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Homosexualidad y género.

El arcoiris que se esconde detrás del arcoiris:


sobre emancipaciones y ataduras a las construcciones de género. ∗

Susset Fuentes
Profesora
FLACSO-Cuba

Hoy en día cobran fuerza las polémicas en torno a la “tolerancia”, el respeto a la


diferencia, y la “aceptación” de los homosexuales dentro de la sociedad cubana,
ya sea en el discurso académico o en el que se produce cotidianamente en
nuestras calles. Nuestros paisajes habituales ya no obvian, a pesar de los
pesares, a los sujetos homosexuales; ellos y ellas están allí donde
estereotipadamente se les imagina, y también donde, debido a los mismos
estereotipos, parecen “no encajar”.

Aunque las condiciones que han propiciado esta visibilidad no son objeto
específico del debate en este trabajo, lo cierto es que la presencia social de los
grupos homosexuales es manifiesta y explícita: al pasar, al menos, al plano de “lo
existente” constituyen, entonces, parte de una realidad que se muestra para ser
debatida y comentada, visible al fin.

Ante un contexto más “tolerante”1, o menos hostil, los homosexuales, en sentido


general, viven más abiertamente su orientación sexual y empiezan a emerger a la
luz pública y a formar parte de las historias cotidianas. Dicha situación ha llevado a
veces a hablar de “explosión” y “destape” (como efectos del proceso al cual se le


Esta ponencia se basa en una investigación de la misma autora, defendida como tesis de diploma de
licenciatura en Sociología, en la Universidad de la Habana, en junio del 2005.
1
Alrededor de la tolerancia hacia la homosexualidad se concentran muchos debates, sobre todo con respecto
a las diferencias con la “aceptación”. Está claro que en muchos casos la “tolerancia” implica la aceptación
pero desde una posición de superioridad y legitimidad social. En todo caso, dentro de la sociedad cubana se
evidencia una lenta evolución al respecto que, aunque no ha llegado a la consideración de la “normalidad” de
la orientación homosexual, sí es mucho menos estigmatizada que en décadas anteriores, lo cual no quiere
decir que no persistan formas de discriminación y sanción social hacia tales conductas y preferencias
sexuales.

1
llama, sobre todo en el mundo anglosajón, “salir del closet”) ante la impactante
visibilización pública de este fenómeno.

Tal situación ha desatado, como la apertura de una caja de Pandora, una vorágine
de polémicas, debates, cuestionamientos, desasosiegos en algunos y anhelos en
otros; sin embargo, ante el empuje de esta realidad dinámica, compleja y
cambiante, las problemáticas desencadenadas muchas veces se quedan sin
respuestas. Fundamentalmente desde las Ciencias Sociales, aún es constatable
un significativo atraso en la descripción, explicación y comprensión (con todo el
matiz metodológico que tienen cada uno de estos términos) de estos fenómenos,
de manera tal que permita entender el funcionamiento y el sentido de los procesos
que se desarrollan en nuestra sociedad, y su relación con la construcción y
deconstrucción de la sexualidad en sentido general.

Las secuelas de tal retardo en el conocimiento de estas problemáticas -


principalmente a partir de instrumentos y perspectivas socio-culturales que
permitan comprender sus lógicas y sus sentidos construidos y organizados
socialmente- conlleva a que adolezcamos de respuestas, o a que demos algunas
no totalmente certeras, ante tantas interrogantes que nos suscita esa realidad que
no espera por nosotros para manifestarse...

Lo cierto es que se despiertan preocupaciones y esperanzas ante la certeza de


que allí están aquellos que aman a personas de su propio sexo, contra viento y
marea, a pesar de la heterosexualidad institucionalizada (el “deber ser” social) y
de los mandamientos de la biología reproductiva (el “deber ser” biológico)2.

Muchos se preguntan si el hecho de que ellos y ellas estén ahí, mucho más
visibles ahora que antaño, es síntoma del resquebrajamiento de un ordenamiento
y una moral sexual que antes los excluía y los negaba...

2
Aunque actualmente hay posturas que parten de que la diversidad que manifiesta la sexualidad humana, en
materia de prácticas y deseos está condicionada también, precisamente por la plasticidad biológico-
psicológica de los seres humanos. En este sentido, este “deber ser” biológico no sería tan estricto, sino que en
él estaría la potencialidad de lo diverso. Para más información ver: Berger y Luckman, 1998: 67, 69-70; y
Gafo, 1998: 21.

2
Género y (Homo)sexualidad: la pertinencia de una mirada que aúne y no
separe...

A pesar de la gran popularidad de la cual ha gozado el enfoque de género en el


ámbito académico cubano, como herramienta analítica de la realidad social, y de
la gran proliferación de debates, investigaciones y publicaciones al respecto, la
mayoría de estas aproximaciones -salvo contadas y felices excepciones3- han
obviado o desestimado a la homosexualidad, y a la diversidad sexual en sentido
general, como campo de estudio.

Sin embargo, tal divorcio entre temáticas como la homosexualidad y el género


violenta y escinde dos categorías que, en el seno de nuestras sociedades, forman
parte indisoluble de la construcción social y el ordenamiento de la sexualidad, y
que por ende no deben desligarse arbitrariamente.

Desde una perspectiva constructivista de la sexualidad humana -base de esta


aproximación sociológica- la existencia o no de capacidades presociales de orden
universal que permitan el deseo erótico es en última instancia irrelevante porque,
sea cual sea su origen, éste siempre pasa por un campo de significaciones
mediante el cual es dotado de sentido y se le otorga determinada relevancia
(Osborne y Guasch, 2003: 3). La existencia sexual siempre opera a través de
significados, y estos son los que la organizan creando todo un mundo sexual que
trasciende lo dado naturalmente: el cuerpo, el sexo y el deseo solo son datos, pero
datos cobrados de sentido dentro de determinada realidad histórica; la Sociología
no se ocupa de ellos en su estado “natural”, aséptico, libre de “contaminación”,
sino de la forma en que las sociedades lo reconstruyen y transforman.

En este sentido resulta enormemente ilustrativo el concepto de “régimen de la


sexualidad”, entendido como un sistema relativamente coherente de organización
de una serie de criterios desde los cuales se construyen, se realizan y se
interpretan este tipo de relaciones entre las personas y las prácticas corporales
placenteras, y a partir de los que se establecen sus implicaciones en todos los

3
Dentro de éstas se hayan las investigaciones de Julio César González Pages y Abel Sierra Madero, ambos
historiadores; y de Luis Robledo Díaz, sociólogo.

3
órdenes de la vida social (Llamas, 1998:11)4. A la larga, a lo que apunta esta
definición es a la existencia de un sistema de ordenamiento, de significaciones, de
reglamentación y de dominación que establece un sentido del “deber ser” y el “no
deber ser” - construido socialmente según intereses particulares-, y que para
mantenerse necesita legitimar su hegemonía utilizando múltiples estrategias de
reproducción de la ideología que lo sustenta, tratando de establecer artificialmente
una “coherencia”, creando realidades funcionales a través de discursos y
representaciones, objetivándolas en prácticas y estructuras sociales, y que
además basa todos sus argumentos en instancias relevantes productoras de
“verdad” en determinados momentos históricos, como la religión y la ciencia.

Por supuesto que este sistema no opera en un vacío, y toma particularidades


según el contexto histórico, geográfico y social; no obstante las peculiaridades en
las que puede devenir, el régimen de la sexualidad que se establece en Occidente
se inscribe en una lógica de estructuración material y simbólica mucho más
amplia: el sistema patriarcal de género.

De ahí que toda la organización de la sexualidad esté en estrechísima relación con


los ordenamientos de género, siendo éstos el eje principal de la lógica que
sustenta a aquella, ya sea en la construcción de la sexualidad masculina y
femenina, como en el establecimiento de la “normalidad” afectivo-sexual, la
construcción social de la “homosexualidad” y las formas en que ésta es
comprendida hegemónicamente.

