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Claveles

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J u a n E d u a r d o D í a z
V I I I  1 9 7 6 / V I I I  2 0 0 9

2




















© Claveles
Juan Eduardo Díaz
Derechos Reservados
juaneduardodiazc@gmail.com
www.juaneduardodiaz.blogspot.com

Inscripción Nº 183661
I.S.B.N. 978-956-8688-11-0
Diseñado y Editado por Cantriac

PRINTED IN VALPARAÍSO, CHILE / IMPRESO EN VALPARAÍSO, CHILE

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 Exordio 










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Acercamiento a Claveles:
La flor, una excusa poética

A través del lenguaje poético y por intermedio de

cuatro estados (cuatro capítulos) trataré de acercar al lector


en el fenómeno de la muerte, haciendo uso de los signos
culturales que presenta nuestra sociedad y que forman parte
de este tópico. Estos cuatro estados son: como primera parte
el periodo anterior a la muerte, que en este libro se representa
con el mito griego de Las Parcas, y donde los escenarios
ideales son el lecho agónico o el mismo nacimiento, la vida y
lo relacionado con la fortuna, y el fin de esta con la
experiencia que conlleva el artefacto de las tijeras. El segundo
estado tiene relación con el rito del velorio y el gesto de la flor
(el clavel), la visita, el rezo del rosario y la desolación. El tercer
estado conlleva el periodo del duelo o mejor conocido como el
luto, donde el dolor de la perdida es la protagonista, que se
presenta en el cementerio y en el rito fúnebre, la negación de
Dios como rebeldía humana y la lucha contra la religiosidad.
Y por último el cuarto estado es el que se presenta con la
reflexión en paz, la aceptación, la entrega sin resistencia a los
brazos de la parca. El objetivo en definitiva es unificar estos
cuatro estados y lograr la convivencia del lector con este
periodo vital, reconocido en nuestra tradición mediante ritos
fúnebres, establecidos en todos los estratos de nuestra
sociedad. La figura del clavel es la excusa poética, simbólica
de nuestra cultura ante la muerte, que a la vez resulta
estigmatizada como flor típica de cementerio junto con el
gladiolo.

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La poética que aborda el mencionado tópico, muy
conocida en la literatura universal, es la principal referencia
que sostiene el presente trabajo. Ese acontecer que oculta el
enigma de la vida. Las relaciones perturbadoras entre la
poesía y la muerte propiciadas por la escritura límite. Como
explica Cristhian Espinosa Navarrete en su estudio Diario de
muerte de Enrique Lihn: la escritura sobre la línea de la
muerte: ―El poetizar sobre la línea de la muerte en un libro
produce, por una parte, un proceso de desconstrucción de las
imágenes de la muerte fijadas en la cultura: la muerte se
descubre como pura oquedad. Por otra parte, dicha escritura
propicia el desenmascaramiento del vacío que subyace en
todo lenguaje poético y el devenir de la poesía en muerte.‖

Claveles se establece en una series de poemas que


circulan a través del rito cristiano del funeral, facilitadas por
la escritura al límite, y que permite a la poesía ficcionalizar en
este fenómeno, descontruyendo las imágenes de la expiración
establecidas en nuestra cultura, y en las que se muestran a
modo de escenarios las correspondientes liturgias generales
como: el velorio, el propio funeral y el luto. El hablante
poético es quien se acerca entonces al lector a manera de
merodeo por los mentados rituales, desde el vacío que deja la
perdida, con la carga emocional inevitable, variable a veces,
generada en las voces de los deudos o los difuntos, y según el
avance de los capítulos. El trabajo finalmente está en desvelar
el rostro del ahora ―sujeto‖ que ocupa la muerte como
personaje actuante a veces, pero que en gran parte del
transcurso poético se ubica desde un afuera, esto demostrado
en el discurso, a veces, en primera persona, como un
observante que acosa al hablante, incluso al autor.

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Coincidencias de un curioso fenómeno

E stimado y carísimo lector, cuanto quisiera que el

presente libro: ―como la vida del hombre, tan sólo fuera la


crisálida de la cual saldrían las mariposas de la muerte, de la
liberación de Díos, nada tiene de extraño que la literatura
como función referida a la condición humana, fuese
considerada como una cosa tan inútil como
perniciosa.‖(Barta, Agustí 1972)
Con el riguroso ejercicio que da el presentar un libro
del género poético, como lo es éste y, con el claro fin de
ejecutar el cumplimiento de la tradición libresca, voluntaria
por supuesto, se me dificulta un poco, por ser este libro de mi
propia mano, entonces ―no he podido contravenir al orden de
naturaleza, en que ella cada cosa engendra su semejante […]
Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el
amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no
vea sus faltas, antes las juzga por discreciones y lindezas y las
cuenta a sus amigos por agudezas y donaires.‖ (Cervantes,
Miguel 1605) por lo que finalmente acudiré a mis amigos,
colegas ellos que han incursionado en el tema que presentan
mis versos, de los cuales me he tomado la libertad de mostrar
alguno de sus poemas significativos, según mi criterio telúrico
y dúctil, como muestra de coincidencias de un curioso
fenómeno en aquel dialogo existente entre nuestras voces, por
estos tiempos oscuranas, ―Pero para librarme de temores la
noche me permite dormir sobre una piedra animada por todas
las correspondencias y semejanzas y tan ardiente como las
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palabras encadenadas que a menudo se niegan a abrir la
puerta del jardín solitario y en derrumbe a cada hora dentro
de mí mismo.‖ (del Valle, Rosamel)
De ningún modo, amigo lector, formaré un discurso
que resulte un enfloramiento de mis versos fúnebres, aunque
estos huelan a cadáver o como bien preferiría a flores de
cementerio, y de mejor manera al inexistente pero imaginado
aroma de estos, mis claveles. Tampoco quiero realizar un
ensalzamiento de mi imagen, al estilo ruso, declarándome de
manera romántica ante mis padres ser el mejor poeta de la
aldea, para nada, mas como dije antes, únicamente me
acercaré a mis amigos poetas, con quienes compartimos este
festín galante y egoísta, del que sólo uno es quien baila con la
parca, mientras el resto ociosos esperamos, cual en la fila del
pan, el minuto en que esta ha de caer, acaso fría, acaso tibia
sobre cualquiera de nosotros, como final de música, como
final de fiesta, como final de beso.

Corría el año 2004, cuando a mi haber contaba con


un par de libros publicados de una, talvez, dudosa calidad
literaria, los cuales fueron distribuidos de manera personal
por los bares en la bohemia porteña de Valparaíso. Asentaba
por entonces un inédito acopio de textos sin rumbo, un tanto
oscuros y desesperanzados; pesimistas algunos, desahuciados
otros, con el trazo angustioso de un carácter pretérito y
farsante.
En el merodear por el taller de poesía que a la
actualidad dirigen los poetas y amigos Sergio Muñoz e Ismael
Gavilán, lugar que fuera la residencia de un icono de la poesía
universal. Ahí conocí a un muchacho silencioso y amable, con
la cortesía bella de nuestra gente del sur, recién llegado de

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Temuco, pero de origen Valdiviano. Claudio Gaete Briones,
poeta del merodeo, del caminar despacio, de la nostalgia, del
hogar; gozaba ya de algunos capítulos finalizados de su
primero y gran libro ―El Cementerio de los Disidentes‖, trabajo
por lo demás, merecedor de diversos galardones de nivel
nacional e iberoamericano, y que luego publicara con los
amigos de Ediciones del Temple. Este cementerio de Claudio
conservaba ese fantasmagórico olor a flores y olvido que, de
alguna forma, dialoga con mis noctámbulos poemas de
entonces y de ningún lugar; lo mismo que nuestras charlas
envinadas y alegres. En una de esas lecturas de los preferidos
autores de siempre. Gaete tiene el noble gesto de
presentarme, entre tantos otros poetas, a un fascinante y
extraordinario John Ashbery, total y absolutamente
desconocido, hasta ese momento, para mí…

LO MÁS ACAECEDERO: lo menos esperable: lo que


..........menos o más
.......... .......... ......es otra argucia
..........de la buena conciencia y la furiosa voluntad.
Sólo tiene un destino quien es capaz de recordar el futuro.

Cada cual verá su horóscopo en su vaso, anegado como esté


..........de cosas que la lengua a menudo sabe, la boca
..........a menudo traga, la piel nunca delata.
Cada quien sin instrumentos, pisando despacito

altera el sueño de la ciudad.


.......... .......... .......... ..........Paciencia, y barajar.
..........Nadie va entre nosotros de nictálope:
..........donde hay sombra vemos sombras, donde una zanja
ten por seguro que caemos. Esto nos libra de personificar

la historia
..........y perder el tiempo descifrando los sueños de otro.
..........Si tuviese razón en lo que digo, estaría equivocado.
..........Para describir este libro se ha usado la imagen de
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la poesía chilena.

