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EL MUNDO PROFANO E IMPERFECTO DE LA HISTORIOGRAFÍA

Author(s): Geoff Eley and Patricia Muñoz


Source: Historia Social, No. 69 (2011), pp. 129-142
Published by: Fundacion Instituto de Historia Social
Stable URL: http://www.jstor.org/stable/23227902
Accessed: 30-04-2015 02:19 UTC

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EL MUNDO PROFANO E IMPERFECTO
DE LA HISTORIOGRAFÍA

Geoff Eley

Escribí Una línea torcida entre el otoño de 2003 y la primavera de 2004 en un arranque
de premura y optimismo. La premura surgía de la azarosa situación política mundial. A la
luz de los acontecimientos recientes, empecé a reflexionar bastante sobre las bases cam

biantes de la disidencia intelectual desde la década de 1960, examinando en particular el


decepcionante abismo entre las posibles esperanzas de tiempos anteriores y las dificulta
des que había en esos días para establecer cualquier conexión entre lo que hacemos en

nuestra vida intelectual y lo que se considera como historia en la esfera pública. Para cual
quier historiador de izquierdas cuyo sentido de la vocación intelectual y profesional in
cluía una ética de la participación política (ya sea por medios directos, más modestamente
a través de la política del conocimiento o simplemente mostrándome abierto y sincero so
bre la relevancia de los significados políticos), aquellos tiempos parecían muy desalenta
dores. Sin embargo, por otro lado sentía cierto optimismo debido a la sensación que tenía
de auge y de oportunidad en la disciplina. Las airadas divisiones de algunos años atrás,
cuando la historia producía sus propias versiones de las guerras culturales, parecían estar

dando paso a una serie más erudita y constructiva de conversaciones colectivas, ya fuera

campo por campo o dentro de la propia disciplina en sí, entre otros motivos porque las ge
neraciones más jóvenes, que arrastraban un menor bagaje anterior, empezaban a salir a la
palestra.
Uno de los objetivos de mi libro era sin duda hacer un balance historiográfico. Quería
hacer un recorrido por los intrincados pasadizos que han existido entre la historia social y
la historia cultural durante las cuatro últimas décadas y a la vez sentar las bases para juz

gar lo que se ha ganado en el proceso y lo que tal vez se haya perdido. Pero mi segunda
motivación, y quizás la más importante, era ofrecer una serie de reflexiones sobre las com
plejas relaciones que existen entre la historia y la política. Y ese terreno puede ser traicio
nero. Lo último que deseaba era proponer cualquier tipo de transmisión directa o instru
mental entre ambas, y me resultó extremadamente difícil tratar de explicar las posibles
formas que dicha relación podía adoptar. En lugar de establecer correspondencias entre
una y otra, deseaba poner de relieve las diferencias y desacuerdos, las tensiones en la co
nexión de la historia con los mundos públicos de la política y los necesarios espacios de
dificultad. Quería hacer hincapié en las maneras sutiles y complejas a través de las cuales
los significados políticos entran a formar parte de las prácticas de los historiadores, en
ocasiones voluntariamente, pero también muchas otras veces rehusándolos para proteger
se. Los significados políticos con frecuencia llegan como intrusos que no son bienvenidos.
Si la política se puede introducir en muchas ocasiones de forma indirecta e imperceptible,

Historia Social, n.° 69, 2011, pp. 129-142. 129

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en otras su presencia puede ser intensa y muy directa, con consecuencias capaces tanto de

perturbar la práctica del historiador corno de inspirarla. Asimismo, existe una política inte
rior del conocimiento en la profesión y en la disciplina que lo abarca todo, desde los entor
nos institucionales estructurados en los que se ejerce la historia (departamentos, institucio
nes, universidades, aulas, conferencias, revistas, redes, asociaciones), hasta las reglas y
protocolos que definen sus límites y las formas más amplias de disputa intelectual en torno
a sus métodos, sus archivos, sus escuelas y tradiciones, sus manifestaciones teóricas y sus
epistemologías. Por último, quería decir algo acerca de cómo las ideas y presupuestos so

bre el pasado tienden a extenderse más en términos populares entre la cultura del público.
Todos estos constituyen aspectos distintos de la política de la historia.
Fue por estos motivos por los que decidí hacer un uso moderado de mi propia histo
ria. Pensé que ello podría ser útil en dos sentidos. En primer lugar, a lo largo de los años
me he visto influido por una heterogeneidad confusa a través de la cual ciertos cambios
políticos extremadamente importantes han dejado huella en mi propia forma de pensar;
por otro, me ha impresionado igualmente la accidentada relación que se ha ido producien
do posteriormente entre estas desviaciones políticas y la manera de enfocar mi trabajo his
tórico. Esto ha dado paso a una especie de asincronía compleja que puede llegar a ser muy
desconcertante: a nadie le gusta que le muestren sus incoherencias, y menos aún si están
relacionadas con nuestros principios fundamentales o compromisos éticos más preciados.
Lo más habitual es que nos guste considerar nuestros pensamientos como fruto de un pro
ceso de maduración y de comprensión, como una progresión continua, como crecimiento

y ampliación, como un trabajo guiado conscientemente a través de un problema hasta su


necesaria solución. Sin embargo, rara vez experimentamos cambios significativos de una
manera tan claramente autoconsciente y dirigida. En la práctica, los problemas nos sobre
vienen. Dejan notar su presencia de forma lenta y parcial, ocupando rincones ocultos o es

condidos, actuando a nuestras espaldas. A menudo preparan una emboscada a nuestro en


tendimiento y nos atacan por sorpresa. En otros casos percibimos su existencia de forma

imprevista tras un encuentro casual (un seminario al que acudimos, una controversia a la

que asistimos o un libro que hemos leído). Por lo general, muchas de estas experiencias
suelen acumularse hasta que traspasan el umbral de nuestra receptividad. Si estas ideas su

ponen alguna amenaza o reto para lo que creemos que ya entendemos, es probable que nos
resistamos y las eludamos. La lucha tiene que ser intensa para que se produzca el cambio.
Sin embargo, una vez éste ha tenido lugar, se llega a una redescripción muy elaborada. Se
redescubren la homogeneidad y la coherencia y se proyectan hacia atrás en el tiempo. Nos
damos cuenta con retraso de lo que realmente queríamos pensar.
Al reflexionar cómo ha cambiado mi manera de pensar durante las últimas décadas,
busqué cómo escribir una historia intelectual del presente que tuviera en cuenta esta cuali
dad de imprevisibilidad y contingencia. También quería mostrar un sincero respeto hacia
las dificultades, las confusiones y las resistencias, y en particular hacia aquellas que pue
den ser inconscientes o que se entienden sólo parcialmente, a través de las cuales suelen
producirse cambios fundamentales del pensamiento. Además, en muchos aspectos, ya dis
ponemos de un registro detallado de todas las ramificaciones del denominado giro cultu
ral.1 Dicho relato gira, con bastante acierto, en torno a las principales cuestiones teóricas y

