario desde la puericultura científica analizar no
sólo los conocimientos, actitudes y prácticas, sino las características de las familias de finales del
siglo XX.

Como explica la educadora familiar Ángela Marulanda en sus conferencias, se puede decir que
en dos épocas propias de este siglo, modernidad y postmodernidad, se ha transitado de las utopías al
capitalismo salvaje, de los principios éticos a la cultura light, de la importancia del ser a la
importancia del tener, de las relaciones autoritarias a las relaciones permisivas y de la prelación del
bien común a la prelación del bien individual. La misma autora plantea que se ha confundido la
libertad con el libertinaje, la paz con la comodidad, la felicidad con la diversión y el amor con el
sexo.

En diversos estudios nacionales y en especial en el estudio de prácticas de crianza de los


profesores Eduardo Aguirre y Ernesto Durán se demostró que las familias han virado hacia familias de
distinto tipo que son híbridos del antiguo modelo y los actuales y en las cuales hay características de
realización personal y de realización social. Los rasgos predominantes de estas familias son:
organización con base en ideales laicos; restricción a tres o cuatro integrantes; función activa de la
mujer, cambio radical de la función masculina, con resquebrajamiento de sus funciones proveedoras y
de autoridad y mayor injerencia de los hijos y la mujer en la dinámica familiar. En este mismo estudio
se observó que las tres grandes dificultades de estas familias son: maltrato entre los diferentes
miembros; abandono físico, social o psicológico y la disolución del vínculo de pareja.

En estas circunstancias es difícil la crianza, pues el análisis del contexto en el que se dan las
relaciones de los adultos con los niños y jóvenes, como se asegura en el libro Pautas y prácticas de
crianza en familias colombianas, revela que la emigración del campo a la ciudad vuelve obsoletos los
modos de relación tradicionales dificultando o impidiendo que los padres sean los modelos de los
hijos, pues los conocimientos, actitudes y prácticas ancestrales pierden vigencia y tienen que ser
reemplazados por otros de los cuales no logran apropiarse eficientemente.

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Como respuesta a estos análisis, el Grupo de Puericultura de la Universidad de Antioquia
durante los últimos once años ha construido un discurso de crianza —crianza humanizada—, que como
todos, empieza en la puericultura empírica, se apoya en la puericultura científica y regresa a la
empírica, y, de ésta, otra vez, y siempre, en un eterno ir y venir, a la científica. Este discurso es el
sostén de la puericultura del siglo XXI que pretende mejorar las relaciones de los adultos con los niños
y jóvenes en el contexto social caótico en que se vive actualmente.

Si se habla de crianza humanizada es porque hay la sensación generalizada de que hay un modo
de crianza que no lo es, lo que en parte ya se describió. Toda crianza es empírica, es decir, basada en
la experiencia; si la relación se hace con un telón de fondo que incluya maltrato, desamor, irrespeto,
sobreprotección (permisividad), sobreexigencia y autoritarismo, la crianza empírica se puede
convertir en deshumanizada; si por el contrario, el telón de fondo incluye buentrato, ternura,
respeto, protección, exigencia y autoridad hay una enorme posibilidad de que la crianza sea
humanizada.

En la crianza que no es humanizada la gestión es exclusivamente del adulto, encargado de


moldear; es bidireccional irreflexiva y con tendencia sólo al futuro. La crianza humanizada, por el
contrario, considera a los niños y jóvenes como gestores de su propio desarrollo, con los adultos como
modelos; es bidireccional reflexiva y tiene en cuenta a los sujetos de crianza tanto para el presente
como para el futuro.

La crianza que no es humanizada se basa en ideologías, esto es, en construcciones mentales


sustentadoras y justificadoras del poder; la humanizada en la construcción de valores, que son
cualidades estructurales de los seres en virtud de las cuales se satisfacen necesidades.

En la crianza que no es humanizada prima la intrascendencia y el tener; en la humanizada la


espiritualidad y el ser.