Sobre sus papeles caería la lluvia que el autor le imploró


..........a las cosas familiares. Habló y escuchó
..........luego leyó y escribió:
.......... .......... .......... .........Tierra del Sur, ¿por qué amas
lo incierto más que a todos nosotros? —Y ella respondió:

El fantasma del siglo deambula por un corazón sin ruinas


..........una parte de su imagen se ha hundido en el mar.
..........Cuando ya no debas estar aquí, abre tus párpados
eucarísticos, desnúdate, entra en el mar
.......... .......... .......... .......... .......... ....y nada.

Entonces, sin que tú lo sepas, te haré más feliz


..........te haré olvidar el futuro.

Pasado el tiempo de asistir a ese lugar de reuniones,


en donde el hablar de poesía es lo elemental. Por el Seminario
de Reflexión Poética, actividad paralela al taller, dirigido
también por Muñoz, desfilaron y desfilan como invitados,
muchos poetas chilenos y algunos extranjeros, que estuvieron
y están en plena elaboración de sus obras, desde un Gonzalo
Rojas, un Volodia Teitelboim, pasando por una Teresa
Calderón, un Tomás Harris, Gonzalo Millán, Carmen
Berenguer, Carlos Trujillo, Javier Bello, Yuri Pérez, Germán
Carrasco, y tantos más que no sigo enumerando por lo
extenso de la lista. Bien, entre ellos nos visitó en una
oportunidad el poeta sanfelipeño, Cristián Cruz, con sus
textos ―Fervor del Regreso‖ (2002) y ―La Fábula y el Tedio‖
(2003), y además con unos poemas que pensaba publicar en
poco tiempo más, esa colección de poemas, tenía como título
―Reducciones‖ del que nos leyó una parte. En ese minuto sentí
que era necesario para mí tomar una decisión, Claveles debía
guardarse para el alejamiento preciso, reflejo nada más de

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esos rituales caprichosos que tenemos algunos poetas para
ejecutar el trabajo prístino de la creación pues, ya entraba en
mí una curiosa sensación de que algo ocurría y ocurre con los
poetas de mi generación… Preguntas como: ¿Por qué el tema?
¿Por qué el cementerio? ¿Por qué este tópico?

METRO CUADRADO

Pudo ser el rostro del afiche


lo apetecido, lo fino
miel sobre los carteles iluminados
una flor de ejemplo.
Sucede ahora
que yace en esta caja barnizada
que está solo el cadáver y a la deriva.
Un gusano le susurra al oído que se deje llevar
que él ha nacido para amarla
y el cadáver que se deshace con el tic-tac de la noche
pide y ruega que en esa relación ambos sean redimidos,
que gusano y carne vivan por la eternidad.

No se puede encontrar un amor tan inclaudicable, tan bien


urdido
En un metro cuadrado.

Luego en las visitas al seminario tocó el turno del


poeta puntarenense Jaime Bristilo Cañón, poeta al que conocí
años antes por mis tierras Santo Bernardinas, en la casa de
quien acuñara esta misma frase, el poeta Yuri Pérez. Luego de
―Hippodrome Circo‖ (2001), Jaime nos mostraba además un
texto que acababa de publicar con el nombre de ―Campo
Santo: libro para el buen morir‖ (2006), el que a cada uno de
los presentes obsequió gentilmente. Luego de su lectura,
Bristilo me obligó a retomar lecturas tales como: ―Arte de
Morir‖ de Oscar Hahn; ―Contra la Muerte‖ de Gonzalo Rojas;
algunos poemas suelto del texto ―De Muerte‖ de Armando
Uribe; ―Diario de Muerte‖ de Enrique Lihn; ―Réquiem‖ de

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Humberto Díaz Casanueva, entre otros. Porque en ―Campo
Santo‖ ocurría algo parecido a ―Reducciones‖ de Cristian
Cruz, el libro de Bristilo lograba situarme en el centro mismo
del cementerio de mi lugar de origen, con esa rara sensación
de búsqueda, como la que a veces suele ofrecer el sueño, esa
impresión parecida a la de hurgar entre las lápidas y las
cruces, ansias de volver al hogar, a la infancia, donde están
todos, como una fotografía antigua, donde aún están todos…

CAMPO SANTO

Hoy he visto pasar el cadáver de mi enemigo


Sus puños crispados en llamas maldijeron el castigo de
encontrarme

Caduco empujaba un carro pictórico de abarrotes


Pertrechos de guerra con evidente fecha de vencimiento
acaecida

La historia cobra sus víctimas


Estrafalaria y frenética repite caprichos con nombres de
primer cartel

Incapaz de verme a los ojos


Ha perfilado un gesto de acritud envejecida

El odio golpeaba su cara contra los muros de mi campo santo


Camino a su casa de fachada blanca escandalosamente
sordomuda

Hoy he visto pasar el cadáver de mi enemigo

A diferencia de su albergue sin ventanas hacia mi última


morada
Aquí no cultivamos podredumbre sino flores que brotan
alegres desde el más allá

Hay también en este devenir de similitudes


discursivas otro joven poeta chileno, el cual no tengo el gusto
de conocer en persona, pero sí a la distancia y mediante la
tecnología, además de algunos de sus espléndidos poemas de

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―Puerto de Hambre‖, me refiero a Christian Formoso con su
obra ―El Cementerio Más Hermoso de Chile‖ (2008) del cual,
por ahí me topé con un capítulo que me recuerda
inevitablemente, en su dialogo lejano en distancia de
kilómetros y años, por lo demás, pero cercano en calidad
poética e identidad propia con aquel ―Spoon River Anthology‖
de Edgar Lee Masters, ahora decorado hermoso y tristemente
con el frío y la nieve de aquel hermoso cementerio de Punta
Arenas…

NORA TRIVIÑO RUÍZ


† 24 – 6 – 1934

No voy a prestar
le voy a decir que no voy a prestar
mi soga chica esa mi puñado
chica mi muñeca mi piel
que mi ella me dijo que
no la otra vez y ahora dice y
llora y le digo no porque
no porque quiero
llevarla al patio
cuando salga mañana
hermana que no
te presto mi no
importa que llores, no
importa que acuses
total
qué van a hacer
ella, él
cuando quieran
gritar.

Nota aparte tiene la mención de Gonzalo Millán (1947-


2006), al que conocí en las mismas circunstancias que los
primeros poetas nombrados, un poco en la intimidad y
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camaradería que proporciona el compartir un trago, por ahí,
en algún bar de Valparaíso. La relación que observo con mi
trabajo es que su lamentable fallecimiento coincidió con el
retomar de aquel alejamiento o cuarentena o como lo quieras
llamar, amigo lector, al tiempo en que dejé de lado mi libro.
Este sensible hecho me vio enfrentado al reencuentro de mis
textos y los nuevos sentimientos que me ofrecían estos. Acudí
a mis libros en busca de Millán, pero sus poemas no
conectaron con el sentimiento de entonces, por lo que recurrí
luego a la tecnología en busca de algunos textos que no
conociera de él, esto me llevó a unos versos que circulaban
por la red, los que tenían como título ―Veneno de Escorpión
Azul‖ (2007), este hermoso trabajo de Gonzalo fue escrito a
manera de diario de vida, incluyendo las fechas, y previo a la
esperada muerte del vate. Dicho trabajo contiene el dolor, el
respirar, las crisis, las miradas por la ventana, los instantes
de melancolía y cada uno de los episodios que el cáncer
ofrecía, los que Gonzalo Millán aceptaba paciente y
provechosamente de la mejor manera que podía hacerlo,
escribiendo. El veneno del escorpión azul de Millán, me acercó
al sentimiento que me restaba en este oficio, entonces pensé:
este poeta, este hombre que quizá nunca recordó mi cara ni
aquel momento en que hablamos de poesía en ese bar. Ahora
sabe de qué estamos hablando nosotros, los que quedamos
acá, presumiendo de la muerte como un payaso funámbulo,
como un ilusionista al azar de la ruleta rusa que juega con
esa muerte tan lejana, y como si nos perteneciera, como si
fuera en nuestra casa, en nuestra cama, como la más bella
meretriz de la ciudad, sucia de antemano, y aunque todo esto
sea mentira de poetastros, que está mordiéndonos por dentro,
como el hambre…

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LUNES 31 JULIO

Preferiría morir a la hora del crepúsculo,


cuando se incendia el horizonte,
el ceibo enciende sus lámparas,
cuando el mar se oculta en las tinieblas,
en la barca náufraga del sol.

Hablemos de la cesta mejor, del


canastillo
tejido por el pincel prolijo, de
grecas hechas con
verduras escamosas, de las correas
trenzadas con flores.

El horror de estar dañado


como la manzana. El miedo a
tropezarse con la respiración y
sufrir el ataque de la tos
en público.
Estás en manos del
terremoto y la peste.
Ríndete al caos.

