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En toda sociedad capitalista la Universidad es una de sus instituciones más delicadas, por
lo mismo, más neurálgica. A través de ella la burguesía ha querido erigir una bastilla de
preceptos que muy a pesar de su solemnidad, no dejan de constituir resabios momificados
de una época en la que sirvieron como punta de lanza contra la esclerótica nobleza y el
clero. Tales son las alusiones a la libertad de cátedra y a la libertad de expresión y tales
son las repeticiones impertinentes sobre la Universidad como sinónimo de "civilidad" de
racionalidad y de "razón crítica".
Y en otra carta, fechada enero de 1894 y dirigida a W. Borgius, Engels puntualizaba: "El
desarrollo político, jurídico, filosófico, religioso, literario, artístico etc. descansan en el
desarrollo económico. Pero todos ellos repercuten también los unos sobre los otros y
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sobre su base económica. No es que la situación económica sea la causa, lo único activo y
todo lo demás efectos puramente pasivos. Hay un juego de acciones y reacciones, sobre
la base de la necesidad económica que se impone siempre, en ultima instancia".
Al aplicar el instrumental analítico que se comprime y deriva de esa frase "en última
instancia" tenemos que visualizar la Universidad como una institución cuyos parámetros
de funcionamiento pueden ser amplios o estrechos; pueden revestir un carácter
progresista o reaccionario, dependiendo siempre de las articulaciones económicas
políticas, ideológicas, que expresan la lucha de clases en la sociedad de la que aquella
forma parte. De modo que, si bien la función de la Universidad es mantener y reproducir
las ideas valores y creencias de la clase dominante, es decir reproducir las ideas, valores y
creencias que esa clase desarrolla y propaga por todo el organismo social, no es menos
cierto que tal reproducción no se da siempre de acuerdo a los mejores intereses de dicha
clase y que, incluso puede la Universidad estar peligrosamente descarriada del proyecto
político que aquella precisa realizar. Es entonces cuando, solapadamente entran en acción
los nuevos planes para "modernizar", para instaurar "cambios en las orientaciones
educativas" o cuando, atronadoramente también hacen su entrada los tanques militares o
la gendarmería policial para poner la Universidad "en orden", para encarrilarla. Ambos
fenómenos no son excluyentes, pueden ser complementarios. De ello dan fe las
sangrientas luchas que desde principios de siglo se han librado en las Universidades
latinoamericanas y de las cuales Puerto Rico no ha sido la excepción. De ello dan fe los
vetustos edificios que ayer contemplaron a un estudiantado reclamando transformaciones
radicales para la sociedad y que hoy contemplan a otra generación que aguarda y lucha,
lucha y aguarda, acumulando ira contra las dictaduras que los oprimen.
Los ideólogos del sistema no están ajenos a esta realidad. Siempre la tienen presente. Por
eso aunque resulte paradójico, una de las personas que mejor ha esbozado en este país esa
contradicción ha sido el ex-Rector del Recinto de Río Piedras, Ismael Rodríguez Bou,
cuando discurría sobre la esencia de la existencia de la Universidad: (La Universidad)
"Por esencia tiene que investigar la realidad, diseminar lo más ampliamente posible esa
investigación, discutirla, defenderla, criticarla y transmitirla. Por esencia la Universidad
analiza toda la realidad: Dios, la naturaleza, la sociedad, el Estado." Pero..."por razones
de su existencia esta sociedad no puede corporativamente actuar en forma disolvente de
los principios y los valores básicos de esa sociedad que la sostiene y la tolera".
Repetimos: "no puede corporativamente actuar en forma disolvente de los principios..."
No hay que profundizar mucho para saber que esos "principios" y esos "valores" son los
de la clase dominante por más que esta insista en el carácter general de los mismos. Y
todavía menos habría que profundizar para darse cuenta que la acción "disolvente"
siempre se adscribe a los grupos e intelectuales de avanzada.