La crianza humanizada se diferencia de la que no lo es en que ésta se ocupa sólo de cómo es el


mejor modo de proceder con los niños, mientras que aquella, además, se ocupa, y primordialmente,
de cómo relacionarse con los niños.

El pilar fundamental de la crianza humanizada, que lo diferencia de los demás discursos de


crianza, es el planteamiento de que en la relación de crianza los niños y los jóvenes, y también los
puericultores, deben construir y reconstruir permanentemente como gestores de su propio desarrollo,
seis metas de desarrollo humano integral y diverso: autoestima, autonomía, creatividad, felicidad,
solidaridad y salud.

Se debe aclarar que meta es el fin al que se dirigen las acciones o deseos de los seres humanos
y que en esta construcción y reconstrucción no se trata de construir y reconstruir para llegar, sino
para vivir construyendo y reconstruyendo; además que, como en todos los actos de crianza, los
puericultores deben ser capaces, seguros y firmes, por medio de una acción fundamental, la de
servir de modelos permanentes y eficientes, recordando que modelo significa arquetipo o punto de
referencia para imitarlo o reproducirlo, y modelar, ajustarse a un modelo.

En la crianza humanizada el eje es la construcción y reconstrucción de la autoestima, como


base de la construcción y reconstrucción de todas las demás metas de desarrollo humano, de tal modo
que es posible afirmar que su sentido es el de vivir todos y cada uno de los momentos de la relación
de crianza en función de la construcción y reconstrucción bidireccional de la autoestima y de las
demás metas de desarrollo humano, todo al servicio del fomento de la resiliencia, que es la
capacidad humana para triunfar de cara a la adversidad.

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Se describirán las metas de desarrollo humano integral y diverso y la resiliencia con énfasis en
su articulación dinámica al servicio de la relación de crianza.

Autoestima

Se define como lo que cada persona siente por sí misma, su juicio general acerca de sí. Expresa una
actitud de aprobación o desaprobación —alta o baja autoestima— e indica en qué medida el individuo
se siente capaz, digno y exitoso. N. Branden afirma que “la autoestima actúa como el sistema
inmunológico de la conciencia, dándole resistencia, fortaleza y capacidad de regeneración. Cuando
baja la autoestima, disminuye nuestra resistencia frente a las adversidades de la vida”.1

La autoestima positiva es algo muy diferente al engreimiento y la arrogancia, que indican, en la


mayoría de los casos, un importante nivel de inseguridad que acompaña usualmente a la autoestima
baja.

La inclusión de la autoestima como una de las metas del desarrollo infantil se fundamenta en el
convencimiento de que el amor propio desempeña una función primordial en el desarrollo del niño. La
motivación, el rendimiento escolar y deportivo, la calidad de las relaciones con los compañeros, la
tolerancia a la frustración y el abuso de drogas y alcohol están necesariamente influidos por la
manera como piensan los niños sobre sí mismos. La autoestima es un sentimiento que se expresa
siempre con hechos.

El niño nace sin sentido del propio valor. El desarrollo del amor propio se produce por la
interacción dinámica entre el temperamento innato del niño y las fuerzas ambientales que reaccionan
a éste. La autovaloración se aprende fundamentalmente en la familia; posteriormente intervienen
otras influencias como la de la escuela, pero éstas tienden a reforzar los sentimientos de valor o falta
del mismo que el niño trae desde el hogar.

Entre las estrategias importantes para desarrollar la autoestima están las de brindarle al niño
posibilidades para desarrollar la responsabilidad, la oportunidad para elegir y tomar decisiones, el
establecimiento de la autodisciplina, la aceptación de los errores y fracasos y una retroalimentación
positiva en la que cada expresión facial, palabra, gesto o acción de los padres, profesores y adultos
significativos, transmiten mensajes al niño sobre su propio valor.

Como reflexión final, se puede afirmar que todo lo que se haga por favorecer la adquisición de
una alta autoestima en el niño cumple un papel fundamental en el logro de las demás metas del
desarrollo propuestas en este artículo: autonomía, creatividad, felicidad, solidaridad y salud.