Tal régimen determina, de maneras múltiples, las prácticas y sus significados a


través de sus implicaciones; más que la existencia de diferentes formas de afecto

4
El fenómeno que aquí se pretende atrapar y dilucidar ha sido definido por otros autores de modos diferentes,
pero dentro de una lógica similar que apunta a la misma idea: equivale a lo que Foucault denominó
“dispositivo de sexualidad” (Foucault, I, 1999: Capítulo IV); a la idea desarrollada por Ann Fergunson sobre los
“modos de producción sexo-afectivos” –que serían sistemas a través de los cuales la sociedad organiza y
produce, materializándolas, sus ideas acerca del género y de la sexualidad- (Fergunson, “Bases de la
dominación masculina”:2); y a lo que Teresa De Lauretis llama “sexual structuring” y que son las formas en
que la subjetividad, la identidad sexual, el deseo y los impulsos sexuales son orientados, modelados,
formados y reformados por las representaciones, las imágenes sociales, los discursos y las prácticas (De
Lauretis, citada en Osborne y Guasch, 2003:8). En el mismo sentido Raquel Osborne y Oscar Guasch utilizan
el concepto de “sexualidad” redefiniéndolo sociológicamente como la estrategia social que permite controlar,
moldear y gestionar el deseo erótico, y que es conservadora en la medida en que se ocupa de reproducir el
orden social vigente indicando las condiciones y las maneras en que las realidades sexo-afectivas pueden
existir sin cuestionar el sistema (2003:3).

4
y de placer, lo que establece es su visibilidad, su recurrencia, sus manifestaciones,
su significado, en fin, su legitimidad social a partir de la definición jerárquica de “lo
bueno” y “lo malo”, “lo tolerable” y “lo punible”, “lo natural” y “lo antinatural”, “lo
conveniente” y “lo peligroso”, “lo saludable” y “lo patológico”. En dicha jerarquía se
establecen múltiples ejes de diferenciación, en función de los cuales se impone un
régimen de poder acorde con el modelo de sociedad que se establece en
Occidente5, pero sin dudas el criterio de distinción más emblemático es el de
“homosexualidad” y “heterosexualidad” (Llamas, 1998:16-17).

Los discursos y las prácticas que emanan de las instancias de poder instauran una
“normalidad” afectivo-sexual aparentemente coherente, que prescribe la
heterosexualidad como la norma6 (concepto que se redefine en términos
sociológicos como “heterosexualidad institucionalizada” y “heterosexualidad
obligatoria”) y el punto de referencia por excelencia; así un amplio espectro de
realidades afectivas y sexuales queda al margen de toda posibilidad de
articulación de sentido positivo al ser catalogadas como “desviaciones” del recto
camino.

Lógicamente esta norma tiene necesidad de legitimación y de coherencia para


poder funcionar con eficacia y no parecer el resultado de arbitrarias relaciones
sociales de fuerza y de poder; de ahí que el principal argumento a utilizar sea el
status “natural” de la heterosexualidad como tipo de relación sexo-afectiva
preestablecida por la diferencia biológica entre hombres y mujeres, en función de
la reproducción de la especie. Y es precisamente la ideología patriarcal de género
la que sirve como sostén a este proyecto, estableciendo un sexo/género bipolar y
construyendo la necesaria complementariedad de las entidades que lo conforman
a partir de su radical oposición7.

5
Por ejemplo: relaciones procreativas/no procreativas; en pareja/en solitario o en grupo; en el marco de una
relación/de forma casual o esporádica; en lugares privados/espacios públicos.
6
Aunque esta sea la “norma” esto no quiere decir que se permita libremente sino que también está sujeta a
una serie de ordenamientos que define un tipo de relación heterosexual deseada: tal vez procreativa,
funcional según roles complementarios y dicotómicos, etc.
7
Se pone en movimiento toda una industria de creación de la diferencia, de la construcción de cuerpos y
mentes complementarias. Sobre este proceso reflexiona Bourdieu en “La dominación masculina” analizando el
movimiento circular que va desde la fisiología de los sexos hacia estructuras cognitivas universalistas que los
incluyen, y se cierra con el retorno de estas estructuras sobre la anatomía sexual: la “masculinización” del

5
Quedan establecidos, pues, dos cuerpos, dos tipos de roles y dos identidades que
conjuntamente constituyen “la diferencia sexual”, y que se basan en la oposición y
exclusión de los elementos que dan cuenta de la condición sexuada y genérica de
los sujetos. Asistimos a la polarización del deseo y el género en un esquema
cerrado que marca una asociación lineal, simple y perfectamente complementaria:
hombre/masculino/activo y mujer/femenina/pasiva, y que se establecería como
la lógica hegemónica para entender la relación entre conceptos como sexo,
género y orientación sexual.

La “homosexualidad” también ha sido hegemónicamente construida a partir de


esta lógica de relaciones conceptuales; así este fenómeno ha sido representado
desde el mismo esquema de relación entre categorías como sexo, género y
orientación sexual, en el cual la “alteración” de uno de los elementos pone en tela
de juicio al resto. Este esquema cognoscitivo parcializador se convierte en un
obstáculo teórico-metodológico para su comprensión al rodearla de significados,
modos de hacer y denominaciones que han quedado establecidas como “la forma”
del fenómeno, pero que realmente no lo abarcan en toda su diversidad y riqueza.

De esta manera se explica que la representación hegemónica atribuida a la


aquella en las sociedades occidentales contemporáneas sea el resultado de la
reducción de una realidad plural -y por tanto desestabilizadora de la idea de
“uniformidad” -a un determinado estatuto fenomenológico que privilegia: “(...)
determinados “accidentes” o factores en ocasiones escogidos de forma interesada
pero poco representativos de la colectividad a la que pueden ser aplicados, en
ocasiones falsos, que pasan a constituir los referentes necesarios de esa
homosexualidad ideal” (Llamas, 1998:34) en la medida en que reduce un modelo
problemático a un estereotipo funcional a su dominación, y así le resta capacidad
subversiva convirtiéndolo en un propio mecanismo de cómplice reproducción del
sistema patriarcal.

cuerpo masculino y la “feminización” del cuerpo femenino se constituyen en procesos históricos de profundo
alcance que determinan una somatización de la relación de dominación, así naturalizada”. (1998:14).

6
Resultado de esto es la concepción de la “inversión” y la construcción científica del
sujeto “invertido” a partir de la asimilación de la persona no-heterosexual con el
sexo “contrario”8.

Así el invertido y la invertida vienen a ser la encarnación de una anomalía que


consiste en la manifestación social y sexual de impulsos dirigidos erróneamente y
que apuntan exactamente en la dirección inversa de la que sería correcta (por
supuesto que lo “correcto” es resultado del buen cumplimiento de la lógica
dicotómica de la que ya hemos estado hablando:
hombre/masculino/activo/heterosexual y
mujer/femenina/pasiva/heterosexual). Por tanto aquellos (as) que se sienten
atraídos sexualmente por su mismo sexo son infractores de una lógica que no por
eso se desmantela, sino que opera a la inversa: varón
homosexual/femenino/imitación de mujer y hembra
homosexual/masculina/imitación de hombre, y no necesariamente en ese
orden9.