Año y matrícula
1940 - 4,987
1950 - 11,348
1970 - 18,223
1978-79 - 50,146
El aumento en la matrícula fue tan acelerado que ya en 1970 el Recinto de Río Piedras
sobrepasaba la matrícula de 25,926 que era la prevista para 1985 (5). Esta masificación
ha ido aparejada de un cambio en la composición de clase del estudiantado. En rigor, no
podría hablarse de una Universidad cuya mayoría de estudiantes es de extracción
burguesa o pequeña burguesa acomodada. La matrícula de la universidad pública es de
poco más de 50,000. De estos el 57% proviene de familia con un ingreso anual ajustado
menor de $7,500. En las universidades privadas el porcentaje es mayor: el 80% (9).
Para 1960 el número de estudiantes en estos colegios era 7,600; en 1974 sobrepasaba los
30,000 y representaba el 42% de la matrícula total universitaria en Puerto Rico. (8) Ya
para el año 1976-1977 los datos son distintos. De un total de 108,850 estudiantes
universitarios, el 46% correspondía a la universidad pública mientras el 54% estaba
matriculado en instituciones privadas. En el presente ascienden a un 60% de una
matrícula de 119,000 estudiantes. "No sólo superan a la Universidad de Puerto Rico en
cuanto a número de estudiantes, sino que por virtud de sus altos costos de matrícula, estas
tienen una holgura económica sin precedentes en la historia educativa del país" (9)
(Informe Comité Aumentos en costos de matrícula en la Universidad de Puerto Rico,
marzo de 1971; página 12).
Ese dilema, todavía presente, lleva por necesidad a puntualizar el rol de la Universidad
como auxiliar del sistema de producción. "La Universidad... se puede definir como una
institución subsidiaria encargada de la instrucción de la capacidad de trabajo y como
factor que incide en la conservación de las condiciones para la producción de la plusvalía,
formando intelectuales, ideólogos, profesionistas, etc., que actúan como funcionarios de
la superestructura." (11)
En esta definición, sin embargo, hay un elemento que no debe pasar desapercibido. Es el
hecho de que, dada la incapacidad del sistema para absorber la masa de egresados, la
Universidad, como la escuela, se hace "funcional a sí misma". (12) Su objetivo, entonces,
ya no será únicamente la instrucción de la capacidad de trabajo; será también retardar la
entrada del estudiante en el ámbito productivo. De esta forma, la Universidad viene a
institucionalizar el trabajo improductivo forzado, el trabajo que no produce plusvalía,
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La utilización del estudio como colchón que amortigüe, al menos temporeramente, las
cifras del desempleo, no es síntoma de una universidad estabilizada internamente y
estabilizadora de problemas sociales. Es lo contrario. Ese síntoma de un profundo
desajuste en el sistema capitalista que los enfrenta a una contradicción implacable: el
contenido de la enseñanza es caduco pero es imposible una transformación cualitativa del
mismo dentro de los parámetros de ese modo de producción.
La afirmación de que la educación llamada liberal está en crisis es cierta. Pero no implica
que la solución está en una educación de tipo técnico. Esta educación guarda más
afinidad con las necesidades del aparato productivo, si, pero también precisa un mayor
compromiso con el esquema de valores de ese régimen. El énfasis liberal brinda la
oportunidad de cuestionar, como diría Rodríguez Bou, los distintos elementos de la
realidad. El énfasis sólo promueve la mentalidad acrítica, la aceptación de un
conocimiento científico supuestamente neutral que garantizara luego, en la fabrica, un
status de superioridad frente al obrero. Es la educación que prepara, como una de sus
vertientes, a los suboficiales de la producción, es decir, es la educación que intenta
perpetuar la jerarquización que sólo es reflejo, no de una necesidad técnica, sino de una
particular división del trabajo, la división capitalista. (13)
La otra vertiente de la educación técnica es la que prepara a los que luego serán los
obreros especializados. Pero esta educación, aún siendo más acorde a las necesidades
productivas, no puede ser generalizada. El sistema necesita una cuota de "fracasados" que
pueda realizar los empleos manuales y no calificados de la sociedad. De ahí que la
Universidad del Estado, que en los últimos anos ha tomado medidas para ampliar su área
técnico-científica, sea rigurosa en los criterios de selección para ese tipo de programas. El
número de solicitantes a la Facultad de Naturales, por ejemplo, comparado con el número
de aceptados, es un buen indicio de esta rigurosidad.
