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CULTURA

ESPAÑOLO

REVISTñ TRinESTRflL
(Antes REVISTO b E ARAGÓN)

A R T E . — S e c c i ó n dirigida por V. Lampérez y E . Tor-


mo y Aonzó, » » » » » » » » » » » » »
FILOSOFÍA. — Sección dirigida por A . Gómez Iz-
quierdo y n. Asín Palacios. » » » » » »
H I S T O R I A . — S e c c i ó n dirigida por R . Altamira y E.
Ibarra Rodríguez. » « « • « « • « « « «
L I T E R A T U R A AObERi'^lA.- Sección dirigida por R.
b. Peres y Blanca de los Ríos. « « « •
F I L O L O G Í A É H I S T O R I A L I T E R A R I A . - S e c c l ó n di-
rigida por R . /Aenéndez Pidal. « • « •
C U E S T I O N E S I N T E R N A C I O N A L E S . - S e c c i ó n diri-
gida por G . Aaura y Gamazo. « « « • •
C U E S T I O N E S PEÜAGÓGICnS. - Sección dirigida
por Juliár» Ribera. « « • « » « • • « « »

n fl b R I b
AGOSTO « n cnix
NÚnERO XV
sunnRio

Páginas.

LITERATURA MODERNA

Ho^rBNAJB Á D. TEODORO L I ÓRENTE.


La Redacción 523
La Condesa de Pardo BazAn 529
Condesa del Castellá 534
Apeles Mestres 540
Juan Maragall 543
Juan Alcover y Maspons 545
El Doctor Fausto 549
Ricardo Carreras 553
R. D. Peres 561
CRÓNICA L I T E R A R I A (Blanca de los Rios de Lampérez) 567
NOTAS (Ricardo Carreras)
B i B n o a R Á F x c A S 589

ARTE

Manuel G. Simancas-—Un paso más en el estudio del Cerro délos


Santos: Un relieve déla diosa Epona en el Museo de Murcia. 602
L A C U L T U R A A R T Í S T I C A C A T A L A N A - A R A G O N E S A DEL, S I G L O X I V .
(Elías Tormo) 611
S. GriACOMO D B G L I S P A G N O L V . M Á S O B R A S D K A R T E . (E. T.) 617

FILOSOFÍA

Juan Zaragüeta.—La Sociologia de M. G. Tarde 619


N O T A S BiBLioGRÁPiCAS:Duncdn B. Mac Donald: The religiotis
attitude and Ufe in Islam. (M. A. P.) g38
Salvador Bové: El sistema científico luliano. Ars magna. (J. Z.). 639
,E. van Biéma: L'espace et le temps chez Leibniz ct chez Kant.
Martin Knutzen. La critique de l'harmonie préétablie.—
S. Rzwuski: L'optimisme de Schopenhauer. (A. G. I.) 640 i
Minges (Dr. Parthenio), O. F. M.: Ist Duns Skotus Indetermi- \
?í¿A-¿.?(Fr. L. G., 0. H. C) 6421
F. G. G. Schelling: Sistema deU'idealismo transcende7itale. (E. D.) 644 '
Dr. G. Pécsi: Crisis der Axiome der modernen Physik. Reform '
der Natunvissenschaft. (A. G. I.) 644 •
Páginas.

F. Enriques: Les problémes de la sciencie et la logique.—G. Dwel-


siiauvers: La synthese mentale. (A. G. 1.) 645
G. Danville; La psicología del amor. (J. G. C.) 649
Ernest ilacii: La connaissance et Vtrreur. (A. G. I.) 649
Dr. Surbled: La moral del joven. —"Dr. Paul Ilartenberg;: Phy-
sionomie et caractére.—S&c. Francesco Chiesa di Monta: Tesi.
V. Cathrein: Philosopliia Moralis. — :]. de BÍQ: Philosophia
Moralis.~Fr. Juan G. Arintero: Desenvolvimiento y vitalidad
de la Iglesia. (¡. G. C.) 650
W. James: Fases del sentimiento religioso.—Yí. Hoffding: Phi-
losophie de la religión.—W. Ligeard. La théologie scolastique
et la transcendance du surnaturel. (A. G. I.) 657
P. L. Murillo: San Juan. Estudio critico-exegético sobre el cuar-
to Evangelio.—SaWaóoT Minguijón: Las luchas del periodis-
mo. — Scipio Sighele: Littérature et Criminalité. — D. Pedro
Sangro y Ros de Olano: El Museo Juan de Bloch y el movi-
miento pacifista. {\. Gi. 0.) 660
ANÁLISIS D E REVISTAS 664

HISTORIA

Ch. Ornan. — Informe referente al primer sitio de Zaragoza, por


D. Antonio Sangenís y Torres 669
REVISTA BIBLIOGKÁÍ'ICA.—Í7¿sf077rt de España.—Edad Media.
Bibliografia general; Publicación de textos inéditos; Estudios
nionogrcáftcos. (E. I. y R. y 1. R.) 682
NOTICIAS 694

FILOLOGÍA

Carolina Michaelis de Vasconcellos. —Estudos sobre o Romanceiro


peninsular 697
José de Perott.— Dos palabras más sobre las fuentes de las «No-
ches de invierno» 733

PEDAGOGÍA

Julián Ribera.—La gimnasia moral pedagógica 735

VARIA

A. Prieto Vives y J. Ribera.—Nueva tipografía árabe "ñ^


BIBLIOGRAFÍA 765
E L T E N I E N T E COKONHIL I B Á Ñ E Z M A R Í N 772
LIBROS RECIBIDOS 773
CULTURA ESPAÑOLA
(Antes REVISTA ÜE ARAGÓN)

Es revista de carácter científico, completamente desligada de todo


compromiso de partido y de todo exclusivismo de escuela. Su independen-
cia de criterio le veda solicitar ó admitir toda subvención ó apoyo de índole ofi-
cial. Su división en Secciones, perfectamente autónomas, es una mayor
garantía de independencia: cada Director es responsable de la organiza-
ción de los trabajos en su Sección respectiva; los autores, por su parte,
responden exclusivamente de sus artículos. Un ideal común mantiene
unidas á las Secciones autónomas: la investigación serena é imparcial
de la verdad científica.
En C U L T U R A E S P A Ñ O L A se dará cuenta de las obras que los autores ó
editores le remitan. Al efecto, se les ruega que las envíen directamente,
bien á los Directores, bien á los colaboradores constantes que en cada
Sección estén encargados de la especialidad determinada á que el libro
enviado se refiera. A este fin, en la siguiente lista se consignan los nom-
bres, domicilio y especial dedicación de los Directores y colaboradores.
ARTE
DuiECTOUES: V. Lampérez (Madrid, Marqués del Duero, 8).—Ellas
Tormo y lWonzó (Madrid, Plaza de San Marcial, 7).
C O L A B O R A D O R : D . Lids Tramoyeras (Museo, Valencia).

FILOSOFÍA

DIRBCTORKS: A. Gómez Izquierdo (Granada, Plaza MarianaPineda, 15),


Filosofía en general é Historia de la filosofía moderjia.-M. Asin Palacios
(Madrid, San Vicente, 56), Historia de la filosofía medieval y especial-
rnente de la árabe.
COLABORAUORES: Doctor Surbied (Paris), Información francesa.—
Emilio Dnprat (l'aris), Información inglesa é italiana.—Gensiro González
Carreno (Pontevedra), Psicología y Etica.—Juan Zaragüeta (Madrid, Se-
minario Conciliar), Sociologia.
HISTORIA

DIRECTORES: R . Altamira (Oviedo, General San Miguel, 1 v 3), Meto-


dología histórica é Historia del Derecho.—F,. Ibarra Rodrigue"^! (Zarago-
za, Indepeudencia, 32), Historia de España y especialmente la medieval.

í^i in\" fr"""'"^ y especialmente catalana.-A. Vives (Madrid, Fuenca-


m.'^ -J' ^"""«'««¿íca española y Arqueología árabe.-E. de Hinojosa
•^.irt ÁimfJ^^^anitos),. Historia del Derecho.-A. Blázquez (Ma-
drid, Almirante, 12), Geografía histórica.
LITERATURA nObERNA
D I R E C T O R E S : R . D . Peres (Barcelona; San Gervasio, Avenida del Ti-
bidabo, i8).-Blanca de los Ríos (Madrid, Marqués del Duero 8)
COLABORADORES: Ricardo Carreras (Castellón de la Plana), Novelas
^•asíeüana.v.-Teodoro Llórente (Valencia), Literatura valenciana.-S&-
vermo Aznar (Madrid, Apodaca, 5).-José Enrique Rodó, (Montevideo,
Universidad Nacional).—J. Blas Ubide (Calatayud), Literatura arago-
nesa.—Julio Caicaño (Caracas).—Estanislao Maestre (Pozas, 12, Madrid).

FILOLOGÍA E HISTORIA LITERARIA

(Madrid, Ventura Rodríguez, 21).


D I R E C T O R : E . Menéndez Pidal
A. Farinelli (Tarín, Italia, Via Moncalieri, 107), Relaciones de la lite-
ratura española con la extranjera.

CUESTIONES INTERNACIONALES

D I R E C T O R : G. Maura Gamazo (Madrid, Lealtad, 18),

CUESTIONES P E b A G Ó Q I C A S

D I R E C T O R : J . Ribera Tarrago (Madrid, Luna, 33).

C U L T U R A E S P A Ñ O L A se publicará en Madrid trimestralmente, en to-


mos de 250 páginas, que aparecerán en los meses de Febrero, Mayo,
Agosto y Noviembre.
La suscrición es por años completos, de Febrero á Febrero.

PRECIOS DE SUSCRICIÓN

E n España, año corriente 10 pesetas.


E n el extranjero, ídem 15 —
N ú m e r o suelto ó atrasado q u e n o sea II ni XII. 5 —

LA COLECCIÓN COMPLETA (1906-1908): 75 pesetas.


El pago necesariamente ha de aer adelantado. Contra los que no lo hu-
bieren efectuado el 1." de Mayo, se girará una letra á ocho días vista por
pesetas II, para los suscritores de España, Portugal y Norte de África, y
20 pesetas para los del Extranjero.
La Administración abonará 5 pesetas por el número XII de esta Re-
vista á todo el que quiera desprenderse de é l .
La Administración no responde de extravies, á menos que el suscritor pague una pe-
seta más al año; en este caso recibirá los números certificados. Los podidos- de suscrición,
avisos do cambio de domicilio de suscritores y todas las reclamaciones por deficiencias
del servicio, etc., deben hacerse directamente á la

ADMINISTRACIÓN D£ LA REVISTA: GALLE MAYOR, 3 3 , l.^-MADRID


Teléfono n ú m . 2.536.
Horas: de S á. a y de 3 á. 7-.
CüLTüRfl
ESPñÑOLfl

REVISTA TRinESTRflL
(Antes REVISTA b E ARAGÓN)

ARTE.—Sección dirigida por V. Lampérez y E. T o r


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AGOSTO ncnix
NÚnERO XV
ES PROPIEDAD

.Imprenta Ibérica, de E. Maestre, Pozas, 12.-MADR1I)


DON TKÜDOUÜ LLOKENTE
LITERflTURfl nObERNfl

TEObORO LLÓRENTE

Valencia ha entrado en una nueva y hermosa eta-


pa de su vida con una Exposición que seguramente
ha de ser de beneficiosos resultados morales, y al sur-
gir la civilizadora idea cuya acertada realización
atrae hoy todas las miradas, pronto se pensó en ren-
dir también un homenaje de respeto y de cariño al
valenciano ilustre cuyo nombre ha parecido ser, du-
rante tantos años, símbolo de la cultura y los progre-
sos de aquella región, tan simpática á todos los espa-
ñoles. Posteriormente se aplazó este justísimo home-
naje hasta el próximo mes de Octubre, para que su
importancia correspondiera mejor á los deseos de los
iniciadores y se convirtiera en una fiesta poética que
rebasara los límites de lo local; pero CULTURA ESPA-
ÑOLA, que se honra contando entre sus colaboradores
más queridos á Llórente, y que desde el primer mo-
mento acogió con aplauso el propósito de mostrar pú-
blica y solemnemente el agradecimiento que se debe
al hombre que ha consagrado su vida al amor patrio
y al culto de la literatura, no h a sabido resistir al de-
seo de adelantarse á los sucesos viniendo á recordar
524 LITERATURA MODERNA

quién es Teodoro Llórente y Olivares, cuáles son al-


gunos de los títulos que le hacen acreedor al buen
nombre de que goza y de cuantos obsequios se prepa-
ren en honor suyo. Por esto la sección de Literatura
moderna, á la cual ha prestado varias veces su va-
lioso concurso, ha tomado la iniciativa para rendirle
un modesto tributo en que la admiración y el respeto
al maestro, al patriarca de las Letras valencianas, se
confunden con el cariño al bondadoso amigo y com-
pañero.
Nació Llórente en Valencia el 7 de Enero de 1836,
siendo originario de una familia navarra que fué á
establecerse allí en el siglo xviii. Estudió en aquella
Universidad la carrera de Derecho, y aunque obtuvo
con brillantez el título, preürió al ejercicio de la abo-
gacía lanzarse de lleno en el periodismo y la litera-
tura, que ofrecían para él mayores atractivos. En 1861
se le encargó la dirección del periódico La Opinión,
que se publicaba en Valencia, y allí mismo fundó él
después otro, Lo.s Provincias, del cual no se ha sepa-
rado ya más, bien sea dirigiéndolo, bien inspirándolo
de lejos, cuando y a la edad no le ha permitido tomar
parte activa en su confección. Llórente ha sabido
siempre hermanar el periodismo, que á tantos absorbe
por completo, con el cultivo de la Poesía y con los
estudios literarios, y aunque con forzosos intervalos,
ha logrado sostener, á la vez que su reputación de
periodista influyente, la de poeta aplaudido á quien
TEODORO LLÓRENTE 525

en todas ocasiones se lia oído con gusto, con interés,


como á un verdadero maestro. Esta doble personali-
dad ha prestado mayor fuerza y prestigio á su pluma,
y le ha consagrado definitivamente en los dos aspec-
tos literario y social.
El último le ha llevado, bien puede creerse que con-
tra su volutad, á figurar en la política activa, que más
de una vez solicitó su concurso, primero por medio de
Cánovas y después de Silvela. Llórente fué diputado
á Cortes en 1891, en 1893 y en 1899, habiendo ocupa-
do un puesto en el Senado en 1898, y siendo jefe del
partido conservador en Valencia. Al fin, los atractivos
de la vida privada vencieron en él á los de la vida pú-
blica, y volvió á ser el escritor independiente que pre-
fiere á todas las influencias la que se obtiene por me-
dio de la pluma. Hoy, anciano, querido y respetado
por todos, decaído el cuerpo, pero vivísimo aún el es-
píritu, al verse libre de los cuidados de otros tiempos,
se entrega todavía con entusiasmo, y no sin cierto mo-
desto temor de que las fuerzas le falten, á lo que ha
constituido la pasión de toda su vida: el cultivo de la
literatura. Viviendo en plena campiña buena parte del
año, á la sombra de naranjos y palmeras, si rehuye
ya, dentro de lo posible, el ejercer de poeta por su
cuenta, y sólo en raras y obligadas ocasiones vuelve á,
tomar la vieja lira, recoge los versos de su juventud,
traduce ó edita los ajenos y con frecuencia salen aún
de las prensas interesantes libros que llevan su nom-
526 LITERATURA MODERNA

bre al frente, y que, en algunos casos, vienen á com-


pletar lo comenzado en ediciones anteriores ya ago-
tadas.
Llórente maneja con igual elegancia el castellano
y el valenciano; pero como poeta ha reservado el se-
gundo para lo más sentido, para lo más íntimo, para
lo más unido á la tierra en qué nació y déla cual vie-
ne á ser su poesía como espontánea florescencia. Así
ha obtenido un lugar honroso en la literatura caste-
llana, donde sus versos parecen de un clásico, y es al
mismo tiempo la figura más importante del renaci-
miento valenciano, semejante al catalán, aunque no
en todo. Del valencianismo ferviente de nuestro poeta
nadie dudará; de su españolismo claro y neto tampo-
co, y en repetidas ocasiones ha demostrado él cómo
ambos amores se unen en su alma, guiando su pluma,
ya hacia uno, ya hacia otro de los dos lenguajes que
conoce á fondo. He aquí una lista de las obras que
lleva publicadas en castellano: Poesías selectas de Víc-
tor Hugo, traducciones en verso, con prólogo de Emi-
lio Castelar (Madrid, 1860); Leyendas de oro, poesías
de los principales autores modernos, traducidas en
verso (Valencia, 1875, habiéndose hecho hasta hoy
cinco ediciones y una segunda serie que ha aparecido
recientemente); Amorosas, poesías de los principales
autores modernos, traducidas en verso (Valencia,
1876, y dos ediciones más, hechas posteriormente);
Viaje de S. M. el Rey D. Alfonso á las provincias de
TEODORO LLÓRENTE 527

Levante (Valencia, 1877); Las dos Exposiciones de Pa-


rís de 1861 y iS7§ (Valencia, 1879); Fausto, primera
parte de la tragedia de Groethe, traducción en verso
(Barcelona, 1882, y una segunda edición hecha en
l'dQb); Libro de los cantares, de Enrique Heine, tra-
ducción en verso (Barcelona, 1885, habiendo dos edi-
ciones más publicadas en la propia ciudad, la tercera
en 1908, aumentada); Valencia, sus monumentos y sus
artes, etc. (Barcelona, 1887 y 1902); Poetas franceses
del siglo XIX, traducciones en verso (Barcelona, 1906);
Versos déla juventud (Valencia, 1907). A estas obras
pueden añadirse 29 volúmenes del Almanaque de Las
Provincias, desde 1880 á 1908, que á él debe la vida
principalmente.
En cuanto á la producción poética valenciana de
Llórente, cabe estudiarla en los siguientes tomos: Lli-
bret de versos (Valencia, 1885); Nou Ilibret de versos
(Valencia, 1902); Poesíes triades (Barcelona, 1906).
Es esta última colección, como el nombre indica, una
selección de las composiciones más conocidas del au-
tor, quien las recogió para acceder á la demanda de
una casa editorial barcelonesa, que deseaba figuraran
en su biblioteca popular catalana.
Nuestro insigne colaborador y amigo ostenta los
títulos de académico correspondiente de la Lengua y
de la Historia; lo es también de la Academia de Bue-
nas Letras de Barcelona y de la de Sevilla; figura en-
tre los principales poetas del Felibrige, de Provenza;
528 LITERATURA MODERNA

es en Valencia cronista de la ciudad, académico nu-


merario de la de Nobles Artes de San Carlos, Presi-
dente de honor del Rat-Penat, etc. Ha sido condeco-
rado con las grandes cruces de Isabel la Católica y de
Alfonso XII; es caballero de la Orden de Carlos III y
Oficial de Academia, de Francia. Pero entre tantas
distinciones, sin duda que lo que él más aprecia son
los modestos títulos de poeta, de patriota, de periodis-
ta ilustre y de hombre de bien. Reciba hoy el testi-
monio de nuestra admiración, de nuestro respeto y
sincero cariño.
Teodoro Llórente.

Al saber que h a y corrientes favorables á rendir homenaje


al v a t e valenciano, acuden á mi memoria recuerdos de su
poesía, de sus versos, escuchados en la t e r r a z a de u n a casa
de campo, en plena Huerta, una noche otoñal, de calor y hu-
medad fina, sin un soplo de aire, e n t r e el perfume densamen-
te concentrado de las flores, e m p e ñ a d a s en d e m o s t r a r que es
falsa l a l e y e n d a de que en Valencia no tienen a r o m a . Teodoro
Llórente recitaba con religiosa emoción y nos la transmitía.
¿Qué c a n t a b a n sus poemas en castellano, en dialecto? L a fe de
su corazón de c r e y e n t e ; un Padrenuestro de poeta, con la unción
g r a v e m e n t e h u m a n a de la celebre Plegaria por todos, de Víc-
tor Hugo; las alegrías de su v i d a de familia, el dulzor del ho-
gar, donde h a y a r m o n í a , respeto y v e n t u r a ; las y a p a s a d a s
emociones juveniles, en que u n a m i r a d a ó u n a p a l a b r a salida
de rosados labios b a s t a n p a r a que el verso tienda sus alas de
oro; los hechizos misteriosos de la t i e r r a n a t a l , que siempre
nos p a r e c e la p r i m e r a de todas las t i e r r a s y el último retazo del
P^^aíso Y estos t e m a s sencillos, claros, n a t u r a l e s , poseían la
virtud de conmover en aquella h o r a t r a n q u i l a , bajo las afri-
canas p a l m e r a s ; y mientras el follaje obscuro de los n a r a n -
jos se aljofaraba de nocturno roclo, nuestras almas, sobresa-
t u r a d a s de poesia enfermiza, de absintios t r a s t o r n a d o r e s , su-
frían por un momento la suave influencia de la Musa, que nos
c a l m a b a y nos a d o r m e c í a en u n bienestar infinito, ó nos cau-
s a b a esa sensación r e g e n e r a d o r a de la comunidad de bonda-
des y t e r n u r a s , r a r a v e z percibida, y c u y a t r a n q u i l a delicia,
por poco frecuente, deja imborrable huella en el a l m a
Si; yo no soy de los que prefieren la poesía sin hiél y sin
530 LITERATURA MODERNA

sal de desengaño; pero cuando el poeta se llama Tennyson ó


se llama Teodoro Llórente, también tengo un huequecito don-
de caben la simpatía y la comprensión p a r a el género.
Aqnel jjanfilismo de que solía a c u s a r m e D. J u a n V a l e r a ,
me permite e n s a n c h a r el circulo de mis amistades, y y a que
no llegue al extremo de g u s t a r h a s t a de la poesia científica,
política y a c a d é m i c a , puedo, al menos, a c a l l a r un i n s t a n t e
mis preferencias, que nadie h a b r á que no las t e n g a y no las
siga, y llegar h a s t a asimilarme y , por lo tanto, á a d m i r a r á los
poetas sanos, e n t r e los cuales, ó mejor diré, al frente de los
cuales, en E s p a ñ a , en la actualidad, está Llórente, sin que los
años h a y a n a r r u g a d o ni encanecido su inspiración p e r s o n a l ,
fértil y copiosa; su peculiar lirismo, nutrido de b o n d a d y de
convicción.
Teodoro L l ó r e n t e es u n g r a n p o e t a lírico, j u s t a m e n t e por
eso: por h a b e r c a n t a d o lo que lleva en el a l m a . Y al a l m a de
Llórente h a y m u c h a s que responden. Con r a z ó n dice un criti-
co francés, el nunca bien llorado F e r n a n d o Brunetiére, que
si la pretensión de los poetas líricos h a solido ser elegir de
e n t r e sus sentimientos los más e x t r a ñ o s y singulares, los que
les s e p a r a n y aislan del i'esto de la h u m a n i d a d , p a r a expre-
sarlos en sus versos, el resultado de esta a s p i r a c i ó n , si consi-
guiesen el pretendido aislamiento, seria que la poesía fuese
algo como el idioma sánscrito ó el idioma chino, que n a d i e
entiende. El poeta h a de continuar dentro de la h u m a n i d a d , y
acaso más dentro de la h u m a n i d a d , cuanto más ahonde en su
propia individualidad, que forzosamente h a de asemejarse á
otras escogidas ó v u l g a r e s . He aquí por qué los t e m a s líricos
son contados, y no se i n v e n t a r á uno r e a l m e n t e n u e v o , por
m á s cambios que sufra el gusto y que imponga la moda.
El lírico se debe á sí mismo la sinceridad; si lo que siente
no es muy nuevo ni m u y distinto de lo que p u e d e n sentir á su
a l r e d e d o r las gentes, en la forma e n c o n t r a r á el triunfo. A ve-
ces, es glorioso y es m e m o r a b l e d a r voz á los confusos mur-
mullos de la m u c h e d u m b r e , voz y elev^ación, dignidad poéti-
ca. Llórente h a dicho lo que t a n t o s callan, y lo h a sabido d e -
cir: la l á g r i m a informe, todavía no c u a j a d a en p e r l a , él la h a
TEODORO LLÓRENTE 531

arrancado, la h a sacado á luz, y la h a irisado con las magias


de su Musa, como si quisiese advertirnos dos verdades: la pri-
mera, que también los sencillos tienen derecho al llanto her-
moso; la segunda, que un corazón sin doblez, un espíritu sin
rebeldía, todo amor y rectitud, son altamente poéticos cuando
Dios quiere.
He empezado por saludar en Llórente al poeta lírico, en
compensación de que le t r a e algo eclipsado el traductor en
verso; casi siempre que se h a b l a del p a t r i a r c a valenciano se
citan, eu primer término, las traducciones magistrales con
que ha servido y beneficiado á las letras castellanas; y es
que hay—aunque parezca extraño— menos traductores ex-
cepcionales que poetas.
N a d a tienen que envidiar las traducciones de Llórente á
otras en verso ó prosa, que lograron reflejar parte de la glo-
ria del autor en la frente del intérprete, como sucedió á
Amyot con su traducción de Longo, á López Cuesta con la
de San Jerónimo, á Jáuregui con la Aminta, á Simón Abril
con las comedias de Aristófanes, y al Marqués de Villena con
Dante y Virgilio.
U n a traducción maestra es obra de alta cultura, de inti-
midad del espíritu del traductor con el original, y enriquece
un idioma con las recónditas esencias que se crcyei'on pro-
piedad exclusiva de otro. Yo he oido y he leído que las t r a -
ducciones de Llórente no carecen de lunares. Por el mismo
sabor castizo español que imprime á sus traducciones—cosa
digna de notarse—, Llórente h a sido censurado. H a y quien
echa de menos en trabajo t a n concienzudo como b r i l l a n t e ,
gaUcismos, germanismos y giros violentos, de esos que des-
cubren la falta de agilidad del traductor, que no sabe ver en
su idioina lo que traslada de otro.
ü n crítico famoso r e p r e n d e á Llórente por h a b e r hecho ha-
blar á Fausto como un personaje de Calderón. Yo hallo el
mérito principal de Llórente en esta libertad y soltura. Es lo
que distingue á sus versiones de otras muy estimables, pero
que sufren la tiranía del original. P r a c t i c ó Llórente la doc-
t r i n a de D. Enrique de Aragón, que traducía á Virgilio «non
532 LITERATURA MODERNA

de palabra á p a l a b r a , ne por la orden de p a l a b r a s que está


en el oreginal L a t i n o , mas de p a l a b r a á p a l a b r a segund el en-
tendimiento, y por la orden que mejor suena, si quiere p a r e -
ce, en la vulgar lengua».
Pudiendo yo leer, sin gr.'in esfuerzo, á los autores que Lló-
rente t r a d u c e , en el original, los leo con igual gusto en la
forma que h a sabido darles. Algunas composiciones de Heine
no sé si las prefiero en alemán ó en castellano. Sin género de
duda, las traducciones de Llórente son las más sugestivas
que de poetas modernos existen en nuestra p a t r i a , las m á s
reveladoras de los vigores varoniles y delicadezas femeniles
de n u e s t r a lengua, condicionada p a r a la lírica v a r i e d a d y
movimiento de afectos, como p a r a la grandilocuencia épica.
Generalmente, se a l a b a n de Llórente las traducciones del
alemán; pero la lengua francesa, sin ser p a r a nosotros t a n
e x t r a ñ a , es insidiosa por su misma facilidad, y t r a d u c i r con
fortuna desde L a m a r t i n e h a s t a Verlaine, m e r e c e no m e n o r
aplauso.
L a Antología de poetas franceses ilustres del siglo XIX
prestó un v e r d a d e r o servicio, y en ella no alabamos sólo el
desempeño, sino el gusto y tino de la elección. Algo de p r e -
ferencia por Víctor Hugo y L a m a r t i n e noto en esta Antolo-
gía; ¿cómo extrañarlo? Son—Llórente nos lo dice—los amo-
res de la mocedad del poeta; son los primeros que e n c a n t a -
ron sus h o r a s . Aunque proteste de que las nuevas g e n e r a c i o -
nes p a r n a s i a n a s , la d e c a d e n c i a , el modernismo, h a n encon-
trado en él t o l e r a n c i a y acogida, y hasta complacencia, los
poetas que nos l l e g a n a d e n t r o son siempre los que se a d u e ñ a -
ron de nosotros en la j u v e n t u d , los que nos desfloraron la
fantasía; y sólo los que nacimos t a r d e p a r a ser dominados
por Víctor Hugo y L a m a r t i n e hemos sentido del parnasianis-
mo a c á . Teodoro L l ó r e n t e , sin embargo, no d e m u e s t r a , a l
traducir, sus cariños y sus predilecciones. No conozco n a d a
más bien hecho, m á s torneado que la traducción .de El Hipo-
pótamo, de Gautier; la del celebérrimo fragmento de Lecom-
te de Lisie, Midi, roi des étés ; el Icaro, de Baudelaire; la
Madre y nodriza, de Coppée. L a s traducciones de Llórente se
TEODORO LLÓRENTE 533

distinguen cuando h a y en ellas descripciones realistas y h a s -


t a familiarismos; entonces, l a riqueza de su léxico y su sen-
tido de lo pintoresco h a c e n primores
ü n aspecto de la obra l i t e r a r i a y de la labor de Llórente
nos es poco conocido y r e v e l a sus aptitudes no comunes de
prosista: m e refiero á su obra titulada Valencia, que forma
p a r t e de l a serie «España—sus monumentos y a r t e s — , su na-
turaleza é historia». Son los dos tomos completísima i'eseña
histórica y descriptiva del antiguo reino, desde todos los pun-
tos de vista, probando en su autor suma erudición y concien-
zudo estudio de la t i e r r a n a t a l . E l estilo es castizo, sin afec-
tación, ameno, a d a p t a d o , en su seriedad a m a b l e , a l asunto; y
el c a u d a l de conocimientos y noticias fluye sin que el lector
se fatigue de e n t e r a r s e y aprender. El poeta asoma en p á r r a -
fos de elocuencia y de sentimiento, como aquel en que des-
cribe la Comunión de la Magdalena, de Espinosa. A u n q u e
Llórente no hubiese escrito sino los dos tomos de Valencia,
m e r e c e r í a de su tierra el m á s cariñoso recuerdo, de su p a t r i a
no interrumpida gratitud y un puesto preferente entre nues-
tros mejores literatos.
S i r v a n estas líneas, que t r a z o en momentos de intranqui-
lidad, de insignificante contribución á un homenaje sobrada-
m e n t e merecido, y que h a c e tiempo quise iniciar en el Ate-
neo d'e Madrid. Sí un día festejáramos á las literaturas regio-
nales—otro aspecto de Llórente, su felibrismo—, debiéramos
l l a m a r á Mistral y á Llórente, reunirles bajo el mismo haz de
laureles y coronar j u n t a s á las dos c i g a r r a s sonoras del Me-
diodía, por F r a n c i a y por E s p a ñ a .
L A CONDESA D E PARDO B A Z Á N .
El poeta apóstol.

(No toméis por antipatriótico lo


que sólo es reivindicación regional
contra una antigua tiranía precep-
tiva.)

Queda lejos de raí la pretensión de una página de crítica


y análisis sobre la consagrada labor y venerable personali-
dad de Teodoro Llórente; vengo, aunque sin méritos, ajena á
jactancioso a l a r d e , p a r a depositar un grano de a r e n a en el
arco macizo de un homenaje al poeta anciano que considero
esforzado paladín de una causa bella, noble y j u s t a ; y como
las circunstancias de vocación y abolengo hacen en mí más
sincero el testimonio de simpatía, quiero que hoy conste como
saludo en la hora del merecido triunfo.
Dejo á otros el cuidado de decir lo que en E s p a ñ a se debe
al brillante traductor de los grandes poetas extranjeros, pues
la maravillosa interpretación de altos y ajenos pensares, la
pasmosa flexibilidad p a r a asimilar el concepto extraño en
forma castiza, los ha hecho en parte nuestros. Ardua t a r e a
es aclimatar á nuestra raayestática lengua las finezas y se-
cretos propios de idiomas de tan diversa etimología y sin-
taxis—verdaderos laberintos del pensamiento étnico —que
hasta p a r a el filólogo parecen intraducibies, y que presentan
más dificultades cuanto mejor se comprenden y compenetran
por el m a y o r esfuerzo de adaptación y versión exactos que
requieren; y eso dentro de la coraza de la métrica mejor
adecuada á la forma original y primitiva!
Labor es esa que por si sola merecerá largos y documen-
tados artículos en que no será fiojo el encomio; críticos ha-
EL POETA APÓSTOL ° 535

blarán de la obra poética del vate; no faltará quien glose su


musa en ditirambos sonoros, ni quien hable de c a m p a ñ a s pe-
riodísticas y triunfos; yo me limito á recordar—porque temo
al silencio jansenista de los espíritus timoratos—toda la a c -
ción integrante, innegable y decisiva que tiene Teodoro Lló-
rente en el resurgimiento de la poesia regional. H a b r á quien
crea puro patriotismo el ensanchar las perspectivas genera-
rales respecto á la obra del poeta, p a r a h a b l a r lo menos posi-
ble del renacimiento de una literatura que mucho debe al v a -
lenciano ilustre; y aunque mi temor no reza con los eruditos
y literatos de moderno criterio, ni con los espíritus de equidad
y elección, el mero hecho de que otros lo olvidasen seria pe-
caminosa y notoria injusticia.
¡Ojalá me equivoque en el lógico temor de v e r h a c e r po-
lítica donde sólo debe hacerse historia estética de un movi-
miento literario importante, tratando del arte independiente
eu vez de discutir catalanismos ó anticatalanismos vergon-
zantes!
H a y que dar á ese viejo César de la poesia lo que de de-
recho le corresponde, so pena de pasar por criterios estrechos,
vulgares é indoctos, que v e n en todo progreso una emancipa-
ción y en toda revolución espiritual un motín de orden pú-
blico.
L a figura de Teodoro Llórente tiene u n prestigio de após-
tol. Vedlo pasar á través de su hora con la antorcha del ideal
en mano, iluminando las inteligencias, prendiendo en los co-
razones, siendo portavoz de u n a doctrina h u m a n a , elevada y
tan trascendental, que en pocos años convierte en magno
templo la desolación de unas ruinas, y en cuerpo vivo y her-
moso la osamenta dispersa y caduca de una lengua m u e r t a .
Cuando el poeta y bibliófilo mallorquín Mariano Aguiló
—paciente investigador de toda gloria de su r a z a — inculca-
ba su propia aspiración á un renacimiento literario en el
ánimo de unos jovenzuelos que se llamaban T. Llórente y
Wenceslao Querol, el primer paso hacia el porvenir estaba
dado; cuando con el sabio Milá y Fontanals, y Víctor Bala-
guer, Rubio y Ors — p a t r i a r c a de esa idea—, sin presentir
536 LITERATURA MODERNA

qiüzcá todo el alcance de su predicación, convocaba á los poe-


t a s levantinos p a r a que cantasen en la olvidada lengua de
Ausias March, obedecían todos á u n impulso, incoercible,
sí, pero derivado de ocultas causas, m á s evolutivo que es-
pontáneo, m á s razonado que inconsciente, porque el innato
amor á las regiones respectivas que p a r e c í a n olvidar las g e n -
tes, en u n a r u t i n a c e n t r a l i z a d o r a que esfumaba de los usos y
las mentes no pocas cosas v e n e r a n d a s ; el amor, digo, t o m a b a
sus desquites aislados á la sombra y en el fondo de a l g u n a s
conciencias deseosas de defender el derecho á la nacionalidad
propia y completa.
Los espíritus m á s cultos de la época, versados en su lite-
r a t u r a , sabedores de su historia, a m a n t e s de su tradición,
fueron los llamados á esa lucha pacífica por su libertad espi-
r i t u a l . Resucitar un habla de la catalepsia del desuso y con-
t i n u a r con ella u n a l i t e r a t u r a , es a l t a aspiración, pero no fácil
empresa si d u r a n t e largo tiempo no se esparce la semilla d e l
esfuerzo simultáneo y colectivo en u n a j u v e n t u d e n t u s i a s t a ;
y eso e r a lo que v e n í a n haciendo en sus c á t e d r a s , en sus es-
critos y en sus v i d a s , los hombres que t a n bien h a llamado
Mossén Colell videntes; profetas de un renacimiento fecundo,
legítima gloria de E s p a ñ a . Si lo que hoy p a r e c e fácil en teo-
r í a — y e r a casi inaccesible, en el fondo, arriesgado en la for-
m a , como toda innovación—debió sus g r a n d e s efectos á cau-
sas r e l a t i v a m e n t e p e q u e ñ a s , es porque h a b í a u n a p r e p a r a c i ó n
l a t e n t e anterior, una fuerza a t á v i c a innegable que hubo de
franquear el obstáculo e x t r a ñ o como la crecida fluvial que
a r r a s t r a el dique de su corriente ordinario sin reflexiones ni
remordimientos (¡!).
L a n z a d a la r o m á n t i c a iniciativa de r e a n u d a r l a s Justas
Poéticas, como en dias de Clemencia I s a u r a , en que t r o v a d o -
r e s y trouvéres c a n t a r o n Patria, Fides, Amor, fué L l ó r e n t e de
los primeros en a c u d i r al l l a m a m i e n t o , y lo secundó en Va-
lencia, fundando á su vez los Juegos F l o r a l e s del Rat-Penat, á
que tanto lustre diera con Wenceslao Querol, Vicente Boix y
otros.
Brillante h a sido desde entonces l a p l é y a d e de poetas q u e
EL POETA APÓSTOL 537

llenan de sua cantos las mediterráneas costas de luz y poesia.


Encendido el sagrado fuego en la oda á la Patria del g r a n
Aribau, ya no lo dejaron a p a g a r los dos p a t r i a r c a s del r e n a -
cimiento catalán Rubio y Ors y Mariano Aguiló, y con ellos
Milá y Fontanals, Victor Balaguer, Victoriano Amer, Tomás
Forteza, Pons y Gallarza, Pagés de Puig, Coca y Collado,
Adolfo Blanc, Federico Soler, Pelay Briz, Geroni Reselló,
Dámaso Calvet, B a r t r i n a , Coll y Vehi, Wenceslao Querol,
Vicente Boix, Agna de Valldaura, Josefa Massanés, Agnés
Ai-mengol y otros muertos preclaros como el poeta de la
Atlántida, el último de nuestros misticoS; Verdaguer el ex-
celso!, y quedaban entre los vivos muchos y t a n ilustres como
Costa y Llovera, Guimerá, Mossen Colell, Apeles Mestres,
G. Tell, Alcover, Riura, Alomar, Dolores Moncerdá y otros,
sin nombrar aquí, por t r a t a r s e de poesia, á los novelistas, dra-
maturgos, pensadores y artistas, ni á toda la joven genera-
ción literaria de quien h a b l a r é en otra ocasión y donde h a y
poetas exquisitos que con la vieja lengua de sus mayores,
remozada, removida y a hasta «los senos profundos donde se
halla, como afirma Joubert, el oro lingüístico», acrisolada y
enriquecida con el antiguo tesoro de su léxico medioeval
ha podido reivindicar una literatura.
De aquellos dias de lucha y gloria del 60 al 80 son las ga-
llardas rimas del cantor de Valencia. Sus estrofas tienen l a
dignidad de su ciudad legendaria; son luminosas como sus
playas; tienen frescura y perfume ingenuo de la huerta; la
gracia del ritmo deja en nimbo de sol el bellísimo tipo de l a
mujer valenciana. Llauradora al aspecte de Regina, y en los
fondos serenos de paz bíblica y ancestral, la b a r r a c a blanca
duerme al amparo de la cruz. Cantor de albaes, trabucos y
dolzainas, de viñas trepadoras, de palmerales y pozo chi-
r r i a n t e en la quietud vespertina Otras veces vuela su vi-
sión histórica del «reí mes bell» á la conquista, de á u r e a s le-
yendas; es fervoroso del Rat-Penat, y su símbolo, es el cons-
tante amador de su lemosina rassa reyalH!
No importa que «en ningún m a p a filológico a p a r e z c a una
lengua lemosina», como observa el erudito helenista Rubio y
CULTOBA 85
538 LITERATURA MODERNA

Lluch; Llórente rehabUitó y dignificó la lengua de sus mayo-


res; llamadla como queráis; aquí y a sabemos todos cuál es
y de dónde viene. En ella vulgarizaron la ciencia, la metafí-
sica, y fueron filósofos cronistas, líricos y didácticos hombres
tan insignes como Raymundo Lulio, Amoldo de Vilanova,
J. Peratallada; la enaltecieron reyes, santos, legisladores; la
cultivó el Dante, y en ella escribieron desde el poeta Guiral-
do de Cabrera, F r . Ramón Marti, el gran Muntaner, J. Bas-
sols, Rocaberti, el elegante Bernat Metge, el prodigioso Exi-
menis, Vilaregut, el Corella, Pachs, A. Canals, Fenollet, An-
dreu Febrer, el traductor de la «Divina Comedia» Mossén,
Sors Valmanya, el divino Veri, Galens Deseos, el enciclo-
pédico Ausias March y tantos más en cuyas obras está el rico
caudal filológico de esta resucitada lengua. Y hoy las estatuas
de algunos, sus nombres en las calles los vulgarizan tanto
como su leyenda, y el pueblo hace poco á poco u n a antología
inconsciente que le cuenta su gloriosa estirpe.
¿Cómo era posible que de esos hombres que llenaron de su
fama y prestigio el medioevo y la histoi'ia del reino de Ara-
gón, que con el indisoluble lazo de un habla común confede-
r a b a n espiritualmente á Valencia con Mallorca, Cataluña y
el Rosellón, se agostase definitivamente la interrumpida flora-
ción de tantos gérmenes por ellos legados que el tiempo había
de traer á perfecta sazón, madurándolos al suave aliento de
la tradición regional, como una natural evolución progresi-
va? ¿Cómo podían olvidar los ingenios pasados y poetas futu-
ros su preclaro abolengo de una escuela, que, como dice con
su infalible autoridad Menéndez Pelayo, «fué maestra de to-
das las modernas en el edificio de la estrofa y en el halago y
primor de la dicción poética?» ¿Y cómo dejar de beber en las
fuentes ancestrales, cuyo léxico en casi n a d a esencial difiere
de este moderno y depurado lenguaje?
Aunque huelga el romántico empeño que tenía Fauriel de
hallar poesia nacional en todas partes—y él mismo y a pro-
clamaba la unidad del genio español—, Teodoro Llórente fué
á buscarla donde la había y merecía encontrarse. A la van-
guardia del resurgimiento valenciano-catalán, mallorquín—
EL POETA APÓSTOL 539

uno y trino—, del grupo de videntes y apóstoles que h a hecho


una obra de cultura y patriotismo casi única en nuestros días
de indiferencia, cosmopolitismo y Filisteos—como diría
Mathetü Arnold—, y tan lógica y gallarda empresa fué la de
esos patriarcas de ella que desvanece—estudiándola á fondo
y de cerca—todo recelo, prejuicio y desconfianza en el resto
de los españoles.
Llórente, como buen lírico, ha cantado el amor, pero en su
más noble y desinteresada acepción, en la del amor patrio.
Bien dijo Capmany: «no a m a r á su nación el que no ame su
provincia » y el poeta amante de España ha sido p a r a su
Valencia algo asi como el poeta civil—que quiere ver D. Die-
go Ruiz en sus utopias—un verbo del sentimiento nacional
colectivo cuando se afirma; él ha sabido predicar la recons-
trucción del desmoronado templo del idioma, encendiendo
en sus lares el fuego extinto de la poesia, recogiendo afanoso
el caudal ignorado del léxico hasta e n el cauce rural.
El homenaje de Teodoro Llórente es justo, ¡es todo un poe-
ta apóstol; fué elegido y vidente con aquellos que con mag-
nífico sentido profetice ponían la primera piedra, hoy monu-
mento literario de una lengua que, como bien sabemos, hace
cincuenta años era Migrada y casi bé marta!

CONDESA DEL CASTELL.Í..

Barcelona, 11 de Mayo dé 1909.


2 L d !^;:^:X.

Sr. b . Teodoro Llorante.


Mi querido amigo y v e n e r a d o m a e s t r o :
Según me p a r t i c i p a mi buen amigo R a m ó n D. Peres, Di-
r e c t o r de la sección de L i t e r a t u r a Moderna de CULTURA E S -
PAÑOLA, t r a t a esta r e v i s t a de c o n s a g r a r á usted, á guisa de
homenaje, p a r t e de uno de sus próximos números; y con este
TEODORO LLÓRENTE 541

motivo me pide unas cuartillas, como testimonio de que me


asocio á tan jasto y merecido tributo.
¡Que si me asocio! Mire usted, maestro: muchos hom-
bres habrá en España que le admiren—como los h a y , y me
consta, en el extranjero — ; muchos h a b r á también que,
además de admirarle, le quieran. Entre los primeros no soy
ni deseo ser más que uno de tantos; pero entre los segundos
quiero formar en p r i m e r a fila.
Y esto lo repito aqui por el gusto de verlo estampado en
letras de molde, no p a r a que usted lo sepa, pues muy sabido
lo tiene. Sí, usted lo sabe, y lo que es más, lo cree.
Cada vez que la prensa barcelonesa nos anuncia su veni-
da á nuestra capital, me congratulo pensando; «Prepárate á
recibir la visita del bueno de D. Teodoro.» Y, en efecto, no
transcurren veinticuatro horas sin que v e a aparecer en mi
taller aquella venerable figura, con la cual aparece algo m á s
que el amigo, el maestro, el poeta eximio, el anciano siempre
joven y entusiasta; sí, mucho más que todo esto. E n aquel
momento, en que á lo íntimo se junta algo solemne, creo v e r
resplandecer en mi taller la luz eterna de las aureolas de
Goethe, Schiller, Heine, Scott, Hugo, L a m a r t i n e , Musset; la
luz, en ñn, de la Poesía no sé si romántica, pero poética,
porque es la de mi juventud y es la que h a de iluminarme
mientras viva.
Y en el ferviente apretón de manos que le doy á usted h a y
mucho de Cgoismo y de orgullo, pues me p a r e c e que estrecho,
á un mismo tiempo, las manos de todos aquellos poetas que
hicieron latir mi corazón de niño é inflamaron mí imagina-
ción de joven; los veo encarnados, fundidos en usted. Y en
aquella conversación—expansiva y vulgar en apariencia—
yo siento c a n t a r las viejas baladas, los dulcísimos Ueds, las
fantásticas leyendas; siento despertar algo que dormía en mí
—y fuera de mí—; siento renacer algo que parecía muerto.
Por esto, al pedirme hoy el amigo Peres algo p a r a contri-
buir al homenaje que desea rendir á usted CULTURA ESPAÑO-
LA, lo hago más con el corazón que con la pluma, y temeroso
de decir vulgaridades, prefiero, á emborronar algunas cuarli-
542 LITERATURA MODERNA

lias, reproducir este croquis, esta instantánea que á hurtadi-


llas tracé en una de esas visitas de que acabo de hablar. Se
me figura que en él verán los lectores lo que yo veía y sentía
en aquellos momentos, mucho mejor que en todo cuanto es-
cribir pudiera.
Viva usted muchos años para honra y gloria, no sólo de
las letras patrias, sino de la Poesía virgen y madre, ¡y hasta
la próxima visita!
Que queda aguardando con devoción su admirador y ami-
go afectísimo,
APELES MESTRES.

Barcelona, 15 de Junio de 1909.


bon Teodoro Llórente.

P a r a hacer el elogio de D. Teodoro Lloreuteno tengo sino>U


recordar aquella sensación que en mi primera juventud sus
Leyendas de oro rae dieron de abrirse las ventanas de mi es-
píritu á la luz y á los aires de la poesía universal.
Groethe, Schiller, Byron, Heine, Hugo, Lamartine, toda la
encendida pléyade romántica, él fué el primero en mostrár-
mela, y y a nunca más pude apartar los ojos de ella: toda una
generación española fué asi por este hombre iniciada en la co-
munión poética del mundo, y la lengua castellana enriquecida
con un oro exótico.
Porque la lengua era bien la misma: limpia y p u r a y so-
nante de su ley; pero yo no sé que otra vibración se sentía en
ella que sin alterarla la renovaba, que sin quitarle n a d a de
lo suyo añadía un cristal á su sonar: era el recóndito cristal
del verbo humano.'
Parecía como si todo el mundo hubiera escrito en caste-
llano, y esto daba una alegría á nuestra juventud! Nos hacía
unos con todos los grandes de la tierra en la palabra; nos en-
noblecía, nos aumentaba.
Así nuestra deuda, y la de Castilla, es inmensa con elpoeta
valenciano; y el nombre de traductor es glorioso sobre su nom-
bre, como lo sea sobre el de muy pocos, y mucho más que el
de poeta original sobre muchísimos.
También él es poeta original y no sin brillo; pero es tal la
luz que su verbo recibió de extrañas lenguas, que no diré que
aquel brillo propio palidezca, pero si que se mezclan y con-
funden los resplandores. Y aun diré que no sé quién h a dado
á quién; porque yo he visto luego en las lenguas originales
544 LITERATURA MODERNA

muchos versos que no h a n penetrado en mi sentido con t a n t a


fuerza como aquella con que me subyugaron en la traducción
de Teodoro Llórente.
Este arte del traductor no es bastante estimado, porque
quien no probó una vez su fuego, no sabe cuan semejante es
al fuego creador. Sólo el instinto del pueblo inocente sabe
hacerle plena justicia. Porque, en efecto, p a r a el pueblo no
h a y traductor ni inspiración prestada, sino que el primero
que dice un canto, venga de donde venga, en la lengua pro-
pia, aquél es el autor del canto. Y no h a y más verdad que
ésta. La sustancia creadora de poesía no está en lo que se
dice, sino en como se dice; y quien inventa en una lengua,
véngale de donde le venga la invención, es poeta de ella.
Sólo el traductor y el pueblo lo saben bien: quiero decir el
traductor inspirado, que sabe inocularse el verbo extraño su-
friendo otra vez su fiebre en el propio; quiero también decir
el pueblo inerudito.
P a r a este pueblo, en el que y p a r a el que vivimos, Teo-
doro Llórente es el autor de las «Leyendas de oro»; p a r a mi
también lo es. Y quisiera comunicar este sentido á toda Es-
paña, p a r a que esta glorificación que al poeta se p r e p a r a
fuera tal como él la merece.
J U A N MARAGALL.

Barcelona, Junio 1909.


bon Teodoro Llórente.

Sus traducciones.

No sé qué tornasoles de ilusión animan este nombre que


sugiere el brillo y la sonoridad de un laurel metálico: Teodoro
Llórente. Personifica entre nosotros algo así como el último
sobreviviente de la familia de los trovadores, en quienes la
vocación se une al ingenio, viviendo y practicando la poesia,
no por amor á la gloria, sino por ley de naturaleza. En pre-
mio de su fe, la poesia le lia dotado de entusiasmo y juventud
perpetua. Donde y como quiera que los devotos le llamen á
rendir culto á la divinidad predilecta, alli está él represen-
tado por el tributo de sus versos, ó alli acude en persona, sin
que le a r r e d r e n viajes por m a r y tierra. Él h a c e á los pere-
grinos del a r t e los honores de l a hospitalidad valenciana, y
transmite á otros países, como Provenza, Cataluña, Mallor-
ca, Alicante, Colonia, las salutaciones de su pueblo. El de-
cora con las flores de su ingenio, t a n frescas ahora como
liace treinta años, las solemnidades literarias; él preside y
c á n t a l a s excursiones artísticas; él concurre á los certáme-
nes como juez ó luchador ó como simple huésped que dora
con su propia inspiración los laureles ajenos. L a cortesia, la
fraternidad, el afecto de región á región, los homenajes á los
muertos y á los vivos, el acatamiento á la beldad triunfante que
recibe el cetro de manos del poeta, las fiestas de la religión,
de l a patria, del a r t e , de la historia; todo, en suma, lo que sig-
nifica optimismo generoso y comunicativo, tiene en el señor
Llórente su intérprete más fiel y más espontáneo.
Tócame hablar hoy de sus traducciones, y en tal concepto
546 LITERATURA MODERNA

algo tendré que repetir de lo dicho hace dos años, al saludar


la aparición del volumen Poetas franceses del siglo XIX.
Enamorado de la poesia, no de su poesia, el Sr. Llórente
ha vivido largos años en intima comunión con los magos más
excelsos de la imaginación y de la rima, como un bebedor re-
calcitrante en la soledad de la bodega. Aguzó su habilidad
de traductor á m a n e r a de sacacorchos, y lo que empezó por
un tanteo vino á ser hábito constante de su insaciable sibari-
tismo estético. Con ser t a n opulenta y legítima su vena per-
sonal (díganlo, si no, su Llibret de versos y los Versos de la
juventud), ha relegado á segundo término su propia inspira-
ción p a r a recoger en su alma la inspiración ajena y hacerla
brotar y florecer de nuevo. L a vasta obra de su vida es casi
toda ella pura expansión del entusiasmo altruista.
Las Leyendas de oro y las Amorosas pusieron de manifies-
to sus dotes de adaptación, y abrieron á los jóvenes confina-
dos en el idioma propio regiones ideales que, sin el auxilio del
generoso guia, hubieran sido entonces p a r a ellos paraíso ce-
rrado.
A la españolización de la primera p a r t e del F-austo, admi-
rablemente incorporada por el Sr. Llórente al Parnaso caste-
llano, siguió el Libro de los cantares, vasija rebosante de
agua del Rhin, donde tiemblan los reflejos irisados de la fan-
tasía de Enrique Heine; y cuando pudo creerse que el autor,
agotado por la fatiga ó replegado en sí mismo p a r a explotar
la mina propia, no pensaba y a en prohijar ejemplares exóti-
cos, nos sorprendió con un nuevo tesoro, más nutrido que los
anteriores: el libro dedicado á los líricos franceses del si-
glo XIX, verdadero festín de poesía, tan asombroso como
la escasa atención que mereció á la crítica española.
Los que estamos en el secreto de la inmensa fuerza que
supone, nunca agradeceremos bastante la copiosa labor del
Sr. Llórente; porque no basta la cultura, la maestría técnica,
el conocimiento de los idiomas, la ductilidad de ingenio; se
requiere la facultad de rehacer la obra original, y p a r a ello
asimilarse el sentimiento que la inspiró, introducirse en el
mundo mismo del autor y saturarse de la atmósfera ideal que
TEODORO LLÓRENTE 547

lo envolvía. L a traducción poética, si ha de ser digna de este


nombre, equivale á un reengendro, y no se logra este milagro
sin que el traductor posea cualidades sustantivas de poeta.
H a y dos tendencias diferentes. O refundir la obra e x t r a n -
.iera de suerte que sin mengua de su vitalidad y expi'esión
característica se acomode al genio y á los ritmos habituales
de nuestra lengua, ó transformar la metrificación, h a s t a don-
de el organismo del lenguaje propio lo tolere sin dislocaciones
violentas, p a r a plegarlo á la modalidad y forma típica del
original. No diré cuál sistema sea mejor, ni soy amigo de sis-
tematizar en materias de a r t e . Lo más artístico será resolver
la dificultad en cada caso como éste demande. El que poetice,
con materiales prestados ó de su cosecha, debe tener en cuen-
ta que cada inspiración pide su forma única, y el supremo
desiderátum es a c e r c a r s e á ella, y a que realizar en absoluto
este ideal es imposible. Pero, por regla general, entiendo que
la conveniencia de a p r o x i m a r s e y beber le los alientos á la
musa e x t r a n j e r a , está eu razón directa de la diversidad y la
distancia; es decir, que p a r a un español, por ejemplo, b r i t a -
nizarse ó g e r m a n i z a r s e , es menos peligroso que afrancesarse.
L a misma heterogeneidad de elementos irreductibles man-
tiene á flote la flsonomia de un lenguaje sometido á las iu-
fluencias de u n a l i t e r a t u r a e x t r a ñ a . Por eso reputo a c e r t a d o
el criterio dominante en las traducciones de Poetas franceses
del siglo XIX. E l i n t é r p r e t e , sin r e n u n c i a r á su t e m p e r a m e n t o ,
lo infundió á las obras traducidas, procurando que la inspira-
ción de los autores c o r r a con libertad y desahogo por los mol-
des de la versificación c a s t e l l a n a .
No paró aquí la actividad del incansable maestro. Recien-
temente nos h a ofrecido gallardos testimonios de que su es-
píritu no decae, completando el Libro de los cantares con El
mar del Norte, Nueva primavera y otras poesías de Enrique
Heine, y publicando u n a segunda serie de Leyendas de oro,
cuya principal novedad consiste en h a b e r s e incluido en ellas
versos de poetas c a t a l a n e s .
En el prólogo á su p r i m e r a edición de H e i n e , dio el señor
Llórente u n a p r u e b a singular de modestia: discutir con don
548 LITERATURA MODERNA

Francisco Miquel y Badia,el cual, sin desconocer la esmerada


fidelidad de la versión, la impugnaba en el sentido de haber
hecho castellano el Fausto! Creía yo, como cree el insigne poeta
valenciano, que en eso está precisamente el toque, en «adivi-
nar cómo hubiera dicho en castellano el autor extranjero
lo que se intenta traducir, si en lugar de su idioma natal hu-
biera hablado el nuestro».
El traductor poeta no debe proponerse como único fin auxi-
liar á los indoctos en el conocimiento de las literaturas extra-
ñas, sino además enriquecer la literatura propia con la trans-
fusión de sangre nueva. En tal concepto, la producción del
señor Llórente no tiene rival en España. H a b r á ejemplares
sueltos, como la versión del Beatas Ule, por fray Luis de León;
la de La Aminta, por D. J u a n de Jáuregui; la de algunas
poesías de Heine, por Eulogio Florentino Sanz, no superadas
hasta ahora; pero, en conjunto, no hay empresa comparable
á la serie de conquistas espléndidas con que el esfuerzo del
señor Llórente h a dilatado los términos de la poesía española.

J U A N ALCOVEE Y MASPONS.
* *

Cuentan los biógrafos del célebre poeta español D . Eulogio


Florentino Sanz que, hallándose de e n c a r g a d o de Negocios en
Berlin, asistía á un banquete de diplomáticos en que el era-
bajador de Austria, conde de E s t e r h a z y , se permitió h a b l a r de
los poetas con cierto impertinente desdén.—«¡Los poetas, los
poetas!—decía—, ¿para qué sirven los poetas?»—«Los poetas,
señor conde—exclamó Sanz en a l t a voz y en el buen a l e m á n
que y a hablaba—, sirven p a r a todo lo que sirven ustedes, y
a d e m á s p a r a h a c e r versos, que ustedes no saben hacer.»
L a realidad demuestra curaplidamente la exactitud de la
íixmosa réplica. No son incompatibles con el genio el sano dis-
c u r r i r , el buen querer, el útil t r a b a j a r que contribuyen á la
prosperidad h u m a n a y al engrandecimiento social. Los gran-
des artistas pueden p r e s e n t a r en lo moral mutilaciones seme-
j a n t e s á l a s que ofrecen las estatuas antiguas; pero si los es-
píritus mezquinos e x p e r i m e n t a n cierta fruición al contemplar
los defectos que con desenfadada desnudez muestran en oca-
siones los g r a n d e s hombres, los cuales p a r e c e n justificar las
n a t i v a s deficiencias de las gentes vulgares, no por ello deben
éstas deducir que las Venus y Apolos, p a r a ser bellos y admi-
rados, tienen que c a r e c e r de brazos ó de cabeza.
Urge combatir la creencia m u y extendida, por d e s g r a c i a ,
que considera distintivo especial y m a r c a exquisita de los es-
píritus superiores cierto perezoso egoísmo que, secando los
gérmenes de la t e r n u r a , explica los m a y o r e s vicios y e x t r a -
víos.
P o d r á n ser admirables algunas producciones l i t e r a r i a s de
ciertos enfermos y desequilibrados; pero sólo m e r e c e comple-
t a a d m i r a c i ó n l a obra de hombres c a b a l e s , laboriosos y bue-
550 LITERATURA MODERNA

nos, cuya vida es fecunda y perfecta. El relámpago y el rayo,


grandiosa expresión de la energía eléctrica, son admirables;
pero mil veces más hermosas nos deben parecer las transfor-
maciones de esta fuerza convertida en luz y en calor trans-
mitiendo en ondas misteriosas el pensamiento humano.
El verdadero poeta es un ser que tiene la potencia mental
necesaria p a r a comunicarnos las vibraciones íntimas de sus
personales sentimientos y sus ideas fecundas, conmoviendo
nuestro corazón y haciéndole latir al compás del suyo; lo que
aparentemente es ruin y mezquino, él, con arte exquisito y
poderoso, lo avalora y realza. En el mundo vive como hombre,
sufre, llora, padece y lucha; pero cualquiera que sea el esta-
do de su alma, donde quiera que desarrolle sus actividades,
dejará rastro luminoso y fecundo.
El gran poeta D. Teodoro Llórente, á quien no sólo Valen-
cia, sino España entera, se dispone á rendir un solemne ho-
menaje de apasionada admiración, es una prueba viviente de
la exactitud de lo expuesto. Su inmensa labor deja un hondo
surco trazado con regulai-idad matemática. Su genio no le ha
impedido ser un hombre equilibrado y perfecto. Su talento ha
realzado y fortalecido su ingénita y patriarcal bondad. En
él consagramos la excelsitud de un cerebro sano y potente al
servicio de un corazón honrado y patiiota.
Hombres como Llórente recuerdan los árboles seculares
que arraigan en las tierras que parecen infecundas y las sa-
nean é higienizan.
Las estepas sociales contemporáneas, áridas é improduc-
tivas, recuerdan la región de las Laudas hace cincuenta años.
En aquellas ochocientas mil hectáreas hubo en otros tiempos
bosques que hombres imprevisores destruyeron. Encenagado
el suelo durante el invierno, toda vegetación se corrompía, y
el sol del verano calcinaba lo que la inundación no habia po-
drido. Vegetaban en aquella región rebaños ruines conduci-
dos por seres flacos y enfermizos, envenenados por el palu-
dismo, que provistos de largos zancos, único medio de atra-
vesarlos charcosy pantanos, vivían aislados, miserables, como
salvajes. La presencia de un joven ingeniero, recién salido de
TEODORO LLÓRENTE 551

la escuela, e n c a r g a d o de vigilar los trabajos de u n faro, bastó


p a r a efectuar un v e r d a d e r o milagro. Consagrando con entu-
siasmo toda su a c t i v i d a d al estudio del saneamiento de la in-
mensa región, en la actualidad después de u n a labor tenaz y
p e r s e v e r a n t e , no e x e n t a de luchas y quebrantos, logró for-
m a r tupido bosque de pinos y encinas que h a transformado
la vida de aquellas gentes desterrando las enfermedades,
creándose u n a r i q u e z a portentosa.
El maestro Pedro Chambrelent realizó una v e r d a d e r a mi-
sión de a r t i s t a y, como antes dije, todo poeta r e c u e r d a tam-
bién esos árboles vigorosos, c a p a c e s de transformar el suelo
más improductivo. P a r a ello e c h a n ondas raices, producen
flores y sobre todo d a n frutos sazonados. No e s t á n , aun
cuando asi lo p a r e z c a , solos; h a y un vivero de ellos que, des-
g r a c i a d a m e n t e , no suele cultivar con amor y respeto la hu-
m a n i d a d ignorante y desagradecida, la cual, no contenta con
privarles de riego, mutila sus r a m a s y h a c e leña de los viejos
troncos. A esa b r u t a l y suicida t a r e a h a y que oponerse en
todo momento; precisa enseñar las ventajas de la r e g a l a d a
sombra, cuidar celosos del espléndido follaje, protegiendo
las aves que a n i d a n en las copas de los árboles favoreciendo
el desarrollo de éstos, c u y a vida a u m e n t a r á la nuestra embe-
lleciéndola.
Tuve la h o n r a de conocer al g r a n Llórente en el hogar de
otro eximio v a t e , valenciano también, a l m a gemela de la
s u y a : Vicente W. Querol. Ambos, á pesar de ser eximios artis-
t a s , y precisamente por serlo, h a b í a n desarrollado sus a c t i v i -
dades en esferas al p a r e c e r reñidas con la poesía, sin a b a n -
donar el cultivo del a r t e , á c u y a s m á s gloriosas a l t u r a s lle-
garon.
Otro preclaro maestro, D. Pedro Antonio de Alarcón, fué,
con Llórente, a d m i r a d o r entusiasta de t a n llorado amigo.
Los tres insignes v a r o n e s demostraron cumplidamente
que todo poeta c a b a l es c a p a z de r e a l i z a r las m a y o r e s em-
presas con singular acierto. De ellos he aprendido que el
amor á la p a t r i a n a c e del amor al hogar.
A r a í z de nuestras desventuras, publicó Llórente ucia comr
552 LITERATURA MODERNA

posición, en la cual se expresa admirablemente este senti-


miento. De sus labios le oi, durante la Exposición de Zarago-
za, en una fiesta intima, enumerar con erudición pasmosa
cómo se trababan vínculos poderosos entre los pueblos que
se hacían grandes y fuertes viviendo fraternal y amorosa-
mente.
Pero p a r a ello es preciso que cada hombre ame la poesía,
inefable, intima, alegre y consoladora de las cosas pequeñas
y al parecer insignificantes; que nutriéndose de esa savia re-
generadora, engendre hijos buenos en honrado hogar; que
considere á la P a t r i a como una expansión de éste, y vea en
las demás naciones otros tantos focos de luz y de energía.
Sólo á ese precio podrá obtenerse la felicidad á que creemos
todos tener derecho, la cual únicamente se conquistará
transformando las estepas pantanosas sociales en vivero de
hombres como nuestro Teodoro Llórente, poeta insigne, g r a n
ciudadano, ferviente patriota. El homenaje que h a de tribu-
társele será un acto de justicia y un elocuente ejemplo de
cómo se coopera á la regeneración intelectual de España.

E L DOCTOR FAUSTO.
El Patriarca valenciano.

El sereno ambiente de la tierra levantina, la harmonía


placentera de sus colores, la templanza de su clima, la suavi-
dad melodiosa de su habla, han hallado una expresión sinté-
tica, bella y definitiva, en los versos de Teodoro Llórente.
Al dar formas externas, de hermoso ritmo, á las sensacio-
nes de su alma, el poeta h a creado la imagen de la patria de
sus amores: de la tierra valenciana.
Como el genio, que en sí condensa la total potencia del
alma de su pueblo, con todas sus cualidades y con todos sus
defectos, Teodoro Llórente es como cifra de todo el espiíitu,
de la fuerza anímica del pueblo valenciano en nuestro tiem-
po, y como el faro eminente, que así alumbra las penumbras
de su pasado y nos las muestra, como nos inicia los derrote-
ros de lo porvenir Si existe en mi pueblo valenciano virtua-
lidad sustantiva p a r a afirmarse algún día en la historia poli-
tica, como se afirma en la del a r t e .
Es Llórente el amador entusiasta del terruño; canta en
endechas de intensa ternura la «barraca»:
«Barraca valenciana! Santa i noble
escola del treball! Modest breijol
del que nos dona '1 pá; laboríos poblé
curtit peí vent y bronzejat peí sol.
Mes que'ls palaus de jaspis y de marbres
mes que los ares triomfals y els coliseús,
tu, pobre niu perdut en mig deis arbres,
valdrás sempre ais ulls meus.»

Y canta á la labradora, alma y ornato de la b a r r a c a :


i 1' hermosa campesina
que tot lo mon contempla embelesat
Uauradora ab aspecte de regina
554 LITERATURA MODERNA

plena enseras de modestia y majestat;


la de ajustat gipó y airoses faldes;
la que foe de la Arabia du en los ulls;
la que clava ab agulles d' esmeraldes
los negros cabells ruUs.»
Y canta los jugosos campos levantinos de perenne vernal
frescor; sus riscosos montes y sus playas apacibles; la honda
poesia de los paisajes espléndidos y las humildes gentes atra-
fagadas en el diario afán del terruño: ausentes y desdeñosas
del bullicio y alboroto de las urbes y del tropel de contra-
puestas ideas que revuelven y enconan á los hombres. Y
canta la fe sencilla, que aún coloca en la cúspide de la barra-
ca la cruz de madera que sobre el hogar extiende
•esos braceos protectors.»
Cuando la poesia castellana vibra aún los sones vigorosos
de la broncínea trompa quintanesca, y al arte valenciano
alcanzan ráfagas del huracán romántico en que retiemblan
las cuerdas de la lira de Víctor Hugo, Llórente recoge el ele-
mento primario de su poesía de la naturaleza ambiente: su
arte brota de la comunión de su alma de sentimental con la
madre tierra valenciana. Y así es su poesía serena, harmó-
nica, luminosa y de intensa efusión de ternura. E n ella alienta
un anhelo inmenso de bondad, de dulce tranquila dicha in-
tima, modesta, familiar y casera; que se sobrepone al noble
afán de la gloria: el perpetuo tormento y ansia inextinguible
de los poetas.
En los versos de Llórente vive remozada y con crisma la
musa de Horacio y de Virgilio; la musa clásica, que se esplaya
en estos campos tibios y aromosos, entre rosas y claveles,
coronada de mirto, latiendo amores. Mas no el amor retozón
del Oaristis, sino amor fusión de almas; no amor pasión, que
atormenta y que quebranta, sino amor que conforta y predis-
pone á una vida dilatada y fecunda; como la fecunda vida de
nuestras ubérrimas campiñas: las de olivos añosos, centena-
rios algarrobos, altivas palmeras, pomposos naranjos: árboles
siempre verdes. La que señorea nuestro recuerdo, lo subyu-
ga y encadena con amables lazos nuestras almas al terru-
EL PATRIARCA. VALENCIANO 555

ño; al terruño amado, que se orea con brisas del mar de las
tradiciones, que luce su intenso azul turquesa, como g a y a
gema ornato del mundo viejo.
Es la apacible musa de los latinos, la que aqui como en
Provenza, en Llórente como en Mistral, r e a p a r e c e ; emer-
giendo del pueblo enamorado de su sol y de su tierra, con la
sana alegría de una vida harmoniosa que convida á su perpe-
tuación sin dolorosas luchas; pues la ubérrima tierra p a r a to-
dos da, y rompe en flores y en mujeres bellas, que incitan-
al amor y al entusiasmo á los poetas.
Más afortunado Mistral que Llórente, tras de evocar con
su poesia el alma provenzal, puede ofrecerle á F r a n c i a la ad-
mirable cohorte de sus felibres. L a obra de Llórente es más
personal. Acaso h a b r á otros que h a y a n sabido inspirarse mejor
en el sentir del pueblo; otros menos eruditos, más al unísono
con el alma popular, pero ninguno que como él h a y a acertado
á encerrar en sus versos toda la poesía de su tierra, dado
con más alteza la nota justa del sentir de los espíritus selec-
tos, admiradores de la belleza n a t u r a l y de la tradición va-
lencianas: y a expresando el entusiasmo patriótico del erudito
conocedor de la historia magnífica de su pueblo, y a inspirán-
dose en la sencillez campesina, bien sintiendo al viejo modo de
los trovadores el ambiente cortesano y la efusión amorosa
llena de respetos y de idealidad, que eleva á la mujer y del
amor hace culto.
Pero Llórente, t a n sentimental, tan plácido y amable, t a n
trovadoresco; en quien se aunan, como en la platónica con-
cepción, verdad, bondad y belleza; Llórente, cantor de la
mujer, del hogar, de la tierra,—lo eternamente fundamental
y conservador de los pueblos—, asiste á un momento risueño
y alentador de l a v i d a costeña mediterránea.
Estos pueblos de estas costas clásicas, que g u a r d a n el re-
cuerdo de sus gestas brillantes, caudalosas de iniciativas, de
aventuras, de efusión c r e a d o r a de a r t e y de riqueza; estos
pueblos, que no desmienten su integración á la HistoriL apa-
drinados por fenicios y por helenos y por gentes del Oriente,
comprenden cegados los manantiales de su vida por la uní-
556 LITERATURA MODERNA

forme política agostadora implacable de lo individual, p a r -


ticular y diferenciado: esfumada su personalidad. Hombres
entusiastas, los poetas, los artistas, sienten, si recónditos, no
exhaustos aquellos manantiales. Acuden á los profundos es-
tratos de sus pueblos, y allí, junto al t e r r u ñ o , y al humilde
hogar del más y de la alquería, perciben latente la a n t i g u a
vida: el m a n a n t i a l signo surtiendo aunque la corriente dis-
c u r r a por álveos profundos con e x t r a v a g a n t e s derivaciones.
Y estos artistas y poetas, llenos de a ñ o r a n z a s y de v a g a idea-
lidad, aplícanse á reconstruir la personalidad b o r r a d a por ac-
cidentes de la historia, é interrogan y v e r i ñ c a n sus atisbos en
monumentos y en archivos. Al cabo, como el paciente benedic-
tino a r r a n c ó , con el r e a c t i v o , sus prístinas bellezas al palimp-
sesto, ellos con el de sus entusiasmos t o r n a n á hallar las de
la historia de sus pueblos, y emprenden la palingenesia de
sus p a t r i a s .
U n a vibración de ardor patriótico sacude á los pueblos de
la vieja lengua de Oe: los amadores de toda gentileza;
del amor, de la mujer, del sol ardoroso, de los campos férti-
les y el m a r azul. Como P r o v e n z a y Cataluña, Valencia, á la
voz m á g i c a de Aguiló, el sabio y entusiasta propulsor de este
movimiento, atiende á reconocerse en si misma, en sus r a s -
gos típicos, en la personalidad peculiar que le dieron su cli-
ma, sus tradiciones, su genuina vida: pensó en el intelecto
de sus artistas y sintió en sus corazones el anhelo de t o r n a r
á ser ella: Valencia. No un conglomerado de gentes sin a l m a
propia, olvidadas de si mismas y de sus antecesores Y en
Valencia este sentimiento de amor halló expresión bella en
las r i m a s de sus poetas, de Querol y de Llórente "
L a idiosincrasia de c a d a uno de ellos late en estas estro-
fas de las preciosas epístolas que m u t u a m e n t e se dedican.
Aquél, ardoroso, entusiasta, con empeños de proselitismo,
dícele al cantor de la Barraca:
«Rompe de tajo la amorosa lira
Y empuña al fln la trompa de Tirteo.
EL PATRIARCA VALENCIANO 557

Que en el revuelto y loco torbellino


De esta edad de zozobra y duda inquieta
Guiar á la humanidad por su camino
Es la misión sagrada del poeta.»
Pero Llórente déjale á Querol la a p a r a t o s a función poli-
tica, la acción social de apostolado.
< la voz de fuego, el audaz canto
La explosión del espíritu grandiosa.
A mi el tierno suspiro, el dulce llanto.
La emoción silenciosa.
Que son del alma misterioso encanto >
•Bien dice Llórente:
cDistintos son nuestros dorados sueños;
Con tenaces empeños
Cada cual su anhelado bien demande,
Y sea yo feliz, seas tú grande.»

