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ESPflÑOLñ

REVISTA TRinESTRflL ^
(ñntes REVISTA b E ARAGÓN)

MISTORin.—Sección dirigida por R. flltamira y


Ibarra Rodríguez. « • • • • • « • « •
U T E R f l T U R n AOOERNfl.-Sección dirigida por E.
Gómez de S a q u e r o y R. b . P e r e s . « •
f tUÓLüÜijI H'STORin L I T E R A R i n . — S e c c i ó n di-
rigida por R. A e n i n d c z Pidal. « « • •
nRTE.—Sección dirigida por V. L a m p é r e i . • • • • «
F l L O S O F i n . — S e c c i ó n dirigida por fl. Gómez Iz-
quierdo y A . flsfn. « « « • • • • • • •
VnRin.—Cuestiones Internacionales, por Q. Aaura y
Qamazo. « « • • « • « • • • « • • • •
Cuestiones pedagógicas, por Julián Ribcrit.
* * * *

nflbRib
Febrero — ncnvi
Nún. I
CULTURñ ESPAÑOLA
CULTURA
ESPnÑOLfl
REVISTA TRinESTRAL
(Antes REVISTA bE nRflQÓN)

MISTORin.—Sección dirigida por R. nitamira y E.


Ibarra Rodríguez. « « « « « « « « « •
LITERnTURPi A O b E R N f l . - S e c c i ó n dirigida por E.
Gómez de Saquero y R. b. Peres. « «
F l L O L O Q f n É HISTORIA LITERARIA.—Sección di-
rigida por R. nenéndez Pidal. « « « «
ARTE.—Sección dirigida por V. Lampérez. « « « • «
F I L O S O F Í A . — S e c c i ó n dirigida por A. Gómez Iz-
quierdo y l^. Asín. « « « « • « « • « «
VARIA.—Cuestiones Internacionales, por G. Aaura y
Gamazo. « « « « « « « • • « « « « « «
Cuestiones pedagógicas, por Julián Ribera.
* * * * «««•««•«•«««•«••>•

Febrero — ncnVI
Nún. I
Gerentes:
Eduardo Ibarra Rodríguez f Julián Ribera Tarrago
ZARAGOZA, Independencia, 32 MADRID, Tutor, 12

Establecimiento tipográfico de P. Apalategui, Pozas, 12.—Madrid.


v>-.< . 7

CULTURA ESPAÑOLA

En el mes de Enero de 1900 apareció en Zaragoza


una humilde y pobre Revista mensual, en la que escri-
tores, en su mayor parte desconocidos, t r a t a b a n de
aquellas materias que, ajuicio suyo, i^odrían interesar
al público aragonés. Este, impresionado sin duda por
la actitud modesta con que se presentaba y por la inde-
pendencia de las opiniones que en ella se emitían,
completamente desligadas ó exentas de exclusivismos
de partido ó de escuela, recibióla con simpatía y
cariño.
L a suscrición y colaboración fueron creciendo
hasta el punto de permitir que en 1902 se ampliase la
Revista y se ensayara la especialización de materias
en dos Secciones: la de Filosofía y la de Historia; y
en 1903, por iniciativa de nuestro entrañable amigo
D . José Valenzuela L a Rosa, fácil y ameno escritor y
notable crítico, creóse la Sección de Arte.
VI

Estas secciones, constantemente acrecentadas y


cada vez más nutridas, dieron carácter especial á la
R E V I S T A D E A E A G Ó N , y le granjearon la estimación y

el respeto, no sólo del público de la Península, sino


también de los hispanófilos que siguen con curiosidad
y cariño el movimiento científico de nuestra patria.
Mas azares de la vida, que no h a y para qué refe-
rir, dispersaron el grupo primitivo délos colaborado-
res constantes, alma de la publicación, y eso hizo im-
posible continuarla. Pero el abandonar una empresa
de tal índole no se aviene á nuestro carácter, pertinaz-
mente optimista; además, hubiera sido no correspon-
der á la confianza que el público había depositado en
nosotros; y en lugar de retroceder, abandonando esas
modestas tradiciones científicas, nos atrevimos á ten-
tar empresa mayor: el convertir la Eevista, de pura-
mente aragonesa, en nacional.
P a r a convertirla en nacional no bastábamos nos-
otros: Aragón no es toda España; necesitábase de la
cooperación y ayuda de otros elementos, con los cua-
les pudiéramos fundirnos en ideal común y verdade-
ramente nacional.
Las negociaciones en este sentido resultaron ma-
ravillosamente fáciles, merced á la magnanimidad,
desinterés y patriotismo de las personas de quienes so-
licitamos la ayuda. Desde el primer momento pudimos
contar con la adhesión entusiasta de nuestro excelente
amigo D . Ramón Menéndez Pidal. Poco después reci-
bimos la satisfacción más grande que podíamos espe-
rii

rar, al saber que D. Rafael Altamira aceptaba decidi-


da y cordialísimamente nuestra invitación á asociarse
á nuestra obra, para renovar en ella su antigua, sim-
pática y útil empresa de la Revista crítica de Historia
y Literatura españolas, portuguesas y americanas. L a
adhesión del Sr. Altamira fué seguida inmediatamente
de la del Sr. Elias de Molíns, á cuya generosa tenaci-
dad, á cuyo amor por los estudios eruditos se debió
principalmente la continuación de la Revista crítica,
desde 1899 á 1902. Desde ese momento, el éxito cien-
tífico de la nueva Revista estaba asegurado: un grupo
numeroso de prestigiosos trabajadores venían á aso-
ciarse y á fundirse con los que hasta ahora nos habían
acompañado. Y la medida se h a podido colmar, al dig-
narse el Sr. Lampérez y los Sres. Gómez de Baquero
y R. D. Peres aceptar las direcciones de la Sección de
Arte y la Sección de Literatura moderna, respectiva-
mente, y el Sr. D . Gabriel Maura colaborar, tratando
de cuestiones internacionales, con el talento y la al-
teza de miras que todos le reconocen.
P a r a organizar sistemáticamente el trabajo de tan-
tos elementos reunidos, la Revista se ha distribuido en
secciones. Estas serán autónomas, correspondiendo á
sus directores, exclusivamente, el trabajo, la respon-
b i l i d a d y el mérito de su confección.
Como la Revista es científica, sin más objeto quo
el desinteresado y puro de la ciencia, está desligada
por completo de todo compromiso de partido y libre
de todo exclusivismo de escuela. Los autores tendrán
VIH

toda la independencia necesaria para que sus juicios


puedan ser reposados y serenos. Ellos solos responden
de sus opiniones.
Esa autonomía no alterará la unidad total de la
Revista, que está bien cimentada en la fusión armó-
nica de ideales comunes de trabajo, y ceñida además
por vínculos muy fuertes de simpatía, cordialidad mu-
tua y entusiasmo, de que todos participan, por la
cultura española.
Inútil será decir, por tanto, que no viene á bata-
llar, ni reñir, ni molestar á nadie, sino á trabajar se-
renamente y á estimular al trabajo, á la paz y á la
armonía social. Nos lisonjea la esperanza de que el
público y la Prensa, nuestra hermana, hagan justicia
á la rectitud de nuestras intenciones.
Los GERENTES.
Zaragoza y Madrid, Febrero 1906.
MISTORin

La Sección de Historia.

D e dos m a n e r a s necesita, á nuestro juicio, incorporarse la


cultura española á la cultura del mundo: ofreciendo á los es-
tudiosos de los demás países un órgano especial, sistemático y
constante, de información, respecto de lo que aquí se t r a b a j a y
de las fuentes de que aquí podemos disponer, y difundiendo
e n t r e nosotros, de un modo científico, aquellas novedades del
saber mundial que más provechosamente pueden inñuir en
nuestro adelantamiento. A estas dos m a n e r a s nos proponemos
que responda la presente SECCIÓIÍ.
D e l a falta de ese órgano á que antes nos referimos, se que-
j a n m u y á menudo los extranjeros; y aunque es justo recono-
cer que las revistas «hispanistas» h a c e n esfuerzos m u y m e -
ritorios p a r a llenar ese v a c í o , ni cabe exigirles lo q u e , por el
mismo hecho de publicarse fuera de España, les h a de ser im-
posible lograr las más de las veces de un modo completo, ni me-
nos se h a n de t e n e r por libres los españoles, con la excusa de
que otros h a n iniciado y a la labor, del deber que en este or-
den les toca cumplir. L a idea no es, ciertamente, n u e v a en-
t r e nosotros. L a Revista Critica de Historia y Literatura, en
q u e t r a b a j a r o n muchos de los que s e r á n colaboradores de esta
SECCIÓN, fué un p r i m e r e n s a y o , que a h o r a quisiéramos reno-
v a r con todas las correcciones que la experiencia h a ido sugi-
riendo y con una m a y o r amplitud en su concepción. Sin renun-
c i a r á lo que es obligado en empresas científicas de este ca-
rácter—los estudios de investigación y los documentos inédi-
tos, cosa á que y a p r o v e e n con g r a n diligencia y cuidado otras
revistas españolas, á las q u e nos complacemos en saludar y
Cultura Española.

en rendir el homenaje de nuestra consideración más s i n c e r a - ,


desearíamos ante todo satisfacer en estas páginas otras nece-
sidades, que creemos de g r a n entidad p a r a las disciplinas his-
tóricas y p a r a responder á esa constante petición de los eru-
ditos extranjeros, á que y a nos referíamos.
Con este fin, hemos de cuidar especialmente de la informa-
ción española, con noticias, extractos de revistas y bibliogra-
fías críticas retrospectivas ó de actualidad. L a s bibliografías
retrospectivas se dirigen á la formación, como base de futu-
ros trabajos, de un inventario razonado y detallado de lo que
h a s t a hoy h a conseguido reunir el esfuerzo de los investiga-
dores; y como esta labor resultaría excesiva p a r a las fuer-
zas de u n solo individuo, la distribuiremos entre varios espe-
cialistas, habida cuenta también de la n a t u r a l división á que
la diversidad regional de n u e s t r a historia c o n d u c e . El estu-
dio de Bibliografía de la historia a r a g o n e s a que comenzamos
en este número, d a r á idea a d e c u a d a de lo que nos propone-
mos h a c e r . Á éste seguirán otros relativos á Cataluña, Va-
lencia, Mallorca, N a v a r r a , Vascongadas, Galicia, Castilla y
León, E x t r e m a d u r a , Andalucía, e t c . , á los tratados g e n e r a -
les y á l a historia jurídica de E s p a ñ a .
L a bibliografía a c t u a l h a de responder á la doble exigen-
cia de la p u r a información y de la critica e n c a m i n a d a á lim-
piar n u e s t r a l i t e r a t u r a histórica de producciones m a l a s ó in-
útiles. Quisiéramos en esto, como y a hizo la Revista Crítica (y
como lo h a c e n sus análogas de otros países), ser justamente se-
veros, p a r a orientar d e r e c h a m e n t e al púbUco, en lo que se
nos a l c a n c e , y p a r a impedir en el campo de la historiografía
intrusiones de gentes mal p r e p a r a d a s ó poco escrupulosas,
que introducen grandes confusiones en la m a s a de los lecto-
res no eruditos.
L a constitución de una especialidad, dentro de n u e s t r a
SECCIÓN, con los estudios concernientes á la doctrina g e n e r a l
y metodología de la Historia y á la historia del D e r e c h o , no
obedece á preferencias individuales, sino á la firme creencia
en que estamos de la importancia de tales m a t e r i a s . L a s de
doctrina y metodología preocupan hoy h o n d a m e n t e á todos
los historiógrafos, y con sobrado motivo, puesto que de ellas
Sección de Historia.

depende en g r a n m a n e r a la formación y c a r á c t e r de la cien-


cia histórica, y la b u e n a dirección de las investigaciones. Es-
p a ñ a , que tuvo en siglos pasados t a n ilustres precursores en
este orden, no puede p e r m a n e c e r e x t r a ñ a al movimiento cien-
tífico que a h o r a p r e t e n d e r e n o v a r esta clase de estudios y que,
en g r a n p a r t e , los h a renovado y a en otros países. E n cuanto
á la historia del Derecho, de t a n gloriosa tradición en n u e s t r a
p a t r i a , sabido es que hoy c u e n t a con escasos cultivadores.
Nosotros aspiramos á contribuir, con nuestra labor, á que se
despierten las vocaciones en este sentido, y á que se forme
un grupo de historiadores de la vida jurídica española t a n nu-
meroso y estimable como el de los dedicados á la historia li-
t e r a r i a , que es la que hoy p r i v a y la que m a y o r e s progresos
h a hecho.
Excusado es decir que, en general, nuestra atención h a de
dirigirse 'preferentemente á l a historia p a t r i a , y, por l a es-
t r e c h a relación que g u a r d a n con ella, á la portuguesa y á la
de las modernas naciones hispano-americanas: poniendo á
contribución, p a r a esto, no sólo lo que aquí se t r a b a j e y pu-
blique, sino también todo lo que en ese sentido p r o d u z c a la
erudición e x t r a n j e r a . Nos es g r a t o h a c e r constar, á este pro-
pósito, que contamos con una m a s a considerable de documen-
tos inéditos, que iremos publicando, con ó sin ilustración crí-
tica, según el caso lo r e q u i e r a .
E n punto á la historia no española, la debilidad de que
a ú n adolece su estudio entre nosotros y la necesidad de no
disipar n u e s t r a s escasas fuerzas, nos l l e v a n á r e d u c i r su apor-
tación á las novedades m á s salientes que p u e d a n r e p r e s e n t a r
un cambio importante en la orientación de los conocimientos.
Completamente ajenos á todo espíritu de escuela—como co-
rresponde á los cultivadores do la Historia estricta—, espera-
mos contar con la a y u d a de todos los a m a n t e s de esta clase
de estudios, y singularmente con la de los eruditos españoles,
portugueses é hispano-americanos y los hispanistas de otras
naciones, sin la cual n u e s t r a acción modestísima se rendiría
pronto sin g r a n fruto. F r a t e r n a l m e n t e les ofrecemos las pági-
nas de esta SECCIÓN, donde h a l l a r á n siempre la m a y o r am-
plitud p a r a la publicidad de sus trabajos.
Los solariegos en León y Castilla.

Es indudable que en estos últimos años los tratadistas de


historia española h a n dado un grandísimo a v a n c e á cuanto
se relaciona con el estudio de la condición de las personas du-
r a n t e la Edad Media. Mas frecuentemente ocurre que sin de-
j a r de existir informes abundantes sobre u n a clase social de-
terminada, andan aquéllos dispersos por no haberse tomado
nadie el trabajo de reducirlos á cuerpo de doctrina.
Tal es lo que intentamos relativamente á los solariegos
leoneses y castellanos, y á este ñn habremos de servirnos tan-
to de fuentes directas como de trabajos y a hechos en que de
propósito ó por modo indirecto se aluda á la clase referida.
Acaso esta nuestra labor de conjunto ahorre, á los que deseen
conocer la condición de los solariegos, el tiempo que nosotros
derrochamos cuando nos lo propusimos.
Tomaremos por base el acta del Concilio Legionense de
1020, más generalmente conocida con el nombre de Fuero de
León.
JÚNIORES son llamados en él los que constituían la men-
cionada clase social; FOREROS en l a versión romanceada; SO-
LARIEGOS más tarde en Castilla.
¿Quiénes eran estas gentes y cuál su condición? Veamos,
ante todo, como punto de partida, lo que el mismo Fuero nos
dice, y dejemos p a r a después lo que h a n opinado modernos
tratadistas y la utilización de otras fuentes aclaratorias.
El canon ó articulo I X dice lo siguiente: (1)

(1) De las ediciones del Fuero de León que hemos consultado (Eiseo: Etpa-
«o Sagrada, tomo XXXV, pág. 340; MnSoz ROMEEO: CoUcñán de fuero» muni-
ñ'pale» y cartas pueblas, pág. 60 del tomo I y único publicado; ACADEMIA DB LA
HISTORIA: Corles de León y Castilla, tomo I, edición de 1861), segaimog la cita-
da de la Academia, que es la mis correcta.
Sección de Historia.

Que los nobles y hombres de b e h e t r í a no p u e d a n c o m p r a r


solar ó huerto de ningún jnnior, sino media h e r e d a d de fuera;
que si comprasen esta mitad no puedan h a c e r en ella pobla­
ción usque in tertiam villam. El júnior que p a s a b a de u n a á
o t r a mandación, y c o m p r a b a h e r e d a d de otro júnior, podía
poseerla habitando en ella; de lo contrario había de m u d a r s e á
u n a villa ingenua, usque in tertiam mandationem, y poseer la
mitad de la h e r e d a d referida, pero no el solar ni el huerto (1).
E s t a cláusula nos p r e s e n t a al júnior habitando e n su solar
ó casa de campo r o d e a d a de un huerto y de c i e r t a extensión
de t i e r r a de cultivo. Es, pues, un cultivador del suelo, á quien
no podemos llamar de un modo t e r m i n a n t e propietario, por­
que la plena posesión de u n a cosa supone t a m b i é n el pleno
derecho de enajenarla, y ahí está el mismo fragmento del
fuero indicando cuan restringida tenía el júnior semejante fa­
cultad: no podía v e n d e r á un noble ó á hombre de behetría el
solar, ni podía vender en toda su extensión la h e r e d a d de fue­
r a , sino la mitad t a n sólo. Podía, sí, t r a s p a s a r l a integra á otro
d e su clase; m a s el júnior a d q u i r e n t e había de residir en la
h e r e d a d adquirida p a r a poseerla íntegra, y de n i n g ú n modo
v e n d e r el solar y huerto si en ella no residiere.
U n a n u e v a restricción envuelve el artículo siguiente:
E l que c a s a r a con mujer de m a n d a c i ó n — d i c e — y con­
trajese allí matrimonio, s i r v a por la misma h e r e d a d de la
mujer (2).
Canon que, a d e m á s de la restricción a p u n t a d a , h a c e l a
distinción e n t r e h e r e d a d ingenua y no libre, punto concreto
en que habremos de insistir m á s a d e l a n t e .

(1) «Precipimua etiam ut nullua nobilis sine aliquis de benefactoría emat


solare aut ortum alicniua iunioris, nisl solummodo medlam hereditatem de
foris et in ipsam medietatem quam emerit non faciat populationem usque in
tertiam uillam. Júnior uero qui transierit de una mandatione in aliam et
emerit hereditatem altorins iunioris, si habitauerit in ea, possideat eam in-
tegram; et si noluorit in eam habitare, mutet so in uillam ingenuam usquo
in tertiam mandationem, et habeat medietatem prefate hereditatis, excepto
solare et orto.»
(2) <Et qui aoceperit mulierem de mandatione et feoerit ibi nuptias, ser-
uiat pro ipsa hereditato mulieris, et habeat illam. Si autem noluerit ibi mo-
rari, perdat ipsam hereditatem; si uero in hereditato ingenua nuptia» fece-
rit, habeat hereditatem mulieris integram.»
Cultura Española.

Mucha m a y o r luz arroja el artículo X I . Manda que si al-


gún h a b i t a n t e en mandación afirmase que no e r a júnior, ni
hijo de júnior, el merino real, valiéndose de tres hombres
buenos de calidad, habitantes en la misma mandación, h a b í a
de inquirir si lo era. En caso afirmativo, el júnior, ó hijo de
júnior, había de h a b i t a r en la heredad, teniéndola y sirvien-
do por ella. Si no quería hacerlo, podía m a r c h a r s e libremente
adonde t u v i e r a por conveniente, con su caballo y ajuar, pero
dejando t o d a la heredad y también la mitad de sus bienes (1).
Es decir, que aquellos individuos á quienes se p r o b a r a
dentro de u n a mandación que e r a n júniores ó hijos de júnior
(donde se ve también que el hijo de júnior había de seguir la
condición del padre) estaban obligados á m o r a r en la misma
h e r e d a d , teniéndola mientras sirvieran por ella, lo que impli-
ca u n a especie de adscripción al suelo, que por otra p a r t e no
es forzosa como lo fuera antes p a r a los siervos de la gleba,
sino voluntaria, desde el momento en que se le permite elegir
entre h a b i t a r en la h e r e d a d y m a r c h a r s e libremente, si bien
con el abandono de toda la heredad y el quebranto que supo-
ne la pérdida de la mitad de sus bienes; prueba esto último de
que tampoco es el júnior un hombre libre en el sentido abso-
luto del vocablo, toda vez que la completa libertad a b r a z a r í a ,
no sólo la facultad de t r a s l a d a r s e libremente, sino también la
de disponer de sus bienes íntegros.
Podemos, pues, calificar provisionalmente á los júniores
de semi-libres, grado intermedio entre la servidumbre y la
libertad absoluta.
Siendo la mandación el espacio territorial que el r e y con-
cedía á u n a segunda persona p a r a que por él rigiera aquella
p a r t e del territorio (2), resulta que la propiedad de la t i e r r a

(1) «ítem decreuimos quod si aliquis habitans in mandatione assoruerit se


neo iuniorem nec ülium iunioris esse, maiorinus regis ipsius mandationis per
tres bonos homines ex proienie inquietati habitantes in ipsa mandatione
confirmet inreinrando eum iuniorem et iunioris ñlium esse. Quod si iuratum
fuerit, moretur in ipsa hereditate iuuior, et habeat illam seruiendo pro illa.
Si uero in ea habitare noluerit, uadat liber ubi uoluerit cnm cauallo et aton-
do suo dimissa integra hereditate et bonorum suorum medietato.»
(2) El Sr. Cárdenas (Ensayo sobre la hisloria de la propiedad territorial en
España, tomo I, pág. 279) afirma que la mandación es «el titulo en cuya vir-
Sección de Historia.

cultivada por el júnior está en manos de aquel que posee el


territorio por el r e y ; que eljtmior tiene la h e r e d a d en cuanto
constituye el brazo que la h a c e producir, y tiene l a casa en
cuanto la levantó por propio esfuerzo p a r a m o r a r junto al te-
r r u ñ o , necesitado del sudor de su frente p a r a ser productivo.
Lo que se compagina perfectamente con lo que v a dicho,
toda vez que si el júnior se d e t e r m i n a b a á a b a n d o n a r l a he-
r e d a d en las condiciones y a sabidas, esa h e r e d a d q u e d a b a de
nuevo en manos de aquel que tenia la encomienda, h a s t a que
otro individuo de la misma clase p a s a r a á o c u p a r l a , c a r g a n d o
con las obligaciones inherentes á la ocupación.
¿Cómo así—se nos p o d r á objetar en este punto—cuando
el mismo fuero reconoce antes al júnior l a facultad de ceder
á otro júnior la heredad, incluso con el solar y huerto? ¿No
indica esto u n a dejación de propiedad por p a r t e del que tiene
la mandación? A p a r e n t e m e n t e , acaso; en r e a l i d a d , n o . P r e -
cisamente e r a este u n medio que servía al comité (1) en oca-
siones p a r a no quedarse con la h e r e d a d escueta. N a d a m á s
conveniente, expeditivo, y aun podemos decir cómodo p a r a él,
que fuese el juníoi-mismo quien, al a b a n d o n a r la h e r e d a d ,
pusiera en su puesto y en las mismas condiciones á otro de su
género. Ni el señor tenía que molestarse en buscar quien cul-
t i v a r a el terreno abandonado, ni el suelo dejaba de producir.
Y no era esto poco en aquel tiempo en que, por causas c u y a
enunciación nos l l e v a r í a demasiado lejos, lo difícil e r a d a r
a d e c u a d a colocación á los terrenos poseídos y á los que se
iban r e c u p e r a n d o de día en día.
El peligro estaba de otro lado: del de los nobles ó perso-
n a s privilegiadas, que a l adquirir tales posesiones l a s conver-

tud conferia el rey todos sus derechos territoriales, jurisdiccionales y fiscales


sobre alguna villa, fortaleza ó comarca determinada, por el tiempo que fuere
su voluntad, y con reservas á veces de aquellos mismos derechos»; y más tar-
de—agrega—«se confundió el nombre del titulo con la cosa misma adquirida,
llamándose mandación la circunscripción territorial que sucesivamente ha-
bía sido dada en tal concepto á personas distintas». No sabemos en qué pudo
fundarse para afirmar asi, y aun creemos que serla difícil encontrar por nin-
guna parto el fundamento.
(1) Tampoco sabemos por qué lo llama Cárdenas coviendador en diversos
pasajes de su obra ya citada.
Cultura Española.

tirían también en privilegiadas, sustrayéndolas por tanto á la


acción del fisco r e a l ó á la esfera de las prestaciones debidas
á los señores actuales. Y esto y a estaba suficientemente p r e -
visto en la prohibición de que los nobles ó los hombres de
behetría comprasen en su integridad las heredades á cargo
de los júniores. Si á éstos se les dejaba la facultad de v e n d e r
la mitad de aquéllas, antójasenos que esta permisión tenía
más de a p a r e n t e que de realizable, pues que los nobles n a d a
iban á g a n a r en aquella medianería con gente de condición
inferior, y. no es presumible que apechasen con una c o m p r a
que sólo inconvenientes podía a c a r r e a r l e s .
H a y que decirlo de una v e z : las h e r e d a d e s destinadas á
los júniores, en esa condición p e r m a n e c í a n siempre.
Viene luego el artículo X X , en el que debemos p a r a r cuida-
do porque nos ofrece u n a sorpresa. Al h a b l a r Alfonso de León
de las medidas conducentes á la repoblación de la ciudad—
que dejpopulata fuit a sarracenis in diebus i^atris mei Vere-
mundi regis, es decir, en una de las correrías r e a l i z a d a s por
las huestes de Almanzor—, d e c r e t a que en m a n e r a alguna
sean expulsados de León los júniores, toneleros y tejedores
que aUí acudiesen á fijar su residencia (1).
Esto, á p r i m e r a vista, no se compagina poco ni m u c h o
con las prescripciones anteriores. Si, como se h a dicho a n t e s ,
él júnior era, libre de t r a s l a d a r s e adonde quisiere, salvo el
cumplimiento de las obligaciones referidas en cánones que
quedan copiados, ¿qué necesidad había de especificar en este
capítulo que no fueran arrojados de la ciudad de León a q u e -
llos júniores que acudiesen á repoblarla? Y como no cabe la
sospecha de que en el fuero se contengan términos antitéticos,
incongruencias, descuidos de tanto bulto, por lo mismo que
esta clase de documentos e r a por punto general objeto de una
revisión cuidadosa, cuanto más el de León por las circunstan-
cias especiales que rodearon su promulgación a n t e solemne
concilio que D. Alfonso V y su esposa doña Elvira presi-
dieran, lo que debemos admitir.es que h a b í a u n a clase distin-

(1) «Mandamus igitur ut nuUus iunior, cuparius, aluendarius adueniens i


Legionem ad morandum non inde extrahatur. > \
Sección de Historia.

t a de aquellos júniores de Tiereditate á que antes se hizo refe-


rencia; que esta n u e v a clase de júniores estaba m á s ligada a l
suelo; que los señores ó las justicias podían r e c l a m a r sus ser-
vicios, caso de que se decidieran á a b a n d o n a r la porción de
t i e r r a sometida á su cultivo; júniores, en ñn, que p a r a dis-
tinguirlos de los otros llamaremos a capite, conviniendo con
la denominación q u e , según pronto h a de v e r s e , se les
diera.
•Hemos exprimido, por decirlo de un modo gráfico, la m a -
teria de los júniores, por lo que h a c e al F u e r o de León, q u e
no vuelve á mencionarlos fuera de los artículos que a c a b a m o s
de comentar. Habíanos, en cambio, de otra especie de sola-
riegos—de algún modo h a y que llamarlos—, que ni deben con-
fundirse con los anteriores, n i nos debemos dejar olvidados,
tanto por lo que ellos en sí mismos significan, cuanto por lo
que puede relacionarse su estudio con la condición de los jú-
niores.
Reñérense á ellos tres artículos. Y dicen así:
X X V . El que tuviese casa en solar ajeno, y no p o s e y e r a
caballo ó asno, dó u n a vez al año, al dueño del solar, diez pa-
nes de trigo, media canatela de vino y un buen lomo; t e n g a
por señor á quien le plazca; no v e n d a su casa, n i se le fuerce
á a b a n d o n a r lo suyo; pero si él, e s p o n t á n e a m e n t e , se propu-
siera v e n d e r su casa, tásenla dos cristianos y dos judíos; el
dueño del solar dé, si quisiere, el precio fijado, m á s el albo-
roque; y si no quisiere, v e n d a lo suyo el usufructuario del
suelo á quien tenga por conveniente (1).
X X V I . Si en León algún caballero tuviese casa en solar de
otro, v a y a con el dueño del solar dos veces al año á lí\, junta,
siempre que pueda volver á su casa en el mismo día; t e n g a

(1) «Qui liabuorit casa iu solare aliono et non habuerit cauallum nel asi-
num, dot semel in anno domino soli decom panes framenti efc mediam cana-
teilam uini et unum lumbum bonum, et habeat domiuum qualecumquo uo-
luerit, et non uendat suam domum nec erigat suum laborem coactus. Sed si
voluerit ipse sua sponto uendere domum suam, dúo xristiani, et dúo iudei
apprecientur laborem illius; et si uoluerit dominus soli daré diffinitum pre-
cium, det etiam et suo aluarooh, et si noluorit, uendat dominus laboris labo-
rem suum oui uoluerit.»
¡o Cultura Española.

por señor á quien quiera; h a g a de su casa lo que ya se ha di-


cho; no dé nuncio á ningún señor (1).
X X V I I . El que no tuviese caballo, y sí asnos, dé dos veces
al año al dueño del solar sus asnos, de suerte que puedan vol-
ver en el mismo día á su casa; el dueño del solar proporcióne-
les el alimento; tenga el señor que guste; h a g a de su casa lo
que y a se ha dicho (2).
Hasta aquí el fuero.
Como se ve, y a no se t r a t a de júniores, sino de hombres
perfectamente libres que por el hecho de habitar en casa pro-
pia, pero levantada en solar ajeno, están obligados respecto
al dueño del solar y como por vía de precio de la ocupación
del suelo á ciertos servicios, de los cuales unos consisten—
p a r a los que no tienen caballo ó a s n o - en la entrega de una
cantidad generalmente en especie, como ya lo indica el fuero,
hecho muy comprensible en época que hoy llamamos de la
economía natural, en que la circulación monetaria era escasa;
otros—para los que tienen caballo—en acompañar dos veces
al año al dueño del solar á la junta, asamblea judicial que se
reunía periódicamente y á estilo germánico p a r a la resolución
de los asuntos civiles y criminales (3); otros, finalmente—para
los que no poseyendo caballos tenían asnos—, en entregar dos
veces al año estos animales al dueño del solar, seguramente
no p a r a llevarlos á la junta, sino p a r a destinarlos á la labor
de las tierras.
Ahora bien; si estas personas, por el solo hecho de tener
l e v a n t a d a casa propia en terreno de otro—lo que pudo ocurrir
ó bien por contrato expreso entre g r a b e s , ó quizá mejor por-

(1) «Si uero miles in solo altorius casam habuerit, bis in anno eat oum do-
mino soli ad aiunctam. Ita dico ut eadem die ad domum suam possitreuerti,
et habeat dominum qualecumque uoluerit, ot faciat de domo sua sicut supra
scriptum est, et nulli domino non det nuptio. >
(2) «Qui autemequum non habuerit et asinos habuerit bis etiam in anno
det domino soli asinos suos, sio tameu ut eadem dio possit reuerti ad domum
suam, et dominus soli det illi et asinis suis uictum, et habeat dominum qua-
lecumque uoluerit, et faciat de domo sua sicut supra scriptum est.>
(3) Véase lo que acerca de estas asambleas dice el Sr. Hinojosa en su mono-
grafía El Derecho en el Poema del Cid, que forma parte de su colección de «Es-
tudios sobre la historia del Derecho español», _
Sección de Historia. ¡1

que después de construida la casa en medio de los a z a r e s del


tiempo (1), volviera más tarde el dueño del solar, que hubiese
andado hasta entonces fugitivo ó en poder de los moros—; si
ese solo hecho, repetimos, obligaba al poseedor de la casa á
indemnizar al de la planta en la medida que prescribe el de-
recho escrito, ¿es presumible, aunque no lo consigna el fuero,
que estuvieran libres de toda prestación los JMwores, que no se
limitaban á ocupar un solar, sino que su posesión se extendía
también á un huerto cercano y á una propiedad más allá del
huerto? Ciertamente que no.
Por lo pronto, como pertenecientes á la clase pechera, los
júniores habían de contribuir á las cargas del Estado con los
tributos que el fisco reclamase; la insistencia de la legislación
en que el solar y el huerto no salieran de manos de los junio-
res, ¿qué otro objeto puede tener sino conseguir que la condi-
ción de la heredad subsista y por consiguiente asegurar la
base de la efectividad de los tributos?
Aparte de esto, ¿no dice n a d a esa investigación que los
merinos reales deben practicar, ayudados por hombres buenos
de calidad de la misma mandación en que se verifique, p a r a
que no escapen los júniores á su verdadera condición?
Esto por lo que atañe á las cargas de c a r á c t e r general, de
c a r á c t e r público. Si volvemos á la inducción y a hecha, y que
no conceptuamos fuera de camino, ¿es lógico creer que el usu-
fructuario de la mandación en que la heredad áoi júnior radi-
cara, había de resignarse á que éste recogiera íntegro el pro-
ducto de la pertenencia, sin obligarle á prestación, á contri-
bución de ningún género?
Si el Fuero de León determina la t a s a á que h a n de sujetar-
se los que tengan su morada propia en solar ajeno y no con-
signa las obligaciones de segundo orden—llamémoslas asi—
de \Q9Í júniores, no quiere esto decir n a d a contra nuestro par-
ticular punto de vista, puesto que aquella tasa es uniforme y
ésta podía no serlo, variando según las circunstancias de cada
caso, sobre todo según la extensión de la tierra en cultivo.^

(1) No se olvide que la ciudadíuó arrasada por AUnnnzior, y que, por con-
siguiente, los que la poblaban entonces hubieron de desbandarse.
¡2 Cultura Española.

Cuanto más que el Fuero de León no es, rigurosamente hablan-


do, un cuerpo g e n e r a l de leyes, un v e r d a d e r o código, sino
simplemente un fuero que, como los de su especie, contiene lo
substancial, dejando los accidentes á la acción de las costum-
bres y p r á c t i c a s tradicionalmente seguidas.
E x t e n d a m o s a h o r a la vista, que h a s t a aquí sólo a l F u e r o de
León hemos querido exclusivamente atenernos. ^

II

P a r e c e n a t u r a l que antes de p a s a r adelante dediquemos


algunos momentos á la consideración del estado de la propie-
dad en la época á que este estudio h a c e referencia.
No dejaremos de a p u n t a r las dudas que nos asaltaron a n -
tes de decidirnos á seguir este método. Dos que podemos lla-
m a r maestros en la m a t e r i a , y cuyas investigaciones hemos
tenido á la vista, los Sres. Herculauo y Muñoz Romero, opi-
n a n en este punto de modo totalmente distinto.
Según el primero, «al describir la situación del hombre del
pueblo en la p r i m e r a época de la monarquía, no podemos con-
siderarlo aisladamente en relación al derecho de las perso-
n a s » . «A su situación—agrega—ligábanlo de tal modo, de u n
lado la propiedad, del otro el tributo en la m á s amplia a c e p -
ción de esta p a l a b r a , que ó habremos de c a e r en lo vago é in-
completo, ó no sólo esas, sino también otras v a r i a s condicio-
nes de la v i d a social h a n de ser m á s de u n a vez descritas y
a p r e c i a d a s p a r a podernos t r a z a r el cuadro completo de l a
existencia de las clases trabajadoras» (1).
Muy o t r a es l a opinión de Muñoz Romero, e x p r e s a d a por
estas líneas que hallamos en su estudio Del estado de las per-
sonas en los reinos de Asturias y León, en los primeros años
posteriores á la invasión de los árabes: «En algunas naciones
d e E u r o p a el estado de las personas estaba t a n íntimamente

(1) HMCÜLAKO: Hisloria de Portugal, tomo I I I , páginas 224-225.


Sección de Historia. Í3

unido a l de l a t i e r r a , que no puede comprenderse l a condición


de los individuos sin estudiar al mismo tiempo las diversas fa-
ses que fué tomando la propiedad. Este luminoso estudio no d a
igual resultado en las monarquías de Asturias y L e ó n , p o r q u e
8 i bien su nobleza h a c i a exentas de toda clase de tributos l a s
tierras que llegaba á poseer, al propio tiempo m u c h a s h e r e -
dades exentas e r a n poseídas por individuos de condición in-
ferior» (1).
Nuestra particular opinión no nos permite convenir a h o r a
con el Sr. Muñoz Romero, á quien por tantos conceptos ad-
miramos. E n nuestro sentir, no h a b r í a medio de formarse
idea c a b a l de l a condición d e las clases que nos o c u p a n —
de los júniores sobre todo—si no tuviéramos conocimiento cla-
' ro de la distribución de las t i e r r a s en aquel tiempo; esto es,
del estudio de la propiedad territorial. Y en este sentido nos
inclinamos á t r a z a r el c u a d r o , siquiera sea sólo en sus líneas
generales.
Hablemos primero de las t i e r r a s de realengo; de a q u e l l a s
que e r a n propias de la corona y que se distribuían en eriales
sin destino y posesiones utilizadas; subdividiéndose á su v e z
estas últimas en dos categorías: las que los mismos r e y e s uti-
lizaban d i r e c t a m e n t e en beneficio del E r a r i o , y las que no pu-
diendo por diversas r a z o n e s explotar d i r e c t a m e n t e e n t r e g a -
b a n , p a r a su población y cultivo, á entidades y personas de-
terminadas.
P a r e c e inútil a d v e r t i r que por el mero hecho d e p e r t e n e -
cer á la corona, e r a n estas t i e r r a s privilegiadas, c a r á c t e r que
les a c o m p a ñ a b a cuando en p a r t e e r a n objeto de dejación,
aunque en rigor no fuera esto necesario por b a s t a r la condi-
ción de las entidades ó personas que las recibían, p a r a m a n -
t e n e r en ellas el sello del privilegio.
E s claro t a m b i é n q u e l a p a r t e m e n o r l a constituiría l a que
el m o n a r c a se r e s e r v a s e p a r a la explotación directa, p a r t e
c u y a existencia a c u s a en principio la fuente histórica t a n t a s

(1) Hemos tenido é. la vista la reproducción que del citado estudio, y por
haberse agotado la edición primera, hizo en 1879 la antigua Revista de Archi-
vos, tomo IX y último da su publicación.
14 Cultura Española.

veces n o m b r a d a (1), y que u n a buena porción del realengo


h a b r í a de ser distribuida en lotes p a r a los colonos (2).
Tenemos así de un modo más concreto especificada la dis-
tribución de las tierras de realengo: unas, acaso las menos,
que el r e y explota mediante la labor de sus siervos ó libertos
y las prestaciones de los vasallos; otras, que sin salir del do-
minio directo del m o n a r c a y bajo la inspección inmediata de
uno ó varios delegíidos de su autoridad, son tenidas y cultiva-
das por colonos, libres ó no libres, obligados á prestaciones
d e t e r m i n a d a s y , en general, á la tributación correspondiente;
otras, por último, de las que el m o n a r c a se desentendía e n
todo ó en p a r t e , bien mediante donación, ó bien por cesión de
c a r á c t e r t e m p o r a l r e a l i z a d a dentro de ciertos limites estipu-
lados en el acto de la e n t r e g a . E n estos dos núcleos encajan
los solariegos; en el primero sus prestaciones solamente.
Cuanto á las donaciones territoriales, hacíalas el r e y á las
iglesias y monasterios, según costumbre que en aquellos tiem-
pos los m o n a r c a s tenían de a c r e d i t a r su piedad, así como á la
nobleza, en sus distintos grados, en demostración de afecto ó
premio de servicios r e l e v a n t e s . Pero más frecuentes e r a n las
cesiones con c a r á c t e r de temporalidad—siquiera en muchos
casos la tenencia por el r e y se perpetuase de modo heredita-
rio é indefinidamente—, que r e c a í a n también sobre corpora-
ciones eclesiásticas y nobles, aumentándose así los núcleos
de posesiones propias de éstos y ensanchándose por consi-
guiente la esfera de los llamados señoríos. Existía u n a r a z ó n
m u y alta p a r a proceder así: la necesidad de repoblar y culti-
v a r unas t i e r r a s que el r e y por su solo esfuerzo propio no po-

(1) «Mandamus iterum ut cuius pater aut auus soliti fuerunt laborare he-
reditates regis, aut reddere fiscalia tributa, sic et ipse faciat» (Concilio Le-
gionense, cap. XII).
(2) fOomo el único medio—dice Cárdenas—que el rey tenía de utilizar sus
tierras para proveer á las atenciones del Estado era poblarlas de colonos,
puesto que no tenía siervos bastantes para cultivarlas, necesitaba entregar-
las á los mismos colonos ó á persona que las labrase por su cuenta (Oíu-
DEMAS: tomo I, pág. 209 de su obra ya citada). La afirmación de Cárdenas es
gratuita. Demuéstralo la simple lectura del fragmento del Fuero de León que
acabamos de copiar. Y se olvidó aquel tratadista de que los reyes contaban
también con las prestaciones personales {facendera, serna) impuestas á vasa-
llos que no eran siervos del rey ni de nadie.
Sección de Historia. ¡S

dría ver repobladas y cultivadas, ó al menos p a r a conseguirlo


necesitaría vencer dificultades grandes á que no le permitían
atender mayores y más apremiantes ocupaciones que se com-
pendiaban en la magna empresa de la reconquista nacional.
Y por virtud de tales repartimientos, eclesiásticos y nobles
iban acaparando extensiones territoriales muy considerables,
unas con pleno dominio alodial, esto es, con plena facultad
de enajenarlas y conocidas con el nombre de juro de heredad
ó hereditarias; otras á título de simple señorío que los diplo-
mas llamau tenencias, prestimonios, prestaciones, encomiendas,
feudos, mandaciones, que constituían como pequeños mundos
aparte, toda vez que los señores, obispos ó abades, magnates
ó caballeros (salva la intervención real, mayor ó menor, se-
gún los casos), como verdaderos reyes en sus dominios proce-
dían, contribuyendo semejante situación al mantenimiento de
un estado de cosas en que la acentuación cada día creciente
del privilegio había de relajar en g r a n m a n e r a la autoridad
de la corona y a g r a n d a r las y a muy m a r c a d a s diferencias de
clases. Sin embargo, por el horizonte de los nacientes reinos
amanecía esplendente una institución llamada pronto á servir
de contrapeso enorme: los concejos, que según h a escrito u n
moderno tratadista (1), «se brindaban á satisfacer las aspira-
ciones de seguridad, de paz, de bienestar, de libertad civil
que agitaban á las clases agrícolas de sus inmediaciones».
Privilegiadas también, como queda dicho, e r a n las tierras i
dependientes de los nobles, así las que les pertenecían de de-
recho, por herencia ó adquisición, como las que recibían del
monarca en tenencia. H a y que hacer, no obstante, una acla-
ración en este punto: e r a n privilegiadas en la i'elación del no-
ble poseedor al monarca, no en la relación de los colonos al
noble, pues en este sentido eran tributarias, pecheras, ora loa
tributos correspondiesen en su totalidad al señorío que los
percibiera por el rey, ora éste se reservase una p a r t e más ó
menos considerable de ellos.

(1) D. EDUARDO i>r. HÍNOJOSA: Origen del régimen municipal en León y Caá-
tilla, primero de sus «Estudios sobre la historia del Derecho español» (Ma-
drid, 1908), pág, 41.
16 Cultura Española.

Es el noble, dentro de la demarcación respectiva, como un


reflejo de l a autoridad del r e y : gobierna á los habitantes; rige
y administra valiéndose de jueces, mayordomos, escribanos y
sayones, que por lo común él mismo nombra; percibe los fru-
tos, rentas y emolumentos con que debían contribuir á la co-
rona los habitantes de su territorio, según fuera su condición,
que no estaba en su mano alterar. Los colonos, con él h a n de
entenderse, que no con el fisco; él, en todo caso, será quien
se entienda con el r e y , si el r e y se hubiese reservado u n a
p a r t e de los impuestos ó la alta función de justicia; como
respecto de la duración de la encomienda, circunstancias to-
das que, como y a indicamos, dependen de la previa estipu-
lación.
«En las tierras de las encomiendas—dice también Cárde-
n a s (1)—vivían todas estas clases (refiérese á los siervos, li-
bertos y solariegos), pero cada una contribuía según su esta-
do, y no más». ¿Cómo estaban distribuidas estas gentes? Co-
pia abundante de documentos, y a utilizados, nos lo muestra.
Un distinguido tratadista los h a sintetizado en forma que nos
releva de intentar nueva reconstrucción.
«Cada u n a de estas tierras—dice el Sr. López Ferreiro,
refiriéndose á las que nos ocupan (2)—se dividía á veces en
dos partes: u n a que se llamaba dominicum, térra indotninicata,
en gallego dónego, dónega, palatium ó pazo, torre, y que se r e -
servaba el señor p a r a habitarla y cultivarla á su voluntad, y
otra que cultivaba por medio de colonos, y a siervos, y a li-
bertos, y a libres. L a s casas ó chozas que habitaban éstos, con
el terreno adjunto, se llamaban mansos en algunos países, en
Galicia casales, y todos, con el dominico, formaban u n a sola
heredad, conocida con el nombre genérico de villa Por lo
común, los montes y bosques, ios molinos y pesqueras, se r e -
s e r v a b a n p a r a el dominicum.-^
Y dicho esto, que conceptuamos suficiente, no hemos de
detenernos, puesto que y a se dijo, en la apreciación de las cor-

(1) Obra citada, tomo I, páginas 270-271.


(3) Fueros municipales de Santiago y de su tierra (Santiago, 1895), tomo I,
capitulo I, página» 27-28.
Sección de Historia. ¡7

tapisas opuestas á que los señores fincaran fuera de estos do-


minios y comunicaran sus prerrogativas y exenciones á pro-
piedades de otra condición.
Privilegiadas igualmente, por l a inmunidad de que gozan,
son las tierras eclesiásticas. Monasterios é iglesias, por repar-
timientos y donaciones, fueron constituyendo señoríos, á ve-
ces extraordinarios por su extensión, tan extraordinarios, que
no pudieudo en ocasiones atender por si mismos á cada uno
el prelado ó el abad de quienes respectivamente dependieran,
recurrían á la usanza real de conferir por tiempo determina-
do ó indefinido á nobles, caballeros y prepotentes, y con el
raismo^ nombre de mandationes, honores, beneficia, prestimonia,
tenenciae, y a indicados, el régimen de los distritos en que se
dividía la extensa propiedad territorial de dichos señoríos, y
de que es una prueba el de Compostela, tan competentemente
historiado por el >Sr. López Ferreiro.
Prelado ó abad tienen á su cargo el gobierno y adminis-
tración de sus dominios, bien con potestad plena y absoluta,
bien con una cierta intervención de p a r t e del poder real, se-
mejante á la que relativamente á la justicia hemos tenido
ocasión de apreciar en los señoríos seglares. Así, según el
Fuero de León, el monarca se reserva integramente las mul-
t a s ó caloñas que coi'responden á los homicidios y raptos (1)
habidos en los dominios do la Iglesia, en los que los ministros
del r e y , según diplomas qué aluden á casos concretos, podían
entrar, aun sin ser llamados, por homicidio, rapto, ladrón
conocido ó quebrantamiento de camino público. Por el con-
trario, existen también pruebas de haber llegado en ocasiones
la inmunidad y privilegio á grados tales como el que revela
cierto documento que el P. Escalona publicó (2) y del que d a
concreta noticia el Sr. Vignau en el índice de los documentos
del monasterio de Sahagún, de la orden de San Benito (3). E u

(1) «ítem mandauimus ut hooiicidia et rausos omnium ingenuorum komi-


num regi integra reddantur.» (Concilio Legiononse, can. VIH.)
(2) En su Historia del Monasterio de Sahagún.
(8) «Carta del rey D, Alfonso V, en que se refiere que el rey D. Alfonso IV,
y su mujer doña .limeña, fundadores del monasterio de Sahagún, donaron al
mismo varias villas, con sus habitantes, cuya donación no habia sido guar-
cuMua*. ^
IS Cultura Española.

esta carta, correspondiente al año 1018, se ve hasta qué


punto era omnímoda la autoridad del abad de Sahagún en su
señorío. Lo mismo puede decirse de muchos otros.
Así, en aquellos señoríos eclesiásticos en que la potestad
era absoluta, prelados ó abades nombraban los funcionarios,
siempre dependientes de ellos, que habían de entender en la
administración ó cuidar del mantenimiento do la justicia,
como los famosos pertigueros de Santiago; digo famosos por
las equivocaciones á que su estudio se prestó.
Estas propiedades constituían en su conjunto un coto ó
término cerrado, de ordinario en torno de la iglesia ó conven-
to, con mojones fijos, dentro de cuyo perímetro se desenvol-
vían las múltiples gentes que formaban la población de los
señoríos eclesiásticos, p a r a los que podemos también emplear
la frase de que semejaban igualmente verdaderos mundos
apartados de los otros pequeños mundos que los magnates re-
gían. Allí están diseminados los siervos de origen, los que sin
serlo se constituyen voluntariamente en siervos de la iglesia
ó del monasterio en estas ó las otras condiciones; los libertos,
los vasallos ingenuos. Todos laboran en el acerbo común.
Todos contribuyen; los unos con lo único que de ellos puede
exigirse por la inferioridad de su condición: con sus brazos;
los otros con los tributos que el señorío percibe, más las pres-
taciones de c a r á c t e r personal.
No nos detengamos en las porciones que van á p a r a r á
otros señoríos pai'ticulares, porque no haríamos sino repetir
lo apuntado antes; en este caso la relación del rey al noble
se v e reproducida en la del prelado ó abad al caballero que
de éstos obtiene la tenencia. Ni nos paremos tampoco á re-
flexionar el caso en que los señoríos eclesiásticos amenazados
por un peligro se dan en encomienda á los monarcas, porque

dada por el rey D. Ramiro, su hermano, ni por sus sucesores, en tiempo del
cual ingresii fuernnt. scurroncs iv eiu.i uillulis et fecernnt in eis quoA illia non
decehat; por ello, el abad Egila se querelló al citado rey D. Alfonso V y á su
mujer doña Elvira, que estaban en Sahagún, 5' habiéndoles leído el citado
privilegio delante de los magnates de Palacio, lo confirmaron en todas sus
partes, coram omni concilio, prohibiendo que ningún obispo, conde ni auto-
ridad real, entrasen en estas villas, pro omicidio, nec pro furto, nec pro nulla-
que cansa- (Obra citada, Sección primern, ])ág. 12, doc. núm. 42.)
Sección de Historia. jg

esto á la postre no modifica la condición de sus pertenencias


territoriales.
Frente á estos señoríos v a n alzando cabeza paulatinamen-
te y desarrollándose y progresando de día en día las agrupa-
ciones conocidas con el nombre de concejos, que por las cir-
cunstancias de su constitución y por el engrandecimiento que
á poco adquirieran, habían de inüuir notablemente en la mo-
dificación del orden social: de un lado, resquebrajando los se-
ñoríos al restarles elementos que en los concejos hallaban li-
bertades hasta entonces no tenidas; de otro, completíindo la
obra redentora de asegurar la plena posesión de los derechos
civiles en las personas de gentes que, como los júniores, acaso
descendían de los antiguos siervos de la gleba y habían teni-
do que h a c e r un alto en el camino de la libertad personal
aguardando una fuerza superior que desatara las últimas li-
gaduras.
H e aquí, en las menos palabras posibles, la descripción,
que hemos procurado hacer clara y concisa, de las tierras pri-
vilegiadas y comunes, libres y pecheras y serviles ó tribu-
tarias.

III

Volvamos á los foreros ó solariegos, tomando nota de las


investigaciones con ellos relacionadas.
Herculano, el ilustre historiador de Portugal, dedicó bue-
na parte de su Historia á la sociedad y á sus instituciones en
la primera época de la monarquía (1).
El autor p a r t e de este principio: aparecen tres clases ca-
pitales: los nobles, los hombres libres inferiores y los sujetos á
una servidumbre más ó menos dura, constituyendo las dos
últimas lo que hoy se llama el pueblo (2). A poco da m a y o r

(1) IHstoria de Portugal desde o cometo da monarchia até o fim do reina-


do de Affouso III. Nos hemos servido de la segunda edición (Lisboa,
MDCCCLVIII).
(2) Véase el comienzo del libro VII,
20 Cultura Española.

concreción á este punto, estableciendo, de menos á m á s , estos


grados (1): esclavos moros y hombres de criación ó adsci'ip-
tos; colonos libres júniores ó peones; algo más a r r i b a los pro-
pietarios no nobles, sujetos sólo á las c a r g a s y tributos públi-
cos, á quienes conceptúa representantes del possessor y del
privado godo y precursores del ciudadano moderno. Todas
estas gradaciones incluidas bajo la denominación g e n é r i c a de
villani (2). ;
Veamos en punto á los solariegos qué elementos nos sumi- i
nistra y si podemos en su integridad aceptarlos.
Tomando por base el Fuero de León y utilizando las líneas
generales que éste nos proporciona, describe (3) la condición
de loa jitniores en la forma que n a t u r a l m e n t e se desprende del
documento analizado, llegando á la conclusión de que el fo-
r e r o es u n colono, pero evidentemente—dice—colono libre.
Salta desde luego á la vista que no llegó al último límite
de la observación sobre el Concilio Legionense. El canon X X
n a d a le dijo. De lo contrario no h a b r í a incurrido en una afir-
m a t i v a t a n r o t u n d a . Los júniores a capite burlaron su perspi-
cacia, y así Herculano quedó sin averiguar que hubo una
r a m a de júniores que por sus especiales circunstancias no
e r a n , evidentemente, colonos del todo libres.
No es esto censura, sino obícrvación pertinente. Hercula-
no hizo mucho restableciendo la v e r d a d en puntos h a s t a en-
tonces desconocidos ó interpretados con error; dio un g r a n
paso poniendo de relieve lo que Masdeu demostró desconocer;
lo que Noguera, el comentador de Mariana, cubrió con a n c h a
c a p a de confusiones a l identificar los júniores con los sier-
vos (4); pero el suyo e r a el p r i m e r paso, y como tal incierto;

(1) HEKCÜL,ANO: Obra citada, tomo III, páginas 302-303.


(2) Nos conviene tomar nota de esta fijación de clases que habrá que re-
cordar al referirnos á la polémica sostenida entre el autor que nos ocupa y el
Sr. Muñoz Romero.
(3) HERCULANO: Obra citada, tomo III, pág. 288. Antes de esto, al determi-
nar las clases sociales, ha hablado ya iucidentalmente de los colonos «que
por contrato espontáneo recibían del rej', do la Iglesia ó de particulares
granjas y casales para cultivarlos», y á quienes considera como término me-
dio entre los hombres privilegiados y los serviles adscritos á la gleba.
(4) HEECÜLANO: Obra citada, tomo IIT, pág. 281, nota.
Sección de Historia. 21

era preciso que vinieran más tarde otros tratadistas que so-
bre los andadores de Herculano y con el auxilio de fuentes
por entonces desconocidas ó no estudiadas, podrían moverse
de modo harto más desembarazado.
Entretiénese á contiimación en la minuciosa pintura de los
que llama propietarios ingenuos no nobles, y no vuelve á ocu-
parse de los solariegos sino de una manera incidental y aun
sin fijarse, pudiéramos decir, en que se le escapa de las ma-
nos una fuente que tiene apresada y que acaso se relaciona
con ellos bastante más de lo que pudo sospechar el tratadista.
«Entre las leyes de Alfonso II—escribe (1)—, promulgadas
en 1211, hállase una en que se muesti'an los últimos vestigios
de la sujeción personal, aunque como excepción, y excepción
ilegítima. L a ley proclama el principio de la libertad indivi-
dual, lo opone á la excepción y la condena.»
Y á renglón seguido copia este fragmento tal como a p a r e -
ce en una versión portuguesa, al parecer de tiempo de don
J u a n I, pues el original latino-bárbaro, según el mismo autor
advierte, no ha podido conservarse: « estahelecemos firme-
mente que qualquer honiem que for livre, em todo o nosso reino,
tome por senhor quem quiser, excepto aqtcelles que moram ñas
herdades alheias e nos testamentos, os quaes nao devem ter ou-
tros senhor es, sendo os das herdades, nos quaes casos (2)
Isto estaielecemos para assegurar a liherdade, de modo que o
homem livre possa fazer d'e si o que entender: E se contra isto
quiser ir algum mire, seja multado em 500 sóidos, e se até a
terceira multa se nao emendar, ser-lhe-háo confiscados os bens,
e elle expulso do paiz.y>

(1) HERCULANO: Obra citada, tomo III, páginas 311-312.


(2) Aqui liay una laguna, según Herculano, á quien corrige Gama Barros
(Historia da administraQito 2nM%ca em Portugal nos secnlos XII a XV, Lisboa,
1885, nota de la pág. 484 del tomo I), que copia la ley según la lección del Li-
bro do las Leyes y Posturas y de las Ordenanzas Alfonsinas. La primera dice:
«En outra parte estabeIe<;.emos firmemente quo qualquer liomem quer que for
liure per todo nosso rroyno filhem qual senhor quizer tirados aqueles que
moram ñas herdades alhoeas e nos testamentos en nos quaaes casos esto esta-
beleijemos en outorgami-nto do liuredoo on tal que o homem libre possa fazer
de ssy o quo quizer. E se contra esto alguum homem nobve quizor hir aseia
peado en quinhentos sóidos. E sso ata a terpeyra pona nom sse quizer corre-
ger perderá quanto ouuer e sseerá deytado da térra. >
22 Cultura Española.

Pero he aquí que al encontrarse con la primera parte de


la prescripción que literalmente acabamos de transcribir, no
le ocurre sino aplicarla á los esclavos moros, presuponiendo
la libertad absoluta de los solariegos, pues lo contrario, según
su razoníimiento, «sería colocar al agricultor, por lo menos al
colono libre, ó júnior, en peor condición de la en que se halla-
ba á principios del siglo xi, cuando en el concilio de 1020 se le
concedían tantos derechos y franquicias» (1); lamentable efec-
to de la inadvertencia del canon tantas veces referido; de-
mostración indudable, á nuestro entender, de que aun en el
siglo X I I I continuaban en Portugal, como lo veremos luego de
este otro lado de la península, los júniores de cabeza, hecho
que nada de extraordinario tiene, pues ni hacía tantos tiem-
pos que la constitución del reino lusitano como independien-
te había tenido efecto, ni habían mediado causas de t a n t a
monta que de un modo brusco variasen la organización social
de las que sucesivamente habían sido comarcas pertenecien-
tes á León y Castilla.
Y aquí encuentra Herculano ocasión propicia p a r a pro-
rrumpir en un cántico á la libertad coronada (2). ¡Lástima
grande que no fuera en absoluto verdad tanta belleza! Porque
el brazo de la ley, según acredita el Concilio Legionense, ex-

(1) HERCULANO: Obra citada, tomo III, pág. 313.


(2) No podemos resistir á la tentación de trasladar á nuestro idioma este
pasaje, aun á riesgo de mermar la elocuencia de quien lo escribiera, elocuen-
cia que á las veces elevábalo á esferas tan altas que le impedia rastrear con
las alas de la indagación loa bajos fondos de los diplomas: «Mas entiéndanse
bien nuestras palabras; no se atribuya á nuestro concepto mayor alcance del
que verdaderamente tiene. Si el hombre es libre,' la tierra permanece esclava.
La existencia material del colono que fué adscripto sólo parcial ó indirecta-
mente, puede ir mejorando, donde y cuando el señor conociere que á su inte-
rés importa mejorarla. Lo que se transforma es su situación moral. Abruma-
doras prestaciones agrarias, servicios personales repetidos, todo lo que en-
negrece la vida del que hace fecunda la tierra con el trabajo, continúa en vi-
gor. Lo que se quiebra es la cadena que tenia á la raza servil ligada al suelo.
En las cercas del casal, ó de la heredad, bórrase la terrible inscripción que el
Dante escribió en el pórtico del infierno: nace la esperanza para el adscripto.
Guando las vejaciones so hiciesen intolerables, puede huir de la mansión que
le viera nacer y buscar un señor más humano, ó asociarse á algún municipio
naciente, sin que el brazo de la ley so extienda hasta allí para reducirlo á la
gleba nativa» (Obra citada, tomo III, pág. 314).
Sección de Historia. 23

tendíase, á donde Herculano dice, en el siglo x i , é importa


mucho averiguar si ese canon X X , que inevitablemente sigue
asaltándonos, alcanzaba la misma extensión en días poste-
riores con respecto á León y Castilla; que en cuanto á Portu-
gal y a hemos visto bastante claro, cuanto más que no nos in-
teresa de modo tan directo.
Finalmente, el autor de la Historia de Portugal da de
mano en cuanto dedica á los júniores con una nota (1) en la
que afirma que tal palabra sigue durante los siglos x i l y xiii
designando el colono, el hombre que depende de otro como
forero, lo que trata de demostrar con retazos de documentos
del tiempo, alguno de los cuales alcanza la fecha de 1266, y
notando que en los diplomas portugueses de la primera mitad
del siglo X I I figuran aún los serví como distintos de los júniores,
y que en los del x m sólo figuran los júniores como designando
la totalidad de las clases inferiores. No discutamos la inten-
ción que este punto envuelve, porque no queremos invadir el
terreno de la historia de Portugal.
E n resumen: el ilustre Herculano acertó al consignar es-
tas manifestaciones que denotan una g r a n clarividencia: «En
un trabajo enteramente nuevo (porque la situación social y
económica de las clases inferiores en el principio de la mo-
narquía nunca fué descrita ni estudiada) no tenemos la pre-
tensión de ser completos y siempre exactos. Erramos acaso
más de una vez en la apreciación de los hechos; mas otros
vendrán después de nosotros que rectifiquen nuestros yerros
y conviertan en más clara y exacta la historia del mecanismo
primitivo de nuestra sociedad» (2).
Y en efecto, otros hubo que siguieran bien pronto la di-
rección emprendida, figurando desde luego á la cabeza el se-
ñor D. Tomás Muñoz y Romero. Ya había publicado en 1847
el tomo I y único de su Colección de fueros municipales
cartas pueblas. E n él insertó (3) el texto del Concihum Le-1
gionensis, y más adelante (4) unas «Notas á los fueros la-

(1) HEROUI-ANO: Obra citada, tomo III, pág. 317.


(2) HKRCUI-ANO: Obra citada, tomo III, pág. 440, nota XVII.
(3) Pág. 60.
(4) Pág. 120 y siguientes.
24 Cultura Española.

tinos de León». A ellas p e r t e n e c e n las líneas que siguen:


«Este nombre (se refiere al de foreros) se d a b a en Galicia
y en algunos otros puntos del reino antiguo de León á los
enfiteutas, y el de foro á la enfiteusis, que no era otra cosa en
v e r d a d el pacto que m e d i a b a entre el señor y el solariego
que poblaba su solar y l a b r a b a sus tierras. L a infurción que
debían p a g a r éstos en reconocimiento del dominio directo
debía consistir en doce p a n e s de cebada, media canadella de
vino y un lomo. El solariego que tuviese caballo (miles) debía
a c o m p a ñ a r dos veces al año al señor en las expediciones mi-
litares ad junctam (1), de modo que en el mismo día pudiese
volver á su casa, por cuyo servicio estaba exento de p a g a r
nuncio. El que tenía sólo asnos debía darlos dos veces al año
al señor del solar, de m a n e r a que en el mismo día pudiesen
volver a l pueblo, teniendo entonces el señor la obligación de
d a r de comer a b u n d a n t e m e n t e a l solariego y á sus bestias.
No podía obligarse á este último á v e n d e r su c a s a , ni á q u i t a r
las labores ó mejoras que en ella hubiese hecho; pero en el
caso de que espontáneamente quisiese v e n d e r l a , dos cristia-
nos y dos judíos debían tasíxr las labores hechas en ella, y si
el señor del solar quería comprarlas por el precio de tasación,
tenía preferencia, p a g a n d o además el alboroque, que, como
dice el P . Berganza, es robra que confirma la compra; y si por
el precio de tasación no quería c o m p r a r l a el señor, podía el
solariego v e n d e r l a á quien quisiese. E n el caso de que á éste
no conviniese el p e r m a n e c e r habitando y labrando el solar,
podía a b a n d o n a r l e y m a r c h a r s e á m o r a r á otra p a r t e , y a
fuese villa ingenua ó de señorío (art. IX), perdiendo el solar
y la mitad de sus bienes, como en castigo del abandono en
que dejaba al señor y como indemnización de los perjuicios
que le originaba con su m a r c h a », e t c . , etc.

(1) Nosotros, en la primera parte de este trabajo, hemos dado otra acep- ^
Clon á la ayunta ó junta (aiuncta) que menciona el Concilio LcRiononso (ca-'
pitulo XXVI), interpretándola, de acuerdo con el Sr. Hinojosa, como «asam- i
blea judicial que so reunía periódicamente y á estilo germánico, para la reso- i
lucióu de ioó asuntos civiles y criminal, s.. Muñoz se acoge á la autoridad i
de D. Vidal de Canellas, sin tener en cuenta que éste referíase á distinto i
asunto, circunscrito, además, á la constitución aragonesa.
Sección de Historia. 25

Volvemos sobre puntos y a determinados, pero es indispen-


sable la insistencia p a r a que se vea en qué g r a n confusión
hubo de incurrir el Sr. Muñoz Romero—sea dicho con todos
los respetos que su ilustre memoria merece—al involucrar,
por decirlo así, los artículos del fuero que rezan con los junio-
res y aquellos otros que tan sólo se relacionan con los que po-
seyeran casa propia en solar de otro. E s t a distinción y a la hi-
cimos, y huelga mayor trabajo; con ella puede deshacerse éste
que los italianos llamarían inibróglio del Sr. Muñoz. Realmen-
te su confusión es incomprensible. Porque, si al abandonar el
júnior su solar volvía éste á quien gozaba del dominio pleno,
¿cómo suponer siquiera que al emprender a q u é l l a m a r c h a iba
el dicho señor á comprar u n a casa y un huerto que le perte-
necen? Añádase á esto otras razones que por lo mismo que
saltan á la vista no requieren particular consignación.
Sigue comentando el fuero é ilustrándolo en esta p a r t e con
citas de documentos varios, y llega á esta conclusión que im-
porta recoger: «La condición de los solariegos era la de hom-
bres libres sin adscripción alguna al terreno; e r a n u n a espe-
cie de enfiteutas con algunas más ó menos prestaciones ó tri-
butos», lo que prueba que tampoco Muñoz—como Herculano—
habia parado mientes en el canon X X .
Con esto y con apuntar que la condición de los solariegos
en Castilla era semejante á los de León, abandona Muñoz Ro-
mero este punto, no sin aportar algún curioso documento que
podrá servirnos en sazón oportuna.
A poco del año referido publicó el mismo escritor la mo-
nografía cuyo título anotamos. En ella contestiiba á ciertas
alusiones' de que había sido objeto por p a r t e de Herculano, y
t r a t a b a de modificar puntos de vista manifestados en la His-
toria de Portugal, y a sobre la naturaleza de la servidumbre
en la primera época de la reconquista, y a sobre otros con-
ceptos. Tal fué el origen de la polémica, famosa en su tiempo,
á que y a aludimos.
Partía el Sr. Muñoz—á nuestro juicio no con mucho acier-
to—del principio de reducir á dos las clases sociales: las
personas libres y los siervos, incluyendo entre las primeras
desde los nobles á los solariegos, por entender que éstos, aun
26 Cultura Española.

siendo de condición inferior, gozaban de libertad (1). Mani-


festábase en este punto consecuente con las tendencias y a
a p u n t a d a s en sus comentarios al Fuero de León, pero ello no
obíta p a r a que nos inclinemos de p a r t e de Herculano, que ad-
mite u n a clase intermedia, conformándose en su clasificación
con la luz que esparcen los documentos coetáneos.
E n l a segunda p a r t e de la monografía t r a t a d e las perso-
n a s libres; en l a subdivisión que h a c e de ellas a p a r e c e n en
cuarto y último lugar «los colonos, c u y a adscripción al t e r r e -
no e r a voluntaria; esto es, que podían dejar la gleba siempre
que querían». Y al estudiar su condición en el capítulo IV
no modifica en un ápice las impresiones de su otra obra, si
bien a ñ a d e algún dato nuevo en punto á los tributos y presta-
ciones de los solariegos, que no cumple acoger en esta p a r t e
porque es cuestión que habremos luego de t r a t a r particular-,
mente.
FRANCISCO AZNAR NAVARRO.
(Continuará.)

^ (1) Bel estado de las personas en los reinos de Asturias y León en los primeros
siglos posteriores á la invasión de los árabes, parte preliminar.
Bibliografías históricas regionales.

ARAGÓN

PRELIMINAR

L a Historia de España es, por lo menos h a s t a el siglo x v ,


y quizá mejor hasta el xviil, la historia de las regiones espa-
ñolas; cabe, por tanto, estudiar separadamente su bibliografía
histórica, pues además de las obras que á ellas se refieren y
que aparecieron antes de su unión, en tiempos sucesivos h a n
continuado publicándose otras que se ocupan en las mismas
materias.
Esta división del trabajo permite llevarlo á feliz término.
Cuando la historia comprendía sólo el aspecto político de la
vida de las naciones, los medios de expresión de la labor in-
telectual eran escasos y, por lo general, reducido su cultivo
á las obras de contados escritores nacionales, fué posible con
poco esfuer/.o inventariar y hasta leer y formar juicio de las
obras que constituían la bibliografía histórica de un país. Mas
al presente, los términos del problema h a n cambiado por com-
pleto; la historia a b a r c a en toda su complejidad el desarrollo
de las manifestaciones de la vida humana; además de los li-
bros, las revistas y aun los diarios, insertan estudios, muy
apreciables á veces, de asuntos históricos, y de éstos t r a t a n ,
en muchos casos, escritores de nacionalidades distintas; de
aquí la dificultad de r e d a c t a r estas bibliografías si h a n de
comprender la historia de países muy extensos ó de largos
lapsos de tiempo, y surge, por tanto, la necesidad de dividir
Cultura Española.

tales trabajos, fijando l a atención en campo de estudio con-


creto y determinado.
Aun limitando mucho la extensión de éste, tienen forzosa-
mente que ser estos recuentos incompletos y provisionales.
P a r a que se pueda llegar á poseer un catálogo comprensivo
de todas ó casi todas las fuentes d e estudio referentes á u n a
región, es preciso que á esa labor h a y a n precedido otras p r e -
p a r a t o r i a s ; V. g r . : bibliografías parciales de aspectos distintos
de la aciividad h u m a n a , catálogos de archivos, bibliotecas,
boletines bibliográficos en revistas que cultiven especialida-
des, e t c . ; n a d a de esto existe a p e n a s referente á la Historia d e
Aragón: la obra clásica de L a t a s s a , con las adiciones de Gó-
mez Uríel (1), comprende sólo la lista de los escritores naci-
dos en Aragón; es, por tanto, incompleta por su propia natu-
r a l e z a : la m a y o r p a r t e de las bibliotecas, y bastantes ar-
chivos, c a r e c e n d e índices completos, y desde luego, h a y po-
quísimos publicados; la información, por este lado, es difícil.
Respecto de revistas nacionales y extranjeras, de casi ningu-
n a h a y en las bibliotecas colecciones completas; lo mismo
o c u r r e con los periódicos diarios: el trabajo b a de ser, como
antes indicaba, necesariamente incompleto y provisional.
Pero es preferible tener algo á no tener n a d a : la pila de
Volta no sirve p a r a h a c e r sonar un timbre eléctrico; sin ella,
no se h u b i e r a podido llegar á la invención del telégrafo sin
hilos; mejor q u e emplear el tiempo lanzando estériles lamen-
taciones p a r a inculpar á los demás por no h a b e r realizado la
empresa, es ponerse á r e a l i z a r l a ; quizá la acometo prematu-
r a m e n t e ; acaso debería esperar á leer m á s libros, colacionar
m á s papeletas, r e g i s t r a r y visitar m á s archivos; pero esta di-
lación, beneficiosa desde este punto de vista, seria perjudicial
desde otros. H a c e y a tiempo que me duele ver á la juventud
laboriosa sin u n a guía en sus investigaciones, á veces t r a b a -
jando sin b u e n a orientación por desconocer lo q u e otros h a n
escrito respecto a l mismo punto que investigan y empleando

(1) Biblioteca antigua y nueva de escritores aragoneses, aumentadas y refun-


didas en forma de Diccionario Bibliográfico-biográfito, por D. Miguel üómez
üriel. Zaragoza, tres tomos, 1884.
Sección de Historia. 29

tiempo y esfuerzo en escribir obras de escasa utilidad; otras


veces la atención y estudio de los doctos se concentran en
ciei'tos puntos ó temas, dejando abandonados, por ignorar
acaso su existencia, otros muy interesantes y que p a r a la la-
bor de conjunto sería conveniente estudiar.
Difícilmente llega en estos trabajos el día en que se cree
agotada la materia susceptible de ser leída, que de otra p a r t e
aumenta á todas horas; prefiero completar el trabajo con su-
cesivos apéndices, á detener su publicación en espera de un
día que á veces no viene nunca.
No va á ser una simple lista de libros; no será tampoco un
completo examen crítico de las obras enumeradas; no pres-
cindiré sistemáticamente de los manuscritos, citando sólo lo
impreso; ni me ocuparé en la reproducción de noticias deta-
lladas referentes á manuscritos desaparecidos h a c e siglos.
Pienso, sencillamente, ordenar todas cuantas notas tengo de
trabajos ó materiales que traten do historia de Aragón, toma-
das, unas, de obras bibliográficas; otras, de la lectura de los
mismos libros; otras, de mis visitas y trabajos en casi todos
los archivos de Aragón: serán, pues, mezcla de impresiones
personales, reflexiones sugeridas en la lectura, ó simples refe-
rencias á juicios ajenos.
No sólo me ocuparé en inventariar los materiales; también
allí donde la m a t e r i a y mis conocimientos lo permitan he de
consignar indicaciones referentes á los puntos dignos de ser
tratados, ó que fueron maltratados por quienes de ellos t r a t a -
ron; de aquí el que no h a y a en estos artículos esa a p a r i e n c i a
externa regular y sistemática que muchos r e p u t a n nota esen-
cial del trabajo científico; por el contrario, éste, siguiendo la
naturaleza propia de los elementos que lo forman, será á t r e -
chos Ksta descarnada de títulos ó trozo en que a p a r e z c a la
impresión h t e r a r i a ó periodística del n a t u r a l .
Por último, en la Historia de Aragón h a y un período (des-
de su origen hasta 1137) en el que el reino vive separado
de los demás; es el período genuinamente aragonés; se une
después á Cataluña, conquista Valencia, Baleares, Ccrdeña,
Sicilia y Ñápeles; más t a r d e se federa con Castilla; separar
de un modo absoluto lo aragonés y lo no aragonés es muy di-
^0 Cultura Española.
fícil, si no imposible; de otra parte, escribir la bibliografía
sarda, siciliana, c a t a l a n a ó castellana, en sus relaciones con
Aragón, es empresa p a r a la que, a p a r t e de no estar yo dis-
puesto, ha de ser realizada en esta misma publicación por
doctos cultivadores de la historia i-egional respectiva; en este
conflicto, la mejor solución estimo que es consignar cuantas
noticias pertinentes á mi estudio conozca y se refieran á esas
historias regionales, á reserva de que estas noticias sean re-
producidas, ampliadas y completadas por mis compañeros, y
acaso, cuando se h a y a n publicado todas las bibliografías his-
tóricas de los países ó regiones que comprendió la antigua
corona de Aragón, sea tiempo de refundirlas en un tomo,
completándolas con el resultado de nuevos estudios y dándo-
les así u n a forma y disposición material más á propósito p a r a
que puedan ser utilizadas por cuantos en lo futuro se dediquen
á investigar la historia aragonesa en toda su amplitud.

II

ARAGÓN ANTES D E APARECER EL REINO D E ARAGÓN

¿Cuándo empieza la Historia de Aragón? A primera vista,


la respuesta es fácil: en 1034, á la muerte de Sancho el Ma-
yor, se constituye en reino independíente; antes, en fecha
desconocida, el condado de Aragón aparece con Aznar, su
primer conde; con anterioridad á éste, el nombre de Aragón
no suena en la Historia.
¿Y no podría estudiarse á Aragón antes de que política-
mente existiese como Estado independiente; es decir, buscar
á Aragón antes de ser Aragón? ¿Y qué utilidad tendría este
estudio?
Tenemos de los pueblos y sus mudanzas una idea bastante
equivocada; las sucesivas dominaciones que dan nombre á los-
Estados no implican un cambio radical en la etnografía; Ri-
b e r a h a visto con agudeza suma este hecho al ocuparse en la
Sección de Historia. 31

organización de las ciudades aragonesas en tiempo de la Re-


conquista (1). Al apoderarse de ellas los cristianos, la pobla-
ción musulmana no desaparece, y es sustituida por otra pro-
cedente de las vertientes pirenaicas; salen de la ciudad las
tropas vencidas, los funcionarios, las personas más afectas ó
ligadas á la anterior dominación; pero los jornaleros del cam-
po, los artesanos, los que ejercen las distintas profesiones, no
se marchan; aceptan el nuevo régimen y permanecen allí con
sus familias; así se da el caso de que el 70 por 100 de los sub-
ditos de Alfonso el Batallador, el que conquistó á Zaragoza,
fueran musulmanes, y p a r a que la vida social continuase fué
necesario conservar la organización y magistraturas árabes,
creando junto á ellas las similares cristianas, hasta que, an-
dando el tiempo, los moros emigraron ó se convirtieron, y
quedó al fin la masa social cristiana y la organización árabe.
Pues si esto ocurre entonces, ¿por qué no suponer que lo
mismo debió ocurrir antes? Cuando la invasión visigoda se
apoderó de la España romana, los invasores no destruyeron
la población indígena, sustituyéndola por otra venida de fue-
r a (2); tampoco lo hicieron los romanos, ni antes de ellos car-
tagineses y fenicios. Si la persistencia del medio étnico es un
hecho cierto; si éste, unido a l físico que igualmente persiste,
influye en la psicología del pueblo, que al traducirse en he-
chos forma su historia, ¿por qué comenzar el estudio de la ca-
dena por un eslabón del centro?
No se t r a t a solamente de recopilar los sucesos ocurridos
eri los territorios de la región futura, sino de ver si en ellos
se vislumbra un precedente de instituciones, después tenidas
por genuinas y características manifestaciones del a l m a r e -
gional. Ni como inventario, ni como labor de psicología social,
se h a acometido esta empresa; la señalo á la atención de al-

(1) Orígenes del Justicia de Aragón. Zaragoza, 1897, pág. 31 y siguientes.


(2) Pérez Pujol, Instituciones sociales de la España goda. Valencia, 189C,
tomo II, capítulo III, pág. 158 y siguientes, dice que sólo entraron 300.000 vi-
sigodos, y que lejos de ocupar toda España se concentraron en algunas loca-
lidades. V. gr., el Campo de los Godos, corea de Palencia; en cambio, hubo
otras adonde no llegaron, v. gr., el Campo de Romanos, cerca de Daroca
(Aragón).
32 Cultura Española.

gún estudioso; p a r a demostrar que no es imposible, enumera-


r é algunos datos.
En el nombramiento de heredero, característico del Alto
Aragón, donde no se distingue entre la descendencia mascu-
lina ó femenina, v e Costa (1) un resto de la ginecocracia,
procedente á su vez del matriarcado ("2); la couvade, que se-
gún Estrabon se practicaba entre los cántabros, parece ha-
ber dejado vestigios, por lo menos, en la creencia popular (3),
en las regiones pirenaicas; Pérez Pujol ve semejanzas entre
el consorcio legal aragonés y la organización análoga del
primitivo clan de Irlanda (4).
El c a r á c t e r duro y altivo de la r a z a se encuentra y a de
manifiesto en los tiempos de las primitivas dominaciones; a l
decir de Silio Itálico y Tito Livio (5), en la Tarraconense se
formó el ejército que Aníbal condujo contra Roma á través
de los Alpes; la dominación de estos territorios costó g r a n es-
fuerzo á los romanos; allí aparecen Indivil y Mandonio, y en
Huesca forma Sertorio un poderoso centro de resistencia con-
tra el pueblo r e y .
El antiguo concepto de la unidad romana y la romaniza-
ción de las provincias del Imperio, pierde cada día m á s te-
rreno ante las investigaciones modernas; la epigrafía v a des-
enterrando formas de lenguaje que, seguramente, no enten-
dería Cicerón; en el derecho se perciben las huellas de legis-
laciones especiales, de municipios autónomos; con la romani-
zación y unidad romana, según el antiguo concepto, no puede
lógicamente explicarse que en la resistencia opuesta á las
tribus b á r b a r a s invasoras no se advirtiesen grandes batallas

(1) Derecho consuetudinario del Alto Aragón.


(2) Pérez Pujol, tomo I, pág. 1(J, obra citada, cita dos inscripciones do
la época romana, recogidas en territorio aragonés, publicadas por Hübner,
en donde los hijos llevan el apellido de la madi-e. Véase P. Fita, Esludios his-
tóricos, é Hinojosa, Uistoria del Derecho español, nota primera do la pági-
na 7ü, donde se exponen las opiniones contrarias á aquella interpretación.
(3) W. Webster: Algunas notas arqueológicas sobre las costumbres y las insti-
Lucioucs (Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, tomo X, pág. 108).
Cf. J. Brissaud: La couvade en Béarn et chez les Basques (en Revue des Pyrennées,
tomo XII, 1900).
(4) Obra citada, tomo I, pág. 26.
(5) Libro V, Décadas, libro XXI.
Sección de Historia. 33

que reflejaran la t a n decantada unidad. San Isidoro llega á


decir q u e las luchas entre unos y otros fueron guerras civiles,
prueba de que no se había llegado á extinguir la vida propia
de las r a z a s primitivas por virtud de la avasalladora influen-
cia romana; como no h a y historiadores indígenas, no cabe
apreciar directamente sus rastros; acaso podrían vislumbrar-
se estudiando desde este punto de vista los historiadores la-
tinos.
Tampoco los modernos investigadores admiten la existen-
cia de la unidad visigoda, ahogadora do toda huella de ante-
riores instituciones; la dominación de la Península fué muy
difícil y l a r g a (1), y constantemente hubo en los teiTítorios
que formaron más tarde el reino de Aríigón sublevaciones con-
t r a los monarcas visigodos; Eurico conquista á Zaragoza y
Pamplona, luchando con la nobleza de la Tarraconense; los
Bagaudas, Didimo y Vcriniano, Atholoco, obispo d e N a r b o n a ,
auxiliado por los condes Gravista y Wildigerno contra Reca-
redo, y Paulo contra W a m b a , indican el estado casi perpetuo
de rebelión de las regiones pirenaicas; sitiando á Pamplona
estaba Rodrigo cuando los árabes desembarcaron por vez pi^i-
mera en las costas andaluzas.
Menos aún que la r o m a n a , anuló la supuesta unidad visi-
goda la vida indígena, cuyos rastros se perciben con claridad;
Pérez Pujol afirma que las organizaciones administrativas,
romana y goda, no abolieron las naturales divisiones de las
comarcas hispánicas (2); analizando las inscripciones de los
Concilios Toledanos, llega hasta clasificar por regiones á los
firmantes (3); entiende que en el corrompido latín de la época
pueden señalarse formas dialectales, que más tíirde originan
las diferentes lenguas romances (4), y estima que entra como
un factor importante de la Reconquista el espíritu de los in-
dígenas, quienes sólo politicamente estuvieron sometidos á l o s
visigodos.

(1) Eu 409 comienza la invasión; en 631 logra Suinfcila poner bajo su cetro
toda España.
(2) Obra citada, tomo II, pág. 57 y siguientes.
(3) Obra citada, tomo II, pág. 70.
(4) Obra citada, tomo II, pág. 72.
34 Cultura Española.

Un atento estudio de las fuentes, agregaría multitud de


datos á los escasos que acabo de apuntar, y quizá de ellos bro-
tasen interesantes pi'ecedentes; el día en que alguien acometa
la empresa de escribir la Historia de Aragón conforme el es-
tado actual de la ciencia histórica lo exige, seguramente no
faltará (aunque sólo sea á título de precedente) el estudio de
Aragón antes de que Aragón exista, como preliminar indis-
pensable al del Aragón histórico.
EDUARDO IBARRA Y RODRÍGUEZ.
{Continuará.)
bOCUnENTOS INÉbITOS

Ordenanzas n\unidpales de la vilia de Garde


(valle de Roncal) w

Invitado por un amigo que intentaba incoar un pleito, empecé á


hacer la transcripción del documento subsiguiente-, transcrito ya, el
contenido no se prestaba para el objeto deseado por aquél, y en cam-
bio podía satisfacer la curiosidad de los aficionados á investigacio-
nes, ya que nos informa minuciosamente del régimen administrativo
y costumbres existentes á principios del siglo xvii en el pintoresco
pueblo de Garda (valle de Roncal, provincia de Navarra). Sabido es
que este valle fué en otro tiempo asiento de una república democrá-
tica; las presentes Ordenanzas deben de ser, á su vez, reflejo de otras
viejas, y en éstas quizá se hallase más patente el carácter especial
de aquella forma de gobierno (2).
No dejan de interesar las disposiciones tomadas por el Concejo
de Garde, ya tasando los jornales de los diversos operarios, ya dic-
tando acertadas medidas para la conservación de la propiedad en
terrenos comunales, ya encaminando sus cuidados al desarrollo de
la ganadería, fuente principalísima de riqueza en aquella región.
La letra del documento es procesal, de principios del siglo xvn
y de muy difícil lectura; algunas palabras no he podido descifrarlas.

(1) Quedo agradecido al Sr. D. José López Lauda, abogado y estudioso ar-
í^ueólogo residente en Calatayud, por la diligencia que ha puesto en obtener
el significado do algunas palabras, términos regionales y locales que en ol do-
cumento se citan, consultando á varios amigos suyos naturales del valle de
Eonoal. Su diligente empeño es causa de que el documento vaya acompañado
de notas que facilitan su iuteligencia.
(2) Consúltese, á este propósito, el estudio de W. Webster: Le tnot 'Repu-
hlique> dans les Pyrenées oceideittales, y del mismo autor: Quelques notes ar-
chéologiques sur les Tiiceurs el inslüulions de la región pyréneenne, ambos en el li-
bro Les loisirs dun étranger aupaijs basque (Ghalon-sur-Saone, ItíOl), traducidos
^al castellano en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, tomos X y XIV.
36 Cultura Española.

Comprenden las Ordenanzas cuatro pliegos de papel, de 20 centíme-


tros de ancho por 29 de alto.
Dice así el documento:
«En la -villa de gardo domingo a los quinze días del mes de
Mayo de mil y seiscientos y cinco años en la casa del concejo de la
dicha villa juntados y coní,'regados a concejo a toque de campana
como lo tienen de ccstumbre de se jmitar allí los alcaldes y jurados
y vecinos de la dicha villa para tratar y determinar las cosas y ne-
gocios tocantes á ella dando fe y aliándose presentes Joan gayarre
menor alcalde y domingo esler Joan niparliz y Sancho crualz jura-
dos y pedro gayarre phelipe bilca domingo veriiart de esparz pas-
cual gayarre y domingo barrena miguel fuertes domingo nicolau
de fuero menor de fuero mayor garcía celia francisco ardis migel
ortiz pedro carrica xristobal arbel joan misterra blasco mea menor
Joan ernalz joan mea pasqual gayarre de pasqual joan dansso pedro
asquo joan perez sancho eligalde salvador lopez blasco mea miguel
coscollaz domingo ernalz domingo esoberri domingo lorea francisco
fuertes joan garces pedro garces miguel gayarre menor domingo
bailar esteban de argentaz francisco portas migael datriz y domin-
go martin todos vecinos de la dicha villa do las tres partes y do los
vecinos que en ella se hallaron las dos y mas segan dixeron concejo
azientes celebrantes y representantes tanto por sí como por los otros
vecinos de la dicha villa absentes y con protestación que hizieron
de hazerles loar ratificar este poder y lo que en virtud de él se hi-
ziere declaran que por tenor de la presente en la mejor vía modo
forma y manera que pudieren y de fecho podran y debran y debían
querían acordaban y determinaban de hazer y que se agan estos
paramentos y ordenan9as quales conbengan para el buen gobierno
de los vezinos de la dicha villa assi pai'a lo que toca a la orden de
las precas y heredades y su conservación para asscntar y poner
tassa conforme a las leyes deste reino a los sastres te9edores esqui-
ladores y otros jornaleros y peones y para todas las otras cosas que
conbengan a la buen orden y gobierno de la dicha villa y para ello
encargaban y encargaron y dieron poder cumplido todos los dichos
Conoejantes en conformidad a los dichos alcalde y jurados para que
ellos con algunas personas honrradas de la dicha villa y mediante
su compañía puedan e hayan de asscntar y poner las dichas orde-
nanzas que para el buen gobierno y regimiento de la dicha villa les
pareciese conbengan con las penas clausulas obligaciones y firmezas
y condiciones que bien usar les pareciere con que antes y primero
que se proceda a su uso y elección las testifiquen y publiquen en
Sección de Historia. 37

publico concejo para que les sea notorio y vea y entienda cada uno
á lo que será obligado que como dados sean los usos y ordenan9as
les dieren todo el dicho público poder cumplido y bastante a los di-
chos alcalde y jurados y las otras personas que por ellos fueren nom-
bradas para el dicho ffecho. E prometieron de haver y tener por
bueno este poder y lo que en virtud del se hiziere y de reblar y de
todo mal y daño que por razón del venirles pudiere a los dichos pro-
curadores y a ello se obligaron con sus bienes y rentas y del dicho
concejo abidos y por aver y prometiendo ser fieles e jurar y respe-
tar las leyes costumbres y osservancias
los quales todos aceptaron este poder ^.
siendo presentes por testigos llamados y rogados migel de la marca
cirujano y Juan de eibar
y firmaron los siguientes
concejo a toque de campana como lo
tienen de costumbre de se juntar en la villa de garde
Pedro Gayarre Pascual Gayarre
Felipe Bilcas Juan gayarre migel de la marca
Migel fuertes juan ernalz
Juan masterra
Passo ante mi
Miguel losud (?)
En la villa de Garde a los deziseys dias del mes de mayo de mil
y seiscientos y cinco años en presencia de mi el escribano y testigos
infrascritos joan gayarre menor alcalde y juez ordinario de la dicha
villa y domingo esler y joan martinez y sancho ernalz jurados dcUa
y salvador lujar joan gayarre mayor pedro galol blasco mea pedro
gayarre pedro arres domingo lorea y joan mesteno vezinos assi bien
de la dicha villa de garde dixeron que ellos estaban juntos y con-
formes en virtud del poder especial que su concejo les hauia dado y
otorgado por mi presencia ayer domingo que se contó quinze del
dicho mes para tratar ver y azer assentar y poner para el buen go-
bierno de la dicha villa ordenauQas cotos y paramentos como consta
por el dicho poder. Por tanto que en cumplimiento del y descargo
de sus consecuencias en la mejor via modo forma y manera que pu-
dieren y de fecho podían y debían hazian e hizieren los statutos y
ordenancas siguientes.
Primeramente assentaron por ordenanca los dichos alcalde y ju-
rados y diputados en vii'tud del dicho poder que ningún vezino ni
habitante sea osado de hazcr ni cortar yerba eu el panificado (1)

(1) Panificado, dehesa que ha sido rota al ararla y que se destina al cultivo.
Cultura Española.

antes de la suelta que el dicho regimiento de la dicha villa hiziere


so pena de perder la yerba que hiziere y de un duro aplicaderos la
mitad para la bolsa del concejo y la otra mitad para el vayle ó acu-
sador y que so la dicha pena ninguno sea osado de entrar a cortar
la yerba de las espuendas (1) de dentro del campo sin que el dueño
del las pueda cortar quando y siempre que le pareciere y le sea
goardado y apreciado como el pan pero que la yerba de las espuen-
das y orillas no pueda cortar el dueño de la eredad asta la suelta
so la dicha pena.
2 Iten en quanto a los passos del dicho panificado y fuera del
por quanto a y orden y contracto hecho y otorgado por la valle de
Koncal con interbencion de los diputados de la dicha villa de garde
donde se trata largamente la orden y forma de como se an de regir
los dichos alcalde y jurados y diputados dixeron remitían y remi-
tiesen al dicho Contracto el qual quisieron se observe y goarde so
las penas en el convenidas.
3 Iten assentaron por coto paramento y ordenanza a perpetuo
obseruadera que todas las precas (2) y heredades que los vezinos de
la dicha villa tubieren y tienen en su termino fuera del vedado si no
las sembraren eu siete años continuos que passados aquellos qual-
quier vezino las pueda tomar y apropiar para sí empero si el dueño
de las tales precas al otro dia de san martin conforme a la costum-
bre en cada un año señalare con axadas que se llaman comunmente
sapos y izare en quartel que por aquel año ni en todos los otros
años que assí hiziere nadie se la pueda tomar. Empero si al dia se-
gundo de San martin se descuidare y no hiziere la dicha diligencia
que en tal caso el que primero llegare y señalare passado el dicho
dia se la pueda tomar y sea suya entiéndase que aunque sea passa-
dos los dichos siete años izando en quartel nadie se lo pueda tomar
aunque no lo señale como sea usado.
4 Iten assentaron por ordenanza que qualquier vezino o abi-
tante de la dicha villa que quisiere azer alguna utrera o artiga (3)
que las señales de la axada o sapos no le valgan sino que para va- \

(1) Espuendas, zanja para defensa ó desagüe de las heredades.


