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LA HISTORIA DEL DERECHO MEXICANO DE JACINTO PALLARES

Jaime del ARENAL FENOCHIO

SUMARIO:

I. La primera historia del derecho mexicano.

II. Su autor.

III. Su contenido.

IV. Cuatro periodos de la historia del “derecho mexicano-español”.

V. Los motivos de una publicación.

I. LA PRIMERA HISTORIA DEL DERECHO MEXICANO

En 1904, bajo pie de imprenta de la Oficina Tipográfica de la Secretaría de


Fomento, apareció publicado en la ciudad de México el libro Historia del derecho
mexicano escrita por el abogado michoacano Jacinto Pallares (Los Remedios,
1843), que al poco tiempo fallecería en la misma ciudad. No se trataba de otra
cosa -se reconocía en el subtítulo- que de la reimpresión de algunos
“Fragmentos de la obra titulada ‘Curso completo de Derecho Mexicano ó
exposición filosófica, histórica y doctrinal de toda la legislación mexicana’”,
publicada en México tres años atrás en dos tomos en la Imprenta, Litografía y
Encuadernación de I. Paz. La Historia reprodujo los parágrafos 1 y 2 del
capítulo II, relativo al “Derecho positivo mexicano”, del segundo tomo,
correspondientes el primero a una sección de la “Parte histórica y bibliográfica”
y, el segundo, a las “Bases científicas del derecho mexicano”. Su autor había
concedido el permiso correspondiente para la reimpresión.

Esta obra, aparecida al comenzar el siglo XX, fue la primera, dentro de la


bibliografía mexicana, en titularse específicamente Historia del derecho
mexicano, aunque la inmensa parte de su contenido se refiera, conforme a la
tradición historiográfico-jurídica nacional del siglo anterior, a la historia del
derecho español. De aquí que el inciso D de la parte histórica y bibliográfica (la
que integra casi la totalidad del libro) se titulara “derecho mexicano-español”.
Una historia que Pallares enlazó con la del derecho romano, la del código civil
francés y con la del derecho canónico, estudiadas en los incisos A, B y C
incluidos en el Curso completo pero excluidos ahora de la Historia, lo que obliga
a entenderla y a ubicarla dentro de una visión más amplia, la de la historia
jurídica occidental, e impone calificar a su autor como un culto, aunque
descuidado conocedor de esta historia.
En efecto, esos tres derechos fueron considerados antecedentes inmediatos “de
nuestro derecho patrio” junto con el español. De aquí su inclusión en las
páginas del Curso y la necesidad de su exposición más o menos detallada. En
las varias páginas dedicadas al derecho romano, tanto en el primero como en el
segundo tomo, destacó su “eterno poder como ciencia”,1 e indicó que su
estudio podía ser emprendido con dos propósitos y, por ende, con dos
métodos: “ó como instrumento de interpretación, como disciplina de lógica,
como arte de aplicación de las leyes; o como un monumento histórico de
evolución, como índice social de la marcha de las ideas y de las instituciones,
como aparato científico que ha registrado el orden social de los fenómenos
jurídicos”2. Por considerarlo “como el origen y antecedente de nuestro derecho
patrio”3 emprendió el análisis tanto de su historia interna -en el primer tomo-
como de la externa -en el segundo-, a la que concibió “mas bien (como)
historia de la bibliografía, de los Códigos y de los escritores o comentadores de
ese derecho y de la influencia que su estudio ha tenido en la redacción de los
Códigos modernos”.4 El análisis de los derechos francés y español se justificó, a
su vez, por el hecho de enlazarse ambos con “los Códigos romanos”.5 El
canónico, en cambio, tenía una propia y singular importancia:

durante los tres y medio siglos que estuvimos bajo el imperio de las leyes
españolas… fue legislación positiva, legislación obligatoria, legislación político-
religiosa, y sus principios se infiltraron en nuestra legislación civil… y por muy
débiles que sean las huellas que han quedado en nuestro moderno derecho de
esa influencia y de esas infiltraciones o compenetraciones de las legislaciones
canónica y civil antiguas, no será posible tener acabado conocimiento de la
filiación histórica ó evolución de nuestro derecho patrio sin conocer el derecho
canónico, su historia, sus relaciones con el civil, sus principios y dogmas
fundamentales y su bibliografía.6

El marcado anticlericalismo, el positivismo y la radical antirreligiosidad del


jurista formado por el clero, y que alguna vez no sólo combatió en defensa de
la Iglesia, sino incluso escribió unos poemas en honor a la Virgen María, no le
impidieron concluir que “a lo menos por decoro profesional” no debía un
abogado “medianamente ilustrado ignorar el tecnicismo, la literatura jurídica, la
marcha histórica de una tan vasta y secular institución como es la Iglesia, que
ha dominado en toda la Europa, que domina hoy mismo en casi todas las
naciones de la raza latina y que ha dado un contingente innegable á la
formación de nuestra conciencia moral y jurídica”.7