1 Véanse Elizabeth
A. Clark, History, Theory, Text: Historians
especialmente and the Linguistic Turn,
Cambridge, 2004; Miguel A.
Cabrera, Postsocial History: An Introduction, Lanham, 2004; Gabrielle
M. Spiegel, "Introduction", en G. M. Spiegel (ed.), Practicing History: New Directions in Historical Writing
after the Linguistic Turn, Nueva York, 2005, pp. 1-31; Ann Courthoys y John Docker, Is History Fiction?,
Ann Arbor, 2005, especialmente pp. 137-237. En cuanto a mis contribuciones en este sentido, véanse
130 "Is All the World a Text? From Social History to the History of Society Two Decades Later", en Terrence

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epistemológicas involucradas, haciendo hincapié generalmente en una serie de grandes
personajes y en sus contribuciones, en los debates y controversias resultantes y en las dis

tintas vías adoptadas para su resolución. La agitación que se ha desatado en esta disciplina
y los avances relacionados que se han producido a lo largo de todo el mapa interdisciplina
rio se reflejan ahora en una profusión de guías, comentarios, antologías, foros, revistas

nuevas y numerosos debates permanentes. Así pues, en lugar de recontar esa historia otra

vez, pensé que sería más ilustrativo buscar otras formas de escribir las historias intelectua
les en cuestión.

Con este fin, en el extenso capítulo 4, dedicado a la década de 1980 ("Reflexión"),


por ejemplo, busqué una serie de libros emblemáticos cuyo impacto se hubiera extendido
entre distintos campos y disciplinas, en torno a los cuales convergieran amplios y vario
pintos intereses, cuya influencia mostrara una sintomática relación con las ideas emergen
tes y que hubieran contribuido a generar la disposición acumulativa al cambio durante los
años centrales de esa década. A menudo precursores de los textos que se mencionan con

J. McDonald (ed.), The Historic Turn in the Human Sciences, Ann Arbor, 1996, pp. 193-243; "Between Social

History and Cultural Studies: Interdisciplinarity and the Practice of the Historian at the End of the Twentieth
Century", en Joep Leerssen y Ann Rigney (eds.). Historians and Social Values, Amsterdam, 2000, pp. 93-109;
"Problems with Culture: German History after the Linguistic Turn", Central European History, 31 (1998),
pp. 197-227. Véase el comentario especialmente reflexivo anterior de David D. Roberts, Nothing but History:
Reconstruction and Extremity after Metaphysics, Berkeley, 1995.

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más frecuencia, estos trabajos tuvieron también su propia historia de gestación a lo largo
de seminarios, conferencias, entornos pedagógicos y diversas modalidades de colabora

ción que atravesaron fronteras entre campos y disciplinas. De modo similar, busqué for
mas de ilustrar el impacto indirecto de nuevas corrientes intelectuales que podían haberse
producido a cierta distancia de mi trabajo erudito inmediato (en otros campos, otros perío
dos, otros lugares del mundo, otras disciplinas), cuya pertinencia directa para mis propios
fines no fuera del todo evidente, pero cuyo potencial inquietante o instructivo se hubiera
abierto paso de todos modos por mi pensamiento. Las críticas feministas de la historia so
cial y las consecuencias graduales del auge de la historia de la mujer me proporcionaron
una primera muestra de dicho efecto; la segunda fue el advenimiento de la teoría de la raza
y de los estudios postcoloniales a la vuelta de la década de 1990, para los cuales utilicé los
estudios sobre la blanquitud y la escuela de los estudios subordinados como mis dos prin
cipales puntos de referencia.
Quería utilizar mi propia experiencia acerca de esos cambios como medio de aproxi
marme a la manera en la que éstos se produjeron realmente, mostrando no sólo la claridad

conseguida durante la evolución de las nuevas corrientes, sino también parte de las confu

siones, los intentos fallidos, los callejones sin salida y los giros erróneos que hubo que rea
lizar a lo largo del camino. Para captar esa complejidad adicional se necesitaba una con
textualización particular que trataron de ejemplificar las narraciones basadas en las
experiencias personales que forman parte de mi libro. Si en cierto modo la redacción de
una historia intelectual de la historiografía contemporánea se basa, por ejemplo, en los in
dicios publicados de debates explícitos en torno a los cuales han cristalizado los principa
les avances, en otro sentido es también importante retomar las historias más confusas y
elaboradas en las que necesariamente se basó la producción de estos textos reconocidos, y

que después contribuyeron a seguir avanzando. Con ese fin, intenté diseñar un marco com
plejo que tuviera en cuenta dos prioridades distintas pero complementarias: por una parte,
una mirada atenta a la lectura y explicación de los textos como tales (toda la bibliografía
pertinente de los giros lingüísticos y culturales); pero por otra, un análisis también de inda

gación de las circunstancias sociales en las que se produjeron, incluidos los fundamentos
filosóficos de las prácticas historiográficas correspondientes, las historias institucionales
específicas de cada uno y los aspectos de la dinámica política con los que pudieron haber
entrado en contacto. Diría que ambos propósitos son vitales para un pleno conocimiento

historiográfico, es decir, tanto la exégesis cuidadosa y crítica de los propios textos rele
vantes como la exploración de los densos bosques del debate y de la práctica a través de
los cuales se han llegado a elaborar. A este segundo contexto de análisis podríamos deno
minarlo el mundo profano e imperfecto de la historiografía.2
Aunque confinado a ciertos entresijos de la reconstrucción narrativa -la historia de
quién dijo qué a quién y cuándo-, el tipo de análisis que propongo fácilmente podría consi
derarse un poco banal. Sin embargo, al ofrecer un relato mucho más completo de los luga
res y de los entornos en los que se produjeron los debates intelectuales, especialmente den
tro de sus contextos institucionales correspondientes plagados de acontecimientos, podemos
hacemos una idea mucho más clara de las posturas involucradas. Dicho relato nos permití

2
Aquí mi opinión coincide en parte con el concepto de "lógica social del texto" de Gabrielle M. Spiegel.
Véase su ensayo "France for Belgium", en Laura Lee Downs y Stéphane Gerson (eds.), Why France? American
Historians Reflect on an Enduring Fascination, Ithaca, Nueva York, 2007, p. 97: "Este concepto trata de com
binar en un marco único pero complejo el análisis del entorno social de un texto -ya sea como producto de un
mundo social en particular o como agente activo en ese mundo- y su carácter discursivo como 'logos', es decir,
como artefacto literario compuesto de lenguaje y que por tanto requiere un análisis literario (formal)". Véase
también Spiegel, "Revising the Past/Revisiting the Present: How Change Happens in Historiography", History
132 and Theory, 46 (2007), pp. 1-19.