Cualquier elemento “discordante” dentro del esquema llama la atención sobre la


posible alteración del resto, estableciéndose un estrecho lazo ideológico entre
ellos. De esta manera se produce, desde el poder, una heterosexualización de la
homosexualidad, que no es más que una estrategia de perpetuación de la
ideología hetero-patriarcal en la medida en que ajusta a las relaciones
homosexuales dentro del mecanismo comprensivo tradicional sobre la sexualidad.
Y es que, precisamente, al establecer como verídica y legítima la relación

8
Si bien esta relación entre homosexualidad e inversión venía desde mucho antes (como ya hemos visto, la
lógica binaria para entender la sexualidad data de bastante tiempo atrás) ahora cobra un valor particular al ser
fuertemente legitimada por el pensamiento científico8, consolidándose así el estereotipo del homosexual:
hombre afeminado y mujer viriloide, ambos personajes muy controvertidos en el seno de sociedades
heterosexistas y patriarcales. Esta concepción que asocia a la homosexualidad con la inversión de género
ejerció una enorme influencia en el imaginario social visibilizando e invisibilizando homosexualidades, y
creando un sistema de identificación y localización basado en esos rasgos, y por ende profundamente
sesgado
9
De ahí que la “inversión sexual” abarque un ámbito mucho más amplio que no se centra exclusivamente en
la elección del objeto de deseo: esta concepción -deudora hasta la raíz de los tradicionales ordenamientos del
género, la orientación sexual y el sexo/cuerpo- incluye formas de comportamiento, costumbres, actividades,
fisonomías, expresiones, en fin, todo lo que remita a la adopción o manifestación de caracteres socialmente
relacionados con el sexo “contrario”. Constituye, entonces, criterios mucho más “precisos” y “visibles” para la
identificación y la localización del sujeto invertido, y se convierte también en un sistema de alarma de
homosexualidad: los rasgos de la inversión, aún cuando no señalen la constatación de una práctica, sí
revelan la existencia de una “naturaleza esencial”.

7
unilineal, binaria y dicotómica entre las identidades sexuales y de género -
obscureciendo su carácter ambiguo, contradictorio y cultural- se pretende recrear
una imagen de homogeneidad, basada en el género, en la construcción del sujeto
“homosexual”, “heterosexual”, “hombre” o “mujer” al interior de su grupo, que a la
vez sirve para diferenciarlos de “los otros” (heterosexual ≠ homosexual; hombre ≠
mujer)

Por supuesto que de nada serviría un montaje tan “perfecto” y “coherente” si no


estuviera respaldado por instancias capacitadas para producir discursos de
“verdad” y legitimarlos socialmente, y tampoco valdría la pena si no tuviera cómo
perpetuarse en el tiempo: la solidez y permanencia del régimen patriarcal de la
sexualidad y de la dominación sexual se respalda en los más o menos sutiles
canales, subterfugios y resquicios a través de los cuales se objetiviza esta
ideología y se reproduce el orden establecido, incluso allá donde más
desestabilizado parece estar, mostrando así otras formas del poder.

Dentro del accionar de un régimen de la sexualidad con estas características, la


vivencia (homo)sexual tiene un marcado carácter político, en la medida que puede
reproducir o desordenar ideologías sexuales y de género dominantes, poniendo a
prueba su capacidad subversiva para desarticular modelos comprensivos
supuestamente coherentes y homogéneos, o en algún sentido reproducir la lógica
de dominación sexista al funcionar según códigos que resultan cómplices de ésta,
en la medida en que se insertan en el orden tradicional de género y validan las
significaciones enraizadas en este.

En este sentido cabría reflexionar si las relaciones homosexuales constituyen per


se un indicio de la desestabilización del régimen hetero-patriarcal de la sexualidad
y de la lógica que lo sustenta.

Esta investigación surgió con la pretensión de propiciar un acercamiento al estudio


de la homosexualidad, desde una perspectiva sociológica, a partir del enfoque de
género, no solo entendiendo a este como una variable que atraviesa,
inevitablemente, la orientación sexual -cualquiera que esta sea-, sino desde de la
comprensión de que ella es regulada y construida como fenómeno social a partir

8
de los hegemónicos y tradicionales ordenamientos de lo masculino y lo femenino,
y las relaciones entre sí.

En sentido general el principal objetivo que motivó este estudio fue determinar las
incidencias de las construcciones patriarcales de género en las relaciones intra e
intergrupales de hombres y mujeres homosexuales, a partir de una muestra
seleccionada en Ciudad de la Habana10.

Este acercamiento se hace en tres dimensiones diferentes: las relaciones de los


homosexuales al interior del grupo homogéneo por sexo, las relaciones de pareja,
y las relaciones entre los hombres y las mujeres homosexuales. En este sentido
los objetivos específicos fueron los siguientes:

- Conocer si al interior de los grupos homosexuales de un mismo sexo


existen diferenciaciones según los roles de género asumidos, más cercanos
a la masculinidad o a la feminidad, y cuáles son las valoraciones que hacen
los sujetos al respecto. (¿Existen, al interior de los grupos homosexuales de
un mismo sexo, diferenciaciones fundamentadas en los roles de género
asumidos?, ¿cómo son valoradas estas diferencias?)

- Valorar las incidencias de las construcciones patriarcales de género en las


relaciones de pareja homosexuales (¿Cuáles son los impactos de las
construcciones patriarcales de género en la organización de las relaciones
de pareja homosexuales?, ¿reproducen los homosexuales en sus
relaciones de pareja esquemas de sexualidad dicotómicos y una lógica de
dominación basada en estos?)

- Analizar si el sexo/género es un factor significativo en la creación de


diferencias al interior de la realidad homosexual, entre hombres y mujeres
(¿La condición de hombre y mujer, y sus respectivas construcciones
sociales, pauta diferencias dentro de la realidad homosexual?)
10
La muestra se conformó, de forma intencional y sin tener en cuanta la representatividad estadística, por diez
hombres y ocho mujeres de orientación homosexual que se autoreconocen como tal (este es el criterio
expreso del cual se parte para seleccionarlos). Se circunscribe a sujetos residentes, de manera temporal o
permanente, en Ciudad de la Habana por cuestiones, fundamentalmente, de accesibilidad geográfica y de
ausencia de recursos para extender la investigación a otras provincias del país. La vía utilizada para la
localización de los sujetos de la investigación fue el empleo de redes personales o canales sociales, a través
de la técnica de la bola de nieve.

9
Partiendo principalmente del presupuesto teórico que en esta investigación se
adopta acerca de la realidad social -en el cual se le concibe como una
construcción humana donde las significaciones tienen un papel protagónico al
darle sentido a los actos- y de los problemas específicos que la ocupan, fue
pertinente adoptar una metodología cualitativa para este estudio (entrevistas a
profundidad y grupos de discusión) , que permitiera ir más allá del número frío, de
la estandarización, de las relaciones estadísticamente determinadas, y llegar así al
cómo las personas vivencian, entienden y explican su realidad.

¿También una historia de discriminados discriminando?


Sobre emancipaciones y ataduras al Régimen Patriarcal de la Sexualidad
ƒ “Bomberos”, “putas”, “locas de carroza”, “machitos”: el arcoiris que se
esconde detrás del arcoiris…

Un acercamiento a las realidades homosexuales en el contexto habanero nos


muestra que existen, en los grupos de hombres y mujeres homosexuales,
diferenciaciones al interior de éstos a partir del reconocimiento de la existencia de
diversidad en cuanto a las proyecciones de género asumidas, más cercanas a lo
socialmente entendido como masculino y femenino. Una de las manifestaciones
de esto es el lenguaje: en la jerga homosexual, utilizada por ambos sexos, hay
términos que denominan y clasifican basándose en el criterio de la proyección
genérica asumida; de esta manera se definen sujetos diferentes que se mueven
en un rango que va desde los casos de “incongruencia” de género hasta los de

10
“congruencia”11, pasando por estadíos más o menos intermedios de “indefinición”
al respecto, androginia y ambigüedad.

La diversidad existente respecto al género en estos grupos se interpreta a partir


del par “congruencia”-“incongruencia” precisamente porque se concibe la
existencia de una “normalidad” (la mayoría de las veces no cuestionada y
presentada, explícita o implícitamente como algo dado naturalmente; la minoría,
entendida como un producto social, pero no por esto discutida) que establece
cómo “es” o cómo “debe ser” la proyección de género a partir de nacer hombre o
mujer: los primeros deben ser masculinos y las segundas, femeninas. La noción
de una “regla”, de una “normalidad y de un “deber ser”, y por tanto de un “no deber
ser” que funciona como transgresión o insubordinación de aquellas, conlleva a que
lo diverso sea entendido a través de esta lógica y según este criterio, con las
respectivas implicaciones de positividad o negatividad valorativas que se
desprenden de estos.