Todas estas páginas son de una erudición asombrosa. Basten para probarlo las
notas 1 y 2 de la página 330 del segundo tomo, relativas a los autores que
habían escrito sobre el derecho feudal o sobre el consuetudinario: una
verdadera multitud de nombres, de títulos de obras, de fechas de edición o de
promulgación de cuerpos legales salpican al lector, que no puede sino admirar
la erudición de los comentarios, y el gusto por el detalle de un jurista formado
primero en el Seminario Tridentino de Morelia y después en el liberal Colegio de
San Nicolás de esta misma ciudad. Si bien Pallares siguió para su exposición la
guía de dos o tres autores preferidos, por ejemplo, Mayns y Kruger para el
romano, Portalis, Thiers y M. Schbach para la codificación francesa, éste último
y Justo Donoso para la parte relativa al desarrollo histórico del canónico, debe
destacarse su preocupación por informar al lector de la enorme riqueza
bibliográfica que rodea la historia de esos tres derechos, y por dar noticia de los
descubrimientos más recientes, como cuando da cuenta de que los recientes
descubrimientos de “algunos fragmentos de Pomponio por Cramer, de
Modestino por Spangerber, y de Ulpiano por Endlicher”.8 Por desgracia, esta
erudición y gusto por el detalle no son constantes a lo largo de toda la obra que
adolece de notables desequilibrios, sobre todo en la parte reproducida en la
Historia, no obstante lo cual el Curso puede ser entendido como un auténtico,
extenso y original libro de historia del derecho occidental, en donde se estudian
y destacan los cuatro elementos formativos básicos del derecho mexicano: el
romano, el canónico, el francés y el español, si bien el segundo fuera expuesto
en tercer lugar y no en el segundo como le correspondería por tiempo y por su
trascendencia. Uno más, el quinto, será de plano ignorado por Pallares, tal vez
porque su visión liberal y formalista del derecho lo llevó a diferenciar sin
saberlo entre derecho mexicano y derecho en México: el derecho
consuetudinario de las múltiples comunidades indígenas de este país.

A pesar de la enorme importancia del análisis histórico de los derechos


mencionados, mi estudio se reduce en esta ocasión a la parte relativa de la
historia del derecho “mexicano-español”, por la razón de que dio lugar, con el
conocimiento y consentimiento expreso de Pallares, a un libro diferente,
autónomo y con un título propio. Quede para otro momento el estudio, sin duda
muy revelador, de esas otras historias-jurídicas incluidas en una obra muy
ambiciosa, de amplias pretensiones desde su mismo título, y que abarca más
de mil seiscientas páginas.

II. SU AUTOR

Tampoco es este el momento de tratar acerca de la vida y obra de Jacinto


Pallares; en otros lugares me he referido a ellas,9 y últimamente también Ariel
Rodríguez ha escrito páginas muy iluminadoras sobre un aspecto muy concreto
de su vasta y todavía desconocida obra.10 Remito al lector interesado a la
consulta de estas fuentes. Hoy basta con recordar que Pallares nació en 1843
en una hacienda cercana al pueblo de Indaparapeo, Michoacán, y que era hijo
natural de José María Pallares, administrador de la hacienda y de María Ramona
Orozco, una mujer, al parecer, de origen o rasgos indígenas. Estudió derecho
en los dos centros educativos de más prestigio en el estado. Obtuvo su título de
abogado y desempeñó la profesión de notario por poco tiempo en Morelia,
antes de que su filiación católica lo envolviera en las controversias entre
conservadores y liberales, monárquicos y republicanos. A la caída del Segundo
Imperio fue perseguido y posteriormente indultado por el gobierno de Juárez.
Se trasladó a la ciudad de México donde sufrió una profunda y muy dolorosa
crisis religiosa que le llevó a abandonar e incluso atacar crudamente su
catolicismo original. Ganó por oposición el nombramiento de profesor de la
Escuela Nacional de Jurisprudencia, después de enemistarse con el abogado
liberal Blas José Gutiérrez, quien lo había nombrado su profesor adjunto en
dicha institución, y quien lo habría de combatir insistente y crudamente en las
páginas de sus obras, especialmente en los Apuntes sobre los fueros y
tribunales…11, obra escrita para refutar El Poder Judicial12 de Pallares que
Gutiérrez consideraba un verdadero plagio de sus apuntes de clase. Fue juez
por breve tiempo; después, y hasta su muerte, ejerció libremente su profesión
de abogado, no se vinculó a ninguno de los grupos políticos ni personas que
durante la dictadura porfirista apoyaron la perpetuación de este sistema, ni
buscó ni aceptó prebenda alguna, manteniéndose en una posición no sólo
independiente sino también crítica frente al poder. Al final de su vida estuvo
relacionado con el reyismo. Fue, a mi parecer, el más importante jurista de su
generación, de cuyo testimonio dieron cuenta no sólo sus alumnos13 sino su
amplísima y muy interesante bibliografía, fruto de una notable cultura marcada
por los signos de unas creencias religiosas iniciales y, más tarde y en forma
definitiva, por un positivismo científico original -de cuya presencia da cuenta el
Curso completo- y por un positivismo jurídico que se expresó,
fundamentalmente, en su práctica profesional. Murió en la ciudad de México, al
parecer sin reconciliarse con la Iglesia en 1904.