Llórente, r e h u y e n d o el afán del ambicioso vivir, sus


abrojos y los desiertos que se esconden t r a s las coruscantes
glorias, pide no m á s , con t o d a l a efusión de su a l m a bonda-
dosa, a l amor un hogar; que:
«Algo de otra región el alma encierra,
Que infunde en ella sueños delirantes;
Las glorias de la tierra
A saciar ese afán no son bastantes.
Amor no más te volverá la calma;
Sólo puede llenar al alma el alma.
Y es el amor su lazo más divino.
Renovación de parentesco eterno.
De una patria común recuerdo tierno
Que une á dos seres en igual camino.»

Y en esta modalidad del sentir del supremo p o e t a valen-


ciano, veo yo r a d i c a r la compenetración de su espíritu con el
de su pueblo. L a serena modestia y sencillez clásicas del
poeta a n h e l a n t e del amor, que une á dos seres en igual cami-
no, despreocupado de las cosas y afanes de los hombres p a r a
a t e n d e r al hogar dichoso, bien se compadecen con el h o g a r
aislado del más, de la barraca Y m i e n t r a s Querol, altísimo
p o e t a , no a c i e r t a á influir en la v i d a v a l e n c i a n a , Llórente
558 LITERATURA MODERNA

aplica con fervor de enamorado su fe y su constancia á la


Valencia de sus amores; la conrea como el hijo á la madre
querida; la pule, la afeita; exhibe sus galas y preseas, más
preciosas sus prístinas virtudes y bellezas; le recuerda las
proezas y sentimientos que la animaron; y con sus versos, de
clásica contextura, labra el más bello espejo que h a y a refle-
jado su imagen, y ofrece la poética visión de Valencia como
ningún otro de sus hijos.
Ninguno como Llórente p a r a conmover y adueñarse de los
frivolos y distraídos y convocarlos á una hermandad dulce y
simpática. El les c a n t a la leyenda del heráldico murciélago
del Rey conquistador, y les dice:
«Atnics, germans: la Patria llemosina
renaix per tot! Rebrota l'englantina
del nostre Saber Gai.
Imitem's á la host, de llors ja coronada,
formant, oh valensians, una mainada,
que nos desfHQa mai.»

Y Llórente, que rehuye la lucha y que no siente el ansia


de la gloria, y sólo alienta amorosa bondad y sueña con el
hogar feliz; Llórente es verbo del renacimiento valenciano.
Mas, como adecuadamente lo puede ser el poeta, hablando de
lo que halla eco al aldabonear en su corazón: enalteciendo la
p a t r i a , la fe, el amor. Y se aplica á beber y á henchirse de
escos sentimientos, acudiendo al m a n a n t i a l de las costumbres,
recorriendo el agro valentino, los pueblos, los archivos; bus-
cando el alma de su pueblo, escudrinando en sus glorias. Y
las glorias y las sensaciones del pueblo valenciano y las galas
de su tierra, plasman en los versos impecables de Llórente con
definitiva expresión poética, y es Llórente el clásico de las
letras valencianas.
Mas no es Llórente el v a t e demagogo que Querol pedía,
no es el político romántico, arrebatado; el que a r r a s t r a é in-
flama de su propio fuego el alma de las muchedumbres; el
que forma escuela y deja sucesores, si por acaso él mismo no
consuma la obra
El renacimiento valenciano no h a trascendido al pueblo:
EL PATRIARCA VALENCIANO. 559

al pueblo impresionable y siempre impresionado por aventu-


reros políticos halagadores de los fáciles apetitos del demos
levantino de las urbes L a obra de Llórente, intensamen- .
te artística, tiene el severo aristocratismo del espíritu clá^
sico. Su virtualidad es poderosa, pero es de l a r g a y pau-
sada germinación; p a r a a c e l e r a r l a faltaron labradores de al-'
mas c e r c a del pueblo inculto. L a obra exquisita de Llórente
e s ' t a r d a de camino: son muchos los recovecos que entretienen
su paso h a s t a llegar a d e c u a d a m e n t e al más y á la barraca;
á donde se puede comulgar en el sentimiento del poeta, su
cantor; al demos aplicado al afán de la t i e r r a , del agro; á la
Uauransa dispersa y atenta al cultivo; la que no se reúne en
muchedumbres sensibles á la elocuencia del gesto y de la pa-
l a b r a y á toda poética expresión de la belleza.
No; Llórente no h a podido bajar h a s t a el pueblo, á pesar
de su sencillez, de su modestia, y acaso por ello mismo: no h a
podido bajar, porque la alteza de su cultura y la ecuanimidad
de su criterio y la sinceridad de su alma, le impiden t o m a r
papel en la farándula populachera; su mismo lenguaje y su
concepto del a r t e , a u n dentro de la suprema sencillez, tien-
den á ennoblecerse, buscan la vieja estirpe; no v a n á enca-
nallarse en las callejas infectas y en los mercados de la u r b e ;
su léxico se forma en las reconditeces montañosas y en los
valles a p a r t a d o s , no en las t a b e r n a s y chulerías, donde ofre-
ce sus jorobas y defectos, y pocas de sus bellezas, el alma v a -
lenciana, que allá conserva perdurable su g r a n d e z a .
Mas ¿qué importa esto á la gloria del maestro? Si por él
los a m a n t e s de la belleza h a n aprendido la que vive en su
t i e r r a de Valencia, y h a n aprendido á a m a r l a ; si consigue
que, al paso que la cultura se difunda, sean sus versos lengua
común de muchos corazones, y sea un día su nombre a c l a m a -
do como el del precursor, ¿qué importa á la gloria del m a e s t r o
la clamorosa popularidad?
Pero como su obra poética, como su vida, t r a n s c i e n d e
efusivo amor y bondades, y es constante su función periodís-
tica de pedagogo lleno de buen sentido, equihbrado, clásico;
como leyéndole ó t r a t á n d o l e c a u t i v a n su sencillez cariñosa y
560 LITERATURA MODERNA

sus bondades paternales y su propensión admirativa por su


tierra querida, el cariño de todos los valencianos polariza ha-
cia quien es el más noble y alto centro de hondo sentir y bello
e x p r e s a r l a s bellezas de su tierra, hacia el viejo trovador,
en quien han aprendido á a m a r l a s , á comprender por qué,
como dijera el felíbre Romié: Chasque auceu trouvo soun nis
beu
Y he aqui cómo si no es el padre de una patria valencia-
na rediviva, es Teodoro Llórente, el bueno, el amoroso, el
viejo p a t r i a r c a de la actual familia valenciana.
RICARDO CARRERAS.

C a s t e U ó n de l a P l a n a , A b r i l 1909.
El poeta Llórente.

E r a yo muchacho cuando cayó por casualidad en mis ma-


nos aquel tomito de pobre aspecto, de verde cubierta y mal
papel, que, formando parte de la «Biblioteca Selecta» de Pas-
cual Aguilar, se habia publicado en Valencia con el atractivo
titulo de Leyendas de oro. Abrirlo y no dejarlo y a h a s t a ha-
berlo devorado febrilmente, fué p a r a mi uno de mis más rega-
lados placeres intelectuales de aquella época feliz.
Asi empecé á intimar con el amigo y maestro á quien no
he tenido ocasión de conocer personalmente hasta que yo ha-
bia dejado y a de ser joven y él sufría los achaques de labo-
riosa ancianidad. Por aquel libro, Schiller, Victor Hugo,
Lamartine, Goethe, Uhland, Byron y Longfellow, me pare-
cieron prestigiosos poetas españoles que al hablarme en mi
misma lengua hallaban así el mejor camino p a r a llegarme de-
rechamente al alma, p a r a henchirla de entusiasmo y de en-
sueños. H a n pasado los años como un soplo, y aun aquella
copa que el rey de Thule apuró moribundo, p a r a l a n z a r l a
después al mar, se me aparece como á través del sutil velo
de los versos de Llórente, aunque no sea éste el único que h a
venido á ofrecernos en España aquella hermosa joya; aún
resuenan en mis oídos las primeras estrofas de una composi-
ción de Longfellow, á quien Llórente me enseñó á a m a r :

En el viejo Talmud de los rabinos,


¿no visteis los portentos peregrinos
de la suprema celestial mansión?
¿No aprendisteis allí la dulce historia
de Sandalfon, el Ángel de la Gloria
y Ángel de la Oración?
5 6 2 LITERATURA xMODERNA

A las puertas espléndidas del cielo


él vela siempre con ansioso anhelo,
de pie, en aquella escala celestial
que vio dé tantos ángeles poblada
Jacob, cuaudo después de la jornada
durmióse en el erial.
Los ángeles del Aire y los del Fuego
cantan un himno solo, y mueren luego
al expirar el inefable son,
como las cuerdas de la lira, rotas
ciiando exhalan más plácidas sus notas,
por su misma tensión.
Mas él, tranquilo en el turbado coro,
oye impasible el cántico sonoro,
y atendiendo á lejano sollozar,
entre querubes y serafines muertos,
los que suben del mundo aves inciertos
recoge sin cesar.

Sandalfon convierte, segiin la leyenda, esas quejas an-


gustiosas del mundo en violetas, jazmines y rosas, con las que
adorna la divina Sión y no sé por qué ese ángel sublime
se me antoja ser un poeta, el supremo poeta que «de la infi- •
n i t a s e d q u e abrasa el alma», que «de la ambición humana .
que aún pugna por coger la prohibida m a n z a n a del Edén»,
forma guirnaldas de fiores que'perfuman el Cielo con la esen-
cia de los inmensos, de los fecundos y magníficos dolores de
la Madre Tierra. He leido después á Longfellow en el origi-
nal; pero la traducción de Llórente, como otras muchas de
las que h a labrado de primoroso modo, no se a p a r t a de mi
memoria, y he aqui el m a y o r elogio que del r e y de los tra-
ductores espailoles en verso puede hacer un enamorado de la
la poesia extranjera.
Es que p a r a traducir á un g r a n poeta h a y que ser casi tan
poeta como él, además de hombre de gusto y refinado literato.
Como Sandalfon trocaba en ñores las quejas del mundo, el tra-
ductor de excepcional valia va sembrándolas á su paso, mien-
tras e l vulgar y torpe v a esparciendo sólo ingratos abrojos.
Por ser autor de una versión de Ornar K h a y y a m , con labor
de v e r d a d e r a creación personal, figura entre los clásicos in-
EL POETA LLÓRENTE 563

gleses F i t z g e r a l d , y yo espero, yo deseo, que por análogos


motivos, predominando definitivamente el espíritu de justicia
á todo otro espíritu, ei nombre del poeta v a l e n c i a n o Llórente
o c u p a r á un buen l u g a r e n t r e los clásicos castellanos, y s e r á
honrado como el de uno de los españoles que con m á s serie-
dad h a trabajado por lá cultura literaria de su país.
Pero, a l ñn y al cabo, todo esto está y a en la conciencia
de los escritores y del público. Apenas si sólo a l g u n a vez se
h a reprochado á Llórente por no habernos ofrecido lo único
que ól no puede ni quiere dar: la perfecta adaptación de su
a l m a y de su estilo á autores que están en p u g n a con su modo
de sentir la poesía. E n toda b u e n a versión h a y ó debe h a b e r
dos creadores frente á frente: el del original y el de la t r a -
ducción. Domina el uno ó el otro, discuten ambos, se enmien-
d a n la p l a n a y se compenetran del todo ó no. No es fácil t a -
r e a la de decidir en todos los casos quién supera á quién e n
esos torneos en que cada uno lucha con sus propias a r m a s . Lo
que sí cabe afirmar es que no siempre el poeta v e n c e d o r re-
sulta ser el que escribió el original, y aunque el t r a d u c t o r no
venza otras veces, legítimo es su orgullo si sale de la lucha
conservando integra y poderosa su personalidad. Llórente la
tiene, y por ello es justo y n a t u r a l que no quiera a b d i c a r l a .
H a y en él, no un poeta, sino varios. Clásico como los c l á -
sicos castellanos al escribir en este idioma, según puede v e r -
so, no sólo en sus varios é importantes volúmenes de t r a d u c -
ciones (Leyendas de oro, Amorosas, el Fausto, el Libro de los
cantares, de Heine, y los Poetas franceses del siglo XIX), sino
también en sus Versos de la juventud, que valen por lo menos
tanto como los de autores que h a n sido muy aplaudidos h a c e
algunos años, p r e s e n t a c a r á c t e r bien propio como poeta que
escribe en valenciano, como jefe y maestro de u n a de las li-
t e r a t u r a s regionales españolas.
H a y alta y sólida belleza en sus composiciones de esta
clase, y por ellas, y no sólo por sus traducciones c a s t e l l a n a s ,
merece Llórente ser considerado como uno de nuestros bue-
nos poetas, independientemente de ser el que más h o n d a m e n -
te h a llegado al corazón de sus paisanos levantinos. No se es-
564 LITERATURA MODERNA

criben hoy m u c h a s estrofas como buen número de las que con


r a r a perfección h a cincelado él, desbastando el bloque de m á r -
mol p a r a que surgiera hermosa, viva, sin indecisiones, la esta-
tua de augusta serenidad, ó el encantador y juguetón grupo lle-
no de g r a c i a , de movimiento, de bien idealizada verdad, y so-
bre todo del inconfundible a r o m a de la tierra que es toda su al-
m a . No h a y que ser valenciano p a r a e n a m o r a r s e , por ejemplo,
de La barraca, ni precisa r e n e g a r de ciertos poetas modernos
p a r a sentir que este v e n e r a b l e cantor, que p e r t e n e c e á otra
escuela distinta de la que a h o r a está de moda, es un v e r d a -
dero artista con el cual h a de contar la historia l i t e r a r i a , si
h a y en el mundo historia i m p a r c i a l y no ú n i c a m e n t e p a n e g í -
ricos y diatribas entre amigos y enemigos. U n a y justiciera
h a de ser la critica literaria, y v a s t a , comprensiva, genero-
sa, desinteresada, p a r a que todos los géneros q u e p a n en ella.
L a pluma que hoy elogia al clásico Llórente, al Federico Mis-
t r a l de Valencia, t e n d r á m a ñ a n a el deber de celebrar las
bellezas que puedan hallarse en la última composición de al-
gún ignorado y modernísimo escritor que m e r e z c a t a m b i é n
ser llarnado poeta, aunque lo sea de oti a clase. Cabe en el
puro artista la p a r c i a l i d a d : no debe mostrarse en el crítico
m i e n t r a s de tal ejerza, sin perjuicio de que luego pueda ser
t a n a r t i s t a como cualquier otro.
También en la producción v a l e n c i a n a de Llórente puede
escoger c a d a cual, por otra p a r t e , según sean sus gustos. Su
Llibret de versos y el que viene á completarle con el titulo de
Nou llibret de versos, como si al rotularlos así quisiera la mo-
destia del autor atribuirles escasa importancia, p r e s e n t a n la
v a r i e d a d suficiente p a r a que bien d i v e r s a s clases de lectores
p u e d a n deleitarse con ellos. ¡Como que son la v i d a de un
hombre, y no librillos t a n pronto escritos como olvidados: son
flores jugosas a r r a n c a d a s de la soleada t i e r r a v a l e n c i a n a y
no floréenlas de trapo semejantes á pálidas c a r a s sobre las
cuales miente con descaro el colorete! ¿Creeréis que esto sean,
sólo por su origen, algunas de la poesías que Llórente h a es-
crito p a r a Juegos Florales, ó como discursos de ocasión?
No; en ellas h a solido poner el p o e t a toda su alma, toda
EL POETA LLÓRENTE 565

su habilidad artística, redimiéndolas y elevándolas, y el poeta


de v e r a s imprime su huella en cuanto toca, diferenciándose
del mbro versificador a u n en los momentos en que uno y otro
se e n c u e n t r a n de lado en la h o r a del triunfo. Llórente de-
m u e s t r a quién es h a s t a en u n a b r e v e salutación que se v e a
obligado á escribir.
Y tiene también, al lado de lo entonado y solemne (como
en Valencia y Barcelona, Ais poetes de Catalunya, Les glories
de Valencia, e t c . , etc.), a l lado de lo que n e c e s a r i a m e n t e h a
de p a r t i c i p a r algo de lo oratorio de buena ley, sentidos gritos
del alma tierna, bondadosa, delicada, a m a n t e y c r e y e n t e , que
h a hecho de la vida del poeta algo simpático y ejemplar.
Buscad en sus libros esos gritos, poco pretenciosos á veces, y
hallaréis á un autor de los que fácilmente se convierten en
un amigo querido c u y a compañía nos es siempre a g r a d a b l e
en las intimidades del hogar. Entonces se comprende la v e r -
dad de aquella composición en que alude á una joven que con
las l á g r i m a s en los ojos leía á su p a d r e ciego el LUbret de
versos, «com breviari de amors nobles», y cuan s i n c e r a m e n t e
escribía nuestro poeta:

< Jo volgués que en mos versos res haguera


de dolent ni d' amarcii;
donarte ¡oii. Regidora! jo volguera
•* esparces d' Ausias March.
Mes ells pendran dolsor, si'n teñen poca,
de tos Uabis de mel;
y ton pare, escoltantlos de ta boca,
creurá que á sos ouits baixen del cel.

¿Qué mejor recompensa p a r a un hombre t a n intensamente


enamorado de la poesía propia y la ajena que verse así leído,
como verbo de la t i e r r a en que nació, por los enternecidos
ojos de una doncella que consuela con ello á su p a d r e de la
nostalgia d e no poder ver aquel sol de V a l e n c i a cuyo calor
refrigerante a n i m a los versos de ese a n c i a n o poeta? H a pa-
sado Llórente su v i d a haciendo a m a r á su país, enaltecién-
dolo, no sólo con sus obras poéticas, sino con lo que h a escrito
566 LITERATURA MODERNA

en prosa; justo es que v e a que en t a n noble labor h a logrado


h a c e r s e a m a r él mismo.
Y he aqui esbozado, como m e r a impresión de conjunto,
p a r a no abusar del espacio, algo de lo mucho que sobre mi
ilustre y buen amigo puede decirse, aunque ú n i c a m e n t e se le
considere en el m á s simpático y conocido de sus aspectos.

R. D . PERES.

(5-
CRÓNICA LITERflRin

I Sud-Bxprés (Cuentos); Teatro: tomos X X X V y XXXVI de las Obras completas


d é l a Condesa d e Pardo B a z á n . - 1 1 . D e / . V o s , por el C o n d e de las N a v a s . —
111. 1{omancero, por Manuel de S a n d o v a l . — ] V . Eseritores americanos: Enrique
Larreta: La gloria de Don T{amiro. Balbino Dávalos: Ofrendas: Al ensueño y »1
amor, A la vida. A! arte. M a d r i d , 1909.

Las obras de la Condesa de Pardo Bazán—de mi grande a m i -


ga Emilia—no necesitan de anuncios ni de encomios: ¿quién no
conoce á la egregia autora? ¿Quién se privará del alto placer es-
tético de leerla? Pero si demandan saludo y bomenaje, como el
saludo á la bandera, como la tonante salva solemne ó el repique
sonoro y triunfal; sí reclaman los bonores suj^remos de la críti-
ca al salir á la pttblicidad cada uno de estos libros que van for-
mando el pedestal eterno de la más célebre, y—¡hora es de d e -
cirlol—de la más grande de las mujeres contemporáneas, de la
novelista sin rival, de la prosista sin ejemplo en toda la historia
de las letras. Sólo una mujer que ocupa lugar inaccesible en la
historia universal de la literatura está más alta que Emilia; pero
aquella mujer, también española para gloria nuestra, era más
que humana; el espíritu de Dios hablaba en ella y su obra está
sobre toda critica de hombres. Exceptuada Santa Teresa—¡tiem-
po es de decirlo muy altol—ni en España ni fuera de ella existe
ni existió jamás escritora, ni alcanzo á descubrir tampoco escri-
tor varón (de sexo, que de alma ya lo es Emilia) en quien se jun-
ten en tan armónica síntesis el brio y arranque del entendimien-
to, la copia del saber, la rapidez fulmínea y certera de la per-
cepción, la claridad meridiana del juicio, el desinterés y alcance
en la observación, la intensidad dramática y colorista en la ex-
presión, el profundo sentido ñlosóíico, espiritualista y aun misti-
568 LITERATURA MODERNA

co—¡y tanto!—, el absoluto, dictatorial dominio de la lengua, la


inexhausta virtud creadora y la serena belleza intachable de la
forma resplandeciente de gracia exterior y de recóndita luz s u -
blime. Exceptuando del juicio compai'ativo á Galdós, novelista
ciclópeo, y á Menéndez y Pelayo, resucitador milagroso de nues-
tra historia literaria, ¿hay escritor entre nosotros, ni lejos de nos-
otros, que rivalice con Emilia en una sola de esas sumas cuali-
dades? ¿Hay alguno que se precie en justicia de juntarlas todas
en la mano, como un haz de rayos de inmortalidad'? Y puesto
que no le hay, ¿quién ha de disputar á Emilia Pardo Bazán el
primer puesto como cuentista y novelista contemporánea? Hasta
hace poco, terquedades de la envidia, resabios misoneistas, ce-
los femeninos y mal fundadas soberbias varoniles disputábanle
sórdidamente ese supremo lauro; ya nadie se lo niega; el genio
de la escritora única se ha impuesto á la conciencia universal,
como se impone el sol: alumbrando. No hay ceguera de igno-
rancia ni sombra de envidia que se oponga á la invasora expan-
sión de la luz; las grandes fuerzas que son se imponen á des-
pecho de toda hostilidad, y, ante las resistencias que cejan, el
avance triunfal es más enérgico y glorioso. En esta hora de vic-
toria definitiva se halla Emilia; la plata de sus cabellos corona
la fecunda juventud de su creadora frente; el montón de volú-
menes de su producción sin ejemplo sube; la ola creciente de su
fama, hirviendo aún en espuma tras de la brava lid por la glo-
ria, extiéndese por las más remotas regiones geográficas; pero el
júbilo del triunfo logrado no amengua los valientes bríos de está
gran luchadora por la belleza y por el ideal; al contrario, m o r -
diendo el mármol incansablemente su cincel magistral se aguza,
su hacedora diestra se agiliza, luchando con la rebelde técnica
su arte perfecto se sublima, ahondando en el alma h u m a n a su
alma se depura y enriquece; y ciego será quien no viere que, al
paso que la visión ultraterrena se agranda ante sus ojos de artis-
ta y de creyente, la escritora y su arte, ganando pasos de gloria,
ascienden á las más excelsas cimas de la intelectual belleza. Des-
de La Quimera, el movimiento ascencional, que algunos críticos
han llamado evolución espiritualista de la gran escritora, pero
que yo no llamaría evolución—en el sentido de cambio—porque
la autora de San Francisco de Asis no ha necesitado nunca evolu-
lucionar hacia el espiritualismo en las creencias, aunque evolu-
cionase hacia el naturalismo en los procedimientos, hasta llegar
CRÓNICA CITI-UAlilA 55',)

--á ser, no más, tan naturalista como lo fueron nuestros cristianí-


simos Tirso y Cervantes, ese mo-vimiento que no es sino expan-
sión de sentimientos congénitos en la autora, consubstanciales
•«on ella, enérgicamente acusados en toda su obra, valientemente
profesados en La Cuestión palpitante—y de ésto hablaré con e x -
tensión en otro lugar — (1); ese movimiento ascencional se acen-
túa, se hace visible desde La Quimera, aun á los ojos de los más
miopes; todos advierten el actuar brioso de crecientes energías
•^que parecen renovar el alma y el arte de la gran noveladora;
pero ese doble impulso de actividad y perfección no es mudanza,
no es evolución, es progresivo desarrollo de facultades nativas,
es crecimiento de la fiebre espiritual y a u n mística que arde en
el alma de la autora de San Francisco, es aumento del fogoso
amor á la naturaleza, nervio y salud del estilo de Emilia, y es
•que ambas actividades se integran y funden en síntesis gloriosa
y archicastiza, bajo la pluma de la autora de La Quimera, como
se fundieron é integraron bajo el cincel de Theotocopüli y bajo
la pluma de los místicos el realismo y el éxtasis, creando nuestro
.gran arte nacional que enraiza t a n hondo en la tierra y penetra
hasta tan alto en los cielos. Y en esta hora de síntesis y de triunfo
p a r a Emilia, todo se espiritualiza en ella, en efecto, la concep-
ción y la técnica, pero sin divorciarse u n momento de la reali-
•d&á, antes apretando más el fuerte abrazo de la escritura con la
vida, sin rezagarse u n paso en el camino, andando el andar de
los tiempos, sorbiéndole el alma á la sociedad actual y la savia
-al arte y á la literatura moderna; pero haciendo de la libada esen-
•cia mieles projjias aromadas con jugo de llores eternas.
Los Cuentos actuales, coleccionados bajo la rúbrica de Snd-
Jixprés, pertenecen como La Quimera y La Sirena negra—y como
pertenecerá, según informes fidedignos, la futura novela Dulce
daeñü, que nace ahora en Meirás—á esta nueva manera de E m i -
lia, que no es manera, sino ausencia de toda manera; es el punto
•en que el arte de la autora domina esa difícil cumbre donde la
sobriedad se abraza con el acierto, esa cumbre triunfal dominada
por Velázquez en su manera abreviada, ahorrando brochazos,
xestando materia, prodigando espipitu, pintando con la voluntad.
Esto hace Emilia, cada vez menos verbosa, más intensamente

(1) En mi futuí o eit idio: JDe 11 )iiist¡c:i y de l:t novela contemperaaea, ouyív
IiUrodiii-ción v i o la laz en esta R e v i s t a .
5/0 í.riKliATUHA MODERNA

sugestiva: con el pincel casi enjuto de color y emjjajjado en alma-


sin cubrir la tela, sin empastar, sin insistir, apunta en cuatro
lacónicos rasgos una escena de la gran comedia humana, un
aspecto de la vida interior, una faceta del espiritu, una ironía de
la suerte, y aquellas manchas sMas, nos dan la sensación de
la verdad, el espasmo de la tragedia, el calofrío de lo sublime.
Ese ideal estético que Velázquez logró en su manera úllimu, la
Condesa de Pardo líazán lo ba conseguido en sus cuentos insu-
perables. Esos cuentos asombrosos que son realidad condensada,
alma visii)le, constituyen sumados á las novelas de la autora la
más amplia Iranscripción de nuestra vida y de nuestro espiritu
nacional en estos últimos cincuenta años: medio siglo de liistoria
y de psicología española transfigurados por el arte. Hora es de
que los españoles también llamemos á la Condesa de Pardo Bazán
la primer cuentista del mundo.

En cuanto al otro de los volúmenes indicados, el Teatro de la


Condesa de Pardo Bazán, no be de emitir ahora un juicio sinté-
tico; creo que tal juicio sería prematuro y que no soy yo la lla-
mada á emitirlo. Por mujer y por amiga entusiasta de Emilia, la
opinión sospecbaria mi crítica de parcial y de interesada, aun
siendo la misma sinceridad, como lo es, por alio resi)eio á la
gran escritora y por estimación de mi propia dignidad, cuanto
de ella digo. Absteniéndome, pues, de juzgar y m.ís aún de dog-
matizar—¡Dios me librel—, limitóme á consignar algunas obser-
vaciones que, siendo rigurosamente justas, acaso no serían inúti-
les para la formación de un juicio más amplio y definitivo. E n -
tiendo yo, y demuestra el recién publicado volumen Teaíro—don-
de apretadamente se contienen además de las cuatro obras estre-
nadas: yerc/(((/, Cae.s/a abajo, El vestido de boda y JAI suerte, tres
comedias dramáticas inéditas: Juventud, Las raices y El becerro
de metal—, que el teatro de Emilia Pardo Bazán no ha sido cier-
tamente belicoso alarde genial, ni mero ensayo, ni fugaz episodio
en la vida de la gran noveladora, no; la dramática de la Condesa
de Pardo Bazán es un pujante brote de su mentalidad fecunda,
un aspecto nuevo y am|)lio de su magna obra que pide harto
más estudio y harta mayor atención de los que hasta ahora se le
CRÓNICA Llli-RARIA 571

concediei'on juzgándola meridlonalmente, por impresión, pero


impresión engendrada en el prejuicio, y que, por lo tanto, re-
quiere y obtendrá—lo espero—de la opinión justas rectificacio-
nes, rectificacioues qvie urgen, sobre todo, porque no seria licito
extender, sin examen, la sentencia irrellexiva, ó apasionada á la
obra nueva, cuando ésta—ya que no en el teatro, en el libro—se
ofrece con alta serenidad al juicio incorruptible de la critica. No
j)rotesto yo del fallo del público, creo en la sinceridad de la con-
ciencia colectiva, lo cual no signilica que crea en la infalibili-
dad de esta conciencia, tanto por([uc todo juicio de bombres ba-
ilase expuesto á error, cuanto porque los juicios estéticos—sin-
gularmente los de la multitud que suelen preferir sensorialmente
lo agradable, y pocas veces se elevan á ío bello—más que de j u i -
cios tienen de impresiones sensitivas, tan análogas á las de los
sentidos, que la estimación de la belleza ha llegado á confundir-
se hasta en el nombre con las sensaciones del paladar y se llama,
con harta propiedad, gusto; y los gustos sabido es que son modi-
licables, educables y cambiantes basta lo infinito, y, por lo t a n -
to, que nada hay menos infalible, ni más tornadizo que los fallos
del gusto. Sobre el gusto impera dictatorialmente la moda, á c u -
yos más locos y absurdos caprichos, todos menos ó más nos do-
blegamos. Obedece también el gusto á las altas imposiciones del
saber, bajo cuya severa disciplina se educa y se transforma tan
radicalmente como la realidad nos muestra; así vemos que p ú -
blicos que ayer se dormían oyendo á Ibsen ó á Wagner, desde
que han aprendido á oírles, los endiosan. Notorio es, además, que
en estética dramática atravesamos un período transitivo; que los
mismos que ayer predicaban la infalibilidad dogmática del ien~'
tro de acción, sacrifican boy en las aras del teatro de ideas: que
públicos y críticos que ayer excomulgaban, por antileatrales y
narcóticas, obras de alto simbolismo y forma cincelada, pero fal-
tas de acción, de movimiento y de vibrante interés, calificándo-
las de óptimas para el libro é inaguantables en la escena, aplau-
den y glorifican hoy con justicia—hay que decirlo—obras de
igual índole. Críticos y públicos que abominaban de la novela
en acción y querían alzar entre la novelística y la dramática mu-
I alias mayores que las de la China, aplauden boy las novelas
dramatizadas, invocando el glorioso precedente de La Celestina y
el alto ejemplo de El Abuelo. ¿Entonces?
Hoy, menos que nunca, existe, ni en el público ni en los pro-
572 LITERATURA MODEKNA

fesionales, criterio cerrado en estética dramática—carencia de


dogma que censores venales ó apasionados aprovechan en pro
de sus amigos, invocando la supremacía del teatro de acción s o -
bre el de ideas, ó viceversa, según el caso lo pide. En suma, ni
hay derecho á fulminar fallos infalibles apoyándose en criterio
lluctuante, ni el éxito ó deséxito de una obra significa siempre el
fallo del público, ni menos el fallo total, unánime de la opinión,
sino la impresión, ó con mayor exactitud, la resultante del es-
tado de ánimo de los asistentes á un estreno; y claro es, que
este estado de ánimo hállase sometido á inllujos de muy varia
especie: morales, políticos, literarios y hasta atmosféricos.
Todo eso reconocido, nadie ha de negarme que el público
que asistió al estreno de Verdad era un público—por causas es-
tadizas, las unas, y muy del momento literario las otras—preve-
nido en contra de la autora, tan prevenido que, con ser aquella
la primera salida de la gloriosa noveli.sta al teatro grande, no le
otorgó ni aun los honores de ordenanza, el aplauso de cortesía
con que se saluda siempre la presentación en escena de una obra
de escritor insigne, aplauso que todos respetan y cumplen como
un rito de admiración y reverencia á un nombre excelso, sin que
nadie le confunda nunca con el éxito. El público que negó á
toda una Emilia Pardo Bazán ese obligado saludo, era, pues, un
público, no ya prevenido, hostil á la grande escritoi'a. Esto con-
signado, diré en prueba de la imparcialidad m á s absoluta que á
pesar de todo prejuicio, la obra tal Aez se hubiera impuesto—que
eso tiene de impulsivo y de infantil el corazón de las multitudes,
que suele entregarse á discreción á quienes le deslumhran ó e n -
tretienen—; la obra, en mi sentir, se hubiera impuesto á toda r e -
sistencia ambiente á no ser porque atesorando lo más: la intensa
vida dramática, el vuelo del entendimiento, las bellezas magis-
trales de la forma, no poseía en iguales proporciones lo menos:
el artificio, los resortes y picardías profesionales, la recela para
hacer estallar el aplauso. Y ese menos, secreto del éxito de mu-,
chas obras que carecen del más, ese menos con el cual triunfa
Sardón y sin el cual no triunfaría Shakespeare; claro es, que si
la autora lo desdeñó, nadie irá á suponer que fuese por impoten-
cia intelectual, sino por una doble razón harto visible, porque
la gran escritora, que jamás trató de vencer contemporizando,
sino combatiendo, plantó bizarramente su drama en la escena
como le hubiera volcado á sus cuartillas de novelista, menospre-
CIÍÓNICA L I T E R A R I A 573

ciando la receta, las malicias profesionales, la pirotecnia del éxito


que previene sistemáticamente las explosiones del aplauso; se-
gundo, porque Emilia, demasiado confiadamente, contó con que
el público no podia negar á autora propia y tan gloriosa lo que i
concede á los dramáticos exóticos, por el hecho de serlo: la r e -
verente atención, la expectación religiosa del momento emo-
cional que provoca el aplauso, y este momento emocional en
Verdad existe, vibrante, intensísimo, pero no fué correctamente
esperado; y cuando llegó la escena de alta tensión, el público
ya no supo sentirla, no entró en ella—como sedice en el argot
teatral—y eso fué todo, una inadaptación, un no entenderse del
autor y del público. Después, en frió, reílexivamente, nadie h a
negado la gran fuerza dramática de la obra, el pujante brio de
aquella gran escena del último acto en que María Guerrero emi-
tió una nota extrema de fuerza pasional, esa nota en que parecen
saltar en añicos las cuerdas de la emotividad humana; y el al-
cance de esta escena nadie dejó de sentirlo, ni aun en la tarde
misma del estreno; y á fe que una obra, una primera obra de
teatro grande, que contiene una escena tal, bien merecia los lau-
reles del éxito, tantas veces malbaratados en obras que exprimi-
das todas juntas no dan una gota de aquel alto dramatismo allí
derrochado con largueza de genio. Pero repito que aquel juicio
pide y obtendrá rectificaciones (1); repito lo que á todos es evi-
dente, que ante la gloria de Emilia Pardo Bazán cesó toda resis-
tencia, disipóse toda hostilidad: es lo indiscutible. Y mientras lle-
gue el día de que sus nuevas obras dramáticas arrostren la prue-
ba de la escena, yo, sin aventurar juicios ni predicciones, l i m i -
tóme á rogar á todos que lean esas nuevas obras, porque espero
que su lectura impondrá la conciencia de que lo que en el libro
es bello, real, intensamente humano y emocionante, virilmente
dramático y lacónicamente hondo y sugestivo, no podrá dejar de
serlo en el teatro.

(1) Ya comienza á obtenerlas: escrito lo que antecede, loo los acertadísimos


juicios que sobre el teatro de la Condesa de Pardo Bazán emite el ilustre
Gómez de Saquero en El Imparcial y en La España Moderna, y las enérgicas
frases que á la defensa y elogio de dicho teatro dedica el meritisimo crítico
Sr. Tenreiro en La Lectura.
574 I ITERATÚRA MOHEllXA

II

—De libros (menudencias), por el Conde de las Navas.—Tarde


llega á las páginas de C C L T L R . A la mención de este libro; pero así
como para el periódico diario son pecados mortales aun las más
leves faltas de actualidad, para las revistas—singularmente para
las de lento y reposado andar, como lo es la nuestra—cuya m i -
sión es atender antes que á lo (¡ae pasa, á lo que <¡ueda y perdura,
seria mucbo mayor culpa la omisión que el retraso, tratándose
de obra de tan abundante y útil erudición como lo es De libros.
De ellos y para ellos vive el Conde de las Navas, escritor de
muy varia naturaleza y excepcionales aptitudes, en quien el sabio
erudito y el novelador con j)inceles, el narrador ameno y el his-
toriador en vivo de lo más saliente y étnico de nuestro vigoroso
personalismo nacional—los vinos y los toros—se amalgaman en
aleación armónica y duradera como el bronce.
Diríase que es este libro concentración intensa de personali-
dad tan castiza y bien dotada: así, describir el volumen casi pa-
rece biograíiar al Conde.
Es el libro, como su autor, correcto, aristocrático, intachable,
más voluminoso que alongado de proporciones, bario más dadi-
voso que prometedor de sí mismo, mucbo más nutrido de saber
y sana doctrina, que ambicioso de forma y de epígi-afes; no está
hecho para el escaparate, sino para el gabinete; cabe en un bol-
sillo y contiene una biblioteca; huye del reclamo, busca la curio-
sidad y el puro deleite del estudioso; está hecho para la dulce
intimidad de los devotos del saber, para fruición del paladar del
alma; es, como el autor, el mejor, el más sabio y ameno de los
amigos.
Aseméjasele en todo y le compendia y sintetiza, ya que De
liI>ros viene á ser zumo balsámico de la fructuosa labor callada y
merilísima del Conde, extracto de su varia y copiosa erudición, é
índice abreviado de su muy nutrida ol)ra.
Quien quisiere adquirir rápida noción de lo que el Conde es y
vale como bibliógrafo, novelista, historiador y dueño de las r i -
quezas y sales de nuestra lengua caudalosísima, lea De libros, y
sobre hallar en el recogido volumen mucho que admirar y que
aprender, singularmente en los interesantísimos capítulos «Ami-
Cl'.ON'H'.A LITKRAI'.IA O/O

gos y enemigos del libro», «Lil)ros españoles de sastrería» y «De


la-encuademación», á través de la lectura habrá conocido á u n o
de nuestros hablistas y escritores de raza. •
Dz libros le contiene en cuerpo y alma; por todas sus letras ge-
nerosamente transpira la personalidad jugosísima del autor, su-
talento, su lectura inmensa, las sales andaluzas de su conversa^
ción incomparable. Tratando de materias eruditas y aun de suce"
•sos lamentables ó trágicos, hasta sin querer, esmalta y salpica el
Conde su ceceosa habla malagueña de cuentos, chistes, chasca^
Trillos y donaires sabrosísimos, de que tiene u n arsenal sin fondo
•en la opulenta memoria. Así. de las páginas de este libro erudito»
saltan á veces anécdotas y chistes tan espontáneos y graciosos,
que hacen surtir fresca y sonora la risa del lector, en cuyos labios
mézclase gratamente el solaz con la enseñanza; y esos granos de
rsal y esos estallidos de risa son la rúbrica del Conde, que en estoj
como en todo, es archicastizo y ultraespañol, y desciende, por
línea recta, de nuestros maestros del siglo de oro, en quienes los
regocijados donaires son luces del estilo y salud del alma.
Cierra el volumen un catálogo de las obras del Conde, avalo-
rado con juicios de escritores tan ilustres como D. .luán Valera,
Emilia Pardo Bazán, el P. Blanco Garcia, .1. O. Picón, .1. Catalina
<}arcia, R. Menéndez Pidal y alguno más, entre los españoles, y
MM. Morel-Fatio, Foulché-Dolbosch, G. Bernard, el Dr. Graefen-
berg y otros, entre los extranjeros. Con lo que el libro contiene y
lo que el catálogo y los «juicios» recuerdan ó encarecen, puede
abarcarse de una ojeada la o])ra compleja y la personalidad sinté-
tica y creadora de quien en la novela ha producido libros como
La niña Aruccli, Un infeliz, La IK'liisa, ¡Auanle!, /):' allende Pajares,
Retama y El procurador Yerb(d)uena: en curiosidades eruditas, t r a -
bajos como los que realizó con Zarco del Valle y con algún otro
•docto literato; en su especialidad bibliográüca, varios interesantes
estudios y el primer ensayo de una bibliografía de la encuadema-
ción en España (contenido en este volumen), y en verdadera h i s -
toria, en historia grande de la más castiza y neta, amén de El vino
en España y de El ropero español, libros inéditos que nos darán
raras y preciosas noticias de lo que bebió y de lo que vistió n u e s -
tra gente de varios siglos acá, ha escrito una obra que por si
sola bastaría á darle renombre universal é imperecedero, aso-
ciando el suyo ilustre á lo más determinante y genuino de n u e s -
t r a raza latino-árabe, tan preciada de la belleza dinámica como
576 LITERATURA MODERNA

del valor temerario, El espectáculo más nacional, verdadera histo-


ria documentada y al par viviente del toreo, libro de mil méritos,
consagrado por el voto de los maestros, que viene á ser, respecto
á la citada obra del autor, ti vino en España, la otra mitad de la
fisiología nacional, ya que la intensa llama del sol que enciende
en laí venas de nuestras gentes el fiero instinto de lucha y la sed
de color y de esplendores que las arroja palpitantes de truculenta
emoción á las gradas del circo taurino, es la misma que dora la
A"id castiza y enfurece á la res brava y al lidiador temerario, y la
que pone chorros de color goyesco en la paleta del Conde, histo-
riador de los toros y novelador españolísimo, el cual descansa de
narrar lo más típico de la vida, de la acción y de la guapeza y
bizarría nacionales, sorbiéndole la savia á millares de volúmenes
y destilándola en páginas tan colmadas de provechosa erudición
como 1)3 libros. Y á fe que ser tan artista, siendo tan erudito, n o
es para lodos, es para los pocos y escogidos (|ue pueden juntar á
los lauros académicos el aplauso de las multitudes.

111

El Cancionero de Sandoval no es uno de tantos libros de v e r -


sos, es uno de los contados y exquisitos «luiros de Poesía». Las
breves obras en él reunidas son varias y de muy distintos asun-
tos; pero todas contienen la recóndita esencia ideal que antes de
ser verso fué vibración en los nervios, latido en las arterias, luz
en la mente, anhelo indefinible ó desfallecimiento iníinito en el
alma. En cuanto á la filiación poética de Sandoval, él mismo nos.
la define en Casiiza.
Mis versos españoles son rudos, mas son claros,
Si al corazón no llego cuando la espada empuño,
en su hoja toledana que yo acicalo y bruño
se copia }' se refleja la luz del patrio sol;
la arena de los ríos que riegan mi terruño
cribé, el metal buscando que apuro en mi crisol
y sé que en las monedas que bato con mi cuño
las armas son de España y el oro es español.
Oro español de cuño patriótico y castizo son los versos
de Manoel de Sandoval, poeta y hablista de raza, que recuerda
CRÓNICA LIl'EUAHIA 577

poco á Zorrilla, más á Nuñez de Arce y más de cerca á Ferrari á.


quien Sandoval se preciaba de llamar maestro. No se trata de
serviles imitaciones, sino de penetración espiritual, de algo que
suavemente recuerda la música y evoca el perfume de los versos-
del poeta muerto. En Vida universal, por ejemplo, bailamos que
Sandoval emplea el metro mismo que por primera vez usó Ferra-
ri en sus admirables Tierras llanas en cuyos versos se respira la
gran poesía religiosa de las llanuras de Castilla, donde del fun-
dente abrazo del sol con la tierra de granítica entraña nacieron
generaciones broncineas de héroes, y de místicos. En Un guiiero,.
hallamos algo (¡ue sin ser imitación, nos trae á la memoria el
modo de describir de Ferrari, v. gr., cuando retrata al golflllo P r i -
mavera, protagonista de En el arroijo.
Pero si Sandoval recuerda á Ferrari, no es lícito decir que le
copie ni menos que le remede, no; aunque la inspiración de San-
doval creciese á lá sombra de la inspiración de Ferrari, tuvo
siempre vida propia y personalidad bien delinida. Sandoval es
poeta por insünto, por predestinación, por vocación casi tan fer-
viente y decidida como la vocación religiosa; lo es además por
educación; por reñexivo estudio del habla y de la forma poética;,
y lo es, por último, hasta prolésionalmente, desde su cátedra de
Retórica: todo lo cual significa que en Sandoval el canto es ins-
tintivo, como lo es en los ruiseñores, y la técnica es sabia, como
cumple á un maesUo de arle poética; y consignadas ambas ver-
dades queda hecho el elogio de la nativa inspiración y de lo&
clásicos versos áureos de Sandoval. Y como entiendo yo que
de las poesías no han de escribirse críticas—las malas no las r e -
sisten, y las buenas no merecen la profanación del escalpelo—
sino impresiones, exteriorizando mi personal sentir, que no pre-
tendo imponer á nadie, diré que siendo bellas y delicadas las poe-.
sias todas del CVnicioiiero, puesta á escoger, escogería yo de entre
ellas las tituladas: Restauración, Agua soterrada, En el huerto de
Fraij Lnis, Salado á la bandera.

Restauración es una lección de preceptiva estética, sentida no


por un profesor de Retórica—en el siguiücado arcaico y donünesco-
de la frase—sino por un delicadísimo poeta: es de lo más perso-
nal y de lo más vivo y moderno del volumen; algo imprevisto,
bullicioso, riente conque nos sorprende la castiza y un tanto aus-
tera musa de Sandoval, como nos sorprendería un boscaje versa-
llesco en un jardín escurialense; es una nota exótica, en un libra
578 LITKHATL'l'.A MODI-RXA

archicastizo. Confieso que me recome la curiosidad de preguntar


al autor la génesis de esta poesia.
Descontada esa página, todo el libro se baña en aura ultra-es-
pañola casi ascética—á pesar de ciertos alardes que me parece
que el autor no se atreve á sentir muy en serio—: y no es que
Restauración no sea española en el fondo, es que está hecha, pen-
sada y escrita de otro modo, á la moderna, que moralmente h a -
bía que fecharla con fecha posterior á todo el libro. Por todo el
resto de él—salvo el galante lloreo La Cancela—Huyen las claras
aguas cristalinas de El Huerto de Fray Luis.

IV

Tienen los escritores hispano-americanos para con nos-


•otros—amén de otros íntimos ])arenie.scos—la ¡lerenne consagui-
nidad espiritual de la lengua. Y este es vínculo tan indisoluble,
•que aunque todos los americanos de origen español olvidasen su
historia y prescindieran de toda deuda de sangre y de cultura
para con nosotros, baslariase él solo á mantenernos en unión per-
durable, porque la lengua es el genio de nuestra raza, nuestro yo
étnico, y donde ella suena, allí alienta el alma de la jialria. Y el
lenguaje, como todo grande y viviente organismo, (¡ene sus leyes .
que no vale vulnerar; asi para los millones de americanos que ha-
blan el nuestro, la disyuntiva es terminante, no cabe sino ha-
blarlo bien ó hablarlo mal, conservarlo acrisolado y juiro ó desna-
turalizarlo y disolverlo en babilónica jei-ga latiiio-mestiza; y como
•con esto último no se avendría ningún hombre culto, claro es
que todo americano que se estime aspirará á poseer ])lena y cas-
tizamente e! castellano, y po.seer castizamente el castellano sig-
nifica beberlo en sus fuentes, que son los de nuestra ])ro])ia nacio-
nalidad, moral y fdológica; el Romancero, la Mística, el Teatro,
•signiíica profesar un solo evangelio literario y aprenderlo en una
misma BiJilia: el Quijote, rezar juntos en la misma iglesia, comul-
gar con los mismos ideales; y esto, si no es igual, se parece harto
á ser literaria y espiritualmente español. No cabe. i)ues. dudarlo:
ia comunidad de idioma une más que la comunidad de territorio;
a n una misma tierra pueden convivir hombres enemigos; pero
ios que conviven dentro de las fronteras esjjírituales del idio-
CHÓNTCA LITERARIA 5 7 9

ma, liormanos son, aunque mil océanos los separen: es el habla


como la leche de la madre común; en ella se beben el instinto y
el ideal, la sangre y el alma de la raza. Así, de España hacia
América no hay fraternidad sólo; hay un sentimiento más hon-
do, abnegado y vehemente; hay una tendencia protectora y un
orgullo de fuerza generatriz: una augusta maternidad de raza;
•como de América hacia España—pasado el desgarramiento déla
emancipación—hay una efusiva reacción de íilíal ternura; ambas
corrientes se buscan con los ímpetus incontrastables de las gran-
des fuerzas instintivas; y cuando España siente latir junto á su
seno el corazón del hijo emancipado, cierra los brazos para no de-
jarle escapar de ellos. Esta aproximación, esta fusión espiritual,
aumenta á cada hora; y es visible que desde que no tenemos do-
minio material en tierra americana, la grande alma de la América
latina viene á nosotros por senderos de luz y de intelectualidad;
salgárnosle al encuentro, allanémosle los caminos y que nuestros
dos impulsos de amor se junten en la más grandiosa nacionalidad
•que registra la historia, en la inmensa nacionalidad moral hispa-
no-americana, que tiene por sangre espiritual y por eterna alma
colectiva la gloriosa lengua de Cervantes.
Cada paso en este camino de unión debe ser caidadosamente
anotado, amorosamente acogido por nosotros, ya que no existe
deber más alto para la raza que este excelso deber de consolidar
la magna confederación intelectual latino-americana. Y este de-
ber de raza y de españolismo, á los escrilores tócales realizarlo;
C u L T u i i A ESPAÑOLA no lo olvida y procurará cumplirlo. Por eso,
aunque nuestras autoridades criticas hayan hablado ya de la no-
vela de D. Enrique Larreta, La gloria de Don ¡iamiro, enlendemos
que no es libro é.ste que pueda pasar inadvertido para una Revis-
ta como CULTURA; tiene ese libro dos valoi'es, uno literario, otro
moral; vale como obra y vale como síntoma; como obra es un
progreso de las letras americanas en el dominio de la novela his-
tórica; como síntoma es un enérgico movimiento de aproxima-
ción de América hacia España; pero de aproximación positiva y
-duradera, no de la que hierve en el fugaz verbalismo de un brin-
dis de banquete, de la que ahincadamente ahonda en nuestro pa-
sado que contiene las raices del habla y de la cultura común,
asociándosenos con generosos bríos en la magna labor de la re-
construcción histórica. El autor de La gloria de Don Ramiro, ar-
quetipo del periodista pensador y cuito con todas las culturas
580 LITERATURA MODERNA

es uno de los que se nos aproximan por las vías del espíritu; dé-
los que rechazando la vil caricatura de la España convencional
y de exportación—predestinada, desde Dumas hasta Catulle Man-
des, al anacronismo y al absurdo—, viene á respiraren los labios-
de nuestro casticismo y en el ambiente de nuestras ciudades ar-
caicas el gran soplo romántico de nuestra edad épico-mística.
Y de este propósito y del de incarnar en su héroe, Don Ramiro,.
el alma de aquella magna edad, puede decirse con el poeta;
«El intentarlo sólo, es heroísmo.»

Sólo ese intento es ya una victoria para el novelador, y un t í -


tulo á nuestra gratitud y simpatía. Pero existe para la novela
histórica el mismo problema que para la restauración arquitec-
tónica. ¿Puede permitirse el restauí'ador tener espiritu crítico y
juzgar lo que reconstruye? ¿Es su misión rectificar, ó reconstruir
pasiva, impersonal y fríamente lo pasado? Yo contestaría que
ninguno de esos dos términos es aceptable en reedilicación ar-
tística; porque el restaurador crítico falsiíica la historia, y el res-
taurador pasivo y desamorado falsifica el arle, en el vil remedo,,
en la yerta reproducción. A mi parecer, sólo hay un medio de
reconstituir estéticamente un periodo histórico: resucitarle insu-
flando en sus helados labios el calor de nuestra alma; negarnos á
nosotros mismos, desertar de la hora presente, sustraernos á todo
influjo actual dejándonos poseer, no fría, amorosamente del alma
de lo pasado, entonces, y sólo entonces, la muerta resucita y vive
en nosotros tanto como nosotros vivimos en ella. Y es que no es
la negación, sino la fe la que ha recibido el poder de pronunciar
sobre los sepulcros el milagroso sur<je et ambala. La negación es
estéril; el análisis diseca; la crítica pulveriza; sólo la fe sabe la
palabra que crea y posee el soplo que resucita. Mas no es fácil
para un hombre del siglo xx el divorciarse de su época para des-
posarse idealmente con lo pasado; el Sr. Larreta pertenece en-
tero á sus tiempos—ó no seria periodista—y el actual espiritu de
análisis y de excepticismo—ya se sabe—es contrario al milagro
estético de la resurrección histórica. Pero el Sr. Larreta es ante
todo artista, y ha creado tipos, situaciones, cuadros de alta b e -
lleza; y puesto que ha creado, dicho se está que ha sentido el
prestigio irresistible de aquella edad heroico-mistica, que el p r o -
digio de la evocación—á lo menos en parte—se ha realizado, que
eso tiene de divina la materiar mística, que aun á los que prevé-
CHÜNir.A I.ITEUAUIA 5 8 1

nidamente y con espíritu de análisis la manejan, les pega luz á


las manos. Y la novela del Sr. Larreta—aparte las ideas y ten-
dencias personales del autor—es una novela de inllujo místico,
una novela que acaba en una página de ílorilegio, una novela
cuyo héroe incarna ta doble formidable lucha espiritual entre el
•deleite pagano y el terror ascético, entre la conquista ambiciosa
y la renunciación heroica á todo lo terreno; aquella lucha de gi-
gantes que fué alma del Renacimiento y que en pais alguno se
libró tan duramente como en España, donde la Mística halló p a -
t r i a y la Teología llegó á vulgarizarse, y las conquistas tuvieron
por objeto un mundo cuyas opulencias eclipsaban las fábulas
orientales; y en la pagana desnudez del arte renaciente y en las
•conciencias turbadas por aura gentílica, reflejaban su trágica
amenaza las hogueras inquisitoriales.
La elección de tal época es ya un grande acierto, y el propó-
sito de personiíícarla en un ser de lucha y de contradicción, es
un impulso de tal alcance psicológico que revela á un novelista
de raza. Y en verdad que sentimos pena de que Don Ramiro no se
mantenga siempre á la altura de tan excelso propósito. En la pri-
mera parte de la novela llegamos á encariñarnos de corazón con
Don Ramiro en sus niñeces; nos interesa el drama de su misterio-
so origen; nos entusiasman sus tempranas bizarrías; nos atrae el
hervor de lucha que se inicia en su abismo interior, y esperamos
mucho de la mocedad impetuosa y de la madurez desengañada
ó vengadora de aquella vida que es antítesis y contradicción des-
de su génesis—/Jo/í Ramiro es hijo de un morisco y de una ascé-
tica dama de Castilla—, y que tiende á sintetizar el vivir contem-
poráneo; quizá el autor no se propuso tanto, limitándose á lo
que reza el subtitulo de su obra: Una vida en tiempos de Felipe Se-
gundo, y esto es, en efecto, la novela; acaso somos nosotros los que,
encariñados con su héroe, queremos exigirle complejidad y tras-
cendencia de símbolo y cifra de una época que, por titánica y
tempestuosa, no era para íncarnada en un hombre. Ello es que si
Don Ramiro no aspira á símbolo de época, á veces lo parece—y
esto es excelencia y no defecto—pero si aspira, no llega á i-ealizar
su aspiración. Sea como quiera, es lo cierto que Don Ramiro, que
tanto nos interesa en la primera parte, donde llegamos á tenerle
por persona viviente, al contrario de lo que en la realidad ocurre,
cuanto más hombre va siendo,menos nos va interesando; el afecto
que nos inspiró en la niñez vámoselo perdiendo en la mocedad
582 l.iTl.i'.ATUllA MODKP.XA

v e n el reslo tle su vida casi no podemos quererle ni odiarle, por-


cjue se nos va desapareciendo y esfumando su personalidad, hasta
que, cuando tropezamos con su cadáver en la iglesia de Lima,
casi no nos conmovemos. Y es que la psicología de Don Ramiro^
tan intensa y hábilmente acusada en la primera parte, en la parle
segunda,«al tender á amplificarse condensando el vivir contempo-
ráneo, se disipa como nube, acabando por desvanecerse absorbida
por el medio ambiente, por la visión histórica que excede las pro-
porciones del libro, rompiendo su unidad y desvirtuando el inte-
rés, que en el lector de novelas es ávido, exclusivista, se concen-.;
tra en el héroe sin trascender apenas al medio y sin conformarse j
jamás con que le sustituyen al héroe con la época. Pero si Don ¡
Ramiro no encarna i)ienamenle la suya, hay en la obra, á más de 1
escenas, tipos y cuadros llenos de vida y de color, figuras que, si j
no llegan á la compleja plenitud del símbolo, tienen alcance r e -
presentativo, significan muy cabalmente á toda una especie de in-
dividualidades contemporáneas, y han sido escogidas con certero
instinto histórico: asi el velázquezco escudero Medrana, compues-
to de picaro y de héroe; así el Don Alonso Blázquez, imitador de
Boscan y de Garcilaso, glosador del Petrarca, traductor de Sanijá-
zaro, enamorado «de todo aquel estoraque é histriónico afeite de
la vida cortesana», coleccionador de marfiles empalidecidos y
místicos y de «vidrios turbios, de un glauco tinte lodoso, como el
agua de los canales», que mirados—por consejo del Greco—, al i
rayo de la luna, evocaban en el caballero la visicm de Venecia, os-
lenlaiulo sobre sus escamosas aguas sombrías la blancura de sus
palacios, prototipo del fastuoso procer del Renacimiento, y el fiero
é indómito Don Diego de Bracamente, que parece la imagen del
eterno revolucionario español, del bravio individualismo de la
casta; asi el aenandón Pedro de San Vicente, personificación de
aquella raza de parias de la nobleza — aspecto social tan p r o -
funda é insi.stentemente estudiado por Tirso, el más psicólogo de
nuestros dramáticos—; asi el iracundo Lectoral, que «con ade-
mán pulpitable se preciaba de que los esj)añoles teníamos asido
al mundo de las greñas», cuando truena contra lo que él califica
de la «beodez mística» de la Madre Teresa de .lesiis, parécenos i n -
carnar la legión de teólogos refractarios al espíritu de la mística,
tanto al amoroso franciscanismo, como al rapto teresiano, y al
fogoso ei>an(¡elismo del Maestro León. Todos esos tipos se me anto-
, j a n reales, si bien lamento que en el libro la abundancia de los fa- ,
CRÓNICA LITERARIA 583

náticos y de los aventureros, se agrave con la ausencia de los hé-


roes y los místicos, y deploro que del Toledo de Las Moradas y de
El entierro del Conde de Onjaz, se perciba más el humo Iráífico y
nauseabundo del Quemadero, que la gigante llamarada de aquel
incendio espiritual cjue reveló el mundo interior, y al integrarlas
dos realidades, engendró la gran forma indígena: el realismo n a -
cional creador de monumentos como el Quijote y el Teatro, que
son la inmortalidad de la raza.
Muy digno de elogio hallo el limpio rico y viril castellano en
que todo el libro está escrito, pues si no faltan en él americanis-
mos—que en el autor más que pecados son dejos maternos—y al-
gunos contadisimos giros galicistas ^«Fiié entonces que Ai.va le
reveló, etc., pág. 144), abundan, en cambio, las expresiones felices,
briosas, emjiapadas en color y en inlención quevedesca, bastan-
tes no ya á redimir el libro de tan leves pecados, sino á ponerle
entre los mejor escritos recientemente en nuestra lengua, ya
que contiene frases como ésta en que describe al indómito Hra-
camonte: «La arrogancia de aquel hombre se erguía almenada y
.sola. El discurso llameaba en su boca cual sedicioso pendón.»
O esta acerba sátira de la España de entonces puesta en labios
del rebelde: «Mucha gala soldadesca sobre la sarna y la hambre,,
mucha'pluma en el sombrero, para abajarlo á cada puerta pi-
diendo un mendrugo.» La figura de Bracamente, aunque episó-
dica en la novela, es capital por la ejecución; vivo nos parece
aquel soldado bravio de fácil y candente palabra, que hablaba
carraspeando y «expectorando sobre las ascuas del brasero»: i n -
tensa y vibrante es la página que cuenta el suplicio de aquel
«último Cid, del último reptador», y hondamente nos emociona
la expectación de Avila ante aquel suplicio: «las ochenta y ocho
torres que esiieraban con extraña lividez la rotura de aquella cer-
viz donde parecía haberse encarnado la fiereza de las murallas».
En suma: La gloria de Don Randro es una novela que, por su
asunto, por su factura, \)or su procedencia, por el avance ([ue
significa en las letras americanas, por la ai)roximación que de
termina y porque en ella se nos revela un novelista de excepcio-
nales aptitudes, merece el más caluroso aplauso.

Si el poeta lírico es aquel que, colocadoentre el mundo inte-


rior y el mundo visible, sabe traducir los misterios de lo supra-
584 LITEKATUHA MODERNA

sensible con los signos de la belleza externa; aquel cuyos versos


nacen ungidos en la esencia de nardo de las intimas suavidades
y no hinchados por el énfasis retórico; aquel cuya palabra i m - ,
pregnada en luces y en perfumes recónditos evoca y sugiere m u -
-cho más de lo que dice, el autor de Las Ofrendas es lirico de n a -
•cimiento y de vocación, y lo es hasta la medula del alma; asi no
podemos creerle tanto cuando en la invocación pide á la Musa:
niégales raptos líricos
á mis fugaces versos;
mas púlelos cual tersos
tallados de un rubí,
•como cuando le vemos sacudido por ese lírico rapto, ráfaga u l -
t r a m u n d a n a que arrebata las almas de los místicos y de los
poetas, ¡l'elíces acjuellos por cuya mente y ])or cuyas obras pasa
un soplo de ese viento de la altura'. Y por los versos del autor de
Las Ofrendas, el soplo h a pasado; sobre algunos de ellos ondea
una llama ideal. Ilota un aura de prestigio. La hermosa poesía
Las rocas ij los árboles hablaron conserva en sus estrofas vibran-
tes y en sus trémulos versos el impulso de ese soplo de lo i n v i s i -
ble: es un grandilocuente diálogo que, en el pavor de una cerrada
n o c h e lluviosa, mantienen las rocas rebeldes y sacrilegas, cuaja-
das lavas presas con grillos de granito, con el místico sauce a n a -
coreta, que, estremecido de las raíces hasta las hojas, dice sus
triunfos sobre los vientos de la rebeldía y la firme resistencia con
que se yergue alzándose hacia el cielo con el fervor de la o r a -
ción; las voces de la noche «saturadas de misterio» corlan el d i á -
logo solemne, elevándose al primer vagido del día:
en salmodia reverente
de las sombras á la h'z.
Bellas son las i)oesías del v o l u m e n en cuyo ritmo palpitante
parece latir la inipúetud de la hora actual, la nostalgia de la fe,
la dolorosa hiperestesia de una agotada sensitividad, á intervalos
sacudida ])or el embrujado estimulo de ajenjos y morfinas e n v e -
nenadoras; lionda y sincera es la emoción dul poeta (pie oscila
entre el cruel descreimiento de la Apostasia de Xavidad y la c o n -
fortadora afirmación de La antigua fe (Sonetos á nna espirita):
Sacude ya la duda que te asiilta
y torna hacia la Cruz tu fe tranquila,
que si te falta Dios, todo te falta;
pero, en mí sentir, nada hay en el v o l u m e n tan hondo, bello y
CRÓNICA LITERARIA 585

sugestivo como la poesia Las rocas y los árboles hablaron ; en


ella emite su nota más alta el fervoroso lirismo del autor; en ella,
como en ninguna otra, le vemos poseido de ese lirico rapto que
transfigura y consagra al poeta, elevándole á la cumbre excelsa,
á donde no ascienden los diletanttes ni los rimadores. Leyendo
esa poesia nos explicamos por qué el autor parece preferir á la
esencia la forma; es que está seguro de la posesión dé la esencia,
y sabe cuan imperiosamente la altiva idea y la emoción sublime
reclaman cuerpo de impecable perfección y regias vestiduras
dignas de su estirpe divina. Ambas aspiraciones logra victoriosa-
mente el autor de Las Ofrendas.
Sus poesías, fechadas en épocas distantes, influidas por diver-
sos gustos y tendencias estéticas, reflejan el cosmopolitismo del
diplomático y el perenne anhelar del poeta, por la inaccesible
perfección de la forma, ]ior el soñado ideal de la belleza.
Tienen, pues, los versos de D. Balbino Dávalos el atractivo de
lo nuevo, el encanto de lo vario, el prestigio de lo exótico y el i n -
terés de lo intimo, de lo sentido y calurosamente personal; y su
variedad compleja y rica se resuelve en serena unidad armonio-
sa, merced á la impecable pureza del lenguaje y á la corrección
acabada de la forma. Y es que el ilustre mejicano D. ííalbino
Dávalos—que muy justamente ostenta el titulo de Académico de
la lengua en su país y el de correspondiente de la Española—es
uno de los meritisimos escritores americanos que, siendo todos
nuestros por la lengua, estrechan los lazos de la gran confedera-
ción intelectual de cjue antes hablé: su casticismo le une á lo í n -
tirno de nuestra nacionalidad moral; le une, pero no le ata; no
sujeta los vuelos á su emjn-endedora fantasía; no ataja los pasos
a su curiosidad exótica, á su sed de nuevas formas y modos
de belleza; porque el Sr. Dávalos, á más de ser un lirico mere-
cedor de tal nombre, es, como nuestro Llórente, uno de los con-
tados traductores dignos de esta prerrogativa, de los escogidos
que por derecho propio merecen penetrar en la intimidad de ,
la creación estética y sorprender en ella la esencia de la poesia j
que han de trasladar como reliquia al vaso místico de otra l e n - l
gua. Justo es que quien tan amorosamente cincela el oro acen-
drado de nuestro idioma, engastando en él como gemas orien-
tales sus propias ideas y las ideas de los jioetas extranjeros que
aporta á nuestro tesoro, excite nuestro orgullo de raza y merezca
nuestro aplauso y nuestra gratitud fervorosa.
586 LITERATURA MODERNA

Falta de espacio y de tiempo impídenme tratar con extensión


de otro reciente libro de escritor americano, Molinos de Proteo,
por José Enritpie Rodó (Montevideo, 1909Mi), cuyo envío y dedi-
catoria muy singularmente agradezco á su autor meritisimo. Li-
bro es éste de los que alzan polvareda, de los que remueven la
opinión, de aquellos cuyas ediciones .se agotan, cuyos ejemplares
es moda intelectual lucir sobre las mesas de gabinetes y salones,
y en cuyo honor repican á vuelo en el Uruguay las campanas de
la crítica; libro, en lin, del cual escribe un apologista vehemen-
tísimo (2) que «esperado con ansias casi mesiúnicas por los
círculos intelectuales de España y de América, ha uiuido cuatro
ó cinco años impaciente por tender el vuelo majestuoso oprimido
por la mano implacable del artista genial», quien nunca se sa-
ciaba de limar, pulir y cincelar su estilo con dolorosa avidez de
perfección absoluta; y este dato ya nos revela la verdadera natu-
raleza del autor y la índole esencial de la obra; ya nos dice que
con abarcar el libro tanto y con proponerse mucho más, es ante
todo y sobre todo la obra de un artista, de un literato.
Cierto es que por sus aspiraciones y tendencias excede esta
producción los límites de la literatura y penetra en los de la filo-
sofía; que es el idearium de un pensador constante, de un lector
avídísimo, de un anacoreta literario que sí sale de una biblioteca
es para entrar en un archivo; Aerdad que, como su autor declara,
es éste «un libro abierto sobre una perspectiva indefinida», ya
que el presente volumen es comienzo de una obra cíclica, ó más
bien ílímítable, como que gira en torno al tema perennemente
sugestivo de nuestra constante transformación personal, de nues-
tro incesante nacer, morir y renovarnos en el tiempo. Y este tema
con los desarrollos que al autor sugiere, imprimen al libro m u l -
titud de direcciones y multiplicidad de formas; así, en lo que
tiene de introspección espiritual y de meditación sobre la fugaci-
dad de la vida humana, confina—en el tema solo, entiéndase bien
—con la mística; en lo que tiene de método autodidáctico, linda

(1) Involuntariamente omitióse en el sumario de esta «Crónica» la indica-


ción bibliográfica de la obra del Sr. Eodó.
(2) Amadeo Almada: José Enrique Rodó y su libro «Motivos de Proteo».
Conferencia dada en el Ateneo de Montevideo, el día 31 de Mayo de 1909: bri-
llante cuanto fogoso elogio de la obra de Rodó, cuj'o envío agradezco y estimo
muy de veras el culto y elocuente autor.
CRÓXICA LITERARIA 587

con la pedagogía; por su persistencia en evocar ejemplarizado-


ramente sucesos y figuras culminantes de lo pasado, participa
de la filosofla de la historia, y por el constante y deliberado em-
j)leo de la parábola como medio expositivo, adquiei'e el libro
formas simbólicas, en cuya elaboración la fantasía actúa eficaz-
mente, y donde fundiéndose con la sensitividad y con el prurito
de la perfección de la forma, realiza labor de arte, labor literaria,
que es, en mi sentir, la predominante en el libro.
Concretando, en suma, mi sentir sobi'c tan compleja obra,
diré que no comparto en modo alguno las ideas del Sr. Rodó
en cuanto se apartan ó contradicen el dogma católico, ni tengo
])or optimistas ni consoladoras sus teorías contrarias á la unidad
del alma, á su libre albedrio y á sus esperanzas en la vida eterna
aunque, á decir verdad, no acierto á definir si muchas de estas
que parecen teorías filosóficas del autor, son tales teorías, ó m e -
ras imágenes y símbolos poéticos, como éstos que hallamos al
final del libro: después de una sentida meditación otoñal á pro-
pósito de la caída de las hojas, escribe el autor: «El alma del pai-
saje me da el alma de la última página Mientras vuela esta
alma mia en el viento que remueve las hojas y conduce las voces
de los hombres , yo quedaré aprestándome otra alma, como el
árbol otro follaje, y otra cosecha la tierra de labor; porque quien
no cambia de alma con los pasos del tiempo es árbol agostado,
campo baldío. Ciúaré alma nueva en recogimiento y silencio,
como está el pájaro en la muda; y si llegada á sazón la juzgo
buena para repartirla á los otros, sabrás entonces cuál es mi
nuevo sentir, cuál es mi nueva verdad, cuál es mi nueva pala-
' bra.» Faltaría á la sinceridad si no dijese que entiendo que este
libro, que comenzó por ser un estudio sobre la vocación estéti-
ca—asi lo evidencia su estructui-a bien acusada en el índice, y así
lo declara terminantemente el Sr. Almada—, revela en su autor, á
mi parecer, mucho más á un escritor de singulares aptitudes artís-
ticas que á un fundador de sistemas filosóficos: Motivos de Proteo
es, pues, en mi sentir, un idearium impregnado en lirismo, y,
lo que más directamente reclama nuestro aplauso y enciende el
calor de nuestra fraternidad espiritual, es la obra bella y acabada
de uno de los más beneméritos cultivadores de la lengua de Cer-
vantes en América, acaso del que más plenamente la posee y más
amorosamente la modela y la esculpe en el remoto y magnifico
pais del Uruguay; y aqui sí que toda alabanza me parece corta y
588 LITERATURA MODERNA

toda gratitud escasa para los que ayudan á mantener enhiesta


como bandera y desplegada, como púrpura imperatoria, nuestra
lengua inmortal sobre el Iiaz del continente nuevo.

BLANCA DE LOS RÍOS DE LAMPÉREZ.


Madi-id, Agosto 1909.
NOXnS BIBLIOQRflFICnS

V . BLASCO IBÁÑEZ: Luna "Benamor. Novela. Un volumen de 262 páginas,


1 3 X '9' 3 pesetas.

El popular novelista valenciano nos ofrece esta su nueva novela, jun-


to con varios «cuentos, bocetos y apuntes», bajo una tétrica cubierta po-
licroma, espejo de lo chabacano y ofensa del buen gusto.
Luna Benamor es un idilio. Un idilio romántico, exótico, raro, pere-
grino. El ambiente en medio del cual se realiza no es menos exótico,
raro y peregrino. Ciertamente no se comprende que artista tan sensible
A la belleza objetiva como Blasco Ibáñez, no se haya recreado en dar
mayor amplitud al cuadro pintoresco, que se concreta á abocetar como
fondo, en el que resaltan Luna y Luis Aguirre, su galán. Este fondo, in-
teresante y atractivo, es la ciudad anglo hispana de Gibraltar, su abiga-
rrada muchedumbre de tipos contrapuestos, cosmopolita.
¿Cabe un medio social más apropiado á que ahinque en él un artis-
ta? Los amoríos de una hebrea marroquí y un caballero castellano en el
singular ambiente que en nuestro propio viejo solar ofrece el peñón
puntero de la Europa....
Y no es que por esta vez se muestre parco Blasco Ibáñez; no es que
violente su natural expansivo, verboso, magnifico y declamatorio. Bien
declamatorios son los diálogos amorosos entre Luna y Aguirre. Es que
estos amoríos son algo fugaz, adventicio y casual. Algo sin trascen-
dencia: un puro accidente de viaje; algo como aquellos singulares amo-
ríos, que el propio Blasco nos cuenta en Los muertos mandan, que en-
tretuvieron al insigne butifarra mallorquín Jaime Febrer y á una es-
travagante melómana australiana.
y sin embargo, se adivina que Luna Benamor pudo ser una her-
mosa novela de ahondar más su autor en las almas de aquellos mu-
grientos hebreos gibraltareños Porque si gravitan sobre Luna todos
los atavismos de su pueblo milenario, también tiene Luna fugas é inge-
nttidades de mujer sencilla y llena de curiosidad, y goza de la libertad
que las costumbres y las leyes inglesas conceden á su sexo, cuando vive
ese sueño de amor en contacto con el hidalgo legendario, joven y ro-
mántico. El cual, por la propia índole de su carrera y la ruta que ha de
590 LITERATURA MODERNA

seguir—pues como cónsul de España en un puerto oriental espera oca-


sión de embarcar—, parece abocado á cualquier excéntrica aventura,
que tendría más difícil solución para un abogadete de los que suspiran
é intrigan por un juzgado municipal, aburridos de visitar sus tierras
paniegas, tirar de la oreja á Jorge y retozar con las mozas de su lugar.
Pero es asi. Por esta vez Blasco Ibáñez ni da á su fábula un ñn tru-
culento, ni se complace en detalles: sólo, con innegable fuerza de pince-
lada, aboceta unos interesantísimos tipos pintorescos, y da pronto rema-
te á la aventura amorosa del cónsul Aguirre.
Aunque Blasco nos presenta á éste melancólico y desesperado, como
cumple á romántico amante desdeñado; cuando tras del esquinazo que
le da Luna, presta & casarse con un su correligionario; Aguirre em-
barca, nos parece colegir que, pues el mozo paladeó el sabor de exó-
ticos amores, no habrán de faltarle ocasiones y vagar allá en Oriente
para colmar la medida de sus ansias y recobrarse de su desengaño.
Y esto nos consuela.
Luna Benamor se lee con mucho agrado, y en sus 107 páginas cam-
pean las mejores aptitudes de Blasco.
Entre los cuentos coleccionados en el libro, he de hacer especial
mención de dos, que resaltan de los otros y tienen todo el sello perso-
nalísimo del autor.
Es el uno «Compasión». Estudio fresco, fogoso, lleno de color y de
verdad, de un noble caballero español que se mata en tierra extraña por
no sufrir el ser compadecido. A mi me ha hecho pensar en nuestra idio-
sincrasia, aun en la propia del Sr. Blasco Ibáñez.
Es el otro el que titula «El último león». Yo he rememorado el deli-
cado, el sutil espíritu del amable Alfonso Daudet; la nota de ternura
que las flaquezas de sus paisanos hubieran arrancado en medio de sus
burlas, dándonos asi más completa sensación de esas cosas anacrónicas
que aún despiertan pasión y amor en unos, mientras otros rien de su ri-
dículo, porque tienen en su complejidad las cosas todas aspectos di-
versos
En la grotesca tragedia del viejo Wangwe?-valentino, tal como Blas-
co Ibáñez nos la cuenta, hay algo algo que me ha hecho pensar si
tendrá razón Pío Baroja en lo que dice de la ironía de los valen-
cianos

E . GUTIÉRREZ CAMERO: ZOS de mi tiempo. I V . ta olía grande. Novela. Madrid, li-


brería de Fernando F e , 1909. U n volumen de 294 páginas, i3 X '9. 3 pe-
setas.