“Bombero”, “general”, “coronel”, “macho”, “machito”, “consorte”, “pelotero”,


“boxeador” y “activa” hacen alusión a lesbianas cuya proyección de género es
considerada muy masculina; “putón”, “puntico”, “puta”, “diva” y “pasiva” se refieren
a mujeres homosexuales cuya proyección de género es considerada femenina12. A
los sujetos que se encuentran entre los extremos se les dice “ambiguos” o
sencillamente no existe una nomenclatura específica; comúnmente se les llama
“lesbianas”, “entendidas” u “homosexuales” sin más aclaraciones13.

Entre los hombres “loca”, “pájara”, “loca de carroza”, “maricona”, “es más mujer
que madre”, “ser muy hembrita”, “pasivísima”, “pasivo” y “pajarita” denotan a
homosexuales considerados muy femeninos; y “machito”, “activo”, “varoncito” y
“hombrecito” apuntan hacia individuos cuya proyección de género es considerada

11
Con “congruencia” e “incongruencia” de género me refiero, primero, a la concordancia entre el sexo
biológico y la proyección de género establecida socialmente (mujer-femenina, hombre-masculino), y en la
segunda ocasión a la discordancia entre el sexo y el género.
12
Aunque no solo nombran a éstas; en sentido general aluden a mujeres, independientemente de su
orientación sexual, que son femeninas o atractivas.
13
Esto, por supuesto, no quiere decir que sean solo utilizados en este sentido; de manera general son
términos que nombran a mujeres que tienen una preferencia sexo-afectiva por su mismo sexo; sin embargo,
en determinadas ocasiones sí son utilizados para nombrar a aquellas que no caen en ninguna de las
categorías extremas, o al menos no en la de discordancia o incongruencia de género.

11
masculina. Los términos intermedios también se denominan “ambiguos”,
“entendidos” o “gays” -en un sentido que va más allá de la orientación
homosexual, y se refiere a la manera de asumirla genéricamente, en este caso.

Estas clasificaciones, por un lado desmontan el estereotipo -al partir de la


diversidad de proyecciones al respecto- de suponer que la homosexualidad está
inevitablemente ligada a la “inversión” del género asignado socialmente; en
sentido general se comparte la idea de que no necesariamente existe separación
o exclusión entre la homosexualidad y la feminidad o masculinidad esperadas. Sin
embargo, no deslegitiman absolutamente la validez de esta concepción, sino que
la hacen operativa y “eficaz” para un sector de la población. A pesar del
resquebrajamiento del absolutismo de este juicio no existe un cuestionamiento -y
si lo hay es ínfimo y desolado- hacia lo concebido como “masculino” y “femenino”,
ni hacia las relaciones establecidas a partir de ello. Pervive la idea de que la
orientación homosexual se puede expresar, o no, a través de determinadas
características relacionadas con la inversión de género; es decir, se comparte la
noción de una “epistemología”14 de la homosexualidad fuertemente basada en
este criterio, que aunque no es aplicable a todos los casos sí funciona como
síntoma o señal de algunos susceptibles de ser distinguidos a simple vista.

Existen frases que llaman la atención sobre ésto: “ser fuerte”, “tener fortaleza”,
“llevar el cartelito en la frente”, “tener afectación”, “tener plumas”, “ser afocante”,
“marcarse”, “ver la tuerca” (exclusivo de mujeres), “se le nota”, “ser abierto”, “estar
pajareado” y “estar partío” (exclusivo de hombres), etc.

En este sentido se reafirma la posibilidad de distinguir la homosexualidad a simple


vista a través de determinados rasgos considerados típicos y propios del otro
sexo, y no solo por la preferencia sexo-erótica. De esta manera se vislumbra
también otra escisión (no sólo la de congruente/incongruente) -o quizás sea más
bien parte de la misma- que apunta a la idea de que la concordancia o
discordancia de género es entendida por los sujetos como expresión de
aceptación o de rechazo del homosexual hacia su condición de hombre o mujer;

14
Este término es utilizado por Ricardo Llamas en su obra citada en este artículo.

12
es decir, se concibe la existencia de homosexuales que asimilan y se sienten
cómodos con “su” sexo/género (son “hombres” y “mujeres”) -todos los
entrevistados se adscriben a este grupo, que para ellos resulta de cierta manera la
postura “correcta”-, y otros que se sienten parte del “otro” sexo/género (son
“imitaciones de hombres” e “imitaciones de mujeres”).

Evidentemente esta concepción de la “inversión” visibiliza o invisibiliza, “expone” o


“encubre” a los sujetos homosexuales partiendo del presupuesto ya visto y
provoca divisiones al interior de estos grupos en la medida en que a unos “se les
nota” y por tanto son más visibles y susceptibles de ser identificados (son los que
manifiestan una proyección de género “incongruente” con lo esperado socialmente
según su sexo biológico), y a otros “no se les nota” (son los “congruentes”) y
pasan más inadvertidos socialmente.

Así vemos como la clasificación según la proyección de género se enriquece de


múltiples significados y asociaciones: el “congruente” es el sujeto al que no se le
“nota” su orientación homosexual, se proyecta genéricamente según lo que la
sociedad espera de él, y es verdaderamente hombre o mujer; el “incongruente” es
en sí mismo prueba de su condición al manifestarse de manera discordante en
materia genérica, lo cual indicaría que no se es lo suficientemente “hombre” o
“mujer”.

De esta investigación se desprende que la “discordancia” es vista, por los sujetos,


como problemática y motivadora de rechazo social, y la “concordancia” es
valorada como elemento favorecedor de más aceptación social y familiar. De
hecho, la mayoría de ellos comparte la idea de que la imagen que ha prevalecido
socialmente y que funciona de manera mayoritaria como representación social de
la homosexualidad es la de “inversión”, y que ésto se debe precisamente a la
visibilidad de este sector de la población homosexual cuya imagen sí concuerda
con el estereotipo, y es generalizada por la sociedad a la población general. En
este sentido se achaca cierto grado de responsabilidad a los “incongruentes” en lo
referido al rechazo social hacia los homosexuales, al considerar que representan
una mala imagen y que la totalidad es juzgada a partir de ésta.

13
Los sujetos investigados reconocen la existencia de discriminaciones y
jerarquizaciones al interior de los grupos homosexuales según las proyecciones
de género expresadas; además, llaman la atención sobre el hecho de que los
homosexuales generalmente se agrupan teniendo en cuenta, entre otros factores,
el de la similar proyección de género. Por tanto la dirección que tomen dichas
discriminaciones depende del grupo de donde partan y de la postura que este
defienda en dependencia de la situación genérica de los que lo conforman:

Entre los sujetos aquí investigados es más positivamente valorado tener una
proyección genérica acorde con el sexo biológico. No es que se espere el máximo
de feminidad o masculinidad en las mujeres y los hombres respectivamente (se le
da cabida a posiciones ambiguas), pero en sentido general es rechazada y
criticada la “inversión” de género en expresiones extremas. Es necesario destacar
que esta valoración se hace desde una posición de distanciamiento y de exclusión
del sector “incongruente”, más implícita que explícitamente, a través -aunque no
solo- de separaciones lingüísticas entre el “ellos” y el “nosotros”15.

Los posicionamientos particulares y personales al respecto varían, desde una


participación directa en la discriminación a otros, pasando por la indiferencia ante
la cuestión, hasta los que no apoyan estas segregaciones. También existen
opiniones - aunque muy escasas- que le atribuyen valores positivos a la
“incongruencia”, relacionados precisamente con su posibilidad de “resaltar”, de no
pasar inadvertida, y por tanto su potencial transgresor.