III. SU CONTENIDO

La Historia, como arriba mencioné, se compone de dos partes: la “histórica y


bibliográfica” y por las “bases científicas del derecho mexicano”, ambas dentro
del capítulo II relativo al “derecho positivo mexicano”. Esta división resta
méritos al libro, puesto que las bases científicas van más allá de la historia del
derecho, al desarrollar precisamente los fundamentos dogmáticos e ideológicos
de aquel derecho, lo que en sentido estricto no corresponde hacer a una
historia del derecho. Por el contrario, al dejar fuera de esta publicación los otros
tres elementos históricos formativos del derecho nacional -el romano, el francés
y el canónico- truncó la posibilidad de llevar a cabo una buena síntesis
panorámica de la historia que pretendía exponer. Hubiera sido mucho más
conveniente para este propósito excluir las bases científicas e incluir la
exposición de los mencionados tres elementos, entendidos por el propio
Pallares como formativos del derecho mexicano. De esta suerte, la Historia por
una parte no alcanza a dar una visión completa de la génesis y del desarrollo
histórico del derecho mexicano y, por otra parte, desborda el propósito de su
título al ir más allá del interés por la investigación histórica. De aquí, entonces,
que mi análisis se reduzca aún más: al estudio de la primera parte -la más
extensa (páginas 3 a 125)- de la Historia, excluyo cualquier comentario acerca
de las “bases científicas del derecho mexicano” (páginas 126 a 160) que nada
tienen que ver con la historia del derecho mexicano, y menos desde el
momento en el que su autor eliminó las interesantes notas del inciso C relativas
a la legislación mexicana promulgada desde la Independencia.14 Esta fallida
división provocó que algunas importantes reflexiones acerca de esta historia
quedaran dentro de las secciones relativas a los tres elementos y excluidas, por
el contrario, del libro que ahora comento. Esta es la primera advertencia que
debe tener en cuenta el lector que se acerque a la Historia.

Reducida, pues, la exposición al elemento que Pallares denominó “derecho


mexicano-español” comenzó su obra con la advertencia de que lo desarrollaría
conforme con las “líneas cronológicas” de los cuatro periodos que -según él-
formaban “el desenvolvimiento del derecho en toda Europa”: I. La legislación
bárbaro-romana. II. La legislación feudal. III. La legislación monárquica. y IV.
La legislación constitucional.15 Adviértase cómo, desde este momento, el
jurista michoacano adopta una postura francamente legalista acerca del
derecho, propia del positivismo formalista dominante en la cultura jurídica
occidental de finales del siglo XIX, según el cual la historia del derecho no era
ni podía ser otra cosa que la historia de la legislación, porque el derecho
quedaba reducido a leyes. Pallares, en efecto, define al derecho positivo
“prescindiendo de sus causas sociológicas é históricas” como: “El conjunto de
leyes dictadas por la Autoridad Política de un Estado ó Nación”.16 La ley es, en
consecuencia, el derecho, y su historia la de éste. Esta visión -extendida en los
países influenciados por el iusnaturalismo moderno y por la ciencia jurídica
francesa desarrollada a partir del Código de Napoleón- imperó (y por desgracia
sigue imperando) en México como he podido demostrarlo en otra ocasión.17 Lo
interesante -y yo diría que bastante común en buen parte de los juristas
mexicanos de fines del siglo XIX- es que este positivismo formalista, muy útil
para alcanzar el éxito profesional, coexistiera con la presencia, dominante en la
teoría, de las tesis del positivismo sociológico de tipo spenceriano, del cual
Pallares fue uno de los más rigurosos defensores en México.18 En la Historia,
ambas concepciones aparecen y se consolidan, con manifiesto desprecio al
llamado derecho de juristas, no obstante de las referencias hechas a la
“bibliografía de derecho mexicano”.

Si el derecho se reduce a la ley, resulta natural que Pallares excluyera el


análisis de ese derecho de juristas o jurisprudencia, pero no deja de llamar la
atención su evidente desprecio por el derecho consuetudinario; no sólo el de las
comunidades indígenas de México sino todo el que pudo haberse formado
alrededor del llamado derecho indiano, vigente por más de trescientos años, e
incluso originado al amparo del novel derecho mexicano, que si bien encontró
en la ley su fuente más notable hubo de reconocer, en los hechos y en la
realidad, la presencia determinante de la costumbre como fuerza para moldear,
impedir, ajustar o facilitar la vigencia de la legislación. El resultado final es que
el libro, en la línea de las creencias vivas en ese momento, y todavía
dominantes por algunas décadas más en la historiografía jurídica europea
(francesa y española), no sea otra cosa sino una exposición, más o menos
detallada, de la historia de los diversos cuerpos legales que había regido o
continuaban rigiendo en México desde la época virreinal, con algún comentario
de tipo sociológico o naturalista a su alrededor, y con la evidente exclusión de
las historias de las instituciones jurídicas y del pensamiento jurídico. En
síntesis, se trata de una mera historia externa de la legislación.

