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Fuente: Mo Sung. Deseo, Mercado y Religión Editorial Sal Terrae, Santander, 1999.
cuerpo entero o más de 30 mil dólares por congelar sólo la cabeza de los enfermos desahuciados.
La lógica subyacente es la siguiente: La muerte inminente se considera como una derrota de la
medicina frente al mal y, antes de que se acabe el «partido», se pide un «tiempo muerto» -se
congela al enfermo- a fin de que las ciencias médicas tengan tiempo para desarrollarse y encontrar
una curación. Entonces se descongela al enfermo y se procede a curarlo. Si cae víctima de otra
enfermedad aún incurable, se lo vuelve a congelar hasta el nuevo descubrimiento. Y así
sucesivamente, hasta que se encuentren remedios para todas las enfermedades, incluyendo en
ellas la «cura» del envejecimiento. Finalmente alcanzamos la inmortalidad.
Es desde dentro de este horizonte de esperanza utópica, de esperanza mítico-religiosa, desde
donde F. Fukuyama afirma que «nos han llegado buenas noticias». Con la caída del bloque
socialista, queda definitivamente probado, según Fukuyama, que el sistema de mercado capitalista
es el ápice de la evolución de la historia humana y que estamos a un paso de adentrarnos en la
«Tierra prometida».3 (25) Por eso él afirma que hemos llegado al «fin de la historia». No al final de
los acontecimientos históricos sino al final de su evolución. Dice así:
La conquista progresiva de la naturaleza, posibilitada por el desarrollo del método científico en los
siglos XVI y XVII, se produjo de acuerdo con unas reglas definidas, determinadas no por el hombre
sino por la naturaleza y por las leyes de la naturaleza (...) La tecnología hace posible la acumulación
ilimitada de riqueza y, por consiguiente, da satisfacción a un conjunto cada vez mayor de deseos
humanos».4
Según Fukuyama, el secreto del paraíso, la satisfacción de todos los deseos humanos, está en el
progreso infinito que hace posible la acumulación infinita de riqueza. Sólo que no explica cómo el
ser humano que es finito, trabajando la naturaleza, que también es finita, puede llegar a una acu-
mulación infinita. Ahí está el secreto del mito: el pasar de lo «finito» a lo «infinito» sin una
explicación racional o razonable. El problema es que, sin ese paso indebido, el mito del progreso
no se sustenta y no puede afirmar que estemos llegando a la Tierra prometida. Por eso es «mítico-
religioso», porque presupone una fe en un ser suprahumano o en una «ley de la historia» también
suprahumana que haga posible ese paso.
Fukuyama, como tantos otros pensadores liberales y neoliberales, adjudica a la tecnología esa
capacidad mágica; pero no a cualquier tecnología y sí a aquélla que se haya desarrollado «de
acuerdo con ciertas reglas definidas, determinadas no por el hombre, sino por la naturaleza y por
las leyes naturales». ¿Y cuál es esa naturaleza que es capaz de generar una «ciencia tan
poderosa»? Pues, según Fukuyama, es la misma naturaleza que dirigió la evolución de la historia
hacia el sistema de mercado. En este mismo sentido, Paul A. Samuelson, Premio Nobel de
Economía, (26) también afirma que el sistema de mercado capitalista «es simplemente producto de
la evolución y, al igual que la naturaleza, sigue sufriendo modificaciones».5
El sistema de mercado, el sistema de competencia de todos contra todos, es presentado como
aquél capaz de hacer posible el progreso técnico infinito, que nos va a facilitar la acumulación
infinita, que nos va a satisfacer todos nuestros deseos actuales y venideros: el capitalismo se pre -
senta como el realizador de las promesas que el cristianismo prometía para más allá de la muerte.
El cambio no tiene que ver sólo con el tiempo, del más allá de la muerte al futuro intrahistórico, sino
también con el sujeto realizador de las promesas: de Dios al sistema capitalista.
Frente a los problemas sociales y económicos que persisten a pesar de todos los programas de
ajustes económicos y de la liberalización de la economía, los defensores del actual proceso de
globalización de la economía desde la perspectiva neoliberal concuerdan en que esos problemas
no proceden del sistema de mercado sino de su puesta en práctica incompleta. Tienen una fe tan
fuerte en el mercado que, ante los problemas sociales creados por el mercado, proponen más
mercado aún para solucionarlos: cuando el mercado llegue a ser «todo en todos» creen que los
problemas acabarán.
