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FLACSO-Cuba
Aunque las condiciones que han propiciado esta visibilidad no son objeto
específico del debate en este trabajo, lo cierto es que la presencia social de los
grupos homosexuales es manifiesta y explícita: al pasar, al menos, al plano de “lo
existente” constituyen, entonces, parte de una realidad que se muestra para ser
debatida y comentada, visible al fin.
∗
Esta ponencia se basa en una investigación de la misma autora, defendida como tesis de diploma de
licenciatura en Sociología, en la Universidad de la Habana, en junio del 2005.
1
Alrededor de la tolerancia hacia la homosexualidad se concentran muchos debates, sobre todo con respecto
a las diferencias con la “aceptación”. Está claro que en muchos casos la “tolerancia” implica la aceptación
pero desde una posición de superioridad y legitimidad social. En todo caso, dentro de la sociedad cubana se
evidencia una lenta evolución al respecto que, aunque no ha llegado a la consideración de la “normalidad” de
la orientación homosexual, sí es mucho menos estigmatizada que en décadas anteriores, lo cual no quiere
decir que no persistan formas de discriminación y sanción social hacia tales conductas y preferencias
sexuales.
1
llama, sobre todo en el mundo anglosajón, “salir del closet”) ante la impactante
visibilización pública de este fenómeno.
Tal situación ha desatado, como la apertura de una caja de Pandora, una vorágine
de polémicas, debates, cuestionamientos, desasosiegos en algunos y anhelos en
otros; sin embargo, ante el empuje de esta realidad dinámica, compleja y
cambiante, las problemáticas desencadenadas muchas veces se quedan sin
respuestas. Fundamentalmente desde las Ciencias Sociales, aún es constatable
un significativo atraso en la descripción, explicación y comprensión (con todo el
matiz metodológico que tienen cada uno de estos términos) de estos fenómenos,
de manera tal que permita entender el funcionamiento y el sentido de los procesos
que se desarrollan en nuestra sociedad, y su relación con la construcción y
deconstrucción de la sexualidad en sentido general.
Muchos se preguntan si el hecho de que ellos y ellas estén ahí, mucho más
visibles ahora que antaño, es síntoma del resquebrajamiento de un ordenamiento
y una moral sexual que antes los excluía y los negaba...
2
Aunque actualmente hay posturas que parten de que la diversidad que manifiesta la sexualidad humana, en
materia de prácticas y deseos está condicionada también, precisamente por la plasticidad biológico-
psicológica de los seres humanos. En este sentido, este “deber ser” biológico no sería tan estricto, sino que en
él estaría la potencialidad de lo diverso. Para más información ver: Berger y Luckman, 1998: 67, 69-70; y
Gafo, 1998: 21.
2
Género y (Homo)sexualidad: la pertinencia de una mirada que aúne y no
separe...
3
Dentro de éstas se hayan las investigaciones de Julio César González Pages y Abel Sierra Madero, ambos
historiadores; y de Luis Robledo Díaz, sociólogo.
3
órdenes de la vida social (Llamas, 1998:11)4. A la larga, a lo que apunta esta
definición es a la existencia de un sistema de ordenamiento, de significaciones, de
reglamentación y de dominación que establece un sentido del “deber ser” y el “no
deber ser” - construido socialmente según intereses particulares-, y que para
mantenerse necesita legitimar su hegemonía utilizando múltiples estrategias de
reproducción de la ideología que lo sustenta, tratando de establecer artificialmente
una “coherencia”, creando realidades funcionales a través de discursos y
representaciones, objetivándolas en prácticas y estructuras sociales, y que
además basa todos sus argumentos en instancias relevantes productoras de
“verdad” en determinados momentos históricos, como la religión y la ciencia.