Autonomía

La autonomía es gobernarse a sí mismo, es llegar a pensar por sí mismo con sentido critico, es ser
capaz de elegir, es la realización y vivencia de la mismidad —ser sí mismo.

La autonomía y la autoestima son la base para la construcción de las demás metas del
desarrollo, pero la autonomía, igual que las demás, se construye progresivamente en el ejercicio vital
humano. Los padres, en la familia, dan los primeros acompañamientos; posteriormente, otros
miembros familiares, la escuela y en general la sociedad estimularán y darán las oportunidades para
el paso progresivo de la heteronomía —ser gobernado por los demás— a la autonomía —ser gobernado
por sí mismo.

La filosofía, la pedagogía y el psicoanálisis se han preocupado por el paso del niño de la


heteronomía a la autonomía, como lo afirma J. Restrepo: Dejar ser al ser, dice la filosofía; aprender
3
jugando, sugiere la pedagogía; laissez faire, se pregona en la época; infancia es destino, afirma el
psicoanálisis. Distintos discursos, un mismo objetivo“.2

La construcción de la autonomía se prolonga durante toda la vida. Al nacer se es de totalmente


heterónomo, pero lenta y progresivamente, con el apoyo y estimulación en el ambiente hogareño,
escolar y social se va progresando hacia la autonomía.

De acuerdo con las potencialidades individuales —genéticamente determinadas— y con el apoyo


de los actores de su ambiente específico, se estimulará la singularidad de cada niño o niña, lo que los
hace diferentes o especiales, esto es, esa mismidad en un clima de libertad y respeto por los demás.

Desde el punto de vista filosófico, la autonomía está íntimamente ligada con la ética y la
libertad; es el derecho y capacidad de orientar la vida, llegar a ser lo que se quiere para beneficio
propio y de los demás.

El juego es la metodología natural para el desarrollo integral del niño y muy especialmente de
su autonomía; jugando se toma interés por las personas y las cosas; jugando se adquieren destrezas y
habilidades motrices; jugando se sale del egocentrismo y se ingresa a la socialización; jugando se
interactúa con los otros; jugando se incorporan las normas y reglas sociales; jugando se forman los
hábitos; jugando se es regulado y se termina autorregulándose.

La autonomía como finalidad de la educación

Con este título, la doctora Constance Kamii, catedrática de la Universidad de Illinois, plantea las
implicaciones de la teoría de Piaget en el desarrollo de la autonomía moral e intelectual, cuando dice
que el desarrollo de la autonomía significa llegar a ser capaz de pensar por sí mismo, con sentido
crítico, teniendo en cuenta muchos puntos de vista, tanto en el ámbito moral como en el intelectual.

Según Kamii, la finalidad de la educación es la autonomía, por lo cual en el proceso educativo


se debe tener en cuenta: la reducción del poder de los adultos en cuanto sea posible; la confianza en
las capacidades de los niños; el intercambio de puntos de vista con ellos; el aliento a que este
intercambio se haga también entre los niños, los cuales se deben estimular para que sean
mentalmente activos.

Con la construcción de la autonomía se pretende que se llegue a pensar, decidir y actuar en un


ambiente de democracia ciudadana.

Creatividad

Se define como la capacidad de crear en lo personal, lo familiar, lo artístico, lo científico y lo social.


En sentido humano, crear es organizar un conjunto de elementos en forma tal que se produzca un
nivel de bienestar superior a aquel que estos elementos podrían producir por sí mismos separados,
antes de ser organizados. Tal bienestar se refiere a tres maneras de satisfacción: el disfrute de lo
creado, el interés —atención— por lo creado y la conveniencia de lo creado.

La creatividad es una capacidad construida en la especie y en cada individuo y habilita para


dominar las cosas y los procesos, para afrontar la vida. Es importante anotar que los animales
irracionales no son creativos, pues responden instintivamente a cualquier desafío. El único que
inventa, que elige entre alternativas, que improvisa, que repentiza, es el hombre. En esto tiene
mucho que ver la voluntad.