En sentido general todos los entrevistados rechazan las características de


“inversión de género” o “incongruencia” en la búsqueda de su pareja, en la cual

15
Es menester aclarar que la utilización de la técnica de la bola de nieve para la selección muestral –al
propiciarse los contactos a través de redes de conocidos, los cuales, no necesariamente pero sí como
tendencia, provienen de ambientes similares- propició un fuerte nivel de homogeneidad en algunos aspectos
de la muestra, lo cual imposibilitó una mayor variedad en cuanto a características como el color de la piel, la
edad, el nivel educacional y la tenencia de hijos. En el curso de la investigación y en la medida en que la
técnica se fue aplicando y se fueron obteniendo resultados se evidenció, por las mismas causas, la ausencia
en la muestra de una serie de sujetos relevantes en las divisiones según las proyecciones de género,
específicamente aquellos que eran vistos como los extremos en lo referente a la “inversión” de género: los
denominados “locas de carroza” (dentro del grupo de hombres homosexuales) y las “bomberos” (dentro de las
lesbianas), y que evidentemente hubieran aportado un discurso importante para esta investigación. Aunque se
trató de solucionar este problema las redes de localización no fueron eficientes al respecto, pues los
entrevistados no conocían o no se relacionaban con personas de estas características dificultándose así el
acceso a ellos, y en caso de éste ser posible se produjeron negativas de cooperación en la investigación.

14
priorizan como requisito la congruencia de género o la “ambigüedad”. Esta
preferencia en la búsqueda de las parejas se argumenta a partir de la idea de que
precisamente lo que le atrae al homosexual de su mismo sexo son las
características “propias” de este: la feminidad en las mujeres y la masculinidad en
los hombres; por tanto, no tendría mucho sentido estar con una persona que
aparenta o intenta tener las características del otro sexo; de esta manera, al
menos a nivel del ideal de pareja, se desestructura la lógica de la
“complementariedad” entre lo masculino y lo femenino -en lo que a la proyección
de género respecta.

A grandes rasgos todo el discurso producido -tanto grupal como individual- está
atravesado por el hecho de que los sujetos hablan desde “afuera”, sin
considerarse parte de la “disidencia” de género. Evidentemente todo este análisis
pasa por saber de quiénes y de dónde es el discurso que se origina; ya en la
descripción de la muestra vimos como los sujetos de la investigación no forman
parte representativa de toda la población homosexual, y menos de aquella que se
define, de manera marcada, como “incongruente”. Un examen más profundo de
esta problemática implicaría, por tanto, el estudio a partir de una muestra
representativa de la diversidad homosexual para así poder arribar a conclusiones
que permitan establecer hasta qué punto esta ruptura de la lógica de la
complementariedad es una tendencia generalizada o no en las relaciones
homosexuales. El que estos requisitos sean considerados importantes y
deseables en la elección de la pareja no significa que todas las relaciones que
hayan tenido a lo largo de su vida, incluyendo a las actuales, tengan estas
características.

Otra de las consecuencias del tradicional ordenamiento hetero-patriarcal de la


sexualidad es el establecimiento de una fuerte asociación entre la proyección de
género y los roles a jugar en la relación sexual, preconcebidos de una manera
dicotómica: ser “activo/a” o “pasivo/a”; la persona de proyección de género más
cercana a lo masculino (sea hombre o mujer) se asocia con el rol activo y la más
cercana a lo femenino se asocia al rol pasivo.

15
Dicha clasificación (“activo/a” y “pasivo/a”) tiene vigencia en los grupos
homosexuales estudiados, ya sea referida estrictamente al plano de las
preferencias sexuales, o indicando proyecciones de género, como vimos al
principio de este análisis en las denominaciones de sujetos sociales a partir de
estas características.

Pero ser activo o pasivo no solo se asocia a un rol sexual específico o a una
proyección de género reducida a la apariencia física o conductual, sino también a
una serie de roles sociales relacionados con “lo masculino” y “lo femenino”
(proyección masculina -sea congruente o incongruente/rol activo/ “hacer de
hombre”/ser dominador/a; proyección femenina -sea congruente o
incongruente/rol pasivo/ “hacer de mujer”/ser dominado/a)

Los sujetos de la investigación reconocen que aunque esta lógica de


asociaciones, preconcebida de una manera unilineal entre la proyección de
género, el rol sexual y otros roles sociales a desempeñar asociados a la
masculinidad y a la feminidad tiene un funcionamiento bastante frecuente a nivel
de imaginario dentro de los grupos homosexuales, no es absoluta, ni totalmente
verídica, ni lo suficientemente efectiva a la hora de explicar y comprender la
realidad y la diversidad homosexual, sino que es transgredida, desmentida y
dislocada por múltiples prácticas materiales o simbólicas.

Hay una crítica bastante generalizada de la clasificación de los roles sexuales en


“activos” o “pasivos”, pues se considera que esta separación y exclusión de
papeles en la relación sexual lacera las posibilidades de obtener placer y
realización, y que no es estática sino que puede variar en dependencia de varios
factores; de hecho, muy pocos casos se adscriben dentro de estas
denominaciones, sino que más bien se clasifican como “completos” en materia
sexual, valorando esta postura como la más integral. De esta manera se
desetructura un tanto la idea de roles separados, bien definidos y no unificables, lo
que no quiere decir que no existan personas con determinadas preferencias, más
enfocadas hacia un rol u otro.

16
Sin embargo, a pesar de asumir posturas críticas ante este modelo de
ordenamiento de la sexualidad, ellos mismos, en determinados momentos de su
discurso, reproducen estos esquemas comprensivos preconcebidos; de esta
manera las construcciones patriarcales de género y las arbitrarias asociaciones a
las que estas dan lugar también forman parte del imaginario a través del cual los
sujetos investigados se representan y explican su realidad.

ƒ “¿Quién hace de hombre y quién de mujer?”: ¿la primacía de un modelo


complementario?

Evidentemente ha existido un modelo comprensivo hegemónico, desde la ciencia16


y el sentido común, para entender los homoerotismos (y los sujetos implicados en
ellos) a partir de los binomios “masculino-femenino”, “dominante-dominado”,
“penetrador-penetrado” traducidos en disímiles nominaciones en dependencia del
contexto histórico y geográfico: “activo/a-pasivo/a”, “erasta-erómeno”, “butch-
femme”, “bombero-puta”, “bugarrón-maricón”, “hombre-joto”, “cacorro-marica”,
“hombre-cochón”17; de esta manera se relaciona el papel erótico desempeñado en
la relación (asumido en la dicotomía activo-pasivo) con una estratificación por
género, en la medida en que el papel activo es desempeñado por un sujeto
“masculino” y el papel pasivo por uno “femenino”, perpetuándose así el esquema
de dominación/subordinación inherente al régimen actual de regulación de la
sexualidad. (Núñez Noriega, 2001:15)

En el actual régimen de la sexualidad se construye el erotismo y el deseo en


función del falo y el establecimiento de este exclusivamente a partir de la
genitalidad masculina forma parte de este proceso. El acto de penetración física o
simbólica es así constituido como la esencia de la práctica masculina (hasta el
punto de convertirse en la única concebible) e investida de toda una serie de
implicaciones desiguales: la superioridad, el poder, la fuerza o la iniciativa son

16
Este modelo que alude a papeles más o menos definidos, opuestos y complementarios es constatable en la
obra de Krafft-Ebing, Ellis, Marañón y Pellegrini. Todos utilizan la clasificación “activo/a-pasivo/a”, asociando lo
primero a lo masculino y lo segundo a lo femenino.
17
Estas últimas cuatro clasificaciones son usadas respectivamente en Cuba, México, Colombia y Nicaragua.

17
asociadas a quien penetra, son manifestaciones necesarias de su esencia
masculina. En el contexto del presente régimen de placeres se mantiene un
criterio bien anterior: “ser penetrado es abdicar del poder”, pues la relación sexual
es la escenificación ritual de un acto de dominación y subordinación cuyas
implicaciones van más allá de la práctica o el gozo que de ella se pueda derivar.

Más allá de las incongruencias de este modelo comprensivo es innegable que por
múltiples canales de legitimación y mecanismos de reproducción ha tenido
influencias en la estructuración de las relaciones homosexuales y en el imaginario
social. Este punto de partida ha conducido en el seno de algunos contextos, muy
especialmente en América Latina y en las sociedades árabes (Llamas, 1998: 183)
a una redefinición del concepto de homosexualidad18 y a una diferencia de
estigma social en dependencia del papel erótico desempeñado.