Tienen para mí la encantadora intimidad del conversar de un mun-


dano maleante, esos libros en que se narran los sucesos de próspera y ad-
versa fortuna de algún sujeto ó familia. Parece que acuden á saciar la
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS o91

despierta curiosidad para nosotros solos; que dejan al engañado mundo


la percepción de la cascara turgente y coloreada de una fruta apetecida
y admirada, y nos regalan la enjundia substanciosa y señalan aquellos
elementos que determinan el derrotero de su vida, y al cabo su calda en
el pudridero. Con lo que nos regodea, por inocente vanidad, ser de los
que están en el secreto cuando llega la catástrofe, que á los no inicia-
dos maravilla.
Asi este libro del Sr. Gutiérrez-Camero. Y á te que es el narrador el
más donoso y ameno que en nuestras letras pueda cautivar el ánimo,
siempre dispuesto, aun en el varón más justo y ponderado, á fruir con la
exposición de las andanzas de sus prójimos.
Y es que, so capa de inocente picotería, campea en las memorias de
Mouturque, insigne secretario del empingorotado señor de Portales, el
aire de la más castiza socarronería, y la vida y milagros de este gran se-
ñor de nuestro tiempo, ofrécenoslas el pobre de Monturque aderezadas
con la sal del más atractivo, pintoresco y rico estilo familiar.
Pero no es sólo el estilo lo que de hondamente español tiene este li-
bro, sino la familia toda del Excmo. Sr. D. José Maria Portales; y la
manera de granjearse los millones, de lucirlos y de perderlos. Con la
maña propia aquello, y esto con la desdichada mano que se diera para
regir su familia y aun sus propias pasiones aquel espojo de plutócratas,
como decimos ahora á los fúcares más ó menos advenedizos ó ultrama
rinos.
No, no es libro de épica grandeza el de «La olla grande». Ya lo dice
su titulo. A tal señor, tal libro. El Sr. de Portales salió un dia para las
ínsulas ultramarinas en busca de fortuna; salió de su aldehuela asturia-
na llorando, y su padre, aún más apenado, le decía; «No llores, hijo, que
si te va mal, vuelve junto á nosotros á comer de la olla grande.-^ Pero
cuando ya garbeó la fortuna, y la lució y le aupó, ya en sus años maduros
hubo de irle mal, y como ya no podía pensar en la paterna olla grande
que comer, se arrojó á ser tragado por la hoya grande, la, igualitaria re-
cóndita guardadora de todos los anónimos.
Lisa y llanamente, sin lujo de colorido, sin aparato de ambiente»
Monturque, con delicioso estilo y riquísima parla, nos conduce al secreto
del desastrado fln de esta coruscante familia de Portales; y toda la bon-
dad de su afectitosa alma se nos comunica, y con el cuitadillo y petrar-
quesco secretario sentimos comiseraoión por sus señores y amigos y la
más honda simpatía por él, por Monturque, platónico adorador de Cla-
rita Portales, providencia de ésta, y víctima de su bondad y flaqueza
de ánimos, que le mezcla, con protesta de su propia recta conciencia,
en todas las trapisondas de la familia á quien sirve.
Todo es sencillo, claro, en este libro, todo. ¿Hallará alguno desmaya-
da en algún momento la acción novelesca? A mi ha sabido interesarme
por tal modo Monturque con su cuento y su efusiva bondad, que todo en
592 LITERATURA MODERNA

el libro me atrae, y siempre me retiene cautivo el encanto del estilo de


este libro hondamente español y tan sencillo como positivamente psico-
lógico.

MAURICIO LÓPE7 ROBERTS: la esjinge sonríe {historia de amor). Novela. M a d r i d ,


librería de Fernando F e . Un volumen de 2 4 0 páginas, u X '8. pesetas.

A propósito de este libro, he visto rememorada en alguna parte la


famosa novela Pequeneces del P. Luis Coloma.
¿Existe entre ambas alguna concomitancia:-' María Antonia Alcocer,
como la famosa Curra Albornoz, como tantas otras, no reconoce en an-
danzas exóticas más fueros que su albedrio, ni más pragmáticas que su
voluntad. Cambian los tiempos, se modifican las costumbres; pero sub
sisten siempre lacras sociales, circuios de doude el sentido moral se au-
senta, ambieutes de viciosa contextura, que, como ocuparon al jesuíta
unos años ha, han permitido hoy que escarbase en ellos con su pluma el
Sr. López Roberts. El P. Coloma da valor sintético á la frase de Ham-
let: «Hay algo en Dinamarca que huele á podrido», escribiéndola como
epígrafe de su libro. También huele podredumbre el religioso moralista,
y á vuelta de donaires y de zumbona sátira, nos muestra por modo ejem-
plar la roña nauseabunda de las altas cimas de nuestra sociedad, en don-
de es más visible y peligrosa. Es, pues, su propósito trascendente y
asunto déla obra la misma sociedad. El Sr. López-Roberts, si, espiga en
el mismo campo, produce en el lector refiexivo consideraciones pareci-
das á las que el P. Coloma le promoviera, pero ¿la esencia de estos li-
bros no es distinta?
El Sr. López-Roberts se atiene á un caso particular; él mismo acusa
esta concreción; subtitula su novela «Historia de amor». El maestro
Stendhal hubiera calificado el caso de amor-pasión. Es el caso de la mar-
quesa de Alcocer, grande de España, aforrada de chula, bella, sensual y
apasionada, y más temerosa de la vejez que de Dios. Para el Sr. López-
Roberts la sociedad que pinta es el ambiente en que se mueve la Alco-
cer, cuya alma escudriña y nos presenta.
Y por este estudio cabe dudar que sea la pasión amorosa la caracte-
rística psicológica de la noble moza. ¿Amor no implica generoso altruis-
mo? ¿No da más quien mejor ama? Pues esta sensual Alcocer, aunque
ama apasionada al joven duque de Alcántara, ama sobre todas las cosas
la perpetuidad de su belleza y de su lozanía. Y no ya como manantiales
y vehículos del .amor, sino por cuanto satisfacen los anhelos de su vani-
dad y de las sutiles concupiscencias de su complicada alma femenina.
Libre como los pájaros del aire, María Antonia considérase ce7itro de su
mundo, y lozanía y belleza polos de sti vida. ¿No es éste un caso de ego-
tismo?
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS 593

Por eso cuando en la soledad del campo, en ambiente foríineo, ad-


vierte la Alcocer que la impasible esfinge del tiempo ha desvaído algu-
no de sus cabellos y marcado en su tez unas tenues huellas, siente inten-
samente la melancolía de la otoñada de su espléndida vida, y en román-
ticas fugas al ideal amoroso llega á no experimentar la vibración fisio-
lógica del amor Cae en «pasión de ánimo», la anonada el espectro de
la vejez; pero un imperativo de la vanidad la impele á recobrarse, á
afirmarse y mantenerse en la cima coruscante de su mundo, en la gloria
triunfante de su nombre Y acude á Paris á reparar con sabios y cos-
tosos artificios el estrago de los días en su lozanía y su belleza.
En esta terrible lucha de la Alcocer con la impasible esfinge que son-
ríe indiferente á los afanes de la pobre fémina, en su honda preocupa-
ción y desolamiento por la huella que marcan los días en su cuerpo de
diosa, me parece que radica el meollo psicológico de este libro. Y así es-
timo sus últimos capítulos, los más intensos y sitbstanciosos. Las ansias y
solaces amorosos de Maria Antonia y su apasionamiento, son como los
de otras muchas mujeres, aunque no gocen de la perennalidad de su lo-
zanía; lo que no es común y es como privativo de la Alcocer, es su te-
rror pánico á la vejez. Para ella es como el tránsito del ser al no ser; es
«la horrible soledad de las viejas elegantes que llenan los fondos de los
palcos, las Juntas benéficas, las mesas de tresillo, sin resignarse á vivir
solas, muriendo de pie entre un estreno y un baile » Sin duda hay
grandeza en este egotismo. La Alcocer es de complexión menos intrín-
secamente viciosa que Curra Albornoz y otras congéneres.
Hay en el libro un tipo que se mantiene en una discreta penumbra,
pero que á las veces se ilumina de un rayo de luz que lo destaca vigoro-
so; Carmen Solís. La misma Alcocer pone á su amante en contacto mo-
ral con la sencillez recatada y honesta de Carmen Solis; por ley natural
de afinidad, la juventud los inclina al amor. Alcántara la requiere á los
«splendores de su ducado. Y Carmen es como la juventud fuerte, que
vence en la vida por su propia virtualidad.
Las angustias de María Antonia al presentir la existencia de estos
amores entre su amante y su noble humilde amiga, son tan dramáticas y
artísticas como de vibrante realidad. Ella necesita la comprobación,
verlos, oírlos; convencerse de la sentencia de muerte de sus ilusiones,
esperanzas y vanidades Cuando á hurtadillas, en la Opera y entre el
séquito de los reyes, dirimen los dos amantes sus querellas, Alcántara
expresa en descargo de su desvío cómo: «En esta vida el amor no basta.
Todo hombre ha de cumplir deberes Y Alcántara había de evitar que
su linaje acabara había de constituir una familia. Por eso se ca-
saba.» Y estas palabras reperctiten en el alma desolada de María Anto-
nia, diciéndole: «Tú no eres quien funda el hogar, quien crea la familia.
Tú eres vieja y por eso te abandonan. ^ He aquí la obsesión. En este pun-
to siente desmoronarse su vida triunfante, desafiadora de los días; des-
5 9 4 LITERATURA MODERNA

vanecerse en el sepo inmenso de la esfinge que sonríe siempre impasi-


ble. Y con gesto de épica grandeza comienza á deslizar.se por la cuesta
larga, penosa, triste, más terrible para ella que la misma muerte.
El Sr. LópezRoberts creo que no ha producido nada tan intensamen-
te poético. Es lástima que su obra, tan felizmente concebida y tan artís-
tica, prodigue la nota de sensualidad; con ello parece brindar á los go-
losos bocadillos picantes, que en nada mejoran el libro; atrevimiento
que choca más en escritor tan comedido, que antes suele pecar de una
cierta tonalidad gris en sus escritos, que de demasías de color
Sin duda son libros bien distintos Pequeneces y este de La esfinge
sonríe. Escribió el uno un jesuíta y escribió el otro un diplomático. No
es lo mismo la confesión susurrada en las penumbras del templo, que las
chacharas de maliciosa elegancia del siglo y sus esplendores.

JOSÉ M A R Í A S.ÍLAVERRÍA: TLa Virgen de Ardnzazu. Novela, un volumen de i 22 p á -


ginas, 12 X ' 9 - M a d r i d , librería de P u e y o , 3 pesetas.

Este libro del Sr. Salaverrla es como el antípoda del de López-Ro-


berts. También es éste un libro de amores, aunque por bien distinto
modo. También aqui la sensualidad campea, ¡mas de qué distinta ma-
nera!
Si fuese sólo un idilio, un triste idilio de un señorito enfermo y de
una nisticamoza, acusaría el Sr. Salaverrla en este libro tan escasa ori-
ginalidad, que luego de enunciado el asunto ya nos recordarla otros li-
bros: El idilio de un enfermo, de Palacio; aquella fuerte Bucólica de
Pardo Bazán
Pero no; este libro es otra cosa. Con toda su apariencia idílica. Pe-
dro, el autor del epistolario que forma el libro, es, si, un señorito enfer-
mo, neurasténico; quien, como otros, acude al campo en requerimiento
de la salud. Pedro se interna en la montaña guipuzcoanayda en el san-
tuario de la Virgen de Aráuzazu, famoso en toda la tierra vasca. Allí,
en la hospedería, da también con la doncella consabida; que no es aqui
tan rústica, sino de las de entre merced y señoría; ni tan vulgar, que
bien debe reptitársela mujer muy peregrina.
Es curioso caso; por ser Teresa la única mujer moradora de aquellos
parajes, andan allí todos los hombres por ella conturbados, así los segla-
res como los religiosos del convento; que sabido es cómo no hay paz ni
tranquilidad para el hombre en presencia del eterno femenino. Y por
imperio de la ley universal de atracción, Pedro y Teresa se enamoran.
Pero este idilio tiene peligrosas consecuencias para Pedro, pues por tal
manera su alma se conturba, que á pique llega de perder el juicio y des-
pués la vida.
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS 595

Son estos amores como floración erótica en un clima místico. Teresa


se comprende codiciada ansiosamente, y esto la incita más á anhelar el
amor en caricias puras. Pedro, con todo su ardimiento sentimental, tie-
ne aún mayor fuerza de raciocinio, de intelecto. Pedro todo lo analiza y
•Hitiliza. El continuo laborar de su pensamiento, en aquel medio moral
tan adecuado, le absorbe en la meditación del sempiterno pecar de la
carne flaca
La medula de este libro la encuentro en el atormentado vivir qxie
pone la realidad de los liespiertos apetitos sensuales en contraposición á
una fuerte idealidad severa, que hasta parece fluir de aquellos adustos
riscos, de aquellas misteriosas nieblas, de todo aquel paisaje agreste,
que ha determinado el genio de un pueblo concentrado y propenso á la
acción, á la lucha y á la aventura, por su misma firmeza.
Por entre las incidencias amorosas y los afanes de Pedro por reco-
brar una fe que le conforme á un ambiente social en donde se hacen
tangibles la robusta creencia religiosa de una fosca idealidad, palpita
un pensamiento capital: «Este es un continente viejo y sombrío, en don-
de toío está cubierto de musgo tradicional, en donde el amor mismo se
recubre de musgo y moho y Dios es infinitamente triste y lóbrego. ¡Bas-
ta de alucinaciones místicas, de nebulosas sentimentales! >
Tal es el grito libertador de Pedro, cuando se sacude déla pasión de
ánimo que la muerte de su amada le produce, tras de una crisis en que
su razón y su vida están en punto de perecer.
Es particular la modalidad con que los nuevos escritores vascongados
enriquecen el complejo de la literatura nacional. Hay en ellos una abun-
dancia y seriedad de pensamiento, una preocupación por lo Intimo y
trascendente de las cosas, muy característica.
En este libro se considera el concepto del amor en su sentido cristia-
no escueto. El llegar á las conclusiones que Tolstol" en la «Sonata de
Kreutzer»; ala adusta concepción de la vida que expone un buen clé-
rigo vasco, con quien departe en la hospedería de Aránzazu el desqui-
ciado Pedro, parece anonadar al autor Un concepto apostólico del vi-
vir, una mortificante obsesión ponderadora de las causas, de las cosas y
de las reglas de la vida, promueven el deseo libertador, el anhelo de una
tierra nueva y de tina sociedad que no piense más que en formarse
En «Camino de perfección». Pío Baroja, otro vasco, pinta un caso en
cierto modo parecido al de Pedro: allí Fernando Ossorio, para recobrarse
de su desquiciamiento y acabar sus alucinaciones místicas en un amor
vulgar, normal, pero muy sano y conforme á la vida, le basta con lle-
garse á nuestras costas levantinas Mundo viejo, mundo tradicional,
mundo cristiano, pero en el que la concepción de la vida es menos hura-
ña, sin duda, que en las fragosidades montañosas y en las estepas aso-
leadas, en donde todo convida al éxtasis ó á la rebeldía del espíritu
Ciertamente puede contraponerse, con valor simbólico, al cuadro del Ro-.
5'96 LITERATURA MODERNA

sario ante el Cristo de Vergara, el de una de estas procesiones del Cor-


pus levantino, en las que todo es brillantez, color, aromas y alegría
Aun asi es un vano consuelo huir á donde se vive «una vida clara».
El hombre á todo lleva sus ansias, y allá á donde acude brota, con su
instinto de lo maravilloso, su religiosidad El ambiente sólo determi-
nará la modalidad sensitiva.
La preocupación del pecado y la liberación rebelde son alma de este
libro, y se descubre en todos los pasajes. Hasta al referir Pedro en sus
cartas, escenas de la vida, los diálogos con su amada infeliz, un no sé qué
denuncia que todo se relleja conformado al pensar de Pedro, que mana
la propia esencia de su vida.
Ante este penoso atormentado vivir de los espíritus absorbidos por la
propia robustez de su cerebro, ¿no vislumbráis atrayente el «vivirla
vida?»
La Virgen de Ardnzazu es un libro sencillamente escrito, fuerte de
pensamiento, bien concebido y diestramente compuesto. Con tales rede-
jos interesantes de una caracteristica modalidad de la vida española,
hasta ahora poco cultivada artísticamente, cual la vida vascongada, que
avaloraría por si el libro de Salaverrla, aunque no se recomendase por
su intensidad intelectual y por la misma sencillez del estilo.

JULIO NOMBELA r CAMPOS: Autores célebres,—tarro (Fígaro). Obra postuma. Un


volumen de 192 páginas, de i 3 x 19, 2 pesetas. Casa editorial, Velázquez,
42, M a d r i d .

Un libro que llega á su hora. Y no digo á su tiempo, porque siempre


es oportuna ocasión de ocuparseen el estudio de aquel ingenio que, arre-
batada y prematuramente, se truncó una vida intensa. Tan Intensa vida
que laboró en pocos años con abundancia la obra vigorosa, que al cabo
de los años conserva fresca actualidad; trabajo periodístico que, bajo la
apariencia cortical de fugaz comentario al acontecimiento de circuns-
tancias, guarda el producto de una perspicaz observación, que ahincan-
do en los hombres y en sus procederes, ahondó hasta tocar en las fibras
del alma castiza y manifestó sus lacras y lacerias perdurables.
Llega el libro á su hora, porque aquellos que viven del calor y del
impulso de Larra, los que debieran declararle su precursor y su maestro,
no parecían tener á Fígaro muy presente al cumplirse ahora los cien
años de su nacimiento, cuando tan adecuada ocasión era ésta de reme-
morarle públicamente y de rendirle homenaje debido, en esta época tau
pródiga en homenajes y pleitesías. (1)

(1) Se escribió esta nota cuando, próxima la fecha del centenario, aún no
se atisbaba ninguno de los festejos con que deprísa y corriendo fué solemni-
zada.
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS 597

No es xin libro completo éste del Sr. Nombela. No es completo, por-


que, para desdicha de las letras, su autor dejó de vivir antes de rema-
tarlo con una síntesis que condensase su pensar acerca de Larra. Pero
bien se suple ésta con la abundancia de observación y de comentario en
el estudio detallado que hace el Sr. Nombela de Fígaro: así del hombre
como del artista, de su desaforado vivir y de sus obras todas; asi de
aquellas con que lucraba el pan, como de las en que ii-rumpía su inquie-
to espiritu y su humor acedo. Revela la íntima relación de la obra con
los estados de ánimo en que Fígaro la produjera y cómo lo afectivo y pa-
sional escapa á la disciplina del robusto entendimiento. Asi que de este
libro queda la sensación de haber conocido á aquel hombre escéptico y
apasionado, un poco paradojal y mixtificador; pero sincero, en fuerza
de salírsele el alma de los entresijos en explosiones de la pasión, que
mal encubre y domina bajo el displicente gesto del almidonado dandy.
Se concibe al ironista preocupado con su vida, arrebatado por el bullir
de sus pasiones, y se advierte cuándo todo ello le acude á la pluma, por
dictados de un hondo lirismo, en aquella labor objetiva de crítica de los
hombres y costumbres de un momento de la sociedad española intere-
santísimo al psicólogo y al sociólogo. Momentos de vida intensa y des-
ordenada fueron recogidos y fijados artísticamente por quien pudiera
presentarse como tipo de su época: la época en que todo un pueblo
corre al suicidio, como al suicidio iba Larra derechamente y sin remisión
El hombre que por educado en la Francia de la ponderación y mesu-
ra y del espíritu clásico, es paladín que en nombre del buen sentido de-
nigra las exageraciones románticas, libra en su corazón la más román-
tica batalla y pierde el juicio hasta quitarse la vida. Con sagaz atisbo
psicológico observa el Sr. Nombela: «Los incautos mancebos confían en
que la fortuna ha de sonreirles y mimarlos, y á las primeras decepcio-
nes estalla su indignación.» «Los poetas han idealizado falseándola esta
edad ingrata, que es un mal paso de la vida, en el que muchas veces, por
falta de tino, se malogran las más felices aptitudes.»
Y como aquella nuestra sociedad vivía, en lo político y en lo social,
ambiente de juventud y de juventud apasionada y romántica, quien flgu
raba entre ¡os directores y por su educación en el extranjero y por su
natural inquieto é impaciente habia de sentir con intensidad los tiempos
nuevos, estrellábase contra el elemento estático y conservador y vivía
en completo desequilibrio, inadaptado, y pronto á toda negación. Estas
negaciones promueven sus despiadadas sátiras, sus ironías para lo obje-
tivo, y para lo que afecta á lo íntimo de sus entrañas arman su brazo y
alojan una bala en aquel cerebro exaltado.
En el libro, sin la ceguera del idólatra y sin los desdenes del icono-
clasta, es examinada la obra de Larra, las circunstancias en que se pro-
dujo, con una ponderada ecuanimidad, que hace altamente simpático al
crítico y nos mueve á lamentar que la muerte haya arrebatado á quien
598 LITERATURA MODERNA

con tales disposiciones podía ocuparse en esas revisiones de valores lite-


rarios de que modernamente tanto se ha hablado.
El Sr. Nombela fustiga al Larra novelista: ofrece al descubierto el
artificio de la contextura de los personajes por Larra imaginados, y que
en la novela, como en el drama deMacías, se infunde la fuerte personali-
dad del autor avasallando con su apasionado sentir y con sus prejuicios
toda norma y conveniencia literaria.
Y cerráis el libro convencidos de que Larra fué un precursor, el pre-
cursor de xin arte, en que la producción es un efecto de la viday concor-
de con ella, y apreciáis lo extraordinario é interesante de la figura de
«se Fígaro, que tras de la fría y planchada literatura del siglo xviii,
preside los tiempos nuevos é inicia en nuestra España un arte que por
su sustantividad hace del centenario Fígaro uno de los contemporáneos
más dignos de estudio y de lecttira. Cómo se comprende que aquel hom-
bre, de tan robusta personalidad, que daña al dramaturgo y al novelis-
ta, sea tínico en la transcripción y el comentario de la vida de su época;
que es, por bajo de lo aleatorio y circunstancial, el cuadro de la vida es-
pañola, visto por un critico que parte, como Leopardi, de la vanidad de
las cosas y vive abocado á la apreciación de toda miseria y tristeza.
El Sr. Nombela aporta diversos datos acerca de la juventud de Larra,
de su familia, del modo cómo fraguó artíscaraente aquel precoz ingenio;
no da, como no dieron otros autores, el nombre de la mujer que determi-
nó la catástrofe de la vida de Fígaro; pero nos da algo mejor, y es el
alma de Fígaro, que explica toda su obra.

JOSÉ MARÍA MATHEU: La Tiermaniía Comino. Novelas cortas. Biblioteca Argensola,


Cecilio Gasea. Zaragoza. Un volumen de i 6 o páginas, i i X 18.

Páginas de muy amena literatura, discretamente pensadas y galana-


mente escritas, son estas del Sr. Matheu.
De una extremada sencillez, pero de un gran sentido de la realidad
de la vida, son las que en este libro forman verdaderas novelas. Como
la interesante//er?na)iiYa Comino. Una novelita que, como todo el libro,
marca una suave nota de melancolía. Aquella tenue melancolía que es-
capa siempre, aun sin querer, á los que hají vivido la vida; más la de la
sufrida clase media española; algo que es como el aroma de los vinos
añejas: una honda simpatía, una caiiñosa efusión para los afanes y tor-
turas de esta mesocracia, que induce al Sr. Matheu á resolver sus con-
flictos novelescos, siempre dentro de la humilde realidad, con un optimis-
mo no exento de saborcillo agridulce.
Sin duda, es el Sr. Matheu de los que saben revestir de apariencia ob-
jetiva las propias sensaciones de su alma. Sin perder ntmca de vista el
mundo y su realidad, infunde su propia enjundia, la eseacia de su alma.
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS 599

á sus escritos. Asi se nos ofrece pensador de madur.-v reflexión en la Vi-


sión de lo infinito, ó finamente humorista en la ironía que titula ¿Se
puede vivir?
En muchos pasajes del libro resaltan con verdadera originalidad pen-
samientos y modalidades de sentir, que tratadas más ampliamente y por
modo más desgarrado, acusarían mejor al sentimental humorista que
alienta entre las más lineas de esta colección de novelitas y cuentos,
cuentos que son notas de emoción, apuntamientos de sensaciones.
La noble prosa y sencillez de estilo del Sr. Matheu son un atractivo
más del simpático libro.

RAFAEL PAAIPLONA ESCUDERO: Boda y vwrtaja. Novela premiada. T o m o LIJI de


la Bibloteca Patria. Un volumen de i 3 o páginas, i i X ' 7 - • peseta.

Con la marca de libro blanco que le imprime la colección á que per-


tenece— pasto apropiado de espíritus escrupulosos y damas recata-
das—, este libro del Sr. Pamplona es un rellejo intenso de la vida real.
De la vida observada con ojos escrutadores, sentida con delicadeza ar-
tística, expresada lisa y llanamente, sin adobos, ñoñeces ni gazmoñerías.
No es esta novela insubstancial, inane; no es la suya una ejemplari-
dad manida; no alardea el empeño de que sea honesta á ultranza: es
pura y simplemente un libro decente. Decente como la amable Paulita,
cuyas confidencias lo constituyen.
Apropiadamente se titula Boda y mortaja Que es el libro un bien
visto caso de la verdad que en tal decir popular se encierra: ¿no son las
de boda y mortaja ocasiones que el acaso depara y que á la humana pre-
visión escapan?
Así en este libro de la vida de Paulita. Paulita es toda una mujer: es
esclarecido su juicio, recto su sentir; de las cosas del mundo y sus mali-
cias se le alcanza lo bastante para orientarse en él derechamente, aco-
modando la vida sin menguas de la dignidad. Ella nos confia su pensar
recóndito, sus ilusiones y esperanzas, su afectividad espléndida y hasta
las inocentes malicias de la cominería femenina: las tretas con que prue-
ba el querer del galán á quien enamora y de quien vive enamorada:
cómo se acucia en llevar por buen camino y á feliz remate estos amores.
Paulita nos entretiene y emociona al revelarnos, con la elegancia y
ligereza de estilo que corresponden á damita tan discreta j' castiza, to-
das estas sus preocupaciones amorosas, todos sus afanes y los trances de
su vida afectiva; cálida, pero llena de la rectitud y las bondades que
cuadran bien en doncella honesta de pocos años. El interés de la fábula
no desmerece por que no obren como picantes aperitivos morbosas com-
plicaciones psíquicas, ni otras zarandajas de anormalidades y desequili-
brios, en que suelen abundar otros libros de psicología novelesca.
600 LITERATURA MODERNA

Así, por modo natural y con atractiva sencillez, nos atrae á sentir
con ella los golpes y asperezas con que el mundo nos alecciona en su do-
lorosa experiencia- Y vemos cómo es distraída Paulita de su ilusión y
objetivo por la urdimbre de los acontecimientos familiares; cómo vie-
ne á parar en eje de la vida afectiva de quienes la rodean, y cómo, al
cabo, fragua la malicia ajena la catástrofe en que perece y se esfuma
la ilusión de esta alma fuerte.
Sin duda escapan á toda previsión la boda y la mortaja La dolo-
rida Pauüta, discreta y refiexiva, se atempera á la realidad y acepta la
boda que el cielo le depara en consecuencia de otra mortaja que le
plugo enviar. Pero la felicidad no se le logra. Que apenas iniciada, para
su consuelo, luego se desvanece en una de esas tragedias horriblemente
incruentas, que gravitan perdurablemente sobre el espíritu para per-
petuo tormento y amargura de las almas.
Muy experto en bucear en almas feueninas ha demostrado ser el
Sr. Pamplona en otras de sus obras; bien sabe atisbar los veneros de arte,
la honda poesia que, bajo frivola apariencia, se oculta en el ordinario vi-
, . • . vir de muchas gentes; pero en este librito, como en ninguno, campea tan
.r^í.>>-k ;grande fuerza emotiva. En él, por misterio de arte, da una intensa acu-
¿' /'I- sación de vida; olvidamos el artificio, y ante pasajes de una verdad insu-
\or¿ '^/y- perable y de una realidad dolorosa, nos sentimos conmovidos. El Sr. Pam-
^0
. , • piona ha extraído la poesia, el hálito de misterio que envuelve alas
•'-V— y criaturas, que tuerce y determina la corriente de su vida por otros ál-
veos que los que la voluntad marcara
Y asi, este pequeño libro, Boda y mortaja es de los que no se ra-
zonan, sino que se sienten. Si el arte es emoción, es éste un libro inten-
samente artístico.

Las caracolas. Cuentos aragoneses. Biblioteca Argcnsola. Ceci-


JUAN BLAS U B I D E :
lio Gasea, librero, Zaragoza. Un volumen de 15o páginas, ii 18, 2 pesetas.

El Sr. Blas y Ubide es un escritor en quien la crítica ha saludado á


un buen novelista, en ocasión de sus dos obras capitales: «Sarica la bor-
da» y «El licenciado Escobar^. Hoy reúne en este libro once cuentos de
marcado sabor popular.
Estos cuentos están despojados de todo aderezo imaginativo, y pare-
cen transcritos del decir de las gentes sencillas, en las chacharas inver-
nales, cuando se distraen los forzados ocios nocturnos junto al llar refo-
cilante. Son cuentos, narraciones de sucedidos, algo que el pueblo apre-
ciará y saboreará como cosa suya, de él nacida y para él recriada.
Pero con ser labor de tan sencilla literatura, la crítica siempre pue-
de apreciar la maestría con que el Sr. Blas y Ubide hace hablar á sus
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS 601

matracos y tal cual pincelada descriptiva que descubre en el simple na-'


rrador al artista.
El Sr. Blas y Ubide tiene ingenio sobrado para entretener su.s ocios
en juegos de mayor fuste que el juego de recoger y llevar A, las cuarti.
Has cuantos como los que componen el volumen que nos ocupa, en los
que se nota cierta tendencia de ejemplaridad, y entre los que, como
obra de mav or enjundia literaria se señala, no exento de cierta malicia
y filosofía, el que rotula el Sr. Ubide «La escopeta del cura».
RICARDO CARRERAS.

CULTURA
ARTE

Un paso más en el estudio del Cerro d^


los Santos: Un relieve d^ la diosa Epona
en el AAuseo d^ rVurcia.

El Museo provincial de Murcia, centro de cultura que me-


rece lugar distinguido entre los de su clase en España, posee,
entre otros objetos interesantes p a r a el estudio de la arqueo-
logía nacional en la región de L e v a n t e , siete ejemplares del
arte escultural procedentes del Cerro de los Santos y del
Llano de la Consolación. Donó al Museo esas preciosas escul-
turas el presbítero D. Antonio .José González, cura párroco
de .Santa Catalina en aquella capital, é individuo de la Comi-
sión provincial de Monumentos.
La más notable de esas piezas, á pesar de serlo en alto ,
grado una cabeza varonil a r m a d a de casco, es un bajorrelie- '
ve esculpido en caliza arenisca, de la misma calidad que la
empleada en todas las esculturas del famoso Cerro. La piedra,
de forma r e c t a n g u l a r poco alargada y con estrecha y plana
moldura en su contorno, mide 0,72 m. de anchura por 0,60 m.
de alto. Las relevadas figuras, que apenas sobresalen un cen-
tímetro del plano recuadrado, representan una mujer sentada,
que ocupa la parte c e n t r a l , y cuatro caballos, dos á cada lado
de ella y á distinta altura, mirando á la imagen femenil, cu-
yos brazos aparecen levantados hasta quedar las manos junto
á las cabezas de los cuadrúpedos que se hallan en lugar más
elevado (fig. 1.").
L a técnica artística de este relieve muestra caracteres de
gran rudeza. Las figuras, algo frustrada la principal, están
solamente perfiladas, con los bordos redondeados, observan-
ÜN PASÓ MÁS. 603

dose en todas las superficies las huellas de la única h e r r a - ^


mienta, de forma punzante, que se debió emplear p a r a escul­
pirlas; y su estado de conservación, r e l a t i v a m e n t e bueno,
permite apreciar en ellas una curiosa representación de la
diosa Epona, en forma p a r e c i d a á la que, en la v a r i e d a d de
las no ecuestres, nos d a á conocer ü . Salomón Reinach, en su

i n t e r e s a n t e catálogo, publicado en la Eevue Archéologique


de 1895 (1).
De las esculturas procedentes del Cerro de los Santos,
conservadas en el Museo raurciauo, h a b l a r o n los arqueólogos
Sres. Engel y P a r í s , el primero en su Rapport sur un Mission
Archéologique en Espagne (1891) y en sus c a r t a s desde la Pe­
nínsula á la Eevue Archéologique (1895), y el segundo en el
Essai sur l'art et l'industrie de l'Espagne priniitive; pero nin
guno de estos investigadores de n u e s t r a s a n t i g ü e d a d e s ibéri-

(1) Tomo I, p. 163 y ss.


604 ARTE

cas debió ver en aquel Museo el relieve de Epona, cuando


ni lo mencionan siquiera en las citadas publicaciones. Y que
esa interesante escultura existía y a depositada en dicho cen-
tro cuando lo visitaron aquellos señores, pruébanlo de un
modo t e r m i n a n t e los datos en que luego rae ocuparé, y cuyo
conocimiento estimo conveniente p a r a evitar dudas en lo su-
cesivo respecto á la autenticidad y origen del citado ejemplar.
Cuando yo hice el e x a m e n de las obras artísticas r e u n i d a s
en aquel Museo (1906), consulté un pequeño cuaderno que
existía en su a r c h i v o , y en el cual, á modo de catálogo, es-
t a b a n anotadas las procedencias de algunos objetos. Respec-
to al relieve que motiva este artículo, sólo dice el expresado
documento, sin ocuparse en la representación iconográfica,
que la labor «.parece corresponder ú la ejecución artística de las
esculturas del Cerro délos Santos, cerca de Yecla^. E s e juicio,
erróneo por lo que se refiere al a r t e de las estatuas de r e p r e -
sentación h u m a n a , y el no a p a r e c e r nota a l g u n a consignando
el origen de hi piedra, siendo así que el antiguo conserje del
establecimiento la r e p u t a b a como uno de los ejemplares do-
nados por D. Antonio José González, hízome acudir á este se-
ñor en d e m a n d a de noticias positivas. L a investigación, He*
v a d a por ese camino seguro, dio el resultado apetecido, pues
el párroco de S a n t a Catalina, que antes baldía ocupado el
mismo cai-go eclesiástico en Montealegre cuando en su térmiuo
ocurrieron los renombrados hallazgos, tuvo la bondad de ma-
nifestarme que él mismo, sin intervención de otras personas,
sacó el relieve con las figuras de los caballos eu un terreno
vecino al Llano de la Consolación, y que lo regaló al Museo
provincial al mismo tiempo que los seis fragmentos de escul-
t u r a s descubiertos en los mismos parajes.
Conocida, pues, la procedencia dol r a r o monumento; cer-
tificada su autenticidad por persona tan respetable, y no ofre-
ciendo la menor duda la repi'esentación de Epona t a l l a d a en
la caliza, veamos a h o r a cuál puede ser su origen, de todas
m a n e r a s ínieresantísimo p a r a el estudio de aquel y a c i m i e n t o ,
que mereció hasta hoy m a y o r atención por el e x a m e n artís-
tico de la discutida e s t a t u a r i a , que por los restos de sus anti-
UN PASO MÁS 605

g u a s construcciones, las a r m a s y otros objetos que aparecie-


ron en el Cerro y en sus c e r c a n í a s .
A c e p t a d a generalmente la opinión de Lersch (1), que de-
mostró el origen céltico del culto á la diosa de las, caballeri-
zas, citada por p r i m e r a vez en los antiguos textos de Agési-
las y .Juvenal (2), culto que se extendió principalmente por el
centro de Europa (3), en E s p a ñ a sólo suena el nombre de
Epona en un manuscrito que dio á conocer D . Aureliano Fer-
n á n d e z G u e r r a (4). Según ese documento, se descubrió en Si-
güenza (Segontiae), á mediados del siglo x v i i l , un pequeño
pedestal en el que a p a r e c í a g r a b a d a esta inscripción latina:

EPONAE
SEC
CVNDVS
M

que leyó aquel historiador: Eponae s (acrum) Se [c] undus v

(otumj s (olvit) m (erito). El pedestal tenia en un costado un


signo, que en opinión del Sr. Guerra significaba el monogra-
m a de la s a n t a é individua Trinidad. D. Emilio H ü b n e r in-
cluyó esta inscripción en el Svplementvm (6), g u a r d a n d o sig-
nificativo silencio respecto al mencionado signo, que copia
junto al epígrafe sin comentario alguno.
También se descubrieron en I t a l i a inscripciones y monu-
mentos iconográficos de la diosa Epona. Dos de éstos son pin-
t u r a s murales (Roma, Pompeya) (6), y otros dos ejecutados en
bajorrelieve (Milán, Ñapóles) (7), uno esculpido en p i e d r a del
pais y oti'o labrado en b a r r o ; y todos ellos, de incuestionable

(1) Lersch, Jalirh. des Ver. von Alterthumsfreunde im Rheinl., I I (1843),


p. 120, y VIII (1840), p. 136, cit. por G. Lafaye en el art. Epona, del Dicí. de
Daremberg y Saglio.
(2) VIII, 154.
(3) Epona, por S. Reinach, Rev. cit.
(4) Cantabria, Bol. de la Soc. Geog., IV, 1878, 137 y 138.
(5) Insc. líisp. lal., n. 5788.
(tí) Epona, Rev. cit., ps. 188 y 315.
(7) ídem. i
606 ARTE

filiación, hicieron pensar al vSr. Reinach (1), que el culto de


esa deidad pagana fué introducido por los galos en la penín-
sula de los Apeninos, apareciendo las huellas de los más an-
tiguos testimonios en una región largo tiempo céltica, al Nor-
te del Pó. En cuanto á las dedicatorias halladas en la ciudad
del Tíber, casi todas fueron hechas por soldados, señalada-
mente las exhumadas en el emplazamiento del cuartel de los
equües singulares, caballeros bárbaros reclutados en los va-
lles del Rhin y del Danubio, que formaban la guardia de los
emperadores romanos (2). En los bajos tiempos pudo estar

también representada Epona en las caballerizas de los circos,


como parece indicarlo el lugar de yacimiento, en el Circo de
Maxencio, sobre la Via A2)pia (3).
En cuanto á los simulacros hallados en las regiones de la
Europa central, no faltan entre ellos algunos que, como las ins-
cripciones votivas de Roma, vinieron á aparecer en construc-
ciones de carácter militar, testimoniándolo así varios de los
catalogados por el arqueólogo Reinach, principalmente el pro-
cedente del Castrum Divionense, en Francia (4), y los de las
fortalezas de Metz y de Maguncia, en Alemania (o); otros
muestran un estilo bárbaro parecido por la rudeza de la labor

(1) Epona, Bel!, cit., p. 'óo'd y ss.


(2) Art. cit. del Dial, de Daromberg y Saglio.
(8) ídem.
(4) Epona, por S. Eeinach. Eeo. cit., n. G.
(o) ídem id., na. 2o y 51.
ÜN PASO MAS. 607

escultural á la que manifiesta nuestro relieve del Llano de la


Consolación, siendo el más notable por ese concepto el que re­
produce la figura 2.'^, encontrado en Hiéranle, cerca de For-
bach (Mosela) (Ij; y respecto á la composición artística, exis­
te uno en el Museo de Stuttgart (Alemania), llevado allí de
Oehringen (Wurtenberg) (2), que ofrece caracteres de simi­
litud con el del Museo de Murcia (fig. 3."), ocurriendo lo pro­

pio con otro bajorrelieve esculpido en el plano lateral del al­


tar descubierto en Naix (Mosa) (3), y que en la faz anterior
tiene g r a b a d a esta dedicatoria:
Deae Eponae et genio Leuc (oruní) Tib (erius) lustinus Ti-
tianiis [i (ene) f (icarius) leg (ati) leg (ionis) XXII pr (imige-
niae)] Antonin (ianae) ex vo (to).
Si de los monumentos se pasa á los textos en busca de no-

(1) Epone, por S. Eoinacli, Rev. cit., n. 22.


(2) ídem id., n. 66.
(8) ídem id., n. 63. '
608 ARTE

ticias relativas á Epona, enconti-aremos que los autores arri-


ba mentados son poco explícitos al escribir de esta vieja
divinidad, expresándose Juvenal con desdén cuando habla
del culto á la humilde diosa en tiempos de Numa. Ateniéndo-
se á los testimonios provistos por la literatura, no veremos en
ellos prueba alguna de que Epona haya sido adorada por los
romanos antes del imperio (1), figurando su nombre asocia-
do con frecuencia al de deidades bárbaras, tales como Geleia
Sancta, las Campestres, las Sulevae y el Genius Leucorum.

Un resumen de las notas que preceden, permite deducir


de ellas que Epona, diosa céltica de origen incierto (2), fué
adorada por los antiguos habitantes del centro de Europa,
principalmente en la Galla, en Alemania y en el valle del
Danubio; que su culto, no bien conocido todavía, pero sin
duda relacionado con los caballos, halló prosélitos entre sol-
dados galos, á quienes, con fundamento, se atribuye la im-
portación de él en Italia, probablemente en la época del im-
perio; que muchos de los monumentos, algunos de arte bár-
baro, fueron exhumados en edificios de carácter militar,
mostrando otros estar sus inscripciones dedicadas por gue-
rreros; y, últimamente, que el único testimonio conocido hasta
hoy en España, se^encontró, como los de la parte Norte del Pó,
en una ciudad del riñon de la antigua Celtiberia, y el epígra-
fe que ostentaba parecía corresponder á tiempos avanzados.
El Cerro de los Santos, lo mismo que la cercana planicie
del Llano de la Consolación, doude apareció, como queda di-
cho, el relieve representando á Epona, se encuentra situado
en la extremidad suboriental del territorio celtibérico de
nuestra Península, limitado por las sierras Martes y de Egue-
ra, á Occidente de la provincia de Valencia, comprendien-
do las tierras septentrionales del antiguo reino de Murcia,
según ha demostrado en fecha reciente el ilustre francés
D. E. Philipon (3). En aquel yacimiento, del cual aún no se

(1) Art. cit. dfl Dict. de Daremborg y Saglio.


(2) Epona, Jiev. cit.
(3) Les Ibéres, 1909, p. 146.
UN PASO MÁS 609

h a dicho la última p a l a b r a , existen restos de antiquísimas


murallas í l ) que acusan obras de fortificación; allí, en una de
sus vertientes, en el hueco de una roca, se hallaron unas 200
p u n t a s de lanza (2), alguna p a r e c i d a á las etrusca?; y en
otros lugares de la cima, varios fragmentos de espada, unos de
figura r e c t a y otros indicando los bordes curvos que c a r a c t e r i -
zan el tipo ibéri(;o, que sabemos por Tito Livio a d o p t a r o n los
romanos á p a r t i r de la segunda g u e r r a P ú n i c a , conservando
la forma primitiva, como se v e en una moneda de P. Cari-
sius, troquelada con motivo de la c a m p a ñ a contra los c á n t a -
bros (3). En fin, en las ruinas del edificio descubierto en la
extremidad septentrional del Cerro, fueron muchos los restos
de construcción y de pavimento que acusan labor indubitable-
mente r o m a n a (4).
Los datos expuestos consienten poder afirmar que en el
Cerro de los Santos, ó c e r c a de él, existieron gentes que man-
tuvieron el culto á u n a divinidad p a g a n a de origen céltico,
y deducir, con probabilidades de acierto, que en la cumbre
del monte, lugar de suyo estratégico (5), hubo un puesto mi-
litar defendido desde época muy r e m o t a por robusta muralla.
El culto á Epona pudo venir á E s p a ñ a con la invasión de
los celtas en el siglo v anterior á J. C. (6), ó traído por sol-
dados galos al servicio de R o m a en los primeros tiempos del
imperio, como p a r e c e que ocurrió en Italia, puesto que no es
de presumir lo i m p o r t a r a n las huestes galas cuando ocuparon
el Nordeste de la Península ibérica, sin r e b a s a r la línea del
Ebro, después que Anníbal cruzó los Pirineos en 218 a n t e s
de J. C. (7). De admitir el primer supuesto, tendríamos en

(1) Hübuor, La Arqueología de España, § 150.


(2) Noticia de varias excavaciones del Cerro de los Santos, por P . S. (Pau-
lino Savirón). Itev. de Arch. Bib. y Mus., V, 1875, p. 179. j
(3) Dict. de Daremberg y Saglio, fig. 3732. j
(4) Noticia de varias excavaciones, etc. Bev. y t. cit. ',
(5) El Cerro de los Santos »e encuentra cerca dol punto donde se reúnen
las vías romanas que vienen del Pirineo por Saguutum, de Cartago Nova por
Adello y de la meseta central por Libisosa.
(6) Les Ibéres, p. 139.
(7) ídem, p. 154. i
610 ARTE

nuestro país un monumento de aquella diosa muchu más an­


tiguo que los descubiertos hasta el presente en las regiones
donde tuvo origen el culto, cosa que me resisto á creer por no
estimarla lógica; mientras que la segunda hipótesis encuen-
,tra en su favor antecedentes que la justifican, viniendo á re­
forzarla el rudo c a r á c t e r de la obra artística conservada en
Murcia, cuyo estilo tan parecido es al del relieve reputado
como bárbaro por el Sr. Reinach.
MANUEL G . SIMANCAS.
Lfl CULTURA ARTÍSTICA CnTnLANA-flRnQONESn b E L SIGLO XIV

El ilustre D. Antonio Rubio y Lluch, catedrático de la Universidad


de Barcelona y profesor de los Estudis Universitwis Catalans, ha traba-
jado, ayudado de los discípulos de esta naciente enseñanza (su hijoD.
Jorge Rubio y Balaguer, D. Ramón de Alós y de Don y D. Francisco
Martorell y Trabal), un diplomatario copiosísimo que, con el título de
«Documents per l'Hístoria de la Cultura Catalana mig-eval», publica el
aim más reciente Instituí d'Estudis Catalans.
El tomo I, editado en 1908, contiene 512 documentos fidelisimamente
trascritos. De ellos son, con mucho, la iiiayoria, los inéditos, copiados del
Archivo de la Corona de Aragón, referentes casi en su totalidad á los
reinados de Jaime 11, Pedro IV, Juan I y D. Martin.
Los hay referentes á la historia universitaria, á la historia de núes- '
tros geógrafos, á la historia de nuestros teólogos levantinos, á la biogra-
fía de algunos escritores Pero en su inmensa mayoría se refieren á
libros, á sus copias, sus traducciones, á compras y adquisiciones diversas
de ejemplares, á pesquisas en su busca, á ordenación de biblioteca real,
desmostrándose á su lectura, tanta y tan grande porfía de bibliófilos en
reyes como Pedro IV y sus hijos Juan I y Martín el Humano, que el lec-
tor, olvidando la otra historia, se cree en presencia de los epistolarios de
tres intelectuales, de tres sabios, y no de tres monarcas que á tantas
otras empresas que las literarias tuvieron quo atender. La impresión es
maravillosa en ese sentido.
Los colectores del diplomatario no han hecho otra selección que la
del tema, al registrar millares y millares de documentos, sistemática-
mente revisados por ellos en el Archivo de Barcelona. Que la tarea no es
definitiva, bien lo dice el prólogo, pero asegurando que es sistemática)
esto es, que al finalizar-la se tenga la conciencia de no dejar olvidos en
determinadas series del Archivo, escrupulosamente repasadas. Definitiva
no podría ser: piense el lector que sólo del reinado de Jaime II (para mí
el más hombre de Estado, el más político de los monorcas aragoneses) se
calculan en 16.000 las piezas diplomáticas que se conservan, y compren-
derá cuan inagotable es la mina, aun después de la exploración de los
Bofarrull, de Einke, de Rubio.
Pero al¡fln¡el repíiso sistemático (más bien que rebusca) de Rubio y
612 - ARTE

de sus discípulos, ya nos da algo como conftitr/.a en las proporciones rela-


tivas de lo inédito, comparadas unas y otras manifestaciones de la cul-
tura catalana medieval. Y eso me basta para decir que, como es natural,
la documentación aprovechable parala historia política y social seré,
enorme, pero que no deja de ser cuantiosa la aprovechable para lahisto
ria literaria, cuanto es escasa la aprovechable para la historia artística.
Y no porque se adivine falta de entusiasmo en los monarcas de cuyo
dictado ó inspiración son la casi cotalidad délos documentos publicados,
ya que muchos de ellos demuestran, por ejemplo, el afán con que logra-
ban ó procuraban los paños historiados, las tapicerías que aún no eran
privativamente de Arras en aquella XIV." centuria: tema al que se re-
fieren por cierto cientos de los documentos publicados que no contienen
referencia á autores, ni siquiera á localidades extranjeras donde se ¡
tejieran los tapices, y sólo llevan la única mención de los asuntos del i
paño ó de las series de paños.
La iluminación de manuscristos también se ve despertar reales predi-
lecciones, pero confundiéndonos varios textos las palabras, pues no
siempre es fácil saber si expresan trabajo caligráfico ó pictórico en
sentido artístico. Entre los iluminadores suena Gil Pou en 1291 en docu-
mento ya conocido, Fr. Bernat, Maestro Bernat, Maestre Bernat Gon-
ter, en inéditos de 1301 y tres de 1313, encargos del Rey. En el mismo año
1313 de los tres documentos últimos, otro Bernat de Pou es recomendado
al Rey por su hijo el Infante sucesor D. Alfonso Pero se detalla mal
todo encargo, y cuando se precisa algo, ocurre como con el iluminador
valenciano Domingo Crespí, á quien en documento real de 1333, ya cono-
cido, lo que se le abonan son tan sólo letras mayúsculas á tanto alzado.
Tienen más importancia las noticias referentes á unos pocos verdade-
ros pintores. El grande artista catalán de escuela sienesa-giottesca Fe-
rrer Bassa, el venerable patriarca ya conocido de toda la pintura pe-
ninsular, aparece como iluminador de unos usatges en 1333, por encar-
go de Alfonso IV, según documento que el mismo Rubio adelantara. Pe-
dro IV ordena se le paguen dos hermosos retablos (pulcherrima retabula-
ria) hechos para la Aljaferia de Zaragoza en 1339, y le pide después en
1346 que le envié los que había hecho por su encargo para la capilla del
castillo de Lérida, documentos inéditos el uno y el otro, que demuestran
bien el aprecio de los contemporáneos, que nosotros, al conocer su estilo
y mérito, diputamos de justísimo y merecidisimo (1).

(1) Sobre Ferrer Bassa es inédito el trabajo del Sr. Senpere y Miquel, que
ha hecho ya sendas publicaciones sobre la pintura catalana del siglo xv, y la
del siglo X , y quo tiene adelantadísimo el libro en que principalmente se ha
de ocupar de la pintura catalana del siglo xiv. Pero de sus investigaciones y
por su condescendencia algo nos ha revelado M. Bertaux, y precisamente
sobre Ferrer Bassa, ^
LA CULTURA ARTÍSTICA 613 |

Tanta importancia como estos datos referentes al Giotto español, tie-


ne el curiosísimo documento referente al gran precursor flamenco de
Juan Van Eyck, llamado también Juan de Brujas, pero en el siglo xiv.
El autor del Apocalipsis de Angers no se sabia que hubiera venido A Es-
paña, ni siquiera que viajara por el Sur de Francia. Ambas cosas y otras
más nos revela un corto documento inédito de 1373, por el cual se ve
que Pedro IV le tuvo acá, le encargó obra, y sin duda habida cuenta
de la importancia y campanillas del famoso precursor de los primitivos
flamencos, le pagó el retablo de anticipado. Pero el genial artista se
marchó sin pintarlo, sin devolver su importe, y como era sribdito del
conde de Armañac, á él escribe el Rey Ceremonioso para que le casti-
gue y le recobre el importe anticipado de la obra. Un documento asi,
tratándose de un tal pintor, vale por toda una biografía.
El mismo Pedro IV nombra pintor de sus armas y hace familiar y do-
méstico de su casa real en 1355 al pintor de Barcelona Francisco Jordi,
por la sutileza de su ingenio artístico y el artiflcio de sus obras, y en 1356
paga al pintor de Barcelona Ramón de Torrent el guardapolvo ó pulse-
ras del retablo del castillo de Lérida, no sé si uno de los pintados por
Ferrer Bassa; noticias una y otra por documentos inéditos.
Por otro igual, doña Leonor, en 1366, ordena pagar 800 sueldos barce-
loneses al pintor de Barcelona Lorenzo de Saragosa por dos retablos,
de tres tablas cada uno, con historias de la vida de San Nicolás y de
Santa Catalina, ya pintados, y destinados el primero á las monjas de
Calatayud, á las que la Reina les reedifleó la iglesia, y el segundo á las
monjas de Teruel que pensaba fundar.
Todavía otras dos noticias de pintores, curiosísimas por otros concep-
tos que por el artístico:
El Beato Raimundo Lulio, el terciario franciscano empeñado en la
evangelización del Islam, el caballero andante de la idea, quiere trasla-
darse á Túnez. El Rey Jaime II, á solicitud suya, le hace dos cartas de
recomendación, y asi se lo manifiesta en una tercera. La una para el
Rey de Túnez, y la otra para el pintor Juan Gil, intérprete ó dragomán
(«truchimán» en castellano neto, «turcimany» en el catalán del docu-
mento), y por lo visto persona influyente en aquella corte berberisca de
1314, fecha de los documentos.
Un pintor «de cámara» de un Rey tunecino sorprenderá quizá á al-
gunos lectores; pero un siglo más tarde, otro pintor cristiano ícatalán
creo yo, por el estilo; sevillano cree Gómez Moreno, por la misma razón),
¿no será el que pinte los techos de las Salas de Justicia de la Alhambra?
Y á flnes del siglo xvi, ¿no fué nuestro rafaelesco Blas de Prado pintor
del Rey de Marruecos?
Otro documento de 1398 nos ofrece el viceversa. Martin el Humano ha
ido á Sicili.T, y en el hermoso palacio de arto árabe de la Zica, en Pa-
iermo, ha dejado unos esclavos, moros ó negros por tanto, que al volver-
614 ARTE

se ú España sabe que su hijo el Rey de Sicilia, Martin el Joven, ha ena-


jenado á diversas personas. El padre le reconviene por semejante anti-
cipo de herencia y reclama, con otros objetos, los tales esclavos, uno de
los cuales es llamado, dice, Antonio Pintor: oiro es llamado, dice, Simón
Picapedrero, no faltando algún negro; añadiendo que los reclama por
necesitarlos para la gran obra del palacio real de Barcelona que está
haciendo.
Y queda demostrado el intercambio de pintores entre la Cristiandad
y el islam, á pesar de los preceptos del Haditji'{iio del Alcorán), obliga-
dísimos en el ortodoxo Islam del Occidente.
Las noticias referentes 4 escttltores, son todavía menos en número.
Pero una de ellas creeré que nos identifica la creación de un artista, y
la otra es nada menos que el texto inédito del contrato de Pedro IV con
el escultor de Lérida Jaime de Castalia, sobre sus conocidos encargos de
los sepulcros reales de Poblet, fechado en 1370.
La primera noticia se refiere al ya también conocido escultor Maes-
tro Aloy, pero creeré identificada como suya una obra anónima impor-
tante: la estatuita de alabastro de «San Carlomagno», retrato en reali-
dad de Pedro IV, en la catedral de Gerona, conocidísima en Madrid, des-
de que vino á la Exposición colombina de 1892, muy reproducida enton-
ces, estudiada por el barón de las Cuatro Torres, conde del Asalto, en
memorable trabajo monográfico publicado en el Boletín de la Sociedad
Española de Excursiones, con fototipia de la obra (1), y citada y á la
vez reproducida de reciente por M. Enile Bertaux en la monumental
Histoire de l'Art de André Michel, y por M. Paul Lafond en su Sculp-
ture Espagnole, de la Bihlioteque de VEnseiguement des Beaux Arts.
De toda conformidad con el resultado del estudio del conde del Asal-
to, ha sostenido M. Bertaux que la estatua es retrato, hecho por 1350, á
juzgar por la indumentaria, y que probablemente representa á un
Rey, no diciendo lo que claramente se deduce de su opinión, que es
verdadero retrato, íisonómico, y no representivo tan sólo, del monarca
del Pzmyalet—y vor cierto que hasta puñal lleva la estatua además de
la gran espada, uno y otra adornados del escudito repetido de las barras
(pales) catalanas (2).
Lo que documentos inéditos nos declaran ahora es que Pedro IV, en
1342, había tratado con el escultor Maestro Aloy, que nunca se dice de
qué población era vecino, de la labra de diecinueve estatuas de antepa-
sados suyos, condes de Barcelona (once) y reyes de Aragón á la vez que
condes de Barcelona (ocho). El maestro había de llevar loS bloques de
alabastro á Barcelona y labrarlas allí, para colocarlas enel palacio.

(1) Véase en el año II, 1894, á la pág. 34, y la bolla reproducción en fototi-
pia Hauser y Menet, á la pág. S5.
(2) El puñal está dibujado en viñeta del citado BOLETÍN en el estudio y lu-
gar citados.
LA CULTURA ARTÍSTICA...^. 615

Pasados unos ocho años, Pedro IV pide que las diecinueve estatuas
ya labradas se lleven de Gerona y Belda (1) al mar y embarcadas
después á Barcelona, repitiendo ahora, en 1350 (17 de Julio), que son obra
de Maestro Aloy.
Pasa poco más de un año, y en 1351 (20 de Octubre), estando Pe-
dro IV en Perpiñán, pide que le envíen á aquella ciudad del Rosellón
una estatua de piedra retrato suyo, sin decir de qué autor, que so halla-
ba en Castellón de Ampurias.
Pero como encargos de estatuas retratos que no fueran sepulcrales
eran tan poco frecuentes eu el siglo xiv, ¿quién no pensará que deba ser
del mismo maestro la suelta y aislada y las diecinueve de la serie con-
dal y real, sabiendo que las unas estaban terminadas en 1350, y la otra
es reclamada en 1351, y que las unas, en 1350, estaban en Gerona y Bel-
(á?)) y la otra en Castellón de Ampurias, en 1351, en poblaciones tan
próximas?
Para mi es punto menos que certísimo que el llamado «San Cario
magno», de Gerona, es el retrato en alabastro que Maestro Aloy hizo del
Rey del Puñalet, y que éste reclamaba en 1351.
Pedro IV el Ceremonioso se preocupó mucho de la formación icono-
gráfica y de la serie de los monarcas predecesores suyos, tratando de co-
nocer bien sus fisonomías é indumentaria, pues una y otra cosa quiso que
le averiguara el abad de Ripoll respecto de los condes allí enterrados,
según carta inédita de 1353, diez años después de la labra de las esta-
tuas alabastrinas de Maestro Aloy, á menos que el detalle del color del
pelo, en que hace hincapié, no nos indicara que estaban entonces pin-
tándose dichas estatuas. También se preocupó de los enterramientos,
pues ahora, además de lo sabido, se declara que ordenó el traslado del
cadáver de Iñigo Aristíi al monasterio de San Victorián.
Pero es bien curioso notar que el Ceremonioso no daba importancia á
sus antepasados los reyes privativos de Aragón. La serie que él encargó
era de los condes de Barcelona y de los reyes-condes de la mismo dinas-
tía catalana, despreocupado de los antepasados de doña Petronila. Las
diecinueve estatuas bien dice que se referían á once condes soberanos
que creyó que se contaban, y á los «últimos»- ocho reyes de Aragón, es
decir, á los reyes-condes, no excluido sin duda el mismo monarca (2).
Y no se diga que el más aficionado á la historia de los monarcas ara-
(1) No conozco tal villa de Belda, si Beuda, arriba en la montaña, condado
de Besalú, donde creo recordar que hay unas canteras.
(2) En realidad se cuentan más de once condes soberanos desde Wifrodo ol
Velloso !i llamón Berenguer IV, pero resultaban once no contando los frecuen-
tes caso-i de diarquía, gobierno de dos hermanos, y algún desdoblamiento de
]>crsonalidad quo comprobó la crítica moderna. Por lo demás, el mismo D. Pe-
dro creía en el diploma imperial de independencia del condado otorgado á
Wifredo, pues se ve en uno de los documentos, quo decía que se buscara el di-
616 ARTE

goneses (1), y á la vez el más escrupuloso y ceremonioso, diera asi


prueba de predilección catalana por tratarse del palacio de Barcelona,
donde las estatuas de Maestro Aloy hablan de colocarse, porque en otro
documento de 13BÜ de antes publicado, se ve que encargó al platero va-
lenciano Pedro Bernés una gran espada para las coronaciones de los re-
yes <le Aragón, y en ella, en su vaina, en esmaltes, quiso que se pusie-
ran los retratos de los mismos diecinueve monarcas, incluso él (aquí si lo
expresa), que son los diecinueve de las estatuas, diciendo expresamente
que cada esmalte tendría la figura de un rey ó de un conde de Bar-
celona.
Confieso que este catalanismo de D. Pedro no me sorprende (2), pero
sí llevado al extremo de menospreciar á los primeros reyes aragoneses,
entre los cuales se cuenta el conquistador de Huesca y el Batallador que
entró en Zaragoza.
El citado platero valenciano, de la corte del Ceremonioso, Pedro Ber-
nés, ya nos era conocido por sus trabajos hermosísimos de la catedral de
Gerona, no pudiéndose asegurar que sea suya una gran joya de plata re-
presentando un castillo de amor que, sin decirnos el autor, nos describe
Pedro IV en otro de los documentos de 1360, hasta ahora inédito.
Y de cosas de arte no hay más en el libro, si exceptúo alguna noticia
de edificaciones en la Aljaferia, en San Cugat; la ya tan famosa noticia

ploma en el castillo de Perpiñán, que años antes había sido de su cuñado el


Bey de Mallorca, por él desposeído de todos sus Estados.
En cuanto á, los ocho reyes no cabe la menor duda: comienzan en Alfonso II
y acaban on Pedro IV.
(1) De esa extremadísima afición á los libros de historia, aun de los reinos
y países más apartados, ofrece numerosísimas pruebas el libro que oxami-
namos.
(2) En mi adocenado discurso doctoral de Filosofía y Letras, de que casi no
quiero acordarme, trató de las guerras de la unión, y uno de los juicios sin-
téticos que formulara, y en él si que se entrañaba uua novedad, era el si-
guiente: que latía en la unión un regionalismo aragonés recelosísimo del
catalanismo de Pedro IV, y desvelado por la hegemonía de Barcelona y por
la política imperialista, mediterránea, de la corte y de los hombres de mar
y de negocios de la gran ciudad de la costa. Pretendía además hacer ver que
la Historia de Aragón, como la de Provenza, no se entienden bien, mientras
no se desentraña dentro de formas monárquicas el ideal mercantil y marlti-
timo de las ciudades de Barcelona y Marsella, en rivalidades con las Re-
públicas mercantiles y marítimas de Pisa primero, de Genova y de Vene-
cia más tarde. El país aragonés, pobre y altivo, no comprendía las ventajas
del dominio en Italia ó en sus islas; no acertaba á ver qué interés podía te-
nerse en dominar el estrecho de Messina ó el de Bonifacio y enseñorearse en
el mar Tirreno. Do esos enfados aragoneses ante la hegemonía catalana y el
afianzamiento de la capital en Barcelona, tomó fuerzas el partido aragonés
de oposición, la Unión vencida en Epila.
LA CULTURA ARTÍSTICA 617

de la guardia que Pedro IV ordenó poner en la Acrópolis de Atenas para


salvaguardia del Partenón, y aquellas otras ruinas maravillosísimas (1) y
el despierto afán de antigüedades que nos demuestra D. Martín, que
apenas supo se habían descubierto unas tinajas de mármol enterradas en
Rosas, manda que se examinen, y que si son de piedra se le envíen to-
das, y una sola, la más pequeña, como muestra, si resultara que eran de
barro. Se conoce que sabia distinguir un ánfora.
De 1408 es este documento inédito, y es casi de los últimos del tomo I,
único publicado de la obra, por ia qne tantos plácemes merece el Sr, Ru-
bio y Lluch y el Institut d'Esfudis Catalans que la ha editado tan apro-
piadamente.
E. TORMO.

S. Giacomo degli Spagnuoli: más obras de arte (2).


Don Ramón de Sauta María, archivero de nuestra Embajada cerca del
Vaticano, ha publicado en Roma á todo lujo un libro titulado «La fies-
ta de la Concepción en la antigua Eeal Iglesia de Santiago y San Ilde-
fonso de los españoles en Roma, el año 171,ó» según un manuscrito iné-
dito (imprenta poliglota dé la «Propaganda Fide», 1908); pero con esta
excusa ha hecho una verdadera monografía histórica, avalorada con
muchas noticias inéditas, varias de ellas referentes á arte y artistas, y
a tornada con 29 ilustraciones.
Estas y esas se refieren principalmente á lo siguiente:
Un gran cuadro de la Inmaculada Concepción, obra de un flamenco
que casi parece español, Luis Primo Gentil, encargado y regalado en
1633 por el cardenal Moscoso y Sandoval, y conservado hoy, después del
desdichado derribo de San Giacomo degli Spagnuoli (la iglesia de la Co-
rona de Castilla), en Santa María di Monserrato (la iglesia de la Coro-
na de Aragó'i).
Una estatuado Saniiago, de Sansovino.
Un retrato de D. Alfonso de Paradinas, obra liviana de Donienico
Chiaverino.
Otro de Felipe V (que recuerda á Eanc, pero puede ser copia de ori-
ginal de uno de los Honasse), que parece aderezó un pintor romano. Pie-
tro Maleschotti, en 1706.

(1) Do este famosísimo 3- gloriosísimo documento da el libro un facsimile


en fototipia: Pedro IV califica aquel monumento ateniense como «la más rica
joya quo hay on en este mundo>.
(2) Véase CULTÜUA ESPAÑOLA, V, pág. 251, y VII, pág. 849. Las noticias sobre
Vinzenzo Raimando la d i o á Paz y Meliá este Sr. Santa María. El Cantoral ó
Antifonario está hoy en la sección de manuscritos, de auestra Biblioteca Na-
cional.
í;iTr.TTinA iO
6 1 8 ARTE

Otro de doña Isabel Farnesio, su esposa, obra de un pintor desconoci-


do, Juan liuiz Melgarejo, en 1714.
Noticias inéditas del músico Seveiv da Lucca y de otros ilustres con-
temporáneos suyos (siglo xviu).
Reproducciones de las preciosas y famosas portaditas del derribado
templo, de algunos de sus muebles, etc.
Los documentos inéditos que se publican son interesantes para cono-
cer la vida española en Roma.
E. T.

=^1
FILOSOFÍA

Lfl S O C I O L O Q l f l D E n. Q. TflRbE

Examen crítico de sus bases (t).


«

No es íiuestro ánimo liacer aqní nna crítica minnciosa de todos


y cada uno de los múltiples y delicados problemas planteados y re-
sueltos en la síntesis sociológica de M. Tarde, cuya exposición sis-
temática nos ha ocupado hasta el presente: varaos únicamente á
consignar algunas breves observaciones, encaminadas á rectificar
ó completar lo que nos ha parecido por algún concepto deficiente
en los teoremas fundamentales que le sirven de base, subrayando
en cambio sus puntos capitales que coincidan con nuestra concep-
ción de la vida social.

§ I . - E L CONTENmO DE LA SOCIEDAD: CREENCIAS Y DESEOS

M. Tarde tiene razón, á nuestro juicio, en atribuir á la sociedad


un contenido totalmente psicológico. La sociedad, en efecto, es ante
todo un conjunto de hombres como tales-, y aun concediendo que
el hombre coincide con los seres inconscientes en las notas gené-
ricas de sus caracteres físicos, químicos y biológicos, no es menos
-cierto que no se constituye en su ser específlco de hombre más que
en virtud de su vida consciente, superior á la de los animales. Esto
no es prejuzgar el problema de la sustantividad de la sociología,
asimilándola á la psicología individual, sino á lo sumo reconocer en
ambas un objeto material genéricamente común.
Ahora bien, ¿cuáles son los elementos de este contenido psíquico
social? Son—responde M. Tarde—las creencias y los deseos, únicas
y puras cantidades psicológicas, mensurables y transmisibles de
individuo á, individuo. El fondo de esta solución nos parece exacto;

(1) Véase los números de CULTURA ESPASOLA correspondientes á los meses


•ie Febrero y Mayo últimos.
620 FILOSOFÍA

esos son, efectivamente, los dos grandes capítulos de toda psicolo-


gía. Pero las creencias (juicios), al ligar positiva ó negativamente h
sus nociones (conceptos), y los deseos, en su tendencia & reforzar
sentimientos agradables que sean débiles y disminuir los desagra-
dables hasta conseguir su desaparición, revelan un valor cualitati-
vo indudable, al par que sus respectivas nociones y sentimientos
fuera de su aspecto estrictamente cualitativo (modificado, es ver-
dad, en cada supuesta alteración de intensidad), manifiestan á la
atención espontánea ó refleja una dimensión cuantitativa, ó mejor
dicho, intensiva, y, por lo tanto, psicológicamente mensurable, ó
más exactamente, apreciable. Y (¡qué podría impedir, por otra par-
te, que con el elemento intensivo se transmitiera asimismo de indi-
viduo á individuo (no numérica, sino específicamente) el carácter
cualitativo de su realidad psicológica? Esta concepción del conte-
nido de la vida del espíritu se nos revela, aún á los ojos de la
conciencia reflexiva, como más integral que el exclusivismo de
M. Tarde. ,
Por otra parte, el paralelismo entre el elemento creencia y el
elemento deseo, nos aparece como algo artificial y no muy exacto.
La creencia (juicio) añade algo á las nociones (conceptos) de
que consta: es la conciencia de su relación poBitiva ó negativa. Por
el contrarío, el deseo no es más que una forma consciente, por opo-
sición á la inconsciente que se llama tendencia, del aspecto diná-
mico inseparable de todo fenómeno afectivo. Conservaremos, pues,
como resultado del balance de la vida psíquica social, la división
fundamental de sus elementos en representaciones (conceptos y jui-
cios) y sentimientos (expresión psíquica de las tendencias y de Ios-
deseos), todos igualmente cualitativos, intensivos y transmisibles.

% n . - L O S DESCUBRIMIENTOS Y LAS INVENCIONES


1.—Su variada sijnificaciÓQ.