Esta perspectiva obligó a su autor a darle importancia a los “Códigos (no es


gratuita la utilización de este concepto, sino que guarda una notable carga
ideológica) que han regido en México por haber regido… en España”.19

Códigos divididos en generales (Fuero Juzgo, Fuero Viejo de Castilla, Fuero


Real, Espéculo, Leyes de los Adelantados Mayores, Siete Partidas, Leyes de
Estilo, Ordenamiento de Tafurerías, Ordenamiento de Alcalá, Ordenanzas
Reales de Castilla, Ordenamiento Real, Leyes Nuevas de D. Alfonso el Sabio[?],
Nueva Recopilación, Autos Acordados, Leyes de Toro, Novísima Recopilación,
Recopilación de Indias, Autos Acordados de Beleña) y en especial(Ordenanza
del Ejército, Ordenanzas de la Armada Naval, Ordenanzas de Bilbao, Ordenanza
de Intendentes, Ordenanzas de Minas, Ordenanzas de Medidas de tierras y
aguas, Ordenanza General de Correos, Ordenanza de Matrículas de Mar,
Ordenanza o Pragmática del Comercio Libre y Constitución española de 2 de
mayo de 1812, con la decena de decretos emitidos por las Cortes españolas
hasta octubre de 1820).,

Después de las leyes españolas entró en vigencia la legislación mexicana


-federal o local-, principia por las constituciones generales o las de los diversos
estados de la Federación, y continúa con los diferentes códigos civiles, penales
y de procedimientos, civiles o penales. La proliferación incontrolada de tanta
actividad legislativa, como en los buenos tiempos del virreinato, impuso la
necesidad de recopilar leyes, decretos, reglamentos y toda la gama de formas
legales. De aquí que Pallares deplorara que en “un pueblo culto como México,
de tradición jurídica” y que por veinte años había gozado de una “paz
octaviana” no contara con un Ministerio de Justicia “dotado de la poca
intelectualidad y sentimiento del bien público necesarios para comprender la
necesidad de formar una Colección oficial ordenada, metódica, completa y
auténtica de toda la legislación del país, tanto federal como local”.20 Por esta
razón y por la indignidad que suponía, en las primeras páginas de la Historia
dio noticia o advirtió acerca de la importancia de las principales de estas
colecciones, desde la de Galván hasta las de los diversos ramos particulares; de
los principales códigos y leyes federales, y de algunas Memorias de los diversos
secretarios de Estado.

Pero antes de pasar a desarrollar el programa adoptado, es decir, el análisis de


muchos de estos y otros cuerpos legales conforme con los cuatro periodos
asumidos, Pallares nos dejó interesantísimas noticias acerca de la “bibliografía
de derecho mexicano”, inicia con los autores españoles (civilistas y canonistas),
quienes habían llevado “la preferencia en autoridad antes de la publicación de
los modernos códigos civiles y penales”, pero que ahora se habían visto
desplazados por “los autores franceses y (por) los pocos mexicanos que han
escrito sobre derecho, entre los cuales apenas habrá uno ó dos originales”21:
Antonio Gómez, Salgado, Joanis Gutiérrez, Hevia Bolaños, Carleval, Parladorio,
Villanova, Menochio, Barbosa, Farinaceo, Heineccio, Caepola, García Goyena,
Gregorio López, Hemosilla, Escriche, y Escobar, entre los europeos, son
mencionados junto a Álvarez, Bobadilla, Solórzano, Magro y Beleña, Tapia y los
anónimos autores del Febrero Mexicano, del Sala Mexicano, de la Curia Filípica
Mexicana, y del Nuevo Sala Mexicano, entre los que se ocuparon del derecho
indiano o del incipiente derecho mexicano, civil y penal. Pero estos libros
-“latinajos” los llamó Pallares- habían perdido su prestigio y su autoridad, y
hacia 1901 se consultaban en su lugar y “como oráculo” a los franceses de la
Escuela de la Exégesis: Laurent (cuyos Principios en edición mexicana Pallares
había prologado en 1889), Demolombe, Baudry-Lacantinerie, Aubry, y Rau, así
como a muchos otros juristas galos o belgas (Pothier, Mourlon, Troplong,
Dalloz, Guillaurd, Bartin-Boeuf, Acollas, Toullier, etc.) quienes apenas dejaban
lugar para consultar a los españoles Gutiérrez Fernández, Abella, Escriche,
Elías, Febrero, Goyena y Pantoja, de cuya influencia en México me ocupé en
otra ocasión.22 En cuanto a la materia de procedimientos civiles se consultaban
las obras de Bonnier, Chenon, Hoffman, Scheijven pero con más éxito todavía,
a los españoles Caravantes, Manresa, Reus, Moragaz, y López Claros. Para
mercantil era útil y provechosa la lectura del “clásico” Lyon-Caen y L. Renault,
así como estaban difundidos los libros de Bedarride, Boistel, Bravard, Pradier-
Foderé, Alauzet, Houtin, Douai, Reus y el Código de Comercio español
concordado por José Gallostrá y Frau. El derecho penal podía estudiarse en los
textos de Boitard et Faustin Helie, de éste y de Chauveau, de Fiore, Garraud,
Ortolán, Normand, Rossi, Mittermaier, Pacheco, Pantoja y otros. El internacional
en Calvo, Wheaton, Vatel, Blunscli, De Martens, Fiore, Heffter, Leroy, Andrés
Bello, Pradier-Foderé, Felice, y otros, entre los que destacaría al mexicano
Azpíroz, autor del Código de Extranjería.23

A la materia del derecho constitucional Pallares le dedicó comentarios


especiales, con razones muy reveladoras de su posición independiente y crítica
frente a la dictadura porfiriana. Vale la pena transcribirlos a continuación:

En derecho constitucional y administrativo raras veces se ocurre á autores


extranjeros, por no ser sus doctrinas adaptables á nuestras instituciones,
aunque respecto de derecho constitucional el jurisconsulto Vallarta inició el
gusto por el estudio de los autores americanos (E.U. del N.), pero no ha sido
secundado ese jurisconsulto por una razón muy sencilla; porque de 1876 á la
fecha las cuestiones de derecho constitucional son inútiles, pues sólo subsiste el
aparato de las instituciones democráticas. Para los pocos casos en que se
debate á lo serio ó afectada ó hipócritamente algún dogma constitucional, son
consultados Story, Kent y repertorios de sentencias.24

Por último, no obstante que el pueblo mexicano había sido calificado de culto y
poseedor de una tradición jurídica, Pallares hubo de reconocer que sus juristas
habían sido incapaces de producir una literatura original y vasta. En una
extensa nota de pie de página, y casi sin mayor comentario, dio noticia de las
principales obras de la literatura jurídica nacional, desde los Comentarios a la
Ordenanza de Minas de Francisco Javier Gamboa, hasta la Guía Práctica de
Derecho de José María Lozano, pasando por las de Cienfuegos, Fonseca y
Urrutia, Florentino Mercado, Víctor José Martínez, Peña y Peña, Zarco, Castillo
Velasco, Ramón Rodríguez, Montiel y Duarte, Juan de la Torre, Mejía,
Coronado, Eduardo Ruiz, el ya mencionado Vallarta, Calva y Segura, Mateos
Alarcón, Roa Bárcena, Agustín Verdugo, Ricardo Rodríguez, Lares, Zayas, y,
desde luego, las del propio Jacinto Pallares, entre otros. El listado incluyó la
mención de las principales publicaciones periódicas especializadas en el
derecho: las Variedades de Jurisprudencia, la Gaceta de los Tribunales, El
Derecho, El Foro, la Revista de Legislación y Jurisprudencia, y el Anuario de
Legislación y Jurisprudencia de los hermanos Macedo. Esta breve “parte
bibliográfica” terminó con el anuncio de la publicación próxima de un libro
editado por la Sociedad de Bibliografía, fundada por José María Vigil, donde se
daría cuenta detallada de los autores mexicanos, referencia quizás a la obra de
Manuel Cruzado sobre la bibliografía jurídica mexicana aparecida un año
después.25

Es importante destacar esta parte del libro, toda vez que la misma constituye
un punto de referencia indispensable para quien pretenda acercarse al tema del
desarrollo de la ciencia jurídica mexicana y de sus influencias al comienzo del
siglo XX. La bibliografía y los autores que mencionó el célebre abogado
michoacano permiten precisar el grado de riqueza y originalidad intelectuales
de los juristas mexicanos de entonces, así como determinar las particulares
influencias en México de los juristas europeos o americanos en las distintas
disciplinas que conforman el universo de la ciencia del derecho: españoles,
franceses, italianos, alemanes, portugueses, norteamericanos, venezolanos;
temas por demás interesantes y urgentes de explorar si se quiere abundar en
el conocimiento de la cultura jurídica mexicana actual; de sus orígenes,
transformaciones, debilidades, ausencias y carencias frente a un práctico y útil
positivismo legalista que a fines de ese siglo XX había provocado el peor
momento para dicha cultura, y el casi exterminio del papel de los juristas como
diseñadores de las instituciones y de los mecanismos óptimos para lograr el
imperio de la justicia en una sociedad marcada profundamente por la injusticia,
y carente -siempre- de un alto y original pensamiento científico-jurídico que
pudiera trascender más allá de nuestras fronteras. Los reproches de Pallares, a
mi modo de ver, siguen siendo válidos y pertinentes, aún y cuando la
bibliografía jurídica mexicana publicada en el siglo XX sea notable en cuanto al
número de obras publicadas.

IV. CUATRO PERIODOS DE LA HISTORIA DEL “DERECHO MEXICANO-ESPAÑOL”

En las páginas siguientes Jacinto Pallares inició el tratamiento de los cuatro


periodos históricos del derecho mexicano-español. El estudio del Periodo
bárbaro-romano abarca los números 327 a 337 del Curso completo y las
páginas 15 a 29 de la Historia. Incluye fundamentalmente las descripciones de
los concilios toledanos y de su principal fruto, el Fuero Juzgo, Forum Judicum o
Codex Wisigothorum, primer “Código nacional… que ha servido de base á la
legislación de España y de México”.26 Sus antecedentes y descripción los tomó
de las “últimas investigaciones” que, según él, eran las obras de Juan Sempere
y Guarinos, Francisco Pacheco y Puerto y Apezechea, aunque también utilizó a
Ernesto Havet (Le Christianisme et ses origines), a Muratori (Disertation sopra
la antichita), a Tácito y al P. Canciani (In leges ripuarium monitum).27 La
descripción detallada de su contenido la salpicó de punzantes comentarios
contra el gobierno español en México, como por ejemplo cuando se refirió a la
prohibición de acotar los eriales y barbechos, “ley de pueblo primitivo que dió
origen á los privilegios de la mesta que tantos males causaron en México y en
España”,28 o respecto del patronato, que transformado en México en
encomienda, “convirtió a los indios conquistados en esclavos”.29 El juicio final
es francamente adverso a esta obra, así lo habían determinado Montesquieu,
Mably, y Robertson, mientras que Cuyacio, Le Grand d’Ausy y Martínez Marina
expresaron opiniones más favorables.30 Para Pallares el Fuero Juzgo
representó en comparación con los códigos romanos “Un retroceso hacia la
barbarie, hacia los siglos y las etapas ya recorridas por la humanidad”.31