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La creatividad, como las demás metas del desarrollo, no es un destello sino que se construye
paso a paso con base en la repetición de experiencias a lo largo de la vida, para lo cual es importante
la acción estimulante y abierta de personas e instituciones como los padres, la familia extendida, la
escuela y los medios masivos de comunicación social.

El acto de crear ocurre primero en la conciencia y luego, en un segundo momento, en el


exterior. Por este motivo las ideas que se tienen en la conciencia desempeñan un papel determinante
en el producto por crear.

Para desplegar el proceso creativo es preciso contar con un buen nivel de autoestima y
autonomía como elementos indispensables, con el fin de asumir el riesgo que el acto creativo
conlleva.

La decisión de crear es algo de cada niño, pero los padres, con su manera de vivir, de disfrutar,
de sentirse merecedores de lo mejor y con derecho a triunfar, son una poderosa invitación para que
sus hijos se permitan ir creando su propia manera de vivir con bienestar.

El proceso mediante el cual el niño reclama para sí una cualidad o un bien puede verse
dificultando por el temor. A este sentimiento los padres deben responder con acciones de cuidado y
respaldo que habrán de convertirse en confianza.

Otra institución de gran importancia para el desarrollo de la creatividad es la escuela. Allí se


conjugan conceptos, enunciados, estrategias, procedimientos y técnicas para ayudar a hacer de cada
niño hombres de bien, profesionales competentes y, sobre todo, seres humanos llenos de imaginación
y creatividad. En la escuela se debe formar en y para la creatividad.

Entre la familia, la escuela y la sociedad es necesario mantener un horizonte facilitador de la


creatividad para que el niño construya el poder de crear, producir y cambiar. La creatividad se
considera como un insumo indispensable para la solución de problemas y para la adaptación del
hombre a su entorno y en tal sentido se considera como un motor del cambio social, tan necesario en
nuestro medio en los tiempos que corren.

Felicidad

La felicidad es un estado del ser humano de notable demanda. Su definición es compleja y suscita,
suscitó y suscitará debates enconados. Una de las aproximaciones más convincentes es la del filósofo
Fernando Savater, quien afirma que la felicidad es “lo que queremos”; que al decir “quiero ser feliz”,
realmente se dice “quiero ser”.

Y de lo que el hombre quiere, trata la ética, que es “el arte de vivir”. Se puede pues, decir con
Savater que la felicidad es “un estado de afirmación vital”, mientras que “la alegría es el sentimiento
y el placer la sensación de esa afirmación vital”.

Lo anterior se puede expresar también como que la felicidad, entendida como un sentimiento
eminentemente personal, se puede definir como el desarrollo pleno del potencial humano, la
realización personal, cualquiera sea el oficio que se desempeñe. De esta realización se deriva la
armonía consigo mismo y con los demás y el gozo con las realizaciones propias o ajenas.

Más que una meta a la cual hay que llegar, ha dicho el poeta, la felicidad es una manera de
viajar. No tiene lugar ni término de tiempo. Como lo anota V. Zapata “la felicidad no se aprende
intempestivamente, no aparece de sí y de suyo, por generación espontánea. Como las demás metas
del desarrollo, se desarrolla paso a paso, se construye”.3
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La felicidad supone esfuerzo constructivo o educativo en varios niveles, el familiar, el social y
el educativo. En el familiar se incluye el cubrimiento pleno de las necesidades nutricionales, lúdicas y
de seguridad. En el nivel social, para la construcción de la felicidad son necesarias la solidaridad y la
legalidad en las relaciones interhumanas, lo que llevará a la construcción de un tejido cultural
compacto que brindará certidumbre y paz. En lo referente al nivel educativo, como en las demás
instancias de socialización se deben diseñar dispositivos formativos que impliquen el ver, el sentir, el
pensar y el actuar armoniosamente.