Nuestra riquísima tradición poética se caracteriza por


tener un abundante repertorio de autores que se atreven a
escribir de la muerte, pero de manera figurativa por supuesto,
pues, como bien nos recordó Lihn en su ―Diario de muerte‖,
nadie escribe desde la muerte. Es extenso entonces el catalogo
de quienes en su imaginería proponen según la figuración
propia, las variables y continuas formas que el lenguaje poético
permite. Entonces ―La proliferación incesante de los signos de
la muerte en un cuerpo y el diálogo imposible con ella
constituyen el juego trágico en el que la voz del poeta fascinado
hace posible su muerte anticipándola, inventándola ahí donde
el ―yo‖ de los demás no da ninguna luz sobre su propio fin.‖
(Triviño, Gilberto 2006)

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Existen varios poetas chilenos y extranjeros de mi
generación que han dedicado algún material a este mencionado
tópico, pero en el caso de los que he citado, se presenta
acompañado de los correspondientes ―rituales‖ en que nos
hemos criado, como si nuestra infancia hubiera transcurrido en
la misma aldea. La imagen del velorio es, para nosotros, un
capitulo insondable, necesario; lo mismo el funeral, la perdida
en definitiva que requiere inevitablemente del luto, último paso
en este transito largo, que posee además ese forzoso paseo
nostálgico hacia el ayer, ese ayer del que alguna vez estuvimos
todos.

Las citas de los poetas que contienen aqueste exordio,


vayan para cada uno de ellos mis respetos y mis
agradecimientos, además de sus poemas aquí seleccionados,
cumplen únicamente con la función de dejar de manifiesto el
dialogo hermosísimo e inevitable de la poesía en una generación
de creadores entregados por entero a la disciplina que nos exige
el oficio; por supuesto que constan muchos otros bardos que
han hecho uso del nombrado tópico mortuorio, pero mi antojo
estuvo en ubicarme tan exclusivamente entre estos, los amigos
y conocidos por mi, a excepción del poeta Christian Formoso
que seguro el trabajo poético en algún minuto nos juntará, y
con los cuales discutimos y discutiremos en algún momento de
este, para mí, tan curioso fenómeno, que nos ocurre, para
hacernos de la muerte, de la misma manera que la poesía se
nos hizo tan de hueso, tan de lápida, tan de cáncer, tan de
Claveles.

Juan Eduardo Díaz


Valparaíso, julio de 2009

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 las hilanderas 

Mas acaso no vale la pena gastar


tanta atención y tanto esf uerzo para conocerme.
Más tarde -en la sociedad más perfecta-
algún otro, hecho como yo,
ciertamente surgirá y actuará libremente.
Konstantinos Kavafis

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la devanadora

Lloverá al rabiar de los queltehues


saldrá el sol a la sombra del escarabajo
a corte de vidrio un grito en la calle y desnudo.

El hábito ensimismado de un monje en penumbras


arrancándose el alma sin siquiera desdoblarse
para hablarle de Dios a un niño
con la fría esperanza de creer en él.

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II

Se podría decir que todo esto son los telares


tú un hilo más, el color lo elige cada uno
pero no pienses en los tonos pasteles.

Las puntadas son de parte de la devanadora sabes


aunque su beso no parece tenebroso, ésta es la mano
de quien siempre acomodó tus huesos.

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III

El temor a la sangre de tan lejos


no se necesita revisar la memoria
evocar las rondas atado a la mano de…
Quién lo recuerda en estos tiempos?

Podemos hablar de angélicas


esas que alguna vez temieron mirar a los ojos
pues, aunque fueron cándidas
las misas nunca dejaron de torturarlas
hasta hacerlas llorar.

23
IIII

La que nunca ha de pasar por acá


puede atravesar descalza la fragancia fúnebre
pero es la una también de tres melancólicas.

La del devanador a hilos de piel, cabellos


o como quieras decirlo.
Olor de parto y placenta agria
el útero generoso.

Ahora es el fin de la gestación.


Eres tú, la parca y la madre.

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la tejedora

Ir dando sucesivas vueltas al devanador


descubrir el cuerpo entre la baraja del naipe
donde es habitual apostarse y esperar

ruletear la duración de la materia


el paseo de los domingos en el parque
con lápidas de cristal, sólo por ahora
que se es capaz de pisar el césped.

25
II

Y si se conoce de memoria a madame butterfly


se podría decir… que uno se conduele
mirando la poca duración de las cosas.

El hilo celeste que sale retorciéndose del cigarrillo


y no respires que es uno mismo camino a la calle
pero sin detenerse bajo el dintel de la puerta.

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III

No es de preocuparse
cuando la vestimenta se rasga
es como encontrarse en una película antigua.
Contar los peldaños al subir, sólo al subir.
Disfrutar de la suerte anotada al pie del acta
de nacimiento, ese contrato que cargamos
por el resto del oficio.
Es fácil hacerse el sordo al remendar
los calcetines rotos

27
IIII

En una vuelta más, es ella quién sopla


cuando las otras dos se descuidan
por mientras la fibra de cada uno cuelga.
Encontrar intacta en el guarda ropas
la chaqueta de lana
ésa si es suerte

paradoja de morirse de la risa


pero cuida que todo no lo sepa
la de las tijeras.

28
la de las tijeras

La decisión puede ser al momento de cerrar el libro


dejar caer las tijeras y marcar la página
con la foto de un niño y su cachorro
atrás toda la familia, porque si fuese necesario

bastaría con sentarse por un momento


contemplar el tabernáculo vacío
y descubrir en el retrato
quién es el que falta.

29
II

Una anciana en el vaivén de su mecedora


a los pies por millares restos de hebras.

Es el momento justo de hurguetear en el bolsillo


las sorpresas aparecerán de a poco.

Colgante de colores y amaneceres.


Las figuras del ajedrez se hallan lejos
de la matemática del tablero.
La mujer cercena uno a uno los hilos
de aquel colgante.

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III

Y según el paso del tiempo


es más difícil engañar a la parca
cuando se es joven un salto y ya está
un corte y listo sentarse a esperar que fluya.

Porque nunca se recuerda cuántos son los peldaños


al bajar rápido la escala.
Ahora si se quisiera
no es posible pintar el cielo del cuarto
cuando ella sonríe a los pies de la cama.

31
IIII

Es severa esta mujer, la cortesía llegó hasta aquí


descalza, hecha una vida de seda
se ató firme de mi mano, tomó algunos nicotinosos
para el día.
Pero ya la quieres llevar contigo.

Tanto me entregó al esplendor bajo la mesa


todos esos gestos.
Grata no es el adjetivo
las gracias nunca me valieron más en desolación.

Ya está, es esta la composición que recuerda


el olor de los claveles.

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  las flores 
De mi cuerpo, sus partes marinas irritan horizontes,
negros huesos me sostienen y lo cautivo devorador,
en mi llanto buscan cuajarse mármoles y palomas.
Humberto Díaz Casanueva

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34
los claveles no huelen a cementerio

No sé cuál será el día al borde de los huesos


continuados uno a uno atrozmente
como anaqueles invisibles, algunos recuerdos

se descuelgan atacando florestas, mansedumbre


que asusta al amanecer.
Los claveles no huelen a cementerio, el abedul

llora imitando a un sauce, es que al fondo de la tumba


hay un charco de agua. Pero no te preocupes vidita
que son los cementerios los que huelen a claveles.

35
cuando los niños se marchen
a Danilo Díaz C.

Los niños tomarán sus pistolas de agua


y sus autos de madera, las niñas
sus muñecas de trapo y sus vestidos de colores

luego, con sus juguetes, se marcharán juntos


fuera del mundo de los grandes, nosotros

quedaremos solos y tan tristes


en medio de un páramo ardiendo en la garganta
como la ira de Caín.

36
verso cortés

Fragua verso mío toda esta noche


que luego volveré a tu voz
quién sabe si mañana llegue a quererte tanto
para decorar de claveles y jazmines

el portal de tu nicho sepulcral


o en demasía repudiar tu canto
y sea capaz de restregar violento tu trazo
con el odio implacable de mi borrador.

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el limpiador

Jabonosos los jureles apilados


del limpiador, cuchillo veloz
a veces puñal, la vista hincada en las entrañas.

Gaviotas y albatros devoran los deshechos


un pelicano lanza al aire un pescado.
Botín en su bolsa vuela.

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el hombre que no habla

Oculto entre mis vértebras


se arrodilla frente a un muro y llora por las manos
vive a través de mi registro malgastado
se estremece a la manera de una antorcha.

Es en este oficio donde se puede sentir tibio el rostro


hasta caer por el barranco en mansedumbre bovina
como las tercas piedras que no pueden
aunque quisieran moverse.

El hombre que no habla delega el deber a los cirios


que ya piensan en retornar vacíos
de aire y tierra en los ojos.
El miedo largo a la sombra antes de tocar mis pies.

Entonces tornamos a mirar


como hasta el inocente color verde
se ha marchitado en la estepa del pellejo
cortado a saña por una hoja mellada
del insolente álamo de la infancia.

39
la curiosidad nos matará a todos
a Cristian Carrera

No es conveniente hurguetear en la bolsa de sorpresas


que se nos entrega al momento de recibir la vida
es posible que un día nos encontremos con la muerte
o peor aún con nada.