(2) Precas, terrenos roturados en monto común.
(3) Utreras ó artigas son terrenos quo hallándose poblados de árboles, ge-
neralmente de pinos, han sido dedicados al cultivo, para lo cual córtanse los
árboles, y después de hechos astillas son reducidos por el fuego á cenizas, que
constituyen un excelente abono. Esta clase de siembras fué muy común en el
valle de lloucal hasta mediados del siglo pasado, eu que fueron prohibidas
por la Junta general del valle en atención á los destrozos que con ellas se cau-
saba en los montes y arbolados.
Sección de Historia. 39

1er se le haya de echar uu peón o una junta de bueyes y eon esto si


le valga y no otramente.
5 Iten por quanto de rocar y sembrar en la vezcoya (1) de la
dicha villa se an visto de algunos años asta parte algunos inconbe-
nientes de que ha resultado daño notable al gozo que en ella fue te-
nido en tener assi los ganados mayores cerreros como los menores y
puercos coucegiles y por otros muchos buenos respectos acordaban
y acordaron y assentaron por ordenanza que de aqui adelante na-
die sea osado de sembrar en la dicha vezcoya so pena de talar lo
que assi sembrare y de un duro aplicadero para la bolsa del conce-
jo y para el acusador por mitad y mas acordaron se aya en la dicha
vezcoya una cabana para los puercos y se conserve.
6 Iten assentaron por ordenauQa que en las artigas de belcoxe
y barcarea (2) passado el presente año y lebantado el fruto que
obiere nadie sea osado de tocar labrar ni sembrar attenta la neces-
sidad que a y para la conseruacion de los ganados cerriles y conce-
giles de la dicha villa so pena de talar y de dos duros para el conce-
jo excepto que el pedazo de tierra que esta señalado y sembrado en
la fuente de belcoxe se conserue para preca concegil durante la bo-
luntad de la dicha villa.
7 Iten assentaron por estatuto y ordenanga que las precas y li-
nares de gameluee ondo (3) a la fayteguía aranda e yriberri (4) los
dueños dellas sean obligados a cerrarlas y si no las cerraren el daño
que en tal caso se hiziere no le puedan cobrar ni los dañadores pa-
gar y por lo mismo en caso que alguno fuere tan atrebido que des-
hiziero abriere y quitare las cerraduras que el tal sea competido a
cerrarlo a su costa y demás dello tenga de pena un duro y pague el
daño que por su respecto se hiziere.
8 Iten assentaron por ordenanza que las dichas precas y lina-
res de las dichas eudereceras (5) do gameluee ondo a la fayteguia
aranda e yriberri en caso que sus dueños si en siete años continuos
las dexaren de sembrar y estubiereu yermas que passados aquellos
qualquier vcziuo las pueda tomar.
9 Iten los dichos alcalde y jurados y diputados assentaron por
ordenanza que los campos de yriberri aranda eyadzu (6) en caso

(1) Vezcoya, partida situada en término de Gtarde.


(2) Belcoxe y Barcarea, partidas situadas en término de Garde.
(3) Gameluce-Hondo, partida situada en término de Garde.
(4) Faylegiiia, Aranda, Iriberri, partidas situadas en término de Garde.
(5) Endereceraa, inmediaciones de los términos denominados de Gameluee
Hondo á, Fayteguía.
(6) Eyadztí, partida del término de Gardo.
40 Cultura Española.

que sus dueños los dexaren de sembrar dos años continuos que
qualquier vezino se los pueda tomar y que tampoco los puedan con-
seruar ni tener por propios so color de izar en el quartel sino que
las hayan de sembrar y si las dexaren los dichos dos años qualquier
vezino se los pueda tomar sin pena alguna.
10 Iten assentaron por ordenanca que las penas y orden que
han tenido astagora en los vedados vizerales y casalencos lo hayan
de goardar con mucho rigor y puntualidad y que ata quarenta ca-
bezas tengan de pena un real para la goarida y de a y en riba de
qualquier numero sea el ganado en el ^•¡zeral dos duros y en el ca-
salenco un carneslo (1) como sea usado y lo an acostumbrado.
11 Iten en quanto a las mosqueras (2) que ay y tienen en el
termino de la dicha villa por ser como son tan necessarias para la
conseruacion de los ganados de que se aze mención en las ordenan-
zas viejas de la dicha villa acordaron y ordenaron sean oseruadas y
goardadas y que nadie sea osado de cortar ningún árbol ni derrue-
co (3) alguno so las penas de las dichas ordenanzas y de pagar el
daño al albedrio del regimiento de la dicha villa y a, mas de las di-
chas mosqueras antiguas señalaron y mandaron amugar por mos-
quera para el dicho effecto un bosque en el termino de elurna (4)
junto a la preca de miguel datriz y otra en la muga de faso (5) jun-
to a la preca de domingo galcer mayor y otra en el termino de zas-
pe (6) junto a la preca de pascual datriz en el paso y otra mosquera
en uda (7) junto a las precas de francisco lusor y domingo esler y
otra en bagasamaldava (8) las quales quieren por bien común sean
por lo mismo mosqueras y sean obseruadas y goardadas como las
otras viejas y con las penas que aquellas han tenido y tienen.
12 Iten por bien común de la dicha villa los dichos alcalde ju-
rados y diputados acordaron y assentaron por ordenanza que nin-
gún vezino de la dicha villa pueda traer a las cocheras della mas
de a trescientas cabezas de borregos y reses flacos y cansos y desta
condición asta passado^ el dia de nuestro Señor después en cada

(1) Carneslo, pena que consistía en tomar una res del rebaño que causaba
daños en los sembrados.
(2) Mosqueras, lugares donde sestea el ganado.
(3) Derriíecos, los hijuelos ó brotes nacidos al pie de los árboles ó á su alre-
dedor.
(4) Elurna, partida del término de Gardo.
(6) Faso, partida del término de Garde.
(6) Zaspe, partida del término de Gardo.
(7) Uda, partida del término de Garde.
(8) SajosOTíioWam, partida del término de Garde.
^cción de Historia. 4¡

un año conforme a la contumbre que tienen so pena de carneslo.


13 Iten assentaron por ordenanza que las cabanas y corrales
que los ganaderos de la dicha villa y oti'os hizieren en la vezcoya
y termiuo de la dicha villa nadie sea osado de tomar quemar ni des-
hazer ni mudarlos so pena do pagar la leña y edificio y corrales que
assi deshizieren y quemaren y mas un duro aplicadero para la bol-
sa del concejo j para el acusador por metad.
14 Iten por quanto de no hauer tassa en los officiales mecáni-
cos y jornaleros en los jornales que deben llebar ha hauido algún
desorden y oxeesso por tanto para su remedio los dichos alcalde y
jurados y diputados assentaron por ordenanQa que un labrador con
su junta de bueyes dándole la costa tenga de jornal y aloguero real
y medio y si el y su peón hiziere la costa tres reales y si alguno en-
prestare su juntu tenga un real y la media junta medio real.
15 Iten que los peones que fueren a labrar cabar y artiguear y
a semejantes trabajos tengan de jornal a tres reales y las mujeres a
tres saissenas (1) assi en el fijar (?) azear como escardar y segar y en
semejantes seruicio.s y trebajos excepto que los hombres en el tiem-
po de segar puedan llebar de jornal un real y medio mas.
16 Iten que las vertras de v a y t a (2) que se enprestaren y las
yegoas de trillar hayan de tener de alquiler a tres reales y me-
dio mas.
17 Iten assentaron por ordenanca que las niugeres por ylar por
cada libra de lino y estambre no puedan llebar mas de a veinte cor-
nados (3) y por 1)1. ylarca a doce cornados.
18 Iten assentaron por ordenanca y tassaron a los tejedores de la
dicha villa que por cada ramo de paño no lleven íii agan pagar mas
de a medio real por ramo y por cada vara de lienzo delgado a tres
reales y por la destopa a doze cornados.
19 Iten ordenaron y tassaron a los sastres que no puedan llebar
mas jornal de a real y el aprendiz en el primer año una tassa y pas-
sado el primer año medio real.
20 Iten ordenaron y tassaron que los canteros y fusteros de la
dicha villa tengan de jornal a real y la costa.
21 Itou por ([uanto entre otros excessos y desorden grande que
ha hauido y que tenia necessidad de reformación era el excesso
grande que los esquüadores tenian pretendiendo llebar los jornales

(1) Saiscnas, moneda equivalente á seis dineros.


(2) Verlraa de vayta, las yuntas de ganado vacuno que se emijlean en la
trilla.
(3) Cornado, antigua moneda equivalente á un cuarto y un maravedí,
^•^ Cultura Española.

a su albedrio poi- tanto para su remedio los diclios alcalde y jurados


y diputados para buen gobierno acordaron y tassaron que los di-
chos esquiladores tengan de jornal allende de la costa <'os reales y
por estajo o a una mano quando tomaren a su cargo algún ganado
no puedau llebar mas de a quatro canas (1) por cabera por los ma-
yores y por los corderos a tres canas con esto que no sean osados ai
atrebiJos so color de vestir las tijeras tomar lana contra la boluntad
del ganadero y bien assi si alguna res muriere de las heridas que le
dieren sean obligados a pagar su valor al ganadero.
22 Iten assentaron por ordenanza que assí los vezinos como
abitantes de la dicha villa a quienes toca y atañe lo contenido en
las sobredichas partidas que en todo o en parte quisieren contrave-
nir y contravinieren tengan doble pena assi el que da como el que
recibe aplicándose la mitad para el concejo y la otra mitad para el
acusador.
23 Iten assentaron por ordenanca que el molino o batano de la
dicha villa sea obligado de dar a los vezinos della la borra que se
cogiere en los batanes a veinte cornados la libra y no la de a los
forasteros so pena de un sueldo y abiendo necessidad entre los di-
chos vezinos.
24 Iten attendido que muchas vezes se a offrecido a la dicha
villa tener necessidad de alguna caca y perdizes para hazer serui-
cio a esos visorres (?) y para otros respectos honrrados y abiendo
algunas personas de la dicha villa que han hecho y azen esta gran-
gería de cacar perdizes quando so offrece la dicha necessidad lo de-
xan de dar por su dinero por vender la dicha caza a piecios muy
subidos por tanto por euitar el dicho excesso acordaron los dichos
alcalde y jurados y diputados que los cacadores de la dicha villa
las perdizes que caQaren en el tei'mino della y fuera della solo desta
valle no hayan de vender ni vendan desde S. Miguel ata todos San-
tos mas de a dos reales el par y de todos Santos ata Nauidad a dos
reales par y desde nauidad a carnestolendas a doze reales y mas so
pena de perder las perdizes y de un duro por cada vez que lo hizie-
ren aplicaderos para la bolsa de la dicha villa y el acusador por
metad y que so la misma nadie las compre para rebender.
25 Iten assentaron por ordenan§a que para el tiempo del esqui-
lar de los ganados por passo assi para venir como para la queda
hayan de tenerlo desde la cruz de seyora (2) camino camino a yla-

(1) Cana, moneda de cobre.


(2) Seyora, partida del término de Garde.
Sección de Historia. 43

i'iiburua (1) y de ay en vaxo a los campos de galart asta la caltra


y que en estos tiempos hayan de ir y venir paciendo los dichos ga-
nados sin incurrir en pena alguna pero que no puedan cubillar ni
dormir de noche sino pacer de passo lo qual sea y se entienda en el
año y vez que estubiere sembrada la partida de biseanQa si alguna
res de la puente de yriendoa rio arriba a la fuente y de ay a yba-
rriburua de passo y passo a los dichos ganados y si excedieran des-
to hayan de pena carneslo y de noche dos al albedrio del regi-
miento.
26 Iten ordenaron que la cuelva (2) se goarde del ganado me-
nudo so pena de carneslo como atagora se a usado excepto las tres
obejas viejas.
De todo lo qual a mi el dicho escribano me rogaron y requirie-
ron hazer tal auto de estatutos y ordenanzas y assi lo híze y assente
yo aliándose presentes por testigos gabriel ybañez ferrero y fraí i-.
cisco mendigaza lobero y martin fernan d é l o s susodichos y testi-
gos testificando los dichos pedro gayarre y misterra y joan gayarre
y arregui

Pero gayarre Juan gayarre


pero aregui Juan masterra
Passo ante mi Miquel losud (?)
En la villa de garde en la casa del concejo a los dezisi ite de
Mayo de mil seiscientos y cinco anos juntados en la casa ce ncegil
los alcalde jurados y vecinos de la dicha villa a toque de campana
como lo tienen de costumbre donde se hallaron presentes Joan ga-
yarre alcalde domingo esler y joan martinez jurados Joan gayarre
mayor francisco patoz migel gayarre menor phelipe bilcu nicolas
perez miguel lebra miguel arbel blasco mea francisco nega rra fran-
cisco miguel francisco arregui francisco beltran joan masterra do-
mingo martin francisco carrica martin lusor blasco elorz pascual
datriz domingo espan domingo nicolau domingo perez miguel fuer-
tes esteban argentaz domingo dansso sancho elizalde francisco me-
doz jayme coquo domingo barrena xristobal arbel miguel datriz
joan eurbez pasqual gayarre esteban galarz domingo vernart fran-

(1) Ilarriburva, partida del término de Garde.


Í2) Cuelva, trozo de terreno próximo á la población en dond estaba prohi-
bido que penetrase el ganado menudo; sólo se daba entrada ei él á las reses
viejas que estaban para ser sacrificadas.
44 Cuhura Española.

cisco gayarre y joan martin todos vezinos de la dicha villa concejo


celebrantes a los quales yo el notario les hice conocer las sobredi-
chas ordenan§as y por ellos oidas y según dixeron comprehendidas
respondieron que las loaban tenian en bien y las querían obserbar y
goardar como bien y justamente hechas y ordenadas aliándose pre-
sentes por testigos gabriel ibañez forrero francisco medigarza colo-
no miguel datriz joan ernalz pascual gayarre joan galart domingo
vernart testigos
juan ernalz felipe bilca pascual datoch
pedro gayarre juan garces
martin luscar pero arregui
juan masterra
Passo ante mi Miguel losud (?).»
Por la transcripción,
PEDRO LONGÁS BARTIBÁS.
bibliografía CRiTICn

Jules Hubert: Les ongims vénézuéliennes, Essai sur la eolonisation espagnole au


Venezuela, ün volumen de 16 por 25, xx-337 páginas. Bordeaux, 1905.-El
mismo autor: Voceupation alleniande du Venezuela au XVIe ñecle, un volu-
men de 16 por 25, x-87 páginas. Bordeaux, 1905. Precios: 10 y 4,50 francos.

«El dominio de España en el Nuevo Mundo es uno de los c a m p o s des-


CUlidailOíide la c i e n c i a histórica. En ningún idioma existe, con relación
á la totalidad del asunto, una obra que satisfaga, y con gran frecuen-
cia, las que so dedicnn á estudiarlo fraginentariamente, sólo son ap-
tas para alimentar prejuicios parciales Mirada, las más de las veces,
con espíritu Heno de prejuicios ó de pasión, y á lueimdo con la u)ás sim-
ple ignorancia, la obra de los pioneers españoles ha sido execrada injus-
tamente, el régimen colonial condenado en conjunto y las Repúblicas
hispano americanas olvidadas como exentas de todo interés». Así escri-
be, al frente del SyUabu.i de sus lecciones sobre la América española, ex-
plicadas en 1904 en la Columbia Uiñverslty (Nueva York), el profesor de
este centro, Guillermo R. Shepherd. Semejante declaración eu boca de
un especialista, quiere decir que, después do cuatro siglos de polémicas —
iniciadaí por el libro del P. Las Casas—, aquella cuestión histórica que
muchos daban ya por resuelta, vuelve á su estado critico. Todo lo que de
ella so ha dicho hasta nhora es, ó fragmentario, ó inseguro, fruto dci ge-
neralizaciones precipitadas. El Archivo de Indias encierra aún miles de
documentos que nadie ha tocado, y sin los cuales todo lo que se escriba
carecerá de base, y desde luego hay que rechazar eans sentencias fir-
mes con que los hisloriadorea extranjeros, y algunos chauvinistas retar-
datarios da la América española, han solido condenar de manera absolu-
ta la conducta de los colonizadores. Es indispensable, pues, revisar el plei-
to, ahondando en su estudio y entregándose sinceramente á los resultados
de la prueba histórica. '
Asi han comenzado á hacerlo algunos americanistas no españoles, en
quienes conviene fijarse especialmente por lo mismo que contra ellos no
cabe la sospecha de patriotería; y es de notar que, en los más, la nota do-
minaute es sensiblemente reivindicatoría para nuestra colonización. Así
Se ve en los no remotos libros de Blackward, de Zimmermann, de Hae-
bler, en el más próximo de Gaylovd Bourne, en las rectificaciones hechas
por escritores americanos á la apasionada obra de D . Genaro García, y
en los mismos trabajos con que Shepherd va dejando traslucir los resul-
46 Cultura Española.
tados de sus investigaciones. (Léase, v. gr., su citado Syllábits y sa bi-
bliografía critica del libro de Gaylord Bourne, publicada en Folitical
Science Quarterly, de la Columbia Universlty, Junio de 1905). A esta
misma corriente pertenecen las dos recientes monografías del profesor
Humbert, á cuyo esamen se contrae la presente critica.
El plan de Les origines vénézuéliennes es todo lo comprensivo que la
materia exige de suyo. El autor estudia, ante todo, la geografía y etno-
grafía del país; luego, la historia de la conquista y la fundación de Ca-
racas; al comercio dedica toda una sección (lib. III) de 76 páginas; traza
enseguida el cuadro social, político y religioso de los caraceños en los si-
glos XVII y XVIII, con un capítulo especial para la instrucción pública, y,
por fin, destina dos libros á la isla de Cubagua, Nueva Andalucía y Gu-
yana, deteniéndose, por lo que toca á esta última región, d precisar los
contactos de la colonización española con la holandesa.
La importancia principal de esta obra de H. no estriba, sin embargo —
desde el punto de vista histórico—, en la referida amplitud de su progra-
ma de cuestiones y aspectos de la acción española en Venezuela, sino en
las novedades que ofrece. El Sr. H. ha investigado por cuenta propia en
archivos y bibliotecas, y ha tenido la suerte—sabido es que siempre son
afortunados los que trabajan de esta manera—de hallar documentos de
gran valor, que llenan huecos importantes de la historia conocida, ó
aclaran pormenores oscuros, á veces de una gravedad extraordinaria ó
de una significación decisiva. Como ejemplos de estas novedades, indi-
caré las noticias relativas á Juan de Ampués, fundador de Santa Ana de
Coro (1527), y á quien los autores no han consagrado, hasta ahora, más
que breves líneas; la historia del célebre tirano Lope de Aguirre, conoci-
da sólo por tradiciones y que H. rehace completamente, con ayuda de
tres relaciones contemporáneas y una carta del mismo Lope; la averigua-
ción de la ascendencia española del libertador Bolívar (cuyo cuadro ge-
nealógico figura en la pág. 71); la obra de Simón Bolívar que en el si-
glo XVI representó un papel importante en la colonización, y la aprecia-
ción exacta y completa de la obra comercial y política de la célebre
Compañía Guipuzcoana, con la influencia que tuvo en los orígenes de la
independencia.
Desde el punto de vista español, los resultados de esta monografía no
son menos importantes, y en ellos he de fijarme especialmente. Por de
pronto, hace resaltar las figuras y la acción de los colonizadores humani-
tarios y pacíficos—Ampués, Bolívar, Osorio, el obispo Bastidas, los domi-
nicos de Cumaná—, que pueden contraponerse á las de los sanguinarios
Hojeda, Ocampo y Lope de Aguirre, en Venezuela; Sedeño y Hortal, en
Cubagua.
La cosa es de más entidad de lo que parece á primera vista; pues sa-
bido es que la corriente dominante ha solido llevar á los historiadores
(salvo algunos panegiristas, que exageraban por el lado contrario, lo que
sólo sirvió para quitarles crédito) á insistir sobre las crueldades y callar
^ección de Historia.
los procedimientos pacíficos. H. relata con igual cuidado ambos aspectos
de la colonización, con un sentido de imparcialidad propiamente históri-
co. Sus razonamientos y conclusiones—penetrados y autorizados por su
couoeimif uto especial del asunto—no pueden ser más gratos al alma es-
pañola. En la introducción comieuza ya diciendo: «La dominación de
España en América se ha considerado tínicamente, hasta hoy, como tina
odiosa explotación, y su obra colonizadora se ha juzgado, sobre todo, por
los horrores áe la conquista. Creemos que el estudio de los numerosos
documentos que duermen en los archivos de la Peninstüa (nótese la coin-
cidencia con el criterio de Shepherd) permitirá formular sobre esta cues-
tión un juicio más equitativo. ¿Será, en efecto, posible que una nación
que ha podido implantar en las tierras tdíiamarinas su idioma, su reli-
gión, sus leyes y costumbres, sólo haya almacenado en su contra censu-
ras y odios? Ciertamente, hubo excesos; pero ¿cuál es el pueblo que no
tiene que acusarse de algunas vergüenzas eu sus conquistas?»
El autor ve la principal causa del fracaso de la obra colonizadora en
el error de la política asimilista. Sin embargo, los mismos españoles que
procuraban trasplantar á las Indias su manera de ser peninsular, sufrie-
ron los efestos beneficiosos de la novedad del medio en que se movían.
«De aquí—dice H.—los esfuerzos de los Villegas, los Pimentel, los Bolí-
var, para dotar á Venezuela de una administración independiente; de
aquí esa contradicción llamativa entre el clero urbano, que trausform.aba
la religión en una de\ oeión pueril, en ceremonias aparatosas y «compe-
tencias» con la administración civil, y la abnegación de los misioneros,
que sólo atendían á la evangelización, al bienestar de los indígenas y á
la grandeza de España. Las misiones de Venezuela han sido, sobre todo,
una obra nacional; pero sólo hasta el dia en que, desvanecidos por su
éxito, los misioneros mostraron pretensiones de omnipotencia, que in-
quietaron á los gobernantes. Cuando este hecho se produjo, hemos visto
quo Centurión no titubeó en combatir el acaparamiento de los Padres y
eu proclamar la preponderancia del elemento civil, y en el siglo x v m
hemos asistido á la preparación de un sistema colonizador de los más iu-
teligentemente ideados». Esta larga cita era necesaria para mostrar, con
las palabras mismas del autor, su imparcialidad rigurosa, que reconoce
en ttn mismo sujeto los aspectos diferentes de su conducta.
Pero la Historia ha enseñado á H.—y lo mismo enseñó á Hume cuan-
do estudió á fondo la vida de Felipe II—que las causas del fracaso no
fueron siempre españolas. Después de exponer los cargos contra nues-
tros colonizadores á este respecto, añade: «Pero no seamos demasiado
severos; no olvidemos que España encontró para su obra trabas iimume-
rables. Hemos visto las luchas que tuvo que sostener contra los extran-
jeros, que le disputaron bien pronto el provecho de su labor y aun el
suelo de sus colonias. El monopolio fué el tínico remedio que pudo opo-
ner al contrabando y al comerf io ilícito, y ya hemos dicho con ctiáuta
tenacidad combatió el progreso de los holandeses en Guyana. «Cuando
48 Cultura Española.

jse estudia, dice A. Rojas (en el prefacio do Leyendas históricas, Cara-


ícas, 1890), la época que sigue al descubrimiento de América, resumen
»de más de dos siglos de lushas sangrientas, incendios, vejacione-, robos
«y crímenes de todas clases, parece un milagro que ICspaüa pndicse cou-
•servar sus conquistas americanas». Debe, no obstante, reconocer-e que
el contrabando y el comercio ilícito á que alude H. no fueron siempre
obra de nuestros enemigos. Los ejercieron también, ccn egoísmo anti-
patriótico, muchos españoles; como, después de lodo, en ios tiempos mo-
dernos, los suelen ejercer en las colonias los ciudadanos de todas las na-
ciones. Cuando se escriba esta parte de la historia comercia] y financiera
de nucbtra colonización—para la cual hay ya muchos documentos publi-
cados, aunque insistemáticamente-quedará determinada la parte de
responsabilidad que en el fracaso corresponde á no pocos de los elemen-
tos que aún se suelen tener por grandes sostenes de la acción española
en la época colonial americana.
La segunda monografía de U.—L'occupation allemande du Vene-
zuela -constituye proj)iameate un capitulo desarrollado án I^es origines,
que puede interlacarse en esta obra, con la que enlaza en la p;\g. 33.
Su interés est¡il)a, no sólo eu ser \in episodio curiosísimo de la coloniza-
ción venezolana, sino también en que destruye un error que, quizá intcn-
cionalmente, han sostenido los alemanes en fecha muy próxima.
En efecto; al ocurrir la célebre cuestión diplomática entre Alemania
y Venezuela, un periódico prusiano, la Bcrliner Tagehlatt, calificó aquel
país de «la más antigua de las colonias alemanas». H. prueba que esto
no es exacto. Venezuela no dejó nunca de ser una posesión española.
Cierto es que durante algunos años estuvo administrada, y en gran
parte gobernada, por alemanes, pero fué á titulo de aiibditos del rey es-
pañol y en virtud de un «asiento», ó sea, de un contrato de conquista
con la corona, análogo á tantos otros como, ante; y después do aquella
fecha (1528), hicieron los descubridores y conquistadores de Indias.
Los derechos que sobre el territorio que lleíasen á dominar concede
el asiento á los alemanes Ynguer ó Ehinger y Sayler: cargos vitalicios de
gobernador y capitán general; facultad perpetua de nombrar ellos y sus
herederos y bucesores los tenientes de las fortalezas; titulo perpetuo do
«adelantado» para uno de ellos; cuatro por ciento de los beneficios de la
la conquista; exención de almojarifazgo, etc., son los que, por lo gene
ral, se concedían á los descubridores ó asentistas. No hay, en el docu-
mento de 1528, más singularidad que la de ser los concesionarios de i.a-
cionalidad alemana, pero, politicamente, «nuestros vasallos», conio dice
la reina eu la concesión misma; sin que sea tampoco el único caso de no
nacidos en la Península admitidos á la participación de las ventajas
que ofrecían las nuevas colonias, aunque, claro es, siempre con su cuen-
ta y razón: por lo común, en cambio, ó como recompensa, de los gastos y
esfuerzos que suponía á los particulares «descubrir, conquistar y poblar»
tierras nuevas. .
Sección de Historia. 49
Ea 1530, Ehiiigur, que habia estado varias veces al servicio de los ri-
cos banqueros de Ausburgo, Antonio y Bartolomé Welser, les transmitió
b;is derechos; y asi vino la famosa casa de banca á tenor sobre Venezuela
derechos y benelicios procedentes y dependientei del asiento de 1528.
Pero esto no privó á la corona de hacer sentir su soberanía, como antes
Ja había hecho sentir sobre Colón y sus herederos. El gobernador de los
Welser tuvo siempre á su lado un factor, un contador y un tesorero de
nombramiento real, que representaban el poder de vigilancia é inter-
vención que para fines políticos y fiscales se reservaron siempre los mo-
narcas. Particularmente, con relación á Venezuela, lo establece así con
claridad la instrucción que en 17 de Febrero de 1531 se envió á dichos
funcionarios.
¿Y cómo procedieron los alemanes en su colonización? Algunos hispa-
nófoboa creerán que, por no ser españoles los Welser y sus agentes, esta-
rían exentos de los vicios que á los peninsulares se Its echa en cara do
continuo. Pero nada menos que eso, y el libro de H. representa á este
propósito una magnífica lección histórica. Los alemanes fueron, no sólo
crueles, sino más crueles que los peores españoles (Hojeda y Ocampo,
v. gr.). H. lo dice con toda franqueza al hablar del primer gobernador,
Alfinger: «Jamás se le sublevó la conciencia cuando caia sobre los pue-
blos de indios pacíficos, los entregaba al saqueo, reducía á prisión y es-
clavitud á sus habitantes y los abrumaba con pesos que difícilmente hu-
bieran podido sostener los animales de carga». Y un escritor alem'án
(Topf), á quien H. cita, declara por su parte: «Tales aventureros, ya
sean do Castilla ó de Extremadura, de Baviera ó Suabia, son muy seme-
jantes, y la dominación alemana en Venezuela nos da una prueba mani-
fiesta do que la historia de los primeros tiempos del descubrimiento y
conquista de los países ultramarinos no hubiera ofrecido un espectáculo
sensiblemente distinto si, en lugar de un pueblo sud-europeo, hubiese
enviado antes que nadie sus navios hacia América una nación del
Norte.»
Basta con lo dicho, para que nuestros lectores comprendan los varios
aspectos interesantes que ofrece el estudio de las dos monografías del
profesor H. (1).
RAPABL ALTAMIEA.

(1) En la página 45 so ha oomotido la errata do suprimir una m en el ape'


llido del autor de las obras quo examinamos. El apellido no es Huberl, sino
Humbert, como está escrito en la página 4G.
CÜLTÜKi i
Cultura Española

MATIAS EAMÓN MAKTÍNEZ Y MAETINEZ.—Hiüoria del reino de Badajoz durante


la dominación musulmana. Badajoz, Tip. de A. Arqueros, 1905. Un tomo
en 4.° de 481 páginas. Precio: 4 pesetas.

He aquí un libro que, á mi modo de ver, denuncia claramente una en-


fermedad, extendida y grave, que padecen algunos intelectuales:el pru-
rito de escribir acerca de materias que no entienden bien.
El autor, á juzgar por le que nos dicen escritores de su provincia, era
personalidad literaria de tal relieve, «que se destacaba de manera gi-
gantesca entre sus contemporáneos», «historiador profundo» y «critico
eruditísimo», cuya «pluma estaba saturada de la erudición más sólida y
el criterio más cimentado y profundo de cuantos historiadores se han
ocupado en desempolvar los enmarañados documentos que contiene la no
nacida historia de Extremadura».
Estamos dispuestos á creer que poseía todas esas cualidades y aun al-
gunas más; pero séanos permitido decir que ninguna de todas ellas apa-
recen en esta obra, aunque el autor, por cierto espejismo intelectual, la
considerase como uno de los mejores frutos de su talento y laboriosidad.
¿Cómo puede hacerse una historia de Badajoz en el periodo árabe sin
enterarse siquiera de las disciplinas más elementales y sencillas, nece-
sarias para manejar con fruto las inexploradas fuentes que han de ser-
vir para formarla? Eso es completamente imposible.
Con la simple lectura de la Introducción basta para convencerse de
que al autor no «ólo le faltaba la preparación especial suficiente, sino
que ni siquiera poseía, al tiempo de componer su obra, la sinceridad ó
la modestia indispensable al verdadero historiador. En el catálogo de
las fuentes de que se ha valido para su trabajo (pág. 12 y siguientes),
cita muchas obras árabes que evidentemente no ha podido leer ni tradu-
cir; y respecto de algunas que hubiera podido consultar personal y direc-
tamente, por estar traducidas al latín ó al francés y hallarse á disposi-
ción del público en bibliotecas y librerías públicas, no ha puesto diligen-
cia para examinarlas por sí mismo. Procediendo así es como se explica,
no sólo el que escribiese con notable incorrección una larga serie do ape-
llidos árabes, sino también el que afirme la existencia de autores árabes
que no han existido jamás; pone, v. gr., entre las fuentes consultadas,
un historiador arábigo que se llama Abbad, del cual dice que es autor
de una recopilación. De haber consultado directamente el libro (que
lleva traducción latina), se hubiese enterado de que la palabra Abbad
no es otra cosa que una abreviatura usada algunas veces para designar
una obra de Dozy, en la cual aparecen coleccionados pasajes de multitud
de autores árabes, en que se dan noticias referentes á los Abadies de Se-
villa. De manera que el Abbad no es nombre de ningún autor, sino de la
dinastía real, acerca de la que dan noticias los diferentes autores apro-
vechados, extractados y traducidos por üozy.
Sección de Historia, si
El libro del Sr. Martínez, en la parte árabe, ha resultado, como no
podía menos de suceder, un conglomerado inarmónico y confuso, hecho
con noticias tomadas de Conde, Casiri, Dozy, Codera y Saavedra, mal
ajustadas y revueltas, sin unificar siquiera la transcripción de nom
bres propios; pues unos están en latín, otros en francés y otros en es-
pañol (1).
Al cuerpo de la obra sigue un apéndice donde se insertan documentos
que ya estaban publicados en otras colecciones; algunos, como el texto
de Edrisi, se han impreso ya media docena de veces.
El Sr. Martinez no es el único en España que ha hecho cosa parecida;
son varias las provincias que se ufanan do tener escrita su historia árabe
por individuos que ni siquiera saben aljamiado, v. gr., Castellón de la
Plana y Valencia; tales escritores creen autorizar sus obras con decir
que han tenido la advertencia ó el cuidado de consultar con los especia-
listas; para ellos, eso basta.
Un fenómeno tan repetido hace pensar que ciertos aficionados á las
cosas pasadas se figuran al orientalista como tipo algo raro, un tanto sim-
ple y enjuto de cabeza, capaz únicamente de hacer faenas do jornalero
literario, de peón dedicado á extraer materiales medio en bruto con el
fin de que esos aficionados, maestros en las artes literarias, grandes pen-
sadores y profundos sociólogos, ingenieros ó arquitectos de la historia,
los pulan, aderecen y arreglen con arte para hacerlos agradables al pú-
blico. Sólo así concibo que se dediquen á historiar ese periodo personas á
quienes falta la iniciación árabe.
De seguir las cosas asi, poco haremos en España de provecho; aun su-
poniendo que los cinco ó seis orientalistas (ó los que haya, porque ahora
no los he contado) se sometiesen á la exclusiva labor de extraer en bru-
to, ¿podrían ellos solos dar abasto para las construcciones que imaginan
tanto» sublimes arquitectos que no saben árabe? Esos arquitectos, mien-
tras están esperando que loa peones les traigan materiales, bien podrían
entretenerse en ir arrastrando y acumulando aquellos que, sin saber la
lengua arábiga, se pueden acumular.
Es verdad que en la historia de la España musulmana hay mucho que
hacer todavía-, pero ¿acaso se han agotado ya los materiales de los ar-
chivos para la historia medioeval de la España cristiana? Y de no estar
hecho el estudio completo de la historia en la parte cristiana, ¿hemos de
culpar á los pocos trabajadores que á ella han dedicado sus esfuerzos?
Ya es hora de que cada cual haga el oficio para el quo tenga verda-
deras aptitudes: el que sepa árabe y esté suficientemente preparado en
las varias disciplinas históricas, que se meta eu asuntos que todo eso exi-
gen; y el que no lo sepa, que busque otras materias para las que se halle

(1) Las consideraciones personales que el autor añade á las noticias que le
han dado ó que ha tomado de osos autores, denuncian bastante desoonocimien-
lo de Itt civilización árabe española, v. gr., el párrafo de las página? 81 y 82.
S2 Cultura Española.
mejor dispuesto. Es la única manera de que los esfuerzos de todos no se
pierdan en el vacio.
¿Quieren los extremeños Investigar la historia árabe de su tierra?
Pues que aprendan primero la lengua árabe (habrá quien se preste á en-
señarla); que se hagan prácticos en las otras disciplinas necesarias para
acometer con éxito la lectura de las obras árabes, y se convencerán de
la abundancia de materiales que tienen á su disposición; que los estu-
dien, y sólo entonces podrán saber lo que la civilización humana debe á
los musulmanes de Badajoz. Hasta que una cosa parecida no se logre, vale
más no ilusionarse con la creencia de que tienen hecha ya la historia
¿rabe de su provincia.
JULIÁN EIBKKA.

Studi di dirillo romano, di diritto onoderno e di sloria del diritto, pubblicati


in onore di Vittorio Soialoja nel XXV anniversario del suo insegnamento.
Milán, 1905, dos volúmenes de 820 y 812 páginas.

En Italia se ha extendido mucho la simpática costumbre de los Home-


najes, desconopida en España hasta que sa publicó el dedicado á Menén-
dez y Pelayo (1899). El interés cientííico de esta clase de publicaciones
eátriba en su misma variedad y en que, con ocasión de ellas, salen á luz
muchos estudios y notas que quizá estaban destinados á perderse entre la
balumba de proyectos que todo trabajador intelectual apunta en au or-
den del día para mañana, sin que jamás se decida á poner mano en ellos.
Prestan, además, el servicio de ofrecer, en un momento dado, la expre-
sión de las cuestiones que más preocupan á los hombres de ciencia, del
estado en que se halla su investigación y de las corrientes que predomi-
nan en las varias ramas de conocimientos. Suelen ser, en este sentido, un
buen balance de la situación, que supera al de las mismas revistas. Asi,
y por lo que toca á la historia del Derecho, creo conveniente llamar la
atención de loa especialistas y aficionados extranjeros hacia el volu-
men IX de los Atti del Congresso intornazionale di seienza storiche
(Roma, 1-9 aprile, 1903), que comprende las Memorias leídas en la Sección
de historia del Derecho y de las ciencias economías y sociales, y que como
colección de trabajos es equivalente á los tomos de Homenajes. Se trata,
en efecto, de una masa de 36 Memorias, entre las cuales son de notar, por
su asunto ó mérito, las siguientes: Appleton, Naturaleza y antigüedad
de las leyes de las XII tablas; Pollock, El concepto y el cultivo de la his-
toria del Derecho comparado; Lamelre, Los cambios de soberanía en las
guerras de los siglos xvi y xvii; Meynial, De la aplicación del Derecho
romano eu la región de Montpelller, durante loa siglos xii y xm; Buona
mici, La reproducción en fototipia del manuscrito üorentino de las Pan-
Sección de Historia. 53
dectas; Zocco-Eossa, Sobro el método de los compiladores en la composi-
ción de las Instituciones de Justiniano; De Montemayor, Vico y la con-
cepción materialista do la Historia; Vinogradoff, Sobre algunos aspectos
de la evolución histórica del colonato; Pivano, Los contratos agrarios en
las abadías medioevales; Scialoja, En favor de una colección do fórmulas
relativas al Derecho romano, etc.
El Homenaje á Scialoja contiene 5S trabajos, de los cuales, la ma-
yoría son de historia del Derecho romano y algunos de historia del De-
recho medioeval y moderno ó de Derecho canónico. Es naturalmente
imposible para im solo critico intentar el examen de estudios de mate-
rias tan diferentes, cada una de las cuales supone una especialidad. Nos
limitaremos, pues, á citar aquí aqii.ellas que juzgamos más interesantes
para los lectores españoles: Perozzi, Problemas de origen do las cxiatro
instituciones fundamentales del antiguo Derecho romano (emancipacióu
de esclavos; confarreatio y coemptio; tutela y servidumbres prediales);
Riccobono, Sobre el usus on derecho clásico (no comprendía dtrecho á
los frutos); Carusi, Sobro el concepto de la obligación en Derecho roma-
no (ideas muy interesantes); Delogu, Valor literario do las obras de les
jurisconsultos romanos (propone la formación de un libro de trozos es-
cogidos del Corpus juris, destinado á la segunda enseñanza); Saleilles,
Valor social de aquellas mismas obras (como ejemplo de la evolución y
las constantes transformaciones del Derecho); Tamassia, Los Colliberti
en la historia del Derecho italiano; Lameire, Loa «Acorts» de Vich, re-
lativos á un tipo especial de cambio de soberanía (muy interesante para
el estudio de nuestro derecho internacional fronterizo y de las aplica-
ciones del Tratado de Ryswick); Siciliano, Leyes y cánones en materia de
Derecho privado, según los canonistas y legistas del siglo xui; Pivano,
El «veto» ó «exclusiva» en la elección del Pontífice (origen, momento de
su aparición y valor jurídico).
La literatura jurídica italiana contará en breve con otra colección
de este género, que examinaremos on su dia. La prepara un grupo de
discípulos y admiradores del romanista Tadda, profesor en la Universi-
dad do Ñapóles, y es de esperar encierre trabajos tan interesantes como
la de Scialoja y la del Congreso histórico.
A. J
REVISTA b E REVISTAS

Boletín de la Real Academia de la de una lápida romana encontrada


Historia, tomo XLVII, cuaderno VI. en Astorga en Noviembre de 1904;
Diciembre, 19ü5: FERNÁNDEZ DURO, está dedicada por el emperador
Necrología de Jules Oppert. — K. Probo á Lucio Flaminio Prisco, Le-
EODKÍGUEZ VILLA, Corresponden- gado jurídico de la Tarraconense.
ciade la infantaarchiduquesadoña
Isabel Clara Eugenia de Austria
con el Duque de Le!"m.ít(desde Flan- Boletín de la Comisión de Monu-
des, años 1599 á 1607, y otras cartas mentos de Orense, tomo II, núme-
posteriores sin fecha). Continúa la ro 46. Septiembre - Octubre, 1995:
publicaclóndetau interesante epis- B. F. ALONSO, Cementerios israe-
tolario.—EL MABQUÉS DE MoNSA- litas gallegos: costumbres y tradi-
LüD, El castillo de Loarre. Informe ciones. Comienza un estudio do las
en que se describe el famoso casti- lápidas y restos arqueológicos he-
llo aragonés y se propone dictamen braicas encontrados en Galicia.—
favorable á que sea declarado mo- A. VÁZQUEZ N ú Ñ E Z , Dos iglesias de
numento nacional.—JuAU CATALI- los Templarios, Astureses y Mol-
NA GARCÍA, Elementos de Arqueolo- des. Descripción detallada y muy
gía y Bellas Artes. Informe del libro bien hecha de ambos templos y de
publicado con ese título por el sus inscripciones, — Documentos
P. Francisco Naval.—JULIÁN SUÁ- históricos. Bula de Alejandro III
REZ INCLÁN, La obra «General Van- confirmando al monasterio de Ose-
zon, Crimée, Italie, Méxique». In- ra en la posesión de sus bienes; 4 de
forme de la obra publicada por el Julio de 1161.
comandante francés P. Boppe y
ofrecida á la Academia.—F. FER-
NÁNDEZ DE BETHENCOURT, El libro Boletín de la Institución Libra de
de D. José Wangüermct y Poggio Enseñanza, Madrid, año xxix. Di-
tEl almirante D. Francisco Díaz ciembre, 19Ü5: M. A. KuGENBR, Las
Pimienta y su época>. informe novatadas en los siglos IV y P des-
acerca de este libro en que se estu- pués de J. C. Este articulo, publi-
dia al famoso marino canario del cado en el número de Febrero-Mar-
siglo XVII.—F. FIDEL FirÁ,Epigra- zo de la Bevue de l'Université de
fía hebreolusitana. Transcripción y Bruxelles, demuestra la existencia
traducción d e varias lápidas.— de esa antigua costumbre escolar
M. MAGIAS, Inscripción honorífica en las escuelas bizantinas. Valién-
encentrada enAstorga. Publicación dose de los textos de escritores
Sección de Historia. 5S
griegos contemporáneos d e s c r i b e ültiins rastres de les commoncions
las ceremonias y burlas á las que populars de Vany 1325. — Lámi-
se sometían los novatos; es un cu- nas CXXXVLCXXXVII: Facsi-
rioso cuadro délas costumbres esco- mils de dues caries autógrafes de
lares en aquellos apartados tiempos. Jaume III.

Boletín de la Sociedad Castellana Butlletl del Centre Excursionista de


de Excursiones, Valladoüd, año iii, Catalunya, any xv. Octubre, 1905. -
número 3 8 . Diciembre, 1905: E . DO- A. DB EALGUBUA, Monastir de
MÍNGUEZ BAUIIUHTB, Visitas y pa- S. Pere de Roda. Descripción del
seos por Valladolid: la casalde Be- monasterio, con láminas; el traba-
rruguete; iglesia de SanBenito;pa- jo, que comienza en este número,
rroquia de Sa?i Miguel y San Jidián. es muy erudito.
Descripción, con grabados, de es-
tos monumentos.—A. D E NICOLÁS,
Portillo. Continúa la descripción España y América, Madrid, año iv,
del famoso castillo donde estuvo número 1. Enero, 1906: P . E. N A -
preso D. Alvaro de Luna.—A. SA- VARRO, Documentos indispensa-
LAS, iZeseraa de los documentos histó- bles para la verdadera historia de
ricos inéditos actualmente existen- Filipinas. Comienza este ehtudio
tes en los archivos eclesiástico y mu- dedicado principalmente á narrar
nicipal de la villa de Dueñas. Co- con nuevas fuentes la guerra SOSLC-
mienza el estudio por el archivo nida en Filipinas contra los ingle-
eclesiástico, distinto del parroquial; ses en 1762 por los españoles.
los documentos más antiguos son del
siglo X I V . — N . ALONSO A. CORTES,
Noticias deuna corte literaria. Con- La Ciudad de Dios, año xxv, volu-
timia este estudio, exponiendo da- men LXVIII, núm. 8: P . JBIIÓNIMO
tos biográficos y bibliográficos de MONTES, Estudios de antiguos escri-
escritores vallisoletanos ó que allí tores españoles sobre los agentes del
estudiaron. delito. Expone las ideas contenidas
en varios autores antiguos (Huar-
te, Cristóbal Méndez, Mayans, An-
Bolletí de la Socletat Arqueológi- drés Velázquez) acerca del tempe-
co Luliana, Palma. Mars, Abril, ramento y su acción fisiológica y
Maig, 1 9 0 5 : P. A . SANXO, Anticlis psíquica.—P. BONIFACIO DEL MO-
privileges et franqueses del regne; RAL, Catálago de escritores agusti-
regnat de Jaume III, 1330-1332.— nos, españoles, portugueses y ame-
Cartas autógrafes de Jaume III al ricanos. Comprende el Catálogo la
arxiu de la Corona de Aragón.— biografía del autor y la descripción
E. AGÜILÓ, Segon matrimoni de de sus obras; va en la letra L.
Jaume III áb Violant de Villaragut,
documents esponsalicis. — Testa-
ment de Jaume III ordenat á 7 Nuestro Tiempo, Madrid, año v,
d'agost de 1349 en poder de Beren- número 6 5 . 1 0 Diciembre 1 9 0 5 :
guer Gilabert, notari de Perpinyá. W . E. RBTANA, Viday escritos del
56 Cultura Espinóla.
doctor José Bizal. Coutiuúael autor grabados, de este descubrimiento,
exponiendo con gran detalle y co- efectuado en les mismos parages
pia de documentos la vida del fa- donde se halló el famoso busto de
moso agitador filipino. Elche, hoy en el Museo de Louvre.
J. B. ToRROKLLA, Nota sobre el des-
cubrimiento de los restos de un tem-
Razón y Fe, año v. Enero 1906: plo romano en Ampurias.
J. M. AiCAEDO, Lope de Vega sacer-
dote y poeta (continuación). Estu-
dia principalmente las obras do ca- Rivista Storlca Italiana, Octu-
rácter religioso del ilustre drama- bre-Noviembre-Diciembre, 1 9 0 5 :
turgo.
Peter von Aragón und die sicilia-
niscJic Vesper, por OTTO CARTELLIE-
Ei,Heidelberg, 1901, xii-262 páginas
Revista de Extremadura, año vii, (C. Capasso). El autor, profesor l i -
mim. 78. Diciembre, 1905: A . AZ- bre en l a Universidad d e Heidel-
NAR, La imprenta en Valencia de berg,expone l a política d e Aragón,
Alcántara. Describe .algunos nú- y en especial de Pedro I I I , en or-
meros de la Gaceta de Extremadu- den á los asuntos exteriores. Desdo
ra publicada en dicha ciudad en los Jaime I se tuvo en Aragón el pro-
años 1812 y siguientes. pósito d e la conquista d o Sicilia,
pues se víó claramente l a imposibi-
lidad do extender e l reino por e l
Revista de la Asociación Artístlco- Norte de la Península y la necesi-
Arqueológica Barcelonesa, Año i x , dad de intervenir en los asuntos de
núm. 4 6 , Octubre Noviembre Di- Europa; á este fin tendió el acertado
ciembre, 1905: M. RODRÍGUEZ BB:R- y político matrimonio d o Pedro I I I
LANGA, Malaca. I I I . Cartagineses y con Constanza, continuando así en
romanos. Erudito articulo, que tra- cierto modo l a política seguida con
ta de las colonias fenicias y carta- los normandos por Federico I y En-
ginesas en España, especialmente rique VI. Las condiciones genera- •
en Málaga y de sus restos arqueo- les de la época y l a tiranía de l o s !
lógicos.—F. CARRHJRAS Y CANDÍ, angcvinos, precipitaron los aconte-
Encunyacions monetaries al Urge- cimientos; las ciudades sicilianas,
llet y Cerdania. Articulo muy do- al sublevarse, s e constituyeron e u
cumentado, que estudia las mone- comunidades independientes; este
das acuñadas en estos países.—J. hecho demuestra la falsedad d e la
ííÁs,Notes históriques delBishat de leyenda que afirma l a existencia
Barcelone: Taula deis altars et ca- de una previa conspiración alenta-
pelles de la Seu de Barcelone. Des- da por los aragoneses, y da impor-
cripción detenida, ilustrada con tancia á l a figura d e Juan de Pró-
multitud do documentos relaciona- cida. Obligados los sicilianos á bus-
dos con ellos.—P. IBARRA RUIZ, El car apoyo en algún príncipe, s e d i -
cristianismo en Illici (Elche). Des- rigen al monarca aragonés, quien
cubrimiento de la planta de una aprovecha una ocasión tan propi-
iglesia cristiana. Descripción, con cia oomp inesperada para conEfQ-^^
Sección de Historia. 57
fruir el logro do sus ardientes aspi- 1635 y las tentativas de invasicu
raciones. El autor ha buscado con francesa en 1637; se utilizan docu
gran diligencia datos en los archi- montos de los Archivos del Estado
vos españoles y extranjeros; pocos y municipal de Gagliari.—Le gen-
son ¡os materiales encontrados; de drc de Louii XV, dom Philippe, in-
aqui que sus juicios se basen gene- fant d'Espagne et dzic de Parme,
ralmente sobre los libros publica- por CASiJiiRSTRviBNSKi.Paris, 1904,
dos referentes á este episodio de la iv-493 páginas.—DoTn. Phüippie de
historia aragonesa. — Cenni .storici Bourbon, infant des Espagnes, duc
sué privüegi e sulle prerogative de Parme, Plaisance et Guastalla
della cita e dei consiglieri di Ca- (1120-1765), et Louise Elisabeth de
gliari nel secólo XIV, por el profe- France, filie ainée de Louis XV,
sor G. P i c i N B L L i . Gagliari, 1903, pá- por HBXRY PAGB. París, 1904, x-87
gina 25 (E. Bottini). El profesor Pi- páginas (M. Schipa). Conformes am-
cinelli, presidente de la Comisión bas obras en sus afirmaciones fun-
municipal de historia patria de Ga- damentales acerca de este persona-
gliari, ha publicado en este folleto je histórico, es de más importancia
algunos documentos, especialmente la del primero quo la del segundo.
procedentes del archivo municipal, Stryienski ha examinado los archi-
y que se refieren á la organización vos de Francia é Italia, encontran-
del municipio en los comienzos de do multitud de nuevos datos; no
la dominación aragonesa. Según queda l a investigación agotada,
se desprende de ellos, encomia el pues respecto á España tan sólo
editor la benevolencia con que go- cita el Reinado de Carlos III, del
bernaron la isla l o s aragoneses, Sr. Danvila, sin haber practicado
más propia de aliados que de con- especial investigación en los archi-
quistadores. Es digna de alabanza vos españoles. Según estos nuevos
la obra del profesor Picinelli, al fa- estudios, se patentiza la poca talla
cilitar con su publicación el estu- política del infante, á quien se le
dio de tan interesantes materiales. caracteriza llamándolo el yerno de
La difesa e gli ordinamenti delta Luis XV, al paso que so agranda la
Sardegna durante il dominio spa- de su esposa, al ponerse de mani-
gnuolo e Vinvasionc francese del fiesto los esfuerzos que hizo en pro
1681 nelVisola, por VITO VIT AI-E. AS- de los Intereses de su exiguo Esta-
coli-Piceno, 1905, pág. 92 (E. Botti- do y el deseo de asegurar en sus
ni). El autor advierte que las notas descendientes su gobierno .—./oa-
dadas ala estampa deberían ser am- cliimMurat {1167-1815), por Jut-ES
pliadas y constituir un trabajo más CHAVANON et JEORGE SAINT-FRES.
completo, comprensivo del estudio París, 1905 (C. R.). Este libro fué pre-
de la vida civil de Cerdeña, bajo la miado por la Academia de Ciencias
dominación española; el folleto se Morales y Políticas de París con el
divide en cinco capítulos, que es- premio Bordin. Los autores, utili-
tudian las defensas de Gagliari, las zando los documentos de muchos
Ordenanzas militares de Cerdeña, archivos y los libros recientemente
la política militar y económica del publicados acerca de Murat, si-
Gobierno e s p a ñ o l desde 1624 al guen paso á paso su vida desde su,
58 Cultura Española.
nacimionto hasta su muerte; los dica un artículo del Dr. A. Habets
acontecimientos referentes á nues- (en flamenco), relativo al método
tra historia, en que intervino el fa- intuitivo en la enseñanza de la His-
moso duque de Berg, dan interés á toria y singularmente al uso y con-
este libro, denso de noticias y muy diciones de los cuadros murales.
ordenado, para los que se ocupan
en la Historia de España.
Revue de Synthése Historique, Pa-
rís. Oct. 1905: L. B A i U i A u - D l H l g O .
Arciilves Belges, Liége. Oct. 1905: Nos anquétes. L'enseigncment su-
H.LoNCHAY. Examina el libro de A. périeur de l'histoire. Conclusión.—
Salcedo Ruiz, El coronel Cristóbal U. B. Venseignement de l'histoire á
de Mondragón (Madrid, 1905), cu- l'écóleprimaire. Nos abstenemos de
yas interesantes novedades elogia. analizar ambos trabajos, que han
Apunta algunos errores del autor de ser comprendidos, con otros, en
acerca de la Bélgica y la Holanda un amplio estudio, que publicare-
contemporáneas.—A. DE LOE. Lla- mos en breve, acerca de las teorías
ma la atención sobre un largo estu- y discusiones recientes sobre meto-
dio de A. Kutot (266 páginas), publi- dología de la Historia.—F. SKNN.
cado en Afínales de la Fédération Les origines de l'ancienne Frunce,
Archéologique et Historique de Bél- d'aprcs M. Flach. Con motivo de la
gique, XVIIo Ses. T. I., 1901, relati- aparición del tercer tomo de la
vo á la Prehistoria en la Europa obra de M. Flach, Les origines de
central. Es un completo y excelente Vancienne France, X' et Xh siécles
resumen (con 172 grabados) d e l es- (París, 1904), F. S. expone las prin-
tado actual de los conocimientos en cipales conclusiones á que ha lle-
punto á aquellas edades, hasta la gado en su investigación aquel es-
aparición del neolítico.—Nov. H. critor. El primer efecto que produ-
NBLIS. Analiza el libro del profesor ce la lectura de la obra citada, es el
de la Universidad de Groninga,Th. de presentar desde un punto de
Bussemaker, en que éste da cuenta vista completamente nuevo el ori-
de sus investigaciones en los archi- gen y desarrollo del feudalismo,
vos de España y Portugal en busca Aunque las investigaciones de Flach
de documentos diplomáticos refe- se contraen á la historia de Fran-
rentes á la época de la dominación cia, tienen especial interés para los
española en los Países Bajos. El re- españoles, por referirse algunas ve-
sultado no ha sido muy abundante. ces al feudalismo francés pirenai-
El libro está e s c r i t o en holandés — co, que tanto influyó en la forma-
J.L. Previene contraías malas con- ción de los antiguos Estados de
diciones de método que hacen casi Aragón, Cataluña y Navarra; apar-
inútil un estudio sobre la famosa te del general que siempre tienen
Furia española do Amberes (De los estudios encaminados á diluci-
Spaansche Furie), que está publi- dar cuestiones que atañen á un ré-
cándose eu la Aniwerpsh Archie- gimen tan generalizado ó influyen-
venblad uitgegeven op last van het te eu toda Europa. Lejos de entre-
Gemeentébestuur.—h. GOFFIN. In- garse á retóricas declamaciones,
Sección de Historia. S9
análogas á las tan en boga en nues- tablecidos en el territorio; éstos
tros centros de enseñanza acerca abusaban; el débil debía buscar
de si existió el feudalismo en Es- otro protector contra sus exaccio-
paña con sus caracteres fundamen- nes y demasías, y lo encontró en el
tales, el profesor francés ha estu- gran propietario, romano ó franco,
diado personalmente un cúmulo in- cuyo patronato lo sustraía á la ac
menso de documentos contemporá- ción del funcionario real. Así na-
neos, manuscritos é impresos, cró- cieron la recomendación y el mi-
nicas j cartularios, y ha emprendi- tium. La iglesia por sus inmunida-
do por vez primera el estudio de las des; los grandes propietarios, los
vidas de santos, relaciones de mi- potentes por las suyas, debidas á su
lagros y leyendas populares de los propia fuerza, quedaban asegura-
siglos X, XI y xri, á fln de conocer dos también de este peligro. Estu-
allí multitud de detalles de la vida diando las cartas de inmunidad de
privada, escapados á la atención de la época carolingia, se observa el
los historiadores antiguos. Expon- fenómeno, á primera vista extraño,
gamos sus principales afirmaciones. de que, según manifiestan los tex-
El feudalismo no ha sido una crea- tos, aparecen concedidas con ma-
ción arbitraria y artificial: procedo yor satisfacción por el poder real,
de la necesidad de protección, ge- cuanta mayor es la importancia de
neralmente sentida allí donde el la persona á quien se concede, ó de
Estado, por su desorganización, la propiedad inmunizada. No acusa
obliga á agruparse á las personas este hecho, en esta época, á lo me-
que individualmente sienten esta nos, debilidad por parte del poder
necesidad, llegando asi á constituir real; antes bien, forman parte estas
grupo social. La gens romana, la concesiones de un plan político per-
clientela de los Galos, la familia fectamente racional, cual era el
germánica, son etapas sucesivas en asegurar la fidelidad de estos gran-
el desenvolvimiento social: el feu- des señores, á fin do que ellos obli-
dalismo, por el contrario, se forma garan á los demás al cumplimiento
entre las ruinas de una civilización de sus obligaciones, descargando al
que se disgrega: la idea de protec- rey do cuidados y simplificando su
ción es la que anima á todas las administración, al par que se lo-
instituciones que lo originan, los graba una más útil explotación del
patrocina romanos, la recomenda- territorio. Las relaciones del poder
iion, el mitium, la inmunidad lai- real con los inmunes fueron poco á
ca, la inmunidad eclesiástica, el poco aflojándose; paralelamente, la
vasallaje, el beneficio. Cuando el desorganización cundía, y fronte
reino franco se estableció on las á esta situación, iba brotando el
Galias, fué grandísimo el número grupo feudal: tal es el asunto del
de las personas que pidieron pro- segundo volumen titulado La diso-
tección á los reyes. A fin de asegu- lución de la sociedad; allí so estu-
rar este lazo, se equiparó á los pe- dia de qué modo la autoridad real
ticionarios con las viudas, los huér- va perdiendo lentamente uno de
fanos, las iglesias, y se les reco- los atributos ó funciones más pre-
mendó á los funcionarios reales es- cisas en época ruda: la Justicia-
60 Cultura Española.
Poco poco, huyendo siempre de liéndoee siempre de referencias di-
los abusos, va transformándose de rectas álos documentos contempo-
territorial (sumisión al dueño del ráneos, el modo de fuccionar la
territorio) en personal (juicio de los institución monárquica, rodeado el
paros, de los fieles), y se rompe y monarca de ios altos dignatarios
pulveriza la noción de Justicia ge- de su corte, de sus compañeros y
neral: lo mismo que con la justicia, agentes; falta, para terminar por
ocurro con la defensa del territorio, completo la obra, el tomo cuar-
la policía,los intereses comunes. En to, dedicado á prefentar el naci-
esta situación, surgen naturalmen- miento de los grandes feudos fran-
te los derechos señoriales: por la ceses, que más adelante habían de
fuerza ó la sorpresa, primero; ol constituir la Francia.—E. I.
hábito, después; la convención, en
fin. El último libro de este volumen
se ocupa de La reconstitución de la Revue des Pyrenées, Tolosa. Oc-
sociedad: muestra en él Flach los tubre-Noviembre-Dicíembre, 1905:
elementos de vida que surgen de la J . CALVKT, Saint Vincent de Paul
sociedad desfallecida, y que al pa- reformataiLr. Excelente estudio de
sar á los tiempos sucesivos van mo- la vida del santo y del medio histó-
delando las nuevas instituciones; rico en qiie vivió.El autorve enSau
así aparecen las comunidades rura- Vicenta, no sólo el apóstol de la li-
les en derredor de un castillo, una mosna y de la caridad, recogiendo
iglesia, un convento fortificado. Es- niños abandonados y cuidando en-
tos centros de defensa son necesa- fermos, sino un hombre genial, que
rios en épocas de luchas civiles ó sintió de cerca y vio con claridad
incursiones de piratas normandos ó los malea de su tiempo y encontró
sarracenos; otras veces, los centros los medios prácticos de ponerles re
son de nueva creación, ó bien an- medio. La monarquía, orgullosa de
tiguas villas romanas y galas refor- su fuerza, y la aristocracia de su
madas. Utilizando hábilmente los nacimiento, habían uncido á su ca-
documentos contemporáneos, Flaeh rro á la Iglesia, haciéndola servir
nos presenta el cuadro animado y de ornamento en la corte y en la
vivo del nacimiento de los nuevos alta sociedad; el sentimiento cris-
centros de vida; tras de esto, expo- tiano tendía á convertiric en pri-
ne la intervención de los señores y vilegio de una minoría intelectual
el influjo de la Caballería. El ter- ó social; los predicadores se aleja-
cer volumen, último publicado, se ban del pueblo, transformando la
titula El renacimiento del Estado, evangelización en género literario.
y en él se estudia el papel que en San Vicente vio el peligro de que
este renacer corresponde á la Mo- la religión se separase del pueblo
narquía y á la Iglesia. Menuda- y, sin alarmar á nadie, por virtud
mente va examinando los atribu- de una acción tenaz y constante
tos y caracteres del monarca des- sobre el clero francés, que casi todo
de el punto de vista étnico, po- pasó por sus manos, contribuyó á
lítico y religioso y las limitaciones que la Iglesia, firme en sus debe-
impuestas á EU poder; presenta, va- res, no a b a n d o n a r a su misión.
Sección de Historia. 61
J. Ciibret estima gascón á San Vi- : El articulista, junto á los elogios
cente, y ve en su vida reflejarse los tributados á la obra, excita al edi-
caracteres de los naturales de la tor, M. Privat, á que publique otro
Gascuña. Sabido es que algunos tomo en que se estudie con más de-
españoles (véase el libro del señor • talles la pintiira y la escultura del
Hernández Fajarnos acerca de este • Languedoc. La importancia de esta
asunto) lo tienen por aragonés.— ¡ historia del Languedoc es grande
BAUÓ.S' DESAZARS, <L'histo¿re gra- \ para cuantos cultivan la de los Es-
phique» de M. Roschach pour Vedi- tados pirenaicos españoles. — Con-
tion Privat de ^Uhistoire du Lan- greso prehistórico de Périgueux.
guedoc*. Lleva famalaffisíoíVe du Ha tenido lugar recientemente con
Languedoc, publicada á principios gran éxito, organizado por la «So- ;
del siglo x v í n por los benedictinos
ciedad prehistórica de Francia»; ha >
Dom Devic y Dom Vaisette, de ser
habido más de trescientas adhesio-
la mejor historia del Sur de Fran-
nes, cerca de doscientos asistentes,
cia. A pesar de su indiscutible mé-
y han enviado delegados Inglate-
rito, como acontece con toda obra
rra, Dinamarca, Suecia, Rusia y
histórica, las nuevas investigacio-
Portugal. Las cuevas de Dordoña,
nes la han tornado anticuada, y fué
con sus pinturas é inscripciones
preciso que en la primera mitad del
siglo pagado se hiciera nueva edi- murales y el famoso museo prehif-
ción. No satisfizo ésta, descuidada tórico de Périgueux, han sido muy
é incompleta, las necesidades sen- visitados y estudiados. El próximo
tidas modernamente, y una terce- Congreso se verificará en 1906 en
ra se comenzó en 1866 y se termina Yannes (Bretaña).
ahora. En ella han colaborado diez
y ocho eruditos; consta de diez y
seis tomos y se han ampliado las Revue Polltique et Parlementaire,
noticias y datos de la edición pri- re, París. lODiciembre 1905: E. Ro-
mera hasta el punto de que lo? do- CHETiN, Les institutions de Prévo-
cumentos ó piezas justificativas, yance et d'Assurances sociales en
1.429 en la primera, son 3.897 en la Espagne. El autor expone abun-
última. M. Roschach ha escrito dos dantes datos estadísticos y algunas
tomos, el XIV y el XV, para conti- noticias históricas acerca de las
nuar la historia que los primitivos Sociedades de socorros mutuos, los
autores dejaron en la muerte de Sindicatos obreros, las Cajas de
Luis XIII. Además, el último tomo ahorros y las Sociedades de segu-
comprende un álbum gráfico; para ros. Algunos errores en la inter-
ello ha utilizado los trabajos de las pretación de las fuentes legales
dos ediciones anteriores, aumen- (nótese, v. gr., el párrafo primero
tándolos también en gran manera; del artículo), en la apreciación del
termina ésle con diez cartas geo- carácter de ciertas Asociaciones y
gráficas ordenadas por M. Molinier. en la transcripción de palabras cas
tellanas.
NOTICinS

El profesor M. Lejeal explicará este año, en su cátedra del Colegio d«


Francia, un curso sobre Sahagún, historiador de Méjico, y otro sobre El
Perú antiguo.
— La Biblioteca Nacional de París acaba de hacer dos adquisiciones
importantísimas: una de ellas es el primer libro que salió de la imprenta
del Monasterio de Valldemosa, en Mallorca, titulada Tractatus de regu-
lis; el segundo es una colección de poesías y prosas del catalán Francesch
Prats, en el cual admiran los eruditos la forma única de las letras ma-
yúsculas.
— Las investigaciones hechas por el conservador de la Armería Real
(Madrid), Sr. Florit y Arizcun, le han permitido poner en claro el uso de
unas piezas de armadura allí existentes y cuyo uso se desconocía. Han
resultado ser de un perro lebrel (quizá de Carlos I) para la caza del ja-
balí y del ciervo. Es ejemplar único en las colecciones.
— La Universidad de Cambridge tiene en preparación los volúmenes IX
y X de su serie The Cambridge Modern History. El IX, dedicado á la
época de Napoleón I, lleva un capítulo de 65 páginas relativo á la guerra
de la Independencia española. El X, uno sobre la Historia de España des-
de 1814 á 1815, y otro sobre los nuevos métodos de estudio del Derecho
y la Historia en ese período.
— Está en prensa el tomo III y último de la Historia de España y de la
civilización española, escrita por el Sr. Altamira.
— El Congreso internacional de historiadores que había de celebrarse
en Berlín en el otoño próximo, se ha trasladado al mes do Septiembre
de 1908. De organizar la Sección do historia jurídica y económica han
sido encargados los profesores Otto Gierke y SchmoUer, cuya autoridad
en aquellas materias os bien conocida.
— Treinta entusiastas de los estudios arqueológicos han constituido eu
Italia una Sociedad Arqueológica Italiana, de la quo será órgano oficial
una Rioista Arqueológica Italiana, que aparecerá pronto; entre ellos se
cuentan nombres tan prestigiosos como Belech, Brizio, Comparelti, Do
Ruggiero, De Sanetis, Lancianl, Mariani, Marucchi, Orsi, Schiaparelli y
Yenturi.
La cuota anual páralos adheridos á la Sociedad es 20liras. Las adhe-
siones al Dott. Roberto Paribeni, Via del Cald'erai, 22, Roma.
— M. Emilio Cartailhac, conocidísimo por sus libros de Prehistoria Ibé-
rica y Francesa, ha comunicado á la Academie des Sciences, Inscriptions
Sección de Historia. 63
et Selles-Lettres de Tolosa (Francia), un capitulo del libro que tiene en
preparación, titulado Cerdeña prehistórica.
En los Museos de Cag-liari, Sassari y Roma y en la Biblioteca Nacio-
nal de Paris, hay más de oclienta estatuas votivas de bronce proceden-
tes de Cerdeña; en todas se advierte un especial estilo: representan aldea-
nos, sacerdotes, soldados y dioses, y aunque de grosera factura, se pue-
den ver perfectamente detalles del traje y armamento; hay también
algunas lámparas en forma de barcos, muy curiosas, y algunas, pocas,
figuras de animales.
Se habla supuesto que estos bronces fueron fabricados por los Sardos
mercenarios de Cartago, quienes, al regresar á su país, trabajaban refle-
jando e! influjo cartaginés. M. Cartailhac les atribuye mayor antigüe-
dad, pues supone que pertenecen á la segunda edad del bronce, no al
siglo v antes de J. C. y cree vislumbrar semejanzas entre estos restos del
arte sardo y los de Creta, Grecia y Asia Menor del siglo xv antes de
J. C . - E . I.

Libros recientes:

La legislación gótico-hispana (Leges antiquiores. Libar judiciorum).


Estudio crítico por R. Ureña. Madrid, 19Ü5.
Fin de la nación catalana, por S. Sanpere y Miquel. Barcelona, 1905,
VII-693 páginas.
La tierra catalana.—Catalanes ilustres, por varios autores. Barcelo-
na, 1905.
Orígenes, formas y vicisitudes de la propiedad colectiva en la provin-
cia de Salamanca, por R. González Cobos. Salamanca, 1905.
El culto de María Inmaculada en la ciudad de Burgos. Monografía
documentada, por el P. C. María Abad. Madrid, 1905.
Conferencias acerca de la Administración militar en campaña, por
A. Blázquez. Madrid, 1905, 285 páginas. (Los dos primeros capítulos son
de carácter histórico.)
Historia Nacional. Negros y caballos, por C. A. Romero. Tercera edi-
ción. Lima, 1905, vii-36 p.'igiuas.
Colección de documentos para el estudio de la Historia de Aragón.
Tomo II: Forum Turolii. Transcripción y estudio preliminar de F. Aznar
Navarro. Zaragoza, 1905, XLVI-300 páginas.
Ármales de la Société JeanJacques Rousseau. Tome premier, 1905.
Genéve. Publica algunos trabajos inéditos de Rousseau, y, entre ellos (pá-
gina 213), la Introducción á una Cronología universal, en la que el autor
del Emilio expresa sus ideas acerca de la utilidad y el carácter de la His-
toria.
Troubles en Elandres et dans les Pays Bas au XVI^ siécle, par Van
Vaoruewlck. París, 1905.
64 Cultura Española.

Mudes critiques sur la vie de Colomb avant ses découvertes, por H. Vig-
naud. París, 1905, xvi-550 páginas.
L'Espagne chrétienne, por H. Lecl6rcq. París, 1905, xxxvii-396 pági-
nas. Pertenece este tomo á la Bibliothéque dliistoire éclesiostique: su au-
tor es benedictino. Expone la predicación del cristianismo eu Es laña y
las vicisitudes de la Iglesia hasta el fln de la dominación visigótica. Se-
gún dice la Rivista Storica Italiana, es una exposición rica en detalles,
completa, nueva en algunos particulares y escrita de un modo claro y
atractivo.
La participation collectivt des femmes a la Revolution frangaise, por
A. Lasserre. París, 1905.
Anales de la Universidad de Oviedo. Tomo III, 1903-905. Con cuatro
fototipias. Oviedo, 1905, viii-313 páginas. (Contiene diversos trabajos
de historia del Derecho y uno sobre la cátedra de Derecho comparado
del profesor alemán Kohler, en que se exponen y discuten las relaciones
entre aquel estudio y el de la historia jurídica.)
D. Pedro López de Miranda, obispo de Coria y Calahorra. Estudio
histórico'por C. Groizard y Coronado. Cáceres, 1905,164 páginas.
F l L O L O Q l n Y LITERnTüRfl

La literatura española en 1 9 0 5 .

Los dioses se van. Esto es lo primero que h a de notar quien


dé hoy una ojeada al estado en que se hallan las letras en
España. H a y quien dice que los dioses no eran más que se-
midioses. No es difícil afirmarlo, porque de afirmaciones así
están llenas la historia del Arte y la de la Ciencia; pero el
probarlo de modo que lleve el convencimiento al ánimo de
la mayoría es y a algo que no peca de fácil. Dejemos, pues,
las cosas como están y sigamos calificando de dioses á los
que asi h a considerado hasta ahora la opinión. Los dioses
se v a n , y eon ellos parecen llevarse el secreto de lo que en-
tretenía y enamoraba á sus adoradores. Los que hoy recla-
man un puesto en los altares de la admiración pública suelen
t r a e r otros códigos de belleza bastante distintos de los que
a y e r regían, y la muchedumbre de los que aplauden y p a g a n ,
se entusiasman ó critican acerbamente, se llama á engaño
unas veces, paladea otras con la mayor atención el nuevo
néctar que se le sirve y lo proclama el mejor, el más á la
moda, el insustituible, el único que merece el nombre de néc-
tar. Ello es, de todos modos, que esos últimos están en mino-
ría y que se necesitan muchos años, y principalmente muchos
libros, p a r a lograr que el gusto cambie radicalmente y lo nue-
vo mate á lo viejo, aventando sus cenizas, como desean al-
gunos.
Estamos en una época de transición, según una p a r t e de
los que escriben; de decadencia, á juzgar por lo que afirman
.CULTURA
6g Filólonia Y Literatura.

buen número de los que no ven el porvenir de color de rosa;


pero estén en lo cierto los primeros ó los segundos, que esto
los hechos son los que h a n de decidirlo, ocurre el fenómeno
innegable de que v a n desapareciendo las g r a n d e s personali-
dades y t a r d a n y a demasiado en a p a r e c e r ó en adquirir todo
su desarrollo las que h a n de sustituirlas. ¿Hay falta de vitali-
dad en éstas? ¿Hay sobra de indiferencia y de cansancio en
el público? ¿Hay desdeñoso aislamiento en unos y en otros,
porque el que produce se encastilla en alturas inasequibles y
el que lee se halla hundido en abismos de los cuales no puede
ó no quiere salir? Sea por u n a ú otra causa, la corriente que
da vida esplendorosa á las letras p a r e c e irse interrumpiendo
ó se sostiene con cierta dificultad.
Defecto es éste que no se nota sólo en España, sino en to-
das p a r t e s . Hoy es un país el que se queja y m a ñ a n a otro.
Aquí se habla de la crisis del libro en general; allá de la de
la novela ó del teatro E l descontento, la falta de éxito y
de esperanza p a r e c e n estar en el aire que respiramos. Se ago-
t a n los hombres y con ellos también los géneros p a r a h a l l a r
modo de entretener, de a g r a d a r á ese monstruo de mil cabe-
zas que se llama el público. A y e r pedía que le h a b l a r a n en
versos románticos; luego en prosa n a t u r a l i s t a , condenando á
muerte, en su nombre, á la poesía; después sólo el teatro pa-
recía digno del escritor (y la v e r d a d es que se aviene pei'fec-
t a m e n t e con nuestro c a r á c t e r y con n u e s t r a vida); finalmente,
la lírica p a r e c e e m p e ñ a d a en resucitar, como obedeciendo á
u n a consigna que se h a generalizado, y con ella resucitan
también todos los romanticismos, todos los idealismos, envuel-
tos en flotantes velos, nunca t a n vaporosos como a h o r a , sin
duda por esa ley de acciones y reacciones sin la cual dijéra-
se que no puede vivir la humanidad: t a l es el cariño que le
tiene.
De todas esas crisis participamos poco ó mucho nosotros;
pero la m a y o r , la más honda y p e r m a n e n t e , la que es causa
de todas, es en E s p a ñ a la crisis del libro, mejor dicho, la de
la lectura, que lleva en sí la de la ilustración y del gusto.
Nuestro público no lee todo lo que debiera, porque no se le
educa p a r a ello, tanto ó más que por deficiencias n a t i v a s . L a
La literatura española en 1903. 67

indiferencia liaeia el libro se transmite aquí de generación en


generación. No es aquél una necesidad p a r a nosotros, como
lo es p a r a las gentes de otros países, sino más bien una mo-
lestia ó el capricho de un momento. Pensamos diariamente en
el periódico político, no en lo que encierran en sus páginas
esos volúmenes que sólo pai-ecen haber sido escritos p a r a unos
pocos , que son siempre los mismos, montón anónimo digno
de respeto, en el que confian los que aquí se a t r e v e n á escri-
bir algo más que articulillos ligeros de actualidad. En esas con-
diciones, ¿cómo se conserva nuestra literatura? Lo extraño
es que exista. Pero no; en peores medios que éste se h a n es-
crito grandes obras, y es de suponer que seguirán escribién-
dose. El entusiasmo, el patriotismo, la necesidad de exterio-
rizar su pensamiento, que sienten siempre el hombre de cien-
cia ó el artista, suplen todas las deficiencias.

« *

L a novela y el teatro son, sin duda, los géneros que mejor


se conservan entre nosotros. Sostiénense más ó menos pujan-
tes en la literatura castellana y en la catalana, las de mayor
importancia de España. En una y otra se nota, sin embargo,
la tendencia de que los novelistas deseen convertirse en dra-
maturgos. Por un lado, la época de las grandes novelas pare-
ce ir pasando ya; por otro, el público español es el público de
los oradores y de los cómicos, de los que le dan la belleza en
un momento, rápida é intensa, sin exigirle mayor esfuerzo
que el de escuchar un breve rato, cómodamente sentado y no
en la soledad del estudio, sino en común, en sociedad. Nues-
tro temperamento meridional se aviene perfectamente con
que tanto el saber como lo bello entren sin grandes molestias
en nosotros por el oído. Además, la labor teatral, cuando v a
acompañada del éxito, suele ser remuneradora, y esto es siem-
pre un cebo en todas partes. Pero aún nos quedan quienes es-
criben novelas y hacen de ello profesión.
No existe y a aquella especie de noble emulación con que
68 Filología y Literatura.

sostenían el interés del público Galdós, Valera, P e r e d a , Ar-


mando Palacio, Emilia P a r d o Bazán. Sólo el primero y la
última quedan en pie y luchando, más ó menos transforma-
dos, pero sin rendirse. A sus nombres se h a ido añadiendo al-
gún otro, como los de Blasco Ibáñez y Baroja, aquél no sin
contradictores, éste no sin tener que pelear a ú n p a r a abrirse
paso entre todos y apoyado con entusiasmo por la gente joven,
que también preconiza los méritos de algunos más y logra
que sean reconocidos y ensalzados. De todas suertes, la lucha
no p a r e c e interesar y a á la masa del público tanto como an-
tes. E n Cataluña puede decirse que esa b a n d e r a la sostiene
hoy principalmente una mujer de talento y cultura, Víctor
Cátala, junto á la cual figuran autores de cuentos t a n nota-
bles como Santiago Rusiñol, que también es de los que h a n
sido absorbidos por el t e a t r o . En el fondo de la novela espa-
ñola de hoy queda aún un sedimento de realismo que tiende á
perderse bajo la influencia de la reacción idealista. Ora se
t r a b a j a por modificar la forma, ora el espíritu de la obra, que
es lo que ocurre también en los demás géneros.
E l teatro h u y e de lo anticuado p a r a l a n z a r s e en brazos de
lo moderno. Ya estamos m u y lejos de los entusiasmos por
E c h e g a r a y . Ya h a s t a al simple espectador le p a r e c e p a p e l de
talco lo que antes le pareció oro purísimo. Triunfan hoy ten-
dencias ibsenianas; un realismo discreto y casero, al que se
mezcla, á veces, algún problema de difícil solución, ó a t r e v i -
dos vuelos al país de los sueños, que g u s t a n mucho m á s á la
gente del oficio que'á los que v a n al teatro sin m á s deseo que
el de comprender fácilmente y sentir la vida tal cual es. Los
nombres de Galdós, de B e n a v e n t e , de los Quintero y otros,
están en todos los labios, como los de Guimerá, de Santiago
Rusiñol y, últimamente, de Iglesias, que h a n llevado al teatro
castellano lo que de m á s nuevo é importante ofrecía el c a t a -
lán, y , con todo ello, su mejor i n t é r p r e t e : el actor Borras, lo
que no deja de constituir un hecho digno de atención en la
historia literaria de estos últimos tiempos. Como Galdós t r a t a
de fundir la novela y el t e a t r o , otros i n t e n t a n llevar á éste á
un terreno en que la atmósfera es t a n sutil que ni propia del
teatro p a r e c e y a . Seguimos en esto, como en otras cosas, l a .
La literatura española en 1905. 69

corriente que nos viene de fuera, y seguiremos su suerte, ele-


vándonos ó hundiéndonos con ella. De lo propio, de lo genuina-
mente nuestro, en todas esas direcciones que emprendemos ó
adoptamos, no suele quedarnos mucho más que el fondo de vida
reflejado ó el lenguaje típico del pueblo. Poco m á s ó menos
v a ocurriendo lo mismo en todas p a r t e s , donde las obras más
aplaudidas p a r e c e n c o r t a d a s p o r u n p a t r ó n universal que n u n c a
se nota tanto como al traducirlas y llevarlas de un país á otro.
E s el sello de la época, superior á los demás, aunque de él no
siempre nos demos cuenta.

* *

Quizá donde más se nota nuestra pobreza a c t u a l es en la


Poesía. Desaparecidos Campoamor y Núñez de A r c e , en la
castellana, y J a c i n t o Verdaguer, en la c a t a l a n a , h a ocurrido
aquí un fenómeno parecido al que se ofreció en la l i t e r a t u r a
inglesa á la m u e r t e de Tennyson. Tendiéronse los ojos en torno
buscando la figura v i v a que había de sustituir á la que aca-
b a b a de perderse, y la sustitución no fué posible ni lo h a sido
aún. Los cantores son legión; pero el nombre único que sea
como cifra y compendio de todos, eso es lo que falta. Ni Cam-
poamor, ni Núñez de A r c e , ni Verdaguer, h a n dejado here-
deros de su fama, y a que no tratemos aquí de a q u i l a t a r su talen-
to. Caído el cetro de sus manos, son innumerables los que h a n
de p r e t e n d e r disputárselo: quien h a de alcanzarlo no puede ase-
g u r a r s e aún. E n t r e t a n t o , hemos de contentarnos con persona-
lidades m á s modestas, y no precisamente porque esa virtud sea
la más ca,racterística de los poetas y de otros muchos que
no lo son. Rueda, Medina y algunos jóvenes de alientos, de los
que la m a y o r p a r t e figuran en la falanje modernista, son los
que principalmente sostienen la lírica castellana, impregnán-
dola de color local ó infundiéndole vaguedades y libertades de
forma, u n a s veces admisibles y otras no. Algo parecido ocu-
r r e en Cataluña, donde se nota la predicación clasicista del
inspirado y viril Costa y Llobera, a l lado de decadentismos
que se v a n infiltrando en las producciones de los poetas de últi-
70 Filología y Literatura.

ma hora. En pocos géneros se observa tanto como en éste l i i


influencia del modernismo francés, que penetró muy pronto en
la América española y en Cataluña y h a sentado también sus
reales en Madrid. Existe, no sólo en un Rubén Uario ó en un
Maragall (el segundo de los cuales fué bastante distinto de
ahora en sus comienzos), sino que metaforsea hasta á poetas
tan españoles como Medina. F a l t a saber qué quedará de todo
ello, si una transformación definitiva de la lírica ó u n a ten-
dencia más de las que pasan á la historia literaria como ca-
pricho de moda pasajera, que es sustituida por otra inspira-
da en dirección completamente opuesta. Por de pronto, debie-
r a n advertir los excesivamente entusiastas que dista de ser
bello una buena p a r t e de lo que se produce aquí, en F r a n c i a
y en otros países, conforme á los nuevos códigos, y que, aun
en esa anarquía estética que se v a implantando, se adivina
quién posee más buen gusto, más inspiración, á despecho de
desmedidos aplausos ó de diatribas de conjunto.

*
* *

También del campo de la crítica h a n ido desapareciendo


varias de las principales figuras, sin hallar fácil sustitución.
Queda aún, y quiera Dios que p a r a mucho tiempo, la mayor
de todas, la de Menéndez Pelayo; pero los trabajos de erudi-
ción no le dejan v a g a r , ni gusto p a r a la crítica de obras mo-
dernas, el examen de la actualidad literaria en periódicos y
revistas. Pudiera h a b e r hecho un g r a n bien en este sentido,
dirigiendo, encauzando la opinión: se h a contentado (y h a y
que envidiarle) con ilustrarla en otro que demanda labor más
tranquila y más sólida. Siguen sus huellas, muy de cerca, va-
rios eruditos, cuyas obras llaman la atención en el extranjero
tanto ó más que aquí, y al renacimiento de ese género de es-
tudios se mezclan no pocos escritores de todos los países más
civilizados, dándonos un brillante conjunto de inteligencias
preocupadas por el deseo de aquilatar méritos y compulsar
datos relativos á las literaturas escritas en las lenguas caste-
llana, portuguesa, c a t a l a n a y aun alguna otra, que no por
La literatura española en 1905. 71

menos conocida, debe sernos indiferente. El hecho de que en


P a r í s se publique u n a notabilísima Bevue Hispanique, que
cuenta y a algunos años de existencia, es, por sí solo, de la
mayor importancia p a r a demostrar el vuelo que este género de
trabajos h a tomado. Pero si en el terreno de la erudición h a y
mucho que a d m i r a r , en el de la crítica de autores contempo-
ráneos distamos de hallarnos á igual altura. F a l t a n un Valera,
un Clarín, un Federico Balart, un José I x a r t , y aunque en pe-
riódicos y revistas se notan y a otras firmas cuyos artículos se
leen con gusto, no se h a formado a ú n en torno de sus autores
la aureola que p a r e c e u n a g a r a n t í a de acierto, y , cuando me-
nos, i n i u y e hondamente en la opinión. Mucho de lo que se es-
cribe sen simplemente opiniones personales, hijas de una ncr-
viosidao excesiva y vacilante, elogios de amigo, m á s ó menos
interesados é insinceros, ó furibundos a t a q u e s de temperamen-
tos atrabiliarios, que sienten mucho mejor el odio personal que
la r e p o s a i a é imparcial admiración de la belleza ó el deseo de
corregir, 3on más ó menos suavidad en la forma, con firmeza
de criterio en el fondo. L a pluma del crítico está en manos de
todos, que es como no estarlo en las de nadie, pues el sentido
que juzga j pesa el valor y a l c a n c e de las obras h a sido siem-
p r e , y todo'ndica que continuará siendo, el menos común de
los sentidos. Afortunadamente no faltan, repetimos, e n t r e los
escritores jóvenes, ó cuya reputación se está formando, algu-
nos que h a n cemostrado poseerlo y que en la p r e n s a mantie-
nen v i v a s las aficiones literarias, g r a c i a s á u n a labor cons-
t a n t e en que m n c a la recompensa se halla en proporción con
el esfuerzo. Á «sos modestos luchadores de la cultura, como á
los otros que di'nnden el gusto por la erudición y el estudio de
lo antiguo, e n v a m o s desde aquí nuestro saludo, porque de
unos y de otros la de recibir inspiraciones y consejos, juicios
y datos, esta SEGIÓN, que a s p i r a á n u t r i r s e con el trabajo de
todos y á extenda- sus límites lo m á s posible p a r a que en ellos
quepan el que vi\3 á nuestro lado, lo propio que el que de le-
jos contribuye á li glorificación de los idiomas y l i t e r a t u r a s
que nos son caros p r afectos de i'aza, por comunidad de cua-
lidades y de aspira-jones.
R. D. PERES.
Los romances tradicionales en América.

