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Yanina Welp
La revitalización de la democracia
El auge de la “democracia participativa” no es una novedad, sino parte de una tendencia que
hunde sus raíces en el período posterior a la transición a la democracia en América Latina.
Tuvo por actores centrales a los movimientos sociales y a los partidos ubicados a la izquierda
del espectro político. Sin embargo, limitar el análisis a estos procesos sencillamente no
permite observar su complejidad y conduce a conclusiones erróneas, como suponer que la
izquierda o las fuerzas progresistas tienen la potestad sobre la participación.
Dos aclaraciones necesarias. Primero: defino la izquierda (y por extensión la derecha)
considerando la relación atribuida al mercado y el estado. En sentido amplio y en términos
relativos, la izquierda se corresponde con proyectos políticos que pongan énfasis en el gasto
social y el rol del estado como regulador de la economía. Sabiendo que podrían establecerse
innumerables graduaciones, me parece poco útil negar la existencia de gobiernos de izquierda
argumentando que no han producido un cambio radical de la estructura de propiedad, porque
las consecuencias de ciertos cambios en las políticas públicas condicionan profundamente la
vida de millones de ciudadanos. Ahora bien, como ha sostenido Andrés Malamud al
profundizar en las políticas implementadas en los últimos años, no hay elementos objetivos
incontestables para definir la ubicación ideológica de los líderes, “en América Latina, la
izquierda es lo que los presidentes que se dicen de izquierda dicen que es de izquierda”1.
Sin embargo, segunda aclaración: izquierda y progresismo no son sinónimos. El progresismo
refiere a la ampliación, reconocimiento y protección de derechos. Un gobierno que niegue o
1
Andrés Malamud “¿Por qué retrocede la izquierda?”, en Le Monde Diplomatique, julio de 2016.
restrinja los derechos de las mujeres y las minorías sexuales no es progresista, aunque
implemente políticas redistributivas. Es en este sentido que cabe esperar que un discurso
progresista promueva la participación, algo que la izquierda no ha hecho por definición.
La izquierda –repito– no tiene la potestad sobre la participación. Esto es así por un buen
número de razones: los mecanismos introducidos a fines de los ochenta se desarrollaron en el
ámbito local y, sin cuestionar sus potencialidades para mejorar la calidad de vida de las
comunidades, tenían una incidencia reducida, principalmente orientada a mejorar los espacios
verdes, recuperar edificios públicos y/o mejorar el acceso a los barrios (asambleas ciudadanas,
presupuestos participativos, etc.). Pero la izquierda perdió rápidamente la exclusividad sobre
el desarrollo de estas iniciativas, que se volvieron “buenas prácticas” promovidas por
organismos internacionales como el Banco Mundial. Además, los tradicionales mecanismos
de participación directa, como el referéndum y la iniciativa ciudadana, aunque fueron
promovidos (a grandes rasgos) por movimientos progresistas, han sido característicos de
sistemas diversos, como el suizo o el de Estados Unidos a nivel subnacional. Por último, la
consulta directa a la ciudadanía ni siquiera es patrimonio de regímenes democráticos. Sin ir
más lejos, se convocaron en Chile en 1978, 1980 y 1988, durante el régimen de Pinochet,
mientras no han sido nunca activados durante los gobiernos de la Concertación/Nueva
Mayoría (coalición de partidos de centro izquierda) después de la transición a la democracia.
Entonces, ¿pueden las fuerzas progresistas articular un discurso en torno a la participación
ciudadana? Yo creo que sí, pero cabe hacer un diagnóstico de la situación que permita luego
proponer una hoja de ruta.
2
Una de estas excepciones es el trabajo de Wanger Romao, “Conselheiros do orçamento participativo nas
franjas da sociedade política”, en Lua Nova 84: pp. 353-364, 2011.