40
con treintaisiete edades
a Vladimir Maiakovski

El arma que conservo en mi abrigo


tan paciente esperará a que lleguen treintaisiete edades
cuando me entalle en la camisa amarilla

y redoblen las campanas


mal grabadas de la catedral de mi pueblo
hasta que al fin la angustia literaria me acabe

el acero frío de mi arma cortésmente aguardará


en mi viejo abrigo, cuando Moscú
esté cubierto por la nieve y en San Bernardo

griten otoños las hojas bajo los zapatos de los poetas


que embobados
todavía insisten en los románticos rusos.

41
el imberbe
a Marcelo Sepúlveda

El imberbe se ha cansado de sus fantasmas


nunca fue buena la idea de seguir prisionero
en la cama del enfermo, los ojos no se gastan
si sólo se observa desnudo frente al televisor

pero es sobornable la quimera infantil.


Basta una caricia postrera para ser recordado
un insinuante beso con restos de comida
y los labios grasientos por la sopa fría.

A veces es bueno entregarse al silencio


a veces una sonrisa no basta, pues el mar
se queda en halito seco de cada mañana.

42
nicho

Como tomar de la nada aunque sea un puñado


y recordar las mandas incineradas
por la soberbia de cientos de velas.

Tengo el alma grisácea, como una camisa húmeda


treinta años en el tendedero, la espina
de un ángel negrísimo escondido tras los huesos.

Por la nariz escurre vaporoso un tono de rubí.


El balbuceo en rezo que se arrastra al modo de las piedras
es como el color azulado de la noche

donde se pierden un par de miradas


separadas por el océano, y ya no queda más
que llorar sobre las nuevas yemas.

43
bastedad de amigos

¿Has tenido la espalda al sol


hasta que el frío se esconda en el abrigo de lana?

Pues, los amigos huelen a bastedad


la chaqueta de poeta es a sudor usado, ajeno.

Hay que mantener las botas limpias


dejar el amor maniatado en el bolsillo
de la camisa de los domingos
y consultar el reloj de vez en cuando.

44
la sombra

Pasó por este lugar.


En lo sosegado de la mañana se entromete nublosa
por los barrotes de la vidriera, se echa tibia
en el piso como un perro.

Era distinguir la sombra o manejar el miedo


con los ojos vendados.

Al vuelo canallesco un cuervo


imita el planear con esqueletos de gaviotas
de un lado para otro sobrevuela las tablas del piso

interrumpe el sueño tosco.


La ánima en mi habitación a ras del suelo
pero sin siquiera mirarme.

45
última visita

Quebrarse y hacer agua por todos los rincones


al modo de la sabana un aumentar lento de niebla
en la morada, el coro nupcial a la arrastra
en un millar de voces, por debajo del piso de madera

por debajo de la puerta se desliza.


Las patas de la cama hierven al rocío de la escarcha
a un costado inmóvil el espíritu, —retrato de parada—
abrazado a una maleta la divisa a ella.

No es capaz siquiera de asomarse el sol


por el patio se pasea inquieto, de vez en cuando
se empina por la ventana como ese pequeño
que lleva mi nombre y concibe lo sucedido aquí dentro.

Los deudos por fin respiran y sollozan


a veces sonríen, a veces no.

46
la vigilia

Y ahora que se está ahí dentro


a la manera de un terno antiguo
puesto confortablemente en aquel baúl.
La conclusión del tiempo hace caer por ley de gravedad
hasta las plegarias, la carne y la fragancia de los claveles.

La forma es lo menos que importa.


Aunque pareciera la siesta al sol luego del almuerzo.
La contemplación de la tarde hasta que el sangrar
se hace vigilia.

Todo el resto de la noche para meditarlo


las cuatro lumbreras apagadas.
En la habitación de adjunto la pena de todo un océano.
El dolor diluido hasta la puerta de calle.

Diferente es que todo decante en lo profundo y


no temer a las llamas, menester ahora
de ángeles y demonios.
Es el espíritu jugado a una partida de ajedrez.

47
honra fúnebre

Huir de las fosas que tientan a cantos de voces


oscuranas
hábitos roídos de monjas, la represión
por ajuares de sedas y encajes blancos.

En forma de composición musical, es el texto litúrgico


en la misa de los difuntos.

Ésta, la honra de la afonía, en que se es capaz de negar


la voz materna, donde se doblan hasta el quiebre los
dedos
y el eco de los huesos se sala hasta hacerse una misa.

Descubrir por el peso en el hombro las exequias


como caminando con las viseras a la arrastra
y negarse a ser ánima y llegar a odiar las flores olvidadas
que inciensan de ese olor a partida estos pasajes.

El cuerpo enraizado al fondo de la bóveda.


Es preciso quitar los tallos que martirizan la brizna de la tarde

48
el agonizar del silbido luminoso que me ampara.

Población de lugares comunes, es cuando la tarde


se hace por los techos junto a los gatos.

Esmalte vigoroso de la laude que no se cansa


de ser lápida y hasta la tos el olor del palo santo tan
capaz
de quemar a rabia de carbón
estos números romanos y todas estas cruces.

49
el luto

Nuestros ángeles fueron los lugares comunes


oscurísimos demonios atados a las costillas con cadenas
aquí en el pecho

justo donde más duele la pérdida:


de la confianza, del espíritu, la coherencia de las cosas
del tiempo, de la vista, de todos los sentidos
las piernas, el pelo, los dientes.

La muerte de Dios, de los parientes


de todos los amigos, del amor
todo aquello y aquellos que ya no están
nuestros muertos.

50
las flores

Con el alardear de la época, tan cercana


a la imbecilidad senil
es fácil revolver el agua turbia para alcanzar
el olor del aire que hace meditar en su crimen.

Hemos soñado la época feliz de los padres


como el indeciso desbarrancamiento de la memoria
sobre un plato con la sopa aceitosa y fría
el desquiciado mirar de las sobras
como la suciedad domestica, los derrames
sobre la cocina y el basurero hastiado.

Porque fuimos quienes aparecimos desarropados


y pervertidos tras el velo, nunca fuimos la multiplicación
de la miseria, la catarsis contemplativa del que va en caída.

En la bolsa del pan se esconden todas las vilezas


y los tedios de un alma muerta de hambre, y reseca
como la antigüedad en escabeche de la creación final
del hombre.

51
La cortesía ordinaria de pasear mirándolo todo
hasta la mala costumbre del manoseo casi malhechor.

Ni siquiera tocaría invitar al entierro sotanas ni hábitos.

Y es que tampoco nos estremece la honesta


inseguridad
de Dios ya corrompido como un cadáver.

Tengan el valor que tengan, antes o luego del pacto


todas la flores son reutilizables
hasta el marchitar de la conciencia
ellas son públicas.










52











 porqué no el rezo 


Esta es la recompensa de la f e
En el descanso eterno. Incluso la muerte
Miente. El vacío engaña.
No caemos como hojas de otoño
Para dormir en paz.
Seamus Heaney

53
54
rito

Muerte personal muerte familiar muerte social


la reflexión con una curiosidad de infante.

Como un paseo por la ciudad de todos los días


con calles y plazuelas en un gris fantasmagórico
como si hasta los habitantes de un Spoon River
hubieran desparecido para siempre.

En medio de todo
es la sensación que provoca huir de la misa los domingos
con la solemnidad de la infancia cargada sobre los hombros
hacia el transito soliviantado de visitar a los parientes y
amigos.

Esos recuerdos de ceremoniosos velorios


donde el olor de esas flores baja en la tristeza de los deudos
por los muros y hasta los zapatos, después
asciende en la espesura del ambiente.
La repetición en coro del avemaría, gotera eterna
e inquieta en las cuentas adormecidas de los rosarios.

55
II

Del litúrgico el silencio. Todas las sillas


deshabitadas y enfiladas junto a las paredes
cientos de pétalos esparcidos hasta la puerta de calle
y ese olor de los claveles que no hace nada más
que recordar el dolor del luto.

Como en el merodeo de la ciudad, la inquietante


impresión de estar caminando por la plazoleta.
Un pestañeo no basta para cavilar
que los claveles y los gladiolos no huelen a cementerios.

Aquí inician o se detienen todos, en las flores,


de ahí atrás o adelante, de manera anacrónica.
De cualquier forma el subconsciente logra captar,
según las claves
los mensajes del discurso poético, lo mismo
un álbum de fotografías, no importa si se mira
en la lectura de izquierda a derecha o de forma contraria.

Un lugar de pronto intimista

56
donde el hablante utiliza perspectivas de ciego
como dentro o fuera de la urna, como difunto o como
deudo.

Un trabajo en donde el lector y la figura de los padres


parientes y amigos, serán reconocidos de un lado o del
otro
de este espejo, pero siempre con un ramo de claveles
entre las manos.