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ría explorar la microdinàmica local y mundana de los procesos a través de los cuales se for
man las ideas junto con su política cultural en sentido amplio. Esto a su vez puede ofrecer
una serie de genealogías más complejas e inesperadas para el presente historiográfico. Por

poner un pequeño ejemplo, entenderíamos mucho mejor las fructíferas consecuencias y las
posibles limitaciones de la adopción del postestructuralismo por parte de Joan Scott a prin
cipios de la década de 1980 si supiéramos más detalles del recorrido que la llevó desde su
Glassworkers of Cannaux en 1974, pasando por Women, Work, and Family en 1978 hasta
Gender and the Politics of History diez años más tarde. La evolución que ha experimentado
Scott desde que enseñaba historia de las mujeres en la Universidad de Carolina del Norte en
Chapel Hill hasta desempeñar el cargo de directora del Pembroke Center for Teaching and
Research on Women en la Universidad Brown sería especialmente interesante, entre otras
cosas en cuanto a la influencia de Denise Riley, que colaboró con Scott a principios de la
década de 1980 y cuyo libro "Am I that name?" fue uno de los textos emblemáticos que
elegí para mostrar el paso al giro cultural.3 A través de Riley podemos así cruzar el Atlánti

co y remontarnos al contexto de los debates teóricos británicos sobre feminismo de finales


de la década de 1970. En mi opinión, sería un error despreciar estos detalles como simples
"cuentos" contrarios a un aspecto esencial de una sociología cuidadosa del conocimiento.
Estas exploraciones no restan importancia al comentario teórico, sino que lo complementan
y enriquecen. Algunas modestas aportaciones extraídas de las propias experiencias de his
toriadores en estos aspectos, no tanto con fines autobiográficos (aunque también podrían te
ner su interés) como de autocrítica, podrían ser muy ilustrativas. Parte de mi intención al
ofrecer elementos de mi propia historia era tentar a otros a que hicieran eso mismo, deseo al
que han respondido mis tres reseñadores, cada uno a su manera.
En respuesta más directa a estos tres comentarios, quisiera hacer algunas puntualiza
ciones. Con respecto a las particularidades de mi punto de vista (y a algunas de las caren
cias concomitantes), sin duda acepto el profundo análisis que realiza Gabrielle Spiegel del
trasfondo específicamente francés de las corrientes intelectuales de la década de 1970.
Como señala ella, tanto el estructuralismo como el postestructuralismo en su día se vieron
"motivados intelectualmente por un rechazo de la fenomenologia", que en el caso de Mi
chel Foucault se remontaba a lo largo de la década de 1950 hasta su asistencia a las confe
rencias de Maurice Merleau-Ponty de finales de la década anterior.4 Esto claramente ha
pesado en cómo entendemos el primer impulso crítico subyacente a buena parte del giro
lingüístico y la actual variedad de replanteamientos cuyas implicaciones expone con tanta
agudeza Spiegel. Por otra parte, quisiera decir que las apropiaciones anglo-estadouniden
ses a gran escala y extremadamente desordenadas de las "ideas de Francia" durante las dé

cadas de 1970 y 1980 guardaron una relación ecléctica e incierta con ese terreno de con
troversia más limitado, del mismo modo que la interesantísima defensa que hace Spiegel
de una dirección "neofenomenológica" para los revisionismos emergentes sobre el "giro

postlingiiístico" probablemente encierre mucha más coherencia de lo que esas nuevas crí
ticas pueden soportar realmente.5 En ambos casos, me parece que la heterogeneidad del

3 Véase
Denise Riley, "Am / That Name?" Feminism and the Category of "Women" in History, Min
neapolis,1988. En cuanto a las tres obras de Scott, véase Joan W. Scott, The Glassworkers of Carmaux: French
Craftsmen and Political Action in a Nineteenth-Century City, Cambridge, 1974; Louise Tilly y Joan W. Scott,
Women, Work, and Family, Nueva York, 1978; Scott, Gender and the Politics of History, Nueva York, 1988;
Elaine Abelson, David Abraham y Marjorie Murphy, "Interview with Joan Scott", Radical History Review, 45
(1989), pp. 40-59, es fascinante acerca de los primeros años, pero no ofrece información sobre la década de
1980.
4
Véase David Macey, The Lives of Michel Foucault: A Biography, Nueva York, 1995, pp. 31-36.
5 He
adoptado la expresión "ideas de Francia" del título de uno de los textos emblemáticos que ofrecen
una revisión crítica del impacto de la teoría francesa entre las disciplinas académicas y las artes en Gran Bre 133

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discurso supera el relato conciso que ella desea mostrar.6 Igualmente, acepto de inmediato
la observación de Manu Goswami de que olvido la deuda epistemológica de las corrientes
de la década de 1980 "con la recepción de la semiótica estructuralista [...] de la Francia de
principios de la década de 1970" y "la aplicación de los modelos semióticos posteriores a
Saussure en la investigación histórica y sociológica". De hecho, puedo confirmarlo con
agrado aportando algunos testimonios propios: mi encuentro con un marxismo entonces
acérrimamente estructuralista a mi llegada a Cambridge en enero de 1975 me condenó du
rante muchas horas de tenaz autoeducación acerca de ese corpus teórico en particular. El
debate que inicio en mi libro sobre lo que significaba "pensar como un marxista" es un
gesto hacia ese periodo extraordinariamente intenso de lectura y reflexión (por ejemplo,
18), pero fue debido a mi intención de no ser excesivamente autobiográfico por lo que de
cidí dejar en el tintero muchos detalles.7
En un frente más amplio, William Sewell me reprende por ignorar "el entorno macro
social en el que han tenido lugar los cambios historiográficos". Aunque esto parezca exa
gerado -las destructivas secuelas sociales y políticas de la reestructuración capitalista
constituyen verdaderamente un referente esencial de cómo el libro trata de abordar el com

plejo tira y afloja existente entre la política y la historiografía-8 sin duda es cierto que me