Pero, aunque esto sea verdad, hay un hecho irrefutable: el sistema superior privado
agrupa al presente el 60 % de los estudiantes universitarios. Su fortaleza, no obstante,
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como la estatua de Nabucodonosor: tiene los pies de barro. Este barro tiene nombre:
programas federales de ayuda económica. Un corte significativo en los mismos dejaría a
la intemperie a muchas de estas instituciones al quitarle su fuente de mayor ingreso. Es
bueno tener presente que el 90.4 % del presupuesto de las instituciones privadas se cubre
con los costos de matrícula. (14) Y estos, a su vez, se sufragan fundamentalmente, con
becas federales.
Las organizaciones políticas no pueden ser condescendientes ante ese hecho, pero
tampoco pueden, obviando la naturaleza clasista de la institución, adoptar una postura
reaccionaria.
doble discrimen: los rechazados tanto del sistema público como de instituciones del
sistema privado.
Dentro de esta perspectiva, las organizaciones políticas no deben aplazar por más tiempo
la exigencia del derecho al trabajo para los estudiantes. Y en esa exigencia se deben
combatir las contenciones de los jerarcas. Por ejemplo, los administradores de seguro
vendrán con planes "para ajustar la educación a las necesidades económicas del pais y
facilitar la obtención de empleos para los universitarios." Eso puede ser cierto. Lo que
sucede es que ese ajuste se daría en función de un esquema de desarrollo desarticulado
que es, al mismo tiempo, la expresión más vívida del colonialismo. La crítica de tal
esquema es imprescindible aparejando, claro está, a la difusión de la única alternativa que
puede acabar con los desajustes y dicotomías del actual sistema: la organización
socialista de la educación y el trabajo.
Preguntas obligadas
Así las cosas, hay varias preguntas obligadas. ¿Cuáles son las perspectivas del
movimiento estudiantil en el futuro previsible? Más importante todavía: ¿Cuáles son las
notas relevantes de la lucha estudiantil en sus periodos de mayor trascendencia que nos
sirvan de termómetro para medir el presente y visualizar el futuro? ¿Qué alternativas
pueden plantearse para movilizar a la comunidad universitaria? ¿Qué reivindicaciones
deben impulsar las organizaciones revolucionarias encaminadas a lograr un combativo
movimiento de masas? Estas son las preguntas que aguijonean a la izquierda estudiantil.
Hacer un intento de contestarlas, por mínimo que sea, resulta una responsabilidad
ineludible. Y en ese intento, obligatoriamente, tenemos que ir al pasado. Tenemos que
hacerlo no como oráculos que buscan interpretaciones acomodaticias para justificar fallas
del presente. No; tenemos que ir con una concepción de la historia a lo Vico: mirando el
contexto sin deformarlo y, en los arañazos que hagamos de ese contexto, tratar de extraer
posibles lecciones para el forcejeo inmediato.
Alguien ha dicho que los años anteriores a 1948 constituyen la época de oro en la lucha
estudiantil. Para ese tiempo... "El Consejo General tenía representación... con voz y voto
en la Junta Universitaria, publicaba su propio periódico, gozaba de acceso a toda
información referente al estudiantado y tenía amplia libertad de expresión y asociación.
El Consejo General era electo por voto directo del estudiantado, lo que daba oportunidad
a desarrollar un liderato universitario al nivel de Recinto."(19)
Esos años, sin embargo, caen fuera del ámbito de este articulo. El que no podemos obviar
por las claras implicaciones que tuvo y aún sigue teniendo es el año 1948. Ese año,
específicamente el 14 de abril, el estudiantado realizó una Asamblea General y aprobó
cuatro demandas que serían presentadas ante el Rector Jaime Benítez Rexach. Esos
puntos eran: la restitución de los estudiantes que habían sido suspendidos por bajar la
bandera norteamericana, la única que flotaba en los edificios públicos del país, e izar la
bandera de Puerto Rico en saludo a Pedro Albizu Campos, quien regresaba de una cárcel
en Estados Unidos; la autorización del uso del Teatro de la Universidad para una
conferencia a ser dictada por Albizu Campos, la eliminación del Reglamento de
Estudiantes por restringir los derechos estudiantiles, y el nombramiento de la profesora
Carmen Rivera de Alvarado como Decana de Estudios.
