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Con otra psicóloga del taller llega una maestra que trabaja en un grupo
integrado. Ésta, desconcertada porque un niño tiene un aprendizaje raro: a
veces sabe; las más de las veces, no. Quiere saber si es deficiente mental o
no.
Pero uno se pregunta, ¿será éste el papel del psicólogo?: descargar de culpa a
unos etiquetados a otros, clasificar a sujetos que desde pequeños serán vistos
diferentes a los demás y que encarnan los fracasos o supuestos fracasos de
otros.
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Quizá habría que preguntarse mejor, junto con los maestros, ¿qué representan
las dificultades de estos niños para ellos, la escuela y los padres de familia?
No vamos a negar que a algunos niños les es casi imposible estarse quietos, y
que esto afecta tanto su rendimiento escolar como la dinámica grupal.
Tampoco vamos a desconocer que existen niños que no han alcanzado la edad
perceptual o la modalidad cognoscitiva, que la demanda escolar supone para
alcanzar ciertos objetivos de aprendizaje. Pero tampoco podemos negar que la
escuela es la única institución que demanda una correspondencia entre la edad
cronológica y estas funciones, cuando los mismos autores que proponen el
desarrollo en términos de fases no advierten que es difícil establecer
correspondencia entre fases y edad cronológica, ya que lo normal, según el
criterio estadístico, es que no exista un mismo modelo de desarrollo en todos
los sujetos.
Es evidente que no poder leer y escribir, sumar o estarse quieto cuando todos
los que rodean a un niño le piden que lo haga, es un problema para el niño, y
por tanto requiere de ayuda. Pero la práctica clínica demuestra que es peor
problema ser visto diferente a los demás, sentirse el problema de los demás,
el culpable de que otros sufran.
Pero quizá un caso concreto ilustre estos hechos. Se trata del ejemplo con el
que inicié el artículo. Se pide a la psicóloga que evalúe a un pequeño de siete
años que asiste al primer grado de primaria y que presenta problemas de
conducta. Es el primer año en esa escuela y es importante señalar que la
directora es familiar de la madre.
Durante la primera entrevista con ellos, se presentaron los dos afirmando que
no entendían qué le sucedía al niño, refiriendo que antes, si bien era un niño
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travieso, no daba mayores problemas. Su desarrollo en todas las áreas había
sido adecuado, presentándose habilidades y capacidades de acuerdo con lo
esperado en cada edad. Su rendimiento escolar también había sido siempre
satisfactorio, aunque últimamente había bajado con los problemas
presentados.
Durante la primera entrevista con el niño, éste se mostró tímido y retraído, pero
cuando se le explicó que lo llevaban para ver si se le podía ayudar a entender
qué le pasaba y se le comentaron las preocupaciones de sus padres y
maestros, dijo que a él tampoco le gustaba que lo estuvieran regañando todo el
tiempo. En adelante se mostró cooperador y participativo. La maestra
mencionó que el niño preguntaba cuándo le tocaba ir con la psicóloga, pues el
estudio se hizo en la escuela.
Sólo se le dijo que efectivamente mostraba mucha rabia, pero que parecía que
no era tan cierto que no le importaran las amenazas, pues quizá estar peleando
con todo el mundo lo hacía sentir mal. Contestó que lo hacía sentir triste.
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Esto es muy común en otros niños con problemas de conducta, con o sin disfunción cerebral
mínima.
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Después de cuatro o cinco sesiones de trabajo con el niño, la maestra refirió
que estaba mucho más tranquilo y la madre dijo que con ella también estaba
menos agresivo.
A los padres se les dijo lo mismo y se llevó la petición del niño. Dijeron que,
efectivamente, se habían dado cuenta de que “por las buenas funcionaba
mejor”. Sin embargo, se exploró más lo que la madre sentía frente al mal
comportamiento de su hijo precisamente en esa escuela. Así, ella misma se dio
cuenta de su temor a ser criticada como madre por su familia, percibiendo su
propia ansiedad frente a algunas conductas del niño, las que antes no le
preocupaban. Pudo ver quizá ella misma inició la guerra.
Como vemos, en este drama, que al final no resultó tanto, estaban implicados
todos los actores, por más que pareciera que era el niño quien lo
protagonizaba.
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niño internamente quedaba fusionado con la madre, en tanto pareja parental
preedípica.
Creo que este caso, además de ilustrar el nivel de participación de cada uno de
los actores en la problemática, permite observar la determinación que en el
mundo intrapsíquico del niño tienen las relaciones interpersonales.
Pero esto considero que el hecho concreto de niños que dan problemas porque
no se ajustan a los requerimientos escolares requiere de explicaciones que no
quedan agotadas mediante explicaciones de síntomas y etiquetas; antes bien,
plantea un problema complejo que abre infinidad de preguntas. Citaré sólo
algunas:
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entre los diversos lugares que podían dar cuenta del hecho? (o es
neurológico o es emocional o es pedagógico).
Como vemos, abordar estos casos es difícil. Considero que un solo niño que da
problemas es un reto para varias disciplinas de distinto objeto teórico y de difícil
articulación. Pero creo que más vale asumir el reto que continuar poniendo
etiquetas.