57
parricidio

Ah! Entonces en qué podemos pensar


si quien camina es un alma que se desplaza con los pies fríos
a veinte centímetros del suelo, su boca no revela voces
pero todos sabemos que busca a Dios
con la arrogancia de un cuchillo mustio en siniestra.

Es un juego cruel que denigra como un infante


como la risa burlona frente a la niña fea.

El solsticio se origina ante lo vano de la vigilia.


Un beso bastaría para concluir la venta,
con la piedad de un pastor, mientras
la sacra sangre ordinaria se coagula.

Un rumor de pasos se aleja calmo


lo mismo se guarda el cuchillo
a la espera de los vengativos ángeles
a la hora perfecta del ángelus.

58
repaso de la memoria

Guirnaldas desteñidas de la navidad ocurrida hace meses


me repasan que una vez el brillo de los ojos se opaca
como en el gris de los huesos sin saberlo
sin siquiera preguntarme por qué duele.

De la misma forma que suena el ataque de la lluvia


en las acequias, sobrenterrando ese último brillo
en la mirada de los objetos, con cierta impaciencia
que asusta al mirar su sombra.

La fisura del tiempo donde aparece el aviso de los niños


que huyen aterrados por el viejo del saco, como la fuga
infantil, disgregadora, impura, capaz
de restregar en la nariz, ese olor de la leche vertida
sobre la cocina, el pan tostado y los colores de las
cortinas deteniendo al sol.

Con la misericordia de mis amigos ante el perro ya cadáver


y el llanto de la mujer frágil y maniática del barrio.

59
Entonces la promesa de jamás poseer un cachorro
porque la defunción es terrible sobre ellos
porque ellos se entregan durmiendo a los gusanos
y durmiendo también se hacen huesos y miseria
ante el pasar curioso de mis chiquillos.

60
espejo

Incluso en Arcadea acecha la muerte


tiene la forma de un espejo de cuerpo completo
capaz de llevarte al sitio donde se encuentran las hilanderas.

Entonces qué es mejor: un grano de arena o una roca?


Ambas en el agua se hunden de la misma forma.
Mientras un río se lleva cadáveres con los rostros de los hijos
la carencia se presenta como luces en los ocasos
encallados por toda la rivera, mientras un niño
monótono deletrea su nombre.

Cuando uno ríe todos ríen contigo


pero cuando lloras, lo haces en desolación.

Entonces la memoria olvida los refranes de oriente


la adivinación de la metáfora del tiempo
y los chubascos de frente a la playa
cuando el lenguaje en forma de escarcha
escurre pretencioso
con las ganas de un llanto en agosto.

61
lugar

Todas las veces que he muerto al recordarlo.


Cómo hacer llorar al mundo y hundirlo hasta los cabellos
cada uno de los repasos hecho a caricia de martillo.

La figura demoníaca de dos unidos por la cabeza


esa extraña melancolía que se ponen en los ojos
los de mi aldea, a la sombra de los cerros
que me acortaron las tardes.

Las miradas no son tantas para irse, me dije alguna vez


los gestos no fueron suficientes para inventarles un recuerdo
porque poseo la quietud que produce un aullido.

Tengo la vergüenza de crearles todo de nuevo


y ni siquiera el esfuerzo de hurgar en los cajones
de la memoria, las fotografías tipo polaroid y la paciencia
de Cesar Disi.

Ocurre que me indigestan las carreras de los galgos


tan básicas.

62
Reclamo el lugar de los que se quedaron
la romántica colonia, Augusto DHalmar
Fernando Santiban,
Manuel Magallanes Moure.

63
epígrafes

Todos mis epígrafes no supieron de las veces


que robe delincuente en los jardines misteriosos
aunque jamás lo entendiera la flor de mi amargura
como todas las espinas que quité para no pinchar sus
dedos
por el temor a que me descubriese.

64
la saeta

Eres de las esquinas amuralladas, de los altares


y portales noblemente ajados ¿Quién te hizo
tan antigua? fragancia a manzana que desprendes.

Punta del sarmiento que se quedó en la cepa


es que supongo los rumores serpenteantes
que se trepan por tu piel hasta depositarse ahí,
donde soy la copla breve para excitar la devoción.

Penitencia obligada al vuelo de una mariposa.

65
II

Victoriosa con la luna a los pies, y la hembra


culebra revolcándose, castidad impuesta
so pena de espada. ¿No eras acaso
la que debió quedar bajo las piedras de Israel?

Una persona canta en la procesión, te hallará extraviada


junto a las tumbas de esas que fueron angélicas
yo te veré enamorada entre los versos de los disidentes
un nombre como sangre entre tus labios, tan oscura
de sino, el luto de tu vestir.

66
III

A arrastrar de osamentas las cadenas, el lamento


a escala de mausoleo se te sale a la calle en forma
de temor de perros; si te empinas un poco puedes verlos
como huyen a refugiarse en las ruinas.

Cierta solemnidad que no tienen


los hijos del Cristo, sino hasta que al fin la parca
los invita a tomar el té.

67
mi Dios

Comenzar un ciclo tan de noche como los que pasaron


el misterio del comienzo una vez más…

Amable soberbia de mi Dios, que se crea


desde las calles concurridas de una ciudad
pasada de chubascos.
—Riachuelos arrastrando cadáveres—.
Se apiada de la gente que no es capaz
de reconocerse cuando es atropellada.

68
II

Generación Blondie en Santiago del nuevo hastío.


Ellos envían ángeles en tonos vampirescos
a sobrevolar la ciudad.

Mi Dios camina entre las manos de muchachos


que muerden sus labios hasta sangrar
ellos se excitan al beber el denso vino …

69
III

De luto.
La canción es melancolía de claustros, la ofrenda
que depositas.
La piedad de tus camisas a pureza de cátedra-les
es el plagio del génesis —Mi sed descansa en la oración
y sollozamos de contento—.

Ahora que tu sangre es alabada rebosa de mi alma


y sal en pasos de adoquines a la ciudad
indícanos en dónde es que aparece el sol...

70
IIII

Es entonces, que los tiempos nos pertenecen


la era donde nos movemos por entre calles
con las manos en los bolsillos
y nuestras doncellas pálidas a teatros de máscaras.

Robamos el silencio del transeúnte cabeza agacha


descubrimos ese rincón maltrecho
el pecho formado por el vidrio de miles de ojos trizados.

71
V

La oración de un niño, que aún se arrodilla


en el tormento —rosario de noviembre—.

72
VI

Vestidos de angustia, somos los románticos


ángeles
de siempre, el placebo rebelde
en la creación.

Nosotros ya hemos muerto


la ciudad que tanto amamos
sin siquiera permitirnos llorar nos mató.

73
un canto de mone piaf

Que entorpecida se va ésta, mi diestra hecha en la greda


firme de tu cojera, apenas desgranándose un poco la ira,
escurre salobre por los labios estancada espina.
Me brota aquí donde duele
huyendo por todas mis bocas
mi diestra madrugada.

74
II

Sin embargo levanto el beso, a brindis sumergida


en el pétalo de la casta infanta
me queda la dulzura vulva gota a gota

a la sombra primavera excitada de no sé qué roces.


De memoria una luna para ti, matinal cabellera
dos enredadas en la almohada.

75
III

Bien lustrados los zapatos, ni pienses averiguarme


el nombre gravado en la cerca.
Siempre fuiste la del vestido veraniego en la rivera
el susurro imaginado de tu camastro
somier de latas y resortes.

Por la ventana te mostrabas saltarina


el escenario de ahora florece y parece que no acaba.

76
IIII

Pues, mocito bien te recordaba, un gato tras el cerco


y tú flaco que cabías entre las tablas.
Cómo iba yo a ser de puras flores, si tus miradas

me cogían hasta el alma llana de fragancia


en eucaliptos, vaciada para ti
como a restos de pan en el camino.

Tristeza a llanto, un canto de mone piaf.

77
viejos roneos
a Juan Díaz O.

Papeles jubilados, de cobardía resecos


a estancado de crepúsculo, que no se puede pensar
en ese batir de amarillo quebrajado por la piel
la corteza del álamo
y ese temor de siempre a la alfombra dorada
existencia confirmada por la estación.

78
II

Está la habitación pintada de escarcha


hasta el pasamanos enraizados los muros
—aquestos rincones de fondo marino—.

No hay un hilo en este lugar de tantos espejos


tu reflejo mirando tras la puerta, que el frío descansa
en las cuatro patas de la cama.

79
III

Soñador caído como su propia mente, sus abrazos


rotos de huesos, el cabello blanco que contrasta
con la sombra entre las piernas.

Sabes que el otoño se quedó en el lumbago crónico


de la madre?
en la ceguera fingida, en los besos...?
Defiéndete entonces con la juventud alojada
en la garganta, y si puedes, muestra ese beso
en el cuello, ya reprimido por sospecha.

80
IIII

No se evitan porque sí los caminos, la tierra a lágrima


en los ojos, el cuento escondido entre los restos
roídos de uñas, el poema impregnado en los calzoncillos

pues se huye mirando el horizonte, ciego, con el pequeño


anudado a la mano, marcando con una vara la senda
de vuelta, aún arrastrando esa sombra atada a tus pies.