Para formular una promesa tan grande como la «acumulación ilimitada de riqueza» que satisfará
3
F. Fukuyama, O fim da historia e o último homem, Rocco, Rio de Janeiro 1992, p.14, 174.
4
Ibid, p.15.
5
P.A. Samuelson, Introducao a economía, Agir, Rio de Janerio, 8ed. V.1., p.45.
Unidad 1, lectura 1 III
«todos los deseos», es necesario también tener una fe inmensa. Milton Friedman, premio Nobel de
economía, echa en cara a los críticos del capitalismo esa falta de fe: «Subyacente a la mayor parte
de los argumentos en contra del mercado libre se halla la ausencia de fe en la libertad como tal». 6
(27)
1.2. Pecado original.
Cuando la promesa del paraíso entra en contradicción con la realidad plagada de problemas
sociales y económicos, es preciso explicar la causa de esos sufrimientos y males. Además de
señalar el camino - «el mercado total» - hay que explicar el origen de las dificultades y crisis
sociales.
Como todas las ideologías o religiones, el neoliberalismo también parte de un diagnóstico sobre la
causa fundamental de los problemas sociales; es decir, sobre el mal fundamental (en términos
religiosos, el pecado) que está en el origen de otros males. Uno de los textos de la Biblia que ha
tratado este tema es el mito de Adán y Eva, y la teología cristiana lo ha denominado «pecado
original», no en el sentido cronológico sino en el sentido lógico del término «origen». No estamos
hablando, por tanto, del «primer pecado» cometido en la historia de la humanidad sino más bien
del pecado que está en la base de todos los demás pecados.
Hayek, con ocasión de la recepción del premio Nobel de Economía en 1974, pronunció una
conferencia que pone de manifiesto la base teológica, epistemológica y antropológica del
neoliberal. El título de la conferencia, «Pretensión de conocimiento», 7 que recuerda el «pecado
original» de Adán y Eva, dejaba entrever la cuestión de fondo que iba a tratar. En la conferencia,
defendió la tesis de que los intentos por establecer políticas económicas con el objetivo de superar
conscientemente problemas sociales, están en la raíz de las crisis económicas y causan mucho
mal a la sociedad. Y ello es así porque esos intentos presuponen la pretensión de conocer los
mecanismos incognoscibles del mercado, además de ir en contra de sus leyes. Para él no existe
otra vía que la de someternos humildemente al mercado y dejar actuar libremente a sus
mecanismos para que ellos resuelvan -de modo inconsciente- nuestros problemas sociales. En
esta relectura del «pecado original», (28) la pretensión de conocer el mercado y dirigido hacia la
superación de los problemas sociales es el origen de todos los males económicos y sociales. En
otras palabras, el mayor de los pecados consiste en caer en la «tentación de hacer el bien».
Ése es, por cierto, el título de una novela escrita por Peter Drucker, el «gurú de los gurús» de la
administración de empresas norteamericana. En esa novela, el obispo O'Malley dice: «"Benditos
sean los humildes", dicen los evangelios. Pero sábete Tom (sacerdote secretario suyo), que nunca
vi que los humildes hicieran alguna contribución o realizaran algo. Los que realizan algo son
siempre personas que se aprecian a sí mismas lo suficiente como para imponerse altas exigencias,
gente sumamente ambiciosa. Es éste un enigma teológico que hace mucho tiempo he desistido de
resolver». Tras esta teología tan compatible con la lógica del sistema de mercado, el obispo
recomienda a su secretario que ayude al rector de la Universidad Católica, el padre Heinz
Zimmerman, protagonista del libro, afirmando que «su único error fue haber cedido a la tenta ción
de hacer el bien y actuar como cristiano y sacerdote, en vez de actuar como burócrata». 8
Un buen sacerdote, un buen cristiano, es aquél que supera la tentación de hacer el bien y actúa
como un burócrata, es decir, que cumple las «leyes del mercado». No se puede pretender ir en
contra de las leyes del mercado que, como ya hemos visto con anterioridad, son comparadas con
las leyes de la evolución de la naturaleza.