Según M. Tarde, el punto de partida de toda creencia es un des-


cubrimiento. Nada tenemos que objetar á este enunciado, sino
cuando más precisar esta idea, añadiendo que el descubrimiento
puede ser teórico ó práctico (sin ser ordenado aún á la acción, pues
entonces sería una invención), resultado de las innumerables com-
binaciones de los teóricos; éstos, á su vez, pueden enunciar en el
orden real ó ideal una relación esencial {necesaria ó contingente), ó
una aserción simplemente existencial.
LA SOCIOLOGÍA DE M. G. TARDE 621

Así como á la creencia da lugar el descubrimiento, el deseo (nos-


otros diremos el sentimiento) reconoce siempre su origen, según la
doctrina de M. Tarde, en una invención primitiva. Y aquí se impo-
ne una nueva y muy importante distinción: la de los deseos del fin
y de los medios de conseguirlo.
El fin no es única ni precisamente el motivo que, en la lucha de
tendencias, obtiene la preferencia de la voluntad, sino todo estado
afectivo de nuestra alma, sea amoral {placer ó dolor), sea moral
(sentimiento del deber), que, sólo por este concepto, causa necesa-
riamente en ella un estado dinámico de atracción ó de repulsión,
aunque á veces prácticamente ineficaz, por desvirtuarlo el ejercicio
de nuestra libertad ó la preponderancia de un móvil antagónico.
En este este estado afectivo ó fin, se hace preciso distinguir el as-
pecto estrictamente sentimental del representativo ó idea, puestos
en relación recíproca de concomitancia mediante una tendencia de
nuestra teleología vital. Ahora bien, la organización de las causas
naturales y psicológicas de toda clase enderezada á introducir en -
el campo de nuestra conciencia el estado representativo citado, y con
él BU cox'relativo sentimiento si á él se baila y a naturalmente asocia-
do, ó, en e a s o contrario, hasta á orear en nuestro temperamento
la tendencia misma que los asocie, constituye lo que se llama nn me-
dio. El medio, por consiguiente, sin perjuicio de revestir á su vez,
por otro concepto, un aspecto afectivo, agradable ó desagradable,
tiene como tal una significación exclusivamente instrumental.
Hablemos, ante todo, de las invenciones de los fines. Hemos
dicho poco ha que todo fin ó fenómeno afectivo es el resultado de
una síntesis, mediante una tendencia, de un sentimiento con una
idea, que, por hallarse en este orden de cosas subordinada á aquél,
puede denominarse «concomitante representativo». La invención de
un fin será, por consiguiente, la formulación de una nueva idea ó
estado representativo que lleve anejo un estado afectivo correspon-
diente. Esto supuesto, ¿cuáles son las representaciones que llevan
aparejados sentimientos característicos?
Examinemos, ante todo, las de los sentimientos amorales. Se los
puede clasiücar en dos grupos: aquellos cuyo concomitante repre-
sentativo es una simple^ercepc¿c5?i,en forma de conceptos ó de juicios
considerados conceptualmente, y los que van inherentes á verdade-
ros Juicios afirmativos ó negativos, en la terminología de M. Tarde
verdaderas «creencias».
Pero la percepción conceptual de los primeros puede ser, ó bien
622 FILOSOFÍA i

de un estado subjetivo de reposo ó de movimiento (trabajo) mus-


cular ó mental, ó bien de cosas exteriores al yo. En el primer caso
se hallan los estados afectivos inherentes al trabajo y al reposo, agra-
dables ó penosos, según las tendencias circunstanciales de nuestra
sensibilidad. El segundo se especifica en las llamadas sensaciones
afectivas (de la sensibilidad externa é interna) por una parte; y
por otra, en los sentimientos estéticos, en un principio inferiores,
vinculados al oido [armonía y ritmo de los sonidos) ó á la vista
(formas estéticas elementales), más tarde superiores, resultantes de
la organización de aquéllos en el sentido de provocar en nuestra
sensibilidad una vida afectiva intensa pero objetivamente ficticia,
constituida de sentimientos abstractos por medio de la música,
concretos mediante la representación teatral, y abstractos ó con-
cretos en virtud de \a, palabra humana. Al sentimiento de lo bello
ve refiere el de lo ridiculo, originado por la percepción de determi-
nados contrastes.
¿En qué consiste una invención en cualquiera de estos senti-
mientos, de base representativa puramente conceptual? Manifiesta-
mente en hallar nuevas representaciones ó nuevas combinaciones
de representaciones anteriores, y a sea subjetivas (actos ó movimien-
tos), ya objetivas (sensaciones é imágenes), y, por medio de ellas,
emociones de nueva índole vinculadas á aquéllas en virtud de nues-
tras tendencia».
Pero he aquí otra categoría de sentimientos, cuyo elemento cog-
noscitivo no es ya una idea ó concepto, sino más bien un juicio, una
verdadera creencia.
Tal es el caso, en primer lugar, para los sentimientos llamados
intelectuales, inherentes al conocimiento (estado agradable), y á la
duda ó error conscientes (estado desagradable),ya sea en la formula-
ción de las relaciones mentales absolutas, indicadas al hablar de los
descubrimientos, y a en la apreciación relativa del valor ó grado de
perfección ontológica ó psicológica de los seres, cuya» formas supe-
riores constituyen el segundo grupo de los sentimientos estéticos.
En todos estos sentimientos intelectuales, bien absolutos, bien
relativos, el aspecto afectivo se halla unido al simple conocimien-
to de la verdad objetiva, sin relación alguna con el carácter es-
pecífico de esta verdad. No ocurre lo propio con otros sentimien-
tos, cuyo elemento cognoscitivo es asimismo un juicio, pero cuya
cualidad contribuye tanto como su objetividad á la aparición y
clase del estado afectivo en cuestión. Así sucede ante todo con los
LA SOCIOLOGÍA DE M. G. TARDE 623

sentimientos del propio valor, que la atribución reflexiva del valor


de los hechos ú objetos á la persona que es de ellos sujeto ó causa,
provoca en ella ó en las que con ella se hallan de algún modo rela-
cionadas. Ocurre otro tanto con los sentimientos cuya creencia cons-
titutiva tiene por objeto el contenido (actual, habitual y aun poten-
cial) de la psicología ajena, y a sea en sus elementos absolutos (lo que
da margen á un primer aspecto de los sentimientos sociales de comu-
nicación, de expansión y de simpatía), y a por el lugar que la nues-
tra en ella ocupe (segando carácter de dichos sentimientos, á los que
se añade el de la gloria ó propio valor conocido y admirado de los*
demás). Esta creencia originaria de los sentimientos sociales se halla
reforzada por las relaciones corporales de la vista, oído y tacto (y, •
por lo tanto, estrictamente conceptuales) de un individuo con su se-
mejante.
Pero, si prescindimos de este último detalle, ¿no es cierto que la
invención, en estos sentimientos-creencias, no puede tener el mismo
carácter de innovación que en los sentimientos perceptivos, supues-
to que el juicio, como tal, no produce ningún elemento nuevo, sino
que une ó separa los ya anteriormente existentes? Solamente, pues,
en este sentido podrá intervenir la invención en esta clase de senti-
mientos.
Con mayor razón se debe observar lo propio respecto del senti-
miento moral, cuya base representativa genérica, constituida por
cualquier acto de comisión ó de omisión, se especifica al impulso
nativo de los sentimientos de dignidad ó de simpatía, ó de subordi-
nación á la autoridad de un superior.
Hemos considerado la invención en la formulación del contenido
de les elementos cognoscitivos que provocan la aparición de los afec-
tivos que tienen razón de fin. Digamos algunas palabras sobre su in-
tervención en la determinación de los grados de perfección que pue-
den revestir aqueUos estados representativos y sus sentimientos co-
rrespondientes. La variabilidad de este grado de perfección es la
razón de ser del deseo, que no procede de la nada afectiva para bus-
car el sentimiento, sino que, iniciado en un estado afectivo de grado
inferior (en los sentimientos agradables) ó superior (en los desagra-
dables) por parte de su representación, tiende á otro grado i'especti-
vamente superior ó inferior (y aun nulo) mediante el progreso ó de-
gradación de la misma.
El grado de perfección de que hablamos, puede ser considerado
y a sea en el tiempo {duración), ya en el espacio, pudiendo en este
624 FILOSOFÍA

último caso derivase, tanto de la intensidad y cualidad del objeto


de la representación, como de la representación en sí misma, ó por su
riqueza de detalles ó por sufoj'jjia.Especialmente ésta puede ser, para
los sentimientos conceptuales, perceptiva ó simplemente imaginati-
va,j en los sentimientos cuya base es un juicio, su afirmación ó nega-
ción, además de poder revestir múltiples grados de certeza, pueden
hacerse con carácter absoluto ó hipotético; en ambas clases y for-
mas de sentimientos procede aún distinguir la especificación 6 exis-
tencia y cualidad de una representación, de sa ejercicio 6 repro"
Succión numérica en el teatro de nuestra conciencia. Por esta bre-
ve enumeración se podrá formar una idea del vasto campo que se
abre á la invención para la determinación del fondo vago y genérico
de nuestros sentimientos-fines en alguno de los múltiples grados de
perfección que pueden revestir.
Con la determinación del fondo y del grado de perfección de
nuestras representaciones, queda terminada la invención de uno de
los elementos integrantes de nuestros estados afectivos; A ella se de-
berá añadir, para que la invención de los sentimientos-fines sea com-
pleta, el hallazgo de lo que les constituye propiamente como tales,
á saber, la relación existente entre una representación determinada
y el sentimiento agradable ó desagradable que la acompaña; rela-
ción arraigada, muchas veces, en las tendencias de nuestra nativa
organización subconsciente (aunque favorecidas en ocasiones, como
en los sentimientos de simpatía, por detei-minadas condiciones psí-
quicas); creada otras en nosotros y por nosotros mismos, mediante
una auto-sugestión, y robustecida siempre por el ejercicio y el há-
bito.
Hemos dicho más arriba que nuestros deseos pueden tener por
objeto no sólo la realización de nue.stros sentimientos-fines, sino tam-
bién la de los medios que hacen posible aquélla; bien que la prose-
cución de éstos no reconozca más origen que el atractivo de aque-
les. Hemos dado asimismo la definición abstracta de los medios, del
carácter, como tales, puramente ontológico (sin perjuicio de incluir
por otro lado, y aun de constituir un estado afectivo, apetecible á su
vez como flu), y cuya misión se reduce á determinar, mediante la
causalidad de las fuerzas naturales,la aparición en el campo de nues-
tra conciencia de elementos representativos asociados á estados afee -
tivos correspondientes.
El dominio de los medios es el en que la invención manifiesta con
. el maj'or esplendor su virtualidad infinita^
LA SOCIOLOGÍA DE M. G. TARDE 625

Los elementos que entran en juego en los medios son extremada-


mente variados: todas las energías mecánicas, físicas, químicas y
biológicas por un lado; todas las actividades psíquicas, representa-
tivas y afectivas por el otro. Pero el medio como tal, no se constituye
más que en virtud de las innumerables combinaciones teleológicas,
en el tiempo y en el espacio, de que son susceptibles aquellos facto-
res; y en este concepto, no existen determinadas categorías de me-
dios vinculados á otras semejantes de flnes; todos los medios pueden,
«egún las circunstancias, contribuir á la realización de todos los
fines.
Aquí, sin embargo, es conveniente una distinción fundamental.
Hay casos y proporciones en que la actividad de los medios pi-ovo-
cativos de los fines se sustrae á nuestra iniciativa personal y, en
consecuencia,, no pueden ser modificados, ó no lo son de hecho por
•ésta. En otros casos, en cambio, nuestra espontaneidad—tanto inter-
na (atención voluntaria) como externa (movimiento muscular volun-
tario), en forma de omisión ó de comisión—pueáe y suele intervenir,
«n mayor ó menor proporción, eu el juego natural de las fnerzas
naturales inconscientes ó conscientes, no para modiftear sn nativa
especificación, sino pai'a encauzar su ejercicio en un sentido favora-
ble á nuestros deseos atractivos y repulsivos: ya positivamente, ac-
tualizando sus energías potenciales mediante la oportuna conver-
gencia de los elementos adaptables y la separación de los antagóni-
•eos; y a negativamente, evitando de modo análogo su posible neutra-
lización ó modificación. Esto implica, en primer lugar, la invención
teórica, ya sea de los objetos y situaciones artificiales que sirven de
base potencial á aquella labor (construcción de máquinas é instala-
ciones materiales, selección biológica, educación de los seres cons-
cientes), ya el procedimiento de su accualización oportuna, á ló cual
se debe añadir la práctica de su manejo ó utilización real y efectiva.
He aquí la misión de la invención en la organización de los me-
dios desde un punto de vista que abstrae de la forma individua-
lista ó socializada de la actividad humana. En la sociedad, medio
ambiente concreto en que aquélla se desarrolla, se complica extra-
ordinariamente su ejercicio en virtud de la necesidad experimenta-
da de crear una ingeniosa división del trabajo social (completada
por el cambio) que asegure á cada individuo la producción de una
dosis suficiente de riquezas sociales aptas para satisfacer en lo po-
sible todas las necesidades que pudiera sentir, y una organización
jurídica y política razonable y fuerte, que sirva de garantía á los
62G FILOSOFÍA

intereses individuales contra los egoísmos de toda suerte. Nuevo y


bien amplio dominio en que la invención, sea distributiva, sea jurí-
dica, puede darse libre carrera y desplegar variedades íníinitas.
A la invención de los medios va aneja la aparición de un nuevo
grupo de sentimientos que, en oposición á los sentimientos-fines, de
carácter absoluto y sustantivo, llamaremos relativos ó adjetivos,
porque acompañan á los juicios que en presencia de aquéllos forma-
mos sobre la posibilidad, probabilidad ó certeza de alcanzar los fines
mediante el ejercicio de los medios.
Estos sentimientos son los de expectación afirmativa, negativa ó
dudosa (ansiedad) con el carácter afectivo de complacencia, displi-
cencia ó miedo, durante el tiempo en que los medios se hallan aún
en acción, que se transforman respectivamente en los de confirma-
ción ó decepción, con la correlativa afección agradable ó desagra-
dable cuando, terminado ya el juego de los medios, el sentimiento-
fin se v e conseguido ó fracasado. La invención, pues, en este nuevo-
orden de afectos, se refiere, tanto á la formación de creencias sobre
la eficacia ó nulidad de los medios, como á su relación con los esta-
dos sentimentales adjetivos del espiritu.
Por último, la aparición, en el campo de nuestra conciencia, de
estados afectivos, ya sean sustantivos, y a adjetivos, conformes á
nuestras tendencias, y por consiguiente agradables, produce en
nosotros un sentimiento genérico de alegría; su inversa es, ó bien
la tristeza (estado de depresión bajo el mal), ó bien la cólera ó impa-
ciencia (estado de reacción contra el maU, estados emotivos que re-
samen de este modo toda nuestra vida afectiva.
Hemos recorrido brevemente el conjunto de nuestras creencias-
y deseos, y tratado de precisar, en cada caso específico, el carácter
áel Descubrimiento Y de la Divención. Completemos este estudio
con una breve mención del papel de estas dos funciones en la de-
terminación de los medios de expresión de aquellos elementos psí-
quicos.
Toda representación, y especialmente todo sentimiento, tienden á,
ser exteriorizados, ya sea mediante un gesto muscular, ya mediante-
un sonido, pudiendo ambos ser mímicos ó pantomímicos, demostrati-
vos ó figarados. Esta expresión tiene á veces un carácter meramen-
te individual; pero adquiere su mayor importancia como medio so-
nial de revelar á los demás ó de aprender de ellos, y a las represen-
taciones, ya los sentimientos; entonces alcanzan la categoría de sig-
nos. Y su importancia excepcional proviene de que nuestras creen-
LA SOCIOLOGÍA DE M. G. TARDE 627

cias y nuestros deseos son, en gran parte, cosas sociales. La vida


de los demás hombres constituye, á menudo, el objeto de nuestros
juicios en cuanto á nuestras afecciones, la psicología ajena puede
constituir materialmente el contenido de nuestros sentimientos no
sociales, y desde luego da margen por entero al de nuestros senti-
mientos sociales; por otra parte, la organización de los medios para
la realización de unos y otros, no se concibe sin la colaboración so-
lidaria y la armonía recíproca de los individuos eoexistentes. Todo
esto preexige necesariamente un abundante sistema de signos que
nos permita percibir en los demás y manifestarles á nuestra vez los
conceptos y juicios que formamos, por un lado, y por otro, nues-
tros sentimientos (con sus correspondientes ideas y creencias), álos
que se añaden las decisiones voluntarias, tanto sobre los fines como
sobre los medios, á que dan lugar nuestras deliberaciones sobre
ellos.
Ahora bien, todos estos signos, nativamente muy rudimentarios,
deben ser, en su inmensa mayoría, convencionales, y fruto, por lo
tanto, de primitivos descubrimientos é invenciones.
Consignemos especialmente la lengua {oral, escrita) como signo
de los estados psíquicos individuales, y la moneda, símbolo de los
valores sociales.
Las múltiples distinciones que acabamos de enumerar se hallan
y a más ó menos apuntadas en diversos pasajes de las obras de
M. Tarde-, no por eso hemos creído menos conveniente desarrollar-
las en forma sistemática que elimine en cuanto cabe la fácil contu-
sión de ideas en materia tan importante.

2.—Su origen.

Todo juicio existencial consiste en la afirmación de la existen-


cia ó no-existencia de un hecho ú objeto, así como la convicción de
su relación positiva ó negativa con otro es la característica del jui-
cio esencial. La afirmación del juicio, como tal, se realiza normal-
mente á la luz de la evidencia lógica—la percepción para los jui-
cios existenciales; la evidencia inmediata ó mediata (prueba induc-
tiva ó deductiva) para los esenciales; el testimonio ajeno en ambos
casos—, secundada y aun modificada por el mecanismo psicológico
de la asociación.
A este origen esencial de todo juicio especulativo se refiere in-
dudablemente M. Tarde, cuando habla de las causas internas ó le-
628 FILOSOFÍA

yes lógicas de nuestros descubrimientos, si bien él, consecuente con


su tendencia (que más tarde apreciaremos) á considerar todo jui-
cio como fruto, no ya de una prueba sencilla, sino de una interfe-
rencia de pruebas en el sentido de su adaptación ú oposición mu-
tua, hace de éstas el único ó principal resorte creador de nuestras
convicciones.
Pero el problema fundamental del origen de les descubrimientos
se plantea en otro terreno. La lógica determina la dirección é inten-
sidad de nuestras síntesis mentales, supuesta la coincidencia en
nuestro espíritu de los elementos que las constituyen, así como de las
pruebas en que se apoyan; pero esta misma asociación de ideas que
condiciona psicológicamente las relaciones lógicas, ¿se rige á su
vez por alguna ley? Este es el problema de las causas externas ó
extralógicas de los descubrimientos.
M. Tarde no parece reconocerles más origen primordial que el
de una organización biológica determinada, constitutiva de ese su-
premo accidente de la Naturaleza que se llama genio individual, en-
cauzado hasta cierto punto en su ejercicio por cierto cálculo de pro-
babilidades á que dan margen las condiciones sociales de tiempo y
lugar.
Desde luego aparece aquí un vacío en la comprensión del com-
plicado funcionamiento de la asociación de ideas. Porque, sin negar
la influencia en su orientación de factores de carácter fisiológico,
su consideración se revela muy á menudo insuficiente si se prescin-
de de los vínculos psicológicos internos (de semejanza) y externos
(de contigüidad) de nuestras ideas en el espacio y en el tiempo,
ya directa é inmediatamente, ya á través de los sentimientos que
provocan, vínculos que tan sensiblemente determinan en la mayoiúa
de los casos la sucesión de nuestras representaciones entre sí ó al
contacto con las percepciones del mundo exterior.
Pero aun así entendida la asociación, dista mucho de dar una
explicación integral del genio descubridor de nuestro espíritu,
mientras no sea integrada en una concepción teleológica de la
vida intelectual, en oposición á la casualidad ó coincidencia mera-
mente accidental, preconizada por M. Tarde. El hjcho constante y
universalmente registrado de una evolución mental, en ciertos casos
y hasta cierto punto uniforme y ordenada, en la labor de la imagi-
nación creadora ante los problemas teóricos que nuestra curiosidad
incesantemente se plantea, es absolutamente inexplicable mediante
el simple mecanismo asociativo que acabamos de considerar, y re-
LA S O C I O L O G Í A D E M. G. T A R D E 629

vela desde luego, aunque sin precisar sus contornos, la existencia


en nosotros de una finalidad psíquica, primitivamente espontánea é
irregular, más tarde sistemática y refiexiva que, sobreponiéndose
á los innumerables vínculos creados por la asociación en nuestra
subconsciencia, actualiza de entre ellos los más adecuados para el
progreso lógico del pensamiento: los grados de perfección, tan va-
riados entre los diversos individuos, de este principio mental teleo-
lógico, constituyen el llamado talento ó temperamento intelectual,
que en su forma culminente constituye el genio. Él es el que plan-
tea los problemas, sugiérelas 7íi/)ciítís¿s, provoca diversos Wrwunos
medios en el raciocinio deductivo, ó variados procediínie/iíos expe-
rimentales en el inductivo, que corroboren ó eliminen aquéllas; él
es asimismo el agente conductor de nuestra atención en su proceso
de selección de los datos lógicamente útiles entre el sinnúmero de
los que ofrece la materia bruta de nuestro contenido mental.
La influencia de esta ñnalidad psicológica, canalizadora.de las
divergentes orientaciones creadas por la asociación fisiológica ó
psíquica, se revela de una manera aún más decisiva, y con un nue-
vo carácter, en el origen de nuestras invenciones. En realidad, sólo
por abstracción pueden considerarse separados el proceso investi-
gador de los elementos que integran la vida práctica y afectiva de
nuestro espíritu (invención), y el que tiende á satisfacer más bien
sus preocupaciones especulativas (descubrimiento). De hecho, y
cualquiera que sea la posición que se adopte respecto del pragma-
tismo contemporáneo, es innegable la estrecha solidaridad existen-
te entre ambas órdenes: nuestras convicciones teóricas, según he-
mos visto ya, entran como partes esenciales en la aparición y satis-
facción de nuestras necesidades prácticas, al paso que aquéllas, á
su vez, van acompañadas de un sentimiento característico, que por
eso hemos llamado «intelectual»-
El problema del origen de nuestras invenciones presenta un d o -
ble aspecto. ¿Cómo se forman los elementos representativos qne
pueden dar margen á nuestros sentimientos? ¿Cómo se averigua su
relación con determinadas tonalidades de nuestra vida afectiva?
Recordemos las dos categorías fundamentales de nuestros inte-
reses prácticos: los fines y los medios. El fin es siempre un estado
representativo (ya sea una simple percepción conceptual, ya un jui-
cio), al cual va anejo un sentimiento correspondiente agradable ó
desagradable, ó simplemente imperativo. Los medios—cuyo cono-
cimiento provoca asimismo estados afectivos característicos— con-
630 FILOSOFÍA

sisten en una organización de las fuerzas naturales 6 psicológicas


adecuaaas para la determinación en el campo de nuestra conciencia
del estado representativo y afectivo que constituye el fin. Ambos
fines y medios se exteriorizan mediante un sistema de signos natu-
rales ó convencionales.
La invención del fin, como representación apetecible ó repulsiva,
precede ordinariamente á la de los medios de perfeccionarla ó eli-
minarla; pero no pocas veces pasaría aquél inadvertido, si el en-
cuentro previo de los medios no nos lo hiciera concebir, desear y
rechazar; puede asimismo suceder que la aparición de ambos sea
simultánea, y, en todo caso, mutuamente se sugieren y completan.
Y es que ambos se hallan—dentro de los cánones de la asocincióny
memoria afectivo-representativa, basada en la contigüidad y seme-
janza psicológica y en el contacto fisiológico—teleológicamente re-
guladas por la organización vital y práctica de nuestro ser espiri
tual, que se revela tanto en su actividad espontánea como y sobre
todo en sus investigaciones metódicas y reflexivas, constituyendo
una función del carácter ó temperamento individual.
Su influencia se revela, no sólo en la dirección é intensidad que
imprime á las sintesis mentales (juicios) formalmente constitutivas
de los flnes y medios, sino también y sobre todo en la organización
de los mismos elementos (conceptos) que se enlazan entre sí, ya sea
para constituir simples agregados nocionales (como sucede en las
sensaciones afectivas y en los sentimientos estéticos), ya para predi •
carse mutuamente en forma de juicios (tal acontece con los restan-
tes sentimientos y en la apreciación de los medios que los provocan),
manifestándose dicha finalidad tanto en la especificación ó cualidad
de estas funciones psíquicas como en su ejercicio ó repetición numé-
rica; añádase á la consideración de este contenido la actividad de la
atención que lo engendra y contempla, y tendremos el balance com-
pleto, aunque impreciso, de la labor creadora y directriz de la in-
ventividad individual. La finalidad campea normalmente en toda
ella bajo la forma optimista de adaptación más ó menos perfecta—
y no desmentida por excepcionales tendenciaspesímisías—de todos
los elementos vitales á las necesidades psíquicas y orgánicas del
individuo.
Este carácter ó temperamento individual acentúa su índole te-
leológica hasta recibir el nombre de instinto, innato ó adquirido,
cuando no se limita á sugerir indirecta ó mediatamente representa-
ciones de fines de atractivo ya comprobado, sino que impulsa al
LA SOCIOLOGÍA DE M. G. TARDE 631

sujeto hacia medios cuyo término afectivo en un principio desco-


noce, y que sólo en su ejecución se revelan como conducentes á un
resultado útil al individuo ó á la especie, y como tal acompañado
de un sentimiento de placer.
En todo caso, la invención, no ya de las diversas formas repre-
sentativas de nuestros fines, sino de la tonalidad afectiva inherente
á una representación, relación constitutiva de una tendencia de
nuestro ser y originaria de nuestros deseos, es fruto exclusivo de la
experiencia. Pero hay que distinguir asimismo, respecto de ella, los
•sentimientos de contenido representativo conceptual, de los que se
basan en MXÍ juicio. No creando este último ningún elemento nuevo,
su simple formulación hipotética, mentalmente hecha, puede bastar
-para revelar su carácter afectivo agradable ó desagradable y pro-
vocar el deseo de su realización absoluta; en cambio, los senti-
mientos que tienen una base conceptual—por lo menos los inheren-
tes á las nociones simples" y primitivas—no pueden manifestarse
primordialmente más que en las percepciones propias ó ajenas,
conservadas y reproducidas más tarde en la imaginación.
Hechas estas rectificaciones, estamos de acuerdo con M. Tarde
en que la relativa uniformidad en la evolución mental de los pue-
blos se explica suficientemente por la identidad de las leyes indivi"
duales que á ésta presiden, obrando sobre elementos materiales (ex-
ternos y sociales), asimismo análogos, así como las palpables dife-
rencias que éstos ofrecen en tiempo y lugar, unidas á las misterio-
sas variaciones de los coeficientes individuales, sobre eliminar
desde luego toda hipótesis de evolución unilateral y uniforme, po-
drían dar razón de las manifiestas divergencias de los grupos socio-
les, sin necesidad de recurrir, en uno y otro caso, á principios fisio-
lógicos cualitativamente distintos de la actividad psíquica indivi-
dual, considerada en sus tendencias, su objeto material y sus in-
terferencias respectivas.

§ n i . - L A IMITACIÓN EN LA SOCIEDAD

M. Tarde tendrá siempre el gran mérito de haber puesto de re-


lieve este aspecto tan vivo é interesante de la sociedad, y sin em-
bargo tan descuidado por algunos sociólogos, por medio del cual se
•explica en gran parte la uniformidad espacial y temporal de su
fisonomía psíquica, que, á pesar de componerse exclusivamente de
individuos, parece constituirla en una eutidad supra-índividual.
632 FILOSOFÍA

Nos referimos á la accióa iater-mental de la imitación de los descu-


brimientos é invenciones individuales, mediante la cual se enlazan
y asimilan las creencias y los deseos de una sociedad.
Sin embargo, y á pesar de la exuberancia y brillantez de su ex-
posición, no nos ha parecido que el detenido estudio que M. Tarde
hace de este problema, eje de todo su sistema sociológico, deje sufi-
cientemente puntualizados todos sus aspectos, hasta el punto de pre-
venir todo linaje de dudas ó de díticultades: nos limitaremos á con-
signar algunos reparos más obvios que su lectura nos ha sugerido.
En primer lugar, ¿es verdad que la imitación de los descubri-
brimientos ajenos sea la única causa de la semejanza de nuestras
creencias? Este exclusivismo nos parece algo arbitrario. Sin per-
juicio de reconocer en la imitación un factor siempre importante, y
á veces total de la uniformidad de nuestras convicciones, no vemos
dificultad alguna en que individuos que no se comuniquen entre
sí, obedeciendo á la sola acción de los factores individuales, descri-
ta en el párrafo anterior, lleguen á plantearse el mismo problema y
á resolverlo en el mismo sentido. Pero aun suponiendo que el pro-
blema y su solución fueran primitivamente puestDsen conocimiento
de un hombre por comunicación de otro, ¿implicaría esto asimis-
mo la transmisión directa de la convicción del maestro al discípulo
sin previo contraste de la lógica individual de éste?
M. Tarde, responde mediante la distinción de las leyes lógicas y
extralógicas de las leyes de la imitación, y trata de mostrar que la
supuesta lógica individual no es más que una resultante de imita-
ciones anteriores. Dejemos por ahora esta última observación que
aleja la dificultad sin resolverla, y abordemos la primera.
Planteada la cuestión en el terreno científico de los principios,
y no en el histórico de los hechos, nos parece manifiesto que las
convicciones individuales pueden ser debidas á un doble origen, ló-
gico y extralógico, ya sea á uno de ellos con exclusión del otro, y a
á ambos á la vez, combinados en proporciones de una variedad in-
finita. La hRselógica ó intelectual, secundadapor la labor psicotó^ri-
ca asociativa, á veces provocada por el comercio social, se ve cons-
tituida por la percepción para los juicios existenciales, y en los
esenciales por el ejercicio espontáneo ó reflexivo de los métodos in-
ductivos ó deductivos, y aun por el testimonio ajeno, después de
comprobada debidamente su capacidad y veracidad. La fuente ex-
tralógica de nuestras convicciones es la sugestión ó transmisión psí-
quica directa, destituida de toda crítica, de la creencia de un espí-
LA S O C I O L O G Í A D E M . G. T A R D E 633

ritu á otro, en virtud de la homogeneidad de su naturaleza, reforza-


da á menudo por el prestigio de la inferioi'idad inherente íl la perso-
na (categoría social), al lugar (extranjero) ó al tiempo (antigüedad^
Ahora bien, de estos dos criterios, el último reviste un carácter
totalmente social pero el primero, si bien nutrido A veces de ele-
mentos suministrados por la sociedad, constituye en todo caso una
función formalmente individual.
Análogos reparos cabe objetar á la doctrina de M . Tarde sobre
el alcance de la imitación social de los deseos ó sentimientos indi-
viduales.
Distingamos ante todo (lo que parece omitir M . Tarde) una imi-
tación que pudiéramos llamar fisiológica de otra estrictamente psi-
cológica. La primera, llamada así por ser debida á la contigüidad
anatómica, en los centros cerebrales, de las neuronas sensitivas y
motrices, constituye lo que se ha denominado el poder dinamógeno
de las ideas, en virtud del cual toda representación de un movi-
miento muscular, propio ó ajeno, v a seguida de una tendencia más
ó menos intensa á su ejecución. La imitación psicológica, por el
contrario, impulsa á la acción mediante la asimilación previa del
mismo estado afectivo de la persona imitada; solamente esta clase
de imitación, por lo tanto, podría dar margen á un vínculo verda-
deramente social.
Ahora bien, ¿cómo se verifica la enunciada asimilación? La expe-
riencia atestigua efectivamente la realidad de la imitación, llamada
extrálógica por M . Tarde, en la que la copia no se limita á la re-
cepción de la forma representativa sugerida por los modelos copar-
tícipes de la naturaleza humana, sobre todo considerados como su-
periores, sino que toma de ellos, no suministrándosela su contextu-
ra individual, hasta la tonalidad afectiva que en aquéllas reviste,
incorporándose en esta forma tendencias y sentimientos totalmente
nuevos y de carácter íntegramente social.
Pero la influencia ajena se limita m u y á menudo á sugerirnos re-
presentaciones (conceptos y juicios) y a conocidos por nosotros como
afectados de sentimientos determinados, ó que por lo menos de
hecho así se hallan en nuestra subconsciencia individual, ó bien nos
llama ia atención, intensiflcando de esta suerte su tonalidad afecti-
va, sobre lo que y a nos estaba impresionando, siquiera fuera obscu-
ramente, en el grado de simple conciencia. En ambos casos, es no-
torio que no somos deudores á influencias extrañas más que en
cuanto hayan contribuido á la aotuahzación de tendencias y a pre-
CULIUUA
634 FILOSOFÍA

existentes en nuestra organización individual: tal es el caso, que


llama M. Tarde de imitación lógica. A ella cabe reducir esa otra
forma de imitación que consiste en adoptar, como forma concreta de
satisfacer una necesidad personal, pero sólo genéricamente senti-
da, un producto de la ajena inventividad.
Con mayor razón aún presentan un carácter individual las uni-
formidades más ó menos especificas de actividad—cuya posibilidad
sería arbitrario desconocer—, debidas á la homogeneidad de la hu-
mana naturaleza, puesta en contacto, en los diversos tiempos y lu-
gares, con objetos y excitantes asimismo homogéneos.
De estas breves consideraciones resulta que la uniformidad de
convicciones, sentimientos y actos que contemplamos en la socie-
dad, no es exclusivamente debida á la influencia estrictamente so-
cial de la imitación, sino también á la experiencia personal de sus
individuos homogéneos, si bien actualizada y aun canalizada no
pocas veces por sugestiones ajenas. M. Tarde no desconoce en rigor
esta doble fuente de analogías individuales; á ella responde su divi-
sión capital de la imitación en extrálógica y lógica, si bien tiende muy
pronunciadamente á restringir el campo de acción de la segunda,
reduciéndola, por añadidura, á la primera en todas ó la mayoría de
sus manifestaciones especificas, y denegando á las restantes el ca-
rácter estrictamente social. Prescindiendo de esta última aprecia-
ción, cuyo carácter convencional la sustrae á toda discusión, si al-
guna exageración hubiere en la luminosa y fecunda teoría del emi-
nente sociólogo, sírvale de atenuante, ya por él mismo alegada en
algún pasaje de sns obras, la necesidad de reaccionar contra los
excesos de una escuela sociológica que, so pretexto de garantizar
la autonomía de esta ciencia, no vacila en fundarla sobre la base
mitológica de un ontologismo indefinible y arbitrario.

§ I V . - L A LÓGICA Y LA TELEOLOGÍA

El problema lógico, tanto del individuo como de la sociedad, ha


sido planteado y resuelto por M. Tarde con toda la lucidez y el
acierto que hacían esperar sus premisas. Alguien hallará, sin em-
bargo, no muy justas sus recriminaciones á la lógica antigua, cuyo
punto de vista abstracto y carácter esencialmente normativo, sus-
traían, naturalmente, á su competencia para inculcarlo á la Psicolo-
gía, el problema que es considerado por M. Tarde como fundamen-
L A S O C I O L O G Í A D E M . G. T A R D E 635

tal y hasta único en la lógica, á saber: el equilibrio de convicción á


que llega la mente en su vida real y espontánea, solicitada habitual-
mente por motivos de asentimiento convergentes (adaptación) ó di-
vergentes (oposición), nacidos en mayor ó menor proporción de un
automatismo mental innato ó adquirido. Pero aparte de esta discre-
pancia de clasificación y del exclusivismo consiguiente, seria injusto
desconocer el supremo interés que ofrece el problema planteado por
M. Tarde, y á la ingeniosa solución que de él recibe.
Otro tanto diremos de su concepción de la lógica, de la volun-
tad, designada por él con el nombre de Teleología: especialmente la
intervención que en ella atribuye á la creencia sobre la eücacidad
de los medios conducentes al ñn apetecido, es un feliz complemento
de esa insuficiente teoría de la voluntad, tan en boga entre los psi-
cólogos, que no parece reconocer en la dirección ó intensidad de sus
tendencias y decisiones más móvil que el afectivo.

§ V . - L O S DIVERSOS ASPECTOS DE LA SOCIEDAD

Desde un primer punto de vista, la sociedad humana se manifies-


ta como un vasto sistema de colaboración solidaria de sus indi vi-,
dúos, revelador de dos aspectos fundamentales: uno positivo, lla-
mado división del trabajo social; negativo el otro, ó determinación-
jurídica de los derechos y deberes de sus miembros, enderezado todo-
ello á asegurar progresivamente á todos y cada uno de éstos la
creación y distribución, en calidad adecuada y en cantidad suficien-
te, de los medios para la satisfacción de sus necesidades, multiplica-
das y complicadas á su vez de día en día. Este es, sobre todo, el
punto de vista organicista y evolucionista de la sociedad, no menos
interesante por ser considerado como secundario por M. Tarde.
Este sociólogo se ha fijado más bien en el origen de los factores
espirituales {creencias y deseos), propulsores y directores de aquella
vasta organización y de su incesante desarrollo, al paso que verda-
dero término final de la misma, y lo ha hallado primitivamente en
en la espontánea eñorescencia de los descubrimientos é invenciones
individuales, cuya progresiva asimilación imitativa, si bien limita-
da por las interferencias de corrientes opuestas, da lugar á la rela-
tiva uniformidad mental revelada por los individuos que viven en
sociedad.
En estas dos concepciones sociológicas, que, lejos de oponerse,
636 FILOSOFÍA

se compenetran y completan mutnamente, el vínculo social es siem-


pre una inter-acción de los individuos, ontoUgica 6 instrumental en
el primer caso, psicológica en el segundo. ¿No convendría comple-
tar este punto de vista activo, mediante la consideración del aspecto
afectivo de las sociedades, en otros términos, por el estudio de la
sociedad, considerada como un conjunto de individuos ligados en-
tre sí en virtud de sentimientos sociales?
Nos sentimos, ante todo, en sociedad con otro individuo, por la
experiencia de la comunidad de nuestra naturaleza psíquica. Ella
nos inclina espontáneamente á, manifestar á nuestro semejante el
contenido de nuestra vida mental, al propio tiempo queá interesar-
nos á la suya, provocando de este modo los sentimientos de comuni-
cación social en su forma activa (de exteriorización) ó pasiva (de
intususcepcíón), cuyo grado más perfecto se halla constituido por la
conciencia reciproca de esa comunicación por parte de los indivi-
duos afectados de esa tendencia.
En una esfera más elevada, no solamente se revela interés por
conocer la vida psíquica distinta de la propia, así como por mani-
festar á los demás esta última, sino que surge el deseo de ver repro-
ducidas en los espíritus distintos del yo las convicciones y tenden-
cias de éste: tal es el sentimiento de expansión social, cuyo grado
culminante se halla asimismo en la conciencia reciproca de esta co-
munión psicológica. Es la repetición de las creencias y deseos de
M. Tarde, pero considerada aquí,no como un hecho observable,sino
como un ideal de nuestra actividad, indiferente por otra parte al
procedimiento individual (invención) ó social (propaganda) que lo
realice.
Por último, en la cima de la afectividad social se halla el senti-
miento de simpatía. El sujeto individual que lo experimenta, á
los sentimientos de comunicación y expansión social poco ha enu-
merados, añade la compenetración é identificación afectiva de su
espíritu con los sentimientos de la persona amada, y de ahí con sus
deseos, cuya satisfacción busca en lo posible mediante su actividad
personal. La simpatía nos mueve asimismo á manifestársela á la
persona que constitaye su objeto, y con cuya correspondencia llega
al ápice de su evolución. Esta forma superior de la simpatía, llama-
da amistad, constituye también el grado más perfecto de la sociali-
dad afectiva ó afectividad social, que con ella recibe sii corona-
miento.
Conviene añadir que, en todos estos sentimientos sociales, los
LA SOCIOLOGÍA DE M. G. TARDE 637

vínculos propiamente espirituales deben completarse con las rela­


ciones corporales (visuales, auditivas ó táctiles), entre los así aso­
ciados, para obtener su plenitud afectiva.
Estos tres grandes aspectos de una misma realidad social, lejos
de excluirse, se ayudan, integran y compenetran mutuamente: la
misión de una sociología integral consistirá, por consiguiente, en
precisar y enriquecer, mediante una cuidadosa y detallada observa­
ción de la realidad, sus contornos aún pobres 6 indecisos, y en mos­
trar su adaptación armónica en una vasta síntesis comprensiva.
J U A N ZAEAGÍÍETA. ^
NOTñS BIBLIOGRÁFICAS

I.—Historia de la Filosofía.

DuNCAN B . M A C DONALD: The retigious allilude and Ufe in Islam. Un v o l u m e n en 8 . ' ,


d e x v i i - 3 i 7 páginas. Chicago, T h e Üniversity of Chicago Press, 1909. (Precio,

Este libro es un ensayo fllosóflco-histórico, en que el autor, arabista


distinguido, se ha propuesto bosquejar á grandes rasgos la vida religiosa
del alma musulmana, tal como ella se manifiesta en sí misma, fuera del
cuadro artificioso y muerto de las fórmulas dogmáticas. Considerada la
religión islámica como un hettho psicológico de comunicación del alma
con un mundo suprasensible, el autor estima que todos los fenómenos
mágicos, místicos y milagrosos de que dan testimonio los escritores reli-
giosos musulmanes, pueden y deben ser sometidos al mismo método de
estudio crítico que los psicólogos modernos aplican á los casos de ocultis-
mo, telepatía, espiritismo y telekinesis. Por eso toma como piedra de
toque, para la más perfecta descripción é interpretación de aquellos fe-
nómenos religiosos, las teorías sobre el ocultismo, desarrolladas en pu-
blicaciones especialistas, tales como las Procedinys of the Society for
PsycMcal Research. Los materiales mustilmanes utilizados en este estti-
dio son copiosos y selectos, pero no son inéditos, y se reducen principal-
mente á dos autores: Algazel y Abenjaldún. La forma de exposición es
oratoria: el autor no ha hecho más que reproducir en este volumen las
diez conferencias (lectures) dadas por él en la Universidad de Chicago el
año 1906. He aquí el título de cada una de estas conferencias: 1.'^ Actitud
de los semitas respecto del mundo invisible; la profecía como un fenóme-
no semítico y especialmente entre los árabes. Concepción muslímica
de la profecía y de la adivinación. 3." Concepción muslímica de la comu-
nicación con el mundo invisible en el sueño. 4.'' Oíros medios de comuni-
cación: hechizo, magia,, talismanes; utilitarismo en el islam. 5.'' Comu-
nicación con los genios; espíritus, demonios, fantasmas eu el islam. 6.'''
y l.'^ Los santos y la vida ascétioo-extática en el islam. S.'' La disciplina
ascética del devoto eu su marcha hacia el mundo invisible, y la naturale-
NOTAS 639

za, funciones y prácticas del corazón. 9.-'' El misterio del cuerpo y alma
del hombre, y las dos fuentes del conocimiento. 1 0 . L a s tentaciones del
corazón y la naturaleza de los espíritus diabólicos.
M. A. P.

SALVADOR BOVÉ: E7 sistema cienlífico luliano. Jlrs magna, E x p o s i c i ó n y crítica.


Barcelona, 1908. U n volumen de 596 páginas.

El Sr. Bové, con el presente volumen, ha inaugurado una empresa de


indudable interés para los aficionados á la historia de la filosofía medio-
eval: la de la reconstrucción, mediante textos auténticos, pero en forma
acomodada á las escuelas, del sistema filosófico y teológico del célebre
polígrafo mallorquín Raimundo Lulio. La obra completa comprenderá
veinte vohtmenes; en el ya publicado, el erudito autor nos da un prelu-
dio de la publicación de los textos, al propio tiempo que nos anticipa en
sus grandes líneas, el resultado de aquella labor; sus conclusiones recti-
fican sensiblemente juicios que se hallan muy extendidos aún entre espe-
cialistas, sobre la significación de la filosofla luliana, y cuyo extravío ex-
plica el Sr. Bové por el exclusivo conocimiento de las obras catalanas de
R. Ltdio, con desconocimiento de las latinas, única expresión genuina de
su pensamiento.
Se nos antoja que esto argumento del autor no es decisivo, ya que,
según aparece en los Documents per V historia de la cultura catalana
mig-eval, publicados por A. Rublo y Lluch (vol. I. Barcelona, 1908), el
polígrafo mallorquín no conocía la lengua latina.
Para muchos historiadores, la metodología de Raimundo Lulio se re-
duce á un arte de combinación de ideas, de carácter exclusivamente de-
ductivo. Para el Sr. Bové, en cambio, la ideología de R. Lulio coincide
con la de Aristóteles y Santo Tomás de Aqulno en considerar la expe-
riencia como el punto de partida de todo el proceso intelectual: tal es la
etapa del que el filósofo mallorquín designó con el nombre de Ascenso
del Entendimiento. Iniciado éste en la región inferior de los sentidos ex-
ternos (respecto de los cuales, á los cinco clásicos añade Lulio el afato ó
muscular), pasa por los sentidos internos ó imaginación (en su tiple for-
ma memorativa, estimativa y apetitiva) para ternnnar en el entendi-
miento agente (activo) y posible (pasivo), que comprende á su vez la me-
moria, el entendimiento y la voluntad con su doble objeto interno (pró-
ximo ó remoto) y externo (rimoto), universal ó individual.
Llegado á la cúspide del ascenso, el entendimiento verifica el tránsito
al Descenso mediante la proposición fundamental de la existencia de
Dios, verdad y bondad infinita, con los demás atributos inherentes á la
Divinidad.
Supuesto este trámite, el Descenso á las verdades, ya conocidas por
640 FILOSOFÍA

Via, de ascenso, se verifica naturalmente merced á Las Definiciones (con-


ceptos). Condiciones (juicios) y Heglas (razonamientos) de los atributos
divinos, contraídos y especificados á las criaturas.
De este modo, la ideolog-ía de Raimundo Lulio viene á sintetizar y
coordinar las dos grandes relaciones del problema del conocimiento que,
bosquejadas en el mundo griego por Platón y Aristóteles, han seguido
dividiendo á los pensadores hasta nuestros días: el idealismo y el empi-
rismo.
No podemos menos de aplaudir los generosos y patrióticos propósi-
tos del Sr. Bové de resucitar auténticamente la figura histórica del céle-
bre polígrafo mallorquín, y deseamos sinceramente que el éxito corone
sus esfuerzos.
En cuanto á la rehabilitación «doctrinal» del filósofo medioeval y su
incorporación á la ciencia y al pensamiento contemporáneos, en especial
al neo-tomismo, permítanos el Sr. Bové que no participemos de sus opti-
mismos.
La metodología científica ha establecido definitivamente la inducción
experimental, elevada á la categoría de necesidad y universalidad por
un principio racional, como único procedimiento para la investigación
da las relaciones Isnomenales primitivas, tanto del mundo de la natura-
leza como del espíritu; las relaciones derivadas son en gran parte obra
de la deducción, pero nutrida á su vez de premisas inductivas, y en una
y otra no cabe más descenso que la simple aplicación de los principios
abstractos á los casos concretos, ya específicos, ya individuales. En cuanto
al Descenso luliano, preconizado por el Sr. Bové, los factores que lo in-
tegran, como él mismo lo reconoce, son por sí mismo absolutamente in-
capaces, á causa de su radical indeterminación, de dar margen á ningu-
na conclusión científica, esencialmente vinculada á un orden de hechos
específicamente precisados. La existencia de Dios, y el carácter divino é
infinito de dichos atributos como base lógica del Descenso intelectual,
más que solucionar la dificultad propuesta la agravan, añadiendo á la
indeterminación señalada el carácter eminentemente negativo y analó-
gico que de ellos tenernos, y que, lejos de poder servir de pauta á nues-
tro conocimiento sobre el mundo de las criaturas, se deriva de éste por
vía de remoción y de analogía trascendental.
J. Z.

E . VAN BIÉMA: Vespace el le temps chez Zeihniz el chez 'K.anl. Un volumen en 8.°,
de v-336 páginas. París, Alean, 1908, 6 francos.
»
El examen comparativo de las teorías de Leibniz y de Kant sobre el
espacio y el tiempo es la labor de B. en este volumen.
Como antecedente de la cuestión, presenta el juicio de Kant sobre la
teoría leibuiziana de la sensibilidad, y los motivos en que se funda para
NOTAS 641

hacer responsables á Leibniz y á sus discípulos de la confusión del objeto


de la sensibilidad y del entendimiento.
A continuación estudia la oposición entre esas dos teorías y las conse-
cuencias que de ello derivan. El autor se tija de un modo preferente en
los problemas de la aprioridad, intuición y subjetividad del espacio y del
tiempo en la hipótesis kantiana, á fin de contrastarlos con los puntos de
vista de Leibniz. Este examen minucioso le permite señalar la trabazón
é importancia relativa que en ambos pensadores tienen los varios aspectos
de este problema. La subjetividad del espacio y del tiempo aparece en
Kant como consecuencia necesaria de sus intuiciones á priori, y la rela-
tividad del espacio y del tiempo eu la teoría de Leibniz está íntimamente
ligada á su concepción de la realidad absoluta del mundo y al principio
de razón suficiente.
No sólo como labor histórica, sino también por su contenido doctrinal,
es de gran interés este libro.
A. a. I.

E . VAN BIÉMA: Marlin T{nulzen. La critique de l'harmonie prééíahtie. Un volumen


en 4.°, de 119 páginas. París, Alean, 1908.

M. Knutzen, conocido como maestro de Kant y discípulo de la escuela


wolfiana, escribió una tesis, «Sistema de las causas eficientes», en la que
pretendía apoyar la teoría del infiujo físico rechazada por Leibniz en los
principios de la monadologla leibniziana.
M. V. B. nos da á conocer la génesis y contenido de esa obra de
Knutzen, haciéndonos ver al propio tiempo la conexión que en el pen-
samiento total de Leibniz presentan la teoría de la mónada y de la
armonía, y por ende que la empresa paradógica de Knutzen carece de
base bien fundada.
El libro de B. es un capitulo interesante de la historia de las ideas de
Leibniz.
A. G. L

S, RzEwusKi: L'oplimisme de Schopenhauer. Un volumen en 16.", de 178 páginas.


París, Alean, 1908, i,5o pesetas.

El autor, muy entusiasmado con el filósofo pesimista, quiere hacernos


ver que en la doctrina de Schopenhauer hay uu fran fondo de optimismo,
yjque no se le puede hacer responsable de las exageraciones ó intransi-
gencias en que han incurrido algunos de sus discípulos, como Hartmann
y Mailander.
«Su filosofía no es un nihilismo absoluto, salvaje, estéril, odioso é in-
642 FILOSOFÍA

adaptable á las condiciones de la vida El soplo ardiente de la piedad


la gran antorcha de la esperanza mística la vivifican, y dejan entreabier-
tas las puertas de bronce del porvenir y de la eternidad>.
Con este tono grandilocuente, y que no es el más apropiado para
una labor critica, va el autor poniendo de relieve aquellos puntos que, á
su juicio, revelan en el pensamiento de Schopenhauer concesiones más
ó menos francas al optimismo.
A. G. I.

MiNGEs (Dr. Parthenio), O. F . M . : Tsí Vuns Skolus Indelerminisl? B. z. G. d e P h .


d, M . A . , en 8.°, xi-139 pág. Münster, Archendorff, igoS, 4,75 marcos.

Muchos han sido los trabajos y estudios que estos últimos años hanse
publicado sobre la actitud y sentir del Maestro Escoto y de otros filósofos
de la escuela franciscana acerca de la libertad de la voluntad, á la que
parecían dar excesiva independencia (1). Corre de boca en boca, como
un axioma ya de todos conocido, que Escoto es indeterminista y volun-
tarista; los unos lo atribuyen un indeterminismo absoluto, y algúi tanto
limitado los otros. El docto P. Minges, director actualmente del colegio
de Quaracchi, en trabajo muy concienzudo y objetivo, con cuyo titulo
encabe'.amos esta reseña, estudia muy á fondo este problema y llega á
la conclusión de que es errado el concepto que hasta el presente se tenía
comúnmente, fuera de la escuela, acerca del voluntarismo de Escoto.
La monografía va dividida en seis tesis:
1." Escoto no enseña y está muy lejos de establecer ó afirmar que
nuestra voluntad tenga un inñujo directo sobre la determinación ó juicio
del entendimiento acerca del conocimiento teórico de lo verdadero y lo
falso (págs. 5-24).
Esta tesis principal se desenvuelve en cinco puntos secundarios que
el autor estudia en todas las obras de Escoto: a), el entendimiento, según
Escoto, conoce rein natilrlich oder naturnotwmdig, es decir, por sola EU
naturaleza y necessitate naturce, como dirían los escolásticos-, 6), el en-
tendimiento es por sí sólo origen suficientlsimo del conocimiento, del
raciocinio ó discurso y del consentimiento ante la verdad conocida por

(1) Contaremos entre las i)rinc¡pales investigaciones las siguientes: K. Wer-


ner, eu su obra «Dio Psychologie und ErUeiitnislehro des J. Duns Skotus.,
1877; N. Kahl, -Die Lehre v. Priuiat des Willeus bel Augustinus, Duus Sko-
tus u. D e s c a r t e 3 > , 1886; varios artículos de Vacant en los «Anuales de philoso-
phie chrétiéuní!», 1887-80, y en el •Compto rendu du IV" Congrés scientifique
internat. cathol,», Fribourg, 1898, páo;inas 631 y siguientes; Piuzunski, «Essai
sur la philosoidiití de Duns Scot>, Paris, 1887; H. Siebeck, «Die WilleusloUiie
bei Duus Skotus u. seineu Nachfolgern» in ¡íf. Ph. un. k. s. 'J5,1889, y pági-
nas 112 y siguientes, 1898; y finalmente, E. Seeberg, «Die Theologie des
Job. Duns Skotus., 1900.
NOTAS 643

él, sin que para ello necesite en lo más mínimo de la voluntad; c), la ra-
zón es infalible en cuanto á los primeros principios y en aquellas con-
clusiones que de ellos dimanan inmediatamente; d), el conocimiento
debe preceder siempre á la voluntad, por lo menos prioritate naturoB,
si no prioritate temporis wen auch nicht zeitlich; é), la voluntad puede
influir en el conocimiento indirectamente, en cuanto de ella pende el que
la razón se dirija á uno ú otro objeto, considere más ó menos unos mo-
tivos, etc.
2.=^ La voluntad no entra para nada en el juicio sobre la bondad ó
malicia de una acción (págs. 24-39).
S.''' En la tercera tesis se prueba que también, según Escoto, viene á
la voluntad, como que es una potencia intelectiva, una inclinación na-
tural hacia el bien, la felicidad y hacia Dios en particular (págs. 39-66).
4." La voluntad en su determinación no va determinada, es decir,
{gen'ótigt) necesitada, sino inclinada (geneigt) á querer por los motivos y
fuudamentos presentados por el entendimiento (págs. 66-98).
5.* En la quinta conclusión Escoto mantiene incólume la libertad de
la voluntad á pesar de las influencias del objeto, sus representaciones y
fundamentos para que ella se determine (pAgs. 98-101).
Q.'^ Explica el autor cómo en los pasajes en que aparentemente ense-
ña Escoto un indeterminismo absoluto, no pretende sino acentuar más y
más el que la voluntad, como tal, es la fuente propia, natural, y por
ende total del querer, que ella es la causa efflciens y no el objeto, el co-
nocimiento ó el Jidbito (págs. 101-138).
Como resultado de toda su investigación llega el autor á fijar su sen-
tir con estas palabras (pág. 138): «Si por indeterminismo se entiende
aquel sistema filosófico que defiende sin rodeos la libertad del querer y
de la elección, entonces cuéntese á Escoto como su más acérrimo defen-
sor, á quien nadie quizá haya igualado en esté sentido.
Mas si por indeterminismo se entiende aquella doctrina que afirma
que el querer de la voluntad es completamente independiente, despro-
visto de motivo, de fundamento y de dirección, es decir, puramente ar-
bitrario {rein willlcilr/.ich), entonces ya no puede Escoto ser contado
entre los indeterministas.»
Repetimos que el trabajo es concienzudo y objetivo: las demostra-
ciones nos parecen lógicas y fundadas en un conocimiento profundo de
las fuentes. Sólo haremos algunas observaciones de pormenor: 1.^, que
el índice de la página XI es completamente inútil, puesto que nada dice
del contenido de las tesis ni aun señala los puntos de que tratan, si bien
luego eu la introducción se corrige este defecto; 2.=^, que la lectura
serla más agradable y más tranquila, si las numerosas citas estuviesen
en las notas y no interrumpiesen á cada paso ol texto; 3.', De AVulf,
citado eu la página 27, tenia ya, para la fecha, la segunda edición de
su historia.
644 FILOSOFÍA

Concluiremos diciendo con Ludwig Baur que este hermoso trabajo,


ra por su valía científica y ya también por las nuevas conclusiones que
aporta á la historia del peusamiento escolástico, merece la atención y
gratitud de los que se dedican al estudio de la filosofía.
F E . L . G. (O. M. C.)

F . G . G . SCHELLING: Sistema deU'idealismo transcendentale. Un volumen en 8.°,


Bari-Laterza, 1908, 6 liras.

La excelente colección de textos filosóficos modernos, dirigida por


B. Croce y G. Gentile, acaba de enriquecerse con una traducción italia­
na del Sistema del idealism,o trascendental. Schelling resulta ahora de
actualidad, ya que las nuevas filosofías de la intuición nos inclinan al
estudio del pensamiento romántico, de que es tal vez Schelling el repre­
sentante más sugestivo. En Alemania se está haciendo una nueva edi­
ción de las principales obras del filósofo de Leonberg, y todo induce á
creer que la metafísica post-kantiana será estudiada en lo stxcesivo con
mayor asiduidad y penetración de lo que venía haciéndose de medio
siglo acá.
Es Schelling, en efecto, el sucesor del racionalismo kantiano, pero su
racionalismo llega á su propia negación; el romanticismo es una filosofía
del devenir y de la libertad. A decir verdad, el texto de que se trata es
acaso principalmente una obra de transición; hállase el Sistema en rela­
ción muy intima con los primeros escritos de inspiración flchtiana; pero
preludia ya la segunda forma de la filosofía de Schelling (Filosofla de la
Naturaleza), y hace prever, bajo ciertos aspectos, la última evolución del
autor, su filosofla histórica y positiva. Por esta razón, el Sistema me­
rece ser estudiado detenidamente por cuantos se interesen en la historia
del pensamiento alemán.
Debemos recordar que esta obra, publicada primeramente en Tubin-
ga en 1800, fué reeditada en 1856 por Carlos Federico Augusto Schelling,
el hijo del filósofo. La traducción italiana se ha hecho en vista del texto
de 1856; es muy exacta y fiel, y podrá prestar, á nuestro juicio, positivos
servicios.
E. D. ,

ll.-Filosofía,

DR. G . PÉCSI: Crisis der Axiome der modernen Physik. T{eform der Nalunoissens-
chafl. Imprenta de G . Buzárovits. Esztergom (Hungría), 1908.

Propone el autor en este libro una reforma radical de las ciencias de


la naturaleza, rectificando ó ampliando las leyes fundamentales de New­
ton, que ya vienen á ser como una remora para el progreso de la ciencia.
NOTAS 645

Examina en primer lugar los tres axiomas de Newton relativos al


movimiento, y valiéndose, ya de las especulaciones de la dialéctica, ya
de los aparatos que físicos posteriores han ideado para su comprobación,
hace ver que tales axiomas son inexactos ó contradictorios. He aquí los
que el autor propone en sustitución: 1.°, todo cuerpo físico permanece en
estado de reposo, mientras no es impulsado al movimiento por una fuer-
za exterior. El cuerpo impulsado por una fuerza exterior es obligado á
desarrollar un cierto movimiento en dirección de la fuerza motriz; 2.°, la
cantidad de movimiento es directamente proporcional á la cantidad de
la fuerza motriz: 3.°, el movimiento del cuerpo físico, y por ende some-
tido á resistencias, es el resultado de la diferencia entre la acción y la
reacción, es decir, está en razón directa de la energía del movimiento é
inversa de la resistencia.
A la misma categoría de axiomas fundamentales de la física pertene-
cen la ley de la constancia de la energía y el principio dé la entropía.
Los dos son igualmente discutidos por Pécsi, y rechazados como hipóte-
sis que carecen de todo fundamento.
En armonía con estas reformas de los principios, propone P. una mo
diflcación de los conceptos fundamentales, como cantidad de movimiento,
trabajo, fuerza, etc.
Más todavía: como las hipótesis cosmogónicas han surgido al amparo
de las leyes físicas de Newton, se resienten, á juicio de P., de los mismos
defectos. También pretende sustituir esas hipótesis por otra nueva, des-
pués de haber señalado los incon/enientes que presentan las teorías de
Laplace, Feyes, Braun, etc.
En esa nueva explicación de la mecánica celeste no hay astro central,
sino varios sistemas estelares en estado de nebulosa, el éter y la gravita-
ción. Con estos tres factores, más Dios como causa externa y creadora,
explica P. los orígenes de la fuerza tangencial que da el movimiento
elíptico á los planetas, los movimientos de rotación y traslación, etcéte-
ra, siempre dentro de las leyes de la mecánica.
Por este ligero resumen habrá comprendido el lector la trascenden-
cia y originalidad de la obra del Sr. P. Se nos antoja que muchos no
aceptarán algunas de las soluciones con que pretende rectificar las hipó-
tesis de la ciencia contemporánea.
A. G. I.
F. ENRIQUES: Les prohíémes de la science et la logique. Traduit d e ritalien par Julien
D u b o i s . U n volumen en 8.", d e 256 páginas. París, Alean, 1909, 3,75francos

Analizar los hechos y las teorías científicas para distinguir su doble


aspecto, subjetivo y objetivo, y estudiar la transformación lógica de los
conceptos: he aquí el argumento de este libro.
Si bien el autor censura la pretensión del agnosticismo al señalar U-
646 FILOSOFÍA

mites á la ciencia, cuando trata de aquilatar el valor del conocimiento,


procede con el rigorismo y la desconfianza de un escéptico. Lo absoluto,
la sustancia y la causalidad son símbolos vacies de significación, y sólo
la ilusión ha podido fraguar tales conceptos.
A juicio de E. no nos es permitido establecer una separación bien mar-
cada entre lo subjetivo y lo objetivo; pues «el modo de representación
que en un caso dado condiice'á una previsión que la realidad comprueba,
puede inducirnos á error respecto de otras previtioues». Así como en la
medida de lo continuo jamás llegamos á la exactitud completa, y necesi-
tamos imaginar nuevos aparatos de precisión para reducir el error de
apreciación, así también el método que mejor se acomoda al desarrollo
de la ciencia es el de corrección progresiva, á fin de llegar á una objeti-
vidad mayor.
También reputa como ilusión el otorgar á la realidad carácter tras-
cendental, pues no hay motivo alguno que confirme este carácter, y tau
sólo por cualidades subjetivas podemos distinguir las sensaciones iluso-
rias de las sensaciones de realidad. Los llamados objetos reales son un
agrupado de sensaciones que permanece invariable aun en ciertas con-
diciones voluntariamente establecidas. La sensación asociada a! acto
voluntario: he aquí el origen de la creencia en la realidad.
De la comparación del hecho vulgar con el científico, infiere E. que el
primero representa el esfuerzo de adaptación á la realidad, y nos ense-
ña cómo hemos de mirar para ver, en qué dirección hemos de movernos
para tocar, etc.; está determinado, en una palabra, por condiciones sub-
jetivas; el científico prescinde de estas condiciones para revelar mejor sus
relaciones con la realidad que nos rodea. Los hechos científicos aparecen
ya generalizados y con cierta subordinación entre sí; mas, á pesar de
esta abstracción, los suponemos como formas típicas déla realidad. Esta
«suposición de realidad> la encontramos en los hechos históricos y en
muchas afirmaciones de la ciencia, como cuando se dice, por ejemplo,
que el sol es una masa en ignición, lo cual implica una serie de sensacio-
nes que se dan como posibles, pero que nunca podemos experimentar.
Formado el hecho científico por abstracción, como resumen de muchos
hechos vulgares, tenemos ya el concepto que podremos luego aplicar á
otros hechos que se nos preSenten. A esta aplicación de los conceptos á
otros hechos la llama íPrey¿.s¿ow, y cuando esos conceptos están relacio-
nados entre sí y formando un sistema, reciben el nombre de teoria.
Al llegar á este punto enja adquisición de nuestros conocimientos,
surge el análisis y comparación de unos conceptos con otros para defi-
nirlos, transformarlos y deducir otros nuevos. Toda esta labor correspon-
de á la lógica, y su examen constituye la segunda parte de este libro.
El punto de partida de la deducción suelen ser las definiciones de los
conceptos. El atitor interpreta á su modo la división de las definiciones
en nominales y reales; y nos dice que estas últimas no son propiamente
NOTAS 647

definiciones lógicas, sino psicológicas, cuya finalidad se reduce á evocar


ciertas imágenes sugiriendo la visión de sus relaciones. En confirmüción
de todo esto cita las definiciones de los elementos más simples de la Ma-
temática, como la línea, etc.
La deducción para completar esa visión deficiente que le proporcio-
nan las definiciones de los conceptos muy simples y generalísimos, se vale
de un sistema de postulados, los cuales expresan ciertas relaciones ó as-
pectos parciales del concepto genérico, y ese sistema viene á ser una de-
finición implícita. Así se comprende cómo las definiciones que suelen
figurar en cabeza de los manuales de Geometría resultan luego modifi-
cadas y aun rectificadas.
Por estas modificaciones y rectificaciones (el autor habla siempre
pensando en las Matemáticas) llegamos á constituir objetos nuevos, dis-
tintos de los objetos materia de los postulados, que expresamos por defi-
niciones nominales, y mediante la deducción añadimos nuevas relacio-
nes á las que ya existían entre los objetos dados y los construidos.
La lógica exige que estos objetos sean invariables respecto del movi-
miento, del pensamiento y de las operaciones de asociación y disociación;
así lo demandan los tres principios de identidad, contradicción y ex-
cluso tercio.
Tal es la marcha del pensamiento en su más perfecta expresión sub-
jetiva. Como todo se relaciona con la realidad, nos lo explica E. en estos
términos: «A los datos invariables de la experiencia que constituyen las
cosas reales (objetos y relaciones) pueden corresponder los elementos in-
variables del pensamiento (objetos) en tal forma que á las coexistencias
y sucesiones invariables de los unos correspondan las clases y series de
los otros»; de suerte que los datos de la realidad y su representación ló-
gica tienen un valor muy relativo, y van cambiando á medida que van
perfeccionándose los procedimientos de observación.
Por este resumen comprenderá el lector que la obra de E. es la apli-
cación de las doctrinas criticistas al examen del valor de la ciencia. Sus
afirmaciones capitales sobre el origen de la creencia en la realidad y su
teoría de hi definición nos recuerdan la posibilidad permanente de las
sensaciones de St. Mili y la doctrina de Taine sobre los términos univer^
sales.
Quizá por el afán de ser claro en su exposición y riguroso en su razo-
namiento se encuentran no pocas rejieticiones que rompen la continui-
dad del pensamiento y debilitan la coherencia que deben tener los tra-
bajos de esta índole. El autor se ha fijado exclusivamente en las ciencias
matemáticas; de aplicar su crítica á otros ramos de! conocimiento cree-
mos que habría de serle difícil justificar sus apreciaciones sobre la
lógica.
A, G. L
648 FILOSOFÍA

III.—Psicología.

G. DwELsHAuvERs: La synlhése menlaU. Un volumen en 8.°, de 276 páginas. Pa­


rís, Alean, 1908, 5 francos.

El autor nos da en este libro un examen rápido, pero sustancioso, do


las grandes cuestiones de la psicología, inspirándose en esa tendencia,
que hoy va teniendo muchos adeptos, de considerar la vida mental como
una síntesis especialisima, para cuya investigación ni pueden emplearse
los conceptos abstractos, porque con ellos se la desfigura en vez de ex­
plicarla, ni los métodos experimentales, que sólo sirven para apreciar re­
laciones de espacio y de tiempo, y estas cualidades son incompatibles
con el hecho psíquico.
Suprimidos esos elementos de explicación, hay que concebir las ma­
nifestaciones de nuestra vida consciente como actividad compleja del
espíritu y sustituir todo aquel artificio de representaciones, á que los psi­
cólogos ingleses habían reducido la vida de conciencia, por corrientes
profundas de energía, que á pesar de su continuo movimiento mantie­
nen la unidad y armonía del servicio.
Bien se comprende que esta dirección de la psicología novísima, no
sólo es contraria á toda hipótesis materialista, sino que es un argumen­
to constante en favor del esplritualismo. Esta es la impresión más fuer­
te que nos ha dejado la lectura de la obra de D.
En los dos primeros capítulos (Actividad cerebral y actividad men­
tal—Lo inconsciente), el autor se esfuerza en hacernos ver que la per­
cepción sensible, la memoria y el pensamiento, no son propiamente fe­
nómenos de representación, ó combinaciones de residuos de sensación,
sino acciones sintéticas. Así, por ejemplo, «la percepción sensible deriva
de una acción del ser consciente para adaptarse á las cosas exteriores,
tomarlas más de cerca y utilizarlas en su provecho». La consecuencia
que D. saca de todo ese estudio es la irreductibilidad de los hechos físi­
cos y psíquicos, y seguramente que está bien observado y razonado ese
dualismo entre los movimientos del sistema nervioso y los «actos del es­
piritu».
Tan protunda es esta separación, que en el caplttüo III (Las leyes del
orden y la vida mental) halla inaplicables á la vida mental las catego­
rías de cantidad, cualidad, duración, causalidad, etc., que aplicamos á
la naturaleza.
Para D. la libertad es el acto sintético por excelencia, como que la
fuerza de la cohesión del yo y su resistencia dan, á su juicio, la medida
de la libertad.
Cierra la obra un apéndice en el que aprecia las ventajas y los in­
convenientes de los métodos psicológicos,
A, G. L
NOTASi 649

G. DANVILLE: IM psicología del amor. Un volumen de i s S páginas. Barcelona, Car­


bonell y Esteva, 1908, i,5o pesetas.

Después de breve disquisición histórica acerca de la psicologia del


amor, trata de demostrar G. D. que no debe llevarse este sentimiento
a la patolog-i.a, sino que constituye un proceso fisiológico normal, Expo­
ne luego una teoría psicológica del amor, «sintetizando todos los dato.s
obtenidos por medio de la observación y dándoles una interpretación
nueva conveniente de acuerdo con las leyes biológicas y o n la teoría
del transformismo»; todo con objeto de llegar á la siguiente «definición
científica» de profundidad, vigor y claridad no igualados hasta el pre­
sente, ni siquiera por el autor de ia famosa definición del tiempo, el nú­
mero numerado «El amor, dice D., es una entidad emotiva específica,
que consiste en una variación más ó menos permanente del estado afec­
tivo y mental de un sujeto con motivo de la realización—por el desen­
volvimiento fortuito de un proceso mental especializado—de una siste­
matización exclusiva y consciente de su instinto sexual sobre un indi­
viduo del otro sexo» (pág. 121). J. G. C.

ERNEST MACH: La connaissance el Verreur, traduit par le Dr. Marcel Dufour. Un


volumen en 12.° París, Flammarion, 1908.

El contenido de esta obra de Mach no es precisamente un estudio del


conocimiento y del error, sino que comprende otras muchas cuestiones de
carácter metodológico y crítico. Podría decirse que con ese epígrafe ha
reunido Mach todas sus teorías filosóficas como resultado de sus investiga­
ciones sobre la historia de las ciencias y sobre el análisis de la sensación.
Partiendo el autor de un fenomenismo absoluto quiere persuadirnos
de la conveniencia do construir una física sin cosan, y sobre esa física in-
gertar una psicología sin alma.
En armonía con este postulado, para M. el entendimiento se reduce á
una serie de asociaciones que en el hombre se producen á impulsos déla
necesidad de adaptarse al medio y dominar á otros animales. La verdad
y el error sólo se distinguen por el éxito; si la representación imaginada
ayuda á vivir es verdadera, y falsa en caso contrario.
A necesidades puramente biológicas responde la formación do los
conceptos, aunque son al propio tiempo un gran semiller.i de errores. Y
asi, en esta dirección del naturalismo biológico, va descubriendo el pen­
samiento de M. la génesis de las llamadas ideas racionales, de las formas
del razonamiento, etc.
El traductor ha suprimido dos capítulos déla edición alemana, y ha
compendiado algunos pasajes; pero esta omisión no tiene importancia
A. G, L
650 FILOSOFÍA

IV.-Aoral.

DR. SURBLED: ta moral del Joven. Un volumen de 287 páginas. Barcelona, librería
y tipografía católica, 1909, 3 pesetas.

Aun cuando pudiera reprocharse que el titulo de este libro es dema­


siado amplio, vista la materia que desarrolla, fácilmente se disipa la ob­
jeción, teniendo en cuenta que el punto capital en torno del que se
mueve la vida moral toda de los jóvenes, lo que para ellos compendia y
sintetiza la obra educadora en la estera del deber, es lo relativo á la
castidad, que es el asunto tratado aquí por el Dr. S. con gran tino y dis­
creción.
Muy útil y provechosa es en este particular la intervención de los
profesionales de la Medicina, quienes pueden aportar á la solución de
los problemas de la vida sexual, no sólo sus luces é indiscutible compe­
tencia, sino también por el peüo de su autoridad en la materia: los mo­
ralistas profesionales se inspiran en el deber, y apoyan principalmente
sus consejos y advertencias en el bien del alma y sus potencias; pero no
conviene menos (porque en muchos casos es un motivo más poderoso)
que voces autorizadas insistan en las funestas consecuencias fisiológicas
de la incontinencia. Esto ha hecho el Dr. S., pero como además de mé­
dico es psicólogo, y como sobre esas dos personalidades ostenta con or­
gullo la de cristiano, su labor ha sido también triple, y asi demuestra la
conveniencia y la necesidad de ser castos en razón de la salud física,
mental y eterna.
Es su libro un tratado completo; sin agotar la materia, que es inago­
table, trata todos los puntos, disipa todas las preocupaciones, destruye
muchos errores y ofrece soluciones á todos los problemas y remedios efi­
caces para todas las enfermedades; y esto, lo cual constituye un mérito,
sin disimular ninguna de las difiéultades del problema.

DR. PAUL HARTENBKRG: Physionomie el caractere. Un volumen en 8.°, de 217 pa­


nas. París, Félix Alcán, 1908, 5 francos.

Leyendo la introducción de este libro siéntese uno mal Impresiona­


do; parece desprenderse de ella que el autor se propone dar reglas
exactas para la adivinación de los caracteres por medio de los rasgos ex­
teriores y para descubrir la personalidad mental á través de la persona­
lidad física; pero la lectura subsiguiente del libro hace que semejante
impresión se desvanezca.
No; M. H. reconoce que la ciencia fisiognómica tiene muchas lagunas
y deficiencias, y que no sirve para conocer algunos de los más importan-
NOTAS 651

tes elementos de la personalidad, de la personalidad moral sobre todo; y


que seria, por último, absurdo el buscar en ella el secreto infalible para
penetrar on el hombre interior; deben dejarse esas pretensiones para el
ocultismo y la magia, que no se molestan en fundar sus afirmaciones so-
bre pruebas, no debiendo abrigarlas quien aspire A hacer ciencia po-
sitiva.
Así limitado su objeto, el libro resiilta muy interesante por las obser-
vaciones perspicaces, los juicios originales y las deducciones ingeniosas
que hace el autor, apoyándose rigurosamente sobro nuestros conoci-
mientos actuales en psico-fisiologla. i

SAC. FRANCESCO CHIESA DI MONTA: Tesi. Un volumen de 198 páginas.


Torino, G. Derossi, 1907.

De las cinco tesis q\ie para su admisión en el Colegio de Derecho del


Seminario de Turín presentó el Sr. Ch. (relativas al derecho civil, al
canónico, al piiblico eclesiástico, al penal y al internacional), la más in-
teresante para nosotros es sin dispxita la que lleva por titulo La respon-
sabilidad penal y el determinismo.
Después de rechazar la teoría de Saleilles y Tarde sobre la génesis
de la idea de responsabilidad, y de sostener que está basada en la res-
ponsabilidad moral que exige la libertad, hace una critica minuciosa y
concienzuda del determinismo en siis varias formas y matices, aunque
insistiendo principalmente sobre el determinismo, que él llama antropo-
lógico, de la escuela psiquiátrica italiana; con objeto de pasar luego á
rebatir las afirmaciones de esta escuela acerca del concepto del delito y
de la pena; sin perjuicio de reconocer todo lo que hay de aceptable en
las teorías del criminal nato, de la herencia y de las influencias del
medio sobre la libertad y la responsabilidad.

V . CATHREIN: Philosophia Moralis. Un volumen d e x v i i i - 5 o i páginas,


6."- edición. Friburgo de Brisgovia, Herder, 4,40 marcos.

Sumamente conocida y apreciada en España la obra del P. C , asi


como todas las que forman el Cursas pliilosopliicus, innecesario resulta
hablar de las excelentes cualidades que la adornan y la hacen acreedora
á figurar entre los mejores textos latinos de esta disciplina filosófica.
La sexta edición aparece notablemente mejorada, habiéndose conce-
dido más amplios desenvolvimientos á los problemas de actualidad; ta-
les, por no citar otras, como las relativas á las nuevas doctrinas morales
y al aspecto moral que presentan las teorías socialistas; esta renovación
y mejora p e r i ó d i c T = en esta clase de obras es muy de apreciar y de re-
652 FILOSOFÍA

cotnendar á todos los que se encuentren en casos parecidos, si no quieren


quedarse rezagados en el movimiento y la marcha y resultar por ende
insuficientes. Plausible hallamos también la predilección que el autor
parece sentir por los problemas de la Moral social.

J . DE BIE: Philosophia Moralis. Pars prima. Un volumen en 8.°, de X11-27Í páginas.


Lovaina, Franc. ct Rob. Ceuterick, J908, 5 francos.