4
El fenómeno que aquí se pretende atrapar y dilucidar ha sido definido por otros autores de modos diferentes,
pero dentro de una lógica similar que apunta a la misma idea: equivale a lo que Foucault denominó
“dispositivo de sexualidad” (Foucault, I, 1999: Capítulo IV); a la idea desarrollada por Ann Fergunson sobre los
“modos de producción sexo-afectivos” –que serían sistemas a través de los cuales la sociedad organiza y
produce, materializándolas, sus ideas acerca del género y de la sexualidad- (Fergunson, “Bases de la
dominación masculina”:2); y a lo que Teresa De Lauretis llama “sexual structuring” y que son las formas en
que la subjetividad, la identidad sexual, el deseo y los impulsos sexuales son orientados, modelados,
formados y reformados por las representaciones, las imágenes sociales, los discursos y las prácticas (De
Lauretis, citada en Osborne y Guasch, 2003:8). En el mismo sentido Raquel Osborne y Oscar Guasch utilizan
el concepto de “sexualidad” redefiniéndolo sociológicamente como la estrategia social que permite controlar,
moldear y gestionar el deseo erótico, y que es conservadora en la medida en que se ocupa de reproducir el
orden social vigente indicando las condiciones y las maneras en que las realidades sexo-afectivas pueden
existir sin cuestionar el sistema (2003:3).
4
y de placer, lo que establece es su visibilidad, su recurrencia, sus manifestaciones,
su significado, en fin, su legitimidad social a partir de la definición jerárquica de “lo
bueno” y “lo malo”, “lo tolerable” y “lo punible”, “lo natural” y “lo antinatural”, “lo
conveniente” y “lo peligroso”, “lo saludable” y “lo patológico”. En dicha jerarquía se
establecen múltiples ejes de diferenciación, en función de los cuales se impone un
régimen de poder acorde con el modelo de sociedad que se establece en
Occidente5, pero sin dudas el criterio de distinción más emblemático es el de
“homosexualidad” y “heterosexualidad” (Llamas, 1998:16-17).
Los discursos y las prácticas que emanan de las instancias de poder instauran una
“normalidad” afectivo-sexual aparentemente coherente, que prescribe la
heterosexualidad como la norma6 (concepto que se redefine en términos
sociológicos como “heterosexualidad institucionalizada” y “heterosexualidad
obligatoria”) y el punto de referencia por excelencia; así un amplio espectro de
realidades afectivas y sexuales queda al margen de toda posibilidad de
articulación de sentido positivo al ser catalogadas como “desviaciones” del recto
camino.
5
Por ejemplo: relaciones procreativas/no procreativas; en pareja/en solitario o en grupo; en el marco de una
relación/de forma casual o esporádica; en lugares privados/espacios públicos.
6
Aunque esta sea la “norma” esto no quiere decir que se permita libremente sino que también está sujeta a
una serie de ordenamientos que define un tipo de relación heterosexual deseada: tal vez procreativa,
funcional según roles complementarios y dicotómicos, etc.
7
Se pone en movimiento toda una industria de creación de la diferencia, de la construcción de cuerpos y
mentes complementarias. Sobre este proceso reflexiona Bourdieu en “La dominación masculina” analizando el
movimiento circular que va desde la fisiología de los sexos hacia estructuras cognitivas universalistas que los
incluyen, y se cierra con el retorno de estas estructuras sobre la anatomía sexual: la “masculinización” del
5
Quedan establecidos, pues, dos cuerpos, dos tipos de roles y dos identidades que
conjuntamente constituyen “la diferencia sexual”, y que se basan en la oposición y
exclusión de los elementos que dan cuenta de la condición sexuada y genérica de
los sujetos. Asistimos a la polarización del deseo y el género en un esquema
cerrado que marca una asociación lineal, simple y perfectamente complementaria:
hombre/masculino/activo y mujer/femenina/pasiva, y que se establecería como
la lógica hegemónica para entender la relación entre conceptos como sexo,
género y orientación sexual.
cuerpo masculino y la “feminización” del cuerpo femenino se constituyen en procesos históricos de profundo
alcance que determinan una somatización de la relación de dominación, así naturalizada”. (1998:14).
6
Resultado de esto es la concepción de la “inversión” y la construcción científica del
sujeto “invertido” a partir de la asimilación de la persona no-heterosexual con el
sexo “contrario”8.
