Sei sulla pagina 1di 6

Título: La Prueba de la Fe a través de la Obediencia 1ª Parte.

Lugar: Iglesia Cristiana Nezahualcóyotl


Pasaje: Santiago 1:19-21 Fecha: 22 de Julio de 2007
Propósito: Animar a obedecer con mansedumbre.
Idea Central: Una fe viva siempre tiene como respuesta la obediencia de la Palabra de
Dios.

Cuando un verdadero discípulo escucha la Palabra de Dios, siente algo especial


por su verdad y un deseo en su corazón de obedecerla. Una de las evidencias más
confiables de la salvación genuina es ese anhelo por la Palabra de Dios (Sal. 42:1).
Santiago pone su atención en dos verdades principales relacionadas con esta
evidencia. En primer lugar, la fe salvadora se caracteriza por una aceptación de la
Biblia como la Palabra de Dios (19-21); y en segundo lugar, se evidencia por una
correcta reacción a la Palabra, que trae como resultado la obediencia.

Un verdadero discípulo se evidencia por una obediencia constante a las


Escrituras, tal como lo dice Juan 8:31 “Entonces Jesús decía a los judíos que habían
creído en El: Si vosotros permanecéis en mi palabra, verdaderamente sois mis
discípulos”.

Toda persona que está relacionada con Cristo mediante la fe salvadora, responde
de una manera gozosa a Su Palabra. Por el contrario, la persona que no tiene interés
1
en escuchar, mucho menos de obedecer la Palabra de Dios, muestra evidencia de que
no le pertenece a Él.

Así como el deseo íntimo del creyente es conocer y obedecer la Palabra de Dios,
es el deseo natural de los incrédulos hacer caso omiso de ella y desobedecerla. Ellos
no valoran ni se someten a la Palabra autorizada de Dios.

La creencia en la Palabra de Dios y la fe en Jesucristo son inseparables. El creer


en una es creer en otra; y no creer en una en no creer en otra.

John MacArthur dijo: “De modo que la mente y el corazón del creyente reciben
la verdad de Dios y se someten a ella. No es que los creyentes podamos sencillamente
sentarnos y pasivamente comprender, apreciar y aplicar estas verdades sin una
determinación y esfuerzo sincero. Así como el Señor no nos salvó sin que primero
confiáramos en Él, tampoco bendice nuestra vida como creyentes y no nos da
desarrollo espiritual sin nuestra constante confianza en Él. Y como la Palabra fue el
poder de nuestro nuevo nacimiento, así ella es el poder de nuestra vida”. Fin de la
cita.

Por lo tanto, Santiago nos muestra 5 principios prácticos para obedecer los
mandamientos del Señor. El título de esta predicación en La Prueba de la Fe a través
de la Obediencia 1ª Parte.
Antes de comenzar con nuestro bosquejo, veamos la introducción del versículo
19: “Por esto, mis amados hermanos”. Al decir esto, Santiago está haciendo alusión a
las verdades expresadas en el versículo 18. En primer lugar, la verdad general del
poder de la Palabra para regenerar a los creyentes en la iglesia y convertirlo en
criaturas completamente nuevas; en segundo lugar, la verdad adicional y maravillosa
de que aquellos creyentes llegaron a ser primicias de las criaturas de Dios.

Y es precisamente en este punto que Santiago hace una transición. Como hemos
experimentado el poder transformador de Dios y hemos llegado a ser nuevas
criaturas, debemos someternos siempre a su Palabra, permitiéndole que continúe con
su obra divina y nosotros a través de nuestra vida.

Un comentarista dijo lo siguiente: “Por el escuchar continuo y fiel de la Palabra,


que da y sustenta la vida, nuestro corazón, que es morada de Dios, se siente
estimulado a obedecer la Palabra con una entrega voluntaria a sus enseñanzas y
verdades”. Fin de la cita.

