Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
ESPAÑOL
HACIA LO DESCONOCIDO
CHUNGKING
muy atareado con papeles del colegio. Nos miró por en-
cima de sus gafas cuando entramos y luego se las quitó
para vernos con más claridad.
—¡ Reverendo director —gritó el profesor—, este hom-
bre del Tibet dice que puede ver el aura y que todos te-
nemos auras o halos! Está intentando convencerme de que
sabe más que yo, que soy el profesor de Electricidad y
Magnetismo.
El doctor Lee nos indicó con suave gesto que nos
sentásemos, y luego dijo:
— B u e n o , ¿ d e q u é s e t r a t a exactamente? Ya sé qu e
Lobsang Rampa tiene la facultad de ver las auras. ¿De
qué se queja usted?
El profesor se quedó estupefacto.
—¡ Pero, reverendo director! —exclamó—, ¿ es posi-
ble que usted crea semejante tontería, una herejía y una
falsedad como ésta?
—Desde luego que s í —dij o el doctor Lee— , pu es
viene de lo más alto del Tibet y ha sido el Más Alto quien
me ha hablado de él.
Po Chu estaba desconcertado y abatido. El doctor Lee
se volvió hacia mí y dijo :
Lobsang Rampa, le ruego que nos explique usted
m i s mo lo del aura. Díganoslo como si no supiéramos
absolutamente nada del asunto. Expóngalo usted de
manera que podamos entenderlo y tal vez beneficiamos
de la experiencia especializada que usted posee.
Aquello se presentaba de un modo muy diferente. Me
agradaba el doctor Lee y su manera de tratar las cosas.
Doctor Lee —dije—; nací con la facultad de ver
a la gente como realmente es. Todos tienen en torno a
ellos un halo que revela cualquier fluctuación del
pensamiento, las variaciones en la salud y en las
condiciones mentales o espirituales. Ese aura es la luz
producida por el espíritu. En los dos primeros años de mi
vida creí que todos veían lo mismo que yo, pero no tardé
en comprender que no era así. Entonces, como usted sabe,
ingresé en una la-masería a la edad de siete años y fui sometido a
68 LOBSANG RAMPA
AVIACIÓN
con unos motores para lanzarlo a través del cielo. Nos ex-
plicó que el ruido lo producían los motores. Aquel aeroplano
lo habían fabricado los norteamericanos y lo había com-
prado una empresa china de Sh angh ai que se pr op onía
establecer una línea aérea de Shanghai a Chungking. Los
tres hombres que habíamos visto eran el piloto, el nave-
gante y un mecánico y estaban en vuelo de pruebas. El
piloto —el hombre con quien hablábamos— dijo:
—Tenemos que interesar en este asunto a las persona-
lidades de aquí y darles la oportunidad de volar con nos-
otros para que se convenzan.
Nos hubiera gustado ser «personalidades» de Chungking
para tener la oportunidad maravillosa de volar en aquel
aeroplano. El piloto, como si adivinase nuestros pensamien-
tos, prosiguió:
—Y ustedes, los del Tibet, bien pueden considerarse
como «personalidades». ¿Le gustaría a usted acompañarnos
en un vuelo?
— ¡ Claro que sí! —me apresuré a contestar—. Estamos
dispuestos para cuando usted nos lo diga.
El piloto se dirigió a Huang y le dijo que a él no podría
llevarlo, rogándole que saliera del aparato.
—¡ Oh, no! —exclamé—. Si voy yo, ha de ir también
mi compañero. —Así que Huang se quedó ( ¡pero le hice
un menguado favor, como se vería luego! ). Los dos hom-
bres que estaban fuera regresaron al aeroplano. Hubo mu-
chas señales con las manos. Hicieron algo en la parte delan-
tera, se produjo un fuerte «bam» e hicieron algo más. De
pronto hubo un ruido atronador y una terrible vibración.
Nos agarramos con todas nuestras fuerzas, creyendo que se
había producido algún accidente y que el aparato se iba a
hacer pedazos.— ¡Sujétense! —nos dijo el piloto, pero la
advertencia era superflua, pues no podíamos sujetarnos ya
más—. Vamos a arrancar —dijo, y empezó una sucesión de
brincos, golpes, sacudidas, peor que la primera vez que
monté en una corneta. Y ahora era mucho peor, porque,
además de las sacudidas, había un espantoso ruido. Después
de un golpe sordo final, que casi me hundió la cabeza entre
EL MÉDICO DE LHASA 79
del control una cuarta parte hacia atrás y el ruido del mo-
tor disminuyó. Miré por un lado del aparato y me impre-
sioné, pues allá abajo, a mucha distancia, estaban los blancos
acantilados de Chungking. Había subido a gran altura y ya
apenas podía saber dónde estaba. No cesaba de elevarme.