Aún no habían culminado los trabajos de la Asamblea cuando llegó la noticia de que el
Rector había cerrado la Universidad. Efectivamente, la había cerrado evidenciando que
no existía la menor posibilidad de diálogo e inaugurando un estilo que, con la excepción
de Abraham Díaz González, serviría de orientación a todos los administradores
universitarios. (20) Tanto Benítez como el gobierno de Muñoz Marín desataron una
política represiva sin precedentes en la lucha estudiantil. El movimiento huelgario
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organizó una Cruzada Universitaria con el propósito de lograr el apoyo del pueblo,
cruzada que se fue desgastando en los meses subsiguientes. Más de 100 estudiantes
fueron suspendidos, los dirigentes no fueron aceptados en la Universidad y los que
pudieron, Juan Mari Brás entre ellos, tuvieron que liar bártulos hacia el extranjero para
proseguir sus estudios académicos.
Nace la FUPI
Ante el arraigo evidente que obtiene la FUPI, los sectores más retrógrados de los
estudiantes, por regla general los anexionistas, se dan a la tarea de contrarrestar la
influencia independentista y crean la Asociación de Universitarios Pro Estadidad
(AUPE). Este hecho adquirirá mayor resonancia en los años subsiguientes. Lo que estará
en juego, ni más ni menos, será una situación de polos opuestos que contribuirá al
desarrollo de una conciencia política en el estudiantado.
Para 1963 la FUPI constituye la organización más militante del independentismo. De ahí
que se inicie un plan contra los dirigentes fupistas consistente en reclutarlos para el
ejército yanqui. Este plan, sin embargo, vino a sentar las bases para una de las campañas
más importantes del estudiantado y la juventud puertorriqueña: la lucha contra el Servicio
Militar Obligatorio. (22)
Sin lugar a dudas, la lucha contra el ROTC representa una fase de flujo revolucionario en
el movimiento estudiantil. En esta campaña era el estudiantado el que estaba realizando
una labor consecuente de denuncia contra el imperialismo yanqui y su manifestación en
el campus: las agencias militares. Durante este periodo la lucha nacional tenía unas
características que estaban en abierto contraste con la situación en la Universidad. Los
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Unido a esto, la lucha contra el Servicio Militar Obligatorio y la guerra de Vietnam, que
servían de contorno a los crímenes de los yanquis, presentaba un cuadro que propiciaba la
denuncia, la movilización y el confrontamiento armado, en el movimiento estudiantil.
Es innegable que durante este periodo la lucha estudiantil iba en ascenso. Y es justo
reconocer que la mayor responsabilidad por ese ascenso estuvo en manos de la FUPI. En
estos años la Universidad constituyó la trinchera principal de la lucha antiimperialista. El
Consejo General se organiza bajo las disposiciones de la Ley Universitaria de 1966, se
logra participación estudiantil en el Senado Académico, se arrecia la lucha contra el
ROTC quemándose su edificio por vez primera el 26 de septiembre de 1969 y
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Este último año, 1970, fue uno de aguda tensión en el Recinto de Río Piedras. La tensión
a veces produce cosas extrañas, particularmente en los derechistas acosados por el
movimiento de masas. Algunos sucumben ante la histeria y todavía hoy los vemos
buscando conspiraciones detrás de todo; Oreste Ramos, por ejemplo. Otros, sin embargo
se ilusionan con pujos de poeta. Articulan unas líneas, las publican anónimamente y
sienten honda satisfacción de que otros lean lo que su cabeza ha eructado. Como muestra
de lo anterior ha llegado a nuestras manos una hoja suelta cuyo título es "No nos
enanemos". Quisiéramos transcribirla no sólo porque constituye una joya de
chabacanería, sino por que retrata la perenne actitud de la derecha ante las acciones del
estudiantado. Dice así:
No nos engañemos
¡Cómo han abusado
de nuestra paciencia
de la mano, de la mano
Florencio, Leopoldo, Marcano!
