Sei sulla pagina 1di 6

Lilian Elphick 

LA ELEGIDA

[1990]
lujuria a sus pechos y a su sonrisa de museo, recorrién-
dola, mi elegida sin memoria, hasta que las palomas que
anidan en el entretecho me despiertan, hasta que sus
arrumacos me trizan. 

Ratas con alas. 

Entonces, ahí la olvido. 

Miriam.

11
III. Su nombre es Miriam. Dijo: Mi nombre es Miriam. No Un coup de vent sur tes 
conocía tan bien su voz como ahora, voz que existe sólo yeux et 
en el recuerdo. Miriam. Nunca más volví a verla. Se fue, je ne te verrais plus 
tomó su bus o un taxi o caminó, desapareciendo. Qui- A. Breton 
se seguirla, acompañarla. Negó con la cabeza, puso su
mano blanca en mi hombro para detenerme. La puso y
la sacó con la misma lentitud con que se arregló el pelo,
antes de partir, mucho antes, cuando me sonrió. 

He vuelto a aquel lugar, he vuelto tantas veces a mirar I. En Santiago no llueve nunca, pero hoy sucede lo con-
el pequeño letrero que sólo dice Hotel Andes, la vieja trario: la mampara de pavos reales está empañada, la
puerta siempre cerrada, como si nadie entrara o saliera.  casa oscura, un poco fría. Salgo. 

No ha llovido e Santiago. E sol se ha quedado quieto, Camino por ciertas calles que no tienen salida directa
casi a punto de estallar. Siento nostalgia por usted, Mi- sino que dan vueltas y vueltas, terminan en plazoletas y
riam, pero ya no la busco, sólo la sueño cuando me miro luego continúan. Me gusta perderme y caminar sin rum-
desnuda, sentada en una silla frente a mi espejo, sólo bo bajo esta lluvia. Elijo esta calle y no otra. A pesar de
la extraño cuando mi mano descansa entremedio de los ser lunes no veo gente; no me inquieta, es más, me gusta
musos, tibia y húmeda, sólo la deseo y la nombro en la que sea así. 
sencillez de este rito que cumplo, Miriam, por toda esta
nostalgia, acariciándome a la hora de las siesta inter- Al llegar a una esquina hay una mujer joven. Está parada
minable, por usted, Miriam, beso mi propia sombra y la esperando cruzar. Avanzo hacia ella, no sé por qué no
muerdo y la beso nuevamente, lamiéndola, inventándole cruza. No hay semáforo ni automóviles. Sigo de largo;

10 3
finjo comprar algo en un negocito de verduras. Desde allí Tengo miedo de que se vaya, que cruce mi soledad por la
vuelvo a observarla, sigue donde mismo, balanceándose mitad y se marche, caminando sin prisa, sin mirar hacia
arriba de la cuneta, las manos en los bolsillos. El olor atrás, despidiéndose apenas. 
del zapallo cortado es agradable; el hombre que atiende
me habla. Yo asiento mientras observo las grandes pe- Usted no sabe que el azar irrumpe sin que lo hayan lla-
pas del zapallo calado, las hilachas. Al levantar la vista, mado. Usted no sabe cómo durmió sobre mí, que yo la
los bigotes cerdosos del hombre me molestan, podría acaricié, que silenciamos la lluvia, la misma que aho-
sentir sus púas clavándose en mi cara. Para acabar la ra nos insulta, que yo le di calor, usted no sabe porque
conversación le compro un paquete de cigarrillos y me durmió, cerró los ojos y estrechó mi cintura, se hundió
despido de él para volver a mirarla. Está donde siempre. en mí, y soñó con un hombre joven. Ella me mira y en mí
Retrocedo, voy en su dirección. A unos tres metros me no quedan más que preguntas. Abotona lentamente el
detengo y no sé qué hacer. Parece no verme. De lejos, abrigo de paño negro y es bella, más bella que antes,
su abrigo simulaba ser un simple impermeable; pero no, toma su bolso, su pañuelo floreado, se desorienta, busca
tiene botones dorados, metálicos, grabados con moti- en vano la puerta y, por última vez, mira a la mujer del
vos marineros. Me acerco cautelosa, comprobando que espejo. Por última vez le sonríe, gira hacia mí y sonríe. 
el agua le corre por el pelo igual que a mí y que no es-
pera nada de este día imaginario. Ella me mira y apenas ¿Cómo se llama? le pregunto a usted, usted que sale y se
sonríe.  macha hacia la calle, alejándose. 