Si los reformadores de la Moral científica trabajan activamente por


buscar bases nuevas en que asentarla, y defienden diversas teorías con
ese objeto, no se quedan rezagados en ese movimiento los partidarios de
la Moral tradicional; y en estas mismas páginas hemos dado cuenta de
bastantes trabajos orientados en este sentido. El libro de M. de B., que
comprende sólo la Moral general (la especial aparecerá á fines de este
mismo año), merece figurar en primera linea entre estos trabajos por la
solidez de sus argumentos, lo claro de su exposición y lo riguroso do su
método; recomiéndase especialmente por la novedad de sus puntos de
vista. Si la Moral, como ciencia del ideal, de lo que debe ser, no puede
variar en sus fundamentos esenciales, puede y debe evolucionar, sopeña
de envejecer y verse condenada á esterilidad, con arreglo á las necesi-
dades de los tiempos. Así, sin duda, lo ha estimado M. de B,, y por eso
expone y analiza en su libro los sistemas contemporáneos de Moral con
preferencia á los antiguos, criticándolos con serena imparcialidad y ha-
ciéndoles las debidas concesiones.
No obsta esta excelente impresión de conjunto para que dejemos de
señalar algunos lunares que, á nuestro juicio, afean la obra. Figúrase-
nos, en primer término, que podía haberse prescindido de algunas cues-
tiones más propias de un Catecismo moral que de una Moral científica;
la Moral, en cuanto Ciencia, debe limitarse á señalar y fundamentar
los principios, dejando para el Arte moral el cuidado de hacer aplica-
ciones prácticafc; ¿á qué, en efecto, conduce el estudiar los estados anor-
males ó enfermedades del entendimiento y voluntad? (pág. 90). Basta
con demostrar que para ser moral un acto, necesita ser humano, es decir,
consciente y libre, sin determinar cuándo reuue ó deja de reunir esas
condiciones, estudio éste que corresponde á la Ciencia psicológica. A ésta
también corresponde el examen del problema del libre albedrio; y lo
único que cabe estudiar en Moral, es si pueden explicarse bien sin li-
bertad las nociones morales, de obligación, sanción, mérito, remordi-
miento, etc. También estudia M. do B. algunas cuestiones más propias
de la Moral teológica que de la filosófica (págs. 50 y siguientes). Eu
cambio se muestra asaz parco en su defensa de la Moral como Ciencia
filosófica contra los modernos sociologistas.
NOTAS 653

V.—Filosofía religiosa.

FR. JUAN G . ARINTERO: Vesenvolvimienlo y vitalidad de la Iglesia. Libro 111. Tívolu-


CI'O'H m i ' s f i c a . U n volumen d e 714 páginas. Salamanca, imprenta d e Calatrava,
1908, 5 pesetas.

La nueva obra de nuestro ilustre compatriota, Desenvolvimiento y


vitalidad de la Iglesia, constará de tres volúmenes, el primero de los
cuales estudinrá la evolución orgánica y la evolución doctrinal de la
Iglesia; el segundo—único publicado hasta ahora—la evolución mística,
y el tercero, el mecanismo de los factores de la evolución eclesiástica.
En tres partes divide el libro. Estudia en la primera la vida sobrena-
tural y sus prineipak's elementos, en qué consiste la gracia, cuáles son
sus operaciones y cuáles los medios do fomentarla. En la segunda estu-
dia la evolución mística individual, ó sea el proceso del desarrollo de la
gracia en cada uno de los corazones cristianos. Y examina, por último,
en la tercera la evolución mística de toda la Iglesia, poniendo de mani-
fiesto la solidaridad intima y estrecha que existe entre los diversos miem-
bros de la Iglesia de Cristo.
No pretendemos hacer una exposición de las doctrinas de esta obra,
sino que nos limitaremos á algunas indicaciones acerca de ciertos puntos
de la obra escogidos al azar entre mil; selección ésta que, como pura-
mente subjetiva, no impide que otros lectores puedan hallar puntos más
interesantes que los por nosotros señalados.
Dentro de la gran corriente contemporánea que lleva las inteligen-
cias hacia los estudios religiosos, dibújanse direcciones diversas: la di-
rección exegética, la dirección apologética y la dirección mfctica, por
no hablar de otras menos interesantes.
El primer problema que dentro de esta última dirección se presenta
ea, naturalmente, el de fijar con precisión lo que debe comprenderse
dentro de la ciencia mística. ¿Es la mística algo distinto su.stancialmente
de la ascética? Aunque no faltan autores que las separan, el P . A. cree
que entre ellas sólo existe distinción modal (pág. 608). Ascética es «la
ciencia teórico-práctica de las vías ordinarias de la perfección humana
en que aún se vive inconscientemente, y modo humano la vida sobrena-
tural; mientras que la mística es la ciencia experimental de las vías ex-
traordinarias ó sobrenaturales en que esa vida se vive ya consciente-
mente ó sea supra modum humanum^» (pág. 624).
Creemos que en este particular padece el autor una confusión.
El objeto del P. A. parece no ser otro que el de demostrar que la vida
ascética no es esencialmente distinta de la vida mística, no habiendo
entre ambas más que una diferencia de grado, y á todas, por tanto, está
abierta la mística. En este punto nos hallamos de perfecto acuerdo con
654 FILOSOFÍA

el autor; pero el que las vidas mística y ascética no sean esencialmente


distintas no quiere decir que tampoco lo sean las ciencias respectivas.
Doctrina escolástica es que las ciencias no se distinguen por su objeto
material, sino por el formal Si no se distinguen esas ciencias á pesar
de que la mística trata, según Ribot, grados más elevados de la vida es-
piritual, y, como dice Weiss, la mística es la enseñanza en general de
todos los ejercicios de la vida espiritual, y la ascética, la parte de la mís-
tica cuyos ejercicios están principalmente destinados al principiante y
al proficiente; si á pesar de eso, decimos, no se distinguen, tampoco se
distinguirán esencialmente la ciencia de la moral cristiana ó sobrenatu-
tural y la ciencia de la moral humana ó natural.
Una confusión análoga entre vida y ciencia místicas podría explicar
estas frases: «Esta conciencia de la vida sobrenatural y de las inefables
operaciones de Dios en el alma es lo que mejor caracteriza y permite
reconocer el estado místico, sobre el cual tanto se discurre hoy y tanto
se yerra al hablar de mística pagana ó de mística musulmana » (pá-
gina 200).
El verdadero orden sobrenatural consiste en la unión intima del hom-
bre con Dios; «La deificación, y aun pudiéramos decir la trinificación
de la criatura racional, es la vida sobrenatural participada eu nosotros»
(pág. 37). tDeus, dice San Agustín, factits est homo, ut homo fieret
Deus* (pág. 29, nota). «Dios, afirma el P. Froget, está reqj, física y sus-
tancialmente presente al cristiano en gracia; y no es una simple presen-
cia material, sino una verdaderapo6'esíó?i» (pág. 47, nota). «La verdadera
vida sobrenatural, como observa Broglie, supone la participación de ,
la divina naturaleza» (pág. 278).
Cierto que de aquí parece derivarse una suerte de panteísmo, aun
cuando limitado al hombre. «En el fondo, dice el P. Gillet (La Virilité
Chrétihme, pág. 37), somos nosotros panteistas, en lo que os posible serlo
sin atentar á los derechos de Dios.» El P. A. ha previsto esta acusación
de panteísmo, y así dice: «Esta prodigiosa unión del Dios infinito contos
seres finitos, no es como la absurda derivación gnóstica ó como la repug-
nante confusión panteística; es una inefable comunicación amorosa y
libre de la vida divina á las criaturas racionales, donde lo sobrenatural
y lo natural, lo divino y lo humano se juntan, se armonizan y se compe-
netran, sin q^ie por eso se confundan Lo sobrenatural no es, pues,
ningún írasíojvio de lo natural, sino una sohreordenación un nuevo
modo de vida que todo lo compenetra, lo reintegra, lo ennoblece y lo
realza, asi como la vida racional ennoblece y realza á la sensitiva, y
ésta á la simplemente orgánica» (pág. 18), «Si Dios nos enseña, dice
Blainvel, que viene en nuestra ayuda con su gracia que pone on nues-
tra naturaleza algo que Ja transforma en imagen suya y la diviniza,
comprenderemos que esta transformación no cambia nuestra naturaleza
y que esta maravillosa comunicación de Dios á nuestra alma no es la
NOTAS 655

imposible y absurda fusión de la naturaleza divina con la humana» (pá-


gina 282).
Innecesario parece decir que hay en este libro un verdadero derroche
de observación psisológica, eu la que el autor se revela maestro por la
finura del análisis, lo selecto de las observaciones y lo atinadísimo de las
aplicaciones á la vida mística. No haremos mención de las muchas y muy
instructivas observaciones que por toda la obra andan diseminadas so-
bre psicología afectiva, y especialmente acerca del amor divino, de su
génesis, desarrollo y efectos.
Véase la explicación psico-fisiológica del hábito, de la herencia y de
lo que ambos contribuyen á restarnos libertad: «Sabido es que, como
dicen los fisiólogos, con cada acto vicioso ó desordenado se organiza una
mala asociación de neuronas y se forma un circuito que tiende luego á
reproducir automáticamente el mismo acto con independencia de nues-
tra voluntad; y con la repetición de actos, esas asociaciones viciosas se
consolidan y llegan á hacerse hereditarias. Así es como con cada acto
vicioso de nuestros progenitores, y sobre todo con los propios, se agravan
los estragos de la primera culpa y se va reforzando y agrandando la
onda del mal. Cuando se consideran esos actos acumulando sus efectos
en millares de años, comprenderemos cuan cierto es que no hay en nos-
otros cosa sana » (pág. 292).
Tratándose de un estudio de la vida mística, natural es que se bus-
que en él la explicación de esa multitud de fenómenos extraños y sor-
prendentes que se manifiestan en esos privilegiados seres que han llega-
do á la cumbre de la perfección y viven la vida contemplativa y unitiva.
El P. A. consagra todo el capitulo VII de la segunda parte al estudio de
lo que llama epifenómenos de la vida contemplativa, como son la gracia
de obrar portentos y curaciones, el don de lenguas, de profecía, etc.
También hace un análisis de los estigmas (pág. 502), de los éxtasis y
contemplaciones, tan mal conocidos y peor tratados por racionalistas y
positivistas, quienes, como dice Blondel, desfiguran esos hechos por su-
poner que admiten una explicación natural.»
Hace asimismo un estudio comparativo de las visiones y locuciones
divinas con las naturales y diabólicas (pág. 536 y siguientes), criticando
á Ribot, que trata de explicar naturalmente todos esos fenómenos; todo
ello sin perjuicio de mantenerse dentro de los debidos limites. «Semejan-
tes locuciones (las que San Juan de la Cruz llama sucesivas) es cierto
que se parecen de algún modo á ciertos fenómenos de simple dualismo
cerebrah (pág. 539).
Interesante es también el estudio de los que llama «fenómenos conco-
mitantes de la contemplación», los éxtasis, raptos, etc., y su diferencia
de los que presentan neurópatas é histéricos (segunda parte, cap. VI).
«Al notar los profundos contrastes que hay entre lo divino y lo humano,
aun los más furibundos racionalistas empiezan á plegar velas, y temien-
656 FILOSOFÍA

do ponerse en ridiculo, no se atreven ya á Identificar de una manera


tan cruda como antes los fenómenos místicos con los históricos. El mis-
mo Delacroix tuvo que advertir que no era su ánimo explicar por el
histerismo toda uua vida tan amplia y hermosa como la de Santa Teresa,
A decir verdad, añade, eso no seria una explicación, pues habría que
mostrar cómo y por qué procedimientos produjo aquí tales efectos el his-
terismo, que tan de otra manera obra. Montmorand hace ver en la Eev.
Pililos, los contrastes que ofrece la vida de la santa con las de los neu-
rópatas > (pág. 521, nota).
No menos sorprendente es el fenómeno de la cultura y elevación de
lenguaje de algunos místicos ignorantes. «¿De dónde puede proceder esa
elevación de ideas y esa elegancia y pureza de estilo, cuando carecen
de toda cultura humana, y qué sugestión pudo infundirles de golpe toda
esa ciencia que nunca estudi/iron? Este es un hecho positivo, contra el
que se estrellan todas las interpretaciones humanas, por mucho que ape-
len á la sugestión, al contagio, y aun á la telepatía, 6 á cualquier otra
influencia que no sea sobrenatural, (pág. 587). « Y es porque en una
de esas compendiosas ideas que así reciben y en esas noticias inefables
aprenden de un golpe toda una ciencia. Con razón declara el mismo
Ilibot que sólo los grandes místicos en sus altas contemplaciones tras-
pasan la región de las imágenes y llegan á la de las ideas puras, logran-
do á veces un completo monoideismoia (pág. 544).
Aparte de estos rasgos dispersos acerca de la psicología de los místi-
cos, psicología por así decirlo experimental ó fenoménica, hay también
en el libro del P. A, mucha psicología racional ó metafísica de los
mismos.
Si de la ciencia psicológica pasamos á la ciencia moral, no dejaremos
de encontrar innumerables aplicaciones de positivo valor.
Sabido es que muchos sedicentes moralistas combaten la licitud de
las mortificaciones corporales y el sentimiento de humildad, que con-
funden con el apocamiento y el servilismo, con lo que Aristóteles llama-
ba micropsiquia. El P. A, vuelve por los fueros de la verdad y proclama
las ventajas de un exacto conocimiento de nosotros mismos, que ha de
hacernos necesariamente humildes y que nos llevará á la mortificación
de nuestros apetitos y deseos, subordinando como es debido lo necesario
á lo principal. A ello consagra especialmente el cap. II de la segunda
parte.
Cumplidamente contesta asimismo el autor á todas las acusaciones
que se dirigen hoy contra la caridad tachándola de estrecha y pobre.
«Todos, dice, son miembros de Cristo, y por más que no sean igualmente
dignos, no por eso dejan de ser solidarlos. La caridad nos enseña á tra-
tar á todos nuestros prójimos, sean buenos ó malos, estén sanos ó enfer-
mos, del modo que cada cual requiere ó necesita. De ahí que muchas ve-
ces haya que tratar con más consideración á los pecadores que á los jus- ,
NOTAS 657

tos» (pág. 653). Con igual fortima rebate la aseveración de que los
místicos se deshacen en lágrimas ante un Crucifijo, y oyen impasibles la
noticia de una gran calamidad pública (págs. 658 y 675, notas).
No falta tampoco quien afirma que esos contemplativos son miembros
inútiles para la especie, ya que nada hacen en beneficio de los demás,
sumidos en ese nirwana infecundo; á lo que contesta acertadamente el
P. A. diciendo en primer lugar que el mejor medio de contribuir al
progreso y perfeccionamiento de la raza es el de perfeccionarse á si
propio; que esas almas son como pararrayos que desarman la cólera
divina, y que es, por liltimo, falso que los contemplativos no sean acti­
vos, pues son cosas perfectamente compatibles la contemplación y la
acción, como lo demuestran numerosísimos ejemplos.
Poco tiempo hace hubimos de hablar aquí mismo de las nuevas doc­
trinas morales del Solidarismo y Soclologismo, é indicamos que cuanto
en esas doctrinas había do aceptable era ya viejo en la moral tradicio­
nal; tal sucedía con la subordinación del individuo al organismo social y
con el hecho y el dogma de la solidaridad. En este libro del P. A. podrán
encontrarse numerosos comprobantes de aquellas nuestras afirmaciones.
«Los siervos infieles, dice, que no emplean bien las gracias recibidas
son como órganos parasitarios que consumen en vano la vital energía,
causando así en todos los órganos vecinos como un estado de anemia ó
debilidad» (pág. 673). «Dada la perfecta solidaridad orgánico-fisiológica
de todo el cuerpo místico de la Iglesia, veremos que en ól, lo mismo que
en un cuerpo humano, no tienen por qué envidiarse, sino mucho por qué
ayudarse y aliviarse mutuamente unos miembros á otros» (pág. 676).
Y no se crea por esto que el individuo queda absorbido por completo
on la sociedad, como pretenden los sociologistas y algunos partidarios
de la evolución; sin perjuicio de todo lo dicho, el cristianismo mantiene
un amplio individualismo; ya que el fin último del hombre es la propia
salvación.
J. G. C.

W. JAMES: 'Fases del sentimiento religioso. {Estudio sobre la naturaleza humana.)


Traducción directa del inglés por Miguel Donienge Mir. Tres volúmenes en 8.°,
de 235, 229 y 181 páginas. Barcelona, Carbonell y Esteva, 1907-1908, 6 pe­
setas.

Contiene esta obra las conferencias que el autor pronunció en la Uni­


versidad de Edimburgo sobre la Religión natural.
Examina el problema religioso, prescindiendo en lo posible de su as-
pe:to metafísico, para fijarse casi exclusivamente en aquellas modalida­
des y matices que la experiencia psicológica puede apreciar en la vida
religiosa. Consecuente con este punto de vista empírico, W. J. considera
la religión como el conjunto de sentimientos, actos y experiencias que
658 FILOSOFÍA

los individuos en su aislamiento tienen en relación con la divinidad. A


eso llama él religión personal, como distinta de la religión establecida,
la cual supone ciertos dogmas ó creencias y cierta organización eclesiás-
tica.
A pesar de este empirismo radical se vislumbra una idea metafísica
á través de todas las experiencias. Para J. la religión arranca de una
hipótesis cósmica, según la cual, las contrariedades que nos ofrece la vida
son siempre de carácter provisional, y tendemos á vencerlas restable-
ciendo la armonía, la unidad y la paz del espíritu.
La manera de lograr esa armonía divide á los tipos religiosos en dos
grandss grupos: el de los espíritus sanos, que adquieren la paz sin las
violencias ni las crisis que acompañan á la conversión, y el de los espíri-
tus enfermos, que sólo obtienen la armonía por una metamorfosis vio-
lenta.
No podemos seguirle en la descripción psicológica de esos dos tipos
fundamentales y sus variedades intermedias, descripción muy documen-
tada y hecha con la finura de análisis y el arte de expresión peculiares
del psicólogo norteamericano.
Por todo eso, aun cuando no se acepten muchas de sus explicaciones,
la lectura de esta obra es realmente entretenida, ya que el traductor es-
pañol ha cumplido su tarea con exquisito cuidado.
A. G. I.

H . HüfFDiNG: Philosophie de la religión. Traducción por J. Schiegel. Un volumen


en 8.°, de xi-376 páginas. Paris, Alean, 1908, 7,5o francos.

Así como en el orden de la mecánica universal se ha venido aceptando


como un axioma el piincipio de la conservación de la energía, así tam-
bién cree H. que en la vida de la conciencia tendemos á afirmar y con-
servar los valores. Este principio de la conservación de los valores cons-
tituye la esencia de la religión. Justificar y comprobar este concepto de
la religión constituye el argumento de todo el libro, y para ello estudia
el autor el problema religioso eu sus tres aspectos: epistemológico, psi-
cológico y moral.
Del examen de la teoría del conocimiento concluye que la religión,
lejos de obedecer á motivos jiuramente intelectuales, no puede vivir en
un ambiente intelectual puro; las representaciones religiosas son expre-
sión imaginativa de algo más intimo y personal que la vida objeto de la
experiencia científica. La religión no puede darnos una explicación ra-
cional y metafísica del universo.
El estudio de la experiencia religiosa y de la fe, el análisis de los prin-
cipales tipos religiosos, el desarrollo individual y social de las ideas y de
los símbolos, todas estas manifestaciones de la psicología de la religión
NOTAS 659

revelan que el sentimiento religioso nace del impulso á afirmar la con-


servación del valor.
No es la religión absolutamente necesaria para la existensia de la
vida moral, pero si es un poderoso elemento que puede aumentar el va-
lor y la fuer/.a de esa vida, y suprimiéndola cercenaríamos uno de los
elementos de más valla en la vida del espíritu.
Tal es, en brevísimo resumen, el argumento de este libro. Responde
á ese estado de preocupación por el problema religioso que se advierte
en la filosofía contemporánea. Quiere ésta hallar la quintaesencia de la
reliííión y sintetizar, en una frase, la trama complicadísima de la vida
religiosa, y si esto no se ha logrado cuando se ciñe el análisis á una de-
terminada religión, imagínese qué podrá esperarse de todas estas inves-
tigaciones debase tan amplia y de tan enorme contenido.
A. G. 1.

H . LIGEARD: "La théologie scolastique et la transcendance du surnaturel. Un volumen


en 16.°, de viii-i 38 páginas. Beauchesne et Companie, rué de Rennes, i 17, Pa-
rís, 1908.

El autor estudia una cuestión de grandísima actualidad; la trascen-


dencia ó inmanencia del orden sobrenatural.
En los tres primeros capítulos nos presenta las soluciones que han
dado á ese problema los teólogos (siglos xiii-xviii) de las escuelas tomis-
ta, escotista y agustiniana. Todos reconocen alguna relación entre el
, orden natural y el sobrenatural, sin llegar á la teoría de la inmanencia.
Para los tomistas esa relación está fundada en la potencia pasiva obe-
diencial del hombro para recibir las perfecciones de la gracia. Los esco-
tistas suponen un deseo innato de lo sobrenatural, sin pretender en ma-
nera alguna que esa inclinación pueda llegar por su propio esfuerzo á
realizar el término de su deseo. Para la escuela agustiniana la elevación
al estado sobrenatural no es una exigencia natural de la criatura, pero
si de conveniencia moral respecto de Dios.
Esta exposición de l i s teorías es muy objetiva y documentada con los
textos de los principales teólogos de cada escuela.
En el último capitulo nos indica Ligeard cómo puede utilizarse la doc-
trina escolástica para resolver el problema de la trascendencia de lo so-
brenatural. Un análisis filosófico de todas las tendencias del ser humano
podría llevarnos á la refutación de la teoría de la inmanencia y del na-
turalismo religioso, aun cuando nos pondría de manifiesto que la vida
sobrenatural es ol complemento armónico de nuestras actividades y as-
piraciones, sin llegar á las exageraciones del inmauentismo.
A, G.L
660 FILOSOFÍA

P. L. MURILLO: San Juan, Estudio critico-exegético sohre el cuarto Evangelio. Ui\


volumen de 568 páginas. Barcelona, Gustavo Gili, 1908, 10 pesetas.

Cuantos siguen con interés el movimiento intelectual religioso en sus


diversos aspectos tenían ya noticia de la meritlsima labor emprendida
y realizada por el ilustre jesuíta; un diario de la corte, El Correo Espa-
ñol, publicó en 1906 y 1907 extractos muy sustanciosos é interesantes de
las conferencias sobre Exégesis bíblica dadas por el P. Murillo en el Se-
minario Conciliar de Madrid, conferencias que con las convenientes am-
pliaciones ha reunido en este libro, cuyo interés y actualidad saltan á la
vista.
En aiuntos tan espinosos como los de que el libro trata deben consi-
derarse dos aspectos: el puramente religioso y teológico, acerca del cual
nádanos toca decir á los ¿¿«ceníes; el científico filosófico, único que aquí
hemos de considerar.
Antes de entrar en la exposición y análisis, muy pormenorizado,
del Evangelio de San Juan, pone el P. M. una introducción, que con
ser secundaria en la obra,es, sin embargo, lomas interesante cientí-
ficamente hablando. En ella estudia las cuestiones relativas á la an-
tigüedad, integridad, autenticidad y valor histórico del cuarto Evan-
gelio. Innecesario decir que lo más interesante en razón de la actuali-
dad es el estudio consagrado á la crítica contemporánea de ese Evan-
gelio, examinando las doctrinas racionalistas de Harnack, «reputado
hoy, no sin razón, como una eminencia entre los que se consagran á
investigaciones sobre los orígenes y desarrollo del Cristianismo» (pági-
na 39); de Holtzmann, no muy inferior á Harnack: de Bousset, falto de
solidez; de Julicher, muy superficial, y de Loisy, que aun cuando hom-
bre do talento y erudición, «no 05 más que un espigador diligente, que
se ufana por recolectar á dos manos, lo mismo detrás del investigador
Harnack, que del especulador Holtzmann ó del ecléctico Julicher». Tam-
bién y por igual razón es interesante el examen de las afirmaciones de
los modernistas. Contribuye á aumentar el mérito del libro una gran
claridad en la exposición.
J. G. C.

Vl.-Soclologla.

SALVADOR MINGUIJÓN: "Las luchas del periodismo. Un volumen de ix-3 j 2 páginas-


Zaragoza, Biblioteca de «La Paz Social», 3 pesetas.

No siempre es posible hacer una critica puramente objetiva, perma-


necer frío é indiferente y ni dejar traslucir la impresión que la lectura
de una obra produce; hay libros, y el del Sr. M. es de ellos, que saben ¡
NOTAS 661

tan bien herir las fibras afectivas y tan adentro penetran en el alma,
que resulta difícil por extremo dejar de exteriorizar esa impresión.
Vaya, pues, por delante esta afirmación subjetiva: el libro del docto
profesor de la Universidad de Zaragoza ha causado en mi impresión su-
mamente halagüeña, y ha hecho que, sin conocerle, sienta hacia él pro-
funda simpatía por lo cálido y atrayente de sus convicciones, lo sereno
de sus apreciaciones y lo tierno y ardoroso de sus anhelos.
Lo variado de las lecturas que el libro revela en su autor no ha per-
judicado á la originalidad y solidez de sus ideas; es, si, erudito, pero es
también un psicólogo penetrante y sutil y un profundo sociólogo, y de
ello abundan las pruebas: «El periodismo representa un fenómeno social
muy hondo: la subordinación del orden intelectual al capitalismo» (pági-
na 2). »No hay que confundir la imparcialidad con la neutralidad; aqué-
lla es rectitud y serenidad de alma; la neutralidad es incomprensión, pe-
quenez y egoísmo No basta la justicia para llenar los vacíos del egoís-
mo Los frutos de la caridad son más espontáneos, más exqui itos, más
delicados que los de la justicia» (pág. 71 y sigs.) «Los seres finitos se van
actuando parcialmente por momentos sucesivos; su vida es renovación
y cambio; el alma colectiva, como la individual, está sujeta á una suce-
sión de impresiones y fenómenos que el periódico tiene qiie reflejar. De
ahí la necesidad de que esté referido á un momento de la conciencia pú-
.blica, la necesidad de que la actualidad le anime y le vivifique» (pági-
na 112). Si el filósofo se nos revela en las frases que hemos citado, el so-
ciólogo cristiano aparece en éstas que escogemos de entre mil: «No es
el cristianismo una teoría intelectual anémica, quietista, que se man-
tenga en una región etérea é impalpable el cristianismo es una vida,
una sociedad y una fuerza »(pág. 119). El psicólogo surge con gran re-
lieve en el capitulo XI, dando un admirable análisis psicológico del an-
ticlericalismo, entre cuyas características menciona: el espíritu inquisi-
torial, la Jiipocresía, la escasez de sentido moral y «la falta de disciplina
mental y contextura lógica en sus ideas, casi siempre fragmentarias, ca-
prichosas, dislocadas y superficiales» (pág. 159). Muy hermoso es tam-
bién el último capitulo, y no lo es menos, ni de menor valor, el capítu-
lo XII; pero parece que se despega dol libro, con cuyo asunto no guarda
muy estrecha relación.
J. a. C.

SciPio SIGHELE: Litléralure et Criminalité. Un volumen en 8.°, de vi-122 páginas,


París, Girard et Briére, igo8, 4 francos.

El autor, uno de los más conocidos partidarios de la esiuela psiquiá-


trica italiana, estudia en este nuevo libro las relaciones ente la litera-
tura y la criminalidad. En la primera parte analiza algunas de las crea-
ciones de D'Annunzio, Eugenio Sixó y Zola, desde el punto de vista de la
662 FILOSOFÍA

antropología criminal; y en la segunda, mucho más filosófica é intere­


sante, estudia el grave problema de la sugestión literaria y de la pode­
rosa influencia de la literatura sobre la criminalidad.
Compréndese que vayan á buscarse en Zola tipos degenerados, aun
cuando, según ha demostrado recientemente el Dr. Grasset, se ha exage­
rado bastante la competencia fisio-patológica del novelista francés; se
explica también que se acuda con el mismo objeto á D'Annunzio que se
ha distinguido en la pintura de personajes anormales, pues como dice
el propio Sighele: «El temperamento artístico de D'A. es susceptible de
elevarse á gran altura cuando se trata de individuos excepcionales ó es­
tados de alma patológicos; pero queda muy inferior á sí mismo cuando
nos pinta seres moralmente sanos ó estados de alma normales» (pág. 38);
pero no se explica que se busquen documentos en la obra anodina y sin
valor literario ni científico de un Sué, á qxiien el autor no obstante con­
sidera como un precursor de la antropología criminal y de la sociología
contemporánea; y todo por^jue en Los misterios de Paris presenta algu­
nos tipos de criminales sin relieve ni originalidad.
Sin que ofrezcíj gran novedad, la segunda parte contiene observacio
nes muj' acertadas y argumentos concluyentes en favor de la tesis de la
influencia de la literatura sobre las costumbres. «Voltaire ha hecho,
dice, volterianos; Byron, byronianos; Goethe, werterianos »(pág. 161).
tEl Wertiier produjo una zuert/ieritis aguda; todo el que deseaba una
mujer, si no podía ser amado, pensaba en el suicidio.» Aduce asimismo
varios casos de criminales que se habían inspirado para la ejecución de
sus crímenes en la novela ó en el periódico.
El autor, por lo demás, fiel á los principios de la escuela en que mi­
lita, proclama el determinismo con la candidez común á todos los deter­
ministas que creen y afirman que la ciencia ha demostrado el error de
los antiguos libertistas; y con la inconsecuencia no menos corriente en­
tre ellos, contradiciendo á cada paso sus doctrinas.
J. G. C.

D . PEDRO SANGRO Y Ros DE OLANO: El Museo Juan de Btoch y el movimiento paci­


fista. Un volumen de 182 páginas, Barcelona, 1908, Acción Social Popular.

En la primera parte, y con ocasión de estudiar el Museo Bloch, ex­


pone el autor diversas cuestiones relativas á la guerra; y lo mismo hace
en la segunda parte con la cuestión de la paz, tratando de las Conferen­
cias de La Haya, de Algeeiras y de Washington, del movimiento pacifista
desde su origen hasta nuestros días, del liervtísmo, de la paz armada, de­
dicando al final un capítulo al cristianismo y la paz.
Tiene el libro más valor documental que verdaderamente científico;
bajo este último aspecto es bastante superficial^abiéudose deslizado al-
NOTAS 663

gunos graves errores, tales como el eximir de toda responsabilidad mo-


ral á los que obedecen en la guerra. Parece ser el propósito del autor el
de demostrar la conveniencia de la paz; y eso no obstante defiende el mi-
litarismo con un empeño, un tesón y una injusticia tales, que le llevan á
hacer de la militar una clase selecta en lo mental y lo moral.
El libro, á pesar de ello, merece ser leído, y revela en el Sr. S. dotes
de observador sereno y penetrante que si llega á completarlas con algu-
na más sólida formación filosófica, harán de él un escritor social muy es-
timable.
J. G . C.
nNflLISIS 5 E REVISTAS

Annales de Philosophie Chrétlenne (Mayo).—CH. DDNAN: Zénon d'Elée et


le Nativisme. El problema de la antitesis entre lo uno y lo miiltiple, del
que se hallaba pendiente toda la filosofía antigua, ha sido desdeñado
por los modernos, á pesar de constituir la clave de toda la metafísica,
por ser el problema del tiempo, del espacio, del movimiento, de la mate-
ria, del alma y sus relaciones con el cuerpo, de Dios y sus relaciones con
el mundo, etc.; pero han tenido que tropezar con ese problema sin darse
cuenta al tratar la cuestión de cono percibimos nosotros la extensión de
los cuerpos, que ha dado origen á las teorías empírica y nativista. Nadie,
hasta ahora, ha hecho uso en favor de la teoría nativista, de una serie de
razones basadas en los argumentos de Zenón de Elea contra el movi-
miento; argumentos éstos que, en sí mismos, ya que no en el pensa-
miento de su autor, se refieren directamente a la oposición del nativls-
mo y del empirismo.—M. Louis: Le Démon de Soorate. A propósito del
célebre demonio ó genio familiar de Sócrates, trata el articulista de
demostrar las siguientes tesis: 1." Las cuestiones de la vocación divina
y del signo demoniaco deben reducirse á la de la adivinación en la an-
tigüedad. 2.'^ Este signo sólo se manifestaba con ocasión de ciertas ac-
ciones para las cuales recomendaba Sócrates el recurrir á la adivina-
ción. 3.° Sócrates creía en la utilidad práctica de ese signo, lo mismo
que en el de la adivinación. 4.^ No debe confundirse la esencia en el
signo demoniaco con la convicción que abrigaba Sócrates de haber reci-
bido de lo alto una misión personal, etc.

Revue de Philosophie (Mayo).—P. DUHEM: Le mouvemerú absolu et le


mouvement relatif (corxclnsiÓD). —M. GOSSARD: De la realité divine a l a
formide humaine. Considéranse las diversas etapas por las que, lógica-
mente hablando, pasa la Realidad divina antes de encarnarse en una
fórmxila humana, para inferir que lo divino entre nosotros es un inteli-
gible que, servatis servandis, puede ser tratado como los demás datos
científicos y psicológicos, es decir, que está sometido á las condiciones"
que presiden la elaboración de todo saber humano.
ídem (Junio).—E. B A R Ó N : La théorie de la connaisance dans le prag-
matisme. Ea indudable que el pragmatismo constituye principalmente
ANÁLISIS DE REVISTAS 665

Tin método, ama epistemología; no es una negación de la metafísica, ni


es tampoco un subjetivismo. Todos los pragmatistas sajones admiten una
«presión de los hechos», una realidad sobre la cual trabajad peusamien
to; las divergencias comienzan á dibujarse al tratar de definir esa reali­
dad. El pragmatismo plantea el probleoia entre la lógica independiente, .
ciencia del pensamiento puro, y una epistemologia de origen psicológico,
y de tendencias realistas; la cuestión se halla en averiguar cuál de ellas
esta más amplia y comprensiva.—PIEIÍRB CHARLES: La philosophie de
M. Sodolphe Eucl-en. Bosquejo á grandes rasgos del sistema filosófico del j
ilustre profesor de Jena, representante del espiritualismo frente á las doc- j
trinas materialistas de su colega en la misma Universidad K. Haeckel.

Revue Neo-Scolastique (Mayo).—M. S GILLET: Le temperament moral


d'apres Aristote. Eu la Ética de Aristóteles hay uua teoría del tempera­
mento paralela á la del carácter; teoria ésta que puede sintetizarse en
la siguiente fórmula: los hábitos psicológicos son á la formación del ca­
rácter propiamente dicho lo que al temperamento son las disposiciones
psico-fisiológicas, y para convencerse de ello basta analizar las doctrinas
del Estagirita acerca del temperamento fisico y del temperamento mo­
ral.—CLODIUS PiAT:'Les sanctions. La idea de sanción es correlativa de
la de obligación, razón por la cual ha sido, de igual modo que ésta, objeto
de los ataques de la critica contemporánea, diciendo de ella que es un
resto del talion y que lleva por ende aparejada la idea de venganza, re­
sultando asi opuesta á la verdadera noción de la ley moral. Examinando
los fundamentos y las formas diversas que puede revestir la idea de san­
ción, vése por el contrario que se halla exigida necesariamente por el
concepto de ley constituyendo una de sus notas esenciales.—M. D E
WULF: Lliistoire de VKsthétique. Para realizar el estudio particular de
un sistema cualqrxiera de Estética, preciso se hace conocer previamente
las grandes corrientes que dominan su historia; la estética contemporá­
nea puedo adetnís sacar litiles lecciones de un comercio de ideas más
estrecho on la antigüedad y la Edad Media; y así expone el articulista
las doctrinas estéticas de la antigüedad griega, de los Padres de la Igle­
sia y de los filósofos modernos y contemporáneos; para inferir que la
concepción griega de la belleza necesita ser completada con la concep­
ción moderna.

Revue Philosopiíique (Abril).-J.BEXRUBI: La philosophie de Rudolf


Euclcen. Teólogos, químicos y físicos tratan de resdver, desde el punto de
vista de su respectiva ciencia, los «euig.i.as del universo», con objeto de
restablecer la armonía de nuestra vida. Cierto que no lo consiguen, pero
lo intentan, al menos, lo que no puede decirse de la mayoría de los filóso­
fos contemporáneos, que hacen mucha historia de la filosofía, mucha psi­
cología, mucha lógica, mucha ciencia de las costumbres; pero no se atre-
cm.TTrn \
666 ITF.OSOFÍA

ven á abordar la cuestión central de nuestra existencia, el problema de


la verdadera felicidad del género humano, por miedo de ser cogidos ea
flagrante delito de metafísica. Hay, empero, una reducida minoría que
quiere hacer de la filosofía lo que debe ser y lo que fué en otro tiempo;
los más eminentes representantes de esta minoría son Bergsou y Bou-
troux, en Francia, y Eucken. en Alemania; pero al paso que Boutroux
se limita á aplicar su metafísica al problema de la libertad y Bergson v a ' ,
algo más lejos, Eucken acepta el riesgo de sacar todas las consecuencias
de su metafísica; esfuérzase por reformar el conjunto todo de nuestra
vida en nombre de una metíiflsica, inspirada principalmente en la me-
tafísica neoplatónica.—Tn. RIBOT: La conscience affective. Adoptando
una posición meramente psicológica j no filosófica, trátase de conocer!a
conciencia afectiva en el estado puro, en si misma, en su naturaleza
propia, aislada de todo elemento intelectual, poniendo de manifiesto que
esa conciencia implica Is comprobación de nuestro estado orgánico, me-
jor qtie un conocimiento propiamente dicho, si bien la separación neta,
entre la conciencia afectiva y'la conciencia intelectual, es muv difícil, y
hasta imposible en muchos casos.já cansa de sus influencias reciprocas. La
existencia de la conciencia afectiva se demuestra directamente por la
existencia de estados afectivos puros, despojados de contenido intelectual.
ídem (Mayo).—J. M. BALDWIX: La memoire affective et Vart. El pri-
mer punto de la teoría de la reviviscencia afectiva concierne al conteni-
do real que revive en los casos de memoria afectiva, si es bajo la forma
de estado afectivo ó bajo la forma de una imagen de carácter cognosci-
tivo. Otra cuestión interesante es la relativa al modo de generalización
de ¡os estados afectivos, generalización ésta cuya existencia no puede
hoy ponerse en duda. La solución de estos y otros problemas afines con-
tribuye á esclarecer la cuestión de la distinción entre sentimiento y co-
nocimiento.—ABEL REY: Vers le -positivisme absolu. Puede haber una
fllosofia científica, que no constituye una ciencia especial, sino la con-
tinuación y el término del trabajo científico; entre el trabajo cien-
tífico y el filosófico, no hay distinción de naturaleza, sino de grado. Un
positivismo digno de su nombre en esta época, un positivismo absoluto
debe tener por objeto el separar la filosofía de la ciencia, sin que aqué-
lla intente rebasar los datos que la ciencia le procure.—Cn. LALO: Beau-
té naturelle et beuuté artistique. Lo bello en la naturaleza, considerada
en sí misma, consiste en lo que es normal, en la especie de objetos ó se-
res que se considera, la realización de la suma de vida más intensa, es
decir, del carácter típico de la especie. Lo bello en el arte es cosa muy
distinta; tiene por fundamento la existencia de una técnica, elemento
humano y social, que no es posible encontrar en la naturaleza incons-
ciente. En la naturaleza no hay otra distinción fundamental que la de
lo normal y lo anormal; sólo el arte introduce las nociones del valor es-
tético, lo bello y lo feo, propiamente dichos.
ANÁLISIS DE REVISTAS 667

The Hibbert Journal. (AbriD.-F. H . MUIKHBA.D: ÍS there a common Chris-


tianity? Esfuérzase el autor por demostrar la existencia de un fondo de
cristianismo común á todos los pueblos civilizados; un mismo principio
se expresa en todas las formas de religión cristiana: el de la unidad y la
espiritualidad de la vida. — J . W. BUCKAM: Christianity among the reli- '
yions. Ei estudio comparado de las religiones pone de manifiesto la su­
perioridad del cristianismo; prueba también que el cristianismo debe ser
considerado como la forma religiosa más elevada, la que mejor corres­
ponde al ideal y á las aspiraciones de la humanidad.—W. JAMES; The
Phüosopliy of Bergson- Estudio sumario de la filosofía de Bergson, de
quien es James ardiente admirador. Insiste el autor sobre el concepto
de la duración y sobre la idea de evolución. Se adhiere á la concepción
bergsoniana del devenir perpetuo, y critica de pasada el Intelectualis­
mo estático.—Miss SAIDDBR: The social conscience of the future. Estu­
dia la concepción nueva que se formarla de la justicia en un régimens
socialista.—P. T. PORSYTH: The insuffíciency of social rigliteousness á
a moral ideal. La justicia social no puede considerarse como un ideal
moral. La «tragedia humana» sólo puede juzgarse equitativamente por
un Dios misericordioso.—C. F . KETSÜR: The message of modern mathe-
maf.ics to theology (continuación). Pone de manifiesto las ventajas que
la concepción moderna del infinito puede ofrecer á una teología liberal,
en particular respecto de las nociones de omnipresencia y de omniscien­
cia.—P. J . MAC LAGAN: Cliristianity and the Empire in Boma and
in Cliina. Compara el estado actual del cristianismo en China con la
posición del cristianismo, frente al Imperio greco-romano. Cree el autor
que el cristianismo penetrará cada vez mas en China.

G. C . - E . D .
MISTORin

Informe referente al primer sitio de Zaragoza,


por b. Antonio Sangenís y Torres.

El presente relato del primer sitio de Zaragoza es un documento


histórico de excepcional importancia; su autor es D. Antonio de
Sangenís y Torres, comandante de ingenieros, que asistió á los dos
sitios, hallando gloriosa muerte en el segundo el día 12 de Enero de
1809, herido por una bala de cañón al practicar un reconocimiento
desde la batería alta de Palafox ó del Molino de aceite. Durante el
primer sitio dirigió las obras de fortiflcación que se improvisaron
en Zaragoza, así como la elaboración de pólvora y proyectiles den-
tro de la ciudad sitiada; todos cuantos escritores han Juzgado aque-
llos sucesos elogian con entusiasmo la labor de Sangenís, al par que
sus condiciones de carácter, pues no sólo fué militar valeroso, sino
muy inteligente y enérgico.
Dadas estas circunstancias, compréndese el interés que tendrá
el relato de los hechos del primer sitio, trazado por quien ,en ellos
tomó parte activa, y además en documento, al parecer, no destina-
do á la publicidad y desde luego sin carácter oficial; el presente
informe, en efecto, tendía á satisfacer el deseo de un amigo, gusto-
so de conocer con toda exactitud y por noticias de buen origen lo
ocurrido en Zaragoza. Hay en él juicios sobre algunos sucesos con-
temporáneos que no hubiera quizá publicado el autor, j detalles cu-
riosos que hasta ahora han escapado, aun á los que con más deteni-
miento se ocuparon de estos hechos.
El informe fué entregado al diplomático inglés Carlos Vaughan;
por circunstancias á que luego ha de hacerse referencia, este docu-
mento fué á parar al archivo de AU Souls College, de Oxford; de él
nos envía copia (1) el eminente profesor de Historia moderna de

(1) El manuscrito original consta de 16 imaginas, ea grueso papel blanco de


la época, con marca do copa. Mide 12 x 8 centímetros, y se halla rotulado con
lápiz por Mr. Vaughan: lieporl of the siege of Saragossa from the Chief Spa-
nish Engineer.
INFORME REFERENTE 669 ;
— • j

I
íiquella Universidad, Mr. Carlos Ornan, quien á la vez nos favorece j
con la interesante biografía de Vaughan, que á continuación publí- j
camos.
E. I. E .

Sir Carlos Vaughan, viajero y diplomático.— Carlos Vaughan


nació el 20 de Diciembre de 1772, y fué el séptimo hijo de una fami-
lia bien acomodada. Su padre era médico, y él quiso al principio
seguir la misma profesión; después de graduarse en Oxford y obte-
ner una beca (fellouschíp) en All Souls College, estudió Medicina
durante dos años en Edimburgo. Por casualidad siguió otra direc-
ción; en 1803 la Universidad de Oxford le concedió una bolsa de
viaje (fellouschip) durante claco años para dedicarse á investiga-
ciones médicas; pero Vaughan tenía más sangre de viajero que de
científico, y sus viajes le llevaron, no sólo á visitar España, Italia y
Turquía, sino al extremo Oriente. Volviendo desde Persía por el
mar Caspio, trabó amistad con Carlos Stuart, más adelante lord
Stuart de Rothesay, el cual tenía entonces ua cargo diplomático en
Rusia. Llegaron á ser amigos íntimos, y cuando fué Stuart destina-
do á España para abrir negociaciones entre el Gobierno británico
y la recién elegida Junta Central Española, nombró á Vaughan se-
cretario particular suyo y lo agregó á su séquito; contribuyó á esta
decisión el hecho de que Vaughan conocía algo el español por ha-
ber estado en España al comenzar sus viajes.
En el mes de Agosto de 1808 llegó á la Coruña Mr. Stuart y su
acompañamiento, y comenzó un pausado viaje á través de España
por Lugo, Astorga y Salamanca, á Madrid y Aranjuez. El minucio-
so Diarzo de Vaughan da muchos detaUes referentes á las perso-
nas importantes con las cuales él se relacionó (v. gr., el general
Cuesta y el juez Valdés) y de las varias circanst.i.ncías políticas que
notaban en los habitantes de las distintas poblaciones que visi-
taron.
Después de presenciar la instalación de la Junta en Aranjuez el
25 de Septiembre, Carlos Stuart pensó que sería provechoso para él
tener noticia del carácter y proyectos del general D . José Palafox,
c u y a valerosa defensa de Zaragoza, en Jubo y Agosto, le hacían ser
la más notable figura militar de España. A este propósito autorizó
á su secretario para ir á Zaragoza, en compañía del general Doyle,
]'ecienteraente nombrado agente británico en el ejército de Aragón.
670 HISTORIA

Vaughan iba á informar sobre la situación política y militar del


Este de España,mientras Stuart permanecía en Aranjuez ocupado en
negociaciones con la Junta.
Permaneció Vaughan en esta misión desde el 13 de Octubre al
24 de Noviembre de 1808. Fué recibido muy cariñosamente por el
capitán general, quien le dio facilidades para sus investigaciones
de todo género y lo agregó á su plana mayor. Durante doce días
vivió en Zaragoza Vaughan, llenando su Diavio con detalles refe-
rentes á la organización civil y militar de Aragón, y conversando
con las personas más importantes de la ciudad; recogió gran nú-
mero de papeles interesantes, entre ellos la narración del primer
sitio de Zaragoza, escrita por Sangenís, que á continuación se pu-
blica.
Cuando Palafox salió á campaña el 30 de Octubre, Vaughan le
acompañó y estuvo presente en las primeras disposiciones de la ba-
talla de Tudela, las cuales describe extensamente en su Diario: su
narración es favorable á Palafox y censura las medidas tomadas
por Castaños, hacia el cual parece experimentar algún recelo, ins-
pirado, sin duda, por los amigos del Estado Mayor de Palafox, con
los cuales estaba en diario contacto.
Dos días antes de la batalla de Tudela, fué enviado Vaughan
con despachos á Madrid, comprendiendo la inminencia de un com-
bate decisivo y para manifestar la conveniencia de reforzar el ejér-
cito de Aragón. El 21 de Noviembre salió de Caparroso, en Navarra,
y fué por Agreda y Medinaceli, atravesando las avanzadas de la
caballería del mariscal Ney, á las que vio el segundo día de su via-
je y de las que difícilmente pudo escapar; el 24 de Noviembre llegó
fatigado á Madrid y entregó los despachos.
Dos días después llegaron las noticias de la terrible derrota de
Tadela (23 de Noviembre) y de la retirada divergente de los ejérci-
tos de Palafox y Castaños. Este desastre importante hizo sospechar
que Napoleón atacaría á Madrid sin tardanza, y Stuart determinó
enviar á su secretario para que advirtiese á sir John Moore, quien
estaba en Salamanca al frente del ejército británico, ijue debía
adaptar sns operaciones á la nueva situación de los asuntos mili-
tares.
• Vaughan, cabalgando noche y día, alcanzó el 29 al cuartel gene-
ral del ejército inglés y tuvo una larga entrevista con sir Jhon
Moore; éste le anunció su intención de retirarse á Portugal y le or-
denó continuar su viaje para llevar á Londres estas noticias y las
INFORME REFERENTE. 671

de la batalla de Tudela. Vaughan continuó su viaje á la Coruña,


adonde llegó el 2 de Diciembre, después de recorrer (según consigna
en su Diario) 790 millas en siete días, en lo más crudo del invierno,
con malas casas de postas y siguiendo pésimos caminos, muchas
veces casi impracticables. Después de una tempestuosa travesía que
duró once días, llegó Vaughan á Londres el 13 de Diciembre de
1808 con estas desagradables noticias.
Le fué concedida una vacación de pocos meses, y en la primave-
ra de 1809 volvió á Sevilla para unirse á Carlos Stuart, agregado ya
á la carrera diplomática, en la que permaneció el resto de su larga
vida; con frecuencia estuvo encargado de la Embajada mientras
Carlos Stuart y sus sucesores se ausentaron de Sevilla y Cádiz: por
esto hay muy importantes papeles de Estado escritos por él en los
archivos del ministerio de Negocios Extranjeros, en Londres.
Mientras la Junta Central y las Cortes estuvieron en Cádiz, tra-
bó amistad íntima con muchos hombres de Estado españoles; su co-
rrespondencia privada con ellos ha llegado hasta nosotros, pues él
la guardó cuidadosamente enlegajada durante su vida diplomática,
y así la legó al sobrino que fué su heredero.
Después que en 1813 fueron los franceses arrojados de la Pe-
nínsula, Vaughan marchó á Madrid cuando estuvo allí la residen-
cia del Gobierno español; fué primer secretario de la Legación en
Madrid desde 1813 á 1820; en este último año lo trasladaron con el
mismo cargo á París; un año después fué nombrado ministro britá-
nico en Berna, y en 1825 embajador de Inglaterra en los Estados
Unidos; desde 1825 hasta 1835 residió en Washington, salvo un cor-
to período en que vino á Inglaterra eu uso de licencia.
Este fué su último cargo permanente; en Octubre de 1835 regre-
só de América, y sólo una vez marchó de nuevo con una misión es-
pecial, que duró po20s meses, á Constantinopla, en 1837.
Recobrando entonces la afición á los viajes que tuvo en el co-
mienzo de su vida, emprendió largas excursiones por el continente,
escribiendo siempre con gran cuidado el Diario de todo cuanto veía.
Murió en Londres el 15 de Junio de 1849.
Todos sus Diarios y correspondencia los dejó á su sobrino sír
Henry Ilalford, quien en 1899 la presentó á All Souls College, de
cuya corporación Vaughan había sido miembro hasta el día de su
muerte.
Cn. OMAN.
672 HISTORIA

El informe del primer sitio de Zaragoza, dado por Sangenís,


dice así:

En primeros de Junio se dirigió á esta ciudad, desde la de Pam­


plona, el general francés Lefebvre, con unos ocho mil hombres de
infantería y 900 caballos. Ocupó con breve resistencia á Tudela, y
tomó el camino de Mallén. En las inmediaciones de este pueblo se
le opusieron á su marcha algunos aragoneses nuevamente alistados
y sin ninguna instrucción militar, pues la escasez del tiempo no ha­
bía permitido la recibieran. No parece que,se escogió buena posi­
ción, con respecto á la clase de tropa que teníamos, y así el enemi­
go triunfó con facilidad, y se adelantó hasta Alagón, distante cuatro
leguas de la capital.
El pueblo de Zaragoza, que consultando á su fortaleza creía con
dificultad que el enemigo se adelantaría hasta dar vista á sus cam­
pos, se conmovió, tocó generala, y obligó á armarse á todos, siendo
más peligroso para los cobardes el esconderse de este arrebato que
el presentarse al enemigo.
El general condujo á este valiente tropel que Jamás debió atacar;
pero el ardor del pueblo no dio lugar á ser dirigido por su Jefe.
Presentóse nuestra gente al enemigo, el que se detuvo en su
marcha, y le esperó en buena ordenanza. El terreno, que era llano
y de ninguna manera á propósito para gente sin disciplina; la im­
ponderable ventaja de tener el enemigo caballería y artillería vo­
lante, fué la causa de que se malograra la acción, en la que sostu­
vieron heroicamente la retirada los Fusileros y Voluntarios del Rey-
no, con pérdida considerable respecto á su corto número.
Algunos generales franceses han opinado que Lefebvre perdió la
ocasión de entrar en Zaragoza, por no haber seguido el alcance des­
pués de la victoria: no es fácil prever lo que podía haber sucedido;
pero con la gente que traía no podía sostenerse, aun cuando la hu­
biese ocupado, y mucho menos afianzarla obediencia del Reyno to­
mada la capital, como también han querido persuadirse los ene­
migos.
Ninguno que conozca los aragoneses creería que pueden ser con­
quistados por 8.000 franceses. Lo que sí pudo hacer fué apoderar­
se de algunos edificios exteriores, contiguos á la ciudad, donde alo­
jar toda ó la mayor parte de su gente.
El dia 1.9 de Junio atacó á esta ciudad. En el día 14 so fortifica-
INFORME REFERENTE. 6 7 3

ron mal alganos puntos exteriores, y apenas se pudieron tomar pre-


cauciones por el recinto de la ciudad. En dos puntos del canal fué
donde los franceses encontraron la primera resistencia á su ataque;
¡pero sólo una parte de éstos combatió en esta dirección!, dispersán-
dose en derechura la otra á la puerta que llaman del Portillo por el
camino de Aragón; así es que se llegó á pelear á un tiempo en pun-
tos exteriores y en las puertas de la ciudad. Los franceses que en-
traron en ella fueron muertos por algunos paisanos y soldados que
peleaban sin orden; los cañones, servidos por los primeros que se
hallaban cerca de ellos. Todos mandaban y todos obedecían; pero
todos iban á un fin, que era el de vencer á los franceses. Esta es la
razón por que, á pesar del desorden inevitable que hubo, se consi-
guió la victoria. Viendo Lefebvre la inutilidad de su mal dirigido ata-
que, desistió de él con la misma ligereza con que lo había empren-
dido, y apostó su gente en una altura fuera del alcance del cañón.
Zaragoza quedaba libre de franceses, pero con cortísimos auxi-
lios para sostener el sitio: ningún cañón de grueso calibre, ninguna
tropa para hacer salidas é inutilizar los trabajos del enemigo, y sin
ninguna obra de fortificación; sus muros eran débiles tapias, y sus
huertas otras tantas brechas. Mas el pueblo y su jefe resolvieron no
rendirse, y si aquél no tenía bastante disciplina para pelear en el
«ampo, tenía todo el patriotismo de Numancia para defender á pal-
mos el terreno de la ciudad.
El general salió de ella el día 15 para recoger tropa y demás
-auxilios necesarios para el sitio, como igualmente para defender lo
restante del reino en el caso de ser perdida la capital; pudo reunir
de 1.200 á 1.400 hombres de tropa, que venía de Madrid y otros pa-
rajes ocupados por franceses, á cuyo número se añadió algunos de
los tercios aragoneses que estaban en Calatayud. Con esta gente se
intentó atacar á los franceses, teniendo que ceder el general á lo que
el pueblo deseaba, á pesar de conocer que militarmente no convenía.
En consecuencia, caminó el pequeño ejército á Epila, teniendo
que organizarse sobre la misma marcha. Al día siguiente se deter-
minó ir á ocupar el punto de La Muela, con cuya maniobra queda-
ba el ejército francés entre nosotros y la plaza. No dio lugar el ene-
migo á que ocupáramos dicho punto, y se puede decir que nos sor-
prendió en Epila, obligándonos á pelear por la noche con grandísi-
ma desventaja, por su superioridad en el arreglo y disciplina. Sin
•embargo, hubo más defensa que la que se podía esperar, y pudo el
general francés, que mandó la acción en persona, conocer que se
674 IIISTOUIA

iba aproximando el tiempo en el que nuestros aragoneses, uniendo


el entusiasmo á la disciplina, se harían invencibles.
Nuestro general trató de evitar un nuevo combate, y con lo más
escogido de la tropa,que se reunió después déla acción en Calatayud,
se vino & Zaragoza, con mucho peligro de ser atacado en su marcha.
Mientras esto pasaba, los franceses recibieron considerables re-
fuerzos de gente, y trataron de irse apoderando de los muchos pues-
tos militares que ofrece la campiña de Zaragoza, cubierta de oliva-
res y casas de campo.
En esta operación anduvieron circunspectos, pero al fln se apo-
deraron de algunos puestos, y entre otros, del importantísimo de To-
rrero, con ediflcios grandes de cuartel, que domina completísima-
mente la ciudad, distante de ella sólo un cuarto de legua. Después
de esta operación, y a no tuvo más comunicación la ciudad que de
la parte del Norte.
Nosotros trabajamos en este tiempo en poner la plaza en estado
de defensa: se construyeron baterías de sacos de tierra delante de
las puertas, y en las tapias y edificios intermedios que eran nues-
tras cortinas, se abrieron aspilleras para la fusilería. Algunos edifi-
cios exteriores se demolieron; otros se quemaron, y algunos fueron
ocupados por el enemigo. Es constante que si la plaza hubiera sido
puramente militar, no se defendiera hasta el extremo que hemos vis-
to. Pero á un pueblo valiente que no quiere sufrir un yugo injusto,
y que sienta por principio que es un traidor el que trate de capitu-
lar, se le puede destruir, pero no esclavizar.
Los franceses ensalzan la constancia del gobernador de La Ro-
chela, sitiada por el cardenal Richelieu: este gobernador puso un
cuchillo sobre la mesa de la casa consistorial para matar al prime-
ro que tratara de rendirse. A pesar del cuchillo y la mesa. La lío-
chela capituló. El sitio de Zaragoza sólo es comparable con alguno
de los de la antigüedad; los modernos no ofrecen ejemplar igual: lo
que prueba que los aragoneses de ahora son los mismos que los que
tanto quehacer dieron á los invencibles romanos.
Los días siguientes continuaron los franceses estrechando el sitio,
cuya operación no dejó de ser sangrienta, y ocasionó parciales, pero
muy repetidos ataques. Nosotros recibimos algunos refuerzos de
tropa, como el regimiento de Extremadura, con 400 plazas, algunos
soldados dispersos ó en pequeñas partidas y algunos artilleros. En
esto al punto llegaron 200 milicianos de Logroño, que habían estado
agregados á la artillería en Barcelona. Muy poco sabían; el valor y
INFORME REFERENTE 675

patriotismo los hizo esperar de cerca al enemigo, y en su consecuen-


cia apuntaron bien.
Permítase á un oficial de este cuerpo hacer mención de un arti-
llero que, estando mortalmente herido y casi examine, haciendo un
esfuerzo heroico, dirigiéndose á sus compañeros, dijo: «Muero con-
tento, pues muero al pie de mi cañón; seguid el fuego, y que siem-
pre campeen los artilleros.»
Por orden del general se condujeron de Lérida dos cañones de
2-1 y algunas granadas de las que carecíamos. Al enemigo todo le
sobraba, porque sacaba las municiones del inmenso depósito de
Pamplona. Nosotros de todo carecíamos, porque, ocupados los pun
tos de Pamplona y de Barcelona, no teníamos adonde acudir.
Para que no nos faltara ningún género de gloria, no nos faltó
ningún género de trabajo. Se nos voló un almacén de pólvora, des-
truyendo un edificio grande y sólido, y sus ruinas una porción de
casas inmediatas.
Eü este estado estaba la plaza, cuando el general francés recibió
de Pamplona obuses, morteros y cañones de á 12, que creyó sufi-
cientes para nuestras miserables defensas. Se puede asegurar que
los generales y soldados del Emperador creyeron siempre quiméri-
co el proyecto de que los ciudadanos libres de Zaragoza se enterra-
ran en las ruinas de la ciudad, primero que perder su independen-
cia, y cuando más, lo.s miraron como valientes militares; bajo este
aspecto no presentaban más que unos despreciables obstáculos; pero
bajo el otro, un jefe, una guarnición y un vecindario que habían
determinado y jurado morir antes que recibir el yugo que se los
preparaba. Para atacar á una semejante ciudad, no hay otro arbi-
trio que traer incomparable mayor número de soldados que de ha-
bitantes, ó reducirlos á cenizas desde afuera.
Principió el enemigo el día 1.° de Julio á bombardear la ciudad^
que ningún edificio tenía á prueba de bomba donde poderse guare-
cer, y por la presura del tiempo y muchedumbre de cosas á que te-
nían que atender el general y demás jefes, no les habían permitido
poner ni aun unos miserables blindajes.
Arrojaron 1.200 entre granadas > bombas; la mayor parte de
aquéllas, por esta razón y haberlas dirigido por toda la extensión
de la ciudad, no hicieron daño considerable á la batería que cubría
la Puerta del Portillo, y el Castillo, que es un cuartel con un simple
foso, se dirigió su ataque de bombardeo como puntos que se querían
ocupar.
676 HISTORIA

A pesar de no haber manifestado el enemigo un grande acierto


en el servicio de la artillería, como la batería tenía á su espalda un
grande edificio, el rebote de las granadas al recinto de aquélla hizo
muy sangrienta la acción. Hubimos 41 artilleros entre muertos y
heridos, algunos oficiales de infantería, y bastante número de sol-
dados, igualmente que valientes zaragozanos, que por celo fueron á
la defensa de este punto.
A pesar del vivo fuego del enemigo, en medio de él se recompuso
la batería varias veces y se puso en disposición de servir el ataque
del día 2.
Al amanecer salió de la batería enemiga, que llamaban de la
Bernardona, distante un tiro de fusil de la nuestra, una columna de
infantería francesa; excelente tropa, compuesta en gran parte de la
Guardia Imperial, estando todo lo restante del ejército enemigo en
disposición de protegerla y de aprovecharse de la victoria en el caso
de que atacara con suceso; con bayoneta calada y sin disparar un
tiro, se dirigió esta columna hacia nuestra batería. Luego que llegó j
á ponerse al frente del Castillo, que la cogía en flanco, sufrió algunas |
descargas de metralla y un fuego vivísimo de fusil. A pesar de las i
amenazas y esfuerzos de los oficiales, echaron á huir con el mayor
desorden, y pagaron la ligereza de meterse entre tres fuegos, diri- '
giendo su ataque contra toda regla militar, pues el punto que qui-
sieron ocupar era un extremo de la ciudad, y no el centro, que era
el punto verdadero de ataque. '
El general francés ordenó otro contra la Puerta del Carmen, para
enmendar el primero. Esta puerta no tenía más defensa que una ba-
tería de sacos de tierra, con un foso poco ancho y profundo, y á los
costados de ella algunas aspilleras para la fusilería; estaba situada
en centro de tres caminos, defendiendo muy bien las aspilleras los
dos colaterales, pero muy oblicuamente el del centro. Si á esto se
añade que en esta dirección podía venir el enemigo á cubierto hasta
casi medio tiro de fusil, se verá que no puede darse una batería más
fácil do tomar á la arma blanca, en que dicen sobresalen tanto los
franceses, como la nuestra del Carmen. Mas, sin embargo, no fué
forzada, por lo que es preciso confesar que ó estos franceses no son
los camaradas de los decantados Jena y Austerlitz, ó que nos faltan
planos exactos de estas famosas batallas.
Frustrados estos dos ataques, trataron de estrechar las líneas, y
se fueron avanzando hacia el recinto, construyendo una especie de
línea de contravalación, que por algunas partes no distaba de la
INFORME REFERENTE 677

ciudad sino un tiro de pistola^ tanto para ponerse á cubierto de núes •


tros fuegos, como para rechazarnos mejor en el caso de alguna sa
lida; temor vano, porque nuestra guarnición era corta, y aunque
algunos paisanos y soldados, con permiso del general que no pudo
contener su arrojo, intentaron apoderarse del punto de Torrero, los
franceses, por su mayor número y mejor situación, los hicieron ce-
der de la empresa. Se determinó, pues, de no hacer salida ninguna,
y morir ó vencer en el recinto de la plaza, es decir, en las mismas
circunstancias en que un gobernador militar, según las máximas
modernas, dicen que caidtula con honor.
Entretanto, el enemigo hacía venir un sin fin de municiones de
Pamplona, con una cantidad prodigiosa de artillería, y mientras se
verificaba su llegada, intentó y consiguió el bloquearnos, quitándo-
nos la única comunicación que teníamos.
Para esto, echó un puente en el Ebro; nosotros nos opusimos á
esta operación, como igualmente á que adelantara sus tropas des-
pués de conseguida; pero su mucha caballería respecto á la nuestra,
y la ventaja del número de infantería, pues tenía ya de diez á doce
mil hombres, motivó el no impedirlo. En seguida quemó los moli-
nos, taló los campos, levantó contribuciones en los pueblos de la
orilla opuesta, y nos privó de las municiones de boca y de guerra.
No desmayó por esto nuestro general, la guarnición ni el vecinda-
rio, y cada dificultad ofrecía nuevo recurso. En defecto de molinos
se establecieron tahonas (cosa nueva en el p a í s \ y la pólvora, que
escaseaba, se construyó dentro de la misma ciudad.
Se sabe que en tiempo de la Revolución francesa discurrieron
algunos sabios recursos para la pronta fabricación de la pólvora y
para suplir algunos de sus ingredientes. No les hemos sido inferio-
res en este caso, y creemos ser la primera plaza sitiada en la que
se haya tratado, en medio del fuego enemigo, de elaborar esta mu-
nición dentro de su recinto.
También por escasear las balas de á 24, aprovechamos los cascos
de las bombas enemigas; se iba á plantear su fundición.
Principió á escasear el pan; desde el general hasta el último ve-
cino y soldado le comieron de munición; á nadie se le oyó quejarse,
y cada privación, cada riesgo, avivaba más el odio contra el ene
migo, que, traj'endo, según decía, la feficidad á nuestra España
principiaba por quitarnos todos los derechos y por instantes á los
ojos de todas las naciones.
Cercada que fué la plaza, trataron de estrecharla igualmente por
678 HISTORIA

la parte de Norte, hacia el Arrabal; nuestra tropa y paisanos los


rechazaron, siendo siempre inferiores en número, pero no tan com-
pletamente por esta razón, que pudieran dejar una comunicación
libre.
Considérese nuestra situación: un inmenso vecindario con muy
pocos comestibles y muy pocas esperanzas de tenerlos; cercada casi
á tiro de pistola por todas partes; los socorros, lentísimos, >• quizá
inciertos; amenazado de un nuevo bombardeo y de unos nuevos ge-
nerales ataques con la mejor tropa francesa qae poco ha había He
gado del Norte; sin hallar un albergne seguro para los niños y en •
fermos; que se considere un pueblo en esta situación, viendo además
continuamente entrar sobre parihuelas los muertos y heridos que
había en las escaramuzas diarias con el enemigo, y, sin embargo,
ninguno triste, todos llenos de suma confianza en que Dios protegía
nuestra justa causa, que no podía menos de darnos la victoria. Así
es que á los oficiales que el pueblo creía más inteligentes, jamás les
preguntaba ¿cuándo estamos en el caso de capitular?, sino ¿cuándo
se marcharán los franceses?
Entretanto se acercaba el día 4 de Agosto, día de honor y gloria
eterna para Zaragoza y para toda la España. Esperamos los zara-
gozanos que nuestro ejemplo será imitado por todas las ciudades de
la Península que tengan competente vecindario; no puede haber
excusa; para el que trata de vencer ó morir, nada hay imposible.
Empezó la noche del 2 de Agosto el segundo bombardeo, con
muj'' pocas granadas. No se ha podido llevar cuenta del número de
bombas, pero seguramente pasan de siete mil, dirigidas casi todas
-siguiendo la línea de la Puerta de Santa Engracia al río, en cuya
dirección ejecutaron el ataque; muchas de las bombas cayeron en el
Hospital, y ohligaron á los infelices enfermos á abandonar sus ca-
mas y salir sin saber á donde, pues por casi todas partes había que
temer la muerte. Los heridos en defensa de la patria, en lugar de
hallar la comodidad y quietud, tan necesarias á su interesante res-
tablecimiento, se vieron de nuevo expuestos á perecer, no teniendo
ni aun el consuelo de morir con las armas en la mano; los padres y
madres de familia abrazados con sus hijos, llevándolos á barrios de
la ciudad menos expuestos al bombardeo, principiando y a desde la
infancia á padecer de la regeneración que se nos preparaba.
Las varoniles zaragozanas haciendo ver, á pesar de estos horro-
res, que quizá menos que nosotros pueden sufrir la injusticia, se las
veía correr presurosas á llevar refrescos á los defensores de las ba-_
INFORME REFERENTE 679

terías, socorrer en medio del faego á los heridos, consolar á éstos


con toda la ternura propia de su sexo, maldiciendo al mismo tiempo
de un enemigo que sólo por ambición venía á privarlas de su padre,
de su hijo ó de su amante.
Puesta ya la ciudad en el punto de desolación y de abatimiento
-que creyeron los enemigos necesario para no poder resistir al ata-
que, principiaron éste el día 4, poco después de haber amanecido;
hicieron un fuego vivísimo de bala rasa, de granadas y de fusil á
nuestra batería; se les respondió siempre con ardor y acierto. l/os
. -que saben que el que ataca puede reunir sus fuegos en aquel punto
que tiene por conveniente, mientras que el que se defiende tiene
posiciones de las que no puede excederse, no extrañarán que al fin
apagaran nuestros fuegos.
Hecho esto, se introdujeron por las tapias colaterales de las ba-
terías del Carmen y de Santa Engracia; la tropa que las guarnecía
tuvo que replegarse después de un ataque de cuatro horas; pero en
lugar de huir y entregar la ciudad, después de perdidas ambas
puertas, se retiraron nuestros defensores á las cortaduras que había
detrás de ellas. Principió un nuevo combate con gran pérdida de
los enemigos, los que, después de vencidos estos obstáculos, se ade-
lantaron hasta el Coso.
Se daba el enemigo por suj'^a la ciudad; pero todavía había ara-
-goneses que vencer. Desde un extremo y otro del Coso se les hizo
un fuego vivísimo y se les obligó á retirarse casi hasta la misma
embocadura de la calle de Santa Engracia. No se crea que fué sólo
á algunos franceses dispersos: fué á columnas enteras con sus oficia-
les. El general Verdier, comandante del sitio, estaba en esta oca-
sión dando sus órdenes desde el convento de San Francisco.
En las casas que entraron los franceses usaron completísima-
mente del derecho de vencedores, tanto más cuanto este terrible
ataque, en el que habían puesto toda su confianza, les hizo conocer
no ser suficiente para enseflorarse de toda la ciudad; y siendo tan
pequeña parte la que ocupaban con pérdida tan considerable, re-
nunciaron al proyecto de ser dueños de Zaragoza, tantas veces to-
mada en sus papeles.
Quedaron, pues, los franceses en la noche del 4 apoderados de
una séptima escasa parte de la ciudad.
En todas las bocascalles del círculo ocupado por ellos pusieron
cañones, haciendo baterías con colchones j sacas de lana. Por
.nuestra parte se hizo igual operación; y á cada cañón francés se
680 HISTORIA

opuso otro español, sin olvidar por esto tener baterías de reserva en
las casas y calles principales.
El día 5 esperábamos un nuevo ataque general, siendo nuestro
mayor dolor que ya se había consumido todo el repuesto de pólvora
y cartuchos. A pesar de esto, nadie trató de rendirse. ¿En qué esta-
ba la esperanza? En que aguardábamos por momentos un convoy
con víveres y municiones y un refuerzo de 3.000 hombres, com-
puesto de un batallón de Guardias españolas, algunos Suizos y Vo-
luntarios de Aragón, y mientras tanto, teníamos arma blanca y la.
confianza en la Virgen del Pilar.
Xo atacó el enemigó y nos llegó el refuerzo. Ea los días siguien-
tes tratai'on los franceses de adelantarse por algunos puntos, y en
consecuencia, su artillería se batió con la nuestra á tan corta dis-
tancia como se deja ver. Algunos ediflcios, desde los cuales se les
hacía fuego, los cañonearon, como también la cruz llamada del
Coso (monumento de nuestra piedad}, sin otro objeto que el de ha-
cer daño precisamente. Hubo repetidos ataques y continuo tiroteo,
moviéndole por parte de los franceses el quererse apoderar de al-
gunos ediflcios antiguos. Se llegó á pelear dentro de las mismas ca-
sas, en algunas de las cuales horadando las paredes. De cuando en
cuando tiraban algunas bombas y balas rasas á la parte de la ciu-
dad que no habían ocupado.
A pesar de todas sus tentativas y esfuerzos para internarse en
lo restante de la plaza, ha sido, y no sin gran fundamento, la opi-
nión de muchos, de que, frustrado el memorable ataque del día 4,
los generales Verdier y Lefebvi-e conocieron la imposibilidad de do-
minarnos.
Por consiguiente, el haber incendiado muchas de las casas, con-
ventos y el antiguo y célebre Hospital general, no puede proceder
sino de un pueril é inhumano desquite, harto indigno de la decan-
tada generosidad de sus ejércitos.
El día 8 hubo un Consejo de guerra para tratar del estado de la
ciudad; su resultado fué decretar que se hiciesen tres cortaduras en
lo restante de ella, y que cada una se defendiera con el valor acos-
tumbrado; que si por desgracia fueran forzadas, el pueblo saliera
por la puerta opuesta á la de Santa Engracia, que es la inmediata
al Ebro; se retirara al arrabal, y desde allí defender ó cortar el
puente. Esta heroica resolución fué aplaudida del pueblo, que ja-
más pensó en otra cosa.
En las calles inmediatas á las ocupadas por los franceses, se
INFORME REFERENTEJ 681

veían los ciudadanos quietamente habitar sus casas y ejercer sus


oficios, y jamás se ha hecho un sacrificio á la patria con más sere-
nidad y alegría, como la pérdida de la vijia y bienes de muchos de
nuestros conciudadanos.
«Mi casa, decía nn artesano que la había perdido, es ladrillo y
yeso, que se encuentra en cualquiera parte; pero me queda la vida
para emplearla en la defensa de la patria.» Vimos arder una parte
de la ciudad; se procuró atacar el fuego en medio de las balas de
fusil y de cañón; en algunas partes se logró el intento, y en otras no
se pudo conseguir. Esta nueva aflicción, en vez de producir el des-
aliento, motivó una orden para no dar el cuartel..
En esta situación se hallaba Zaragoza esperando por instantes
el socorro de G á 8.000 hombres que enviaba la Junta de Valencia,
á los que debían reunirse 10.000 aragoneses.
Viendo los enemigos la imposibilidad de internarse en la ciu-
dad, teniendo por otra parte noticia de la aproximación del ejérci-
to, trataron de retirarse.
En la noche en que se disponían para hacerlo, nuestra tropa, por
un movimiento involuntario j sin consultar con nadie, tocó la ge-
nerala. Fué un oficial comisionado por nuestro general para infor-
marse del motivo de aquella alarma y tomar en consecuencia las
providencias oportunas. Halló que nuestras tropas obligaban ya á
evacuar la plaza á los enemigos, como se verificó enteramente.
¡Así se terminó el sitio memorable de Zaragoza, con un nuevo
testimonio del valor de los españoles, á cuyo patriotismo y deseo
de su libertad é independencia en vano se oponen falanjes vence-
doras de esclavos disciplinados!
A N T O N I O DE S A N G E X Í S .