¡Cómo han pretendido engañarnos
y han ido
y van de la mano
Florencio, Leopoldo, Marcano!
¡Leopoldo, Florencio, Marcano
Cogidos de la mano
todo el año
en la pedrea, en el fuego
en las ideas
y nosotros observando
pensando, callando!
Todo el año, todo el año
hablando por nosotros
sin consultarnos.
Todo el año, todo el año
con el puño cerrado y en alto
como saludan en un país
muy cercano
para nosotros extraño.
Iban Leopoldo, Florencio, Marcano
y nosotros observando
y pacientemente callando.
Cuando le dicen "cerdo"
a la policía
me recuerdan
a una isla cercana y esclava
donde la libertad
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se ha silenciado
como aquí querrían hacerlo
Florencio. Leopoldo, Marcano.
Estos años de arduo forcejeo y matizados por quemas, marchas, piquetes, asesinatos,
encontronazos, tiene su culminación en el confrontamiento armado de 1971.
Conviene ver, en primer lugar, las posiciones asumidas en aquel entonces por las
organizaciones políticas estudiantiles: la FUPI y la Juventud Independentista
Universitaria (JIU). Para la FUPI el 11 de marzo representó una contundente victoria; tan
contundente que "cavaba la tumba de los incondicionales del ROTC". (25)
Un año después, en legítima pretensión orientadora, la FUPI señala, como si los hubiera
sabido de antemano, cuáles eran los propósitos del 11 de marzo, a saber: 1."Jalonar
políticamente de forma que se erradicara el ROTC. 2. Proteger y garantizar al máximo la
seguridad del cuerpo estudiantil. 3. Militarmente enfrentarnos al enemigo y probar su
vulnerabilidad." (26) De acuerdo con la posición de la FUPI estos objetivos se
cumplieron cabalmente.
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La posición adoptada por la JIU fue más cautelosa. No obstante, tal cautela no traslucía
otra cosa que una particular concepción sobre la lucha armada. En su boletín, Liberación,
año 5 núm. 24 decían: "Para el 11 de marzo de 1971 reinaban unas condiciones en Puerto
Rico. La clase obrera en general no ha adquirido conciencia de clase. Apenas se
comenzaba un trabajo con este sector primario en nuestra lucha. La situación descrita
junto a una campaña masiva del régimen no permitiría que el pueblo comprendiera y
respaldara la acción estudiantil. El gobierno atravesaba graves dificultades como, por
ejemplo, Culebra y Villa Kennedy en que los independentistas jugaban un papel
importante, desenmascarando las injusticias de la colonia y el capitalismo. Esa tarea se
vio interrumpida por la represión desatada por el régimen que trascendió los predios de la
universidad. Es dentro de este contexto que tenemos que juzgar la efectividad de nuestros
métodos y acciones de lucha. No podemos a riesgo de perder contacto con nuestro pueblo
hacer uso de unos métodos que en cierta medida no vayan en consonancia con el
desarrollo de la conciencia política del mismo, y más aún que en sus efectos puedan
provocar la censura o la indiferencia del pueblo ante la represión desatada contra
nosotros."
Con esta posición la JIU pasaba por alto varios elementos imprescindibles. Obviaba que
la agitación imperante en torno a la lucha contra el ROTC hacía previsible un
confrontamiento, de la índole que fuere, entre los estudiantes y la policía estatal. Obviaba
que ante tal previsibilidad lo mínimo que podían hacer los sectores conscientes del
estudiantado era prepararse. Y, sobre todo, obviaba que la lucha armada no siempre
requiere ni puede requerir —a menos que se quiera pecar de iluso— el apoyo mayoritario
del pueblo.
Por nuestra parte, sólo nos interesa precisar las enseñanzas que este histórico
acontecimiento legó a los revolucionarios puertorriqueños y las formas de análisis que
debemos utilizar para interpretarlo correctamente. Para empezar, toda la historia de la
humanidad demuestra que los sucesos no pueden ser analizados a base de simples
palabras: si fueron fracasos o si fueron éxitos; si fueron victorias o si fueron derrotas.