taña, surgida durante una serie de debates denominada "Legados franceses", celebrada en noviembre y diciem
bre de 1984 en el Instituto de Artes Contemporáneas con motivo de la muerte de Foucault. Le siguió una confe
rencia en 1985 denominada "Cruzar el Canal". Véase Lisa Appignanesi (ed.), Ideas from France: The Legacy
of French Theory-ICA Documents, Londres, 1989.
6 En otro
frente, no creo que yo borre las distinciones y "perpetúe [...] la confusion al equiparar la historia
cultural con el giro lingüístico" (Spiegel); por el contrario, tuve bastante cuidado de hacer exactamente esa mis
ma puntualización. Es eso realmente lo que digo en la página que cita Spiegel: "Escribiendo la [...] historia de
este brusco cambio intelectual extraordinariamente complejo (en proporción a toda su irregularidad y diversidad
y con todas las grandes fuerzas culturales, sociales y políticas que lo explicaban parcialmente) que la mayoría
de los autores han eludido hasta el momento. Cada vez queda
más claro que las descripciones breves favoreci
das -"giro cultural", "giro lingüístico" y "posmodernismo"- se acuñaron en el fragor de unas batallas iniciales
relativamente breves pero extremadamente polarizadoras, disfrazan en la misma medida que aclaran y aglutinan
diversas variaciones [...]. El giro hacia la 'cultura' fue un denominador común bastante vago de descontentos
heterogéneos". Véase Geoff Eley, A Crooked Line: From Cultural History to the History of Society, Ann Arbor,
2005, p. 156 [Una línea torcida. De la historia cultural a la historia de la sociedad. Universidad de Valencia,
Valencia, 2008]. Para conocer un intento de construir una genealogía cuidadosa de los distintos usos del "pos
modernismo" por parte de los historiadores durante las décadas de 1980 y 1990, véase Geoff Eley y Keith
Nield, The Future of Class in History: What's Left of the Social?, Ann Arbor, 2007, pp. 57-80.
7 En otra nota
específica, aunque acepto la intención de la observación particular de William Sewell, no
estoy seguro de que sea justo calificar mi enfoque de "anglocentrista" en general. Después de todo, el debate
sobre las genealogías de la historia social que figura en el capítulo 2 ("Tres fuentes de historia social", pp. 25
47) está distribuido homogéneamente entre la historiografía marxista británica, los Annales franceses y la histo
ria de las ciencias sociales en Estados Unidos; el capítulo 3 está dedicado a la historiografía alemana; y el ex
tenso capítulo 4 se desarrolla principalmente en Estados Unidos, aunque con numerosos comentarios sobre
historiografías nacionales y regionales, lo que incluye tratamientos bastante cruciales sobre la historiografía de
la raza en Estados y la escuela de los estudios subordinados
Unidos del sur de Asia. Si bien los tres emblemáti
cos historiadores para cerrar cada uno de los capítulos principales han sido británicos (Edward Thomp
elegidos
son, Tim Mason y Carolyn Steedman), cada uno de ellos ha ejercido a su manera una enorme influencia inter
nacional. Fue precisamente esta dualidad -el lugar que ocupan en mi propia formación intelectual, junto a su
resonancia en absoluto estrecha de miras y claramente internacional- lo que me llevó a elegirles. Así pues, mi
relato trata de brotar de sus puntos de partida británicos pero sin quedar constreñido por ellos.
8 Por
ejemplo, A Crooked Line, p. 187: "las decepcionantes experiencias políticas asociadas a la crisis de
la tradición socialista de clases de finales de la década de 1970, bajo los efectos combinados de la reestruc
turación capitalista, la desindustrialización, la recomposición de clases y las agresiones políticas de la derecha
han dejado una profunda huella en mi manera de pensar sobre los tipos de historia que hago". Para mí, el giro
cultural resultaba atractivo porque sus implicaciones se extendían por estos distintos ámbitos (no sólo por mi
enseñanza y mi escritura, sino también por mi conocimiento político y mi entendimiento social), incluidos los
134 aspectos cotidianos de la vida personal".

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abstengo de entrar en un amplio debate sobre las dos grandes coyunturas en cuestión, el

auge capitalista de la posguerra o la transición postfordista que le siguió. Pero fue algo de
liberado. Mi Línea torcida era un proyecto muy particular: traté de encontrar una manera

de escribir distinta sobre la historia intelectual del presente examinando las triples relacio
nes de reciprocidad que existían entre lo historiográfico (o intelectual en un sentido más
amplio), lo político y lo personal. Si las transformaciones contemporáneas del capitalismo
estaban codificadas explícitamente en mi entendimiento básico de qué categoría de lo po
lítico entrañaban, entonces, por motivos de estrategia literaria y espacio, conscientemente 135

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me mantuve alejado de la sociología detallada del conocimiento que Sewell habría desea
do que adoptara. Aunque Una línea torcida en principio iba a ser bastante breve, más bien

un ensayo amplio, en el momento de plasmarlo en el papel empezó a crecer hasta adquirir


el volumen de un libro a tamaño completo que incorporaba una gran cantidad de notas al

final. Si, además, hubiera tratado de realizar el análisis cuidadoso y pormenorizado nece
sario para relacionar "las prácticas epistémicas de los historiadores" convincentemente
con la "transformación de las formas sociales del capitalismo mundial" postfordista, el de
bate habría alcanzado unas dimensiones que con seguridad habrían superado los propósi
tos realistas del libro.9 De hecho, se pueden encontrar en muchos sitios debates míos sobre

estos temas, parcialmente en mi historia de la izquierda en Europa, Forging Democracy


(cuya última sección trata de abordar el período transcurrido a partir de la década de 1960
desde el punto de vista que propone Sewell), pero especialmente en el libro que escribí
conjuntamente con Keith Nield, The future of class in history, concebido en gran medida
como complementario a Una línea torcida y que aborda directamente la relación entre la

historiografía y los mundos reales del capitalismo.10


Sin embargo, además de tener en cuenta esas limitaciones prácticas, existía también
otro motivo primordial por el que no deseaba emprender un análisis "macrosocial". En
este caso, la clave reside en el tratamiento inicial que hago en mi libro de las maneras en
las que Raymond Williams y otros pensadores de finales de la década de 1960 comenza
ron a cuestionarse el principio marxista prevaleciente de "base y superestructura": esto de

sencadenó una lucha que duró décadas en torno a los problemas de la explicación materia

lista social, y de donde surgió la preocupación que manifiesto en mi libro acerca de la