H a s t a ahora no se conocía ningún romance tradicional de


la América española. Es más, se podía n e g a r la existencia del
género en vista de ciertas declaraciones expresas, co:no la
de D. José María V e r g a r a , quien en su Historia de la litera-
tura en Nueva Granada (Bogotá, 1867), hablando de los ro-
mances nuevos que componen los.llaneros (1) de San Martín
y de Casanare, dice: «indudablemente tomaron la fcrma de
metro y la idea de los romances españoles; pero desecharon
luego todos los originales, y compusieron romances suyos p a r a
celebrar sus propias proezas».
• Agustín de Azara, en su Descripción del Paragvay y Rio
de la Plata (Madrid, 1847, I, pág. .309), hablando (?e los can-
tos de los campesinos españoles y no españoles di esos paí-
ses, tampoco conoce ningún romance: «en cada pulpería h a y
una guitarra, y el que la toca bebe á costa agena c a n t a n ya-
rahís ó tristes, que son cantares inventados en el Perú, los
más monótonos y siempre tristes, tratando de iníratitudes de
amor y de gentes que lloran desdichas por los dísiertos».
Adolfo Valderrama, en su Bosquejo de la ooesia chilena
(Santiago, 1866, pág. 148), hablando del roman;e popular lla-
mado allí corrido, dice que es «un pequeño ciento ó poema
del género descriptivo, en que se reñeren las h a z a ñ a s de un
roto (2) ó se pintan las novedades del pueblo». Y no multipli-
quemos los ejemplos: cuantos hablan de la poesía popular
americana nos desahucian expresa ó tácitímente de hallar
n a d a tradicional que provenga de los primeos colonizadores
de aquellas tierras.

(1) El llanero es el habitante de los grandes llanos «1 interior de la Eepú-


blica venezolana.
(2) El roto chileno es el hombre del pueblo.
Los romances tradicionales en América. 73

Y, sin embargo, esos primeros colonizadores salieron de


España á fines del siglo x v y principios del x v i , en la época
precisa en que el r o m a n c e estaba más en boga entre todas las
clases sociales de la Península. Todos los r e c o r d a b a n y tenían
muy presentes en la memoria.
Navegando H e r n á n Cortés, en 1519, la costa de Méjico,
p a r a ir á San J u a n de Ulúa, los que y a conocían la t i e r r a iban
mostrándole la Rambla, las m u y altas sierras n e v a d a s , el río
de Albarado donde entró Pedro de Albarado, el río de Bande-
r a s donde se r e s c a t a r o n los 16.000 prisioneros, la isla de Sa-
crificios, donde hallaron los a l t a r e s y los indios sacrificados
cuando lo de Grijalva; y así se entretenían, h a s t a que a r r i b a -
ron á San J u a n . Á alguien le p a r e c í a n impertinentes a q u e -
llos recuerdos pasados, y t a n p e r d e r el tiempo como r e c i t a r el
r o m a n c e de Calaínos. «Acuerdóme—dice Bernal Díaz del Cas-
tillo (1)—que llegó un caballero que se decía Alonso H e r n á n -
dez P u e r t o c a r r e r o , y dijo á Cortés: P a r é c e m e , señor, que os
h a n venido diciendo estos caballeros que h a n venido otras dos
veces á esta t i e r r a :
Cata Francia, Montesinos,
cata París la ciudad,
cata las aguas del Duero
do van á dar á la mar;

yo digo que miréis las t i e r r a s ricas, y sábeos bien g o b e r n a r .


Luego Cortés bien entendió á qué fin fueron aquellas p a l a b r a s
dichas y respondió:
Dénos Dios ventura en armas
como al paladín Roldan,

que en lo demás, teniendo á v u e s t r a m e r c e d y á otros caba-


lleros por señores, bien me sabré entender».
Este diálogo, sostenido en alusiones á versos de r o m a n c e s
viejos, nos p r u e b a cuan presente estaba el Romancero en la
memoria de Cortés y de los que le a c o m p a ñ a b a n .
O t r a vez, mirando H e r n á n Cortés desde T a c u b a la ciudad

(1) Conquista de Nueva España, Biblioteca de Autores Españoles, tomg


XXVI, pág. 31,
74 Filóloga y Literatura.

de Méjico, de donde habia salido huyendo, «suspiró con una


g r a n tristeza, muy mayor que la que antes tenía, por los hom-
bres que le m a t a r o n antes que en el alto subiese ; acuer-
dóme (dice también Bernal Díaz) (1) que entonces le dijo un
soldado que se decía el bachiller Alonso Pérez, que después
de g a n a d a la Nueva España fué fiscal y vecino en Méjico: se-
ñor capitán, no esté vuestra merced tan triste, que en las
guerras estas cosas suelen acaecer, y no se dirá por vuestra
merced:
Mira Ñero de Tarpeya
á Roma, como se ardía »

Y. continúa el cronista: «dejemos estas pláticas y roman-


ces, que no estábamos en tiempo dellos, y digamos como se
tomó p a r e c e r entre nuestros capitanes».
Estos ejemplos valen por millares. Seguramente en la me-
moria de cada capitán, de cada soldado, de cada negociante,
iba algo del entonces popularísimo romancero español, que
como recuerdo de la infancia reverdecería á menudo p a r a
endulzar el sentimiento de soledad de la patria, p a r a distraer
el aburrimiento de los inacabables viajes ó el temor de las
aventuras con que brindaba el desconocido mundo que pisa-
ban. Después, cuando el romance perdió terreno en España
y se refugió entre la gente ileti'ada, la continua emigración
de ésta á América tuvo que seguir propagando la tradición
allá; estos otros, los humildes aventureros de la colonización,
que no tienen cronistas de Indias que en ellos se ocupen, tam-
bién nos dejan á veces recuerdo histórico de su-persona anó-
nima y de los romances que llevaban en su memoria: asi ve-
remos que un emigrante de los escondidos valles de la Mon-
t a ñ a Asturo-leonesa fué quien llevó á las estribaciones del
gigantesco Aconcagua el romance del Galán y la Calavera,
que aquí publicaré con el número 15.

(1) Conquista de Ntieva España, Biblioteca de Autores Españoles, tomo


XXVI, pág. 171.
Los romances tradicionales en América. 75

Abrigando la confianza de que esta semilla literaria de la


colonización no podía h a b e r quedado infecunda, me propuse
descubrir las muestras modernas del romance tradicional
a m e r i c a n o , con ocasión de un viaje por algunas Repúblicas
del Sur de América.
Comenzando mis averiguaciones en el Ecuador, n a d a logré
hallar que me animase en el propósito que perseguía; v e r d a d
es que no pude por mi mismo ponerme en contacto con la t r a -
dición é interrogar á las gentes del pueblo. Pero al leer los
Cantares del pueblo ecuatoriano, compilados en 1892 por J u a n
León Mera, bien puede asegurarse que el pueblo que c a n t a
t a n g r a n número de coplas líricas (muchas comunes con las
de la Península), debe r e c o r d a r también buen número de ro-
m a n c e s n a r r a t i v o s ; todo es que a p a r e z c a otro Mera, colector
de la poesía n a r r a t i v a popular, que emule con el ilustre colec-
tor de los c a n t a r e s líricos.

L a misma falta de indagación directa hizo escaso mi r e -


sultado en el P e r ú . No obstante, t u v e la fortuna de que el
D r . Mariano H . Cornejo me proporcionase esta curiosa ver-
sión en el instante que le interesé en mi deseo, p r u e b a de que
a p a r e c e r í a n otras en abundancia, á ser buscadas: ;

I. —Las señas del marido.


(Versión de Lima.)

—«Catalina, lindo nombro, »lleva un peine aragonés,


•rico pelo aragonés, »y eu el puño de la espada
>mañana me voy á España »carga las armas del rey.»
»qué encargáis ó qué queréis.» —«Catalina, lindo nombre,
— «Ay caballero de mi almal •rico pelo aragonés,
»un encarguito le haré: • por las señas que me das,
»BÍ lo viese á mi marido »tu marido muerto es:
»dos mil abrazos le dé.» •en la plaza de los turcos
«—Dime las señas que tiene,, •muerto por un genovés.
»que lo pueda conocer.» •También me hizo un encarguito
—«El es un gallardo joven, »que me case con usted,
»en el hablar muy cortés; »y que cuide la familia
»en la copa del sombrero ] »como éi lo solia hacer.»
76 Filología y Literatura.
— «Ay caballero de mi alma, »y reconozcau su fe;
»por ahí no me engaña usted! >tres hijas mujeres tengo
»Si seis años le he aguardado, >que al convento que entrare
>otros seis le aguardaré; >con ellas me entraré.»
»y si acaso no viniere
»de monja me entraré. Aquí se acaban los versos
»Tre3 fijos varones tengo, de una famosa mujer
»al rey se los enviaré, hablando con su marido
»que acrecenten sus vasallos sin poderlo conocer.

Este romance limeño es versión moderna del romance vie-


jo publicado por F . J . W O L F Y C . HOFMANN en la Primavera
de Romances, Berlín, 1856, 11, página 88.
En lugar de sus cuatro versos finales, el marido, que en-
cubierto sostiene este diálogo con su mujer p a r a probar su
fidelidad, debe a c a b a r por descubrirse; así en el romance
viejo:
«No os metáis monja, señora,
»pues que hacello no podéis,
»que vuestro marido amado
»delante de vos lo tenéis,»

y en u n a versión moderna de Alcuéscar, recogida por don


Rafael García-Plata, incansable ilustrador del folklore ex-
tremeño:
«Filomena, los tus hijos
»muy los guarde San Miguel,
»que yo soy el tu marido
»y tu mi cara mujer;
»aquí tienes tu bordado
>que á la guerra me llevé.»

E n lugar de este reconocimiento, el romance limeño pone


los cuatro versos finales, que se bailan también en otras cinco
versiones americanas que conozco. En cuanto al olvido de los
versos de reconocimiento de marido y mujer, diré que es muy
corriente en las versiones peninsulares que tengo.
Lo v e r d a d e r a m e n t e notable de la versión limeña, que se
haUará también en otra chilena que luego publicaré, es el
ofrecer bien conservados algunos de estos versos con que, eu
Loa romances tradicionales en América, 77

el r o m a n c e viejo, el marido quiere despertar los celos de su


mujer:
«Por esas señas, señora, »caballeros con arnés,
»tu marido muerto es, »sobre todo lo lloraba
»en Valencia le mataron »la hija del ginovés;
>en casa de un ginovés; »todos dicen A una voz
»sobre el juego de las tablas »que su enamorada es;
>lo matara un milanés. »si habéis de tomar amores
•Muchas damas lo lloraban, »por otro á mi no dejéis.

Claro es que á la versión limeña el verso en la plaza de los


turcos está estropeado, debiendo leerse en el juego de los tru-
cos; compárese la versión chilena.
Estos versos se h a n olvidado por completo en las versio-
nes peninsulares, qite se contentan con decir:

«Por esas señas, señora,


•su marido muerto es,
»y en el testamento manda
•que me case con usted.»

y preciso es reconocer que la tradición a m e r i c a n a se m u e s t r a


aqui mucho m á s a r r a i g a d a y estimable que la peninsular, ha-
ciendo m u y lamentable que no se conozcan más versiones reco-
gidas en elPerú, que enriquecerían notablemente el romancero
con la tradición del centro de cultura más importante de toda la
A m é r i c a Meridional en tiempo del coloniaje. ¡Ojalá los erudi-
tos peruanos se preocupen de la poesía popular de su país, que
tanto interés ha de e n c e r r a r desde éste y desde otros muchos
puntos de vista!

Continuando mi viaje h a c i a el Sur, la gradapión del ha-


llazgo de romances tuvo un aumento extraordinario; en Chile
encontré u n a a b u n d a n c i a de romances comparable á la de
cualquier región de E s p a ñ a . Podrá atribuirse esto al hecho de
que Chile hubo de recibir siempre más refuerzos de soldados
españoles p a r a domeñar á los a r a u c a n o s que los demás países
vecinos, y se halla en posesión de u n a r a z a uniforme; m i e n t r a s
que en la población del Ecuador y del P e r ú se calcula un 50
7S Fitología y Literatura, i

por 100 de elemento indio, que hablando aún el quichua ú


otra lengua americana, viene á quedar aislado de la tradición
española, contribuyendo á debilitarla. Pero esta considera-
ción no es aplicable á las regiones de la costa de estos dos
paises, donde el elemento europeo predomina, y los romances
que se hallan también en Bolivia, donde el elemento indíge-
na es asimismo considerable, prueban que la tradición vive
también en las Repúblicas bilingües de la América. P o r esto
creo que la abundancia de versiones que Chile ofrece, más
que del mayor arraigo que el romance tenga en su pueblo,
depende de que h a y , en su clase ilustrada, chilenos que se in-
teresan por la literatura tradicional de su país.
En primer lugar citaré el catedrático y publicista D. Julio
Vicuña Cifuentes que, enterado de mi propósito de publicar
un romancero tradicional, se ofreció á colaborar activamen-
te en mi empresa, y á mi llegada á Santiago me mostró un
manojo de cuartillas con romances recogidos por él. D a d a la
escasez de resultados obtenidos hasta entonces, confieso que
dudé si realmente serían romances tradicionales, ó más bien
vulgares sin verdadero arraigo en la tradición popular; pero
el primero que leí desvaneció mis dudas, pues era el popula-
rísimo de Delgadina: este romance que, en mis viajes por Es-
p a ñ a , y a recojo de mala g a n a por lo mucho que abunda, me
produjo en América la satisfacción de un hallazgo. A él se-
guían otros diez romances de indudable tradición oral.
E l Sr. Vicuña Cifuentes no se engañaba en su elección;
conoce y posee las principales publicaciones hechas sobre li-
t e r a t u r a popular en Brasil, Portugal, España y otras naciones
europeas, y sabe apreciar bien el valor de la poesía del pue-
blo chileno, comparándola con la de los países hermanos; así
sus notas rne sirven siempre de muy útil guía en el estudio de
las versiones por él recogidas. Como es además tan entusias-
ta como erudito, no ha dejado de la mano el asunto, tenién-
dolo presente en sus excursiones á las cercanías de Santiago,
en sus viajes por otros puntos de Chile, en sus c a r t a s á los
amigos ausentes, y, en fin, repartiendo instrucciones entre sus
alumnos p a r a interesarlos y adiestrarlos en la recolección de
romances antes que se dispersen por las provincias chile-
Los romances tradicionales en América. 79
ñ a s fl); cuando recoge u n a versión estropeada, p r o c u r a obte-
n e r otras que la corrijan, persiguiendo e s m e r a d a y p e r s e v e -
r a n t e m e n t e u n a v a r i a n t e , u n a lección mejor, sin r e t o c a r n a d a
p o r su c u e n t a n i á su c a p r i c h o , sino con l a fidelidad del que ;
r e a l i z a un trabajo científico. \
G r a c i a s al trabajo del Sr. Vicuña Cifuentes, la t r a d i c i ó n
a m e r i c a n a empieza á ser conocida con a l g u n a amplitud, y lo
s e r á con profundidad, a l menos en u n a de sus regiones d e l a s
más interesantes.
Copiaré aqui algunas de las versiones r e c o g i d a s por el se-
ñor Vicuña, que me h a cedido g e n e r o s a m e n t e p a r a mi futuro
r o m a n c e r o ; y p r e s c i n d i r é en g e n e r a l d e las v a r i a n t e s recogi-
das por el Sr. V i c u ñ a Cifuentes, que m e j o r a r í a n m u c h a s veces
el t e x t o . Será la p r i m e r a versión, la y a publicada de L i m a : ^

2.—Las señas del marido.

ÍEeoitadora: María del Socorro Ortiz; veinticuíitro años; lo aprendió


en Santiago de Chile.)

—«Catalina, Catalina »y en el hablar muy cortés;


»lindo cuerpo y lindo pié, »en la punta de la espada
>yo me embarco para Francia »lleva las armas del Rey.»
»¿qué mandar a tu querer?> (2) — «Por las señas que me da,
—«A usté que va para Francia »su marido muerto es,
»un encargo le liaré: »en el juego do los dados
»que si viese a mi marido »le mató un genovés;
>mil encomiendas le dé.» »pero un encargo señora
—«Las señas de su marido »me dijo, y se lo diré:
•démelas antes usté.» (3) »que le cuide sus hijitos
—«El es blanco, pelo rubio »y me case con usté.»

(1) Instrucciones para recoger de la tradición oral romances populares. San-


tiago de Chile, imprenta E. Blanchard-Chessi, 1905, 43 páginas. Interesante,
tanto por las instrucciones como por los comienzos de romance que publica.
El último, quo empieza:
«Una limosnita
pa la pobre ciega»,
es desconocido; lo ha recogido ya completo el Sr. Vicuña, pero en una sola
versión, y serían necesarias otras para juzgar bien de su tono.
(2) Otra versión dice: «¿Qué mandáis á quien queréis?»
(3) Este verso y el anterior los tomo de otra versión de Illapel; hago esta
interpolación en la imposibilidad de dar aquí todas las versiones por ex-
tenuó.
80 FHolotiia r Literatura.

—«Quita, quita, caballero; >doB hijas mujeres tengo,


«caballero descortés. >con ellas me entraré.
»Diez años lo he de esperar «Dos hijos varones tengo,
>como una honrada mujer; »al Rey se los mandaré,
»si á los diez años no vuelve, «para que tomen las armas
>al monasterio me iré; >y defiendan por la fe.»

Se observará la semejanza de esta versión con la limeña;


como ésta, termina otra chilena:

Aquí se acaba el corrido


de esta honrada mujer
que hablando con su marido,
no lo puede conocer.

Corrido ó corrió es el nombre popular del romance en Chi-


le, nombre que también se usa en España, como dice D . Agus-
tín Duran en su Romancero, tomo I, pág. 177: «en Andalucía,
con el nombre de corrió ó corrido ó carrerilla llama la gente
del campo á los romances que conserva por tradición».
D a d a la brevedad de este articulo no apuntaré más va-
riantes de este romance, á pesar de haber m u y pocas publi-
cadas en España. Sólo n o t a r é que en una procedente de Cu-
ricó se localiza en Chile la supuesta muerte del marido:

en una mesa vedada {esto es: de juego),


quedó muerto en Chiloé,
y me dejó encomendado
que me case con usté.

Publicaré en segundo lugar una versión del romance de La


Adúltera, asonantado en í, del cual hasta ahora no se h a pu-
blicado ninguna versión en castellano, aunque si traduccio-
nes populares catalanas y portuguesas, y una traducción ale-
m a n a del portugués en E . GEIBEL und A. F . VON SCHACK. RO-
manzero der Spanier und Portugiesen, Stuttgart, 1860, pá-
gina 352.
Los romances tradicionales en América.' 81

3.—La Adúltera (asonante i).


(Eooitttdora: GregoriaCollaflo, de cincuenta y cinco años; lo aprendió on lUapel, provin-
cia do Coqxiimbo; resido en MatanoiUa, departamento do lüapol.)

— «Válgame la Virgen pura, —«No temas k mis criados,


>valgame el santo San Gil! »que ya los eché á dormir;
>¿que caballerito es éste »no temas a la justicia,
»que las puertas me hace abrir? »que no porta (1) por aquí;
—«Tu esclavo soj-, gran señora, »y menos á mi marido,
>el que te suelo servir; >que está muy lejos de aquí.»
»si no me abres la puerta, —«No le temo a tus criados,
»aqul me varas morir.» » e l l o 3 me temen á mi;
Tomó el candil on la mano »uo le temo á la justicia,
y con persona gentil, porque nunca la temí;
ella que le abre la puerta » menos temo a t\i marido
y él que le apaga el candil. »que a tu lado lo tenis.» (2J
Y lo toma de la mano, —«Infeliz, infeliz yo,
lo lleva para el jardín, »y la hora en quo nací!
lo lava de pies y manos «hablando con mi marido
con agua de toronjil; «ni en la habla lo conocí.»
y lo vuelvo á tomar — «Mañana por la mañana
lo lleva para dormir. »te cortaré de vestir:
Le dice en la media noche: »tu cuerpo soiá la grana,
—«¡Tú no te arrimas ú mi! »y mi espada el carmesí.
í quo tienes tu amor en Francia »Llamatás á padre y madre,
»6 te han dicho algo do mí.» >quo te vengan á sentir;
—«No tongo mi amor en Francia «llamarás á tus hermanos,
»ni me han dicho mal de ti, »que me vayan á seguir;
»tengo un dolor eu el alma »yo mo voy á entrar de fraile
«que no mo deja dormir.» »al convento 'e San Aiistin.»

Las versiones c a t a l a n a s que publica Milá, llenas de caste-


llanismos, llaman a l marido vengador Bon Francisco, y las
versiones portuguesas le llaman Bernal Francés. En dos ver-
siones burgalesas inéditas hallo así el comienzo:
— «Válgame Nuestra Señora, —«-EÍ Francés soy yo, señorBj
• también el santo San Gil! »que la solía servir,
»¿quien es ese caballero «de noche para la cama
»que á mi puerta dice: ¡abrid!» «de día para el jardín.» i

(1) Porta y jiortarse, neutro y reflexivo, so usa eu Chile en el sentido de


."Venir, dejarse ver>, siempre en frases negativas: «Juan no porta ó no se por-
t a por aquí». {Nota del Sr. Vicuña.)
(2) El pueblo de Chile dice comis, podís, por coméis, podéis, como cantís por
cantéis.
CULTURA 6
^•2 Filología y Literatura.

E n otra versión chilena de Santiago se dice también: «Se-


ñ o r a soy el Francés, quien te solía servir», y la a d ú l t e r a le
dice: «¿qué tiene señor Francés, qué tiene triste de mi?» Y
otra de Curicó: «Yo soy J u a n José, de F r a n c i a , quien te solia
servir». Oreo, en v i s t a de esta coincidencia, que el n o m b r e que
tenia el marido v e n g a d o r en la versión p r i m i t i v a e r a el que
conserva el r o m a n c e portugués: Bernal Francés, que es perso-
naje histórico, pues del 18 de Mayo 1492 hallo u n a donación
h e c h a en G r a n a d a por los r e y e s Católicos á favor de Bernal
Francés y sus herederos, de la cantidad de t i e r r a en que p u e -
d a n p a s t a r 4.000 cabezas de g a n a d o ovejuno, en la dehesa de
Tovilas, término de la villa de Setenil; la donación está h e c h a
por los servicios que Bernal Francés prestó «en la g u e r r a de los
moros» (1). No sabemos qué fundamento histórico t e n d r á el ro-
m a n c e p a r a atribuir á este Bernal Francés la v e n g a n z a con-
y u g a l que cuenta. U n a en todo semejante se halla en u n a can-
ción italiana de la bella M a r g a r i t a , y su comienzo r e c u e r d a
mucho el de nuestros r o m a n c e s (2).
— «Chi bussa alia mía porta?
• Chi bussa al mío portón? >
—«Son 11 Capitán dell' onde,
»8on il vostro servltor...»

O t r a canción francesa, t a m b i é n del marido v e n g a d o r , em-


pieza:
—«J'entends quelqu'un ii ma porte,
»qui m'empéche de dormir.»
—«C'est votre amant, 6 ma belle,
»qui vous empéche de dormir...» (3).
Estos comienzos son a ú n m á s semejantes á la versión b r a -
sileña de nuestro r o m a n c e :
— «Quem bate na minha porta,
»quem bate, quem está ahi?»
—«E dom Bernaldo Francez,
»a sua porta mande abrir,..»

(1) Biblioteca Eeal, manuscritos 2-H-2: Colección de privilegios, tomo II


folio 54.
(2) EEINUOLD KOHDEH: Kleinere Schriften, Berlín, 1900, tomo III, pág. 220.
(3) O. DE PÜYMAIGRE: Chants popiUaires recueillis dans le Pays Messin, nú-
mero 27, segunda edición, tomo I, pág. 127.
Los romances tradicionales en Améríóa. 83

Si la venganza de Bernal Francés fuese histórica, ¿el ro-


m a n c e castellano h a b r í a inspirado el francés y el italiano, ó
se le aplicarla al Bernal Francés que vivió en el siglo x v un
romance anterior independiente?
No h a b r í a que dudar, según el criterio de Constantino Ni-
g r a (Canil, pop. del Piemonte, 1888, p á g . XXVill): «le poche
romanzo spagnuole che si trovano piü o meno completa-
m e n t e riprodotte nella poesía popolare c e l t o - r o m a n z a non
sonó d'origine spagnuola; esse furono introdotte nella S p a g n a
dai finitimi paesi celto-romanzi»; pero y a Egidio Gorra pro-
testó c o n t r a este criterio t a n c e r r a d o como a r b i t r a r i o .

4.—La adúltera (asonante ó).

(Recitadora: Gregoria Collado, de cincuenta y cinco años; lo aprendió on Ulapel; resido


eu Matancilla, aldehuela del departamento de Illapel).

—«Ah, que niña tan bonita »De quién es ese caballo


»que le quita el lustre al sol! »que relincha en mi galpón?» (1).
»Ah, quien durmiera con ella —«Suyo es, mi don Alberto,
»una noche y otras dos!» »mi padre se lo dejó.»
—«Dormirá usté, buen mancebo, —«Y de quién son estas armas
»sin cuidado ni pención; (sic) »qne están en mi mostrador?»
•que mi marido anda fuera —«Suyas son, mi don Alberto,
»por esos campos de Dios. »mi hermano se las dejó.»
«Dios quiera que por donde anda —«Y de quién son esos pasos
ílo maten sin compasión: »que van para este rincón?»
ícntonces, sin sobresalto, —«Máteme, pues, don Alberto,
>no8 gozaremos los dos.» »que le he formado traición.»
Micaela que esto dijo, La tomó de los cabellos,
don Alberto que llegó; para el patio la sacó;
la criada que tenia le dio siete puñaladas
de todo cuenta le dio. y de la menor murió.
—«Qué tiene, señora mia, Para dentro se entró,
»que me habla con distración?» con don Carlos se encontró,
—«Qué lie de tener, don Alberto? y batieron las espadas
»La llave se me perdió.» no se véida (2) compasión.
—«Si la llave era de plata, Don Carlos murió á la una
»de oro se la vuelvo yo. y don Alberto á las dos.

(1) Galpón, barraca, cobertizo.


(2) Es el imperfecto de ver.
84 Filología y Literatura.

Al otro día en la misa, en la iglesia major,


¡qué bonita procasión!, qué lindos los tres entierros
qué repique de campanas de tres amantes que son!

Es u n a v a r i a n t e del antiguo publicado por F . Wolf en la


Primavera, I I , p á g . 53, y por Menéndez Pelayo, Antología, X ,
p á g . 88. L a generalidad de las versiones peninsulares a c a b a n
con la muerte de la adúltera; pero también en versiones ca-
t a l a n a s se halla el duelo del marido y el a m a n t e , como en to-
das las chilenas que h a recogido el Br. Vicuña Cifuentes. Es
propio sólo de la versión que publicó el desdichado final de
los seis últimos versos.

5.—Blanca Flor y Filomena.


(Heoitadora: Elvira Fernández, do veinticinco años; lo aprendió en Atoltura,
departamento de niapol.)

Estaba la linda, estaba •la cuii£,ré como vuestra.»


entre la paz y la guerra, —«Toma, muchacha, esa llave,
con sus dos hijas queridas •saca el vestido de seda.»
Blanca Flor y Filomena. El caballero ' e Turqiiía
Un caballero ' e Turquía mala traición le formó:
se enamora de una de ellas: en la mitad del camino
se casó con Blanca Flor á unos riscos la arrimó,
y pena por Filomena. hizo lo que quiso de ella (1),
Para gozar de su intento y la leijgua le cortó.
se mudó á tierras ajenas. Con su sangre Filomena
Nueve meses no cumplidos un papelito escribió;
volvió á su querida suegra. iba uu pastor pasando
—«Buenos dias, mi señora.» con mil señas lo llamó:
—«Muy buenos, yerno, los tenga. —«Toma, pastor, esta carta,
»¿Y cómo está Blanca Flor? •llévasela á Blanca Flor (2),
—«Mi señora, nada buena; »quo prendan á su marido
»' ta con ganas de parir •por alrevido y traidor.»
»y ya se muere de pena, Blanca Flor, lo que lo supo,
•también le manda pedir con el susto malparió.
•Blanca Flor á Filomena.» Y el caballero ' e Turquía
—«¿Cómo quiere so la empreste, á un peñasco se arrimó,
•cuando es muchacha doncella?» y se hizo mil pedazos
—«Entregúemela, señora, y el diablo se lo llevó.

(1) Este verso y el anterior los tomo de otra versión do Doñihuo, departa-
mento de Eancagua.
(2) Este verso y los tres anteriores los tomo de una versión de Tichuquéñ.
Los romances tradicionales en América. 8S

Este romance que, como es sabido, es una derivación de l a


fábula clásica deProgne y Filomena, transforma de varios mo-
dos el nombre del rey Tereo: las versiones asturianas le Ha-
bían el rey Tereno, las andaluzas Tarquino, las catalanas Don
larquin, las castellanas el Turquin ó el Turquillo y las chile-
nas caballero de Turquía ó Don Bernardino. Lo particular de
todas las versiones chilenas recogidas hasta ahora por el se-
ñor Vicuña Cifuentes y que no he hallado en ninguna penin-
sular, es que el romance cambia de asonante en su mitad,
terminando en-ó la narración que empezó en-ea; en este final
refundido se suprime la feroz venganza de Blanca Flor, que
siguiendo la fábula clásica, cuentan las versiones no refun-
didas:
Blanca Flor, desque lo supo, —«¿Qué me diste Blanca Flor
con ol dolor malpariera; »que tan dulce me supiera?»
y el hijo que malparió —«Sangre fué de tus entrañas,
lo guisó en una cazuela, »gUsto de tu carne mesma.
para dar al rey Turquillo «Pero mejor te sabrían
á la noche cuando venga. >besos do mi Filomena».

6.—Lucas Barroso.
(Recitador: Juan Carrasco, do cincnenta y sioto años, natural de Santiago.)

Allá va Lucas Barroso,


vaquero de Alejandría;
ya la vaca va cansada
de correr cuestas arriba.
Y no se acuerda de más el recitador.
Menos aún sabe de él Remigio Ampuero, de haberlo oído
en Rancagua; sin embargo, recuerda que este corrido e r a m á s
largo:
Allá va Lucas Barroso
vaquero del alma mia,
corre, corre para abajo,
corre, corre para arriba.
Corramos todos,
que vienen los godos (1).

(1) Godos llaman en América á, los españoles. ¿Se aplicó este romance á
cualquier incideute de la independencia de Chile?
86 Filología y Literatura.

Lástima no a p a r e z c a n más versos de este romance, que


también está incompleto en las dos versiones peninsulares
únicas que de él se h a n publicado.

7.—Muerte del señor don Gato.

(Eeoitadora: Evarista Escobedo, de cincuenta años; aprendido en Santiago.)

Estaba el señor don Gato A deshora de la noche


sentadito en su tejado, está don Gato muy malo,
y le llegaron las nuevas queriendo hacer testamento
que habla de ser casado. de lo mucho que ha robado:
Llegó la señora Gata, una vara 'e longaniza
con vestido muy planchado, una cuarta 'e charqui (1) asado.,
con mediecitas de seda, Y los ratones, de gusto,
y zapatos rebajados. se visten de colorado,
El Gato, por darle un beso, diciendo: [gracias á Dios,
se cayó tejado abajo; que murió este condenado,
se rompió media cabeza que nos hacia correr
y se descompuso un brazo. con el rabito parado.

L a versión andaluza publicada por la F e r n á n Caballero en


su novela Cosa cumplida, a c a b a así:

los ratones de alegría


se visten de colorado;
las gatas se ponen luto,
los gatos capotes largos
y los gatitos chiquitos
dicen miau, miau, miau.

Otra versión e x t r e m e ñ a publicada por D . Daniel Berjano:

Ya le llevan á enterrar
por la plaza del mercado;
al olor de las sardinas
el gato ha resucitado;
por eso dice la gente:
siete vidas tiene un gato.

(1) Voz de origen quichua que significa «tasajo», «cecina,».


Los romances tradicionales en América, i 87

8.—El Conde Alarcos.

(Eeoitadora: Carmon Olivaros, de cuarenta niios; lo aprendió en Atoloura,


aldea del departamento de Illapel, donde reside;)

Retirada está la Infanta, , De allí se sale el buen rey


que no está como solía, sin ninguna compañía.
porque el Rey no la casaba De otra parte viene el Conde,
ni tal cuidado tenía. y á un caballero decía:
Atinó á llamar al Rey, —«En un tiempo, quise yo
como otras veces solía; >á una deidad peregrina,
vino el Rey á su llamado, «y si yo antes la quise
á ver pa qu6 lo quería, «hoy mucho más la quedría,
—«¿Qué tienes, hija, le dice, »que en mí se cumple el refrán:
»qué tiene la vida mía? tquieii bien quiere tarde olvida*.
»Dame cuenta de tu enojo, Se encontraron con el Rey,
»no tengas melancolía, y con mucha cortesía
»que en sabiendo yo la causa se dieron acatamiento,
«todo se remediaria». como ellos lo merecían:
—«Menester será, señor, —«Convidarte quiero. Conde,
«remedio del alma mía. »pa mañana en aquel dia,
»A vos quedé encomendada «que allá tomarás manjares
»de la madre que tenía. «con los que en palacio había».
>Y déme estado, señor, —«Allá me tendrás mañana,
«porque mi edad lo pedía», «aunque estaba de partida,
—«De lo que dices. Infanta, «que la Condesa me espera
«tuya es la culpa y no mia: «segiin su carta me avisa».
«no admitiste por esposo Llegó al palacio del Rey
«al Príncipe de la Hungría; con toda su comitiva;
«que entre los de mis reinados se asentaron á la mesa,
«otro de mi igual no había: y cuando la gente se iba:
«tan sólo el Conde de Arco, —«Una nueva te doy, Conde,
>é hijos y mujer tenía», «de que tú no la sabías:
Y retornando y volviendo, «que le ofreciste á la Infanta
con enojo le decía: «lo que ella no te pedía,
—«Hija, dame tu consejo, «que tú ibas á ser su esposo
«que el mío no bastaria, «y ella tu mujer seria;
»y ya murió vuestra madre «y que se quede engañada,
«á quien consejo pedía». «en ella no convendría.
—«Yo te lo daré, buen rey, «Luego mata á tu mujer,
«del pequeño que tenía: «por la honra de mi hija».
«mate el Conde á la Condesa —«De matar á mi mujer
>y que nadie lo sabría; «eso si que yo no haria!»
«de esta suerte, mi buen rey —«Si no la matas, buen Conde,
»mi honra se restauraría». «te coatará á ti la vida,
88 Filología y Literatura.
»que por palabra de Rey »porque ella se lo diría,
>inuchos sin culpa raorlan>. >y ahora me manda te mate
—«Yo la mataré, buen Rey; »por la honra de sii hija».
»ma3 no será intención mía; —«No me mate, mi buen Conde,
• allá te acomodarás »á mi patria tüc remita,
>con Dios en la otra vida». »que mi padreñto es viejo
Ahi sale llorando el Conde, »y mi madre fallecida».
llorando, sin alegría; —«Que morir tienes. Condesa,
y también lloraba el Conde »antes que llegue otro día».
por tres hijos que tenia, —«No me mato, mi buen Conde,
uno que tiene de pecho ȇ mi patria me remita,
que la Condesa lo cría, »que cuidaré de sus hijos
que no quería mamar »mejor que la que vendría».
de tres amas que tenía, —«Que morir tienes Condesa
sólo mama de la madre • antes quo llegue otro día».
porque ya la conocía. Y del cuello la tomó,
El Conde viene llegando, que prevenido tenia.
y ella á esperarlo salla; —«Pásame mi hijito. Conde,
pero él no podía hablar »yo te lo agradecería,
con la pena que traía, »pa quo mame de su madre
y el dolor del corazón »por última vez, pedía».
que dol alma le salla. —«Déjalo dormir. Condesa,
Le pregunta la Condesa: »que ya ol sueño le vendría».
—«¿Qué trae la vida mía?» La mató por la mañana,
--«Si te lo diré, Condesa, y se corrió al otro día
»cuando la hora sería». que la Condesa había muerto
—«Dígamelo luego. Conde, por un mal que ella tenía.
»antes que llegue otro día». Pero los dejó citados (1)
—«En un tiempo quise yo para antes do treinta días
ȇ una deidad peregrina, ante el Tribunal Supremo
»súpolo su padre el Rey que allá se acomodarían.

Es ésta u n a versión semi popular, d e r i v a d a del texto del


r o m a n c e que hoy se imprime en pliego suelto, copiado del a n -
tiguo que publicó F . Wolf, en la Primavera, I I , p á g . 111, y
Menéndez Pelayo, Antología, I X .
Wolf cita el romance del conde Alarcos e n t r e los juglares-
cos más acabados y hermosos. Lope, Guillen de Castro, Mira
de Mescua, Montalbán llevaron su asunto al teatro, y en Por-
tugal, en Italia, en Alemania se i'cprodujo sobre l a escena el

(1) La copia de esta versión dice Pero lo dejó citado. Me permito hacer plu-
ral los y citados porque en la pronunciación chilena la s final se aspira ó des-
aparece ¿ menudo.
Los romances tradidonaíes en América. 89

extraño y patético conflicto dramático. Cuando en 1802 Fe-


derico Schlegel quería con su Alarcos mostrar al d r a m a ale-
m á n nuevos derroteros románticos, el público del teatro de
Weimar comenzó á oirlo no sólo con indilerencia, sino con
risas; hasta que Goethe, que según cuenta un corresponsal
de la Neue allgemeine deutsche Bibliotlielc, de Berlín, estaba
en las butacas, levantándose en pié y volviéndose iracundo á
los espectadores impuso silencio gritando; «¡No h a y que reír-
se!» Quizá hiciera falta también su autoridad p a r a bastantes
lectores del romancero, que no sabrán tolerar en las versio-
nes populares las rudezas de forma, las faltas y olvidos d e
sus recitadores, ni ver á través de esa exterioridad chocante
el fondo altamente poético que suelen encerrar.
La versión chilena del conde de Alarcos es notable por lo
ñel al texto antiguo, mucho m á s que las catalanas y la astu-
riana hasta ahora conocidas.

9.—La Magdalena.

(Eecitadora: Emilia Zúñiga, do treinta y cinco años; lo aprendió en los Ando»,


provincia do Aconcagua; resido en Santiago.)

¡Quién tuviera tal ventura «si á Jesús de Nazaret


sobre las aguas del mar, «por aquí has visto pasar».
como tuvo Magdalena, —«Por aquí pasó, señora,
cuando á Cristo fué á buscar! »(los gallos querían cantar)
Lo buscó de villa en villa »con una cruz en los hombros
y de villar en villar; »que lo hacía arrodillar,
á Valeriano le dice: «y una soga á la garganta
—<A vos te podré rogar: »que lo hacía tropezar;
»una verdad te pregunto, »corona de espinas lleva,
«que no sea falsedad: »todo ensangrentado va».

Es uno de esos romances religiosos tan del gusto del si-


glo XVI y XVII que tomaban el comienzo de un romance pro-
fano famoso, viniese ó no viniese á cuento. Este de la Magda-
lena toma sus dos primeros versos del del conde Arnaldos:
¡Qiiién hubiese tal ventura
sobre las aguas del mar,
como la hubo el Conde Arnaldos
la mañana de San Juan!...
90 Filología y Literatura.

Por no h a b e r publicada ninguna versión peninsular de este


«Conde Arnaldos á lo divino», d a r é aquí una que tengo de
Sepülveda (provincia de Segovia) que difiere bastante de la
chilena, pero que a c l a r a alguno de sus versos:

¡Quién tuviese tal fortuna »que le llaman Solazar,


tal fortuna y tal bondad, «allí arrodilló Cristo,
como Magdalena tuvo »no se pudo levantar.
cuando á Cristo fué á buscar! íPasó por allí un sayón
Le buscaba en huerto en huerto, »de esta manera fué á, hablar:
en rosalíto en rosal; «Levántate de ahí, villano,
á la orilla 'una gran huerta »si te quieres levantar;
v i o un hortolanito estar, «mira las sogas de esparto,
—«Hortolanito, hortelano «con ellas te han de arrastrar;
>has visto á Cristo pasar?> «mira las sogas de nudos,
—«Sí, señora, que le he visto, «con ellas te han de azotar;
»antes del gallo cantar. «mira la hiél y vinagre,
»con una cruz á sus hombros «que te han de dar á gustar
»que le hacía arrodillar. «mira la cruz de madera
>A la pasada de un río «que en ella te han de clavar».

10.—La Virgen, el Niño y el Ciego.

(Becitadora: Eosa Castro, de veintisieteaños, residente en Santiago; lo aprendió en San


Fernando, capital de la provincia de Cololiagua.)

[Camina la Virgen pura]


va la Virgen pa Belén; —«Ah, ciego, que nada vé
en la mitad del camino, «como me hace una merced?
pidió el Niño qué beber. «darle una naranja al Niño
—«No pidas agua, mi vida, «para que apague la sed...«
«no pidas agua, mi bien,
«que las aguas corren turbias Qué ciego con tanta dicha
«de no poderse beber.» que abre los ojos y ve!

Versión m u y imperfectamente r e c o r d a d a .

E n el r o m a n c e siguiente el .Sr. Vicuña Cifuentes d a u n a


m u e s t r a de la pronunciación vulgar chilena:
Los r o m a n c e s tradicionales en América. 91

II.—Luis Ortíz.
(Recitador: Toribio Rojas, do cuar enta y ocíio años; lo aprendió en San Fernando;
reside en Santiago.)

Cogoyito de alelí Dos amigos le preguntan


¿usté quedrd que le cante que le estiman como ermano:
er corri'o 'e Luis OrtisP —«¿Qué á sio esto, Luis Ortís,
—«Luis Ortla muy afamao, «qué á sio esto, Luis ermano?
tanda vete á aqueya esquina «Ayel el que maleriste
»y visteté de sordao: «en er pantión 'ta enterrao.»
íganarís tu güeña ropa —«An de ver, ermanos míos,
»y tu cavayo onsiyao.» «que me yevan por engaño;
Ar dar la güerta á un'esquina «si no asen argo por mí,
oyó á su paire peliaudo; «mañana muero valeao (1).«
por defender á su paire Mientras que el uno pelea,
'ejó á un moso agonisando. el otro le á desatao.
—«¿Quién me agarra á Luis Ortís! se vio livre Luis Ortís,
«¿quién me agarra á Luis ermano!« se vio livre Luis ermano.
—«Yo lo agarraré, señor, —«Retírense, amigos míos,
(respondió don Juan Achao, «retírense, áganse á un lao!
onvre de mucho valor) «'éjenme peliar á gusto
«con veintisinco sordaos «con veintisinco sordaos.»
«de á cavayo y bien armaos.» De un puntapié que dio
—«Date preso, Luis Ortís, siete pueltas ha votao;
«date preso, Luis ermano, iso una raya y juró:
»qu' el que maleriste ayel —«Ar que me pase esta raya
«en la cancha 'ta jugando « »sinco mil peasos lo ago,
Se dio preso Luis Ortís, »pol los cuatro evanjelistas
se dio preso Luis ermano. «que tiene Dios á su lao.»

12.—El bandido Agustín Urria.


(Recitadora: Melania Salinas, do treinta y dos años; aprendido on Matancilla,
departamento de Illapel.)

Austin Urria es criao en Tarca (2) de buena cara y buen taye,


de buena generasión (S) pero de mala intensión...

(1) Balear por «fusilar», muy usado on América.


(2) La recitadora decía en arca; corrijo en Talca con la pronunciación vul-
gar de farda, morde por falda, molde, corriente en Chile (R. LENZ: Chilenische
Studien, IV, 161). El dicho de «sortíoo se escribe con i> se aplica al maestro de
Talca. El nombre Austin cuenta por dos sílabas; en Chile se pierde la g me-
dial, también en avja, anjero, y launa T^OV laguna; véase A. ECHEVERKIA Y RE-
YES, Voces usadas en Chile, pág. 37.
(3) Este hijo de buena familia metido á bandolero me parece que cuadra
bien ep la vieja Talca, á juzgar por ?ste |)árrafo de la página 182 de Raza ch%-
92 Filología y Literatura.
Aiistín Urria está á caballo, En la mita del camino
'ta tomando el alimento; Enrique lo ha desafiao.
cinco hombres y tres mujeres Le pide al Gobernador:
formaron el prendimiento... «Déme armas y un buen cabayo,
Y la niña que está dentro •verá si no me le voy^.
le hiso señas oou la mano Pues ese río de Mauro (1)
y Urria no las entendió. do testigo lo ha dojao,
Guerrearon toda la tarde que lo pasaba Austín Urria
y el sol no se les dentro; como una picana (2) olós (sic).
por fin al cabo se dio. Sólojen la horca se declara:
—«Confiésate, Austín, le dise, «Muerte no debo ninguna;
>por si en caso te murieses •tan sólo dcscientos pesos
>tu alma meresca perdón». • que en Maure tengo enterraos;
—«¿Cómo me hci de confesar •los pueen ir á sacar,
•con el corazón aireao •para que mi alma no pene».
•si nunca me hei confesao?^ Mirando á la Cordillera (3)
Ya le llevan para Penco, á la réis (4) de un SSUSG están...
pa donde está destinao.

Publico este estragadísimo romance, que ni sentido ni aso-


nancia conserva en la memoria de Melania Salinas, porque
es de asunto chileno, y convendría buscar otras versiones del
mismo.

13.—Los celos.

(Hooit.itlor: P.ablo Morales, de setenta años; lo aprendió en Ulapol, provincia do


Coqraimbo: reside en Santiago.)

Durmiendo estaba el amor, enojado lo dejaron:


los celos lo despertaron, maldiciendo su destino
por un soterraño oscuro como un preso encarcelado.
á los ojos lo sacaron. Vengarse del que lo agravia
Enojado lo querían. con mucha rabia ha jurado;

lena, libro escrito por üs CHILENO (Valparaíso, 1904): «Aquellos descendientes


de los conquistadores de Chile que en el siglo iviii se refugiaron en Talca á
esconder su pobreza, porque allí la vida era muy barata »
(1) El río Maule, que separa las provincias de Talca y Maulo.
(2) Picana = aguijada. El olós final será acaso ó dos, pero la recitadora á
quien oí este romance en compañía del Sr. Vicuña Cifuentes repetía clara-
mente olós.
(3) Así se llama simplemente á la cordillera de Los Andes.
(4) iíeis = raíz, como méis ó méih = maíz, péis = país, quéido = caído; véa-
se A. EcHEVExniA: "Voces usadas en Chile, páginas 29 y 40. '
Los romances tradicionales en América.l 93
quiere matar á su suegro que en la mar andan nadando;
y matar á su cuüado, quiere matar á la luna,
quiere matar al obispo quiere matar á los astros;
y al cura que lo ha casado; quiere matar íl la Virgen
quiere matar á su hijo y al Señor que lo ha criado.
y al padre que lo ha engendrado; Sus hermanos le preguntan, [do?»
quiere matar á las aves —«¿Quién,hermano, te ha agravia-
que en el cielo andan volando; —«Me ha agraviado una mujer,
quiere matar á los peces •que de mi amor se ha burlado.»

Este romance que, aligerado un poco perderla su inerte


dejo vulgar, p a r e c e tiene bastante difusión, pues su principio
(que es literario) se c a n t a a p a r t e como copla, con esta v a -
riante:
Durmiendo estaba el amor
los celos lo despertaron
por un caminito estrecho
& los ojos lo sacaron.

14.—La dama y el pastor.

(Eeoitador: Carlos Hillo, de troco años; lo aprendió eu Santiago, doudo reside.)

—«Pastor, que andas por lasierra »si te casaras conmigo i


»pastoriando tu ganado, »te pusieras buenas botas.» ¡
•ai te casaras conmigo —«Yo no me caso contigo», 1
•salieras de esos cuidados.» responde el villano vil,
— «Yo no me caso contigo» •el ganado está ¿n la sierra,
responde el villano vil, •adiós, que me quiero ir.»
•ol ganado está en la sierra, —«Como estás acostumbrado
•adiós, quo me quiero ir.» »á andar con calzoncillones (2),
—«Como estás acostumbrado •si te casaras conmigo
»á andar con esas ojotas^(l), •te pusieras pantalones.»

(1) Ojota, voz quichua que significa una especie de abarca usada en el
Ecuador, Perú, Chile, etc.
(2) Otra vei'sión de Los Andes repite este verso igual; una de Petorca lo
cambia asi: á andar en esos calzones, y el calzón es un pantalón corto. Los cal-
zoncillones, que no hallo en los glosarios de americanismos, serán acaso el equi-
valente de los zahones, pues la variante andaluza dice:
Tú quo estás acostumbrado
á ponerte esos sajones,
8i te casaras conmigo
te pusieras pantalones.
94 Piloíogia y Literatura.

— «Yo no me caso contigo... etc.» »sl te casaras conmigo


—«Como estas acostumbrado «comieras pan de cerveza.»
»á comer galletas (1) gruesas, —«Yo no me caso contigo... etc.»

Otra versión de Petorca a ñ a d e al fin esta otra copla:


—•Si te casaras conmigo, - «Yo no quiero ser casado
»mi papá te diera un coche »ni entre prisiones vivir;
»para que vengas á verme »tengo el ganado en el cerro,
»el sábado por la noche.» «adiós, que me quiero ir.»
El tema de una dama r e c h a z a d a por un pastor, fué muy
t r a t a d o en el siglo x v i , en varias formas. Esta vei-sióu chile-
n a moderna es muy semejante á la que publicó la F e r n á n Ca-
ballero en su novela ¡Pobre Dolores! (Madrid, 1857). Es y fué
t a n popular que entre los judios españoles de Oriente, se
amoldó un canto religioso de la Sinagoga de Ándrinópolis al
tono de Llamábalo la doncella, Y dijo el vil: Al ganado tengo
de ir. Es de desear que la música con que se c a n t a e n Chile
sea recogida; en España se canta con una tonada, especial
por sus estribillos si, si, y adiós, de la cual pongo aquí u n a
variante, anotada por D. Manuel Manrique de L a r a que está
estudiando la música del romancero antiguo y moderno:

Cíbdia.d vUUtU) vií MntA-4Lt¡Cn £u.^a.-7ur2^,i — fjjjer-

tíí tjHtín Sor ^ - í a M ^ ten—fd^'^ «A-<¿.Í<I¿».

Como se ve, por las muestras anteriores, Chile ofrece un


romancero que podrá ser en su día comparable al publicado

(1) La galleta es pan bazo de moyuelo ó salvado fino, que se amasa en las
haciendas para racionar á los peones.
Los romances tradicionales en Amérlva. 95
del Brasil ó de Asturias. El pais está preparado p a r a su estu-
dio. El profesor del Instituto Pedagógico de Santiago, D . Ro-
dolfo Lenz, que conoce como nadie la poesia vulgar chile-
n a (1), trabaja actualmente en la propaganda de los estudios
de la literatura popular; su Ensayo de Programa para estu-
dios de folklore chileno, presentado á la Facultad de Humani-
dades de la Universidad de Chile, en la sesión de 9 de Julio de
1905, comienza el cuestionario poniendo como número 1 los
«Romances, corridos, cuentos en verso». De esperar es que,
patrocinada la idea por la Facultad de Humanidades y se-
cundada por una porción de profesores de castellano en toda
la República, iniciados en el Instituto Pedagógico acerca de
la importancia de tales estudios y dotados de una base cientí-
fica p a r a el trabajo, prosperará la buena idea, y d a r á los de-
seados frutos.
Un discípulo del Dr. Lenz, el profesor D . Agustín Cannob-
bio (ya conocido por muy útiles trabajos en este terreno, tales
como su abundante colección de Refranes chilenos), aunque no
había dirigido aún su atención especialmente á los romances,
tenia, entre sus materiales recogidos de boca del pueblo, ¡un
romance que generosamente me comunicó á mi paso por San-
tiago, y que es, por cierto, de los m á s curiosos:

15.—£l galán y la calavera.

(Recitador: S o José Valerio VaUejo, de cincuenta y cinco años, residente en Santa


María, departamento do San Felipe, provincia de Aconcagua.)

Pa misa es que (2) iba tin galán se halló una calavera,


por la calle de la iglesia; la miró muy mira
es que (2) no iba por oir misa y un puntapié le dio.
ni pa estar atento á ella. Entonces, como riéndose,
es que (2) iba por ver las damas... apretaba ella los dientes.
En el medio del camino —«Calavera yo te envito

(1) Posee una abundante colección de hojas sueltas de literatura vulgar,


casi todas escritas en décimas. Véase su estudio Ueber die gednckte Volkspoesie
von Santiago de Chile. Ein Beitrag zur chilenischen Volkskunde (en Eoman. Ah-
handlungen , pág. 141 y sigs.).
(2) Es que = diz que, ó dicen que.
96 Filología y Literatura, i

>esta noche pa mi fiesta.» »á media noche á la iglesia.»


—«No hagai burla, caballero, A las doce de la noche,
»mi palabra te doy en prenda.» cuando cantaban los gallos.
El galán toitito acholao (1), las echaron pa la iglesia,
pa su casa se golvió; Eu la iglesia hallaron en el medio
toitito el santo dia una sepultura abierta,
bien retriste es que anduvo. —«Entra, pué, caballero,
Aun no sa comia un bocao, »conmigo habí de comer.»
cuando á la puerta picaron; —«Yo aqui no me hei de meter
manda uu paje de los suyos »Dios licencia no me ha dao.»
que saliese á ver quien era. —«Si no fuera porque hay Dios,
—«ícele, criao, á tu amo »y por el capulario que llevai,
»que si del dicho se acuerda.» , »aqui hablas de entrar vivo
—«ícele que si, mi criao.» »quisierai que no quisierai.»
Le pusieron silla de oro, »Anda, verte (2) pa tu casa,
le puso muchas comías »y pa otra vez que halli otra
y de ninguna es quo comió. >hácele una reverencia,
—«No vengo por verte á vos, »rézale un Paire-nuestro,
»ni por comer tu comia, »y échala pa la güesera.»
»vengo á que vengas conmigo

El lenguaje, con términos como acholao, la mezcla de tú y


vos (no vengo por verte á vos) etc., parece denunciar un ro-
m a n c e propiamente chileno; no obstante cuando el Sr. Can-
nobbio preguntaba á Ño José qué verbo e r a aquel del verso ;
cuando á la ptierta picaron, S o José respondía que no s a b í a , ;
pero aseguraba que el verso decía picaron, y no golpearon ü ;
otra cosa semejante. Pues bien, ese yerho picar por «llamar á
la puerta», también desconocido en Castilla, es usual en León y
Asturias y aún se aplica extensivamente á tocar con el codo ó
la mano á uno p a r a llamarle; de ahí nació2ñcaporte cuya acep-
ción primitiva es la de aldaba ó llamador, como signiñca en
Asturias, en Méjico y en las islas Azores; pero luego, como esa
a l d a b a solía servir también de manija p a r a levantar el pestillo,
vino á significar el a p a r a t o de c e r r a r la puerta, prescindiendo
del llamador. L a presencia de este verbo dialectal picar en el
romance chileno, nos puede h a c e r sospechar de su origen; y
efectivamente hallamos el mismo romance en las montañas de
León, cuyo cotejo con el chileno es necesario. Dice asi la va- ,

(1) 'Acholado, el que se corre do vergüenza.» (Echeverria y Reyes.)


(2) Verte por vete; ¿estará por ol veste popular en España?
Los romances tradicionales en América. í 97
ríante recogida por mi liermano J u a n en el pueblecito de Cu-
rueña, provincia de León, r a y a n o con Asturias:

Pa misa dlba un galán pone de muchas comidas


caminito de la iglesia; y de ninguna comiera.
no diba por oir misa —«No vengo por verte á ti,
ni pa estar atento á ella, »ni por comer do tu cena;
que diba por ver las damas »vongo á que vayas conmigo
las que van guapas y frescas. »á media noche á la iglesia.»
En el medio del camino A las doce de la noche,
encontró una calavera; cantan los gallos á fuera,
mirarala muy mirada, á las doce de la noche
y un gran puntapié le diera: van camino de la iglesia.
arrengañaba los dientes En la iglesia hay en el medio
como si ella se riera. una sepultura abierta.
—«Calavera, yo te brindo —«Entra, entra, el caballero,
«esta noche á la mi fiesta.» »entra sin recelo 'n ella;
—«No hagas burla, caballero; «dormirás aquí conmigo
»mi palabra doy por prenda.» «comerás déla mi cena.»
El galán, todo aturdido, —«Yo aquí no me meteré,
para casa se volviera; «no me ha dado Dios licencia.»
todo el día anduvo triste —«Si no fuera porque hay Dios,
hasta que la noche llega. »y al nombre de Dios apelas,
De que la noche llegó, «y por ese relicario
mandó disponer la cena. «que sobre tu pecho cuelga,
Aun no comiera un bocado, «aquí hablas de entrar vivo,
cuando pican á la puerta; «quisieras ó no quisieras.
manda un paje do los suyos «Vuélvete para tu casa,
quo saliese á ver quién era. «villano y de mala tierra;
—«Dile, criado, á tu amo »y otra vez que encuentres otra,
»que si del dicho se acuerda.» «hálele la reverencia,
—«Dile quo si, mi criado, »y rézale un pater noster
»quo entre pa'cá norabuena.» »y échala pa la huesera; >
Pusiérale silla de oro, »asi querrás que á ti te hagan
su cuerpo sentara en ella; «cuando vayas de esta tierra.»

No puede darse semejanza m a y o r e n los pormenores de


dos versiones de r o m a n c e , que la que existe entre estas dos,
recogidas en dos regiones s e p a r a d a s por u n a distancia geo-
gráfica t a n enorme, en hemisferio opuesto, en las provincias
de Aconcagua y de León. Lo que la mala memoria de l í o
José olvida, lo que su m a l oído estropea, todo se deja restau-
r a r sin violencia alguna con la versión leonesa, pues a m b a s
coinciden de tal modo, que á no haberse publicado esta v e r -
CDLTUBA T
98 Filologia y Literatura.

sión leonesa poi* p r i m e r a vez en el tomo X de la Antología del


Sr. Menéndez y Pelayo, en 1900, y no ser éste libro que cir-
cule entre el pueblo, se diría que Ño José la había mal a p r e n -
dido en él. De la provincia de Segovia tengo otro r o m a n c e
del difunto convidado, y no puede diferir más, en todo, de es-
tos dos que aquí he puesto juntos. Podemos, pues, a s e g u r a r
que un emigrante leonés ó asturiano llevó el r o m a n c e en
cuestión á Chile; y esto no h a c e mucho tiempo, cuando aún n o |
perdió el verbo dialectal picar, que á poco que hubiese roda-
do el r o m a n c e en memorias chilenas se h a b r í a sustituido por
llamar. El romance se conserva en Galicia casi en igual forma;
pero la lengua le impediría a r r a i g a r s e en Chile.
Este r o m a n c e pudiera conservarse también en Portugal
que tanto abunda en versiones curiosas. E n t r e las m u c h a s n a -
rraciones populares que c u e n t a n convites á difuntos, recogi-
das en Alemania, F r a n c i a ó Portugal, y que menciona A. F a -
rinelli en su eruditísimo y fundamental estudio sobre el Don
Juan Tenorio (1), ningunas se p a r e c e n tanto como las portu-
guesas al r o m a n c e de «El galán y la calavera,» en especial la
c o n t a d a en Villa Nova de G a y a : Uno halla junto á la iglesia
de S a n t a Marinha u n a c a l a v e r a , y la d a un puntapié invitán-
dola á cenar; el difunto convidado á la cena v a é invita á su
v e z p a r a el dia siguiente; el escarnecedor ora y se pro v é de
reliquias antes de ir á la fúnebre cita; en el cementerio le es-
p e r a u n a fosa abierta, pero el difunto le dice que le salvan

(1) A. FABINELLI; Don Giovanni, Note critiche (en el Giornale Storico della
Letteratura italiana, vol. XXYII, 1896), en la página 23 está el cuento portugués
que cito arriba. Bastante parecido es también el milagro de Leoncio que sir-
vió de asunto á tantas representaciones teatrales de los jesuítas alemanes en
el siglo i v i i y principios del xviii, estudiadas por Zeidler, quien conjetura
qué el tema fué transmitido de España á Alemania. Según lo refiere el
P . ADEIANO POIRTERS en su Larva Mundi, un Conde Leoncio, imbuido de las
doctrinas maquiavélicas, y que no creía en la inmortalidad del alma, al pasar
por el cementerio halla una calavera, y dándole un puntapié le dice: «Si te
queda algún sentido después de la vida y me oyes, vente á mi cena con los
otros convidados». Llegado á casa Leoncio, al ponerse á la mesa, un esqueleto
se presenta á las puertas, y aunque se lo tratan de estorbar, se sienta entre los
convidados, llenos de terror. Por fin el esqueleto dice sor el abuelo del Conde
Leoncio, que viene á asegurar de la eternidad á su incrédulo nieto, al cual
arrebata consigo y se lo lleva despedazado. Nótese que no hay segundo con-
vite
Los romances tradicionales en América. 99

las oraciones; no obstante, el escarnecedor muere de espauto


á los pocos días. Una narración semejante que oí yo en Se-
pülveda (provincia de Segovia; Septiembre, 1905) tenia un
pormenor más que falta en el romance: el escarnecedor de la
calavera le sirve la cena al difunto, y éste, á cada plato, de-
cía: «esto p a r a mí y a pasó»; á su vez el vivo decía á cada
manjar que le sirven eu el cementerio: «esto p a r a mi no llegó».
Por último, notaré que, en el romance, el que convida no es
un joven más ó menos alocado (en la generalidad de los cuen-
tos extranjeros, coge la calavera p a r a asustar con ella, colo-
cándole una luz dentro), sino un galán que v a á la iglesia á
ver las damas «guapas y frescas», lo cual nos recuerda en se-
guida el tipo de Don Juan Tenorio (1); no obstante, el convi-
te á la calavera no es el convite donjuanesco á una estatua:
éste se halla en otro romance inédito que saldrá pronto á luz,
en el cual si el convidado es de piedra, el invitador no es un
galán, sino simplemente un caballero.
Además, en el romance «El galán y la calavera», el con-
vite no es, como en la generalidad de los cuentos, á la cena
(que seria n a t u r a l asonante), sino «esta noche á la mi fiesta»;
¿qué fiesta es? En un cuento del Algarbe un r a p a z que quiere
celebrar con mucha gente su cumpleaños, al volver de hacer
las invitaciones, halla junto al cementerio un amigo; después
de invitarlo á la fiesta, v e junto á la pared un esqueleto aún
no del todo descarnado, y burlando le dice:—Si quisieras venir
al banquete de mi cumpleaños —Allá i r é , responde el
esqueleto (2).

Pasando en mi viaje á la República Argentina, hallé tam-


bién en Buenos Aires personas interesadas en los estudios

(1) Ya hubo de reparar en esto Farinelli, pues comienza así ol resumen del
romance: «un libertino (perché proprio un libertino?) trova, camiu facendo,
una testa di morto > Parinelli conocía el romance sólo por el resumen en
prosa que anticipó de él (antes de ser publicado porMenénduz Pelayo) E. 0^,-
T A i í K L O eu su Tirso de Molina, Madrid, 1893, pág. 117, nota. La palabra íiter-
tino os demasiado para traducir galán.
(2) Tn. BRAÜA: A Leuda de Dom Jouo (en O Posilivismo, Eevislaphilosopjii-
ca. Porto, IV, pág. 389). En Farinellí, pág. 21, se llama á éste «cajito popolare
delPAlgarvo», por errata de imprenta.
lOO Filologia y Literatura.

folk-lóricos, y , por lo tauto, encontré también romances.


A la bondad de D, J u a n Bautista Ambrosetti, que con
tanto fruto ha cultivado varias r a m a s del folk-lore argenti-
no (1), debo cuatro romances; los cuatro recordados por la
señora doña Maria Elena Holmberg de Ambrosetti, como can-
tos de su infancia:

16. — E s c o g i e n d o novia.
(Teraióa de Buenos Aires.)
—«Hilo de oro, hilo de plata, »á contárselo á la Reina
>que jugando al ajedrez- »y al hijo del Rey también.»
»me decía una mujer —«Vuelve, vuelve, pastorcillo,
»que lindas hijas tenes.» »no seas tan descortés
—«Que las tenga ó no las tenga, >de las tres hijas que tengo
»yo las sabré mantener; »la mejor te llevares.»
»con el pan que Dios me ha dado —«Esta tomo por esposa,
«ellas comen, yo también.» »por esposa y bella íior
—«Pues me voy muy enojado »por ser su madre una rosa
»á los palacios del Rey, »y su padre un clavel.»

Es un romance de los que cantan las niñas jugando al co-


r r o , lo mismo en Madrid que en otras partes. No está inclui-
do en los romanceros. Su antigüedad, no obstante, es grande;
y a en tiempos de Lope de Vega, en el entremés de Daca mi
mujer, un sacritán al p a d r e de su novia que le niega el casa-
miento, le dice, recordando este romance:
Pues me niegas la suegrez, hecho brujo, hecho hechicero
enojado me voy, enojado juntico á ti me has de ver,
á los palacios del Bey; con tanta boca, diciendo:
y á fe de buen sacristán, «suegro, dame á mi mujer!» (2)
que en Moscovia 6 en Argel,

En lugar del comienzo de la versión de Buenos Aires,


se halla en las versiones más arcaicas, éste:
De Francia vengo, señora,
de por hilo portugués {ó: «traigo hilo portugués»)

(1) Son cm'iosísimos los Materiales para el estudio del folk-lore misionero y
los Apuntes para un folk-lore argentino, publicados en la Revista del Jardín
Zoológico de Buenos Aires, I, páginas 129 y 367.
(2) Ohras de Lope de Vega publicadas x>or la Real Academia Española,
tomo II, pág. 400 a.
Los romances tradicionales en América. 101 \
aludiendo a l finísimo hilo de seda que se h a c i a en Portugal.
E n el entremés d e Cervantes La guarda cuidadosa, un mer-
c a d e r v a pregonando:
tranzaderas, holanda de Cambray
randas de Flandes, ó hilo portugués (1).
Asi como e n la versión de Buenos Aires se r e c u e r d a , aun-
que á medias, este famoso hilo.
L a versión chilena recogida en Santiago por el Sr. Vicu-
ñ a Cifuentes, conserva el primer verso antiguo, pues dice:
De Francia vengo, señora,
y en el camino encontré
á un caballero y me dijo
que lindas hijas tenéis.

17.—La aparición.
(Versión de Buenos Aires.) I
—«Dónde vas, buen caballero, «niuerta está que yo la vi;
»dónde vas tan solo así?» »el cajón que la llevaba
—«Voy en busca de mi esposa »era de oro y de marfil,
»á quien há días no vi.» >las alhajas que tenía
—«Tu esposita ya está muerta, >no te las sabré decir.»
Es versión incompleta del divulgadísimo r o m a n c e en que
l a esposa difunta se a p a r e c e a l caballero que la viene á v e r .
También oí c a n t a r á unas niñas en Montevideo este romance,
continuándolo h a s t a llegar á la aparición en esta forma:
»las alhajas que llevaba una sombra se acercó: ( = vi venir)
»no te las puedo decir, —«No te asustes, caballero,
»el manto que la cubría »no te asustes tu de mi;
»era puro carmelín.» »que soy tu querida esposa,
Al llegar al camposanto »que hace tiempo no te vi...»
Otras niñas c a n t a b a n m á s :
»que soy tu querida esposa
»que algiin tiempo te querí.»
Al subir á la montaña
Alberto se desmayó,
los soldados le declan:
«teniente, tenga valor!»

(1) Otros testimonios de la fama de este hilo reúnelos OAEOLINA. MICHAE-


i/is: Revista Lusitana, I, pág. 63,
102 filologia Y Literatura.

Este estrambótico final es una mala importación de Espa-


ña, y no de las versiones de este romance que se c a n t a n en el
campo, que son bellísimas, sino de la que las niñas de Madrid
c a n t a n al corro, aplicando el romance á la t e m p r a n a muerte
de la reina Mercedes, primera mujer de Alfonso X I I :
al bajar las escaleras
Alfonso se desmayó,
y la tropa le decia:
<Alfouso, tened valor!»

18.—El niño perdido.


(Versión do Buenos Aires.)

San José y la Virgen preguntando á todos


y Santa Isabel si han visto á su bien,
andan por las calles Todos le responden
de Jeruaalem, que no saben de él.
Romancillo que me es desconocido y que sería de desear
apareciese en una versión completa.

19.—Arrullos.
(Versión de Buenos Aires.)

Este niño lindo en el toronjil;


se quiere dormir, y en la cabecera
y el picaro sueño póngale uu jazmín,
no quiere venir. que con su fragancia
Hágale la cama me lo haga dormir.
Don Ciro Bayo h a recogido en Vallegrande (Santa Cruz
de la Sierra, Bolivia), este otro arrullo también en romancillo:
Dormite mi hijito! poncho carmesí,
si no te dormís, el lanzón on ristre
vendrá por los aires ginete hacia aquí,
el señor Merlln: Bartolo, Bartolomé,
en un potro moro ay, qué miedo me da á mi!;
cogido á la crin, calíate hijito calíate
con botas de potro (1) que no te oiga Merlín,

(1) Calzado del gaucho.


Los romances tradicionales en América.' 1031

El Dr. Robert Lehmann-Mtsche (1), jefe de la Sección An-


tropológica del Museo de la Plata, entre sus ricos materiales
folk-lóricos, recogidos con otro propósito que el romancero,
tenía la siguiente versión:

20.—Delgadina.
(Torsión do La Plata.)

Un rey tenia tres hijas —«Hermana, si eres mi hermana


y las tres eran doradas, »me alcanzarás un jarro do agua,
y la más linda de ellas »que tengo esta boca seca,
Delgadina se llamaba. »y las entrañas traspasadas.»
Un dia estando á la mesa —«Retírate (1), Delgadina,
BU rey padre la miraba. • retírate, Delgadina!
—«Qué me miras, padre mió, »que si tu padre nos viera,
>qué me miras de la cara?» •la cabeza nos cortara.»
—.«Yo te miro, hija mia, Delgadina se retiraba
>yo te miro de la cara: mtiy triste y desconsolada.
»que si tu madre falleciera Y al cabo de otros tres meses
íserás tu mi enamorada.» Delgadina se asomaba
—«No permita Dios del cielo donde veía su rica madre
»ni la Virgen soberana peinando sus ricas canas.
>que de mi padre, de mi padre, —«Madre, si eres mi madre,
»sea yo su enamorada; •me alcanzarás un jarro de agua;
»yo hija, esposa de mi padre • que tengo esta boca seca,
»madrastra de mis hermanas!» •y las entrañas traspasadas.»
—«Lleven, llévenla á Delgadina —«Retírate (2), Delgadina,
»enciérreala en una sala; •retírate, Delgadina!
»cnando idda de comer, • que si tu padre nos viera,
»delen pasto y cebada; »la cabeza nos cortara.»
•cuando pida de beber, Delgadina se retiraba
»delen agua postemada.» mtiy triste y desconsolada.
Pasaron años y meses Y al cabo de otros tres meses
semanas y siete días, Delgadina se asomaba,
y la pobre Delgadina donde veía su rico padre
encerrada sufría. paseando en su rico corte (?).
Y al cabo de otros tres meses —«Padre, si eres mi padre,
Delgadina se asomaba •me alcanzarás un jarro de a g u a ;
donde vela á su rica hermana •que tengo esta boca seca
bordando en oro y plata. •y las entrañas t r a s p a s a d a s . »

(1) En 1904 publicó M cancionero venezolano del Dr. A. Ernst, compuesto


todo de coplas líricas.
(2) Eorma corriente del imperativo en la Argentina, procedente de la mez-
de vos y tú: retira(d)-te.
104 Filologia y Literatura.
—«Corran, corran mis criados!; Cuando los criados llegaban
«llévenle jarros de agua; Delgadina ya espiraba.
«no le lleven en los de oro Con el pelo que tenia
«ni tampoco en los de plata, toda la sala barría,
«llévenle en los de cristal con l»s lágrimas que vertía
«para que refresque su alma!» toda la sala regaba.
L a versión chilena, recogida por el Sr. Vicuña Cifuentes,
conserva el comienzo tradicional:
Un rey tenia tres hijas
bonitas como la plata.
y las p a l a b r a s de Delgadina, vencida por la sed:
El padre le contestó:
—«Serás tú mi enamorada?»
—«SI lo seré, padre mío,
«aunque sea condenada!«
—«Hala, hala, caballeros
«á Delgadina darle agua!«
Véase sobi"e las versiones de este romance la Antología de
Menéndez P e l a y o , X, p á g . 130.

Añadiré también algunos romances recogidos por el via-


jero español D . Ciro Bayo, que h a tenido la bondad de comu-
nicármelos. Los publico con el deseo de que se recojan otras
versiones análogas.
21. —La esposa de Cristo.
(Do la provincia do Córdoba, Argentina.)

—«¿A dónde va el caballero —«De doña Paz se publica


>de punta en blanco y galán? «que á desposarse ahora va.»
—«A las justas de Zamora -«¡Válgame la Virgen santa!...
«por las fiestas de Sao Juan. «pero yo lo he de estorbar.»
»De allí partí hace diez años; —«Mirad, señor caballero,
»ya no me conocerán. «que es un rey vuestro rival.»
«¿Conocéis vos, por ventura, — «Ni que fuese el preste de In-
»las hijas del conde lUán?» »ni el emperador del mar.« [dias,
—«Las conozco. Ellas son tres: —«Sabed que es con Jesucristo
«Elvira, Isabela y Paz; «con quien se va á desposar.»
«una rubia, otra morena, —«Ante adversario tan alto
«otra buena como el pan. «digo: amén, y vuelvo atrás;
—«¿Casaron, están solteras, «y á doña Paz le decid
«ó prometidas están?« «á él me quiero encomendar.»
Los romances tradicionales en América. IOS ,

2 2 . —Don Claros.
(Buenos Aires.) (?)

Don Claros con la infantita «dame tu brazo,


está bailando en palacio; «como se dan el brazo
él viste terno de seda, «los cortesanos.
ella falda de brocado. »A la huellita huella
A cada paso de danza «dame xm abrazo...»
va diciendo el conde Claros: La Infantita al oir esto
—'Ala huellita huella (1) furiosa se aparta á un lado:
«dame la mano, —«A la huellita huella
»como se dan la mano (canta don Claros),
»los escribanos. »no hay mujer que no caiga
»A la huellita huella »tarde ó temprano.»

23. — A Madrid de las Españas.


(Se canta en ol corro do las niñas en Tuoumán.) (2)

—«A Madrid de las Españas, —«Di,madre, si á, Madrid vamos,


•madre mía, llévame; «veremos al señor Eey?»
»si no me llevas, de juro (3), —«Si, hijita, le pediremos
•de pena me moriré.» «una cartita al virrey.»
—«No te mueras, hija mia, —«Y una postdata en que pida
«que á Madrid te llevaré, •que me case con marqués.»
»en un bergantín de plata —«No, hijita, que el Rey al verte
»que parajíjiompraró.» «ha de hacerte su mujer.»

2 4 . —El robo de l a p r i n c e s a .
(Provincia do Buenos Aires.)

Una tarde de verano Mientras que se está bañando


va á bañarse á la laguna la sorprende el moro Muza;
la princcsita cristiana tanto gusta de la infanta,
del reino de Estremadura. que se la lleva á la grupa.
Va sin guardas ni soldados La vieja pataleando
sólo una dueña la ayuda grita con furia:
que la destoca y descalza «Porqué no bajan patos
y las ropas le desnuda. »á mi laguna!»

(1) Especie de zamacueca que se bailaba en la Argentina, y que como el


la galopa, al pericón, etc., se van desusando. (Nota de D. Ciro Bayo.
cielito,
(2) Atribución insegura, pues on otra copia de D.^Círo Bayo se atribuye
á Santa Cruz de la Sierra, Solivia,
(3) De juro = de fijo.
106 Filologia y Literatura.

25.—Las niñas de Tucumán.


CD» Tuonmán.)

Las niñas de Tucumán (1) con más barbas que Iscariote;


cuando van á misa en cociie, gustan dol padre Luis,
lo primero que preguntan: lindo como un monigote (2),
si es buen mozo el sacerdote. rubio como la mazorca
No les gusta fray José, y más dulce que el camote (3),
porque se afeita el cogote; que dice la misa aprisa,
no les gusta fray Antonio, y aun se la dice á las doco.

26.—La campana del convento.


(De Tuoumán.)

La campana del convento de dos en dos aparecen;


está llamando á los fieles, mientras toca la campana,
tantarantán, tarantana, la abadesa se adormece.
tantarantán, tarantena, La campana dice dan,
si los hombres no hacen caso, las monjitas dicen: «íZe»ie»;
le hacen caso las mujeres. »deme el Señor un galán
Las monjitas en el coro >que aquí entre y se me lleve».

Otros muchos romances populares argentinos podría ci-


t a r , enteramente líricos (por ejemplo, la tonada del baile lla-
mado La Chacarera); pero careciendo de toda narración, los
omito p a r a abreviar. El Cancionero Popular, que actualmente
publica en Buenos Aires el Dr. ESTANISLAO S . ZEBALLOS, con-
tiene g r a n número de romances tomados de impresos ó ma-
nuscritos; sólo conozco las 100 primeras páginas de esta im-
portante publicación; pero como constará de varios tomos, es
de esperar que después de agotar la rica v e n a de las fuentes
escritas que ahora reimprime, acuda también á la tradición
oral, que nadie como el autor del Cancionero puede explotar
con profundidad y acierto.

(1) otros: Las muchachas del Tandil.


(2) En la acepción de «monago ó seminarista».
(8) Nombro que se da í la batata en toda América,
Los romances tradicionales en América. 107

También el Uruguay daría seguramente buen número de


romances populares, si hubiese quien se dedicase á coleccio-
narlos. E n una tarde que p a r é en Montevideo, p a r a aprove-
char la detención del vapor que me traía á. Europa y que te-
nía que esperar porque el fuerte viento pampero impedía l a
descarga, me dirigí á una librería, donde tuve ocasión de in-
terrogar á cuatro niñas nacidas allí, pero hijas de un vasco
francés y una suiza y de dos genoveses. Los romances que
cantaban al corro eran poco más ó menos los mismos que se
cantan en Madrid: el Mambrú, la Aparición de que y a he ha-
blado en el número 17, sin que falten tampoco
En Galicia hay una niña Las hijas de Solferino
que Catalina se llama, si, si; salieron á pasear;
su padre era un perro moro, se per-lió la más bonita,
su madre ima renegada.., su papá la fué á buscar.
Mandan hacer una rueda La encontró en una esquina
de cuchillos y navajas... hablando con su galán
Me es desconocido el romance á que pertenecen estos cua-
tro versos, que también cantaban:
Tengo oro, tengo plata,
tengo buques en el mar,
tengo una hija bonita
que no puede trabajar.

Sólo merecen publicarse estas variantes:

27 Muerte de Elena.
(Recitadora: Maria Elvira Panizza, de once años; lo aprendió en Montevideo,
donde reside.)

Estando xma niña y colchas de holanda,


bordando corbatas, A la media noche
con agujas de oro él se levantó;
y dedal de plata, de las tres hermanas
pasó un caballero á Elena eligió,
pidiendo posada. la montó á caballo,
—.Si mi padre quiere con él la llevó,
«le doy buena gana». Al subir la sierra
Extendió una cama ahí la bajó;
en medio la sala, sacó puñal de oro,
Bá.banas de seda, y allí la mató;
108 Filologia y Literatura.
hizo un ugerillo, —«Pastorcillo bello,
y allí la enterró. >¿qtié haces ahi?»
A los trece años —«Cuidando la Elena
pasó por alli. »que ha muerto por tí.»

Esta estropeada versión es curiosa por no haber publicada


sino otra castellana, en la Antología, de Menéndez Pelayo,
tomo X, página 210. El romance se refiere á Santa I r e n e , la
patrona de Santarem, y está muy difundido en Galicia y Por-
tugal; véase, por ejemplo, una versión no menos defectuosa
que ésta, recogida en el Brasil por SYLVIO ROMERO, Cantos
populares do Brasil, tomo I, página 23; el metro es también
de seis silabas y el asonante muda de -á-a en -ó. La h a y tam-
bién en verso de ocho silabas.

28.—Silvana.

(Becitadora: Teresa Iriart, de once años; lo aprendió en Montevideo


de una criada española.)

Estando la hija Silvana Silvana se demala;


sentadita en una silla, se asomó á una ventana
oyen tocar la guitarra: y encontró á su hermanita:
— «Silvanita, hijita mía...» —«Hermanita de mi alma,
La mandó emparedar »hermanita de mi vida,
siete años y un día. »dame un vasito de agua,
Al cabo de siete años, »un vasito de agua fria...»

Sigue enteramente igual al romance de Delgadina, pero


asonantado en -ia.
Es una e x t r a ñ a mezcla del romance de Silvana con el de
Delgadina. De Silvana sólo se conocen hasta ahora versiones
portuguesas; yo tengo versiones burgalesas. L a mezcla de Sil-
v a n a con Delgadina se ve en R. AZEVEDO, Romanceiro do
Archipelago de Madeira, página 112, pero con doble asonan-
te -i-a y -á-a.

P a r a terminar, pondré tres romances de asunto americano


que me proporcionó el mismo D. Ciro Bayo, dos recogidos eu
Bolivia y otro p a r a g u a y o :
Los romances tradicionales en América. 109 \

2 9 . — E l novio español.
(Eeoitadora: una señorita do Santa Crnz do la Sierra, Bolivia, que lo aprendió
de su abuela española.)
No me vengas con menazas es mi primo el español;
ni con cartas de perdón, los mismos años tenemos
porque yo no he de quererte, yo y mi primo el de León;
porque quiero á un español; el mismo día nacimos:
caballero bien nacido el dia de la Asunción;
del condado de León, él nació á la media noche,
qxie embarcado viene 4 verme yo nací al salir el sol;
en el barco del amo; él es el sol, yo la luna;
Tres meses ha que navega, para en uno somos dos.
¡quiera guardármelo Dios! Tres meses ha que navega,
Es misia (1) madre su tía, ¡quiera guardármelo Dios!

30.—Él rescate de Atahualpa.


(Bomanoo recogido en La Paz, Bolivia.)

Atabaliba está preso, j>que al Potosí se arrancó,


está preso en su prisión; >Este metal es el oro
juntando está los tesoros »del santo templo del sol,
que ha de dar al español, >Estas las perlas que el mar
No cuenta como el cristiano, >en la playa vomitó,
sino en cuentas de algodón. «Estas piedras, esmeraldas
El algodón se le acaba, »que el reino de Quito dio.
pero los tesoros, no. «Estos bermejos rubíes...»
Los indios que se los traen —«Estos no los quiero yo,
le hacen la relación. •que son las gotas de sangre
—«Este metal es la plata •que mi hermano derramó,«

E s t e r o m a n c e r e c u e r d a las remesas de riquezas que los in-


dios acumularon en Gajamarca, p a r a completar el rescate
con que el último e m p e r a d o r inca, Atahualpa, esperaba li-
brarse de la prisión en que le había puesto P i z a r r o .
L a r e b u s c a d a delicadeza final en que Atahualpa siente re-
mordimientos por h a b e r m a n d a d o m a t a r á su hermano Huás-
c a r , y la frase «las p e r l a s que el m a r en l a p l a y a vomitó»,
no son de corte popular, y acusan un poeta culto. Además,
si el pormenor arqueológico de los quipos de algodón, en que

(1) Misia = mi stíñora.


110 Flloloem y Literatura.

el prisionero cuenta los tesoros, es b a s t a n t e v u l g a r en Améri-


ca, p a r a que le pongamos reparo, no creo lo mismo respecto
al nombre Ataialiba, que transciende á arcaísmo erudito. Los
antiguos cronistas de I n d i a s , como Cieza de León, Agustín de
Z a r a t e , etc., usan el nombre Atabaliba (Biblioteca de Autores
Españoles, X X V I , páginas 422, 479); Oviedo, d i c e , que el
v e r d a d e r o nombre del inca era Atabáliva y que los españoles
lo pronunciaban mal; pero Francisco de J e r e z usa Atabalipa.
No obstante, boy los americanos sienten el nombre Atahuall-
pa como verdadero nombre quichua, y se i n t e r p r e t a «pollo
g r a n d e ó hermoso» (1).
Es, pues, necesario, antes de admitir este r o m a n c e entre
los tradicionales, recoger más versiones del mismo en Boli-
via, en el P e r ú ó el Ecuador, que nos aseguren su populari-
dad. Y bien vale la p e n a buscarlas, pues tendríamos aquí u n a
curiosísima muestra del r o m a n c e histórico p u r a m e n t e ame-
ricano. , ,

31.—Romance de Ñuño de Chaves.


(Recitado por un capataz paraguayo, empleado on las Pampas do Buenos Aires-Tapalquó.)

El conde don Ñuño balan sin cesar. !


madrugando está Pregunta don Ñuño: I
porque á su casita —«¿Por qué balarán? '
quiere ya llegar. «Llévenlas ai rio, i
Al Perú se fué «quizá sed tendrán.» \
dos años hará; Las ovejas balan, \
del Perú ya es vuelto balan sin cesar,
aqui al Paraguay. Responde don Ñuño: '•
Plata y oro trae —«¿Por qué balarán? í
y perlas del mar, »Llévenlas al pasto, j
diez pares de ovejas, »quizá hambre tendrán.» |
de cabros (2) un par. Las ovejas balan, <
Las ovejas balan, balan sin cesar.

(1) P. F. CEVALLOS, Resumen de la historia del Ecuador, tomo I (Guaya-


quil, 1886), pág. 06, traduce «gran pava ó pavón»; pero en el Vocahulario cas-
tellano Quechua-Pano, del P. Pn.M. N A T A i t i ; o (Lima, 1903), se da «pollo» = huall-
pa-ullcu y «pava» —puca-cunga.
('2) Cabro = macho cabrio, véase A. B. JÁUKEGUI, Provincialismos de Guate-
mala, pág. 149, y 0. GAOINI, Barbarismos y provincialismos de Costa Rica, pá-
gina 100.
Los romances tradicionales en América. ///

—«Vaya, soldaditos, Don Ñuño y los suyos


•échenmelas sal.» acuden allá;
—«No puede ser esto, los indios los matan;
•señor capitán, murió el capitán,
•que laten los perros Tristes las ovejas
•allá eu el palmeral.• balan sin cesar.

Este romance se refiere á Ñuño ó Nuflo de Chaves, el que


en 1650 introdujo por primera vez el ganado lanar en la re-
gión del Plata; varios años después, formando parte de una
expedición colonizadora al P a r a g u a y , en la que se t r a t a b a
especialmente de la introducción de gfinado lanar, vacuno y
caballar, fué muerto por los indios de Itatí (1).
También de este romance sería preciso hallar más versio-
nes que confirmasen su difusión.

D e las pesadas páginas que anteceden, resulta que eviden-


temente se conservan en América romances narrativos trans-
mitidos por la tradición oral; sólo hace falta que se descu-
bran en más número p a r a poder estudiar su conjunto, que será
de un alto interés. El caudal de cantos comunes con España
y otros pueblos europeos nos mostrará una etapa de tradición
frecuentemente más arcaica y p u r a que la de la Península,
y siempre curiosa en su trasplante á latitudes t a n apartadas;
por otro lado, la tradición peculiar de aquellos países ofrece-
r á muestras preciosas de nuevos cantos narrativos de origen
americano.
Ojalá se cultive el folk-lore en este sentido por los aficio-
nados á la historia y á la literatura de aquellas Repúblicas. A
ellos estarán reservados hallazgos que, por pequeños y esca-
sos que parezcan á primera vista, encierran un alto valor
p a r a la h t e r a t u r a popular comparada.
RAMÓN MENÉNUEZ PIDAL.

(1) Véase AGUSTÍN ns AZABA: Descripción é hisloria del Paraguay y del Rio
de la Plata. Madrid, 1847, pág. 177. PEBO HE^NÁSUEZ, en los Comentarios de
Alvar Núñez Cabera de Vaca, Valladolid, 1555, fo!. 130, ihuiui al mismo con-
quistador: Nunfro de Chavos.
TEATRO

L o s e s t r e n o s en n a d r i d .

CRÓNICn

Que nadie se llame á engaño; no v o y á juzgar obras dramáticas,


sino á reflejarlas con la mayor ñdelidad que sepa y á dar al mismo
tiempo la sensación que la obra y el público me produzcan en la no-
che del estreno. Me ha parecido siempre cómica la pretensión de dar
fallo sobre una comedia ó un drama oyéndola una sola vez; los da-
tos para ese fallo son siempre incompletos, un poco fugitivos é in-
consistentes, y el peligro de ser injusto, difícilmente puede eludirse.
Además, por m u y independiente de juicio que uno sea, por muy ru-
miado y m u y sólido que tenga su criterio estético, no puede evitar
siempre la presión que sobre él ejercen el público, de ordinario m u y
afecto al autor en aquella noche, y los críticos y literatos, que en los
estrenos aguzan las uñas para arañar despiadados en los entreactos
al autor que probablemente han de aplaudir en la letra de molde.
No he tenido la fortuna de presenciar el estreno de una obra que los
del oñcio y los críticos no hayan desgarrado con un chiste ó con un
comentario airado. Piensa uno que extreman un poco la censura
para que no se les tenga por tontos y acaso porque crean que los
demás han de medir su sagacidad crítica y su gusto artístico por los
descuidos que sorprenden ó por las sombras que señalan. Y no es
tan fácil como parece inmunizarse contra esa maléfica influencia.
Se me dirá que no escribo para un periódico donde la actualidad
es tiránica y más necesaria aún que la veracidad y la solidez. Es
verdad; escribo para una revista, pero ésta tiene jueces más autori-
zados que pueden emitir sobre la obra dramática un juicio más se-
reno y definitivo. Se quiere, además, estudiar la producción escéni-
ca como un hecho social; se quiere tomar notfi de las mutuas co-
Teatro. 113
rrientes que se establecen entre público y autor, de la orientación
que uno y otro dan al arte dramático, del fondo de ideas, de senti-
mientos y pasiones, del ideal moral, estético y social que el alma de
España va reflejando en su teatro y que éste intenta cristalizar y
fijar. Esto no se podrá hacer sin una labor de síntesis; no se podrá
inducir la ley general sin la observación de muchos y variados he-
chos; pero ninguna ocasión más oportuna para esa clase de observa-
ciones y sondeos que la noche del estreno. La nueva idea, el nuevo
problema que trae el autor coge al público de sorpresa y éste suelta
y derrama más espontáneamente su alma en su semblante y en su
amistoso comentario y á veces en sus aplausos ó protestas. Yo voy
á acarrear materiales para ese estudio.
No haré, pues, críticas, sino crónicas, y para mí todo será esce-
nario. Para eso no necesito más que ver y oir, y, sobre todo, hon-
rada sinceridad.
Prescindo de todas las obras estrenadas en el año que acaba de
morir. La era del cronista comienza el 1." de Enero de 1906.

