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El autismo y su configuración

Diego Moreira

En el texto que sigue presentaré una descripción de los problemas, que


plantea la clínica, del autismo precoz. También voy a relatar un fragmento de
material que, corresponde a un trabajo de supervisión y, tiende a expresar e
ilustrar la particular manera de no-constitución o desconstitución de la
subjetividad, como resultado de la supresión duradera de la conciencia refleja,
íntimamente ligada a un proceso de estancamiento pulsional.
En los inicios de la década del "40", Leo Kanner, llamó a este síndrome
"autismo infantil precoz". Al mismo tiempo que este autor realizaba sus
investigaciones, Hans Asperger, en forma autónoma, efectuaba descripciones
en algunos aspectos similares. Antes de los registros y diferenciaciones de
Kanner, estos niños eran considerados y ubicados como retrasados mentales, o
bien, como afectados por un cierto desequilibrio emocional, que nunca
terminaba de ser especificado. Y si bien el retraso y la inestabilidad suelen
asociarse al autismo, indudablemente, se trata de una problemática diversa.
Esta configuración es denominada: trastorno autista por el DSM. IV y autismo
infantil por el CIE-10.
El termino "autismo" fue utilizado, por Bleuler en 1911, para referirse a los
movimientos del pensar que sostienen algunas manifestaciones de la
esquizofrenia. Aquí, es pertinente discriminar descriptivamente las
retracciones autísticas de la psicosis infantil del autismo precoz. Los pequeños
psicóticos, a diferencia de los autistas, acceden a una mayor riqueza en su vida
anímica, que se puede inferir del refinamiento de sus manifestaciones, tales
como alucinaciones visuales o acústicas, delirios, expresiones bizarras,
neologismos, lenguaje hipocondríaco, entre otras. El niño autista, por el
contrario, no suele responder, en los casos mas graves, a los estímulos
verbales, en otros, sólo puede acceder al significado literal de una frase. En
ocasiones se ensamblan el autismo con la psicosis, tal el caso de Dick,
publicado por Melani Klein en 1930 ["The importance of symbol formation In
the development of the ego”], el pequeño presentaba un fragmento psicótico, y
otro de carácter autista no trabajado por la autora. La producción de estos
observables [alucinaciones y delirios] requiere de la escritura preconsciente de
ciertos argumentos de los cuales carece el autista.
También es necesario diferenciar el autismo de otras patologías, que
poseen manifestaciones, que coinciden en ciertos aspectos como: el trastorno
de Heller, el síndrome de Asperger, y el síndrome de Rett. Este último
trastorno, fue descrito por primera vez en 1965 y hasta el momento, sólo se lo
ha registrado en niñas: El desarrollo es aparentemente normal, hasta un
período que se extiende aproximadamente de los 6 a los 18 meses, luego llega
un período de detención donde las pequeñas ya no pueden apelar a sus manos
de manera voluntaria, cobran privilegio movimiento manuales de carácter
repetitivo y constante. Suele estar asociado al retraso mental grave o profundo.
El trastorno de Asperger se caracteriza por una alteración importante de los
vínculos sociales, a la par que los intereses, actividades y comportamientos
del niño tienen un carácter repetitivo y restrictivo como el giro o
movimiento de las manos. A diferencia del autismo, el pequeño puede
construir frases verbales sin alteraciones significativas, pero presenta
perturbaciones del lenguaje gestual. Tampoco los actos del pensar
cognoscitivo son perturbados de manera importante.

