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El humanismo cívico

Una propuesta de praxis política radicada en la naturaleza humana 1

“Corremos el inminente riesgo de pensar que la democracia es...


la manera que los hombres han inventado para vivir sin valores humanos”
Alejandro Llano, Humanismo cívico

Liliana Beatriz Irizar


Universidad Sergio Arboleda
Resumen
Frente a la progresiva y acelerada deshumanización de la vida política corresponde buscar

nuevas alternativas que nos permitan concebir un modo de pensar y de hacer política

rigurosamente humanos. Tal modo de pensar existe y es conocido como humanismo cívico el

cual asume como premisa básica “la radicación humana de lo político y (…) los parámetros

éticos de la sociedad.”2 Esta propuesta filosófico-política, que tiene claras raíces aristotélicas,

en la actualidad ha sido rehabilitada por el filósofo español Alejandro Llano. Nosotros

siguiendo sus lineamientos básicos, en el presente ensayo procuramos mostrar que la índole

netamente humanista de esta propuesta obedece a su clara sintonía con la naturaleza humana y

su ley intrínseca.

Palabras clave
Humanismo cívico, Alejandro Llano, naturaleza humana, ley natural, política, ética,

Aristóteles, Tomás de Aquino.

1
El presente trabajo es uno de los resultados correspondiente a la primera fase del proyecto Humanismo cívico.
Un nuevo modo de pensar y de comportarse; que desarrolla el grupo Lumen, Escuela de Filosofía de la
Universidad Sergio Arboleda, y ha sido presentado y leído en las XLIV Reuniones Filosóficas: La ley natura,l,
Universidad de Navarra, 27-29 de marzo de 2006.
2
LLANO, A., Humanismo cívico; Barcelona, Ariel, 1999, p.12.
2

En el presente trabajo me propongo mostrar que es posible concebir un modo de pensar y de

hacer política rigurosamente humano en la medida en que sus piezas conceptuales de fondo

sean homologables con los preceptos de la ley natural. Sostengo que tal modo de pensar existe

en la actualidad y es conocido como humanismo cívico el cual asume como premisa básica “la

radicación humana de lo político y (…) los parámetros éticos de la sociedad.”3 Sin embargo,

como bajo el nombre de humanismo cívico cabe agrupar diferentes propuestas filosófico-

políticas, comenzaré mi exposición estableciendo qué versión, en mi opinión, se acoge con

mayor nitidez y coherencia a las exigencias de la naturaleza humana y, por lo mismo, merece

por pleno derecho el título de humanismo cívico.

1. La versión metafísica del humanismo cívico

Entiendo que la definición de humanismo cívico ofrecida por el profesor Eloy García López

en el prólogo a la obra de J.G.A. Pocock – El momento maquiavélico- puede servirnos para, de

manera genérica, incluir en ella diferentes versiones del humanismo político que, si bien

difieren en importantes aspectos, coinciden todas en sostener los rasgos elementales allí

apuntados: “un nuevo paradigma político en forma de discurso republicano (...) centrado en la

afirmación de la identidad cívica del hombre: el hombre como ser político que vive en una

comunidad que recibe el nombre de ciudad.”4

Básicamente, y por razones de espacio, me referiré a las que considero dos corrientes más

marcadas dentro del discurso republicano cívico en la actualidad:

3
LLANO, A., Humanismo cívico; p.12.
4
Prólogo a POCOCK, , J.G.A, El momento maquiavélico. El pensamiento político florentino y la tradición
republicana atlántica. Tr. M. Vázquez y E. García, Madrid, Tecnos, 2002, p. 59.
3

1. La Escuela de Cambridge, a la que pertenece, entre otros, J.G.A. Pocock y Q. Skinner.

Lo que aúna a los representantes de esta corriente es, en palabras de E. García López,

la renuncia “a entender la política en términos habituales de la lógica del poder y lo

explica, en la tradición clásica, como un vivir político activo que resulta por principio

irrenunciable a un hombre que se reclama ciudadano”.5 Para construir este discurso la

Escuela de Cambridge recurre principalmente a los planteamientos del humanismo

renacentista florentino –de modo particular al Maquiavelo de los Discorsi-, a través de

ellos a Aristóteles y, finalmente, a Rousseau y a Condorcet6.