8
Si bien esta relación entre homosexualidad e inversión venía desde mucho antes (como ya hemos visto, la
lógica binaria para entender la sexualidad data de bastante tiempo atrás) ahora cobra un valor particular al ser
fuertemente legitimada por el pensamiento científico8, consolidándose así el estereotipo del homosexual:
hombre afeminado y mujer viriloide, ambos personajes muy controvertidos en el seno de sociedades
heterosexistas y patriarcales. Esta concepción que asocia a la homosexualidad con la inversión de género
ejerció una enorme influencia en el imaginario social visibilizando e invisibilizando homosexualidades, y
creando un sistema de identificación y localización basado en esos rasgos, y por ende profundamente
sesgado
9
De ahí que la “inversión sexual” abarque un ámbito mucho más amplio que no se centra exclusivamente en
la elección del objeto de deseo: esta concepción -deudora hasta la raíz de los tradicionales ordenamientos del
género, la orientación sexual y el sexo/cuerpo- incluye formas de comportamiento, costumbres, actividades,
fisonomías, expresiones, en fin, todo lo que remita a la adopción o manifestación de caracteres socialmente
relacionados con el sexo “contrario”. Constituye, entonces, criterios mucho más “precisos” y “visibles” para la
identificación y la localización del sujeto invertido, y se convierte también en un sistema de alarma de
homosexualidad: los rasgos de la inversión, aún cuando no señalen la constatación de una práctica, sí
revelan la existencia de una “naturaleza esencial”.
7
unilineal, binaria y dicotómica entre las identidades sexuales y de género -
obscureciendo su carácter ambiguo, contradictorio y cultural- se pretende recrear
una imagen de homogeneidad, basada en el género, en la construcción del sujeto
“homosexual”, “heterosexual”, “hombre” o “mujer” al interior de su grupo, que a la
vez sirve para diferenciarlos de “los otros” (heterosexual ≠ homosexual; hombre ≠
mujer)
8
de los hegemónicos y tradicionales ordenamientos de lo masculino y lo femenino,
y las relaciones entre sí.
En sentido general el principal objetivo que motivó este estudio fue determinar las
incidencias de las construcciones patriarcales de género en las relaciones intra e
intergrupales de hombres y mujeres homosexuales, a partir de una muestra
seleccionada en Ciudad de la Habana10.
9
Partiendo principalmente del presupuesto teórico que en esta investigación se
adopta acerca de la realidad social -en el cual se le concibe como una
construcción humana donde las significaciones tienen un papel protagónico al
darle sentido a los actos- y de los problemas específicos que la ocupan, fue
pertinente adoptar una metodología cualitativa para este estudio (entrevistas a
profundidad y grupos de discusión) , que permitiera ir más allá del número frío, de
la estandarización, de las relaciones estadísticamente determinadas, y llegar así al
cómo las personas vivencian, entienden y explican su realidad.
10
“congruencia”11, pasando por estadíos más o menos intermedios de “indefinición”
al respecto, androginia y ambigüedad.
Entre los hombres “loca”, “pájara”, “loca de carroza”, “maricona”, “es más mujer
que madre”, “ser muy hembrita”, “pasivísima”, “pasivo” y “pajarita” denotan a
homosexuales considerados muy femeninos; y “machito”, “activo”, “varoncito” y
“hombrecito” apuntan hacia individuos cuya proyección de género es considerada
11
Con “congruencia” e “incongruencia” de género me refiero, primero, a la concordancia entre el sexo
biológico y la proyección de género establecida socialmente (mujer-femenina, hombre-masculino), y en la
segunda ocasión a la discordancia entre el sexo y el género.
12
Aunque no solo nombran a éstas; en sentido general aluden a mujeres, independientemente de su
orientación sexual, que son femeninas o atractivas.
13
Esto, por supuesto, no quiere decir que sean solo utilizados en este sentido; de manera general son
términos que nombran a mujeres que tienen una preferencia sexo-afectiva por su mismo sexo; sin embargo,
en determinadas ocasiones sí son utilizados para nombrar a aquellas que no caen en ninguna de las
categorías extremas, o al menos no en la de discordancia o incongruencia de género.
11
masculina. Los términos intermedios también se denominan “ambiguos”,
“entendidos” o “gays” -en un sentido que va más allá de la orientación
homosexual, y se refiere a la manera de asumirla genéricamente, en este caso.