Por otra parte, desde un punto de vista descriptivo se ha considerado,


en el autismo, tres manifestaciones patológicas de carácter esencial: a] carecen
de la posibilidad de establecer vínculos sociales, b] se retrasan en la expresión
verbal, a veces son mudos o ecolálicos, c] apelan a rituales y exteriorizaciones
compulsivas y estereotipadas [Rutter (1979)]. Esta patología tiene una
incidencia 4 o 5 veces mayor en varones que en mujeres. En el mutismo
selectivo en cambio, el desarrollo del lenguaje y la comunicación es adecuado,
aunque sólo se lo exteriorice en contextos específicos.
El autismo suele asociarse a diversas problemáticas, como la sordera,
por lo que es necesaria una estricta evaluación diferencial y verificar, en estos
casos, el funcionamiento auditivo del niño. En alguna ocasión puede coexistir
con el síndrome de Down, su diferenciación en principio se puede realizar a
partir de la emergencia de un lenguaje afectivo, que en el autismo está
suprimido, también en los primeros el ver cobra privilegio sobre el mirar.
Desde luego, el diagnóstico [estructural] es imprescindible a fin de establecer
las metas del tratamiento, íntimamente ligadas a la dirección de la cura.
Antes de abordar el material clínico, voy hacer una breve referencia al
concepto de "patologías tempranas" en el que se suele incluir el autismo. En
primer lugar podemos preguntarnos, que discuten los terapeutas cuando se
refieren a estas problemáticas, un tema, sin duda, apasionante. Habitualmente
el debate apunta al orden de la manifestación clínica o del proceso de
producción de dichas exteriorizaciones. Desde un punto de vista clínico se
tiene en cuenta el momento de aparición de trastornos, síntomas, inhibiciones
o suplentes, con relación a los factores desencadenantes que activan una
estructura subyacente. Sin embargo, el psicoanálisis se ocupa
fundamentalmente del proceso de producción, mediante las consideraciones
que nos brinda la metapsicología. Al respecto, puedo decir que el instrumento
psíquico y su función la vida anímica, se desarrolla y degrada en una
temporalidad determinada, lo que permite que el tiempo tenga una dirección, a
la que se suele hacer referencia con el nombre de flecha psicológica del
tiempo. En este sentido, cuando nos ocupamos del sujeto en su devenir
dialéctico, nos encontramos que se complejiza, envejece y muere en una
misma dirección. Así lo patológico, admite la denominación de procesos
tempranos [anticipatorios] o tardíos con relación a la dirección que la
temporalidad ha adquirido. En este sentido lo temprano podría coincidir con
procesos ontogenéticamente menos diferenciados.
La temporalidad en su unidad puede ser descompuesta en momentos
lógicos y cronológicos. Estos últimos se encuentran cercanos al equilibrio y se
hallan enlazados a los lógicos, en sus proximidades se desarrollan los procesos
anímicos que nos interesan. Cuando esto no ocurre, la patología suele cobrar
eficacia tempranamente, anticipando el predominio de los procesos
cronológicos, en los cuales prevalece el equilibrio, es decir la muerte psíquica.
Los períodos y/o fases anímicas en proceso de formación poseen
además un momento de inicio y otro de finalización, caracterizados por una
cierta inestabilidad, lo que demarca fronteras entre las cuales se despliega el
proceso de lectura y reescritura, dicho de otro modo, entre ambas fronteras se
desarrolla una traducción de lo inscripto anímicamente a la lógica de la nueva
época (Freud, 1950a). Lo temprano en estos casos funcionaría como una
especie de anticipación, que obstaculiza el devenir dialéctico entre el inicio y
la finalización de los procesos, y por lo tanto la no-constitución y/o
degradación de los procesos intrapsíquicos de lectura y escritura. El tiempo
interno, del cual estamos hablando, goza de cierta autonomía del tiempo
externo e implica un ritmo singular que se enlaza a aceleraciones y
disminuciones de la velocidad en los procesos de constitución de lo anímico,
en este sentido, lo temprano también implicaría el predominio de los procesos
de aceleración.

Material clínico

Ahora, presentaré a Pedro Agradezco al Lic. J. M. Rembado, la facilitación de fragmentos de