2. El humanismo cívico de signo metafísico: al que pertenecen Alejandro Llano y, en

buena medida, A. MacIntyre. Para los efectos de este trabajo, me centraré en el

primero de los filósofos mencionados debido a que constituye, dentro de esta vertiente,

el autor que ha expuesto de modo más sistemático y sobre bases metafísicas su propio

discurso cívico. Alejandro Llano recoge las aportaciones sobre el tema hechas por

Pocock y atiende, por tanto, a las reflexiones de los mayores representantes del

pensamiento político renacentista florentino7. Con todo, su referencia a Aristóteles es

mucho más explícita y constante. Además, su apelación directa al Estagirita permite

articular, sin forzar los textos, sus propias argumentaciones con la filosofía política de

Tomás de Aquino, sin duda, el más notable exponente del humanismo político de corte

metafísico.

5
Prólogo a GONZÁLEZ IBÁÑEZ, J., Educación y pensamiento republicano cívico. La búsqueda de la
renovación de la ciudadanía democrática; Valencia, Editorial Germania, 2005, p. 16.
6
En la misma de línea de pensamiento de la Escuela de Cambrigde cabría incluir, tal vez con matices, a otra
figura especialmente nombrada dentro del actual “giro republicano”, me refiero a Philipe Pettit.
7
LLANO, A., Humanismo cívico..., pp. 37 y ss.
4

2. Los nudos conceptuales del humanismo cívico y su plena sintonía con la ley natural

“...la democracia constituye actualmente el único régimen político en el que es posible llevar a

la práctica el humanismo cívico”.8 Se trata del punto de partida inalterable de esta propuesta;

sin embargo, resulta inaplazable la tarea que este humanismo político se ha fijado: repensar la

democracia a partir de categorías metafísicas y éticas; única vía válida para que la democracia

opere como lo que es, un instrumento –no un absoluto-, es decir, un tipo de organización

jurídica y política que debe sustentarse en valores morales para poder servir eficazmente a la

dignidad personal y al bien común. En este sentido, cabe apuntar aquí la sorprendente

actualidad de la siguiente observación de Tocqueville, otro destacado representante del

humanismo cívico, quien refiriéndose a la república en los Estados Unidos como “reinado

tranquilo de la mayoría”, anota que, si bien es la fuente de todos los poderes, “... en sí no es

todopoderosa. Por encima de ella, en el mundo moral, se hallan la humanidad, la justicia y la

razón, y en el mundo político, los derechos adquiridos.”9

La descripción inicial del humanismo cívico ofrecida por el mismo Alejandro Llano nos

servirá de marco conceptual en el que podamos situar los principales componentes doctrinales

sobre los que descansa esta propuesta mostrando, a un tiempo, la solidaridad que ellas

mantienen con la ley natural10.

“La primera y más radical es, sin duda, el protagonismo de las personas humanas reales y

concretas, que toman conciencia de su condición de miembros activos y responsables de la

sociedad, y procuran participar eficazmente en su configuración política. En segundo lugar


8
Ibid., p.7.
9
TOCQUEVILLE, A., La democracia en América; Tr. L. Cuellar, México, F.C. E., 19572 , p. 368.
10
Como es bien sabido, no encontramos en Aristóteles la noción de ley natural –de origen estoico-, sin embargo,
y esto me parece definitivo, si el Estagirita puede ser considerado como uno de los más notables representantes
del humanismo cívico, es justamente porque los planteamientos fundamentales de su filosofía política se
encuentran en total acuerdo con las leyes de la naturaleza humana.
5

figura la consideración de las comunidades humanas –en sus diferentes niveles- como ámbitos

imprescindibles y decisivos para el pleno desarrollo de las mujeres y los hombres que las

componen, los cuales superan de esta forma las actitudes individualistas, para actuar como

ciudadanos dotados de derechos intocables y de deberes irrenunciables. Por último, el

humanismo cívico vuelve a conceder un alto valor a la esfera pública (...) como ámbito de

despliegue de las libertades sociales y como instancia de garantía para que la vida de las

comunidades no sufra interferencias indebidas ni abusivas presiones de poderes ajenos

a ellas”11. A partir de este primer acercamiento al contenido doctrinal del humanismo cívico se

infiere sin dificultad que la íntima imbricación entre ética y política representa la clave

decisiva para la comprensión cabal de esta propuesta. La dimensión ética de la vida social y

política constituye el rótulo que mejor resume la primera de las notas mencionadas, mientras

que las otras dos remiten en buena medida a la correlativa dimensión social y política de la

ética.