Existen frases que llaman la atención sobre ésto: “ser fuerte”, “tener fortaleza”,
“llevar el cartelito en la frente”, “tener afectación”, “tener plumas”, “ser afocante”,
“marcarse”, “ver la tuerca” (exclusivo de mujeres), “se le nota”, “ser abierto”, “estar
pajareado” y “estar partío” (exclusivo de hombres), etc.
14
Este término es utilizado por Ricardo Llamas en su obra citada en este artículo.
12
es decir, se concibe la existencia de homosexuales que asimilan y se sienten
cómodos con “su” sexo/género (son “hombres” y “mujeres”) -todos los
entrevistados se adscriben a este grupo, que para ellos resulta de cierta manera la
postura “correcta”-, y otros que se sienten parte del “otro” sexo/género (son
“imitaciones de hombres” e “imitaciones de mujeres”).
13
Los sujetos investigados reconocen la existencia de discriminaciones y
jerarquizaciones al interior de los grupos homosexuales según las proyecciones
de género expresadas; además, llaman la atención sobre el hecho de que los
homosexuales generalmente se agrupan teniendo en cuenta, entre otros factores,
el de la similar proyección de género. Por tanto la dirección que tomen dichas
discriminaciones depende del grupo de donde partan y de la postura que este
defienda en dependencia de la situación genérica de los que lo conforman:
Entre los sujetos aquí investigados es más positivamente valorado tener una
proyección genérica acorde con el sexo biológico. No es que se espere el máximo
de feminidad o masculinidad en las mujeres y los hombres respectivamente (se le
da cabida a posiciones ambiguas), pero en sentido general es rechazada y
criticada la “inversión” de género en expresiones extremas. Es necesario destacar
que esta valoración se hace desde una posición de distanciamiento y de exclusión
del sector “incongruente”, más implícita que explícitamente, a través -aunque no
solo- de separaciones lingüísticas entre el “ellos” y el “nosotros”15.
15
Es menester aclarar que la utilización de la técnica de la bola de nieve para la selección muestral –al
propiciarse los contactos a través de redes de conocidos, los cuales, no necesariamente pero sí como
tendencia, provienen de ambientes similares- propició un fuerte nivel de homogeneidad en algunos aspectos
de la muestra, lo cual imposibilitó una mayor variedad en cuanto a características como el color de la piel, la
edad, el nivel educacional y la tenencia de hijos. En el curso de la investigación y en la medida en que la
técnica se fue aplicando y se fueron obteniendo resultados se evidenció, por las mismas causas, la ausencia
en la muestra de una serie de sujetos relevantes en las divisiones según las proyecciones de género,
específicamente aquellos que eran vistos como los extremos en lo referente a la “inversión” de género: los
denominados “locas de carroza” (dentro del grupo de hombres homosexuales) y las “bomberos” (dentro de las
lesbianas), y que evidentemente hubieran aportado un discurso importante para esta investigación. Aunque se
trató de solucionar este problema las redes de localización no fueron eficientes al respecto, pues los
entrevistados no conocían o no se relacionaban con personas de estas características dificultándose así el
acceso a ellos, y en caso de éste ser posible se produjeron negativas de cooperación en la investigación.
14
priorizan como requisito la congruencia de género o la “ambigüedad”. Esta
preferencia en la búsqueda de las parejas se argumenta a partir de la idea de que
precisamente lo que le atrae al homosexual de su mismo sexo son las
características “propias” de este: la feminidad en las mujeres y la masculinidad en
los hombres; por tanto, no tendría mucho sentido estar con una persona que
aparenta o intenta tener las características del otro sexo; de esta manera, al
menos a nivel del ideal de pareja, se desestructura la lógica de la
“complementariedad” entre lo masculino y lo femenino -en lo que a la proyección
de género respecta.