¿Dónde estaban los acantilados de Chungking? ¡Qué es-
panto! Si seguía elevándome, saldría del mundo. Y justa-
mente cuando pensaba esto, sentí una terrible sacudida y
me pareció que me hacía pedazos. El mando que tenía en la
mano se libró de ella como si estuviera vivo. Salí despedido
contra un costado del aparato, que se inclinó violentamente
y fue descendiendo hacia la tierra. Durante unos
momentos sentí verdadero terror. Me dije : «Esta vez te
has pasado de listo, Lobsang. Dentro de unos segundos te
habrás convertido en un montón de migajas. ¿Por qué
habré salido del Tibet?» Entonces, con un gran esfuerzo de
voluntad, procuré recordar lo que me habían explicado y
lo que me había enseñado mi propia experiencia de volar
en corneta. Los mandos no podían servirme, de modo que
había de dar toda la marcha y dirigir el avión en una di-
rección determinada. Apenas lo había pensado cuando ya
empujaba el mando hacia adelante y el motor empezaba de
nuevo a rugir. Entonces agarré con todas mis fuerzas el
mando y me apoyé contra el respaldo del asiento. Con las
manos y las rodillas obligué al mando a inclinarse hacia ade-
lante. El morro se inclinó hacia abajo de un modo sorpren-
dente. No tenía cinturón de seguridad y, si no hubiera estado
tan fuertemente agarrado a los mandos, habría salido
despedido. Me parecía tener hielo en las venas, como si al-
guien me estuviera echando nieve por la espalda. Tenía las
rodillas muy débiles; el motor rugía cada vez con más fuerza.
Yo era calvo, pero estoy seguro de que si no lo hubiera sido,
se me hubieran erizado por completo los cabellos a pesar
de la corriente de aire. «Ya está bien», me dije y, con
una gran suavidad por temor a que se rompiera, hice
retroceder aquel mando. Paulatinamente, con aterradora len-
titud el morro del avión empezó a subir, pero mi excitación
me hizo olvidar que debía nivelar la posición del aeropla-
86 LOBSANG RAMPA
Linga, así como los Jardines del Lama, a lo largo del Kyi
Chu. Pero los tejados dorados del Potala relucían cegadora-
mente con su fantástica luminosidad, pues reflejaban con
fuerza la luz brillante del sol, devolviéndola con rayos
rojizos y de oro con todos los colores del espectro. Aquí,
bajo estas cúpulas, reposaban los restos de los Cuerpos del
Dalai Lama. El monumento, que ya contenía los restos
del XII, era el más alto de todos, unos veinte metros —tres
pisos—, y estaba cubierto con una tonelada del oro más
puro. Dentro de ese santuario había valiosísimos ornamen-
tos, joyas, oro y plata, una fortuna que descansaba junto a
la «cáscara» vacía de su anterior dueño. Y ahora el Tibet se
había quedado sin Dalai Lama. El último se había mar-
chado y el que vendría, según la Profecía, sería uno que
serviría a los amos extranjeros, uno que iría atado al yugo
de los comunistas.
casa de mis padres, aquella gran finca que nunca había sido
para mí un hogar. Vi a los peregrinos que se apiñaban por
los caminos. Luego, desde una lejana lamasería me llega-
ron en la suave brisa el ritmo de los gongs del templo y el
g r i t o de las trompet a s . S e n t í q u e s e me form aba un
nudo de emoción en la garganta y una dolorosa sensación
en el puente de mi nariz. Todo aquello era demasiado para
mí y, para no reblandecerme, me volví, monté a caballo y
emprendí el camino hacia lo desconocido.
CLARIVIDENCIA
VUELO DE MISERICORDIA
aunque quizá sea un poco mejor que los otros dos, tam-
poco es el correcto. Alguna gente llama a este sistema «res-
piración abdominal». Los pulmones no se llenan por com-
pleto de aire, de modo que no se renueva completamente el
aire, con lo que también se producen el aire viciado, el mal
aliento y la posibilidad de una enfermedad. De manera
que no debes acordarte de esos sistemas de respiración, sino
utilizar, como hago yo y como hacen otros lamas de aquí, la
«respiración completa», que deberás hacer así.