A partir de la segunda parte del versículo 19, Santiago comienza a explicar los 5
principios para obedecer la Palabra de Dios. En primer lugar, cada creyente debe ser

1. Aprende a Escuchar
Todo buen aprendizaje comienza con una buena disposición a
recibir la enseñanza. Por lo tanto, no es de sorprendernos que el primer
2
principio que Santiago no presenta sea el principio de escuchar.
El texto dice que seamos “Prontos para oír”. En otras palabras, esto
significa ser oyentes atentos, asegurándonos de prestar atención con el fin de
entender bien el mensaje que estamos escuchando.
Simon Kistemaker comenta lo siguiente: “Escuchar es un arte difícil
de dominar, ya que significa centrar un interés intenso en la persona que
habla. Escuchar es el arte de cerrar la propia boca y abrir los oídos y el
corazón. Escuchar es amar al prójimo como a uno mismo; sus
preocupaciones y sus problemas son lo suficientemente importantes como
para escucharlos”. Fin de la cita.
Cada uno de nosotros sabe por experiencia propia que escuchar
con atención es difícil. Muchas veces nos concentramos es lo que vamos a
responder en lugar de poner atención a lo que la otra persona nos está
diciendo.
Algo curioso, hasta cierto punto, es que muchos de los problemas
dentro del matrimonio surgen porque no existe buena comunicación. Y
siendo más específicos, a veces para evitar que un problema se complique
más, se toma la salida fácil de no escuchar a la persona que está hablando, es
decir, no se le pone atención y simplemente se le da la razón.
Santiago aquí nos exhorta a aprovechar cualquier oportunidad que
tengamos de ser expuestos a la Palabra de Dios. No importa si es algo que ya
hayas escuchado, te aseguro que hay algo nuevo que puedes aprender.
Todos sin excepción, necesitamos hacer de manera periódica un
inventario espiritual con relación a nuestra hambre y sed de la Palabra. Nos
debemos preguntar ¿Estoy de verdad deleitándome en la ley de Jehová tal
como lo dice el Salmo 1:2?
Un creyente verdadero se caracteriza por un espíritu dispuesto a
escuchar la Palabra, busca la forma de estar en contacto con las Escrituras:
devocionales, predicaciones, estudios, estudio bíblico personal, leyendo
libros, etc; pero no con el objetivo de cumplir con un tiempo devocional,
sino para crecer en conocimiento, comprensión y amor de la verdad, y por
encima de esto, crecer en el conocimiento y amor del Señor.