El esfuerzo de construcción de la felicidad empieza mucho antes del nacimiento, con las
características de los miembros de la pareja que engendrará el niño constructor, que una vez nacido,
afrontará en los dos primeros años el paso siguiente, que es el de la construcción en medio de la
protección que le brinden los adultos. De los dos a los siete años, se está en el paso de construcción
de la disciplina, para el cual sigue siendo necesaria la asistencia externa.

De allí, y hasta los dieciocho años, el niño y luego el joven, pasan por un período de conflicto
entre el egoísmo y la cooperación en el paso singularización-fraternización, enmarcado en la lucha
dependencia-independencia propia de este período de desarrollo.

El adulto, en la construcción de la felicidad, se ubica en el paso construcción mental con


efectos prácticos, dirigida a lo que Savater llama “el afán de una vida más digna y plena”, es decir, el
ejercicio ético.

La felicidad no se consigue por decreto. Es una consecuencia de la persuasión entre seres


humanos entendidos entre sí como interlocutores válidos. Como magistralmente lo puntualizó
Aristóteles, hace más de veinte siglos, “la felicidad consiste en estar satisfecho consigo mismo”.

Solidaridad

Entendida como el sentimiento que impulsa las personas a prestarse ayuda mutua, como la promoción
de lo colectivo antes de cualquier otra consideración, que se traduce en la primacía del nosotros
sobre el yo, la solidaridad podría ser considerada como sinónimo de fraternidad, adhesión, ayuda,
apoyo, concordia y devoción. Es decir, lo mejor del sentimiento humano al servicio de los demás.

El niño es el gestor de su propio desarrollo; hacia él deben estar dirigidas las acciones para la
construcción de la solidaridad, lo cual sería de máxima utilidad en el convulsionado mundo en que
vivimos, pues la inversión que da mayor rentabilidad social es la que se hace con y por los niños, ya
que se encuentran en el proceso de construcción de su personalidad y poseen una altísima capacidad
de captación de los mensajes educativos y por lo tanto una gran potencialidad en su formación
ciudadana.

¿Por qué trabajar por la solidaridad?

Porque trae muchos beneficios para el individuo y la comunidad, pues la solidaridad es el fundamento
de la sociedad civil, debido a que garantiza la indispensable cohesión entre los distintos miembros de
una comunidad y sienta las bases para la convivencia pacífica.

La solidaridad es indispensable para la permanencia de la sociedad humana. Si el individuo es


insolidario y esta insolidaridad se generaliza, la posibilidad de vivir en sociedad sería cada vez más
difícil, hasta el punto de llegar a una lucha constante entre unos y otros, lo que impediría su
desarrollo comunitario y aun su propio desarrollo individual.

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La solidaridad da sentido de pertenencia. La fuerza de interrelación cooperativa, de mutua
ayuda, lleva a una mayor interrelación con el grupo y a un compromiso por el trabajo en equipo y por
lo tanto a sentir como propias las realizaciones colectivas.

La solidaridad invita a vivir en armonía. El control de los instintos primarios de autosatisfacción


egoísta, por medio de la educación y la cultura, orientados a una mayor conciencia y compromiso por
el mundo de los otros, lleva a una interrelación de intereses que armoniza la vida en sociedad.

La solidaridad es lo mejor de la humanización. La solidaridad adapta al ser humano a la


solución de las necesidades de la vida en común, a la realidad, cuando ella, la solidaridad, se
transforma en representación colectiva, hasta tornarse en representación de especie, o sea, a la
definición de especie humana, al llegar al máximo de su desarrollo. Por lo tanto, la persona más
humana será la más solidaria.

La construcción de la solidaridad

La solidaridad se construye día a día, momento a momento, y tiene como base el vínculo afectivo y
los modelos adultos, lo que dará al niño seguridad y confianza en sí mismo y en los demás.
La solidaridad se construye con tiempo y voluntad, con base en modelos dignos de imitar y con
la orientación educativa hacia la socialización, con el empleo de la metodología indispensable del
juego infantil. El respeto, apoyo, estímulo y orientación al juego de los niños, con una solidaridad
sugerida y estimulada en las actividades lúdicas, se va incorporando progresivamente en la
cotidianidad infantil para construir la fraternidad lúdica inicialmente y luego la fraternidad social.