Lo que podemos hacer es cumplir las leyes del mercado, es decir, las leyes que rigen el sistema de
supervivencia del más fuerte y la muerte del más débil, y no caer en la tentación de hacer el bien.
Esto significa que nosotros no debemos buscar el bien, sino que únicamente podemos evitar el
mal. Pero, ¿qué es el mal? El mal es querer hacer el bien y, (29) de ese modo, pretender dirigir o
intervenir en el mercado. Por consiguiente, el único bien que podemos hacer es luchar para que yo
y las demás personas no caigamos en la tentación de querer hacer el bien y, por esa causa, nos
6
M. Friedmann, Capitalismo e libertade, Nova Cultural, Sao Paulo 1985, p.27.
7
En Humanidades, Brasilia, out-dez/80, vol.II, n.5, pp.47-54.
8
P.E. Drucker, A tentacao de fazer o bem, Rocco, Rio de janeiro 1986, pp.52-53, 136
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personas como «sacrificios necesarios». Para Fukuyama, por ejemplo, «los bombardeos de
Dresden o de Hiroshima que en el pasado fueron considerados genocidios»,12 en realidad no
fueron tales porque los miles de personas muertas en esas dos ciudades lo fueron en nombre del
sistema de mercado y de la democracia liberal.
Mario H. Simonsen afirma a su vez que lo que se puede buscar es minimizar, pero no acabar, con
«los sacrificios necesarios para el progreso», y que «la transición de una fase de estancamiento o
semi estancamiento hacia una de crecimiento acelerado suele exigir sacrificios que como es
natural conllevan cierto aumento de concentración de rentas».13 Lo que significa que los sacrificios
se imponen siempre a la población más pobre, mientras que el sector más rico se beneficia de los
sacrificios de la vida de los pobres aumentando su riqueza. Todo ello en nombre de las leyes del
mercado que promete llevamos hacia la acumulación ilimitada.
Cuando se interpretan sufrimientos y muertes como «sacrificios necesarios» nos hallamos ante un
círculo vicioso (32) perverso. Y en la medida en que esos sacrificios no dan el resultado que los
«sacerdotes» del sistema de mercado prometen, entramos en una crisis de legitimidad de esos
sacrificios. Para que esos sacrificios no sean contemplados como algo hecho «en vano» y para
que por ello los «sacerdotes» no se conviertan en meros asesinos de millones de personas, es
preciso reafirmar la fe en el mercado y en el valor salvífico de los sacrificios. Se dice entonces que
los sacrificios aún no han dado sus frutos porque todavía no se ha sacrificado lo suficiente. De este
modo se exigen más sacrificios para que los sacrificios anteriores no hayan sido en vano.
Además de esa «fidelidad» a la lógica de los sacrificios necesarios, tropezamos también con la
práctica de acusar a los «soberbios» -los que no manifiestan humildad ante el mercado e intentan
intervenir en él- como culpables por la ausencia de frutos de esos sacrificios. Los sindicatos com -
bativos, los movimientos y las comunidades eclesiales populares, y los partidos de «izquierdas»
son por lo general señalados como los culpables de ir en contra de los sacrifi cios necesarios,
atrasando así la llegada al «paraíso».
Es importante que tengamos en cuenta que esa lógica sacrificial está muy enraizada en la
conciencia social de Occidente, por no decir de todo el mundo. En casi todas las religiones
encontramos una teología del sacrificio o algo equivalente. En nuestra tradición occidental cristiana
es suficientemente conocida la idea de que «sin sacrificios no hay salvación». 14 Ese tipo de
teología tiene la gran ventaja de dar un sentido al sufrimiento de las personas que no saben cómo
superarlo; y la gran desventaja de servir de legitimación al proceso de opresión.
La percepción del influjo de la presencia de esa lógica sacrificial en la base de la conciencia social
nos ayuda a (33) comprender por qué la gran mayoría de las personas en nuestras sociedades no
se rebela contra la lógica capitalista. Además de compartir los «sueños de consumo» del sistema
de mercado, la gran mayoría de la población considera normal y natural la exigencia de sacrificios
para conseguir el «paraíso» o para expiar los pecados (de incompetencia, de fracaso, de ser
pobre).
