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Erase una vez, en una ciudad muy lejana, había una familia que vivía en una
cabaña en el bosque. La madre se llamaba Sandra y tenía una tienda en el pueblo de
ropa. El padre se llamaba Jesús y era leñador. Tenían tres hijos, la mayor se llamaba
María y tenía doce años. El mediano se llamaba Manuel Jesús y tenía seis años. El más
pequeño era Álvaro y tenía dos años.
Un día, los padres salieron a comprar y dejaron a los niños en su casa. Pasaron
horas y horas y los padres no volvían. Los tres estaban muy preocupados, pero sobre
todo María. Ella decidió llamar a su padre al móvil, pero no lo cogió, ¡algo les pasaba! Allí
en el pueblo había una bruja a la que nadie había visto nunca, ¡ella había atrapado a los
padres de María, Manuel Jesús y Álvaro! María, muy preocupada, cogió de la mano a sus
hermanos, llenaron unas mochilas de comida y se fueron a buscar a los padres. Se
llevaron muchas horas caminando y no encontraban el pueblo, nada más que veían
árboles, ¡se habían perdido! El pequeño empezó a llorar porque tenía sueño y por el
camino encontraron una casa abandonada y se acercaron para verla. Al ver que más o
menos estaba en buen estado decidieron quedarse a dormir allí. Manuel Jesús sintió algo
extraño en aquella casa. A la mañana siguiente, se despertaron en muy buen estado para
volver a caminar hasta encontrar la salida para llegar al pueblo. Antes de salir de la casa,
María encontró un mapa pero como tenía prisa lo cogió rápidamente y ni le dio tiempo a
ver que se trataba de un. Álvaro empezó a llorar, eso era que tenía hambre, y María le
dijo a Manuel Jesús que le diera algunas magdalenas o galletas. Mientras, María estuvo
observando el mapa, ¡era del bosque! !Así ya podrían encontrar el camino al pueblo!
Una terrícola muy baja y muy rechoncha les dio la bienvenida a María y sus
hermanos. La terrícola les dijo que tendrían que superar una prueba para salir del pueblo.
Esa prueba consistía en... construirles un hogar para vivir porque estaban cansados de
vivir en cuevas.
Los niños, muy convencidos de que lo lograrían, aceptaron el desafío. Antes de que
los niños hablaran, la terrícola les dijo que si les defraudaban tendrían que quedarse en el
pueblo para siempre. Tardaron unos pocos días para construir la casa pero al final la
construyeron. A los terrícolas no es que les gustara mucho pero era muy fuerte así que les
dejaron pasar al siguiente pueblo. Miraron el mapa y el siguiente pueblo era el pueblo de
los príncipes miedosos. Había un puerta para entrar en el pueblo. Pasaron por la puerta
y... ¡YA ESTABAN EN EL PUEBLO DE LOS PRÍNCIPES MIEDOSOS!
Les dio la bienvenida una princesa muy valerosa por lo que se veía porque llevaba
una espada en el cinturón. Ella les dijo que si lograrían que los príncipes no fueran tan
miedosos y, María y sus hermanos aceptaron la prueba; si no lo lograban deberían
alimentar a un dragón que vivía en una cueva con sus cuerpos. La princesa les dijo que
tenían que quitarle el miedo a un príncipe que vivía en una torre cercana. Se llamaba el
príncipe Miedín, porque era muy miedoso, ¡ERA EL PRÍNCIPE MÁS MIEDOSO DE TODO
EL PUEBLO! Subieron a la torre y allí estaba Miedín, sentado en la cama esperando algo
para asustarse porque se asustaba con todo, ¡hasta con un calcetín! Allí, María empezó a
hablar con Miedín de lo bueno que es no tener miedo, de que a todos nos da algo miedo
pero que todo no nos lo da, que ser feliz sin el miedo en la cabeza es lo más bonito en la
vida. Durante horas y horas estuvieron hablando de eso y al fin y al cabo, acabaron
transformando a Miedín en el hombre más valiente del pueblo. La princesa les dejó pasar
al siguiente pueblo que era el pueblo de las golosinas. Pasaron por la puerta y...
¡ESTABAN EN EL PUEBLO DE LAS GOLOSINAS!
Justamente en la puerta había un muñeco hecho de galleta que les dijo que para
pasar al siguiente pueblo tenían que cruzar todo el pueblo sin comerse una sola golosina.
A ellos le pareció una cosa imposible porque les encantaban las golosinas. Ellos
aceptaron pero las consecuencias eran que si se comían algo tendrían que vivir toda su
vida dentro de una gelatina. Empezaron a pasar por las calles y las bocas se les hacían
agua. Álvaro casi se come una galleta pero Manuel Jesús fue corriendo y lo impidió. En la
mitad del pueblo ya no soportaban más el hambre pero María los cogió, les cantó una
nana y se durmieron. Ella los cogió como pudo y los llevó hasta la otra puerta hacia el
último pueblo, el pueblo del terror. Atravesaron la puerta y... ¡POR FIN ESTABAN EN EL
ÚLTIMO PUEBLO, EL PUEBLO DEL TERROR!
Allí les esperaba un vampiro que les dijo la prueba de ese pueblo: era buscar al
único fantasma que había en todo el pueblo, ¡a Fantasmín! Tenían que ser muy rápidos
porque les daban quince minutos, y si no lo lograban, el vampiro jefe, Drácula, les
mordería y se convertirían en vampiros. Ellos aceptaron y en cuanto dijeron que sí, el
vampiro empezó a contar. Los niños salieron corriendo. A los catorce minutos empezaron
a dudar de dónde buscar porque ya habían buscado en casi todo el pueblo y, miraron en
el cine y... ¡LO ENCONTRARON VIENDO UNA PELÍCULA! Los niños empezaron a reírse
con una risa tonta. El vampiro los dejó pasar y... ¡POR FIN ESTABAN EN LA CIUDAD!
Los niños las acertaron todas y la bruja dejó libres a sus padres. Los padres y los
niños se fueron a su casa felices por todas las aventuras que habían vivido esos tres días
y cuando llegaron a casa, los niños se fueron corriendo a la cama para descansar.
FIN