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DEBERES PARA CON LA SAGRADA EUCARISTÍA.

EL AMOR (2)

HORA SANTA
Con San Pedro Julián Eymard, Apóstol de la Eucaristía

Iglesia del Salvador de Toledo (ESPAÑA)


Forma Extraordinaria del Rito Romano

 Se expone el Santísimo Sacramento como habitualmente.


 Se canta 3 de veces la oración del ángel de Fátima.
Mi Dios, yo creo, adoro, espero y os amo.
Os pido perdón por los que no creen, no adoran,
No esperan y no os aman.

Del santo Evangelio según san Juan 21, 15-19

Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me
amas más que éstos?»
Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos».
Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón de Juan, ¿me amas?»
Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas».
Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?»
Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?»
Y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero».
Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando
eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a
viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras».
Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho
ésto, añadió: «Sígueme».
Deberes para con la sagrada Eucaristía
El adorador debe amar, servir, honrar y glorificar
con todo celo la santísima Eucaristía.

CAPÍTULO PRIMERO
Del amor a la Eucaristía
Continuación…

II. El amor, punto de partida para servir a Jesucristo


y alcanzar la perfección evangélica

1.º El amor, punto de partida en el servicio de Jesucristo.


El servir a Jesús es penoso para la naturaleza, porque tiene como bases
indispensables la abnegación propia y la mortificación cristiana. El cristiano es un
soldado siempre en armas y siempre sobre el campo de batalla. Quien se alista bajo
las banderas de Jesús se halla siempre expuesto a la persecución. En el servicio de
este soberano Señor, los más generosos son los más perfectos.
Para servir fiel y noblemente al rey de reyes se precisa algo más que el interés
personal, algo más que la esperanza del cielo; hace falta un amor regio que, sin
excluir la esperanza, nos haga servir al Señor por Él mismo, por su gloria, por
agradarle, sin querer ni desear en este mundo más recompensa que la de serle grato
y complacerle.
Veamos el triunfo de este amor en san Pablo, quien por si solo trabajó, y sufrió más,
y conquistó más pueblos a Jesucristo que todos los demás apóstoles juntos. ¿De
dónde le vino tanta fortaleza y poder? ¿Qué le sostuvo en medio de tantos
sacrificios, en aquella vida de muerte? El amor. Oigámosle: Jesucristo me amó y se
entregó por mí a la muerte de cruz (Gal 1, 15; 2, 20).
¿Qué decís, oh gran apóstol? ¿Qué desvarío es ése?, ¿Cómo pretendéis que todo el
amor de Jesucristo fue sólo para vos, cual si no hubiera muerto el Salvador por los
demás? ¿Sois, por ventura, el único fin de la encarnación y del misterio de la cruz?
¡Porque, de ser así, valdríais tanto como Jesucristo, como su sangre, como su vida
entregada para vos! Pero Pablo no ceja ante esta consecuencia, sino que sostiene su
aserto.
Con tan sorprendentes palabras da a entender que el amor de Jesucristo fue tan
grande para con él, que si no hubiera habido en la tierra más que Pablo a quien
poder redimir, Jesucristo hubiera hecho solamente por él lo que hizo por todos. Así
lo explica san Juan Crisóstomo.
Es propio del amor concentrar, contemplar todo en sí. Por eso, Pablo, convergiendo
a un solo foco todas las llamas, del divino amor, y haciendo que el corazón divino
derrame sobre el suyo toda su divina bondad, como oprimido bajo el peso del amor,
prorrumpe en gritos de admiración y santa locura y quiere a su vez demostrar su
amor a Jesús crucificado. De ahí que desprecie todos los sacrificios y desafíe a
todas las criaturas y a todas las potestades a que le impidan amar a Jesús. Ya no
habrá peligros, ni sufrimientos, ni persecuciones en que no triunfe. “Todo lo soporto
por el amor de quien tanto me amó”.
Tal ha de ser la actitud del verdadero discípulo de Jesucristo frente a la dificultad
del deber, frente al dolor del sacrificio, ante las seducciones del placer criminal, en
medio de las persecuciones del mundo impío.
Jesús me ha amado hasta la muerte; es justo que yo le ame siquiera hasta el
sacrificio.
Jesús ha muerto por mí; es justo que yo viva por Él. Jesús me ha amado hasta
dárseme todo a mí; nada más lógico que entregarme totalmente a Él.
Todo por el amor de Jesús. Tal ha de ser el lema y divisa del adorador.

2.º El amor, punto de partida en la consecución de la perfección evangélica.