material clínico..
Nació en La Plata en 1990. Tenía el pelo negro, sus ojos no
miraban, no se les veía el color, de aspecto extremadamente frágil. Al inicio
del tratamiento, su madre, Verónica de 26 años, afirmó que "lo tuvo" el 3 de
agosto, su padre, Juan de 32, el 6 de abril. Apelando a expresiones sarcásticas
y a otros actos del hablar indirectos, los progenitores suelen discutir por los 4
meses de diferencia. Su conversación no estaba dominada por la problemática
de su hijo, sino más bien, por una extraña pasión por cifras que desconcierta a
sus interlocutores. La madre [ama de casa], comentó que "Pedro es sólo una
pesadilla que consume los ahorros y propiedades". Luego alzó la voz y en tono
imperioso agregó: "Cuando lo acunaba se me apagó la visión por un instante".
Al volver en sí, se encontró con el pequeño caído a su lado. "En casa Pedro
destruye todo, en ocasiones orina y hace caca en cualquier lugar, yo me enojo
mucho, le grito y a veces lo sacudo, intentando que se quede en su cama, al
menos para que no moleste". El padre, es técnico electro-acústico. Trabaja en
una fábrica de artefactos de audio. Durante los primeros 40 días de vida de
Pedro tuvo que viajar por "razones de trabajo". Su hermano Gaston, de 6 años
cursa preescolar. Según su madre es "perfectamente normal".
Los padres solicitan una entrevista, luego de varios tratamientos psicológicos
que habían sido interrumpidos por repetidas mudanzas de su lugar de
residencia. La información que ellos suministran es sumamente pobre y
enigmática al igual que su propuesta vital. Los nexos de sus comentarios la
mayoría de las veces se encuentran desgarrados y fragmentados.
Alrededor de los 2 años, Pedro llegó a proferir algunas palabras como "nene",
"papá", "agua". Se desempeñó en cuanto a su motricidad, según el decir de la
madre "de una manera adecuada a su edad". Pero luego del nacimiento de su
hermano dejó de hacerlo, recurriendo a sonidos guturales y gritos o bien a
silencios prolongados. Es interesante precisar que mientras el niño psicótico
interroga, cuando habla, la subjetividad del otro, en el autista, la producción
acústica está inmersa en la alteración interior, más precisamente en un fracaso
de esta lógica. También en esta época, comenzó a sufrir crisis de sudoración,
movimientos de aleteo, balanceo, auto-golpes y dificultades respiratorias,
perdiendo la mayor parte de las adquisiciones que había logrado.
Los estudios neurológicos no presentaron alteraciones patológicas. Pedro
recibió simultáneamente tratamiento psicológico, fonoaudiológico y
diferencial, a la par que los padres iniciaron terapia individual pero no
aceptaron la asistencia familiar.