No hablamos del tiempo ni de sus arbitrariedades mien- Usted no sabe que yo me quedo aquí y que vuelvo al
tras avanzamos en la misma dirección. Ha estado bus- espejo. Antes de legar a él, un escalofrío recorre la hen-
cando trabajo desde hace horas y el desánimo le surge didura de mi espalda. Pero al fin llego y descubro. Me
feroz de sus ojos grises.  acerco hasta rozar mi cuerpo con el vidrio opaco. Usted
no sabe que se ha llevado mi reflejo. 
Yo también le cuento una historia de abandonos y de

4 9
quizás.  calendarios inútiles. A ella no le importa que el agua se
le meta por el cuello. 
¿Habrá oído mis canciones? Sus manos buscan a tientas
el espacio que yo he invadido. Silenciosa se toca el cuer- -El mundo se va a acabar- me dice serenamente- pero
po, intentando reconocerse, se toca las piernas, el vellón quedarán algunos, los elegidos, ¿me entiende? 
triangular de su pubis. Pero sus manos siguen buscando
lo que añora, en una nostalgia llena de casualidades.  Yo no respondo, la invito a tomar un café, al lugar de
Rosas. 
Ella me pregunta dónde estoy. 
Ella acepta y sonríe triste. Me gustan sus ojeras y la
Usted se refiere a un episodio de su vida, intenta contar- tomo del brazo como si la conociera desde siempre. 
me lo que ya sé, un encuentro casual entre dos mujeres.
Tartamudea, se arregla la ropa, se alisa el pelo, se palpa Hablamos durante horas y la lluvia no declina. Con el
las mejillas, sus palabras tropiezan y caen.  cuerpo tibio salimos a la calle, espero que se despida,
retarda el momento, debe tener otras cosas que hacer,
¿La volveré a ver? usted se esconde frente al espejo para seguir buscando trabajo, o tomar el bus de vuelta. Me
no responder. Su reflejo no puede responder. Yo no la pregunta: ¿vamos al centro? Por primera vez, la hora no
miro a usted, miro a una mujer de mejillas sonrojadas me preocupa. Le digo: sí. 
que se alisa el pelo y lo ordena y que palidece y se en-
fría y que palidece cada vez más, que mira fijamente el Caminamos lentamente por calles que yo conozco de-
contorno de una mujer que palidece frente a un espejo.  masiado, algunas veces ella se detiene a mirar las vi-
trinas. Sin embargo ella no mira, sus ojos se pierden en
Ella no responde, intenta huir, desasirse del calor fugaz un camino recto, interminable, atraviesan los maniquíes,
que le recuerda arena en invierno.  como si quisieran ir más allá de todo. El viento me re-
fresca cuando veo cómo una anciana busca desesperada

8 5
un taxi, con un pedazo de papel protegiendo su cabeza.  Se recuesta en la cama y abre sus piernas. Mi lengua
desciende, ella se arquea, las caderas oscilan, me frena
Después de una hora de peregrinación le propongo en- y susurra algo. 
trar a un hotel. No entiendo mi propia invitación, por qué
no a mi casa, allí estaríamos a solas, sin interrupciones, La beso. Me busca los labios. Ciega cachorra. Oigo que
además hace tiempo que ya no recibo visitas inespera- cantan afuera, los hacen callar, siguen haciéndolo hasta
das. Pero, ¿por qué este querer estar solas?, sé que ella que los cantos se pierden, luego, a lo lejos, oigo el ulular
también lo siente, por eso nuevamente acepta, sin mi- de una sirena. 
rarme, aunque le adivine su sonrisa de pecados secretos. 
Ella se deja ir como en un baile antiguo. Me abraza y
Es bella cuando se saca el abrigo de paño negro y su echa su cuerpo hacia atrás en un apuro que trato en
cuerpo se refleja mohoso en el espejo. Mi cabeza se aso- vano de retener, hasta que grita estremecida por sueños
ma detrás de ella. La abrazo.  desenfrenados. 

Contemplamos esta escena por un tiempo suprimi- ..... La elegida grita muriendo sobre mi. La elegida dor-
do. Ella no parece darse cuenta de su protagonismo y mita con su cara pegada a mi clavícula. La elegida no
mira asombrada cómo yo le retiro el pelo húmedo de se da cuenta de que por la claraboya del techo se des-
los hombros y lo ordeno hacia arriba, dejando libre su cuelga la lluvia y que ya da igual este silencio de noche
cuello, soplando despacio para darle más calor a sus clausurada. La abrazo tratando de buscar calor en toda
orejas frías. Cierra los ojos y permite que le desabroche su humedad y espero que ella se despierte. 
la blusa. Poco a poco va girando hasta encontrarnos en
pechos que se rozan. Quiero que sus pezones aparezcan
erectos y enormes. Los adorno de saliva. Sus pezones
brillan rosados, ínfimos, como semillas de granada. Ella II. Usted no quiso abrir sus ojos, y cuando lo hizo fue
gime a medida que mi lengua baja hasta su ombligo. como despertar de un mal sueño, algo nuevo, incómodo

6 7

Potrebbero piacerti anche