A grandes rasgos todo el discurso producido -tanto grupal como individual- está
atravesado por el hecho de que los sujetos hablan desde “afuera”, sin
considerarse parte de la “disidencia” de género. Evidentemente todo este análisis
pasa por saber de quiénes y de dónde es el discurso que se origina; ya en la
descripción de la muestra vimos como los sujetos de la investigación no forman
parte representativa de toda la población homosexual, y menos de aquella que se
define, de manera marcada, como “incongruente”. Un examen más profundo de
esta problemática implicaría, por tanto, el estudio a partir de una muestra
representativa de la diversidad homosexual para así poder arribar a conclusiones
que permitan establecer hasta qué punto esta ruptura de la lógica de la
complementariedad es una tendencia generalizada o no en las relaciones
homosexuales. El que estos requisitos sean considerados importantes y
deseables en la elección de la pareja no significa que todas las relaciones que
hayan tenido a lo largo de su vida, incluyendo a las actuales, tengan estas
características.
15
Dicha clasificación (“activo/a” y “pasivo/a”) tiene vigencia en los grupos
homosexuales estudiados, ya sea referida estrictamente al plano de las
preferencias sexuales, o indicando proyecciones de género, como vimos al
principio de este análisis en las denominaciones de sujetos sociales a partir de
estas características.
Pero ser activo o pasivo no solo se asocia a un rol sexual específico o a una
proyección de género reducida a la apariencia física o conductual, sino también a
una serie de roles sociales relacionados con “lo masculino” y “lo femenino”
(proyección masculina -sea congruente o incongruente/rol activo/ “hacer de
hombre”/ser dominador/a; proyección femenina -sea congruente o
incongruente/rol pasivo/ “hacer de mujer”/ser dominado/a)
16
Sin embargo, a pesar de asumir posturas críticas ante este modelo de
ordenamiento de la sexualidad, ellos mismos, en determinados momentos de su
discurso, reproducen estos esquemas comprensivos preconcebidos; de esta
manera las construcciones patriarcales de género y las arbitrarias asociaciones a
las que estas dan lugar también forman parte del imaginario a través del cual los
sujetos investigados se representan y explican su realidad.
16
Este modelo que alude a papeles más o menos definidos, opuestos y complementarios es constatable en la
obra de Krafft-Ebing, Ellis, Marañón y Pellegrini. Todos utilizan la clasificación “activo/a-pasivo/a”, asociando lo
primero a lo masculino y lo segundo a lo femenino.
17
Estas últimas cuatro clasificaciones son usadas respectivamente en Cuba, México, Colombia y Nicaragua.
17
asociadas a quien penetra, son manifestaciones necesarias de su esencia
masculina. En el contexto del presente régimen de placeres se mantiene un
criterio bien anterior: “ser penetrado es abdicar del poder”, pues la relación sexual
es la escenificación ritual de un acto de dominación y subordinación cuyas
implicaciones van más allá de la práctica o el gozo que de ella se pueda derivar.
Más allá de las incongruencias de este modelo comprensivo es innegable que por
múltiples canales de legitimación y mecanismos de reproducción ha tenido
influencias en la estructuración de las relaciones homosexuales y en el imaginario
social. Este punto de partida ha conducido en el seno de algunos contextos, muy
especialmente en América Latina y en las sociedades árabes (Llamas, 1998: 183)
a una redefinición del concepto de homosexualidad18 y a una diferencia de
estigma social en dependencia del papel erótico desempeñado.
18
“Hay quien insiste en que en la pederastía (generalmente le llaman así a la relación anal) el varón activo es
fundamentalmente heterosexual y el pasivo es homosexual. Esta interpretación es errónea y entorpece el
conocimiento del fenómeno” (Kinsey, 1949: 693)
18
La caracterización de los homoerotismos a partir de este esquema dista mucho de
comprender cabalmente los complejos procesos de negociación, acomodamiento,
resistencia y subversión de las identidades sexuales y de género hegemónicas
que llevan a cabo los sujetos para dar cuenta de sus prácticas eróticas y del
significado de estas en sus vidas (Núñez Noriega, 2001: 29). De ahí la necesidad
teórica y política de explorar la manera en que los modelos comprensivos se
hacen cómplices de las ideologías sexuales y de género que estructuran el
sistema patriarcal, y lo ponen a salvaguarda tratando de mantener la “coherencia”
de su discurso sobre todo a través de su enorme impacto social en la organización
de los encuentros homoeróticos según estos referentes.
19
Evidentemente “hacer de hombre” y “hacer de mujer” puede tener gran cantidad
de connotaciones simbólicas y prácticas en el seno de una sociedad patriarcal
como la cubana, y en este sentido se puede traducir en relaciones de poder y de
opresión sexual.