COLTÜRi. • ''^
REVISTA BlBLIOGRrtFICfl

MISTORin b E E S P A Ñ A . - E ü f l O nEülfl

Bibliografía general.

R \ F A E L BALLESTEE T CASTELL, doctor en Historia: Las fuentes


narrativas de la Historia de España durante la EdadMedia {417-
1474). Un volumen en 8." prolongado, de a^l páginas. Palma de
Mallorca. Tipolitografía de Amengual y Montaner, 1908.

El autor se propone modestamente, según dice en el prólogo,


«ofrecer un sencillo bosquejo de la historiografía española, clasifi-
car y metodizar en un solo cuerpo los múltiples trabajos de que ha
sido objeto, con el ün de contribuir á la formación de un repertorio •!
bibliográfico de las fuentes narrativas de la Historia de España, es i
decir, de aquellos escritos cuyos autores se propusieron contar la ,
historia de su tiempo ó de una época determinada, anales, crónicas
particulares ó universales bibliografías, etc.: tal es el objeto de estos
apuntes».
Aun circunscribiéndose á este campo, prescindiendo de recopilar
los datos biográficos y bibliográficos de los escritores cuyas obras
no han llegado hasta nosotros ó permanecen inéditas ó sin verter al
castellano, ni de las obras de los escritores posteriores que estudian
y critican las producciones históricas medioevales, la labor del se-
ñor Ballester es meritoria.
Ciertamente que á los especialistas poco ha de enseñarles, pues el
Sr. Ballester se limita á dar en la mayor parte de los casos noticia
de los juicios formulados por escritores de valía, ya conocidos; pero,
en cambio, su obra, apreciable ensayo atendida la dificultad de la
materia, puede servir de guía al que quiera iniciarse en la investi-
gación directa y aprovechamiento de las fuentes medioevales.
La clasificación de las fuentes está, en general, bien hecha, y la
REVISTA RIBLIOGRÁFICA 683

información es bastante copiosa; de elogiar es, además, que haya


dado entrada en el cuadro á la exposición y juicio de las fuentes
que llama catalano-aragonesas; tres capítulos dedica á este estudio,
que por primera vez aparece sistematizado en un libro elemental.
Ofrece el autor dar otro tomo con las fnentes narrativas de la
Historia de España durante la Edad Moderna; labor es ésta más ex-
tensa y de más empeño, aunque tiene, en cambio, la ventaja de que
hay más obras que tratan de estas materias, algunas tan estimables
como las de Menéndez Pidal y de Cirot.

Publicación de textos inéditos.


R . P . D . LUCIANO SEKEANO: Fuentes iiara la historia de Castilla

•por los PP. Benedictinos Tomo II. Cartulario


de Silos. del Infan-

tado de Covarrubias. Un volumen en 4 . ° , de 4 0 0 páginas, 10 pe-


setas. Cuesta, editor. Valladolid, 1 9 0 7 .

En 1 9 0 6 comenzó el P . Serrano la meritisima labor-de publicar


las fuentes para la historia de Castilla, dando á luz el Cartulario de
San Salvador del Moral, del cual me ocupé en el fascículo de Agos-
to de 1 9 0 7 de CULTURA ESPASOLA; al siguiente año, aparecía el
tomo II de esta colección, formado por el Cartulario del Infantado
de Covarrubias, debido al celo del mismo autor.
Inútil me parece encarecer la trascendencia de estas labores, de
mayor importancia aún por los estudios que pueden basarse en el
conocimiento de los documentos inéditos, que por trazar la historia
de la entidad ó corporación A que pertenecen. Y cuenta que el In-
fantado de Covarrubias, según se desprende de la lectura del eru-
dito y bien escrito estudio preliminar que precede al Cartulario, es
un curioso ejemplo de organización autónoma medioeval, un verda-
dero Estado dentro de otro Estado; el conde de Castilla Garci-Fer-
nández creó el Infantado para su hija Urraca, el 24 de Noviembre
del año 9 7 8 , al tomar ésta ante la corte, de manos del obispo Luci-
dlo, el hábito de religiosa; el Infantado debía ser un reino en mi-
niatura, un feudo eclesiástico-civil, y había de recaer en las hijas
de los condes de Castilla que abrazasen el estado monástico ó qui-
sieran vivir apartadas del mundo y entregadas á la vida devota; tal
sucede con otra doña Urraca, hija de Fernando I de Castilla, y con
•doña Sancha, nieta de Alfonso VI; después dejó de tener este eu-
6 8 4 HISTORIA.

riosísimo carácter de feudo femenmo real, y, puesto bajo la protec-


ción directa del Papa, sigue la suerte común de las abadías de su
época, siendo el primer abad el príncipe D. Felipe, hijo de Fernan-
do III el Santo. No hemos de seguir la historia de esta abadía, aná-
loga á las de otras muchas españolas; desmembrada á veces, soste
niendo frecuentes pleitos con los obispos vecinos, llega hasta el
Concordato de 1851, en que se suprime el cabildo.
El Cartulario comprende 3.33 documentos, desde el año 950 al
1513; proceden de varios archivos: del Catedral de Burgos, del His-
tórico Nacional, del de la Colegial, Municipal y Abacial de Covarru-
bias. No todos aparecen publicados íntegros; de algunos, los más
modernos ó menos importantes, se dan tan sólo amplios extractos,
supiimiendo las fórmulas cancillerescas y notariales, que son farra-
gosas y extensas; este criterio es el recomendado por quienes se
ocupan en estas labores transcriptorias.
Cuando se publicó el primer tomo de esta colección, apunté al-
gunas observaciones que lamento no se hayan subsanado en el se-
gundo, no por ser ideas mías, sino porque son perfeccionamientos
que mejoran las publicaciones, aunque, como éstas, se haya hecho
con gran pericia y cuidado; no hay índice general de los documen-
tos, que á poca costa pudiera haberse hecho, y así ocurre que quien
desee estudiar los de una clase, v. gr., testamentos, ha de ir repa-
sando el tomo hoja por hoja; no hay índice por procedencias de los
documentos, que no es ocioso á veces; en el índice de nombres sólo
figuran los de los papas, obispos, soberanos, monasterios y abadías,
y debieran estar todos cuantos intervienen en los documentos pu-
blicados, lo cual sólo hubiera aumentado el tomo en algunas pági-
nas, pudiendo así prestar servicios inestimables.
Pequeños lunares son éstos que no aminoran la importancia de
esta publicación, digna de ser recibida por los doctos con entusias-
ta aplauso.
El tomo III comprenderá el Becerro gótico de San Pedro de Cár-
dena, manuscrito del siglo xi, que contiene más de 300 escrituras;r
. llevará introducciones, notas y apéndices.
REVISTA BIBLIOGRÁFICA 685

3ÍAFAEL D E Ü R E Ñ A y ADOLFO BoNiLLA DE SAN MARTÍN, Catedráticos


de la Universidad Central; Fuero de Usagre (siglo XIII), anotado
con las variantes del de Cdceres y seguido de varios apéndices y
un glosario. Un volumen de 324 páginas y dos facsímiles, 8 pese-
tas. Madrid, Hijos de Reus, editores, 1907.

Los Sres. Ureña y Bonilla han comenzado con este libro la pu-
blicación de una Biblioteca jurídica española anterior al siglo XIX,
encaminada á dar á conocer los materiales jurídicos inéditos ó cu-
yas ediciones son raras ó deficientes. Este primer tomo contiene la
publicación de uno de los fueros más típicos del siglo xiii, el de
Usagre, concedido á esta vüla por el Maestre D. Pelay Correa, y la
Orden de Santiago entre el 1242 y 1275.
Aunque no puede decirse que el Fuero de Usagre fuese inédito
en absoluto, pues en 1883 había publicado parte de él el Sr. Vignau
en la Revista de Archivos, dicha publicación quedó interrumpida;
la edición del Fuero de Oáceres (del que el de Usagre es traslado,
según dicen los editores en el prólogo), publicada en el siglo x v i i
por D. Pedro de UUoa, ha venido á ser rara y además no satisface
las exigencias actuales de la crítica histórica; razones que han mo-
vido á los Sres. Ureña y Bonilla á emprender la publicación del de
Usagre, poniendo las variantes que hay entre éste y el de Cáceres,
con lo caal puede decirse que están en un volumen mismo ambos
fueros.
Con muy buen acuerdo, á mi juicio, han conservado los trans-
eriptores la ortografía original del fuero, rompiendo con la práctica
seguida por algunos de reformarla, modernizándola al transcribir;
sirven tales textos legales, no sólo al jurista, mas también al filólogo
é historiador, y éstos desean poder utilizar los materiales sin adobo
ni mudanza; lo único que han modificado ha sido la puntuación de
los textos, para su mejor inteligencia, y desde luego han hecho la
versión de las siglas, indispensable en toda labor transcriptoria.
La vaha de este fuero es grande, no sólo por su antigüedad, sino
por su extensión y contenido; forma un código en que se refleja la
organización social, las costumbres, etc.; es, por tanto, fuente his-
tórica importantísima para el estudio de esta época,
' Los editores dan en apéndices el Fuero latino y los capítulos del
romanceado de Cáceres que no copió el de Usagre; ambos textos.
686 HISTORIA

según la edición de Ulloa; facilita su estudio comparativo el índice


de ambos á dos columnas.
Pone fln al tomo el Glosario de los vocablos de inteligencia difí-
cil ó dudosa.

MANUEL MORA GAUDÓ, Profesor de la Facultad de Filosofía y Le-


tras en la Universidad de Zaragoza: Ordinaciones de la ciudad
de garagoca. Transcripción, prólogo y notas; 2 volúmenes (to-
mos IV y V de la Colección de documentos para el estudio de la
historia de Aragón). Zaragoza,, tipografía de M. Escar, 1908.

Los dos volúmenes comprenden las ordenanzas de Zaragoza du-


rante la Edad Media: forman la serie las de Jaime II (1311J, Juan I
(1391), Fernando I (1413), Alfonso V (1415 y siguientes), y doña
María, su esposa (1442); de éstas, sólo la de Juan I estaba publicada
en la Colección de documentos inéditos del Archivo de la Corona rf.;
Aragón, tomo VIII, página 341.
El Sr. Mora, después de prolijas buscas en los Archivos Históri-
co-Xacional, de la Corona de Aragón, Academia de la Historia y
Sección de Ms. de la Biblioteca Nacional, ha podido transcribir cui-
dadosamente estos interesantísimos documentos que ahora publica;
además de las Ordenanzas citadas, inserta el autor buen número de
documentos inéditos que aclaran, modifican ó confirman lo estatuido
en ellas; pueden, pues, servir estos volúmenes para estudiar el regí
men municipal de Zaragoza en una de sus más interesantes fases,
pues en las últimas ordenanzas que publica se establece el nuevo ré-
gimen de insaculación ó del saco, y entra en una nueva etapa la or-
ganización municipal.
A la publicación de los códices precede un largo prólogo de
190 páginas, en donde el Sr. Mora expone y comenta las disposicio-
nes más notables de las Ordenanzas y traza el cuadro de la organi -
zación municipal, délos cargos, sus atribuciones, salarios y respon-
sabilidades; es un estudio muy interesante y bien trazado, cuya
lectura puede ser agradable aun para las personas ajenas á los es
tudios históricos.
Del libro ha hecho el Sr. Mora dos ediciones: una lujosa, de gran
tamaño, en papel de hilo, y la corriente; acreditan ambas su buen
gusto y la pericia tipográfica del impresor zaragozano Sr. Escar.
REVISTA BIBLIOGRÁFICA 687

ERANCISCO MoNSALVATJE T P o s s A S : ColeccióH diplomática del Con-


dado de Besalú. Tomo V. (Tomo X I X de las Noticias Idstóricas.)
Un volumen de 429 páginas. Gerona, imprenta de E . Simó, 1908.

Forman este tomo V indicaciones de documentos referentes al


Condado de Besalú, desde la unión de la Corona de Aragón á Cas-
tilla hasta nuestros días: el primero es de 1480, y el último de 1908;
el primero tiene el número 2.275; el último, 2.475; comprende,
pues, doscientos documentos.
Xo todos se insertan íntegros; el Sr. Monsalvatje sigue e n este
punto las indicaciones que han hecho los profesionales acerca de
estas publicaciones de documentos relativamente recientes y da am-
plia noticia de ellos, c o n lo cual basta, por regla general,^pues no
hay en los mismos interés filológico que corra parejas con el histó-
rico, y , aun dentro de éste, suelen ser muchos los de un mismo tipo,
y basta c o n l a sustancia de su contenido para que los utilicen l o s
historiadores; consigna siempre la procedencia de ellos, y esta plau-
sible práctica facilita su estudio á los especialistas.
En lo q u e á mi juicio no anduvo tan acertado, es en n o hacer ín-
dice de materias, por lo cual ciertas indicaciones interesantes res-
pecto á documentos antiguos referentes á las Veguerías no se ad-
vierten si no e s pasando el libro hoja por hoja; igual s u c e d e c o n
unas curiosísimas tablas de equivalencias de pesos, medidas y mo-
nedas en distintas épocas y pueblos de Cataluña, de extraordinario
interés para l o s especialistas; cierto e s q u e este índice hubiera sido
muy copioso, y en gran parte repetición d e l libro, pero hubiera fa-
cilitado el manejo de éste. Tiene, en cambio, índices geográfico y
onomástico, que ayudan á suplir la falta del de materias.
Tal es la fecundidad del laborioso y docto editor que son fre-
cuentes las'ocasiones de tributarle, como al presente, justos elogios.
688 HISTORIA

Estudios monográficos.

ExEiQUE DE AGUILERA T GAMBOA, Marqués de Cerralbo: El arzo-


bispo D. Rodrigo Ximénez de Rada y el monasterio de Santa Ma-
ría de Huerta. (Discurso de recepción en la Real Academia de
la Historia. Contestación del Excmo. Sr. D . Juan Catalina Gar-
cía.) Un volumen de 368 páginas, con profusión de grabados.
Madrid. Tipografía Sucesores de Eivadeneyra, 1908.

Forma el discurso un abultado volumen lujosamente editado; no


es sólo pieza oratoria, sino monografía histórica; en la primera de
sus dos partes se estudia la biografía y altos hechos religiosos, mi-
litares é históricos del ilustre Arzobispo; el autor ha puesto de su
parte cuantos medios le sugirió su buen deseo para llenar las lagu-
nas que ofrece la vida de su biografiado, desde que estudia en Pa-
rís y Bolonia hasta que viene á Castilla é inaugura la serie de sus
altos cargos con el obispado de Osma. Por el relato de los sucesos
en que el Arzobispo intervino, créese obligado el autor á referir, se-
gún las fuentes vulgares, algunos tan importantes en la historia
patria como la batalla de las Navas y el comienzo de la construc-
ción de la catedral de Toledo. Forma también parte importante de
esta biografía el juicio de las obras históricas del Arzobispo, quien
adelantándose á l o s demás ingenios de Europa, aun á los italianos,
fué el primero que transformó el cronicón medioeval en libro de
historia trazado con gusto literario y narración bien trabada y com-
puesta. La descripción y estudio arqueológico de los restos del Ar-
zobispo y sus vestiduras, según el autor de visu ha podido hacerlo,
completan la biografía del insigne autor de la primer Historia de
España.
En la segunda parte descríbese con gran detalle el monasterio
de Santa María de Huerta; á que esta descripción sea más completa
contribuyen los planos y dibujos, justamente elogiados, del arqui-
tecto zaragozano D . Félix Navarro, los cuales van en la monogra-
fía reproducidos; con ellos y las fototipias que representan las prin -
cipales partes del famoso monasterio, se forma exacta idea de su
mérito é importancia.
Al final se publica un completo abaciologio y lista de varones
REVISTA BIBLIOGRÁFICA 689

ilustre,?, formada por el P. Cordón con los datos del archivo, hoy
I^erdido, así como la mayor parte de su riquísima biblioteca, merced
& las rapiñas y abandono de la época de la desamortización.

SALVADOR CAERERES ZACORÉS: Tratados entre Castilla y Aragón; su


influencia en la terminación de la Reconquista. Tesis doctoral.
Un folleto de 47 páginas. Valencia, tipografía de M. Pau, 1908.

El Sr. Carreres, abogado valenciano y entusiasta de las glorias


de la antigua Corona de Aragón, al escribir su tesis doctoral para la
Sección de Historia, trata de demostrar que la duración de la Re-
conquista en sus últimos tiempos fué causada por la falta de estímu-
los que tuvo Castilla, desde el momento en que Aragón se apartó de
esta empresa para llevar su acción á las costas de Italia é islas del
Mediterráneo, dejándole encomendada la lucha con la morisma;
Castilla esperó ocasiones favorables para sus guerras con ella, y esto
dilató la empresa, que sólo tuvo rápido y cumplido fin cuando de
nuevo fué á Castiüa la savia aragonesa, representada por el Rey Ca-
tólico.
Para ello examina las consecuencias y cláusulas de los tres tra-
tados medioevales en que se trazan las que llamaríamos hoy zonas
de conquistas é influencia entre Aragón y Castilla. Estos tratados son
los de Tudilen (1151), Cazóla (1179) y Almizra (1244); los dos últimos,
inéditos, según dice el Sr. Carreres; los publica en latín y castella-
no; el de Cazóla tomado del Liber Privilegiorum Ecclesias Toleta-
nae, del Archivo Metropolitano de Toledo, y el otro del Archivo de
la Corona de Aragón, donde está entre los Varios sin catalogar, car-
ta en papel, núm. 127.
No puede achacarse á Aragón el que desamparase á Castilla en su i
lucha con los moros, pues en repetidas ocasiones se vio esta ayuda, '
según el disertante demuestra, cuando dice: «no hay en Aragón una i
sola almena ganada con sangre castellana». La dilación en la Re- i
conquista se debe á que en Castilla no se sintió vivamente ese ideal
y á las discordias intestinas que la devoraron.
Seguramente, tales ideas han de chocar no poco con las domi-
nantes en la materia; todos repiten que la Reconquista fué ideal re-
ligioso y político de España durante ocho siglos; frente á tales afir-
maciones vienen los hechos y textos aducidos por el Sr. Carreres;
69Ü H I S T O R I A

lástima que no trate'con más amplitud el punto, pues ofrece gran


interés y ha de proporcionar sorpresas al que lo estudie desapasio-
nadamente.

FRANCISCO MONSALVATJE y TORRES: Els remenees. Un volumen en


10.", de 16G páginas. (Tirada de 4 0 ejemplares, en papel conché.)
Palafrugell. Imprenta Palé y Compañía, 1 9 0 8 .

La famosa sublevación de los payeses de remenea en tiempos de


D. Juan II de Aragón y Navarra es uno de los sucesos de la histo-
ria de la Corona de Aragón que con más cariño é interés ha sido
tratado por los autores modernos; el carácter popular del alzamien-
to le da cierto atractivo en la hora presente, tan propicia para que
se manifiesten las reivindicaciones obreras, de las cuales parece un
precedente aquel alzamiento. El Sr. Hinojosa, ilustre tratadista de
nuestra historia jurídica medioeval, fué quien últimamente se ocu-
pó en el asunto siguiendo los notables trabajes del ruso Piskorski.
El Sr. Monsalvatje, en su estimable opúsculo, aprovecha estos da-
tos, más los de su propia Colección diplomática y los del Archivo
de la Corona de Aragón, para presentarnos el cuadro vivo de aque-
lla sublevación. Verntallat y la reina doña Juana, la hija del almi-
rante castellano, son las dos figuras pi'incipales en esta contienda;
discrepando de la opinión de algunos escritores, cree el Sr. Mon-
salvatje que Verntallat no era sólo un vulgar agitador violento y
sanguinario, sino que dio muestras de ser hábil político y esforzado
caudillo militar. La figura de la reina es ya más conocida: fué hem-
bra enérgica y esforzada, cual pocas reinas de nuestra historia, y
supo dominar el alzamiento con varonil energía y hábil política.
El autor se detiene especialmente en los episodios de la lucha
que pudiéramos llamar gerundenses y sigue paso á paso las vicisi-
tudes de ella hasta el famoso laudo ó sentencia arbitral del líey Ca-
tólico, que puso fin á la cuestión. El Sr. Monsalvatje aplaude la jus-
ticia, equidad y sabiduría que campean en aquélla, verdadero tim-
bre de gloria del reinado de D . Fernando el Católico.
Lástima que el autor, en vez de editar con gran lujo, aunque en
letra muy pequeña (tipo 6 ) , esta interesante monografía, para repar-
tirla á los amigos, no haya hecho de ella una edición popular.
EDUARDO IBARRA Y RODRÍGUEZ.
Zaragoza, 7 Junio 1909.
REVISTA BIBLIOGRÁFICA 691

A. RUBIO Y LLUCH: Documents per l'historia de la cultura catalana


mig-eval. Volumen I, L'Avenc. Barcelona, 1908, xxxvi-486 pági-
nas, 16 pesetas.

El Sr. Eubió y Lluch expone discretamente en la introducción


sus laudables propósitos y el criterio que informa esta empresa que
comienza tan brillantemente: estudiar los fondos de los archivos ca-
talanes, despojarlos metódicamente y formar colecciones ordena-
das; en vez de documentos solitarios y desperdigados en revistas y
papeles sueltos, los trabajadores podrán encontrar materiales re-
unidos y clasificados por materias.
Este primer tomo está formado con documentos que se refieren
especialmente á las letras y al desarrollo intelectual y artístico de
Cataluña en la época medieval: desde fines del siglo xiii al xv.
Los depósitos aprovechados son, en primer término, como era
de suponer, el gran archivo de la Corona de Aragón, uno de los
más ricos de la Edad Media, organizado de antiguo y admirable-
mente conservado, puesto que ha tenido el raro privilegio de no su- ,
frir destrucciones violentas, por guerras ó incendios, que otros han
sufrido; por excepción se han publicado en este tomo documentos
de la Baylía del Real Patrimonio de Cataluña, del Real Patrimonio
de Mallorca, y de la Claveria común de Valencia y algunos de co-
lecciones diplomáticas y a publicadas; pero en este liltimo caso, se
ha acudido de nuevo á los originales para enmendar algún yerro,
si lo había.
El modo de trabajar del Sr. Rubio me es muy simpático: ha te-
nido la feliz resolución de asociar en sus labores á sus propios dis-
cípulos: la mejor manera, á mi juicio, de establecer tradiciones do
trabajo, y la única eficaz enseñanza para producir historiadores:
excelente organización de trabajo á que debo tender toda empresa,
como ésta lo está, patrocinada por el ilustre y muy prestigioso Ins-
tituto de Estudios Catalanes, centro ejemplar que debía ser imitado
en toda región española que se sienta con virtualidad propia.
En este primer volumen, á cada cual interesará una materia.
Por mi parte, confieso que me han interesado vivamente los mu-
chos documentos referentes á Lulio, los cuales nos informan que
ilamón LuU fué personaje muy distinto de aquel ídolo á quien ado-
692 HISTORIA

ran ciertos fanáticos lulistas, los caales son partidarios de un Lulio


que no existió, y por consecuencia, deben detestar al Lulio real, que
fué como fué, es decir, un hombre que si era ignorante de la len-
gua latina y de las discipliaas filosóficas en boga en las Universi-
des europeas, en cambio era muy docto y entendido en las doctri-
nas neoplatónieas y místicas de los sufíes ó morabitos musulmanes,
entre quienes vivió durante algún tiempo y con quienes disputó; un
filósofo que en Europa apenas era comprendido, aunque hablara en
idioma europeo, y un catalán á quien los moros entendían; y, final-
mente, uu sufi cristiano que organizó en Miramar una medersa mu-
sulmana donde se enseñaba el árabe y las disciplinas teológicas
del islamismo á frayles menores, para que éstos fueran á evangelizar
en tierra de moros (1).
También me han interesado los innumerables documentos en
que se demuestran las aficiones de la Casa Real aragonesa á los li-
bros árabes y judíos, de astrología, agricultura y medicina (2), y
hasta la singular ocurrencia de tener á sueldo en la corte juglares
moros de Játiva (3) que divirtieran al rey y á los cortesanos.
El documento XII nos da noticia de que en Barcelona se ins-
tituyó una notaría especial para redactar instrumentos árabes en la
contratación con los comerciantes que hablasen esa lengua.
A la obra del Sr. Rubio y Lluch sólo me atrevo á hacer • dos ob-
servaciones, no en son de censura, sino por interés que me inspira
la colección: 1." Sobre la conveniencia de economizar trabajo; mien-
tras haya mucho material inédito, no debe republicarse lo publicado
en otras colecciones de fácil consulta, á no ser que los documentos
sean de interés capital y estén mal publicados. 2.*^ Sobre economía
material. El tomo, por su espléndida presentación, resulta caro. No
debe ahorrarse gasto ni esfuerzo en buscar buenas canteras, ni en
sacar cuidadosamente los materiales; pero ¿para qué se han de
transportar los bloques en carruajes de lujo? El tomo, además, está
en rústica, y pide encuademación adecuada; no se puede manejar
mucho sin descoserlo. ¿No valdría más un tamaño manual, un papel
más modesto y una encuademación más fuerte?
En. colecciones de esta clase se debe tender, en primer término.

(1) Vide pág. xviii y los documentos 58, 59, etc., etc.
(2) Documentos 137, íiS, 147. 148, 210, 258, 295, 812, 320, 333, 338, 373, etcéte-
ra, etc.
(8) Documento 100.
REVISTA BIBLIOGRÁFICA 693

á la abundancia y valor del material, al propio tiempo que á la eco­


nomía del acarreo. De ese modo podrán utilizar esa riqueza mayor
número de trabajadores, que es el fin primordial á que se destinan
las colecciones de esa clase.
J. R.
NOTICIAS

Academia de inscripciones y Bellas Letras de París.—El 3 de jVIarzo,


M. Cordier leyó un informe acerca de las antigüedades peruvianas en-
contradas por el capitán Berlhon y que al presente están depositadas
en el ¡Museo de Etnografía del Trocadero. El 30 de Marzo, el presbíte-
ro H. Breuil leyó una Memoria sobre las pinturas rupestres estudiadas
por él en Cretas (Aragón) y Cogul (Lérida).
El librero de Leipsilí Karl, ~W. Hierseman ha publicado un catálogo
de libros, manuscritos, folletos y mapas referentes á América Central
y del Sur, Indias Occidentales y Filipinas, en el que eu parte están en-
globadas las colecciones de los conocidos eruditos W. Reizz y E. W. Mid-
dendorf. Los manuscritos son Interesantísimos, y algunos de gran valor
histórico y literario.
El profesor de la Universidad de Burdeos M. Jules Humbert ha
dado en la Facultad de Letras un curso libre, subvencionado por la Cá-
mara de Comercio de dicha ciudad, sobre Historia, civilización y coloni-
zación de la América latina.
Durante el curso, inaugurado el 20 de Febrero, ha expuesto las si-
guientes cuestiones:
I. Población indígena de las Antillas y del Continente americano.
Costumbres, creencias, industrias, relaciones comerciales con los pue-
blos civilizados.
Los profetas civilizadores de los mejicanos, los muyscas y los peru-
vianos.
II. Ojeada general sobre el descubrimiento y la conquista. L a colo-
nización á mano armada. La colonización pacífica.
El comercio de los españoles y los portugueses en sus colonias de
América. Historia de una gran Compañía comercial en el siglo x v i i i . (La
Beal Compañía Guipuzcoana de Caracas.)
La sociedad americana bajo la dominación española, Una ciudad
americana en el siglo x v i i i . Los orígenes del movimiento revolucionario
de 1810.
¿Por qué se han frustrado los proyectos de colonización de los españo-
les y los portugueses? Lecciones que de otros fracasos deben deducir las
modernas naciones colonizadoras.
- 4 - L a cátedra de Americanismo, fundada en el Colegio de Francia por
NOTICIAS 695

•e' duque de Loubat, ha sido provista, por muerte prematura de M. Le-


jal, en el notable antropólogo Dr. Capitán.
La Real Academia de la Historia celebró el día 17 de Mayo sesión
pública para dar posesión de plaza de número al académico electo don
Antonio Blázquez y Delgado-Aguilera, que ocupa la vacante producida
por la defunción del marqués de Ayerbe.
Hace muchos años que la Academia de la Historia abrió un concurso
para premiar al autor de un mapa de España á fines del siglo xvi.
Al ingresar en la docta Corporación el Sr. Blázquez, enamorado de
esos estudios, en los que tan justa reputación ha conquistado, ha queri
do contribuir á realizar aquel pensamiento, estudiando las «Fuentes y
materiales que existen para hacer la descripción y mapa de España en
el mencionado siglo xvi».
La enumeración de los materiales recopilados por el Sr. Blázquez
para realizar tal empresa, no pudiendo acompañarla de las oportunas
observaciones y discretísimos juicios que formula el nuevo académico,
resultaría molesta, sin contribuir realmente á la ilustración del lector.
Por esto nos limitaremos á decir que se fija muy especialmente, conside-
rándolas como una de las mejores fuentes de información para los años
posteriores al 1.572, en las relaciones geográhcas comenzadas á escribir
por Pedro Esquivel, por mandato de Felipe If, y continuadas por Gue-
vara, Herrera y Labaña, y que, uniendo á los datos contenidos en éstas
los que se deducen de los documentos que existen referentes á tributos,
servicio militar y censo de población,señala lo que á fines del siglo xviera
división política, la extensión, la población, etc., con tal precisión, que
el lector puede formar idea muy aproximada de lo que habría sido aquel
mapa que tanto anhelaba ver hecho la Real Academia de la Historia.
El que se pregunte el por qué de la supremacía de Castilla, se lo en-
contrará explicado perfectamente en el discurso del Sr. Blázquez, en el
cual se afirma que el reino castellano era, por su extensión, tres veces
mayor que el reino aragonés, y que esa supremacía le correspondió
igualmente por la abundancia dé la población y por la agrupación de
los habitantes en grandes ciudades, índice seguro de superior cultura y
de mayor riqueza. La densidad de la población era de 18 habitantes
por kilómetro en el reino castellano, y sólo llegaba á 10 en Cataluña y á
ocho en Aragón.
La Comisión de monumentos de Vizcaya, subvencionada por la Di-
putación, ha comenzado á practicar excavaciones en torno á la iglesia de
Macaur de Morga, en donde se han descubierto inscripciones interesantes.
El Sr. D. Manuel Murguia, docto historiador gallego, ha publicado
dos notables artículos, acerca de nuevas inscripciones hemisféricas en-
contradas en Galicia, en el periódico La Temporada en Mondáriz, nú-
meros 16 y 30 de Agosto de 1908. En una de dichas inscripciones, la de
Mondáriz, aparecen los hemisferios encerrados en un cartucho.
696 HISTORIA

Proyéctase en Tarragona construir de nueva planta un Museo Ar-


queológico, en donde puedan estar debidamente clasificados y colocados
los importantes objetos que encierre. También se gestiona que sean de-
clarados monumentos nacionales los monasterios de Poblet y Santas
Creus.
El Dr. D. Juan Plá Ballester, arcipreste que tiene á su cargo la mo-
numental Basílica de San Félix de Játiba, ha comenzado á practicar
excavaciones en el interior de ella, encontrando restos muy interesan-
tes del pavimento de la antigua iglesia y grandes sillares, análogos á al-
gunos trozos iie columnas descubiertos anteriormente.
En las inmediaciones de la ciudad de Lorca han sido encontrados
en varias cuevas multitud de restos prehistóricos; las ha explorado, y da
abundantes noticias de ellas en el Boletín de la Academia de la Historia
(Mayo 1908), D. José Mención Sastre, catedrático del Instituto y corres-
pondiente de la Academia.
En Orihuela descubrió meses ha el Rdo. P. Julio Furgus, S. J., des-
pués de profundas excavaciones en una ladera, al oriente de dicha ciu-
dad, una necrópoli prehistórica análoga á la descubierta por él mismo
en el monte de San Antón.
En Valdepeñas y Daimiel descu brió D. Ensebio Vareo varios obje-
tos arqueológicos, entre ellos una inscripción latina, no mencionada por
Hübner; en ella se dirige al Emperador Adriano la ciudad de Edeba,
desconocida hasta hoy en el mapa de la España romana.
Don Jorge Escudero Bocsor ba descubierto en Carmena el fuste de
una columna del siglo v, en donde está grabada una parte del más an-
tiguo calendario hispano-cristiano que se conoce.
Del informe comunicado por el Institut d'Estudis Catalans, que co-
rresponde al mes de Mayo último, extractamos las siguientes noticias,
interesantes para la erudición española;
Don Manuel Casurro, conservador del Museo de Gerona, ha estudiado
por delegación del Instilid las estaciones prehistóricas de las cuevas de
Serinyd y deis Encantáis en Besalú. Una de ellas es plenamente del tipo
de las magdelenianas por la gran cantidad de arpones en hueso y sílex
característicos de la época del reno. La otra cueva tiene y aun stratum
neolítico con cerámica y célts ó hachas de piedra pulimentada. En el pró-
ximo Anuario se publicará el informe redactado por el Sr. Casurro.
—En Cogul (provincia Lérida), completan sus estudios sobre las pin-
turas prehistóricas de aquella población los delegados del Instituto se-
ñores D. Ceferino Rocaforty D. Luis Soler, quienes en unión de D. Luis
M. Vidal están encargados de la publicación de dichas pinturas. Sobre
las mismas acaba de publicar un articulo en La Antropología el profesor
de Friburg M. Breuil, el cual ha presentado también una comtmicación
contos dibujos de las figuras de Cogul á la Academia de Inscripciones
de Paris.
FILOLOGÍA

Estudos sobr^ o Romanceiro peninsular.

Romances velhos em Portugal-

[§ 168] Do talento épico da nagSc dos Lusiadas logo direi


duas p a l a v r a s , e t a m b e m d a sua eventual colaboracáo nos
Romanceiros. P r á t i c a m e n t e demonstrei a sua familiaridade n a
idade-média com r o m a n c e s velhos. T e ó r i c a m e n t e , ela é pro-
v á v e l , por tres motivos: 1.°) O segundo período d a poesia por­
tuguesa é e x a c t a m e n t e o da maior eflorescencia do género.
2.°) Este periodo é essencialmente hespanhol. B.°) Nele come­
gou ou avultou na Corte, o emprego promiscuo das, duas lín-
g u a s , com enorme prestigio da castelhana, mesmo no campo
lírico—emprego que a t é entao fóra usual apenas e m i í e s p a n h a ,
além d a s fronteíras, no campo lírico, segundo a opiniSo ge­
r a l , e minha própria (1).
As relagoes políticas e pessoaes de Portugal e H e s p a n h a ,
íntimas no período galego portugués, comquanto de modo al­
gum sempre pacíficas, h a v i a m continuado assim, no último
q u a r t e l do século x i v e no x v . E m a r t e s e l e t r a s , n a o h a v i a fron­
teíras entre os dois reinos. Na política sonhava-se, desde a
urjiSo de Castela e AragEo, n u m a monarquía universal, basca­
da n a uniáo ibérica, sob o sceptro de um príncipe nascido das
duas dinastías, com a capital n a b a c i a do Tejo, mas como idio­
m a castelhano como línguaoficial. Casamentes e n t r e as familias
r e i n a n t e s tendiam a esse fim. Aliangas e n t r e nobres de cá e de
lá a p e r t a v a r a c a d a vez míiis os lagos j á existentes. As g u e r r a s

(i) Vid. Cancioneiro da Ajuda, vo). II, p. 25, 614, 685, 689, 734, 755.
CULTURA , 45
()5)<S FILOLOGÍA

de sucessao, a que finalmente conduziu a tendencia unitaria,


redundaran! em expatriacoes, ropatriacoes, embaixadas, via-
gens e ñas ternarias. Depois veio o d e s t e i T o dos parentes e
partidarios dos Duques de Viseu e de Braganga (1483-95); as
festas de Evora pelo casamento do Príncipe D. Afonso com a
filha dos Reis Católicos (1490); a sua morte prematura (1491);
a ida de D. Manuel a Caragoga (1497), afim de fazer procla-
m a r sucessor o primogénito da mesma princesa, com a qual
casara'. Todos e s s e s , e muitos outros acontecimentos notorios
tiveram repercussao ñas duas literaturas (1). E m geral, o eco
é simpático, o que nSo inhibe que Portugueses e Castelhanos
se crivassem ocasionalmente de frechas satíricas, quer rindo,
quer a serio.
O emprego freqüente do idioma castelhano em Portugal
(vid. § 173), em todos os géneros, explica-se todavia, mais do
que pelos planos de uniRo e recíprocos interesses, pelos pro-
grcssos notáveis que no centro c ñas regioes orientaes, em
contacto directo com a Italia e os seus grandes poetas e hu-
manistas, as letras e as artes haviam feito em Hespanha, de I
1385 era diante, emquanto Portugal, depois do longo esforgo |
galego-portugués, se recolhia, preparando-se p a r a as conquis-
tas africanas, iniciadas em 1415, e para as empresas oceá-
nicas.
A parte que os Portugueses tomai-am, nos decenios de tran-
sígSo, em que a lírica se transformou em galego-castelhana('2),
foi diminuta; quasi de mudez. Só de 1430 em diante, as re-
l a g ó e s literarias comegam a ser notorias; Os reinantes de cá
e os vultos principaes do Parnaso castelhano deram o exem-
plo. D. D u a r t e encomendava traducoes de textos latinos a
Afonso de Cartagena. Mossen Diego de Valera dedicava obras

(O No texto me referí a diversas composiíoes, relativas á estada do Duque


D. Diogo e a embaixadas. Aqui chamo a ateníao para uns versos de Gómez Man-
rique, alusivos aos Duques portugueses, em especial ao de Viseu. Vid. Cancionero
de Gómez Manrique, vol. I, 683.
(2) Vid. Henry R. Lang, Cancioneiro Gallego-Castelhano (New-York, 1902), e o
compte-rendu que dediquei á obra em Zeitschrift, XXVIII, p. 200 a 230.
ROMANCES VELHOS 699

a Alfonso V. O Regente t r o c a v a versos cora J u a n de Mena (1),


e correspondia-se com o Marqués de Santilhana, a favor de
seu filho, o Condestável, o do Proemio. Xo desterro, em 1449,
este comegou a ensaiar-se no idioma estrangeiro (2), em­
quanto outros se esforgavam por nacionalizar as obras de San­
tilhana, e o Libro de Buen Amor do Arcipreste de F i t a (3).
Coui o Poema do Menosprezo do Mundo (4), o Condestável é
(depois do Infante, do seu correspondeute.e de Alvaro Barrete),
o a u t o r mais velho que figura no Cancioneiro Geral, seguido
de perto de Alvaro de Brito, que t r o c a v a versos com Gómez
Manrique (5).
Pois bem, a esses eruditos precursores do Renascimento
d e s a g r a d a v a r a n a t u r a l m e n t e as singelas c a n t i g a s e as inge­
n u a s composigoes n a r r a t i v a s (historias e contos metrificados)
que o vulgo a m a v a . Creio comtudo que nao as desconhecíam,
comquanto só possa d e m o n s t r a r que o Regente fala n a H r -
tuosa Bemfeitoria (inédita) áejograes na praga e que el R e i
D. D u a r t e , falecido em 1438, se refere no seu A B Cda Leal-
dade a Cantos segraes do povo (6). Ambos com desprezo i g u a l
áquele com que o Marqués menciona os c a n t a r e s - r o m a n c e s .
»
(1) Caiu: Ger., II, 70. O Regente escrcvia portugués. A Resposta de Joara de
Mena é castelhana. A Réplica do Regente, portuguesa.
(2) Tratei do assunto na minha impressao da Tragedia (em Homenaje a Me­
néndez y Pelayo, I, 637-732) e mais extensamente no Jahresbericht, I, p. 582-597.
Mais abaixo emitirei todavía a opiniao nova que o Condestável talvez fosse prece­
dido um século pelo autor desconhecido do Poema de Alfonso A'/.
(3) Vid. T. Braga, Qiiest'óes,-^, 128 e 139.
(4) E sabido que anteriormente fora impresso em ed!?ao avulsa, dedicada ao
Arcebispo de Caragoja, filho del Rei D. Fernando. Notei com satisfagao que Ja­
mes Fizmaurice Kelly faz Justina ao Condestável, e que o seu tradutor castelhano
confessa que na literatura medieval de Hespanha ha poucos documentos tüo no­
bres, eloqüentes e comovedores como a Tragedia (Bonilla, p. 149).
(5) Gómez Manrique reípondeu em portugués á pregunta do seu correspon­
dente. Vid. Canc, II, 90-93.
(6) Leal Conselhciro, cap. 70. Dos pecados da boca. Na ediíao de 1843 le-se
^agraes; rí\s.s pelo texto conhece-se que se trata de cantos profanos, considerado g
deshonestos nos oficios divinos. Segral, de seglar, seculare, de seculum, na acepsao
de mundii. Mundanal portanto. No cap. 71 el rei considera pecaminoso entre mui_
tas outr»s cousas scuitar o mal e dar aos jograts.
700 FILOLOGÍA

Quanto ao Condestável, partidario convicto das ideias do m e s -


mo prócere, e do seu entusiasmo pelo grande aparato de eru-
digao clássica, ha, nos Comentarios em prosa dos seus tres,
poemas filosóficos, alusSes a casos históricos do seu tempo,
cantados em romances (como, p . ex., a tragedia de Alvaro de
Luna), mas tambem a figuras vetustas do épos nacional como
o Cid, el rei D. Sancho, o traidor Vellido Dolfos. É porém
mais provavel que ele se inspirasse, quanto a coevos, nos
próprios sucessos, e quanto a personagens antigos, ñas prosifi-
cagoes da Crónica General (1), e nao nos romances tradicio-
naes da gente de baixa e servil condigüo.
[169] O Cancioneiro Geral, que abrange a colheita (2) dos
reinados de D. Afonso V (incluindo a regencia de D. Pedro
de 1438 a 49), D . Joáo II (1477-1495) e D . Manuel (até
1516) (3), é a tal ponto hespanhol que passa por ser mero su-
plemento, ou seja Segunda Parte do General, publicado qua-
tro anos antes, por F e r n a n d o del Castillo (4). Igual exterior-
mente, no formato e no tipo, i r m a n a com ele quanto ao
conteudo. Todo ele consta de paralelos dos géneros entao cul-
tivados em Gástela. Cá como lá temos poemetos com reminis-
cencias dantescas: VisGes, Sonhos, Infernos de amor, Sepulcros,
Testamentos era que falam os mortos. Cá como lá h a pleitos
burlescos, libelos difamatorios, preguntas e respostas enigmá-
ticas, á laia das que h a v i a m estado em moda no tempo de
Enrique IV e D . J u a n II (5). Cá como lá se encontrara poemas

( 1 ) Relembro que a compila?ao da Crónica Cintra/, que se conserva em Paris


(No 4), foi propriedade do Condestável.
(2) De vulto entre os te.xtos que ficaram de fóra, sao apenas a Sátira e a Tra-
¿¿dia do Condestável, ambas de letra castelhana, mas de espirito, portuguesas.
(3) É costume circumscrever o período com as datas 1449 01516 (ano dapu-
blica^áo do Cancioneiro), ou 1521 (ano do falecimento de D. Manuel). Tambem
assim fiz. Os versos trocados entre o Regente e D. Joao de Mena, e os de Alvaro
Barreto, sao, porém, anteriores á batalha de Alfarrobeira, em que D. Pedro su-
cumbiu. A ela se refere todavia o mais antigo poema histórico da colec9ao.
(4) Vid. García Pérez, Catálogo, p. 93; C. M. de Vasconcellos, ya/iríííírtc/ií, I,.
583-97; Menéndez y Pelayo, Antología, VII, p. CL a CLXIII.
(5) Vid. Cancionero de Baena.
ROMANCES VELHOS 701

filosóficos e históricos, etD o i t a v a s de arte maior (1). Compo-


sigoes alegórico-amatórias em coplas de pé q u e b r a d o , como
as de J o r g e Manrique (2). T a m b e m nos versos em estilo popu-
l a r h a correspondencia, com a diferenga que em Castela esses
se d i v u l g a v a m e m r e g r a em Pliegos Sueltos, de cuja e x i s t e n c i a
iudubitável, n a o temos em P o r t u g a l senao p r o v a s t a r d í a s e
muitos r a r a s (3).
Quanto a r o m a n c e s , ao único, artístico, que no Geral sur-
g e com sua glosa, respondem no General t r e s a q u a t r o dü-
zias (4), e mais, se metermos em contribuigao os outros Can-
cioneiros que o completan! (5). A i n d a assim, m a l se pode i m a -
g i n a r que e x a c t a m e n t e o género mixis popular e nacional, e
mais profundamente a r r a i g a d o no solo hespanhol, deixasse d"
se e x p a n d i r e de fructificar em Portugal.
Como aqui e x a g e r a s s e m m u l t a vez, por r a z o e s obvias, as'
qualidades c a r a c t e r í s t i c a s do genio peninsular (6), é possível

(1) Apenas os Sonetos do Marques de Santilhana (que, de resto, nao entraram


nos CancioneÍ7-os Geraes') nao vingaram, por serem prematuros, antes da aceita-
í 3 o do hendecassilabo.
(2) A obra-prima da poesia castelhana d'aquele tempo. Recuerde, el alma dor-
midal foi muito admirada e imitada, mas nunca igualada em Portugal. Vid. Revue
Hispanique (vol. VI) e T. Braga, Camoes, Época, Vida e Obra (1905), p. 551.
(3) Dos primeiros tres decenios do século xvi nao subsiste nenhuma, a nao se
aceitaren! como taes os Repertorios e as Cartinhas. Nem sei, qual fosse o impressor
que as podesse ter langado com os materiaes tipográficos que possuia. A mais an-
tiga, com a Égloga Silvestre e Amador de Bernardim Ribeiro, tem na gravura a data
1536. Ainda nao apurei, se saiu das oficinas de Germán Galharde ou das de Luis
Rodríguez, ou se veio de Hespanha, onde imprimiram o Romance de D. Duardos,
Autos de Gil Vicente, etc. O a mesma gravura com a mesma data ver-se numa
tragedia de Eneas y Dido (castelhana) fala a favor da segunda hipótese.
(4) Vid. N.os 433-480. Além d'isso ha numerosas alusoes no Juego trabado de
Pinar (N." 875), e no Inferno de Garci-Sanchez (N.° 274).
(5) No Cancionero Musical ha 38; no de Encina, muitos; no de Rennert entre
outros os tres atribuidos a Padrón; no de Estuñiga, dois artísticos, de Carvajales,
relativos á corte de Afonso V de Aragao (1448).
(6) Entre os estrangeiros que conhecem bem a península inteira e abrangem
de longe o quadro geral da sua cultura, uns afirmam que Portugal possue as qua-
lidades e os defeitos da alma hespanhola em ponto subido. Achando superior o
orgulho nobiliárquico dos Portugueses e maior a sua macropia, atribuem-lhes a«
702 FILOLOGÍA

que García de Resende, mais absolutista do que Fernando de


Castillo, os excluisse propositadamcnte do seu florilegio pala-
ciano (1). A p r o v a de que ele e os coevos os eoiiheceram está
dada. Note-se ainda que entre os corifeos raais citados e imi-
tados no Cancioneiro, e posteriormente, por todos os represen-
tantes da medida-velha (Mena, Santilhana, Estuñiga, Gueva-
r a , Maclas, Rodríguez del Padrón, Garci-Sanchez), pelo me-
nos os últimos dois sao autores de romances, ou passara por
sé-lo.
Entre estes dois e Carvajales de um lado, isto é entre os
primeiros Castelhanos e Aragoneses conhecidos, a que se atri-
buem romances (artísticos, mas em estilo popular), e pelo
outro lado a falange j á numerosa dos romancistas da corte
dos Eeís Católicos, que figuram no Cancionero de 1511 com
glosas, continua9oes e contrafeigoes de romances velhos, e no
Cancionero Musical com melodías e letras novas sobre actua-
lidades históricas (2), é que eu colocaría a D. Joao Manuel,
D. Joao de Meneses, García de Resende, e Bernardim Ribeiro.
[§ 170] Dito isto, estamos habilitados a fixar conjectural-
mente a data era que comegaria a farailiaridade dos Portugue-
ses com os romances. Se palacianos que haviam sido com-
panheiros de D. Afonso V n a batalha de Toro, canta vara i'o-
mances e os c i t a v a m n a corte do sucessor, como coisa corren-
te, esses já devianí haver circulado durante algum tempo. O
termo inicial 1483 nao pode ser verdadeiro, torno a repeti-lo.
Passariam a fronteira pouco depois de desabrochados no cen-

mais exageradas hespanholadas. Dizem que a inquisijao, a censura, o jesuitismo,


o fanatismo, o beaterío, o gongorismo, e a maledicencia tomaram aqui proporfoes
desmedidas. Outros acham, pelo contrario, que na fisionomía nacional as linhas ca-
racterísticas estao apagadas. Talvez porque os primeiros tenhaiu em mente Portu-
gal o Velho, e os últimos pensem no de hoje?
( 1 ) Gusta todavia a crfir que o compilador descartasse os romances dos dois
amigos. Talvez os conhecesse e requisitasse sem os obter, o que Ihe aconleceu em
muitos casos (Vid. Vol. III, 632).
(2) De 1430 em diante: Albuquerque, N.° 321; l484,SeteniI, N.''332; 1485,Ron-
da, 331; 1486, Granada, 327; 1489, Baza, 331; 1492, Granada, 315; 1504, D. Isabel,
3 1 7 . - C f r . , p. I I , Lealtad, lealtad, 1466, e o N.os 69, 83, 95, 318, 322 a 335, 339,
34J, 344-
ROMANCES VELHOS 703

tro. Em todo o. caso, antes de h a v e r e m atingido o seu a p o g e o


no reinado dos Reis Católicos. A mais t a r d a r , no tempo de
Enrique IV (1454-74), esposo da Beltraneja; talvez já no de
D. J u a n I I (1406-54). Isto é: na silenciosa comquanto fecunda
época dos filhos de D. Joáo I, em que o espirito nacional fo-
m e n t a v a as empresas a v e n t u r e i r a s que constituem a missáo
histórica de Portugal, e sao assunto da sua epopeia p r i v a t i v a .
[§ 171] E as vias de transmissao? Nao é a p e n a s quanto á
cronología, mas tambem quanto ao processo de importagáo
que teremos de a b a n d o n a r as teses de T. B r a g a . E i m p o s s i v e l
que os Cancioneros de Romances fossem os v e r d a d e i r o s propa­
gadores do género, visto que nao os houve senao de 1550 em
d i a n t e (I). Nem mesmo ao Cancionero General de li^II, com
as suas amostras ptircas, indirectas e r e t o c a d a s , se pode a t r i ­
buir essa fungáo. As primeiras iontes, impressas, que p r o p a g a ­
r a n ! em Portugal romances velhos, foram Pliegos Sueltos gó­
ticos, numerossisimos (como se v é pelos restos que p e r d u r a m ) ,
e de fácil divulgagáo, embora de pouca d u r a (2). O leitor
atento notou, sem dúvida, q u a n t a s vezes as ligóes, citadas em
P o r t u g a l , se a p r o x i m a m d a s que constam em folhas volantes
sem d a t a nem lugar (3).
Além d'eles, creio que cadernos manuscritos c u r s a r i a m a n ­
tes e depois da invengao de tíuttenberg, especialmente onde
se c u l t i v a v a a música. A comunicagrio principal, mais v i v a e
eficaz e ainda hoje c o n s t a n t e m e n t e r e n o v a d a , deve t o d a v í a
ter sido oral, porque o vulgo, ao qual se dirigiam os r o m a n ­
ces, nao sabe lér, e porque essa a b r a n g i a e a b r a n g e a letra e
o som. Sem a importante p a r t e musical, dificilmente t a n t o s
r o m a n c e s se t e r i a m p e r p e t u a d o d u r a n t e séculos. P a r a os
que nos ocupam, devemos distinguir nessa comunicagao de
boca em boca, duas correntes: a p a l a c i a n a e a popular.

( 1 ) Sao as edifoes de Martim Xúcio de Anvers (a 2.°-, de 1550, a i.*'', sem data,
mas pouco anterior) que T. Braga costuma alegar, com a posterior de 1583.
(2) Dos séculos X V I I e xviii ha muitos, portugueses, de 1550 a 1600 poucosj
anteriores a 1550, sao preciosidades raras. Os tardíos sao todavía, em grande
parte, reproduíoes textuaes dos velhos, gastos por completo.
(3) Vej.im os N.os 6, 8, 9, 14, 15, 21, 26, 27, 37, 45, 57, 59, 63, etc.
704 FILOLOGÍA

Da popular, que continua, de expansao vagarosa mas segura,


logo falarei nos parágrafos sobre o problema lingüístico (1).
A palaciana, de corte a corte, teve por veículo mais impor-
tante, além dos viajantes nobres, músicos profissionaes, vin-
dos de Gástela a Portugal e viceversa.
[§ 172] Intercalo aqui as notas soltas prometidas, relati-
vas á íntima comunháo e quasi unidade que nos séculos xv
e s v i houve nos dois reinos tambem quanto ás manifesta95es
mnsicaes da alma peninsular (2).
O gosto do povo portugués de 1500 pela música e pehí dan-
§a é táo abundantemente atestado por Gil Vicente (3) que nSo
carecemos de outros testemunhos (4). A troca constante de
compositores e executantes entre as duas cortes, é facto

(1) T. Sraga separa, com rigor que u.e parece inútil, romances impressos e ro-
mances oraes. Por terem sido impressos de 1550 em diante em Cancioneros de Ro-
mances, ou anteriormente em Cancioneros e Pliegos Sueltos, nao debcaram de co-
rrer de boca em boca. Verdade é que ás vezes ha nos tradicionaes mais vigor poé-
tico do que nos impressos. Mas em geral, eles süo deteriorados. Onde ha tradicio-
naes que emparelhem, p. ex. com os XV publicados por Foulché-Delbosc? Demos
grafas a aquellas que em Gástela se lembraram de os imprimir. E lamentemos que
em Portugal ninguem procedesse assim!
(2) Quanto á música dos romances velhos, nao ha nada feito. Quanto á historia
da música em gerál, vid. Joaquim de Vasconcellos, Os Músicos Portugueses (Por-
to 1870); Ensato sobre o Catálogo de D. Joao IV (ib. 1872}; Catálogo de D. JoCio IV
(1905); Sousa Viterbo, Artes e Artistas em Portugal, 1892 (cap. IX), e diversos
artigos solios do mesmo em Revistas como Arte Musical, e Amphion. Na Organo-
^•afia Musical Antiga Española, de Felipe Pedrell, nao ha senao raríssimas refe-
rencias (Barcelona, 190) a Portugal, infelizmente.
(3) Entre dúíias de passagens relativas a cantigas e dangas populares de en-
tao, a mais afamada é o Introito do Triutnplto do Invernó (II, 447):

Em Portugal vi eu já
em cada casa pandeiro
e gaita em cada palheiro...
a cada porta um terreiro,
cada aldea dez folias,
cada casa atabaqueiro...
tambor em cada moinho.

(4) Ñas Crónicas ha multas indicafoes de valor.


ROMANCES VELHOS 705

igualmente conhecido (1). Ha todavía materiaes nao apro-


veitados.
Dos principios d a época é, p. ex., uma c a r t a portuguesa so-
b r e assuntos da cápela regia, de que possuo treslado (2). Di-
rigida em 1434 pelo rei D . D u a r t e a D. J u a n II de Castela (3),
contém queixas a m a r g a s do m o n a r c a portugués por seu pri-
mo, irmcio e amigo, r e t e r n a sua corte um seu c a n t o r e orga-
nista, Alvaro F e r n a n d e z de nome (4), adestrado cá e de tal
mestre (5), e tambem porque além d'isso ia a n g a r i a n d o a furto
outros capelaes regios, desorganizando-lhe assim a sua bem
m o n t a d a cápela.
De D. Manuel, D. Joao I I I e os Infantes seus irmáos, in-
culpados nao sem motivo de um estrangeirismo ou antes cas-
telhanismo e x a g e r a d o , sabe-se até que ponto favoreciam, jun-
t a m e n t e com a líugua, a música castelhana (6). E n t r e os

(1) Basta lembrar, como exemplos dos que de Portugal foram ao reino vizi-
nho, a Jorge de Montemór e Gregorio Silvestre.
(2) Contó puLlicá-la qualquer dia. O diccionarista Moraes conheceu-a, confor-
me se ve s. V. eagalkar e engal/ia/nento, vocábulos que traduz imperfeitamente com
4nganar, seduzi?:
(3) Escrita por Vicente Domingues, mas feita pelo próprio rei, se interpreto bem
3. fórmula per sy do sobrescrito: Carta que fez El Rey N'osso Senhor per sy pera El
Rey de Castella.
(4) Este Alvaro talvez seja de importancia capital. Barbieri fala de um distinto
músico d'esse nome (hespanhol, segundo ele), criado de D. Juan I I , e logo orga-
nista da Real Cápela, por alvará da Rainha Católica de 8 de Julho de 1480. Outros
citam um compositor Alvaro, que em 1472 dedicou a D. Afonso V de Portugal um
Oficio com a solfa de Cantocháo, em acíao de grapas pela conquista de Arzila.
Oficio cujo autógrafo se conservava em 1759 (depois do terremoto) na Biblioteca
do Infante D. Pedro, como o curioso poderá verificar em Barbosa Machado
(IV, 10). A nSo haver valor especial no organista de D. Duarte, nao havia motivo
para escrever a respeito d'ele uma Carta, guardada entre as suas obras.
Na sua Histoire de la Musique A. Soubies comete o singular anacronismo de
confundir o filho de D. Joao V com o vencido de Alfarrobeira.
(5) Quem seria? O próprio monarca? NSo é próvavel.
(6) Além de letras portuguesas, castelhanas e latinas, cantavam na corte com-
posiíoes italianas e francesas, em geral muito deturpadas ñas impressoes de Autos
« Cancioneiros. Uma francesa que subsiste ñas Trovas centónicas de D. Joao
Manuel {Canc. Ger., 11, 410), talvez a ouvissem pela primeira vez de Rene de Cha-
teaubriand, barao,de Loign^ ou a alguem da sua enorme comitiva. Este Mons«nhor
706 FILOLOGÍA

mestres de cápela, músicos de cámara, organistas, tangedo-


res, cantores e chocarreiros que floresceram na corte, era
parte vindos na comitiva das filhas e netas dos Reis Católi-
cos (1), em parte chamados directamente, ha entre outros um
Badajoz (2),um Sedaño (3),diversos Baenas (4), um Salcedo (5),

viera em 1493 á corte, oferecer a D. Joáo II seu bra?o ás armas feito para as gue-
rras africanas, com o intuito de ahi conquistar para si um reino. Mas afinal levou
de cá um mero titulo ¿n partibiis infidelium: o de Conde de Guazava, ou cousa
que o valha. Digo isto porque 0 3 Cronistas registaram que trazia muito boa cápela
de mtcitos e bous cantores, dos quaes diversos ficaram cm Portugal. Vid. Resende,
cap. 169; Braamcamp, Brasües de Cintra, II, 4 1 1 ; Conde de Sabugosa, Embrecha-
dos (1908), p. 1 1 7 . •
(1) Claro está que, se as Rainhas de Portugal, vindas de Hespanha, traziam
de lá os seus músicos, as que de cá se iam nao deixavam de levar cantores seus.
Exemplo: a princesa D. María, em cuja companhia foi Jorge de Montemór (1543).
Ñas Pravas ilustrativas da Historia Genealógica da Casa Real, pode o curioso
respii^ar muita nota solta a respeito de músicos da cápela e da cámara dos reinan-
tes. O tema dá margem a multas investigasoes. Castelhanos. com os mesmos no-
mes de poetas e músicos da na?ao vezinha, surgem cá entre os músicos de cámara,
mo9os da cámara que aprendianí a cantar e a tanger (II, 792), mo?os músicos (II,
618), moíos de cápela (II, 374), etc.
Chamo a atengáo para Lucas Fernandez, Castelhano; Pero Baya/tona, Mi¡>uel
de Sarzedo, que em 1517 figuram entre os Moradores da Rainha D. Maria, e com ela
tinham vindo de Gástela em 1499 (II, 374). Antonio e Alfonso de Baena eram ser-
vidores do Infante D. Duarte (II, 615). Entre os músicos da cámara de D. Joao III
figuram: yoüo de Badajoz, Gonzalo de Baena, Antonio de Madrid, A'icolás de Es-
covar (VI, 622); entre os cantores André de Torres, Prancisco de Madrid, A'icolás
de Valdevieso e Sedaño. E muitos d'esses nomes figuram igualmente no Cancionero
Musical: em parte como de autores de sons; em parte como de autores de letras.
(2) Vid. Sousa Viterbo, p. 194; Resende, na estrofa citada no texto; Gil Vi-
cente (II, 137), qua o menciona como tangedor da viola e músico discreto. Frey
,\ntonio de Portalegre escreveu um romance espiritual (em pareados dissonantes):
O ciudad de mi deseo, Tietra que tienes mi gloria, do qual diz fora «apontado sin-
gularmente por Badajoz, músico da cámara del Rey Nosso Senhor». Cotarelo,
nos seus notáveis Estudios de Historia Literaria, p. 45-47, nao acredita na idan-
tidade do músico de cámara de D. Joüo III e do poeta do Cancionero Musical e
Cancionero General.
(3) Vid. Sousa Viterbo, p. 194.
(4) Vid. Pravas; Miscelánea; Sousa Viterbo, 1. c; e Canc. Mus., p. 24 (Lope de
Baana.)
(5) Vid. Provas; Miscelánea; e Canc. Mus., N.° 92 e p. 44 (Salcedo).
ROMANCES VELHOS 707

um Escobar (1), enaltecidos nos Autos de Gil Vicente e louva—


dos albures:
Música vimos ebegar
a mais alta perfei(;ao,
Sarzedo, Fontes, cantar,
írancisqitüho assi juntar
tanger, cantar, sem (?) razáo.
Arriaga, que tanger!
o Cegó!, que gram saber
nos orgaos! e o Vaena!
Badajoz! outros que a pena
deixa agora d'escrever.
Assim d e c l a m a v a (na sua Miscelánea, Estr. 179), Garcia d e
Resende, n a d a hospede no assunto.
P r o v a s de maior peso sao as cantigas conser\ adas no-
Cancioneiro Musical (2). Numerosissimas d'essas obras e r a m
familiares aos cortesaos portugueses. H a dúzias de c a n t i g a s ,
canciones, changonetas, m a s sobretudo de c a n t a r e s velhos e
vilancetes (preciosos documentos por constituirem o nexo com
o primeiro período lirico, galego-portugués) que foram cita-
dos, cantarolados, glosados e imitados pelos versificadores da
corte, por Gil Vicente, Bernardim Ribeiro, Sá de Miranda e
posteriormente por todos os Quinhentistas e Seiscentistas que
p a r a o bel-canto preferiam a medida-velha (3).
(1) Vid. Provas e Canc. Mus., p. 32. Com respeito a Lucas l'"erná.ndez e Ma-
drid, vid. Canc. Mus., p. 34 e 37.
(2) Já disse que algumas tem letra portuguesa (Vid. N.° 50, 437, 45S), e que
pelo menos uma, castelhana, é obra de D. Joüo de Meneses.
(3) Como amostras sirvam as seguintes: Quien pone su afición [Canc. Mus.,
No 167; Gil Vicente, I, 224); A^iña erguedme los ojos (C. M., 59 e 60, G. V., II, 401),
Xorabuena quedes, Menga ( C M., 369 e 370; G. V., I, 18); Nunca fué pena mayof
(C. M., i; G. V., I, 284; II, 329 e 410); Tristeza quien a mivos deo (C. M., 12, G. V.
II, 329.); Que haré yo sin ventura (C. M., p. 53; Canc. Ger., III, 598).|0 Mote da
cantiga Como dormirüo metes olhos, que forma as estrofes 63-66 das Trovas de
Crisfal, é tradufao do que diz Como do! mira7i mis ojos pues vela mi corazón (C. M.,
253). Acrescentarei, por ser novidade, que Frey Antonio de Portalegre é autor
de um Vilancete sacro:
Una donzella divina
su mismo padre parió
y cria quien la crió.
que se havia de cantar por o dao que campos Torres da letra: Inimis¡a le soy ma-
dre (C. M., 4 e 5).
708 l'ILÜLOGÍA

Quanto a músicas de romances, elas sRo naturalmente me­


nos freqüentes, porque em virtude da igualdade formal de to­
dos, e da igualdade espiritual de muitos, um mesmo som po­
dia servir para grande número de textos (1), o que tambem
acontece com as quadras soltas do fado. Ainda assim, entre
os trinta e oito especimes, conservados no Cancioneiro Musi­
cal, descobri bastantes dos que figuram neste Ensaio (2). E
esses mesmos tornam a aparecer, harmonizados de outro
modo, no Libro de Música de Vihuela de Milán (1536), dedica­
do a D. Joao III (3), e por igual em tratados publicados pos­
teriormente, como os de Valderrabano (1547), Pisador (1552),
Salinas (1577).
Milán escreveu, entre outras, músicas p a r a os romances
de Durandarte, Valdevinos, Mis arreos. Valderrabano e Sa­
linas p a r a o de Don Beltran; Pisador e Salinas p a r a os de-
cantadíssimos textos do Conde Claros; Valderrabano para o
de Calaínos o de Arabia, Salinas sobre o Conde Alarcos (Re­
traída está la Infanta).
A' procura de compositores portugueses que por ventura
concorressem tambem neste campo com os Castelhanos re-
conheci que carecemos de informagoes sobre os géneros, cul-

( 1 ) Os romances que se dizem trovados, mudados, trocados, contrafdtos por


outros, cingiam-se ao tono dos modelos (a parte do tenor). Dos originaes litera­
rios, muitos nunca foram cantados, com certeza (p. ex., de Gil Vicente, III, 2 0 3 ,
348, 355)-
( 2 ) N.° 69. Por Mayo era por Mayo.
97. Fonte frída.
158. La bella mal maridada.
315. Qu'es de ti desconsolado.
318. Caballeros de Alcalá.
323. Caballero, si á Francia is.
329. Pésame de vos, el conde.
333. Tiempo es, el caballero.
343. Durandarte.
344. Los brazos traigo cansados.
(3) O tratado de Milán nao é o único dedicado a D. Joao III, ou seus ir-
máos. Juan Bermudo oferecera um ao rei em 1549; e Mateo de Aranda já havia
dirigido outro ao Infante-Cardeal D. Alfonso em 1533. Cfr. Sousa Viterbo, 178 ss.
ROMANCES VELHOS 7U9

ti vados por músicos ex-oficio como Fonte e Villiacastim (1), e


pelos nobres a m a d o r e s d a corte. Apenas sabemos quaes os ins-
trumentos em que se distinguiam (2) alguns como D . Joao d e
Meneses (orgao), Garcia de Resende (rabil), Sá de Miranda,
André de Resende, D a m i a o de Goes, P e d r o de A n d r a d e Ca-
m i n h a , J o r g e de Montemór, Gregorio Silvestre.
Mesmo a respeito de Gil Vicente, as indicagóes, contidas
ñ a s suas Obras, sao insuficientes. De uma única c a n t i g a lá se
diz expressamente que fóra feita. e enssoada pelo autor (3). É
quási certo todavía que, como J u a n del Encina, ele eompunha
música p a r a todas a s suas criagoes originaes, líricas e épico-
líricas, c a n t a d a s nos seus Autos (4). Nesse caso, a música do
r o m a n c e de D . Duardos se p r o p a g a r í a n a t u r a l m e n t e junto
com a letra (5).
P a r a composigoes alheias de a r t e , o fundador do teatro

( 1 ) Sousa Viterbo notou que Fonte, louvado por Garcia de Resende, como
músico, tambem fora trovador {Canc. Ger., II, 270).—Ignoramos, se D. Joao de
Meneses, autor de Adunca cerraran mis ojos, escreveu tambem o som.
(2) De D. JoSo Rodríguez de Sá e Meneses sei apenas que estudava solfa
com seu tio D. Joilo de Meneses (Canc. Ger., II, 356).
(3) Obras, I, 61. Trata-se da linda cantiga Muy graciosa es la doncella. Em
todo caso, nenhuma composigáo musical de Gil Vicente é hoje conhecida. No Ca-
talogo da Livraria de Música de D. Joao /K, nem memo o nome do fundador do
teatro nacional ocorre.
(4) Onde se diz feita pelo autor ao propósito (tomo II, 339, I, 333), deveremos
portanto entender feita e enssoada.
(5) Já dei, no §§ 154, a lista dos romances de Gil Vicente, indicando em
geral, quaes as figuras que tinham de cantá-los no palco, aparentemente sem
acompanhamento de instrumentos.
Na Bafea do Purgatorio tres anjos cantam ao som e compasso dos remos o
romance sacro Remando váo remadores (I, 246).
Os Planetas Júpiter, Venus, Mars, e os signos Cáncer, Leo, Capricornio cantam
a quatro vozes o romance: AHña era la Infanta (II, 416).
As Sereias entoam os louvores de Portugal: Dios del cielo. Rey del Mundo
(II, 4 7 8 ) .
O3 Presos do Limbo cantam Voces daban prisioneros (I, 333).
As damas de I'lérida, e em seguida o patrao da barca com seus remadores,
cantam: En el mes era de Maio (II, 249).
Por Maio era, era por Maio é cantado e bailado por todas as figuras da satírica
Rema^em de Agravados (II, 531).
7 1 0
FILOLOGf.V

talvez se servisse da livraria de música dos reinantes, exac­


tamente como p a r a a enscenagEo ele recorrerla ao pessoal e
á guarda-roupa e repostaría do pago, luxuosíssima nos dias d *
D. Manuel (1).
Quanto a romances velhos, de letra tradicional, cántaro-
lados por tipos cómicos como o escudeiro namorado, a ama de
Rubena, o alfaiate judeu e seu filho, ou por pastores da serra,
é de supor que Gil Vicente c os sucessores se serviam de me­
lodías antigás, tambera tradicionaes.
Do mesmo modo, com relagao aos demais autores consul­
tados, é preciso dístínguirmos entre romances de arte, entoa-
dos por profissionaes áulicos, a tres e quatro vozes, cora
acompanharaento de instrumentos de cámara, como harpa,
laude, dogaina, viola d'arco, orgúo, e os cantados e bailados
ao ar livre (de solao?) por gente-povo, quer á guitarra e ao
som do pandeiro, quer sem instrumento algum.
A' pregunta, se as melodías ou melopeas das letras t r a -
dionaes seriara de facto música popular (idéntica em Gástela
e Portugal), ou composigoes artísticas, adaptadas ao gosto
dos leigos, por meio de algumas simplificagoes; e pelo outro
lado, se as composigoes de autores afamados do Cancionero
Musical e dos Libros de Música seriara verdadeii-amente ori­
ginaes, ou apenas cantos populares, artísticamente harmoni­
zados (2), nao poderá ser dado resposta senao depois de os
esposos Pidal haverem realizado o seu plano. Nao por mim,
que nSo sou competente.
[§ 173] Agora o problema lingüístico. Parece-me útil prin­
cipiar com tres advertencias: 1.") A seraelhanga entre caste­
lhano e portugués (em tempes antigos muito maior do que
hoje, quanto á pronuncia e ao vocabulario) inhibe-nos algu­
mas vezes de deslindar, a qual das duas línguas um curto tre-
-cho de apenas oito sílabas pertence, ou pertencia, na opiniao

(1) No Inventario da Guarda-roupa de D. Manuel sómente os objectos per-


tencentes ao baile de mourisca ocupam cinco paginas da reimpressSo de A. Braam-
<;amp Freiré (Art hivo Histórico, II, 393).
(2) E sabido que a Igreja divirizcu na id»de-média muitos vilhancicos pas-
toris e outros cánticos profanos.
ROMANCES VCr-IIOS 711i

•de quem o e m p r e g a v a . 2.") Um só verso em portugués, d a ca-


tegoría dos alados, nSo pode constituir prova segura de o ro-
m a n c e inteiro, de onde provém, existir realmente em reda9áo
portuguesa. 3.°) A g r a n d e liberdade com que os letrados al-
t e r a r a m textos de romances, ñ a s citagóes, p r o v a bem que o
género e r a considerado popular tradicional, obra comum da
n a e a o inteira (1).
A pesar d'essas dificuldades, estou certa que o leitor esta-
r á de acordó comigo no seguinte:
A maioria dos trechos de r o m a n c e , ••epetidos por literatos
de c á , no periodo de que t r a t o , trajam á castelhana, correc-
tamente.
Muito a miude a letra é híbrida: castelhano, eivado de
lusismos.
Só excepcionalmente, talvez na q u a r t a - p a r t e dos casos, te-
mos portugués castigo: redacgoes literalmente iguaes ou muito
semelhantes dos romances velhos do país vezinho: tradugoes
ou nacionalizagoes mais ou menos livres, conforme resulta do
confronto. De ambas as formas h a exemplos r e l a t i v a m e n t e
t e m p e r a o s . E n t r e as citagóes, contidas no Cancioneiro Geral,
h a d i v e r s a s que t r a j a m á portuguesa (2).
Quando e por que r a z á o se e m p r e g a v a ora um processo,
ora outro?
No emprego a serio de trechos p u r a m e n t e castelhanos dis-
tingo dois grupos. O primeiro consta de romances cantados,
podende-se supor que a preferencia se d a r l a porque letra e
som tinham vínde juntos de Castela, como um todo indissolú-
vel; ou entáo que a língua castelhana com a sua vocalizagáo
sonora e ossatura consonantica mais vigorosa, p a s s a v a por
m a i s cantahile (3). O segundo grupo é constituido por t r o v a s
( 1 ) Citaíoes, provenientes de composiíóes de arte de autores conhecidos, sao
•em regra tratados com mais respeito; isto é: sao transmitidos na redacgáo origi-
nal, inalterados.
(2) No índice, as cita?5es portuguesas (assim como as tradugoes a que me
rcfiro) váo em normando para darem na vista.
(3) Parece que com relaíáo ao canto de arte, o idioma nacional comesou a ser
• coniiderado desastroso, por causa das nasaes, por ocasiao da reforma de Sá de
7 1 2 ITLOLOGÍA

centóuicas. Os autores queriara que os fragmentos, por eles


escolhidos e parafraseados (ñas Cartas de África, ñas Cartas
de Caminha, e ñas glosas de Durandarte e Gaiferos), se dis-
tinguissem, e fossem reconhecidos como de proveniencia
alheia (1).
A tradugao fazici-se quando o autor ligava importancia
superior ao pensamento, de sabor proverbial. Olhos que o
[respectivamente: os, a, as]viram ir —Mensageiro sois, amigo—
Erros [de amores'] que sam pera perdoar—A's pancadas, mou-
riscote—Mais vale morrer com honra que deshonrado viver—
Rey que nHo faze justicia sSo boas ilustragoes d'essa maneira.
Modificando instintivamente a linguagem, o tradutor ora subs-
tituía apenas os vocábulos estrangeiros pelas formas corres-
pondentes da materna, ora alterava a sintase e a rima, se-
gundo as exigencias do texto portugués. E ás vezes deixava
subsistir termos e locugoes castelhanas, quando a nacionali-
zaijáo era difícil, ou exigía mudanga de maior, escorregan-
do assim para o bilingüismo.
O terceiro fenómeno, isto é o emprego simultáneo ou pro-
miscuo dos dois idiomas, é involuntario (em regra), ou propo-
sitado (por excepgao).
Involuntario quer dizer: causado por ignorancia, desleixo
ou precipitagao (2). Eni quasi todos os textos castelhanos,
compostos ou citados por Portugueses, ha erros: inadverten-
cias ora de autores que, pretendendo expressar-se em idioma