Cuando las poblaciones humanas lleguen a tener intereses comunes; a compartirlos, disfrutarlos
y vivirlos intensamente en comunión con las demás, hasta llegar a una verdadera comunidad que
busque objetivos comunes, con metas colectivas, se lograría una genuina revolución social en la que
el sentimiento solidario individual se sume al sentimiento de solidaridad social para una
transformación radical de profundo contenido humano.

Salud

Según la Organización Mundial de la Salud —OMS—, la salud es el completo bienestar físico, mental y
social, y no solamente la ausencia de enfermedad. Otros, consideran la salud como bienestar, armonía
del ser humano y su entorno, funcionalidad social, sentirse bien u otras. Para los autores de este
artículo, la salud es bienestar.

La salud siempre está en estrecha y dinámica relación con la enfermedad durante todo el
proceso vital humano. Ambas, salud y enfermedad, tienen una compleja estructura causal que dará
como efecto ese estado de bienestar o malestar en el individuo o en las comunidades.

En general, se consideran como cuatro las funciones de los trabajadores de la salud —médicos,
enfermeras, odontólogos, bacteriólogos, nutricionistas, psicólogos y otros—. Esas funciones son:
promoción de la salud, prevención de la enfermedad, atención a los enfermos y rehabilitación.

La promoción de la salud, entendida como las actividades orientadas al desarrollo de


potencialidades individuales o colectivas para el bienestar humano y la prevención de la enfermedad,
entendida como las acciones en contra de los factores de riesgo para enfermedad o a favor de
factores protectores para la salud, están incluidas en la puericultura, es decir, promoción y
prevención son objeto del quehacer puericultor.

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La salud, es un derecho de los niños y las niñas. Es un derecho natural, social y legal
claramente expresado en la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño en 1989,
en la Constitución Colombiana de 1991 y en el Pacto por la Infancia vigente en el país.

La salud es fuente de riqueza de la vida misma; durante la niñez, la puericultura es la práctica


social que la mantiene y mejora, como una más de las metas de proceso planteadas para el desarrollo
humano, meta que incluye las demás: autoestima, autonomía, creatividad, solidaridad y felicidad
planteadas por el Grupo de Puericultura de la Universidad de Antioquia para el bien vivir durante la
niñez y también durante las demás etapas del proceso vital humano.

Promoción de la salud

Según la Carta de Ottawa, emanada de la Primera Conferencia Internacional sobre Promoción de la


Salud en 1986 y modificada en la Conferencia sobre el mismo tema, efectuada en Bogotá en 1992, son
requisitos fundamentales para la salud la alimentación, la educación, la renta, un ecosistema estable,
la justicia social, la equidad y la paz.

De acuerdo con los planteamientos anteriores, un puericultor —promotor de la salud— debe


tener muy en cuenta estos requisitos en el acompañamiento y orientación a la niñez. Y por supuesto,
en el ejercicio de su ciudadanía, de tal modo que sea tomado como modelo adulto promotor de la
salud individual y colectiva.

Además de los requisitos anteriores, el estímulo al desarrollo de potencialidades basadas en


una alta autoestima, en el paso de la heteronomía hacia la autonomía cada vez mayor, el estímulo y
facilitación de la creatividad; de la solidaridad basada en el amor, la justicia y la equidad; así se
construirá felicidad en el ejercicio cotidiano del proceso vital humano. Si se rescata la salud de la
medicalización y se establecen proyectos individuales y colectivos para el pleno ejercicio de la vida,
se estará construyendo salud.

Prevención de la enfermedad

La declaración de Medellín, publicada al finalizar el Congreso Internacional de Prevención en Salud,


en 1994 define la prevención como “el conjunto de principios y acciones que se hacen antes que
aparezcan los problemas de salud" lo que es “para un ciudadano común, una opción; para el
trabajador de la salud, una obligación y para el Estado, un reto“.