Aunque este modelo es aplicable a la hora de entender ciertas relaciones


homoeróticas que se organizan de esta forma, y no necesariamente de una
manera precisamente autónoma, sino que se ajustan al patrón establecido y a los
referentes socializados en cuanto a la lógica de las relaciones de pareja (es decir,
es aplicable para entender una realidad que él mismo creó y que es reproducida);
en sentido general se presenta como un obstáculo teórico-metodológico para
reconocer el vasto paisaje de placeres, significados, exploraciones, atrevimientos,
y transgresiones identitarias que acontecen en los eventos homoeróticos, en la
medida en que invisibiliza aspectos de esta realidad y termina por silenciar otras
maneras de significarla. Lo que no es comprendido por esta dicotomía permanece
ausente del orden simbólico, y esto tiene serias implicaciones ideológicas y
políticas; al invisibilizar la disputa entre las identidades sexuales y de género,
silenciando su carácter ambiguo, contradictorio y cultural, se invisibiliza que el
sistema de categorías que ordenan el sistema patriarcal y el régimen de la
sexualidades una hechura, una ficción cultural sujeta a disputas y cambios, y no
un simple reflejo de realidades naturales e inmutables.

18
“Hay quien insiste en que en la pederastía (generalmente le llaman así a la relación anal) el varón activo es
fundamentalmente heterosexual y el pasivo es homosexual. Esta interpretación es errónea y entorpece el
conocimiento del fenómeno” (Kinsey, 1949: 693)

18
La caracterización de los homoerotismos a partir de este esquema dista mucho de
comprender cabalmente los complejos procesos de negociación, acomodamiento,
resistencia y subversión de las identidades sexuales y de género hegemónicas
que llevan a cabo los sujetos para dar cuenta de sus prácticas eróticas y del
significado de estas en sus vidas (Núñez Noriega, 2001: 29). De ahí la necesidad
teórica y política de explorar la manera en que los modelos comprensivos se
hacen cómplices de las ideologías sexuales y de género que estructuran el
sistema patriarcal, y lo ponen a salvaguarda tratando de mantener la “coherencia”
de su discurso sobre todo a través de su enorme impacto social en la organización
de los encuentros homoeróticos según estos referentes.

La existencia de relaciones homosexuales que funcionan según este esquema (no


solo en lo aparente sino en lo simbólico), tanto masculinas como femeninas, son
una muestra de la existencia de prácticas homosexuales sin que por ello se
resienta la masculinidad/feminidad hetero-social, y expresan la eficacia de los
mecanismos de reproducción del régimen de la sexualidad.

Hablar de las limitaciones del modelo dominante de comprensión de los


homoerotismos no es negar la existencia de homosexuales -hombres y mujeres-
que presenten rasgos “masculinos” o “femeninos”-según lo que socialmente se ha
considerado como tal-, ni que haya personas que prefieran un rol más activo o
más pasivo en la relación sexual, ni tampoco la existencia de relaciones de
dominación sexual; se trata de que no necesariamente existe una relación
unilineal entre estos tres elementos sino que interactúan de maneras diversas no
reductibles a una misma lógica y menos aún a significados semejantes.

Los sujetos de esta investigación reconocen la existencia de relaciones de pareja


estructuradas según estos roles dicotómicos (que en la práctica pueden incluir o
no una coherencia entre el rol sexual, la proyección de género y los otros
comportamientos esperados y asignados) basados en esquemas de masculinidad
y feminidad, dentro de las cuales cada persona tiene bien definidas sus funciones
y actividades, y se perpetúa la dominación sexual del que ejerce el rol masculino
sobre el que ejerce el femenino.

19
Evidentemente “hacer de hombre” y “hacer de mujer” puede tener gran cantidad
de connotaciones simbólicas y prácticas en el seno de una sociedad patriarcal
como la cubana, y en este sentido se puede traducir en relaciones de poder y de
opresión sexual.

La mayoría de los sujetos investigados asumen una posición crítica hacia la


estructuración de la relación de pareja a partir de estas concepciones, y abogan
por modelos más cooperativos que no se bases en el desempeño de roles
“masculinos” o “femeninos”, tan cargados de significación en materia de poder y
subordinación; una ínfima parte de ellos concibe acríticamente que la relación de
pareja funciona precisa y “naturalmente” a través de estas diferencias de
actividades y funciones a desarrollar.

En cuanto a las experiencias personales al respecto la casi generalidad de los


entrevistados no sustenta sus relaciones de pareja en modelos extremadamente
dicotómicos asociados a estrictos roles de género, sino que existe una tendencia
dentro de la muestra a que aquellos se diluyan, sexual y socialmente.

En este sentido es necesario tener en cuenta que la masculinidad y la feminidad, y


los roles asignados a cada una de ellas, construcciones sociales al fin, no son
estáticas, sino que se reconfiguran y se transforman. Aún cuando se sigue
enfatizando en determinadas “diferencias” que caracterizan a lo masculino y lo
femenino, dichos modelos han ido, poco a poco, apuntando hacia una concepción
menos dicotómica y excluyente entre uno y otro, y algunos roles se han abierto
perdiendo su carácter exclusivo de un solo sexo.

Hay otros casos que, aunque no asumen modelos infranqueables y absolutos de


distribución de roles, sí marcan algunas funciones o actividades específicas
relacionadas socialmente con papeles masculinos y femeninos. No obstante,
aunque minoritariamente, existen relaciones de pareja que sí se organizan
partiendo de estas posturas de diferenciación de papeles estrictamente definidos
como masculinos o femeninos.

La dominación basada en los esquemas patriarcales de masculinidad y feminidad


en los casos en que se reproduce no necesariamente es coherente con la lógica

20
que relaciona al sujeto dominante con un rol sexual activo o una proyección
masculina. En sentido general se demuestra la artificial relación entre estos
elementos -lo que no niega que haya casos en los que puedan coincidir- y las
múltiples maneras en que se pueden articular en dependencia no sólo de las
prácticas, sino también de las significaciones otorgadas.

ƒ Lesbianas y gays: mujeres y hombres...

Tanto la construcción social de la homosexualidad, como su problematización a


través de diversas instancias sociales, y también la vivencia personal de los que
tienen esta preferencia sexual, están atravesados por el género. El hecho social
de “ser hombre” y “ser mujer”, en el seno de sociedades donde esta diferencia
constituye un elemento central en la estructura social -material y simbólica- y en el
cual las féminas son, de manera general, el “sexo oprimido”, es en extremo
relevante a la hora de organizar, pensar y significar la vida y la identidad de los
sujetos sociales, y por tanto es una variable primordial en el análisis de la realidad
social.

En este sentido (y siendo los y las homosexuales también socializados según este
sistema) el género puede asumirse como un criterio analítico o como una
importante variable que atraviesa la orientación (homo)sexual, y por tanto es
preciso no perder de vista los matices que introduce el ser hombre o ser mujer en
la visibilidad, historia, marginalidad y vivencia de la homosexualidad.

En los sujetos investigados prevalece la idea de que hombres y mujeres no son


igualmente marginados ni visualizados socialmente, pues se considera que la
homosexualidad femenina y masculina no tienen el mismo impacto social en el
seno de un sistema de género que construye a hombres y mujeres de manera
diferente, y en el cual las implicaciones de ser uno u otro difieren. Las opiniones
fluctúan, de manera equitativa y sin evidenciarse consensos según el sexo, entre
la existencia de una mayor discriminación social hacia la femenina o hacia la
masculina.

Los sujetos investigados tienen, de manera general, concepciones sobre la


masculinidad y la feminidad basadas en la idea de la diferencia (sea asumida

21
como natural o social); así conciben a los hombres y las mujeres como individuos
distintos en su gestualidad, psicología y determinados valores. Estas nociones
cobran matices específicos en dependencia del sexo del sujeto que está
valorando: las mujeres enfatizan positiva y reiteradamente valores como la
delicadeza, la dulzura, la suavidad, la fidelidad, la espiritualidad y la sensibilidad,
asociados a la feminidad; y atribuyen a los hombres una serie de antivalores y
cualidades como la falta de espiritualidad, el despotismo, la brutalidad, la
tosquedad, la superficialidad, la prepotencia, la agresividad, el salvajismo, la
promiscuidad, la lascivia y la infidelidad. En este sentido se evidencian algunas
actitudes hostiles.