relación entre lo social y lo cultural. Dada la pérdida de confianza precautoria en la vali
dez del análisis social y la consiguiente reticencia antirreduccionista que comparto en lí
neas generales, el propio proyecto de tratar de conectar cambios extremadamente particu
lares de la vida académica con "las formas macrosociales y las suertes cambiantes del
capitalismo mundial" se ha convertido en una tarea mucho más difícil de lo que permite
Sewell. Por ciertos motivos abstractos o estratégicos, tal vez se pueda buscar "una cierta

afinidad electiva" entre la "incertidumbre epistémica general" observable "en todas las
ciencias humanas" a finales del siglo xx y el "hincapié en la 'flexibilidad' que constituye
uno de los rasgos característicos del nuevo orden económico mundial", del mismo modo

que las categorías anteriores y ahora "reificadas de la era intelectual anterior" pueden ha
berse correspondido con el régimen regulador fordista precedente. Si se realiza cuidadosa
mente, este tipo de sociologías del conocimiento bajo el signo de la transición postfordista
me resulta también atractivo. De hecho, Una línea torcida apunta en varias ocasiones en

esa dirección." Pero los argumentos acerca de "el estado de la posmodernidad" o la "lógi

9 De la deseabilidad de dicho análisis. Así, en A Crooked Line, p. 277,


nuevo, reconozco explícitamente
nota 6: "En mi opinión, esa crisis del "entendimiento político de clase' revela una transición sociopolitica real

que sin duda ha hecho época. En otras palabras, junto con las connotaciones que tenía de replanteamiento políti
co y teórico en sentido amplio, el giro cultural representó una lucha necesaria con problemas contemporáneos,

para los cuales la reafirmación fiel de las posturas materialistas clásicas servía de escasa ayuda".
10 En otras de Sewell es esencial para muchos tipos de problemas, pero
palabras, la analítica "macrosocial"
no para la clase de historia que he querido plasmar en este libro. Establecer conexiones convincentes entre el cam
bio historiográfico y la reestructuración capitalista constituiría un proyecto entero en sí. Sin duda requeriría algo
más que un tratamiento breve y anecdótico en un libro básicamente centrado en otros aspectos. En cuanto a mi

compromiso con lo macrosocial, véanse ejemplos en Geoff Eley, Forging Democracy: The History of the Left in

Europe, 1850-2000, Nueva York, 2002, pp. 337-490 [Un mundo que ganar. Historia de la izquierda en Europa,
1850-2000, Crítica, Barcelona, 2003]; y en Eley y Nield, The Future of Class in History, precedido por Eley y
Nield, "Farewell to the Working Class?", International Working-Class and Labor History, 57 (2000), pp. 1-30.
11 Véanse las
páginas 151-152, 188-189, 96-97. Para un análisis más detallado, véase William H. Sewell,
136 Jr., "The Political Unconscious of Social and Cultural History, or, Confessions of a Former Quantitative Histo

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ca cultural del capitalismo tardío" funcionan mejor en cierto nivel de abstracción o genera
lidad teórica.12 El lenguaje de las "homologías", "afinidades" y "correspondencias" sólo
nos lleva hasta ahí. Para mostrar la importancia explicativa de los cambios en los mundos
materiales del capitalismo sobre los cambios de interés en una disciplina académica, los
paradigmas cambiantes en un campo de conocimiento o las modificaciones radicales en
las prácticas intelectuales de los historiadores, tal vez se necesite algo más. Mi argumento
en Una línea torcida era que la acumulación de avances que se amalgamaron en lo que de
nominamos el giro cultural se produjo por vías extraordinariamente dispares campo por
campo e institución por institución, con historias locales enormemente variables y de
acuerdo con temporalidades muy específicas y complejas. Para captar dichas complejida
des sería necesario un método particular de reconstrucción detallada.
Visto esto, muchas cosas dependerían de cómo la perspectiva "macrosocial" de Se
well, o lo que denomina "causas sociales más profundas", se ha convertido sobre el terre
no en formas de acción o patrones de pensamiento, ya sea entre los intelectuales que traba

jan en las universidades o en otras categorías sociales de actores. En este sentido, Sewell
desea vincular el auge de la historia social de la década de 1960 con la prevalencia poste
rior a 1945 en Occidente del "denominado capitalismo 'fordista' o centrado en el estado".
Según su opinión, "el optimismo epistemológico de la historia social (su fe en la posibili
dad de reconstruir una historia de la totalidad social) se hizo plausible en gran medida por
la forma específica de desarrollo capitalista que caracterizó el gran boom capitalista mun
dial de la posguerra". De nuevo, comparto en líneas generales esta opinión de que "la 'es

tructura de la experiencia' generada por el capitalismo de la posguerra garantizó la viabili


dad de la historia social, ya fuera en su vertiente marxista, annalista o social-científica".
Sin embargo, quisiera decir que el contexto principal para estudiar desde esta perspectiva
la ola de la historia social no surgió tanto por los patrones distintivos de acumulación for
dista en sí, aunque sus efectos se dejen notar convincentemente en la expansión de la ense

ñanza superior y en otros aspectos. Por el contrario, la inteligibilidad de la historia social


como formación de conocimiento, así como su atractivo como bagaje de prácticas intelec
tuales vinculadas a aspiraciones sociopolíticas más amplias, deben más al legado político
de 1945 y a la cultura pública característica de la prolongada posguerra, los cuales a su vez
estuvieron ligados a las posibilidades emancipadoras de la movilidad ascendente y a una
ética democrática y en general igualitaria de la mejora social. En otras palabras, entre las

configuraciones cambiantes de la "acumulación interminable de capital" y sus efectos es


pecíficos sobre la política, la cultura y las ideas, tuvo que producirse un gran proceso de
mediación y articulación, tanto si dichos efectos influyeron en la estructuración de una ac
ción organizada dentro del estado, como en el atractivo de la historia social para determi

nadas generaciones de alumnos universitarios.