81
por la tarde saldré a buscarles
a Mónica Cáceres C.

Me vengo hasta aquí hecha tragedia


lenta que el sol gotea de tormento
el olor del cloro que me lloro de mirarlos
las rodillas por sécula, el piso de madera

sin pensar que aún existen los abrazos


cada fin de año. A rabiar
la espuma oscurana, y tan de cerca la mar
que no se ven los albatros.

82
II

Hasta aquí por el cable telefónico


nunca a la rueda rayada del cartero
porque el trazo se hizo esquivo a mi destreza
como a mi madre y por ella.

No bastó el susurro auricular de brizna excusa


el último te quiero del bolero en rocío
y toda esa gente que ni siquiera sabe de nosotros
fragancia de tan lejos.

83
III

Porque me vengo con la edad apretada en la mano


mi vientre anudado de sombras celestes
para nunca más en la vida.
Niña en el patio y vestido a lunares.

¿Dónde mis restos que ya no los oigo?


Colorido escarabajo, el mantel invariablemente tarde.
Descubro aún la habitación llena de sus ojos
y el vaso de agua. Sólo una foto quieta.

84
IIII

Hecha tragedia es que llegué hasta aquí


bostezando por la tarde, tan lejos de ser nosotros.
¿Vieron mis manos rugosas?

El ermitaño reloj de arena entre las orquídeas


el celeste que hubo en el cielo y en la casa de madera
la saliva a tromba de mares y barro.

Este es el beso que se quedó


en la punta de mis dedos.

85
ellos
a Italo Olguín

Ya no por la casa, de par en par todas las puertas


han huido, soñaron tocarse un día con las olas.
La virgen nativa esperando suceda algo antes del otoño.
Y no dice nada el océano, el niño sordo le mira
de ocho a ocho, los días que no supo cómo leer los labios.

El engendro en eterno estado de coma


de vez en cuando le obsequia la niebla de los mármoles
con la vana esperanza de todas las noches
todos los misterios, como hace treinta años
cada una de mis edades.

86
II

Geografía postal robada en el reverso del sobre


sin tropiezos escala abajo de siniestros adoquines
dialogando la intención gastada de las cumbres.
Ese silencio de subir y bajar que no cansa
al gris de los huesos, el negro de los pulmones
el caos de los edificios de más de veinticinco pisos.
—Yo no sé— Descubriste acaso el rumor del mar?
Lo que ya no espera la india cada día?

87
III

Pulso irrepetible, boca pintada con la siesta


de los terribles incendios.
Sangrienta que se frunce cuando la halla en el descuido
sin abrigar siquiera sus teclas en el pelo.

Silueta de media tarde.

La emoción por mirar a los ojos basta para maltratarse…


El filo a corte de piel, la nostalgia:
las ganas que me vienen a veces
de manosear el asesinato.

88
IIII

Todo aquello que se hereda de los padres, creyendo


que jamás los veríamos
—no se darán cuenta— dijeron alguna vez.
Hasta la mirada, el rumiar boca a bajo
los sesenta, setenta o cuanto tiempo sea ahora.

Aunque juren que nunca los oímos, que dormíamos


cansados de pichangas y rodillas rotas.

89
V

El guiso largo después del almuerzo, frío como el engaño.

Todavía me asustan sólo de recordarlo


de practicarlo ahora… con ellos, con otros
conmigo inclusive
pero antes de susúrraselo al nubloso de sus oídos
o al ferroso de sus lápidas.

90
nosotros

A la hora en que se vuelve a la calle, los ebrios


del tras noche añejado ocultan de los transeúntes el vino de
sus penurias.
Con el anhelo infantil piden la moneda de nunca ceder.
En la puerta de casa recitan piropos a las chicas
fantasmas.

Las mañanas tienen los mismos colores de las tardes


aunque ellos se aman nunca serán iguales
las sombras se encargan siempre de cambiarlo todo
sólo para decir que no hay palabras en medio de un beso.

El opaco nombre de cada uno de los nuestros se va por


el humo brusco, hasta que al fin el alma se cura de la
enfermedad de tener cuerpo.

Que renuncie todo el mundo, porque venimos los


temerosos
como huyendo antes del alba en lucecillas polares
el miedoso humor que ocurre después del crepúsculo.

91
Los huesos aguardan tallados a mordiscos, el polvo
se une al rocío y ambos son una escultura ciega de azul
justo en el momento en que la anciana de las golosinas
enloquece por el desorden de esos matizados colibríes
que resultaron no ser más que sencillos gorriones.

Crear una secreta antigüedad capaz de asquearse por las


cenizas, como en caídas de ángeles encendidos aún de
tormento, pisando las ganas como quebrajando el hielo.

A cada uno de ellos, lo primero de las sobras, según


el peso de sus viseras, según la extensión de un suspiro.

92
mi memoria no tiene ca balleros

¿Eres acaso el que aguardó tras la nueva puerta?


frente a ella te esperé, gotera de espinas
porque has sido elegido por mis dos manos
porque soy capaz de trancarla con versos.

Pero no le creas al graznido del cuervo, ellos no


te pertenecen, los usaré contigo por un momento
no te permito siquiera que los recuerdes.

Sólo la piel te dejé entre las telas


y algunos cabellos para que llegues a odiarme.

93
II

Mal acostúmbrate de mí, cuando salgas a la calle


y no me encuentres nunca más en tu vida.

A porfía el recital blando de las piedras


el humear de mi cuerpo en la habitación
apóyale mi cabeza en tu almohada, cuando te mueras
de la musiquita quitándote los huesos.

Anúlate cuando intentes olvidarme ahí quieta.


Los caballeros no tienen memoria. Mi memoria
no tiene caballeros.

94
III

Prueba lo imposible y enamórate de mi vestido


a toda voz, descubre a modo de regalo tus osamentas
en el velador, híncale tus dedos a las cenizas
y espera la brizna de mi respirar.

Que tu reloj se hará escarcha a un costado del cenicero


y no podrás describir siquiera mi rostro
las marcas de la vida como un encaje negro en la piel
cuando todavía conserves mi retrato.

95
IIII

Aunque te cueste el sueño, y me veas


en todos los ojos café, a las nueve de la mañana
aún cuando todas las muchachas te besen
y descubras mi cabello subiendo a todas las micros.

En ese instante deberás perder la memoria


quedarte tan sólo con la piel desvestida de tu desolación
y el tibio clarear de todas las mañanas
que te quedan por no morir.

96
de éste lado

He sido a veces… la desnutrición del alma,


el golpe atroz del vacío en la cara y la voz
sacada a mordiscos.
La propia pena que se trepa
por los hombros de la vergüenza.
El olvido adrede de esa muerte que no espera
en los cementerios
la que no se esconde en los hospitales
la que no se dejó manosear entre las hojas del luto.

Como si me tendiera en la cama a la espera


de treinta años de ocio, contemplando
la osadía del sol encaramado por los muros.
Qué más quisiera que mi propia sombra golpeara
a la puerta, aunque sea en invierno
invitarla y servirle un té en canela.

Mirar cómo se esmeran los adoquines por entre el


asfalto.
Porque la lluvia se irrita cuando me dejo mojar

97
y me enfrento a la calle.
La perfecta combinación…

Serían mis zapatos empapados en casi todas las esquinas


el absurdo modo de un semáforo que juega a ser ciego
hasta parecerse al desteñido color de la ciudad.

Huir a ladridos, quién sabe a dónde por las aceras,


mientras se planea a conquista
el nauseabundo olor de la urbe.
Todos los sentimientos arrancados con saña
de impermeables demoníacos,
como esa bondad que posee la ópera
y que sabe a perros.

Herencia en la quietud de quien lo pueda ver


al justo momento en que estrangulo un bostezo.

98
II

Recurrir a la psicología del asceta que no deja


de hablar con sus sujetos
transmutarse a la manera de las cínicas en la pared
y enfurecerse tanto para descubrir el rincón
donde se esconden las ánimas.

Pues, ya sé quién musita mi nombre tras los árboles


ya sé quién se mueve de reojo en mi habitación
lo he descubierto aguardándome tras la cortina
amoratado de tanto aguantar la respiración.

Rostro de suplica que se deja acariciar en los retornos


donde las conquistas suelen ser imaginarias.
Los objetos y sus marcas, a la manera de un silbido
desentiendo sus recados
por entre los recovecos en un bosque de papel lustre.

Tratado de amor...
y el odio a causa del mutismo de mancebas miradas
las traslúcidas con rostros de princesas niponas.

99
Fuerza de voluntad que se vuelve preciosista
incapaz de pisotear las flores monocromáticas.
Simpática combinación que inflama a algunos
de mis consortes paisajistas.
Sus raíces reventándose en la sien, como los nervios
y hasta el brazo, la sangre brotando por entre las uñas.