Fragmentos de sesión

Pedro llega a sesión, traído por su madre, sudando copiosamente (se trata de
una especie de ataque que le ocurre a diario). Recordemos que el inicio de esta
manifestación se enlaza al nacimiento de su hermano y a la emergencia del
lenguaje, que han precipitado la economía pulsional del niño en un cierto
desequilibrio.
Se saca el pullover y la camisa. Luego se coloca el primero directamente
sobre la piel; se quita las zapatillas y las medias para luego ponerse las
zapatillas sin las medias, ubicando los cordones de cualquier manera. Se
encuentra como desconectado, no mira ni escucha al terapeuta, permanece
callado, inclaudicable en su silencio, parece que no siente nada. Esta actitud se
acompaña de movimientos particulares de los ojos (los intenta girar y
parpadea continuamente). Conserva esta posición durante mucho tiempo. Al
rato toma una pelusa del piso y la deja caer.
La táctica del terapeuta se centra, en la igualación de los ritmos del paciente.
Por ejemplo, el movimiento de la pelusa y la búsqueda de ritmos sustitutivos,
modificando el tiempo de caída del objeto. El niño, no profiere palabras, sólo
algunos sonidos guturales, gruñidos y ademanes no siempre entendibles.
Luego, toma un pedacito de madera, la hace girar y girar. El terapeuta le
ofrece una silla y luego una hamaca que el rechaza con un gruñido, mientras
continua haciendo rotar su madera.
Estas rutinas de girar objetos a veces son interrumpidas por el propio Pedro,
para ser sustituidas por intentos de ocultarse detrás de una puerta sin
reaparecer (tenía que ser buscado por el terapeuta, quien lo encontraba
jugando a rasparse la mano sobre el piso). Luego de varios meses pudo
establecer una cierta secuencia de ausencia-presencia de la cual disfrutaba
(solía ocultarse detrás de una puerta y luego reaparecía).
En otra sesión, evita la mirada y toma el cuerpo del terapeuta intentado
amoldarlo al suyo. Luego, coloca sus manos sobre su pecho y trata de frenar
su respiración (se aprieta y retiene el aire, esta actividad suele ser frecuente).
Un tanto aturdido y jadeante entra en un estado de suma quietud, de
inmovilidad. En esta posición puede permanecer mucho tiempo. El terapeuta
espeja su jadeo, lo imita, y Pedro comienza a desplazarse continuamente de un
lugar a otro y a girar (hiperactividad). Camina con mucha inestabilidad,
totalmente desconectado del otro, para salir corriendo de la sala gritando
desordenadamente. Cuando encuentra un objeto duro lo hace rotar.
Al finalizar la sesión, toma una pelota y trata de arrojarla por una claraboya.
Cuando acierta, sonríe ampliamente, aunque la mayoría de las veces su
dirección e intensidad no es la mas adecuada. Por ejemplo, si está cerca tira
fuerte y si esta lejos la arroja despacio. Se retira gruñendo.
En otra de las sesiones, trata de introducirse debajo del escritorio hasta que su
cuerpo, queda aprisionado sin poder moverse (estas situaciones suelen
repetirse). En determinado momento escapa de la sala, encontrándose con otro
niño, al cual por momentos lo abraza apretándolo como si fuera un muñeco.
Luego retorna a la sala [en realidad lo trae el terapeuta] trata de sentarse pero
golpea su cabeza en el respaldar. Pedro se ubica en la misma posición y golpea
nuevamente su cabeza, quedándose como paralizado durante largo rato. El
terapeuta: señala gestual y acústicamente donde termina su cabeza y donde
comienza el respaldo de la silla. Pedro se retira, luego toma un globo, lo toca y
lo deja caer. Se encuentra resfriado y comienza aspirar y tragar sus mocos
durante un buen rato. Luego juega con su baba. Trata de hacer un barquito de
papel sin conseguirlo. Al dirigirse al baño cae y se golpea, a continuación va a
la sala y comienza a golpearse en las costillas, luego corre de un extremo al
otro de la sala, se tira al suelo llorando, emitiendo sonidos incomprensibles,
para terminar trepándose a una silla, de la cual se arroja como si su cuerpo
fuese una cosa, profiriendo gritos y gruñidos. Trata de utilizar la silla para
alcanzar una rejilla y al ser detenido por el terapeuta, se enfurece y trata de
golpearlo.
En determinado momento de la sesión siguiente, acerca la silla a una rejilla de
metal de bordes cortantes, se trepa rápidamente y comienza a pasar la palma
de su mano, la cual empieza a sangrar. El terapeuta lo retira. En ese momento
llega su madre, que al verlo con sangre exclama "¡que bien que pinta!". Ante
la indiferencia de la mirada de Pedro, que no da muestras de sufrimiento el
terapeuta dice: "debes sentir mucho dolor" mientras procede a ayudarlo con su
mano herida.
Al día siguiente, Pedro llega a una nueva sala desprovista de elementos
peligrosos y se pone a arrojar objetos con mucha satisfacción de un lugar a
otro, los tira en un lugar donde una vez arrojados los pierde de vista, a la par
que comienza a ulular durante un largo rato. También sujeta un balde a una
soga; al tirar de ella recupera el objeto. Varias veces lo aleja de sí para luego
recuperarlo, hasta que finalmente lo deja tirado. Pedro comienza a mover
circularmente sus brazos. El terapeuta imita sus movimientos y su ritmo, para
luego introducir ligeras variaciones.
En otra sesión se dedica por completo a abrir y cerrar la puerta del baño y a
ocultar y ver la traba de la puerta, sin proferir sonidos con una cierta expresión
de satisfacción en su rostro.
Con el progreso del tratamiento, logra recurrir a juegos de encastre. Al
principio, arroja los elementos enojado al no poder unirlos, luego cuando lo
consigue se enfurece y al terminar destroza lo realizado. En otro momento si
se le nombraba lo que había hecho, por ejemplo el terapeuta le decía "un tren"
y ya no lo rompía, profiriendo los sonidos "da-da". También se observaron
otras variaciones significativas: fue incrementando los sonidos, privilegiando
ya no sólo sonidos guturales, sino también palatales y labiales, llegando a
articular ciertas sílabas, [habitualmente tres] y palabras como "mamá", "papá",
"chiche", "agua,". Su lenguaje gestual pudo ser entendido por el terapeuta.