Así pues, no termino de entender por qué Sewell desea oponer entre sí la "clase" y la
"acumulación interminable de capital", o por qué debería ser necesario considerar una de
ellas como "categoría más fundamental" que la otra. Aquí existen indicios de aquel viejo

rían", en Sewell, Logics of History: Social Theory and Social Transformation, Chicago, 2005, pp. 53-63.
Véanse también los ensayos de George Steinmetz: "Scientific Authority and the Transition to Post-Fordism:
The Plausibility of Positivism in U.S. Sociology since 1945", en Steinmetz (ed.). The Politics of Method in the
Human Sciences: Positivism and Its Epistemologica! Others, Durham, 2005, pp. 275-323; "The Epistemologi
ca! Unconscious of U.S. and the Transition to Post-Fordism:
Sociology The Case of Historical Sociology", en
Julia Adams, Elisabeth y Ann Shola Orloff (eds.), Remaking Modernity: Politics, History, and So
S. Clemens
ciology, Durham, 2005, pp. 109-157; "Regulation Theory. Post-Marxism, and the New Social Movements",
Comparative Studies in Society and History, 36 (1994), pp. 176-212.
12 Véanse David Harvey, The Condition of Postmodernity, Oxford, 1990; y Fredric Jameson, Postmod
ernism; or, The Cultural Logic of Late Capitalism, Durham, 1991. 137

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síndrome de la "última instancia" de la causalidad estructural, cuyas implicaciones ensom
brecen mi propio rechazo a emprender la clase de análisis macrosocial explicativo de los
cambios en las ideas de los historiadores que Sewell recomienda. Como el propio Sewell
reconoce, los legados políticos y culturales de 1945 estuvieron también asociados a tradi
ciones con un éxito y resistencia extraordinarios de la política colectivista centrada en la
clase, cuya cohesión y búsqueda comenzó a disminuir durante las décadas de 1960 y 1970
bajo el impacto de lo que ambos podríamos denominar transición postfordista. Pero segu
ramente resulte difícil abstraer de los comentarios deliberadamente escuetos de mi libro
cualquier falta de interés por mi parte hacia la estructura general del capitalismo. Por el
contrario, no estoy seguro de qué otra manera puede Sewell conceptualizar las posibilida
des de la política sino por las formas de acción colectiva para las cuales los conceptos de
clase siguen siendo uno de los medios necesarios de teorización. El que yo haga hincapié
en la importancia de la clase en este contexto no quiere decir que asigne menos eficacia a
la "acumulación interminable de capital" y a sus cambiantes "configuraciones del poder
político, relaciones espaciales, luchas de clase, formas intelectuales, tecnología y sistemas
de regulación económica". Por el contrario, me parece que ambos terrenos se convierten
en esenciales para cualquier marco viable de análisis a escala social: no sólo las reconfigu
raciones del capitalismo tal como las presenta Sewell, sino también las bases de la acción
organizada y colectiva dentro de la sociedad, a las cuales la dinámica cambiante de la for
mación de clases proporciona un punto clave de partida. Como Nield y yo argumentamos
en The future of class in history, nuestro conocimiento de todas las formas actuales de re
hacer la clase serán vitales para nuestra eficacia a la hora de vivir en el imaginario social
más reciente del capitalismo.
No obstante, aquí existe una cuestión más de fondo. Mis críticos inciden acertada
mente en mi insistencia acerca de que "en realidad no hay necesidad de elegir entre histo
ria social e historia cultural" (181). Dicha insistencia tenía dos propósitos: uno estratégico,
en el sentido de que yo abogaba por la posibilidad de entablar una conversación fructífera
entre diferencias en ocasiones insalvables, aunque mutuamente respetuosas; y otro más

específicamente historiográfico, en el sentido de que he señalado el éxito creciente del tra

bajo histórico que transciende a las subespecialidades y demarcaciones anteriores de la


disciplina. He utilizado el término "nuevas hibridaciones" para describir las formas resul
tantes.13 Sin embargo, ni a Sewell ni a Spiegel les agrada esta postura. Consideran mi re
chazo a elegir como falta de claridad, comprensión "débil" o mal desarrollada de la teoría,
falta de ambición y retorno a los malos hábitos antiguos de los historiadores de confiar en
las virtudes del trabajo empírico imaginativo y de limitarse a "salir del paso". A continua
ción, Sewell lanza sus propuestas de manera que la elección queda bastante clara después
de todo: enfrentarse a las dificultades teóricas en lugar de evitarlas, hacer el trabajo duro
de la teoría en lugar de circunscribirse a adoptar una pose y seguir tomándose en serio la
teoría en lugar de "dejarla a un lado y de desarrollar una gran variedad de trabajos empiri

13 A Crooked
Line, p. 201. Aunque mi afirmación se recreaba en la redundancia creciente de las divisiones
tradicionales de la disciplina en regiones discretas de estudio (como la historia social y la cultural), Sewell ha
deducido que, para mí, la "hibridación" era la característica decisiva y digna de elogio específica de la "nueva
historia cultural". Pero lo que realmente escribí fue esto: en la década de 1990, muchos antiguos historiadores
sociales "se movían cada vez con más libertad a través de las viejas distinciones entre lo social, lo cultural, lo
político, lo intelectual, etc., lo cual ha permitido la formación de nuevas hibridaciones". La diferencia entre
nuestras dos versiones es bastante significativa. Por hibridación me refería en este contexto
a estudios que es
pecíficamente rechazan una división polarizada entre lo "social" y lo "cultural", proyectando sobre temas re
conociblemente sociales y políticos una analítica cultural, respondiendo a las provocaciones de la teoría cultural
y basándolos en la variedad de fuentes y de contextos interpretativos más densos e imaginativos posibles". En
este sentido, argumenté que la oposición categórica entre "social" y "cultural" debía considerarse innecesaria y
138 errónea.

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cos interesantes". Pero he de insistir en que las alternativas no son "teoría" frente a "no

teoría". Tal vez mi conclusión no proporcione una perspectiva teórica plenamente elabora

da del tipo que le agrada a Sewell, y que el capítulo final de su reciente libro muestra de
una forma tan impresionante. Pero dentro de las muchas particularidades de sus debates,
Una línea torcida está, empero, saturado de teoría. Mi decisión de no aglutinar esto de for
ma programática al final del libro como mandato para el futuro fue deliberada. Por un lado
no quería sobrecargar el texto, y, por otro, pretendía, como he dicho antes, ser fiel a mi

propósito conciliador, es decir, abstenerme de insistir en las virtudes superiores de "una


forma autorizadora de teoría frente a otra". Sin duda tengo mis preferencias, que, lejos de
haber sido desarrolladas débilmente, se exponen con bastante claridad en mi libro. Pero
también pienso, por principios, que ningún conjunto de teorías y metodologías puede dar
respuesta a todas y cada una de las preguntas que los historiadores están ahora tratando de

formular.
Esto es lo que quiero decir en el libro al hablar de la necesidad de un "pluralismo bá
sico"; en otras palabras, no se trata exactamente del eclecticismo insulso y de la evitación
de los debates teóricos que preocupan a Gabrielle Spiegel, sino más bien del reconoci
miento de que existen distintas formas de entender el mundo y ninguna de ellas suficiente
para cada propósito analítico o interpretativo posible. Por supuesto, también existe siem
pre una dimensión biográfica. Buena parte se basa en nuestras circunstancias en cuanto a

origen, generación, formación académica y cultural, coyuntura política, etcétera. Cada uno
de nosotros se mete en el río o se sube al tren en distintos puntos del camino, generalmen
te con diversos destinos en mente (o distintas ideas sobre cómo puede ser el destino), per
diendo tramos anteriores del recorrido que para otros han sido la parte realmente formati
va. La explicación que ofrece Spiegel del trasfondo fenomenològico de las desviaciones
marxistas estructuralistas de las décadas de 1960 y 1970 (que es donde mi biografía se ha 139