100
III

No podría ser tan apacible…


días desmoronados
lluvia de la harapienta estación, —yo no sé—
odiada por los queltehues, aún en costumbre
de los flojos aceros.

Apenas la mirada y sobra todo el cielo, falange siniestra


que riza un mechón en tu cabello,
el hazme llorar que me obsequias.

Porque todo me lo dejas a hurtadillas,


imitas el proyectar de mis intenciones
que son tan quietas, como cada treinta de enero
como cada final de semana.

Hasta podría hacer caso del temple


que adquirió esto que mueve mis huesos.
Intento del aroma sin derecho al duelo.

Con la seguridad que posee el fastidio

101
de los antiguos románticos
tópico en tono de recurso poético, como siempre.

Encanto quejumbroso que crispa la envidia


de enaguas y vírgenes, materia primorosa del
talle
ofrecido porque sí, por la certidumbre mensual de la
luna
lo suntuoso que pueden llegar a ser los funerales
o el tiempo que demore en explicarte
cómo es que me planto
de éste lado del cortejo.

102
descifrador

Este corazón de madera te pertenece


amadísimo descifrador
lo tengo en mis manos y no le queda repuesto que valga.

A ver si le sirve éste mi corazón de verdad


cruel y humano, como el aire apático de cuando aún
no es la tarde en el oficio de estirar las sombras.

Este músculo puede ser tan capaz de quemar los ojos


como el embuste de los rapsodas enamorados
de sus propios encantamentos.

Te convendría esconder bajo el polvo de los quicios


cada uno de tus secretos, aunque estuviesen una vida
a porte de sepia decoración y tendidos como hilillos
en las paredes.

La humedad del invierno nunca te avisó que el aguacero


se venía para mojar la vestimenta de los domingos.
Esa es la justificación para verte llorar.

103
Te queda descifrador, recordar a fuerza
los fines de año, con zapatillas y tenida nueva
como ahora, pero sin este cortejo de fantasmas.






















104










 mono-ambiente 
Hablar en una pieza oscura.
Los pájaros emprenden vuelo hacia la neblina del espejo
Y no volverán.
El espejo va menguando.
Kenneth Rexroth

105
106
so pena de un recuerdo ti bio

La casona se hace tan encima de los huesos,


bastan veintisiete huellas en la tumba del pino oregón y de
pronto silenciar la luna de la calle sólo con un clic. Agrietas el
umbral tortuoso a empellones,
te lanzas oscuro entre los brazos de los fantasmas que
esperaban tu llegada en otoño.
El mono-ambiente con ventanal y celosía te regala como
bienvenida habitual la descarnada fragancia del antiguo
sexo, pues descubres en tu cama a la soledad desnuda
revolcándose con el silencio.
Vuelves a enmudecer la lumbrera y enciendes un cigarrillo
trasnochado,
tumbas a tientas tu cansancio junto a los amantes.
La nostalgia ahora te llama tocando el cristal del ventanal, so
pena de un recuerdo tibio, conmovido la dejas pasar y le
sirves un café dulce.
Vuelves al ventanal con celosía y te detienes en el brillo del
poste proyectándose en la calle mojada,
desde ahí le recuerdas todo el pasado que amontonaste hasta
hoy bajo el catre,

107
pero el crujir de tu cama te avisa que de nuevo han de
comenzar los amantes.
Con ese ritmo la nostalgia se enardece, deja tus recuerdos de
lado y se suma a ellos sin siquiera probar su café.
El tuyo mientras empaña el vidrio donde te reflejas, tomas un
sorbo largo de tu anochecido elixir.
Descubres por la enmudecida cama que el silencio ahora se
fuma tus cigarrillos,
y es cuando te quitas tus ropajes como de concreto y te
acuestas sin pensar en nada.
Puede que el café no te permita dormir.
La soledad, la nostalgia y el silencio se abrazan a ti como
niños entumidos,
ellos aún se acarician en evidencia,
pero las sábanas están tan frías que descubres no poder más
con esta inquietante desolación.

108
ocaso
a René Díaz

Supongo no existir a un costado de la cama,


no mirar siquiera al cielo en forma diagonal hacia el sol.
El ánima desde el piso exacto de la vieja habitación,
juntándolo todo: la esperanza inestable,
la ventana que se traga el patio trasero,
los intolerables perros que no se cansan de ladrar.
Todo junto en la bolsa del pan y la fotografía de mis primeros
pasos.
Inquietante es el sin sentido de los rostros en la pared,
tan transparente mirar de espejo, sin horas, ni litros.
A segundos de la cerca metálica, un tic-tac como sabiendo
todo de los mitos y que no está, me mata, me sube, me tac. Y
lo supongo más allá del hijo muerto en medio de la carretera y
por acá también hiriéndonos,
empeñado a seguir este camino tan barbón.
Todo en el mismo saco, los pasos más cortos y un viejo abrigo
que por mi voz aún no me recuerda.

109
¿dispara usted o disparo yo?

Entonces una pálida mujer acecha mi vida,


en mi mano izquierda pone el implacable tiempo de esta
esfera tornasol,
en mi mano habladora incrusta un revolver calibre
treintaiocho, de un soplo gira la nuez del arma,
cual azulado cosaco que ha de soportar la nieve que cae en
Moscú.
He imaginado a Vladimir gatillando en mi cabeza, pero no
conozco Moscú, ni Georgia, ni San Petersburgo.
Me he embobado con los rusos paseando por la plaza roja,
anudado a sus pálidas muchachas, fotografía junto a la reina
de las campanas.
Vladimir ha errado el tiro a su cabeza. Estaba escrito no es
en la sien.
Ahora don francisco lo hace pasar a la puerta B; el hombre
del micrófono consulta… —¡¿dispara usted o disparo yo?!
Descarga sus babas en mi cara y repite más fuerte…
—Ey amigo ¡¿dispara usted o disparo yo?!
Llevo el arma a mi cabeza sin darle oportunidad a
interrupción y grito… ¡yo!

110
El clic metálico relaja mi mandíbula entre vitoreos y aplausos.
El celebre animador aborda a Vladimir mirándolo a los ojos,
como confabulados lo abofetea una y otra vez con la infernal
pregunta… —¡¿Quién dispara, usted o yo?!
El hombre de la blusa amarilla con sus venas vaciadas de
duda pone el arma en su pecho, pero el hombre del micrófono
lo interrumpe mirando al respetable en sus casas… —Un
momento amigo, ¿Está seguro?
Y la respuesta es un solo ¡pafff! El robusto conductor cual
infante salta de alegría mientras tararea a toda voz la cortina
musical… —Que venga la modelo, que traiga el billetito. La
mujer pálida se me acerca con una bandeja plateada a la
altura de sus pechos de higos, en ella trae mil dólares en
billetes falsos que parecen ser un millón.
Guardo el arma en mi abrigo, tomo el dinero y miro sin
sonreír al respetable a través de las cámaras.
Don francisco celebra aún besuqueando al resto de las
modelos.
La pálida mujer arrebata mi reloj tornasol y se lleva el
bermellón revolver de Vladimir que aún yace frente al
televisor y en el suelo de su frío departamento moscovita.

111
reniego

Blasfemo sobre los signos y las campanas a cincuenta metros


del piso y lejos de las palomas roedoras.
Decrepitar culposo de migajas de pan en los bolsillos,
olvidadas por un egoísmo en el cuello a estrechez de corbatas.
Beatísmo iniciado en el rozar de blondas y encajes invictos
que punzan en la carne.
Como recorriendo los labios con la atrofiada destreza de un
dedo afilado de silencio,
hombreado a heridas en el pecho y la sien.
Mirar las nubes, no porque llora el cielo, sino porque empiece
a llorar,
desembocando mis huesos al pasar de los sepulcros.
Como un microbús que me dejase algún día en la vereda y
boca arriba.
Apagando la tarde a la espera de las pesadillas,
tan hambrientas como en la lejanía del relato de cuando era
un niño.
Vivir a destajo de la propia muerte,
hasta sucumbir frente al espejo,
con sólo una lágrima polvorosa en cada uno de los ojos.

112
Son treinta veces cada una mis edades,
reafirmadas de ladrillos y el tañido ronco de mi reniego.
A mis pies el rebuzne quejumbroso de gusanos vivos de
muerte.

113
la ánima

De la manera en que duele cuando la tierra jala desde el


suelo, atada a los huesos con pesadas cuerdas,
de los extremos las piedras se enrabian incrustándose más
abajo, tironeando desde lo profundo.
El chillido oscurano se cae en los hombros, con el peso de un
cadáver que lleva mi nombre en su boca,
mis marcas en el cuerpo, todo el amor urdido en la piel y los
ojos vendados.
Maniatado como un niño en su sexto mes de gestación,
a punto de salir a la vida, a un respiro de cargar con su
propia sombra,
que nace muerta de miedo, atrozmente desfigurada.