Santiago Rusiñol.

Buena gente, comedia en cuatro actos traducida del catalán por Gregorio
Martínez Sierra y representada por primera vez en el teatro de la Comedia
de Madrid el 11 de Enero de 1906.

Santiago Rusiñol tenía y a un nombre acreditado en las letras es-


pañolas. Precedido de ese nombre se presentó en los teatros de Ma-
drid, y no creo que tuviera que hacer muchas antesalas ni que su-
frir muchas amarguras para ver su primera comedia en la escena.
La gente de letras fué á oírle con cierta expectación, un poco emo-
cionada, con ávida curiosidad. ¡Modernista y catalán! ¿Qué se trae-
rá este hombre?
Sus comedias no han sido triunfos indiscutibles; creo que pasa-
rán sin dejar estela en el arte dramático; pero tampoco han sido
fracasos: tenían algo que justificaba la esperanza.—Quizá algún día
acierte por completo—se dicen los del oficio, y al estreno de Rusiñol
no faltan.
La noche en que por primera vez se representa Buena gente allí
están no sólo los críticos de todos los periódicos, sino muchos perio-
8
ÍI4 Filología y Literatura.
distas y muelios más literatos, sobre todo los jóvenes. En uno de los
palcos más próximos al escenario vemos á la señora Pardo Bazán
acompañada de unas señoritas y de doña Gloria Laguna, la joven
condesa de Requena á quien y a señalan, no sé si con razón, como
futura actriz de la compañía de María Guerrero.
Al levantarse el telón nos encontramos en una casa de présta-
mos. Allí presenciamos una serie de escenas terribles que el autor
ha debido elegir cuidadosamente para producir un efecto que á él le
importaba mucho. Todas ellas nos dan la misma impresión de lásti-
ma y llaman á las puertas de nuestra ternura. Todas ellas nos su-
gieren esta reflexión:—Esos prestamistas tienen el corazón acorcha-
do; no tienen entrañas ni escrúpulos; son fieras—. Una oleada de
piedad cae sobre las víctimas y el corazón parece poner en nuestros
labios una maldición y en nuestros semblantes un gesto airado con-
tra los prestamistas indelicados y avarientos. ¿No era esto lo que el
autor se proponía?
Estas escenas tienen el desorden y la incongruencia que proba-
blemente tendrán en la realidad; pero comenzamos á sospechar
que son más imaginadas que vistas. El autor ha puesto, acaso, mu-
cha cantidad, pero poca variedad de color; de una parte, todo ne-
gro: la negrura de la miseria que implora y que llora; de otra, todo
pálido y amarillento: la palidez de la avaricia y el color repulsivo
que tendrían las almas secas, duras y muertas. Nada de claro-obs-
curo; nada de matices.
Allí conocemos al señor Bautista, el amo enriquecido con la des-
ventura y las lágrimas de sus víctimas. No se ablanda, no. ¡Bueno
iría ^1 negocio si lo hiciera! Si alguna vez dirige la palabra á sus
clientes es para hocicar en su desgracia y lanzársela después al ros-
tro como un insulto. La única deshonra para él es deber; la única
preocupación del hombre, amontonar dinero, con ese dinero todo es
fácil. ¿Quiere uno placeres? Tiene placeres. ¿Quiere comprar amor?
Compra amor. ¿Desea comprar conciencias? Las compra.
El, sin embargo, por el momento no quiere nada de esto. Sus
amores están en su caja. Es tacaño, avaro, viste de lo que no puede
vender en su tienda, y en los veinte años que lleva de casado no ha
dado á su mujer el placer de un panecillo tierno ni de una copa de
vino. ¿Es por eso desgraciado? No. Allí tiene el dinero amontonado,
clasificado. El día que abra la jaula á ese pájaro, le traerá en el pieo
placeres, amor, felicidad, todo. Sólo el pensamiento de que tiene
todo eso á su alcance, tan cerca como su caja, le da escalofríos de
dicha.
teatro. ¡15

En la tienda tiene un sobrino tan duro y tan implacable como él.


Los lamentos rebotan en su alma de piedra y disimula muy zafia-
mente que toda la docilidad con que secunda el pingüe negocio de
su tio no tiene más fin que el dinero que éste guarda en su caja. Ni
una nota de juventud, de alegría, de afecto, de ternura siquiera ha-
cia sus padres. Su alma no devuelve más que un eco, el del tintineo
del dinero, ni tiene más pensamiento ni más pasión que el obtener-
lo. Es un digno discípulo del prestamista.
Se nos presenta también otro sobrino, dibujante, un artista jo-'
ven, un poco bohemio, que visita á su tío sólo por hacer chistes á
costa del usurero y de su primo, el aprendiz de prestamista. Este
nuevo personaje es un buen chico, simpático, honrado, de ingenio,
laborioso, buen corazón y buena cabeza. No le conocemos un de-
fecto.
Ha ido á ver al prestamista, y no precisamente para que le conoz-
camos nosotros, no; él sabe que toda la familia va á venir á dar un
disgusto al prestamista. Han sabido que su cuñada ha sacado de la
Inclusa una niña, y se llevan las manos á la cabeza con espanto.—
La dotará—dicen—, y eso nos lo roba á nosotros.—Van á venir des-
atados, la avaricia los trae á empellones. Pero la avaricia es su ca-
rácter y ninguna ocasión más á propósito para trazar su caricatura.
A eso viene, á hacer la caricatura de sus parientes.
Y efectivamente, éstos vienen; son dos familias, una hermana
del prestamista y su marido, que son los padres del sobrino que tie-
ne en la tienda y que ya conocemos, y otro hermano viudo con una
hija joven y soltei-a. Se le quejan, le amenazan, casi le insultan, y él
los echa. ¿Pues no es suyo el dinero? Estas escenas podían dar mo-
tivo á un humorista para observaciones admirables, de una ironía
punzante. Eusiñol se ha propuesto otra cosa, excitar nuestras iras ó
provocar nuestras náuseas por esta otra casta de avarientos, buitres
que expían la muerte del hermano rico para destrozar á dentelladas
los despojos, y que siguen las intimidades de su vida, desconcerta-
dos y en zozobra, como si acosaran una plaza sitiada.
No son hermanos, ni cuñados, ni sobrinos, son sólo los parientes
avarientos, y la codicia rebosa de sus almas y pringa todas sus pa-
labras, todos sus hechos, todos sus gestos, como con una baba repug-
nante.
En este penoso ambiente de negruras morales brota un tibio rayo
de luz. Es la inclusera que llega, traída de la mano por la buena é
insignificante mujer del usurero. Rusiñol, que ama los contrastes
duros y violentos, ha puesto en Matilde todas las delicadezas que
í¡6 Filologia y Literatura.

podían poner más de relieve las indelicadezas y brutalidades de


aquella gente.
Matilde llega modesta, con los ojos bajos, la espalda algo encor-
vada como por un reconocimiento habitual de su humildad, ingenua,
sencilla, agradecida, pura como un ángel.
La familia del usurero le muestra todo el rencor de su alma mala
en desprecios insultantes y en preguntas capciosas y de una malig-
nidad despreciable. Matilde no las comprende bien, y como en ella
no ha hecho nido ninguna mala pasión, y tiene la candorosa incli-
nación de creer á todos buenos, y viene ansiosa de agradecer, con-
testa siempre con un candor desconcertante, bañando sus palabras
de una idealidad y de un perfume de virtud, que atrae todas nues-
tras simpatías.
Las monjas son muy buenas, hay una que es santa, ¡la quieren
todas tanto! Cuando alguna asilada está enferma, esta monjita la
cuida, la arropa, la peina, le da de comer y le cuenta cuentos para
que se duerma, y todo con un mimo que da ganas de estar mala. Así
habla ella.
Cuando le pregunta el usurero qué impresión le ha hecho el que
la sacaran, ella resume su charla encantadora, en esta frase que
pensó:—¡qué buenos serán!—La tienda no le gusta; ve el mostrador y
los cuadros viejos en montón ó pendientes de las paredes, y los col-
chones amontonados en los grandes estantes, y como ella sabe que
no se puede mentir, dice lo que siente cuando se lo preguntan.
—Pero no importa—añade—, y a veo que están de mudanza. Si
me dejan, ¡pondré todo tan limpio! Miren ustedes, el color blanco es
el que más me gusta: y o creo que en una habitación blanca, blanca,
no puede ser nadie malo.
Estos rasgos y otros no menos felices, nos exhiben, mejor que el
análisis psicológico más minucioso, toda la virginidad de alma de la
inclusera. Pero Rusiñol, al crear esta ñgura, ha pensado más que en
ella en la otra gente que le rodea, cada golpe de cincel que señala
una línea más de Matilde, es un mazazo más que descarga sobre los
avaros. Por eso hace de la buena muchacha una figura ideal, toda
luz, casi una abstracción: así el contraste es mayor.
Ante ella se desarrolla una escena desgarradora de casa de prés-
tamos: es la que mayor honda impresión de espanto y de desencan-
.to podía producir en ella. La sensitiva se repliega sobre sí.
—Vaya, vaya—dice el usurero—, esto se acabó. Tú, anda hacia
adentro, á hacer algo, que esto no es la Casa de Misericordia.
—¡Qué ha de ser Casa de Misericordia!—dice el sobrino artista,
Teatro. ///

el sobrino bueno, sobre el que la candidez y la belleza de la mucha-


cha han dejado la natural sensación.
Y cae el telón.
Aunque los aplausos resuenan varias veces, la impresión que nos
deja toda aquella gente que ha desfilado ante nosotros, es de extra-
ñeza. No conocemos a ninguno, y más que hombres y mujeres nos
parecen personificaciones de virtudes y de vicios, no símbolos, pero
sí abstracciones, y no acaban por eso de interesarnos.

*
* *

Cuando vuelve á levantarse el telón y a no estamos en una casa


de préstamos. El Sr. Bautista se llama y a D. Bautista, y se dedica
á negocios más lucrativos. ¿Qué serían sin él esos ricos herederos,
menores de edad, que necesitan gastar y gastar, y no tienen? Sus
negocios van viento en popa, es y a riquísimo: el día que quiera ser
feliz, allí tiene la caja repleta, rebosante.
Con la chica se porta bien: es la única que puede más que él. Le
compra vestidos, le busca profesores, no sabe negarle nada. Todos
están un poco asombrados.
Los parientes del usurero la ven camino de la herencia, y mien-
tras no pueden atacarla de otro modo, la adulan y preparan su ca-
samiento con el hijo que D. Bautista tiene empleado. Así, al menos,
le arrebatan parte.
—Anda, cásate con ella que, por el pronto, la dotará—le dice al
aprendiz de usurero su madre—, y las cosas, en caliente, hoy mismo
habíale.
Siempre la misma intemperancia. El hijo lo hace así, y le pide á
su tío la mano de Matilde.
El usurero se queda algo perplejo: no había pensado, sin duda,
en que eso pudiera llegar; se opone, sin embargo, airadamente.
—¿Qué tienes para mantenerla?—le dice.
—Pues, mi sueldo, y luego la dote que le dará usted.
—¿Quién te ha dicho que y o le daré dote?
—Usted mismo.
—¡Bah! se raspa una flrmay ¿no va á poder borrarse una palabra?
—Eso es una infamia que comete con ella—le dice el sobrino
burlado en su codicia.
—¿Con ella ó contigo?—le replica el tío.
l'S Filología y Literatura.

y esta escena violenta, además de esparcir más luz sóbrelas co-


dicias de esta gente, nos hace ver otra cosa. D. Bautista tiene un
acceso de tos: tantos años de vida afanosa, quieta y miserable, han
agrietado su cuerpo; las emociones fuertes son un peligro para un
cardíaco. Ya huyó la juventud, acaso la necesite para el placer, y
todos vemos, que por lo menos, eso, la juventud, no puede comprar-
la con dinero. Comienza la Némesis.
Su mujer acude cariñosa y humilde: él la desprecia y la echa de
su presencia: quiere una taza de tila y su mujer corre á traérsela;
de ella no la quiere. Cuando Matilde se la da, la toma gustoso.
Matilde, que continúa tan adorable y tan buena, adora á su ma-
drina—madre la llama de corazón—, y riñe al usurero porque trata
tan mal á mujer tan bondadosa.
—Es la única pena que me da usted, y que yo encuentro en esta
casa. Quiérala usted—; le dice con mimo.
—A, ella, no; á ti, sí.
Y con la voz baja, miedosa, temblorosa, como sus manos, y acer-
cándose á ella, como fascinado por una visión, y cogiéndola del bra-
zo, en palpaciones seniles y torpes, añade:
—A ella, no. Quisiera echarla de casa y no sé cómo: la odio. Va-
mos, ¿no estás contenta?; toma dinero, para ti; estoy ciego, por ti me
perdería
—¿Y qué necesidad hay de que usted se pierda?—dice la mu-
chacha un poco alarmada al verlo así, pero sin ver tan claro como
nosotros hemos visto.
La bestia humana hace explosión en aquella naturaleza algo de-
rrotada; pero de muchos años pasados en el ahorro del placer tanto
como en el del dinero.
—Cuando veo que mi mujer se opone á y o daría mi alma al
diablo y á ella la mataría—le dice.
Aquel lenguaje, aquel temblor, aquel semblante demudado asus-
tan á Matilde. El usurero la lleva á la fuerza hacia la caja, la abre
temblonamente y le habla así:
—Mira, oro, montones de billetes, millones, y por consiguiente,
coches, joyas, placeres; todo para ti si
Matilde comprende y da un grito de horror y se retira con asco,
y aquí comienza una escena larga y de un naturalismo repugnante.
Borras se agiganta, pero creo que Rusiñol tiene una caída lastimo-
sa. Hay escenas muy reales, muy naturales, pero que las personas
delicadas no podrían llevarlas á un escenario acosado por centena-
res, por millares de miradas femeninas.
Teatro. 119_

Matilde, perseguida, espantada, se acuerda de que cerca de allí


está el sobrino de aquel hombre: hacía unos minutos que le habia
repetido su afán de casarse con ella, y lo llama á gritos. El joven se
presenta, y ella, aún agitada, le dice:
—Mira,ya lo he pensado; pues sí, vamos á casarnos en seguida.
—No quiere mi tío; y a no te dota—y se va.
Matilde se retuerce las manos al ver la nueva infamia de su pre-
tendiente, y exclama:
—¡Dios mío! ¡Esto es mucho peor que la Casa de Maternidad!—
Y se lanza á la puerta, dispuesta á buscar allí un refugio. El usu-
rero, cada vez más ciego, más irritado, más lascivo, se opone con
sus fuerzas, con sus amenazas, y cuando no se ve una buena solu-
ción para aquel conflicto, aparece en escena el mago que Rusiñol
ha creado para velar por Matilde: es el sobrino artista.
El telón cae, pero todos respiramos tranquilos; sabemos que
aquel muchacho la defenderá bien; tiene corazón, tiene talento; ade-
más, está enamorado.
Y he aquí ya otra cosa que el usurero no ha podido comprar con
su dinero: el perfume de virtud que las buenas monjas de la Inclusa
han ido depositando en el alma de la pobre inclusera. El usurero ha
visto tronchada otra ilusión más y sufre horriblemente. La Némesis
continúa.

*
* #

Con gran sorpresa nuestra nos enteramos en el tercer acto de


que Matüde continúa en casa del usurero, que la está sitiando por
cuantos medios puede. ¿Habría muchas mujeres honradas y puras
como Matilde que se quedaran donde se le infirió ultraje tan gran-
de y donde cada día puede temer una nueva asechanza? Después
sabemos que se queda por ver así más fácilmente á su novio, al ar-
tista; pero ¿no es un poco inverosímil que un joven tan enamorado,
tan desinteresado y noblote é independiente como él viera con gus-
to en peligro y en sufrimiento perpetuo á la que amaba y quería
para madre de sus hijos?
Para ella se acabó ya el desinterés y el mimo del usurero: ocu-
pa el lugar que se le dio al llegar, el de criada; pero los parientes
que la ven caída la pisotean con sus insultos malvados, y como aún
temen, procuran solapadamente echarla de aquella casa.
Una vez le dice la hermana dol usurero:
120 Filología y Literatura.

—Ya conozco tus mañas: llevas en palabras, coqueteas con mi


hermano para pescar la herencia.
Matilde no puede más y les ruega que la dejen; en aquel ambien-
te hostil sólo tiene un refugio, el de la mártir esposa de D. Bautista,
que arrastra por la escena su sombra de esclava, tímida y enferma.
—Míreme bien á los ojos, madre, ¡que no puedo más! Dudan de
mí. ¿Duda usted también? ¿Verdad que no?
La pobre mujer sí duda; ve que es una santa, pero ve también
cómo su marido la desea y cómo la trata á ella, que es un estorbo.
—Pero tal como seas te quiero—le dice la pobre mujer, que se
retira afligida. Matilde ha perdido ya su último apoyo, y desfallece
llorando.
En aquel momento aparece su mago, el novio que viene á decir-
le que ya tiene dinero y que se pueden casar. Va á pedir su mano
y se la llevará, quiéralo ó no su tío. Su tío, naturalmente, no quiere,
es ella su obsesión y su felicidad, y se opone rabioso, exasperado,
frenético.—Antes te echo por el balcón—le dice á su sobrino; pero
éste lo tiene á raya y tras él se refugia Matilde. La familia, que está
en la casa, presencia la escena, y entonces el artista se desahoga
contra todos en un discurso contra- los avarientos, muy enérgico y
muy elocuente y muy bonito, que en las alturas del teatro se aplau-
de con calor.
El usurero exhibe todos sus derechos sobre Matilde; de nada le
valen, y cuando ve, ya rabioso, su impotencia para retener á la que
es objeto de sus ansias, barbotea esta frase:
—Ladrón, la robas.
—No, la desempeño—dice el joven, y vuelve á caer el telón.
Este acto nos ha dejado peor impresión: los personajes conti-
núan siendo las abstracciones de siempre, sin complejidad ninguna,
dando siempre la misma nota. Nos parecen las escenas más forza-
zadas, menos motivadas y no pocas innecesarias; algunas poco ve-
rosímiles. Yo he prescindido de ellas por no alargar más esta
crónica.
Pero la idea capital de la comedia avanza. El dinero no le com-
pra la felicidad, y la rabia de su impotencia tortura al viejo usure-
ro. La felicidad que le había venido de la Inclusa ha volado ya á
poner su nido en la bohardilla, calentada por el amor casto y el tra-
bajo honrado. El cardíaco se agrava.
Teatro. 121
Todavía no hemos terminado, aunque bien hubiera podido Ru-
siñol poner ñn á su comedia en ese tercer acto. Quiere él, sin em-
bargo, ensañarse más con los avaros, y en este cuarto acto llega y a
á la crueldad rcifinada.
La mujer del usurero ha muerto y a ; un día la encontraron muer-
ta al pie de la cama. lOn el tercer acto nota en la escena un vaho de
crimen. El viejo se exaspera ante la idea de que su mujer es un obs-
táculo á su dicha. ¡Si se muriese!.... ¡yo la mataría! Pero ¿cómo? Esto
es en él como una ido J fija. Algunas frases sueltas de los demás nos
hacen sospechar también, y, por último, vemos el semblante de la
mujer cada vez más pálido, color de cadáver y a al fin.
—¿De qué habrá muerto?—le preguntan sus parientes.
—Callad, no me habléis de ella—contesta eon un poco de espan-
to—. Nosotros, que y a estamos algo escamados, pensamos entonces
en un crimen. Y ¡vive Dios! que si hay crimen, le ha servido de bas-
tante; llega y a tarde: la otra y a está enamorada y casada y feliz.
Otro dogal para el avaro.
La familia lo ve y a postrado, y aprieta el cerco. La impudencia
de Gus codicias es tan revulsiva, que él, que los necesita entonces, in-
dignado los echa de su casa y los deshereda. Antes de que se v a y a n
se presentan Matilde y su marido.
—Sabía que vendríais—les dice—; huelo á carne muerta y es-
peráis parte en el botín. ¿Queréis dote, no es eso?—Ahí duele—le di-
cen los otros parientes, que temen tener que partir con ellos.
—¡Cómo le ha endurecido el dinero!—le dice su sobrino, el artis-
ta—. Hagamos un pacto. Haga usted testamento y deje su fortuna
íntegra á los pobres. Después nos quedaremos ésta y y o á cuidarlo,
á alegrarle la vida, que la tiene sombría y requemada.
Los parientes chillan desesperados. Uno le dice:—¿Quién te au-
toriza á ti á disponer de lo que no es tuyo?—Y otro:—Eso se llama
cazar con finura. m
El usurero no comprende por qué Matilde y su marido vienen"
allí, y nosotros tampoco, aunque por distinto motivo. Al usurero le
parece incomprensible, absurdo, que ellos no vengan por dinero,
y más aún que le prometan cuidarle por nada; pero ¿se hace algo
en la vida sino por el dinero? Ellos le dicen que lo hacen por grati-
tud; sin él, no hubiera salido Matilde de la Inclusa, no se hubieran
conocido ni casado, no serían felices. ¿No es éste bastante motivo?
Nosotros nos quedamos un poco perplejos; no sabemos si en aquella
feliz pareja era natural que pesara más el sacarla de la Inclusa que
el intento persistente de atropellarla.
t22 Filología y Literatura.
El avaro accede; quiere, implora nauseabundamente, que se que-
de ella y que su marido se vaya; otra vez aparece en él la bestia.
—Total, prosa—dice el artista;—vamonos que nos espera nues-
tro pequeñín, y aquél no necesita medicina, pero necesita sopas—
y se van.
Este nuevo fracaso le pone fuera de si, y aumentan su cólera y
su tos los otros parientes hablándole otra vez el lenguaje de la an-
siedad en. acecho.
—Idos, gavilanes; os conozco, os tiro—les dice, y también se van.
Sólo queda para oir su desesperación un viejo empleado de su
casa, á quien trata siempre con relativa suavidad. Maldice del di-
nero que ninguna dicha, que ningún placer le ha proporcionado, y
quiere darlo, tirarlo, todo menos que vaya á los bandidos de sus
parientes. ¡No poder llevármelo cuando muera!
Del brazo de su dependiente se arrastra hacia la caja penosa-
mente y la abre y hunde en ella sus manos temblonas y le da mon-
tones de billetes para el joven matrimonio feliz, para los pobres.
Quiere que su dinero le proporcione, al menos, el placer de la ven-
ganza: quiere vengar las últimas injurias de sus parientes. ¡Ni aun
eso puede! El dinero lo tiene amarrado, lo atrae como el abismo, y
cuando el viejo dependiente intenta irse á cumplir la estupenda co-
misión de que su amo le encarga, éste, agarrado á la caja, casi tam-
baleándose, siente que con aquel dinero se le va algo de su ser y se
lo vuelve á pedir llorando:—No, dámelo, es mío, es mío. ]
Y allí lo dejamos impotente, derrotado, casi expirante, estrujan-
do entre las manos y contra el corazón su dinero que es el cuervo
que le roe la entraña como al personaje mitológico.
La Némesis se ha cumplido ,

***

He procurado presentar la obra con la mayor fidelidad posible;


que el lector juzgue. Nos ha parecido que la realidad ha podido su-
gerir al autor el pensamiento, pero no la acción y el ambiente; que
la tesis era vieja pero hermosa y sana; que el procedimiento teatral
era un poco arcaico; que los personajes son de una simplicidad psi-
cológica que no suelen tener los hombres en la vida, y que por eso
su tesis queda medianamente demostrada, y que gran parte de la
lección moral que ha querido darnos, se pierde. En esta obra, como
eu alguna otra de Rusiñol que conozco, el moralista mata al poeta.
Teatro. 123
La finalidad extra-artística que da á su obra teatral, yo no la
censuro. Me disgusta el arte por el arte, el arte bibelot, recreo de
refinados y de vagos, y esa religión de la belleza que ha surgido de
aquella teoría estética, es para mí una manía de especialistas, tan
digna de lástima como todas las manías: la sugestión del detalle
que ha borrado la visión del conjunto.

***

Algo he de decir también del traductor. Gregorio Martínez Sie-


rra es de los jóvenes literatos, el de prosa más cuidada, más ator-
mentada y limpia. De una gran sentimentalidad, o y e en la Natu-
raleza voces de poesía para la generalidad imperceptibles, y como
los místicos del panteísmo, parece llegar á veces á la quietud en-
ferma de los éxtasis.
En la traducción no se ve que haya malbaratado un efecto, que
haya atenuado una sensación ó haya oscurecido un pensamiento,
aunque de eso el úuico juez competente hasta ahora es el autor.
La comedia parece escrita de primera intención en castellano:
ha llegado al arte supremo del traductor; siendo fiel al original se
ha desvanecido. ¿No merece esto un aplauso?

II

EmlUa Pardo Bazán.

Verdad, drama en cuatro actos y en prosa, estrenado en. el teatro Espa&ol


la tarde del 9 de Enero de 1906.

A pesar de los sutiles razonamientos con que Martínez Sierra


intentó demostrar que el arte de la señora Pardo Bazán es femeni-
no, hay muchos que no lo creen y les molesta sólo por eso, sin juz-
ojarla, y á veces sin leerla. Ha triunfado en la novela, en el cuento,
en la crítica literaria, pero sus émulos no son menos terribles que
sus admiradores. No extreman la galantería con ella: el ser mujer
no ha bastado para espantar á la fama, pero sí para prepararle un
ambiente hostil.—Esa mujer ¡qué cargante!—dicen. Y tal vez en el
fondo no puedan aducir razón más podei-osa los que le han cerrado
¡24 Filología y Literatura.
la puerta de la Academia Española, donde no h a y tres que h a y a n
puesto en circulacióu tantas riquezas de nuestro léxico, y los que
han creído con más títulos que ella para presidir la sección de Lite-
ratura de nuestro Ateneo á un autor de mucho menos fuste litera-
rio. Tiene el privilegio de no ser indiferente, y suscita enojos renco-
rosos ó admiraciones casi contemplativas. Eso entre ellos.
Entre las mujeres y a es otra cosa. Fuera del círculo de sus rela-
ciones familiares, en el que no he entrado nunca, y en el que proba-
blemente su ingenio y alguna otra cualidad moral que desconozco
le habrán ganado simpatías y afectos, el público femenino le es aún
más hostil. No han leído su Teatro crítico ni su San Francisco de
Asís, sino sus novelas, y han visto en ellas crudezas y atrevimien-
tos que acaso saboreen, que acaso perdonen eu un hombre, pero
que encuentran un poco fuerte, un poco inaudito en una mujer. El
juicio favorable de algunas es reflejo impuesto por la autoridad.
Las que nunca leyeron sus obras tendrían que condensar su fallo en
esta pobre frase.—Es poco mujer: eso es cosa de hombres.
Digo todo esto para explicar la ansiedad con que se esperaba el
estreno de Verdad y por qué el teatro estaba rebosante y el público
no ha podido contener sus impaciencias cuando ha visto que no se
levantaba el telón á la hora convenida.

En la r a y a de Portugal, junto á las márgenes del Miño, h a y una i


vieja casa que ha sido el solar de los Trava. Un criado fiel, en com- •
pañía de su madre, que fué á la vez nodriza del poseedor de la casa,
Martín de Trava, la guardau. La vieja Ildara se asombra de en-
contrar esta noche el antiguo salón limpio é iluminado, con flores
y una mesa preparada con dos cubiertos. —¿Cómo esto si no está el
señorito?—Aquel misterio uo lo es para su hijo Santiago que se in-
digna al sorprender á su madre en el salón. Ella sospecha que el se-
ñorito viene, y con él un general carlista que vivirá en Portugal. San-
tiago le dice que sí, pero que ¡ay de ella! sí dice una palabra de lo
que ha visto: exponía la vida del señorito. Aunque su madre le
asegura que no dirá una palabra y que no salje á quién quiere más,
si á él ó á Martín, Santiago se impacienta y echa de allí casi á em-
pellones á la buena anciana.
El señorito llega; pero pronto sabemos que no es una conspira-
ción lo que se prepara, sino una cita amorosa. Ella es casada, mujer
Teatro. Í2S
de un diplomático, vizcondesa, hermosísima, ansiosa de emociones
nuevas, ligera, enamorada de la aventura y del peligro, gran maes-
tra en el ardid y el disimulo, capaz de caprichos, inaccesible á los
afectos hondos, tan escéptica del amor como de la verdad. El es un
provinciano sano y franco, sencillo é impulsivo. No entiende el len-
guaje de la falsía, se enamora como un loco, y en el mundo, desva-
necido á sus ojos, sólo queda la imagen de la mujer adorada. Ni
cálculos ni disimulos; pasión y verdad: he ahí los dos únicos resortes
de su vida.
Naturalmente, no se comprenden, y ya las primeras palabras de
ella suenan á hueco en el alma del hidalgo gallego. Ella le habla dé
sus adoradores, y lo cuenta que para despistar á la gente se ha he-
cho acompañar hasta muy cerca de allí por uno de ellos, por el mar-
qués de Portalogre. ¡Vaya un chasco que le ha dado! ¡Y y a le ha
costado urdir aquel engaño y preparar aquella intriga! Todo esto
lo citcnta con volubilidad, como quien hace una gracia, riéndose
y shi poner en sus palabras una pequeña nota de seriedad ni de
pasión.
A él le da un poco por lo romántico y le muestra su pasión que
raya en locura; pero otra pasión sorprendente notamos y a en él: es
un culto extraordinario á la verdad. Le hace daño que ella hable así,
tan frescamente, de engaños y disimulos, de ardides ingeniosos y
adoradores burlados. Si no cree en la verdad y piensa que el amor
es cosa efímera ¿á qué ha venido allí? Lo mejor es que se vaya, .
porque no es fácil que se entiendan. Ella se ríe—. ¿Pero se te ha
subido el vino á la cabeza?—le dice.
Lo que nosotros creemos que se le ha subido á la cabeza y que
lo marea un poco es la verdad. Es lo primero que le pide en aquella
cita de enamorado triunfador: la verdad. En Lisboa la conoció y se
enamoró; allí apaleó á uno que se atrevió á murmurar eu secreto
galanteos de la bella diplomática; ahora tenia que decirle la verdad.
Y le pedía esa verdad después de hablarle como un Petrarca y como
un Ótelo á la vez. ¿Qué demonios había de decir ella la verdad,
sobre todo teniendo la idea de que era un veneno activo y un explo-
sivo peligroso? Pero como él se pone tan impertinente y tan poco
delicado, ella, probablemente mintiendo y al parecnr por castigar
sus brutalidades, le dice que sí, que antes que él Portalegre ,
y que probablemente después también tendrá otros. Exasperado, la
coge él del cuello, y loco de celos la estrangula.
Al público le parece aquello demasiado enérgico y comienza un
sordo oleaje de protesta que nos hace temer por la obra.
I2á Filología y Literatura.

Tampoco á Martín le lia parecido bien lo que ha hecho. Se des-


compone, se lleva las manos á la cabeza, se arrodilla ante el cadá-
ver, y cuando el criado viene y le asegura que ella está muerta, él
se queda alelado pidiendo que lo maten también. El criado lo echa
de casa sugiriéndole que se refugie en Oporto. El se entenderá con
el cadáver.
El telón baja; las señoras se quedan un poco sorprendidas y es-
pantadas, y nosotros salimos mohínos y silenciosos á fumar un ci-
garrillo. Ni un aplauso.
¿Por qué habrá dejado tan mala impresión este acto? Yo voy á
intentar resumir aquí algunos de los juicios que sobre él se hacían,
y que podrán contribuir á que doña Emilia y nosotros conozcamos
el estado de ánimo y un poco de la psicología del público.
Uno decía:—Nada, nada, doña Emilia es tan verde como los
prados de su tierriña. Lo primero que hace es llevarnos á un pi-
cadero.
Otro añadía:—Pero si en el primer acto hay un asesinato y un
adulterio, ¿qué va & pasar aquí?
Y otro:—El acto está muy bien hecho, con una sobriedad á que
no estamos acostumbrados. Si nos adereza y prepara el crimen en
dos actos, lo hubiéramos aplaudido, porque los tipos son reales: él,
un impulsivo como el secretario relator del Supremo, de la calle de
Barbieri: ella, casquivana, coqueta, ligera, hermosa y envenenada
flor que crece espontánea en el medio superficial, de holganza y de
vicio del gran mundo. Y ambas figuras trazadas en cuatro rasgos
duros, pero precisos.
—¡Jesús, Jesús, qué doña Emilia esta! No parece sino que tiene
ganas de introducir en nuestros salones y en nuestras suaves y to-
lerantes costumbres al golfo mal educado y brutal que asesina por
celos á la hembra con quien se entretiene.—Eso lo decía una dama.
y un literato:—El tiene tanto de inocente como de impulsivo.
Cree que la verdad es artículo de primera necesidad en la vida de
las almas, y ya tiene edad para haberse curado de esa manía. Sos-
pecho que es un enfermo del cerebro.
Ya lo veis; el público del Español ha repudiado el acto por verde,
por brutal, por poco preparado, por atentar contra la mansa tole-
rancia del vivir aristocrático, por creer lesión del cerebro la ingenua
adoración de la verdad en la vida. Los técnicos añaden una visible
desmaña en la mecánica de la escena.

*
_ Teatro. l¿7
Ya han pasado seis años. Martín ha vivido en Oporto y allí se
ha casado y ya tiene una hija. ¿A que no aciertan quién es su mu-
jer? Nosotros tampoco lo hubiéramos adivinado si no nos lo asegu-
raran las criadas de Martín. Se casa con una hermana de la mujer
á quien asesinó. Las criadas están en la cocina y murmuran; en la
vieja casa esperan aquel día á los señores que allí vienen á insta-
larse. Martín se ha adelantado, y entre él y su criado hay un diá-
logo por el que sabemos que Santiago ha borrado completamente
las huellas del crimen; el señorito puede estar tranquilo. Una per-
sona sabía algo y ya ha dado cuenta á Dios. Aquella persona era su
madre, y él la tuvo encerrada hasta su muerte.
Las señoras comienzan á moverse, agitadas, en los palcos.—¡Qué
horror! ¿Un parricidio?—Esa es la interpretación que doy & un sor-
do murmullo que se extiende por la sala.
Martín vuelve demacrado, desalentado; los remordimientos lo
acosan y siente como todos los criminales pasionales un afán irre-
sistible de hablar de su crimen y de volver al lugar en que lo per-
petraron. Tal vez no tiene otra explicación, á juicio nuestro, el raro
capricho de volver á vivir en aquella casa. Y tanto como los remor-
dimientos, le escarabajea y lemuerde otra cosa: es la verdad, que la
lleva dentro, y teniendo hambre de sacarla fuera, de gritarla, tiene
que recogerla y esconderla, porque la verdad en él es el crimen.
Como aquella casa está en el campo, la guardia civil vela por ella
y en sus paseos de ordenanza se detienen allí á ofrecer sus servi-
cios. Aquel día traen amarrado á un criminal de cuidado y piden
para él una taza de caldo, pues viene casi examine. Martín ve en él
un hermano de crimen y le atiende, le sirve, le consuela y consigue
que los guardias le quiten grillos y cadenas.
Todos vemos en aquel presidiario el contraste que la autora ha
querido buscar para aumentar la confusión y los remordimientos de
Martín y censtu-ar de paso la desigualdad con que la justicia y la
sociedad suelen castigar el delito en los altos y en los humildes. ;
Ese recurso es ya viejo, peio una gran habilidad técnica y un arte i
hondo y fino pueden justificarlo muy bien. Muñoz y Pavón tiene
una escena parecida en su reciente hermosa novela Paco Góngora,
pero aquella escena de la catedral de SeviUa es tan motivada y deli-
cada y fina que sacude la sensibilidad y llama las lágrimas á loa
ojos, mientras que ésta es brusca, desagradable y, sobre todo, des-
pegada del conjunto. Nos parece que aquello es un postizo y que
además no saca de él gran partido.
También al criminal le pide Martín la verdad; que no niegue,
128 Filología y Literatura.

que confiese, ¡ si es inútil!; la verdad sale siempre á flor de labio, y ,


sobre todo, grita en el corazón y sube implacable al pensamiento
batiendo desesperada la cárcel del cráneo; ¡se descansará tan bien
después de dar liL^ertad á huésped tan implacable! El criminal, na-
turalmente, no lo entiende así y no confiesa, pero al menos y a sa-
bemos que Martín ha empeorado de su dolencia. La manía de la
verdad lo v a á perder. Nos enteramos además de que al público le
parece aquello un poco grotesco porque sisea poco caritativamente
la escena.
Ya llega el pueblo en fiesta acompañando á la mujer que se pre-
senta en la puerta de la cocina; el marido la detiene; quiere que
v a y a por la escalera principal, pero el criado y a ha visto á su nue-
va ama y y a tiene la frase-para terminar el acto. Su ama es herma-
na de la otra y tiene un gran parecido. Santiago, asustado, exclama:
—¡Los muertos resucitan!—Y cae el telón en un mar de hielo.
El comentario corriente es éste: — Pero cuidado que somos correc-
tos, ¿no es excesivamente blando el silencio como correctivo de
todo eso?

Ya está instalado Martín en Trava con su familia en el casal de


sus padres. En el jardín fiorecen algunas ricas plantas que lucen
en los macizos y se yerguen robustos castaños y robles añosos.
Desde él vemos la mansa corriente del Miño y sus arboledas fres-
cas, y más allá bosques de misterio y un cielo húmedo y entoldado.
Martín está en él oreando su frente abrasada por el remordi-
miento con el frescor de la mañana.—No debió volver aquí—le dice
su criado—: los señores deben mirar antes que nada á su honra.—
Martín sentía sed de venir. Lo habíamos presumido. Es un detalle
que doña Emilia aprendió de los criminólogos. Con su criado habla
de eüa: será una desdicha, pero á poco que se escarbe en el propio
pensamiento, la verdad aparece y se apodera de los labios.
Cuando se queda solo, Anita de Ourente, su mujer, llega de pun-
tillas y mimosamente le tapa los ojos con las manos.
—¿A que no sabes quién soy?—le dice.
—A veces me pareces otra—le contesta tristemente—. así co-
mienza una escena interesantísima donde está todo el drama que
tortura y ha de destrozar aquellas dos vidas.
Ella sorprende siempre en la frente de su marido una sombra y
Teatro. 129
en su mirada algo raro que sale de muy hondo y que le dice profe-
cías tristes. ¿No le rodea el misterio? Pues ella no puede con el mis-
terio. Y con sus mimos intenta abrir el arca secreta que lo guarda.
¡Qué deliciosamente le recuerda su antiguo amor, los recuerdos de
él que le desvanecían el sentido y los tiempos en que ella, inadver-
tida, recogía del suelo las flores que Martín tiraba y que tenían
algo de él, que eran de él, y sus congojas cuando supo que estaba
enfermo en Oporto, en los mismos días precisamente en que la hería
otra desgracia, la desaparición de su pobre hermana: otro misterio
que la perseguía.
Era natural: se había casado con la hermana de Irene y le ha-
blaba de ella aumentando los furores de su remordimiento.
—Tú también tienes un secreto—le dice él.
—Sí; pero no lo escondo; ¡tengo hambre de decirlo!'
Ella sospecha que su hermana fué asesinada, y cuenta las ter-
nuras que sentía por ella, en un lenguaje sencillo, idílico y cálido
que da pena. ¡Si pudiera descorrer el velo de aquel misterio! ¡Si pu-
pudiera dar con el asesino!
El siente el vértigo de la verdad y tememos que rompa aquella
alma inocente con la revelación brutal. Se contenta, sin embargo,
con decirle:
—Deja el pasado; su negro fondo sólo guarda dolor y remordi-
miento.
—¿Y por qué?—Y un poco desconcertada exclama: — ¿ Lo ves?
por todas partes el misterio. No; yo hallaré la verdad. No pararé
hasta encontrarla, y entonces descansaré.
La escena sigue en el mismo tono, resbalando hacia la tragedia;
es un diálogo vivo donde hay frases exquisitas, de una delicadeza
femenina imponderable. En la sala no se oye el más leve rumor y
el alma de los espectadores se asoma á los ojos y se clava en el
escenario.
Anita le cuenta que ya está sobre la pista. El marqués de Porta-
legre, que acompañó á su hermana en aquella noche triste, ha
vuelto del Brasil, donde se refugió. Con él va atener una entrevista
y le arrancará la verdad.
—¿Quieres con ansia la verdad?—le dice él.
—La quiero, aun á costa de mi sangre.
—Pues la tendrás.
Portalegre, que llega, le cuenta la amax-ga verdad. El se ha sacri-
ficado seis años, pero no puede más: vio entrar á su hermana en
aquella casa donde Martín esperaba, y de allí no salió. Que haya
CULIUBA 9
I3Ó Piloíogia y Literatura.

Martín, pero que le deje á él rehabilitarse y vivir. Y se despide pi-


diendo mil perdones y soportando resignado los insultos de Anita
que protesta, se revuelve y ruge anonadada y loca. Es la verdad
que cae como el rayo sobre su alma desprevenida y pura. ¡Su mari-
do, que es un santo, el asesino de su hermana, la que sus ojos llora-
ron hasta agotar las lágrimas! Se cree víctima de una pesadilla, se
cree loca y ruge,llamando: ¡Martín, Martín!
Martín viene, no niega, y ella lo cree también perturbado. San-
gregorda, el bandido, entra en el jardín huyendo de la policía y pi-
diendo un asilo.
—¿Quién es ese hombre?—le pregunta á Martín.
—Un asesino y yo otro, somos hermanos.—Y lo abraza.
Anita da un grito y cae, resguardando la cabeza con las manos
como si algo se desplomase sobre ella.
El telón baja y se oye en la sala un ruido que parece un grito de
rabia; aquel ñnal de melodrama ha roto el encanto de las hermosas
escenas pasadas. Creemos y a la obra definitivamente fracasada.

*
* *"

En el cuarto acto él está en su despacho y ella quiere hablar con


él. De aquella conversación depende su vida.
—Díme que ayer perdiste el juicio—le dice á Martín^.
—¿No querías la verdad?
—Esa, no.
—¡Eh!Lo de siempre; se llama la verdad cuando se sufre, y cuan-
do llega, no la queremos recibir. Sí, sí, yo la maté.
—Pero, ¿cómo es posible siendo tú tan bueno?
—La maté por celos,
—¡Calla! ¿Tú.^ ¡Dios mío!
—Exigiste lo que yo aquella noche, y la verdad ha caído sobre
nosotros fulminante.
La impresión que todas estas filosofías de la verdad dejan en
nosotros, es de antipatía contra ella. Es en este drama más fatal que
el amor en la tragedia griega. Se oculta, para engañar; eso hace
Irene. Se mata para ocultarla; eso hace Santiago; el ansia de reve-
larlo, tortura y enloquece; así Martín. Y cuando se revela, es el
rayo que pulveriza.
Anita, desde aquel momento, parece sentir, más que el crimen
^ teatro. 13Í_

de su marido, el amor que éste puso en su hermana. Más que á la


hermana, ve á la rival.
—Ya que la mataste, ¿por qué no la mataste del todo? ¿Por qué
la guardas aún viva dentro de tu pecho?
Todavía se abraza á la duda, y no cree á su marido cuando éste •
le jura que sí, qne él fué el asesino. Le pide pruebas, testigos, y
Martín, rabioso de que no se le crea, llama á Santiago.
Aunque éste niega al principio, por ñn confiesa. La obsesión de
Anita por ocultar la verdad, es desde entonces tan grande, como la
de Martin por pregonarla. Ella quiere ocultarla por el honor de to-
dos, porque todavía ama á su marido, y ruega, implora por sus pa-
dres, por su hija, por el Dios que la está viendo. El quiere revelarla
porque es un fardo cuyo peso le abruma; el día que confiese ante el
juez, respirará; la primera noche que pase en la cárcel, será la pri-
mera que duerma tranquilo. Anita encarga á Santiago la misión de
que evite á toda costa que Martín confiese: como no puede evitarlo,
pega á éste un tiro y lo mata.
Cuando lo amarran y lo traen á presencia de Anita, loca de do-
lor, Santiago confiesa la verdad.
—Sí, yo lo he muerto—dice.
—Y yo soy su cómplice—exclama ella.

.**
T el público protesta indignado contra aquellas cosas estupen-
das que acaba de presenciar.
Yo creo que en la sala, como en la escena, el vértigo de la verdad
y de la justicia nos arrastra á todos por igual.
Skveeino Aznak.

Ignacio Iglesias.

Las urracas, comedia en tres actos, traducida al castellano por Antonio Pa-
lomero, estrenada en el teatro de la Comedia el 2o de Noviembre de 1905.

El estreno de Las urracas (ó Las garsas) en Barcelona y en Ma-


drid fué un éxito doble, de que puede estar satisfecho el autor. Bar-
celona celebraba con repetidas ovaciones la primera representación
de la obra catalana, la misma noche en que Madrid aplaudía la tra-
ducción castellana del Sr. Palomero. Acertó éste al emprenderla, po-
132 Filología y Literatura.

niendo su confianza en los méritos del original, y se equivocaron los


que auguraban un fracaso para cuando el público madrileño fuera
llamado á juzgar la obra. ¿Por qué ese temor? Ni Iglesias es bisoñe
(él que es uno de los mejores dramatm-gos españoles), ni el traduc-
tor carece del ojo certero y buen gusto necesarios para saber lo que
es una buena obra teatral. Acaso Las urracas no se ajustaban al mol-
de que algunos juzgaban imprescindible. ¿Qué importa? Si hay en ello
algo que parezca más ó menos nuevo ó exótico, antes ha de llamar
la atención, porque le infunde un carácter propio, que ser motivo
para la desconfianza ó la censura. Por mi parte puedo decir que al
verla representar en catalán la he hallado muy característica de la
tierra en que ha sido concebida, m u y llena de color local, pero al
propio tiempo con un sabor inexplicable y m u y de mi agrado, que
no me es desconocido, porque antes de ahora pude paladear otro
m u y semejante en celebradas obras extranjeras. ¿Qué tiene de e x -
traño? En ellas, tauto como en la aguda y obstinada contemplación
de sí misma, se ha educado Cataluña, y es natural que algunos de
sus hijos lo revelen. No será mala la influencia cuando en los dos
centros intelectuales más importantes de España la crítica y el pú-
blico entienden y elogian obras que á esa doble flliación responden.
D e comedia ha calificado el autor á Las urracas: como drama la
han juzgado varios críticos. No discutamos: de ambos participa, y
si en España hubiera la costumbre francesa ó inglesa de limitarse
á escribir en estos casos las palabras pUce ó play, lo mejor sería
una calificación así que nada prejuzga y que permite, por ejemplo,
empezar como comedia lo que ha de acabar como drama. Digamos,
pues, con el autor que Las urracas es una comedia, porque ni to-
das han de hacernos reír continuamente, ni deja de corresponder el
nombre á una especie de atmósfera de risa y de ironía en que en-
volvió Iglesias su primitivo pensamiento. Acaso esta atmósfera no
la aprecie el público todo lo necesario, y de ahí la divergencia de
pareceres, porque la impresión de lo dramático se sobrepone en él á
la que le produce lo cómico, y no la olvida.
Las urracas es una comedia m u y á propósito para ser traducida
al castellano, porque su asunto es no sólo catalán, sino eminente-
mente español, como que se refiere á algo que ha echado profundas
raíces en España y llega á perturbar toda su vida: la lotería. Es
también moralizadora, puesto que la combate, y á ella opone como
ideal el trabajo honrado y constante. Triste será tener que confe-
sarlo; pero pocas razas necesitan tanto como la nuestra que esas
ideas se le inculquen uno y otro día, por io mismo que muestra n a - .
Teatro. 133
tural tendencia á no escucharlas, aunque en ellas hallaría su salva-
ción, y la halla siempre que se lo propone seriamente. Viril y sana
es la predicación: inseguros sus efectos, porque todo depende del
terreno on que caiga, y ese terreno está ya bastante empobrecido y
yermo. Pide una honda labor de arado y abundante abono. La co-
media do Iglesias está algo por encima del medio ambiente en que
vivimos; pero el escritor que así se coloca cumple con su deber, que
es el de educar y no el de adular á su público. Este aplaude: algo es
algo; pues, cuando menos, siente el respeto del trabajo, aunque
algunas veces carezca de la suficiente fuerza de voluntad para con-
vertirlo en culto, ú otras se desanime por ver que no obtiene la re-
muneración debida, la que otros alcanzan en países más bien orga-
nizados que el nuestro. No hay que echarnos tampoco toda la culpa
de que no seamos más laboriosos y busquemos en el azar el suplir
ciertas deficiencias, nuestras ó ajenas.
No hay sólo en Las urracas la predicación en favor del trabajo,
sino el odio contra la inmoderada sed del oro. «Sois como las urra-
cas», viene á decir el autor á los personajes que nos presenta; «os
deslumhra el brillo del metal convertido en moneda, y sentís el in-
vencible impulso de apoderaros de él». Contra ese afán, que llega
hasta el robo, va su anatema, y en rigor la acción que inventa, ó
que, en parte, toma de la realidad, es el pretexto para decirnos todo
esto; es el vestido para su idea, ó, quizá mejor, para su sentimiento
de hombre honrado, modesto, formado en una atmósfera en que el
trabajo lo es todo, la ociosidad es la muerte y el ideal lo constituye
una dorada medianía eu la que no falte lo necesario y no se envidie
lo superfino.
La acción de Las urracas es simplemente el contraste entre la
tranquila felicidad de que disfrutaba un barbero de pueblo antes
de ganar un premio en la lotería, y la infelicidad, la deshonra, que
éste le ocasiona. Es una acción que se empequeñece y vulgariza de-
masiado al querer explicarla en pocas palabras, pero que crece hasta
tomar inusitadas proporciones, en manos del autor. Está toda ella
matizada de toques habilísimos, en que lo mismo se notan la imagi-
nación amplificadora del poeta ó las ternuras y gallardas energías
de su alma, que el profundo conocimiento del público que posee el
hombre de teatro. Hay en la obra efectos, entradas y salidas, muy
bien calculados; pero que no suenan en seguida á falso, revelando
una mano torpe, sino todo lo contrario. El espectador se interesa
por lo que ocurre en la escena á medida que se va desarrollando la
obra; siéntese arrastrado por ella, por su vida intensa, y ni siquiera
J34 Piloíogia y Literatura,

experimenta el deseo de discutir con el autor: le sigue y le aplaude.


Llega al final convencido de que ha visto una buena obra teatral y
al propio tiempo una obra de arte. Esta fusión no la ofrecen todos
los autores, y es característica de las mejores obras de Iglesias, ó,
más bien, de su talento, que es de los que inspiran confianza á cada
nuevo paso que da. Fui de los primeros en aplaudirlo y recomen-
darlo: no quisiera serlo también de los que pongan tropiezos en su
camino, porque es esto una mala obra desde el aspecto patriótico lo
mismo que desde el literario. Creo que asistimos al desenvolvi-
miento de una importante figura del arte dramático. Ante esto, todo
lo demás que pueda decirse, descendiendo á detalles, es pequeño,
insignificante, cominero.
R. D . P .
N O T O S BIBLIOQRrtFICnS

B . PÉKEZ GALDÓS: Casandra, novela en cinco Jornadas. Un volumen de 18,5


ppr 12,5, vi-397 páginas. Mtidrid, Perlado, Páez y Compañía, 1905. Precio; 3
pesetas. >

He aquí un libro de combate, una obra que tiene tanto de política


como de literaria. En apariencia, ol fecundo ingenio de Galdós se limita
á darnos una novela más, de forma dramática, de asunto entre real y
fantástico, que continúa, según el propio autor dice, la tradición de Rea-
lidad y de El abuelo, insistiendo en el cruzamiento de la Novela y el
Teatro, porque «los tiempos piden á éste que no abomino absolutamente
del procedimiento analítico, y á la Novela que sea menos perezosa en sus
desarrollos y se deje llevar á la concisión activa con quo presenta los he-
chos humanos el arte escénico». A primera vista, la realización de un
problema literario más ó menos discutible; en el fondo, un grito de alerta
y una estocada contra la reacción, un alegato en favor de la libertad.
Los numerosos personajes que intervienen en la acción de esta novela
no son lo que parecen, sino símbolos do fuerzas en lucha unas con otras.
Casandra, que lleva el mismo nombre de la hija dePriamo, «princesa do
Troya y profetisa», no es sólo Casandra-, doña Juana, la vieja rica, cuya
muerto desean buen número de herederos, no es simplemente doña Jua-
na, sino algo más; su herencia, no es tma herencia vulgar, sino que con
ella tiene mucho que ver la famosa revolución de Septiembre, que tantas
cosas cambió on España Uno es lo escrito y otro lo que hay que leer
entre líneas, para lo cual el mismo Galdós ayuda al lector con ciertas
frases de doble sentido, llenas de intención.
La idea descarnada de la obra debió de ocurrirse así, poco más ó me-
nos, al autor: imperaba entre nosotros el antiguo régimen, cuya desapa-
rición deseaban muchos; murió á manos de la Libertad; sus riquezas se
repartieron entre gran número de herederos, y cuando éstos se creían ya
dueños de todo, resucita lo antiguo, é insidiosamente empieza á quitar-
les lo que creían suyo. Medio de ahuyentar á aquel espectro: el grito má-
gico de ¡Libertad! lanzado á plenos pulmones y quo bastará para infun-
dirle temor. El espectro se apoya en la falsa piedad «que hace demasiado
ruido en el mundo para que sea ley». Mientras dura «en nuestra sociedad
ese tumulto irreverente y triste», se ve huir de nosotros, allá á lo lejos,
la Eombra sagrada de Cristo. Dad cuerpo á esta idea primordial encar-
13 Filología y Literatura.

jjándola en una acción vulgar, de personajes-símbolos, y habréis hecho


an trabajo análogo al que ha realizado Galdós en su última novela.
¿Cómo ha llevado á cabo su propósito? Eíto es lo que debe interesar-
nos, considerando Ala obra en su aspecto puramente literario, que es el
Tínico qne corresponde á este lugar. Políticamente, no hay duda que ol
libro entusiasmará á unos é indignará á otros, porque no en vano fué
concebido en medio de la fiebre que la lucha por las ideas de transcen-
dencia social siiele producir en los hombres. Hay una literatura que se
contenta con realizar belleza; pero con el mismo derecho que ella existe
otra que aspira á mover, á dirigir á las multitudes, impulsándolas ora
hacia lo que hemos convenido en llamar la derec'ia, ora hacia lo que sue-
le deno'iiinarse la izquierda. Galdós es el convencido y constante apóstol
de una tend3ncia, al propio tiempo que el artista eximio é inagotable.
La imparcialidad me obliga á consignar que la lectura de este libro
me ha producido una fruición estética mucho menor que la de otros del
insigne autor de tantas novelas famosas. El armazón de que se ha valido
admira por lo complicado más que por lo sólido. Unas veces el símbolo
surge; otras desaparece, desconcertando con ello al lector. Ya llegamos &
la más baja realidad, ya noí perde-nos en alturas en que los per.sonajes
se vuelven sombras, y hasta cambian el nombre, que es sustituido por
otros nprendidos en el estudio de la demonologia. Mucho de lo que ocu-
rre en el libro no halla suficiente explicación ni en las exigencias do la
realidad ni en las del símbolo. Simplificando más, hubiera sido mucho
mayor el efecto. Pero el ingenio de Galdós gusta de conseguir la fuerza
por medio de lo extenso mejor que por medio de lo intenso y equilibrado.
De cuando en cuando parece divagar: de pronto se concentra y produce
algo verdaderamente hermoso, magistral, sin perjuicio de perderse nue-
vamente, después, por tortuosos vericuetos, en los que suben á su lado,
amorosamente cogidos del brazo, lo grotesco y lo fantástico.
La acción de Casandra, explicada en el menor número de palabras
posible, es la siguiente: doña Juana es una vieja rica, santurrona, tirá-
nica y profundamente antipática. Cuantos la rodean la odian; pero la
adulan por el dinero que posee y de que ellos esperan llegar á ser dueños.
Toleran así sus impertinencias mientras confian en ser sus herederos ó
mientras leran algo de la protección que pueda dispensarles; mas
cuando sa convencen de que sus esperanzas se han convertido en humo,
uno de los desengañados, la bella Casandra, á quien la vieja arrebata sus
hijos y le priva el medio de legalizar su situación, va á casa de aquélla
y, en un momento de exaltación, la mata. Gracias á ella entran en pose-
sión de la herencia los que ya se creían desheredados. No logran disfrutar-
la en paz. El espíritu do doña Juana subsiste en la sociedad en que vivió,
y mil manos se tienden con objeto de ir sacando de aquella herencia lo
posible para destinarlo á fundaciones pías y á misas por el alma de la
difunta. Para conseguirlo se acude á todos los medios, y no hay más, para
los interesados, que transigir, que sacrificarse. ¿No ha muerto doña Jua-
Notas bibliográficas. í37
na? ¿Resucita? Como alucinados la ven los herederos bajo la forma de
mendiga harapienta que hurga con un palo en los montones de basura.
Es su pesadilla, y tienen que ahuyentarla á gritos, ó mejor dicho, con uno
solo, al que el autor considera como un conjuro. A Casandra, que está en
la cárcel, la consuelan los herederos y principalmente Rosaxira, una per-
sonificación de la Verdad, á quien, al terminar la novela, adora de rodi-
llas Casandra (la Libertad).
Abundan tanto en la obra las alusiones políticas más ó menos vela-
das, que sólo conociendo á fondo el estado actual de la sociedad españo-
la, en la que luchan tan diversas tendencias, puede comprenderse todo
su alcance, toda su trascendencia. Fácilmente podría formarse un ra-
millete de frases eminentemente revolucionarias con sólo ir hojeando la
novela. Algunas veces parece que estamos oyendo la indignada palabra
de Costa, como cuando uno de los personajes (una mujer precisamente)
dice: «Dios está dormido durmamos España, tienes cara de idiota».
O bien estas otras puestas en boca de distintos interlocutores: «Siento
aversión, asco de una sociedad en que son posibles estas indignidades».
«¿Y es permitido que los locos destruyan así la sociedad y la familia?
—Señora, innumerables locos sueltos vemos por ahí, y ellos son los que nos
dirigen y gobiernan». «Vivimos on un mundo de ficciones, en un arma-
dijo de noblezas figuradas y de distinciones mentirosas. Los ricos apa-
rentan mayor riqueza, y los de un mediano pasar decoramos con talco
nuestra medianía para parecer opulentos. Todo en nuestra vida es ilu-
sorio, teatral, fantástico Ningún noble empobrecido tiene arranque
para irse á labrar las tierras vírgenes de América, ni virtud para escon-
der su pobreza en un rincón campesino, entre villanos y animales». «Una
sociedad como esta, incapaz de impedir iniquidades de tal calibre, debe
ser aniquilada, dejando el territorio á las cuadrillas de gitanos».
La necesidad de sujetar una acción vulgar á un símbolo da á la obra
algo de artificioso y de extraño. Anda uno desorientado, por ella hasta
haber leído la mayor parte de sus páginas, y cuando se llega á la muer-
te de doña Juana, al fin de la tercera jornada (la novela está dividida
en cinco), siéntese el deseo de aplaudir como en ol teatro, porque enton-
ces es cuando se experimenta realmente la emoción honda producida por
algo bello y humano. No está aún muy seguro el lector de lo que aquella
muerto significa realmente; pero él también la deseaba, porque del modo
que el autor pinta á la taimada vieja, lo que se ansia es que desaparezca
pronto do la escena. Final de drama parece aquello, no alcanzándosenos
aún claro adonde va á parar el novelista, y luego, al comenzar la jor-
nada cuarta y ver que allí comienza también otra vida nueva (la de los
herederos), nuestra curiosidad aumenta, mezclándose con algo de sor-
prosa, sin que miremos, precisamente, al símbolo, sino á la acción vulgar.
¿Por qué en ésta ha de haber no poca afectación ó inverosimilitud en
el diálogo? Sin duda por culpa de eso símbolo de que hablamos. Es, con
harta frecuencia, el autor quien dice aquellas frases tan bien escritas, y
138 Piloíogia y Literatura.

no sns personajes. ¿Qué quedará dentro de poco, si por este camino va-
mos, de todo el trabajo realizado por el naturalismo y el realismo en la
literatura? Habrá sido en gran parte sermón perdido, y ya lo está siendo
para los que se proclaman francamente románticos, no sólo en el fondo,
sino en los procedimientos. Y sin embargo, el naturalismo y el realismo
estaban en lo cierto en esas y en otras de sus exigencias. No debieran
cambiarse nunca algunos de sus principios, aunque diéramos mayores
vuelos á la fantasía de lo que se usaba hace algunos años y levantára-
mos algo más nuestro punto de mira. El realismo debe unirse con el idea-
lismo en vez de luchar ambos por ver quien vence á quien; pero en esas
relaciones entre uno y otro debe andar por medio la verdad. Si no que-
remos hacerlo así ahora y reaccionamos excesivamente en contra de lo
que ayer triunfó, otras generaciones serán las que se encarguen de res-
tablecer el perdido equilibrio, diciéndonos que nos equivocamos dos ve-
ces: en la primera dirección, y en la segunda, por ser demasiado absolu-
tos en una y otra. Galdós es, precisamente, de los que funden el realismo
con el idealismo, y esto por modo altísimo, genial; pero ¿por qué no ha
de ser siempre realista en el diálogo y en el modo de mover las figuras
en ciertos momentos determinados? Ambos procedimientos son conquistas
de su época definitivas ó que, cuando menos, merecen serlo.
Noto que á alguien podrá parecer lo que he escrito atrevido afán de
aleccionar á un maestro. No hay tal cosa, sino únicamente el deseo de
expresar una opinión .sincera y leal, aunque de dicho maestro se trate,
qiie al fln y al cabo lo que aquí debe juzgarse es un libro y no una per-
sonalidad. En ésta no hay que decir que existen siempre, como ya han
indicado otros antes de ahora, grandezas á lo Dickens, á lo Balzac y
aun á lo Goya. No he de venir yo á ponerlas en tela de juicio.
Limitándonos á Caísandra, no estará de más hacer constar, como con-
clusión, que su principal valor acaso estribe en ser reflejo exacto de un
estado de alma: e! de una parte de la sociedad española en e.stos últimos
años. Es una fecha, un dato histórico, además de una obra artística.
E . D . PBRÉS.

BENEDKTTO CHOCE: Esthétiqve comme science de Vexpression et linguistique ge-


nérale. I. Théorie. II. Histoire. Traduit sur la deuxiéme édition italienue.
París, V. Giard et E. Brióre, 1904, ii-518 páginas. Precio: 10 francos.

A los que se preocupan, sobre todo, de la última novedad en materia


de libros, éste de Croce podrá parecer algo viejo. Su primera edición ita-
liana se publicó en 1902; la segunda en 1904, y la traducción francesa á
que me refiero ahora tiene año y medio de antigüedad. Para el público
español—salvo muy contadas personas—es, sin embargo, y en absoluto,
un libro nuevo. No sé que ninguna revista española haya llamado hacia
Notas bibliográficas. 139
él la atención de sus lectores. Por mi parte, me limité, en Cuestiones mo­
dernas de Historia (págs. 109 y 110), á indicar la originalidad de la teo­
ría de Croce en lo que toca al carácter del conocimiento histórico, sin
detenerme—puesto que no era el momento propicio—á estudiar el con­
cepto fundamental de la Estética, que el escritor italiano expone sobre
la base de una idea de Juan Bautista Vico.
Pero si el libro de Croce no se ha incorporado aiin á nuestra cultura
corriente, en Italia sigue interesando y discutiéndose mucho. El mismo
autor lo ha completado recientemente con unos Lineamenti di una Ló­
gica, come scienza del concetto puro (Napoli, 1905), que debe leerse para
formar cabal idea del sistema. Para Croce, la Estética es la lógica de la
imaginación, ó de la intuición, ó de la representación. Esta última no
es, en efecto, «un simple hecho psicológico, sino una creación espiritual,
como el concepto lógico, é implica, como éste, el discernimiento de lo ver­
dadero y de lo falso (representación adecuada é inadecuada, coherente
ó incoherente, clara ó confusa, bella ó fea)». La cuestión fundamental
del libro de Croce es, como se ve, y no podía menos, una cuestión filosó­
fica, que transciende de los limites de esta sección literaria, y, desde lue­
go, de los de mi competencia. No puedo, por tanto, entrar á discutirla.
En su dia la discutiré en lo que se refiere á sus aplicaciones á la Histo­
ria, que es precisamente uno de los puntos que más han llamado la aten­
ción en Alemania, en Italia y en Francia. Aqui no me corresponde más
que excitar la curiosidad científica de los literatos hacia la parte consi­
derable de doctrina del libro en cuestión, que directamente les interesa,
para que la estudien y la comenten. Yo no me atrevo á tanto. Bastará
para mi propósito indicar las materias que trata Croce, después de sen­
tar las bases de su teoría psicológica y lógica en los capitules I á VIII.
En los restantes, hasta el XVII, examina los caracteres del arte, los sen­
timientos estéticos, el hedonismo artístico, los conceptos pseudo-estéticos
y la estética de lo simpático, el aspecto psicológico del hecho estético,
las consecuencias de la falta de distinción suficiente entre lo físico y lo
estético, la actividad práctica de la exteriorización, el juicio estético y
la critica histórica en la literatura y en el arte; y en el XVIII, expone
los resultados de las anteriores investigaciones. I
Hasta aqui la primera parte del libro, abierta á la discusión. La se-'
gunda parte (págs. 151 á 476) es una completísima historia de la Estéti­
ca desde los griegos, escrita, no sólo con la erudición que es consiguien-|
te, sino con el criterio filosófico y la clara percepción de las cuestionesM
que no siempre suelen tener los eruditos, pero que son indispensablesl
para dar unidad y sentido á los hechos históricos. En buena metodología,'
la lectura del libro debería empezarse por esta historia, de la cual real­
mente es, la primera parte de la obra, el último capitulo. Compártanse ó
no las Ideas de Croce, y aunque su teoría original haya de pasar sin de­
jar huella—cosa que no creo—, siempre quedará y habrá de apreciarse
pomo un trabajo de mérito considerable y de utilidad sugestiva extraer-
140 Filología y Literatura.
diñaría ese de la historia de la Estética. Y ya qxie esta notase refiere &
un libro italiano, indicaré, como ampliación de su parte histórica, otro
que, si no escrito por un compatriota de Croce, ha sido traducido recien-
temente en Italia y, con motivo de la traducción, ampliado j corregido
por el autor. Aludo á La critica letteraria nel Rinascimento, saggio sulle
origene dello spirito classico nella letteratura moderna, del profesor de
la Columbia University (Nueva York), J . E. Spingaru (Bar!, 1905, un vo-
lumen de xii-358 páginas), cuya lectura recomiendo á nuestros literatos.
EAFABL ALTAMIRA.

J. D. M. FORD: 'TO hite the du>t>, and st/mhoUcal lay communion (aparte de
Publications of the Modern Language Association of America, XX, 2), 1905.

Eeune abundantes ejemplos, tomados en las antiguas literaturas es-


pañola, francesa, alemana é italiana, de la costumbre de comulgar, ¡os
moribundos en tina batalla, comiendo tierra ó una hoja de hierba partida
en tres. Estudia la frase morder la tierra, morder el polvo, y concluye
que no se deriva de la anterior costumbre, sino que traduce la frase la-
tina morderé, mandere terram, humum, arenam. Trata incidentalmento
de la práctica de la confesión entre legos y de las de comulgar también
con pan bendito, de la cual se me ocurre citar un ejemplo histórico de
España: en una incursión por Andalucía, parte de las gentes del empera-
dor Alfonso VII, movidos de la codicia, pasan el Guadalquivir y se ven
atacados sin poder repasar el río para unirse al ejército; los capitanes tam-
poco pueden socorrerlos y tienen que contentarse con aconsejarles que se
preparen á bien morir, gritándoles: confitemini alterutrum peccata ves-
tra et orate et communicatte de pane benedicto, quem habetis vobiscum,
et Deus miserébitur animarum vestrarum, España Sagrada, XXI, pá-
gina 371.
R. M . P .

OivA JoH TALLGREH. Las z y 9 del antiguo castellano, iniciales de silaba, estu-
(extrait des Mémoires do la Socióte
diadas en la inédita 'Gaya.' de Segovia
Néo-philologiciue a Holsingfors, tome IV, 1906). Helsinki, imprenta Cen-
tral, 1905, 50 páginas, en 8."
La cuestión del uso y etimología de la 2 y la 9 en el antiguo castella-
no es quizá una de las más difíciles de nuestra fonética; pruébalo desde
luego el muy distinto resultado á que llegan los dos principales trabajos
pxiblicados sobre esta cuestión por los señores Cuervo y Ford. El joven
filólogo finlandés O. J . Tallgren contribuye al esclarecimiento de esta
materia con el Opúsculo cuya portada se copia arriba, No es este folleto
Notas bibliográficas. Í4I

más que una parte, una muestra á veces incompleta, de los estudios con
quo el Sr. Tallgren acompañará la edición que prepara de la famosa é
ignorada silva de consonantes, conocida con el nombre de Gaya de Pero
Guillen de Segovia, cuya publicación total será de la más grande impor-
tancia para el conocimiento del vocabulario y la gramática del siglo xv.
La gran utilidad de la Gaya es ofrecer nuevo y abundante caudal de
vocablos (por ejemplo, la grafía rara gogo): espejialmente de inflexiones
verbales (por ejemplo, esponza, esponze, de esponjar), que el Sr. Tallgren
ordena y estudia atentamente, depurando las etimologías. A veces, el ma-
terial do la Gaya es insuficiente, y ganaría siendo completado; asi, para
el caso de cumDY no ofrece la voz orzuelo o r d e o 1 u, y Tallgren descarta
su gemela berQa * v i r d i a, explicando go^o de un hipotético * g ii s t i u.
Página 7, n. MansiUa, con s larga, debe sor el pueblo de la provincia
de León, y no una repetición de manzilla. Hay otros nombres propios no
notados por el autor como tales, y escritos por él eon minúscula en las pá-
ginas 42-49 de su opúsculo; asi el del famoso monasterio portugués de
Álcobaga; el do Alconuega, quo debe ser la forma antigua del pueblo de
la provinciy de Guadalajara llamado hoy Alcuneza; los de Caragena y
Luzón, en la provincia de Soria, escritos con igual ortografía, aquél en
el Libro de la Caza de D. Juan Manuel (86, 7, edic. Baist), y éste en ol
Poema del Cid, derivado del antiguo nombre de tribu L u s o n e s; Huen-
cimillan, hoy Fuencemillán ó Fuentemilláu, en la provincia de Guadala-
jara; Pucardán, que será variante de Puigcerdá.
Como nombres de personas están el del filósofo y médico árabe Aui-
gena, y el de Qendubete, que es el nombre que se da á Sindbad en el Libro
do los Engaños y Asayamientos de las mujeres: «un sabio quel desian
Cendubete.»
R. M. P ,
n o s n i c o

Como dato útil damos la siguiente lista de algunas de las obras estre-
nadas en los teatros de Madrid, desde 1.° de Enero á ai Diciembre 1905:
— Keal. Se estrenaron con motivo del tercer centenario de la publica-
ción del Quijote: La primera salida, de Selles; La aventura de los ga-
leotes, de los Sres. Quintero; El caballero de los espejos, de Ramos Ca-
rrión; Loa á Cervantes, de Fernández Shaw.
— Español. Andrónica, tragedia en tres actos, de Guimerá, traduci-
da en verso al castellano por D. Luis LópezBallesteros; A fuerza de
arrastrarse, farsa cómica en tres actos y un prólogo, original de D. José
Echegaray; Bárbara, tragicomedia en cuatro actos, de Pérez Galdós;
Rosas de otoño, comedia en tres actos, de Jacinto Benavente; El médico
de su honra, refundición, en tres actos, por D. Fernando Diaz de Men-
doza; £ í SMSÍO de la condesa, entremés, de Jacinto Benavente; Cuento
inmoral, monólogo, del mismo; Manon Lescaut, historia de amor en siete
cuadros, traducción de Alfonso Danvila y Jacinto Benavente; La Míral-
ta, drama en tres actos, de Ángel Guimerá, traducido al castellano por
D. Luis López-Ballesteros; La musa loca, comedia en tres actos, de los
Sres. Quintero; La sobresalienta, saínete lírico en un acto y tres cuadros,
de Jacinto Benavente, música de Chapi.
— Princesa. Ótelo, el moro de Venecia, tragedia en cinco actos, de Sha-
kespeare, traducida al castellano por F. Navarro Ledesma y José Cubas;
El encanto de una hora, diálogo original de Jacinto Benavente.
— Comedia. La muerta, drama en un acto, escrito en catalán por Pom-
peyo Creuhet, arreglado al castellano por D. José Pablo Rivas; J^ujica, co-
media dramática en cuatro actos, de Francisco Acebal; La madre eterna,
drama en tres actos, de Ignacio Iglesias, traducido del catalán por don
José Jerique y D. Rafael Roca; Juventud, drama en un acto, de Ignacio
Iglesias, traducido por Jurado de la Parra; La noche del amor, drama
lírico en un acto, de Santiago Rusiñol, traducido por Jurado de la Parra,
música de Morera; Los viejos, drama en tres actos, de Ignacio Iglesias,
traducido al castellano por Jurado de la Parra; La crónica escandalosa,
comedia en tres actos, de Miguel Ramos Carrión; Amor y ciencia, drama
en cuatro actos, de Pérez Galdós; Las urracas, comedia en dos actos, de
Ignacio Iglesias, traducida al castellano por A. Palomero; Las cigarras
hormigas, juguete cómico en tres actos, original de Jacinto Benavente.
— Lara. Secreto de confesión, comedia en dos actos, de Miguel Echega-
Mosaico. 143
ray; La cizaña, comedia en dos actos, de Manuel Linares Ei vas; El nuevo
servidor, humorada de los hermanos Quintero; Mañana de sol, paso de
comedia, de los mismos; Lo posible, juguete cómico en un acto, de Manuel
Linares Rivas; El enfermo crónico, comedia en un acto, de Santiago Eu-
siñol; Chiquilladas, juguete cómico en un acto, de Vital Aza; El rayo
verde, comedia en dos actos, de Eugenio Selles; En cuarto creciente, co-
media en un acto, de Linares Eivas; Los malheclwres del bien, comedia
en dos actos, de Jacinto Benavente.
— En el Cómico se estrenó i a cueva de Salamanca, saínete lírico en un
acto, dividido en dos cuadros, obra del teatro picaresco de Cervantes,
refundida por D. Francisco de Iracheta, música de D. Juan Gaj-.
— En la Escuela de Estudios Superiores establecida en el Ateneo de
Madrid, explican: D , Rafael Salillas, acerca del tema Z/a novela picares-
ca; y D. Julio Cejador, sobre Lingüistica.
En el Ateneo Barcelonés dan el segundo curso de unas lecciones so-1
bre Literntura catalana antigua D. Antonio Rubio y Lluch y D . Jaime
Massó y Torre uts.
~if- En el teati-o Principal de dicha ciudad ha venido celebrándose du-
rante el pasado año, y continúa en el actual, una serie de veladas selec-
tas en que se han representado traducciones catalanas de obras clásicas.
Moliere, Shakespeare, Sófocles, Eurípides, Goldoni, han desfilado por
aquel teatro, que tiene por empresario á un conocidísimo artista y por
director de escena á otro. El público y la prensa han recibido con simpa-
tía los esfuerzos de ambos en pro del buen gusto.
Han salido á luz los dos primeros tomos de una edición muy cuidada
y lujosa de las obras completas del poeta Jacinto Verdaguer. Otras
obras del mismo han sido también dadas á la estampa, como una colec-
ción de poesías titulada Al Cel.
Tomamos de El Diario de Barcelona:
«Se ha publicado la convocatoria del Congreso Internacional de la
Lengua Catalana, que se ocupará en el desarrollo de los estudios filoló-
gicos en Cataluña, tratará las cuestiones históricas y literarias que con
dicha lengua están relacionadas y cuidará de atender al conocimiento y
extensión de la misma.
»El Congreso, que se pone bajo la protección del Ayuntamiento y de
la Diputación de Barcelona, se celebrará en los últimos días de Abril. Han
prometido concurrir, y han señalado ya importantes temas para sostener,*
los profesores Schadel, de Halle; Couson, de Bélgica; Saroyhandi, Cuervof
y FonlchéDeiboBC, de París; Beer, de Víena; Farinelli, de Insbruck, y
Parodi, de Florencia.»
Ha fallecido el editor D. Juan Gili, que había publicado, entre otras
muchas obras, una Colección Elzevir Eustrada, que llamó mucho la aten-
ción por su buen aspecto exterior y baratura, tanto como por los libros
y autores que en ella figuraron. Entre estos últimos se hallaba el malo-
grado Juan Ochoa, que D. Juan Gili tuvo el buen gusto de acoger, á pe-
144 Filologia y Literatura, i
sar de que su nombre no era de los que se cotizaban á buen precio en el
mercado. Hijo del difunto es D. Gustavo Güi, conocido é inteligente edi-
tor también.
Leemos en La Vanguardia del 3 de Enero de este año:
<E1 Sr. D. PLoque Chabás ha recibido una carta del Sr. Menéndez Pe-
layo dándole la enhorabuena por su hermosa edición del Spill de Jaume
Roig, que es, á juicio del doctísimo critico é insigne bibliógrafo, la pu-
blicación más importante que hasta ahora se ha hecho de un texto poéti-
co catalán, y el quo ofrecía mayores dificultades.»
-if- Impresiones sugeridas por el Quijote es el título del discurso que en
conmemoración del centenario leyó ante la Universidad de Barcelona
D. Antonio Rubio y Lluch, catedrático de Lengua y Literatura españo-
las en dicha Universidad. Acaba de ser impreso, formando un elegante
folleto de 30 páginas, y es un trabajo notable por su estilo y por su fon-
do, al que ha sabido dar relativa novedad su ilustrado autor, á pesar de
lo gastado del asunto. Se lee con provecho y con gusto.
La Eeal Academia de Buenas Letras de Barcelona ha recibido un
oficio de la Real Academia de Suecia, firmado por el rey Osear, propo-
niendo que se designe á un literato catalán para que figure en el con-
curso del premio Kobel.
Advertimos en general que, según Jos estatutos del premio Nobel de
literatura, «el derecho para presentar candidaturas corresponde á los
individuos de la Academia Sueca, á los de la Academia Francesa y á ios
de la Academia Española, á los miembros de las Secciones literarias de
las otras Academias, asi como á los de las instituciones y Sociedades lite •
ravias análogas á las Academias, y á los profesores do estética, de litera-
tura y de historia de las Universidades. Son los miembros particulares de
dichas instituciones—y no las Academias, Sociedades, etc., como tales—
quienes tienen el derecho para proponer candidaturas».
M. Morel Fatio explicará este año, en su cátedra de L'Ecole des Hau-
tes Etudes, los textos castellanos de la Edad Media, dando una lección
semanal. En el Colegio de Francia explicará la Vida de Miguel de Cer-
vantes.
-if- Ha fallecido en París M. Mauricio Bixio, que fué colaborador de Le
Temps y había publicado traducciones, calificadas de excelentes, de Ijis
novelas de Galdós y de Blasco Ibáñez.
En la Sorbona, un profesor de la Universidad de Harvard, de origen
español, D. Jorge Santayana, dará, hasta Marzo próximo, una lección
semanal, en inglés, sobre el movimiento filosófico americano, ó, prin-
cipalmente, sobre el de las ideas en Inglaterra y el eco que hallan en loa
Estados Unidos, tanto en la filosofía como en la literatura. Asisto á las
conferencias, que se han celebrado hasta ahora, uu público numeroso, en
el que figuran no pocas señoras de la sociedad elegante.
El nombre de Jorge Santayana no es desconocido en la liter.'ttura in
fflesa contemporánea, por ser el de uu poeta cuio retrato basta ver para
Mosaico. 14S
notar en él el tipo español, aunque el Sr. Santayana escriba habitualmen-
te en inglés. En sus versos habla con cariño de España y cUce que nació
á orillas del Tajo. Suponemos quo esto poeta será el conferenciante de la
Sorbona.
Recientemente dijo Lord Rosebery, en un discurso, que se supone
que la muerte del famoso poeta inglés Keats fué ocasionada por un ar-
ticulo publicado en la Revista de Edimburgo. Un periódico de su pais ha
hecho notar que, como es sabido, no fué la Revista de Edimburgo la que
publicó el articulo á que Lord Rosebery aludía, sino la Quarterly Review
y que, por otra parte, ningún devoto de Keats presta hoy crédito á la
leyenda de que un articulo de revista le matara. Como la leyenda en
cuestión ha hallado también eco entre nosotros, no estará do más recor-
dar la opinión de los críticos ingleses. El mismo Keats había escrito que
no sentía la menor humildad ante el público, y que sus propias críticas
le hablan atormentado muchísimo más quo cuantas pudieran escribir
contra él las dos revistas que más duramente le atacaron: la Blackwood
y la Quarterly.
-tf~ Don Quichotte, drame heroX-comique, ha llamado el poeta Juan Ri-
chepin á la obra quo se estrenó en ol teatro de la Comedia Francesa, de
París, el IG de Octubre del pasado año, y que ha publicado luego ol edi-
tor Fasquelle. Es una tentativa más para llevar á la escena la novela de
Cervantes; pero es obra de valor literario y sello propio. Está escrita en
hermosos versos, y consta de tres partes y ocho cuadros. Resulta xin dra-
ma francés, de corte clásico, con personajes españoles, y las escenas arre-
gladas por el dramaturgo, según le ha convenido, siguen siendo pinto-
rescas é interesantes. La principal novodad que ha introducido Richepin
en su obra es quo D. Quijote muere viendo que su idealismo ha llegado á
convencer á Sancho de algo, de la verdad de su gobierno en la ínsula
Baratarla. El hidalgo mauchego es el idealista que ha sombrado y que
ve, con sorpresa y júbilo, germinar la semilla en el cerebro del vulgo. Es
éste un final modernizado, en el quo hay grandeza y simbolismo, aunque
quizá poco ajustados á la genuina ortodoxia cervantista. Sea como fue-
re, la obra no puede confundirse con la multitud de las escritas por los
que se han atrevido á poner mano en ol Quijote. Nótase fácilmente que
el drama es de un poeta y literato de verdad. En la literatura francesa
de hoy parece continuar la tradición de Cyrano de Bergerac.
- ^ E n t r e las traducciones del Quijote que se han publicado con motivo
del centenario, citaremos la del eminente hispanista sueco D. Eduardo
Lidforss, á quien debemos fundamentales estudios sóbrelos antiguos mo-
numentos de nuestra literatura, algunos de ellos redactado en castellano;
agotada la primera edición de su Quijote de 1892, la reimprime ahora:
Den sinnrike Junkern Don Quijote af la Mancha Ofversatt och fOr-
sedd med upplysanda noter afKa. LIDI'ORSS, Jubileumsupplaga; Stoc-
kholm, Fahlcrantz & C", 1905, cuatro volúmenes. También podemos ci;
tar, aunque no acabada de publicar, la traducción del antiguo cónsul de
CULTUllA 10
146 Filología y Literatura.
España en Francfort del Main, el Dr. Liidwig Braunfels, perfecto conoce-
dor de nuestro idioma y traductor también de varias comedias de Lope,
Tirso y Calderón y del antiguo Romancero; es la última traducción ale-
mana aparecida en 1883 en modesta edición, que ahora se reimprime en
cuatro elegantes volúmenes: Der sinnreiche Junker Don Quijote von der
Mancha übersetzt, eingeleitet und mit Erlduterungen versehen von
LüD. B R A U N F E L S , Neue, revidierte Jubilaeumsausgabe; Strassburg, K.
J. Trübner, 1905; un escritor de fino gusto literario, Heinrich Morf, qiie
prologa esta segunda edición, hace un cumplido elogio del mérito artís-
tico de la traducción. (Comp. Bibliogr. de L. Rius, I, núm. 1094 y 777.)
-if- Moliere y el teatro español se titula una obra francesa que ha publi-
cado la casa Hachette y C.'', de París. Es original de E, Martinenche,
autor de otro libro conocido: La comedia española en Francia. La última
obra de Martinenche está destinada á demostrar la influencia que ejerció
en Moliere el teatro clásico español.
-^t- Del editor Armand Colin es también otro volumen que nos interesa:
Espagnols et Portugais chez eux, por M. Quillardet.
Through Five Republics of South America es el título de una obra
reciente del editor Heinemann, de Londres, escrita por Perey F. Martin,
y que trata de la Argentina, Brasil, Chile, Uruguay y Venezuela.
-if- De los editores Dent y C.'^ es otra obra inglesa: hi tlie Track of the
Moors. Sketches in Spain and Northern África, cuyo autor es Sybil Fitz-
gerald. Ambos volúmenes llevan numerosas ilastraciones, y en el segun-
do se recogen impresiones recibidas en Andalucía.
Ha visto la luz, en Milán, recientemente, una traducción italiana de
la novela de Valora Las ilusiones del doctor Faustino.
D. Adolfo Hillman, entusiasta y culto difundidor de la literatura es-
pañola contemporánea en Suecia, acaba de publicar un lindo folleto de
diez páginas á dos columnas y con doce grabados, cuj'o titulo es Los
dramaturgos españoles modernos {Om Modern spansk Dramatik).
Stockholm, 1905.

Algunas publicaciones regientes.

M. Menéndez Pelayo. Orígenes de la novela. Tomo I: Introducción.


Tratado histórico sobre la primitiva novela española (inaugura la Nueva
Biblioteca de Autores Españoles que, bajo la dirección del Sr. Menén-
dez Pelayo, publica la casa Bailly-Bailliére), un volumen, Madrid, 1905.
— B. Pérez Galdós. Amor y ciencia, comedia, un volumen en 8.°, Ma-
drid, 1905.
— Federico Balart. Sombras y destellos, poesías postumas, un volumen,
Madrid, 1905.
— Pío Baroja. La feria de los discretos, novela, un\olumen, Madrid,
Fernando Fe, 1905.
— Salvador Rueda. Fuente de salud, poesías, un volumen, Madrid, 190G.
Mosaico. 147
— T. Carlyle. Sartor Resartus. Vida y opiniones del Sr. Teufelsdrockh.
Traducción de Edmundo González Blanco. Dos volúmenes de la Biblio-
teca Sociológica Internacional, Barcelona, 1905.
— E. Marquina. Elegías, un volumen, Barcelona, 1905.
— Josó Segarra. Vocación, novela. Forma parte de la Biblioteca de No-
velistas del siglo XX, del editor Henrich, de Barcelona, y fué recomen-,
dada por el Jurado en el concurso de novelas que celebró dicha casa edi-
tora, ün volumen, Barcelona, 1905.
— Obras completas de José María Gabriel y Galán. Dos volúmenes en
8.0, Salamanca, 1905.
— Gracia Deledda. Nostalgia, novela. Versión española por Miguel
Domenge Mir. Lleva al frente un interesante prólogo de Miguel S. 011-
ver, Barcelona, 1905. Es una traducción muy castiza, muy castellana
(hasta no parecer en algunos fragmentos que sea traducción), do una
obra preciosa de Deledda, eminente escritora italiana, quo hace con este
volumen su entrada en España, y que no debe pasar inadvertida para
nuestros intelectuales. El Sr. Domenge se propone publicar, además,
otras novelas de la misma autora.
— M. Ugarte. U7ia tarde de otoño, im volumen en 8.°, 1906.
— La tierra catalana y catalanes ilustres, dos tomos de la Biblioteca
San Jorge, del editor barcelonés Sr. Bastinos, escritos por diferentes
autores y destinados á dar á conocer en lengua castellana las cosas y los
hombres de Cataluña. Dos volúmenes en 8." moderno, con grabados, Bar-
celona, 1905.
— Pompen Crehuet. Comedia d'amor, dos actos, un volumen. Barcelo-
na, 1905.
— Longus. Apuloi. Les amors de Dafnis y Cloe y de Amor y Psi-
quis. Traduocions catalanes y prólegs per R. Miquel y Planas. Un volu-
men, Barcelona, 19U5.
— R. Miquel y Pinnas. Histories d'altre temps. Contieno las novelas
Valter y Griselda, La filia del Bey d'Hungría y París y Viana, reprodu-
cidas de los textos catalanes antiguos, transcritos on ortografía moderna
y precedidos de una noticia preliminar. Un volumen, Barcelona, 1906.
— Ap%dei, Amor y Psiquis. Tradúcelo catalana y próleg de Ramón Mi-
quel y Planas. Barcelona, imprenta de Fidel Giró, 1905. Edición do bi-
bliófilo, ilustrada con preciosos grabados.
— M. Folchy Torres. Un interior, comedia en un acto, un volumen,
Barcelona, 1905.
— Enrich de Fuentes. Romántichs d'ara, novela, un volumen, Barce-
lona, 1905.
— Antonio de Portugal de Faria. Portugal e Italia. Litteratos poriu-
guezes na Italia ou collecgao de subsidios para se escrever a Historia Ut
teraria de Portugal, que dispunha e ordenava Freí Fortunato, Monge
Cistercense. Liorne, 1905, xviii-237 páginas, con facsímiles y y rabados.
— José de la Ríva Agüero. Carácter de la litei-atura del Perú indepen-
148 Filoloeia y Literatura.
diente. Tesis para el bachillerato de Letras. Lima, 1905, 299 páginas.
— F. Rodríguez del Busto. Impresiones. Córdoba (Argentina), 1905, 215
páginas.
Entre otros asuntos trata de critica literaria.
— En el número del Mercure de France, correspondiente á 1.° de Di-
ciembre de 1905, aparece en la sección dedicada á dar cuenta del movi-
miento literario en España un articulo del Sr. Gómez Carrillo sobre la
poesía española contemporánea, en que el autor habla exclusivamente
de algunos poetas modernistas castellanos.
En el número de 15 de Enero de 1906 de la propia revista se completa
algo el articulo anterior con otro titulado Quelques romanciers nou-
veaux, del mismo Sr. Gómez Carrillo.
— La Eeuue del 15 de Enero de 1906 inserta un articulo firmado por
J. Causse, sobre El teatro popular en España. El género chico. Se mues-
tra favorable á él, en conjunto, aunque seialando sus defectos, por ser
tuna manifestación bastante nueva, interesante y simpática del espíritu
nacional». Hace notar que Francia carece de ese género, á pesar de al-
gunos ensayos aislados de Teatro del pueblo. El autor considera benefi-
cioso el género chico por ser, según dice, el mejor rival en España, del
melodrama y del music-haü, diversionej habituales de los obreros fran-
ceses. En el fondo se ve que lo que le más le atrae de aquel género es su
elemento pintoresco.
— Joseph de Perott. The Probable Sourceofthe Plot of ShaJcespeare's
Tempest. (Publications of tho Clark University Library, Worcester,
Mass. Octubre, 1905, páginas 209-216).—El voluminoso libro de caballería
Espejo de principes y caballeros (año 15G2), traducido al inglés en 1578,
Inspiró á Shakespeare diversas escenas de sus comedias, y especialmente
el argumento de La tempestad.
— En The Athenaum, de Londres, perteneciente al 7 de Octubre de
1905, publica D. Rafael Altamira uu articulo sobre movimiento biblio-
gráfico anual español.
ARTE

LflS ARTES PLflSTICnS EN ESPAÑA

Balance d e actualidad.