«Muy bien», pensé, «ahora voy a aprender algo que
verdaderamente merece la pena; pero, entonces, ¿para qué
me ha hablado de los otros sistemas si había de advertirme
que no me acordase de ellos?»
—Porque, Lobsang —dijo mi Guía, el cual, evidente-
mente, había leído mis pensamientos—, porque tienes que
conocer tanto los defectos como las virtudes. Sin duda al-
guna, habrás notado aquí en Chapkori la insistencia con
que recalcamos la importancia de tener la boca cerrada.
Esto no es sólo para evitar decir tonterías o falsedades, sino
con objeto de que se respire lo más posible por la nariz.
Cuando se respira por la boca se pierde la gran ventaja de
los filtros de la nariz. Si respiras por la boca también pier-
des la ventaja del mecanismo para el control de la tempe-
ratura que fu nciona en el c u e r p o h u m an o . A d e m á s , s e
acatarra uno, duele la cabeza o se atonta ésta y se padecen
muchas otras molestias.
De pronto me di cuenta de que estaba contemplando
boquiabierto a mi Guía y entonces cerré la boca tan d e
golpe que le brillaron los ojos de pura diversión, pero no
hizo comentario alguno y prosiguió:
—Las ventanillas de la nariz son cosas de gran impor-
tancia y han de estar siempre limpias. Si notas que las tienes
tapadas , sorbe por ellas un poco d e ag ua y d eja qu e te
pase ésta a la boca para poderla expulsar por ella. Pero
no respires en modo alguno por la boca, sino sólo por la
nari z. Y para esos lavados usa siempre agua templ ada,
pues el agua fría puede hacerte estornudar.
Se volvió y agitó la campanilla que tenía al lado. Se
214 LOBSANG RAMPA
nocerá usted que esto es muy fácil. Sólo tiene usted que
mantener un dedo sobre el pulso de la muñeca y esperar
hasta que el corazón haya latido una, dos, tres, cuatro, cinco,
seis veces. Después de haber aspirado el aire durante seis
unidades de pulsación, reténgalo mientras el corazón late
tres veces. A continuación, exhale todo el aire por la nariz
durante seis latidos. Es decir, exactamente durante el
mismo tiempo que tardó en aspirarlo. Ahor a que ha
lanzado usted todo el aire que tenía en los pulmones, man-
téngalos vacíos durante tres pulsaciones, y luego empiece
de nuevo el ejercicio ya indicado. Repítalo cuantas veces
quiera, pero sin cansarse. Inmediatamente que sienta usted el
menor cansancio, debe dejarlo. En efecto, nunca deberá
usted cansarse con estos ejercicios, puesto que entonces
serán éstos contraproducentes. Son precisamente para to-
nificarnos y hacernos más fuertes y aptos, no para debili-
tarnos y cansarnos.
Siempre empezábamos con el ejercicio respiratorio de
limpieza y éste es completamente inofensivo y de lo más
beneficioso. Limpia los pulmones del aire viciado y los
libra de impurezas, ¡ por eso en el Tibet no hay tubercu-
losis ! De modo que puede usted realizar los ejercicios
respiratorios de limpieza siempre que se le apetezca y su
salud se beneficiará muchísimo con ello.
Unmétodo extremad amen te bueno par a adquirir el
control mental es sentarse con el tronco erguido y aspirar
una respiración completa de limpieza. Después, aspire a
razón de uno, cuatro, dos. Es decir ( ¡ hablemos ahora de
segundos para cambiar ! ), aspire durante cinco segundos,
luego retenga la respiración durante cuatro veces cinco
segundos, o sea, veinte segundos. Cuando haya hecho esto,
expulse el aire durante diez segundos. Respirando adecua-
damente podrá usted librarse de muchos padecimientos, y
éste es un método excelente. Además, si tiene usted algún
dolor, lo mismo puede hacer el ejercicio hallándose tum-
bado que de pie. Luego respire rítmicamente manteniendo
con firmeza el pensamiento de que el dolor va desapa-
reciendo con cada respiración. Es como si cada vez que
EL MÉDICO DE LHASA 221
LA BOMBA