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Déjate encontrar por Cristo, es la gracia de las gracias No eres tú el que le

busca, es Él quien se te quiere revelar.

En Jesús, penetras en la plenitud de Dios y profundizas tu verdad de


hombre. Es preciso pues ir a él como al fundamento y fuente de tu
existencia. En todas las edades de tu vida, tienes que redescubrir a Cristo
como una persona viva que polariza y unifica tus deseos, da un sentido a
tu historia. Cuando no se busca con todas las fuerzas de su ser a Cristo
vivo, la vida se hace insoportable. Como Pablo, debes poder decir: "Para
21. Déjate
mí, vivir, es Cristo". ¿Es Jesús el sujeto de tu propia vida? ¿Tienes sed de
encontrar por verle, de hablarle, de estar unido a él, en una palabra de encontrarte con él
Cristo, es la gracia
de las gracias cara a cara? Mientras exista en tu vida una parte, por mínima que sea, que
no haya sido incendiada por Jesús, no serás evangelizado.

Debes encontrarle y tratar con él a todas horas para que llegues a ser un mismo ser con Él.
Jesús no es un personaje histórico, ni un acontecimiento del pasado; por su resurrección, se
ha convertido en un misterio vivo que puedes experimentar espiritualmente. No hagas
desesperados esfuerzos para alcanzarle en algún espacio interestelar, está muy cerca de ti,
en ti, pues habita en tu corazón por la fe.

Puedes hacer la experiencia personal de Jesús presente y vivo en ti. Por más que te lo
describa, que comente el Evangelio, que te hable de su psicología, si no lo has encontrado
en un contacto vivo e íntimo, mis palabras no son más que bronce que suena. Hay
demasiados apóstoles que hablan de Jesucristo sin vivirlo y experimentarlo por dentro. No
te quedes fuera del suceso relatado por el Evangelio, en el centro de la narración está
siempre la persona de Jesús y su misterio.

No te imagines que vas a encontrar a Cristo si no aceptas el consagrar largos ratos a


contemplarle en oración silenciosa. Que sea él el único objeto de tu atención y de tu
corazón. Enfoca tu cámara sobre la persona de Jesús para tratar de discernir, más allá de su
rostro y de sus palabras, el secreto de su misterio. No eres tú el que le busca, es él quien se
te quiere revelar. A la pregunta del ciego de nacimiento que quiere conocer al Hijo de Dios,
Jesús responde: "Le has visto; el que está hablando contigo, ése es". No te pongas a
competir con él en el afecto, déjate amar por él.

Jesús se dirige a ti en lo más secreto de tu persona; te desvela su gloria y te plantea una sola
pregunta: "¿Quién soy yo para ti?" Tú no le puedes responder a ella sin una acción
profunda del Espíritu Santo que se afana dentro de ti para revelarte a Cristo. Por eso
devuélvele su pregunta y dile: "¿Quién eres tú, Señor?". En esa mirada que viene hacia ti,
se descubrirá el rostro de Cristo y entonces nacerá esa relación de amistad en la que dos
hermanos se miran cara a cara.

Debes llegar a un conocimiento de Cristo sin intermediarios ni mediadores. Lo que pides


aquí en la oración, no es un conocimiento externo fruto del trabajo de la inteligencia o del
esfuerzo de la voluntad, sino la invasión de Jesús en ti. El conocimiento que de ella se sigue
es el de un ser conocido y amado desde el interior, más allá de las palabras y de las cosas.

A través de una relación de amistad, san Juan ha hecho esta experiencia personal de Jesús.
Pídele esa misma gracia saboreando estas palabras: "Lo que existía desde el principio, lo
que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron
nuestras manos acerca de la Palabra de vida, ...os lo anunciamos" (1 Jn 1, 13).

Dejándote encontrar por Jesús, gustarás su presencia y su amistad, pero no te retendrá para
él pues él está orientado totalmente al Padre. Y ahí está la paradoja del encuentro con Jesús:
cuanto más íntimo y familiar te haces a él, más te realiza él en cuanto hombre y más te
arrastra al seno del Padre. No has terminado de sondear sus abismos. El encuentro con
Jesús te lanza también hacia los demás. "Vé a tus hermanos", para anunciarles la Buena
Noticia que has experimentado y que es lo único que puede llenar el corazón de los
hombres.

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