Se trata, entonces, en prevención, de intervenir como puericultores oportunamente sobre los


factores de riesgo y los factores protectores para evitar que ocurran enfermedades específicas en los
niños y en las niñas, con el fin de mantener la salud.

La meta de la salud, con sus componentes de promoción y prevención, se debe construir en el


trabajo cotidiano con niños y niñas para un mejor presente y futuro de sus vidas, en los escenarios en
que la vida acontece.

Resiliencia

El vocablo resiliencia se origina en el latín del término resilire que significa volver atrás, volver de un
salto. Se registra en los diccionarios en inglés en el campo de la física como resilence/resiliency,
definido como la capacidad de un material para recuperarse, retroceder o reasumir su tamaño y su
forma original luego de ser comprimido, doblado o estirado, es decir, es una cualidad de los
materiales consistente en la capacidad para responder a los choques. En castellano aún no es

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recogido por el Diccionario de la Lengua define como el índice de resistencia al choque de un
material.

A pesar de que esta capacidad debe ser tan antigua como la misma humanidad, en el terreno
de las ciencias sociales sólo se introdujo desde el decenio del ochenta en los estudios de campo para
explicar la extraña paradoja de la capacidad de recuperación y desarrollo adecuado de hasta un tercio
de los niños luego de que colectivos o individuos son sometidos a situaciones de estrés, siempre con la
implicación de recuperación de algo que sucedió; sirve pues, para caracterizar aquellas personas que
a pesar de nacer y vivir en situaciones de alto estrés como la violencia en todas sus formas o las
calamidades naturales se desarrollan psicológicamente sanas y exitosas. El análisis de los resultados
del desarrollo humano ante las situaciones adversas mostró que había factores de riesgo y factores
protectores.

El desarrollo humano se da en la relación entre factores de riesgo y factores protectores,


concepto que permite entender que es necesario identificar los factores de riesgo y protección, en
tanto éstos permiten predecir resultados negativos o positivos en el proceso de desarrollo del niño y el
joven, y por lo tanto planear y ejecutar intervenciones en un momento dado para disminuir los
factores de riesgo y la vulnerabilidad y así aumentar las experiencias positivas y los factores de
protección en aras de promover la resiliencia.

Más recientemente, el término ha sido adoptado y adaptado por la puericultura, en especial


por discursos de crianza como Crianza humanizada del Grupo de Puericultura de la Universidad de
Antioquia, aplicando el fomento de la resiliencia en la cotidianidad del crecimiento y el desarrollo,
independientemente de si los niños y jóvenes están sometidos a situaciones adversas extremas.

La resiliencia tiene dos componentes: capacidad de resistencia a la destrucción en situaciones


adversas y capacidad de construcción de un desarrollo humano sano, por lo que la definición que se
utilizará es la de Grotberg: capacidad humana universal para hacer frente a las adversidades de la
vida, superarlas o incluso ser transformado positivamente por ellas, es decir, la capacidad de tener
éxito en la aventura de la crianza con adversidades o sin ellas, en los escenarios en que se
desenvuelven los niños y los jóvenes: la familia, la escuela y la sociedad.

Fomento de la resiliencia

La evidencia empírica indica que los niños y jóvenes resilientes han manifestado tener las siguientes
características:

• Vínculos afectivos seguros y sólidos


• Adecuado comportamiento social
• Regulación afectiva
• Capacidad de resistencia en situaciones desafiantes
• Orientación hacia los recursos sociales
• Habilidades de conocimiento

Los estudios sobre resiliencia indican claramente que este concepto que a la vez es una
herramienta para la acción es una capacidad universal que puede ser construida, fomentada y
vigorizada en la relación de crianza en los distintos escenarios en los que ésta se da: la familia, que es
el principal, la escuela y la sociedad, teniendo muy presente que dado que es un proceso dinámico, es
necesario entender que la resiliencia no es una capacidad absoluta ni estable, sino que por el
contrario evoluciona a lo largo del tiempo, según las interacciones de los distintos factores
promotores en las distintas fases del proceso vital humano.