Estas palabras se convierten en etiquetas que obstaculizan analizar el proceso en que se
da un determinado acontecimiento y lejos de servir para extraer sus enseñanzas e
implicaciones a largo plazo y no a base de etiquetas momentáneas; por eso se analizan
procesos y no datos inconexos. Es con esta visión histórica que debemos ver el 11 de
marzo de 1971.
Sin embargo, el debate sobre esta cuestión se ha pretendido simplificar a sí hubo victoria
o derrota del estudiantado. Para colmo los criterios utilizados para dar estas categorías
pecan de subjetivismo y de superficialidad.
Quisiéramos, pues, expresar nuestras criticas sobre tales criterios para luego abundar en
las enseñanzas de tan histórica fecha. 1) No es criterio de victoria o derrota la suma de
muertos y heridos de los bandos en pugna. Eso es un buen criterio estadístico que, sin
lugar a dudas, tiene importancia. Pero de ahí a convertirlo en un criterio fundamental para
otorgar calificativos hay un gran trecho. Lo primero de todo es que la experiencia
histórica refuta la validez del mismo. Rusia perdió 20 millones de sus hijos en la Segunda
Guerra Mundial y ganó la guerra. Vietnam perdió a miles de sus patriotas y ganó la
guerra. China perdió otros miles en su lucha por la liberación y resultó victoriosa. Es
decir, que el criterio de suma y resta de muertos y heridos no se puede utilizar en un
proceso revolucionario como determinante. Además, ese criterio puede ser muy relativo.
Las fuerzas revolucionarias pueden causarle centenares de bajas a los enemigos y si estos
le asesinan a sus líderes máximos y la organización todavía no ha articulado con
eficiencia la continuidad del liderato, habría que pensarlo mucho antes de hablar sobre
una Victoria. 2) No es criterio de victoria militar el que en una parte de la batalla las
fuerzas revolucionarias hayan asestado fuertes golpes, si en las otras partes fueron
apabulladas. Una batalla militar no es sólo un confrontamiento de horas o de días;
envuelve sus implicaciones posteriores. Si las fuerzas progresistas atacan fuerte en un
primer día y están a la defensiva y recibiendo golpes otros cuatro días, no puede hablarse
de victoria. Un boxeador que gane el primer asalto y sea molido en los restantes no puede
hablar de victoria. Su pelea no se mide por asaltos fragmentados sin relación unos de
otros. La pelea es la suma de todos los asaltos. Así también es la batalla militar. 3) Si se
mira en forma aislada, no puede definirse el triunfo militar por el hecho de que se
demuestre la vulnerabilidad del enemigo. Ciertamente, como bien decía el Che, no basta
con que las masas entiendan que dicho cambio es posible. Ese tránsito en la conciencia
del oprimido desde la necesidad hasta la posibilidad precisa un convencimiento; requiere
comprender que el enemigo también es vulnerable. Pero este elemento tiene su
contrapeso si la vulnerabilidad de la reacción se demuestra a costa de nuestra
vulnerabilidad y, peor aún, no podemos reponernos efectivamente, el resultado
perseguido no queda satisfecho. Así, la vulnerabilidad de los otros se convierte en una
bella frase emocionalista pero no en riguroso parámetro para analizar una batalla militar.
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Para nosotros, una victoria militar es aquella situación en donde las fuerzas
revolucionarias atacan exitosamente al enemigo causándole bajas en recursos humanos,
en equipos y desmoralizándolo; están capacitadas para enfrentar efectivamente la
ofensiva del aparato militar de la clase dominante; si hay retirada no se desarticulan las
fuerzas, sino que se consolidan para lanzar una nueva ofensiva y, principalmente, se
explican y se relacionan las acciones militares con la lucha de masas de modo que se
contribuya a generar y elevar la conciencia de los oprimidos. Es decir, que la victoria
militar no sólo se puede ver en sus consecuencias inmediatas sino también en sus
repercusiones políticas subsiguientes.