20
que relaciona al sujeto dominante con un rol sexual activo o una proyección
masculina. En sentido general se demuestra la artificial relación entre estos
elementos -lo que no niega que haya casos en los que puedan coincidir- y las
múltiples maneras en que se pueden articular en dependencia no sólo de las
prácticas, sino también de las significaciones otorgadas.
En este sentido (y siendo los y las homosexuales también socializados según este
sistema) el género puede asumirse como un criterio analítico o como una
importante variable que atraviesa la orientación (homo)sexual, y por tanto es
preciso no perder de vista los matices que introduce el ser hombre o ser mujer en
la visibilidad, historia, marginalidad y vivencia de la homosexualidad.
21
como natural o social); así conciben a los hombres y las mujeres como individuos
distintos en su gestualidad, psicología y determinados valores. Estas nociones
cobran matices específicos en dependencia del sexo del sujeto que está
valorando: las mujeres enfatizan positiva y reiteradamente valores como la
delicadeza, la dulzura, la suavidad, la fidelidad, la espiritualidad y la sensibilidad,
asociados a la feminidad; y atribuyen a los hombres una serie de antivalores y
cualidades como la falta de espiritualidad, el despotismo, la brutalidad, la
tosquedad, la superficialidad, la prepotencia, la agresividad, el salvajismo, la
promiscuidad, la lascivia y la infidelidad. En este sentido se evidencian algunas
actitudes hostiles.
22
violencia, el abuso, la infidelidad y la insensibilidad de los hombres puede resultar
extremadamente problemática para una mujer socializada en la delicadeza, la
ternura, la espiritualidad y la fidelidad.
23
Esta investigación señaló, a partir de la muestra utilizada, que las mujeres han
tenido a lo largo de su vida, y tienen en la actualidad una vida de pareja más
estable que los hombres; si bien ésto se da como tendencia, no supone su
absolutización, pues entre las personas estudiadas existen casos que no se
ajustan a esta tendencia. Es necesario considerar la posibilidad de que este
resultado esté atravesado por una serie de variables cuya incidencia no ha sido
controlada en este estudio, como la edad y el entorno social.
Esto se convierte en un discurso de doble filo, que al validar, primero la imagen del
“otro” homosexual como invertido y usurpador de un papel que no le corresponde,
y que por ende se visualiza y significa como una burda caricaturización de lo que
no se es, reproducen las mismas herramientas esgrimidas por el poder
hegemónico hetero-patriarcal para desacreditar a la homosexualidad, provocando
que un discurso que intenta ser marginador se convierta en automarginador y
funcional al sistema de dominación sexual. Por otro lado se evidencian el peso de
las concepciones falocéntricas (tanto para valorar las relaciones entre hombres
como entre mujeres): por un lado muchos de los hombres no conciben un sexo
lésbico que funcione sin un pene; por otro, las mujeres no se explican como ellos,
teniendo un pene, se dejan penetrar en vez de penetrar a una mujer.
24
Conclusiones
25
sexual) a partir de los cuales se estructura todo el andamiaje ideológico que sirve
de sustento a una concepción del mundo y a la producción de nuevas realidades a
partir de ella, silencia la ambigüedad, la poca solidez y la hechura cultural del
régimen patriarcal de la sexualidad y las categorías que lo organizan,
pretendiendo “naturalizarlas” y haciéndolas funcionar según relaciones unilineales
e “inequívocas” (mujer-femenina-heterosexual; hombre-masculino-heterosexual), a
partir de las cuales cualquier alteración en el esquema conlleva una movilidad de
los otros elementos: de esta manera la “homosexualidad” queda reducida a una
caricatura que evidentemente se conforma a partir de la suposición de que existe
un lazo gordiano que la une, de manera incuestionable, a la “inversión de género”
y al cuestionamiento de su “verdadera condición” de hombre o mujer; así es
ridiculizado/a como una imagen caricaturesca de lo que no son (no son parte de
su sexo) ni pueden ser (parte del “otro” sexo).