De este amor partieron todas aquellas almas nobles y puras que prefirieron el
servicio de Jesucristo a todos los bienes, a todos los placeres, a todas las glorias
mundanas; se alistaron bajo las banderas evangélicas de la caridad y de la vida
religiosa y llevan una vida de muerte, o mejor dicho, una muerte viva escondida en
Dios con Jesucristo en el santísimo Sacramento. El gozo y la felicidad que se
traslucen en sus semblantes revelan el suavísimo reinado de Jesús en sus corazones.
¿Quién sino el amor infunde a las vírgenes cristianas esa virtud que nada puede
corromper, esa fidelidad que nada puede quebrantar? El amor de Jesús. Poseídas de
este amor virginal, desprecian las coronas y las seducciones del mundo que
desespera de furor contra ellas.
¿Qué es lo que sostiene al mártir entre sus tan largos y espantosos suplicios? El
amor de Jesús, la sagrada Comunión.
¿Qué es lo que le hace despreciar la muerte? El amor soberano de Jesús y nada más.
El amor es, por tanto, la virtud regia del cristiano, el primer paso para triunfar del
mundo y adquirir la perfección de las virtudes.

III. El amor, punto de partida del apostolado


y celo por la gloria de Dios
1.º Antes de confiar a Pedro su Iglesia, quiso Jesús trocarle en discípulo del amor.
Porque, ¡qué santidad, qué fortaleza no necesitaba el destinado a reemplazar a
Jesucristo en la tierra, y a ser el continuador de su misión de verdad, de caridad y de
sufrimientos y el fundamento inquebrantable de la Iglesia en medio de las
tempestades levantadas por los hombres y por el infierno!
Tres actos de amor bastaron para hacer a Pedro digno de su maestro (cf. Jn 21, 15-
18):
Simón, hijo de Juan, le dice el Salvador resucitado, ¿me amas más que éstos? –Sí,
Señor, responde con viveza Pedro. Vos sabéis que os amo. El amor verdadero es
humilde. Por eso no se atreve Pedro a compararse con los demás. –Pues bien,
apacienta mis corderos, trabaja por mí. La única demostración del amor es una
generosidad a toda prueba. El que ama obedece a quien ama. Porque, ¿qué es el
amor de palabra? Casi siempre una mentira, o al menos una vileza del corazón. El
amor habla poco, obra mucho y cree no haber hecho nada.
Simón, hijo de Juan, ¿me amas?, dice por segunda vez Jesús. –
Sí, Señor, Vos sabéis que os amo. –Pues bien, apacienta mis corderos. Sé su pastor
en mi lugar. Trátalos como míos. El amor puro es desinteresado; se olvida de sí
mismo y gusta de depender. Tal es la real servidumbre del cristiano.
Insiste Jesús por tercera vez: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro se aflige con
esta tercera pregunta, y responde llorando: – Señor, Vos que lo conocéis todo,
sabéis que os amo. Satisfecho Jesús al ver que el amor de Pedro tiene todas las
cualidades exigidas de humildad, penitencia, pureza y generosidad, le confiere la
plenitud de la misión apostólica. Pues bien, apacienta mis corderos y mis ovejas.
El amor de Pedro es todo lo grande que se necesita para esta misión tan sublime,
que espantaría a los mismos ángeles.
Pero como el amor de Pedro es ya bastante fuerte para aceptar la predicción de la
muerte, Jesús va más lejos y le anuncia que será crucificado como Él y que morirá
en una cruz. Pedro no se asusta ni objeta nada, porque ama a su Señor y sabrá vivir
y morir por Él.
Ved lo que el amor da a Pedro: fuerza y generosidad. Otro tanto hace la madre antes
de pedir un sacrificio a su hijo; abrázalo primero y pídele luego una prueba de su
amor.
Tal ha de ser el proceder del verdadero soldado de Jesucristo.
Antes de salir al campo de batalla debe decir: Dios mío, os amo más que a mi
libertad y a mi vida. Si llegara a morir en la refriega, la muerte sería para él un
triunfo magnifico de amor.

2.º Asimismo el amor de Jesús movió a los apóstoles a evangelizar a las naciones
entre toda clase de peligros mil, y en medio de todos los sacrificios del apostolado.
No son ya aquellos hombres de antaño que seguían a Jesús tan sólo por su reino
temporal, que no podían comprender ni tan siquiera las verdades más sencillas del
evangelio y que estaban manchados con toda suerte de imperfecciones y defectos de
ambición, envidia y vanidad. Se han trocado en hombres nuevos: su espíritu saborea
los más sublimes dogmas y misterios; su fe se ha purificado; su amor ennoblecido;
sus virtudes revisten ese carácter de fuerza y elevación que admiran aún a los más
perfectos. Tímidos, cobardes y flojos eran; vedlos predicar con un entusiasmo
divino a los pueblos y a los reyes.
Se consideran felices por haber sido hallados dignos de poder sufrir por el amor de
nuestro Señor. Corren presurosos a la muerte como a su más preciado triunfo.
¿Y de dónde les viene tanta virtud y fortaleza? Del cenáculo, donde han comulgado
y han recibido el Espíritu de amor y de verdad. Salen de este divino horno como
leones terribles para el demonio y no respirando más que la gloria de su Señor. Ya
pueden perseguirlos, atormentarlos y darles muerte entre los más espantosos
suplicios, que nunca podrán extinguir esa celestial llama del amor, porque el amor
es más fuerte que la muerte.

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