H a y , indiscutiblemente, u n a E u r o p a intelectual que impo-


n e cánones al resto del mundo. Decretó—hace y a largo tiem-
po—que, pues no pensábamos, creíamos ni vivíamos como
pensaron, creyeron y vivieron egipcios y griegos, romanos y
bizantinos, góticos y renacientes, lógico e r a y obligatorio, si
no habíamos de morir de empacho de tradicionalismo, que las
a r t e s creasen u n estilo moderno, t a n a p a r t a d o del convencio-
nalismo de las representaciones Sesostrinas, como de las rít-
micas plasticidades P a r t e n o n i a n a s ; igualmente opuesto á los
racionalismos arquitectónicos de la Isla de F r a n c i a que á los
idealismos Boticellescos. ¡La vida m o d e r n a coino única inspi-
r a d o r a , l a N a t u r a l e z a como única fuente, la visión personal
como única ley de idealización! Tales fueron los cánones pro-
mulgados desde los Sinaíes de P a r í s y Londres, de Viena y de
Berlín; y á fe que, así enunciados, nadie que de artista se
preciase, había de oponerles ningún Becerro de oro p a r a con-
citar idolatrías y desobediencias. D e s g r a c i a d a m e n t e , con el
m e t a l puro de aquellos deseos, mezcláronse escorias de v a r i a -
dísima procedencia, y allá salió, t r a s gestación c r u e n t a y la-
boriosa, el llamado estilo nuevo, con tantos credos particula-
res como artes p r a c t i c a m o s , pero todos ¡ay! b a s t a n t e alejados
de aquella cristalina fuente.
Llegaron á E s p a ñ a las tendencias novísimas del a r t e , t r a í -
d a s por las emigraciones de los a r t i s t a s y por las i n m i g r a d o -
¡so Arte. í

nes de libros, revistas y gráficos. Y como coincidiese esto con ;


nuestro afán de europeizarnos, olvidando p a r a ello, si preciso \
fuere, h a s t a lo mejor de nuestro fondo nacional, surgieron en \
la mentalidad española terribles luchas de tendencias y p a v o - i
rosas controversias de opiniones, y hubo horripilantes heca-
tombes de ideas que precipitaron en el montón de lo despre-
ciable (!) casi toda nuestra tradición artística. L a historia de
estas luchas es la del a r t e contemporáneo. Un tanto c a l m a d a
está, pero a ú n dura é informa obras y personas. Por eso he- i
mos creído que el sintetizarlas es actualidad á que convidan
estas páginas, sin que puedan tener otro a l c a n c e ni otras p r e - ;
tensiones, pues el que las escribe no profesa de crítico ni de
dogmatizador.

Idealistas acromáticos c u y a s figuras son pretextos de sím-


bolos; efectistas' rabiosos con g a m a s que abofetean los ojos;
simplificadores despiadados que á fuerza de suprimir detalles
se sorben el n a t u r a l ; visionistas de laboratorio que analizan
microscópicamente el modelo; rebuscadores de asuntos e x t r a -
ñ a m e n t e simbólicos ó desvergonzadamente mundanales; téc-
nicos alambicados, artistas mil, en fin, que en el extranjero
habéis cultivado un a r t e cerebral y quintaesenciado, ¿qué sois
p a r a los pintores españoles contemporáneos? Mucho e n la a p a -
riencia, n a d a en la realidad.
Viajaron nuestros artistas viendo y estudiando, y no fal-
taron los que, enloquecidos por un Salón parisiense, adjuraron
del dibujo firme, del color castizo, del asunto, y de las demás
z a r a n d a j a s de la p i n t u r a de vieja cepa española , y á la
vuelta de un p a r de años, sus pinceles habían vuelto al asunto
terreno y tangible—grande ó chico—y á la visión sincera del
n a t u r a l , sin preocupaciones ni i^arti pris. Fueron esos tales
cifra y compendio de la p i n t u r a española contemporánea; y
es que en el pintor español brota el fondo de su r a z a y de. su
a r t e , á t r a v é s de modernismos y convencionalidades, y ese
fondo es de naturalismo sano, noble y sincero. Ello no excluye
el temperamento y la visión propios, y los que h a n unido esas
Las artes plásticas en España. ¡SI
g r a n d e s cualidades han llegado, y sus nombres—que no h a y
por qué citar—-son hoy glorias del a r t e español.
No faltan los revolucionarios. Un grupo de ellos, es el de
los iminesionistas de paisaje; son los que por la fuerza de esa
dualidad t a n curiosa del a l m a c a t a l a n a — p r á c t i c a é ilusionis-
ta, á s p e r a y sentimental—, t a n fácil de observar en la litera-
tura, v e n el a r t e con un espejismo á ellos peculiar. Otro grupo
es el de algunos que, llevados por un snobismo malsano, v a n
por la r u t a del asunto supraterreno y de la ejecución rebus-
c a d a . L a obra de los primeros se a d m i r a con justicia; la de
los segundos se estudia y discute, n u n c a se menosprecia; pero
sus tendencias p a s a n sobre el a r t e nacional como lámina li-
quida sobre superñcie pulimentada, y la p i n t u r a española si-
gue serena su camino de naturalismo sano y sincero.
U n a sola victoria alcanzó la n u e v a estética pictórica: la
derrocación del cuadro de historia. V e r d a d es que en E s p a ñ a
la cosa y a era vieja, pues Velázquez pintó pocos asuntos de
este género, y el triunfo fué fácil, aunque triste, porque nues-
tros pintores no h a n encontrado el modo de sustituir el g r a n
asunto legendario por el moderno, acaso porque muchos de los!
d r a m a s contemporáneos se desenvuelven calladamente, y c a - '
r e c e n de plasticidad. L a tienen en altísimo grado los g r a n d e s
movimientos sociales, y algunas t e n t a t i v a s se h a n hecho p a r a
llevarlos al lienzo; pero no p a s a n de arrestos aislados de los
que no se satisfacen con que en el cuadro no h a y a algo m á s
que una visión del n a t u r a l . Y la pintura moderna española
suele desenvolverse en un medio de absoluta banalidad de
fondo. -

Es la Escultura a r t e ideal y equilibrado por excelencia.


Por anticuadísimo p a s a r í a quien se atreviese hoy á d e s e n t e r r a r
Ip, teoría de Lessing sobre la im])asibilidad en la estética es-
cultórica. No llegaremos á tales extremos; pero es innegable
que este a r t e es el menos apto p a r a las psicologías y los im-
presionismos. Los modernos escultores—Rodin es el apóstol—
se r e v u e l v e n contra t a l teoría, torturando sus figuras h a s t a
IS2 Arte.

hacerlas expresar los más intrincados sentimentalismos, con


olvido de la forma ideal y del equilibrio necesario, y aducen
copia de citas p a r a demostrar que siempre se hizo así, sacan-
do á plaza el Discóbolo, con su desequilibrada postura, el Zuc-
cone como figura carente de todo idealismo en la forma, y las
Madonas miguel-augelescas, expresivas de los más íntimos y
profetices sentimientos. Puede objetarse, de hecho, que en
todas estas obras el pensamiento que encarna la figura no es
abstruso y admite plasticidad, y que la forma es perfecta.
Pero la psicología de la escultura modernista es otra cosa:
toda neurosis, descuida la forma y h a s t a la deja esbozada á
puro intento, fiando la interpretación de la idea á medios obs-
curos, como es, entre otros, la curva expresiva de que habla
uno de los críticos del autor del «Balzac».
Los escultores españoles carecen casi en absoluto de una
tradición nacional de su arte, y si alguna tienen, es la de la
escultura del dolor y de los afectos: la de los Cristos y las Do-
lorosas de Siloe y Montañés, de Alonso Cano y la Roldana.
Y, sin embargo, por un fenómeno paralelo al observado en
la pintura, los escultores contemporáneos siguen siendo fer-
vientes adoradores de la forma y de los conjuntos eminente-
mente plásticos, sin psicologías ni quintas esencias. Si h a y una
r a m a de artistas que por sentimentalismos regionales ó por
exigencias de la novedad intentan esas psicologías, ¡qué su-
perficial y kflor de cincel es, y qué lejos está de las abstrusas
ideas y de las sumarias modelaciones de Rodin!

L a Arquitectura, el arte social, fué, entre todos, el que más


clamó por el estilo nuevo. Considerada la cuestión superficial-
mente, parece verdad inconcusa que la revolucionada socie-
dad del siglo XIX, y los modernos materiales, no pueden satis-
facerse con formas muertas. ¡El Partenón y los ascensores
eléctricos, la Catedral de Reims y el acero laminado, el a p a -
cible cottage y el estilo «Luis XV», los automóviles y la urbani-
zación de Pompeya, son ciertamente cosas incompatibles! E n
vista de lo cual, de los cenáculos de los reformadores belgas,
Las artes plásticas en España. 153

de los revolucionarios de D a m s t a d y de los secesionistas de


Viena, salió la a r q u i t e c t u r a modern style. Separando en éste la
paja de la cizaüa, y con sudores de m u e r t e , algo pudo adelan-
tarse en el camino de la creación de un estilo nuevo. ¡Bien
venido sea, si no es un capricho indocto y antiestético, y en él
se respetan los eternos factores de toda Arquitectura: el ma-
terial y la función de los elementos!
F u é siempre la Arquitectura española eminentemente t r a -
dicionalista y conservadora, y costóle mucho á todo estilo
nuevo d e r r o t a r al anterior. Acaso por esto el modern style está
en mantillas en nuestro pais. Intentos aislados en las más im-
portantes capitales (Madrid, Barcelona, Bilbao), es el único
haher que presenta el modernismo español; intentos r e c h a z a -
dos por el público, con sobrada r a z ó n . Porque fuera de alguna
manifestación particular, la Arquitectura modernista españo-
la se h a inspirado en las más d i s p a r a t a d a s escuelas extranje-
r a s , convirtiendo el ediñcio en juego caprichoso de formas,
sin valor estético ni estático, y despreciando las escuelas mo-
dernas que, como la belga de H o r t a y H a n k a r , conservan el
v e r d a d e r o sentido del elemento, con absoluta novedad en la
forma.
P a r a a d o p t a r é imitar el absurdo estilo con t a n t a g r a c i a
llamado tenia por los parisienses, v a l i e r a m á s á los arquitec-
tos españoles volver á nuestro churriguerismo q u e al fin tiene
sabor nacional.

No es arte ejecutivo, pero si r a m a de él muy importante, la


Arqueología artística, y t a m b i é n e n ella hubo transformacio-
nes y novedades. Fueron sensatas y r a z o n a d a s en todos sus
puntos, y los arqueólogos y críticos españoles las acogieron
con calor. Sobreponiéndose al sentido p u r a m e n t e literario que
informaba estos estudios en el promedio del siglo pasado, y
entrando de lleno en las corrientes modernas, h a n conquista-
do honrosos puestos entre los extranjeros. Los trabajos depu-
rativos a c e r c a de los viejos pintores españoles y de sus obras;
las críticas sobre las escuelas escultóricas; las investigaciones
IS4l Arte.

sobre a r q u i t e c t u r a y a r t e s suntuarias, hechos por españoles,


tienen h o y valor positivo, se citan con encomio y se buscan
con afán en las revistas e x t r a n j e r a s . G-racias á ellos, la His-
toria del A r t e español desconocida, menospreciada ó falsifi-
c a d a d u r a n t e largo tiempo, ocupa h o y un l u g a r entre la de
los demás paises. s

No debe extenderse m á s este balance; b a s t a á nuestro in-


tento lo dicho, como jalón de origen, p a r a a p r e c i a r los sucesi-
vos desenvolvimientos de nuestras artes. L a s páginas de CUL-
TURA ESPAÑOLA q u e d a n a b i e r t a s á cuantos t r a i g a n un aspecto
cualquiera de l a m o d e r n a vida artística; á ellos corresponde
d a r g a l l a r d a s p r u e b a s de la mentalidad española contempo-
r á n e a , y á nosotros honrarnos con sus escritos.
V. LAMPÉREZ Y ROMEA.
La V^nus del espejo.

L a exposición do este famoso cuadro de Velázquez en l a


renombrada casa de Thos Agnew & Sons, de L o n d r e s , duran-
te los dos últimos meses del pasado año, h a sido el aconteci-
miento artístico m á s saliente de la t e m p o r a d a .
Adquirido el cuadro recientemente por la citada c a s a , de
sus poseedores los herederos de Mr. Morritt, en cuyo salón de
Rokeby P a r k , en el Yorkshire, lucía desde el año de 1813, h a
figurado como obra capital en la oncena exposición anual de
l a Casa Agnew, en compañía de veinticinco obras, en su m a -
yoría retratos, de las escuelas inglesa y francesa del si-
glo XVIII y principios del x i x .
El público culto, en masa, h a acudido á a d m i r a r la joya de
esta exposición, la Venus; los críticos h a n escrito artículos in-
teresantes en diarios, revistas de a r t e y periódicos ilustrados;
y la prensa, movida por unánime sentimiento, h a excitado el
patriotismo ardiente del pueblo inglés, á fin de evitar que el
cuadro sea perdido p a r a el Reino Unido. No h a sido en balde
este llamamiento, y á él, como otras veces, h a respondido ga-
l l a r d a m e n t e el pueblo inglés, favoreciendo la suscripción abier-
ta por el National Art-Collections Fund, c u y a institución, en
la fecha en que estas líneas escribo, tiene reunidas 20.000 li-
b r a s , la m i t a d del precio, e n que, según pública voz, el cua-
dro será cedido por Agnew. De esperar es que el Gobierno in-
glés, siguiendo la honrosa tradición de adquisiciones análogas,
y venciendo al fin no pocas dificultades económicas que se
ofrecen, supla lo que falta p a r a completar las 40.000 libras y
adquiera p a r a la nación u n a obra m á s , admiración del mun-
do, que pase á enriquecer el tesoro de a r t e que e n c i e r r a la
National Gallery.
Es de notar, p a r a poder a p r e c i a r bien el valor de este mo-
156 Arte.

vimiento generoso, que las circunstancias en que se h a pro-


ducido no h a n sido propicias. Recientes son los «sacrificios in-
mensos hechos p a r a la g u e r r a del T r a n s v a a l , y circunscribién-
donos á r e c o r d a r t a n sólo los dispendios p a r a la adquisición de
obras de a r t e , reciente es la verificada por suscripción públi-
c a del soberbio r e t r a t o de Ariosto, de Ticiano. Además, au-
sentes de Londres, trabajando en las elecciones, g r a n p a r t e
de los que pudieran interesarse en la compra p a r a el Museo
Nacional del cuadro de Velázquez, el total de la c a n t i d a d
suscrita hubiera cubierto el precio, á no mediar las circuns-
t a n c i a s mencionadas, y á estas h o r a s el cuadro sería definiti-
v a m e n t e propiedad del Estado.
Bien merece L i g l a t e r r a poseer la Venus de nuestro g r a n
pintor. F u é este pueblo el primero, debe decirse en honor
suyo, que apreció el g r a n mérito de Velázquez, y que lo de-
mostró con hechos cuando ni a u n nosotros mismos lo supimos
a p r e c i a r en su justo valor. El viaje á E s p a ñ a del distinguido
pintor escocés Sir D a v i d Willcie, en el primer tercio del pa-
sado siglo, fué el hecho de donde a r r a n c a esta simpatía de los
ingleses h a c i a el g r a n maestro español. Wilkie supo transmi-
tir á sus compatriotas el entusiasmo que la contemplación y
estudio de los cuadros de Velázquez le produjo, y por indica-
ción suya fueron adquiridos, no sólo algunos cuadros origina-
les del pintor, sino muchos otros de Carreño, Mazo y demás
discípulos é imitadores del maestro, que p a s a b a n , y aún p a s a n
en su m a y o r í a , como de su pincel. Todos estos cuadros fueron
á manos de ricos coleccionistas del Reino Unido. Años des-
pués, William Stirling, con su obra Annals of the Artists of
Spain, y m á s t a r d e con la t i t u l a d a Velázquez and Ms worTcs,
p r i m e r estudio completo a c e r c a del pintor, secundó la propa-
g a n d a en favor de Velázquez emprendida por Wilkie, m e r c e d
á lo cual e n c i e r r a I n g l a t e r r a la colección más importante que
existe de cuadros del maestro, excepción h e c h a de la incom-
p a r a b l e del Museo del P r a d o .
Pero el nombre de Velázquez y a e r a conocido en la G r a n
B r e t a ñ a antes que lo h i c i e r a n popular Wilkie y Stirling, p r e -
cisamente por esta Venus del espejo, que fué adquirida por
Mr. Morritt en 1813, y poco más t a r d e por la donación de v a -
La Venus del espejo. ' 157

rios cuadros del pintor que hizo al duque de AVellington el


R e y F e r n a n d o VII, y que sus descendientes conservan en
Apsley House, entre los cuales fígura el famoso Aguador de
Sevilla, el más i m p o r t a n t e de la juventud de Velázquez antes
de su venida á la corte.
L a procedencia del cuadro de la Venus no se halla bien
determinada, y p a r a contribuir á esclarecerla h a y que des-
v a n e c e r algunas suposiciones admitidas como cosa cierta por
la m a y o r í a de los críticos que de dicha procedencia y origen
se h a n ocupado.
E l primero que h a c e mención de esta p i n t u r a es D . Anto-
nio Ponz en el tomo V, p á g i n a 333, de su famosa obra Viaje de
España, publicada en Madrid en 1776, quien á la letra dice al
describir las pinturas existentes en la casa del duque de Alba:
«Entre íilgunos cuadros de Velázquez es m u y celebrada la
»Venus e c h a d a de espaldas, cuya c a í a se v e en un espejo,
«que se finge h a c i a donde m i r a la figura.>
De dónde y cómo fué á la Casa de Alba la celebrada Ve-
nus, de Velázquez, es lo que resta a v e r i g u a r .
Don Pedro de M a d r a z o , en el articulo que dedicó á este
cuadro, publicado en La Ilustración Española y Americana,
en 8 de Noviembre de 1874, supone que La Venus del espejo
no 3s otro lienzo que aquel que figura en el inventario del Al-
c á z a r , de 1686, como de Velázquez, bajo el título de Psiquis y
Cupido, el cual, dice, debió ser llevado á casa de Alba con
motivo del terrible incendio que destruyó el A l c á z a r en la No-
chebuena de 1734, y que allí debió q u e d a r h a s t a los días eu
que Ponz lo vio y describió. El profesor de la Universidad de
Bonn, el t a n justamente reputado crítico Dr. C. Justi, en las
dos ediciones de su obra Diego Velázquez und sein Jahrliundert,
supone, conforme con Madrazo, que los cuadros Psiquis y Cupi-
do y La Venus del espejo no son sino uno solo bajo diferentes
nombres. Por último, Ch. B. Curtís, en su Catálogo descrip-
tivo de las obras de Velázquez y Murillo, publicado en Lon-
dres en 1883, confirma la misma procedencia; todo lo cual m e
indujo, admitiendo como indudables los testimonios de autori-
dades t a n respetables, á decir en mi libro sobre Velázquez
que la Venus fué p i n t a d a p a r a el A l c á z a r y que figuró con
158 Arte.
otros tres cuadros, también de mano del mismo pintor, deco-
rando el salón de los espejos. Estos cuadros eran Venus y Ado-
nis, Apolo y Marsias y el de Mercurio y Argos, de nuestro
Museo del Prado.
Mi creencia es hoy diferente, pues tengo por indudable
que La Venus del espejo es otro cuadro que el de Psiquis y
Cupido, y creo asimismo que no fué pintado, como los citados
anteriormente, p a r a decorar el salón de los espejos ni otro
alguno de los Palacios reales. L a s razones en que fundo mi
juicio son las siguientes:
El de Psiquis y Cupido figura en el inventario de los cua-
dros del Alcázar, de 1686, en compañía del de Adonis y Ve-
nus. He aquí el texto. «Salón de los espejos, otros dos «cua-
»dros iguales de á v a r a de alto y una y media de ancho (0,84
» X 1)26 de las medidas hoy en uso) de Venus y Adonis, y el
>otro de Psiquis y Cupido, originales de mano de Velázquez,
»150 y 100 doblones.» Aun cuando es sabido que las medidas
que se mencionan en los inventarios no eran exactas, ¿cabe
h a y a diferencia t a n grande como la que existe entre los
0,84 X 1,26 de la Psiquis y Cupido y la de 1,24X 1,79 que mide
el lienzo de La Venus del espejo? Además, ¿es creíble que rei-
n a r a tal ignorancia acerca de los atributos y representacio- ;
nes mitológicas al extremo de confundir una Venus con u n a
Psiquis y u n niño alado, cual el que vemos en el cuadro La
Venus del espejo, con el mancebo que aparece en todas las re-
presentaciones de Psiquis y Cupido?
El Sr. Madrazo refiere en su artículo que, con motivo del
incendio de 1734, fué trasladado el cuadro á la casa de Alba,
como fueron trasladados muchos otros al convento de San Gil,
á la Armería Real, á la casa de Bedmar y casas contiguas al
Palacio. Pero es lo cierto que estos tres edificios se hallaban
muy próximos al Alcázar, mas no el primero, la casa de Alba,
pues no se crea que en 1734 se hallaba ésta en el sitio que
hoy ocupa, sino en la calle del Duque de Alba, situada muy
lejos del Alcázar y á donde no es posible se hubiese llevado
el cuadro al ser salvado del incendio, precisamente por lo
alejada que se encontraba del lugar del siniestro.
El Sr. Madrazo, p a r a explicar el hecho¿poco verosímil
La Venas det espejo. 159

de que no fuese devuelto el lienzo después del incendio, dice


que «el poco caso que entonces se h a c í a de la obra de Veláz-
»quez pudo facilitar, bien una donación espontánea, bien u n a
«sustracción de la Psiquis y Cupido, m a y o r m e n t e si del incen-
»dio salió deteriorado». Cierto que en los tiempos de los pri-
meros Borbones no era Velázquez considerado como lo fué m á s
t a r d e , pero n u n c a llegó á t a l menosprecio, y son p r u e b a s de
ello la estimación que de él h a c i a el alemán Mengs, á pesar
de ser t a n opuesto en sus teorías, y aun en la p r á c t i c a , á las
pinturas del maestro español, y la misma caliñcación de m u y
celebrada que h a c e Ponz de La Venus. En cuanto á que el
cuadro pudo ser objeto de u n a sustracción no cabe pensarlo
siquiera, no y a por el abandono y descuido que h a b í a de im-
p u t a r s e por hecho de tal n a t u r a l e z a á los e n c a r g a d o s de su
custodia, sino por lo honorable de la Casa á la cual h a b r í a de
atribuirse el a c t o .
En cuanto a l supuesto deterioro de que h a b l a el ilustre
critico, que según él pudo influir en el menosprecio en que el
cuadro cayó después del incendio, h a y que observar que este
señor afirma en su artículo, que no conocía La Venus m á s que
por la m a l a fotografía que sirvió p a r a el grabado en m a d e r a
que a c o m p a ñ a á aquel t r a b a j o .
Cruzada Villaamil, en su poco conocido libro titulado
Anales de la vida y obras de Diego de Silva Velázquez, pone en
duda las conjeturas de Madrazo r e l a t i v a s al origen y proce-
dencia del cuadro, y debo confesar que estas dudas, que v e r -
san principalmente a c e r c a de la diferencia d e m e d i d a s y de
la confusión p a t e n t e entre los dos cuadros de Psiquis y Cu-
pido y La Venus del espejo, motivaron las mías y fueron el
punto de p a r t i d a de mis investigaciones e n c a m i n a d a s á des-
h a c e r el embrollo.
P r e g u n t a Cruzada Villaamil por qué esta Venus h a b í a de
ser forzosamente u n cuadro pintado p a r a P a l a c i o , y tiene
r a z ó n sobrada en p r e g u n t a r l o , pues sabido es que Veláz-
quez pintó algunos lienzos, a u n q u e pocos, que no h a n figura-
do j a m á s en los inventarios reales. Tampoco escapa á la sa-
gacidad de este escritor el hecho de no a p a r e c e r mencio-
nados los cuadros de Venus y Adonis y Psiquis y Cupido en el
160 Arte.

inventario de las pinturas que se salvaron del incendio de


Palacio de 1734, y deduce muy fundadamente que [debieron
perecer en él.
William Stirling, en su libro de Velázquez, dice tan sólo
que pintó La Venus accediendo á los deseos del duque de
Alba, pero n a d a añade en pro de esta afirmación, y es de su-
poner que no tuvo al hacerlo otro fundamento que la cita de
Ponz que hemos transcrito.
Pero el cuadro pudo figurar en casa de Alba durante el
siglo XVIII, y aun antes, sin que esto haga creer que fué pin-
tado p a r a esta Casa, la cual, por el matrimonio de doña Ca-
talina de Haro y Guzmán, condesa-duquesa de Olivares, mar-
quesa del Carpió, con el duque de Alba, en Febrero de 1688,
se enriqueció con todos los bienes que esta señora aportó al
matrimonio, entre los cuales figuraban las ricas colecciones
de arte que su abuelo, D. Luis Méndez de Haro, y su padre
D. Gaspar, marqueses del Carpió y de Heliche, condes-duques
de Olivares, habían atesorado.
Sabido es que el primero de estos proceres, sobrino y he-
redero del conde-duque, fué, como su tío, privado y favorito
de Felipe IV desde 1643, año de la caída del famoso conde-
üuque de Olivares. Y sabido es también que Velázquez, in-
troducido en la corte en 1623, bajo la protección del conde-
duque, la cual le acompañó durante la privanza de éste, co-
rrespondió noblemente á la generosidad de su protector. Qué
mucho que extendiendo su agradecimiento al sobrino y suce-
sor en la pi'ivanza del conde-duque, á D. Luis Méndez de
H a r o , hiciera á éste el valioso presente del cuadro de La Ve-
nus, el más apropiado á los gustos de aquel m a g n a t e .
Tampoco sería absurdo dar crédito á la tradición que
g u a r d a la Casa de Alba de que Felipe IV, teniendo en cuenta
la grande afición de D. Luis Méndez de Haro á las obras de
arte, e n c a r g a r a á Velázquez el cuadro de La Venus p a r a ha-
cer con él un regalo á su ministro. El Monarca fué pródigo de
mercedes con el de Haro, y harto lo atestigua la cita de Ba-
rrionuevo, en sus Avisos, por la cual vemos que habiéndose
quemado el palacio del m a g n a t e D. Luis Méndez de H a r o ,
mandó el r e y subir dos cuartos la tasa del aceite y que se
tji,-:

SU

Cií

-deunalist:: :üD.LuÍ£
'^¡.éndez de ik,
: = ;:3 de Olivare-
La Venus del espejo. I6t

aplicara este impuesto á la reedificación. Sean ó no ciertas


las suposiciones expuestas, es indudable que el cuadro de La
Venus fué á poder de los duques de Alba en las colecciones
formadas por D. Luis Méndez de Haro y su hijo D. Gaspar.
De la colección del último se hicieron dos inventarios, el
primero en Roma, en 1682, antes de embarcar los cuadros
p a r a Ñapóles, á donde fué de virrey, cargo que también ha-
bía desempeñado su padre, y el segundo en 1688, después de
su muerte. De estos inventarios es copia el documento que
cita D. Ángel Barcia en su Catálogo inédito, hasta hoy, de
los cuadros de la casa de Berwick y de Alba, que dice á la
letra: «Entre algunos papeles relativos al pleito sostenido por
»el duque de Berwick con los herederos de la duquesa de
»Alba, doña Maria Teresa Cayetana de Silva, está la copia
»de una lista ó inventario de las pinturas que poseían D. Luis
«Méndez de Haro y Guzmán, marqués del Carpió, conde-du-
»que de Olivares, y su hijo y sucesor D. Gaspar Aparecen
«catalogados setecientos ocho cuadros, pero no pocos lo están
»dos veces; pero aun así, la colección pasaría de quinientos.
«Merecen citarse , una Venus, tavnaño natural, echada,
•desnuda, con un niño que la presenta un espejo en el que se
»ve. La pintura de La Venus original de D. Diego Velázquez.»
El cuadro de La Venus del espejo no pertenecía, pues, á
Palacio, y por tanto, no se hallaba en el Alcázar la Noche-
buena de 1734, en la cual ocurrió el incendio que redujo á ce-
nizas la antigua mansión de los Austrias, y, en consecuencia,
nada pudo sufrir la pintura en aquel incendio, como Madrazo
y Curtís suponen al señalar los deterioros en la parte alta del
cuadro, cerca de la cabeza de Cupido, trozo que se halla, di-
cen, ennegrecido á causa del excesivo calor. Esta declaración
h a pesado no poco en el ánimo de algunos, y ha detenido el
movimiento favorable á la adquisición del cuadro p a r a la
Galería Nacional; de todo lo cual ha dado cuenta á los lecto-
res españoles en las interesantes crónicas de Londres, publi-
cadas en La Correspondencia de España, el bien informado y
cultísimo escritor D. Ramiro de Maeztu.
En 1802 muere sin sucesión directa doña María Teresa Ca-
y e t a n a de Silva, duquesa de Alba, aquella famosa d a m a que
CÜLTÜBA. 11
¡62 Arte.

ocupó el primer rango por su linaje y belleza en la corte de


Carlos IV. A su nombre v a n unidas historias y anécdotas más
ó menos verosímiles. F u é el modelo preferido de Goya y el
más tipleo de cuantos inmortaUzó su privilegiado pincel. De
eUa hizo multitud de retratos, grandes, medianos y chicos,
en diversos trajes y actitudes, todos chispeantes de gracia y
donaire, exhuberantes de color, llenos de vida. Algunas de
estas representaciones pueden ser citadas como el prototipo
de la gracia de la mujer española, adornada vistosamente con
los más preciosos atavíos de las majas del tiempo.
Dejó la duquesa de Alba, por disposición testamentaria, los
bienes libres á personas de su afección, que no eran herede-
ros de sus títulos y mayorazgos, lo cual motivó el pleito in-
terpuesto por el sucesor en éstos, el duque de Bervriclc, Liria
y Jérica, quien pretendía que los cuadros se hallaban entre
los bienes vinculados, y sustanciándose este pleito dictó Car-
los IV una Real orden mandando que tres de los cuadros en
litigio fuesen vendidos á su primer ministro y favorito don
Manuel Godoy, príncipe de la P a z . Estos tres cuadros, man-
dados vender por virtud de orden tan arbitraria é injustifica-
da, propia de un poder ciego y despótico, eran La Madonna
de la Casa de Alba, de Rafael, La Escuela del Amor, de Co-
rreggio, y La Venus del espejo.
Las dos últimas figuran en el catálogo manuscrito que
hizo M. Frederic Quilliet de los cuadros del príncipe de la
P a z , en 1.° de Enero de 1808. En este documento, escrito en
francés, que se conserva en el Archivo Histórico Nacional,
se halla citado el cuadro de La Venus de esta manera: Venus
nue se mire: belle esquisse.
La Madonna de la Casa de Alba procedía de la misma
Casa de donde procede La Venus, pues D. Luis Méndez de
Haro la compró á los monjes de Monte Olívete por 100 escu-
dos, siendo virrey de Ñapóles. Este soberbio cuadro, pasando
por v a r i a s m a n o s , fué á p a r a r en 1836 al Museo del Ermi-
t a g e , de San Petersburgo, en donde actualmente se con-
serva.
Después del secuestro que se hizo de los bienes del prín-
cipe de la P a z , fué vendida; La Venus del espejo á Mr. Wallis,
La Veaus del espejo. 163

agente del afamado negociante inglés de cuadros Mr. Bucha-


nan, en 1813; de éste la adquirió, siguiendo el consejo del I
g r a n pintor Sir Thomas Lawrence, Mr. Morritt en 600 libras \
esterlinas. Desde entonces, hasta el mes de Octubre último en
que pasó á manos de Mr. Agnew, ha ocupado este cuadro el
sitio de honor en Eokeby, excepción hecha de las dos ocasio-
nes en que fué expuesto al público, en 1857 en Manchester, :
y en 1890 en Burlington House, en la Exposición de Oíd ;
Masters.
L a pintura de un desnudo femenino debió ocasionar á Ve-
lázquez cierta malquerencia de parte de aquellas gentes apo- ^
cadas y mojigatas de la corte. Conviene recordar que el pintor
se habia formado en Sevilla al calor de las teorías de su maes-
tro y suegro Pacheco, bien manifiestas en aquel pasaje de su
famoso libro Arte de la pintura, en el cual, al t r a t a r del desnu-
do, se ve su autor, como oportunamente dice Menéndez y P e -
layo en su Historia de las ideas estéticas, «en g r a v e conflicto
»entre su honestidad y pudibundez, no y a de pintor cristiano
»sino de cofrade ó congregado, y sale del paso proponiendo el
»extraño recurso de sacar del n a t u r a l rostros y manos de mu-
» j e r e 3 honestas (lo cual, á su entender, no tiene peligro), y

«valerse p a r a lo demás de valientes pinturas, papeles de es-


»tampa y de nuevos modelos y estatuas antiguas y modernas
»y de los excelentes perfiles de Alberto Durero.» Pero los tiem-
pos del aprendizaje en casa de Pacheco estaban muy lejanos de
los días en que fué pintada La Venus, la cual, por cierto, no
fué el único desnudo de mujer que aparece entre las obras
de Velázquez, pues la Venus en compañía de Adonis, y la
Psiquis en la de Cupido, no estarían más vestidas que lo está
la del espejo. Velázquez había vivido en la corte contemplan-
do y admirando en los Palacios reales las Venus y las Bacan-
tes de Ticiano, y los desnudos tan ricos de color y forma de
Bubens. El cuadro de Júpiter y Antiope, de Correggio, hoy en
el Louvre, erróneamente atribuido á Ticiano en España, don-
de se le conocía por el título de La Venus del Pardo, e r a l a
joya m á s preciada, entre todas las de sus ricas colecciones,
p a r a el piadoso m o n a r c a Felipe III, y como joya de t a n a l t a
estimación, fué regalada por Felipe IV al desgraciado prín-
164 Arfé.

cipe de Gales, más tarde Carlos I de Inglaterra, poco tiempo


después de la e n t r a d a de Velázquez en la corte. Y por si las
influencias del medio en que pasó el pintor su vida desde que
abandonó Sevilla no fueron bastante á desviarle de la pudi-
bundez en la p r á c t i c a del arte que predicara Pacheco, lo fue-
ron de sobra aquellos dos largos viajes á Italia, dedicados á
la contemplación y estudio de las esculturas griegas y roma-
n a s y de las grandes obras que éstas inspiraran á los maes-
tros del Renacimiento italiano.
Fué pintada La Venus del espejo, sin duda alguna, des-
pués del último de estos viajes. Harto lo proclaman todos los
elementos que componen el cuadro y la ejecución tan caracte-
rística de los últimos años del pintor. También lo comprueban
las grandes analogías que ofrece con las obras de su última
m a n e r a , sobre todo con La Coronación de la Virgen, pintada
p a r a el oratorio de doña Mariana de Austria; con el Mercurio
y Argos, y más aún con El Dios Marte. En estos lienzos pre-
dominan tintas carminosas, análogas á las que vemos en el
cuadro de La Venus, y en éste, como en el de Marte, el acorde
de rojos, blancos y azules es el mismo.
Venus, completamente desnuda, se halla tendida sobre
amplio diván, de espaldas al espectador, contemplando su
rostro en un espejo de marco negro que le presenta con ade-
mán gracioso Cupido, arrodillado sobre el diván. Las bellas
líneas curvas de este precioso desnudo femenino destacan so-
b r e un paño gris, estendido sobre otros blancos entre los que
asoma un pequeño trozo de velo verdoso; por fondo u n a cor-
tina de terciopelo rojo oscuro hace resaltar el color claro y
brillante del hermoso desnudo.
Tales son los elementos del cuadro, que no pueden ser más
simples, p a r a la representación de una escena en la cual otros
artistas prodigaron riquezas y lujo de accesorios.
El trozo capital es el desnudo de la Venus, iluminado de
frente, copia flel del modelo vivo, algo deformado su talle á
causa, sin duda, del uso de la ajustada cotilla, el corsé de la
época. El resto del cuerpo, de un modelado y color soberbio,
es la p a r t e más bella de la obra. Cupido, en segundo térmi-
no, inclinada la cabeza en ademán respetuoso, se halla más
La Venus del espejo. 16S

en sombra, y la media tinta que le envuelve contrasta deli-


c a d a m e n t e con la brillantez del desnudo de Venus. Esta figu-
r a h a c e r e c o r d a r por su postura y lineas, como dice Justi, la
estatua del Hermafrodita de la Villa Borghese, de la cual t r a -
jo Velázquez á E s p a ñ a un v a c i a d o , y también la de Cupido
nos evoca recuerdos de esculturas clásicas, de igual suerte
que la de Marte, de nuestro Museo del P r a d o ; pero esta in-
fluencia clásica que advertimos, queda limitada á la actitud
de las figuras, no á sus formas y color, d i r e c t a m e n t e copiados
del modelo vivo, como lo están c u a n t a s vemos en todos los
cuadros del maestro.
En el mes de Agosto de 1895 tuve ocasión, merced á la
cortesía de sus poseedores, de h a c e r u n a visita á Rokeby y de
contemplar La Venus del espejo, y aun cuando la a l t u r a á que
se hallaba colocada no me permitió a p r e c i a r de c e r c a todas
sus bellezas ni r e c r e a r m e en el análisis detenido de su ejecu-
ción, tengo este cuadro, y así lo he declarado, como el m á s
i m p o r t a n t e , entre los de composición del autor, de los exis-
tentes fuera del Museo del P r a d o .
Antes de ser expuesto en la casa de Agnew, en Noviembre
último, h a sido limpiado convenientemente y h a desaparecido
el barniz viejo, merced á lo cual h a recobrado la pintura su
primitiva entonación p l a t e a d a , luciendo el hermoso esmalte
propio de las obras de Velázquez.
Después de c e r r a d a la Exposición h a sido sometido á ri-
guroso e x a m e n de peritos, los cuales h a n d e c l a r a d o en l a
p r e n s a a c e r c a del estado de conservación, que es, según tes-
timonio de éstos, perfecto, salvo en contados pasajes, lunares
propios de un lienzo que c u e n t a m á s de dos siglos, y salvo
también algún retoque en la unión de la faja de tela en la
p a r t e superior, adición que d a t a de la época en que fué pin-
tado, análoga á otras que se v e n en casi todos los cuadros de
mediano y g r a n d e t a m a ñ o del mismo autor.
E n la sublime m a n e r a que desarrolló Velázquez al copiar
fielmente el n a t u r a l , t a n c a r a c t e r í s t i c a de las obras de la úl-
tima d é c a d a , como lo es ésta, se a d v i e r t e que logró perfec-
cionar sus dotes n a t u r a l e s por un estudio constante en sentido
de una interpretación lo m á s sintética que le fué dable. Asom-
166 Arte.
b r a y c a u t i v a el efecto de aquel modelado, conseguido con
medios t a n sencillos y sin esfuerzo alguno a p a r e n t e ; l a t r a -
bazón de las p a r t e s , cuyos contornos fundidos y envueltos no
es posible precisar; el aire interpuesto entre los diferentes
términos que da a l cuadro ambiente y profundidad; la ausen-
cia de detalles y accesorios que pudieran perjudicar; m e r c e d
á todo lo cual ofrece esta pintura la más p r e c i a d a cualidad
en las obras artísticas, á saber: la armonía de sus p a r t e s con
el todo, sin la cual no existe la belleza del conjunto.
Lección la m á s provechosa de técnica con que nos brin-
d a n ésta y otras obras de Velázquez, las cuales, por su misma
sencillez y por su modesta a p a r i e n c i a , calificada por alguien
d e vulgar, h a n t a r d a d o en ser reconocidas universalmente en
su justo valor.
Y a e r a h o r a de tributarle todos los honores y de d e c l a r a r
á Velázquez el pintor m á s equilibrado en sus facultades, más
sencillo en sus medios, más sereno y fiel en la interpretación
del n a t u r a l , y aquel, por último, que más se p r e s t a á ser imi-
tado en sus procedimientos y métodos. El entusiasmo que
despierta es m a y o r c a d a dia; d a n testimonio de ello la pere-
grinación de artistas de todos los países, y m á s que de todos
juntos, de los E s t a d o s Unidos de América, á la sala de Veláz-
quez del Museo del P r a d o , p a r a estudiar sus obras; la influen-
cia t a n manifiesta de éstas en muchos de los maestros de la
p i n t u r a contemporánea; la profusión de libros y trabajos de
todo género a c e r c a de Velázquez, publicados desde h a c e pocos
años en diversas lenguas; y , por último, el interés y noble
rivalidad que se h a n manifestado en Londres de modo t a n
pujante, desde que La Venus del espejo hizo su aparición a l
público, á fin de lograr la posesión definitiva de l a t a n acredi-
t a d a joya.
A. DE BERUETE.
" L a condenación de Fausto", de Berlioz.

L a época presente se c a r a c t e r i z a en a r t e por el cariño,


por la benevolencia, por el entusiasmo con que c a d a pais m i r a
sus productos nacionales. L a inmensa m a y o r í a de los críticos
escribe con tinta rosa cuando habla de los suyos, e x a g e r a n d o
lo bueno y ocultando lo malo, y en cambio se pone hosca é
intransigente al emprenderla con un e x t r a ñ o . Estos c a r a c t e -
res, hoy casi universales, se a c e n t ú a n visiblemente en los fran-
ceses: todo lo suyo es bueno, todo lo extranjero es mediano;
lo alemán necesita ser indiscutible p a r a que ellos le concedan
el honor de la atención.
L a figura de W a g n e r creció t a n t o , tomó proporciones t a n
gigantescas, que e r a preciso e n c o n t r a r una contrafigura fran-
cesa que oponerle, y como Berlioz había sido escritor, poeta,
revolucionario; como había defendido sus ideas violentamente,
a i r a d a m e n t e , satirizando, encarnizándose con sus enemigos,
a p r o v e c h a r o n este punto de contacto p a r a elevar á su paisa-
no, p a r a resucitar sus obras y p a r a e m p a r e j a r en toda ocasión
los dos nombres de W a g n e r y Berlioz. Difícilmente se encon-
t r a r á u n escritor francés que al h a b l a r del primero no saque
á cuento al segundo.
Y sin embargo, h a y u n a r a d i c a l diferencia e n t r e los dos. E n
las obras literarias y críticas de W a g n e r se e n c u e n t r a n siem-
p r e observaciones hondas, puntos de vista profundos, tenden-
cias que defiende con tesón, con ahinco, repitiéndolas, dándo-
les cien vueltas, presentándolas en mil aspectos diferentes.
Cuando se ocupa en la obra de u n g r a n d e , de Beethoven, por
ejemplo, v a á su esencia, á su fondo, á p e n e t r a r en su pensa-
miento, en las profundidades de su alma: busca en su música,
como ideal, u n a intención metafísica; es un artista con fondo
de filósofo y forma de poeta.
168 Arte.

Berlioz, en cambio, es brillante, desenfadado. Su estilo


a t r a e por la viveza, por el color, por lo que deslumhra. En
sus Memorias sacrifica muchas veces la verdad por producir
un efecto; cuenta cosas que dice le sucedieron, citando las
personas que las presenciaron, y esas personas refieren des­
pués que aquello no fué verdad; pero al toque artístico de la
narración no h a y quien le quite su belleza; lo que relata se
non é vero é bene trovato. Cuando juzga á Beethoven, ve en
sus obras cosas deliciosas, primores de apariencia, detalles,
como el de aquel fagot de la Pastoral, de una exactitud y de
una fuerza artística exquisita. En cambio, el fondo se le es­
capa casi siempre; no penetra en él; no pasa apenas de la su­
perficie; es un artista cuyo fondo está en la exterioridad de
un poeta colorista.
W a g n e r aborda el poema de Goethe y escribe p a r a él una
overtura que todavía es incomprensible p a r a muchos. P a r a mí
también lo fué en algún tiempo, hasta el dia en que volví á leer
las primeras escenas de Fausto: aquellas a m a r g u r a s , aquel
hastío de todo, el cansancio de la vida, la falta de ideales, el
estado de alma que Goethe pintó tan magistralmente, eran la
clave p a r a sentir la obra w a g n e r i a n a . Su valor musical podría
ser uno ü otro; su compenetración con el poema era tal, que
si en la producción de Goethe hablaba el doctor, en la wag­
neriana sentía el viejo sabio, revelándose esta última como
la esencia misma de sus emociones y de su estado espiritual.
Berlioz lo aborda también; pero en vez de tomar lo que
h a y de típico, de único en Fausto, v a saltando por entre sus
escenas, p a r a buscar lo pintoresco, lo que deslumbre. Como
en sus Memorias, no siempre cuenta la verdad; por producir
un efecto altera lo que quiere, invierte lo que le p a r e c e en el
momento; su p a r t i t u r a no es el fruto de una meditación, de
un sentimiento arraigado, de una elaboración reflexiva; la es­
cribe, obedeciendo á la inspiración del momento, en la calle,
en la c a m a , en el tren, en el jardín de las Tullerias; más que
emociones, son sus números improvisaciones del momento, en
las que no palpita la esencia del poema alemán, sino la fan­
tasía colorista de Berlioz. El Fausto no es el fondo; es el pre­
texto p a r a su música.
La condenación de Fausto 169

Justo es decir, sin. e m b a r g o , que en este aspecto los


Faustos más conocidos entre nosotros, el de Gounod y el de
Boito, son también análogos al de Berlioz, y se distancian
tanto como él de la intención y de la tendencia de la t r a g e d i a
de Goethe. El de Gounod, cuando está en el laboratorio, es u n
viejo m a l humorado que reniega de todo, como podría h a c e r
otra cosa; en el resto de la obra es un jovenzuelo sencillo, tí­
mido á ratos, en el que no asoma por ninguna p a r t e el c a r á c ­
t e r creado ó recogido por el poeta a l e m á n . El de Boito es r e ­
sueltamente un tenor de ópera, que cuando puede c a n t a u n a
r o m a n z a p a r a que lo a p l a u d a n . Gounod t r a t a con m u c h a for­
tuna algunas escenas, principalmente las m á s h u m a n a s , y en­
tre éstas las eróticas; Boito a c i e r t a también en la expresión
de algunos momentos, pero siempre con intención distinta ó
s e p a r a d a de la del g r a n poeta a l e m á n .
Queda, a p a r t e de todo esto, el valor musical de la p a r t i ­
tura, no como obra de compenetración, de interpretación mu­
sical del texto, sino como obra s e p a r a d a de él, como p r o d u c ­
ción independiente.
Berlioz, y a lo decía antes, es u n a fantasía colorista; la en­
voltura, la p a r t e exterior de sus producciones, es siempre m á s
interesante que el fondo; le ocurre lo que en sus Memorias y
en sus escritos: la m a n e r a de decir las cosas es m á s i n t e r e ­
sante que lo que dice. Rossini, hablando de él, hizo una frase:
«Es u n a suerte que este chico no sepa música; si supiera
h a c e r l a , la h a r í a m u y mala»: y aun cuando á este juicio h a y a
que aplicar un coeficiente de corrección muy g r a n d e , t o d a v í a
queda algo que es una g r a n v e r d a d .
Pero, en cambio, si el trabajo de composición es de un v a l o r
discutible, la orquestación es primorosa, deslumbrante, suges­
t i v a . No h a y un solo momento en que la orquesta no interese
y a t r a i g a , por la riqueza de su p a l e t a , por el acierto de los
timbres, por los recuerdos que constantemente se despiertan
de obras posteriores que aquí hemos conocido antes. Bizet,
Gounod, W a g n e r , Thomas, Saint-Sáens, h a n instrumentado
siguiendo á Berlioz, a p r o v e c h a n d o sus modelos, nutriéndose
en sus partituras. Si desde otros puntos de vista su nombre es
de un valor secundario, manejando los timbres, uniendo ins-
170 Arte.

trumentos, obteniendo efectos de sonoridad, es una figura de


primer orden, de lo más grande y de lo más digno de estudio
que puede darse, lo mismo en lo fantástico como el vals de
las sílfidos y el minué de los duendes, que en lo extraño, como
la canción gótica, que en lo impetuoso y formidable, como la
m a r c h a h ú n g a r a y la c a r r e r a hacia el abismo.
Y sobre todo, entre las obras que rodean á Berlioz en el
teatro Real: las de Meyerbeer efectistas, y construidas según
un patrón de moda que y a pasó; las de Donizetti, tan anticua-
das y tan falsas de arte como aquéllas; las de Bellini, de un
sentimentalismo constante, donde la trágica Norma canta lo
mismo que la sencilla Amina, sin otra alteración que la de
cambiar de traje; las de la primera época de Verdi, que a p a r t e
de algún que otro número en el que imprimió el sello de su ge-
nio, son bailables desde el principio hasta el fin; las veristas,
donde el calor melódico se resuelve muchas veces en espasmos
nerviosos y en efectismos dinámicos, vengan ó no á cuento; en
medio de todo esto, en lo de Berlioz h a y algo que aprender,
algo que saborear, aunque lo h a y a n desnaturalizado por com-
pleto y convertídolo en una ópera más, recreo de la vista, que
absorbe y en muchos casos monopoliza la atención del espec-
tador, relegando la importancia de la música á un lugar se-
cundario.
. . i ^ ^ . ^ ^ . . . ^ ^ ^ . . . . . . . . CECJMO D E RopA^^ ^
La Escultura en Galicia.

Si me atreviera á decir que en el reino de Galicia no ha tenido


la menor importancia el noble arte de la Pintura, cometería á sa-
biendas un error: un error extremadamente próximo á la verdad.
He recorrido de reciente, en el verano pasado, las principales ratas
excursionistas gallegas, pudiendo dar testimonio tan solamente en
ese rápido viaje artístico, de las poblaciones que salen al paso ó de
aquellas otras cuyo descuido sería imperdonable eu un turista, y
puedo decir que en Monforte, en Lugo, en Betanzos, en Corana, en
Santiago, en CamV)ados, en Pontevedra, en Vigo, en Bayona, en
Tuy, en Orense he gozado tanto en la contemplación de los vie-
jos templos de pátina admirable, registrándolos afanoso en sus rin-
cones, como pueda yo mismo ó como pueda nadie gozar con la be-
lleza seductora, variadísima, del paisaje, de las marinas, de los va-
lles, de las riberas y de las rías altas ó de las rías baixas, de las
baixas en especial. Aun sin abandonar los caminos trillados, sin re-
visar los pintorescos pazos y castillos del duro feudalismo galaico
y las verdegueantes ruinas de los innumerables conventos y Mostei-
ros de que tengo noticia, basta la magnificencia de los monumen-
tos compostelanos, basta, sobre todo, el misterio del pasado que se
cierne sobre los edificios del románico gallego, que todo lo llena ó
en todo influye (aun siglos después de su decadencia europea), para
que el turista, el amigo de las artes, tenga, en las excursiones por
aquella pintoresca entre las más pintorescas regiones del mundo,
embargada la atención y cautivo el entusiasmo, y no sé si añadir
que aherrojado el maldito espíritu de la crítica,—amarga compailía
de que no acierta á librarse el investigador, envejecido y enarideci-
do por las dudas y por los problemas, ante las mismas obras de
arte que no acierta ¡ay! á gozar con sencillez y mansedumbre del
espíritu.
172 Arte.
Yo, en Galicia, con la satnración de los sentimientos estéticos
en aquella región encantada, volví á ver y volví á gozar de las
obras de arte como en aquellos tiempos felices de la iniciación ar-
tística, cuando si razonaba como el vulgo, sentía con el mismo ar-
dor «virginal» (valga la frase) con que el vulgo siente cuando siente
el arte; y en medio del sugestivo encanto dejó en paz los cuadernos
de apuntaciones, olvidé los textos que debía comprobar, los proble-
mas que se ofrecía resolver, las notas que debía tomar; y analizan-
do poco y apenas sintetizando nada, todo recuerdo quedó enco-
mendado á la memoria—; precisamente cuando la inteligencia, tras
larga serie de fatigosos trabajos, usaba del descanso secretamente
apetecido.
Y cuando después—meses después—pretendo decir algo en sín-
tesis, hablando de la totalidad de una impresión, ¿cabe crítica que
no sea impresionista? ¿Cabe crítica indocumentada y de memoria?
Piénselo primero el lector y sea después benévolo al juzgarla.
Y así, de memoria (aunque no sin meditación y consulta de
autores), me atrevo á repetir, volviendo al tema, que aparte de una
bella tabla del estilo hispano-flamenco de principios del siglo xvi en
la iglesia que fué de jesuítas en Monforte de Lemus—La Adoración
de los Magos, según me ayuda á recordar Becerro de Bengoa en su
preciosaGuía «De Palencia á la Coruña»—, yaparte un buen cuadro
de Claudio Coello en la sacristía de San Martín Pinario, en Santia-
go—La Virgen del Socorro, según me recuerdan Fernández Sán-
chez y Freiré Barreiro en su «Guía de Santiago»—, y aparte tam-
bién las colecciones de cuadros de los Museos de Madrid, deposita-
dos por el Estado en varios establecimientos gallegos—en especial
la interesante colección del edificio de la Escuela é Instituto de la
Coruña, con parte de las Historias de cartujos del Paular, de Vi-
eencio Carducho, y con obras apreciables de otros pintores antiguos
y modernos, singularmente la copia hecha por el gran Rosales del
fresco de Siena, Éxtasis de Santa Catarina, maravillosa obra del
Sódoma (que en la Coruña ignoran que sea de Rosales y que sea del
Sódoma)—, casi puede alii-marse que no existen en Galicia pinturas
que ni medianamente puedan solicitar la atención del viajero. Pue-
de añadirse que en los tiempos pasados no vio nacer Galicia á nin-
gún pintor, si nos olvidamos del bueno de Gregorio Ferro, y de un
Bauzas, discípulo, al parecer medianísimo, de Lucas Jordán; y
aun creo que debo decir que el clima gallego no puede menos de ser
altamente nocivo para toda clase de pinturas, ya que tantísimo dis-
ta su cíelo del seco cíelo de Madrid—que es el conservador mayor
La escultura en Oallcia. 173

del Museo del Prado—, cuanto dista su fresco suelo de la aridez in-
fecunda de la estepa castellana.
Yo no sé si algún día habrá en Galicia grandes pintores, dignos
paisistas de la tierra gallega; quizás la belleza de ésta, tan á la
mano, tan por todas partes, habrá de solicitar el afán estético de lo
pintoresco en los naturales menos, mucho menos, que en los artistas
forasteros. Lo que sé, lo que se puede decir, es que en la historia
del arte galiciano falta la Pintura.
Y no falta, en cambio, la Escultura. No debo exagerar la impor-
tancia de ésta; no debo extremar el paralelo; no debo inducir á na-
die á error. Galicia, para mi, es en unas épocas de la Historia casi
el único centro peninsular visitado de la cristiandad occidental:
en la Edad Media, en el apogeo de la Edad Media; pero es Galicia
después la región española más aislada de los centros artísticos, y
aquella en que tomara nuestro feudalismo, en la época misma de su
general decadencia, caracteres más bravios y dureza más arraiga-
da y perdurable: así el feudalismo secular como el episcopal y el
abadengo. Las artes de la cultura en los siglos x v y xvi, en los si-
glos del renacimiento, ¿cómo habían de florecer en país cuyas ciu-
dades mismas no eran—como en Italia, como en Alemania, como en
Francia, como en el resto de España—asiento de libertades muni-
cipales y emporios de una verdadera clase media, cuya existencia
en Galicia, como clase predominante, al menos, es un mito aun en
los siglos posteriores de la civilidad europea? Si de poderosos (de
magnates, prelados, cabildos) vino la protección á las artes an-
tiguas, precisa reconocer que solamente en las clases medias se re-
clutaron los artistas, en el gusto de ellas se educaron, é hijos de
ellas por la gloria fueron enaltecidos. Nótese el hecho, comproba-
ción elocuente de estas consideraciones: en los primeros años del
siglo XVII, bajo Felipe III, era un artista gallego, Gregorio Hernán-
dez, el que llevaba el primer nombre en la Valladolid todavía cor-
tesana de entonces; como era un gallego, Felipe de Castro, en el
Madrid de Fernando VI, el artista español de mayor nombradla. -
Pero uno y otro, no en Galicia, sino fuera de ella, hubieron de per-
feccionar su educación y aprendizaje; fuera de ella, sobre todo,
hubieron de castigar su estilo y su gusto.
Toscas en general son las obras del arte plástico gallego, en las
que siempre parece que perdura el arte románico, allí connaturali-
zado—el arte románico, espontaneidad, sencillez, ingenuidad é in-
correción en flguras, grupos y ornatos—, pero sobre toscas declaran
el mal gusto, el gusto nada castigado ni depurado, de aquellas gen-
174 Arte.

tes provincianas, y campesinas sobre provincianas: los mismos pri-


vilegiados del feudalismo gallego (que como feudalismo del Dere-
cho civil, foros, todavía subsiste) eran gentes muy dadas á la vida
del campo, en los mismos siglos de la Edad Moderna en que se cul-
tivaba el arte por la sociedad más distinguida de los pequeños y
de los grandes centros urbanos, de las pequeñas y de las grandes
Cortes—pequeñas como las de los Mecenas italianos, alemanes y bor-
goñones, y grandes como las de los Austrias, Borbones y Stuar'dos—.
Kecuerdo que DO hace muchos años, cuando y a era de moda en Ga-
licia mostrar entusiasmo regionalista por las artes y se aclamaba eu
libros y revistas, en prosa y en verso, la gloría de Josef Perreyro,
como nombre de un gran escultor gallego, se vino á poner á la ven-
ta la colección de sus bocetos, de sus maquettes, entre los cuales
estaba el modelito de BU justamente ponderada Santa Gertrudis, de
San Martín Pinario: ¡sólo una onza, sólo 320 reales pudo lograr eu
la venta de todo ello el heredero del asendereado gran escultor com-
postelano! En cambio, escritor hubo allí, hombre leído, que del vas-
to lienzo La absolución de la mujer adúltera, de la sacristía de la
Catedral compostelana, de mano de Gregorio Ferro, uno de los más
insignificantes pintores contemporáneos de Goya, se permitió_decir
que reunía «á la composición del gran Rafael, el colorido aéreo de
Velázquez», demostrándose la falta de medida y de sentido crítico,
y , sobre todo, la ausencia de gusto artístico en las mismas clases
ilustradas de Galicia.
De uno y de otro hecho han transcurrido bastantes años. Galicia
vino & ponerse después en contacto, por medio de los ferrocarriles,
con el resto de España, y hoy el despierto ingenio y natural pro-
pensión de sus habitantes han de llevar á aquella región á un ma-
yor cultivo de las Bellas Artes, en consonancia con la fama de sus
escritoras y de sus escritores, en proporción con el indiscutible apo-
deramiento de sus políticos de la Corte.
Si del porvenir pudiéramos hablar según lo pasado, había de es-
perarse que en aquella tierra, donde tantos rasgos de la belleza física
nos recuerdan la lejana colonización clásica, griega en algunas co-
marcas, y donde parece que sobrenada todavía, con las tradiciones
célticas, la esencia misma del culto pagano á la gran Madre—á la ma-
ternidad gloriosa, ubérrima y prolífica—, habría de ser la Escultura,
más bien, que no la Pintura, la forma artística más adecuada á las
condiciones étnicas del país.
Fué, en general, en el Norte todo de España (toda Castilla la Vie-
ja, Aragón, las Vascongadas) más cultivada que la Pintura, la Es-
La escultura en Galicia. fíS

cultura. Pero en Galicia, dentro de su secular arrinconamiento in-


telectual (desde que no peregrinaron á Compostela los intelectuales),
dentro de la vulgaridad en el arte plástico mismo, como regla gene-
ral, fué éste, con la Arquitectura, la predilección estética del país
en las manifestaciones del arte eclesiástico-, y si, repetimos, que la
regla general declara universal desdibujo, incorrecto é invencible
mal gusto, todavía, y de cualesqtdera de los siglos trascurridos,
pueden mostrarse en Galicia, en muestrario muy interesante, ex-
cepciones de uu interés singular, obras de arte forastero muy bellas,
ú obras de arte gallego que declaran las singulares aptitudes de ar-
tistas locales, autóctonos, dignos de otra mejor educación y de otro
depurado artístico medio ambiente.
Hablemos, en síntesis, de estas excepciones.

II

Y de la primera no quisiera hablar: no quisiera hablar: tan de


pasada y tan estrechado por los apretados limites de este trabajo.
Porque ¿qué graduación del interés, qué crescendo en la atención
del lector benévolo, además, puede caber, cuando se comienza por
lo más interesante, por lo más principal, por lo más excelso? Si aho-
ra hablo—de pasada, sin el amplio marco que el tema pide—del
pórtico de la gloria, ¿qué queda para después? ¿Qué podrá después
parangonársele?
Paréceme recordar que un sabio catedrático y pedagogo español,
que escribe alguna vez de Artes, aunque alardea de conocerlas sólo
de soslayo, decía en cierta ocasión, demostrando malgré lui sus
grandes conocimientos y tal vez en esta ocasión un juicio en dema-
sía severo, que en España la Escultura carecía en general de impor-
tancia, con una sola excepción: el pórtico de la gloria de la cate-
dral de Compostela. Rechazando el rigor de ese juicio general (á
cuyo estrecho tamiz no escaparan Alemania ni Holanda, ni otras
naciones modernas, que Italia y Francia, pues no otras que ellas
dos pueden rivalizar victoriosamente, eso sí, con nuestra escultura),
todavía debemos confirmar el criterio de D. Francisco Giner, afir-
mando por duplicado la singularidad de la excepción, ya no tan sólo
en Galicia: en la España entera.
Diría más: añadiría yo, que si en la Península el pórtico de la
gloria, la portentosa obra de Maestro Mateo, es quizás en tantos si-
176 Arle.
glos el sello de una obra plástica personal de un genio más e x c e l s o -
ante cuya procer estatura aparece adelgazada, sutilizada y refina-
da, pero no más potente, prolífica y generosa la genialidad plástica
creadora de los Siloes, los Berruguetes y Becerras, los Menas y el
mismo Salcillo—; en Europa entera, aunque reduciéndome y a sólo al
arte de su siglo, del siglo que le precedió y del siglo que le siguió,
entre los años 1000 y 1250 (por marcar unas fechas c u y a exactitud
no importa al caso), fué Maestro Mateo, por su obra, tan singular
excepción, que tengo por temeraria toda explicación razonadora
del caso.
Es verdad, como antes dije, que era entonces Galicia, por el se-
pulcro de Sant Yago, el único, ó casi el único, centro peninsular vi-
sitado de los sabios, de los poderosos, de los ignorantes y de los des-
validos, de las más cultas naciones de la cristiandad occidental,
aparte la decadente Bizancio. Es verdad también, que el espíidtu de
los cluniacenses—orden omnipotente en la Francia sabia y en el Pon-
tificado por sus hombres enaltecido y libertado del Imperio tudes-
co—, había tenido en Santiago con sus hechuras, con sus hombres,
principal asiento; que el conde de Galicia D. Ramón de Borgoña ha-
bía sido deudo de pontífices que colmaron de luces y de privilegios la
silla apostólica compostelana; que la catedral era y a uno de los por-
tentos de la arquitectura románica, vencedor, en el indispensable
parangón, de la Iglesia gemela (algo posterior además, según pare-
ce) de San Serenín de la Tolosa de los gloriosos condes, todavía no
trabajada por las luchas albigenses (1)—gemela segunda, la tolosana
y menos perfecta aunque concebida antes quizás por ua mismo ar-
tista, probablemente aquitano (2)—, y es verdad, por último, que

(1) El conde de Tolosa, Ponce II, que vivía por 1045, y dicen que debió
morir por 1061 (según los escasos datos que en este instante tengo ¿ la mano),
visitó de peregrino el sepulcro de Compostela acompañado de un su único
bermano varón. Bajo el reinado (que casi puede llamarse así por la real inde-
pendencia de que hacían gala en sus Estados los condes de Tolosa, Albi, Ca-
hors, Ehodez, Perigord, Carcasona, Agen etc.), de sus hijos Guillermo II
(que falleció por 1090, y había regularizado en 1072 la vida canónica del ca-
bildo de Tolosa) ó Ramón II (que murió cruzado en Trípoli, después de agre-
gar á la corona heredada de su hermano los Condados de Agde, Nimes, Bo-
ziers y aun Provenza) es cuando se concibió la idea de construir el templo
de San Serenín y se puso mano en la grande obra. Este D. Ramón II, conde de
Tolosa, que la presidió, era yerno del rey de Castilla y de León y Galicia Al-
fonso VI, por haberse casado con Doña Elvira, su hija.
(2) Sostiene el Sr. Lampérez que de los problemas constructivos que el tra-
zado de la Catedral compostelana supone, no aparecen en Galicia monumentos
en que se vean los indispensables tanteos que habían do preceder 4 solucío-
SANTIAGO DE COMPOSTELA

PÓRTICO DE LA GLORIA
• i eiíi;- í A d o r Ij. Aiioi;--
de í u - (iesceiidienles SOL';-.
haudo 1 1 V Alfonso IX). out

nos tan lU-íinidus como las qne aqne] tiT.Eado supijiu;. j u : .


Fruncía, en e s p e c i a l f-n Anvernia, s e ven los prtcedeijtob i o u s i i u c . . Vi,:. ; ,•
ma!:do serio y verdaii-ra escuela ¡ocal q u e ext.iudiü sus ramas alargáudoiaí
hii.-;i,!i San Vicviiíe Avüu y Sauiiago de Cüiüpostclu. Yo, diacrepando, i^on

qne les traiM.


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apóstol, en oamb.-. liita ó desiigurada :
todos nue.-ítros grt'. :•" .regación de capilia-. • ;
claustro y la voci- io epió'Copal—cuyas salas gótica-
donadas, producen .presión en el ánimo, iUiVán<í'
pos legendarios de la > ioncdlairaá de Compostela.
iS;
La escultura en Oallcla. ' 177

en los días de Maesti-o Mateo, casi puede decirse, además, que era
Compostela principal centro de toda una Monarquía, capital moral
de la misma, lugar de coronación de los monarcas y de sepelio
para los despojos.
Recuérdese al caso que el vigor regional de Galicia, una sola
vez en toda la historia política y literaria de España, apareció en-
tonces triunfante, ya no con tendencias autonomistas, sino todo lo
contrario, ejerciendo primado y hegemonía sobre una nacionalidad
entera, sobre todo un reino al menos. Una vez en la historia, enton-
ces, Galicia que de una manera ó de otra había afirmado su perso-
nal espíritu en sublevaciones—como una contra Fruela I, en el si-
glo viii; otras, del conde de Galicia, Nepocíano, contra Ramiro I, y
del conde Fruela contra Alfonso III, en el ix; del conde Gonsalvo
contra Sancho I, y de Bermudo II contra Ramiro III, en el x—-ó su-
gestionando á los reyes intentos de desmembración para apaño de
segundones de la dinastía—Ordeño II, rey de Galicia, en el siglo x;
García I, en el xi; Urraca, con su marido D. Ramón, poco después—,
logra por fin, con las luchas de doña Urraca, ya reina, con su hijo
el emperador D. Alfonso VII, educado en Santiago, y con la rama
de sus descendientes segundones «reyes de León» privativos (Fer-
nando n y Alfonso IX), que Compostela sea cabecera de una parte ^

nes tan definidas como las que aquel trazado supone, mientras en el Sur de
Francia, en especial en Auvernia, se ven los precedentes constructivos for-
mando serie y verdadera escuela local que extendió sus ramas alargándolas
hasta San Vicente de Avila y Santiago de Compostela. Yo, discrepando, con
grandísimo temor, de esa tan autorizada opinión, me atreverla á sostener
que los tramos del coro en la nave de los pies de la Catedral de Lugo eran no
mala imitación, sino tanteo preliminar de las soluciones compostelanas, si
los datos documentales no me llevaran á titubear en esa convicción.
Don Adolfo Fernández Casanova, arquitecto también, y también distingui-
do arqueólo, demostró que de las dos gemelas, la iglesia santiaguesa es la más
perfecta, con ser la comenzada antes; pero ello no creo baste á rechazar la
, perfecta verosimilitud histórica de la más reciente hipótesis francesa de que
el que trazó San Serenín para Tolosa, trazó después la Catedral de Santiago,
teniendo en Galicia la fortuna de asistir á su construcción cuando otros, que
no él, dirigían la ejecución de sus planos en Tolosa. San Serenín, restaurado
por Viollet-le-Duc, sin postizos ni vecindades, la he podido admirar yo, ha-
ce unos años, en extensísima plaza como gallardo conjunto; la basílica del
apóstol, en cambio, está absolutamente oculta ó desfigurada al exterior, como
todos nuestros grandes templos, por la agregación de capillas, dependencias y
claustro y la vecindad del palacio episcopal—cuyas salas góticas, hoy aban-
donadas, producen tan fuerte impresión en el ánimo, llevándonos á los tiem-
pos legendarios de la silla ambicionadlsima de Compostela.
CUITÜBA U
Í78 Arte.

considerable de la Península y principal asiento (con estar tan des-


centrada) de la corte de esos monarcas.
De esa nacionalidad galaico-leonesa, que Dios no bendijo—que
Dios no permitió que, cual la portuquesa, su hermana, se apartara
definitivamente de la órbita de Castilla, en que se^habían de cifrar
las esperanzas de España—, es el pórtico de la gloria, la maestra más
evidente, la huella más aparente, el recuerdo más glorioso. Al me-
nos si se empareja (dado el secreto paralelismo que las letras y las
artes suelen mostrar en la historia) con la poesía gallega, gloriosa
en el siglo n i i , dentro de las corrientes h'ricas del arte provenzal,
impuesta con su lengua á los mismos castellanos de aquel entonces,
que cantaban en castellano sus gestas épicas, pero que sólo compo-
nían versos líricos en la lengua dulcísima de los trovadores galle-
gos. En ellos aprendió Alfonso el Sabio, y en gallego escribió y com-
puso sus únicas composiciones poéticas, sus musicales y tiernas can-
tigas, testimoniándose en el gran rey padre de la prosa y de la
ciencia castellanas, la importancia excepcional de la cultura de los
grandes trovadores compostelanos.
He dicho que fué de imitación provenzal la grande escuela de
trovadores gallegos—con lirismo más espontáneo ó menos amanera-
do, con sentimiento popular más delicado y vivido— , y al decir pro-
venzal no se mire sólo á Provenza, sino al Languedoc, á Tolosa, al
Lemosín, á todos los países del Sur de Francia. Y pregunto ahora, ¿no
vendrá del mismo origen, no traerá el mismo abolengo el arte
de Maestro Mateo, el arte del pórtico de la gloria? Al menos, con-
fieso que no le conozco precedentes bastantes en Galicia, aunque
sean de importancia, como son, las esculturas del himafronte de las
platerías en la misma Catedral compostelana.
¿Pero acaso existen en los países de las antiguas Aqnitania y
Arlesado? Es verdad que cuando el Norte de Francia—el país de la
épica y de la lengua de oil—creaba el arte gótico (problemas de edi-
ficación), el Sur de Francia—el país de la lírica y de la lengua de oc—
perfeccionaba la ornamentación y la escultura románicas, conjun-
tamente con el Norte de nuestra Penínstda en tan estrechas relacio-
nes entonces. Yo no sé qué nombres puede oponer la escultura de
los países originarios del gótico á los nombres de Moissae, de Saint
Gñles, de Arles, de Eipoll y de Süos, poblaciones del Midi francés
ó del Norte de España. Pero nada de eso es sin embargo compara-
ble en quilates de mérito con la obra de Maestro Mateo.
Es la de este un caso singular de renacimiento, algo así como
un milagro de genialidad plástica, personalisíma. Y como y o en mi-
La escaltura en Qalicia. itg

lagros de los hombres no oreo, doyme á pensar en obras desapare-


cidas ó en Galicia misma ó en el Norte de España, ó mejor en los
países aquitanos, donde estaría la explicación de los precedentes del
arte, genial y personalísimo, eso sí, del gran escultor del pórtico de
Santiago. ¿No aparecía casi como milagro el arte florentino de Ni-
colás Písano, en el siglo xiii, el borgoñón, de Nicolás Sluter, á prin-
cipios del XV? Hoy el primero, el Písano, restaurador de un neo-cla-
sicismo medieval (de modelos de la decadencia romana) ha encon-
trado su progenitura en los escultores del Sur de Italia (como Nico-
lás de Foggia), do la neo-pagana corte imperial de los Hohenstaufen,
del Federico II de las luchas con el Papado, y Sluter (que á su vez
es precedente de los viejos pintores flamencos) ha sido encajado en la
genealogía de los grandes tombiers (artífices de sepulcros) flamen-
co-parisienses del siglo XIV.
Precisamente me está solicitando un paralelo de Galicia con To-
losa y con Sicilia, antes de que en el siglo xni perdiera el Sur de
Italia la hegemonía con la caída de la casa gibelina de Suabia, an-
tes de que el Sur de Francia la perdiera con la caída de los famosí-
simos condes de Tolosa cuando la cruzada de los albigenses (1) y
antes de que el Noroeste de España perdiera su personalidad defini-
tivamente al recaer la corona de León, muerto Alfonso IX, en su
hijo San Fernando, ya rey de Castilla por derechos maternos. Por
que no deja de ser digna de nota la coincidencia de las grandes ma-
nifestaciones de la escultura románica y de la poesía provenzal ó
provenzalizada: 1.°, en los países aquitanos (siglo xii), donde flore-
ció al mismo tiempo que la lírica provenzal, primogénita entre las es-
cuelas poéticas romances; 2.°, en Galicia con la escultura de Maes-
tro Mateo (siglo xii), al mismo tiempo que la gran escuela lírica ga-
llega, cuyas últimas obras tan sólo nos son conocidas desde la pu-
blicación del Cancionero de la Vaticana, y 3.°, en el Sur de Italia
con la escultura neo-clásica de la corte siciliana de Federico II (si-
glo xiii), al mismo tiempo que en ella se cultiva, por primera vez,
la lírica en idioma italiano. El sucesivo fracaso de la hegemonía
que intentaron afirmar Tolosa, Galicia y Sicilia en la Francia, la
España y la Italia, que al entrarse por el siglo xm, encontraron de-

(1) La casa condal do Tolosa mantuvo su derecho á los Condados y Esta-


dos siguientes: Tolosa, Albi, Cahors, Ehode<, Perigord, Carcasona, Agen,
Agde, Nimes, Beziers, Provenza, Narbona, etc., aunque no en pacífica y
constante posesión, en algunas de esas provincias que casi constituían todo el
Sur de Francia. Todo vino á perderse por el rudo golpe de la cruzada de Si-
món de Moafort, por la que tolosanos y aragoneses fueron deshechos.
m Arte.
finitivamente su respectivo centro natural de cultura—Francia, en la
Isla de Francia (París), en Castilla, España (principalmente en To-
ledo), é Italia, en Toscana (Florencia;—, quizás nos dé la clave para
razonarnos el quebranto artístico deñnitivo de formas y escuelas cuyo
parentesco entre sí en la poesía es innegable, en la plástica es dudo-
so, pero cuya prematura muerte fuera bien de lamentar á no reco-
nocer en las hegemonías victoriosas, como es de justicia, insignes
méritos y grandes progresos —el arte ogival que París puede sim-
bolizar; Dante, Petrarca y Giotto, que enaltecen á Florencia; tm
algo como universal mudejarismo, trasmisor á la Europa de las cien-
cias orientales, que Toledo puede recabar como principal gloria.
No puedo detenerme en el estudio descriptivo iconográfico de la
obra de Maestro Mateo: lo hizo, además, de mano maestra, el erudi-
to historiador y arqueólogo santiagués, canónigo D. Antonio López
Ferreiro, en un folleto especial del que ya se ha repetido edición (1).
Sí he de repetir lo que ya en otra ocasión he hecho notar: que no
conocemos otra firma de gran escultor románico qne la de Maestro
Mateo, y que el hecho mismo de conocerla, puesta cerca del auto re-
trato, novedad entonces inaudita, que pudo parecer profanación y
orgullosa vanagloria, demuestra cuan extraordinaria no debió pare-
cer á sus contemporáneos la obra esculpida de quien al mismo tiem-

(1) M pórtico de la gloria, Santiago, imprenta del Seminario, 1893. Toda-


vía su autor ha completado ese estudio (que fué principalmente iconográfico)
con algo que ha añadido en el tomo V de su Historia de la Catedral de San-
tiago al trabajo de investigación sobre la llamada Catedral vieja.
El pórtico—tres arcos abocinados, con tímpano y parteluz el del centro,
que es muy mayor—, contiene grandes estatuas, maravillosas por lo gene-
ral, del Salvador, como juez; Santiago, sedente; los profetas (Moisés, Isaías,
Daniel, Jeremías ) y apóstoles (Pedro, Pablo, Santiago y Juan ); los
evangelistas; ángeles llevando signos de la Pasión, turiferarios otros; los
veinticuatro elegidos sonando instrumentos músicos, etc., y además fustes ca-
prichosísimos de labra, capiteles historiados (en uno solo las tres tentaciones
y cuando Jesucristo es confortado de ellas y de su ayuno por los ángeles), los
elegidos, los padres del limbo, los condenados, las almas del Purgatorio, ho-
rribles bestias, por último. Se representa en conjunto un verdadero poema,
<en el que pusieron mano cielo y tierra», con Cristo Juez como tema cen-
tral y la Iglesia cristiana, la gentilidad (Iglesia de la ley natural) y la mo-
saica (Iglesia de la Circuncisión) como principales temas. Notaré, sin embar-
go, en medio de la sabiduría poética de la composición, algo que me sorpren-
dió vivamente por aparecer en contraposición con las tradiciones simbólicaa
del arte cristiano: colocó á un lado los temas referentes al Antiguo Testa-
monto y los del Nuevo al otro, pero cambiados, pues aquéllos deberiaa «ettuc
al ladc de la Epístola, y éstos al lado del Evangelio.
La escaltura en Qalicia. Ut

po (1) introducía en ese mal llamado pórtico (en realidad es un ves-


tíbulo) y en la cripta, necesaria para el nivel del mismo (mal llamada
también catedral vieja), las potentes nervaduras del gótico naciente,
demostrándose á mi ver que era hombre de la Francia central, qui-
zás de la Borgoña, y nada extraño á los grandes progresos de la
construcción en el Norte y de la estatuaría en el Sur. Conozco el
pórtico de la catedral de Chartres, en el Norte, cuyo paralelo con el
de Santiago es de rigor (2), y por vaciados tan solamente, los más
importantes restos de la plástica del Midi francés. En el arte de tratar
los paños, con amplitud digna del arte griego en ciertos momentos,
es innegable el parentesco entre las estatuas de Chartres y la de San-
tiago; por lo demás, la de Chartres, pocos años anterior, es de más
estilizada labor, de gusto quizá más depurado: — estilo singular, de
transición al por todos extremos delicado, ornamental y elegantísimo
del gótico del siglo de San Luis—; en el nervio, en la fuerza inicial
y libertad del genio, inferior á la de Compostela.
Sobre un precedente de escultura románica, más realista y de
modelado mayor que la monástica cluniacense, con huellas eviden-
tes (en especial en el plegado de paños) de amaestramiento de la
técnica con estatuas del antiguo por modelo, con estudio liberal del
modelo vivo y despreocupación de trabas de arcaísmo y hieratismo,
el maestro Mateo, que en muchos detalles es otro de los artífices de
su siglo (por ejemplo, en no sentar en el suelo las plantas de los pies
de sus estatuas que se tienen de puntillas), en la concepción amplia
de las formas, en la vida que supo infandir á sus personajes, en la
determinación sabiamente naturalista de las edades, de los tempe-
ramentos, de la fisonomía personal, multiplicando los tipos, en el
delicado gusto del arabesco de las frondas, casi del grutesco, pues
eso parece el agrupamiento de figuras desnudas de niños, de putti
(en un baquetón de la archivolta derecha) y en la épica concepción
del conjunto, de aquel sublime poema en piedra, de aquella «Divina
comedia» trazada con el cincel más de cien años antes que con los

(1) Las otras de Mateo se pueden referir á las fechas de 1168-1188. Es en


1168, y cuando Maestro Mateo no habla emprendido las obras del Pórtico de
la gloria y su cripta, cuando ya trataba de sujetarle Fernando II al servicio
y dirección de las obras do la Catedral de Santiago (en que también trabajó
antes claustro y coro) asignándole una renta anual vitalicia do cien morabe-
tinos. En 1188 (1 de Abril) dice la inscripción de los dinteles que se pusieron <
éstos acabando la obra que Maestro Mateo había dirigido desde sus cimientos.
(2) El crítico francés Camile Enlart, sostiene caprichosamente la igualdad
de estilo en una y otra obra: que el de Santiago procede del de Chartres.—
Véase André Michel, Histoire de l'Art. París, 1905, tomo II, pág. 575.
182 Arte.

endecasílabos y los tercetos inmortales del Dante,hacen de Mateo,no


tan solamente el más grande de los artistas del siglo xii, sino el ma-
yor, bin duda, de los genios poéticos de toda aquella centuria.
No le olvida el bajo pueblo gallego: dícese que las madres gol-
pean la frente de sus rapadnos con la cabeza de una de las esta-
tuas, auto retrato del grande escultor medieval, para lograrles chis-
pas ó destellos de sa ingenio. Pero sí le habia olvidado en cambio
la España culta y, por de contado, la Europa olvidadiza ogaño de
las .glorias y sagrados prestigios compostelanos. Al inglés Street,
cosa es sabida, debemos el renacimiento de su gloria y la fama de
su obra, cuando dijo al mundo culto—en su libro clásico sobre la
arquitectura gótica de España—que era «una de las más grandes
gloriasdel arte cristiano», frase, después, tan repetida. El gobierno
inglés, años hace, quiso poseer para sus Museos una fiel copia en
reproducción al vaciado (1)—por el cual harto perdió el original de
los restos todavía visibles de la policromía primitiva—. Sabido es
que de ella ofreció, agradecido al permiso, un ejemplar para los
Museos de Madrid, y sabido es también que nuestra lucida Admi-
nistración de Bellas Artes, adormecida, se olvidó de aceptar, ó no sé
si llegó á rechazar abiertamente: ya era tarde después, cuando lo-
graron despertarla las gestiones de la Dirección del Museo de Eepro-
ducciones artísticas del Gasón del Retiro, y hemos quedado sin la
copia, mas no sin el recuerdo amargo, sin el vergonzoso bochorno
cruzado sobre nuestra cara de «patriotas» ó descuidados ó igno-
rantes.
ELÍAS TORMO T MONZÓ.
(Continuará.)

(1) Pué en 1866, y Brucoiani el encargado del trabajo. La reproducción se


conserva en el Museo de las Artes decorativas del South-Kensington, da
LondrM.
Noxns

El legado de la duquesa de Vlllahermosa.—Esta insigne dama que, como


sabe todo el inundo, rehusó millón y medio de francos que le ofrecía un
americano por un cuadro de Velázquez, movida del patriótico deseo de
regalar tal joya artística al Museo Nacional, lo ha cumplido así, con
creces, pues al ocurrir su muerte, que nos ha privado de un gran espí-
ritu, al que mucho deben las Artes y las Letras, se ha visto en su testa-
mento que legaba al dicho Museo con ese cuadro, que es el retrato de
D. Diego del Corral y Arellano (antepasado suyo por línea materna), el
de su mujer doña Antonia de Ipeñarrieta, atribuido al propio maestro es-
pañol, y al Museo Arqueológico Nacional la tapicería de los Actos de los
Apóstoles, tejida por los cartones de Rafael, con la cual se engalanó la
fachada del palacio ducal en días de conmemoraciones públicas, y dos
arcas de caudales del siglo xvi. La disposición testamentaria á que nos
referimos, ha sido cumplida, y ya se admiran en los mencionados Mu-
seos tan preciosas obras de Arte.
El retrato de D. Diego de Corral justifica plenamente aquella cuantio-
sa oferta, pues no es un Velázquez más, sino uno de los mejores que hoy
posee nuestro Museo. Acaso no hay otro retrato á su altura más que el de
Montañés. La cabeza está construida de un modo tan justo y tan sólido,
y tiene tanta vida, que es verdaderamente asombrosa. El personaje apa-
rece vestido de negro, denotando en el traje su carácter de grave juris-
consulto. Lo fué eminente, habiéndose contado entre los jueces del infe-
liz valido D. Rodrigo Calderón, en cuyo favor fué el único que mantuvo
siempre su voto.
El retrato de la señora es de menos valor artístico.
Se trata, en efecto, de dos cuadros muy distintos. Lo son, como desde
luego lo aprecian los inteligentes, por la factura. El retrato de la dama
corresponde al estilo un tanto seco y duro á que pertenecen los Borra-
chos, y que fué el característico de Velázquez antes de su primer viaje á
Italia; el del caballero está ejecutado del modo suelto y jugoso, de que dio
muestra el artista á su regreso de dicho viaje, ó sea después de haber
sentido la influencia de los venecianos. Por todo esto se comprende que
los retratos en cuestión están pintados con alguna diferencia de tiempo.
Con ella concuerda, en cierto modo, la de la edad de los personajes retra-
tados: la mujer, joven aún, con los rasgos vigorosos de una mujer del
Norte, en la plenitxid de su vida; el hombre, viejo, en laspostrimeríag de
184 Arte.
una naturaleza no agotada, llena todavía de fibra y con los típicos carac-
teres de un castellano viejo.
La moda, conforme á la cual se viste la dama, es otro indicio de que
ese retrato, aún considerado independientemente del otro, fué pintado
en la época que decimos. Lleva vestido negro, de la forma vulgarmente
llamada de aceitera, usada en España desde el siglo xvr y conservada
en las imágenes de la Virgen, que por devoción visten las mujeres con
ricas telas. Es el mismo traje de la primera mujer de Felipe IV, doña Isa-
bel de Borbón, en su retrato ecuestre debido á Bartolomé González, y
en el cual dejó Velázquez un trozo magistral de su pintura incompara-
ble: la hermosa cabeza del caballo. La reina lleva todavía gola; doña
Antonia de Ipeñarrieta lleva e! gran cuello partido y vuelto, que vemos
también en una cabeza de mujer, atribuida á Velázquez, y existente en
el Real iPalacio. El peinado de la doña Antonia es idéntico al de la
Reina. Traje, cuello y peinado, en cuestión, constituyen una moda ante-
rior y harto diversa déla del monstruoso guardainfante, cuello descotado
y bajo, racimos de rizos á los lados del rostro, con que el insigne artista
retrató á la segunda mujer del mismo monarca, doña Mariana de Austria,
cuyo casamiento se efectuó en 1649, y á ,1a Infanta Margarita con sus
meninas.
Doña Antonia de Ipeñarrieta aparece llevando de la manga del ba-
guero un niño, de unos dos años, que se ha supuesto sea el Príncipe don
Baltasar Carlos, al que, en efecto, se parece; pero que ha resultado ser
un hijo de ella y de D. Diego, llamado D. Luis. De todae suertes, es una
figura añadida, y no por Velázquez, pero si por el Mazo ú otro pintor de
la misma escuela. Para hacer tal adición fueron, sin duda, modificados
el brazo y la mano derechos, Estas desigualdades y la factura seca del
rostro de la dama han hecho pensar á algunos inteligentes que este re-
trato pudiera ser una buena copia de Velázquez; por nuestra parte siem-
pre lo hemos creído y lo creemos un original. Asi lo creen también varios
artistas. Por otra parte, la historia del retrato es un dato de autentici-
dad, pues con el de D. Diego del Corral y con otros dos retratos, que un
documento recientemente descubierto parece colocar bajo el nombre de
Velázquez, se conservó en el palacio, hoy en ruinas, de la familia de Ipe-
ñarrieta, situado en la falda del monte Irimo, próximo á Villarreal de
Guipúzcoa, y desde allí fué trasladado con los demás cuadros hace pocos
años, al palacio de Villahermosa, en Madrid. No es verosímil que, caso
de haberse hecho una copia con ocasión de particiones, la familia de
Ipeñarrieta no conservase el original, conservando el de D. Diego.
Este es uu original de mayor excepción, y por oso también, á su lado,
palidece el compañero, que, como queda dicho, fué ejecutado algunos años
después. En confirmación de esto diremos que el documento mencionado,
que es un recibo de Velázquez, con fecha de 4 de Diciembre de 1621, no
solamente se refiere á dichos otros dos retratos, sino al do D. García Pé-
rez de Araciel, primer marido de doña Antonia, el cual había fallecido
Notas. 185
aquel año. Es lógico pensar que, pues mandaban hacer al par que este
retrato de familia dos de personas extrañas, aunque fuesen tan altas
como el rey y su ministro el Conde-Duque de Olivares, el de doña Anto-
nia debió ser hecho con anterioridad. Viuda doña Antonia casó en Ma-
drid en el año de 1627 con D. Diego de Corral.
Nada más diremos de estos cuadros, pues de su mérito dicen más ellos
mismos, y el lector puede admirarlos en la sala de Velázquez del Museo
del Prado.
La tapicería, regalada al Museo Arqueológico, en cuya sala del mo-
netario se luce, es idéntica á la que posee la Corona, de los Actos de los
Apóstoles, y ambas lo son á la primeramente tejida, por encargo del Papa
León X, para decorar la Capilla Sixtina, donde se estrenó en 1519, pro-
vocando general admiración, y que se conserva en el Vaticano. Los car-
tones, debidos á Rafael de Urbino, se hallan hoy en el Museo de Ken-
sington, á causa de que fueron adquiridos por Jacobo I de Inglaterra
en 1620. Pero antes, en ese mismo año, fueron utilizados esos admirables
cartones para tejer nuevas colecciones, una de ellas para los Carmelitas
descalzos de Bruselas, y otra, la que nos ocupa, que fué adquirida por los
duques de Villahermosa.
Todas las colecciones de que venimos hablando salieron de los talle-
res de aquella ciudad, famosa en la historia del Renacimiento del Arte.
Van Aelst, el tapicero de Felipe II, fué el autor de las colecciones del
Vaticano y de la Corona de España, que llevan las orlas de flguras y
grotescos trazadas por Rafael.
La colección Villahermosa lleva en sus nueve paños la conocida mar-
ca de Bruselas, consistente en un escudo rojo entre dos BB, iniciales de
las palabras Bruselas, Brabante, y cada tres paños llevan un mismo
nombre ó firma del oftcial del taller en que fueron tejidos, siendo dichas
tres firmas las siguientes: EVERAET. LEYNIERS.-G. PEEMANS.—
GVILIAM. VAN. LEEF DAEL.
Los asuntos representados en dichos nueve paños son los siguientes:
1.° La pesca milagrosa.
2." Jesucristo eligiendo á San Pedro como cabeza visible de la Iglesia.
3.° El milagro del paralítico.
4.° La muerte de Ananias.
5.° La muerte de San Esteban.
6.° La conversión de San Pablo.
7." La ceguera de Elymas.
8." San Pablo y San Bernabé en Lystra.
9.° San Pablo predicando en el Aruópago de Atenas.
De estos mismos nueve paños constan la colección de Palacio, la que
fué del gran duque de Alba, y hoy se conserva en el Museo de Berlín, y
las demás flamencas, pues las hay inglesaá del siglo xviii, de siete paños
no más. Solamente eu la colección del Vaticano hay un décimo paño, xa-
presentando la Prisíóji de íSare Podio, pero muy pequeño, de menos d©^
m Arte.
un metro por lado, que es por lo que no forma parte de las dichas otras
colecciones, formadas todas ellas de grandes paños de dimensiones uni-
formes.
La colección Vlllahermosa difiere de las anteriores en las orlas, qu«
no son las de Rafael, sino otras más estrechas, de follajes, formando guir-
naldas, cuyo estilo y vigor de colorido denotan un origen flamenco. En
totalidad, dichos paños miden cuatro metros de altura y d e cinco ó seis
d e longitud cada uno.
Están tejidos con lana y sedas, y son notables por su buena conser-
vación, que permiten disfrutar con toda pureza de las admirables com-
posiciones de aquel gran maestro que rompió en la tapicería con la ma-
nera gótica, para desplegar la libertad, el carácter grandioso y espíritu
decorativo del Renacimiento.
Las arcas de caudales ó de seguridad, como hoy decimos, que forman
parte del donativo al Museo Arqueológico, son también mtiy estimables,
pues no se trata de arquillas, como hay vari;i6,
sino de arcenes de hierro
que miden más de un metro de longitud y más de medio de ancho y de
alto. Datan del siglo xvi, de! tiempo del insigne duque y conde de Ri-
bagorza, D. Martín de Gurrea y Aragón, arqueólogo y erudito, ol cual
las tenia en el palacio do su villa de Pedrola. Las dos arcas son muy pa-
recidas, ambas de trabajo español, con sólidas cerraduras de complicado
mecanismo, compuesto de una serie de pestillos que irradian del punto
central de la tapa, donde está el ojo de la llave. Dicho mecanismo está
cubierto por la parte interior de la tapa con unas placas caladas y gra-
badas, por cuyos procedimientos se ven trazadas en ella unas composicio-
nes decorativas de hojarascas, figuras y cabezas de estilo del Renaci-
miento español. Dicho trabajo de grafidia aparece anónimo, pues no he-
mos advertido en parte alguna marcas del autor ó autores.
Tal es el legado Vlllahermosa, que si como tal merece ser muy esti-
mado y aplaudido, como muestra de patriotismo digno de ser imitado,
es además de grandísimo valor, porque ha enriquecido las colecciones
con piezas artísticas d e primer orden, lo que tampoco ocurre todos loi
días.
Jo8¿ RAMÓN ICADIDA.