26
pesar de las instancias de poder, de negociación, acomodamiento, resistencia y
subversión de las identidades sexuales y de género hegemónicas que llevan
también a cabo los sujetos para dar cuenta de sus prácticas eróticas y del
significado que estas juegan en sus vidas.
Los resultados del estudio aquí realizado apuntan en ambos sentidos. Las
construcciones patriarcales de género sí desempañan un papel a tener en cuenta
en la organización de las relaciones inter e intra grupales de hombres y mujeres
homosexuales en la muestra estudiada. En el primer caso, de manera general, en
dos sentidos: primero, porque la condición de hombre o mujer condiciona e incide
en el cómo se vive y se interpreta la sexualidad, y es una variable que atraviesa la
orientación sexual en múltiples sentidos, todos relacionados con la construcción
social del “ser mujer” y el “ser hombre” basada históricamente en una radical
asimetría y diferencia, de manera que estos miran el mundo, lo interpretan, y lo
viven, desde posiciones diferentes -sin pretender negar todos aquellos factores
que los unen, como seres humanos, y como “blancos/as”, “negros/as”, “jóvenes”,
“adultos/as”, “universitarios/as”, en fin-, y cuyas acciones en él no tienen las
mismas implicaciones porque no provienen de la misma realidad. En este sentido
la incidencia de las construcciones patriarcales de género parten precisamente del
sujeto y cómo ha sido construido socialmente según lo que es: “hombre” o “mujer”,
y a partir de ahí cómo vive y comprende su (homo)sexualidad, y como la
comprende la sociedad. Luego, también son constatables las incidencias de las
construcciones patriarcales de género en la medida en que son concepciones
internalizadas a partir de las cuales se interpretan a los otros, en este caso los
homosexuales del sexo “opuesto”. De esta manera se evidencia cómo se
reproduce un discurso, tanto explícito como implícito, sobre la “normalidad” y a
partir de ésta se desacredita a los “otros” partiendo de los argumentos de “deber
ser”, basados en la congruencia entre el sexo biológico y el género. Son entonces,
dichos sujetos, voceros de un discurso marginador que refuerza la lógica de
pensamiento y estructuración de la realidad sexual que los mantienen marginados
a sí mismos: defienden y reproducen patriarcales concepciones de lo masculino y
lo femenino, y el propio prejuicio hacia la homosexualidad basado en la arbitraria
27
relación entre sexo, género y orientación sexual de la cual ya anteriormente
hablábamos.
Cualquier análisis sobre las construcciones de género tiene que asumir como
punto de partida el hecho de que éstas no son fenómenos sociales estáticos ni
ahistóricos; indudablemente están sujetas a cambios, tal vez lentos, pero cambios
al fin. Si bien aún se mantiene una concepción social de lo masculino y lo
femenino que exacerba la diferencia -diferencia que, por demás, sigue generando
desigualdad y opresión- es preciso destacar la existencia de ciertas “aperturas” de
los roles, lo cual propicia la inclusión del otro sexo en actividades antes
consideradas propias de hombres o mujeres. En este sentido, las concepciones
tradicionales de género y sus implicaciones en los grupos homosexuales están
mediadas por esta realidad, lo que no necesariamente niega que existan casos
más flexibles o más rígidos ante tal disolución de roles.
28
Evidentemente esta realidad es extremadamente compleja, y mucho más amplia
de lo aquí abordado; en el caso específico de los sujetos de esta investigación se
evidenció una pluralidad de modelos de relación de pareja en lo referente a la
distribución de roles, y las significaciones dadas a ellos. Los casos que asumen
roles totalmente definidos según las tradicionales concepciones de los ámbitos
propios de la feminidad y la masculinidad no abundan en la muestra seleccionada,
pero los existentes sí representan un claro ejemplo del accionar de un régimen de
regulación que crea realidades a través de las cuales se perpetúa.
29
Bibliografía Citada
30
(2001), No 6: Sexualidades, Revista Cuatrimestral del Centro de
Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social.
Osborne, Raquel y Óscar Guasch (2003): “Sociología de la Sexualidad”,
Siglo XXI de España Editores S.A, Centro de Investigaciones Sociológicas,
España.
Pellegrini, Rinaldo (1968): “Sexuología”, Ediciones Morata S.A, 2da edición.
31