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Derechas e izquierdas

latinoamericanas
DIEGO R. GUELAR 10/07/2009

Las cosas están cambiando en América Latina. Los golpes de Estado son inviables -ver
Honduras-, Cuba podrá regresar a la OEA, en México tendrán que negociar el PAN -partido
que controla el Ejecutivo- con el PRI -que pasa a controlar el Legislativo-. Cristina Kirchner,
en Argentina, tendrá que cogobernar (después de seis años de ejercicio omnímodo del poder
matrimonial) con un Congreso donde la oposición tendrá mayoría en ambas Cámaras.

Conservadores e izquierdistas disputarán voto a voto en Chile (Piñera versus Frei) y en


Uruguay (Mujica versus Lacalle). En Brasil, pese a la enorme popularidad del presidente
Lula, parece difícil que él pueda trasladar su carisma a la candidata de su partido, Dilma
Rousseff, y sigue sólida la precandidatura del gobernador de São Paulo, José Serra, del
PSDB.

Pese a la inestabilidad de los sistemas políticos, están firmes en sus puestos Rafael Correa
(Ecuador), Alan García (Perú), Evo Morales (Bolivia) y Fernando Lugo (Paraguay). También
se verifica una creciente estabilidad en Centroamérica y el Caribe.

Más allá de los seis o siete jefes de Estado que dicen acompañarlo, el presidente Hugo Chávez
es la voz más discordante de la región. La intolerancia y persecución hacia opositores y
prensa, las masivas estatalizaciones de empresas y la retórica violentamente anticapitalista
no parecen ser imitadas ni por sus más estrechos asociados en la región.

Por el contrario, lo que se destaca es la consolidación de una visión centrista que puede
correrse a izquierda o a derecha, pero que cada vez se parece más al modelo europeo y se
aleja del tradicional "populismo latinoamericano" que tanta confusión y desconfianza
despertaba entre propios y ajenos. Su consecuencia más funesta era la fuga de capitales y de
personal altamente cualificado. Este fenómeno sigue ocurriendo en Venezuela y Argentina,
países importantes y ricos, que deberían jugar un destacado papel en el nuevo esquema de
integración suramericana y que, por el contrario, la están paralizando con sus desatinadas
propuestas.

Pero no hay que preocuparse. La reacción de la mayoría de los países de la región frente a la
brutal crisis mundial ha sido la correcta y sus dos países rectores -México y Brasil- están
demostrando una enorme madurez para enfrentar las complejidades económicas y políticas
de estos tiempos.

La generación que se alzó contra las dictaduras militares en los setenta y se entusiasmó con
un proceso de apertura económica en los noventa se está jubilando, haciendo una síntesis de
partenariado público-privado equilibrado y alejado de las antípodas ideológicas que
caracterizaron el debate latinoamericano.

Una nueva generación de hombres y mujeres de entre 40 y 50 años se suma a la conducción


de nuestras sociedades sin la carga de los conflictos de los sesenta y setenta, y puede tomar a
los norteamericanos, los chinos o los europeos como socios para el desarrollo, a los militares
como cuadros técnicos al servicio de la sociedad civil y a empresarios y sindicalistas como
engranajes necesarios del tramado institucional.

Los más sensatos hacen menos ruido que los más desequilibrados, pero son la incuestionable
mayoría.

Los resultados de 2009 mostrarán con claridad este cambio histórico y es mi país, Argentina,
el que tiene la oportunidad de volcar la balanza para uno u otro lado.

Así, los tres países que representan a la región en el grupo de los 20 -México, Brasil y
Argentina- podrán hablar al unísono y cumplir un importante papel en la recuperación
económica universal.

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