En efecto, la primera de ellas -es decir, el reconocimiento de la ciudadanía como primaria y

legítima gestora de los asuntos de la polis- se asocia directamente con la noción de dignidad

humana, realidad central de este humanismo político de signo metafísico: “La idea básica de

este humanismo cívico es el reconocimiento de la dignidad de la persona humana, pensada de

manera que se dificulte su manipulación ideológica o su utilización mercantil”12. Es

precisamente el abandono de esta “imagen humanista del hombre y del ciudadano” lo que ha

conducido a la paulatina deshumanización de la vida social y política. Una despersonalización

que es preciso traducir en términos de burocratización y mercantilización, cuyo correlato

11
Ibid., p. 15.
12
LLANO, A., Ética y Política, entre modernidad y postmodernidad”; Ética y Sociología. Estudios en memoria
del profesor J. Todolí, O.P., Separata, Salamanca, Ed. San Esteban, 152.
6

ineludible lo conforman la apatía cívica y el individualismo insolidario del que de un modo

profético Tocqueville quiso prevenir a las democracias del siglo XIX13. Lo que sucede es que,

como subraya Alejandro Llano14, se ha radicalizado sólo uno de los aspectos que caracteriza a

la democracia, el que se refiere a reclamación de los derechos individuales, prescindiendo de

aquel otro que constituye, en realidad, una dimensión crucial de la democracia y de la misma

dignidad humana: el ejercicio de la libertad política; específicamente, esa autonomía cívica es,

uno de los puntos clave que el humanismo cívico se propone reivindicar. “Si a esta idea de la

ciudadanía se la califica de humanista, es justo porque estima que el respeto a la libre

iniciativa de los ciudadanos representa el correlato de su dignidad como personas.”15

Pero el humanismo cívico apela a una noción de libertad –la libertad como liberación de sí

mismo- que asume y supera los conceptos de libertad negativa (o libertad psicológica)16 y el

de libertad positiva (o libertad para), noción esta última que restablece la olvidada dimensión

social de la libertad. Porque la libertad personal “es algo más que negativa ausencia de

coacción... Es, ante todo, fuerza creadora que trasciende activamente las mediaciones

culturales y se compromete con proyectos de creciente envergadura. La constitutiva dimensión

13
“A medida que las condiciones se igualan, se encuentra un mayor número de individuos que, no siendo ni
bastante ricos ni poderosos para ejercer una gran influencia en la suerte de sus semejantes, han adquirido, sin
embargo, o han conservado, bastantes luces y bienes para satisfacerse a ellos mismos. No deben nada a nadie; no
esperan, por decirlo así, nada de nadie; se habitúan a considerarse siempre aisladamente y se figuran que su
destino está en sus manos...” Así la democracia conduce al hombre “sin cesar hacia sí mismo y amenaza con
encerrarlo en la soledad de su propio corazón.” A., TOCQUEVILLE, La democracia en América. Tr. L. Cuellar,
México, F.C. E., 19572 , P. 467.
14
Cfr , LLANO, A., La vida lograda; Barcelona, Ariel, 2003.
15
LLANO, A., Humanismo cívico..., p. 15.
16
La expresión “libertad negativa” ha sido definitivamente difundida por Isaiah Berlin, para quien libertad en
este sentido significa “estar libre de interferencias más allá de una frontera variable, pero siempre reconocible.”
Dos conceptos de libertad. Tr. A. Rivero, Madrid, Alianza, 2001, p.54. Se trata, no obstante, de una
tergiversación, por lo reducida, del concepto clásico de libertas a coactione o libertad de elección. Para dicho
autor, en efecto, la libertad humana en su significado crucial se limitaría a este aspecto: el de tener total capacidad
de hacer lo “yo quiero”.
7

social de la libertad es el núcleo de la concepción de la democracia tal como la propone el

humanismo cívico.”17 Se trata, por eso, de una comprensión metafísica de la libertad, según la

cual el dinamismo de nuestras elecciones enraiza en una naturaleza espiritual orientada

ontológicamente al bien humano que recibe pleno acabamiento bajo la condición de común.