Nos parece que estos criterios no los cumple a cabalidad el 11 de marzo de 1971. Pero
tampoco podemos catalogar este suceso como una simple derrota. Así no se analiza. El
11 de marzo rompió un esquema y dejó unas lecciones de suma importancia al
movimiento estudiantil que debemos aplicarlas en nuestra práctica revolucionaria. Hasta
ese momento el sistema colonialista había logrado crear una profunda mentalidad de
impotencia en nuestro pueblo. Los mitos de la invencibilidad e indestructibilidad del
yanqui habían sido convertidos en verdades no sujetas a discussion; habían sido años
repitiendo las mentiras del supuesto carácter dócil y pacífico de los puertorriqueños; las
mentiras de nuestra pobreza en recursos naturales; nuestra pequeñez geográfica. Que
cabíamos x veces en Santo Domingo y otras X veces en Cuba. Habían sido años que
presentaban a un puertorriqueño "ñangotao", deslumbrado ante el poderío del invasor,
desconocedor de su historia de lucha, y que respondía ante los atropellos a que era
sometido con una clásica frase" "unju".
Esas mentiras, que el imperialismo a través del Departamento de Asimilación (que aquí le
llaman de Instrucción) repetía constantemente, habían calado hondo y habían creado
mentalidades colonizadas con sus características básicas: El invasor es invencible;
dependemos de su fuerza para sobrevivir y, si no fuera por los americanos ¿qué sería de
nosotros?
Por eso, muy a pesar de algunos dirigentes estudiantiles que resultaron ser émulos de los
filósofos idealistas alemanes seguidores de Bruno Bauer, fue cuando habían escrito
"sangre" y habían querido decir "tinta", y que no apoyaron el confrontamiento, las masas
le hicieron frente a la policía. Muy a pesar —insistimos— de los elementos vacilantes
que no estaban a la altura de esa situación histórica, las masas le hicieron frente a la
represión. Por no estar ubicada en una estrategia de lucha, las fuerzas revolucionarias no
pudieron enfrentar la ofensiva represiva de las clases dominantes ni garantizar una
retirada articulada de las fuerzas estudiantiles. Pero, como quiera, el 11 de marzo viene a
ser en nuestra historia un acto espontáneo donde el heroísmo y la combatividad de lucha
de los estudiantes se demostraron sin dejar margen a duda alguna.
Unas palabras finales nos resta decir sobre este tema. Esas palabras no son nuestras:
pertenecen a Florencio Mereced Rosa, ex-Presidente Nacional de la FUPI, y apuntalan el
verdadero valor del confrontamiento entre estudiantes y las fuerzas represivas: "Los
sucesos del 11 de marzo constituyeron una gran escuela para el independentismo en su
lucha, que será, sin lugar a dudas, dura y prolongada. Esas acciones les enseñaron a
nuestros explotados una gran lección. En una lucha a largo plazo esas acciones tienen un
valor ejemplar incalculable Si estamos de acuerdo en que no habrá un tránsito pacífico de
la colonia a la independencia... debemos estar de acuerdo también en que la acumulación
de experiencias a través de esas acciones armadas sueltas es imperecedera". (27)
Después de este suceso, con el ROTC fuera del campus y la derecha débil
organizativamente, la lucha estudiantil se enfrenta a un problema que había tenido
siempre pero que ahora cobraba mayor relevancia: la inexistencia de un programa
revolucionario que orientara al movimiento estudiantil a corto y largo plazo. Precisemos.
La exigencia de una Reforma Universitaria se había tenido que centrar en un punto
neurálgico, en el eslabón que mejor evidenciaba la necesidad misma: el ROTC. Sin
embargo, la Reforma Universitaria comportaba otras áreas que aunque no fueran
neurálgicas no dejaban de ser importantes. Una vez sacado el ROTC y entendiéndose, al
menos por la FUPI, que tal salida significaba una contundente victoria, la lucha
estudiantil se vio con las manos vacías; se carecía de experiencia de lucha en relación con
esas áreas. De este modo, las organizaciones políticas se envuelven en una serie de camp
[…]