Exposición Sorolla.—Nuestro Insigne pintor prepara actualmente una


exposición de muchas de sus obras. Se celebrará en París, en la lala
«Georges Petit», del 10 de Junio al 10 de Julio próximos. Sorolla lleva
más de 200 cuadros é innumerables manchas, apuntes, dibujos al carbón
en plena calle, de noche, etc., etc., etc. En este colosal conjunto figura-
rán pinturas ya expuestas en públicos certámenes, como Sol de tarde y
Eté, entusiastamente aplaudidas en Berlín (19ÍJ1) y en ol últim© «Salón
Notas. 187
parisiense», Trata de blancas, retratos de Beruete, Simarro, Franzen, y
otras que han figurado en nuestras Exposiciones nacionales. Y al lado de
éstas, no por conocidas menos admiradas, Sorolla lleva la asombrosa se-
rle de sus trabajos del último verano, vibrantes, valentísimos, relampa-
gueantes de luz y pletóricos de ambiente, audaces de dibujo, de técnica
y de color, pero intensamente sinceros, armoniosos y equilibrados.
Mujeres de pescadores, en el que se adivina una tierna psicología
maternal, con una ejecución de maestro; El bote blanco y Nadando, atre-
vidos estudios de las deformaciones que la refracción del agua produce
en los contornos y en las tintas; Entre adelfas y Cabo de Sa7i Antonio,
visiones notabilísimas de luz y de aire; Los abuelos de mis hijos, retra-
tos de veracidad magistral; El cántaro, I^os pavos, retratos de Gomar,
Cossío, Blasco Ibáñez, marinas, países, figuras La lista es intermi-
nable.
La «Exposición Sorolla» constituirá, seguramente, un acontecimiento
artístico en el mundo cosmopolita de París.
**
BlBLIOQRnFin

HISTOIRE DE L'ART, depuis les premien temps ehrétiens jusqu'á nos jours.
Publiée sous la direction de Andi-é Michel. Armand Colín, París, 1905.

Acostumbrados los españoles al injusto olvido de nuestro monumen-


tos, constante y sistemáticamente padcido por los arqueólogos extran-
jeros, debemos saludar con entusiasmo la aparición de esta obra, que
parece ser el principio de la revindicación del antiguo arte español, y
que, desde luego, por la calidad de los colaboradores (Bertaux, Enlart,
Haseloff, Leprieur, Male, Vasselot, Michel, Millet, Molinier, Pératé y
Prou), y por las condiciones materiales, es libro de positivo valer. Un
tomo de 956 páginas, dividido en dos partes, ha salido á luz hasta ahora,
comprendiendo Des debuts de VArt chrétien a la fin de la période Roma-
ne. En él, la Arquitectura española de los siglos vi al xii tiene amplio
espacio y análisis detallado. Es autor de esta parte C. Enlart, nombre
prestigioso en la arqueología moderna y que ha estudiado la española
en anteriores trabajos (1). Pero desde que hizo éstos hasta el que nos
ocupa, sus conocimientos sobre los monumentos españoles se han exten-
dido grandemente, á juzgar por el criterio de algunas teorías y por las
citas de ediñcios y de autores nacionales modernos que el texto y las no-
tas contienen (2). ..^
Son novedades entre los extranjeros, que debemos alabar por cuanto
indican una conquista de nuestra personalidad artística y una investi-
gación más concienzuda de nuestra historia, el reconocimiento (siquiera
sea tímido, nebuloso y algo despreciativo) de que España tuvo un arte
autóctono anterior á la invasión de los clun.iacenses en el siglo xi; de
la multiplicidad de inñuencias lombardas, orientales, inglesas que for-
maron el arte medioeval español, tenido antes por exclusivamente fran-

(1) Origines de l'architecture gothique en Espagne et en Portugal (Bulletin


Archéologique, 1894); Origines de iarchitecture gothique en Espagne (Bulletin de
V Union syndicale des architectes franjáis, 1896); Villard de Honnecourt et le»
Cislerciens (Bibliothéque de VEcole det Charles, 1895); Manuel d'Archéologie
frangaise, 1904), etc., etc.
(2) Es de lamentar que entre estas fuentes de información aparezca la JEj-
paña Artística y Monumental, de Pérez Villa-Amil y Escosura, libro comple-
tamente desautorizado para estos estudios, por lo falso y fantástieo de m t
lámina», ,
Blbllografta. 189
cés; de que la riqueza monumental de España consiste en algo más que
los tres ó cuatro edificios antes citados en todos los libros, y es variadísi-
ma y tiene ejemplares do primer orden. Esto y algo más se afirma por
primera vez en un libro extranjero: en el de André Michel.
Mas ¿qué sino pesa sobre España que ni en las obras más meritorias
ha de verse resplandecer e¡ conocimiento exacto, ya que no la aprecia-
ción justa, de nuestras artes? No se libra de ese defecto el libro de que
nos ocupamos, con ser el más completo que en el extranjero se ha publi-
cado sobre España (el de Street es fragmentario); los errores son nu-
merosos.
Señalemos desde luego uno capital: Ja falta de un estudio metódico
de conjunto que marque y señale las épocas, los tipos, los géneros y los
grupos de la arquitectura medioeval española. M. Enlart, que tan ne-
tamente ha hecho ese trabajo para los monumentos de su pais,. trata á
los españoles en desconcertante péle-méle, donde es imposible orientarse
ni formar idea del desenvolvimiento del arte peninsular.
Viene luego otro error: la exageración de la infiuencia francesa, que
constituye una obsesión en el ilustre arqueólogo M. Enlart. Nosotros la
consideraiaoí, innegable; pero nunca hasta hacer afirmaciones como las
que bien gratuitamente hace e! autor cuando sienta (pág. 559) la analo-
gía de San Miguel de Naranjo (sic) con la iglesia de Germigny-les-Prés;
que el Pórtico de la Gloria procede del de Chartres (pág. 575); que
Maestro Kaimundo, constructor de la catedral de Lugo, era de Carcas-
sonne (pág. 565), cuando el contrato original afirma que fué natural de
Monforte; y otras cosas de este género.
No podemos aquí detenernos á deshacer errores en atribuciones de
épocas y escuelas, aunque sí hemos de marcar algunos, como la cuestión
de antigüedad de San Juan de Baños y de los monumentos asturianos,
fundada ea el lamentable folleto de M. Marignan (1); la atribución del
arco de herradura á los visigodos y la de las linternas de Salamanca, Toro
y Zamora á una influencia directa bizantina, omitidas con estudiado
desprecio hacia los arqueólogos españoles que han sustentado esas opi-
niones en contra de las que sostiene M. Enlart; el desconocimiento de
ciertos elementos genuinamente españoles, como son las bóvedas de cru-
cería de ojo, de abolengo hispanomahometano, de las gallonadas y de
otros, cuya omisión indica un conocimiento superficial de nuestros mo-
numentos.
Pero si hemos de dejar estas discusiones, no podemos pasar en silen-
cio los errores de observación y de cita, visiblss desde luego, y que de-
ben apuntarse-para conocimiento de los extranjeros que hayan de fun-
dar BUS estudios en la Historia de A. Michel.
Son errores de no gran importancia, pero que conviene señalar: San

(t) Zu jtrémitret tgUtt* ehrtíiennet tn Xipagn*, por A. Marignan, Pa-


ria, 1802.
190 Arte.

Miguel de Naraujo (sic) y San Miguel de Linio, consideradas como dos


iglesias, no siendo sino una misma; Cencellos y Cencella, y San Miguel
de Frómista y San Martin de Frómista, que están en el mismo caso;
Santa Lucia de Gerona y San Pablo de Huesca, iglesias que no sabemos
existan; San Juan de las Abadesas, colocada por el autor en Aragón,
siendo de Cataluña, y el nombre de San Cebrián de Mazóte, puesto al
pie de un grabado (pág. 5G11, que representa San Miguel de Eícalada.
En la página 111 figuran, entre los monumentos visigodos (siglos vi
al viii), San Cebrián de Mazóte, Cencellas, Santiáñez de Pravia, el
Cristo de la Luz de Toledo y San Sebastián de la misma ciudad; atribu-
ciones que ning^in arqueólogo español se ha atrevido á hacer, pues Ma-
zóte está considerado como del siglo x, Cencellas es una villa romana,
Santiáñez es posterior á la Eeconquista, San Sebastián de Toledo es
mozárabe ó mudejar y el Cristo de la Luz, parte de una mezquita, pues
si tiene algo de visogodo es aventurado afirmarlo.
Erorres de observación que tienen importancia, porque sirven para
sentar teorías y atribuciones, son los de que los arcos de San Juan de
Baños son de medio punto (son todos de herradura); que Santa María de
RipoU tiene un ábside simple y dos absidioles (es la única iglesia espa-
ñola que tiene siete ábsides); que la catedral de Sigüenza tiene pilares
simplemente cilindricos (son de núcleo redondo con columnas adosadas);
que San Vicente de Avila tiene cúpula (es una bóveda de crucería octo-
gonal); que las murallas de Avila son de aparejo ciclópeo (su construc-
ción es de piedras puestas de espejo); que la iglesia de Santa María de
Huerta es románica (toda tiene bóvedas de crucería), y muchísimas más.
De más bulto es el dar por buena la existencia de Casandro Romano
y Florín de Pituenga, tomada del libro de Llaguno, sin ver la nota en que
él mismo se rectifica (1); pero lo que no puede pasar sin protesta es lo
que se dice en la página 564 sobre el deambulatorio de la catedral de
Avila: «Le chevet avait primitivement un triforiun audessus de son
déambulatoire, refondu vers 1200, et, au XVJe siécle, il á reQU aprés
coup ses voütes d'ogives, portees sur des colomnes formant uno seconde
gal orle plus étroi te > Atrevida es la afirmación de la existencia del
triforio, que nada justifica; pero que el segundo colateral de la giróla
y las bóvedas sean obra del siglo xvi, es una opinión que no puede soste-
nerse y que pugna con la de todos cuantos han estudiado el monumento
desde el insigne Street hasta ahora. Verdad es que la superficialidad de
las observaciones de M. Enlart sobre el famoso ábside avulense se prue-
ba con este final del párrafo que citamos: «Par une derniére bizarrie,
les fenétres de ees absidioles sont percées a travers des contreforts comme
a Peyrusse Grande (Gers), Bougueneau (Charente)». ¿Pero cómo no vio
el insigne arqueólogo, antes de hacer comparaciones, que esas ventanas

(1) Véase la nota puesta en la página 19 del tomo I de las 'Noticien de l»t
arqv.ittciot y Arguxttclura de Eapaña.
Bibliografía. I9t
están abiertas tres siglos después de la construcción del ábside? ¡Medra-
das hubiesen estado las defensas de la muralla de Avila, en la que está
aquél, si en ella se hubiesen abierto tales ventanas!
Queda para discutir en el libro de M. Enlart ia parte más importan-
te: las atribuciones de escuelas y épocas de muchos monumentos de Es-
paña. Tarea es ésta larga j- profunda que prometemos acometer en otra
ocasión. La que hoy hemos emprendido tiene por objeto señalar la im-
portancia de la Historia de André Michel, primera en la que se da á
nuestra vieja arquitectura el puesto que merece; pero también advertir
los errores, guiados del mejor deseo, pues sólo con el concurso de los es-
tudiosos de cada país puede llegarse á la confección de una Historia ge-
neral exacta y concienzuda. La depuración completa, ó por lo menos el
conocimiento más fiel de nuestra Arquitectura medioeval, sólo un ar-
queólogo español puede acometerla, y creemos que no ha de pasar mucho
tiempo sin que ss intente.
V . LAMPÉREZ.
FiLOSOFÍn

La Sección de Filosofía.

Los asiduos lectores de la Revista de Aragón conocen y a


el p r o g r a m a á que se h a n sujetado h a s t a el presente los mo-
destos trabajos de esta SECCIÓN. Al r e a n u d a r l a , pues, en C Ü L - |
TURA ESPAÑOLA, b a s t a r á reproducir aquí, p a r a conocimientoj
de sus nuevos lectores, lo m á s sustancial de aquel p r o g r a m a , !
consignado, cuatro años h a c e , eu Enero de 1902. i
Huir de todo proselitismo exclusivista en favor de deter-
m i n a d a escuela ó sistema filosóñco, p r o c u r a n d o , en cambio,
d e s p e r t a r y m a n t e n e r en el m a y o r número posible de lecto-
res la añción al estudio sereno é imparcial de la v e r d a d , úni-
c a g a r a n t í a p a r a el legítimo progreso de la ciencia: h e aquí
el norte de n u e s t r a s aspiraciones.
Pero esta libertad de juicio, esta amplitud de criterio, no
incluye p a r a nosotros, sino que excluye la neutralidad y la
indiferencia. Sólo es indiferente el que c a r e c e de conviccio-
nes firmes; la neutriilidad equivale á la abstención del juicio,
que es la m u e r t e del pensamiento.
H a y un justo medio e n t r e el dogmatismo exclusivista y el
estéril escepticismo: la actitud prudentemente crítica del que
e x a m i n a sin preocupaciones sectarias toda opinión ajena p a r a
distinguir en ella lo que estime v e r d a d e r o ó erróneo conforme
á sus ideas personales, sinceramente profesadas y lealmente
expuestas.
E s t a labor informativa h a b r á de ocupar la m a y o r p a r t e
de nuestras t a r e a s . Convencidos de n u e s t r a exigua significa-
ción en el concierto de los pueblos que v a n á la c a b e z a del
progreso filosófico, pondremos especial empeño en proporcio-
CDI.TnU. 18
Í94 FiloBotia.

n a r á nuestros lectores información a b u n d a n t e a c e r c a de to-


das aquellas ideas que v e n g a n á señalar rumbos nuevos á las
v a r i a s disciplinas ñlosóficas fuera de nuestra p a t r i a . Conta-
mos p a r a ello con el auxilio de a c r e d i t a d a s revistas extranje-
r a s y con la desinteresada a y u d a que desde fuera de E s p a ñ a
h a b r á n de p r e s t a r n o s distinguidos colaboradores, insertando
en nuestras páginas interesantes y v a r i a d a s Crónicas.
Mas p a r a que esta asimilación del pensamiento extraño se
a d a p t e orgánicamente á nuestra mentalidad, p a r a evitar el
peligro de esas yuxtaposiciones superficiales y pegadizas,
fruto de toda imitación irreflexiva, es preciso que á la vez
cultivemos personalmente nuestro propio campo, estudiando
nuestro pensamiento tradicional en el pasado y en el presente.
Confesamos con toda sinceridad que esta p a r t e de nuestro
p r o g r a m a t e n d r á que ser por fuerza muy deficiente. D e u n
lado, porque la producción filosófica a c t u a l es t a n insignifi-
c a n t e en n u e s t r a p a t r i a , asi en calidad como sobre todo en
cantidad, que a p e n a s si ofrece de t a r d e en t a r d e asunto p a r a
la información y la critica. Pero cuando la ofrezca, no vaci-
laremos en consignar con r u d a franqueza—que no está reñida
con la consideración á las personas—el resultado de nuestra
apreciación sobre sus libros. Por otro lado, el reducido núcleo
de los que personalmente colaboran en esta SECCIÓN h a b r á de
limitar sus investigaciones á los pocos y especiales temas que
entren de lleno en el campo de los estudios á los cuales se h a n
consagrado por vocación. L a historia del pensamiento ibérico
en algunas de sus menos exploradas épocas ocupará, por este
motivo, preferente lugar en nuestras labores.
Ampliar la esfera de estos trabajos es empresa superior á
nuestras fuerzas. Pero si este modesto ensayo consigue provo-
c a r algún sensible renacimiento de nuestra cultura filosófica,
habremos logrado el m a y o r de nuestros anhelos.
Novísimas aplicaciones de la lógica.

En las grandiosas construcciones metafísicas encuentra la


imaginación sobradísimo campo en que ensayar sus energías
creadoras; el ingenio puede ejercitarse buscando aproximacio-
nes y semejanzas aun entre aquellas cosas que aparecen como
los extremos de la distinción y heterogeneidad, y la razón hu-
mana queda en absoluto satisfecha porque cree haber llegado,
si no á la explicación individual de cada una de las cosas, por
lo menos á la cumbre y á los orígenes de todo el Universo.
Mas cuando se cierran al espíritu esos horizontes y se le quiere
someter violentamente á la penosa t a r e a de hilvanar hechos,
comprobarlos, describirlos, sin salir de lo minucioso y porme-
norizado de la observación y de la experiencia, es muy natu-
r a l que entretenga sus actividades superiores comprimidas en
fraguar explicaciones paradógicas de hechos menudos, y que
agote su ingenio en hallar regularidades y armonías en aque-
llo que por su versatilidad é inconstancia había quedado casi
fuera de la jurisdicción científica. En esas condiciones, á la
filosofía de la totalidad de los seres viene á sustituir la filoso-
fía de las individualidades; á las concepciones transcendenta-
les de c a r á c t e r universal, las hipótesis explicativas de fenó-
menos oscuros é insignificantes, cuyo relieve se acentúa á
fuerza de examinarlos; á la filosofía del ser, de lo absoluto, de
lo eterno, la filosofía de lo relativo, de lo pequeño y de lo fu-
gaz y variable; en una palabra, á lo grandioso y atrevido de
la construcción metafísica, h a reemplazado lo peregino é inge-
nioso de la teoría.
Esto precisamente se nota en la mayor p a r t e de la litera-
t u r a filosófica contemporánea. El desprecio á la metafísica y
á las grandes síntesis h a empujado las inteligencias por los
196 Filosofía.

caminos del análisis y de la observación; m a s como el espíritu


no podía p a r a r ahí, h a entretenido sus actividades generaliza-
doras y sintéticas con pequeñas agrupaciones de hechos, y las
leyes que en otro tiempo fraguaba la razón p a r a todo lo r e a l
y lo posible, las aplica hoy á un aspecto particularísimo de un
fenómeno que figuraba en el último lugar de la escala a n t i g u a
de valoración de objetos científicos. Con lo cual se h a altera-
do t a m b i é n la n o m e n c l a t u r a de las divergencias en el t e r r e n o
filosófico. Hoy no b a s t a p a r a c a r a c t e r i z a r á un psicólogo lla-
m a r l e espiritualista, materialista ó monista; esas denomina-
ciones resultan excesivamente v a g a s . L a psicología se h a sub-
dividido en muchos d e p a r t a m e n t o s : psicología del niño, del
animal, de las mucliedumhres, de los pueblos, de los sentimien-
tos, de los místicos, etc., e t c . , y dentro de c a d a uno h a y v a r i a s
escuelas y tendencias con hipótesis y explicaciones p a r a los
hechos que forman su coto de investigación.
Así h a n aparecido en la l i t e r a t u r a psicológica tantos estu-
dios monográficos, que p a r e c e n a b r i g a r la pretensión de cons-
tituir u n a disciplina a p a r t e con sus métodos especiales, su pe-
culiar organización de m a t e r i a s y h a s t a con principios funda-
mentales apropiados al asunto en cuestión. Como u n a p r u e b a
de esta división atómica de la psicología pueden citítrse la
multitud de trabajos é investigaciones r e c i e n t e m e n t e publica-
das sobre la t r a m a complicadísima y oscura de los fenóme-
nos que constituyen la v i d a de la voluntad y del sentimiento.
Pues no sólo se les considera a p a r t e é independientemente del
resto de los demás problemas psicológicos, sino que se discute
ampliamente sobre el método que deberá seguirse en su estu-
dio; y lo que es m á s peregrino y sorprendente todavía, algu-
nos h a n querido v e r en ellos u n a lógica especial distinta de la
que señala los enlaces y relaciones entre las ideas, y se h a n
apresurado á escribir de la lógica de la voluntad (1), de la ló-
gica en moral ( 2 ) y de la lógica de los sentimientos (3). Esa dis-
ciplina que desde Aristóteles venía considerándose como defi-

(1) Logique de la volante, par PAUL LAPIE. París, 1902.


(2) Du role de la logique en morale, J. RAUH, Revue Philoiophique, volu-
men L V , 1903, páginas 121-137.
(3) La logique des sentimenti, par TH. EIBOT. París, 1904. .
Novísimas apücaciones de ¡a lógica. 197
nitivamente organizada y con un objeto bien m a r c a d o y pre-
ciso, alejada de lo afectivo y volicional, c o n s a g r a d a exclusi-
vamente á señalar los requisitos y condiciones de los actos de
la razón p a r a adquirir conocimientos verdaderos y ciertos, se
nos presenta hoy, allá precisamente donde más podría extra-
ñ a r n o s su presencia, en el piélago desordenado y caprichoso
de la volición y de la sensibilidad.
Tales aproximaciones, ¿serán fruto e x t r a v a g a n t e de inge-
nios peregrinos que se complacen en la novedad por la nove-
dad misma, que gustan de lo r a r o y paradógico, aun á trueque
de violentar los hechos exagerando sus analogías; ó, por el
contrario, esas aplicaciones de la lógica sirven p a r a esclarecer
los problemas de la voluntad y del sentimiento, descubrién-
donos horizontes que h a s t a el presente no habíamos advertido?
Antes de responder á esta p r e g u n t a veamos en qué consis-
ten esas novísimas aplicaciones de la lógica. ' ¡

*
* *
L A LÓGICA D E LA VOLUNTAD.—Todos los psicólogos reco-
nocen que los actos de la voluntad v a n acompañados de fenó-
menos conscientes, representaciones, juicios, etc.; pero difie-
r e n sus opiniones al a p r e c i a r el infiujo de la idea ó represen-
tación en el acto voluntario. Unos estiman que los juicios y
razonamientos que preceden á la volición no son causa de
nuestras acciones, y que, por consiguiente, no h a y relación
de dependencia necesaria entre el acto voluntario y sus a n t e -
cedentes lógicos. Son, pues, el entendimiento y la voluntad
dos fuerzas mentales irreductibles.
E n frente de esta opinión sostiene Lapie en su Logique de
la volante que entre la volición y sus antecedentes intelectua-
les se da un partilelismo riguroso h a s t a el punto que los ca-
r a c t e r e s de toda volición se corresponden con los c a r a c t e r e s
de los juicios antecedentes; que los defectos intelectuales ex-
plican las debilidades de la voluntad, y que la virtud m o r a l
es exclusivo resultado de cualidades intelectuales. No h a y ,
pues, en el e s p M t u dos fuerzas irreductibles, sino que, como
198 Filosofía.

decía Spinoza, intellectus et voluntas unum et idem sunt; de


suerte que la teoría de la voluntad es u n a p a r t e de l a teoría
del entendimiento, y en la lógica h a de e n c o n t r a r la voluntad
l a s leyes á que obedece y los preceptos á que debe obedecer.
P a r a justificar su tesis intelectualista se r e m o n t a L a p i e
desde el acto voluntario á los juicios que le preceden, desde
l a volición á sus orígenes lógicos, p a r a observiir cómo el hom­
b r e construye el modelo ideal de sus actos, y luego, descen­
diendo, por síntesis, de los juicios á la volición, de los a n t e c e ­
dentes á los consiguientes, se propone h a c e r ver que p a r a
o b r a r b a s t a construir p r e v i a m e n t e el modelo de la acción.
D e aquí las dos p a r t e s en q u e divide su investigación: «Aná­
lisis de las acciones voluntarias á sus antecedentes lógicos, y
Síntesis del juicio á la acción.»
Análisis.—Como la acción v o l u n t a r i a está en la confluencia
de dos series de juicios, u n a de las cuales afirma: «Este acto
es bueno», y la o t r a «Este acto es posible», h a y que a n a l i z a r
por separado la formación de esos dos juicios.
Decir que el acto es bueno no significa que sea a g r a d a ­
ble, pues ni es la felicidad el objetivo constante de n u e s t r a
a c t i v i d a d , ni la actividad reflexiva que supone toda volición
obedece siempre al influjo del placer; así, por ejemplo: el pe­
cador a c e p t a gustoso la expiación penosa de su falta, y mu­
c h a s veces nos detenemos en el camino de nuestros goces
como si nos asaltase el escrúpulo de que no merecemos t a n t o
bienestar. El acto es bueno si es justo.
L a justicia no es o t r a cosa que la sumisión de la voluntad
á las leyes que se imponen á todo fenómeno, ó sea á las leyes
de identidad y de causalidad. Así como nuestras ideas se aco­
modan á los principios de identidad y causalidad, y no pode­
mos pensar según otros principios, así también el hombre me­
dita y dispone sus acciones según la ley de justicia, y no
puede hacerlo de otro modo. «Y si tiene ocasión de construir
l a imagen a n t i c i p a d a de su obra, no puede asignarle otro fin
que la justicia, porque no puede concebirla injusta, como no
puede concebir un fenómeno sin causa» (1). Y cree Lapie que

(1) Obra citada, pág. 47.


Novísimas apUcacioaes de ¡a lógica. 199 ¡
de todas esas afirmaciones puede darse una p r u e b a experi- j
mental: los criminales proceden fascinados por la idea de jus-
ticia; creen que su acción es justa, y el famoso Video meliora ]
proboque, deteriora sequor, no significa un desacuerdo entre el I
ideal i moral y nuestra conducta. «¿No prueba, por el con-
trario, que en el momento en que el hombre h a c e el mal lo
odia, y sólo tiene amor p a r a el bien? Se inclina ante u n a
fuerza m a y o r , cede á la necesidad de las leyes físicas, al em-
puje de las costumbres sociales, etc.» El hombre, pues, busca I
siempre lo justo. '
E s t a idea de la justicia que constituye el fin invariable de !
todas nuestras acciones voluntarias, es la idea de u n a e x a c t a :
proporción entre nuestras acciones y sus antecedentes, entre j
nuestras acciones y sus consecuencias (1). Reduciéndola, pues, Í
á u n a fórmula m a t e m á t i c a , podríamos r e p r e s e n t a r la justicia '
como u n a proporción entre las acciones (a) y las sanciones (s). ;
E s t a proporción se da, cuando en la fórmula ¿c = la incóg- I
nita designa u n a cantidad constante. En resumen: la justicia I
es la unidad en la vida de los individuos, en las relaciones de |
los individuos entre sí y en la vida de las sociedades. Cuando i
esa unidad se rompe, h a y que restablecerla mediante la san-
ción, devolviendo bajo la forma de placeres ó de penas los j
valores perdidos. l
Puesto que la justicia consiste en la e x a c t a proporción e n - '
tre la actividad y la sanción, p a r a llegar al juicio, «este acto \
es justo», es preciso e v a l u a r las acciones y las sanciones. '
L a norma que según L a p i e empleamos p a r a j u z g a r del •

(1) «El individuo es justo para consigo mismo cuando se considera como
igual á si mismo y no sufre ninguna disminución de su ser sin reconquistar
lo que lia perdido En un agregado de seres independientes reina la justicia
cuando cada uno de los agentes está sometido á las leyes de la justicia indi-
vidual, cuando cada acción positiva va seguida de una sanción positiva, cada
acción negativa de una sanción negativa, cuando agentes iguales reciben por
los mismos actos la misma recompensa ó el mismo castigo, cuando la emoción
es proporcional al valor de los actos y al de los agentes. Por último, en una
sociedad de seres solidarios, reina la justicia cuando cada asociado, después
del acto, recoge una parte de beneficio ó sufre una parte de pérdida propor-
cional á su valor y á su papel ea la obra común», pág. 45.
200 Filosofía.

valor de una acción, es ésta: Un acto, un agente, tiene tanto


más valor cuantos más efectos produce y menos auxiliares
emplea p a r a producirlos. Con ella no logramos evitar los mu-
chísimos errores en que caemos, y a al apreciar el valor de
nuestra actividad propia y la de los demás, y a al calcular el
número de colaboradores.
No es más sencilla, ni menos expuesta á equivocaciones,
la valoración del placer ó dolor que producen nuesti'os actos
ó los de nuestros semejantes. P a r a ello nos servimos de induc-
ciones basadas en la me.moria afectiva, en el deseo, en las
insinuaciones ajenas, etc., y como por otra parte se t r a t a de
un hecho tan subjetivo y personal (no h a y dos individuos en
quienes un mismo objeto produzca iguales afectos de placer
y dolor), se comprenderá fácilmente la imposibilidad de dar
u n a regla fija p a r a apreciar este segundo término de la rela-
ción que envuelve la idea de justicia. Las dificultades con
que tropezamos, los sofismas y equivocaciones padecidas en
esta evaluación, explican cómo los hombres, procediendo por
impulso de los ideales de justicia, obran de m a n e r a t a n diver-
gente y contradictoria.
Pasemos al segundo juicio que exige la volición: «este acto
es posible». El «yo quiero» v a precedido de uu «yo puedo».
Y afirmo que «puedo» cuando conozco los merlios de realizar
mi ideal. ¿Cómo se adquiere este conocimiento? ¿Cuál es su
valor lógico?
El conocimiento de los medios no se adquiere por intui-
ción ni por asociación de ideas; exige un razonamiento com-
plicadísimo, merced al cual, después de habernos propuesto
el fin, examinamos los medios que á él conducen. Este exa-
men de los medios puede ser unilineal ó multilineal, según sea
u n a ó sean varias las causas que pueden producir el fin, y en
ambos casos, puesto que se t r a t a de un problema de causali-
dad, nos valemos de la inducción, cuyo resultado podrá ser
afirmativo, negativo ó dubitativo. Lapie enumera las mu-
chísimas equivocaciones en que se suele incurrir al examinar
los medios p a r a conseguir un fin; pero éstas, como los errores
cometidos en la determinación del ideal, no dificultan la ac-
ción Toluntaria, sino que la diversifican de un modo extraor-
Novísimas aplicaciones de la lógica. 201
dinario; á eso se debe la v a r i e d a d de conducta aun en aque-
llos que aspiran al mismo fin.
Tenemos y a los antecedentes lógicos de la volición; hemos
formado los juicios «este acto es bueno», «este acto es posi-
ble» ; falta solamente la chispa que determine el acto volun-
tario, como p a r a producir el a g u a no b a s t a reunir en la pro-
beta oxígeno é hidrógeno, es precisa la intervención de la
chispa eléctrica á cuyo influjo se combinan. Sin salirse de las
representaciones mentales, e n c u e n t r a Lapie m a n e r a de pro-
ducir la volición.
«El choque mental, nos dice, el encuentro de dos series
opuestas de sensaciones, de imágenes ó de i d e a s , dan á la /:^-
actividad voluntaria el impulso inicial. E l motivo de un acto \v
voluntario no es siempre la emoción; pero sí lo es, y siempre, \>Í::^
el planteamiento de un problema» (1).
Este choque m e n t a l se produce de mil mancipas distintas,
según la n a t u r a l e z a del obstáculo con que tropiezan nuestros
pensamientos actuales. Unas veces la serie de representacio-
nes que ocupa nuestra atención forma un todo que por sí
mismo se agota, y tropezamos con el vacio m e n t a l que nos
r e p u g n a ; otras veces la representación a c t u a l choca con otra
serie de representaciones p r o v o c a d a s por estímulos internos,
u n dolor de muelas que nos molesta m i e n t r a s estamos entre-
tenidos leyendo á Balmes; otras veces con resistencias exte-
riores que solicitan nuestra atención. En todos estos casos se
p l a n t e a un problema práctico, bien p a r a d e s t e r r a r de nuestro
espíritu la n a d a ó el vacío m e n t a l que nos r e p u g n a , bien p a r a
elegir entre las dos series de representaciones que h a n sur-
gido en la conciencia. Todos esos a n t e c e d e n t e s y otros de ín-
dole semejante d a n origen al problema de la acción. Ante su
aparición «intervienen los juicios sobre lo ideal y lo posible;
sólo e s p e r a b a n u n a señal p a r a e n t r a r en escena; s a t u r a b a n la
conciencia; el choque m e n t a l los precipita. Dos estados psí-
quicos están luchando, y yo me pregunto: ¿á cuál d a r é la v i c -
toria? Al que p a r e z c a digno de mí y realizable por mi. Los
dos juicios sobre el fin y sobre los medios forman las dos p r e -

(1) Obra citada, pág. 281.


202 Filosofía.

misas de u n razonamiento cuya conclusión será la volición,


y que, por eso, llamamos razonamiento volitivo» (1).
L a forma m á s sencilla del silogismo práctico comprende
t r e s proposiciones: yo debo ó tengo el derecho, yo puedo, yo
quiero. Cada u n a de las premisas es resultado de inducciones,!
ecuaciones y análisis de toda clase, por lo cual su formación
suele ser m u y lenta y sometida á todo género de rectificacio-
nes y enmiendas. A causa de todas esas complicaciones, el
r a z o n a m i e n t o volitivo a p a r e c e mezclado con u n a multitud de
hechos psíquicos que lo ocultan á la conciencia superficial.
Sin embargo, examinando a t e n t a m e n t e su e s t r u c t u r a y cuali-
dades, L a p i e cree posible explicar la volición con todos sus
c a r a c t e r e s específicos, incluso la moralidad.
T r a t á n d o s e de premisas cuyo sujeto invariablemente es el
y o , claro está que en las formas del razonamiento volitivo
p a r a n a d a influye la cantidad, sino t a n sólo el c a r á c t e r afir-
m a t i v o ó negativo de las proposiciones y sus condiciones de
duda ó de c e r t e z a , según sean problemáticas ó apodícticas,
es decir, su cualidad y su modalidad.
Desde el punto de vista de la cualidad, las premisas pueden
formar n u e v e combinaciones: 1." Yo debo (ó tengo derecho).
Yo puedo.—2.* Yo debo. Yo no p u e d o . — 3 . " Yo debo. Yo no
sé si p u e d o . — Y o no debo. Yo puedo.—5.* Yo no debo. Yo
no puedo.—6."^ Yo no debo. Yo no sé si puedo.—7.* Yo no sé
si debo. Yo puedo.—8.* Yo no sé si debo. Yo no puedo.—9.*
Yo no sé si debo. Yo no sé si puedo.
D e todas estas formas sólo puede h a b e r conclusión cuando
las premisas sean afirmativas, pues no se comprende u n a vo-
lición dubitativa, única consecuencia posible si las premisas
son problemáticas ó dudosas. Tampoco concluye el r a z o n a -
miento con premisas n e g a t i v a s , porque éstas h a b r í a n de de-
t e r m i n a r una nolición, la cual, en definitiva, viene á ser u n a
forma especial de la volición y se a p o y a en proposiciones
afirmativas que se sobreentienden (2).

(1) Obra citada, pág. 249.


(2) <ErL todos los dominios de la actividad, el silogismo práctico obedece
á las mismas reglas. De la cualidad de sus premisas depende un carácter de
la voluntad; su existencia. ¿Hay una premisa negativa? La volición aborta
^ Novisimas aplicaciones de la lógica. 203
Por r a z ó n de l a modalidad, c a d a premisa del raciocinio
volitivo puede t e n e r u n a de estas t r e s formas: ó es posible, ó
es r e a l , ó es necesario que u n a cosa exista; asi que l a s combi-
naciones posibles de los juicios referentes al fin y á los medios
de la acción s e r á n las siguientes: 1.°- E s posible que deba. Es
posible que p u e d a . — 2 . * E s posible que d e b a . Es r e a l q u e p u e -
d o . — 3 . * Es posible que deba. Es imposible que no p u e d a (es
necesario que p u e d a ) . — 4 . " Es r e a l que debo. E s posible que
pueda.—6.* R e a l m e n t e debo. R e a l m e n t e p u e d o . - 6.^ Es r e a l
que debo. Es imposible que no p u e d a . — 7 . * N e c e s a r i a m e n t e
debo. P r o b a b l e m e n t e p u e d o . — 8 . " N e c e s a r i a m e n t e debo. Real-
m e n t e puedo.—9.** N e c e s a r i a m e n t e debo. No puedo menos de
poder.
L a distinta modalidad con que se p r e s e n t a el r a z o n a m i e n t o
volitivo explica, á juicio de L a p i e , las indecisiones de la v o -
l u n t a d , el distinto g r a d o de intensidad de los actos volunta-
rios, la v a r i e d a d de c a r a c t e r e s (1) y la m o r a l i d a d .
P a r a la explicación de l a moralidad d e s a r r o l l a L a p i e el
contenido de la m a y o r , «debo y tengo derecho», del silogismo

¿Hay una premisa dubitativa? Se suspende la volición. Sólo es completa en el


momento en que afirmamos su valor y su posibilidad. El razonamiento voli-
tivo sólo conoce una forma concluyente; no hay más que una clase de voli-
ción. Pero como el espíritu, en todo problema práctico, puede elegir entre
tres soluciones, la volición varía, según que el espíritu declare justa y posible
la tesis, la antítesis ó la síntesis. Así se explica la distinción frecuente de los
impulsos y las inhibiciones de las voliciones y de las noliciones. Aunque muy
extendida esta distinción, no es esencial. La distinción esencial es la de las
voliciones abortadas, las voliciones bosquejadas y las voliciones completa»,
que correspondo á la do las formas negativas, dubitativas y afirmativas del
razonamiento volitivo». Obra citada, pág. 265.
(1) «Un carácter firme es una inteligencia que forma con facilidad juicios
asertorios ó apodícticos sobre la cuestión de los fines y de los medios de la
acción, ün carácter débil es, por el contrario, una inteligencia que se satis-
face con juicios problemáticos acerca de esas mismas cuestiones. Se compren-
de, por tanto, por qué los espíritus más ingeniosos no están necesariamente
dotados de una voluntad tenaz; cuanto más ensanchan el horizonte de sus
pensamientos, ven más soluciones posibles á los problemas prácticos; ante
esas soluciones, su inteligencia permanece indecisa. Por el contrario, un espí-
ritu estrecho se imagina fácilmente que la soluoión que ve es la única, y por
eso da á los juicios que la justifican una forma apodíctica que se comunica á
la voluntad. Esto no quiere decir que la voluntad sea buena, sino que segu-
ramente e» intensa», Obra citada, pág. 277.
204 Filosofía.

volicional. L a p r i m e r a fórmula, debo, r e p r e s e n t a todos aque-


llos casos en que la acción es n e c e s a r i a m e n t e buena y su con-
t r a r i a r e a l m e n t e injusta. La segunda, tengo derecho, compren-
de aquellos otros c u y a conformidad con el ideal se v e como
posible, y la abstención ó el acto contrario no a p a r e c e como
u n a iniquidad ó injusticia.
De un modo semejante la abulia es resultado de las dudas
sobre el poder ó el deber, y la p a r a b u l í a es causada por erro-
res cometidos en la valoración de los actos y de las sanciones.
Tal es, en síntesis, la llamada lógica de la voluntad. In-
vestigación n u e v a , ingeniosa, por la cual .se quiere someter á
un formalismo casi geométrico y á una regularidad tan siste-
m á t i c a como la concepción más severa de la razón, lo más
inconsistente, lo más v a r i a b l e y caprichoso de la vida del es-
píritu, es decir, las manifestaciones de la voluntad y del sen-
timiento. ¿Es t a n sólida, t a n e x a c t a , t a n ceñida á los hechos
como ingeniosa, sencilla y de fácil comprensión? ^

* *

L a reducción de los fenómenos volitivos á los intelectuales,


t e s i s f u n d a m e n t a l de la lógica de la voluntad, es m u y suges-
tiva y tiene g r a n d e s encantos p a r a la razón h u m a n a . Por ese
procedimiento quedan suprimidas las sombras y las oscurida-
des con que tropieza la psicología siempre que intenta descu-
brir el nacimiento y los orígenes de la acción; porque conver-
tida ésta en conclusión de un razonamiento, a p a r e c e r o d e a d a
de la claridad, sencillez y demás cualidades que todos reco-
nocen en la forma m á s perfecta del acto racional. Mas no
siempre la simplificación de un problema sirve de puente p a r a
resolverlo; en m u c h a s ocasiones esa simplificación se lleva á
cabo omitiendo factores que lo complican, pero de los cuales
no puede prescindirse. L a s explicaciones que se dan en tales
casos son e x t r e m a d a m e n t e sencillas; pero no se ajustan á la
complejidad y heterogeneidad de los fenómenos que se p r e -
tende explicar, y dejan intacto el problema por falta de p r e -
cisión, por no a b a r c a r todos los hechos.
Novisimas aplicaciones de la lógica. 205

Esos inconvenientes presenta, á mi juicio, la teoría de


Lapie.
En primer lugar la volición r e a l , tal cual a p a r e c e en la
conciencia, aun cuando sea deliberada, reflexiva y se ejecute
bajo la más escrupulosa inspección del entendimiento, no lleva
todo ese séquito de juicios, inducciones, razonamientos, tan-
teos sobre el valor de la acción, sus consecuencias, etc., etc.
L a volición, tal cual la concibe L a p i e , es u n a volición ideal;
en realidad, el funcionamiento de la voluntad, nuestras deci-
siones, aun m u y m a d u r a d a s y pensadas, no exigen toda esa
complicación de raciocinios. Somos m á s a u t ó m a t a s 5'- menos
reflexivos: el instinto, la pasión, el deseo, las simpatías y
demás estimulantes de la acción, aun cuando no sorprendan
á la razón ni la atropellen, sino que a g u a r d e n sus fallos y es-
carceos por el lado de la posibilidad de ser satisfechos, y por
el de la conveniencia y del ideal moral, no pueden esperar
tanto tiempo como el que d e m a n d a n las inducciones y racio-
cinios de Lapie. Si t a l aconteciera, la h u m a n i d a d seria u n
conjunto de seres contemplativos y cavilosos que difícilmente
se l a n z a r í a n á la acción por no poder formular los juicios: este
acto es bueno, este acto es posible.
L a p i e reconoce que esos razonamientos p a s a n inadvertidos
p a r a la conciencia por ir mezclados con u n g r a n número de
hechos psíquicos. Pero a p a r t e de que un raciocinio incons-
ciente es un contrasentido, no comprendemos qué eficacia
p u e d a t e n e r p a r a p r o v o c a r la acción. E s t a dificultad a u m e n t a
si se a d v i e r t e que r a r a s veces, según L a p i e , encontramos u n a
solución clara, indudable, á la serie de problemas prácticos
que preceden á la acción. Se comprende que una convicción,
a c e p t a d a como evidente, necesaria é indiscutible, pueda orien-
t a r la conducta en u n a dirección fija y despertar la actividad;
pero si los juicios v a n acompañados de las vacilaciones é in-
seguridades que lleva consigo la duda, es imposible que ten-
g a n la eficacia conveniente p a r a p r o v o c a r un acto voluntario.
En esas condiciones de incertidumbre deberán e n c o n t r a r s e
las premisas del razonamiento volitivo, si se tienen en c u e n t a
los errores, equivocaciones, e t c . , que L a p i e señala con exqui-
sita sagacidad; luego, podemos r e p l i c a r , si se toman como
206 Filosofía.

ciertos é indudables, no s e r á por influjo del entendimiento, sino


por otros móviles ajenos á la v e r d a d y á l a evidencia objetiva.
A la fuerza misteriosa, pues, que produce esa transformación
se deberá, en último caso, la volición; esa será la chispa que
p r o v o c a el a c t o voluntario, no los raciocinios complicados y
de m u y dudoso v a l o r . Y esta consideración me r e c u e r d a otro
de los inconvenientes de la teoría de L a p i e .
L a idea fundamental que preside todas sus investigaciones
es r e d u c i r el fenómeno á lo que en él h a y de claro y fácilmen-
te comprensible, prescindiendo de todo lo demás, porque no
puede r e p r e s e n t a r s e bajo formas intuitivas, conducta cientí-
fica m u y semejante á la de los positivistas, que limitan lo r e a l
y cognoscible, exclusivamente á lo que es representable bajo
formas de espacio y tiempo. Al discutir su teoría en frente
de las opiniones de L a n g e , W . J a m e s , Ribot, etc., escribe:
«¿Se d i r á que r e i n a la libertad m á s allá de los fenómenos, que
es á éstos lo que la fuerza al movimiento, y que p a r a explicar
el impulso dado á la m á q u i n a lógica es preciso suponer, t r a s
de las ideas, este principio dinámico? Responderemos que este
principio, haciendo abstracción de las ideas, no es m á s cono-
cido que la fuerza, abstracción h e c h a de los movimientos.
¿Qué es en sí mismo? ¿Una espontaneidad misteriosa? ¿Por qué
e n t r a r en este abismo metafísico? Percibimos e n t r e hechos po-
sitivos relaciones deflnidas; ¿á qué pedir más? (1)».
Este criterio no es aceptable, en mi sentir.
Sin duda que el acto voluntario v a precedido de juicios y
razonamientos, descritos por L a p i e con minuciosidad casi exa-
g e r a d a ; pero empleando el ejemplo suyo, diremos que falta la
chispa por la cual h a de producirse el acto voluntario. Pode-
mos suponer en el espíritu la existencia de esos dos juicios,
este a c t o es bueno, este acto es posible; m á s a ú n : todos tene-
mos experiencias frecuentes de la afirmación y aceptación de
la conveniencia y posibilidad del fin, y, sin embargo, no h a
seguido l a acción, no pasamos d é l a contemplación ideal. El
Video meliora, e t c . , a u n p a s a n d o por la interpretación de L a -
pie, sería inconcebible si de hecho existiera esa relación nece-

(1) Obra citada, pág. M7.


Novísimas aplicaciones de la Iónica. ¿Of
saria entre el juicio y la acción, porque las ideas de bondad y
de justicia son m e r a m e n t e subjetivas, h a s t a el punto que,
como nos h a asegurado L a p i e , el criminal, en el momento de
cometer el crimen, piensa que h a c e u n a buena acción; luego
si distinguimos entre el bien conocido y aprobado y el m a l
que ejecutamos, es porque tenemos muchos recuerdos de la di-
v e r g e n c i a entre nuestra conducta y el ideal concebido. Luego
h a y algo que distingue la idea a c e p t a d a de la idea ejecutada,
y aun cuando «el principio dinámico, h e c h a abstracción de las
ideas, no sea más conocido que la fuerza, h e c h a abstracción
de los movimientos», sin él es imposible d a r una explicación
suficiente de la actividad voluntaria. No será representable,
en forma intuitiva, ese principio dinámico; m a s no por eso
hemos de suprimir su intervención, como no reducimos el
cuerpo á un conjunto de elementos espaciales, aun cuando se
escapen á nuestra vista los átomos que interiormente lo cons-
tituyen. Esta distinción de condiciones entre los fenómenos
conscientes, en cuanto á la aptitud p a r a ser representados, no
p a s a i n a d v e r t i d a ni á la experiencia más vulgar; de los unos
se dice que los vemos ó nos los representamos, y de los otros
que los sentimos. A este grupo pertenecen los fenómenos de la
actividad.
Esto por lo que se refiere á la tesis fundamental de L a p i e .
H a y además algunas afirmaciones, de importancia dentro de
la teoría, que también se p r e s t a n á discusión. I n d i c a r e m o s al-
g u n a s solamente.
Es m u y a v e n t u r a d o considerar la justicia como un aplica-
ción ala. conducta h u m a n a de las leyes de identidad y causa-
lidad. Todas las acciones y todos los seres se someten de un
modo indefectible á esos principios, los cuales son de c a r á c t e r
t a n absoluto y universal, que no consienten excepción alguna,
m i e n t r a s que la ley moral puede ser infringida. E l incendiario
y el que sacrifica su h a c i e n d a y su v i d a en provecho de los
demás se someten por igual á esos principios; de suerte q u e ,
si no hubiera otro criterio p a r a distinguir la bondad y malicia
de los actos, sería un contrasentido el aplaudir como m e r i t o r i a
l a c o n d u c t a del segundo y abominar de las acciones del p r i m e -
r o . Como escribe F . Rauh: «La idea de justicia no puede dedu-
208 Filosofía.

eirse de los principios de identidad ó causalidad. En un mismo


agente, un mismo antecedente determinará la misma acción.
Tal es el principio de causalidad aplicado á la conducta. Ahora
bien: la relación física de un agente ó de un acto con sus
efectos, es cualitativamente distinta de la relación moral en-
tre un acto y su sanción. El principio de justicia no se deduce,
pues, lógicamente del principio de causalidad. Tampoco se de-
duce físicamente, pues la realización del primer principio no
lleva consigo la del segundo. Un crimen es una serie de a c -
ciones que satisfacen al principio de causahdad. El hombre
que falta á su promesa no es una causa sin efecto, sino que
comprueba físicamente el principio de identidad tan bien como
la proposición A es A. Es un absurdo, pero no físico ó lógico,
sino moral» (1).
No es más a c e r t a d a la doctrina de Lapie sobre el valor de
las acciones. Su norma servirá, á lo sumo, p a r a apreciar el
valor cuantitativo, pero no el valor cualitativo y moral. En
ella sólo se tiene en cuenta el número de efectos y la inde-
pendencia del agente, y claro es que n a d a tiene que ver todo
6 3 0 con el valor moral; puede un acto ser muy abundante en
efectos sociales, y, sin embargo, carecer en absoluto de bon-
dad y hasta ser abiertamente contrario á la moralidad y á la
justicia. (Ejemplo: un disparo de revólver que, al causar la
piuerte de un ciudadano, pone en movimiento la policía, los
Tribunales, periódicos, etc.)
P a r a terminar, diremos que el raciocinio volitivo es lo más
ingenioso de la teoría de Lapie, y que podrá servir como hi-
pótesis explicativa de los fenómenos intelectuales que acom-
p a ñ a n á la volición, siempre que se reconozca la intervención
que aun en esos fenómenos intelectuales tiene la fuerza realí-
sima de la volundad, la cual será siempre causa principal y
determinante de nuestras acciones.
ALBERTO GÓMEZ IZQUIERDO.
(Continuará.)

(1) Vid. Sevue de Synthése historique. Février, 1901. Idéologuet et Sociolo-


guet, pág. 54.
La psicología del éxtasis
en dos grandes místicos musulmanes

(fllgazel y nohidín ñb^narabi.)

Desde 1902 en que William James publicaba en New-York


su The varieties of religious experience, una poderosa reacción
ha surgido en la psicología contemporánea contra la concep-
ción estrecha y el juicio despectivo que mereció hasta ahora
á los sabios el fenómeno religioso en su más sublime manifes-
tación: el éxtasis. Después de la genial teoría humanista del
profesor de la Universidad H a r v a r d , y a no cabe n e g a r el va-
lor que p a r a la ciencia y la vida poseen esos hechos anorma-
les del espíritu, cuyas superficiales apariencias patológicas
habían movido á los psicólogos á identificarlos con la histe-
ria. Ni estas analogías innegables, ni su parentesco con los
fenómenos subconscientes, ni su posible mistiñcacióu con su-
persticiones trudicioniíles, justifican y a razonablemente el
desprecio de los sabios. W . James, inspirándose en el método
empírico, tan olvidado hoy por muchos que se jactan de no
asentir más que á la experiencia positiva, ha juzgado del va-
lor de los fenómenos religiosos conforme al criterio del Evan-
gelio, es decir, por sus frutos, por las consecuencias que p a r a
la vida del espíritu se derivan de aquéllos: alegría, paz inte-
rior, poder moral, confianza en los propios destinos.
No es mi propósito desenvolver ni criticar la tesis de
W . J a m e s . Me basta consignar el hecho de que con ella el
problema religioso h a adquirido nuevas orientaciones que jus-
tifican la universal preocupación que por él sienten los psicó-
logos y los teólogos. Unos y otros se consagnxn en la actuali-
dad al estudio de los estados ordinarios y anormales de la ex-
CÜLTIIEA U
210 Filosofía.

periencia religiosa; pero casi todos limitan la m a t e r i a de sus


observaciones, análisis é interpretaciones á la l i t e r a t u r a mis-
tica cristiana, fecundísima indudablemente en descripciones
auténticas del fenómeno extático, pero no única en la historia
de las religiones. P a r a ensanchar, pues, el campo de las in­
ducciones futuras, sería interesante c o n t r a s t a r las observa­
ciones adquiridas y a del misticismo cristiano con otras no
menos ricas que ofrece la inexplorada l i t e r a t u r a del sufismo
musulmán. Tal es el objeto del estudio presente. E n la enor­
me m a s a de materiales utilizables que la mística del islam
atesora, he procurado elegir dos libros típicos cuyos autores
r e ú n e n excepcionales c a r a c t e r e s de singularidad específica:
el lUa (1), del p e r s a Algazel (t 1111 de J . C ) , y el Fotuhat (2),
del murciano Mohidín Abenarabi (i 1240 de J . C ) . El p r i m e ­
ro, temperamento equilibrado, discreto, casi filósofo, pone en
toda su mística una justa ponderación, t a n distante de las ne­
gaciones del incrédulo y de la sequedad emocional del racio­
nalista, como de la fácil credulidad del simple fiel y de los
entusiasmos locos del místico exaltado. Su tipo psicológico se
asemeja, pues, mucho al de los místicos cristianos ortodoxos:
San B e r n a r d o , San B u e n a v e n t u r a , etc. A b e n a r a b i , en cam­
bio, p r e s e n t a una m e n t a h d a d más a n o r m a l y h a s t a en ocasio­
nes patológica: es un iluminado; sus lucubraciones están es­
critas en el estilo que es peculiar de la exaltación mística;
r a r a s veces se le v e discurrir con reposo; el método lógico
falta casi siempre; las supersticiones más e x t r a v a g a n t e s ad­
quieren bajo su pluma el c a r á c t e r de tesis inconcusas; su vida
emocional, vehemente y a g u d i z a d a siempre, provoca en su
cerebro alucinaciones de todo género; la unión mística del
alma con Dios llega en su mente t u r b a d a á los límites del
m á s crudo panteísmo. E c k h a r t y Suso, entre los cristianos,
se le p a r e c e n no poco.
Algazel y Abenarabi r e p r e s e n t a n , pues, en la mística mu­
sulmana las dos m a n e r a s principales que puede ofrecer la

(1) Edic. Cairo, 1312 Hég.—Cfr. Algazel, Dogmática, moral y ascética, por
M. Asín (Zaragoza, 1901), pág. 172.
(2) Edic. Cairo, 1293 Hég.—Cfr. Mohidín apud Homenaje á Menéndez y Pe-
layo (Madrid, 1899), II, 221.
La psicología del éxtaxis 2Ü
experiencia religiosa. Su estudio, por consiguiente, posee el
interés, no de dos misticos individuales tan sólo, sino de dos
tipos. Y si se añade que su inñuencia en la vida religiosa del
islam h a sido enorme, determinando el nacimiento de innume-
rables órdenes y cofradías ascético-místicas que todavía hoy
extiendeu su acción por todos los paises musulmanes, desde
el Atlántico hasta la India, se comprenderá sin trabajo lo mo-
tivada que h a sido mi elección p a r a poder reflejar en breves
páginas lo más interesante que p a r a el psicólogo arroja la
observación de la vida mística musulmana.
El asunto es inmenso: más de seiscientas páginas, bien nu-
tridas, consagra Abenarabí en su Fotuliat fll, 183-752) á la
descripción solamente de los estados previos al t r a n c e extá-
tico; Algazel, por su parte, dedica todo un volumen de su Uiia,
el 4.°, á explicar los diferentes grados ó moradas de la vida
unitiva. Por eso, en la imposibilidad de condensar aquí tan
complicados y minuciosos análisis, he preferido limitar mi es-
tudio al fenómeno más característico y culminante de toda la
vida interior, al éxtasis, que como acto tipo representa y ex-
plica todos los otros que son su preparación y germen. L a
doctrina de Algazel v a resumida, porque casi nunca es ex-
presión de su vida personal, sino narración de estados ajenos.
La de Abenarabí, en cambio, abunda en descripciones auto-
biográflcas; por esto y por tratarse de un místico español, casi
completamente ignorado en su patria, los análisis y los textos
sustituirán al resumen.

No consagra Algazel un tratado especial á la descripción é


interpretación ríe estos fenómenos extraordinarios de la vida
mística; pero son muchas las páginas del Ihia, Imlá, Mixcat,
Minhach y Málísad, en las que repite sus ideas sobre este tema
tan interesante de psicología anormal. Aunque jamás atrilmya
Algazel la aquisición de estos estados psíquicos á la libre ini-
ciativa del hombre, y aunque siempre los considera como
212 Filosofía.

efectos sobi-euaturcales de la g r a c i a de Dios, recomienda, no


obstante, determinados métodos ó ejercicios que predisponen
el a l m a p a r a recibirlos. Uno de ellos es el de la oración men-
tal {dsilir) h e c h a con los requisitos psico-fisiológicos que Al-
g a z e l aprendió de su maestro P a r m a d i , conforme al rito {tari-
ca) de Alchonaid y Albistami, y que usan t o d a v í a algunos
sufíes con el nombre de tarica naJcxahandiya. El a y u n o , la vi-
gilia, el silencio y el retiro absoluto son las condiciones r e m o -
t a s . El maestro espiritual ordena entonces al místico que se
aisle de toda comunicación con el mundo, e n c e r r á n d o s e en
u n a celda {zauia), cubriéndose la cabeza con el hábito y r e -
duciendo todos sus rezos y devociones á uno solo, que consiste
en la continua y a t e n t a pronunciación del nombre de Dios.
«Sentado en el suelo, comience á r e p e t i r la p a l a b r a Alá, h a s t a
que el movimiento de la lengua cese y la p a l a b r a salga de los
labios sin que la lengua se m u e v a , y h a s t a que los labios callen
y quede sólo en el corazón la imagen de la p a l a b r a . Más aún;
debe continuar el ejercicio, h a s t a que del corazón se b o r r e
esta imagen sensible del nombre y sólo p e r m a n e z c a v i v a la
idea de su significado, g r a b a d a en el corazón con sugestión
t a n enérgica, que la m e n t e no pueda pensar en ningún otro
objeto.» {Ihia, 111, 15, 57.)
Pero este método, usado t a m b i é n desde los primeros tiem-
pos por los a n a c o r e t a s cristianos, especialmente las sectas
sirias de los E u q u i t a s y Hesicastas, e r a menos a d a p t a b l e á
la v i d a cenobítica ó c o n v e n t u a l . P a r a ésta era más corriente
entre los místicos musulmanes el ejercicio de los himnos reli-
giosos {asamá), en u n a forma a n á l o g a á la que Casiano {Ins-
titiítiones, I I , 23) veía observar en los monasterios cristianos
del Egipto. He aquí cómo nos la describe Algazel {Ihia, II, 207):
A una h o r a en que el corazón pueda estar libre de toda
otra preocupación y en un l u g a r r e t i r a d o , reúnense todos los
sufíes evitando la intrusión de personas e x t r a ñ a s á la comuni-
dad, c u y a presencia pudiese t u r b a r el ánimo de los que se v a n
á consagrar á este ejercicio, y excluyendo t a m b i é n á los novi-
cios (morids) que, ó por no halíer pasado todavía de la v i d a
p u r g a t i v a , ó c a r e c e r del gusto místico p a r a saborear la músi-
ca religiosa, ó ser de t e m p e r a m e n t o sensual, ó no poseer sóli-
La psicología del éxtasis 213

da instrucción teológica, son ineptos aún p a r a este ejercicio.


Un cantor {cmial), colocado en medio de la comunidad, ento-
n a himnos de variado metro, y a á voz sola, y a acompañado
de ciertos instrumentos lícitos, como el pandero, el tamboril,
el clarinete, etc. En su rededor, los oyentes p e r m a n e c e n sen-
tados, las extremidades rígidas, inclinada la cabeza al suelo
en actitud de meditar y evitando en lo posible la respiración
anhelosa, el bostezo y todo movimiento que pueda t u r b a r la
atención concentrada de los demás. L a s emociones vehemen-
tes que estos cantos provocan en las almas rompen á menudo
el silencio j la uniforme actitud de la comunidad: fuera de sí
p r o r r u m p e á veces uno de los hermanos en gritos, aplausos,
bailes, ó se pone de pie extático. L a comunidad entonces debe
imitar sus actitudes ó movimientos, hasta que su éxtasis cesa.
Si los cánticos del caual no consiguen conmover á los oyentes,
pueden éstos pedirle que entone otros más adecuados al estado
psíquico de la comunidad. Y en esta posibilidad se funda Alga-
zel flhía, II, 204) p a r a sostener la licitud del ejercicio del asa-
má enfrente de quienes lo estimaban como innovación h e r é t i c a
c o n t r a r i a á la tradicional psalmodia del Alcorán; éste, en efec-
to, no se acomoda en todos sus textos á la situación moral del
oyente, y aun los que se acomodan dejan pronto de emocionar
por la fuerza del hábito; por otra p a r t e , las poesías líricas, can-
t a d a s y a c o m p a ñ a d a s con el ritmo armónico de otros instru-
mentos, subyugan el alma con fuerza incomparablemente m a -
yor que la prosa alcoránica. No podía confesarse más clara-
m e n t e el origen extra-islámico de este ejercicio.
E n dos categorías distribuye Algazel los efectos provoca-
dos por la música religiosa: emocionales y representativos.
Unos y otros son indescriptibles, y a d e m á s incognoscibles
p a r a el que no los h a experimentado personalmente. El nom-
b r e común con que se los designa, uachd, encuentro, da á en-
t e n d e r que son fenómenos psíquicos que surgen de impi'oviso
en el fondo de la conciencia, con ocasión del cántico y en vir-
tud de cierta misteriosa simpatía que en el alma despierta todo
sonido armónico.
Infinita es la g a m a variadísima de estas emociones, que
responden siempre al estado psíquico del sujeto, es decir, á
214 Filosofía.

los afectos habituales que le dominan, según el g r a d o que


ocupa en la vida unitiva: deseo, tristeza, gozo, angustia, t e -
mor, turbación, e t c . ; pero todos pueden reducirse, según Al-
gazel, á dos tipos fundamentales, que precisamente coinciden
con los que h a n descubierto en la vida mística los modernos
investigadores de su psicología: la sensación de tranquila se-
g u r i d a d Catamacon) y la de imposibilidad ó dificultad fataad-
sorj de conseguir la unión, equivalentes á la hypertensión é
hypotensión del sentido cenestésico. Normalmente la música
y el canto no h a c e n otra cosa que provocar en un momento
dado estas emociones, habituales en el místico; pero á veces
las agudizan h a s t a el punto de d e t e r m i n a r y a un movimiento
orgánico, de a p a r i e n c i a a n o r m a l ó patológica (grito, llanto,
salto, desgarramiento de la túnica, etc.), y a un reposo ó sus-
pensión, igualmente anormal, de la vida de relación, e s p e - |
ciaJmente en la vista y en la lengua (afasia).
En todos estos casos agudos es cuando el fenómeno místico
merece el nombre de t r a n c e extático fuachdj; pero tales sínto-
mas anormales no son prueba infalible de perfección mística,
pues obedecen á dos causas combinadas: la relativa vehemen-
cia de la emoción, y la m a y o r ó menor fuerza inhibitoria de
la voluntad. H a y en la vida mística, además de todas estas
emociones de nombre y esencia conocidos, u n a v e r d a d e r a -
mente extraordinaria, porque v a a c o m p a ñ a d a de inconscien-
cia respecto del objeto que la provoca. Compárala Algazel
con el instinto sexual en los impúberes, porque es un miste-
rioso deseo CaxauhJ, una tendencia del alma h a c i a algo'que
ella no sabe qué es; el corazón se queda atónito, perplejo y
lleno de u n a angustia semejante á la del que a d v i e r t e que se
asfixia y no ve camino de librarse del peligro. L a música ins-
t r u m e n t a l es la más apta p a r a despertar esta maravillosa
emoción que Algazel i n t e r p r e t a , igual que Plotino, como efec-
to de u n a reminiscencia inconsciente del origen divino del
espíritu.
Pero el estado más sublime de la vida unitiva es el que se
c a r a c t e r i z a por la absoluta inconsciencia del sujeto {alfanáj.
Pródromos suyos son los éxtasis emocionales tan agudos, que
d e t e r m i n a n la anestesia orgánica y la pérdida absoluta del
La psicología del éxtasis 215

albedrio; Algazel no e n c u e n t r a otras palabras más justas p a r a ['


calificar estos estados que las de embriaguez y estupefacción;
los actos de la vida de relación se ejecutan m e c á n i c a m e n t e , :
automáticamente, sin voluntad en el sujeto p a r a inhibirse; el j
dolor físico deja de ser experimentado por el alma, embria­
g a d a como está por el deleite dulcísimo de la unión fáluisalj
con Dios, que Algazel c o m p a r a con las nupcias, al igual de
los místicos cristianos flhía, IV, 310). Y cuando la fuerza del
deleite y la abstracción contemplativa llegan á su colmo, cae
el místico en el éxtasis inconsciente. Ocurre esto á los que
ocupan el grado último de la unión, en el cual pierden la con­
ciencia del mundo exterior, de sus propias modificaciones psí­
quicas y h a s t a de su misma existencia; es decir, de todo lo
que no sea el objeto de su contemplación y deleite. En la ma­
yoría de los casos, dice Algazel que el fenómeno es de c o r t a
duración, como un veloz relámpago, pues si se prolongase
a c a r r e a r í a la muerte. L a interpretación de este hecho anor­
mal ocupa largas páginas del Iliia y del Mixcat; el espíritu es
un ser que, por su incorporeidad, c a r e c e de forma (sura) p r o ­
pia; como el vaso de vidrio toma el color del líquido que con­
tiene, y como el espejo adopta, cual si fueran suyas, las for­
mas de los objetos que se le presentan, así el espíritu se iden­
tifica con el objeto de su contemplación. Esta identificación,
ni debe interpretarse como u n a m e r a ilusión de la fantasía,
ni tampoco e x a g e r a r s e h a s t a el extremo de incurrir en el a b ­
surdo panteísmo psicológico de algunos sufies, según los cua­
les la humanidad del extático se aniquila p a r a convertirse en
la Divinidad, ni siquiera en el sentido en que los cristianos en­
tienden la unión hipostática de las dos n a t u r a l e z a s , divina y
h u m a n a , en la persona de Jesús. Todo esto, dice Algazel, es
t a n ne'cio como atribuir al espejo el color rojo de un objeto que
se refieja en su supei'ficie.
A pesar de todas estas restricciones anti-panteístas, Alga­
zel no niega la realidad de cierta comunión mística y sobrena­
t u r a l del alma a m a n t e con su amado Dios, y h a s t a invoca,
como todos los sufíes, en apoyo de esta tesis, las siguientes pa­
l a b r a s del Alcorán y del Profeta, cuyo espíritu evangélico es
evidente reminiscencia del dogma de la g r a c i a santificante y
2¡6 Filosofía.

de la unión eucaristica: «Dios no está en los cielos ni en la tie-


r r a , sino en los corazones de sus servidores fieles». «Ni mis
cielos ni mi tierra son bastante anchos p a r a contenerme; pero
sí lo es el corazón de mi siervo fiel, manso y humilde.»
Los elementos represeMtativos (álmocaxafa) de la vida extá-
tica están analizados minuciosamente también en el Ihia y en
el Imlá, aunque descritos bajo el velo de la alegoría y el sím-
bolo. Las metáforas se inspiran casi siempre c n l o s fenómenos
físicos de la luz, como era habitual entre los ixraquies musul-
manes, legítimos descendientes de los neoplatónicos alejan-
drinos. La visión experimental (almoxahada) de Dios es com- |
p a r a d a por su claridad y evidencia á los veloces resplandores j
del relámpago, á la plácida luz de la luna nueva, al reflejo |
ofuscador de una lámina pulimentada. En los comienzos, el
espíritu posee esta visión, como si las cosas individuales, cuya ,
distinción conserva todavía la conciencia, fuesen huellas ó
vestigios de la existencia del Uno (aluáhid, -j, h); pronto la
abstracción extática borra en la conciencia esta distinción y
asocia todas las esencias singulares á la idea del Uno que las
domina; por fin, la intuición de Dios directamente, sin el in-
termedio de sus operaciones y atributos, viene á completar la
visión. El canto y la música provocan estas representaciones
anormales, como efecto de los estados emotivos, porque hasta
normalmente se observa que el ritmo musical despierta y vi-
goriza la actividad mental, así como también las fuerzas físi-
cas. A toda representación puede además acompañar en el
éxtasis lo que los psicólogos llaman alucinaciones auditivas y
que Algazel describe como un lenguaje de los seres inanima-
dos, cuyas palabras hieren los oídos del místico sin saber de
dónde proceden, aunque entendiendo su significado. Macdo-
nald h a comparado esta alucinación auditiva (hátifj con el
socrático.
Los objetos representados en la conciencia durante el éx-
tasis son todos aquellos misterios cuya esencia ansia descubrir
la mente h u m a n a . Enuméralos Algazel repetidas veces, aun-
que sin explicarlos, como es claro; el misterio de la predesti-
nación, la esencia del espíritu, la naturaleza de los ángeles, el
reino de los cielos, la ciencia divina g r a b a d a en la lámina éter-
La psicología del éxtasis 217

n a fál-liúi ál-mahfutj del destino, el pensamiento de los hom-


bres adivinado por su fisonomía falfirasaj, y el trato familiar
con Jádar, personaje mítico de quien el islam h a hecho un pro-
feta, que vive oculto en este mundo, como Elías. No se limitan
á éstas las gracias qratis datas ó carismas falcaramat, '/Mph\>.aza.
Cfr. Corinth., X l l , 0) con que Dios distingue al e s t á t i c o . E n
el Minliacli añade Algazel otras muchas que merecen el nom-
bre de verdaderos prodigios: a n d a r sobre el agua como Jesús,
volar por los aires, la bilocación, el dominio sobre las fieras, l a
geomancia, etc.
No disfrutó Algazel en su vida mística de todos estos favo-
res divinos. Especialmente el éxtasis iluminativo le fué bas-
t a n t e difícil gustarlo. E l mismo lo insinúa en su Monqiúd, y
Abenarabí nos h a conservado un texto curiosísimo de u n a de
sus obras, en el cual Algazel atribuye la imperfección de sus
revelaciones místicas á sus estudios filosóficos (Oír. Fotit-
liat, III, 104). Coincide esta confesión con la teoría que él
mismo desenvuelve en el Hila, (III, 10-20) a c e r c a de la dife-
r e n c i a entre el método filosófico y el sufí p a r a la adquisición
de la v e r d a d . Todo conocimiento adquirido por el ejercicio de
la razón inductiva y deductiva es obstáculo p a r a recibir la
ciencia infusa; el hombre ignorante en las ciencias profanas
es más apto que el filó?oío y qne el alfaquí p a r a a l c a n z a r la
iluminación. Brillantísimas alegorías copiadas del Kut alcoliib
de su maestro Abutálib de Meca sírvenle p a r a evidenciar su
pensamiento. Es el alma como un espejo en c u y a superficie
pueden reflejarse las imágenes de todos los seres del mundo
sensible {álam almoUc) é inteligible (álam almalacut). hos proto-
tipos de todos estos seres, sus ideas p u r a s , se conservan g r a -
bados en la lámina e t e r n a del destino que Algazel describe
como algo semejante al Logos neoplatónico, aunque otras v e -
ces la c o m p a r a con un espejo en que se reflejan las ideas in-
finitas de la sabiduría divina, á semejanza del speculum aeter-
nitatis de que habla Santo Tomás (Quaest. XII de Veritate,
a. 3.°). P a r a que estas ideas lleguen á reflejarse en el espejo
del alma, es preciso que su superficie sea tersa y limpia de
toda m a n c h a de pecado y e x e n t a de toda mezcla con imáge-
nes sensibles ó fantásticas; a d e m á s , no deben existir velos que
218 Filo so fia.

impidan recibir los rayos emitidos por el espejo de la eterni-


dad. Esos velos son los sentidos. Por eso en el sueño la sus-
pensión de la vida de los sentidos externos facilita la intuición
de las ideas puras. Pero también en la vigilia cabe que el alma
adquiera análogo estado de abstracción extática, y entonces,
levantados los velos, la luz del espejo de la eternidad viene á
reñejarse en el espejo del alma. Este reflejo se llama inspira-
ción {ilham) si el sujeto la recibe sin saber de dónde le viene,
como acaece á los místicos y santos, y revelación (uahi) cuando
acaece á los profetas, los cuales la reciben por medio de los
ángeles á quienes ven realmente. E l estudio racional no pue-
de conseguir otra cosa que una imagen confusa de las ideas
eternas, reflejada en las criaturas, no directa, como el método
sufí,'ni tampoco t a n cierta. Por eso los sufíes ponen todo su
empeño, no en el estudio, sino en la purificación del corazón,
p a r a pulirlo como un espejo, y en la abstracción de todo lo
sensible, p a r a quitar los velos. Tal es la teoría de la ilumina-
ción mística cuyos elementos plotinianos aparecen combina-
dos con ideas evangélicas que eran familiares á Algazel: «Bea-
ti mundo corde, quoniam ipsi Deum videbunt». (Ihía, III, 237).
Este infiujo constante del Cristianismo en su pensamiento
ascético-místico acabó por a r r a n c a r de sus labios u n a confe-
sión que disipa todo género de dudas: «»Sólo es detestable el
cristiano por el dogma de la Trinidad y porque niega la divi-
na misión de Mahoma; todos sus demás dogmas son la v e r d a d ,
real» (Alquistás, 60). No quiere esto decir que la influencia '
cristiana fuese exclusiva, ni siempre inmediata; las páginas
del Ihía denuncian á menudo la huella explícita del pensa-
miento ascético-místico de los yoguis, t a n vivaz en los países
occidentales de la India, limítrofes de la Persia; elementos
israelitas, especialmente del monacato essenio, abundan tam-
bién en los ejemplos edificantes que Algazel refiere en confir-
mación de sus exhortaciones piadosas; supervivencias ploti-
nianas adivínanse sin esfuerzo bajo sus teorías iluminativas.
Desde el siglo iii de la hégira existia traducción árabe de
p a r t e de las Enneades de Plotino, publicada por un cristiano
de Emesa, bajo el falso epígrafe de La teología de Aristóteles.
Las obras del Pseudo-Dionisio y, sobre todo, el libro siriaco
_ La psicología del éxtasis 219
Hierotheos de su maestro E s t e b a n bar Sudaili influyeron tam­
bién probablemente en el iluminismo sufí.
El sufismo tradicional ponía en manos de Algazel este co­
pioso caudal de ideas y de experiencias extraislámicas, que él
supo incorporar al fondo de la dogmática y moral ortodoxa,
realizando asi en su Ihía una admirable obra de síntesis filo-
sófico-teológica que h a ejercido en la vida mística del islam
enorme influencia. Las doctrinas del murciano Abenarabí son,
en g r a n p a r t e , resultado de este influjo.

II

Los cuatro enormes volúmenes del Fotuhat son, según con­


fiesa Abenarabí (Fotuhat, I, 12), un resumen de las innume­
rables intuiciones que le sobrevinieron d u r a n t e los repetidos
éxtasis que experimentó al dar las vueltas, que son de rito,
en derredor de la Caba. Este solo dato basta p a r a presumir
cuan copiosa jnina de fenómenos psicológicos a t e s o r a r á este
libro, aunque disimulados ú ocultos á menudo bajo el velo
de las interpretaciones peregrinas y e x t r a v a g a n t e s que les d a
el mismo que los experimentó. Sin embargo, no son pocas las
ocasiones en que Abenarabí describe los fenómenos místicos
con la objetividad necesaria p a r a que el psicólogo pueda sa­
c a r provecho de sus observaciones personales sobre la vida
interior.
Es tesis general de Abenarabí (Fotuhat, I I , 665) que toda
emoción ó intuición e x p e r i m e n t a d a en el éxtasis no h a de ser
fruto de un propósito deliberado y consciente del sujeto, no
h a de ser resultado n a t u r a l de una p r á c t i c a externa ó inter­
na, no debe n a c e r del esfuerzo reflexivo ni de la investiga­
ción racional. «Es condición esencial del éxtasis, dice en otro
lugar (ibid., II, 706-707), que sobrevenga de improviso al
corazón, r e p e n t i n a m e n t e , de u n a m a n e r a brusca. Algunos
creen que el éxtasis es el resultado de la aflicción ó tristeza
del alma; pero no h a y tal, porque es un fenómeno psicológi­
co, c a r a c t e r i z a d o por ia inconsciencia, que debe ser tenido
220 Filosofía.

como im don gratuito de Dios y no como un estado adquirido


por esfuerzo personal. Ocurre con el éxtasis algo análogo á
la revelación comunicada por Dios á los profetas; es.á saber:
que viene de improviso y sin que el sujeto tuviese intención ó
propósito de tal cosa De aquí que los verdaderos místicos
son aquellos que lo mismo caen en el éxtasis oyendo determi-
nados cánticos, que sin oírlos: basta con que Dios se les co-
munique de improviso, p a r a que su corazón pierda la concien-
cia de cuanto les rodea y aun de sí mismos.»
Esto, sin embargo, no quiere decir que el t r a n c e extático
sobrevenga sin determinadas condiciones en el sujeto. Cabal-
m e n t e á la adquisición de estas condiciones se endereza todo
el método sufí, asunto preferente de casi todas las obras de
A b e n a r a b í y que él condensó en un opúsculo de muy pocas
páginas, en su Tólifa. l í e aquí las principales que exige al no-
vicio que h a g a vida conventual, como p r e p a r a c i ó n p a r a lle-
g a r á la unión mística (al-uosul) con Dios {Tólifa, 9, 10):
1.^ P e r m a n e c e r solo y sentado en celda oscura y c e r r a d a ,
sin salir de ella más que p a r a satisfacer las necesidades fisio-
lógicas, p a r a h a c e r la oración con la comunidad y p a r a la
oración pública del viernes. 2.''^ Ablución constante. S.'"" Inhi-
bición absoluta de todo pensamiento relativo á las preocupa-
ciones del mundo. 4.'"^ Constante ayuno, comiendo t a n sólo lo
estrictamente preciso p a r a que el cuerpo m a n t e n g a las fuer-
zas indispensables p a r a orar. 5." Dormir muy poco, lo nece-
sario p a r a no caerse de sueño. 6.''' Silencio tan absoluto que
e x c l u y a toda p a l a b r a que no sea la que su director espiritual
le pida. 7."' Vigilancia asidua á las observaciones de éste y
sincera confesión á él solo de todos sus pensamientos y emo-
ciones. 8.°- Abnegación absoluta de su propia voluntad por la
de su director, al cual deberá someterse como un c a d á v e r .
9.^ Dócil sumisión á la Providencia divina: p a r a él debe serle
indiferente todo lo que Dios decrete, así lo útil como lo per-
judicial; debe a g r a d e c e r l e los beneficios y soportar con pa-
ciencia las pruebas espirituales á que le someta; no h a de de-
j a r s e dominar por la tristeza ni desanimarse por lo terrible
del combate ascético ni desesperar del éxito; resista con va-
lor, constancia y alegría á las inclinaciones de la concupis-,
La psicología del éxtasis 221

cencía, á las sugestiones del demonio y á las burlas del mun-


do; confíe ciegamente en que la g r a c i a de Dios le conducirá
á la m e t a de sus deseos, los cuales no deben tener más que un
objeto: conocer á Dios y aproximarse á Él. 10.^ Oración cons-
t a n t e , única y t a n atenta, que el corazón no se distraiga ni
por la más fugaz idea que le sobrevenga. L a oración preferi-
ble p a r a Abenarabi es el p r i m e r artículo del credo musul-
m á n : No hay otro Dios sino Alá, «porqué en esta fórmula se
contiene la exclusión de todo lo que no es Dios y la afirmación
de la presencia de Dios». He aquí a h o r a el método práctico
de orar, según Abenarabi: «Cuando el novicio quiera orar,
h a g a la ablución, purifique bien sus vestidos, a r r e p i é n t a s e de
todos sus pecados, y siéntese con las piernas c r u z a d a s , dentro
de la celda y orientado hacia la Meca; poniendo ambas ma-
nos sobre sus rodillas y con los ojos cerrados, comience emi-
tiendo la frase no hay otro Dios, como si la sacase de debajo
del ombligo, y pronunciando al final sino Alá con fuerza y
encima del corazón p a r a que la influencia de esta frase llegue
á todos los miembros y en ellos se g r a b e . Si alguna idea ex-
t r a ñ a sobreviniese á la mente, r e c h á c e l a con energía median-
te el no hay otro Dios, y con la afirmación s¿?io Alá, sigilo de
amor de Dios, h a s t a que el corazón se v e a libre de v a n a s fan-
tasías y se ocupe sólo en las intuiciones místicas.»
Conforme con las conclusiones sagacísimas del psicólogo
J a m e s H. Leuba (1) sobre los c a r a c t e r e s del éxtasis y sobre
sus causas fisio-psicológicas, el método preconizado por Abe-
n a r a b i debe conducir, aunque el sujeto no se lo proponga, á
una limitación g r a d u a l del campo de la conciencia del mundo
exterior, compensada por un acrecimiento de la conciencia
del mundo interior; todo esto, determinado por la concentra-
ción de la actividad m e n t a l sobre una sola idea, la de Dios;
después, esos movimientos rítmicos de la c a b e z a y tronco, po-
niendo en ejercicio músculos ordinariamente en reposo, deben
p r o v o c a r , en organismos privados de todo goce fisiológico,
emociones de placer y h a s t a espasmos de u n a dulzura ex-

(1) Cfr. Les lendances fondameiitales des mystiques ehrétiens {Rev. Phil., Ju-
lio y Noviembre, 1902).
222 Filosofía-

traordinaria que el místico atribuirá á Dios, con cuya idea v a n


asociados en el campo de su conciencia; pero por fin, la vehe­
mencia del deleite se irá debilitando al par que la conciencia
del yo, hasta quedar privado el sujeto de toda relación, cayen­
do en la inconsciencia absoluta, meta del éxtasis completo.
Vamos ahora á ver consignados la mayoría de estos fenó­
menos, que integran el trance extático, en la descripción que
hace Abenarabí de casos, y a personales, ya ajenos.
Al estudiar Abenarabí en el Fotuhat (II, 675-8) la incons­
ciencia del éxtasis (al-fana), enumera siete grados ó momen­
tos sucesivos de ella. Pueden reducirse á cuatro, puesto que
los tres primeros se distinguen t a n sólo por motivos ajenos á
nuestro propósito presente.
«El tercer grado de inconsciencia es aquel en que pierdes
el conocimiento de tu esencia propia. P a r a que te formes idea
c l a r a y cierta de este grado, has de tener en cuenta que tu
ser está compuesto de dos elementos: uno sutil, y otro grose­
ro. Cada uno de ambos posee una entidad esencial y cualida­
des propias que lo distinguen del otro; el sutil está sujeto á
cambiar sucesivamente de formas de distinta especie en cada
momento; el grosero, en cambio, es decir, tu tabernáculo (el
cuerpo) mantiénese siempre con una sola y la misma forma,
á pesar de la diversidad de accidentes á que está sujeto. Pues
bien; si pierdes la conciencia de tu ser por estar engolfado en
la contemplación de alguna realidad, divina ó no divina, pero
sin que en aquel instante mismo dejes de conocer que tú
existes, no h a b r á s llegado a ú n á este grado de que ahora ha­
blamos. Mas si en aquel mismo instante perdiste la conciencia
de tu propio existir, entonces sí que habrás llegado. Y esto,
sea cualquiera el objeto de tu contemplación intuitiva, divino
ó no divino; porque lo que caracteriza á este grado extático
no es la naturaleza del objeto contemplado, sino la propiedad
que posee de p r i v a r á tu personalidad de todo influjo (repre­
sentativo en la conciencia).»
«El maestro de g r a m á t i c a Abdelaziz Abenzeidán, en la
ciudad de Fez, negaba esta inconsciencia que caracteriza al
éxtasis y me contradecía en este punto; pero acabó por r e t r a c ­
tarse. En efecto; cierto día entró en mi casa muy alegre y r e -
La psicología del éxtasis—- 223

gocijado, diciéiidome:—Ahora sí que estoy seguro de que es


v e r d a d lo que los sufíes dicen de la inconsciencia e x t á t i c a .
¡Lo he experimentado y gustado hoy mismo!—Y ¿cómo h a
sido eso?—le pregunté.—Pero ¿es que no sabes que hoy h a en-
trado en la ciudad el Emir Almuminín, que viene de Espa-
ña? (1).—Sí, por cierto.—Pues bien; yo me salí de casa á di-
v e r t i r m e presenciando el espectáculo, como toda la gente de
F e z . Comenzaron á p a s a r los soldados, unos t r a s otros; prime-
ro los jefes, e t c . , etc. Pero t a n pronto como llegó el Emir y me
puse á m i r a r l e , perdí la conciencia de mi propia persona y no
me di cuenta de los soldados ni de ninguna otra cosa de las
que están sujetas á los sentidos: no oí y a el estrépito de los
timbales ni el ruido de los atabales, ni tampoco las trompetas
ni el murmullo do la multitud; mis oídos no se impresionaron
con ninguno de estos sonidos. Y en cuanto á los ojos, tampoco
vi cosa alguna, fuera de la persona del Emir. Quedóme allí
plantado, de pie en medio del a r r o y o , por donde p a s a b a la ca-
ballería; la gente se aglomeraba; pero yo ni me veía á mí mis-
mo ni tampoco me e n t e r a b a de que yo estaba mirando al Emir,
pues perdí el conocimiento de mi propio ser y de todos los que
allí estaban presentes, por la intensidad con que yo contem-
plaba al Etnir. Cuando éste hubo y a desaparecido de mi vista
y volví en mi, entonces advertí que la caballería se me echa-
ba encima, la gente me a p r e t a b a y me s a c a b a á empellones
de mi sitio, tanto, que no me pude v e r libre de tales apretu-
r a s sino con g r a n dificultad; y en fin, entonces es cuando me
di cuenta del murmullo del público y del sonido de bocinas y
tambores. Gonvencime, pues, de que e r a v e r d a d lo de la in-
consciencia del éxtasis, y comprendí cómo en ese estado la
esencia del hombre extático queda libre de todo infiujo que le
pueda venir de aquellos objetos respecto de los cuales v e r s a la
inconsciencia.»

(1) Cronológicamente no puede precisarse quién fuese este Emir. Lo más


probable es que se trate do Abu3'úsuf Tacub, el tercer principe almoliade, del
cual consta que pasó á España el año 591, y, tras de ganar contra Alfonso VI
la batalla de Alarcos, regresó á Fez en 59á, muriendo al año siguiente. (Cfr.
Anónimo de Copenhague, Ms. de la B. N. de Madrid, p. 123.) Abenarabi, en efec-
to, estaba en Fez ese mismo año de 594 (Cfr. Fotuhat, II, 460).
224 Filosofía.