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subido al tren) resulta extremadamente útil. También lo es su agudísima percepción de lo
que muchos críticos actuales tratan de idear en respuesta a las consecuencias e insuficien
cias del giro cultural. No obstante, lo cual es comprensible, su punto de vista centrado en
los actores y su planteamiento neofenomenológico parecen más adecuados para la clase de
historia que prefiere, principalmente de carácter intelectual y cultural, menos preocupada,
por ejemplo, por la formación de estados, los movimientos sociales, la política de la ac
ción colectiva y otras áreas sobre las que pueden proyectarse otros puntos de vista. Su pro
puesta resulta mucho menos útil para la problemática macrosocial de William Sewell o
para atender al llamamiento de Manu Goswami en favor de nuevas historias del capitalis
mo comparativo. Pero todos tenemos nuestros gustos, y para cada tipo de pregunta habrá

que recurrir a un tipo de teoría.14 ¿Quién puede decir realmente que una tradición es "me
jor" que otra? ¿La Escuela de Francfort o el marxismo postalthusseriano? ¿Gramsci o la
fenomenología? ¿Habermas o Foucault? Así planteadas, las preguntas resultan absurdas.

Tengo grandes preferencias hacia ciertas clases de teorías sobre otras en función de los ti
pos de preguntas que quiero formular. Pero el hecho de que algunos de mis colegas man
tengan puntos de vista coherentes pero distintos acerca de diversas clases de preguntas no
debe ser obstáculopara buscar importantes modalidades de colaboración. No puedo ima
ginarme que Spiegel o Sewell discrepen, y, sin embargo, se trata de los términos en los
que se ha hecho mi llamamiento: coexistencia mutuamente respetuosa, creación de coali
ciones e intercambio intelectual razonado.
Por tanto, Spiegel está en lo cierto cuando se pregunta si el pluralismo metodológico y
epistemológico puede ser "una postura genuinamente teórica". Pero al proponerlo no era mi
intención eludir opciones difíciles. Tampoco era la clase de eclecticismo que alegremente
pretende otorgar a cada uno su parte. El "pluralismo básico" de Una línea torcida tiene más

que ver con la política de la colaboración intelectual a través del respeto de las diferencias:
diferencias de perspectiva teórica, de epistemología, de biografía intelectual, de proyecto.
Independientemente del rigor con el que expliquemos nuestras posturas, esas diferencias

siempre seguirán ahí. Algunos colegas pensadores extraordinariamente originales e inteli

gentes tal vez deseen dedicarse a proyectos a través de formas de investigación con plan
teamientos metodológicos y marcos teóricos que consideramos profundamente equivocados,
teóricamente antitéticos con nuestras bases preferidas y epistemológicamente endebles. Sin

embargo, eso no implica necesariamente que no podamos entrar en una conversación fructí

fera, que no podamos establecer importantes colaboraciones en diversos niveles instituciona


les e intelectuales y que no podamos encontrar enemigos comunes. Deberá admitirse de in
mediato que ello tampoco nos evita la necesidad de ser claros y coherentes en nuestros

puntos de vista preferidos.15 Martin Jay expresa este principio con su generosidad caracte
rística:

[...] cualquier análisis dado, si se realiza con exige alternativas


sinceridad, a él. Todo enfoque parti
cular, ya sea hermenéutico, teórico, narrativo o empírico, resultará en último término inadecuado.
Se llegará a un punto en el que no podrá hacer justicia a la complejidad de los fenómenos. Lo que se
necesita en realidad es una forma sagaz de pasar de un modo de análisis a otro sin esperar que sean

14
Igualmente, estas preferencias nos pueden volver menos pacientes con los puntos de partida que otros
utilizan para sus distintos tipos de trabajos. Por tanto, simplemente éste no es el caso (al contrario de lo que
opina Spiegel) de que una "historia social con fundamento empírico" o el reconocimiento de la importancia de
las estructuras "revierta implícitamente en ese 'noble sueño' de una base objetiva para la investigación histó
rica".
15 Y desde
luego esto no implica aversión a los conflictos, oposición generalizada a un intercambio con
trovertido fructífero ni rechazo a afrontar verdaderas diferencias y discrepancias cuando surgen. También con
140 stituyen límites para posibles colaboraciones.

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necesariamente coherentes de manera definitiva. En este sentido, la imagen de un campo de fuerzas
o de una constelación, que tan útil me ha resultado en mi trabajo, refleja la inagotable variedad de
nuestra relación con el mundo mejor que cualquier planteamiento individual unificado.16

Por último, si tengo menos que decir acerca del comentario de Manu Goswami es por

que comparto su sensación de reducción de la perspectiva en la aparente incapacidad de la

nueva historia cultural para el pensamiento "orientado hacia el futuro", es decir, su aparente
rechazo a reiterar el compromiso anterior de la historia social con una visión de la transfor
mación social que pueda a un tiempo enmarcar el esfuerzo de apropiarse del pasado y por
otro de abrir "la perspectiva de un futuro radicalmente distinto". Una visión así debería te
ner "potencial para mediar entre el pasado y el presente, lo actual y lo posible". Esto es
congruente con lo que argumento al principio y al final del libro. Sin embargo, si mi debate
hace más hincapié en el "espacio de experiencia", Goswami acertadamente destaca la im
portancia también del "horizonte de expectativas" (invocando el pareado conceptual de
Reinhart Koselleck), y se lamenta de que los historiadores culturales parezcan tan poco in
teresados en dar forma a sus proyectos por medio de una concepción radicalmente transfor

madora de un futuro que se encuentra en cualquier lugar más allá de las actuales hegemo
nías de un presente neoliberal en desarrollo permanente.17 Buena parte de esas críticas