En todos y cada uno de los casos estas valoraciones emergen prácticamente de


manera espontánea como curso lógico en la reflexión sobre su condición
homosexual; y son utilizadas como argumentos de una preferencia sexo-afectiva
que se basa, entre otras cosas, en la búsqueda de determinados atributos que van
más allá del cuerpo femenino, y que son valorados como deseados y positivos en
la conformación de la relación de pareja, y que los hombres no son capaces de
brindarles; de hecho en varias ocasiones se enuncian las ventajas que supone
tener una relación sexo-afectiva con otra mujer. Sin embargo, es muy sintomático
que los hombres homosexuales nunca tratan de explicar su gusto por su propio
sexo a partir de lo que el hombre “es”, más allá de su corporeidad particular, o de
lo que “no es” la mujer.

De esta manera pudiera pensarse que, paradójicamente, un sistema que se basa


en la creación de la diferencia en función de lograr una complementariedad que
asegure las relaciones entre hombres y mujeres, conlleva a una separación tan
grande entre unos y otros, en materia de intereses y prioridades, que al final estos
encuentran su “complemento” precisamente en aquellos que comparten sus
necesidades. Ningún análisis que involucre a hombres y mujeres puede obviar que
las relaciones preestablecidas socialmente entre ellos se han basado en una
relación de subordinación y dominación, en la cual estas últimas han resultado las
víctimas de una cultura de la opresión por parte de los algunos varones. Por eso la
construcción social de la masculinidad basada en la fuerza bruta, la imposición, la

22
violencia, el abuso, la infidelidad y la insensibilidad de los hombres puede resultar
extremadamente problemática para una mujer socializada en la delicadeza, la
ternura, la espiritualidad y la fidelidad.

En este sentido se evidencia cómo las construcciones patriarcales de género, y la


socialización de los hombres y las mujeres para que cumplan con ellas, puede ser
un factor importante, si no en provocar la búsqueda de una relación homosexual
por parte de las féminas, al menos en significarla y llenarla de sentido. Ésta es
solo una problemática enunciada como resultante de este acercamiento
investigativo a la homosexualidad masculina y femenina desde la perspectiva de
género; evidentemente esta investigación no pretende afianzar conclusiones al
respecto, pues no formaba parte de sus objetivos.

En cuanto a la sexualidad, es sabido que no se construye de igual forma para


mujeres y hombres. Tema puntilloso ha sido siempre el de la promiscuidad y el
cambio de pareja achacado a los hombres gays: la mayoría de las investigaciones
realizadas muestran que los varones homosexuales tienden a tener muchos más
compañeros sexuales que las mujeres homosexuales, o que los hombres y
mujeres heterosexuales, en sociedades donde la socialización tiende a orientar a
los hombres (hetero u homo) hacia la variedad en las relaciones sexuales, en
tanto que las mujeres de una u otra condición se les orienta hacia la monogamia.

Entre los entrevistados existe la opinión generalizada de que los hombres


homosexuales tienden más al cambio frecuente de pareja que las lesbianas, las
cuales son consideradas más estables en sus relaciones. Esta afirmación se basa
fundamentalmente en dos tipos de explicaciones: una que apunta hacia un
trasfondo fisiológico que hace del hombre un ser sexualmente más activo que la
mujer, y por tanto más necesitado de actividad sexual; y otra mucho más
extendida que privilegia lo social a partir del criterio de que los hombres y las
mujeres, independientemente de su orientación sexual, son socializados según
concepciones donde a los primeros se les conmina a la promiscuidad como un
valor positivo del cual obtendrán reconocimiento social, y a las segundas se les
instruye para que guarden fidelidad.

23
Esta investigación señaló, a partir de la muestra utilizada, que las mujeres han
tenido a lo largo de su vida, y tienen en la actualidad una vida de pareja más
estable que los hombres; si bien ésto se da como tendencia, no supone su
absolutización, pues entre las personas estudiadas existen casos que no se
ajustan a esta tendencia. Es necesario considerar la posibilidad de que este
resultado esté atravesado por una serie de variables cuya incidencia no ha sido
controlada en este estudio, como la edad y el entorno social.

Otro de los resultados obtenidos fue la existencia de marginación intergrupal en


los homosexuales. Todos los entrevistados reconocen la existencia de tensas
relaciones entre ambos grupos, y los posicionamientos generalmente apoyan este
separatismo, aunque hay voces que abogan no estar de acuerdo con esta
posición; es relevante el hecho de que muchos de los argumentos esgrimidos en
pos de la discriminación se basan en las construcciones tradicionales de género, y
aluden negativamente -como argumento de sorna, burla y desacreditación- a
conductas socialmente entendidas como características del otro sexo. De esta
manera reproducen un discurso discriminatorio, que ya no opera al interior del
grupo homogéneo por sexo, sino hacia el otro, pero que se basa en la misma
concepción de la congruencia como lo “correcto” y la incongruencia como fuente
de desacreditación.

Esto se convierte en un discurso de doble filo, que al validar, primero la imagen del
“otro” homosexual como invertido y usurpador de un papel que no le corresponde,
y que por ende se visualiza y significa como una burda caricaturización de lo que
no se es, reproducen las mismas herramientas esgrimidas por el poder
hegemónico hetero-patriarcal para desacreditar a la homosexualidad, provocando
que un discurso que intenta ser marginador se convierta en automarginador y
funcional al sistema de dominación sexual. Por otro lado se evidencian el peso de
las concepciones falocéntricas (tanto para valorar las relaciones entre hombres
como entre mujeres): por un lado muchos de los hombres no conciben un sexo
lésbico que funcione sin un pene; por otro, las mujeres no se explican como ellos,
teniendo un pene, se dejan penetrar en vez de penetrar a una mujer.

24
Conclusiones

La norma heterosexual dictada por el régimen de la sexualidad utiliza múltiples


mecanismos para resultar verídica y natural, y a través de un complejo proceso se
dedica a crear la diferencia en la cual se basa: la oposición de lo masculino y lo
femenino, y todas las implicaciones que de ello se desprende. Este obsesiva
dicotomía y sus correspondientes extensiones, que van desde un cuerpo diferente
a la presentación de dicha distinción en todos los ámbitos de la vida social y
sexual, establece una rígida asociación entre conceptos como sexo, género y
orientación sexual, a partir de la cual será concebida y creada la realidad.

La “homosexualidad”, como instancia construida también desde el poder


hegemónico, arrastra consigo -al menos en cuanto a lo que se ha pretendido
hacer valer como “la forma” del fenómeno- toda una serie de “puntos de partida”
para la comprensión de lo sexual que la ubican, primero en el campo de “lo
extraño”, “lo anormal” y “lo condenable”, y luego la ajustan al propio esquema que
la condena, validándolo y haciéndolo veraz.

Evidentemente los mecanismos de reproducción del orden hetero-patriarcal son


múltiples, y operan a través de canales y vías diversas, que no necesariamente se
circunscriben al ámbito de la “heterosexualidad”. Reforzarla, y por supuesto que
no únicamente como preferencia erótica (lo cual sería harto ingenuo suponer) sino
como institución social y mecanismo de dominación sexual, no sólo es una tarea a
desarrollar en el propio terreno, sino en terreno también del “enemigo”, al cual se
necesita dominar y neutralizar ideológicamente.

La vivencia (homo)sexual es indiscutiblemente también un arma política, en la


medida en que reproduce un orden o lo desordena en alguna medida, pero como
hemos visto, existen múltiples controles sobre ella -a corto y largo plazo- que
pretenden inmunizar su potencial transgresor y hacerla un instrumento de
reproducción más de una estructura social -material y simbólica- que la condena al
ridículo para así desestimarla.