2. Aprende a Guardar silencio


El segundo principio que nos enseña Santiago es el de guardar
silencio. En otras palabras, saber escuchar con atención. En Los dichos de los
padres de las Mishná leemos: “Hay cuatro clases de discípulos: los rápidos para
escuchar y rápidos para olvidar (lo que ganan por un lado, lo pierden por el
otro); los que son lentos para escuchar y lentos para olvidar (compensan lo
que pierden con lo que ganan); en tercer lugar están los que son rápidos
para escuchar y lentos para olvidar (esos son los sabios); finalmente, están los
que son lentos para escuchar y rápidos para olvidar (esos no valen para
nada)”. Fin de la cita
Algo que es muy cierto, es que usted no puede escuchar
cuidadosamente mientras está hablando o incluso mientras está pensando en
3
lo que va a decir.
Muchos debates no tienen el fruto que se espera, debido a que las
personas que participan en ellos, ponen más atención en lo que le van a
contestar a la otra persona, en lugar de poner a tención a lo que está
diciendo.
Por lo tanto, la expresión “tardo para hablar” conlleva la idea de ser
cuidadoso de no estar pensando nuestras propias ideas mientras otra
persona está tratando de expresar las de Dios, además de que es una falta de
respeto.
El cerebro humano es tan delicado que no puede, como algunos
suponen, poner atención a 2 cosas al mismo tiempo, no se puede concentrar
en escuchar o tratar de recibir información, y al mismo tiempo tratar de
preparar una respuesta.
No podemos escuchar la Palabra de Dios cuando nuestra mente
está concentrada en nuestros propios pensamientos. Necesitamos guardar
silencia tanto en el interior, como en el exterior.
Por otro lado, el principio que Santiago nos muestra también tiene
la idea de hablar, pero hablar cuando es adecuado. No se trata de hablar por
hablar, sino que se debe ser cuidadoso con las afirmaciones que se hacen.
Algo tan práctico es que, cuando hablamos para el Señor,
predicando el evangelio, nos debemos de fiar que lo que digamos no solo sea
verdad, sino que lo digamos de tal forma que edifique a las personas que nos
escuchan, y para traer gloria a Dios.
Hay veces que ciertos textos que escuchamos los entendemos mejor
que otros, y cuando queremos compartir con otros lo que hemos prendido,
tratamos de hacerlo de una manera que la persona comprenda el mensaje y
sea tan beneficiada como lo hemos sido nosotros.
Debemos cuidar la manera en la que enseñamos la Palabra,
debemos ser cautelosos y pacientes cuando tenemos oportunidad de
predicarla.
Según cuenta un biógrafo, cuando el teólogo y reformador escocés
John Knox fue llamado para predicar por primera vez, “se deshizo en
abundantes lágrimas y se retiro a su cámara. Su semblante y comportamiento
desde aquel día hasta el día en que tuvo que presentarse ante el lugar
público de predicación declaraba de forma suficiente el aprieto en el que se
hallaba su corazón”.
Es una gran responsabilidad predicar la Palabra de Dios, pero
también es cierto que es necesario que la prediquemos.
Algunos de los proverbios más comunes más prevalentes en la
época de Santiago eran los siguientes: “Hablar poco y hacer mucho”; “Es
atinado que los sabios guarden silencio, y mucho más que lo hagan los
necios”.
Proverbios 17:28 dice: “Aun el necio, cuando calla, es tenido por
sabio, cuando cierra los labios, por prudente.” Además Salomón también
dijo: “En las muchas palabras, la transgresión es inevitable, mas el que
refrena sus labios es prudente.”
4
En una ocasión cuando un joven le pidió a un famoso orado
romano que le enseñara el arte de hablar en público, el joven continuó con
un incesante caudal de vana palabrería que no dio oportunidad al gran
maestro de interponer una palabra. Cuando finalmente llegaron al punto en
el que iban a hablar de los honorarios, el orador le dijo: “Joven, a fin de
darte clases de oratoria, tendré que cobrarte el doble”. Al preguntarle el
joven porque, le explicó: “Porqué tendré que enseñarte dos técnicas: la
primera, cómo sujetar tu lengua; la segunda, como usarla”.
Es necesario que cada uno de nosotros sujete su lengua y ponga
mucha a tención a lo que la Palabra de Dios está diciendo.
Cada que hablemos debemos de decir exactamente lo que Dios
quiso que se dijera a los destinatarios originales, cuidando de no aumentarle
ni disminuirle.

3. Aprende a Conformarte
El tercer principio es no enojarse. El enojo es una respuesta natural
que es una respuesta automática. En realidad el enojo es un mecanismo de
defensa que está mal utilizado por el hombre.
La palabra que originalmente se utilizó para describir el enojo, tiene
el significado de tener un resentimiento interior y profundo que se agita y
arde, es decir, no se trata de un arranque explosivo de ira, sino de un
sentimiento acumulado.
Y el enojo del que Santiago está hablando es específicamente contra
la Palabra de Dios. La Palabra de Dios confronta el pecado, nos pone en
conflicto debido a las preferencias que tenemos. A veces creemos que
nuestras consideraciones son mejor que lo que la biblia dice.
El enojo del que habla, se refiere a una disposición hostil a la
verdad de las Escrituras cuando esta no se corresponde con nuestras propias
convicciones, manifestadas, aun cuando solo interiormente, contra aquellos
que enseñan fielmente la Palabra.
Por lo general el predicador que menos le gusta a la iglesia es el que,
de alguna manera, dice las verdades de la Palabra sin rodeos.
Además, el énfasis de Santiago esta sobre aquellos que escuchan la
verdad y se resienten cuando esta pone al descubierto sus falsas ideas y su
modo impío de vivir.
En Gálatas 4:16 leemos: “¿Me he vuelto, por tanto, vuestro enemigo
al deciros la verdad?”. Pablo, haciendo una pregunta retórica, les muestra a
los gálatas la necesidad de hablar la verdad de verdad.
Por otro lado, existe una ira que es justa, una indignación contra el
pecado, Satanás y todo lo que deshonra al Señor o arremete contra su gloria.
Un ejemplo de esta ira justa la vemos en el Señor Jesús cuando echo del
Templo a los comerciantes en Juan 2:14-16.
Entonces, el airarse, amargarse y resentirse nunca puede servir para
la causa de Cristo, ¿porqué? El versículo 20 nos lo explica: “La ira del
hombre no obra la justicia de Dios”.
5
En otras palabras, no logra lo que es bueno y recto a los ojos de
Dios. Y esto es particularmente cierto cuando la hostilidad es contra la
Palabra de Dios, ya que en realidad, es contra Dios mismo.
Otra forma de decirlo, es que la ira estorba las oraciones del
creyente, tal como lo dice 1 Timoteo 2:8, donde leemos: “Por consiguiente,
quiero que en todo lugar los hombres oren levantando manos santas, sin ira
ni discusiones.”.
Kistemaker dice lo siguiente: “Cuando vivimos la vida justa que
Dios espera de nosotros, escuchamos con cuidado y obediencia la Palabra.
Cuando planeamos hacer o decir algo deberíamos preguntarnos si nuestras
acciones y palabras promuevan la honra a Dios y avanzan la causa de la
justicia y la paz para nuestro prójimo. Cuando permitimos que la ira nos
guie, ya no somos guiados por la ley de Dios.” Fin de la cita.