114
II

Del modo en que un tiro a la sien no produce más ruido que


el aire en el desierto, ni más sorpresa que un millón de flores
en este mismo arenal.
Entonces, no queda más que adueñarse para siempre del
entorno, con los labios reventados, con los ojos todavía
abiertos y secos.
Todo el homenaje de esa fotografía postal para demostrar el
eco desolado de la descomposición.
Trova del lugar donde no hay mármol que piense siquiera en
un nombre, un aniversario al menos,
y descubrirse una vez al año pegado a la ventana,
aguantando las ganas de salir a recibirle.

115
III

Y llorar, a la forma de los muros,


del piso, del cielo, el mono bloc odioso, despiadado,
repleto de voces que no logran siquiera oírse, ni tocarse,
entre ellas se espantan como parientes que se aman,
y se descubren como en la fila del pan o del azúcar.
La parca espera en todas las esquina con la svástica en la
siniestra.
Los heridos de muerte, no han vuelto al espejo,
se engañan al baile de un bolero y lagrimean al arrullo de un
sitio desocupado.
La culpa es por darle el espacio al sol.
Pues, se debe huir de la sombra de los albatros,
ellos persiguen a los muertos y le sacan los ojos y la lengua.

116
tristeza
a Darío Prieto

Escribo la tristeza de mi mundo sin caer en la parafernalia de


describirlo,
como un manual para decorar con rosas o claveles o como
ella querría, tulipanes de papel en lo que quedó del espacio
asoleado.
La sortija arrebatada por una caminata donde el alma
anoréxica se despega de los huesos y escurre miedosa por los
zapatos como la orina.
Entonces Siegfried piensa que lo sustancial resulta ser
accesorio y lo accesorio parece ser sustancial.
Yo sólo muerdo la punta de mi lenguaje, por el arrojo que me
da sacrificar mi lecho únicamente por el poema.
Cuando el mapa refleja ser el desvelo de un corazón blanco,
se atreve y descubre que busca dentro de un pez sus latidos.
Esa fuerza interna por la que obra el ser que la posee, se
contrapone pálida como un verso,
puñal de hombría que se oye venir por debajo de la tierra
y que casi siempre es reconocida por la soberbia feliz de un
soplo en los ojos.

117
el hilo
a Arturo Rojas

Mal acostumbrado al oficio de escarbar bajo las piedras,


es el otro ser que no llevó mi nombre entre sus uñas,
ni susurró en secreto el de Dios.
En el peor de los estados del ocio, o más bien como algunos
dicen: en plena forma de la contemplación.
Se quitó su viejo abrigo de lana y comenzó a caminar.
Un día en que la lluvia de aquestos lares inundó las cabezas
de los terribles pensadores,
diluyendo a sangre sus más oscuras y siniestras cavilaciones.
Una lluvia tan enrabiadamente hembra que fue capaz de roer
la piel hasta mostrar el cuajar de los huesos.
Despellejado y con las vísceras entre sus manos continuó
inerte y limosnero, atado a la mano de un algo que algunos
describieron como complejo eremita.
Nadie entendió el mensaje. Se escupió de malas ganas la
perdida de la lucidez de quienes dejaron el Olimpo en
desolación.
Ellos, los que se pasearon en el rumoreo de las callejuelas,
merodeando en forma de domésticos animales,
los automáticos movimientos de hombrecitos y mujeres,

118
tan románticos, que ni siquiera reconocieron sus propias
exequias.
Ese olor tosco a gladiolo que dejaron al pasar.
El mito urbanista recita que el subliminal ser perdió sus
fuerzas y pasó de largo al Hades,
de vuelta, cogió sus papeles y sus dibujos con la intención de
salir de nuevo a la calle.
El mundo tomó todos los desperdicios y supersticiones,
aquellos entrerrenglonados objetos que a nadie sirven y el
sabor traposo de la perdida en la boca,
todo para ser amontonado en la puerta.
Entonces, no pudiendo salir se tendió en su cama a esperar el
calor de la primavera.
Dormido, las raíces de hielo escarcharon su cuerpo,
la fiebre quemó la osadía de los ojos y el hambre se ocultó
bajo la lengua.
En un escritorio, envuelto en papel kraft, esperó un cerebro
en forma de corazón y atado a un par de alas.
Un corazón y unas alas pintados a ingeniería de niños en
colores pasteles y lápices de cera.
Desde el techo pende el trozo de hilo que la inexorable
Átropos cortó.

119
duelo
a Mateo Saavedra

Pues, esta es la correspondencia, el duelo de la pérdida,


descubrirse ante todos como la falta de ti mismo,
cuando te encuentras en la parafernalia de tu propio funeral,
el sepelio de todo y de todos los que te acompañan...

No hacia el presente hay que volver los ojos, ni al pasado,


esas postales las conocemos de memoria, es en el futuro
donde se encuentra el luto que no advertimos.
Toda la perdida, todo ese duelo que se nos viene encima,
como la traición del alma sobre su propio cuerpo.
La negación del sentido de las cosas,
y es que a Dios no le importa revelarte el sentido de tu vida, el
paso del tiempo o peor aún, la perdida de este.

Has estado en campos de gladiolos o de claveles?


No es el mismo olor que el de los cementerios?
Pero no son los claveles o los gladiolos, es el agua quien huele
a cementerio,
ellos siempre huelen a gladiolos y claveles.
El agua, es la muerte depositada hasta el olvido,

120
las flores, la celebración del luto.

Éste de todo el silencio es de un afuera y un adentro,


como si no hubiera un adentro y un afuera,
como si todo fuera un estar y no, como si todo fuera… Habría
que caer dos veces y dos veces más dentro de las tres que
caerás.

El duelo en mi garganta recita que algo se acaba.


Como el silencio se funde en el espejo de la habitación,
en las imágenes del padre y en la madre,
a modo de estigma, de lágrimas, al modo de los claveles y los
gladiolos destrozados al tercer día de iniciar el invierno.

Este silencio es el que aúlla por las tardes.


Cuando todo es ausencia y la falta se te hace como la pena
heredada de todo el mundo,
y es un mortificado jardín de flores de cementerio.

121





















122












 índice 









123

exordio ........................................................... ……….. 3

las hilanderas
la devanadora....................................................... 21
la tejedora.............................................................. 25
la de las tijeras....................................................... 29

las flores
los claveles no huelen a cementerio…………… 35
cuando los niños se marchen............................... 36
verso cortés............................................................. 37
el limpiador............................................................ 38
el hombre que no habla........................................ 39
la curiosidad nos matará a todos........................ 40
con treintaisiete edades........................................ 41
el imberbe............................................................... 42
nicho....................................................................... 43
bastedad de amigos.............................................. 44
la sombra................................................................ 45
última visita........................................................... 46
la vigilia.................................................................. 47
honra fúnebre........................................................ 48
el luto...................................................................... 50
las flores.................................................................. 51

124
porqué no el rezo
el rito................................................................ 55
parricidio......................................................... 58
repaso de la memoria.................................... 59
espejo............................................................... 61
lugar................................................................. 62
epígrafes.......................................................... 64
la saeta............................................................. 65
mi Dios............................................................. 68
un canto de mone piaf................................... 74
viejos roneos................................................... 78
por la tarde saldré a buscarles..................... 82
ellos.................................................................. 86
nosotros........................................................... 91
mi memoria no tiene caballeros.................. 93
de éste lado..................................................... 97
descifrador...................................................... 103

mono-ambiente
so pena de un recuerdo tibio........................ 107
ocaso................................................................. 109
¿dispara usted o disparo yo?........................ 110
reniego............................................................. 112
la ánima........................................................... 114
tristeza............................................................. 117
el hilo............................................................... 118
duelo................................................................ 120

125
Notas del exordio

*
Bartra, Agustí. Antología de la Poesía Norteamericana, segunda edición 1972,
Universidad Nacional Autónoma de México.
*
Cervantes, Miguel. Prólogo, de El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha,
(1605).
*
del Valle, Rosamel. De Pequeño concierto para una extranjera.
*
Triviños, Gilberto. El poeta y la muerte en la poesía de Armando Uribe Arce. Hacia
una física-poética de la muerte. Y Pedro Aldunate, Atenea No.493 Concepción 2006.

126
este manojo de claveles

a René Díaz
Jorge Díaz O.
Elizabet Soto
José Fernández
Laura Cuello
Guillermo Catalán
Fernando González
Juan González C.
Arturo Rojas
Julio Pozo
Eric Flores
Vladimir Maiakovski
Boris Pasternac
Sergei Esenin
Humberto Díaz Casanueva
Juvencio Valle
Rosamel del Valle
Enrique Lihn
Jorge Teillier
Pedro Antonio González
Cesar Vallejo
Roberto Bolaño
Gonzalo Millán
Oliverio Girondo
Alejandra Pizarnik
Anais Nin
Herman Melville
Fiodor Dostoievski
León Tolstoi
Jorge Luís Borges
Jorge Guillén
Federico García Lorca
Fernando Pessoa
Konstantinos Kavafis
Teresa Wilms Montt
Mario Benedetti
y Laura Avellaneda
mis muertos.

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128
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