3
Véase nuestro trabajo sobre el tema. Serdült, Uwe y Welp (2015) “How Sustainable is Democratic
Innovation? Tracking Neighborhood Councils in Montevideo”, Journal of Politics in Latin America 2: 131-
148; y Paula Ferla et al. (2014) “Corriendo de atrás. Análisis de los Concejos Vecinales de Montevideo”,
Iconos 48: 121-137.
se garantice que será posible su activación; algo que ha sido puesto en duda en Ecuador y
abiertamente impedido en Venezuela).
4
Por una mirada exhaustiva y sintética, véase Pilar García Guadilla (2017) “El socialismo petrolero
venezolano en la encrucijada por su supervivencia: El soberano unívoco, la inclusión neoliberal y la
participación leninista”, LASA Forum. http://lasa.international.pitt.edu/forum/files/vol48-issue1/Debates-
Venezuela-3.pdf
amplio respaldo ciudadano (considerando que AP tiene mayoría en la Asamblea, podría
ahorrarse el costo de esa consulta) y no otras, sobre temas realmente controvertidos?
Hoja de ruta
La participación directa de la ciudadanía en la toma de decisiones de interés público debería
ser un componente fundamental de la democracia. Un valor. Para que así sea, es importante
considerar los diseños institucionales y el cumplimiento de la ley. En cuanto a lo primero, los
mecanismos con mayor potencialidad de ampliar el poder de la ciudadanía son los
obligatorios o activados por recolección de firmas. Los obligatorios permiten un control
vertical del poder. Los activados por recolección de firmas permiten acciones tan relevantes
como vetar leyes o promoverlas. Lejos de cualquier mirada simplificadora, la política
comparada muestra que éstos son difíciles de activar, que triunfan en no más de un tercio de
ocasiones, pero permiten abrir espacios alternativos de negociación (muy lejos de la polaridad
que se les atribuye) y canalizar demandas. Lo segundo –el respeto a las reglas del juego– es
básico, porque si hay trabas a su activación, la ley no es más que papel mojado.
Argumentos típicos en contra: “la gente no está preparada para decidir sobre asuntos
relevantes”. Tan válido como absurdo. Por un lado, la democracia implica que la ciudadanía
decide y tantos riesgos tiene tomar una decisión como elegir un representante (nunca mejor
dicho, en la era Trump). Por otro lado, la formación de la opinión ciudadana no se da en el
vacío sino en el marco de los medios de comunicación y los partidos, con lo que las campañas
son el espacio para la defensa de ideas. Los partidos, los y las periodistas y líderes sociales,
son centrales en la formación de la opinión pública. Necesitamos más debate de ideas y
argumentos. Ahí hay un gran reto, en la regulación de campañas y la generación de unos
estándares de comunicación política no sometidos a la lógica del espectáculo (el análisis del
plebiscito colombiano puede echar mucha luz sobre el funcionamiento de una campaña sucia
y plagada de mentiras; en una consulta también mal planteada). Por último, los políticos,
como Cameron, se van a casa. Los ciudadanos se quedan y se hacen cargo de lo que sea que
resulte de las decisiones tomadas, lo que legitima que tomen las decisiones.
¿Cuál es el gran reto para la fuerzas progresistas? Los números están a favor de que mucha
gente apoye un proyecto de distribución. Pero hay que convencer y ése es un trabajo arduo,
doblemente arduo en la deriva actual de los medios de comunicaciones (cada vez más
concentrados y orientados al espectáculo). Es ahí donde cabe avanzar con una propuesta
integral de protección de recursos (el agua, fundamental, entre otros), de ampliación de
medios de comunicación (el fallido plan de medios del kirchnerismo, apostando por más
medios comunitarios, por ejemplo) entre otros. Se trata de asumir la participación ciudadana
como un valor democrático, lo que llevaría a aceptar, por un lado, que la política en
democracia asume la incertidumbre como componente fundamental –a veces se gana y a
veces se pierde– y, por otro, que el valor del proyecto de distribución no puede ser superior –
tampoco inferior, claro está– al del proyecto democrático.