En el periodo feudal apareció el carácter español del tipo “heroico-militar-


religioso” que se contrapondrá al posterior tipo “científico-económico-
industrial”. Es la época en que la constitución social “se encarnó en los fueros y
Cartas pueblas”.32 El Fuero Viejo de Castilla, las Leyes de Estilo, el Fuero Real,
las Siete Partidas y el Ordenamiento de Alcalá son detenida y detalladamente
analizadas por Pallares quien utilizó la colección de los Códigos Españoles
publicada en Madrid en 1847, y se ayudó de la Historia del derecho español de
Sempere y Guarinos, y de Gómez de la Serna para legarnos una síntesis de ese
largo periodo de la historia española:

Así pues, existían fermentos de progreso y de vida no sólo en estado caótica,


sino en estado de lucha; una nobleza suspicaz, levantisco y privilegiada,
oponiéndose á la unidad y consolidación del poder monárquico y desgarrando la
soberanía nacional en señoríos y jurisdicciones con derecho de guerra, una
clase media incipiente y tímida, formada en gremios y municipios que
comenzaba a vivir al amparo de fueros ó leyes privilegiadas que hacían
imposible la unidad de la legislación nacional …dos corrientes de doctrina y
literatura jurídica opuestas, una trabajando por el despotismo de los Papas y la
otra por los fueros o regalías de la corona…33

Las eruditas notas de puestas al pie de página le sirvieron para abundar en la


defensa de la soberanía y unidad del estado, aun en contra de la autonomía de
la ciencia jurídica:

Al estado decadente de la monarquía contribuyó el haberse extendido el estudio


de la jurisprudencia romana, introduciendo también opiniones ultramontanas,
pues las glosas de Acurcio y Asón tenían más crédito que las leyes españolas y
fueros vigentes; eran autoridades preferentes los jurisconsultos Cardenal
Hostiense, Godofredo, Guido de Baylo, Oldrado Barsols, Juan Andrés, Dino
Villamena, los cuales daban a las mercedes de los reyes interpretaciones
extensivas y larguísimas.34

Ni siquiera las Siete Partidas le merecieron un juicio favorable, aun y cuando


reconociera que eran “un gran monumento” que revelaba “un gran esfuerzo de
erudición, de lógica, de paciencia, de una gran facilidad en el manejo de un
idioma todavía en su infancia”,35 y las enalteciera por “haber ordenado,
distribuido, clasificado y ensayado metodizar en forma de Código Universal de
la Nación todo ese inmenso caudal de teología, derecho, institutos, Sumas,
fueros, etc.”, consideró que no podía “ser admirado como un monumento de
progreso respecto de su época, ni menos como un monumento de ciencia, de
verdadera ciencia”.36 El juicio adverso lo había expuesto ya -y ahora lo
reproducía en las páginas del Curso- en el discurso pronunciado en el Congreso
de las Asociaciones Científicas el 12 de agosto de 1895: “No hay en ese Código,
fuera de las definiciones teológicas, nada que no estuviera ya dicho, y mejor
dicho, en los Códigos romanos… lejos de reflejar progreso alguno científico de
sus autores y de su época, nos da un trasunto imperfecto y superficial del
derecho romano, nos reproduce ideas y principios ya envejecidos…”.37

Ninguna concesión al hecho de que gracias precisamente a las Partidas pudo


llevarse a cabo en España con cierta facilidad el fenómeno de la recepción del
derecho romano, desconocido prácticamente hasta antes del siglo XI, no
obstante que Pallares no ignorase este renacimiento medieval del derecho
romano, ni el florecimiento de la Escuela de Irnerio, ni tampoco el papel jugado
en ello por las universidades;38 hechos que dejaban muy mal parada a la
teoría del progreso humano y social, concebido en forma lineal, necesario y en
perpetuo ascenso. Por el contrario, la historia del derecho demostraba que lo
que se construye y elabora por siglos puede aniquilarse u olvidarse por siglos,
como ocurrió en ese periodo feudal que tanta atención atrajo a Pallares.