«¡Oh, h e r m a n o mío! Si esto sucede en un éxtasis producido


por contemplar á u n a c r i a t u r a , ¿qué piensas sucederá al con-
t e m p l a r al Creador?»
«Si en este g r a d o de inconsciencia tú adviertes los cam-
bios específicos que experimenta el elemento sutil de tu ser,
es decir, si te das cuentas de tus estados psíquicos, pero sin
a d v e r t i r al mismo tiempo ninguna otra cosa, entonces se pue-
de decir que tu inconsciencia versa acerca de ti por contemplar-
te á ti; por tanto, será e x a c t a esta paradoja: til eres y no eres
inconsciente de tu propio ser. En efecto: tú eres inconsciente de
tu ser en cuanto á tu cuerpo; y no lo eres en cuanto á tu espi-
ritu. En cambio, si en ese estado de inconsciencia te das cuen-
t a de tu compihesto de a l m a y cuerpo, entonces el objeto de
tu experiencia es imaginario, fantástico, ni eres tú r e a l m e n t e
ni cosa distinta de ti; tu estado, en ese caso, será como el que
d u e r m e y ensueña» (1).
«El cuarto grado de inconsciencia es aquel en que el mís-
tico pierde el conocimiento del mundo, á causa de contemplar
á Dios ó á sí mismo. Si tú conservas idea c l a r a y cierta de
quién es el a g e n t e que en ti mismo contempla, entonces sabes
que tú contemplas lo que contemplas por Dios, es decir, que
Dios es el que contempla y no tú; y como Dios no está sujeto
á la inconsciencia, por más que se contemple á sí mismo ó al
Universo, resulta que tampoco tú en esa hipótesis e s t a r á s su-
jeto á la inconsciencia. En cambio, si tú no conservas la idea
de quién sea el a g e n t e r e a l que en ti contempla, entonces sí
que h a b r á s llegado á este cuarto grado; es decir, que perde-
r á s el conocimiento del mundo, á causa de contemplar á Dios
ó á tu propio ser, asi como en el g r a d o anterior, el t e r c e r o ,
perdiste el conocimiento de tu propio ser por contemplar á.
Dios ó á cualquier otro objeto. Son, pues, estos dos grados m u y
análogos en la forma, pero el último es más útil.»
«En el quinto grado pierde el extático el conocimiento de

(1) Croo que Abenarabí quiere decir que si en el éxtasis conserva el místi-
co alguna conciencia, aunque vaga, de su personalidad, no habrá llegado al
grado de que aquí se trata, pues su inconsciencia será como la del que sueña,
el cual se da cuenta de su persona y no cree soñar, sino vivir realmente como
si estuviera en vigilia.
La psicología del éxtasis....- 22S

todo lo que no es Dios, á causa de contemplar á Dios. Es decir,


que tú no te das cuenta ni siquiera de que lo contemplas, ni
siquiera de que te hallas en el estado de la contemplación de
Dios, porque en ese momento tú careces de tu individualidad
concreta, en cuanto contemplada. Algunos c a e n aquí en u n a
ilusión engañosa que yo v o y á disipar con la a y u d a de Dios
Como Dios no deja ni un solo instante de estar presente en el
mundo ni de inñuir en él, resulta que á veces el extático con-
t e m p l a á Dios, asi concebido, como presente en el mundo, y
se ilusiona creyendo h a b e r llegado á este quinto grado; pero
no h a llegado en realidad, porque no h a excluido de su con-
templación todo lo que no es Dios. P a r a llegar á este grado
debe contemplar á Dios como exento de toda relación con el
mundo.»
«En el sexto grado el extático pierde el conocimiento de los
atributos y relaciones de Dios. Este grado se a l c a n z a cuando
se contempla á Dios como manifestándose en el mundo al alma
del extático; pero á Dios manifestado en cuanto á su esencia,
sin ninguna otra idea sobreañadida, no en cuanto causa del
mundo como efecto suyo, según lo consideran algunos ñlósofos.
Quiero decir, pues, que el místico ha de contemplar á Dios
considerado como la Verdad manifestada en el mundo, y que
el mundo es sólo el lugar de t a l epifanía. E n otros términos:
que no conciba á Dios como principio de eficiencia alguna en
el mundo. Y claro es que, así concebido. Dios no es sujeto ni
término de relación alguna; está exento de todo atributo y
p r e d i c a d o . Y por eso, en este g r a d o , el místico contempla á
Dios en cuanto á tal, sin nombres, atributos ni adjetivos.»
Como se ve por este último grado de abstracción á que el
éxtasis conduce, A b e n a r a b i , como los alejandrinos, se sirvió
de estos mismos c a r a c t e r e s de v a g u e d a d , indistinción y homo-
geneidad que tiene el t r a n c e extático p a r a formar con ellos el
concepto de un Dios-esencia que reúne esas mismas notas.
Leuba (loe. cit., p á g . 480) h a dado la clave de esta p e r e g r i n a
concepción del Uno, reduciéndola á u n a m e r a objetivación
automórñca, por la que el místico ati-ibuye á Dios, como cons-
titutivos de su ser, los. fenómenos de inconsciencia que él re-
cuerda h a b e r experimentado en el éxtasis. Es, pues, u n a pro-
CULTUBA 16
226 Filosofía.

yección al exterior de los estados subjetivos que confusamente


recuerda.
«A estos seis grados, continúa Abenarabi (ibid., I I , 678),
a ñ a d e n algunos otro más, que llaman la inconsciencia de la in-
consciencia (al-faná an al-faná), pei'o que yo no admito e n
cuanto diferente de los grados anteriores, pues consiste t a n
sólo en que el místico, al c a e r en el éxtasis, pierde el conoci-
miento de su propia inconsciencia, es decir, algo así como lo
que le p a s a al que sueña: que no se d a c u e n t a de que está dur-
miendo. Es, pues, este pretendido grado séptimo un fenómeno
concomitante de los seis grados precedentes.»
«Es también de observar en general que la inconsciencia
no se adquiere por esfuerzo y aplicación, ni por propósito ó •
intento.»
»E1 grado ínfimo de este estado psíquico es el ensimisma-
miento propio de todo el que se pone á reflexionar. Cuando el
hombre se engolfa en el estudio de cualquier objeto de este
mundo ó en la meditación de algún problema científico, si en-
tonces le refieres algo, no te oye; aunque te pongas delante
de sus ojos, no te v e ; en tal estado, creerías que es u n a pie-
d r a . Pero así que h a dado con la solución del problema que
estudiaba, ó t a n pronto como u n a causa cualquiera le h a g a
volver al uso de sus sentidos, entonces y sólo entonces te v e r á
y te oirá.»
«Y por lo que toca á la causa de este fenómeno, no es otra
que l a estrechez del sujeto al cual h a s dirigido la p a l a b r a .
Porque no h a y cosa más a n c h a que la esencia del hombre, el
espíritu, ni tampoco m á s estrecha. No h a y cosa m á s a n c h a ,
puesto que en el corazón del hombre cabe todo, ó, mejor di-
cho, n a d a está excluido de él. No h a y cosa m á s estrecha,
puesto que no caben en él dos ideas simultáneamente; el a l m a
es simple por su esencia, y lo simple no admite la multipli-
cidad.»
Pero antes de que el místico h a y a perdido por completo la
fuerza r e p r e s e n t a t i v a de su conciencia, e x p e r i m e n t a fenóme-
nos emocionales que A b e n a r a b i describe también en su Fo-
tuhat (II, 666): «Uno de los modos que Dios emplea p a r a mani-
festarse al a l m a de sus siervos es la revelación de la dulzura
La psicología del éxtasis 227

en el espíritu. De ella se sirve Dios p a r a a r r a s t r a r hacia sí á


las almas. Es una dulzura que, aunque ideal, deja sentir su
influjo en el sujeto que la experimenta, lo mismo que se siente
la frialdad del agua. E l camino que sigue la sensación de esta
dulzura espiritual es idéntico al de toda sensación, aunque
inverso: la species de la dulzura desciende del cerebro al ór­
gano del gusto, y el sujeto comienza á sentir su sabor. Inme­
diatamente sobreviene u n a cierta languidez: debilitanse todos
los miembros, relájanse sus articulaciones, una suave fatiga
se apodera del organismo por la fuerza del deleite, y el alma
pierde su libertad, vencida por aquella dulce violencia. Hay
quienes permanecen en este estado una hora seguida y hasta
un día entero, y más aún, porque su duración no es determi­
nada. Yo mismo he sentido esa dulzura en muchas ocasiones
de v a r i a duración: unas veces he caído en éxtasis y he per­
manecido gustando esta dulzura espiritual durante una hora.
Más tarde se ha repetido, y ha durado días enteros, sin cesar
ni de día ni de noche. Cuando el gusto de la dulzura cesa,
desaparece también inmediatamente la fatiga de los miembros.
Esa dulzura no puede compararse á ninguno de los placeres
sensibles, porque es algo extraordinario, ideal, sin objeto ma­
terial y sensible. Por eso no se asemeja ni á la dulzura de la
miel, ni al deleite de la unión sexual, ni á ningún otro placer
de los sentidos. Es más: ni siquiera se p a r e c e al placer que
siente el sabio cuando consigue encontrar la solución de los
problemas que ansiaba conocer. Es algo más sublime, más
excelso que todo esto. El efecto que esta dulcedumbre ejerce
en la sensibilidad es incomparablemente más intenso que el
producido por la dulzura física de los objetos materiales y cor­
póreos. Y en esto cabalmente se distingue de los otros deleites
meramente ideales: en que, aun siendo un placer también
ideal, deja sentir su influjo en la sensibilidad orgánica »
«Y además de distinguirse de todos los deleites sensibles é
ideales, admite también ella en sí misma distintas especies; de
modo que la dulzura de un éxtasis determinado se diferencia
de la experimentada en otro éxtasis, tanto como la dulzura del
a z ú c a r difiere en sabor de la de la miel, aunque ambas sensa­
ciones coincidan en ser dulces. Finalmente, esta dulzura debe
228 FUosofia.

ser considerada como i;n simple efecto de la moción a t r a c t i v a


divina; es decir, que cuando esta moción ejerce su influjo so-
bre el místico, Dios le h a c e la merced de que en su interior
experimente la emoción de esa dulzura, la cual le a r r a s t r a ha-
cia Dios, porque el a l m a se inclina siempre de m a n e r a instin-
tiva h a c i a todo lo que tiene por deleitable Y el fin que Dios
intenta al comunicar al alma esta dulzura es infundirle un
grado de ciencia superior al que posee Y esto, porque como
es n a t u r a l que el alma se familiarice y satisfaga y a con aquel
grado de perfección que posee, emplea Dios esa dulzura p a r a
hacerle a p e t e c e r el grado superior, y así indefinidamente, de
grado en grado, sin que al ascender pierda el místico la cien-
cia propia de los grados anteriores (1)».
Porque huelga a d v e r t i r que p a r a Abenarabí no es el ele-
mento emocional el que c a r a c t e r i z a esencialmente á todo éx-
tasis, sino el elemento representativo, la intuición, visión ó
revelación divina. P r e c i s a m e n t e el plan del Fotuhat consiste
en clasificar los grados todos de la perfección mística según
la ciencia infusa que en c a d a uno de ellos comunica Dios. Con
lo cual excuso decir que todas las páginas de ese libro están
henchidas de revelaciones y visiones e x p e r i m e n t a d a s por su
mismo autor y descritas con t a l minuciosidad, que á veces
consigna h a s t a el lugar y la fecha en que le sobrevinieron, lo
cual a y u d a mucho p a r a reconstruir la a c c i d e n t a d a vida de
este místico intranquilo y a n d a r i e g o . H a r í a m e , pues, intermi-
nable si hubiera de e n u m e r a r l a s todas; pero interesa al psi-
cólogo señalar algunas de las m á s típicas p a r a que se v e a
cómo en todas ellas se mezclan alucinaciones visuales ó audi-
tivas, especialmente las p r i m e r a s : la luz, símbolo de Dios en
todas las lucubraciones metafísicas de A b e n a r a b í , es también
en su mística el ambiente de las revelaciones divinas. t

(1) Es de advertir que, según Abenarabi, la emoción deleitosa la perciben,


ajunque no con la intensidad dicha, los novicios que comienzan el combato
ascético, cuando han llegado ya al grado de la penitencia. En ese grado, el
alma, subordinada ya á la voluntad de Dios, soporta las adversidades y dolo-
res físicos ó morales con alegría y deleite, cual si fuesen cosas eu sí mismas
placenteras. En confií-mación, cita casos de anestesia en místicos de ambos
sexos. (Cfr. Fotuhat, II, 690-1.)
La psicología del éxtasis 229

L a más digna de notarse es la que decidió su viaje á Orien-


t e . Hablando, en mFotuhat (II, 673), del trono de Dios (alarx),
dice así: «Este trono tiene sostenes ígneos cuyo número igno-
ro, aunque los he visto bien claramente, y por cierto advertí
que su fuego se parecía al brillo del relámpago; mas á pesar
de esto, tiene el trono una sombra que lo penetra todo y cuya
extensión es inconmensurable Estaba yo en la ciudad de
Marruecos, cuando todo esto me fué revelado.»
Es también notable otra alucinación visual que tuA^o por
objeto la misma esencia divina. He aquí cómo la describe
(Fotuhat, I I , 591): «En la noche en que yo r e d a c t é este capí-
tulo, que fué la 4.*" del mes de Rebí 2.° del año 627, la cual
coincidió [dice el mismo Abenarabi] con el miércoles 20 de
Febrero, vi en el éxtasis la esencialidad individual de Dios
{alhowla alilahía) por modo intuitivo, tanto su apariencia ex-
terior como su realidad intrínseca, y esto cual jamás la había
visto en ninguna de mis anteriores intuiciones. Por causa de
esta intuición me sobrevino t a n extraordinaria ciencia, deleite
y gozo, que sólo podría apreciar quien la experimentase per-
sonalmente. Y lo mejor de esta visión es la imposibilidad, que
yo encuentro en mí, de desmentirla, disminuirla ó aumentar-
la Su figura e r a de luz blanca sobre fondo rojo, también
luminoso , y se movía dulcemente en sí misma (yo lo vi
y me di perfecta cuenta) sin trasladarse de lugar ni experi-
mentar alteración en su estado y cualidad.»
E n el capitulo en que t r a t a de los misterios ó sentido mís-
tico de la peregrinación á la Meca {Fotuhat, I , 880), refiere
minuciosamente sus visitas á la Caba y describe las revela-
ciones maravillosas que allí tuvo. Insiste, sobre todo, en que
la misma Casa Santa y el pozo de Zemzem le dirigieron la
p a l a b r a , que él oyó con sus propios oídos y á la cual contestó
cn verso. Añade que estas conversaciones se repitieron con fre-
cuencia durante todo el tiempo en que allí vivió avecindado.
«Algunas de ellas—dice—las he expuesto en un opúsculo titu-
lado Tach-orrasail, que consta, según creo, de siete ú ocho
tratados, cada uno de los cuales se refiere al atributo divino
que me era revelado en cada una de las siete vueltas cn de-
rredor de la Caba.»
230 Filosofía.

Aunque Abenarabi se h a esforzado, en muchos lugares,


p a r a demostrar que estas revelaciones divinas son efecto ex­
clusivo de la liberalidad de Dios, sin embargo, no niega que
preexijan también cierta aptitud en el sujeto; pero aptitud que
es igualmente debida á p u r a g r a c i a , á especial elección de
Dios {Fotuhat, I I , 751).
Dos son los órdenes fundamentales de esta ciencia infusa,
que Dios comunica al hombre. En su denominación y c a r a c ­
teres coincide A b e n a r a b i con Algazel. U n a es la ilustración
profética, l l a m a d a revelación (alualú), y otra es la inspiración
{alilham), común á todos los misticos y santos. Aquélla p r o ­
cede del intelecto activo, como de su principio inmediato; ésta
del alma universal. Como se v e , la única novedad que ofrece
en este punto A b e n a r a b i se reduce á buscar en su metafísica
neoplatónica un motivo de distinción entre las dos m a n e r a s
de ciencia infusa, á fin de que no a p a r e z c a n identificados el
profeta con el simple místico; pero base psicológica no se en­
cuentra que justifique tal distinción. Es m á s : á veces, inci-
dentalmente, atribuye á Mahoma, como luego veremos, los
mismos fenómenos patológicos que en la iluminación e x t á t i c a
sufren los simples místicos. L a diferencia, pues, consiste sólo
en la elección divina y en el intermediario de que Dios se sir­
ve p a r a infundir la ciencia. L a modalidad psíquica del fenó­
meno es idéntica. H e aquí a h o r a cómo intenta a n a l i z a r l a Abe­
n a r a b i , d e s g r a c i a d a m e n t e sólo bajo el velo de la alegoría de
la luz, á la cual es t a n aficionado (1):
«Cuando la m e c h a de u n a l á m p a r a se a p a g a , queda en su
pábilo un poco de lumbre, de la cual sale algo parecido al
humo, que tiende por su n a t u r a l e z a á subir h a c i a a r r i b a . P u e s

(1) Fotuhat, II, 751-2. Esta misma alegoría de las dos luces empleó ol Doc­
tor Iluminado, Eaymundo Lulio, para hacer imagiuahle la comunicación de
la luz de la fe al entendimiento humano, en su Liber mirandarmn demonstra-
tionum {Opera omnia, edic. Magunt., II, lib. 1.°, c. 34, pág. 13): « qnemad-
modum lumen oandelae descendit inferius per fumum candelae recenter CXT
tinctae quaesubtus stat prope candelam accensam et hoc ideo quia ignis ap-
petit ascenderé cum sua forma bene sequitur quod intellectus et suum
intelligere habeant possibilitatem ascendendi superius, hoc est, recipiendi ar­
tículos pro obiectis>. La identidad del símil, hasta en las palabras, y la ana­
logía del fin que con él se proponen ambos místicos (Abenarabi y Lulío), de-
La psicología del éxtasis 231

bien; si alli mismo h a y otra l á m p a r a encendida, y colocamos


el pábilo de la l á m p a r a recién a p a g a d a , que a ú n h u m e a , ver-
ticalmente debajo de la llama de la l á m p a r a encendida, de
t a l modo que se junte aquel humo con esta luz, veremos cómo
i n m e d i a t a m e n t e b a j a r á la luz por si misma á depositarse so-
b r e el humo y p r e n d e r á en l a p a r t e carbonizada de la m e c h a ,
y ésta se encenderá y a p a r e c e r á ardiendo lo mismo que la
l á m p a r a de la cual h a tomado su luz T a l es el modo como
se verifica la infusión del espíritu en el corazón de los hom-
bres.»
E s difícil que en las obras de los místicos esté analizado
el proceso psicológico de la iluminación; dejarían de ser mís-
ticos. Sin e m b a r g o , no se olvida de insinuar Abenarabi, en
frases sueltas y sin propósito explícito de análisis, algo que
los psicólogos podrían t o m a r como interpretación de aquel
fenómeno. P a r a Abenarabi, la visión fantástica en sueños es
el hecho que mejor nos puede sugerir la modalidad del proce-
so de la iluminación extática {Fotuliat, I I , 494-6): «La sen-
sibilidad e x t e r n a constituye el grado ínfimo de la percep-
ción. L a idea es su grado supremo y más sutil. L a fantasía
ocupa un r a n g o intermedio. P e r o el objeto de toda ilumina-
ción divina es u n a idea; luego cuando esa idea quiera descen-
der h a s t a el sentido externo, h a b r á de p a s a r forzosamente
por la región de la fantasía. Esta, conforme á lo que pide su
n a t u r a l función, no puede menos de revestir con u n a forma
sensible todo cuanto en ella p e n e t r a . Cuando este fenómeno
(sensibilización de la idea) a c a e c e en l a vigilia, se llama r e -
presentación i m a g i n a r i a . Cuando ocurre durmiendo, visión
en sueños » No podía insinuar mejor Abenarabi el predo-
m i n a n t e p a p e l q u e los psicólogos otorgan hoy á la imagina-
ción e n el proceso de l a intuición e x t á t i c a y el concomitante

nnncia imitación flagrante, que viene á, confirmar una vez más la tesis soste-
nida por mi maestro, Sr. Ribera, de que Lulio fué un sufi cristiano imitador
de Abenarabi ó de algún discípulo suyo (Cfr. Orígenes de la filosofía de R. Lu-
lio, apud Homenaje á Menéndez y Pelayo, II, 195). Por lo demás, no son estas
las únicas imitaciones que las obras de Lulio contienen: los principios cardi-
nales de su metafísica son copia de los de Abenarabi, según demostraré en
otra ocasión.
232 FUosofia.

alucinativo que es de rigor en esos estados anormales (1).


No faltan tampoco en el Fotuhat curiosas indicaciones de
otros fenómenos maravilles ó y a propiamente patológicos que
a c o m p a ñ a n al t r a n c e extático. De su maestro A b u m a d i á n , el
célebre místico de T r e m e c é n , refiere m a r a v i l l a s que pueden
muy bien i n t e r p r e t a r s e hoy como casos de sugestión hipnóti-
ca en los cuales Abumadián oficiaba de médium p a r a visiones
de objetos ausentes, realizadas por u n hijo suyo de siete a ñ o s
de edad {Fotuhat, I, 288). E n t r e los innumerables dones ó ca-
rismas que Dios otorga á los extáticos consigna algunos, se-
mejantes á los que Algazel señala, como la virtud de a n d a r
por el aire 6 por el agua, que, supuesta su realidad, c a b r í a
i n t e r p r e t a r como u n caso de r a p t o explicable por catalepsia
a c o m p a ñ a d a de levitación ilusoria. De más obvia interpreta-
ción son y a otros hechos patológicos de c u y a realidad respon-
de A b e n a r a b i . Refiere, en efecto {Fotuhat, I, 225), que hacien-
do él la oración en la mezquita de Túnez, colocado t r a s del
imam, lanzó de r e p e n t e un grito sin d a r s e c u e n t a de ello. «Al
volver, a ñ a d e , de mi desvanecimiento, no vi á ninguno de los
fieles que me r o d e a b a n ; sólo vi un r a y o del cielo.»
Pero donde más explícitamente d e c l a r a A b e n a r a b i la ín-
dole morbosa del t r a n c e extático es al estudiar el grado mís-
tico de los que él llama estúpidos ó locos. En ese capitulo {Fo-
tuhat, I, 322-6) p a r e c e querer considerarlos como instrumen-
tos pasivos é inconscientes del poder y sabiduría divinos, de
los cuales Dios se sirve p a r a que, en el momento del a t a q u e
patológico, instruyan á los demás hombres. Esta interpreta-
ción mística de la locura frenética h a venido siendo tradicio-
n a l y h a s t a vulgar entre el pueblo marroquí, que hoy día con-
sidera como santos y videntes á los locos é idiotas {hah-

(1) Cfr. Fotuhat, I, 857, donde habla de los místicos quo al llegar á cierto
grado adquieren la dote de la iluminación imaginativa: dice que en el éxta-
sis se imaginan cualquier deleite, v. gr., el do la unión sexual, y engendran,
aunque fantásticamente, hijos. Añade Abenarabi, con alguna audacia, que
de tal delectación no son responsables porque están estáticos. Pero no es
esto lo más extraordinario, sino que á reglón seguido afirma con toda serie-
dad, sin sombra de ironía, que esos hijos, á las veces, dejan de ser fantásti-
cos y pasan á ser sensibles, es decir, reales. De tales místicos, así hombres
como mujeres, dice que conoció muchos en Sevilla, Tremecén y Meca.
La psicología del éxtasis 233

luí) (1). Abenarabi confirma su interpretación con el ejemplo


de Mahoma, que también e x p e r i m e n t a b a , al recibir l a inspira-
ción divina, fenómenos idénticos, los cuales le obligaban á lan-
z a r terribles bramidos como un camello, h a s t a que cesaba la
inspiración; pero pasado el t r a n c e , volvia á la n o r m a l i d a d
consciente p a r a que pudiese comunicar á los demás lo que
Dios le habia revelado. No sucede asi á todos los extáticos,
sino sólo á los santos como el Profeta. Los que no r e ú n e n e s t a s
condiciones son de dos clases: P r i m e r a , aquellos p a r a quienes
el a t a q u e es superior á sus fuerzas, subyugándolos en tal for-
m a , que quedan privados de toda libertad y a u t o n o m í a en sus
actos, mientras el t r a n c e dura; si se prolonga h a s t a el fin de
su vida, se llaman locos (2). L a segunda clase la constituyen
los que conservan el uso de l a r a z ó n , pero sólo en lo concer-
niente á la satisfacción de las necesidades fisiológicas: son
como los animales que las satisfacen instintivamente, p o r q u e
la r a z ó n está extasiada en la contemplación de Dios. Su lo-
c u r a no obedece á trastornos orgánicos.
Abenarabi reconoce que no son estas alteraciones patoló-
gicas el concomitante inseparable del éxtasis. H a y , dice, mís-
ticos cuyo estado a p a r e n t e es t a n normal en el t r a n c e e x t á t i -
co, como fuera de él. Sin embargo, a ñ a d e , el que a t e n t a m e n -
te los observe a d v e r t i r á que algo les p a s a en su interior. Sus
ojos están como cristalizados; p a r e c e n a t e n d e r á lo que tú les
estás diciendo; pero ves que no dan muestras de seguir el hilo
de tus p a l a b r a s ; es que están pensando en o t r a conversación:
la divina. Y finalmente, h a y otros c u y a energía inhibitoria es
t a l , que pueden recibir la iluminación divina sin dejar de
a t e n d e r á lo que otro les está diciendo.
• . , M

(1) Cfr. Doutfcé, Les marahouts, París, 1900, pág. 34, 75.
(2) Fotuhat, I, 324. Más adelante añade qno éstos pasan sin comer ni beber.
Casos tales cita Abenarabi, que parecen inverosímiles. ¡Así asegura que
Abuocal ol Magrebi pasó cuatro años en Meca. Almacari (edic. Cairo, 1302
Hég., III, 157) refiere también que en los años 840-850 (1436-1446 de J. O.) llegó
á Tremecén una mujer de Ronda, que ni comía, ni bebía, ni orinaba, ni defe-
caba, ni tenia el flujo menstruo y que aseguraba alimentarse durante el sue-
ño. El sultán la encerró en una cámara de su palacio, vigilada de cerca por
médicos, y así pasó un año entero. Lo mismo se refiero de una tal Aixa, natu-
ral de Argel. ,
234 Filosofía.

No es esto, sin embargo, lo ordinario en los simples místi-


cos que no han llegado al rango profetice; lo corriente es que
pierdan la normalidad de la vida psíquica, á veces, hasta la
muerte. Copiosos y sugestivos casos de esta anormalidad apor-
t a Abenarabi, por los cuales puede apreciar el psicólogo fenó-
menos bien típicos de automatismo hipnótico y de doble per-
sonalidad en sujetos privados de todas las funciones de rela-
ción consciente. De sí propio refiere u n fenómeno, de esta ín-
dole (Fotuhat, I, 326): «En la época en que yo desempeñaba
el cargo de imam, experimentó personalmente este mismo
t r a n c e , durante el cual yo hacía las cinco oraciones públicas,
y según me referían después, yo cumplía escrupulosamente
las rúbricas prescritas p a r a la oración, así en las palabras
como en las obras, postrándome, arrodillándome, etc., sin que
yo me diese cuenta de nada de lo que me rodeaba, ni de los
fieles, ni del lugar en que estaba, ni de mi situación, ni de
ningún objeto sensible; y esto, por el dominio que sobre mí
ejercía la intuición, la cual me mantenía abstraído de mí mis-
mo y de lo que no era yo. Referíanme después que, tan pronto
como el momento de la oración pública era llegado, yo pro-
nunciaba el invitatorio y decía la oración con los fieles; pero
como si mis movimientos fuesen los de uno que duerme y no
sabe lo que h a c e Sin embargo, en medio de aquel estado de
inconsciencia, en algunos momentos, yo veía de un modo ex-
perimental mi propia esencia sumida en el seno de la luz uni-
versa], junto al trono de la Majestad divina, y que esa luz era
la que en mi persona oraba, y que j'^o, inmóvil, no e r a yo mis-
mo; y veía luego mi propia esencia ante el trono postrándose
y arrodillándose, y entonces conocía que era yo el que me
postraba y arrodillaba, como lo conocería uno que estuviese
soñándolo; apoyábase mi mano sobre mi frente y yo me ma-
ravillaba de todo aquello, al conocer que aquello no era algo
distinto de raí, pero tampoco era yo mismo.»
L a salida del éxtasis, ó sea el regreso á la vida consciente
y normal, no está descrita, que yo sepa, en el Fotuhat. Sola-
mente encuentro (I, 328) ligeras indicaciones generales que se
reducen á señalar dos modos en este fenómeno: «De la unión
con Dios, unos vuelven y otros no; y los que vuelven, 6 lo ha-
La psicología del éxtasis- 235

cen cuando y como quieren, por libérrima disposición de su


voluntad, cual Abumadián, ó por fuerza y necesidad violen­
ta, como Abuyezid (Albistami).»
M , A S Í N T PALACIOS.
Crónica científica ^i)

I. La unidad do la vida cerebraL—II. Las relaciones entre el llanto


y la tristeza.—IIL La telemecánica del Dr. Branly.

La cuestión cerebral está hoy, más que nunca, á la orden del día,
y nuestros lectores no se admirarán de ver que le consagremos el
primer lugar en esta crónica.
¿No es acaso el cerebro la base de la actividad humana, la con-
dición de la vida psíquica, el necesario instrumento del pensar cons-
ciente? ¿Cuál es la naturaleza de su íuncionamiento? ¿Está dividido,
fraccionado, desmenuzado en tantos centros cuantos ofrece su su-
perficie, ó, por el contrario, presenta, mediante esos centros unidos
y asociados, una unidad profunda que asegura la innegable unidad
de la conciencia? Tal es la cuestión que se plantea y que es preciso
resolver á la doble luz de la razón y de los hechos.
La lógica nos obliga á creer en la unidad de la vida cerebral. No
podríamos, en efecto, admitir su división en pequeñas vidas sepa-
radas, especiales, autónomas, cuando todos nuestros actos psíqui-
cos acusan el consensus fisiológico del órgano, cuando la unidad de
la conciencia, condicionada por el cerebro, es tan evidente y tan
necesaria.
Los hechos corroboráñvel testimonio de la introspección. Los
centros de neuronas están asociados entre sí por una infinidad de

(1) El eminente Dr. Surbled. tan conocido por su infatigable labor en el


campo de la moderna psico-fisiologla, ha querido honrar nuestras páginas
con una amplia información sobre lafe cuestiones de más vital interés cientí-
fico que en los momentos presentes ^preocupan á los especialistas extranje-
ros. Nosotros nos complacemos en consignar aquí el testimonio público de
nuestra gratitud al autor de La vie'affective por su entusiasta y docta cola-
boración á nuestra modesta empresa. (N. de JR.)
Crónica científica. 237

neui-oñbrillas, que permiten asegurar el acuerdo mutuo de las ener-


gías y la unidad del funcionamiento. Estas neurofibrillas, que cons-
tituyen la enorme masa de la substancia blanca, tienen una impor-
tancia manifiesta: su finalidad y efecto útil es, no sólo unir los
centros, sino fusionar y armonizar su acción y asegurar una sólida
base al trabajo psíquico.
Los dos cei-ebros, ó mejor, los dos hemisferios, no acusan el menor
dualismo cerebral. Están unidos y puestos de acuerdo mediante un
grueso puente de substancia blanca (cuerpo calloso) que establece
entre ambos amplia y constante comunicación. Su funcionamiento
es idéntico y sinérgico. En vano ciertos autores han querido distin-
guirlos en hemisferio macho y hemisferio hevibra. Las dos mitades
del cerebro tienen el mismo valor y realizan por su mutuo acuerdo
la unidad de la vida nerviosa.
Esta unidad se acusa más todavía en la identidad morfológica
de las neurouas. Tómense donde se quiera, delante, detrás, en el
lóbulo parietal, en el frontal ó en el occipital, y se encontrará que
son, más ó menos gruesas, eso sí, pero siempre semejantes. El pro-
fesor Van Gehuchten, de Lovaina, está terminante en este punto,
como todos los histólogos. El lóbulo fi-ontal ó prefrontal no encierra
neurouas eispeciales, las células psíquicas ó mentales, sino neuronas
absolutamente idénticas á las de los otros lóbulos del encéfalo.
Los materialistas no están satisfechos con un resultado de esta
natiu'aleza; pero ¿qué hacer? Todas sus tentativas para materializar
el espíritu, para localizar la inteligencia, han fracasado miserable-
mente. Recordemos la iiltima tan sólo.
El profesor Flechsig, de Leipzig, imaginó en 1896 su teoría de los
centros de asociación, sin llegar jamás á demostrarla. Esos centros
serían, según él, los centros psíquicos superiores, los centros de la
ideación y de la voluntad. Después de los maestros franceses Pitres
y Dóferine, nosotros hemos combatido esta extraña teoría desde
1897 en el Divus Thomas, y hoy podemos afirmar que nadie la sos-
tiene y a . He aquí lo que de ella opina un profesor de Roma, el doc-
tor Sciamanna: «¿Deben atribuirse las funciones de la inteligencia
á regiones especiales del cerebro? ¿Es preciso admitir los centros
de asociación de Flechsig? Esta última concepción está siendo cada
vez más combatida por los fisiólogos y clínicos. Resulta difícil con-
siderar esas zonas de asociación como verdaderos centros, de una
cualidad superior, y que tengan por función especial registrar las
irapresiones venidas de fuera mediante los centros de proyección.
Las funciones de la inteligencia corresponden á una actividad com-
238 Filosofía.
pleja del cerebro entero trabajando en su totalidad^. (Congrés In-
ternational de Psychologie, Eoma, Abril, 1905.)
No podría decirse mejor. La unidad domina todo el funciona-
miento cerebral. Entre las neuronas, por medio de las neurofibrillas
que las unen, circula incesantemente el influjo nervioso, portador
de las acciones y reacciones iuimmerables de la vida cerebral.
Los centros son suficientemente conocidos para señalar su topo-
grafía general. Detrás, en los lóbulos occipital y temporal, se en-
cuentran los centros sensitivos, y particularmente los centres visual
y auditivo. Delante, en la región fronto-parietal, alrededor de la ci-
sura de Rolando y por encima de la de Sylvius, se agrupan los cen-
tros motores.
Entre estas dos partes, netamente distintas, está situada la zona
intermediaria y mixta del lenguaje, alrededor de la cisura de Syl-
vius. Consta de centros sensitivos, por detrás, y del centro motor
(de Broca), por delante.
Una sola región muy limitada ha quedado sin determinar durante
largo tiempo: la región frontal, ó más exactamente, prefrontal.
Se la llamaba la zona muda ó silenciosa; pero los materialistas no
tuvieron escrúpulo en localizar muy formalmente en ella las facul-
tades superiores del espíritu. Por fortuna los últimos trabajos han
puesto fin á su fantasía y á nuestra ignorancia (Dieulafoy, Chipault).
Se sabe ya que el lóbulo prefrontal tiene bajo su dependencia la
motilidad, preside á la combinación y coordinación de los movi-
mientos, á la mímica, en una palabra. Por consiguiente, el lóbulo
frontal no es y a un lóbulo privilegiado, noble, encargado del es-
píritu-, está, como los otros, al servicio de la vida animal. El mate-
rialismo, pues, ha perdido su última carta. Hay que resignarse á
confesar, como lo venimos sosteniendo hace veinticinco años, que
el cerebro en su conjunto no es otra cosa que un vasto órgano de
sensibilidad y de movimiento.
El ejercicio de la inteligencia se apoya en todos los centros de la
corteza, pero ninguno le es indispensable. Se observa que el pen-
samiento sobrevive á la lesión de un grupo importante de neuronas
de cualquier lóbulo. Todos los autores refieren casos en los cuales
han comprobado la conservación de la inteligencia con una lesión
del lóbulo frontal, parietal ú occipital. De hecho, ningún lóbulo es
absolutamente necesario para el ejercicio del pensamiento.
Hay más. Todos los lóbulos reunidos é intactos son incapaces
de asegurar el funcionamiento de la inteligencia, sí las neurofibri-
llas que unen sus neuronas se lesionan, es decir, si se cortan las co-
Crónica científica. 239
municaciones entre las neuronas. Eso es lo que se observa en las
lesiones del cuerpo calloso que es un ancho puente de substancia
blanca entre los dos hemisferios. En estos casos, las alteraciones de
la vida psíquica no obedecen á, alteración de las neuronas, puesto
que la corteza de los lóbulos permanece intacta, sino exclusivamen-
te á la ruptura de las relaciones entre las neuronas, á la lesióu de
las neurofibrillas. Y ¿no es ésta la prueba decisiva de que los lóbu-
los y sus neuronas no son independientes, de que los centros corti-
cales ni están separados ni son autónomos, ni extraños los unos á
los otros? Toda la vida cerebral se caracteriza por esta mutua y
armónica dependencia,: la unidad es su gran ley. El consensus üsio-
lógico de los centros es regular, constante, necesario, y ésta es la
base misma de la vida psíquica.
Pero, se dirá, ¿de dónde nace esta unidad indiscutible? ¿Cómo
basta ella para abrazar la enorme masa de las neuronas? ¿Quién
dirige este inmenso ejército? ¿Cuál es el órgano central, superior,
el centro supremo de impulsión y de dirección?
Esto es lo que los antiguos, poco familiarizados con las leyes de
la fisiología, no han cesado de preguntarse, y esto es también lo
que los materialistas actuales, tercamente obstinados en sostener
sus estrechas concepciones, preguntan todavía. Y esto ha conducido
á unos y otros á las más extravagantes hipótesis. Persuadidos de
que el organismo no es más que un grosero mecanismo, buscan por
todas partes su gran resorte. Empéñanse en descubrir un punto
del cerebro que sea superior á los demás y que esté encargado de
gobernarlos. Así, Descartes, satisfecho de haber encontrado en la
glándula pineal el centro supremo desde el cual dirigía el alma to-
dos los movimientos de la vida. Los modernos que inventan proble-
máticos centros de ideación no son más razonables ni están mejor
fundados.
¿Cómo, pues, no se llega ya á comprender que, en el incompara-
ble concierto de las neuronas, el director de orquesta es invisible,
aunque siempre está presente, y que desde lo alto dirige todos sus
instrumentos, délos cuales es á la vez principio de origen y conserva-
dor eficaz? Y en la incapacidad de darse cumplida cuenta de la uni-
dad del cerebro, ¿cómo no reconocer la existencia del principio que
esa unidad revela, decorándolo luego con el nombre que más plazca?
El alma esjñritual no es solamente la causa del pensamiento, lo
es también de nuestra sensibilidad en tosías sus formas; es, cn una
palaltra, el principio de la vida cerebral. I^a unidad que tan clara-
mente se manifiesta en el funcionamiento complejo del encéfalo re-
240 Filosofía.

clama y exige una causa, y esta causa no puede ser otra que el
alma viviente. He aquí lo que demuestra la fisiología por sus más
recientes descubrimientos, que son á la vez el más espléndido testi­
monio en pro del esplritualismo tradicional.

II

El Dr. J. Grasset, profesor de la Universidad de Montpellier, con­


sagra su último trabajo (Province médicale, 11 Noviembre, 1905) á
la difícil y muy actual cuestión de las relaciones entre la tristeza y
el llanto. «Cuando se ve, escribe, que un enfermo ZZora sin motivo y
tiene crisis de lágrimas mórbidas é injustificadas, se cree natural­
mente que aquel enfermo es un emotivo, tiene sensiblerías, ideas
tristes, es un melancólico en quien los lloros expresan una tristeza,
mórbida, sin duda, pero real. Esto es verdad en muchos casos, pero
no en todos». Nada más exacto; pero la causa del fenómeno no es la
que imagina nuestro colega, y nosotros procuraremos evidenciarla.
«Voy á presentaros en esta lección, prosigue el Dr. Grasset, una
enferma que llora á menudo, á cada paso; pero en la cual los lloros
son provocados por un movimiento del brazo ó de la pierna, por un
esfuerzo cualquiera, nunca por una idea triste. Los lloros en ella no
expresan una emoción de tristeza, ni siquiera enfermiza, ni corres­
ponden tampoco á una tristeza inicial ó anterior.
Lo que viene á completar (y es curioso) la característica de es­
tos enfermos, que son legión, es que ellos también experimentan
realmente (?) tristeza; sólo que la experimentan después de los llo­
ros, en vez de experimentarla antes, como pasa en los demás. En
ellos, los lloros j^receden á la tristeza y la p?-oüocan, mientras que en
los demás, como sucede en sujetos normales y sanos, la tristeza es
la que precede y provoca los llorosi>. Esta explicación nos parece ab­
solutamente fantástica, y veremos que los hechos no la justifican.
Echase de ver ahí la célebre teoría de Lanye, que ha dado la
vuelta á la Europa entera y que es profesada por William James,
Sergi, Georges Dumas, etc. Para estos autores los fenómenos fisio­
lógicos de expresión (circulatorios, respiratorios, motores ) no re­
sultan de la emoción, sino que son su causa y su parte esencial. Sergi
declara taxativamente que «la emoción no es otra cosa que la sen­
sación de los cambios más"*?. ínsnos profundos de las funciones de la
vida orgánica». Así, pues, si uno está triste, es poi-que llora; a.legre,
porque ríe; avergonzado, porque se sonroja, etc.
Crónica científica. 241

Lange ha hecho escuela; pero la brillante teoría del profesor de


Copenhague no ha sido aún admitida por la ciencia. No se funda en
los hechos; es tan sólo una amena paradoja. No nos entretendremos
en discutirla, puesto que en otra parte hicimos su proceso (Cfr. Fie
affective, 1900), y nos limitaremos á notar que el profesor J. Gras-
set se ha afiliado al partido de sus irreductibles adversarios en el
terreno fisiológico y normal.
Todo el mundo sabe muy bien que la mímica es el consiguiente
y no el antecedente de la emoción. Se llora, porque se está triste; se
ríe, porque se está alegre; se sonroja uno, porque tiene vergüenza,
etcétera. Pero hay más. Ninguna relación adecuada existe entre la
emoción y su expresión. ¿Por qué? Porque ambos fenómenos no se
refieren á una misma causa. La mímica es de orden exclusivamente
motor y se refiere á la vida animal. La emoción es de orden psíqui-
co, y tiene su fuente originaria en el alma espiritual. Prisionera del
cuerpo á quien anima, esta alma no es su esclava; antes, por el con-
trario, bajo la instigación de una voluntad enérgica, es capaz de
domeñar la sensibilidad afectiva, de reprimir las lágrimas, de opo-
ner al dolor una estoica impasibilidad. El Dr. Grasset mismo lo re-
conoce de buen grado ea una breve nota: «No hay que olvidar, es-
cribe, á todos aquellos que estáa tristes sia llorar y sin manifestar
exteriormeute su real emocióa. No existe á meando paralelismo al-
guno entre la intensidad de la emoción sentida y la vivacidad de la
emoción expresada». En estas condiciones es, pues, imposible subor-
dinar la emoción á la expresión. Esta última es, con toda evidencia,
la traduccióa del movimieato seasible.
Nuestro colega de Moatpellíer quiere creer que los feaómenos
tienea ua proceso inverso en el terreao patológico: la tristeza deriva
de los lloi-os, y la alegría, de la risa. Refiere la historia de una en-
ferma atacada de reblandecimiento cerebral, ea la cual los lloros
surgían á cada paso, sia la meaor causa, coa ocasióa de un movi-
miento, por ejemplo; y supoae muy gratuitameate que estos lloros
iban seguidos de tristeza. «Si en auestra eaferma, escribe, existe
alguaa relacióa catre los lloros y las ideas tristes, es una relación
inversa de la fisiológica: en ella, las ideas tristes pueden ser la conse-
cuencia de sus lloros, mica tras que ea los demás eafermos y ea las
personas aormales las ideas tristes son la causa del Ilaato.» Ea la
larga observacióa que publica auestro colega, aingúa indicio esta-
blece la existencia de ua sentimieato triste después ai antes del Ilaa-
to, y , por consiguieate, la hipótesis carece todavía de fundamento.
La oposición que él supone existir entre su enferma y el grupo
242 Filosofía.

de los acongojados, melancólicos, reblandecidos, dementes, no está


tampoco justificada. «En estos enfei'mos, escribe, el fenómeno mór-
bido es la tristeza (la alegría en otros). Pero, una vez admitida (?),
esta tristeza (ó esta alegría) mórbida, se comprende muy bien el
llanto (ó la risa), que son su consecuencia y expresión (?). Lo mismo
sucede con los hemiplégicos oi'gánicos que padecen la emotividad,
la sensiblería y que lloriquean leyendo la historia de un perro
aplastado.»
Todos estos enfermos acusan una profunda turbación de la vida
cerebral, una desorganización compleja de la mímica. Y la enferma
del Dr. Grasset debe ser incluida evidentemente en esa categoría. Su
sensibilidad está gravemente alterada; y la mímica, que normal-
mente debe ser la traducción de aquella sensibilidad, se ve reducida
al extremo de consistir tan. sólo en un espasmo convulsivo, en un tic
maquinal, sin la menor significación. Los cerebrales de semejante
tipo no tienen y a ni la inteligencia, ni la voluntad, ni la sensibilidad
afectiva que caracterizan al hombre sano y normal: son pobres au-
tómatas cuya vida es casi exclusivamente vegetativa.
Pondremos aquí punto á estas consideraciones, que hemos des-
arrollado más por extenso en dos artículos recientes de las revistas
Eludes Y Pensée Contemporaine, pues creemos que bastan para con-
vencer á nuestros lectores del error en que se incurre subordinando
la emoción á la mímica. El profesor J. Grasset, cuyo gran talento y
fecunda actividad nadie estima en más que nosotros, se ha engaña-
do por esta vez al dividir los hombres en dos grandes categorías: los
que están tristes porque lloran, y los que lloran porque están tristes.
De hecho, esta última condición es la común y la única verdadera.
El Ángel de las Escuelas nos ha legado una doctrina sólida so-
bre este punto. La escuela de Lange no nos ha propuesto más que
una hipótesis fantástica, contra la cual la ciencia ha dado y a su
voto, y que un porvenir próximo sumirá en merecido olvido.

ni

De la fisiología normal ó de la patológica á la física hay un salto


enorme. Pero lo franqueamos pronto con el Dr. Branly, que es, á un
mismo tiempo, médico de gran valía, especialista en electroterapia,
y el glorioso inventor de la telegrafía sin hilos.
Con su descubrimiento de los radio-conductores y de los tubos de
limaduras, el sabio profesor del Instituto Católico da París ha abier-
Crónica científica. 243

to el camino á, esa hermosa aplicación de la electricidad y la ha hecho


posible. Pero hay que confesarlo: el joven físico italiano, Marconi, es
quien la ha puesto en práctica y construido los primeros aparatos.
Esto le ha conquistado una popularidad inmensa, que con notoria
injusticia se escatima al genial iniciador del invento.
Mas he aquí que, por un justo retorno de la realidad misma, la
gloria vuelve resplandeciente á coronar á nuestro colega Branly,
gracias á novísimas aplicaciones de su invento, que permiten reali-
zar á gran distancia las acciones más diversas, y que van á provo-
car enorme revolución en la ciencia y las artes.
Branly había anunciado estas maravillosas aplicaciones hace y a
diez años, desde sus primeras experiencias de radio-conducción. «El
envío de un despacho por telegrafía sin hilos, escribe, se realiza,
como en la telegrafía eléctrica usual, por imantaciones sucesivas y
convenientemente espaciadas de un eleotro-imán, haciendo las ve-
ces de un manipulador que funciona á distancia el radio-conductor,
intercalado en el circuito. Pero, cowo ya lo demostré desde mis pri-
meras investigaciones, puesto que un radio-conductor sirve para
cerrar á voluntad un circuito á distancia sin necesidad de hilo, re-
sulta que no sólo podrá provocarse la imantación de un electro-
imán, sino en general cualquier otro efecto de corriente eléctrica. Por
consiguiente, si en una estación receptora contamos con un circuito
de pila convenientemente dispuesto, será posible producir toda
acción que haya sido preparada, en el instante en que la chispa de
una bobina de inducción salte en la estación transmisora. Las dos
estaciones podrán estar separadas por una distancia de 50,100, 200
kilómetros ó más, sin necesidad de hilo que las una. Esto no será y a
la telegrafía sin hilos, üino, caso de que se quiera aceptar provisio-
nalmente un término nuevo, la telemecánica sin hilos». (Grand
Jllustré, 28 Mayo 1905.)
Tal es el principio del nuevo descubrimiento. Su aplicación no
ha sido fácü; ha tropezado con graves dificultades experimentales.
Pero el Dr. Branly las ha vencido felizmente, y el aparato que ha
hecho construir y presentado á la Academia de Ciencias de París (20
Marzo 1905) responde á todas las exigencias.
«Ahora ya, dice nuestro eminente colega y amigo, en una es-
tación receptora en la cual de antemano se hayan combinado los
diversos efectos que se intenten conseguir, mi aparato, sin necesi-
dad de operario alguno y hasta sin vigilante, puede provocar me-
diante chispas que salten en una estación transmisora lejana:
í l . " Fenómenos independientes los unos de los otros: iluminación
244 Filosofía.

con lámparas de arco voltaico ó incandescentes, inflamación de


cuerpos combustibles y de fuegos artiflciales, explosión de minas,
marcha de motores eléctricos, elevación de pesos, perforación de
piezas metálicas, etc.
»2.° Fenómenos solidarios los unos de los otros; como consecuen-
cias: poner en marcha ó detener una máquina de vapor, encender
automáticamente un faro, lanzar ó detener un tren en una vía férrea,
conducir y dirigir torpederos ó submarinos sin tripulación, aerós-
tatos sin aeronautas, etc. La complicación de los mecanismos que
hayan de arrastrarse no es obstáculo.
»Si se trata de fenómenos independientes, se tendrá la facilidad
de provocarlos simultánea ó sucesivamente, en el orden que se quie-
ra, en el instante mismo que se desee producirlos; se les dejará con-
tinuar durante el tiempo que plazca; se podrá suspender su realiza-
ción en el momento preciso que se estime más ventajoso, y aun esto,
en un orden que estará siempre subordinado á la voluntad variable
de la estación transmisora.
»Si se trata de fenómenos solidarios entre sí, que deban sucederse
sin intervención arbitraria, se realizarán en el orden que les sea
conveniente, con tanta facilidad como si se les vigilase de cerca y
sin que sean de temer falsas maniobras.» (Loe. cit.)
En estas condiciones, bien se echa de ver cuan vasto, cuan desme-
surado campo de aplicación se abre á la telemecánica. En la guerra,
el manejo de los cañones, como la explosión de las minas, puede
hacerse á distancia, bajo el mando de un solo oficial, sin compro-
meter otras vidas que las de los enemigos. Para la perforación de
las montañas, tan difícil y mortífera, el avance de los túneles no
exigirá más que una dirección inteligente, puesto que las máquinas
operarán á distancia. En las fábricas, en los talleres, ¿para qué
harán falta de hoy en adelante las poleas, las correas de transmi-
sión, ni siquiera los hilos? La marcha de las máquinas, el trabajo
de los instrumentos pueden conseguirse con sólo un ligero golpe del
dedo sobre un botón, y desde lejos, á las órdenes de un jefe de ta-
ller. En las costas, gran número de faros, hoy m u y expuestos, no
tendrán que estar habitados; su iluminación y la regularidad de su
marcha se realizarán á distancia, con exactitud matemática. El
alumbrado de nuestras calles, de nuestras casas, llegará á hacerse
con una sencillez inconcebible: sin necesidad de costosos tendidos
de cables, sin personal numeroso, de una manera automática, por
orden superior. Detengámonos aquí, porque no cabe imaginar límite
alguno á las posibles aplicaciones de este novísimo invento.
Crónica científica, 24S

El mecanismo es de los más sencillos, como lo demuestra el mis-


mo inventor: «La pieza esencial del aparato es un eje cilindrico que
gira lentamente. En el modelo demostrativo la rotación se produce
por un aparato de relojería. En otro modelo más industrial que se
está terminando, la rotación se realiza por un motor eléctrico que
se pone en marcha y se detiene á distancia desde la estación trans-
misora.
>Sohre el eje van montados discos metálicos cuya circunferencia
está ensanchada por un sector, el cual se apoya, durante una frac-
ción de vuelta, contra un vastago de resorte. Cada uno de los discos
constituye un interruptor encargado de producir un fenómeno de-
terminado; por ejemplo: encender lámparas de incandescencia, po-
ner en marcha un motor eléctrico, disparar un revólver.
»Si consideramos el disco correspondiente á la iluminación de las
lámparas, se ve que, durante un tercio de la rotación del eje, el
disco cierra un circuito de pila, el cual contiene un radio-conductor
y las lámparas de incandescencia. Durante ese tercio de vuelta es
cuando el ensanchamiento del disco obliga á ceder al vastago de
resorte, y solamente en ese lapso de tiempo es cuando una chispa,
que salta en la estación transmisora, obra sobre el radio-conductor
y determina la iluminación. Esta iluminación cesará tan pronto
como se haga saltar otra chispa en la estación transmisora, tras de
un número de vueltas cualquiera, en el momento en que el disco se
apoyo de nuevo contra el vastago de resorte. En los intervalos, du-
rante los cuales se puede provocar la iluminación de las lámparas,
no es posible que se produzca ningún otro efecto, porque los circuitos
están cortados». (Loe. cit.)
Una sola objeción cabe hacer á la telemecánica, y bastante
grave por cierto. Si en la estación receptora no se encuentra persona
humana, ¿cómo asegurarse de que la transmisión se ha verificado,
que los anunciados efectos se han producido? El Dr. Branly no ha
dejado de ver el problema, y lo ha resuelto con toda felicidad, como
vamos á observar.
«Es indispensable, escribe, que el empleado de la estación
transmisora se entere con toda precisión de los intervalos de tiempo
durante los cuales es dueño de obrar sobre tal ó cual fenómeno. La
indicación le será comunicada por un radio-telegrama, que recibirá
en su estación, y enviado por un telégrafo automático sin hilos.
Esta telegrafía se realiza mediante un disco especial que va arras-
trado también por el eje de rotación.
»E1 radio-conductor que funciona como órgano esencial en la es-
246 Filosofía.

tacióü receptora, para cerrar sucesivamente cada uno de los circui-


tos cuando una chispa salta en la estación transmisora, debe estar
protegido contra las chispas indicadoras del telégrafo automático.
A este efecto, v a encerrado con sus accesorios en una caja metálica.
j>¿Cómo saber si el efecto que se ha querido producir se ha reali-
zado efectivamente? La comprobación se verifica mediante un nuevo
disco de diente único para cada fenómeno. Este disco especial cierra
el circuito de la bobina de inducción del telégrafo automático una
vez en cada vuelta del eje, mientras dura el fenómeno al cual el
disco se refiere. De aquí resulta, en la cinta del telégrafo de la esta-
ción transmisora, una señal.
»Para multiplicar los fenómenos producidos en la estación recep-
tora, conservando empero una suficiente duración para las manio-
bras de la estación transmisora, se aumenta el radio de los discos
interruptores y se disminuye la velocidad de la rotación.»
Nuestro autor formida una conclusión que es demasiado decisi-
va, demasiado fecunda en brillantes promesas, para que no la con-
signemos aqm': «Estamos, pues, y a en condiciones de realizar á dis-
tancia, sin vigüancia alguna en la estación receptora, cualquier
acción que se desee, con una seguridad absoluta, por compleja que
pueda parecer en las condiciones de funcionamiento en que se prac-
tica la telegrafía sin hilos. El camino está abierto para las aplica-
ciones.»
Esperando estas aplicaciones, que no podrán tardar en surgir,
nuestro deber es saludar con reconocimiento al que las ha hecho
posibles, á ese Branly que honra magníficamente á la ciencia y á la
fe, y que todavía espera su asiento en la Academia de Ciencias de
París, porque es profesor en el Instituto Católico de la capital de
Francia. H a y que tener lástima de los sectarios y proscriptores que
no se desarman ante la ciencia, pero que no impedirán que Branly
alcance la gloria de la inmortalidad.
DR. SURBLED.
París, Enero 1906.
NOTAS

Algunas recientes publicaciones españolas sobrg la filosofía árab?.

En la Revista Contemporánea (CXXIX, 4) ha aparecido iin artículo j


titulado Xa concepción filosófica arábigo-española, que firma Mariano
Amador, catedrático de la Universidad de Salamanca. No es ésta la
primera vez que el Sr. Amador ha dado á luz trabajos de índole históri-
ca: en la misma Revista Contemporánea (Febrero 1902) publicó uno ti-
tidado La concepción filosófica en la India, del cual, y de los procedí- j
mientes literarios de su autor, di somera cuenta en la Revista de Aragón \
(Abril 1902), sólo para prevenir á los lectores evitándoles que perdiesen •
el tiempo con la lectura de un articulo que era flagrante copia literal de !
las 55 primeras páginas de la Historia de la FUosofia, del P. Zeferino 1
González (Madrid, 1878, tomo I). |
El Sr. Amador no ha querido, sin embargo, cambiar de procedimiento .
en la factura de sus artículos. Cree, sin duda, que el público no se entera ,
de plagios tamaños, y por eso no ha vacilado en dar á luz otra vez como |
suyas treinta y tantas páginas de la misma Historia del cardenal Gon-1
zález (tomo II, 366-395 y 416-421), que tratan de la filosofía de los árabes i
y de su influencia en la Escolástica. Las ligerísimas alteraciones que in- |
troduce en ol texto no son bastantes á despistar al lector, tratándose de '\
un libro tan vulgarizado entre nosotros como el del docto dominico. •
— Con cierta preocupación favorable hemos leído en la revista Nuestro \
Tiempo (Noviembre 10, 1905) el artículo titulado La filosofía de los ara-'
bes en España, porque de su autor, Jaime Gres, muerto ya hace más da ]
veinte años, nos dice el editor que, de no haberse malogrado, «habría sido, \
como su condiscípulo Menéndez y Pslayo, una eminencia del pensamien- \
to español». Su lectura, á pesar de todo, nos ha producido gran desen-1
canto. Trátase de un discurso académico, relleno de los tan vulgares tó- '
picos sobre la superioridad de la civilización arábiga, pero exagerados ;
hasta un extremo verdaderamente risible por la ignorancia que revelan ;
del asunto.
Toda la erudición superficial y pedante de que el autor hace gala i
es de quinta ó sexta mano, en este punto concreto de la influencia de la I
cultura arábiga sobre la cristiana: baste consignar que la mayor parte i
de BUS afirmaciones se inspiran en aquel morboso romanticismo arabófilo •
248 Filosofía.

de nuestros enciclopedistas del siglo xviii, uno de cuyos últimos ecos es


la Historia de la filosofía universal, por D. Sebastián Quintana (Madrid,
1840, dos volúmenes); en sus páginas tropieza uno á cada paso con pere-
grinas tesis, que al tiempo en que se escribieron eran excusables, pero
no veintiséis años después. Noticia de los trabajos de Munck y Renán
«obre la ñlosofla arábigo-española parece si tener alguna Gres, pero tan
trastornada y mal digerida por culpa de sus preocupaciones pseudohe-
gelianas de filosofía de la historia, que, francamente, habría sido prefe-
rible para la buena memoria del joven condiscípulo de Menéndez y Pe-
layo no haber dado á la publicidad un trabajo que su propio autor, do
viTlr á estas fechas, hubiera corregido en mucho, si no inutilizado total-
mente.
— La revista Sophia, órgano del teosofismo español, inserta en sus últi-
mos números (Septiembre 1905 á Enero 1906) una serie de artículos bajo
el titulo «Algazel, El preservativo del error», quo son versión castellana
del célebre opúsculo autobiográfico de Algazel, Almónquid, tan intere-
sante para conocer la formación psicológica de su complicado espíritu
místico, y, por otra parte, para estudiar la relación estrocha que existe
entre la apologética algazeliana (esquematizada en este opúsculo) y el
Pugio fidei, del dominico catalán Raymundo Martín. El autor do esta
versión, Sr. Urbano, asegura haberla hecho directamente del original
árabe; pero no consigna, y es lástima, la edición sobre la cual ha reali-
zado su trabajo; porque no puede ignorar el Sr. Urbano que, además de
la princeps de Schemolders (apud Essai sur les écoles philosophiques chez
les Árabes, París, 1842), existen otras más recientes, dadas á luz por las
prensas de El Cairo en 1309 de la hégira (1891 de J. C.) y en 1316 (1898), al
margen, esta última, del apocalíptico libro sufi Alinsán alcdmil del Chi-
laní (tomo II, págs. 2-50). Esta negligencia, cardinalísima en un traduc-
tor, nos ha hecho sospechar si el Sr. Urbano habriase servido, para su
versión directa, de la francesa de Schemolders que acompaña á la dicha
edición princeps, y muy pronto sus transcripciones francesas de las vo-
ces arábigas han venido á confirmar plenamente nuestras sospechas. No
censuramos que el Sr. Urbano haya puesto á contribución para su traba-
jo la versión francesa do Schemolders, ni tampoco que haya copiado lite-j
raímente largos pasajes de la versión castellana del Almónquid insertos!
en la obra Algazel, Dogmática, moral, ascética, de M. Asín (Zaragoza,
1901, págs. 129-134,149-150,154-157,161-168 et alibipassim); pero, puesto
á dar una versión total del famoso opúsculo, y no conociendo el árabe
como evidentemente aparece, habría sido más honroso para el autor ci-
tar lealmente las fuentes europeas que utilizaba, y más útil para los lec-
tores que, por otra parte, tienen también derecho á que no se sorprenda
su bueno fe; porque aun ignorando el árabe, hubiese podido hacer el
Sr. Urbano labor útilísima, si además de la versión francesa de Sche-
molders hubiera empleado la de Barbier de Meynard (Journal Asiati-
que, VII, 9, pág. 5 y siguientes), que, hecha sobre una versión turca, co:
Notas. 249
rrige aquélla en más d© un pasaje. Anuncia el Sr. urbano que seguirá
publicando en Sophia versión castellana de otros libros de Algazel, como
el Almadnún; pero estamos seguros que no hará otra cosa sino reprodu-
cir la que ya existe como apéndice al citado libro Algazd, Dogmática,
etcétera., págs. 619-m

La enseñanza de la filosofía en las Universidades

de lengua francesa (1905-1906).

La Rev. de Phüos. (Diciembre 1905 y Enero 1906) y la Rev. Néo-


Scolast. (Noviembre 1905) insertan el programa de los cursos académicos
de filosofía para el presente año en las Universidades francesas, belgas y
suizas. De su lectura se saca la penosa impresión que produce el duro
contraste entre la forma especializada y analítica que reviste l.i ense-
ñanza en aquellas escuelas y nuestro rutinario modo de concebir la filo-
sofía como un bloque acabado y definitivo que hay que transmitir á los
alumnos tal cual está confeccionado. Allí, la investigación de problemas
concretos dentro de cada rama de la enciclopedia filosófica. Aqui, la re-
petición memorista del mismo libro todos los años, al cual se pretende
hacer pasar por catecismo infalible de los dogmas de la escuela ó sistema
que el profesor defiende. El estudio de la historia de la filosofía organi-
zase allí por medio de seminarios de investigación ó por cursos exposi-
tivos de una edad tan sólo y hasta de un problema particular. Aquí lo
entendemos de otra manera: en un solo curso nos hacemos la ilusión de
poder explicar la evolución total del 'pensamiento humano, desde Tales
milesio hasta las más recientes manifestaciones del neo-kantismo. Conce-
bimos la psicología experimental sin laboratorios, porque para nada
habrían de servir á los alumnos que han de estudiarla sin preparación
obligada en ciencias naturales. Por la misma sinrazón es explicable un
curso de antropología á quienes oficialmente se exige que estén ayunos
de toda instrucción científica. Y no seguimos; el lector encontrará segu-
ramente motivo para análogas reflexiones en la sugestiva informacióiij
que seguidamente copiamos. 1

Sorbona.—SÉAiLLES: Los métodos filosóficos y la idea de Dios.—Bvio-


OHARD: El neoplatonismo alejandrino.—LÉVT-BRUHL: La filosofía de
Descartes.—DuRTíEiM. La educación intelectual.—lixuEi,is: La filosofía
ante-socrática.—RKVK: Moral social.—EGGBR: Las sensaciones y las imá-
genes, los sentimientos, la inteligencia.—L,K-LA.-ÑV,W. Lógica y metodología
de las ciencias; método experimental; idem de las ciencias físicas, bio-
''jicas y morales.—ÍDEM: Los sentimientos y la acítuidad. —DBLBOS:
istoria de la filosofía moderna.—BÜMAS: Psicología experimental.
Colegio de Francia,—JANBT ( P . ) : Las modificaciones del campo de la
250 filosofía.

tonciencia en las neurosis histéricas.—COVIVILAT: Historia de la lógica


formal moderna.
Escuela práctica de estudios superiores.—SOÜRT: Historia de las doctri-
nas contemporáneas de psicología fisiológica.
Instituto Católico de París.—BÜLLIOT: Fundamentos metafísicas de la
ciencia.—BAUDIN: Explicación de los <Analiticosi de Aristóteles. El pro-
blema de la certeza.—PEILLAÜBH: La abstracción y el desenvolvimiento de
la inteligencia. Papel del sentimiento en el conocimiento. Explicación de
los dos primeros libros del «De Animan.—SBRTILLANGBS: Comentarios
de la 1.a 2.<i« de Sto. Tomás. La moral individual. Los fundamentos de
la moral.—'PiAi: El bien moral .según Platón. La política de Platón.—
R o u s s E L O T : E'onética experimental: medios de fijar el fenómeno de la
palabra. Evolución del lenguaje. Cuestiones de origen.
Aix-Marseille.—RÜYSSKN: Los psicólogos de lengua inglesa contempo-
ráneos.
Besancon.—COLSENET: Filosofía dogmática. Psicología. Período ante-
socrático. Descartes moralista.
Bordeaux.—RICHARD: Los ocho primeros libros de <L'Esprit des lois.'
Clermont.—JOTAU: Historia de la filosofía en Francia desde los oríge-
nes al siglo XII. Teoría del conocimiento. La filosofía en el Extremo
Oriente.
Grenoble.—DÜMBSNIL: La novela filosófica. La sofistica antigua y mo-
derna.
Lllle.—PENJON: La evolución de las ideas morales en Grecia.—L^va
VRB: La conciencia, la conservación y la elaboración del conocimiento.—
DBHOVB: Cuestiones selectas de historia de la filosofía.
U y o n . — B i í R T R A N D : El equívoco y la paradoja en la moral contempo-
ránea.—lumv. El problema de la ¿7iírospecc¿Ó7i.—(Facultad católica).—
ELIE-BLANC: Histoi'ia de la filosofía contemporánea, y j) articular mente
de las doctrinas morales.
Montpelller.—MILHAUD: La obra científica de Descartes.—DBLACROIX:
Estudio psicológico del misticismo cristiano.
Poitiers. -MAÜXION: Las emociones.
, Rennes.—BOURDON: Mementos de psicología. La vista.
Toulouse (Facultad católica).—MAISONNBUVE: Principios y fundamen-
tos de la moral.—BÁYhAO: El agnosticismo contemporáneo.—MICHBLBT:
El evolucionismo en moral.
Bruxelles.—DwBLSHAUVERS: Síntesis mental.
Llfege.—MBETJBN: Historia de la filosofía antigua.
Notas. 2SÍ '
Louvaln.—DE WULP: Historia de la filosofía antigua y medieval. Hi.%- i
toria del agustinianismo.—D. N T S : La química y la introducción á la
cosmología.—CAVCHITS: Método de eurística y de critica histórica.—¡
THIÍ!I>,T: Comentario del ^De Animan deSa^ito Tomás, Lapsico-física.—
LAUTSHBHRT!: La filosofía moderna.—PASQUIER: Las hipótesis cosmogó-
nicas.—VAN OVEKBERGH: El socialismo contemporáiieo.-TPOIUÍTST: Ex-
posición científica del dogma católico.—MBRCIBR: La critcriología.
Gand.—VAN BIBRVIKLT: Nociones de la psicología experimental.— \
HOFFMANN: Historia de la pedagogía desde el Renacimiento á nuestros \
dias.
Genéve.—GouRT>: Filosofía de la Edad Media y del siglo XVII. Filoso- i
fia de la religión.—A. NAVILLB: Teoría de la ciencia. Clasificación gene- \
ral de las ciencias. Sistema de las ciencias sociales. - FLOURNOY: Psicolo- \
gia experimental. Discusiones psicológicas.—DUPROIX: La educación y \
la enseñanza entre los anglosajones y en los países de lengua francesa.— \
WARIN: Sistemas políticos desde la Reforma á la Revolución francesa.—
CLAPAUBDE: Psicología criminal.—KOZLOWSKI: Historia filosófica de las
ciencias naturales.
Lausanne.—MILLIOÜD: Historia de la filosofía antigua. í
í
Neuchátel.—BOVBT: La filosofía moderna antes de \Kant. Explicación i
de Schopenhauer. Experiencias sobre la ideación. ,

Revistas nuevas.

Anunciase la aparición próxima de las dos siguientes: La Revue du


mois (París, Bvd. St. Germain, 174), que contendrá, á más de una cró-
nica, seis artículos cada número sobre temas científicos, sin excluir los
de filosofía. Entre los que de esta índole ofrecen publicarse en los prime-
ros números, notamos algunos de interés: DW^BLSHAUWBRS: Les méthodes
en psychologie. PEERIBR: L'hérédité des altitudes et la formationdes
types organiques. PERRIN: La discontinuité de la matiére. J . TANNBRT:
Vadaptation de la pensée. El volumen de cada fascículo será 128 páginas
in-8.°, y el precio de suscripción 25 francos al año para los países de
Unión postal.
The Journal of abnormal Psychology habrá aparecido en Boston
(Birchard and C.°) el 1.° de Enero del corriente año, dirigida por Morton
Prince y Boris Sidie. Es bimensual.
2S2 Filosofía.

Necrología.

La Itev. Thomiste (Diciembre 1905) trae la noticia de la muerte


del célebre historiador de la filosofía y medievista P. E. Denifle, acae-
cida en Munich el 10 de Junio de 1905. Los principales servicios presta-
dos á la ciencia por el insigne dominico austríaco han sido sus estudios
sobre la mística de la Edad Media (Da.<i Geistlicht Leben, Gratz, 1873),
especialmente rectificando tradicionales errores en la interpretación del
pensamiento de Suso, Tauler y Eckart, á quienes se había atribuido un
panteísmo vulgar (Archiv filr Litteratit,r und Kirchengeschichte des
Mittelálters). En este periódico, fundado y dirigido por él y Ehrle du-
rante cinco años (1885-190Ü), han aparecido trabajos de enorme interés
para la historia de la Escolástica. Pero las obras más importantes do
Denifle, bajo esto concepto, han sido las tituladas Die Universitüten
des Mittelálters (Berlín, 1885) y Chartularium Uniuersitatis Parisiensis
(París, 1889 á 1897), que atesoran copiosos materiales parala investiga-
ción de la historia filosófica de los siglos xiii y xiv; con ellos ha podido
dos años después publicar Mandonnet su monografía, tan celebrada, so-
bre el averroísmo latino on la Universidad de París. Denifle había sido
profesor de filosofía en Gratz (1870 1880) y subarchlvero do la Santa
Sedo desde esta última fecha.
— Cuatro días después que Denifle (Junio, 14, 1905) fallecía en Neuilly-
en-Thelle el director de los Annales de Philosophie Chrétienne, Charles
Denis. Autor de bastantes obras de filosofía religiosa (Esquisse d'une
apologie philosophique du Christianisme, La critique irréligieuse de
E. Renán, etc.), distinguióse por su intervención constante en las polé-
micas de esta índole que en nuestros días agitan al clero francés, sobre
todo en la cuestión Loisy. Bajo su dirección, los Annales fueron el órga-
no de un movimiento espiritualista cristiano, independiente de la Esco-
lástica, contra algunas de cuyas hipótesis formuló severas críticas. Ha
muerto dejando sin terminar un estudio sobre las Categorías, á cuya pre-
paración había dedicado largas vigilias.
— Otro espiritualista cristiano, Amédée de Margerie, ha muerto tam-
bién recientemente (Septiembre, 24, .1905). Profesor oficial en la Facul-
tad de Letras de Nancy desde 1856, pasó á organizar la Facultad católi-
ca de Letras de Lille en 1875, de la cual ha sido profesor y decano hasta
1900. Continuador de la tradición ecléctica en Francia, su mentalidad se
aproximó bastante á la de OUé-Laprune y Fonsegrive, si bien matizada
bastante por el neo-tomismo á partir de la Eucicllca Aeterni Patris. Sus
obras más importantes son Théodicée (3." edic. 1874) y Philosophie con-
temporaine (1870),
Notas. 253

análisis de Revistas.

La Ciudad de Dios (20 Enero 1906).—A. R. DB PK.\DA: La creación


del tnundo, según San Agustín, intérprete del Génesis. Estudio sintéti-
co de los pasajes del De Genesi ad litteram que ponen de relieve las
ideas de San Agustín sobre el origen del mundo, cotejadas con los pro-
blemas cosmogónicos y geológicos que la ciencia moderna agita. En este
primer artículo, el autor sólo hace planear su estudio.—B. FHRNÁN--
DBz: D. Fr. Bernardo Oliver. Memoria biobibliográüca de este escri-
tor agustino del siglo xiii, una do cuyas obras místicas, Excitatorium
mentís ad Deum, va á ser publicada, traducida al castellano, por el
articulista.
Razón y Fe (Enero 1906).—L. MURILLO: La inspiración de la Biblia.
Apología de la doctrina conservadora y rígida que extiende la inspira-
ción divina á cada cláusula escrita del texto sagrado. El autor apóyase
en el análisis de los tres elementos que integran la inspiración: autor
(Dios), sujeto (escritor) y término (escrito), para coincidir e n sus solu-
ciones con las de la escuela tradicional.—E. UGARTE DB ERCILLA: En
dirección á la psicología experimental. Bosquejo histórico del origen'de
ésta, para concluir que sus éxitos futuros dependerán exclusivamente de
su alianza con la psicología escolástica. El autor ofrece historiar, en ar-
tículos sucesivos, la evolución de esta ciencia en Alemania, Estados Uni-
dos de América y España.
Revue Bénédictine (Enero 1906).—D. P . DE MBBSTBR: Etudes sur la
théologie orthodoxe. Primer articulo de una serie consagrada á exponer
las teorías de los teólogos de la Iglesia griega (griegos, eslavos y ruma-
nos) sobre las principales cuestiones del dogma y moral católicos. Sobre
este mismo tema de actualidad publica un boletín en Roma la Rivista
storico-critica delle scienze teologiche, y on Praga aparece, desde 190.5, la
revista latina Slavoi-um litterae theologicae, con el fin de vulgarizar en
la Europa occidental el pensamiento religioso del Oriente cristiano cismá-
tico, que es más rico, en interpretaciones filosóficas del dogma, de lo que
algunos creen. El autor se limita á estudiar en este artículo la doctrina
de la Iglesia ortodoxa sobre las fuentes y evolución del dogma, con do-
cumentación de primera mano.—D. R. PKOOST: La Somme théologique de
Duns Scot. Articulo crítico de la edición última (Roma, Desclée-Lef eb-
vre, 1902, 6 vol. in-8.", 40 fr.) do la Summa del Doctor Subtilis. El autor
señala también los puntos principales de discrepancia entre el escotismo
y tomismo.
Revue de Philosophie (Enero 1906).—E. BOUTROUX: L'experíence reli-
gieuse selon M. William James. Síntesis clarísima y muy metódica de
las cuestiones cardinales que plantea y resuelve el libro de James Tíie
2S4 FUosofia.
varieties of religious eoaperience, cuya versión francesa, por M. Frauk
Abauzit, lleva como prefacio el presente articulo de Boutroux.—V. DBL-
Bos: Léon Ollé-Laprune et son enseignement a l'Ecole Nórmale. Intere-
sante bosquejo biográfico de este espiritualista cristiano para poner de
relieve sus dotes de maestro en la Escuela Normal, durante los veinte
años de su profesión. Este articulo sirvo de prólogo á una edición próxi-
ma del libro postumo de Ollé-Laprune, La raison et le rationalisme.—A.
EYMIEU: Comment l'idée incline á l'acte. Inspirándose en las teorías bio-
lógicas de Renaut, el autor explica el mecanismo de los actos conscien-
tes y de los lefiejos ó semi-reflejos por la huella que la idea deja en las
neuronas, ó sea por lo que Renaut llama memoria celular.
Revue Néo-Scolastique (Noviembre 1905).—S. DEPLOIGE: Le conflit de
la morale et de la sociologie. Critica de las doctrinas de Durkhelm y Lévy-
Brühl, acerca de la incompatibilidad de la ética con la sociología. Eu
este artlcido limitase el autor á exponer los defectos que los sociólogos
achacan á todos los sistemas de filosofía moral, inductivos y deductivos,
que habrán de ser sustituidos en un porvenir lejano por el arte racional
de aplicar á la mejora de las instituciones y costumbres las leyes so-
ciológicas.—E. JANSSENS: Un pirohleme ^pascalien». Le plan de l'Apolo-
gie, Intento de reconstrucción parcial del plan, conforme al que Pascal
debió proponerse escribir su Apología dal tristiunismo. El autor, apoyado
siempre en el texto de los Pensamientos, llega con reservas á construir
el cuadro sinóptico de ese plan. Estudio sólido y documentado.— F . VAN
CAUWBLABRT: Quelques théories contemporaines sur les rapports de
l'ame et du corps. El autor atribuye al fracaso del materialismo metafl-
síco el origen de las doctrinas del paralelismo, cuya tesis esencial niega
toda dependencia causativa entre los fenómenos físicos y sus correspon-
dientes psíquicos. A esta ¡dea general reduce las teorías alemanas de
Wundt, Muensterberg, Paulsen y Busse. Otras, como la de Mach y
Ostwald, niegan hasta la posibilidad de la interacción del espíritu y el
cuerpo, porque no podemos conocer más que fenómenos psíquicos ó cons-
cientes; la realidad única es lo psíquico.
Revue Pliilosophique (Enero 19U6).—B. BOURDON: L'effort. Estudio de
síntesis sobre las explicaciones que del esfuerzo físico, emocional, inte-
lectual y moral dan los fisiólogos (Wertheimer, Longet, Le Dentu, etc.)
y los psicólogos (W, James, Weber, Bergson, Ribot, Fouillóe). El autor
pretende reducir todo esfuerzo al puramente muscular, real ó represen-
tado. Contra algunos filósofos (Biran, Bain) niega que el esfuerzo pro-
duzca en el espíritu la distinción del yo y el no yo.—ROQUES DBFÜRSAC:
L'avarice: cssai de psychologie morbide (l.'r article). Descripción de los
o l e u i c u t o B psíquicos (conocimiento, imaginación, juicio, sentimientos al-
truistas) que caracterizan esta pasión, considerada patológicamente
como una anomalía del espíritu, consistente en un amor exagerado de
la propiedad por sí misma. El autor se sirve de sus observaciones clíni-
Notas. 2SS
cas directas y de las descripciones de novelistas y autores cómicos
En articules sucesivos promete acabar el análisis de los restantes ele-
mentos (sentimientos egoístas, voluntad, actos, conducta) é investigar
los determinantes y mecanismo de esta pasión.—G. PKÉVOST: La religión
du doute. Utopia paradógica que pretende fundar una religión, con mo-
ral y sanción, sobre la duda dogmática, para suplir las religiones positi-
vas. Ingenioso, pero sin precisión técnica, su autor parece creer aún en
el monismo materialista da Büchner, como articulo de fe científica.
Revue de Synthése historique (Junio-Octubre 1905).—P. HBRMANT: Les
fnystiques; étudepsychologique et sociale. Monografía sintética en la cual,
con una erudición enorme, aunque sobria, se establece una identidad
profunda entre las manifestaciones del misticismo de toda época y de
toda raza, identidad que se revela en este hecho comiin: el ideal místico
es un factor noniial de la evolución social; pero, llevado á su colmo, es
irroalizable en la vida. El autor apoya sus interesantes, y casi siempre
Justas, afirmaciones con textos escogidos de los escritores místicos de
toda procedencia, asi católicos (especialmente españoles, Santa Teresa,
María de Agreda, Raimundo Sabiude, San Juan de la Cruz, Pr. Luis de
León), como heterodoxos y pertenecientes á otras religiones (alejandri-
nos, judíos, chinos, musulmanes, indios, etc.). La parte más origin.al de
esta investigación es la en que se intenta descubrir una filiación mística
en todas las utopias sociales y socialistas, desde el Renacimiento (Savo-
uarola, Moro, Campanella) hasta nuestros días (Saint Simón, Fourier,
Pecqueur, Leroux, Spencer, etc.).
Revue Thomiste (Diciembre 1905).—R. P . HUQUBNY: L'éveil du sens
moral. Comentario de la doctrina psicológico-moral de Santo Tomás so-
bre la responsabilidad del niño tan pronto como alcanza el uso de la ra-
zón, sea bautizado ó infiel (Summ. theoL, I.a Il.ao, q. 86, a. 6). El autor
se limita, en este primer articulo, á exponer las opiniones de los teólogos
adversarios do la tomista (Alejandro de Hales, San Buenaventura, Váz-
quez, Valencia, Suároz) ó que la han interpretado laxamente (Soto, Ca-
yetano, Vega, Medina, Cano, Salmaticonsos, etc.), para terminar con
un análisis psicológico de la evolución del sentimiento moral en el niño,
como premisa de la solución del problema, que se reserva para el próxi-
mo número.—TH. M . PEGUES: Une conversión due á Capreolus. Análisis
de la obra de J. Ude, Doctrina Capreoli (Graecii, 1905), con ol fln do de-
mostrar que este teólogo debe ser considerado como tomista y no comomo-
linista.—K. P. HUGON: La nécessité de la grüce pour observar la loi natu-
relle. Comentarlo da la doctrina tomista sobre la necesidad de la gracia
contra los errores pelagianos del naturalismo contemporáneo.
Rivista Filosófica (Septiembre-Octubre 1905).—E. JUVALTA: Per una
seienza normativa moróle. Posibilidad y legitimidad do la ética como
ciencia y como principio de obligación, siempre (lue se admita como
postulado un imperativo categórico. Apología del neo-kantismo contra^
256 ' Filosofía.

el escepticismo de los sociólogos en este problema.—G. BONFIGLIOLI: La


psicología di Tertulliano nei suoi rapporti colla psicología stoica. Inves­
tigación histórica perfectamente documentada, de capital interés para
el estudio de los orígenes de la filosofía cristiana y sus relaciones con la
pagana.—A. PAGANO: Vicende del termine e del concetto dilegge nella
filosofía naturale. Estudio histórico-critico de la evolución semántica de
la palabra lex y sus sinónimas. El autor distingue tres fases en la evo­
lución del concepto: 1.", ley ética; 2.", ley física eficiente, por predeter­
minación necesaria, del orden cósmico; 3.", ley física, pero identificada
con la sucesión invariable y constante de los fenómenos naturales.—
S. MoNTANBLLi: R mcccunísmo delle emozioni. A propósito de la reciente
obra de P. Sollier, Le mécanisme des émotions (París, Alean, 1905), e l j
autor rechaza, como simpliste y afilosófica, la interpretación ultrafisio-1
lógica de los fenómenos psíquicos que quiere reducir la ciencia del alma
i un mero capítulo de la biología y, aún más, de la física.
Jahrbuch für Philosophie und spekulative Theologle ( X X , 2).—M. Gnos-
ZNBR: W. von Humboldts Sprachwissenschaft ín íhrem Verháltnis zu den
philosophiscJien Systemen seiner Zeit. Estudio de la infiuencia que ejer­
cieron los sistemas filosóficos contemporáneos de Humboldt en la génesis
de sus ideas sobre la ciencia del lenguaje. — G . GUAF: Philosophisch-
theologische Schriften des Paulas Al-Ráhib, Bischofs von Sidon. Traduc­
ción de algunas obras árabes de un teólogo cristiano del rito griego-mel-
.quita del siglo xiii, escritas en defensa del dogma católico contra los
musulmanes. Interesa para la historia de la teología polémica medieval.
' M. A. P.
SUMARIO DE REVISTAS

Annales de Philosophie Chrétieniie. A g o s t o - S e p t . i e t n b i e , 1 9 0 ú : ¡\BbÉ J. MAR-


TIN, La critique hiblique chez Origéne.— *** La Religión d'Israel. II.—
A i i B í ; O. HABKRT, Le doute cai-tésien.—F. (ÍIRERU, IJC miravle est il es-
sentiellement surnaturelf—A. LECLÉRE, Le mysticisme catholique et
l'áme de Dante. VII.—JOSEPH LEBLANO, Z-a théologie de Tertullien a -pro-
pos de quelques livres récents.—li. GUYOT, Essai de philosophie genéra-
le. U.—Discussions, Bihliographie etc.
—Octubre, 190.5: L A EÉDACTION, Notre Programme.—l.. BIROT, I^e
role de la philo.wphie reiigieuse au temps présent.—P. DUHEM, Physique
de rroyanf.—F. MAÍ.I.ET, L'oeuvre du Cardinal Dechamps et la méthode
de l'Apologétique.—Bihliographie, Revue des reimes etc.
Journal de Psychologie nórmale et pathologique. N o v i e m b r e Dieieiubre
1 9 0 5 . — D R . L . LAURBNT, Des procedes des liseurs de pensées.—l')\\. MASSE-
i.ON, Les réactions af/'ectives et l'origine de la douleur morale. —Dvcioii
ÍCANHEIMER-GoMMEZ, Ereuthose émotive conjonctivale.—Bibliagraphie.
Revue de Métaphysique et de !íora;e.—L. BRUNSCHWJCG, Spinoza et ses
contemporains.—G. DWEI.HIAUVEUS, De l'individuante, dialogue plUlo-
sophique. ~ G . BBLOT, Enquéte d'une morale positive.—Étudex critiques:
(;. IIÉMON, «/vO vraie religión selon PascoU de M. Sully-Priidliomme.—
Questions pratiques: M. BERNÉS, L'éducation reiigieuse de l'enfant.
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L . WEBBR, La morale d'Epictéte et les besoinsprésentsdel'enseignement
moral.—G. SOREL, Les préoccupations métapliysiques despJiysiciens mo-
dernes.—M. IlAr.nwAOiis, Remarques sur la position du probléme socio-
logique des classes.—Discussions: B. RUSSELI., Sur la relation des matlit-
matiques á la logislique avec une note de M. Whitehead. - Questions pra-
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optische TtiuscJiungen.—BoTTi LUIGI, Ein Beitrag zur Kenntnis der va-
riaheln geometrischoptischen Streckentduschungen.—G. STOHRING, EX-
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chichte Georg Berkcley's.—Jahresbericht etc.
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Philosophie Lotzes.—U. SALIKGEU, Kants Aniinomien und Zenons Be-
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auf dem Gebiete der Gesch. der Philosophie.
Archiv für Systematische Philosophie.—Georg Reimer, Lützowstr. 1 0 7 ,
Berlín.—Bd. X I . H . 3 , — H . LBSCR, Ueber die Moglichkeit der Betrachtung
von unten und von oben in der Kulturphilosophie.—ADOLF MÍJLLER,
Quellen und Ziele sittlicher Entivickelung.—Dví. J. J. HOFFMANN, Exakte
Darstellung aller ürteile und Schlüsse.—HBRMANN PLANCK, Das Problem
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herin ilber den Unterschied von Wesenheit u. Dasein.—G. HOLTUM, Die
Scholastische Philosophie in ihrem Verhaltniss zu Wissenschaft, Philoso­
phie u. Theologie mit besonderer Berucksichtigung der modernen Zeit.—
J. ScHMiDLiN, Die Philosophie Ottos von Freising {Schluss).—A. DYROFF,
Selbstbewusstsein.—Rezensionen u. Beferate, etc.
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PBRCY HUGHES, Dr. Bush's Definition of Consciousness.—Reviews and
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The Phllosophical Review. Vol. XIV. N" 6, Noviembre 1 9 0 5 . - W . M .


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J . - A . LBIGHTON, The P.iychological Self and the Actual Per.wnality. —
B . H . BODE, The Concept of Puré Experience.—Q.ll. SABINH, Discus
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Notices of Neiu Books.—Summaries of Articles.—Notes.

The Psychological Review. Vol. XII. N° 6, Noviembre 1 9 0 5 . — J . - H . LBU-


BA and W . HYDB, An Experiment on I^earning to Malee Hand Move-
m e n í s . — G . M . PARKER, A Study ofthe Motor Phenomena in Chorea.—
G.-M. FERNALD, The Effect ofthe Brightness of Background on the Ex-
tent of the Color-fields and on the Color-tone in Periplieral Vision.

Libros recientes.!

ADOLPHU LANDRY.—Principes cZe morale rationnelle. Un vol. in-8°


de x-i-278 pp. Alean, Paris, 190G.

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Science et Religión. Bloud, Paris, 1906.
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JACQÜBS LAMINNB.—¿'umuers d'aprés Hceckel. Un vol. in-12 de 59 pp.
Collection Science et Religión. Bloud, Paris, 1906.
G. MICHBLBT.—Afaine de Biran. Un vol. in-16 de LV-^203 pp. Bloud,
París, 1906.
CHARLES RBNOUVIBR.—Crt^tgue de la Doctrine de Kant. Un vol. in 8 *
de 440 pp. Alean, Paris, 1906.
TITCHBNER.—í^ccperimeníaí Psychology: Quantitative. 2 vol. in-S",
Macmillan, New-York, London.
NEARL.—Psychology of Beauty. Iu-12, Boston, Houghton Mifflin
ana C .
El divorcio sueco-noruego.

Elección del tema.