Miranda, preconceito que se prolongou até aos nossos dias, mas que naturalmente
naft extirpou o costume antigo. Já contei em outros escritos meus que no D. Qui-
xote (II, o. 58) uma Égloga do excelentissimo Camoes é cantada eu su misma len-
gua portuguesa.
(j) Com troíos líricos procedia-se do mesmo modo. Motes alheios, quer nacio-
naes, quer castelhanos, eram assinalados como taes. Em trovas centónicas—com
citafoes em ambas as linguas no fim de cada estrofe,—a sua existencia costuma ser
anunciada na epígrafe. Veja-se, p. ex., Canc. Ger., I, 109, 230, 400, 501; II, 31, 193.
(2) Os mesmos versos, citados em ocasioes diversas pelo mesmo autor, apre-
sentam-se por isso com aspectos diversos. No Templo d'Apolo, um vilSo de Gil
Vicente canta:
Rogaré á Dios del celo
que era padre de mesura
ROMANCES VELIIOS 7í3

estrangeiro, sem querer entremeiam o discurso de formas d a


lingua m a t e r n a (1); ora de copistas e impressores que em in-
números casos d e t u r p a r a m textos originariamente correc-
tos (2). A p u r a r culpas de uns e outros é comtudo impossível (P).
Creio que n a maioria dos casos deveremos considerar como
meros lapsos accidentaos—sobretudo nos géneros elevados em
estilo tosc¿xno ou em rcdondilhas de espirito h o r a c i a n o , de
artistas escrupulosos—defeitos gráficos, como m final em lu-
g a r de n {em com som sam tam ham); simples erros de fonacáo
como n por « fanos danos engaños engaña/- engañador), ou vi-
ceversa nh por n (caminhoj (4); e por ie (térra vento sempre gre-
go pensamento celo); o por ue (morte forte); ou por o (na con-
jungáo disjuntiva, e nos pretéritos da l."^ conj. 3 s.); pr cr fr
em vez de pl el fl (prazer praya prumage decrina frecha). O
mesmo talvez valha da troca isolada de formas como he por es;

que ou me case ou me mate,


ou me tire de tristura!
Amor, no puedo dormir (II, 389),
o que é castelhano, se emendarmos a conjuníao disjuntiva (e lermos cieUJ. No
Auto da Pista (p. 112^ temos mais alguns remendos portugueses: Rogarey a déos
e Amor nao posso dormir.
( 1 ) Lapsus calami, correspondentes aos lapsus lin^uae que na conversa esca-
para necessariamente ao Portugués que só de vez em quando tem de falar cas-
telhano.
(2) Muita vez seriara, pelo contrario, os correctores das imprensas os enca-
rregados derectificarem erros gráficos, fónicos ou mórficos. No Cancioneiro de 1516
ha muita trova castelhana, cheia de grafias e fonagoes aportuguesadas nuns exem-
plares, mas que aparecem emendados em outros. Confira quem puder, p. ex., a fo-
lha XII na ediíüo facsimilada de Iluntington com as páginas 88-92 do vol. I da
ediíao de Stutgart e com os tres exemplares da Biblioteca Nacional de Lisboa.
Cfr. Zeitschrift, V, 80.
(3) Nem ha, nesse ponto, diferengas notáveis entre os textos de autores da
Escola velha, e os clássicos dos autores cultos do Renascimento. Todos pecara,
com raras excepíoes; todos, menos os que viviam em Hespanha (como Montemór
e Silvestre). Em peculiar tenho em mente os hendecassilabos de Sá de Miranda,
de modo algum isentos de lusismos (em parte graves), conforme mostrei no Glos-
sario da minha ediíao e na respectiva Introducfio (p. cxxx).
(4) A grafía Ih por II (aquclha, elhos, etc.), comquanto nao possa induzir em
erro (ao contrario de //, que em castelhano significa uraa coisa e outra em portu-
gués (p. ex. em bella), exige raodernizaíao em reimpressoes cuidadas.
CULTURA 48.,, ,^
714 FILOLOGÍA

se por si; mim assim por mi assi; meus teus por mis tus; déos
por dios (1).
Outros lusismos mais incisivos ha, que comquanto incons-
cientes, sao evidentemente da algada dos autores: erros voca-
bulares, mórficos, gramaticaes, mas tambem fonéticos, que sao
fruto de reflexáo, e muita vez nao podem ser emendados sem
se tocar no metro e na rima (2). Aplicando mal a lei da diton-
gagño, 03 Portugueses escrevem ás vezes nuerte impuerta nue-
ble tuerno suelo ( = só), por analogía com muerte ¡muerta mue-
ble memo duelo; priesto (por analogía com tiesto); e tambera
piado em vez de pirado (por analogía com prata— plata) (3).
P5e livraria altanaría (em lugar de librería altanería); empre-
gam tarmos corauns a ambas as linguas em acepgfio exclusiva-
mente portuguesa, p. ex., prieto no sentido de negro; ou em for-
ma nacional [esmola cisne frol natureza seara ter vir) (4); hispa-
nizara levemente palavras e locugoes privativamente portu-
guesas (condón {b). peñera, juera, atijo); introduzera ligagoes e
assirailacóes inexactas como todalas, veloemos, pluraes como
leis reis bueis (monossilábieos), infinitivos em er, de verbos que

(l) Sou de opiaiáo que era futuras edi^oes críticas deviamos endircitar todos
esses descarrilamentos.
(2^ Englobando os lusismos nao só dos versejadores do Cancioneiro e de Gil
Vicente e seus imitadores, mas tambem dos poetas da idade áurea, podia-se es-
crever um estudo útil e interessante. Por ora ha apenas um opúsculo digno de
nota. O de Goníalvez Viana, sobre Lusismos no castelhano de Gil W««<<r, publica-
do na Revista do Conservatorio Real de Lisboa, por ocasiao do 4.° Centenario Vi-
ccntino (N.° 2, Junho de 1902). Sem ser completo, é excelente. Leite de Vascon-
cellos, no seu Gil Vicente e a linguagem popular (1902) em Revista Lusitana, 11,
nao se refere senüo de passagem aos defeitos pequeños do castelhano corrente, e
muita vez primoroso, do admirável dramaturgo. Além dos dois ensaios, e das ob-
servaíoes no meu Sá de Miranda, ha apenas notas soltas no Ensayo de Gallardo.
(3) Nao é de admirar, mas merece reparo que esses fenómenos sejam tam-
bem tragos distintivos dos dialectos occidentaes de Hespanha, sobretudo do leo-
nfis. Vacilando entre bueno tienes á castelhana, e bono tenes, eles chegavam a di-
zer fuella (em lugar de folhaj e nueite (em lugar de noite).
(4) Buele por fuelle (pg. fole); aciña e aiña em lugar de aina, sob influtncia
de aginha s3o outros exemplos.
(5) Vid. C. M. de Vasconcellos, Conttibuiqües para o futuro Diccionario Etimo-
lógico das Linguas Hispánicas (Lisb. 1908, extr. da Revista Lusitana, XI), p. l-g.
ROMANCES VELHOS 7l5

em castelhano pertencem á 3.'' conjugacao (morrer sofrer vi-


ver dizerj, assim como os expressivos infinitivos pessoaes (1).
Nem sao coisas r a r a s consonancias que, i n e x a c t a s em caste-
lhano, sairiam perfeitas, transpostás em portugués como ins-
t i n t i v a m e n t e foram pensadas ( v . g r . fruto mucho; muerta
importa; atigo servicio). Licencas poéticas que sobretudo a
musa pouco severa dos poetas da escola velha nao se pejava
de adoptar, por bem da sua comodidade.
IntenCionalmente, nenhum artista tomava, a meu ver, 11-
berdades d'esse género, a nao ser p a r a produzir efeitos có-
micos. Isto é em trovas de folgar, sátiras, gracejos, prosas
familiares em que se r e t r a i a m pessoas e costumes (2). O verda-
deiro terreno p a r a tao burlescos contrastes lingüísticos era to-
d a v í a o teatro. Gil Vicente—a cujo genio inventivo devemos
autos compostos em castelhano, autos escritos em portugués,
pegas ñas duas l i n g u a s , e outras políglotas em que, além d'elas,
surgem juristas, clérigos, fÍBÍcos, religiosos que se servem do
latim (em traje mais ou menos macarrónico), óiganos, mouros,
negros da Guiñé, um F r a n c é s e um Italiano, todos eles magis-
t r a l m e n t e c a r a c t e r i z a d o s (3)—Gil Vicente b a r a l h a muita vez,
de caso pensado, o portugués com o castelhano. E os poetas
cómicos da sua escola seguiram-lhe o exemplo (4).
Digno de n o t a é que cora esses processos eles definem ape-
n a s figuras b a i x a s , cuio portugués tambem está chelo de par-j

(i) Entre os exemplos que conheío ha um salieres de Gil Vicente (11, 76) pre-
cioso porque inostra que para o Planto portugués o conj. fut. e o infinitivo pessoal
eram formalmente idénticos.
(2} Numa contenda entre Castelhanos e Portugueses {Canc. Ger., II, 29), re-
lativa aos diversos nomes dos pulmoes, ha lusismos acidentaes e intencionaes.
Acidentaes como prazerá. Intencionaos como o verso:
Onde incus e teiis avoos,
em rima com dios vos nos.
(3) A fala de taes personagens de comedia merece o nome de Kauderiijelsch
{liaragotdn). Tratar porém depreciativamente a linguagem toda de Gil Vicente de
geringonía Q'erga mixta de castellano) como fizeram Fitzmaurice-Kelly e seu tra-
dutor, é injustiga flagrante.
(4) Nos artigos já citados de Gongálvez Viana e Leite de Vasconcellos ha por-
menores a este respeito.
'716 FILOLOGÍA

t í c u l a r i d a d e s : a r c a í s m o s e idiotismos p r o v i n c i a n o s (1). N u n c a ,
p e r s o n a g e n s de a l t a c a t e g o r í a . Esses e x p r e s s a m - s e sempre
em portugués culto ou em c a s t e l h a n o culto, e m b o r a com os
defeitos inconscientes a que a l u d í . Os c a r a c t e r í s t i c o s dos t e x -
tos bilingües sao os j á i n d i c a d o s , m a s em a c u m u l a c á o . E isso
t a n t o em ditos da sua p r ó p r i a l a v r a como em t e x t o s alheios.
D a boca de víIQes, p a s t o r e s d a s e r r a , r a t i n h o s da B e i r a , t r a n s -
formados em e s c u d e i r o s de p o u c a m o n t a , s a e m c a n t a r e s v e -
lhos, com um pé á c a s t e l h a n a , outro á p o r t u g u e s a (2), de t a l
modo promiscuos que a n a c i o n a l í d a d e ñ c a ás v e z e s i n c e r t a (3).
Eis algunos e x e m p l o s :
Estes meus cabellos , madre,
dos á dos me los lleva el aire. (II, 410.)

Por una vecina mala


meu amor tolheu-me a fala. (III, 77.)

Volaba la pega y vai-se!


quem me la tomasse! (II, 423.)

A mi seguem dous agores!


hum d'eles morirá damores! (II, 425 )
*
A serra es alta,
o amor he grande,
se nos ouviráne? (II 427) (4).

(1) l i a quem julgue convencional esse portugués rústico de pastores da S e -


rra da Estrela, da Serra de Sintra, e dos arredores de Coimbra; imitagáo do estilo'
pastoril {sayagüís e salmanqiiino) de Juan del Encina e Lucas Fernández.
As semelhanías entre os dialectospastoris de Lcao e Estremadura e os da Beira
portuguesa sao comtudo positivas. Em ambos ha trafos que parecem castelhanis-
mos, e traaos que parecem portuguesismos. Cfr. Idéete de Vasconcellos, Esquisse
íi'une Dialectolo^ie Portuoaise,% 14.
(2) Apesar de as vogaes átonas do portugués antigo nao terem sido táo sur-
das como hoje, e de as consoantes j x ch z c haverem ido v.ilor igual em ambas
as linguas, o contraste lá estava.
(3) Mas tambem cantam em castelhano correcto, em portugués correcto, ou em
linguagem pastoril.
(4) Com o e paragógico de oiivirane daré pesare e bonamore (II, 31), em can-
tares velhos, compare-se o dos trechos de romances que citei Cpergiintade cenare
llevare 56, perdone 71, peleare 88, soné xahone 100).
ROMANCES VELHOS 717

Nao me vos querem daré:


ir-mehei a tierras agenas
a cliorar meu pesare. (II, 20.)

Terra querida deismelo, (?)


no me neguéis mi consuelo! (II, 418.)
*
Niña, erguedme los ojos |
que a mi namorado m'hS,o. (II, 401) (1). ;
A meu ver, esse hibridismo das composÍ9oes líricas can-
tadas é o reflexo fiel da linguagem comum d a realidade—con-
sequéncia fatal do enorme prestigio que o idioma do centro
gozou de 1450 a 1640, pelas causas exaradas no § 160, refor-
Qadas ainda pela tendencia geral do Renascimento, de flxar
em cada país um centro de unidade lingüística, em oposigao
á romántica variedade de idiomas literarios que r e i n a r a na
idade-média.
F a l a r correntemente a lingua da corte, versejar nela com
primor, longe de ser crime de leso-patríotísmo, era meritorio
ou mesmo um dever cívico, craquauto durava o sonho da
uniao (2). Figura-se-rae típico o conselho Ante mordey caste-
lhano que falardes portugués, dado por um Mentor perspicaz
a um dos mancebos que acompanhavam em 1483 o Duque
D> Diogo á corte dos Reis Católicos (3). Mesmo os populares
q u e afluiaiu á capital, Beiroes em g r a n d e p a r t e (4), l e v a v a m
(i) Uma das citasoes que nos ocuparam, emparelha com esses exemplos:
S'o barrete bem volava
la hegoa mijor corría,
(z) O sonho repetia-se sempre de novo, mesmo depois que dos acontecí-
mentos históricos, ocorridos de 1477 " '553i se deduzira o adagio político: Caste-
lhanos, Pojtn«ueses, A^ao os quer Deus juntos '^'cr (Aíisc. Estr. 35). Sempre o vi cita-
do nessa forma. Na ediíiio de 1798, de que me sirvo, ló-se toáa\\a:j<! os que Deus
juntos ver, o que está em contradiíüo flagrante com o resto da cstrofe.
(3) Canc. Ger., II, 459. üe GH de Crasto a Anrique d^Almeida hindo para
Castela. Será bom conferir os versos, já alegados, em que Nuno Pereira molcjou do
mesmo Anrique d'Almeida quando veio de Castela com o Duque (I, 265); assim
como a contenda em que tomou parle (II, 29).
(4) Dos Ratinhos da Beira, que afluiam a corte é que Gil Vicente aprendeu
por ventura a linguagem dos serranos, e parte das cantigas e scrranilhas á moda
galego-portuguesacom que enfeitou os seus Autos ( 1 , 1 6 1 , 183; 11,443, 48i;III,2l4 )
718 FILOLOGÍA

seguramente no regresso um peculio mais ou menos vasto de


vocábulos e frases e de cantigas, trovas e romances. Um
¿ado hmno por aqui? pronunciado com a de vida arrogancia,
dava-lhes ares de cortesaos.
Quanto aos literatos, todos os bons engeuhos escreviam
ora em portugués, ora em castelhano, emoviam-se á vontade
em ambos. Pela reforma de Sá de Miranda a praxe avigorara
ainda, porque, na aprendizagem do metro toscano, muito mais
escabrosa cá, por causa da excessiva vocalizacao dos vocá-
bulos, o mestre se adestrou primeiro em castelhano; e os adep-
tos fizeram o mesmo. Os poneos que nao se deixaram arrastar
(Bernardim Ribeiro instintivamente: Antonio Ferreira de caso
pensado) só confirmam a regra. Outros que, pela sua posigao,
nao se Ihe podiam subtrair, lamentavam pelo menos o fatal
estrangeirismo da nagao—fatal porque, se documenta a vitali-
dade e agilidade do genio portugués, importa ainda assim num
desperdicio de torcas p a r a a literatura naciojial—e condena-
vam incondicionalmente a antiestética promiscuidade das
duas línguas em trovas de carácter popular (1).
De Jorge Ferreira de Vasconcellos, o qual vimos louvar
cantigas portuguesas sem fezes como as do Africano, é a
sentenga seguinte: Nüo ha entre nos quem perdoe a uma trova
portuguesa, que muitas vezes é de vantagem das castelhanas
que se tem aforado comnosco e tem tomado posse dos nossos
ouvidos (2).
De Luis de Camoes é uma engragada alusao aos textos re-
mendados. A trova verdadeiramente boa, fina e saborosa, a
trova trigo-tremés,
ha de ser toda de um paño,
que parece muito inglés
( l ) Na literatura castelhana ha textos bilingües que parecem parodia dos de
cá. Citei, p. ex., o romance Afora afora Xoiirigo, cantado na quixotesca Mancha
por um namorado lenceiro portugués (Duran, N,° IT]2). Como todavia os versos
de arte de poetas portugueses, reproduzidos no reino vizinho como preito de ho-
menagem sincera, estejam igualmente deturpados, a minha interpretaíiío nao é
segura.
{z) Note-se bem: dos ouvidos.—Parte do prestigio vinha da sonoridade da vo-
calizacao, e das composigoes musicacs.
ROMANCES VELHOS 719

num pelote portugués


todo um quarto castelhano! (1)
L§ 174] O predominio do idioma castelhano nos romances,
é todavía outra coisa do que um dos aspectos do prestigio ge-
r a l , por ele exercido. Além da influencia literaria, e superior a
ela, ha neste ramo a influencia popular, directa e constante,
da tradigSo. P a r a o reconhecer basta pórmos em foco a persis-
tencia do fenómeno. De 1640 p a r a cá o prestigio do centro foi
se perdendo; os sessenta anos de uniáo produziram mesmo
certo íipartamento político e social, que se reflectiu ñas rela-
gSes literarias e artísticas. Os romances tradicionaes todavía
continuam a contér resaibos castelhanos, especialmente em
Tras-os-Montes, e na Beira-Baixa. Isto é na raia hespanhola,
onde o contacto entre os dois povos é constante.
O que ahi se passa no día de hoje, como continuagao do
de hontem e de ha quatro séculos, foi táo bem exposto por
Leite de Vasconcellos, que conhece as provincias de visu, que
b a s t a tresladar os seus dizere, anotando-os, onde fór preciso.
«Os povos da fronteira transmontana (2) falam corrente-
mente o castelhano, do mesmo modo que os de lá falam o por-
tugués (3). O mesmo sei que se dá no Alemtejo. No Alto.
Mínho, n a r a i a da Galliza, os Portugtiéses sabem tambem o ga-
llego (4). Na fronteira as raoedas portuguesas e hespanholas
circulam indiferentemente lá e cá.
(i) Amp/litrioes, I, 6.—Na mesma comedia ha alusoes picantes ao costume
dos poetas de se servirem do alheio. Citar muito era considerado como prova de
bom saber. Exactamente como hoje.
(a) Faltam referencias á Beira-Baixa, porque o benemérito investigador fre-
qüentou pouco aquelas regioes. Na Revista Lusitana pubUcaram-se recente-
mente alguns textos. Vid. vol. XI: Trad¡¡óespopulares e linguagem de Atalaia, de
Carlos A. Monteiro do Amaral. Nos romances ha alguns poucos castelhanismos:
quitar, chicas, la niña.
(3) Posto que o dom das linguas seja qualidade essencialmente portuguesa,
menos freqüente em Hespanha, a influencia foi e é forzosamente mutua. E os
portuguesismos que por ventura haja na lingua e no Cancioneiro popular de Leao
e da Lstrcmadura, ata.\\cz tambem no Romanceiro,devem ser examinados.Parece-
me que Cáceres, Ciudad-Rodrigo, serao bom terreno para investigafOes.
(4) Em Miranda do Douro, as pessoas de certa cultura intelectual, falam por-
tugufes, castelhano e mirandcs, com o sotaque particular de cada um.
720 FILOLOGÍA

Ha festas em Portugal aonde vem os Hespanhoes e festas


em Hespanha aonde vRo os Portuguezes, como eu tenho ob-
servado freqüentes vezes. Quem viaja pela nossa fronteira, a
cada passo encentra Hespanhoes que andam comraerciando.
Os trabalhos agrícolas chaman tambem individuos promis-
cuamente das duas nacoes.
Em Traz-os-Montes os romances populares gozam de
grande vitalidade, principalmente no districto de Braganga,
porque os cantam de continuo ñas segadas de centeio, pro-
ducto este cuja cultura tem allí (como se sabe) muito desen-
volvímento. P a r a estes trabalhos vem com frequencia Hes-
panhoes que entao trazem do seu país muitos romances que
depois cá fícam (1). Isto é um facto de observa^áo e portante
positivo. Mas ainda que isto se nao soubesse, a origem im-
mediatamente hespanhola de grande parte dos nossos roman-
ces provava-se.
1°) Porque ha cá muitos em castelhano; assim os tenho
recolhído em Traz-os-Montes e amigos meus no Alemteio;
2°) Porque se dizem entre nos romances metade em portu-
gués, metade em castelhano, como eu possno alguns;
3°) Porque nos romances em portugués apparece muitas
vezes aqui e além perdida uma p a l a v r a em castelhano.
Esta importacao dá-se actualmente; mas devia dar-se
tambera neutros terapos. De facto, os romances em que ha
j á poucos termos castelhanos, mostrara que elles foram tra-
duzidos; e a traducgao fez-se muito lentamente. Quando eu
fui a Tras-os-Montes, as pessoas que rae dictavam romances
em castelhano-portugués empregavam memo ás vezes indife-
rentemente uma forma de lá ou uma forma de cá; compre-
hende-se, pois, que cora o tempo e com as pessoas, os roraan-
ces hespanhoes se tornera inteiramente portuguezes» (2).
[§ 175] Os romances castelhanos, colhidos nos nossos dias
no territorio portugués, por ora nao foram publicados, infe-

(1) Os romances vulgares que existem únicamente no distrito de Braganga,


passariam a fronteira recentemente.
(2) Romanceiro Portnguez, p. 4-5. Nos parágrafos que preccdem o trecho co-
piado ou se Ihe seguem, o autor trata das origens dos romances.
ROMANCES VELHOS 721

lizmente. Nem tSo pouco exemplos dos meio-castelhanos, a


nTio ser o do Cativo que T. B r a g a diz ter tirado de um m a n u s -
crito portuense, ao qual talvez atribua nimia idade (1). Dos
textos que aqui e além t r a z e m p a l a v r a s perdidas eui c a s t e -
l h a n o , h a , pelo c o n t r a r i o , bastantes nos diversos r o m a n -
ceiros; mesmo no de A l m e i d a - G a r r e t t , apesar dos retoques
com que o g r a n d e poeta aperfeigoou os c a n t a r e s t r a d i c i o n a e s .
De c a d a vez, os castelhanismos sao poucos. Dois ou t r e s nos
r o m a n c e s transmontanos e beiroes, porque ñ a s o u t r a s provin-
cias muitos estao sem nenhum. P a r a c h e g a r a resultados se-
guros seria preciso examinar, se os castelhanismos sao p r i v a -
tivos dos r o m a n c e s , ou usados tambem no Cancioneiro popu-
lar, nos contos e na prosa usual, das regioes r a i a n a s (2), fa-
zendo p a r t e das linguas fronteirigas. Nao creio t o d a v í a que
c h e g a r i a m o s a resultados diferentes. Baste dizer que os mais
freqüentes sao: el lo la los las como artigos, mi mia tu. Subs-
tantivos e verbos surgem sobretudo na rima. Se, por exemplo,
num r o m a n c e castelhano em -í-o ocorre castillo, testigo, quiso,
chiquito, ou Castilla, la niña, chiquita, num em -í-a, a l g u n s
recitadores conservam-n'os taes-quaes ñas suas t r a d u g o e s ,
cómodamente (porque castelo, testemunha, quis, pequeño; Cas-
tela pequeña nao servem) e m q u a n t o outros i n t e r r o m p e m sem
ceremonia a assonáncia continua (3).
Num p a r é n t e s e c h a m a r e i a atengao p a r a um grupo i m p o r -
tante de termos que ocorrem no meló dos versos, porque p a r a
os filólogos tém interesse p a r t i c u l a r , é t a l v e z possam s e r v i r d e
indicios de como cantares-velhos e romances-velhos pertencem
á fase a r c a i c a da lingua e da l i t e r a t u r a .
Registando os v o c á b u l o s / J i a n / i a n a , manhanita (4), magaña,

(1) Século XVII.


(2) Vocábulos como quedar oliva relumbrar, empcfar, aquesta, que se repetem
em romances de Tras-os-Montes e da Beira, silo usuaes nessas provincias e ocor-
rem em bons autores portugueses, antigos. De padre madre na acepgao de pae
mCie, nem vale a pena falar.
(3) Verdade é que niño podia muito bem ser substituido por menino, e la niña,
por menina.
(4) Num dos arcaicos cantares líricos de Rebordainlios, cuja descoberta se
deve a Leite de Vasconcellos, temos: pela manhaninha manhá.
722 FILOLOGÍA

ventana, irmana, irmano, cristana, cristano (respectivamente


cristiano) (1), grana, granado, venia, tenia, poner, tener, tiene,
venir, venido, color, mala, relinchar (2), solia, volaba, patén-
telo que se t r a t a de formas provenientes de outras latinas
com -n- intervocálico—ou (menos vezes) com -l—formas que
em portugués moderno perderam uma sílaba, pela queda do
-Z-, o u d o n (depois de transformado era resonancia nasal,
adérente á primeira vogal) e contragáo das vogaes era urna só
(manhci, maga, venta, irmü, irmño, crista, cristüo, gran
grado vinha, tinha, por, tSr, vir; cor, má, rinchar) (3).
Essas mesmas p a l a v r a s e outras de forraagáo igual, prin-
cipalmente as que acabara em -cío (de -anu) ou em -áes, -oes
{-anes, -ones), antígaraente com valor de duas sílabas, mas
nesse estado pouco cantáveis, j á haviam causado embarazos
aos trovadores galego-portugueses. Por isso muitos servi-
rara-se, na letra cantada e bailada de cantos de romaria e
serranilhas, das formas sano, loucano, irmana, dizendo tam-
bem pino, penado, avelanedo em lugar de sao, louQÜo, irmü,
pío, peado, avelciedo.
É costume t r a t a r essas formas de castelhanismos. Nao de-
vemos esquecer todavia que o portugués de entáo, culto e
popular, possuia -ano, -ana (v. g., na forma familiar mana,
mano, serrano, castelhano, etc.), e que os reformadores e poe-
tas clássicos do século x v i , beneméritos da lingua nacional,
resuscitaram o -n perdido em muitos termos síraples (4)
(v. g , feno, pena, menos), e era innúraeros derivados. Reco-
rrendo aos étimos latinos aproximaram estas formas das co-
rrespondentes castelhanas, quando nao resultava identidade
(gráfica) absoluta. A gente-povo da fronteira, quando em
romances que aportuguesava, tinha a pronunciar, c a n t a n d o

(1) o alfaiate judeu do Auto da Lusitania canta cristianos. Tambem diz en la


mano una azagaia porque cristaos e na md,o ua azagaia n5o preenchia a .medida.
Cristane na ligao algarvia do romance del Cid parece erro por cristano.
(2) Vid. Zeitschrift, XVI.
(3) Soia, -voava nao sofreram reduíSo.
(4) Na boca do povo 7 o passara a inho, üa a unta; e ao-tia-oe-ae tornaram-se
monossilábieos.
ROMANCES VELHOS 723

OU recitando, correspondentes de tener, venir, poner, mano,


Jmeno, ven cia a diticuldade com o fácil expediente de os
deixar estar taes-quaes. P a r a eles a influencia castelhana
é a única admissível. Se portanto menos, pena, n a boca de
poetas cultos, sao latinismos, venia, tenia, sao castelhanismos
na boca do vulgo.
Da obra de Gil Vicente extraio alguns c a n t a r e s de gente
da serra:
Vento bueno nos ha de levar!
garrido é o vendaval (II, 306 e 494).
Vos me veniredes a la mano,
a la mano me veniredes!
e vos veredes
peikes ñas redes (I, 218) (1).
E se ponerei la mano em vos,
garrido amor? (II, 443).
Hum amigo que eu havia
man(¡anas d'ouro m'envia (II, 444).
A serra é alta, fria, nevosa,
vi venir serrana gentil, graciosa (III, 2-14).
[§ 176] F e c h a d o o paréntese com que terminei a discussáo
mal esbogada do problema lingüístico, torno ás teses de T.
B r a g a e Menéndez y Pelayo (§ 166-168), que combato. Do
castelhanísmo da maior p a r t e dos romances velhos nao h a
que duvidar. Castelhanos n a redagao original, e r a m cantados
e citados em castelhano n a corte portuguesa e entre os es-
t u d a n t e s d a Universidade. Fízeram-se, porém, portugueses,
traduzidos pouco a pouco e adaptados ao gosto nacional n a
boca do vulgo, quer descessera do pago ás r ú a s da c a p i t a l ,
quer entrassem d i r e c t a m e n t e pela fronteira. A digao a prin-
cipio p u r a m e n t e castelhana, transformou-se em c a s t e l h a u o
eivado de lusismos, em portugués com r a r o s resaibos caste-
lhanos, e finalmente, ñ a s provincias mais a f a s t a d a s , em por-
tugués castigo.
Ainda assim, nao subscrevo em globo as conclusoes dos

( i ) Em outros escritos encontrei uma variante do refram: jfá vos jazedes, Pei-
xinhos, lias redes.
724 FILOLOGÍA

dois, conforme j á assentei na Introdugdo, acentuando-o depois


sucesslvaraente. Das premissas estatuidas pelo historiador
madrileño, e anteriormente, com menos precisao, pelos pró-
prios Portugueses (1), tiro consequéncias diversas, por e n c a r a r
á luz diversa o problema das linguas, das nacionalidades e
das literaturas peninsulares.
Dos vestigios que revelei, resulta que de 1450 a 1640 os
Portugueses citavam e c a n t a v a m romances em castelhano.
Os que hoje o vulgo canta em portugués no continente, ñas
libas oceánicas, no Brasil, cora p a l a v r a s perdidas em caste-
lhano, sobretudo ñas provincias raianas de Tras-os-Montes e
Beira, sEo os mesmos do século x v i . Os mesmos que entao
existiam e ainda existem no reino vizinho, nao só ñas regioes
que entestara cora Portugal, mas tambem ñas mais afasta-
das (2), e fóra da Península, na América do Sui, em Marrocos
e entre os Judeus do Levante (3). Iguaes no metro e na rima,
08 romances tradicionaes de Portugal, comquanto deteriora-
dos a miude, sao muita vez decalcos completos dos que em
Gástela se imprimirara no século x v i , e lá tambera erara ci-
tados, glosados, parodiados. Igual predoraínio dos romances
em castelhano nota-se na Galiza e ñas Asturias, isto é era
provincias cujo povo fala dialectos bera distanciados da co-
raura lingua literaria. Na própria Gatalunha, os romances sao
arralados nao só de vocábulos isolados, como era Portugal,
raas tambera de fragmentos inteiros em castelhano (4). A
abundante colheita, coordenada por Milá y Fontanals, origi-
nalissiraa n a forraa, no espirito e nos assuntos, ñera a das
Asturias, nem a de Portugal é genéricaraente indígena e pri-
v a t i v a de cada regiáo. O romance nasceu em Gastóla, dos
cantares de gesta democratizados por jograes; lá teve o seu

(1) Garrete e T. Braga. Sobretudo Almeida,


(2) Sem e.xcepíao do centro, como até ha pouco, se julgava.
(3) Está por examinar, se na lingua e no material folklórico d'esses Judeus n,T,o
ficaram vestigios da sua passagem por Portugal (como creio).
(4) A diferenga explica-se. Os romances, com menos elementos originaes, s!Lo
mais pe'rfeitamente nacionalizados em Portugal do que na Gatalunha, porque o
eclipse da lingua catalán (na literatura) durou tres séculos.
ROMANCES VELHOS 725

mais alto grau de vitalidade, irradiando p a r a todos os lados.


Mais uma vez: de tudo isso nSo ha que duvidar (i).
Concordo tambem cora o dictamc finamente pensado e r e -
digido, que «coraunicando-lhe a sua poesia n a r r a t i v a , é que
Castela pagou á Galiza e a Portugal a divida que contraíra
ao receber d'eles, nos alvores da literatura, as formagSes lí-
ricas».
Mas nem por isso eu diría que «tudo qiianto ha em roman-
ces velhos é resto de uma poesia inteira e exclusivameiite do
cejitro castelhano, na qual o Norte, o Nordoeste, o Oeste e
Levante JicTo teve parte alguma» {2). Antes diría; que o cas-
telhano é a lingua em que os romances foram escritos—por
gente de todas as regióos da península—porque o castelhano
fóz'a nos séculos x i i e x i i i a lingua épica de Hespanha, e con-
tinuava a sé-lo aos séculos iraediatos, exactamente como o ga-
lego-portugués fora de 1200 a 1350 a lingua lírica comum (3) e
continuou a ser empregada por alguns Castelhanos até 1450.
Escrito em castelhano nao equivale a obra de um CastelJia-
no, como escrito em galego-portugués nao equivale a obra de
um- Galego ou de um Portugués. Escassez de talento épico,
sentimento histórico, e genio inventivo nao significa abso-
luta falta (4). A existencia de romances de a r t e , esci'itos em

(1) Os exemplos de nacionalizasáo progressiva sao tantos que é justo consi-


derar como importados mesmo aqueles, de que nao subsistem paralelos caste-
llianos, sempre que níio haja motivos e indicios obvios do contrario.
(2) Apontando a regra, abstraída de exemplos de peso, Menéndez y Pelayo
esquece as excepíoes, como G. Baist as esqueceu, ao vindicar para Castela todas
as prosas novelescas do tempo arcaico. Textos tornados accessiveis uestes últimos
tempos, como o Vespasiana (Destruiíiío de Jerusalem), o Merlim, e o Graal, nao
confirmam de modo algum a regra. O confronto com os textos portugueses (impres-
sos e manuscritos) mostra que foram tr,-nUizidos do portugués. Innúmeros erros
nasceram da má comprensáo d'esta lingua. Prová-lo-hei em outra parte.
(3) Com exclusao da Catalunha, cujos trovadores eram irmaos-gémeos dos da
Provenía.
(4) Verdade é que ;0s romancistas portugueses de 1500 e iGoü nao dis-
punham de grande originalidade. Um dos melhores dirigiu aos colegas a sátira se-
guinte:
Mis señores romancistas,
poetas de Lusitania
726 FILOLOGÍA

castelhano por autores portugueses, é um facto. Mesmo que o


de D. Duardos e Flérida fosse o único, cuja exportagSo e
popularizacáo estivesse provada, teriamos o direito de supór-
que entre os anónimos, alguns tenham origem portuguesa (1)
(e outros sejam obra de Galegos, Asturianos, Anigoneses, Ga-
talaes. Leoneses, Estremenhos) (2). Se o achado de tres ro-
mances entre as poesías de Juan Rodríguez de la Gámara
sobresaltou os críticos modernos, demos tambem o valor de-
vido aos romances (posteriores, bem o sei) de Gil Vicente, cujo
genio inventivo e cuja maestría em composicoes castelhanas
quasi ninguem impugna. Nem esquegaraos que o próprio Juan
Rodríguez, celebrado como primeiro autor conhecido de ro-
mances, era do Padrón de Santiago, conterráneo e amigo de
Macías, e que Carvajales, o segundo, pertencente á corte
neapolitaaa de Alfonso V, era Araifones.
Falando de romances castelhanos, tomemos portante o
qualificativo no sentido lato e derivado de hespanhol ou his-
pano, que foi adquirlndo nos tempes de Carlos V, e nao no
primitivo de oriundo e privativo do centro peninsular.

que hurtastes las invenciones


a la lengua castellana....
no veis que están ya sin hojas
los laureles de Castalia?
que dan á cada español
romancista una grinalda?
Mas parte da sátira atinge tambem os epígonos castelhanos.
(1) Sedúzias de Portugueses conhecidos contribuirán! para aliteraturacastelhana
com novelas pastoris, livros de cavalaria, versos sacros e profanos, autos e c o m e -
dias, tratados históricos, etc., etc., e com romances artísticos, nS,o é de crer que
entre os anónimos autores de romances velhos eles faltem por completo. Se pos-
suissemos lisoes primordiaes de romances, talvez lá encontrassemos lusismos. En-
tre as que foram impressas no século .\vi, será difícil descobrir alguns. Comtudo,
nSo dou o ponto por debatido. No estudo especial de cada um dos romances típi-
cos haverá ensejo para a análise comparada, dos textos castelhanos e portugueses.
(2) Nao é de crer que a Galiza, Leño e Asturias fossem estranhos á elabora-
fao do Romanceiro. Se a porgáo relativamente pequeña de romances colhidos na
Andaluzia corresponde á sua tardía reconquista, a abundancia e boa conservaíiio
dos de Asturias deve significar, pelo menos, que lá arraígaram fundo e se desen-
volveram com vigo.
ROMANCES VELHOS 727

[§ 177] Coiihego as objecgoes que se podiam l e v a n t a r mes­


mo contra a colaboragSo excepcional de Portugueses no Ro­
manceiro medié vico que advogo, a suposta impericia do povo
no idioma cortesao, e a falta de talento épico. Com relagao
ao primeiro óbice, recordó o que se disse das provincias r a i a ­
nas, da facilidade com que o Portugués a p r e n d e linguas es- •
t r a n g e i r a s , e tambem da semelhanga entre os dois idiomas
no século XV (1). No tempo da maior eflorescencia do género,
populares de espirito superiormente dotado bem poderiam t e r
composto romances em castelhano. E m segundo lugar lembro
que j á n a o se considera a poesia popular como misteriosa
criagao g e n é r i c a , de proletes incultos, m a s a n t e s como obra
d a inspiragao pessoal de personagens pertencentes a todas
as classes sociaes, com ingenio poético e que consubstancia-
v a m em si a alma nacional, mas obra que depois, n a sua pas­
sagem pela boca de muitos, e r a r e t o c a d a a miude: ora aper-
feigoada por condensagao, ora deteriorada por falta de m e ­
moria e por confusáo com outros textos.
Com respeito ao talento épico de Portugal e sua colabora-
gao e v e n t u a l n a poesia heroica, é facto que nao h a c a n t a r e s
de gesta originaes (2), nem mesmo imitagoes ou tradugoes. A
parodia de uma scena da Chanson de Eoland, algumas poe­
sías n a r r a t i v a s que se aproximara do género dos romances (3),
eis tudo o que ficou de épico do primeiro período d a l i t e r a t u r a
nacional. Sómente o reino leonés (segundo as a p a r é n c i a s , uraa
p a r t e que em tempos de Alfonso líenriquez fora portuguesa),
contribuiu com o Poema de Álexandre, provavelmente na
pessoa de Lourengo de Astorga (4). N a época de transigáo,

( 1 ) A migraíüo de contos e de cantos líricos é prova da inanidade da objecíao.


(2) Certas cancoes históricas, de tipo diverso do connnn dos romances, as
quaes tem sido apresentadas na Galiza e em Portugal como de origem remotissi-
ma—a do Monte Medülio lá, e cá a dos Figueiredos e o Poema da Cava—süo falsi-
ficaíoes, mais ou menos hábilmente feitas.
(3) Vid. C. M. de Vasconcellos, Die Pomanze von Don Fernando (Randglosse,
XII em Zeitschrift XXVI).
(4) Vid. a Ed. de Morel-Fatio (Dresden, 1906); e K. Menéndez Pidal, El dia­
lecto leonls (Madrid, 1906).
728 FILOLOGÍA

que das gestas conduz aos romances, é que Portugal parece


haver criado o mais antigu poema épico de estilo popular, eui
quadras de versos octonarios, chamados no futuro redondilhas.
Exemplo talvez do que seriam formalmente os cantares jugla-
rescos que Menéndez Pidal e Menéndez y Pelayo definiram e
avaliaram tao magistralmente (1).
Investigadores conscienciosos como Cornu e Baist teui o
chamado Poema de Alfonso XI em conta de tr¿iduc;áo de um
original portugués (perdido e ignorado). Menéndez y Pelayo,
Menéndez Pidal, Beer, Becker, Fitzmaurice-Kelly, Bonilla,
adoptaram este parecer. Eu, pretendcndo conciliar com o cas-
telhanísmo do texto os freqüentes e evidentes lusismos na rima,
incUüo-me a crer que nao houve tal, e que o Poema foi escri-
to por ura Portugués desnaturado, subdito do buen rey de Gas-
tiella e León, que aceitando o castelhano como idioma épico,
se antecipava um século ao Condestável e aos romancistas.
Entre as diversas explicagóes que ideei (2), nenhuma satis-
faz, em todos os sentidos, mais e melhor do que esta, que
oportunamente tentarei demonstrar (3).
A prova de que perto de 1340 o statu-quo das linguas pe-
ninsulares comegava a alterar-se, temo'-la no cantar de amor
único em castelhano (se abstrairmos de uma tentativa frag-

( 1 ) o Poema tem numerosas alusoes a costumes populares, pontos de con-


tacto tanto com as novelas do ciclo bretónico como com as cantigas de amor e de
aaiigo dos trovadores galego-portugueses, e talvez com outros cantares de gesta
democratizados, de que irradiaran! romances. A este respeito aditarei uma nota
curiosa. Além do ditado, relativo ao mensajero, que extratei mais ácima, encontrei
no Poema, com viva satisfagao, o dos Ollios ijue vos viram ir. Na estrofe 2411 é
que se IC Ojos que vos vieren ir nunca se (? vos) verán tornar. Estou a ver que o
original ainda se descubrirá em qualquer Cantar de gesta,
(2) No Grundriss, 11'', 284-5, procurava no autor um Leones, acostumado
a falar o seu dialecto e a poetar em galego-portugués; e inda hoje acho que ha par-
ticularidades lingüísticas a favor d'essa conjectura.
(3) Ao lado de rimas imperfeitas ou nulas no texto castelhano, que em portu-
gués resultam perfeitas ( e portanto seriam pensadas em portugués) ha outras
(mais de um cento) que, estando bem na redacíáo que possuimos, saem imperfei-
tas ou nulas, transpostas em portugués. E isso em partes que nSo sao interpola-
90es, como por ventura as Profecías. Como lusismos considero ainda: o em rima
ROMANCES VELHOS 7 2 9

raentária de Alfonso X), com que o próprio Alfonso X I , o muy


castelhano, contribuiu ao Cancioneiro galego-portugués (1),
nao sem e n t r e m e a r a fala m a t e r n a com diversos lusismos. E
temo'-la em outro poema épico, tambem em q u a d r a s , e sobre o
mesmo assunto—aBatalha doSalado—em que rivalizando com
o Luso-castelhano e nao dando fé á maior epicidade da lin-
g u a do centro, o Portugués Afonso Giráldez se serviu do idio-
m a lirico. Poucos versos subsistem, mas esses sao autenti-
cados por c l a r a s referencias numa Carta do Regente (2).
Quanto ao c a n t a r do Abade D. Joño de Montemór e o de
Bistoris gram sabedor, ambos completamente perdidos, acho
a mengao de Afonso Giráldez positiva demais p a r a n e g a r m o s
a sua vericidade (3).
E a falta e s t r a n h á v e l de r o m a n c e s sobre feitos históricos
de Portugal? A tomada de Ceuta, T á n g e r , Arzila, Azamor, as
b a t a l h a s de Aljubarrota e de Toro, a t r a g e d i a do R e g e n t e ; o
martirio do Infante Santo; a actividade do N a v e g a d o r ; os
feitos de Alfonso, o Africano, e seus capitaes; as navegagoes
oceánicas; as conquistas orientaes; e tantos e tantos casos
poéticos da historia nacional, nao d e s p e r t a r m a musa épica
popular. Nem mesmo da prosa infantil das Crónicas do Con-
destável, do Infante Santo, e de D. Joáo I, ou da Historia T r á -
gico-Marítima se d e s p r e n d e r a m romances. Talvez porque as

com ue (osso morto fora lifarrocos iiozes cordo aposta volta boa); e final, depois de
d (bondade lide salude, e os imperativos em ade ede ide); o plural monossilábico
reis; meló com valor de uma só silaba (como o portugués arcaico mho mi-o); verbos
que em portugués pertencem á a.* e em castelhano á 3."' conjugafao; distinjao
entre a 3 s. perf. da 2}^ e 3.^ conjugaíao. Em parte eles concordam com os
lusismos que sinalizei no Cancioneiro Geral e nos Autos de Gil Vicente.
( 1 ) Ca?tc. Vat., iV.° 209: El rey dom Affonso de Gástela e de León que venfeu
el rey de Belamarim com o poder d'alem mar a par de Tarifa; Em huum tiempo cog-
ñtres.—Nao me refiro a lusismos gráficos e fónicos, que podem ser obra de copis-
tas, mas apenas aos mórficos, autenticados pela rima (sofrir vivir defalir decir
pidií moriré e apar d'eles AVER FAZER ur/.ER MOKRER).
(2) Vid. Grundrigs, III', p. 205.
(3) Neste ponto afasto-me portanto do parecer, enunciado por Menéndez Pi-
dal na sua excelente ediíao da Leyenda del Abad Don Juan de Montemayor (Dres-
den, 1908). Cfr. Baist, em Literaturblatt, 1905, p. 1466.

17
73ü FILOLOGÍA

Crónicas e Historias, pela sua vez, n a o sairam de cantares de


gesta preexistentes? Ou porque a conquista de terrenos e x t r a -
europeios nao inspiren no povo os mesmos sentimentos p r o ­
ductivos que a reconquista do solo patrio? e essa já e s t a v a
personificada no Cid Campeador? héroe nacional comum,
comquanto do Occidente pisara apenas a regiáo cenimbri-
cense?
A evolugao histórica quis que só tarde, na era do Renas­
cimento, e na p a r t e culta da na9áo, acordasse a nobre ambi-
cáe de no seu seio se gerar, nao um jogral romancista que n a
praga guitarreasse versos populares, m a s um Yergilie ou Ho­
mero que em metro condigno cantasse, classicamente, o peito
lusitano. A' vista dos Lusiadas é impossível negar o talento
épico da nagao. Mesmo entre os imitadores de Luis de Camoes,
que depois de 1572 c r i a r a m poemas históricos como o Naufra­
gio de Seimlveda,A tomada de Diu, Malaca conquistada, alguns
hombreiam com Ercílla e sua Araucana. Injusto é tambem
n e g a r o estro heroico de Gil Vicente, em cuja ExliortagtLo da
guerra refulge um patriotismo comovido (1).
[§ 178] Se finalmente me preguntarera, quaes sao os ro­
mances velhos e tradicionaes que me parecem ser obra de
anónimos portugueses, do período medieval, ou pelo menos an­
teriores a 1550, respondo que é cedo deraais p a r a formular-
mos propostas. Só quando possuírmos o Romanceiro Hispánico
comparado, de Menéndez Pidal, com os Inéditos de Leite de !
Vasconcellos, é que será possível proceder ao exame detido
de cada um dos que aparentara orígem portuguesa, quer pelo
íissunto, quer pela sua dífusao exclusiva ou superior no occi­
dente e provincias r a i a n a s de Hespanha, quer pela absoluta
falta de p a l a v r a s pérdidas castelhanas, quer por certos c a ­
racterísticos formaes (consonancia perfeita, em lugar de as­
sonáncia; divisáo em quadi-as; versos de seis silabas).
Por ora apenas se podem a v e n t a r hipóteses.
Como e n t r e os romances familiares a Portugal o Velho, os j

( i ) Gongálvez Viana pensa como eu, conforme vi, com prazer, no seu estudo
sobre os lusismos do grande Portugués.
ROMANCES VELHOS 731

r o m á n t i c a m e n t e novelescos predominan! sobre os inspirados


pela musa histórica de Castela, conforme mostrei, calculo que
a colaboracáo tambem se moverla nesse campo, mais conge-
n i a l ao espirito lírico d a nagao. E suponho que e x a c t a m e n t e
alguns dos mais citados, glosados, parodiados e de maior ex-
pansao a i n d a agora, sejam obra portuguesa.
Dos heroicos, histórico-naciouaes, derivados dos c a n t a r e s
de gesta, p r o v a v e l m e n t e nenhum. A nao ser aquele t r i p a r -
tido de 3fío Cid que principia Helo helo por do viene; o de Jd,o
Lourengo, conhecido por ora apenas numa lÍ9áo dos J u d e u s de
L e v a n t e ; e a L a m e n t a g á o sobre a morte do Príncipe Dom
Afonso (1).
Dos novelescos do ciclo bretónico e carolíngio alguns de
Tristüo, Gerineldos, o Conde Claros, Conde Alio. Dos contos
sobre t e m a s universaes, a redacgao d a Bela Infanta, a de Sil-
vaninha, Bernal-Franees, Doñzela-Var&o.
Dos sacros, o de Santa Iría (2), de assunto local (Saúl
tarem).
O marítimo d a Ñau Caterineta, de dífusao t a m a n h a e t a -
•unidade ñ a s licoes, isentas de castelhanismos que, e m b o r a o
c a r á c t e r i n t e r n a c i o n a l de alguns, ou mesmo de todos os ele-
mentos que o constituem, seja certo (3), o conjunto p o d e r á
passar por portugués (4) eom o mesmo direito com que p a s s a m
por castelhanos textos como o da Infantina.
(1) É este que eu tencionava historiar como amostra, tornando provável que
•a. lisao, conservada no Cancionero francñs, fosse levada d'aqui em 1493, pouco
depois, por aquele Monsenhor de Loigny, a cuja cápela me referi no parágrafo so-
bre a música dos romances. O ensaio ia-se-me tornando todavía táo extenso que
o pus de parte.
(2) Já ficou dito que o romance de Santa Irla (Ereia, de Erena, Irtne; e por
confusao Elena), em versos de seis silabas, passou sempre por exclusivamente
portugués. Vid. Leite de Vasconcellos, Romanceiro, p. 3-4. E tambem, que grasas
a pesquisas novas se encontrón ha pouco em Cáceres, em Leao e na Galiza 'de
onde passaria para o Uruguay, com os emigrantes que continuamente embarcam
em Vigo e na Corunha) —achado feliz, que, a meu ver, confirma e nao invalida
a ideia da origem portuguesa e exportasao pela fronteira.
(3) Vid. T. A. .Coelho, em Revista Lusitana, I, 325.
(4) Isto é: emquanto nao se encontrarem em Hespanha textos paralelos que
•evidenceiem a existencia de um prototipo castelhano.
732 FILOLOGÍA

Dos líricos, o da Bela mal maridada; Mal de amores; Tiem-


po bueno;Eola-viiiva; Prisioneiro;Fonte frida? (1), todos eles de
afectividade intensa, mas raeiga e doce, quasi feminína.
[§179] Concluo. Numa nesga da península, aberta, do
lado do mar, a todas as influencias estrangeiras, e do lado
da térra em contacto constante com reinos maiores (hoje uni-
ficados), dos quaes se desagregou no século xii, quando o
héroe nacional j á existia, Portugal nao tem originalídade,
nem genio criador, diverso do que se desenvolveu no magní-
fico isolamento do centro castelhano. Colaborou todavia em
todos os ramos, populares e artísticos, espléndidamente em
alguns, tomando a dianteira ñas manifestagoes sentimentaes.
As duas (ou tres) literaturas completam-se mutuamente, e em
rigor formam uma só. As poesías de Alfonso X e as de D. Denis
de Portugal, o Amadis, o Palmeirim, a Diana falam claro. No
pórtico de entrada, que da idade-média conduz aos tempos
modernos, estao tres vultos, igualmente ilustres: um de Tole-
do, outro de Barcelona, o terceiro de Coimbra. Tal qual o
Cancioneiro popular, o Romanceiro é um producto da penín-
sula inteira. As raizes, os cantares de gesta, e o tronco estao
no solo de Castela. Em Portugal ha apenas ramificacoes (al-
guns dos reflexos, democratizados por jograes). Como flor
e fruto, romances novelescos e líricos. Mas como mais alta
personificagao do genio épico e lírico da Hispánia, temos L u i s .
de Camoes.
Disse.
CAROLINA MICHAÉLIS DE VASCONCELLOS.

( I ) N O VO] XIII da Antología, dedicado a Boscan, o autor expoe com admirá-


vel clareza que o benemérito reformador da poética castelhana nfto perdeu o cul-
to da patria, ao prescindir da lingua materna. E de passagem estabelece com re-
asao ás obras castelhanas de Portugueses que, ae a letra é estrangeira, o espirito
é nacional—virtdicium que registe, aplaudindo.
Ü O S P A L A B R A S H A S S O B R E LAS F U E N T E S
b E LAS «^NOCHES b E INVIERNO- W

El séptimo capítulo de las Noches es una contaminación de las patra-


ñas IX y XIII de Timoneda, como resalta de la conclusión de esa última:
«y fueron casados hermano y hermana con otro hermano y hermana, y
vivieron honradamente 4 servicio de Dios» (2).
Probablemente, además de la patraña IX, se sirvió Antonio de Es-
lava de cuentos análogos, como la historia di Ottinello e Julia (3), la his-
toria de Pierres y Magelona (4) y Los tres diamantes de Lope de Vega.
Hay, además, reminiscencias de la historia de Bireno y Olimpia en
Ariosto.
En lo que toca á las fuentes de Timoneda, creo que habrá que re-
examinarlas, porque hay tal semejanza entre las comedias de Parabosoo
y las Patrañas, que no se puede explicar sino admitiendo una fuente co-
mún que no indicó nadie.
Por ejemplo: el asunto de la comedia intitulada II Viluppo (Venezia
MDXLVII), es el mismo que el de la Patraña XIII, á saber, fannosi dop-
pie le nozze (entre hermano y hermana con otro hermano y hermana).
De la misma manera se lee en la Notte (Venezia MDXLVI), f. 35:
<& hauendo egli uno anno a pena, la baila che lo lataua si fuggi dietro
ad uno suo innamorato.»
y en la Patraña I:
«Pero como las mujeres sean frágiles, el ama, que Pantana se decía,
ya que destetado hubo á Tolomeo, por tener el marido viejo, roncilloso,
y conceder á los lisonjeados requiebros de cierto mancebo, y pospuesto
e l amor que tenía á la casa de Cosme Alejandrino, se fué con el dicho
mancebo.»
La fuente del desengaño en el segundo capitido de las Noches no es

(1) Véase CÜLTUBA ESI-AKOLA, X I I , p. 1.023.


(2) Biblioteca de Autores Españoles, t. III, p. 154.
(3) También se sirvió de esta historia el autor dramático alemán Ayrer
en su «Hermosa Sidea».
(4) La imitó Ayrer en la escena donde Sidea queda encima de un árbol
esperando á su amante.
734 FILOLOGÍA

nada más que il fonte della priioiia de i leáli amanti en «La seconda
parte di Platir», Venezia 1598, f. 303:
«11 fonte clie io dico, disse la donzella, 6 con tal arte fabricato, che
specchiando si in esso oaualliere che ami douna ó donzella, quando Tanii
di uero & buono amore, & del medesimo habbia la corrispondeuza di lei,
l'aequa che sempre di sua natura estua, & si inalza del fonte, si quieta
restando abonacciata & ferma, & dentro specchiando si il caualliere, ui
ue la propria effigie, cosi del naturale che par uiua, di colei che egli
ama, etc., etc., etc.»
La versión italiana de las tres primeras partes de Primaleón y de las
primeras de Platir y Plortir es de Mambrino Roseo, como se reconoce en
el uso frecuente de la palabra accappare, tan rara en italiano como
acabar es oomiin en castellano. En la cuarta parte de Primaleón y las
segundas de Platir y Flortir, esta palabra accappare falta por completo;
mas SB encuentra allí tal cual palabra rara, como burfare, que significa
lo mismo que el portugués borrifar, y es rarísima en italiano. Por eso
hay razón para pensar que estas últimas parte» que aparecieron en Ve-
necia en 1560 son obras originales italianas y no traducciones del espa-
ñol. Como esta palabra accappare se encuentra muy frecuentemente en
[a primera parte de Flortir, el original español—que se halle ó que no se
halle hoy—, debe haber existido.
JOSÉ DE PEROTT.
Worcester (Massachusetts).
PEbAGOGIfl

La g i m n a s i a pedagógica.

ni

Gimnasia moral.

Mientras la escuela se ciñó á la labor sencilla de facilitar la mar-


cha de ciertos aprendizajes, en la parte, en el momento y en las con-
diciones en que su intervención podía ser útil y eficaz, el oficio de
pedagogo constituyó un arte, de modestísimo valor, empírico y sin
pretensiones, pero arte en el que, como en todos los otros, el artista
llega hasta donde buenamente alcanzan sus medios y su habilidad
personal. El pedagogo, dentro de esa esfera, no engañaba, pues no
se atrevía á prometer lo que no podia cumplir, aunque se viese des-
preciado en todos los países y tiempos, y humillado por lo insigni-
ficante y mal retribuido de su faena; mas desde el instante en que,
pugnando por ennoblecer artificiosamente su oficio y librarse del
desprecio social, aumentó sus ambiciones y se propuso realizar, por
modo científico, aquello á que no alcanzan sus medios, ba conver-
tido su arte en verdadera alquimia.
La psicología en que pretende fundar su arte no es la que estu-
dia la conducta humana en toda la complejidad social, ún:ca cuyo
estudio pudiera sugerirle indirectamente norma de conducta, sino
en otras psicologías, bien la metafísica ó bien la fisiológica, las cua-
les, por ser abstracta la primera y la segunda meramente analítica,
contribuyen á alucinarle en vez de dirigirle en sus experiencias (1).
Al agi-icultor no le guía en su arte el minucioso análisis de la es-
tractura anatómica y fisiológica de las plantas, sino la observación
de las condiciones de la vida de éstas en relación compleja con los
agentes exteriores, tierra, aire, luz,, humedad, es decir, en las cir-
cunstancias en que se ejecutan las faenas de su arte, ü n psicólogo

(1) Recuérdese lo dicho e n e l articulo Ciencia viva y Ciencia muerta.


736 PEDAGOGÍA

que analizara los actos del hombre para formular facultades y po-
tencias con el fin de producirlas por medios artificiosos, sería como
el meteorólosfo que quisiera estudiar desmenuzadamente los com-
ponentes del aire, analizara los elementos del agua y la variedad
de los fenómenos eléctricos, y se empeñase después en producir,
dentro de estrecha vasija, el oleaje y las mareas del Océano, ó las
nubes, rayos y lluvia de terrible tempestad en la reducida atmós-
fera de su cuarto. Tal sería la pretensión del pedagogo que deseara
realizar él solo en su escuela el complejísimo hecho de la educación
humana.
Basta fijar superficialmente la atención en la naturaleza del hecho
que pretenden realizar los pedagogos, y en los factores que de or-
dinario entran, para inferir que, en la gimnasia moral, el arte pe
dagógico ha de fracasar irremisiblemente. Para realizar el hecho
de la educación moral concurren múltiples factores, algunos de los
cuales se nos ofrecen como secretas energías que escapan á todo
análisis y, aunque se analizaran, son imposibles de producir en
ningún laboratorio; otros son modiflcables á voluntad y utilizables,
siempre que se guarden las condiciones en que naturalmente obran.
Enumez'émoslos rápidamente:
1.° Influjos morales derivados de la propia contextura física y
moral heredada; es decir, influencias, inmanentes en nuestro orga-
nismo, de las pasadas generacioaes. Es factor principalísimo, de
energía inmensa, que hay que aceptar tal cual es: imposible de
borrar.
2." Influjos morales del medio actual que nos rodea y que pode-
mos dividir en personales é impersonales.
Personales: a), padre, madre ú otra autoi'idad familiar, como
abuelos, tíos, tutores, etc.; h), amos, jefes, directores; es decir, au-
toridades sociales; cj, alcaldes, jueces, etc., autoridades políticas;
d), amigos, compañeros, etc. Estos factores personales son modifl-
cables ó utilizables á voluntad, pero sólo hasta cierto punto, porque
la organización de la familia y de la sociedad que nos rodea se mol-
dean, á su vez, según tradiciones heredadas y bajo la influencia de
estímulos sociales, económicos, políticos, religiosos, etc., más difu-
sos, que hacen fermentar en los individuos, familias y pueblos, dis-
tintos sentimientos y emociones, según los distintos estados de la
atmósfera social del mundo.
Impersonales: influjos topográficos, climatológicos, etc., que de-
terminan indirectamente influencias morales, puesto que obligan álos
LA GIMNASIA PEDAGÓGICA 737

individuos y familias á particulares hábitos sociales, según las con-


diciones qne se ofrecen jiara adquirir la subsistencia y determinan-
do la existencia de especiales oficios ó modos particulares de ejer-
-cerlos. Estos son modificables ó utilizables, en parte, á voluntad.
3." Influjos debidos al oficio social que cada uno, dentro de su
medio, escoja ó ejerza. Estos son utilizables y manejables á volun-
t a d , en grado superior á los otros.
Supuesto que la educación moral depende de tantos factores, es
preciso admitir que para que el arte de educar pueda constituirse
sistemáticamente, se ha de tener en cuenta el modo de obrar de
cada una de las energías educadoras voluntarias que intervienen
•en el hecho y , en este respecto, cabe dividir el arte de la educación
« n tantas artes, cuantos son los factores inteligentes ó voluntarios
que en ella influyen. Si el educando, en ciertas circunstancias, pue-
de y quiere dirigirse á sí mismo, necesariamente hemos de aceptar
que puede haber un arte de educarse á si mismo, ayudándose de los
factores antes enumerados. Y si hay factores personales con fuerza
y autoridad bastante para dirigir la educación, v. gr., padres, ma-
dres, etc., puede también haber un arte de educar en que éstos
dirijan.
Sin embargo de todas estas consideraciones, los pedagogos se
han empeñado en fundar un arte exclusivo propio; y creen que no
puede haber otro arte que aquel en que ellos principalmente inter-
vengan. Ese empeño les mete en el callejón de la alquimia. Basta
ver la posición que toman.
Los pedagogos con miles de años de experiencia escolar, lian
sido incapaces de encontrar dentro de sí mismos, ni en sus institu-
-ciones, una base racional sobre que asentar un arte sistemático: todo
pedagogo de hoy reniega de las prácticas pedagógicas, y a desacre-
ditadas, de ayer; los fundadores de todo sistema de educación han
necesitado (como lo afirman y demuestran los pedagogos modernos
desde Pestalozzi á Herbart y sus discípulos ó continuadores) acudir
al estudio de la experiencia de los educadores que ellos llaman es-
pontáneos, es decir, de aquellos que realizan empíricamente el he-
cho sin darse cuenta de las reglas que siguen.
Con esto han creído obtener un guía seguro, un bas.e científica
para sus operaciones; pero no advierten que después de haber hecho
esos análisis y de haberse fijado en los elementos ó energías efica-
•ces y en las condiciones en que verdaderamente lo son esos educa-
cadores espontáneos, no tienen, á disposición suy.i, ninguno de csus
738 PEDAGOGÍA

elementos ni condiciones; y, claro, al tratar los pedagogos de reali-


zar el mismo hecho, en vez de aquellos elementos, fuerzas ó ener-
gías que los espontáneos educadores poseen, y que son necesarios
para producir el hecho de la educación moral, sólo emplean, en sus
experiencias, factores pedagógicos completamente distinto», sin
fuerza ni energía natural. Xo ven que al hacer eso trastornan com-
pletamente la combinación de elementos y condiciones naturales y',
por consecuencia, tiene que producirse un hecho muy distinto del
que pensaban realizar.
Todo el mundo sabe que el agua moja, sin que ella se dé cuenta
de cómo moja. El investigador que averigüe ias condiciones en que
moja el agua, no adquiere, por el hecho de haberlo investigado, la
virtud de mojar por sí propio. Eso es evidente. Sin embargo, los pe-
dagogos se figuran que estudiando el modo como obran las energías
sociales extrañas á su persona, por el hecho de averiguarlo, y a han
adquirido ellos esa energía social. Eso al menos dan á entender con
su conducta, además de afirmarlo en sus escritos.
Ven, por ejemplo, que el padre, la madre, ú otra autoridad fami-
liar, consigue espontáneamente y sin arte (según dicen los pedagogos^
un determinado efecto moral, y dan por supuesto que el pedagogo á
quien falta la cualidad inMiiseca de padre ó de autoridad familiar,
producirá, en similares condiciones externas, el mismo efecto moral,
á pesar de que él es factor muy distinto que carece de la energía del
padre.
Estudian la familia, en quien no pueden menos de reconocer
energías educadoras espontáneas, y creen que sustituyendo esta
entidad natural por otra entidad artiflciosa, sin las energías educa-
doras de la primera, se producirá, mediante ese factor ñcticio, un
superior efecto al del factor natural.
Reconocen los psicólogos que el hombre necesita para su vida
moral (como la planta necesita de la luz y el aire) del ambiente real
de la sociedad, única atmósfera en que puede nacer y robustecerse
el carácter; ellos, sin embargo, imaginan que un mundo enteramen-
te facticio, la escuela, podrá servir de excelente medio social.
En una palabra: el laboratorio pedagógico no tiene, para reali-
zar todas las combinaciones múltiples y complejas las energías
educadoras naturales, más que una sustancia, un elixir, una piedra
filosofal: la supuesta virtud de su persona y de sus medios artifi-
ciosos.
Aun sufren los grandes alquimistas pedagógicos (Pestalozzi,
LA GLMNASLV PEDAGÓGICA 739

Kant, Herbárt, etc.) otra alucinación más extraña y engañosa, que


constituye fenómeno curiosísimo de espejismo intelectual ó aberra-
ción bamana. Tan superior les parece á los pedagogos su arte par-
ticular y sus medios, que acaban por formarse la ilusión de que los
educadores espontáneos obtendrían mucho más éxito, si éstos se su-
jetasen á obrar según el criterio científico del arte pedagógico; y
les dicen: si queréis educar bien á vuestros hijos, es preciso dedi-
carse, como nos dedicamos nosotros, á educarlos; y lo debéis hacer
según el sistema que nosotros seguimos.
Los pedagogos pierden de vista que la energía natural del edu,-
cador espontáneo puede obrar, y obra, por tan sencillos medios y
con tan poco artificio, que verifica el hecho.de educar sin darse si-
quiera cuenta; mientras los pedagogos tienen que acudir á cien mil
expedientes ineficaces, para intentar suplir las energías espontáneas
de que no disponen.
Los alquimistas de la Edad Media creyeron poder fabricar el
oro'si, después de averiguar cómo lo producía la naturaleza, conse-
guían ellos acomodarse en sus operaciones á la marcha que ésta si-
gue en sus procesos espontáneos; lo que no pasó nunca por su ima-
ginación fué el creer que la naturaleza, para producir el oro, tuvie-
se que imitar los artificiosos expedientes á que, en su impotencia,
tenían que acudir los alquimistas.
Desorientados por esas alucinaciones, los alquimistas pedagógi-
cos lo falsean todo, incluso la noción del arte de educar. Veámoslo
en las siguientes afirmaciones, en que pretenden definir las condi-
ciones de su arte:
• 1." El arte de educación moral es, para Bain, Herbart, etc., ai-te
esencialmente pedagógico. El educar sin pedagogo no es arte (1).
A cualquiera puede ocurrirle pensar que arte supremo es aquel
que por medios más simples y rápidos logra superior efecto real.
Arte supremo para enseñar una lengua, podría ser el enviar á un
chico al país donde ésta se habla. Pero el pedagogo te dirá que en
eso no hay arte. El pedagogo llamará arte, primeramente, á estu-
diar gramática durante varios años; visto que de este modo no EC
aprende á manejar la lengua, constituirá él otro arte más pedagógi-
co mediante ejercicios escolares que imiten más la realidad, v . gr.,
el método de Ahn; probado que tampoco se logra así completo éxi-

(1) Wilman cree que el padre que trabaja y la madre que atiende, educan
pero que su inconsciente poder no está sujeto á arte alguno.
7 4 0 PEDAGOGÍA

to, imitará servilmente á la naturaleza con el sistema de Berlitz, et-


cétera; es decir, que dando vueltas el arte pedagógico, vendrá á
parar en aquel método que todo el mundo, sin arte, desde los tiem-
pos prehistóricos emplea. Pero con esta diferencia fundamental: si
pagas cinco duros por mes al profesor de la escuela de Berlitz, para
que éste haga durante una hora cada día, lo que sin pagar hacen á
todo momento todas las personas con quienes uno tropieza en el pais
donde la lengua se habla, entonces hay arte; si no pagas al pedago-
go, ya no hay arte.
A los pedagogos les ha ocurrido (y perdonen los lectores la vul-
garidad) lo que al gitano aquel que creía haber perdido el burro, y
lo anduvo buscando hasta que alguien le hizo notar que el burro
perdido era la misma bestia que el gitano montaba. Felicísimo des-
cubrimiento del arte pedagógico ha sido el averiguar que el más
sencillo modo de aprender una lengua, es aquel que el mismo peda-
gogo ha utilizado al aprender la suya sin que nadie le enseñara.
Sm embargo, los pedagogos continuarán llamando arte á lo que
ellos hacen: llaman preeducación á la educación anterior á la escue-
la; posteducación á la subsiguiente. La educación-arte, ellos solos la
producen.
Todo el mundo debe admitir que si, para educar, es precisa una
condición necesaria, aquel que no posea esa condición necesaria, es
incapaz de educar. Si para educar es preciso constituir una familia,
como condición previa, aquel que no sea capaz de constituirla, será
también incapaz de educar. Pero el pedagogo no puede aceptar esa
limitación, por cuanto su oficio consiste precisamente en educar á
los extraños á su familia. Yerre poco ó yerre mucho, el pedagogo
educa con arte; los demás, aunque acierten, no tienen ai te. El arte
de educar, según ellos, ha de ser esencialmente pedagógico, aunque
se prescinda de las energías reales educadoras.
2.*^ Para educar es indispensable una faena especial educativa-
y si no hay quien se dedique especialmente á educar, ya no liay edu-
cación según arte; el oficio de educar es función no sólo distinta,
sino también separada de todas las demás funciones sociales.
Es verdad antiquísima la de que aprendemos á hablar la lengua
materna sin que nadie especialmente se dedique á enseñarnos: así
la aprenden y la han aprendido millones de millones, desde que el
mundo es mundo. De la misma manera el hecho de la educación,
sin arte pedagógico, se puede producir y se produce sin que nadie
se dedique con faena especial á educar. Pero esta verdad es antipe-
LA G1MNASL\ PEDAGÓGICA 7 4 1

dagógica: los pedagogos han de afirmar lo contrario: la obra educa-


tiva se ha de realizar independientemente, separada de las otras la-
bores sociales, aunque tengan que negarse las dos condiciones si-
guientes, ineludibles en toda labor educativa: l.'', el tipo ó modelo
moral á quien ha de imitar el educando, ha de ser un tipo real, vivo
y actuando en labor social; el tipo que ha de imitar un alumno de
escuelas militares, v. gr., no ha de ser un pedagogo, sino un Ale-
jandro, un César, un Cid, un Napoleón, personajes que no fueron
pedagogos; 2.", la labor del educando en ejercicio de funciones so-
ciales que forman hábitos, es el mejor medio de educación moral.
Los pedagogos desconocen además otra suprema verdad, á saber:
que hay una economía natural en las sociedades, en que las funcio-
nes mismas de la sociedad avivan las energías que impulsan la edu-
cación, y sin las cuales es imposible i-ealizarla debidamente.
3.'^ Eí arte ha de ser HU.MANO, es decir, que el hecho de la educa-
ción se ha de realizar mediante la influencia de un hombre, en com-
binación BiNAKiA ejitre el pedagogo y el alumno; de lo contrario ya
no es educación-arte.
Hemos dicho que en la educación entran factores múltiples que
obran en combinación complejísima, todos en todos los trances, sin
dejarse un momento de sentir influencias de lo presente y de lo pa-
sado, con recuerdos, esperanzas, etc.; pero el pedagogo se ciñe ex-
clusivamente á las sugestiones personales suyas y afirma que no
hay otro arte más que el suyo. Los demás factores, visibles é invi-
sibles, personales y no personales, aunque sujetos á voluntad per-
sonal, no entran en cuenta. De ese modo constituye un arte fofo,
desposeído de energías naturales.
4." La educación-arte no puede verificarse durante toda la vida,
sino en la edad pedagógica, es decir, mientras él pedagogo la dirige.
Al salir de la escuela ya se está educado.
Es verdad que hasta el morir puede irse educando el hombre y,
en ese sentido, la educación nunca está formada definitivamente; es
verdad que ba de comenzarse nueva educación en cada mudanza de
posición social, de estado, de país, de oficio; pero esas nuevas edu-
caciones en que el pedagogo no puede ya mediar, es imposible que
se hagan con arte.
Es de suponer que, á medida que avancemos en la edad, vaya
menguando la disposición para adaptarnos á nuevos medios; pero
realmente la evolución humana, acelerada ó lenta, no se acaba bas-
ta la muerte, siempre cambiando y siempre educándonos; pues así
742 PEDAGOGÍA

como se puede decir que nadie está instruido definitivamente, por-


que al abandonar un quehacer ha de aprenderse otro, y aun dentro
del mismo se obtiene instrucción nueva, del mismo modo se puede
afirmar que nunca termina nuestra educación; pero como para el
pedagogo no hay más arte que el pedagógico, resultará que lo que
se hace sin arte, no puede entrar en su oficio. Hete aquí, pues, cómo
el arte de educar imaginado por los pedagogos ha de ser incomple-
tísimo, insuficiente y de escasa influencia, hasta por el tiempo en
que le toca actuar.
5.''' La educación se ha de producir intencionadamente, es decir,
que si no se procura de intento en toda ocasión y materia, con in-
¡lujo sistemático, ya no es art»..
Es verdad que sentimos influencias educadoras que obran natu-
ral y sistemáticamente, independientes de la voluntad del que edu-
ca, y que no es preciso que sea intencionado á cada hora ni instan-
te en que se recibe cada influjo, ni con conducta reglada de ante-
mano, cosa imposible; pero el pedagogo cree poderlo saber todo, y
aun preverlo y remediarlo.
Como una planta se cría bien con sólo ponerla en condiciones
adecuadas, sin necesidad de palparla todos los días y á todas horas
y en todas sus funciones, así también se verifica el hecho de la edu-
cación moral humana; pero el pedagogo, que se gana la vida ma-
noseando y sobando á los chicos, tiene que afirmar que sin ese con-
tinuo manoseo espiritual, que justifique su intervención continua,
no hay arte.
Cada niño espontáneamente hace miles de experiencias senso-
riales, y las hace de manera sistemática (porque sus órganos al
obrar son sistemáticos); sin embargo, esas experiencias no sirven;
sólo sirven las siete ú ocho regladas de la escuela. Dos ejercicios de
gimnasia pedagógica valen para el pedagogo mucho más que miles
de ejercicios en que se obedezca á estímulos naturales (que son más
sistemáticos que el pedagogo) fl).
Y 6." Para c[ue haya arte es preciso que se haga examen psicoló-
gico de todos los actos y todos los efectos.
Es verdad que todos tenemos órganos de aprensión que funcio-
nan sin revelarnos cómo obran; que los sentidos sienten delicada-
mente y no sabemos cómo sienten; que pensamos sin saber el me-