4. Aprende a Apartarte de la Maldad


Nuestro cuarto principio es el apartarse de toda especie de maldad.
La estructura de la oración indica que este desechar, es una condición para
que se pueda recibir.
Así como no hay comunión entre las tinieblas y la luz, tampoco hay
comunión entre la Palabra de Dios y la maldad, o impureza. El apóstol Pablo
es un experto en el uso de este tipo de expresiones. Él dice en Efesios 4:22-
24: “que en cuanto a vuestra anterior manera de vivir, os despojéis del viejo
hombre, que se corrompe según los deseos engañosos, y que seáis renovados
en el espíritu de vuestra mente, y os vistáis del nuevo hombre, el cual, en la
semejanza de Dios, ha sido creado en la justicia y santidad de la verdad.” Esto
es un acto de revestirse de la Palabra y eliminar la inmundicia.
La palabra inmundicia se refiere a cualquier tipo de profanación o
impureza moral. Está relacionada muy estrechamente con un termino
empleado para describir la cerilla en el oído, lo que deteriora la audición. De
la misma manera, la inmundicia no permite que escuchemos claramente la
Palabra de Verdad.
La malicia se refiere a la maldad moral y la corrupción en general.
Expresa la idea de un pecado deliberado y determinado. Es algo que puede
permanecer en el corazón durante mucho tiempo, antes de su expresión.
En general, la idea es la de confesar nuestro pecado, arrepentirse y
eliminar todo vestigio y rasgos de maldad que corrompen nuestra vida,
disminuyen nuestra hambre por la Palabra y oscurecen nuestra
comprensión.

5. Aprende a Recibir la Palabra


Finalmente, el mandato de recibir mansamente la Palabra.
Debemos aceptar TODA la Palabra de Dios, pero al hacerlo debemos de ser
humildes. La palabra mansedumbre se describe como “una gracia incrustada
en el alma; y el ejercicio de la misma es ante todo y principalmente hacia
Dios. Es ese temperamento del espíritu en el que aceptamos su trato con
nosotros como bueno y por lo tanto sin disputar o resistir.” Fin de la cita.
6
En otras palabras, hablamos de la docilidad, con obediencia y
mansedumbre, libre de orgullo, resentimiento, ira y toda forma de
corrupción.
La Palabra implantada no es otra cosa que la Palabra de Dios que
tenemos dentro de nosotros y que está creciendo a través de la continua
alimentación.
A pesar de que ya la tenemos, debemos de seguir recibiéndola
continuamente, en el sentido de permitirle controlar nuestra vida.
Cuando Santiago dice que “puede salvar nuestras almas” no se
refiere a que el cristiano pierda la salvación, sino que más bien se convierte
en un recurso constante de la Verdad de Dios que el Espíritu Santo emplea
para evitar que el alma de los creyentes este bajo el dominio y poder del
pecado.
Además, apunta a la total responsabilidad que tiene el hombre de
acercarse a escuchar la Palabra de Dios.
Es cierto que la Salvación es total y únicamente la obra de Dios,
pero también es cierto que es responsabilidad del hombre venir a los pies de
Cristo.

Potrebbero piacerti anche