Consideraciones clínicas y teóricas

Paso al análisis de los procedimientos patológicos de Pedro y su grupo


familiar. Voy a comenzar tomando, según nos aconseja Freud en nota al pie
del "Hombre de las ratas", los primeros fragmentos de sesión. Pedro, es "traído
por su madre sudando copiosamente". Por simultaneidad se encuentra
enlazada esta crisis de sudoración y otras manifestaciones con el nacimiento
de su hermano, pero también con la emergencia del lenguaje que se expresa en
términos como "nene", "papá", "agua". Considero que estos dos elementos han
generado en el paciente desprendimientos de afecto [envidia] de carácter
irrefrenable, que han agobiado el tono afectivo. Recordemos que el afecto se
puede descomponer en tres elementos, el proceso de descarga, la percepción y
el matiz afectivo. Este último factor es lo más propiamente anímico del afecto.
El arrasamiento de la cualidad afectiva, implica la activación de una defensa
como la desestimación, cuya eficacia sólo permite conservar dos elementos
del afecto: los movimientos de la descarga en la sudoración y la percepción de
la misma. De manera similar aparecen otros movimientos sustitutivos [aleteos
y balanceos], por los cuales se drenan las investiduras libidinales no
cualificadas.
Cabe agregar entonces, que el destino del tono afectivo, configurado ante el
lenguaje y sus implicancias como factor desencadenante, es su borramiento o
supresión, principalmente cuando los procesos internos acceden a una
intensidad (y aceleración) tal que desbordan la vida anímica de Pedro, lo que
determina que la pulsión adquiera un carácter tóxico. Un grado mayor de
descomplejización implicaría no sólo el borramiento del matiz afectivo, sino
también la supresión del proceso de descarga (la sudoración), y desde luego su
percepción no sería posible.
Aclaremos, que esta abolición de la descarga sería un efecto de la activación
de la desestimación en su fundamento orgánico. Estos procesos se suelen
articular con un contexto de características tóxicas, derivado por ejemplo de
las ausencias, apagones y sacudones maternos. Recordemos que el padre no se
encontraba presente en los primeros cuarenta días de vida del niño, época en la
cual se debería haber constituido su yo real primitivo y cuya perturbación
perdura como lugar de fijación.
También, es necesario agregar la eficacia de la no-constitución de la
estimulación cenestésica vestibular, que incide directamente sobre el registro
afectivo y que deriva en el paciente en ciertas perturbaciones del equilibrio y
de la postura. En este sentido podemos decir que el contacto postural y el
acunamiento brindado por la madre, [el ambiente de sostén de Winnicott] no
se constituyen en soporte de la estimulación vestibular de Pedro, por lo que en
el autismo, el laberinto no se instaura como representación.
En cuanto al trabajo concreto, lo propioceptivo vestibular proyectado en los
objetos, puede ser uno de los primeros elementos a desplegar en el trabajo
clínico.
¿Qué sucede con el otro?
Podemos conjeturar que en el otro habitualmente escenificado en los padres,
se generarían ausencias al estilo epiléptico, donde el niño sería borrado de su
conciencia, como se desprende o se puede inferir del "apagón" de la madre de
Pedro, donde "todo quedaba a oscuras" incluyendo sin dudas a su propio hijo.
En este otro supuesto se produciría un proceso de desinvestidura de libido
narcisista y autoconservación, que generaría la expulsión en el niño de
estímulos externos e internos (pulsionales). De esta manera se obtura en el
niño toda reacción "de lucha" [Tustin, 1987]. El infante se ubica como víctima
de un choque de estímulos provenientes de otro. Entonces quizá el autista
genere, vía proyección, un epiléptico que sufre apagones o ausencias. Quiero
transcribir algunas opiniones que de alguna manera se enlazan con lo dicho
anteriormente, pero que se despliegan en el niño mismo. L. Bender describe
formas autistas con estados convulsivos progresivos. También, J.
Moiseszowicz [1988] afirma que, se consideran como muy frecuentes
perturbaciones neurológicas y epilépticas asociadas a estos cuadros. En
muchas ocasiones, la incidencia de la epilepsia en el niño autista, se relaciona
con la presencia de retardo mental. Sin embargo, es probable que la relación
autismo-epilepsia en algunos casos sea bastante específica. Alrededor de los
11 años suelen desencadenarse crisis epilépticas estrechamente ligadas a las
modificaciones en la fuente de la pulsión. Por otra parte, la incidencia
estadística de la epilepsia en la población autista es de un 25%. En Tustin
(1990) -leemos- que estos niños, en algún momento de su primera infancia "se
sintieron repelidos abruptamente por una madre a quien, por diversas
razones, habían experimentado como parte de su cuerpo. Intentaron proteger
su consiguiente desvalimiento y vulnerabilidad con la manipulación de sus
sustancias y sensaciones corporales, a fin de distraer su atención de esta
herida corporal y cerrar el paso a ulteriores aflicciones. Por esta vía, [...] se
encapsulan de una manera estática y rígida".
Hasta aquí el trabajo, en su articulación del lenguaje patológico y conceptual,
con las limitaciones propias de un texto acotado en el tiempo, pero que deja
pendiente una variedad de interrogantes a ser investigados.

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