1.4. Mercado, globalización y Reino de Dios.
Toda la teología del mercado neoliberal que hemos visto hasta ahora la hemos sacado de
economistas y teóricos neoliberales. No es la «invención» de algún teólogo. A pesar de que existen
teólogos profesionales, como Michael Novack, jefe del departamento de teología del Instituto
Americano de Empresas, que escriben libros y artículos de teología explícita para defender la tesis
de que el sistema de mercado capitalista es la encarnación del Reino de Dios en la historia,15
preferimos analizar sólo a los no-teólogos profesionales para mostrar que el capitalismo se funda
en una lógica mítico-religiosa perversa.
12
Fukuyama, op.cit. p.32
13
M.H. Simonsen, Brasil 2000, Apec, Rio de Janeiro 1976, p.28, p.58.
14
Sobre esta cuestión del sacrificio en Occidente, véase el importante libro de F. Hinkelammert Sacrificios
humanos e sociedade ocidental: Lúcifer e a Besta, Paulus, Sao Paulo 1995.
15
Por ejemplo: O espíritu do capitalismo democrático, Nórdica, Rio de janeiro, sin fecha (original en inglés:
1982)
Unidad 1, lectura 1 VI
16
Documents Episcopats: Bulletin du Secrétariat de la Conference des Eveques de France, n.12, julio-agosto
1992. Citas en pp 3-5.
17
Ibíd., p.1. La cursiva es nuestra.
18
Ibíd., p.3.
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economía mundial». Allí dijo que el evangelio, al anunciar el Reino, habla «no de una fraternidad
complaciente -iba a decir paternalista-, sino de una fraternidad que se construye en la
competencia, las tensiones y las diferencias. Una fraternidad que, en el universo de la economía,
debe ser vivida en el mercado y en la mundialización; en ese mercado desde donde ella anuncia y
llama a compartir».19
¡La fraternidad basada en la competencia dentro del mercado! He aquí un ejemplo patente de la
inversión del concepto de la fraternidad cristiana.
2. Teología cristiana y economía.
Ante esta inversión idolátrica de tantos valores humanos y cristianos; ante un sistema económico
que diviniza una institución humana, el mercado, y en su nombre exige sacrificios humanos a
cambio de la promesa de «acumulación ilimitada de riquezas», ¿cuál debe ser la actitud de los
cristianos? ¿Cuál es la contribución que la fe cristiana puede aportar a la lucha contra ese
«imperio»?
Si tiene algún fundamento todo cuanto hemos visto hasta ahora, ante un sistema «divinizado»
debemos tomar en consideración, como ya decía Marx, que «la crítica de la religión es la condición
previa a toda crítica».20 Sólo se (37) puede criticar algo que no sea considerado como sagrado. Eso
significa que nuestra crítica al sistema capitalista sólo tendrá efecto multiplicador en la sociedad si
conseguimos despojarlo de su «aura religiosa sagrada» y ponemos de manifiesto que esa
religiosidad no es más que una perversión, una idolatría.
El tema de la idolatría es un punto central en diversos teólogos de la liberación que estudian la
relación entre teología y economía/sociedad. Pero no es un concepto reservado a la teología. Erich
Fromm, por ejemplo, al hacer un análisis socio-psicoanalítico de la sociedad capitalista, empleó
ese concepto con gran naturalidad. Max Horkheimer es otro crítico del capitalismo que lo ha usado:
«Cualquier ser limitado -y la humanidad es limitada- que se considere como el último, el más
elevado y el único, se convierte en un ídolo hambriento de sacrificios que posee además la
capacidad demoníaca de cambiar la identidad y de admitir en las cosas un sentido distinto». 21 Con
esto queremos decir que la fe y la teología cristiana tienen una contribución específica que hacer
en la crítica teórica y práctica del capitalismo.
19
Conferencia pronunciada con ocasión del XIX Congreso Mundial de la UNIAPAC, en Monterrey, México, el
día 29110/93, publicada en portugués por la Newswork en S. Paulo. Cita en p.11.
20
K. Marx, «Crítica da Filosofía do Direito de Hegel», en Marx & Engels, Sobre a religiao, Ed. 70, Lisboa, p.45.
21
M. Horkheimer, «La añoranza de lo completamente otro», en H. Marcuse, K. Popper, y M. Horkheimer, A la
búsqueda del sentido, Sígueme, Salamanca 1976, p. 68