(1) Esta idea fué formulada por el Sr. Vai Ferreira, discretísimo filósofo
de Montevideo.
LA GIMNASIA PEDAGÓGICA 743

•canismo del pensamiento; qne obramos sin darnos cuenta exacta del
mecanismo de la acción, y que somos morales ó inmorales, sin sa-
ber fija y determinadamente cómo se ha producido ese estado; pero
el pedagogo tiene la pretensión de saber respecto de otros, lo que
nadie sabe de sí mismo. El carácter, v. gr., no se puede deducir de
hechos aislados, ni uno mismo sabe las fuerzas que tiene hasta que
las prueba aplicándolas; mas el pedagogo, no sólo adivina, sino que
pretende hacer nacer en otros lo que uno mismo no puede sentir. El
pedagogo es el nigromante de las edades cultas, espíritu mágico
que todo lo ve, todo lo prevé y todo lo sabe.
Expuestos y a los prejuicios con que los pedagogos falsean la no-
ción fundamental del arte de educar, estudiemos los factores falsos
que emplean para producir el hecho de la educación.
La escuela, dice el pedagogo, es el gran factor de la educación
moral. Y hace esta afirmación sin percatarse de que todo el edificio
pedagógico para producir la moralidad, se basa sobre fundamento
que no puede ser moral: nna falsedad ó una mentira. Los fisiólogos
s e confiesan incapaces de producir artificialmente un organismo
como el humano, ni aun siquiera se atreven á fabricar un ser rudi-
mentario del grado más inferior de la escala zoológica; los sociólo-
gos se ven m u y apurados para comprender el organismo social de
la forma más sencilla; sin embargo, el peda^fogo se jacta desde hace
mucho tiempo, no sólo de conocer lo que es un organismo social,
sino que presume de tener el arte de producirlo; y no produce una
sociedad como cualquiera otra, sino una sociedad ideal, superior á
la sociedad que le rodea, un organismo perfecto, la escuela.
La escuela, en realidad probada históricamente, la inventó el
pedagogo para librarse de la molestia de ir de casa en casa y poder
ganar más cómodamente la escasa retribución que recibía; ahora,
no obstante, trata de hacerla pasar como creación de portentosos
efectos. Transcurrieron miles de años sin que se advirtiese que la
escuela pudiera servir para otra cosa que para instruir á los alum-
nos en ciertas operaciones de disciplina intelectual; sólo cuando se
puso en evidencia que ni siquiera instruía (y caía en ridículo por
inepta en lo intelectual) es cuando á los filósofos de esta alquimia
les ha ocurrido que es nna gran invención para producir la mora-
lidad.
AI pedagogo le dicen los psicólogos que las relaciones morales
no pueden mantenerse como alma en pena, separadas de la acción
•real, ni de las condiciones sociales necesarias para que el hecho de
7 4 4 PEDAGOGÍA

la educación se verifique. El no se apura; ¿se necesita el calor del


hogar paterno y la compañía del padre y de la madre, para produ-
cir los sentimientos y cariños filiales? El constituirá otro hogar sin
fuego, sin padre y sin madre, que caliente en tal forma, que sea ca-
paz de producir grandes hervores de sentimientos de familia. Los
afectos fraternales es imposible que se formen y mantengan si los
hermanos se disgregan y viven sepai-adamente; el pedagogo, no
obstante, se atreve á producir de un conjunto de niños reclutados
al azar, una colonia de hermanos, de la cual ól será padre, es decir,
la escuela, familia sin padre ni hermanos, pero superior á la familia,
aunque sólo sea parodia de familia.
Si es preciso para la formación de hábitos morales la influencia
de un medio social con variedad de oficios y de relaciones mutuas,
él compondrá, sin oficios ni cosa semejante, una sociedad selecta,
jurídica, superior, donde se fragüe toda educación, sustraída del
influjo de las energías y factores reales: á él le basta y sobra un si-
mulacro de energía.
Se le figura al pedagogo qu:; metiéndose él, como cuerpo extra-
ño, en medio de otras energías sociales, podrá formar un organis-
mo nuevo, y no sabe que sólo podrá conseguir, con su torpe intro-
misión, formar un tumor ó un acceso. Eso viene á ser la escuela:
un tumor ó absceso social, sobre todo cuando llega á la forma de in-
ternado ó colegio.
El colegio, se sabe históricamente, es institución que hubo de
nacer por exigencia de la educación monástica de algunas sectas
místicas orientales (y que se copió en Europa por imitación de la or-
ganización socialista de la enseñanza musulmana); utilizóse la forma
colegial para iniciar en la vida solitaria, á los que deseaban apar-
tarse del tráfago del mundo, y, para tal objeto, quizá pudo servir;
pero á los pedagogos modernos les ha venido bien esa institución
para utilizarla como el gran medio para producir virtudes; no las
virtudes solitarias de un monje ó anacoreta, para lo cual se instituyó,
sino las virtudes cívicas y sociales mediante las que se prepara á la
juventud para llenar todos los oficios del mundo. La escuela posee
la virtud mágica de producir los efectos más contrarios, según la
conveniencia ó el capricho del pedagogo.
Véase, en cambio, cómo se forma el tumor social.
Para hacer á la escuela similar á la familia ó cualquier otro or-
ganismo social, es precisa una autoridad; el pedagogo por sí no la
tiene, puesto que ha sido objeto de burlas y sarcasmo en toda civi-
LA GIM\ASL\ PEDAGÓGICA 745

lización; menester es que otros tengan á bien delegarla: ó se l a pres-


ta el padre, ó se la ha de prestar el poder público, poniendo en ma-
nos del pedagogo un poder social que no tendría por virtualidad
I T o p i a . De ese modo, con l a energía prestada, se forma un cuerpo
extraño á expensas de la energía r.atural que, en ese caso, ha de
obrar fuera de su lugar propio, desengranada y transportada á las
piezas de otro organismo, es decir, destruyendo ó desintegrando la
familia, unidad social, cuyo poder, en parte, absorbe el colegio;
con lo cual las energías familiares toman una dirección en que no
pueden naturalmente actuar, perdiendo su fuerza a l descomponerse
las condiciones naturales de su energía.
Con esta base de autoridad prestada, el pedagogo ordena un ré-
gimen de convento, de presidio ó de cuartel, donde se impone á los
jóvenes la disciplina del pelotón, no la disciplina individual que se
aplica en la vida familiar, sino la que exige la comunidad artificio-
sa, donde todos van sujetos a u n orden completamente facticio.
El colegio abstrae á los jóvenes de la continua comunicación con
personas de todas las edades y condiciones, reduciendo las relacio-
nes á las de individuos con individuos de la misma edad y clase,
sin otra ocupación que las tareas pedagógicas, sin otros intereses '
ni relaciones económico-sociales; pero los pedagogos te dirán que el
colegio posee mucho más extenso círculo que la familia.
Los sentimientos, pasiones y hábitos morales que produce el co-
legio, son distintos á los d e la familia y sociedad, algunos de ellos
parecidos á los de Pentápolis; pero el pedagogo se lo callará pru-
dentemente y sostendrá que de ese modo es como se encauzan y
moderan todas las malas pasiones sociales.
Para entrar en esa sociedad de ineducados (puesto que van á
educarse al colegio), se les separa de los y a educados, c u y o ejem-
plo pudiera guiarles; pero el pedagogo afirmará que el e s t a r juntos
todos los ineducados, es precisamente l a condición más favorable
para mejorar su educación.
Resultado: si para educar á los individuos s e trastorna l a fami-
lia; si el Estado deja que s e trastornen las unidades orgánicas que
integran su propio organismo, ¿cuál ha de ser el desenlace final del
régimen pedagógico?
Pasemos á analizar la conducta interior de la escuela para pro-
ducir la moralidad, y veremos que también son falsos los medios
que emplea.
Una de las cosas que más educan, y en lo que l a escuela quiere
CÜLTÜBA , ^
746 PEDAGOGÍA

aparecer como superior á la familia, es el orden, tópico deslumbran-


te de todos los sistemas pedagógicos.
Si preguntas á todo el que ejerce algún oficio social acerca del
orden de sus faenas, te dirá que la norma del orden la impone la
naturaleza de la ocupación de cada uno; en cada casa é individuo,
en cada situación social y faena, es diferente el orden según su ofi-
cio é faena.
El labrador no sale al campo á trabajar cuando llueve; pero en
cambio, cuando la sazón le obliga á duplicar la faena, duplica las
labores; los empleados en la industria eléctrica, velan y trabajan de
noche, y reposan durante el día; el vendedor de frutas ó verduras,
acude al mercado por las madrugadas; es decir, que los quehaceres
no admiten un orden geométrico.
¿Cuál es el criterio de orden para el pedagogo? El orden pedagó-
gico, separado de toda otra función social tiene que fundarse en un
abstracto, porque esas ocupaciones no obligan á obedecer á motivos
particulares de otra función social; en tal situación, se les figura á
los pedagogos que con aceptar una regularidad matemática, que da
aspecto de orden astronómico, se obtiene un orden superior á todos
los demás órdenes. En la escuela tiende todo á regirse á toque de
reloj: á tal hora, leer; á tal otra, escribir, jugar, etc.; todo con mo-
vimientos acompasados, como ejército en parada, no como ejército
en combate.
Ese orden astronómico lo aprovecha también el pedagogo para
su comodidad: el sol de la canícula disuelve ese organismo tan su-
perior, para que la cabeza descanse: el calor derrite toda la función
educativa.
¿Y á qué norma se ha de sujetar el orden dentro de las institu-
ciones pedagógicas, si la faena pedagógica no tiene finalidad en sí
misma? (1).
El hombre es finafista; la obra humana no puede prescindir del
fin; cada acto ó cada serie de actos debe tener un fin particular.
¿Cuál es el del pedagogo? El fin de los actos Üel pedagogo es edu-
car; el fin de los actos del alumno es el ser educado.
El pedagogo en su conducta ha de tener fin distinto • del que tie- j
ne el educador espontáneo, el cual educa cumpliendo oficio social, |
sin darse cuenta de que educa, sin arte de educar, según dicen los
pedagogos. El pedagogo se ha de colocar en posición especial, dis-;
tinta de los otros educadores.
(1) Recuérdese lo dicho en el articulo Caracteret de lo pedagógico.
LA GIMNASL\. PEDAGÓGICA 747

Dice un pedagogo lierbartiano (1): )


«No es lícito al educador dirigir la formación del niño de suerte
que le predetermine á la elección de un estado particular, que no
sabe si luego se conformará con la vocación del niño, ó privarle de
.lOs prerequisitos para la elección de otro estado á que por ventura
se sentirá llamado.»
Según esto, la gimnasia moral pedagógica consistirá en prepa-
rar á los jóvenes para todas las funciones sociales, pero huyendo,
como veneno, de cualquier hábito particular de toda función social.
De esta manera, huyendo de todos los ñnes externos á ella misma,
comienzan los pedagogos á rodar, dando vueltas alrededor de sí
mismos, sin brújula exterior que les guíe.
Si un naturalista estudiara las varias clases de manzanas que se
producen en el campo y fijara los caracteres generales de esa fruta,
para distinguirla de la pera, descubriría ó formularía una verdad.
Supongamos que un labrador tome esa fórmula como norma ó guía,
y que se empeñe, no en cultivar la camuesa, la comadre ó la reine-
ta, sino en cultivar ó producir ese tipo general abstracto que encie-
rre todas las cualidades comunes, sin ninguna cualidad conereta ó
especial de clase, ¿logrará ese labrador producir ninguna manzana?
Yo creo que no; y por eso también creo que la pretensión de la gim-
nasia pedagógica de preparar para todo, sin preparar para nada en
particular, es de realización imposible. A eso conduce el dejarse
guiar por un abstracto psicológico. En lo moral, pues, sucede al
pedagogo lo mismo que vimos en lo intelectual: en lo intelectual,
hablar por hablar; en lo moral, hacer por hacer.
Conducta que, en vez de educar, incapacita á los que á ella se
someten; porque en realidad nadie se queda sin hábitos: el que no
hace nada, se acostumbra á no hacer nada; el que se habitúa á
obrar sin ñn, se acostumbra á obrar sin fin; el que obra sin cumplir
función social, consigue el hábito de no llenar función social. Por
eso, constantemente, las escuelas han producido los hombres desen-
cajados, declassés: fenómeno que todo el mando obs'írva eu socie-
dades entregadas á la alquimia pedagógica.
En la educación moral, las habilidades pedagógicas se h;m en-
vuelto en un círculo vicioso. Por eso los ingenios más agu los se ven
desorientados al empeñarse en producir la educación en la escuela.
El pedagogo, apartado de todo otro oficio social, desconoce viva-

(1) P. Euiz Amado: Editcación moral, pág. 48.


748 PEDAGOGÍA

mente los motivos que impulsan las direcciones de la m^irclia en la


conducta de los hombres que cumplen oficio social; es decir, que lo
que debiera conocer perfectamente para cumplir su oficio, es lo que
desconoce por virtud de su propio oficio. El pedagogo, como educa-
dor, es una contradicción viviente.
Así se explican las contradicciones teóricas y prácticas de su
alquimia. Que se deje intacta la individualidad personal; que se
conserve el sello de la espontaneidad de los individuos y familia, di-
cen los psicólogos modernos al pedagogo. Problema insoluble para
el pobre pedagogo, porque le exigen tocar y no tocar, impeler y no
impeler, hacer y no hacer al mismo tiempo. En el apuro le obligan j
á meterse en un callejón sin salida ó á lanzarse por rutas falsas. >
Decía Kant: «Es preciso enseñar á los chicos leyes inflexibles,
para darle idea de la ley.n Éso es pretender que la conducta huma-
na siga direcciones rectilíneas, que es como obligar á un árbol á
meterse en un molde geométrico.
Discuten largamente los pedagogos sobre si deben darse precep-
tos negativos ó positivos. La conducta del educador espontáneo no
es dudosa: manda positivamente la faena que requiere su oficio ó su
función, y negativamente todo lo que estorba la faena; no tiene que
cavilar ni discurrir ápriori; su propia faena le da la norma; pero el
pedagogo necesita abismarse en cavilaciones, porque no alcanza á
ver una meta ó fin concreto que le guíe. Por eso muchas veces si-
gue rumbos que no sabe á dónde conducen.
Véase la siguiente posición de espíritu. Bain decía: «La simpa-
tía es una de las consecuencias de nuestra experiencia de la vida,
de nuestras disposiciones sociales y de nuestros conocimientos ad-
quiridos; no es fácil reducirla á lecciones. Como toda otra enseñan-
za moral puede ser excitada vivamente por un maestro hábil en ele-
gir el momento oportuno; pero yo no sé que sea posible intervenir
según un plan preconcebido, >
El célebre psicólogo sabe que la simpatía depende de las expe-
riencias de la vida y de circunstancias que es imposible que mane-
je ó aproveche el pedagogo; pero confía en que éste infeliz sabrá in-
geniarse de manera que á él, psicólogo profundo, ni siquiera se le
ocurre.
Con la punta de un taco pego á una bola de billar, bola que na-
die mueve más que yo, con el fin de que, mediante ese impulso,,
vaya á chocar con otra. Ambas son casi matemáticamente esféricas,
de la misma materia, peso y tamaño; ruedan sobre una superficie^
LA GIMNASIA PEDAGÓGICA 749

escrupulosamente nivelada y plana; sin embargo, no sé de antema-


no con fijeza en dónde pararán. Si en vez de ser bolas regulares,
fuesen objetos de distinto tamaño, peso y materia, puestos sobre
superficie accidentada, ¿sería posible saberlo? El alma humana reci-
be impulsos morales de todas las partes del horizonte; no rueda so-
bre superficie plana; ¿cómo se ha de atinar á dirigirla con el impul-
so vano de las sugestiones pedagógicas?
Los pedagogos se ilusionan con poder dirigir la marcha de los
espíritus, separados de toda función social, siendo así que la fun-
ción social es lo único que permite guiar el esfuerzo y la voluntad
por ciertos carriles, para que no se pierdan ó se exti'avíen en el
vacío.
Faltos de orden y faltos de fin propio, ¿qué medios pueden los
pedagogos utilizar?
Desprovistos de energías educadoras reales, no tienen más re-
medio que suplirlas con fuerzas imaginarias de que creen disponer.
tiCuáles son? O acuden al elemento intelectual, que se figuran mane-
jar á su antojo, ó forjan una gimnasia moral en condiciones fin-
gidas.
El pedagogo se ve obligado á acudir á toda hora al sistema de
inflltrai- ideas morales, á inocular ideas, sin advertir que ni siquie-
ra son ideas lo que puede inocular, sino fórmulas de idea ó noticias
de idea, que es algo menos que la. idea misma. El pedagogo acude
á la fórmula de la idea moral como á un amuleto.
Los marroquíes enfermos tienen la costumbre de tragarse el tro •
zo de papel de la receta que el médico les da, porque se figuran que
la virtud curativa está en el trozo de papel y no en la droga desig-
nada en la fórmula; de la misma manera emplean las pedagogos la
fórmula de la idea moral para producir la moralidad. La mitad de
la gimnasia moral de los pedagogos es tan formulista ó verbalista
como la gimnasia del pensar. Si exponiendo en cierta forma una
idea moral, no se consigue real efecto en la conducta, te dirán que
hay otra manera de exponer más atractiva, más emocionante, más
pedagógica, con palabras que lleven fuego, con expresiones im-
pregnadas de sentimiento; es decir, que al notar la impotencia de
un diapasón lo sustituirán con otro diapasón que contenga mayor
dosis de verbalismo; como aquel baturro que hablaba á un extran-
jero y al ver que éste no le entendía, creyéndole sordo, le chillaba
más para que le comprendiera mejor. Si exponiendo una vez una
fórmula no se logra el efecto apetecido, la repetirán de nuevo para
750 PEDAGOGÍA

que la idea moral penetre en el espíritu; como aquel oficial de arti-


llería que al ver que con un cañonazo no se hacía llegar la bala ¿i
sitio muy distante, mandó que tirasen dos cañonazos.
Los pedagogos escriben tratados voluminosos acerca de la efica-
cia moral del estudio: L A EDUCACIÓN POR LA IXSTKUCCIÓX es el título
de moda en los libros de los alquimistas modernos que siguen á
Herbart. En éstos se trata de ciencias que hablan al corazón: la geo • i
grafía, la historia, las bellas artes, el derecho, la gramática, las ^
lenguas, la música, la lectura do obras literarias, etc., etc.; para
acabar con esta fórmula: LA CIESCIA E S ALTAMENTE EDUCATIVA, con
cordancia que saena á mis oídos como las siguientes: bellota cismá-
tica, naranjo peripatético y aceite cuadrangular.
Algunos psicólogos han ridiculizado h s pretensiones de tales
métodos de educación y han puesto en evidencia que no se llega por
medio de razonamientos á la experiencia moral; pero si los pedago-
gos no tienen á su alcance otros medios, ¿por qué no han de em-
plear la ciencia educativa? Mas ¡oh ilusión vana! ¿Qué puede ser la
ciencia educativa en manos de pedagogos, sino palabra sin sentidoV
Sila ciencia que ellos transmiten es la ciencia muerta para la gimna-
sia, intelectual (1), ¿qué virtud ha de poseer esa ciencia en orden tan
distinto como es el orden moral? Si su ciencia no puede siquiera
estimular el pensamiento, ¿cómo ha de influir en la conducta?
Los pedagogos modernísimos han tenido que aceptar la acción
como medio necesario de educación moral; pero al estudiar los ac-
tos de los educadores espontáneos se les ha escapado lo más íntimo,
es decir, la energía misma, por haber atendido especialmente á ob-
servar ciertas circunstancias externas que ellos puedan fácilmente
fingir: ellos han visto los hilos, pero no han percibido el fluido que
éstos transmiten. No pueden sentir en sí mismos la energía del pa-
dre, ni la de otra autoridad familiar; pero observan los recursos ex-
ternos que éstos emplean en escenas de corrección ó los estímulos
aparentes que de modo intencionado emplean para dirigir, torcer ó
impedir; se les ocultan por completo las fuerzas inmanentes que
obran sin reflexión ó intención. Si no se aprendiese á hablar más
que cuando intencionadamente le enseñan ó corrigen á uno, nadie
aprendería una lengua (2),

(1) Recuérdese lo dicho en ol artículo Ciencia viva ij Ciencia muerta, II.


(2) Los pedagogos disertan largamente acerca de los mil requisitos que
debe tener la reprensión, las correcciones, etc., etc.; tonterías que indican lo
superficial del estudio que ellos hacen de la educación moral: «no discutir
L A GIMXASL\ PEDAGÓGICA 751

A los psicólogos de la pedagogía se les escapa, por otra parte, lo


más raoralizador de la conducta humana, que son los hábitos ad-
quiridos en el ejercicio de funciones sociales; así, v. gr., en el trato
de los hombres casi sólo atienden á lo más superficial: á las fórmu-
las de urbanidad externa, no á la esencia del trato ó de la relación,
sino á las fórmulas del saludo, al tono cómico del hablar, á la com-
postura del cuerpo, etc.; al verdadero trato social, no, porque el pe-
dagogo no ejerce; el pedagogo educa, y esa función, según ellos, es
distinta de toda otra función social.
La virtud suele ser un efecto de la repetición de actos volunta-
rios. ¿Cómo se adquiere hábito de obrar sin obrar en función social?
El educar facultades fué una abstracción metafísica de la pedago-
gía vieja; pero se ha sustituido por el ejercicio de los órganos, que
es una abstraccióu positivista algo más majadera (1).
Los pedagogos estudian los estiuiulos del obrar y confunden los
artificiosos con los naturales; ambos deben, según ellos, formar una
sola categoría; de ese modo, logrado el hábito de lo ficticio, ya se
ha conseguido el hábito de lo real, como .'-.i el cómico que represen-
tara en el teatro el papel de rey, se acostumbrase á reinar de veras.
Los pedagogos desprecian la cualidad del estímulo; lo mismo les
parece lo ficticio que lo real: como despreciaban en la gimnasia in-
telectual la cualidad del saber, creyendo que el muerto es lo mismo
que el vivo.
En la escuela sustituyen la emulación real compleja de la socie-
dad, con puerilidades pedagógicas: si en la sociedad real la buena
fama es premio y estímulo de virtud, en la escuela se sustituye este
elemento con tablas de mérito, con notas y diplomas, que en nada
se parecen al buen nombre y prestigio que se alcanza por efecto de
meritorias acciones sociales; si la sociedad estimula á los indivi-
duos eligiéndolos para ocupar cargos públicos ó dignidades, en la

con los niños, no permitir que regateen la obediencia, no revocar una orden,
no reprender porfiadamente, etc., etc.. Para ellos estas cosas son principalí-
simas. Como estas otras: «La influencia de la risa en la educación.» «¿Qué es
mejor en la educación, el sentimiento ó la autoridad?. ¿Para qué quieren
averiguarlo, si ninguna de ambas cosas pueden emplear ellos?
(1) La pedagogía de los últimos tiempos pretende introducir, en las escue-
las, el trabajo, como elemento moralizador, sin advertir que los hábitos de la
escuela no son hábitos magistrales, sino pedagógicos. Ya trataremos de esta
materia en el artículo siguiente, en el que estudiaremos la gimnasia Ui-.nica
de los pedagogos.
752 PEDAGOGÍA

escuela se sustituye con bandas, condecoraciones pedagógicas, tí-


tulos pedagógicos, que no sirven para faera del recinto de la
misma.
¿Y qué hemos de decir del ingenioso arte de convertir las fae-
nas pedagógicas en motivos para simular ejercicios de orden com-
pletamente distinto? ¿Cómo se ha podido tomar en serio la afirma-
ción de que los certámenes pedagógicos despiertan los ardores
marciales? En la escuela se estimulan, según dicen, los instintos
guerreros parodiando las luchas humanas de Seipión y Aníbal, car-
tagineses y romanos, horacios y curiaeios, empleando la lengua y
el ingenio pedagógico como arma de combate. Con estas cómicas
representaciones lo único que puede lograrse es desvirtuar las pro -
pias tareas pedagógicas; por el prurito de hacerlas educativas, aca-
ban por no ser siquiera pedagógicas, en el sentido más humilde de
la palabra.
Al pedagogo le es muy difícil concebir que los hábitos morales
se puedan formar sin conciencia de premios y castigos, y sostiene
que la escuela es superior á la familia, porque en aquélla la sanción
es inmediata, y la sanción es el gran medio de educación moral.
Así se ha justificado la conducta del pedagogo desde aquellas eda-
des en que era proverbial el cachete, el látigo ó la correa, hasta
esta edad en que insignes pedagogos piden, como altamente mora-
lizador, el que se pegue á sangre fría, y con suavidad, en las par-
tes blandas.
Te equivocabas en una letra, un correazo; hacías una majade-
ría, dos correazos; subía de punto la impertinencia, doce correazos
y sin comer. Esta forma de desahogar la ira el pedagogo era el
gran remedio moral. Pero vienen otros tiempos en que se le critica
duramente esa conducta; entonces toma posición distinta: se vuelve
meloso, afable, cariñoso y atractivo, y siempre sosteniendo que
educa mejor que los padres: si pega en la escuela, es para compen
sar la blandura excesiva del cariño paternal; y si trata suave y me-
losamente, es para moderar el rigor de los padres: siempre es supe-
rior á la familia.
Lo mismo pasa en otras materias. Si la comodidad del pedagogo
impone el silencio y la quietud en la escuela, dice él muy seria-
mente que el silencio y la quietud son medios de grande influencia
moral, en oposición al estrépito de las aventuras callejeras y al mo-
vimiento desordenado de los ejercicios campestres; pero cuando se
desacreditan el silencio y la quietud como antihigiénicos é inmora-
LA GLMN'ASIA PEDAGÓGICA • 753

les, entonces se apresura á meter los cantos y la gimnasia de los


volatines en la escuela, y hasta sale por los campos de excursión
coa los alumnos. Si la moda exige el desarrollo de las facultades
espirituales, se finge sutilísimo, delicado, espiritual y fomentador
de todo ingenio literario; pero si la veleta de la moda gira en otra^
dirección, conviértese la escuela en un taller, en un gimnasio, don-
de en primer término se atiende al desarrollo de lo animal. Y siem-
pre conforme á la psicología. Y en último extremo, si fracasa, la
culpa la tienen los padres y la sociedad.
En esto ci-eo que tienen razón: los padres y la sociedad tienen la
culpa d é l o s fracasos de la escuela, por haber irreflexivamente en-
•comendado la faena de educar al pedagogo.
¿1' qué criterio tiene el pedagogo para aplicar sanciones?
Y^o he visto sostener, como regla (y la aplican muchas institu-
ciones sistemáticamente), que las cualidades naturales no deben
premiarse en la escuela.
Y esto es lógico: el artificio hace perder á la alquimia el criterio
de la justicia natural; á las acciones pedagógicas ha de aplicarse
también un criterio pedagógico moral distinto del natural. Pero
si es así, ¿cómo puede presentarse la conducta pedagógica como
preparación para un mundo de distinta naturaleza y que requiere
-criterio distinto de conducta? En esa contradicción no piensan los
alquimistas; ni advierten que el resultado de los hábitos adquiridos
en una institución que se rige por distinto criterio que el natural,
necesariamente ha de ser preparar á los educandos para vivir en un
limbo imaginario ó sociedad utópica. Esees, en resumen, como lue-
go veremos, el efecto necesario de la educación escolástica.
Mas en donde se creen tortísimos y bien fundados los pedagogos
es en esta capitalísima afirmación, á todas luces importantísima y
primaria: La escuela es superior á la familia, en materia de eduea-
<iión moral, por el ejemplo. El pedagogo es tipo ejemplar muy su-
perior al padre, puesto que se ha educado especialmente para diri-
gir la educación de los demás.
«El ejemplo es más poderoso que la máxima; la imitación y el
hábito son los motivos de la mayor parte de las acciones del hom-
bre.» Eso dice todo el mundo y el pedagogo ufanamente lo repite.
Pero el pedagogo no sabe que las virtudes humanas no se pue-
den adquirir, ni tampoco demostrar, sino mediante aquellos actos
q u e las exijan, en la ocasión en que las piden. Guzmán el Bueno
fué un héroe, cuando la realidad le puso en el caso de raost-^ar su
754 PEDAGOGÍA

virtud patriótica. Si los moros no le liubieran sitiado, ni él hubiese


estado ejerciendo de jefe de la fortaleza, ¿cómo hubiera podido mos-
trar aquella virtud heroica? I^orzar ó simular la ocasión para mos-
trarla, hubiera sido una pedantería moral, no una virtud. Y el que
quiera imitar su ejemplo, tendrá que esperar á que ruede el mundo
y los acontecimientos le coloquen en idénticas circunstancias; lo
contrario sólo podrá ser una comedia.
El pedagogo, si ha de servir de ejemplar moral verdadero, es
preciso que ejecute acciones que no sean pedagógicas, sino del or-
den magistral; es decir, acciones que no se hallan dentro de la es-
fera de su oficio.
Entonces, ¿cómo ha de arreglárselas?
Ahí está lo insoluble de la alquimia. Si quiere ejecutar acciones
ejemplares como las de los otros hombres, tiene qué dejar de ser
pedagogo. A eso insoluble se llega, como corolario, por admitir un
arte de educación, en que la faena de educar constituya labor apar-
te de otras funciones sociales. Para dar ejemplo eficaz y útil, es pre-
ciso realizar función social verdadera; pero si el pedagogo se dedi-
ca á educar, el ejemplo lo dará educando, y será ejemplaridad de
pedagogo; y el que lo imite adquirirá los hábitos de pedagogo.
Este escollo es inevitable. Y que es escollo lo afirman ellos mis,
mos. El Sr. Vaz Ferreira, discretísimo pedagogo suadmericano-
dice: «Es grave que los niños se den cuenta de que el maestro estA
haciendo pedagogía.»
¿Y cómo puede evitarse eso? Evitar que el pedagogo pedagogice,
es evitar que el pintor pinte. Si el pedagogo, en el momento de ejer-
cer su oficio, se pusiera á realizar acciones que no corresponden á
su oficio, enseñaría á hacer lo que no corresponde á su oficio. Evi-
dentemente, presentar como tipo de imitación al pedagogo, es una
petición de principio, como otras muchas en que se basa la alquiniia.
El pedagogo á quien se encomiende el papel de educador, ha de
ser inevitablemente un tipo de doble personalidad, como el del có-
mico, el cual, para hacer bien la representación, tiene que disfra-
zarse y hablar y obrar según el papel que represente. Ha de ser
hombre de dos conductas, de dos caras (1); la duplicidad es nece-
saria por la duplicidad de funciones que acepta; mas esa duplicidad
del tipo desconyunta el carácter; y un hombre desconyuntado de
carácter no puede servir de ejemplo moral digno de ser imitado.

(1) Ya trataremos más extensamente de esa duplicidad de carácter cuando


estudiemos pai-tioularmente el tipo del pedagogo.
LA GLMNASL\ PEDAGÓGICA 755

El pedagogo, cuando oficia de tal, tiene que ejecutar las accio-


nes, modelo de imitación, no cuando la oportunidad en la vida so-
cial se le presente, sino á las horas en que pretenda hacer efecto so-
bre el espíritu del educando; la faena de educar lo impone la hora,
sitio, etc., para mostrar la virtud, independiente de toda ocasión ó
estímulo extraño á su tarea. El discípulo & su vez, para dar prueba
de que se va educando, tiene que demostrar que hace las cosas vir-
tuosas, para que se vea que y a tiene la virtud inculcada. He aquí
dos cómicos de la virtud, como en lo intelectual aparecían dos pe-
dantes.
Aconsejaba Kant que al niño se le diera dinero para que hiciese
limosnas, con el fin de acostumbrarle á ser caritativo; como si el
dar dinero ajeno, recibido para esa aplicación, y dado ciegamente
al primer pordiosero con quien el chico se tropiece, fuera otra cosa
que una representación cómica de la virtud de la caridad. •
Sugongamos que el pedagogo quiera hacer perder á un educan-
do la vergüenza de realizar oficios humildes, v. gr., sacar y limpiar
el vaso de noche. Si circunstancias apuradas, ó ciertos accidentes
de la vida, imponen ese acto como una necesidad, la vergüenza sue-
le perderse por virtud de la necesidad; pero ejecutar el acto sin que
la necesidad obligue, es ocasionado á aumentar la vergüenza.
• El equilibrio entre las varias pasiones ó tendencias humanas es
imposible de fijar ni aun medir; mucho menos ha de ser posible pro-
ducirlo artificiosamente: un tímido y vergonzoso en la conversa-
ción, puede ser intrépido, valiente y hazañoso en el campo de ba-
talla.
Por otra parte, no existen en el mundo estimulantes de la virtud
ó del vicio que moi-alicen siempre ó siempre desmoralicen: la con-
ducta más noble y más sincera puede producir antipatía y repul
sión, si á los ojos del que ha de imitarla aparece en forma repug-
nante de afectación ó de hipocresía; un vicio repugnante, en cam-
bio, puede inducir, al que lo observa, á la práctica de la virtud
contraria.
Las cualidades morales no son entes absolutos: la constancia y
formalidad en mantener los compromisos adquiridos, son laudable
firmeza de voluntad, siempre que se apliquen á causas muy justifi-
cadas; esa firmeza de conducta aplicada á causas injustas, será
obstinación ó terquedad detestable. La franqueza ó la sinceridad
puede ser, en ciertas circunstancias, virtud sublime; variadas és-
tas, puede ser pura desvergüenza ó descaro. El amor, según las
756 PEDAGOGÍA

circunstancias, puede ser moralidad sublime 6 inmoralidad asque-


rosa. ¿Cómo, pues, encontrará el pedagogo justiíicación para las
acciones en una gimnasia moral artiflciosa, en que se abstrae la
acción de todas las circunstancias de la aplicación normal, circuns-
tancias que han de ser, en último término, las justificadoras más
calificadas de los actos morales del liombre?
El hábito de sufrir, sin sufrir, no se puede lograr. Aguantarse
sin que haya razón verdadera para sufrir, es bajeza ó debilidad
moral. ¿Cómo se ha de pedir que se aguante un chico sin razón na-
tural para un sufrimiento que se le impone? Eso conduce únicamen-
te al rebajamiento del carácter.
Producir un sentimiento simulando lo real, es contraproducente:
es como darle á, un chico la noticia falsa de la muerte de su padre,
con el objeto de producir en su ánimo un momento de tristeza, sin
pararse á considerar los efectos posteriores de una mentira lanzada
en tales condiciones. Producir fe á lo jurado, sin que realmente se
contrate ó se jure; lealtad, sin relaciones á que se aplique; confian-
za, sin experiencia de la conducta de otros, etc., etc., etc., es fabri-
car vino sin uvas.
En resumen, pretender producir la experiencia moral, mediante
acciones sep,')radas de toda la complejidad real, es exponerse á ad-
quirir hábitos abstractos, propios de los personajes de una comedia»
Yo creo que uno de los peores compañeros morales qus puedan
darse al niño, es el pedagogo, tipo moral de decadencia: que da li-
mosna para que vean que la da; va á misa, para que vean que
cumple con las obligaciones religiosas; en una palabra, que ejecuta
las acciones, nó porque le impulse su propio sentir ó su querer, sino
porque su oficio le obliga á manifestarse como ente perfecto, de-
chado de edificación. Eso transtorna por completo la base de toda
moralidad, al transtornar la dirección de los fines morales. Aun su-
poniendo que el pedagogo obre con fin propio moral fuera de la es-
cuela, desde el momento en que oficia de pedagogo, tiene que ha-
cer lo que dijimos de aquel maestro ebanista (I), que dejaba su
obra personal para dar lecciones con el ejemplo. Ese ejemplo, que
es útil en la esfera de lo intelectual ó de lo técnico, trasladado á la
esfera de lo moral, produce un ser repugnante y asqueroso. Lo he-
mos repetido muchas veces: los hábitos de hacer las cosas cuando
se deben hacer, no se adquieren sino haciéndolas en el momento en
que la oportunidad ó la prudencia lo exijan.

Recuérdese lo dicho en el articulo Garatteres de lo pedagógico.


(1)
LA GLMNASIA PEDAGÓGICA 757

El deseo de aparecer ejemplar incita al pedagogo á jactarse y


alabarse, poniendo en evidencia sus virtudes, con el buen intento
de hacer obi-a moral; pero esa conducta produce insensiblemente
el hábito de jactarse y alabarse, y ese hábito se comunica al edu-
cando aunque no se quiera. Y resulta que, quien á toda hora está
afirmando que tiene infiltrada toda virtud, ya no quiere sino que le
pongan estatuas en las encrucijadas de los caminos: pedantes de la
moral, que presumen de virtud, cuando no han hecho más que la
comedia de la virtud en la escuela.
Por otra parte, forzar el respeto á esa virtud supuesta y no
real, es conducta que produce necesariamente una mala educación.
Atendiendo á todas estas consideraciones, no ha de extrañarnos
que los efectos d i la educación pedagógica no sean los que se bus-
can; la escuela no es la vida. En la escuela hay mucho subjetivis-
mo y poca realidad, y ésta en su mayor parte fingida ó simulada.
La voluntad, potencia la más significativa del carácter, no pue- i
de abstraerse de la acción normal ni de la experiencia en funciones
sociales; sin esta experiencia, sólo constituye un deseo vago, infe-
cundo: querer hacer sin hacer, ó hacer sin finalidad concreta, que
semeja locura. Repasar por la cabeza teorías de virtud, hablar de
ésta con entusiasmo, hacer bellas descripciones, no es ningún hábi-
to de virtud. Esta sólo se adquiere mediante acciones fundadas en
motivos reales. La virtud es cosa positiva, y no se logra con el sólo
deseo de poseerla ni con el hábito de abstenerse de algunos vicios.
El no tener vicios, no es virtud; la indiferencia ó estado neutro, es
germen adecuado para la corrupción, como el agua de los chai'cos.
El estudio subjetivo y el estar sondeándose á si propio, conduce
(según Bain) á un estado que consiste en roerse á sí mismo sin ac-
tividad, sin provecho; á agravar todas las situaciones penosas; á
absorber el espíritu en la contemplación de sensaciones orgánicas,
es decir, la hipocondría, que impulsa al espíritu á abismarse en
continuo examen de conciencia hasta hacerlo desdichado, más bien
que á estimular la actividad al cumplimiento de nuestra obliga-
ción. Eso conduce á un extremo idealismo que disgusta del mundo
real tal cual es, y mantiene la inclinación á la protesta constante y
á la crítica amarga.
Los hábitos de ficción, á que obligan las faenas pedagógicas,
producen un efecto pai'ecido al de la educación que se recibe en el
teatro, ó leyendo libros novelescos que también se alimentan de
ficciones: promueven el disgusto de lo real y un cierto refinamiento
758 PEDAGOGÍA

artificioso que da una delicadeza exagerada, hasta el punto que


hace al hombre incapaz de llenar los deberes ordinarios de la vida,
haciéndole capaz únicamente de desplegar las virtudes de los hé-
roes imaginarios, si se encontrase colocado en las situaciones ima-
ginarias de esa ficción. No es virtud real ese estado enfermizo y
decadente que no gusta más que de ficciones y de hipótesis. Rous-
seau escribe el Emilio y manda á sus hijos á la inclusa: esa es la
virtud pedagógica.
La insania es el resultado positivo á que conduce la pretensión
de fabricar los metéoi'os en el reducido espacio de un laboratorio.
Desengáñese la pedagogía: una piedra filosofal para la educación,
no la podrá jamás encontrar; no existe en el mundo elixir poderoso
para transmutar la pedantería en ciencia, ni la hipocresía ó afecta-
ción en virtud moral.
J u L i Á x RIBERA.
VARIA

Nueva tipografía árabe.

Cuantos se han ocupado alguna vez de estudios árabes, saben la


enorme dificultad que representa la extensión de la caja deütipogra-
f ia árabe.
Sin llegar á la cifra de 900 tipos, que tenía no hace muchos años
la caja egipcia, la mayoría de las cajas europeas no bajan de 200,
número muy excesivo, sí se compara con el de la caja de cualquier
idioma europeo. ^
Las causas de tal inconveniente pueden reducirse principalmente
á dos. Una de ellas es la variabilidad de las letras árabes, que
cambian de forma según su colocación en la palabra-, variabilidad
qne se ha ponderado mucho, y que se reduce, en resumen, á la pre-
sencia ó ausencia del enlace de cada letra con la anterior y la si-
guíente. Este enlace de todas las letras, que el árabe parece haber
tomado del siriaco, reduce las letras á simples expansiones de la
línea horizontal que las una; los puntos diacríticos serían, según
esto, originados por la necesidad de distinguir letras que fueron
distintas, pero vinieron á confundirse en su simplificación, mientras
los rasgos finales serían restos de la parte suprimida de las letras,
cuya forma más completa sería la aislada, ya que aisladas fueron
todas las letras en los primitivos alfabetos.
Pero si prescindiendo de toda erudición sobre los orígenes del
alfabeto árabe, atendemos á su estado actual, es evidente que debe
considerarse como parte esencial de cada letra lo que sobresale de
la línea horizontal, cuando está enlazada con la anterior y la si-
guíente, considerando la forma inicial como consecuencia de la fal-
ta de enlace, y el rasgo final de la letra, no unida á la que sigue,
como terminación de la línea de unión después de la última letra.
Esta consideración nos conduce, como veremos, á la solución del
problema.
La otra causa que ha contribuido al actual estado de cosas es
el haberse sacado los tipos de la letra manuscrita, lo que ha oblí-
760 VARIA

gado á multiplicar los enlaces y crear los grupos de letras para,


imitar servilmente las múltiples combinaciones producidas por la.
pluma.
Se dirá, sin duda, que lo mismo ha ocurrido con los idiomas euro-
peos, cuyos tipos empezaron siendo una simulación, casi una falsi-
ficación, del manuscrito; pero además de que por ser menos impor-
tante el enlace de las letras no se ha producido la misma multipli-
cidad de tipos, no es menos cierto que en los tipos europeos se ha
verificado una evolución bien marcada de la forma caligráfica á la-
epigráfica, atendiendo, en primer término, á la claridad, y elimi-
nando todo aquello que derivaba del procedimiento manual en la
escritura, con lo cual han quedado reducidas las letras á su forma
esencial, lo que les comunica cierto sabor arcaico.
No es esto suponer que, como han propuesto algunos, sea posible
en árabe deshacer los enlaces y adoptar un alfabeto con letras ais-
ladas, pues este alfabeto sería completamente convencional, bueno,
solamente para usodelos orientalistas europeos, pero inaceptable p^ra
el público musulmán; nada impide, sin embargo, seguir el mismo
camino señalado por la evolución de los tipos europeos, acercándo-
nos á las formas epigráficas. Los mayores inconvenientes de los ti-
pos actuales derivan, en efecto, de la excesiva imitación de la letra
manuscrita, presentando enlaces que no se encuentran en las ins-
cripciones, á no ser en algunas muy modernas en que se imite tam-
bién la escritura manual.
Esto nos lleva á hablar del doble carácter del alfabeto árabe,
cúfico y nesji. Preocupados con la cuestión de origen, han llegado
los eruditos á suponer que son dos formas contemporáneas, pero de-
bidas á influencias diferentes, siendo el cúfico propio de la región
oriental y el nesji del occidental del mundo musulmán.
Este modo de ver las cosas es, á nuestro entender, erróneo; en
España, al menos, se ve claramente al cúfico preceder al nesji, que,
sin alterar sus formas, redondea los rasgos y los adapta cada vez
más á las exigencias de la escritura manual. El cúfico representa la
forma epigráfica del árabe, y si en una época se ha adoptado el
nesji en la epigrafía, ha sido por razones estéticas, cuando la escri-
tura ha tomado valor ornamental. Aun en este caso, el cúfico ha re-
accionado con ventaja, reapareciendo en el carácter carmático.
En resumen: la tendencia de toda mejora de la tipografía árabe,
atendiendo á su sencillez y claridad, ha de buscarse, á nuestro juicio,
en la epigrafía cúfica.
NUEVA TIPOGRAFÍA ÁRABE 761

En el ensayo que hemos practicado, y cuyo resultado de conjun-


to puede verse más adelante, comparado con la tipografía actual,
hemos procurado alterar lo menos posible las formas tradicionales
de las letras, según el detalle siguiente:
v_, O" O ^, jj—Consideramos forma esencial de estas letras un
tracito vertical corto, con los puntos correspondientes, conservando
inalterable esta parte de la letra.
i j—Adoptamos la forma rectangular del carácter cúfico.
Como en la epigrafía cúfica, estas letras adoptan la for-
ma i'ectangular cerrada, en vez de ser abierta como la anterior; ade-
más, como es sabido, las letras .) .5 no se unen á la siguiente y las

J—Esta letra difiere del .> en su prolongación hacia arriba y en


unirse á la siguiente.
Js i. —Estas sólo difieren de las y jo en su altura.
^Jo—Su forma esencial consiste en tres trazos cortos, que se
disponen muy próximos para evitar toda confusión con otras letras.
^ ^ (r~La forma esencial de estas letras consiste en un trazo
inclinado-, sa enlace en la epigrafía cúfica es siempre por el extremo
de la derecha; pero en la escritura manual el enlace va á buscar la
letra por la parte superior, lo que ha dado lugar en la tipografía co-
rriente á infinidad de combinaciones de letras, que nada justifica
aparte de la imitación servil de la escritura. Tal es el daño causado
por esta disposición de los tipos, que en Egipto una comisión ha
propuesto la supresión de unos cuantos centenares de tipos, varian-
do la forma usual del enlace; pero al disponerlo por la parte central
de la letra, establece una distinción inútil entre la forma inicial y
media, lo cual constituiría para nosotros, como veremos, un incon-
veniente, que salvamos imitando la forma epigráfica.
^—Esta letra está formada siempre por un círculíto intercalado
en la línea de unión.
» s—Formadas por un círculo, con un trazo corto adyacente.
\ ] Y—El! y el J sólo difieren en unirse ó no á laletra siguiente; es-
tán formadas por trazos largos, seguidos, cuya altura es doble de la
de las cortas.
Las letras ; j p J i _ Í ; conservan sensiblemente sus formas
conocidas. ^
Con esto unificamos las formas de muchas letras y suprimimos
los enlaces anormales y los grupos, que en las cajas europeas no han
CULTÜUA 49
762 VARIA

llegado á tener tanta importancia como en las orientales; pero aún


conseguimos una reducción muchísimo mayor con la aplicación de
dos principios, que constituyen la base del nuevo sistema.
El primero se refiere á la manera i e separar unas letras de otras;
cortando el trazo de unión entre las dos letras, queda un trozo de él
adherido á cada una, y se necesita tipo distinto cuando la letra es
inicial; nosotros hacemos el corte al rape sobre la letra de la izquier-
da, con lo cual el mismo tipo sirve al principio y al medio de la pa-
labra.
El segundo consiste en la división en dos de las letras finales,
que formamos con el mismo tipo que las letras inicial y media,
añadiéndole otro que forma el rasgo final; dos solos tipos forman los
rayos finales: uno dirigido á la izquierda, y otro á la derecha.
Resulta, pues, de estas disposiciones, que cada letra sólo tiene
un tipo, salvo las excepciones siguientes:
^—Xo hemos creído prudente emplear las formas inicial j ' me-
dia, que son muy distintas.
V _ C o m o la forma final no tiene rasgo, es indispensable para ella
un tipo especial.
^ — C o m o la forma final de esta letra se reduce al rasgo, hubie-
ra habido confusiones al conservarle el trazo vertical, pues hubiera
parecido la letra duplicada; conservamos, pues, un tipo especial
para esta forma; pero simplificándola á imitación, como siempre, de
la epigrafía cúfica.
Por último, aunque hemos prescindido de las vocales y signos,
hemos hecho grabar el suponiéndolo aislado ó sostenido por el

Para poder comparar la composición con los nuevos y los anti


guos caracteres, formamos á continuación una doble tabla, donde
se ve cómo cada tipo de los que sirven actualmente para todas las
formas de las letras, puede utilizarse con los solos tipos del nuevo
sistema.

(1) El nuevo sistema tipográfico ha sido objeto de la patente 42.259. Los ti-
pos han sido fundidos en la acreditada casa &. Gans, de Madrid,
Formas de las letras en la tipografía Imitación de las mismas figuras con
actual. los nuevos tipos.

Aislada. Final. Medial. Inicial. Aislada. Final. Medial, inicial.

1 L .... .... 1 L .... ....


A J ._ J . J - J

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i. d d_ .d
•i

« .... .... 9 9- . . ..
A r. J. J
v3 == -
764 VARIA

Hemos dejado un claro entre los tipos del cuadro anterior, para,
que el lector se haga cargo de la composición. Para apreciar en con-
junto la nueva tipografía, añadimos á continuación el texto de la,
primera azora del Alcorán, en tipo antiguo y en tipo nuevo.

V í..x-0'ls

,_oJ^jJI wio:^jll dlJI c-oJJq


ialjl * ^liall c<>9:! « cO:P>-j" ^ioli^jll « J j J M l dll tio:i>J I
^OiÜlc JLoSJi ^ . : = Í l t l l L t i * eo.jqillloil LIjiall liiiulí » ^ S J i l l j Í3IJI9 ixLSJ.

En resumen, las ventajas del nuevo sistema son las siguientes,


1." Con veinticuatro punzones se ha obtenido toda la fundición,
lo cual reprcHenta una economía superior á la de todas las tipogra-
fías europeas.
2.'^ La caja se ha simplificado en tal forma, que se economiza,
más de la mitad del tiempo en la composición, corrección y distri-
bución.
3.* El no salir ningún rasgo de letra fuera del cuerpo del tipo,,
asegura larga vida á la fundición, pues no está tan expuesta á ro-
turas y desgastes.
4.* Las líneas se pueden juntar sin espaciados interlineales; por
consecuencia, cabe poner en una página doble número de líneas-
que en los tipos antiguos.
5." Finalmente, si se aceptara el sistema, y se vulgarizara fami-
liarizándose los lectores con el aspecto nuevo de los nuevos tipos^
se podría intentar un más trascendental y definitivo progreso, á sa-
ber: el que las vocales, sin dejar de aparecer arriba ó abajo, como en
la escritura, se coloquen en la misma línea de composición que las
consonantes. A esto se presta la nueva forma que hemos ensayado.
El sistema, después de todo, se puede acomodar á toda clase de
letra manuscrita, oriental ú occidental.
A. PKIETO X V I V E S , JULIÁN E,IBERA,
Ingeniero. Profesor.
BlBLIOGRAFín

PAUL ARDASCHEFF, Professeur d'histoire moderne et contemporaine a l'Univer-


sité Impérialede Kiew: Zes iníendenís de province sous "Louis XVT. Traduit du
russe sous la direction de l'autcur por Louis Jousserandot. Un volumen en 8.°,
xx-487 páginas, 10 francos. París, Félix Alean, editeur, 1909.

Durante dos años ha permanecido en Francia el profesor Ardascheff


allegando en los archivos materiales para este libro: forma parte de una
obra más extensa dedicada á estudiar la administración de las provin-
cias en Francia dttrante el antiguo régimen (tiempos anteriores á la Re-
volución francesa), y es el primer ensayo de un libro de conjtinto dedica-
do al estudio de esta materia.
Como dice el profesor ruso en el prólogo, acertadamente, la revolu-
ción y el antiguo régimen han sido objeto más bien de enconadas polé-
micas y entusiastas apologías, que de minuciosos y desapasionados es-
tudios: es preciso aplicar á la investigación de estos problemas los mis-
mos métodos que se emplean para estudiar la historia clásica ó me-
dioeval: sólo así irá mostrándose la verdad escueta.
A maravilla cumple este fin el libro que nos ocupa: por virtud de
una solidaridad científica que florece en los países de superior cultura
intelectual, el Sr. Ardascheff ha recibido la ayuda de investigadores,
genealogistas, archiveros, etc., qttienes le han enviado datos acerca de
los intendentes provincianos y su gobernación; así ha podido trazar
cumplidamente la biografía de ellos y estudiar su gobierno en las pro-
vincias, el medio provinciano, las fiestas y diversiones.
El influjo de estos funcionarios en el embelliciiuiento y progreso de
las ciudades, en el desarrollo de los intereses materiales é intelectuales,
fué grande; representaban la parte más ctdta de la aristocracia buro-
crática y financiera que iba poco á poco elevándose del pueblo y consti-
tuyéndose en defensora de las nuevas ideas; así estos funcionarios fue-
ron disponiendo, acaso sin darse de ello perfecta cuenta, el acceso del
pueblo, ó mejor aún, de la clase media al gobierno, tras la sacudida que
produjo la Revolución.
Aunque el libro estudie solamente los intendentes franceses, antece-
sores de los prefectos, tiene interés para la historia de España; la orga-
766 VARIA

nizaiióa administrativa que implantó aqui la casa de Borbón f aé copia-


da de Francia; después, el centralismo francés ha sido nuestro modelo:
además, en España hemos pasado por análogas circunstancias; los mis-
mos esfuerzos que desde Carlos III realizan las Sociedades Económicas
de Amigos del País, ayudadas por los funcionarios reales españoles para
levantar la vida española, emprendieron los intendeates franceses en
las provincias: saber lo que allí ocurría, aclara y explica lo que aqu*
pasó.
Es de desear que el otro tomo de la obra de Mr. Ardascheff, en qtie
se estudia e! antiguo régimen, sea pronto traducido del ruso, facilitán-
dose de este modo su difusión y estudio.
E. I. Y R .

LUIS SEGALÁ Y ESTALELLA, Catedrático de Lengua y Literatura griegas en la U n i -


versidad de Barcelona: Homero, ta Viada, Versión directa y literal del grie-
go. Ilustraciones de Flaxman y de A . J. Church. Barcelona, Montaner y Si
món, 1908.

La critica moderna exige la mayor fidelidad posible en la versión de


las obras de los grandes maestros, no sólo en lo que se refiere al valor de
las palabras, sino también en los detalles arqueológicos, cuando la obra
es antigua, y hasta en las frases, giros y expresiones que puedan pasar á
la lengua á que se traslada. Se quiere conocer la producción del genio en
toda su integridad, sin arreglos, cortes ni adiciones del traductor, que
necesariamente han de parecer retazos mal cosidos en la trama finísima
del texta original. Y ese respeto hacia la obra; ese propósito de no alte-
rarla en lo más mínimo, cual si fuese un libro ságralo; esa escrupulosi-
dad del intérprete que se ciñe á reproducir el pensamiento ajeno, deben
llevarse á los últimos límites cuando se trata de composiciones como La
Illada, que además de su valor estético imponderable, por ser el tipo del
género poético más noble y excelso, la epopeya, constituye uua fuente
histórica importantísima para estudiar los orígenes de la civilización
griega, para apreciar la cultura de aquella nación que había de ser más
tarde la maestra del mundo. Pero no basta que el traductor entienda el
texto original y conozca el medio ambiente en que se compuso; necesi-
ta, además, dominar el idioma á que traslada, estar familiarizado con
las obras de los clásicos nacionales, saber cómo éstos habrían vertido á
su lengua cada una de las frases. Sólo así resultará la traducción fiel y
castiza, literal y literaria, digna del autor y útil para el que la lea.
Tal es el criterio con que el Catedrático de Lengua y Literatura
griegas de la Universidad de Barcelona, Dr. D. Luis Segalá, ha hecho su
concienzuda versión de Xa íííada de Homero, la primera que se ha pu-
blicado en prosa castellana y la única completamente fiel y exacta de
NOTAS 767

las escritas en la lengua de Cervantes; pues asi las de García Malo y


Gómez Hermosilla, que son las impresas en castellano, como la de Le-
brija y otras que han quedado inéditas, estAn en verso y por lo mismo no
pueden ser rigurosamente literales. La fidelidad es, en efecto, la nota
que más se destaca en la versión del Sr. Segalá, la cual puede ser com-
l)arada, desde este punto de vista, con la que hiciera en francés el gran
poeta Leconte de Lisie; quien, á pesar de su .pericia en el uso de la for-
ma métrica, tradujo á Homero en prosa para no hacerle la más mínima
traición. El Sr. Segalá traslada el poema Integramente, sin quitarle ni
siquiera un epíteto; busca palabras que tengan la misma fuerza expre-
siva que las griegas y hasta, si son compuestas, que consten de los mis-
mos elementos; tales son, por ejemplo, escudado, deiforme, cuellilargos,
y si no las halla en el Diccionario déla Real Academia Española, emplea
dos ó más vocablos ó convierte el epíteto en una oración incidental para
darnos á conocer en todo su valor la frase homérica. Tan sólo encontra-
mos una palabra que sea invención del traductor—Zo?¡si¿«¿de;!Íe- forma-
da á semejanza dé omnividente y providente. Lástima que no haya pro-
cedido de semejante modo con otros epítetos, cuya traducción, por dos ó
tres palabras, destruye la proporción que debe existir en las partes de
la cláusula ó atenúa la energía y la fuerza del vocablo griego. Algunos
cnvnipuestos, como braci-nivea y fiexipedes, usados por el brasileño Ma-
nuel Odorico Méndez, en su traducción portuguesa de La Iliada, son tan
inteligibles y se acomodan de tal suerte á las leyes de la formación de
palabras, que hubieran expresado la idea de los respectivos epítetos
griegos con más concisión y, por tanto, contnás vigor que los giros la de
los niveosbrazos, de tornátiles jñes, con que el Sr. Segalá suele traducir-
los. Prescindiendo de este detalle, al que no debe darse más importan-
cia de la poca que tiene, es admirable la religiosa escrupulosidad con
que está vertido todo el pi.ema, y en especial lOg discursos de los perso-
najes: la arenga de Néstor en el primer libro, los rozamientos de Ulises
y de Aquiles en el noveno, donde se refiere la embajada que se mandó al
hijo de Tetis para que volviera á combatir, y las palabras de Priamo á
los pies de Aquiles en el último, son otros tantos ejemplos de cómo la
lengua española puede competir con la griega en la expresión de toda
clase de ideas y sentimientos.
No menos cuidado que en la interpretación de las palabras, ha pues-
to el Sr. Segalá en lo que podríamos llamar parte arqueológica de la
traducción, aprovechando los más recientes estudios de los maestros en
la historia del arte helénico (Salomón Reinach, Saglio), para precisar
mejor pormenores de indumentaria basta ahora no entendidos.
Si la versión que venimos analizando es notable por su fidelidad y
por los conocimientos arqueológicos que supone en su autor, merece
igualmente aplausos por lo castizo de sus frases, tomadas muchas de
ellas de autores clásicos castellanos, y de un modo especial de Ercilla y
768 VARIA

de Solis por lo que al tecnicismo bélico se refiere. El lector erudito halla­


rá á cada momento variados giros que le recordarán pasajes de autores
célebres, sin que por esto dejen de ser traducción rigurosamente literal
del texto griego. He aqui tres que pueden compararse con los pasajes
copiados en las notas: El combate y la pelea andaban iguales para unos
y otros (1); la nocfie va ya en las dos partes de su jornada, y sólo un ter­
cio nos resta (2); pasaban de madre á hija muchas aladas palabras (3).
Y es tal la meticulosidad del traductor en este punto, que se abstiene de
emplear palabras y frases admitidas por buenos autores y hasta por el
Diccionario de la Academia, cuando no las halla sancionadas por el uso
de los clásicos. Quien asi procede, ha de sentir horror por los galisismos,
y, en efecto, el Sr, Segalá ha procurado no incurrir en este vicio, utili­
zando el Diccionario da Baralt y el Prontuario del P. Mir, para conocer
cuáles palabras y giros deben su existencia á nuestros vecinos.
Avalora esta nueva traducción de La Iliadaun copiosísimo índice al­
fabético de nombres propios, con la indicación de los hechos de cada
personaje, dispuesto de tal suerte, que con facilidad suma puede hallar­
te cualquier pasaje que se busque.
J . ALEMANT.

EDMOND DOUTTÉ: Magie et religión dans rjlfrlque du J\ord.—Alger, Jourdain,


1909. Un volumen de 617 páginas, 10 francos.

El Sr. Doutté es ventajosamente conocido en Europa como expertísi­


mo arabista, trabajador incansable que no sólo se dedica á estudiar los
libros, sino la actualidad viviente en loi países musulmanes. Por eso, en
sus obras, la erudición literaria, caudalosa y rica, se junta con las ob­
servaciones directas de los fenómenos sociales que estudia; es diligente
observador que sabe ordenar y clasiftcar los datos y los hechos, hacién­
doles entrar en cuadro científico; es sociólogo y arabista.
En este volumen presenta un cuadro general de las supersticiones re­
ligiosas del Norte de África: magia, adivinación, encantos, amuletos,
talismanes, ritos y fiestas, etc., etc.
Hasta ahora, en estudios de este género, hechos sobre las costumbres
ó prácticas religiosas de los pueblos musulmanes, se tendía á poner de
manifiesto las supervivencias que en ellos se conservaban de civilizado

(1) «Ilíada», Xr, 466. Comp.: «igual andaba la desigual guerra>, Ercilla,
«Araucana», parte I, canto II.
(2) «Iliada., X, 2-52 y 253. Comp.: « y como la noche iba casi en las dos
partes de su jornada», Cervantes, «Don Quijote», parte I, cap. XLII.
(3; «Iliada», XXIV, 141 y 142. Comp.: «muchas palabras se pasaron de par­
te aparte». Granada, «Símbolo de la Fe», 2, 22.
NOTAS 769

lies anteriores; el Sr: Doutté abriga otros propósitos: presentar la razón


sociológica y psicológica de las instituciones, y su evolución secular;
para eso ha querido hacer aplicación á los fenómenos religiosos obser-
vados en el África del Norte, de las teorías elaboradas desde hace me-
dio siglo por los etnógrafos y especialmente por la escuela antropológica
inglesa y por la escuela sociológica francesa.
Nadie mejor que él podría ofrecernos un conjunto más completo y nu-
trido de observaciones personales, recogido en sus frecuentes viajes de
estudio por el Norte de África, acreci.io con los datos que le proporcio-
nan algunos libros árabes que de tal materia corren por esas regiones.
Realmente, muchas de las supersticiones de que aquí se trata perma -
uecen vivas en la actualidad; hay otras, sin embargo, respecto á las
cuales podría dudarse de si verdaderamente se conservan, á no ser como
tradición literaria transmitida de tiempo inmemorial, sin que jamás se
hayan popularizado: supervivencias fósiles que restan de civilizaciones j
más antiguas. De todos modos, es de agradecer que las haya incluido,
aunque marcando la debida distinción entre las fuentes.
Quizá se deban hacer algunas reservas respecto á las conclusiones so-
ciológicas ó generalizaciones científicas, que el autor formiüa relacio-
nando la magia y la religión; pero no podrá menos de admitirse que en
ese libro se encuentra un arsenal precioso de información bien escogida
y bien ordenada.
Cuando se estudien análogos fenómenos en la historia de nuestros
musulmanes españoles, los cuales nos han dejado rico caudal de li-
bros supersticiosos, semejantes ó iguales á los que el Sr. Doutté utiliza,
tendrá que acudirse á este libro, si se quiere comparar, clasificar y or-
denar científicamente la materia.
J. R.

P . B. AÍEISTERMANN: TVuexia guia de Tierra Sania. Un volumen de x L v n - 7 0 4 pági-


nas. Barcelona, V i c h , tipografía franciscana, 1908.

Guias y libros diversos hay en castellano acerca de Palestina; pero los j


unos resultan ya un tanto atrasados, entre otras razones, porque la eríti- !
ca moderna ha rectificado conceptos equivocados y opiniones erróneas; 1
otros dejan de abarcar alguno de los aspectos que puede escitar interés;
y otros, por último, carecen de las condiciones necesarias para ser, por
su fácil manejo, verdaderas guías. Esta del P. Meistermann satisface
cumplidamente las dos principales exigencias de esta clase de obras. Los
que de ellas ordinariamente se sirven ostentan el doble carácter de turis-
tas y de cristianos; desean aquéllos informes amplios y exactos en punto
á las eondiiiones y forma de efectuar los viajes con facilidad y confort, á
excursiones, etc.; anhelan éstos un bosquejo de todo lo que á la piedad
770 VARIA

puede interesar: liistoria, leyendas, tradiciones, descripción de lugares y


relato de los innumerables recuerdos ligados á aquella región.
P a r a la primera de esas necesidades posee esta Guia toda suerte de i n -
dicaciones sobre viaje, equipo, higiene, mapas, planos, itinerarios; cal-
cada, al parecer, sobre el modelo de los famosos Baedeker, les supera con
mucho en la abundancia, rigor y seguridad de las informaciones, cuya
autenticidad está suficientemente garantida. En lo relativo á la segunda,
el lector hallará la historia de Palestina externa é interna, y algunos
ensayos críticos sobre puntos que ha hecho de actualidad e l despertar d e
los estudios bíblicos. P o r todo esto, y por la claridad, concisión y lealtad
en la exposición de opiniones, es muy recomendable la Nueva ¡juia, q u e
con tanto tino y discreción ha traducido y adaptado el P . S. Eijan, «lite-
rato, dice e l ilustre obispo de Jaca, t a n conocedor de los secretos y e n -
cantos de nuestro idioma y palestinólogo tan entendido cual lo a c r e d i t a n
sus obras »
G. C.

BAILLY-BAILLIÉRE: Anuario del Comercio para / c)0<}.

Obra de imprescindible necesidad á l a industria, comercio, b a n c a ,


magistratura, etc., por los datos que proporciona, oficiales y profesiona-
les, de toda E s p a ñ a .
Además, pone en contacto las actividades comerciales de España con
las de la América española, exponiendo la forma de gobierno y organí
'zación de las Repúblicas americanas, así como las tarifas de Aduanas,,
puertos comerciales, facilidades que en cada u n a de sus plazas e x i s t e n
para la importación de nuestro comercio y relación de las profesiones,
comercios, etc., con los nombres y señas de los que las ejercen.
Contiene también u n a parte dedicada al extranjero, así como un í n -
dice escrito e n español, francés, alemán, inglés, italiano y portugués.
D e v e n t a en todas las librerías al precio de 25 pesetas. Editor, Bailly-
Bailliére é Hijos, plaza de Santa A n a , 10, Madrid.

RRNÉ BASSET; 7{apporl sur les eludes berbéres el haoussa {i^02-t goS) présenle au X\í°'
Congrés des orienlalisles, á Copenhague. A l g e r . Jourdain, 1909.

Este trabajo, extracto de la Bev. Africaine (190S, números 270-271),


es un e x c e l e n t e y completo repertorio bibliográfico, de verdadera utili-
dad para todo el qite quiera seguir de cerca los estudios lingüísticos re-
lativos á los dialectos berberiscos. La información comprende todos los
libros y artículos de revistas, franceses, españoles, alemanes é i n g l e s e s
(próximamente unos setenta), publicados durante los tiltimos seis a ñ o s .
_ XOTAS 771

sobre lexicología, gramática ó textos de alguno de dichos dialectos afri-


canos. La competencia clentífi'ia del Sr. Basset en esta materia, en que
hace tiempo se ha especializado, es garantía de exactitud paralas notas
críticas que acompañan á cada uno de los estxidios catalogados.

SARAH LORENZANA: Zas aventuras de Hugo. I I . En el palacio de las golondrinas.


Madrid, Hernando, igop.
Es un librito útil para despertar-en los niños la curiosidad acerca de
algunas industrias químicas y fltógenas.

M. JUGIE: Histoire du Canon de I'Anden Teslament dans ¡"Eglisse grecque et l"EgUs-


sc russe. Un volumen en 16.°, de 140 páginas. París, Beauchesne et C.io, 1909.
A pesar de la grandísima afinidad de creencias y de ritos entre las
Iglesias orientales y la Iglesia romana, apenas si hay entre sus teólogos
comunicación alguna. En términos generales puede decirse que unos y
otros se desconocen completamente. !
Tal estado de relaciones científicas da un interés grandísimo á la obra í
de J. Por ella podemos enterarnos de las vicisitudes del Canon del A. T. ,
en la Iglesia griega y eu la rusa desde el Concilio in Trullo (692) hasta \
nuestros días. |
Su lectura fácil y agradable viene á echar por tierra la creencia ge- i
neralmente aceptada de que esas dos Iglesias, griega y rusa, han mar-
chado en perfecta armonía sobre la autenticidad de los libros santos. Y
como sobre esta materia apenas si podrán citarse un par de artículos de
revista, los teólogos católicos agradecerán muj' sinceramente al Sr. J.
su labor de informarles en un asunto qtie tanto debe preocuparles.
A. G. I.

La casa de G. Beauchesne et C.io (Rué de Rennes, U7, París) ha co-


menzado la publicación del Dictionnaire Aijologétique de la Foi catholi-
que. Si bien toma como base de su publicación el diccionario del mismo
nombre de J . B. Jaugey, ha procurado completar la labor de este insig-
ne apologista con todas aquellas adiciones y reformas que reclaman el
continuo progreso de las ciencias eclesiásticas.
Adviértense estas adiciones sobre todo en lo que concierne á la historia
general de las religiones, á los orígenes cristianos, á las relaciones de la
revelación cristiana con las ciencias de la naturaleza y á las doctrinas
sociales de la Iglesia.
De la dirección está encargado A. D'Ales, profesor del Instituto ca-
tólico de Paris, y le ayudan con su colaboración los más eminentes culti-
vadores de las ciencias eclesiásticas.
Se publica en fascículos de 160 páginas, al precio de cinco francos
cada uno. La obra tendrá de 10 á 12 fascículos aproximadamente.
772 VARIA i

El teniente coronel Ibáñez Harín.

La circunstancia de haber sido Ibáñez Marín asiduo colaborador


de CULTURA ESPAÑOLA, cuya sección de Cuestiones militares dirigía,
no ha de privarnos de tributar, en medio de la honda pena que sen-
timos por su muerte, el debido homenaje al heroico jefe español qne
al frente de su batallón de Figueras, alcanzó muerte gloriosa en
rudo y desigual combate con los rífenos.
Militar esforzado, perfecto caballero, adalid no menos entusiasta
en el campo del estudio, creyente fervoroso y corazón de oro por su
magnanimidad: tal era el distinguido escritor cuya pérdida hoy llora-
mos. El Ejército ha perdido uno de sus más brillantes é ilustrados
jefes, y la cultura patria uno de sus más fervorosos cultivadores.
Conocidas de sobra son sus publicaciones, fruto de su buen ta-
lento y de su laboriosidad incansable. En la milicia, como en el es-
tudio, demostró cumplidamente su ardiente entusiasmo de verdade-
ro apóstol.
¡A Dios elevamos con nuestras plegarias el ñrme deseo de que
el alma de nuestro querido compañero obtenga benigna acogida en
el trono de la Divina misericordia, reservada á los elegidos!
LIBROS RECIBIDOS

Áctes du Quinziéme Oongrés International des Orientalistes.


Session de Copenhague, 1908. Copenhague, 1909.
Alujas Bros (M.): Santo Tomás de Aquino y la Inmaculada Con-
cepción de la Virgen María (Ensayo crítico). Barcelona, 1909.
Boman (E.): Antiquités de la región andine de la République
Argentine et du désert d'Atacama. París, Imprimeríe natíonale, 1908-
Breuíl (H.) et Cabré Águila (J.): Les peintures rupestres du bas-
sin inférieur de l'Ebre (Extr. de «L'Anthropologíe»). París, Mas-
son, 1909.
Del Vecchio (G.): II concetto della natura e il principio del di-
ritto. Milán-Turín-Roma, Fratelli Bocea, editori, 1908.
— 11 sentimento giuridico. Segunda edición. Turín-Roma-Milán,
Fratelli Bocea, editori, 1908,
Dretrich (A.): Métaptiysique et estliétique par A. Schopenhauer.
Trad. fran5aise. París, 1909.
El Obispo de Jaca: Injusticias del Estado español. Labor parla-
mentaria de un año. Barcelona, G. Gili, 1909.
Eusebiétti (Dr. P.): Elementi di Fasiopsicologia. Torino, 1908.
F. T. D.: Método teórico práctico para el estudio de la lengua
francesa. Cuarta edición. Ijibrería Católica, Barcelona.
Fouillée (A.): Le socialisme et la sociologie réformiste. París, Al-
can, 1909.
Frumento ( L . J.) y Martínez Buteler (E.): Psicología (Nuevas
orientaciones). Con un prólogo del Dr. Carlos J. Meló. Buenos
Aires, Estrada y Compañía, 1909.
Gemelli (A.): L'Enigma della vita e i nuovi orizzonti della bio-
logía Biblioteca della *Rivista di filosofía neo-scolastica». Libre-
ría editrice florentina. Florencia, 1910.
González Herrero (Dr. J.): El cielo. Observaciones piadoso-cien-
tificas. Tres volúmenes. Cuenca, 1909.
Ibáñez Marín (J.): El mariscal Soult en Portugal (Campaña de
1809). Madrid, 1909.
774 VARIA

López Peláez (A.)-' El derecho español en sus relaciones con la


Iglesia (Segunda edieión aumentada). Madrid, G. Fuentene-
bro, 1909.
— El cerco de la Coruña en 1589 (Sermón). La Coruña, V. é H.
de Brañas, 1909.
Maestre (E.): El mantón de Manila (novela de costumbres). Ma-
drid, Pueyo, 1909.
Medio (P. N. de): Cuestiones cosmogónicas científicas. Salaman-
ca, imprenta de Calatrava, 1908.
Meyer (A.): Elude critique sur les relations d'Erasme et de
Lutlier. París, Alean, 1909.
Nallino (C. A.): Bolletino [de los libros y artículos de revistas re-
lativos al] Arabo settentrionale (Extr. de la «Rivista degli studi
orientali>, vol. II). Roma, casa editrice italiana, 1909.
Puig y Cadafalch (J.): Varquitectura románica a Catalunya
Barcelona, Instituí d'estudis catalans, 1909.
Rodó f j . E.): Motivos de Proteo. Montevideo, Serrano y Compa-
ñía, 1909.
Roso de Luna (M.): Hacia la gnosis (Ciencia y Teosofía). Madrid,
Pueyo.
Vilde (O.): La casa de las granadas (Cuentos traducidos del in-
glés por E. Mazorriaga). Madrid, Hijos de Gómez Fuentenebro, 1909.

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