El aspecto de la política universal al comenzar el año 1906,


es t a n animado como poco tranquilizador. Acaba de mostrar-
nos la experiencia, que las corrientes pacifistas, las declama-
ciones más ó menos sinceras y elocuentes en pro de la frater-
nidad h u m a n a , las instituciones y Tribunales p a r a el arbitraje
internacional, no h a n logrado suprimir esos grandes conflictos
que la ciencia y el progreso hacen c a d a día m á s cruentos,
m á s costosos y, .sin embargo, menos útiles. E n lo antiguo, los
pueblos espoleados por la necesidad ó por la codicia se lan-
z a b a n sobre el vecino, vivían á costa suya d u r a n t e la lucha,
y luego de vencerle, apoderábanse de sus riquezas, ó se insta-
laban en sus tierras p a r a disfrutarlas. Ogaño, la p r e p a r a c i ó n
de u n a g u e r r a , la paz a r m a d a , cuesta m á s sacrificios de labor
útil que se pierde y de dinero que se m a l g a s t a , que cuantos
realizaron juntas las generaciones todas de la República y del
Imperio romanos, y asombra c o m p a r a r los resultados inmedia-
tos y prácticos de las g u e r r a s de César en las Gallas, ó, ex-
tremando el a r g u m e n t o , de las de Pompeyo en Oriente, con
los de estas otras g u e r r a s modernas contenidos en el T r a t a d o
de F r a n k f o r t , ó en el de P a r í s , ó en el de Portsmouth.
Serán, quizá, rarísimas en lo sucesivo las g u e r r a s de reli-
gión que llenan t a n t a s páginas de la Edad Moderna, y las q u e , ;
262 Varía.

como las napoleónicas, se inspiraron en motivos de ambiciosa


y estéril gloria militar; pero las g u e r r a s que p r o c e d a n de lu-
chas económicas, aquellas á que dé lugar el r e p a r t o de los
países no civilizados entre los civilizadores, ó la expansión
simultánea y constante de los grandes Imperios h a c i a los
g r a n d e s mares por donde circula el comercio universal, s e r á n
m á s frecuentes que en lo pasado, y si cesaren, la H u m a n i d a d ,
al r e n u n c i a r á la lucha, r e n u n c i a r í a también á la vida.
Estas ideas, la convicción, t a l vez errónea, pero m u y exten-
dida, de que el conflicto ruso-japonés fué la p r i m e r a e t a p a de
u n a lucha destinada á p e r d u r a r siglos enteros, y la creencia,
t a n general como justificada, de que constituye un peligro
constante p a r a la p a z de Europa la desproporción entre la
g r a n potencia militar y económica del Imperio a l e m á n y la
exigua c a p a c i d a d que p a r a su desenvolvimiento pueden hallar
esas fuerzas dentro de los límites de sus actuales fronteras y
colonias, mantienen la a l a r m a en los espíritus y anublan, con
ocasión de la Conferencia de Algeciras, el horizonte interna-
cional.
No reposa el ánimo, antes bien a c r e c i e n t a la a l a r m a , vol-
v e r la vista al estado de la política interior en las naciones
cultas. Porque cuantos pertenecemos á la generación que
a h o r a llega, aprendimos y a en las aulas, y hemos oído r e p e t i r
después, que con el siglo x i x se c e r r a b a , por lo menos p a r a
los países occidentales, el ciclo de las reformas de derecho
constituyente, y a s e n t a d a la política de c a d a pueblo sobre ba-
ses firmes, resultado de las transacciones, r e m a t e de luchas
históricas, entre la Monarquía absoluta y los principios cons-
titucionales, la Iglesia y el Estado, el librecambio y la p r o t e c -
ción, y , por último, entre el concepto liberal y el concepto
conservador en que se inspiraron los antiguos p a r t i d o s , e r a
llegada la h o r a de a c o m e t e r en el siglo x x la obra g i g a n t e s c a
de transigir el litigio en que están empeñados: el individualis-
mo que informa nuestras legislaciones, y el socialismo que pe-
n e t r a más cada día en nuestras ideas, mejorando la situación
de n u e s t r a s clases p r o l e t a r i a s con los sacrificios justos y p r u -
dentes que á la privilegiada se impusieran, ordenando l a
caótica producción de la r i q u e z a , haciendo más equitativa su
El divorcio sueco-aorueso. 263

distribución, y quizá normalizando también su cambio y su


consumo.
H a desbaratado la realidad t a n t a s ilusiones, y p a r a conven-
cerse b a s t a ojear cualquiera de nuestros periódicos en busca
de los tópicos de la política exterior. Prescindamos de que el
Imperio ruso, rezagado más de un siglo respecto de la m a r c h a
política del Occidente, no aspira á europeizarse, por medio de
la suave, lenta y fecunda evolución, sino con apresuramientos
y saltos revolucionarios, incompatibles con la solidez que en
las obras políticas constituye apenas la única g a r a n t í a de du-
ración. Olvidemos que en Servia la dinastía de los Karageor-
ge forcejea p a r a dominar hoy la rebelión militar á que a y e r
debió el trono, y que en el Imperio austro-húngaro, á m á s del
eterno é insoluble problema de las nacionalidades, existe u n a
cuestión constitucional entre el Gabinete F e j e r v a r y , que el
r e y de H u n g r í a sostiene, y el P a r l a m e n t o que, sin ser disuel-
to, le h a significado tres veces desconfianza en su gestión. E n .
el propio Occidente, naciones t a n modestas como Bélgica sien-
ten ambiciones militaristas; en I n g l a t e r r a se r e a n u d a la lucha
épica entre el librecambio y la protección; en F r a n c i a se
plantea, con la separación de las Iglesias y el Estado, el pro-
blema m á s hondo, que p e r t u r b a m á s las conciencias, lleva
gérmenes de división al seno mismo de las familias y p a r a l i z a ,
como ningún otro, el progreso de las naciones; y en E s p a ñ a
se oyen con fi'ecuencia l a m e n t a b l e , en público y en privado,
opiniones que r e c u e r d a n épocas tristes de nuestra Historia. I
Los países del centro de Europa p a d e c e n idéntico m a l ; i
en Alemania, las d e r e c h a s dirigidas por el Kaiser, h a n em-
prendido contra las izquierdas de la democracia socialista
una c a m p a ñ a en pro de l a restricción del sufragio, donde y a
es universal, y del mantenimiento del statu quo, donde toda-
vía es restringido; y en la Península e s c a n d i n a v a un divorcio
amistoso h a sido la solución del problema constitucional tan-
tos años pendiente.
El contagio se h a extendido á A m é r i c a . No hablemos de
las Repúblicas latinas, hijas legítimas nuestras; la g r a n Re-
pública de los Estados Unidos, modelo h a s t a a y e r de demo-
c r a c i a s , siente y a ambiciones de expansión territorial, y la
264 Varía.
vigorosa y absorbente personalidad de Roosevelt, en sus lu-
chas con el Senado con motivo de la cuestión de Santo Do-
mingo y la de los trusts, trae á la memoria la política de
Augusto, creadora del Imperio romano.
De m a n e r a que los problemas sociales y económicos de
los tiempos presentes no sustituyen, sino que se suman á los
antiguos de orden constitucional que renacen eon formas dis-
tintas; se complica la vida política y se h a c e cada vez más
ardua la t a r e a de los estadistas, obligados á afrontar con ins-
trumentos de gobierno mucho menos dóciles, cuestiones mu-
cho más delicadas y complejas que las del antiguo régimen.
Me propongo estudiar en esta sección, en números sucesi-
vos, todos los temas de política interior extranjera que aca-
bo de enunciar; pero como la Historia, aun la contemporánea,
requiere' ser contemplada en perspectiva y ello sólo se logra
con la distancia, el conflicto sueco-noruego, resuelto h a c e
me¡3es, es el único que nos ofrece hoy lecciones provechosas
p a r a todos los paises, p a r a España, en las circunstancias a c -
tuales, más provechosas quizá que p a r a otro alguno.

II

Las vicisitudes del matrimonio.

Realizóse la unión de Suecia y Noruega bajo el peso de


circunstancias exteriores, totalmente ajenas á la voluntad
de ambos pueblos, que no han logrado llegar jamás á la total
compenetración de sentimientos é intereses, capaz de cons-
tituir con las dos naciones una patria común p a r a todos sus
hijos. Al comenzar el siglo x i x era Noruega una provincia
ultramarina de Dinamarca, y sus naturales vivían, en apa-
riencia al menos, sumisos y felices, bajo el poder absoluto del
v i r r e y danés que les gobernaba. Éralo en 1814 el príncipe
Cristian Federico, y y a entonces las ráfagas revolucionarias
que de F r a n c i a soplaban, perdiendo en aquel clima septen-
trional _sus primitivos ardores, favorecían la lormación de
_ Bl divorcio sueco-noruego. 365

esa democracia noruega, t a n consciente y robusta como l a


inglesa, mucho más enérgica que todas las democracias lati-
nas. A fines de Enero de aquel año 1814 llegó á Noruega la
noticia de que I n g l a t e r r a , Austria, Prusia y Rusia, castiga-
b a n la fidelidad del r e y de D i n a m a r c a , Federico VI, á Napo-
león, premiando además la traición de Bernadotte, convertido
en príncipe heredero de Suecia, con la cesión á este país de
la Noruega, que compensaba también la reciente cesión á
Rusia de la provincia sueca de Finlandia. Surgió en el acto
la protesta, y poniéndose al frente de ella el v i r r e y , que se
negó á reconocer el T r a t a d o de Kiel firmado por su p a d r e el
18 do Enero, el pueblo noruego le proclamó r e g e n t e el 15 de
F e b r e r o y le juró por r e y el 17 de Mayo, luego de j u r a r él á
su vez la famosa Constitución de Eidsvold, origen de las li-
b e r t a d e s del reino de Noruega, «libre, independiente é indivi-
sible». El IB de Abril había sido convocada la Dieta, que en
poco más de un raes dio á su p a t r i a la Constitución hoy sub-
sistente, realizando en tan corto pIa,zo la misma labor co-
m e n z a d a en E s p a ñ a el año 12 y no t e r m i n a d a h a s t a 1876.
F u é a d e m á s la Dieta de Eidsvold hermoso ejemplo del des-
p e r t a r solidario de un pueblo entero, c a p a z desde la cuna de
poseer todas las libertades, porque los 113 diputados que le
formaban se descomponen de este modo: 6 t e r r a t e n i e n t e s , 21
aldeanos, 12 burgueses, 1 médico, 25 funcionarios civiles, 14
clérigos, 20 oficiales elegidos como ciudadanos, 17 oficiales
r e p r e s e n t a n t e s de la fuerza a r m a d a y 15 sargentos, soldados
y marineros.
Pero Noruega no podía resistir mucho tiempo la presión
de Europa, y aun cuando las tropas suecas, que hicieron ade-
m á n de forzar las fronteras, fueron r e c h a z a d a s , en Octubre
de 1814 Cristian r o g a b a á la Dieta que a c e p t a s e su dimisión
y ésta cedía, eligiendo libremente á Carlos X I I I de Suecia.
Aun en t a n difíciles circunstancias logró la soberbia Norue-
g a dictar á sus vencedores todo el protocolo en que se había
refugiado su amor propio. El 4 de Noviembre, Carlos X I I I
j u r a b a como rey de Noruega la Grundlov de Eidsvold y t r a s
l a r g a s negociaciones, el 6 de Agosto de 1815 se firmaba el
T r a t a d o de Unión, la Rigsakt, que reconocía á Noruega u n a
266 Varía.

personalidad propia, ligada á l a de Suecia por el solo vinculo


de las relaciones exteriores, encomendadas al m o n a r c a común
en tiempos de p a z y en los de g u e r r a , sin necesidad de re-
frendo ministerial.
Estos incidentes hubieran debido abrir loa ojos á los esta-
distas suecos, convenciéndoles de que en Noruega se repetía
un caso mil veces registrado por la Historia, m a e s t r a incan-
sable, c u y a s lecciones se desdeñan con funesta frecuencia.
Cuando por razones étnicas, geográficas, históricas ó simple-
mente pasionales, de aquellas que el a l m a h u m a n a , aun p a r a
si propia insondable, muchas veces no acierta á explicar y
otras ni siquiera comprende, los h a b i t a n t e s de u n a región,
de u n a provincia ó de una ciudad, se sienten penetrados de
un espíritu solidario que juzgan b a s t a n t e p a r a constituir u n a
personalidad peculiar y autónoma, los gobernantes de la na-
ción en que esas regiones, provincias ó ciudades se hallan en-
c l a v a d a s , d e b e r á n preocuparse de d i c t a r leyes que h a g a n
posible la convivencia pacífica, y si por medios legales y
afectivos no la logran ó á tiempo no la intentan, t a r d e ó tem-
p r a n o v e r á n surgir el separatismo, el cual, cuando llega á
ser v e r d a d e r a aspiración colectiva, conduce siempre á una
de estas dos soluciones igualmente desconsoladoras: la ocu-
pación militar, tiránica, infecunda y á la l a r g a también inefi-
caz, ó la r u p t u r a del vínculo, el divorcio pacífico ó sangriento
con todas sus dolorosas consecuencias.
Pero e r a Bernadotte un latino, la quinta esencia de un lati-
no: un francés nacido y educado en el Mediodía, y su clarísi-
m a inteligencia n a t u r a l no pudo p r e s e r v a r l e de las ofuscacio-
nes de su r a z a y de su t i e m p o . Bernadotte no era, como otros
m a r i s c a l e s de Napoleón, u n soldado de fortuna; e r a u n esta-
dista, un diplomático, un d e m ó c r a t a , ó por lo menos un libe-
r a l ; pero e r a también un centralista, un convencido de la teo-
r í a de las nacionalidades, m á s aficionado á consultar el m a p a
de la Península e s c a n d i n a v a que el corazón de sus habitan-
tes. P a r a él, la situación geográfica de Noruega p r o b a b a irre-
futablemente, que no debería h a b e r sido j a m á s sino una pro-
vincia sueca.
Sus dificultades con los noruegos comenzaron antes a ú n de
Bl divorcio sueco-noruego. 267

subir a l trono, e n 1818, con el nombre de Carlos X I V . Los no-


ruegos solicitaban que el cetro y la corona, los atributos de la
Monarquía, fuesen de fabricación noruega, y que los docu-
mentos oficiales enumerasen en orden distinto los títulos del
r e y , según hubieren de surtir efecto, á uno ú otro lado de la
frontera.
Bernadotte, descendiente de vasallos de Luis XIV, veía en
estas reclamaciones del amor propio noruego, síntomas de un
absurdo separatismo n a c i e n t e , transigiendo con el cual se
aseguraría su triunfo; y en cambio, sus subditos occidentales,
á c a d a petición denegada sentían más vivo el amor á la p a t r i a
chica, forma s u p r e m a del patriotismo p a r a ellos. A modo de
r e p r e s a l i a redujeron la lista civil del soberano, y se negaron
a d e m á s á satisfacer la cantidad r e c l a m a d a por D i n a m a r c a
p a r a cancelar la Deuda pública, que correspondía á Noruega
cuando tuvo l u g a r la separación. Los suecos, en quienes sus
hermanos delegaban la obligación, replicaron con g r a n lógica
que si Noruega pretendía y había logrado ser independiente
p a r a los efectos políticos, deber suyo era también a r r o s t r a r
las consecuencias económicas. Ante la a m e n a z a de u n a inter-
vención a r m a d a cedieron los noruegos; pero muy pronto se
planteó un nuevo y más g r a v e conflicto.
Carlos X I V gobernaba en Suecia, merced a l apoyo de las
d e r e c h a s , de la aristocracia, que le eligiera príncipe herede-
ro, y que aun perdido el c a r á c t e r de oligarquía que tuvo has-
ta Jos comienzos del siglo x i x , conservaba por ley de inercia
fuerza bastante p a r a formar dentro del r é g i m e n constitucio-
n a l la clase directora, usufructuaria de los oficios públicos y
de la m a y o r í a de los m a n d a t o s p a r l a m e n t a r i o s . Tomando
ejemplo de este modelo, el m o n a r c a , discípulo ingrato, pero
discípulo al fin de Napoleón, pretendió c r e a r en la democráti-
ca Noruega una d e r e c h a aristocrática, leal sostén del trono y
de la dinastía, directora, y á veces corruptora del P a r l a m e n -
to. Por eso cuando el Storthing noruego, imbuido en las ideas
de la Revolución francesa, sometió á la regia sanción la ley
que abolía los títulos nobiliarios, el antiguo revolucionario
francés rehusó su firma. L a Constitución noruega señalaba
t r e s años de vida á c a d a P a r l a m e n t o y h a b í a previsto el caso
268 Varia.

del veto regio, disponiendo: que si t r e s P a r l a m e n t o s consecu­


tivos v o t a b a n u n a ley, se p r o m u l g a r í a aún contra la voluntad
del m o n a r c a ; ni n e g a t i v a s , ni a m e n a z a s impidieron que el
Storthing de 1821 confirmase la resolución, iniciada por el de
1818, de abolir la nobleza.
Carlos X I V pensó en un golpe de Estado; pero bien por te­
mor, bien por la esperanza de que al cabo prevaleciesen los
medios pacíficos, optó por someter al Storthing de 1824 el plan
de reformas constitucionales. Consistían éstas: en d a r asiento
y voz en el P a r l a m e n t o á los ministros, á quienes la Constitu­
ción prohibía h a s t a la e n t r a d a en el edificio, e x t r e m a n d o así
el principio francés de l a separación de los poderes; en otor­
g a r á la corona el derecho absoluto de veto, el de disolución
del P a r l a m e n t o y el de nombramiento de sus presidentes. El
16 de Mayo de 1824 r e c h a z a b a el Storthing absolutamente to­
das las propuestas regias, y el siguiente día 17, con el p r e t e x ­
to de celebrar el aniversario de la Constitución de Eidsvold, el
pueblo noruego festejaba ruidosamente el voto del P a r l a m e n t o
y el fracaso de las reformas, que suponía inspiradas por la
ambición sueca.
E s asunto digno de u n a monografía, pero difícil en v e r d a d
y tal vez inagotable, el estudio de la intervención, que en los
hechos heroicos y en las g r a n d e s catástrofes de la Historia, h a
tenido esa g a m a de sentimientos y de pasiones que, p a r t i e n d o
del amor propio, llega por un lado á los límites de la dignidad,
que á veces salva, y por el otro á los de la soberbia, que á
veces pierde, cuando esas pasiones y esos sentimientos t o m a n
el c a r á c t e r y la fuerza de colectivos. Limitándonos al caso
actual, habremos de reconocer que la apreciación de B e r n a ­
dotte e r a e x a c t a , p o r q u e no sólo la Geografía, la Historia, la
Religión, la identidad de r a z a , la semejanza de los idiomas
sueco y noruego, que ofrecen e n t r e sí menos diferencias que
el francés y el p r o v e n z a l , por ejemplo, todos los elementos,
que según los t r a t a d i s t a s contribuyen á formar las nacionali­
dades, c o l a b o r a b a n p a r a h a c e r de Suecia y Noruega, y a que
no un solo Estado, por lo menos dos naciones h e r m a n a s , uni­
das c a d a día con nuevos vínculos, y t r a b a j a n d o afanosa y si­
m u l t á n e a m e n t e p a r a desdibujar primero y b o r r a r después su
Bl divorcio sueco-noruego. 269

frontera. Y sin embargo, el nacionalismo noruego, que surge


desde el primer instante espontáneo y a r r a i g a d o , se afirma y
robustece á medida que los años t r a n s c u r r e n y los confiictos
sueco-noruegos no tienen el c a r á c t e r de peleas fraternales, tal
vez sañudas, pero pasajeras, destinadas á fundirse en un a b r a -
zo sincero, efusivo, cifra de tácitos perdones y de mutuos olvi-
dos, sino que c a d a vez se a c e n t ú a más en ellos el c a r á c t e r
agrio de la discordia en matrimonio mal avenido, en el cual
el t r a t o diario y constante e x a c e r b a las a n t i p a t í a s , a g i g a n t a
los más pequeños incidentes y estimula con m a y o r eficacia,
quizá, que el abandono, ó los g r a n d e s a g r a v i o s , el deseo de la
separación.
Los suecos que se h a b l a n resignado con el voto del Stor-
thing, contrario á los planes de Bernadotte, sintiéronse moles-
tos al ver que los noruegos olvidaban, no y a sólo el aniversa-
rio de su unión con Suecia, sino el del reconocimiento de su
Constitución por Carlos X I I I , que tuvo l u g a r el 4 de Noviem-
b r e de 1816. Noruega afirmaba anualmente que, meses antes
de la unión, el 17 de Mayo de 1814, e r a y a un reino libre, do-
tado de un Código fundamental, y que ni la p a z de Kiel, ni el
Congreso de Viena, hubieron tenido valor alguno, si Ubérri-
m a m e n t e no eligieran por r e y á aquel que ocupaba el trono
de Suecia. El Gobierno prohibió las manifestaciones del 17 de
Mayo, y los noruegos c e l e b r a r o n desde entonces, como ningu-
n a otra, esta fiesta nacional, siendo en ella t a n frecuentes las
manifestaciones y gritos subversivos, que en años posteriores,
el 1828 sobre todo, las colisiones entre los estudiantes y la
fuerza pública e n s a n g r e n t a r o n las calles d e Cristianía.
Abolida la nobleza noruega por el t e r c e r voto del Stor-
thing, q u e d a b a n , sin embargo, en las ciudades títulos de ori-
gen danés ó sueco, poderosos t e r r a t e n i e n t e s , g r a n d e s comer-
ciantes ó industriales, fuerzas de la d e r e c h a , con m a y o r í a
h a s t a entonces en el P a r l a m e n t o . Sin e x t r e m a r , como hemos
visto, su adhesión al m o n a r c a , h a s t a el punto de sacrificar á
ella las que juzgaron justas reivindicaciones de su p a t r i a , vi-
v í a n en excelentes relaciones con los ministros y demás fun-
cionarios representantes del Poder r e a l , y en los debates p a r -
lamentarios no franqueaban j a m á s los límites del respeto de-
270 Varía.
])ido al soberano. Pero las torpezas sucesivas del Gobierno de
Stokolmo y de los gobernadores generales que en Cristianía
le r e p r e s e n t a b a n , iban debilitando las fuerzas m o d e r a d a s y
nutriendo las izquierdas, que en Noruega, como en Suecia, a l
r e v é s de lo que acontece en el resto de E u r o p a , se r e c l u t a n
principalmente en los distritos r u r a l e s . L a principal reivindi-
cación del partido democrático era ahora, la de que el nom-
bramiento de gobernador g e n e r a l r e c a y e s e en un noruego,
porque la i n c a p a c i d a d i n n a t a de los suecos p a r a comprender
el problema autonomista del reino vecino, a h o n d a b a las diver-
gencias. Hombres t a n probos y celosos por los intereses pú-
blicos, como el famoso gobernador Baltasar Bogislas, Conde
de P l a t e n , á quien la Península e s c a n d i n a v a debe, entre otras
g r a n d e s obras, el c a n a l de Gothia, persona que había logrado
c a p t a r s e la benevolencia de sus administrados, cometió u n a
vez la torpeza de dirigirse al pueblo noruego, apelando á la
gratitud que debía g u a r d a r al r e y de Suecia, por la liberalísi-
ma Constitución que generosamente le otorgara su antecesor.
Considerar merced lo que ellos estimaban derecho intangible,
fué p a r a los noruegos ofensa que borró toda clase de méritos
y servicios anteriores, y el Conde de Platen tuvo que dimitir,
siendo desde aquel día notorio, que allí donde él fracasó, nin-
gún sueco l o g r a r í a y a p r e v a l e c e r .
En el Storthing de 1833, la izquierda tiene por p r i m e r a
v e z m a y o r í a ; en el de 1836 esta m a y o r í a a u m e n t a considera-
blemente, y las discusiones, con ocasión de la propuesta de
que el gobernador g e n e r a l sea noruego, t o m a n un c a r á c t e r
t a n irrespetuoso y agresivo p a r a la corona, que Carlos X I V
se decide por fin al golpe de Estado, y disuelve el P a r l a m e n t o .
El Storthing no sólo se niega á a c a t a r la orden, sino que lleva
á la b a r r a de su C á m a r a a l t a al Ministro que refrendó el de-
creto de disolución, y el Senado, resistiendo presiones y desde-
ñ a n d o a m e n a z a s , le condena.
F u é aquélla la última batalla entre los noruegos y Berna-
dotte. Los años ó el convencimiento del fracaso de su política
le d e t e r m i n a r o n á a b a n d o n a r l a : nombró gobernador á un no-
ruego; toleró que el decreto de disolución quedase sin efecto,
y que el ministro p a g a r a la multa á que h a b í a sido condenado;
Bl divorcio suéco-aoraégó. 2Tí

y aprovechando los dos movimientos que las exageraciones


de los radicales habían producido, uno en el país de reacción
conservadora, y otro de reacción monárquica entre los políti-
cos de la d e r e c h a , logró que los Parlamentos de Suecia y No-
r u e g a designasen, el propio año 1836, los individuos de u n a
Comisión mixta, á quienes se encomendó el estudio de la re-
visión constitucional.
El dictamen de esta Comisión, que no salió á luz h a s t a el
año 1844, coincidiendo con la muerte de Carlos XIV, proponía
que el cargo de ministro de Negocios Extranjeros (único co-
mún) r e c a y e s e indistintamente en un sueco ó en un noruego,
y facultaba, en cambio, al m o n a r c a , p a r a disponer de las fuer-
zas a r m a d a s de la Unión, sin permiso del Storthing; propuesta
que venía á corregir la injusta ó, por lo menos, poco equita-
tiva disposición de la Rigsalct, según la cual, el Ejército y la
A r m a d a noruegos no podrían ser empleados por el r e y de Sue-
cia y Noruega sino en una g u e r r a defensiva, y en ningún
caso se podría obligar á las reservas, á servir más allá de la
frontera.
El advenimiento al trono de Osear I, m a r c a un cambio r a -
dical en la política noruega de los r e y e s de Suecia, é inicia
también u n a t r e g u a en las luchas internas de la Unión. Libre
el nuevo m o n a r c a de las prevenciones de su p a d r e , convenci-
do de que las reformas constitucionales se i m p l a n t a r í a n sin
violencia, por el consentimiento de ambos pueblos, apenas se
compenetrasen, y si ello no se lograba, fracasarían indefecti-
blemente, rechazó el dictamen de la Comisión mixta, y apli-
cando calmantes al herido amor propio noruego, logró que
los quince años de su reinado transcurriesen sin un solo con-
flicto entre el Poder r e a l y el Storthing.
Noruega conservó a l unirse con Suecia un pabellón distinto
p a r a la m a r i n a m e r c a n t e ; pero desde 1821, r e c l a m a b a en vano
u n a b a n d e r a militar propia. Osear I se la concedió, compren-
diendo cuan inútil e r a la porfía de negársela y m a n t e n e r
al mismo tiempo la total independencia de su Ejército y su
A r m a d a . Dispuso también el nuevo soberano, que en lo suce-
sivo, el título de r e y de Noruega p r e c e d i e r a a l de r e y de Sue-
cia en todos los documentos públicos que hubieren de surtir
272 Varía.

efecto al otro lado del Kjolen; hizo dibujar el león noruego


en uno de los cuarteles del escudo r e a l de los Bernadotte, y
creó, por último, la Orden nacional noruega de San Olaf.
Ninguna de estos concesiones relajaba en lo m á s minimo
el vinculo de entrambos reinos, y todas ellas contribuían á
a q u i e t a r los espíritus, á disipar las suspicacias de hostilidad
sistemática que los noruegos creían ver, no sin r a z ó n á veces,
en el Gobierno de Stokolmo, y a l l a n a b a n también el camino
á reformas legislativas que facilitasen la colaboración polí-
t i c a de ambos Estados, a s e n t a d a sobre la unidad de senti-
mientos y de intereses, ideal siempre deseable, aun cuando no
siempre asequible. A l a iniciación de este nuevo p l a n respon-
dió la elevación, en 1856, del cargo de gobernador general al
de v i r r e y , que debería ejercer en lo sucesivo el príncipe he-
redero de la corona. Sabia y honrosa e r a eu v e r d a d esta,
transacción, porque e v i t a b a que el r e p r e s e n t a n t e del Poder
r e a l en Cristianía fuese un noruego, complaciente con las pa-
siones de sus compatriotas, cuando no su instigador interesa-
do, y lograba al p a r que el futuro soberano aprendiese á co-
n o c e r , antes de subir a l t r o n o , las necesidades, las ideas y los
sentimientos de sus subditos occidentales, y que éstos le a m a -
r a n y v i e r a n siempre en él algo familiar, algo que fué suyo
a n t e s de ceñir las dos coronas.
El año 1859 moría Osear I y con él su política. El proble-
m a sueco-noruego e n t r a desde entonces en u n a n u e v a fase.

III

Los antecedentes del divorcio.

El primogénito de Osear I, que con el nombre de Car-


los XV subió en 1859 al trono de Suecia y Noruega, hubiese.
continuado quizá la política de su p a d r e , si un nuevo ele-
mento no se interpusiera e n t r e él y sus subditos occidentales.
D u r a n t e el medio siglo de unión t r a n s c u r r i d o , todas las difi-
cultades se h a b í a n p l a n t e a d o entre la corona de u n a p a r t e y
el Storthing de otra; el pueblo sueco y su P a r l a m e n t o simpati-
El divorcio saeco-aorueeo. 273

z a b a u con el monai'ca, le alentaban, le empujaban quizá


h a c i a una política hootil á Noruega, pero no intervenían di­
r e c t a m e n t e en la contienda.
L a Suecia aristocrática, que había medido sus ai'mas vic­
toriosamente con Rusia, que había intervenido en la política
europea, que h a b l a b a un idioma pulido y literario, refinada y
culta merced al roce secular con las demás civilizaciones
continentales, m i r a b a con el desdén que hiere ó con la pro­
tección a c t i v a que molesta, al rudo pueblo noruego, de bur­
gueses, comerciantes y pescadores, aislados por sus monta­
nas de los usos y costumbres europeas, conservando las suyas
primitivas y p a t r i a r c a l e s , comunicándose en un dialecto, de­
generación áspera y tosca del idioma danés. Ese desdén co­
lectivo influyó no poco en la tenacidad con que los noruegos
sustentaron sus reivindicaciones, á veces pueriles, y la sarda
irritación se mantuvo con las frases, p a r a ellos despectivas,
que los suecos prodigaban en conversaciones, discursos y
producciones literarias, exacerbándose con tanto más moti­
vo, cuanto que la población noruega crecía r á p i d a m e n t e , su
m a r i n a m e r c a n t e iba poniéndose al nivel de las primeras
del mundo, su comercio era y a universal, la pesada Deuda
de 1815, h e r e n c i a de l a dominación danesa, estaba y a cance­
l a d a en 1850, y la propiedad y la riqueza t r a í a n consigo el re­
finamiento en las costumbres, la formación de aristocracias
intelectuales y el nacimiento de uu a r t e y de u n a l i t e r a t u r a
propias, nacionales, desconocidas todavía p a r a los extranje­
ros, sistemáticamente ignoradas por los suecos, pero legíti­
m a causa de orgullo p a r a los noruegos.
Sin embargo, el Píirlamento sueco no había t r a t a d o j a m á s
los asuntos noruegos; los jefes de sus partidos comprendieron,
sin duda, cuánto e n v e n e n a r í a las más sencillas cuestiones, la
intervención de un P a r l a m e n t o , que p a r a los asuntos interio­
res de Noruega e r a el de una potencia e x t r a n j e r a . El triste
. privilegio de h a b e r inaugurado t a n funesta línea de conduc­
t a corresponde á un r e p r e s e n t a n t e de esa eflorescencia del
régimen constitucional, conocida donde quiera que ese i'égi-
men existe, y formada por los que podríamos W&maxprofesio-
nales del Parlamento.
274 Varia.

E r a el Conde de Anckarsvsert, uno de tantos políticos del


siglo XIX dotados de g r a n entendimiento, m á s critico y sagaz,
que ponderado y fecundo en útiles iniciativas de gobierno, de
u n a g r a n p a l a b r a , m á s útil p a r a conmover que p a r a persua-
dir, p a r a l e v a n t a r tempestades de pasiones, que p a r a sumar
esfuerzos en beneficio de u n a obra común. Hombres á quienes
su falta de docilidad y de disciplina impide ser buenos solda-
dos, y á quienes su inconsistencia, su desamor á los caminos
legales, tal vez su inmoralidad pública ó p r i v a d a , hacen per-
der el prestigio que los buenos jefes necesitan. Libi'es de los
deberes que la condición de hombre de partido impone, con-
v i e r t e n el P a r l a m e n t o en teatro de sus triunfos personales, y
p a r a compensar la merecida hostilidad con que dentro de él
tropiezan, p r o c u r a n siempre envolverse en el ambiente calle-
jero, recoger las murmuraciones todas del a r r o y o , y conver-
tirse en el verbo de las pasiones, á veces nobles, á veces vi-
les de la plebe, uniendo la historia de su v i d a pública á la de
todos los g r a n d e s movimientos populares, y también á la de
todos los g r a n d e s escándalos de su tiempo.
El Conde Anckarsvsert, á quien sus compatriotas llama-
b a n y a entonces «el g r a n demoledo?-», pedía el 2 de Noviem-
bre de 1859, en la C á m a r a de los Nobles de la Dieta sueca,
que se revisase el T r a t a d o de Unión, la Rigsakt de 1815, t a n
injustamente favorable á Noruega, como perjudicial, á su pa-
r e c e r , p a r a Suecia. L a popularidad de esta iniciativa, que
h a l a g a b a t a n t a s pasiones, le alentó á convertirla en c a m p a -
ña, y el batallador procer, r e p r e s e n t a n t e p a r a muchos del ge-
nuino patriotismo sueco, desempeña eu la historia del separa-
tismo noruego, el funesto y triste papel conocido en otros paí-
ses de E u r o p a , porque tampoco en ellos faltó quién le desem-
p e ñ a r a , en la historia de otros separatismos.
E l Storthing noruego r e p l i c a b a á éstas, que juzgó provo-
caciones, v o t a n d o , por 100 votos c o n t r a 2, la propuesta de
suprimir el cargo de v i r r e y , ofensiva ó por lo menos hostil a l
príncipe h e r e d e r o , y pocos días después, el 9 de Diciembre, la
completaba, solicitando el nombramiento de un presidente del
Consejo de Ministros noruego, p a r a e m a n c i p a r s e en absoluto
de toda intervención sueca.
B/ divorcio sueco-noruego. ¿fS

Carlos X V apeló al acostumbrado procedimiento dilatorio,


que a p l a z a b a la cuestión y a que no la resolvía, y nombró u n a
segunda Comisión mixta, la cual, después de deliberar duran-
te once años, presentó un dictamen t a n favorable á las recla-
maciones suecas, que el Storthing noruego le rechazó de pla-
no a p e n a s le fué sometido en 1871. Al año siguiente moría
Carlos X V .
Su h e r m a n o Osear I I , el anciano m o n a r c a que ocupa a ú n
hoy el trono de Suecia, pero y a no el de Noruega, juzgando
tal vez fracasada la política conciliadora de Osear I, torna á
la de Bernadotte.
F o r m a b a h a c í a tiempo p a r t e del p r o g r a m a de la izquierda
noruega, la reforma de la Constitución, concediendo á los mi-
nistros asiento y voz en las C á m a r a s , porque había pasado y a
el peligro de que, servidores del rey, influyeran en los repre-
sentantes del país, y en cambio no podían éstos, ejerciendo
la acción fiscalizadora, c o n t r a r r e s t a r la influencia constante
del Gobierno de Stokolmo sobre los funcionarios de Cristianía.
El propio año 1872, Osear I I ; que al subir al trono declaró vá-
lidas todas las anteriores resoluciones del Storthing, incluso l a
supresión del virreinato y la desaprobación de las reformas
propuestas por la Comisión mixta, negóse á sancionar la ley
que d a b a asiento en el Storthing á los ministros, afirmando
que las reformas constitucionales sólo podían introducirse,
previo acuerdo de la corona y del P a r l a m e n t o , y que por ende
no r e g í a p a r a ellas la limitación del derecho de veto.
El Storthing de 1877 v o t a segunda v e z la ley, y segunda
vez el m o n a r c a se niega á firmarla; t e r c e r voto del Storthing
el 17 de Marzo de 1880, y t e r c e r a n e g a t i v a . El 9 de Junio, los
ministros noruegos ocupan su puesto en la C á m a r a ; Osear I I
les destituye y n o m b r a un Gabinete de funcionarios adictos á
íiu persona y dispuestos á a p e l a r á la fuerza, caso necesario.
Dos años duró este conflicto, porque mientras el r e y pedía y
lograba informe favorable p a r a su tesis á la F a c u l t a d de D e -
recho de la Universidad de Cristianía, la C á m a r a popular del
Storthing no quiso ceder, ni se atrevió tampoco á llevar á la
b a r r a á los nuevos ministros, porque debiendo juzgarles el
Tribunal Supremo y l a C á m a r a a l t a reunidos, e r a notorio que
276 Varia.

en ambos altos Cuerpos predominaban los amigos y partida-


rios del rey. En las elecciones de Noviembre de 1882 obtiene
la izquierda 83 mandatos y sólo 31 los conservadores, y como
los miembros d3 la Cámara alta eran elegidos por los de la
popular, fué muy fácil y a lograr mayoría, acusar á los minis-
tros y destituirlos, por haber aconsejado al r e y que negase
anticonstitucionalmente su sanción al tercer voto del Storthing.
El r e y encargó la formación de Gabinete al famoso Sverdrup,
jefe de la izquierda, y concedió al destituido Selmer el g r a n
collar de la Orden de los Serafines, débil compensación, que
desalentó p a r a siempre á las derechas, victimas de la impo- j
pularidad a r r o s t r a d a en la confianza de que se cumplirían las |
anteriores y reiteradas promesas del rey, de poner en prácti- j
ca cuantos medios fueran precisos hasta prevalecer. |
Aquellos dos años, d u r a n t e los cuales el Storthing se diri-
gía irrespetuosamente al monarca, sustituyendo la fórmula
clásica de «A Su Muy Graciosa Majestad», por la abreviada
de «Al rey», quedando casi siempre sin respuesta, mientras
los periódicos y la opinión de ambas naciones recapitulaban
todos los agravios, envenenaban las antiguas discordias y
convertían en nacional la polémica entre el rey y Noruega,
m a r c a n el comienzo de la t e r c e r a fase de esta deplorable
cuestión. Todos los espíritus clarividentes comprendieron ya,
que después del fracaso de arabas políticas, la de atracción y
la de resistencia, el Storthing, que en 1879 había votado la
desaparición del signo de la Unión en la bandera mercante de
Noruega (cosa que el veto regio retrasó h a s t a 1898), votaría
más pronto ó más tarde, por unas ú otras causas, la total y
definitiva supresión del débil y relajado vinculo que unía á en-
t r a m b a s naciones.

IV

Las causas de la separación.

Es un hecho mil veces consignado por la Historia, sobre


todo en los últimos tiempos, que los grandes problemas polí-
ticos interiores y exteriores, por intensos que sean, pueden
E¡ divorcio sueco-noruego. 277

soportarse mientras no se complican con un problema eco-


nómico, y que cuando se exarceban, degeneran siempre en un
problema económico. Suecia y Noruega, capacitadas p a r a id-
vir vida politica distinta, seguían en la evolución programas
Y vicisitudes -de sus partidos una marcha paralela, pero no
acompasada, y esa falta de armonía repercutió al fin en el
único interés común: el de las relaciones exteriores, no
por lo que tenía de político, sino por lo que de económico |
tenía.
Hasta el año 1886 el Cuerpo consular sueco dependió del ;
Colegio de comercio nacional, domiciliado eu Stokolmo, y el '
Cuerpo consular noruego del ministro de Hacienda de esta
nación; pero la reforma constitucional sueca de 1885, enco-
mendaba las relaciones exteriores políticas y comerciales, que
hasta entonces dirigía personalmente el rey, á un ministro
responsable, miembro del Gabinete sueco, y por ende de na-
cionalidad sueca. Noruega, cuyos productos naturales no te-
men la concurrencia extranjera, fué siempre librecambista;
en cambio los agrarios suecos, víctimas de la baja de-los ce-
reales, organizaron y a en 1880 el partido proteccionista, que
en las elecciones de 1886 logra mayoría en la Cámara popu-
lar y en las de 1887 la obtiene también en la alta Cámara.
Suecia y Noruega no tenian, pues, unión aduanera y ello
significaba que podían arabas concertar libre y separadamen-
te tratados de comercio; pero como el servicio consular era
común y su jefe un ministro sueco, el frecuente antagonismo
entre los intereses económicos de una y otra nación se tradu-
cía en agrias recriminaciones contra el funcionario ó contra
el ministro, á quienes se acusaba de perjudicar, ora por pa-
triotismo mal entendido, los intereses de Noruega, ora por mie-
do á la separación, los de Suecia.
Habíase mientras tanto formado en Noruega un partido
radical, socialista, intermedio entre los izquierdistas d e S v e r -
drup, triunfantes el 84, y los republicanos capitaneados por
el famoso dramaturgo Bjóstjerne Bjornson. Cuando en Febre-
ro de 1891, los conservadores, procurando la conciliación, pre-
sentaron al Storthing las bases p a r a la tantas veces anunciada
reforma del Tratado de Unión con Suecia, izquierdistas y ra-
278 Varia.
dicales unidos le derrotaron en el P a r l a m e n t o , y encargado
Steen, el jefe radical, de formar Gobierno, logró en las elec-
ciones de aquel mismo año 1891, 65 diputados adictos, mien-
t r a s los conservadores quedan reducidos á 35 y á 14 los iz-
quierdistas de S v e r d r u p .
Steen habia y a comprendido, que las reivindicaciones p a r -
ticularistas y de clase de su partido no lograrían la adhesión
g e n e r a l , que da fortaleza á los Gobiernos, si no les anteponía
un g r a n anhelo nacional, por eso la creación del Cuerpo con-
sular noruego ñ g u r a b a á la c a b e z a de su p r o g r a m a , y v o t a r l a
fué uno de los primeros actos del nuevo Storthing. En Marzo
de 1892 oponía Osear I I el veto á la ley noruega, y el eterno
conflicto r e n a c í a en n u e v a forma, repitiéndose punto por
punto la añeja historia.
Libros, periódicos y revistas, m u y singularmente los que
en la nota bibliográfica final se enumeran, popularizaron en
estos últimos meses las mil incidencias del largo y enojoso
pleito de los Consulados; no me atribuyo el derecho de fatigar
con su relato al paciente lector de este y a extenso articulo.
Votos del Storthing, que tropiezan con vetos reales con-
testados con disminuciones de la lista civil; crisis antiparla-
m e n t a r i a s , origen de Gobiernos que no logran p r e v a l e c e r ,
c o n t r a la firmeza inquebrantable del Cuerpo electoral; Comi-
siones mixtas, cuyos dictámenes no tienen j a m á s el asenti-
miento de amba,s p a r t e s ; torpes y baldías a m e n a z a s suecas, á
las que contesta Noruega construyendo fuertes militares en
los territorios fronterizos; regencias temporales del príncipe
h e r e d e r o , no m á s afortunado que su p a d r e ; discursos, libros,
artículos, repitiendo idénticos é ineficaces argumentos.
Noruega dice: yo poseo una flota m e r c a n t e superior á la
t u y a , un pabellón propio, intereses distintos de los tuyos, y en
el T r a t a d o de Unión n a d a se dice del servicio consular; tengo
derecho á n o m b r a r mis r e p r e s e n t a n t e s comerciales.
Suecia replica: poco á poco h a s ido logrando que las car-
g a s de la unión pesen sobre mí sola y sean p a r a ti todas las
ventajas; si logras a d e m á s la que a h o r a pides, p e r d e r é t a m -
bién la única que me r e s t a : la de poder unir mi fuerza á la
t u y a frente al extranjero, y es a d e m á s injusto lo que p r e t e n -
. El divorcio sueco-noruego. 2T9

des, porque modificaría por tu sola voluntad el Tratado de


Unión que encomendaba al rey las relaciones exteriores y los
servicios consulares, y rompería un pacto bilateral, contra la
voluntad del rey, que es una de las partes.
El divorcio fué pacifico, porque el hastío de la discusión
perenne trocó, de tiempo atrás, en el ideal del descanso, lo
que en otras circunstancias se mirara como una inmensa des-
gracia p a r a entrambas naciones.
Pero la causa de la separación de Suecia y Noruega no ha
sido la cuestión de los Consulados, harto mezquina para tan
grande efecto; ha sido el desconocimiento de una ley de la
biología política, tan fatal, tan inexorable como las leyes de
la biología física: la que dice que los gobernantes no podrán
jamás prevalecer contra los hechos, cuando luchen con ellos
cuerpo á cuerpo. Es preciso para que desaparezcan los fenó-
menos remontarse á las causas, actuar sobre ellas, mejorándo-
las, y dejar al tiempo el resto de la obra.
Si Bernadotte y sus sucesores hubieran procurado y logra-
do la unión moral de todos sus subditos, el divorcio de los co-
razones no habría engendrado primero el de los entendimien-
tos, después el de los intereses, y por último, el de las vo-
luntades.
Consolémonos pensando que si la Historia no registrase
confundidos aciertos y torpezas, sus enseñanzas serían menos
útiles, y tal vez también todavía menos aprovechadas.
GABRIEL MAURA GAMAZO.

BIBLIOGRnFtn RECIENTE

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rís, 1905.)
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La Secession de la Norvége, Charles Benoist. (Revue des Deux Mon­
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La question norvégienne et les partís en Suede, Halvan Koht. (Ques-
tions Díplomatiques et Coloniales, 1." de Abril de 1900.)
¿QUÉ ES LO PEbflQÓQICO?

Todo el mundo sabe que en los Institutos de segunda enseñanza


se hallan establecidas clases de francés; todo el mundo sabe que ios
chicos han de dedicar un par de cursos, por lo menos, para estudiar-
lo; todo el mundo sabe que los profesores usan de procedimientos,
á veces muy ingeniosos, para facilitar la enseñanza. ¿Cuántos suti-
les expedientes no se emplean? ¿Cuántas monerías no se han imagi-
nado para que los chicos aprendan declinaciones, conjugaciones,
pronombres y partículas? ¡Qué de cuadritos para los verbos! ¡Qué
de versítos para grabar en la memoria el género de los nombres!
¡Qué de nemotecnias y reglitas gramaticales con el fln de abreviar
el camino y de llegar pronto y sin esfuerzo á la posesión total del
idioma! Y, sin embargo, todo el mundo sabe que el 95 por 100 de los
chicos, al cabo de pocas semanas de pasados los exámenes, apenas
se acuerdan de nada. ¿Entenderán á un francés? Ni una jota, aun
los que aprobai'on la asignatura con las notas mejores.
Volvamos la vista á otro hecho.
Todo el mundo sabe que con enviar á un muchacho á cualquier
ciudad de Francia, y sin que nadie se entretenga en enseñarle re-
gbtas, nemotecnias ni versítos, antes de seis meses, si no es un im-
bécil, ese chico entiende y habla el francés sin esfuerzo ó con soltu-
ra; á los dos años, el más necio ó el más tonto ha conseguido apren-
derlo en forma tal, que ya no lo olvida jamás, por viejo que se haga.
Estos hechos son patentísimos y vulgares, tanto, que han sugerí-
do á ciertos pedagogos la idea de prescindir de los antiguos é inge-
niosos mecanismos y de inventar para la enseñanza de las lenguas
vivas otros expedientes más simples, exentos del viejo barroquismo;
y, al efecto, comenzaron á escribir gramáticas ó libros en los que se
aconsejaba ó se seguía una marcha más conforme con la marcha di-
recta de la realidad, v. gr., los métodos de Ahn y de Robertson; y
ea otras escuelas más progresivas y modernas se ha llegado al extre-
mo de parodiar completamente el método directo, prescindiendo de
los libros, V. gr., eu las escuelas de Berlitz.
282 Varía.

La pedagogía, en estas materias, tía venido á parar, en su mar-


cha progresiva, al sistema menos pedagógico. Es decir, que cuanto
más pedagogismo había en la enseñanza de esas lenguas, más pesa-
do, más lento, más caro y más incompleto era el aprendizaje; y
aquel que menos esfuerzo exige, el más breve, el más barato y com-
pleto, es el método directo de aprender la lengua como la aprende
todo el mundo en la infancia, sin ingeniosas, ni sutiles, ni profun-
das pedagogías.
¿No es cosa importante y principal determinar y deñnir esos mé-
todos pedagógicos, averiguar su naturaleza, sus caracteres, su efi-
cacia y las condiciones de su empleo? ¿No sería lamentable y triste
el que perdiéramos tiempo y actividad preciosa en ingeniar meca-
nismos y procedimientos que, á la postre, resultaran inútiles ó con-
traproducentes?
Pues eso tan importante y principal no se han propuesto inves-
tigarlo los científicos que estudian materias de educación. Al nosce
te ipsum del pedagogo no se ba llegado todavía. Los grandes pro-
gresos de la psicología no han sido de utilidad muy grande para la
educación.
¿En qué ha consistido esto? En que los pedagogos no han aban-
donado jamás las rutinas tradicionales; aun los teóricos más revolu-
cionarios en materia de enseñanza no han pensado siquiera en plan-
tear en toda su crudeza la cuestión crítica.
Creemos haberla planteado y haber tenido la suerte de atinar con
buena dirección (1), y á exponer lo investigado en ella van encami-
nados estos artículos. ^
Emprendamos, pues, la marcha en busca de cosas nuevas; mas nci
se ilusione el lector pensando que le he de conducir por tierras vír-
genes y solitarias; al revés, vamos á meternos en campos cruzados
por multitud de sendas transitadas por muchedumbres que siguen
ovilmente las más viejas rutinas. Se lo aviso al lector para que no
se extrañe de los accidentes del terreno; hay que ir á campo travie-

(1) Los motivos que me determinaron á seguir la orientación nueva, los


expuse en varios artículos publicados en la Revista de Aragón: «La pedagogía
es pura alquimia», »E1 poder de la alquimia», «Maestros y pedagogos», «El
acto pedagógico», «La confesión de un pedagogo», «Posición dol probleuia»,
«El gran sofisma» y «Cambio de táctica». (Véase en dicha Revista, tomo del
año 1904, las páginas 16, 75 y 169, y en el del año 19J5 las páginas 110, 156, 203,
254, 356 y 4S0.) Los artículos que de ahora en adelante voy á publicar pueden
constituir serie independiente de la anterior; y cuando la necesidad me obli-
gue á utilizar alguna de las ideas expuestas en los ya publicados, repetiré lo
preciso para comodidad de los nuevos lectores.
¿Qué es lo pedagógico? 283
sa para evitar las veredas tradicionales. Descubrir no es faena ruti-
naria; al contrario, liay que estar alerta y bien apercibido contra las
tentaciones de comodidad á que convidan las horizontales y llanas
carreteras de la ignorancia perezosa.
Para analizar lo pedagógico no quiero encaminarme hacia las es-
cuelas públicas de este ó del otro pais, de este ó del otro tiempo. No
es preciso. Antes de que naciesen las escuelas de una especial disci-
plina, esta disciplina se ha formado, se ha aprendido y se ha ense-
ñado sin escuelas durante varios siglos: antes de que amaneciese la
preceptiva literaria en instituciones pedagógicas, se habían des-
arrollado ya las literaturas cuyo estudio ha dado origen á esa precep-
tiva; antes de que á nadie se le ocurriese fundar escuelas de arqui-
tectura, la humanidad se había cansado de edíñcar los monumentos
que en aquéllas sirven ahora de modelo; antes de que apareciesen
las escuelas militares, los hombres se habían hartado de guerrear
siguiendo distintas tácticas y utilizando cien mil ingenios, que en
las escuelas actualmente se estudian; las instituciones de enseñanza
de comercio y de industrias se han venido á instaurar cuando se ha-
bían inventado todas las disciplinas y máquinas que en esas escue-
las se exponen para enseñar; y todo eso no se habría conseguido sin
haber quien verdaderamente enseñara y quien verdaderamente
aprendiera utilizando medios eficaces para aprender.
Además, actualmente son muchos, muchísimos los saberes que no
tienen enseñanzas pedagógicas en escuelas oficiales ni privadas, y
no por eso van en decadencia; al revés. Véase, como botón de mues-
tra, este párrafo de Spencer (1):
«Nuestras industrias perecerían sin la suplementaria insti'uccíón
que los hombres adquieren, como buenamente pueden adquirir, des-
pués que su educación se dice terminada. Y sin esa instrucción, que
siglo tras siglo se acumula fuera de la enseñanza oficial, esas indus-
trias jamás hubieran existido. Si nunca hubiese habido entre nos-
otros otra enseñanza que la de las escuelas públicas, Inglaterra se
hallaría tan atrasada como en los tiempos feudales. Nuestra ciencia,
cada día más en auge, de las leyes que presiden los fenómenos—
ciencia que nos consiente domar la naturaleza para que sirva á
nuestras necesidades, y que proporciona a! modesto labriego de hoy
goces que los reyes en otros tiempos no podían disfrutar—, se debe
en parte muy pequeña á nuestros establecimientos de instrucción

(1) En el capítulo primero de su obra De la educación intelectual, moral y


f'itica.
284 Varía.

pública. Los conocimientos vitales—los que han hecho de Inglaterra


una gran nación—se han propagado en la sombra, en lugares obs-
curos, mientras que los profesores titulados no hacían otra cosa que
murmurar fórmulas.»
Fuera de la escuela hay maestros y discípulos, y, por consiguien-
te, fuera de las escuelas pueden estudiarse los métodos de enseñar,
es decir, lo pedagógico. Con sólo examinar con algún detenimiento
lo que se hace en cualquier oficio donde haya maestros y aprendí-
ees, podrá observarse qué materias son pedagógicas y cuáles no, y
qué medios son los pedagógicos y cuáles no.
El oficio de pedagogo sólo existe y ha nacido para aquellas pro-
fesiones ó saberes en que la visión directa del operar del verdadero
maestro no basta para que el aprendiz se inicie pronto (1). Por tal
motivo nadie habrá visto Jamás, en ninguna civilización, hombres
dedicados exclusivamente á enseñar á barrer, á cavar, escardar,
coger frutos, etc., etc.; en una palabra, todas aquellas operaciones
que se aprenden directamente, sin intermediarios entre maestros y
aprendices.
Supongamos que un chico desea ser ebanista, y se presenta en un
taller. (Y pongo este ejemplo por ser muy sencillo; para el caso sir-
ve lo mismo que el oficio más complicado y difícil, como el de inge-
niero ó el de rey; pues el oficio de ebanista puede comprender des-
de la sencilla operación de recoger virutas ó de calentar la cola,
hasta el trazado de los planos y la ejecución del coro más artístico
de la más rica y espléndida catedral.)
Las cosas de ese oficio que puedan ser aprendidas fácil y senci-
llamente por el muchacho con sólo presenciar cómo se hacen, á nin-
gún maestro se le ocurrirá imaginar expedientes pedagógicos para
que el chico las aprenda, porque haciéndolas el maestro con la aten-
ción y cuidado necesario para que salgan bien, y fijándose el apren-
diz por su parte, ya están cumplidos todos los cánones de la verda-

(1) Llamaremos í)eiioj7oyo al profesor que enseña un arte sin ejercerlo, ó 1


aunque lo ejerza, no lo enseña ejerciéndolo. Llamaremos maestros á todos los j
que ejercen realmente algún oficio ó ejecutan algo, con intento exclusivo do'
cumplir función social, sin propósito de quo sus actos sirvan de enseñanza, es
decir, á aquellos que realizan algo útil en la sociedad, en el instante mismo
en que lo realizan, v. gr., al hombre de cisncia en el momento en que se en-
trega á especulaciones originales; al pintor cuando imagina y realiza sus con-
cepciones; al abogado en el ejercicio de su profesión; al ingeniero ó arquitec-
te al trazar ó construir sus obras; á los artesanos, comerciantes ó industria-
les trabajando en sns talleres, oficinas ó fábricas, etc., etc.
¿Qué es lo pedagógico? 285
fiera enseñanza, inventada desde que el mundo es mundo, mucho»
siglos antes de que naciera el primer pedagogo.
Pero hay ciertos saberes, ciertas habilidades que no todos los
chicos aprenden con facilidad, ó tal vez no las aprenderían nunca
de no emplear otros métodos además del directo; para ese caso vie-
nen bien otros métodos indirectos.
Supongamos que el chico no sabe siquiera leer, y se le quiere en-
señar. ¿Qué métodos se emplearán para esto? No el directo, que con-
sistiría en leer para sí, con intención exclusiva de enterarse de lo
que se dice en un escrito, sin fin extraño á esa lectura, sino un méto-
do indirecto que consiste en desmenuzar el mecanismo de la lectura,
cuya complejidad no consentía el que el cliico aprendiera directa-
mente: decirle que a, e, i¡ o, u son signos que representan los soni-
dos a, e,i, o, u: descomponer sílabas, analizar palabras y frases, y
así sucesivamente, hasta descomponer el acto intelectual de enterar-
se de lo que se lee.
Ese método ya exige que haya alguien que dedique algunos ra-
tos, por lo menos, á la exclusiva tarea de enseñar á ese muchacho;
y, claro es, eso puede hacerlo perfectamente un pedagogo, en la
misma forma en que lo puede hacer otra persona que no se haya de-
dicado exclusivamente al oficio de enseñar. Este método lo llamamos
pedagógico, porque puede ser aplicado por pedagogos, aunque no sea
exclusivo de ellos.
En las tareas ordinaria» del taller del ebanista ocurrirá muchas
veces que el chico no atine á ejecutar bien una faena, v. gr., no sa-
brá coger un instrumento; no sabrá dñigir su mano con la habilidad
suficiente para realizar lo que se le ha mandado, y habrá necesidad
de explicarle ó de informarle de palabra ó por medios gráficos, di-
bujos, estampas, ó quizá, quizá, mediante una acción ejecutada por
el maestro eu forma adecuada para que el chico pueda fijarse en el
aspecto especial, ó el modo preciso cómo debe hacerse lo que se le
ha ordenado; y para esto el maestro habrá de abaudouar sus pro-
pias faenas con el fin de enseñar al aprendiz. ¿Será todo esto peda-
gógico, es decir, podrá un pedagogo, el que gólo tiene la profesión
de enseñar, ejecutar esos actos de explicar é informar de palabra,
por medio de dibujos y aun de acciones reales?
Estos actos necesitan ya otras distinciones algo más sutiles; en
su investigación se ha de proceder con tiento, á fin de señalar el lí-
mite hasta donde llega la esfera del pedagogo, y, por consiguiente,
de los actos pedagógicos.
Indudablemente hay actos que los maestros y los pedagogos han
286 Varía.

de ejecutar en la misma forma, por modo indirecto, v. gr., enseñar á


leer, á, escribir y á todo aquello más dificultoso y complejo que con
la visión directa no se puede alcanzar.
Habrá cosas que el pedagogo necesariamente tendrá que en-
señar por medios indirectos, mientras que del maestro se podrá
aprender por modo directo. Esa manera indirecta con que se puede
sustituir lo directo, es y a costumbre verdaderamente pedagógica;
así, del maestro ebanista se puede aprender directamente á hacer
una mesa, mientras que el pedagogo, que no tiene por oficio ser
ebanista, ha de enseñarlo por medio de palabras, por medio de
representaciones gráficas, ó por simulación del mecanismo, em-
pleando cartones ú otros medios intuitivos.
Serán también necesariamente pedagógicos todos aquellos me-
dios indirectos, algunos de ellos ingeniosísimos y sutiles, inventa-
dos por los pedagogos, con el intento de producir la enseñanza.
Esos ya son exclusivamente suyos; porque los maestros podrán in-
ventar un modo nuevo de ejecutar una faena, una máquina, un ins-
trumento, pero no ha de ocurrírseles inventar un mecanismo para
enseñar por modo indirecto lo que pueden hacer directamente.
¿Cómo se le ha de ocurrir á un maesto inventar un esquema del
modo de operar suyo, cuando está operando realmente? ¿Cómo ha
de oeurrírsele dibujar un instrumento para enseñar á otro lo que
el instrumento es, si realmente lo tiene delante?
Finalmente, hay cosas que, no pudiéndolas hacer de veras el pe-
dagogo, necesariamente las ha de hacer simulando ó fingiendo la
realidad.
Examinemos actos aislados y, por decirlo así, primitivos, fiján-
donos en sus varias modalidades; comencemos por el más indirecto:
La información. —Seguramente es medio muy pedagógico; del
que más han usado y abusado los pedagogos; los métodos peda-
gógicos usados durante muchos siglos, se han reducido á informa-
ciones; y aun ahora constituyen éstas el 90 por 100 de las prácticas
pedagógicas. Pero no toda información es pedagógica.
Un abogado informa en la Audiencia para enterar á los magis-
trados de las razones legales que abonan los derechos ó la conducta
de su cliente; y eso no puede ser pedagógico. Aunque en ese in-
forme haya una lección de derecho civil ó criminal; aunque entre
el público haya quien aprenda, ese informe no es pedagógico; esa
información se hace con el fin especial de persuadir á los magistra-
dos y de defender á un cliente; y ese fin no es posible que lo tenga
el pedagogo en el acto de enseñar. El pedagogo podrá en su cate-
¿Qué es ¡o pedazó&lco? :?£L

dra parodiar, remedar ese acto, con ese mismo fin supuesto, pero
DO es faena de pedagogo el hacerlo realmente en la Andiencia.
ün orador parlamentario hablará en el Congreso de cualquier
asunto de interés propio ó general; podrán aprenderse, por su dis-
curso, altas teorías políticas, asuntos financieros, de minas, de ca-
rreteras, de administración, etc., etc.; pero ese acto no es posible
que sea pedagógico, pues no se hizo con intento de enseñar.
Un comerciante informará á otro comerciante, un industrial á
otro industrial para hacer sus tratos y combinaciones, y podrán
esos informes ofrecer ocasión para que se aprenda; pero no pueden
constituir método de enseñanza.
Más aún: al maestro ebanista ocurrirásele ordenar de palabra
á un oficial ó aprendiz la manera de proceder en una obra que le
ha pedido un cliente, y dará esa orden con intento, no de enseñar
á ese oficial ó aprendiz, sino de que éste i'ealice la faena conforme
á los deseos del parroquiano. Ese acto ya no es pedagógico, aunque
resultara que el oficial ó aprendiz hubiera aprendido por ello la ma-
nera de realizarla. ¿Por qué?
Porque lo que caracteriza lo pedagógico no es sólo el medio in-
directo empleado, sino el fin. El fin es esencial para determinar la
naturaleza de estos actos, pues según se tenga uno ú otro fin, cam-
bian completamente las condiciones de los mismos.
El abogado, al informar en la Audiencia, expondrá únicamente
las doctrinas jurídicas relacionadas con su pleito y. pertinentes al
caso, por cuya decisión favorable actúa; él se halla interesado en
ocultar, no sólo aquello que directamente perjudique á su causa,
sino lo que indirectamente pudiera suscitar dudas y perplejidades
en los jueces. La impresión que busca producir no es la pedagógica:
sostiene que la ley es clara, evidente y explícita en lo favorable á
su cliente, aunque sea turbia y nebulosa para un jurista desintere-
sado, como ha de ser el pedagogo. Este, enseñando en su clase, to-
maría precisamente la posición contraria, de exponer la doctrina
general, sin tener en cuenta el interés especial de un hecho, que
sei-ía lo último que á él se le podría ocurrir. Los fines distintos de-
terminan la marcha en direcciones distintas de la conducta huma-
na, en este y en todos los demás ejemplos, en este y en todos los
ramos.
Cuando guía el fin pedagógico del enseñar, es de esencia el aco-
modarse en los actos de enseñanza á conseguir la impresión pedagó-
gica; y todo lo que se haga con ese fin, está desviado y á veces con-
trapuesto de los otros fines. En el acto sencillo de ordenar el maes-
288 Varía.

t o ebanista el modo de ejecutar una obra, la información se redu-


cirá exclusivamente á la particularidad pedida por el parroquiano.
El pedagogo lo haría de manera abstracta y general, ó por lo me-
nos sin esa adecuación especial al caso particular de aquel parro-
quiano; y esa manera es ya distinta de la que suelen emplear los
maestros que no son pedagogos í l ) .
El fin de que se aprenda, aunque es esencial en lo pedagógico,
no basta él solo para caracterizarlo. Hay actos que no son pedagó-
gicos, y, sin embargo, se ejecutan con ese fin. Un padre comercian-
te manda su hijo á Italia, en casa de un corresponsal amigo, con el
fin de que aprenda la lengua italiana; el chico, sin que nadie expro-
feso se distraiga de sus quehaceres para enseñarle, consigue hablar
correctamente; eso no es pedagógico, aunque se hizo con el único
fin de que se aprendiese una lengua; no hay nada pedagógico en la
acción del padre; no hay nada pedagógico en la conducta del co-
rresponsal; el chico, sin pedagogías, aprendió una lengua. En tal
forma no cabe la intervención del pedac^ogo.
Por consecuencia, halu-emos de confesar, de buenas á primeras,
como elementos esenciales del acto pedagógico: 1." Persona que en-
señe. 2." Acto con fin de enseñar. .3." Modos indirectos dis'intosde
los actos que constituyen el ejercicio real de alguna profesión ú ofi-
cio. Y 4." Cierta adecuación en la conducta del que enseña al esta-
do especial del que ha de aprender.
Pasemos ahora á examinar actos menos indirectos, á saber:
La cor7•ecc^•ó^^.—Estamos en el taller del ebanista. El chico, por
orden superior ó por deseo de hacer algo útil, se atreve á hacer una
obra rudimentaria, v. gr., cepillar un listón; y cuando cree que su
obra está acabada, la presenta al maestro. El maestro nota ciertos
defectillos y corrige la obra. ¿Esa corrección es pedagóíjica, quiero
decir, es acto que el pedagogo, fuera del taller, puede llevar á efec-
to con idéntico carácter y eficacia?
Hay que distinguir. Si el maestro, al ver la imperfección de la
obra, la corrige con el solo fin de acaljarla, sin intento especial de
darle una lección al aprendiz, y sin fijarse en si éste atiende ó no
atiende, eso no es pedagógico; es obra de división del trabajo en ese
taller, donde los más entendidos ó hábiles repasan las obras incom-
pletas de los menos diestros, para terminarlas; pero si el maestro,

(1) Hemos de observar que f-se fin, Cfiriicteristico de lo pedagógico, no es


preciso que se cumpla para que el acto sea pedagógico. Se pueden hacer mu-
chos esfuerzos para enseñar, .sin que realmente se aprenda. Muchos salen dol
colegie sin saber la décima parte de lo que se propusieron enseñarles.
¿Qué es lo pedagó)ilco?__ ÍS9

deseando que el aprendiz se fije para hacerlo mejor, quiere enseñar-


le ó instruirle, eso ya puede ser pedagógico.
Aunque parezca distinción sutil, no lo es; en ese acto tan peque-
ño, sencillo y aislado no se ve la transcendencia; pero cuando apli-
quemos esa distinción á actos no tan menudos ó á los hábitos que
esas cosas tan menudas producen, se notarán inmediatamente los
efectos muy hondos en la conducta humana y en el orden social.
La conducta del maestro en ambos casos es distinta. Si su pro-
pósito fué acabar pronto la obra, sin entretenerse en dar lecciones,
no desperdiciará madera ni tiempo; con un pequeño retoque la obra
se ha terminado; él no se distrae, el chico vuelve á sus quehaceres,
y la lección, rápida y brevísima, está dada sin querer. AI poco rato
el chico se presenta de nuevo con otro listón; si se ha repetido la
ineptitud, una ruda interjección del maestro despabila al aprendiz,
y el maestro al corregir quizá lo haga esta vez más rápidamente y
de mal humor, perdiendo menos tiempo. Pero si la corrección se
hace con el ánimo de que el chico aprenda, entonces varía la deco-
ración: el m.aestro ya se entretendrá en hacer notar todas las par-
ticularidades precisas para que el chico comprenda en qué consiste
la imperfección de su obra; le enseñará á coger el cepillo, le dirá
la dirección, le marcará la fuerza, etc., etc. Esto último ya puede
ser pedagógico, bien que el pedagogo, por hábitos de su oficio, se
entretenga un poquito más, en informaciones sistemáticas, en ex-
plicaciones más científicas y más amplias, y seguramente sin las
prisas del trabajo y en otras circunstancias de lugar y tiempo muy
distintas. La madera, en una institución pedagógica, no tendrá más
fin que el de servir de objeto de enseñanza, sin utilidad posterior;
la repetición de las obras no se verificará tan á menudo como en el
taller; y los hábitos de trabajar á las órdenes de un maestro que
paga el jornal á su aprendiz son diferentes á los hábitos que se con-
traen en institución donde al pedagogo se le paga por enseñar.
Baste por ahora indicar estas distinciones, cuya transcendencia
se irá estudiando después. Lleguemos á lo menos indirecto:
La acción.—El maestro ebanista, por lo ordinario, se hallará tra-
bajando en el taller construyendo piezas separadas, las cuales al
ser unidas en cierta disposición formarán un mueble. Casi todas las
obras humanas suelen efectuarse así: aun las máquinas que pare-
cen organismos vivos, se han de fabricar construyendo separada-
mente sus varios elementos.
Si todas las operaciones necesarias para fabricar ese mueble se
hacen con el exclusivo objeto de satisfacer un pedido, eso ya no es
•nt,iuBA IS
290 Varía.

pedagógico. Pero ¿podrán acaso confundirse aquí, en una misma


acción, lo pedagógico con lo exclusivo magistral ó directo?
Así parece de pronto; pero insistimos en afirmar la índole com-
pletamente distinta, aun en la persona que pueda ejecutar ese acto
con los dos intentos á la vez, por ser al propio tiempo maestro y pe-
dagogo, V. gr., un pintor.
Para ejecutar sus obras verdaderamente personales de maestro,
el pintor no aguardará el instante en que la atención de los apren-
dices de su taller se halle más excitada, sino el momento en que su
estado interno de inspiración, de facilidad de concebir y de ejecu-
tar, le ofrezcan garantía de acierto en el trabajo. El pintor cuando
quiera ejecutar algún acto pedagógico, ha de producir lo que pueda
ser comprendido por el alumno, en el sitio y hora en que la clase se
da; si el alumno se halla poco preparado, el pintor dibujará esque-
máticamente narices, bocas, ojos, etc.; si el alumno es algo más ins-
truido, el pintor esbozará en la pizarra, papel ó lienzo, las figuras
más sobadas del repertorio; y si se lanza á pintar un cuadro com-
pleto, para ejercicios pedagógicos, no pasará las noches en vilo por
Imaginar asunto nuevo, ni estará ensayando con cien probaturas,
retoques, correcciones, sino que trazará en cuatro pinceladas l a i
figuras más fáciles y comprensibles, fijándose únicamente en el as-
pecto especial que quiere evidenciar. De manera que su marcha, con
el fin de enseñar, consiste en ir rebajando sus obras, para ponerlas
al nivel intelectual del alumno, es decir, en dirección opuesta á la
que seguiría para hacer sus obras verdaderamente magistrales.
De modo que en la acción completa ocurre idéntico fenómeno
que en la corrección y en la información.
Aquello, pues, que no varía en esos tres casos, seguramente es
lo esencial. Lo esencial pedagógico no es el medio, hablado, escrito,
figurado, intuitivo, etc.^ sino el fin de la acción y el constituir un
proceso distinto del directo y magistral. Y si alguien pretendiese
confundir los dos en una sola acción, no sería más que un fingi-
miento.
Se han equivocado, por consecuencia, al imaginar que hay pro-
greso decisivo y verdaderamente transcendental en la instrucción,
cuando se sustituye con la imagen, lámina ó estampa, la informa-
ción oral; ni siquiera cuando se apele á los objetos reales de la lec-
ción de cosas, ni aun en el sistema realista de Rousseau, ni en los
talleres prácticos de Tolstoi, ni en el ingenioso, atractivo y cómodo
de la escuela de Abbotsholme, preconizada por Demoulins. En esta
última no se hace más que sustituir la realidad por una ficción, con
¿Qué es lo pedagógico? 29Í

el inconveniente de que parezca la realidad misma. Entre la imagen


que da un espejo y el ohjeto real representado por la imagen, hay
un abismo, aunque produzcan ambos la misma impresión visual.
Hágase la experiencia de mantener el cuerpo comiendo imágenes de
carne, y se notará la diferencia.
Después de todo, si el progreso de lo pedagógico consistiese en
acercarse de tal modo á lo directo, que vinieran á confundirse, con-
virtiendo á la realidad en materia pedagógica, y se aceptara que se
aprenden los oficios viéndolos directamente ejercer y ejerciéndolos,
entonces nada hay que decir: sobra la pedagogía. Preconizar eso,
es dar por supuesto que todos los progresos de la pedagogía consis-
ten en volver al método real que en la edad de piedra se empleaba
en todos los oficios. A eso tiran los progresos de la ciega y confusa
pedagogía.
Así como hay actos pedagógicos en el que enseña, también IOB
hay en los que son enseñados. En la conducta de los aprendices de
un taller real hay actos que paeden ser ejecutados por los alumnos
de una escuela; tales actos podrán ser pedagógicos.
Todo acto verificado con el exclusivo objeto de aprender lo que
le enseñan, ó de habituarse á un ejercicio que le imponen, sin que
el acto ó el ejercicio tengan otro fin extraño, es acto pedagógico.
Del mismo modo, todo lo que se ejecuta para demostrar que ha
sido enseñado, es pedagógico.
Un chico entra en una barbería con el fin de aprender á afeitar, y
viendo cómo afeita el maestro y repitiendo lo que ha visto, aprende;
eso no es acto pedagógico, aunque por ese camino llegase & ser el
mejor peluquero del mundo.
Ahora bien; sí ese aprendiz se entretiene en hacer probaturas,
sin aplicar á faena real su trabajo, v. gr., remojando la cara á un
maniquí, etc., etc., esas probaturas podrán ser actos pedagógicos,
porque el simular ó fingir que se hacen las faenas, sin aplicación
real, como gimnasia, eso es muy pedagógico.
Y llamo la atención hacía estos actos del que aprende, para que
se pueda precisar después la esfera de lo pedagógico, y no se crea,
V. gr., que el examen es siempre cosa pedagógica, ni que con el exa-
men pedagógico puedan apreciarse las aptitudes magistrales que no
son pedagógicas: son órdenes muy distintos.
Es muy natural que el que trata de enseñar á otro y ha hecho
por su parte lo que cree preciso para que la enseñanza se realice,
quiera evidenciarse de que el discípulo ha aprendido efectivamente
lo que se le enseñó; y esto es eminentemente pedagógico, sobretodo
392 Varía.
si el uno lo hizo con el objeto de evidenciarse de que la enseñanza
se ha cumplido, y el otro por demostrar que efectivamente sabe lo
que se le quiso enseñar.
Ese examen, meramente pedagógico, no prueba más que lo pe-
dagógico; no llega ni transciende más allá de lo pedagógico. Si
uno quiere evidenciarse de que Fulano es militar realmente ins-
truido y apto para el oficio, podrá examinarle pedagógicamente de
muchos modos: podrá, v. gr., preguntarle de las asignaturas que
estudió durante la carrera en Segovia, Toledo ó Valladolid; y,
claro, ese examen sólo probará que se acuerda, ó se ha olvidado,
de lo que leyó en los libros; si se quiere hacer más vivo el exa-
men, se le ordenará que se ponga al frente de una compañía ó de
un batallón, para que dirija unas cuantas evoluciones: con esto ya
puede demostrar que sabe la instrucción mecánica; hasta podrá lle-
garse al máximum de lo que alcanza el examen pedagógico, hacién-
dole intervenir en unas grandes maniobras militares. Eso, que pare-
ce tan real, tan intuitivo, no pasa más allá de lo pedagógico: alli
hay supuestos tácticos, supuestos enemigos, supuestas escaramuzas
y batallas, y eso es perfectamente pedagógico; mas todo eso no
prueba la aptitud real del oficio militar, pues al verdadero militar
donde se le prueba verdaderamente es en la guerra; no en las gue-
rras de burlas ó supuestas, sino en las guerras reales, con enemigos
reales, con apuros reales, con peligros reales, etc., etc., es decir, en
condiciones muy distintas de aquellas en que se verifican las manio-
bras, donde todo de antemano se halla prevenido para la simula-
ción. Las virtudes reales sólo se prueban en condiciones reales, en las
que no se puede enseñar pedagógicamente, ni aprender pedagógica-
mente, ni demostrar pedagógicamente. Sólo cuando se pelea por
matar y no por demostrar pedagógicamente lo que se ha aprendido,
es momento en que no se puede usar de expedientes pedagógicos;
cuando el fin no es pedagógico, sino real (1).
Las operaciones militares son acto pedagógico, aunque consti-
tuyan actos complejísimos, entre los cuales se vislumbren algunos
que aparezcan reales y directos. Estas operaciones se hacen con el
fin de enseñar á las tropas los ejercicios militares, ó de demostrar que
esas tropas se hallan instruidas, sin que las operaciones sean real-

(1) Estas materias, que ahora rápidamente esbozamos, irán aclarándose í


medida que las estudiemos por otros aspectos. Al presente tratamos de defi-
nir y de limitar lo pedagógico, aunque sea con rasgos indecisos y poco mar-
cados: poco i, poco se irán fijando y realzando con más dureza y relieve.
^ ¿Qué es ¡o pedagógico? 293
mente operaciones de guerra, sino una simulación real de una gue-
rra que no existe.
Aquí no puede liaber confusión: los fines determinan conducta
muy diferente: entre la acción de un cómico representando en tablas,
y la acción real de una persona que verdaderamente la hace, lo he-
mos dicho y a , existe un abismo.
Además, la complejidad de esos actos es cosa m u y relativa:
aquellos que más sencillos nos parecen, vistos á menor distancia
son m u y complejos. En lo moral ocurre como en lo físico: una man-
zana parece cosa muy sencilla, y , sin embargo, es un ente comple-
jísimo, analizable y divisible en cincuenta mil partes; y esas partes
pequeñísimas, miradas en el microscopio, son á su vez complejísi-
mas. Los actos aislados de información, corrección y acción, en
cierto modo sencillos, analizados menudamente, se componen de
una infinidad de actos incontables. ¿Quién es capaz de analizar á la
menuda cada uno de los actos necesarios para fabricar una silla,
desde el arranque del árbol en el bosque, hasta la última pincelada
de barniz? Aun ciñen donos al análisis del acto sencillo de tornear
un solo pie de aquella silla, veremos la complicación de operaciones
físicas é intelectuales que ese acto representa; y así indefinidamente
hasta llegar á un simple esfuerzo del brazo, ó un simple acto intelec-
tual; y aun esos, analizados de manera microscópica, resultan com-
plejísimos. Eso bien lo saben los psicólogos.
Y hemos venido á decirlo al efecto de que esa complejidad no
altera la naturaleza de los actos para el aspecto pedagógico que
tratamos de estudiar.
Es también recurso pedagógico el de emplear como artificio los
medios naturales. Un padre, por ejemplo, envía un hijo para que
ejecute ciertas operaciones mercantiles en país extranjero, y apren-
de muchas cosas nuevas. Eso no es pedagógico. Pero hay un medio-
algo artificioso para lograr una parte del efecto: hacer venir de
aquel país á una persona sin más objeto que el de servir de modelo
para su hijo. Eso es pedagógico. Como es pedagógico todo viaje he-
cho sin más finalidad que la de producir la enseñanza; como es pe-
dagógico la simulación de un taller sólo con el fin de enseñar.
H a y actos que á primera vista no parecen pedagógicos y lo son.
Un pedagogo lee en alta voz en su escuela para que los chicos apren-
dan á recitar, con la entonación debida, los interrogantes, las ad-
miraciones, las pausas,etc.,etc.;esto indudablemente es pedagógico;
pero supongamos que allí se lee una orden del ministro de Instruc-
ción púbñca, no con el fin de que la lectura sirva de modelo, sino,
294 Varía.

para que se enteren los chicos de la orden y la obedezcan. Claro es


que esa lectura puede hacerse sin el escrupuloso cuidado de pausas,
interrogantes, etc., c mo se hizo la lectura anterior, Y eso parecerá
un acto magistral y no pedagógico; pero evidentemente corresponde
á la categoría de lo pedagógico, porque aquella orden pertenece á
una cr^'ación artificial pedagógica, que tiene por objeto simular el
orden social que los chicos han de ver luego fuera de la escuela; es
decir, que entra ese acto á formar parte de un sistema de medios
educativos que los pedagogos utilizan para que se acostumbren los
chicos á una disciplina, que les prepara, según dicen, á ordenar la
conducta que han de seguir fuera de ese organismo pedagógico,
arreglado con el fin de causar la impresión pedagógica moral. Hay
en cierto modo una simulación de organismo que intenta remedar
la vida social.
Un decreto parecido, procedente del ministro déla Gobernación,
leído en el taller del ebanista, con el fin de que los aprendices lo
obedezcan para cumplir mejor las ordenanzas del oficio, aun siendo
esa lectura semejante á la lectura de la otra orden en la escuela, ya no
es pedagógica; porque en el taller no hay la intención de que los chi-
cos aprendan á sujetarse á ese orden social, sino la intención de que
se sujeten, aunque de esa verdadera sujeción resulten híbitos de dis-
ciplina en ese orden social, provocados por estímulos que no son pe-
dagógicos: como no son pedagógicas las instrucciones dadas á un
diplomático marcando la línea de conducta que ha de seguir en un
negocio, aunque por obedecerlas aprenda y se acostumbre á las la-
bores diplomáticas.
En esos casos se ve muy claro que aún influyen los fines últi-
mos para distinguir la naturaleza de los actos, aunque el fin pró-
ximo aparezca similar. Es acto pedagógico todo el que se verifica
en institución esencialmente pedagógica, si forma parte del sis-
tema que rige en esos organismos instituidos con el fin de eniieñar.
y se evidenciará más claramente la distinta naturaleza de esos
actos, que aislados podrían confuudir.se, al observar la diversidad
de efectos que producen y que ya expondremos en su día. Basta,
por ahora, fijarse en que todo organismo artificial pedagógico, si ha
de cumplir su fin, necesariamente ha de apartarse mucho, en su con-
ducta, de la conducta de los organismos que no tienen ese fln. Las
informaciones, orales ó escritas, las correcciones, los actos que en
ambas se verifican, hemos visto que han de ser diferentes por com-
pleto; como son distintas también las relaciones entre los individuos
que las componen, pues han de estar informadas de motivos comple-
¿Qué es lo pedasósclco. 295

tamente distintos: las amistades y enemistades, simpatías y antipa-


tías, afectos y pasiones que nacen ó se desarrollan en un medio pe-
dagógico y por hechos ó motivos pedagógicos, son de naturaleza di-
ferente á la de los que se forman por hechos y motivos reales en otro
medio donde hay otros estímulos de intereses personales, de fami-
lia, de profesión, de lugar, etc., etc.
Finalmente, hay actos que por las circunstancias en que se veri-
ñcan no parecen pedagógicos y lo son, porque derivan de hábitos
pedagógicos arraigados en personas que, habituadas á obrar confor-
me al fin pedagógico, no saben adecuar su conducta á otros fines,
ün catedrático de Universidad, acostumbrado durante mucho tiem-
po á las funciones pedagógicas, va por primera vez á las Cortes; no
posee la destreza necesaria para tratar las cuestiones políticas con-
forme á la táctica corriente que impone la lucha real de intereses y
partidos; se levanta á intervenir en una discusión; y en vez de enfo-
car, cual allí S3 enfoca, con el fin de que prevalezca lo que á los in-
tereses que representa conviene; eu vez de emplear el tono y los ar-
gumentos más adecuados para que el auditorio se convenza, lo toma
por el aspecto á que está acostumbrado en la cátedra, meramente
abstracto y doctrinal, como si fuera habitante de otro mundo dis-
tinto de aquel en que perora; los diputados, que notan pronto su to-
nillo pedantesco y no gustan de ser tratados como alumnos de una
escuela, reciben con desatención, con risas ó siseos, la impertinen-
cia del discurso. El profesor evidentemente se ha equivocado. ¿A
qué obedece esa caída? A la incapacidad de desprenderse de sus há-
bitos de pedagogo; por eso, en vez de oración parlamentaria, le ha
salido una disertación académica, en sitio donde no correspondía:
ha realizado un acto pedagógico (1).
Por extensión, pues, hay actos pedagógicos, derivados de la
costumbre pedagógica, que salen fuera de las condiciones peda-
gógicas.
Y así como en estas chcunstancias le pasa al profesor, también
puede sucederles á los discípulos, los cuales, acostumbrados du-
rr-.nte muchos cursos á ejecutar actos pedagógicos, con el fin de de-

(1) No creo que el lector interpretará estas frases mias como aplauso á la
conducta de los que van á las Cortes á defender intereses personales, menudos
y rastreros, en oposición á la conducta del catedrático, cuyo decoro ó digni-
dad le impiden descender á tan bajo nivel; sin embargo, me conviene de-
clarar mi opinión de que á las Cortes se debe ir á defender intereses, los más
nobles, los más justos, los mas honrados, sí, pero intereses sin los cuales no se
conciba al oficio de la» Cortes; para entretenerse charlando sin utilidad al-
296 Varia.

mostrar pedagógicamente que se han aprendido las lecciones, llevan


esa pedantería escolástica á la vida social, en la cual repiten las
mismas sonatas á que se acostumbraron en la escuela, transcen-
diendo á la vida real las prácticas pedagógicas.
Todo esto nos debe persuadir de lo preciso que es el determinar
la natm-aleza y efectos de los actos pedagógicos, para explicarnos
las cualidades que derivan de esos hábitos de escuela, de ese peda-
gogismo transcendental.
Este estudio lo iremos haciendo poco á poco, al observar los
efectos de instruir exclusivamente con actos pedagógicos; pero con-
venía á nuestro propósito apuntarlo ahora, para que no nos sorpren-
da la explicación de estos hechos, que no se explicarían bien sin re-
ferii'los á tales antecedentes.
El pedagogísmo puede llegar á tal extremo, que no sólo insti-
tuya ó cree artificios pedagógicos que simulen ó remeden lo que se
hace en la vida real, sino que infiltre sus hábitos de tal modo, que
éstos sustituyan la conducta que impone la misma realidad. La es-
cuela, como gran progreso, por cumplir sus fines pedagógicos, ha
fingido la vida de familia, ha fingido las prácticas reales del taller,
ha fingido el orden social, y el último y más sublime efecto á que
aspiran los científicos de la educación es conseguir que la sociedad
y la familia se conviertan á su vez en una escuela, donde todo el
mundo y á toda hora realice actos pedagógicos; sin ocurrírseles que
al sustituir los fines magistrales por los fines pedagógicos, había de
cambiarse diametralmente la marcha de la humanidad.
¡Descabellado nirvana donde todo fin social quedaría aniquila-
do! Dos fines que tiran en dirección contraria, paralizan el movi-
miento.
JULIÁH g l B S S A j . _ .

guna no se han establecido. Por tanto, el que por simple vanidad de lucir BU.
ciencia y su facilidad oratoria, ó por el gusto de aparecer envuelto en bri-
llante aureola de virtud, se presenta allí apartado ó desligado de todo interés
mundano ó terreno, cual si acabase de bajar de esferas sublimes ó celestes, ése
no ejecutará al pronunciar su discurso ningún crimen ni acción infame; pero
podrá decirse que ha perdido el tiempo y lo ha hecho perder á los demás; y
eso, á mi juicio, no es maravillosa ni extraordinaria virtud. Kutro la conducta
del que defiende los más caros intereses, los más nobles, y la del que no de-
fiemde ninguno, media un ibismo.
sunñRio
SECCIÓN bE HISTORIA
Páginas.
La Sección de Historia 1
F. Aznar Navarro.—Los .solariegos en León y Castilla 4
E. Ibarra.—Bibliografías liistóricas regionales: Ar.igón. 1. Pre-
liminar.—II. Aragón antes de aparecer el reino do Aragón. . 27
P. Longás Bartibás.—Documentos inéditos: Ordenanzas munici-
pales de la villa de Garde (valle de Roncal) 35
BiBLiOGRAPi.4. CEÍTiCA.—J. Humbcrt: Les origines vénézuélien-
nes.—L'occupation allemande du Venezuela au XVP siéde.
(R. Altamira) 45
M. E. Martínez.—Historia del reino de Badajoz durantela do-
minación 7nusulmana. (J. Ribera) 50
Studí di diritto rotnano, di diritto moderno e di storia del di-
ruto. (A.) 52
REVISTA DE REVISTAS. — (Españolas, italianas, francesas,
belgas) 54
NOTICIAS.—LIBROS RECIENTES 62

SECCIÓN bE F I L O L O G Í A Y L T E R A T U R A W

R. D. Peres.—La literatura esp.añola en 1905. 65


Ramón Menéndez Pida!.—Los romances tradicionales en América. 72
TEATRO.—Los estrenos en Madrid: Crónica. Buena gente, de
Santiago Rusiñol.—FerdacZ, de Emilia Pardo Bazán. (Severino
Aznar).—ias urracas, de Ignacio Iglesias. (R. D. P.) 112
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS,—Cai-andm, de B. Pérez Galdós. (R. D.
Peres) 135
Estliétique comme science de l'expresion et lingídstique genéra-
le, de Benedetto Croce. (Rafael Altamira) 138

(1) Dosde ol número '2.°se B u b d i v i d i r á osta. sección en dos secciones: waa, Sección de
Literatura moderna, dirigidu por E. Góraoz de Saquero y Ramón 0. P a r e s ; otra, Sección de Filo-
logia V Historia literaria, por R. Menánde:: Pidal, como se anuncia en liis x>ortadas.
P&giniM.

«To bite ihe dnst', aiid tymbólical lay communion, de J. D. M.


Ford. (R. M. P.) llü
Las Z Y 9 del antiguo castellano, iniciales de sílaba, eMudiadas
en la inédita tGaya> de Segovia, de Oiva Joh Tallgren.
(R. M. P) 140
MOSAICO 142
ALGUNAS PÜBLICACIONHS BHOIENTES 14G

SECCIÓN DE ARTE

Y. Lampérez y Romea.—Las artes plásticas en España: Balance


de actualidad 146
A. de Beruete.—La Venus del espejo 155
Cecilio de Roda.—La condenación de Fausto, de Berlioz 166
Elias Tormo y Monzó.—La escultura en Galicia 171
NOTAS.—José Ramón Mélida.—El legado de la duquesa de Villa-
hermosa 183
Ex; :)sición SoroUa 186
BIBLIOGRAFÍA: Andró Michel.—Hísíoírede Vart, depuis lespré-
miers temps chrétiens jusq'd fws jours(y. Lampérez) 188

SECCIÓN a s FILOSOFÍA

La Sección de Filosofía 193 \


A. fiómez Izquierdo. -Novísimas aplicaciones de la lógica 195 ¡
M. Asín y Palacios.—La psicología del éxtasis en dos grandes • '
místicos musulmanes (Algazel y Mohidín Abenarabi) 209 i
Dr. Surbled.—Crónica científica: L La unidad de la vida cere-
bral.—II. Las relaciones entre el llanto y la tristeza.—III. La
telemecánica del Dr. Branly 236
NoT.<s.—Algunas recientes publicaciones españolas sobre la fi-
losofía árabe.—La enseñanza de la filosofía en las Universi-
dades de lengua francesa (1905-1906) 247
Revistas nuevas,—Necrología.—Análisis de Revistas 251
3'JMARIO DE REVISTAS. —LIBKOS RHCIEXTES 257

VARIA

G. Maura y Gamazo.—El divorcio sueco-noruego 261


J. Ribera y Tarrago.—¿Qué es lo pedagógico? 281
CULTURA ESPAÑOLA
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dencia de criterio le veda solicitar ó admitir toda subvención ó apoyo de
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ÑOLA ruega á sus colaboradores remitan los originales á los Directores
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za, Independencia, 32), Historia de España y especialmente la medieval.
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