parecen justificadas. Sin duda veo como "las premisas organizativas de la historia cultural"
que Goswami enumera como "contingencia, rupturas episódicas surgidas de contradiccio
nes sociales inmanentes, indecisión, diferencia, fragmentación" pueden fomentar un retro
ceso con respecto al análisis de la "sociedad completa". Como se argumenta en Una línea
torcida, esto ha sido expresión no sólo de un ajuste pragmático al presente histórico, sino a
menudo de una elección consciente en un momento de terrible derrota y decepción, cuando
la destructividad y el agotamiento demostrados de los proyectos a gran escala para rehacer

el mundo social parecían reconstruir a pequeña escala la única trayectoria ética viable.18
Como dice Goswami, las historias social y cultural han mantenido distintas formas de sub
jetividad política en ese sentido. Yo también soy consciente de la fuerza de su crítica más
específica sobre el "giro postgramsciano" en los estudios subordinados.
Estos aspectos del debate extremadamente lúcido de Goswami me devuelven al punto

de partida de esta respuesta. Si conservo el optimismo sobre la posibilidad de reactivar


ciertos tipos de diálogo más allá de las divisiones de diferencias historiográficas anterio
res, entonces mi sensación de peligrosidad política actual también mantiene su premura, es
decir, la sensación de no estar seguro ya de dónde seguir encontrando fundamentos para el

optimismo de cara al futuro en cuanto a la dirección del cambio en el mundo capitalista


Así pues, para mí, parte de la historia intelectual del presente debe mostrar no
imperante.
sólo cierto grado de autoconsciencia política en todos los sentidos antes mencionados, sino

también, en primer lugar, una disposición a explorar las condiciones materiales o estructu

16 J. Goodman, "Dream Kitsch and the Debris of History: An Interview with Martin Jay", Jour
Douglas
nal of Consumer Culture, 3 (2003), p. 119.
17 Véase Reinhart of Experience' and 'Horizon of Expectation': Two Historical Ca
Koselleck, "'Space
tegories", en Koselleck, Futures Past: On the Semantics of Historical Time, Cambridge, 1985, pp. 255-276;
también David Scott, Conscripts of Modernity: The Tragedy of Colonial Enlightenment, Durham, 2004, pá
ginas 23-57.
18 Debo decir que aquí hablo de una manera bastante específica sobre la experiencia de la Izquierda en el
Occidente euronorteamericano, delimitación que se ha señalado de forma repetida y explícita también a lo largo
del texto de A Crooked Line. Igualmente, veo el abandono del análisis de la "sociedad completa" durante la dé
cada de 1980 como específicamente característico de los historiadores que trabajan en y sobre Occidente,
aunque sin duda existen casos análogos en otros lugares. He tratado de hacer hincapié en estas peculiaridades a
lo largo del libro, excluyendo deliberadamente las obras escritas desde "un punto de vista extraeuropeo" (197).
No obstante, agradezco mucho el recordatorio de Goswami. 141

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rales de posibilidad que ayude a dar sentido a un giro tan generalizado hacia la historia
cultural a lo largo de muy diversos campos durante las dos últimas décadas. En esos térmi
nos sin duda coincido con cierta versión del proyecto descrito por Sewell. De lo contrario,
como argumenta admirablemente Goswami, la historia cultural no puede ofrecer más que
un relato incompleto "de su propio advenimiento y eco mundial". Por mediado y complejo
que sea, "sólo un marco en sintonía con el intercambio dinámico entre las transformacio
nes sociales y las categorías de percepción" podría contribuir a fundamentar los logros de
la historia cultural de la manera más generativa. Sin embargo, sólo ahora y precisamente
porque se ha producido el giro cultural podemos empezar a centrarnos en estos campos
contextúales más amplios, en estas "nuevas historias de la sociedad" a las que he invocado
al final de mi libro o en aquellas "formas de la totalización histórica" que, según la des
cripción de Goswami, han tenido que rechazar primero los historiadores culturales.19 Ca
bría decir que, si escribimos nuestras propias historias, lo hacemos aprovechando plantea
mientos teóricos, tipos de metodología y apoyos historiográficos generales que no siempre
son de nuestra elección. Es más, sólo nos planteamos aquellas preguntas que sabemos que
necesitan una respuesta.
Sin embargo, discrepo en cuanto a que los historiadores culturales en general "o bien
celebran abiertamente o reflejan de manera acritica la ausencia de una alternativa sistèmi
ca a las formas sociales y políticas predominantes del presente". A pesar de que el giro
cultural en ocasiones impide escribir nuevas historias de la sociedad, hablar lisa y llana
mente de "las barreras del culturalismo" me parece llevar la polémica demasiado lejos.
Los matices son importantes. Mi intención no ha sido "celebrar la historia cultural con
temporánea" ni "respaldarla" en general. Pero tampoco veo que el terreno que ha dejado el
giro cultural sea meramente un "bazar amorfo" en el que los historiadores más jóvenes lo
único que pueden hacer es "salir del paso" (Sewell).20 Tal como argumenta mi libro, el
giro para huir de los marxismos, los materialismos y las ambiciones macrohistóricas ha re
gistrado una crisis real en esas formas de entendimiento, del mismo modo que el giro ha
cia diversas clases de culturalismos ha permitido alcanzar soluciones y beneficios reales.
Cuando digo que la historia social "simplemente ya no es utilizable", me refiero obvia
mente a la "historia social" "tal como era en su proyecto original", lo cual no significa que
no vea ninguna forma recuperable de análisis social.21 Despojada de las primeras expecta
tivas, pero incorporando todo lo que podamos aprender a través del giro cultural, sin duda
se escribirán nuevas historias de lo social. Pero, igualmente, aunque defienda las aporta
ciones de la historia cultural a través de los ejemplos extraídos de la obra de Carolyn
Steedman, eso no significa que crea que todo lo relacionado con ella se pueda aceptar de
forma "acritica". Sentémonos juntos a pensar en las maneras (con mayor o menor calado)
de aglutinar fructíferamente estos distintos proyectos. En beneficio de esa conversación,
resulta importante precisamente que no se nos obligue a elegir.

Traducción de Patricia Muñoz

19 En cuantoa rai reciente intento de abordar este proyecto, véase Geoff Eley, "Historicizing the Global,
Politicizing Capital: Giving the Present a Name", History Workshop Journal, 63 (2007), pp. 154-188.
20 El comentario de Sewell
representa una grave injusticia hacia los historiadores jóvenes.
21 Véase A Crooked
Line, p. 189. A continuación cito los términos de aquel proyecto original: "Su co
herencia derivada de la soberanía de las determinaciones sociales dentro de un paradigma materialista de totali
142 da social seguro de sí mismo y basado en la primacía de clase".

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