El tercer periodo, el de la Legislación monárquica, comenzó con el reinado de


los Reyes Católicos, quienes tuvieron “bastante prestigio y fuerza moral y
política para consolidar la monarquía é iniciar una serie de reformas, que si bien
por una parte extinguían el feudalismo, por la otra consolidaban el absolutismo
monárquico”.39 De las manos de Asso y de Manuel, de Sempere, de Ortiz de
Montellano, de Díaz de Mendoza y de los autores del Sala Mexicano, Pallares
fue comentando los principales cuerpos de legislación española producidos en
este periodo. Las Ordenanzas Reales de Castilla de Alfonso Díaz de Montalvo y
las “importantísimas” ochenta y tres Leyes de Toro de 1505, “comentadas (y
embrolladas) por Castillo, Palacios, Miguel de Cifuentes, Llamas y Molina y
Antonio Gómez”, fueron descritas con cierto detalle, cosa que no ocurrió con la
Nueva Recopilación de Felipe II de 1567, y su complemento, el tomo de Autos
Acordados. Pallares consideró que el imperio de ésta había sido tan efímero, “y
tantos sus defectos”, que no daban ganas de analizarla,40 su prestigio y
autoridad habían sido muy pocas, aunque contuviera “algunas leyes sabias y
dignas de conservarse perpetuamente”, como las que limitaban “la jurisdicción
eclesiástica en asuntos temporales, las que ponían un saludable freno a la
amortización eclesiástica”41 y otras que, según su modo de pensar, eran
“conformes á las costumbres y tradiciones constantes de la nación”. La
consecuencia de este juicio fue que la descripción de este cuerpo legislativo,
vigente durante casi doscientos cincuenta años en la Nueva España, consta en
una sola y breve nota de pie de página, en contraste, por ejemplo, del Fuero
Juzgo o del nunca vigente Ordenamiento de Montalvo, cuyos respectivos
contenidos analizó en sendas doce páginas. Con una perspectiva
apasionadamente antieclesiástica y antihispánica llevó a cabo, a continuación,
una breve ojeada a la legislación promulgada desde los Reyes Católicos hasta
Carlos III. Aquí se encuentra su opinión acerca del aumento de los funcionarios
togados, “hijos de su época y de ese país, época y país de sofismas, de
sutilezas, de erudición indigesta”.42 Tampoco la Novísima Recopilación de
Carlos IV, que una vez más aparece descrita en una nota -ahora cuando menos
muy extensa- y no en el cuerpo del escrito, le mereció opinión favorable, pero
en lugar de emitirla transcribió las adversas opiniones de Díaz y Mendoza (el
prologuista de la edición española de 1850), según la cual la Novísima, “lejos
de servir para simplificar la legislación, vino a embrollarla más”, y si en la
Nueva Recopilación se notaba “caos y anarquía”, “anarquía y caos espantoso”
se advertía en aquélla.43 También incluyó la opinión del jurista mexicano
Manuel Ortiz de Montellano, quien había afirmado “con razón”, que “los que
formaron esa absurda compilación de leyes no fueron ni los hombres de la
tradición, ni del progreso; fueron obreros mecánicos que amontonaron leyes sin
criterio, sin resultado, sin razones”.44

El último periodo -los gobiernos constitucionales- que prácticamente


corresponde a la historia del derecho propiamente mexicano, recibió un
tratamiento muy singular, descuidado y superficial por parte del jurista formado
en las aulas del seminario de Morelia. Efectivamente, la mayor parte de las
noticias, datos, reflexiones, y observaciones de la que debió haber sido la parte
más trabajada e interesante de la Historia aparecen en seis notas de pie de
página, una de las cuales, que es inmensa y está dividida en dos secciones, es
la transcripción literal de una buena parte de la Génesis del derecho mexicano
escrita por el citado Ortiz de Montellano.45

Por el contrario, el resto del texto de la Historia es bastante breve. Pallares


mostraba desinterés, agotamiento o ignorancia y no tuvo empacho en afirmar
que dejaba la pluma y cedía su lugar al citado jurista.46 La importancia de esta
inmensa nota consiste en que en la misma Ortiz de Montellano describió con
cierto detalle el contenido de la Recopilación de Leyes de Indias de 1680 y
aportó interesantes datos acerca del derecho indiano promulgado con
posterioridad, de lo cual se concluye que Pallares, en un texto de historia del
derecho mexicano, absurdamente no escribió la historia de ese importante
derecho: cuando más dio cuenta de alguna que otra disposición como el
Cedulario de Puga, la Ordenanza de Antonio de Mendoza, la recopilación de
Diego de Encinas, los Sumarios de Aguiar y Acuña, o de los intentos de Carlos
III por reformar la Recopilación indiana, fundándose siempre en el prólogo al
libro de Vasco de Puga -escrito por el historiador y erudito mexicano Joaquín
García Icazbalceta- editado en México como folletín del periódico Sistema Postal
de la República Mexicana entre septiembre de 1878 y abril de 1880.47