¿Por qué al ridículo?: porque el sistema, al invisibilizar la violenta disputa y la falsa


coherencia entre los elementos (es decir, sexo biológico/género/orientación

25
sexual) a partir de los cuales se estructura todo el andamiaje ideológico que sirve
de sustento a una concepción del mundo y a la producción de nuevas realidades a
partir de ella, silencia la ambigüedad, la poca solidez y la hechura cultural del
régimen patriarcal de la sexualidad y las categorías que lo organizan,
pretendiendo “naturalizarlas” y haciéndolas funcionar según relaciones unilineales
e “inequívocas” (mujer-femenina-heterosexual; hombre-masculino-heterosexual), a
partir de las cuales cualquier alteración en el esquema conlleva una movilidad de
los otros elementos: de esta manera la “homosexualidad” queda reducida a una
caricatura que evidentemente se conforma a partir de la suposición de que existe
un lazo gordiano que la une, de manera incuestionable, a la “inversión de género”
y al cuestionamiento de su “verdadera condición” de hombre o mujer; así es
ridiculizado/a como una imagen caricaturesca de lo que no son (no son parte de
su sexo) ni pueden ser (parte del “otro” sexo).

De esta manera se hace nuevamente válido un esquema que se salva de ser


profundamente cuestionado y que no deja de ser funcional a la dominación,
incluso allí donde ésta parecía más desestabilizada. Por tanto, aquellos(as) que se
sienten atraídos sexualmente por su mismo sexo son infractores de una lógica que
no por eso se desmantela, sino que opera a la inversa: varón homosexual/
femenino /imitación de mujer y hembra homosexual/ masculina/ imitación de
hombre, y no necesariamente en ese orden.

Asimismo, aplicando este mecanismo comprensivo tradicional sobre la sexualidad,


se heterosexualiza la relación y la vivencia homosexual, creando nuevamente la
“necesaria” complementariedad entre lo masculino y lo femenino (más allá de los
cuerpos), como fundamento de la dominación y la estructuración de la realidad
sexo-afectiva, y socializando estos modelos que evidentemente tienen impacto en
la organización de los encuentros homoeróticos.

Es cierto que en el seno de la propia homosexualidad también se reproducen


paradigmas institucionales de la misma ideología que la discrimina y excluye,
manteniéndose así las lógicas hegemónicas sobre los roles sexuales y de género,
y el sexismo; sin embargo, tampoco podemos obviar los múltiples procesos, a

26
pesar de las instancias de poder, de negociación, acomodamiento, resistencia y
subversión de las identidades sexuales y de género hegemónicas que llevan
también a cabo los sujetos para dar cuenta de sus prácticas eróticas y del
significado que estas juegan en sus vidas.

Los resultados del estudio aquí realizado apuntan en ambos sentidos. Las
construcciones patriarcales de género sí desempañan un papel a tener en cuenta
en la organización de las relaciones inter e intra grupales de hombres y mujeres
homosexuales en la muestra estudiada. En el primer caso, de manera general, en
dos sentidos: primero, porque la condición de hombre o mujer condiciona e incide
en el cómo se vive y se interpreta la sexualidad, y es una variable que atraviesa la
orientación sexual en múltiples sentidos, todos relacionados con la construcción
social del “ser mujer” y el “ser hombre” basada históricamente en una radical
asimetría y diferencia, de manera que estos miran el mundo, lo interpretan, y lo
viven, desde posiciones diferentes -sin pretender negar todos aquellos factores
que los unen, como seres humanos, y como “blancos/as”, “negros/as”, “jóvenes”,
“adultos/as”, “universitarios/as”, en fin-, y cuyas acciones en él no tienen las
mismas implicaciones porque no provienen de la misma realidad. En este sentido
la incidencia de las construcciones patriarcales de género parten precisamente del
sujeto y cómo ha sido construido socialmente según lo que es: “hombre” o “mujer”,
y a partir de ahí cómo vive y comprende su (homo)sexualidad, y como la
comprende la sociedad. Luego, también son constatables las incidencias de las
construcciones patriarcales de género en la medida en que son concepciones
internalizadas a partir de las cuales se interpretan a los otros, en este caso los
homosexuales del sexo “opuesto”. De esta manera se evidencia cómo se
reproduce un discurso, tanto explícito como implícito, sobre la “normalidad” y a
partir de ésta se desacredita a los “otros” partiendo de los argumentos de “deber
ser”, basados en la congruencia entre el sexo biológico y el género. Son entonces,
dichos sujetos, voceros de un discurso marginador que refuerza la lógica de
pensamiento y estructuración de la realidad sexual que los mantienen marginados
a sí mismos: defienden y reproducen patriarcales concepciones de lo masculino y
lo femenino, y el propio prejuicio hacia la homosexualidad basado en la arbitraria

27
relación entre sexo, género y orientación sexual de la cual ya anteriormente
hablábamos.

Respecto a las relaciones intergrupales (referidas tanto en sentido general como a


las de pareja) es constatable que la lógica de organización al interior de los
grupos, que en buena medida se apoya en la perpetuidad de “lo masculino” y lo
“femenino” también dentro del mundo homosexual, es otro de los ejemplos de
cómo se reproduce el esquema tradicional que ha sido utilizado para el
ordenamiento de las relaciones sexo-afectivas. La creación de sujetos diferentes
en cuanto a los roles de género que desempeñan, y las implicaciones ideológicas
que esto tiene, se muestra como efecto de la presencia de fuertes concepciones
patriarcales de género a partir de las cuales se les otorga sentido a su realidad; sin
embargo, aún cuando dicho esquema lógico está presente, se evidencia que no es
asumido necesariamente de una manera acrítica; es decir, no podemos hablar de
“puros” procesos de reproducción porque, evidentemente, la internalización y
objetivación de la realidad social (en un doble y dialéctico proceso del que Berger
y Luckman escribieron) no se produce como un calco, sino que pasa por sujetos
creadores, seres sociales activos ante la realidad que les rodea, que la viven, la
interpretan, producen y reproducen.

Cualquier análisis sobre las construcciones de género tiene que asumir como
punto de partida el hecho de que éstas no son fenómenos sociales estáticos ni
ahistóricos; indudablemente están sujetas a cambios, tal vez lentos, pero cambios
al fin. Si bien aún se mantiene una concepción social de lo masculino y lo
femenino que exacerba la diferencia -diferencia que, por demás, sigue generando
desigualdad y opresión- es preciso destacar la existencia de ciertas “aperturas” de
los roles, lo cual propicia la inclusión del otro sexo en actividades antes
consideradas propias de hombres o mujeres. En este sentido, las concepciones
tradicionales de género y sus implicaciones en los grupos homosexuales están
mediadas por esta realidad, lo que no necesariamente niega que existan casos
más flexibles o más rígidos ante tal disolución de roles.

28
Evidentemente esta realidad es extremadamente compleja, y mucho más amplia
de lo aquí abordado; en el caso específico de los sujetos de esta investigación se
evidenció una pluralidad de modelos de relación de pareja en lo referente a la
distribución de roles, y las significaciones dadas a ellos. Los casos que asumen
roles totalmente definidos según las tradicionales concepciones de los ámbitos
propios de la feminidad y la masculinidad no abundan en la muestra seleccionada,
pero los existentes sí representan un claro ejemplo del accionar de un régimen de
regulación que crea realidades a través de las cuales se perpetúa.

El estudio de las relaciones de género en el seno de la homosexualidad propicia


un terreno de análisis muy interesante y fructífero que permite ahondar en la
comprensión del funcionamiento del régimen hetero-patriarcal, y los mecanismos
en que se basa para perpetuarse, y con él la dominación sexual.

La posibilidad de experiencias desorganizadoras y subversivas no radicaría


meramente en el sexo de los cuerpos que se juntan sino más bien en el intento de
desmontar los mecanismos de sujeción sexual, en modificar los referentes, los
códigos y los signos diseñados por un sistema androcéntrico y hetero-patriarcal,
en criticar la lógica y subvertirla, en luchar contra la dominación trazando nuevos
códigos y formas de organización del mundo, de las prácticas y los significados.
Que las prácticas de liberación no reproduzcan los poderes de exclusión a los que
pretenden combatir, es un reto; en este sentido es que se puede hablar de
resistencia o de integración.

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