El signo ideológico y la filosofía del lenguaje. Valentín N. Volshinov.
Lengua, habla y enunciado.
El sistema de la lengua es un hecho subjetivo exterior e independiente de
cualquier conciencia individual. Representado como sistema de normas inmutables, idénticas a sí mismas, solo puede ser percibido así por la conciencia individual y desde el punto de vista de esa conciencia. Un sistema sincrónico no corresponde a ningún momento real en el proceso de la transformación. El historiador tiene un punto de vista diacrónico, un sistema sincrónico no es una entidad real: no sirve más que como escala convencional en la cual se registran las desviaciones que se produce a cada instante en el tiempo real. Un sistema sincrónico existe desde el punto de vista de la conciencia subjetiva del hablante individual que pertenece a un grupo lingüístico particular en un momento histórico particular. Desde un punto de vista objetivo, tal sistema no existe en ningún momento real de la historia. Cualquier sistema de normas sociales ocupa una posición analógica. La lengua como un sistema de normas inmutables, con respecto a la conciencia individual, que ese es el modo de existencia de la lengua para cada miembro de cualquier comunidad lingüística. La conciencia subjetiva del hablante no opera con la lengua como un sistema de formas idénticas. No es más que una abstracción a la que se llegó con mucha dificultad y con una precisa contracción práctica y cognitiva de la atención. El sistema de la lengua es un producto de reflexión que de ninguna manera realiza la conciencia del hablante nativo y que no se produce en absoluto con el propósito inmediato de hablar. La atención del hablante se concentra en relación con el enunciado concreto y particular que produce. Le importa aplicar una forma normativamente idéntica. Le permite figurar en el contexto concreto y determinado, que le permite convertirse a un signo adecuado a las condiciones de la situación concreta y determinada. Lo que al hablante le importa de la forma lingüística no es su carácter de signo estable y autoequivalente, sino su carácter de signo adaptable y siempre cambiante. Este es el punto de vista del hablante. La tarea de la comprensión no consiste fundamentalmente en reconocer la forma usada, sino en comprender en un contexto concreto particular, en entender su significado en un enunciado particular, es decir, consiste en comprender su novedad y no en reconocer su identidad. Una señal es un objeto singular, fijado internamente, que no aparece en lugar de otra cosa, ni refleja no refracta nada, sino que es simplemente un medio técnico para indicar un objeto fijo y definido, o una acción también fija y definida. El factor constituyente de la forma lingüística y del signo no es su autoidentidad como señal, sino su variabilidad específica; y el factor constituyente de la comprensión de la forma lingüística no es el reconocimiento de la misma cosa, sino la comprensión en el exacto sentido de la palabra, es decir, orientación en el contexto particular, determinado y en la situación particular determinada, orientación en el proceso dinámico de transformación y no orientación en un estado inerte. Todo acto es comprensión, es un respuesta trasladada lo que está haciendo a un nuevo contexto desde el cual puede producirse una respuesta.