Una vez tratado lo relativo a las ordenanzas de Indententes, Minería y Militar,


pasó a estudiar “la historia del derecho exclusivamente mexicano”. Sin
embargo, también en esta ocasión se limitó a remitir al lector a las
extensísimas notas correspondientes a la letra C del “párrafo siguiente”, es
decir, de las “Bases científicas del derecho mexicano”; sólo que las olvidó
reproducir al final de la Historia (catorce notas en total, que no son casi otra
cosa que simples listados de “las leyes vigentes en todas las materias del
derecho positivo mexicano”48 ordenadas por materias).49 Del mismo modo
remitió a la lectura del numeral 320 del tomo segundo (sí incluido en la
Historia) en donde había “dado noticia de todas las leyes que revisten la forma
de Códigos, ó lo que es lo mismo, de los Códigos existentes en México”,50 con
todo lo cual la historia del derecho propiamente mexicano quedó reducida a su
mínima expresión. Por considerar que algunos de estos códigos no tenían “más
historia que el de ser obra de empleados ó abogados desconocidos”, y que sólo
merecía “ser vulgarizada la historia de los Códigos civil y penal” porque
respondían a “una renovación completa de nuestra legislación en esas
materias” y por la dificultad que entrañaba su realización, a diferencia de
“cualquier ley de carácter secundario”, se redujo a extractar algunos datos
acerca de la historia del código civil de México tomados de la introducción
escrita por el licenciado José Linares a El Código Civil Mexicano de Antonio A.
Medina y Ormachea.51 Se aprecia un evidente deseo de concluir
precipitadamente la exposición histórica del derecho mexicano. De aquí que
volviera a remitir a la lectura de numerales anteriores del tomo segundo del
Curso completo -algunos no transcritos en las páginas de la Historia- para
completar la relación de los códigos civiles promulgados por los estados de la
Federación. Respecto a la historia de los códigos de otras materias, únicamente
destinó algún párrafo a la del Código Penal de 1871, cuya paternidad reconoció
en la obra de Antonio Martínez de Castro, y otro a los códigos estatales de esta
materia.

En relación con los códigos de otras materias, “como son los de minas,
comercio, militares, etc.”, consideró que no había que:

detenerse en conocer su historia y los nombres de sus autores (algunos de ellos


simples oficinistas), pues todos esos trabajos de codificación carecen de mérito,
cuando debían tenerlo y grande por haber sido elaborados en una época en que
la ciencia jurídica en todos sus ramos desborda torrentes de luz y en que hay
centenares de obras modernas llenas de ciencia y Códigos y leyes europeas que
pueden consultarse para hacer una obra perfecta.52
Sí, pero en México no habían llegado los beneficios de una época y otras
latitudes. Aquí, como amargamente lo confesó Pallares, no habíamos sido
capaces de “¡hacer ni siquiera una ley de Marcas de Fábrica racional e
intelegible!”. 53Con este tono, mezcla de crítica, de lamento y de denuncia
-muy al estilo del inconforme y angustiado jurista michoacano- concluye la
parte relativa a la historia y a la bibliografía del derecho mexicano. Sus últimas
palabras sirven por un lado para sintetizar un periodo político cuestionable pero
se pueden extender a todo el siglo XIX, muy pobre para el derecho mexicano;
por otro, anuncian la trágica situación que a mi modo de ver habría de repetirse
por desgracia en el siglo que en este año dos mil agoniza: “¡Durante los 24
años corridos desde 1876 hasta 1900 se han dictado muchas leyes y muchos
Códigos; pero no se ha producido una obra maestra, una obra verdaderamente
científica de legislación!”.54

Pallares no vio que, precisamente, el ascenso del positivismo legalista que


había adoptado y ayudado a difundir, así como su cómoda e interesada
instrumentación por parte del Estado, tenían mucho de responsabilidad en esta
transformación de una ciencia jurídica autónoma hacia una “ciencia de la
legislación” que, por sí misma, fue incapaz de elevar en México la calidad de la
reflexión y de provocar el nacimiento de un pensamiento jurídico propio y
original.

V. LOS MOTIVOS DE UNA PUBLICACIÓN

Antes de terminar, cabe preguntarse acerca de los porqués, de la pertinencia y


utilidad de la publicación de este libro como una obra independiente, diferente
al Curso de donde se extrajo, toda vez que sus limitaciones, desequilibrio, falta
de cuidado y ausencias resultan manifiestos. El hecho de que Pallares diera su
permiso para la reimpresión de esta parte del Curso parece indicar que no
partió de él la iniciativa, sino de otro lado; probablemente de los editores,
deseosos de vender por primera vez una Historia del derecho mexicano (el
título resultaba demasiado atractivo) y llenar de este modo un notable vacío en
la bibliografía jurídica nacional, o de los alumnos y discípulos del jurista de
Michoacán quienes pudieron solicitarlo por motivos escolares. En efecto, si bien
en la Escuela Nacional de Jurisprudencia no se estableció la enseñanza
particular de la historia del derecho mexicano durante todo el Porfiriato, y
tampoco en la mayoría de las escuelas de jurisprudencia de los estados,55 fue
usual que se incluyera como la parte inicial de los cursos de derecho civil y de
constitucional,56 careciendo, obviamente de textos idóneos. Otras razones
puedieron ser el elevado costo de los dos tomos del Curso -cuyos ejemplares
no se habían agotado hacia 1904- y su ambicioso contenido, que rebasaba con
mucho el interés exclusivo por la historia del derecho mexicano: un texto más
pequeño y de precio accesible para el estudiante que cubriera la necesidad del
conocimiento de esa historia tendrían un éxito asegurado. En todo caso,
considero que de ser ésta la razón, la mera reimpresión de estas partes del
Curso no satisfizo aquella necesidad, ni aquellas expectativas: al cercenarse del
contenido de la Historia el estudio de los tres trascendentales antecedentes del
derecho “mexicano-español”, y al no reproducirse las amplias notas relativas al
“derecho positivo mexicano dividido en su totalidad o en tres partes”, se
imposibilitó su cabal comprensión histórica y, por el contrario, se produjo un
incompleto y fallido intento de contar con un primer texto idóneo de historia del
derecho mexicano.

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