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En la crianza humanizada, bien sea en medio de la violencia o sin ella, el término resiliencia se entiende
en el terreno de la promoción y la prevención como instrumento de acción, tendiente en el campo de la
promoción al desarrollo de las potencialidades individuales, colectivas y del entorno dirigido a la consecución
de una mejor calidad de vida; y en el de la prevención, a las acciones para evitar que aparezcan consecuencias
indeseables. Se trata pues, de introducir la resiliencia como instrumento potenciador activo desarrollado y
fortalecido intencionalmente en la relación de crianza, la cual en este contexto se debe entender como
dirigida a la socialización de niños y jóvenes resilientes.

Teniendo en cuenta lo expuesto, para lograr el fomento de la resiliencia se debe acompañar a los niños
y jóvenes inteligentemente —ilustradamente, con conocimientos— y afectuosamente —con amor, con ternura—
en la construcción de las metas de desarrollo. No se pretende el suministro de una herramienta perfecta que
funcione como un dispositivo mecánico: pulse el botón A y obtendrá el efecto B; no, la crianza, en ninguna
circunstancia, se basa en ecuaciones.

El propósito de esta propuesta es el de sugerir a los puericultores un modo distinto de analizar los
asuntos de la crianza común y corriente o en medio de violencias actuales o vividas, lo que implica que muchos
de los detalles deberán complementarse de acuerdo con cada situación específica, pues la resiliencia no es una
varita mágica, sino que es fuente de inspiración para nuevos modos de acción, nuevas perspectivas y nuevas
esperanzas, de tal modo que se viva la crianza en cualquier circunstancia en función del fomento de la
resiliencia.

En resumen, en el trabajo con niños y jóvenes que están o estuvieron sometidos a violencias, o que no lo
han estado, o a calamidades, si se tiene en cuenta que el acompañamiento no es un acto de caridad, y
tampoco es su desarrollo una cuestión meramente técnica, la resiliencia abre un abanico de posibilidades, en
tanto enfatiza las fortalezas y aspectos positivos de los seres humanos y más que centrarse en los problemas
que mantienen las condiciones de alto riesgo para el desarrollo, se preocupa de observar aquellas condiciones
que posibilitan un desarrollo más sano y positivo.

Es claro pues que teniendo en cuenta las características individuales, la naturaleza de la familia y de la
sociedad, disponibilidad de fuentes de apoyo externo como clima educacional abierto y con límites claros, es
posible participar en la construcción y reconstrucción de las metas de desarrollo humano integral y diverso de
todos los actores de la crianza como un método de fomento de la resiliencia, con la esperanza de que algún día
esta actitud sea el camino de la convivencia, de la paz, pues es claro que pese a sus efectos mortales y
devastadores ni las violencias ni las calamidades han logrado exterminar la esperanza en un futuro mejor.

Pautas de crianza resiliente

Se anotan algunas pautas (prácticas) de crianza resiliente:

 Que los adultos sean modelos dignos de imitar por niños y jóvenes
 Que los adultos reconozcan que los niños y jóvenes son los gestores de su propio desarrollo
 Que los adultos sean seguros, firmes y claros en el acompañamiento
 Que el acompañamiento sea basado en la ternura
 Que los adultos se centren en lo firme de los niños y jóvenes, con énfasis en el acompañamiento en lo
vocacional
 Que los adultos ejerzan la autoridad y no el autoritarismo
 Que los adultos protejan y no sobreprotejan
 Que los adultos exijan y no sobreexijan
 Que los adultos escuchen genuinamente
 Que los adultos pidan y den respeto
 Que los adultos ejerzan reflexivamente los valores
 Que los adultos presten atención a cualquier signo de anormalidad
 Que los adultos señalen como negativas, cuando sea necesario, las acciones y no los actores (niños y
jóvenes)
 Que los adultos estimulen las acciones positivas de los niños y jóvenes y no simplemente elogien a los
actores de esas acciones
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