Con razón, enseña, el Aquinate, de la mano de Aristóteles que “(la comunidad política) busca

el bien principal entre todos los bienes humanos, pues tiende al bien común que es mejor y

más divino que el bien de uno solo...”18

Lo dicho hasta aquí permite suponer que para el humanismo cívico hablar de un autónomo

oficio de la ciudadanía implica aceptar la constitutiva dimensión ética de las acciones humanas

porque sin esta premisa es impensable un auténtico humanismo que por definición resulta

inseparable de la radicación moral, en tanto que libres, de las decisiones personales. Por eso,

para el humanismo ciudadano “...la valoración moral de las acciones políticas es su dimensión

más profunda y característica (aunque no la única).”19 En plena consonancia con sus raíces

doctrinales y apoyándose en la lógica esencial del obrar humano, el humanismo cívico

desmiente la artificiosa escisión entre ética y política –y su obligado correlato: la quiebra entre

ética pública y ética privada- al impugnar un supuesto nivel pre-moral de las acciones

humanas20. Enfatiza, por el contrario, “el carácter intrínsecamente teleológico de la actividad

práctica y técnica”21 advirtiendo que su estimación como acciones buenas o malas no es algo

17
LLANO, A., Humanismo cívico, p. 102.
18
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Comentario a la Política de Aristótele. Tr. A. Mallea, Pamplona, EUNSA,
2001, I, 1, n° 2.
19
Ibid., p. 52.
20
Cfr Ibid., p. 52.
21
Ibid., p. 50.
8

posterior o resultante de las acciones, sino constitutivo de ellas.22 Se comprende, entonces, que

para este enfoque netamente metafísico y ético de la democracia, resulte, sin más, inhumano,

por antinatural, invocar una presunta “neutralidad” moral del Estado, según la cual las

decisiones públicas escaparían al examen sobre su bondad o malicia éticas. Pero este tema nos

conduce inmediatamente al de la verdad práctica que trataré a continuación.

La consideración ética de la praxis social enlaza naturalmente, en efecto, con otro concepto de

origen aristotélico y también central para el humanismo cívico: el de verdad práctica. Noción

que es preciso recuperar si se aspira a conjurar en alguna medida la mencionada ruptura entre

lo que es bueno para el individuo -“bondad” que debe estimarse exclusivamente según el

baremo de las preferencias personales- y lo que es, no bueno, sino correcto en el nivel de la

“verdad” pública. Decisión esta última que se traslada a la esfera de los “expertos en interés

general”23 o, en expresión de R. Spaemann, “detentores del monopolio de la interpretación

pública”24.

Hablar de racionalidad y de verdad prácticas, por el contrario, equivale a subrayar que no sólo

es posible, sino que constituye un derecho radicado en la naturaleza racional, la idoneidad de

los ciudadanos para indagar, a través del diálogo racional, la verdad acerca de los asuntos

públicos. Dicho con otras palabras, el humanismo cívico se caracteriza por ser un modo de

pensar que confía en la capacidad de la razón para hallar la verdad; verdad, que en el caso de

la política, queda expresada en términos de decisiones comunitarias justas, es decir,

22
Cfr. Idem.
23
Cfr LLANO, A., Humanismo cívico..., p. 27.
24
SPAEMANN, R., Europa: ¿Comunidad de valores u ordenamiento jurídico? Madrid, Fundación Iberdrola,
2003, p. 17.
9

conducentes al auténtico bien humano individual y social o vida lograda: “La verdad práctica

es la praxis buena, la que depara una vida lograda”.25

A esta altura de nuestra exposición, estamos en condiciones de percibir la relevante actualidad

de esta visión humanista de la política. No cabe duda de que -tal como sabiamente lo

intuyeron Aristóteles, Tomás de Aquino, y los mejores representantes del humanismo

renacentista florentino- desarraigar la praxis social de la tierra natal de la naturaleza humana

conduce tarde o temprano a la anarquía ético-social traducible hoy como relativismo, y a la

corrupción política “un término, escribe Pocock, entre cuyos significados el más destacado

(para el discurso cívico florentino) quizá fuera la sustitución de aquellas relaciones públicas

entre ciudadanos a cuyo través la república debía ser gobernada por relaciones privadas.”26 La

“república procedimental” es en gran medida responsable de estos equívocos; contrasentidos

que, y esto es lo definitivamente grave, el Estado neutral no está en condiciones de resolver

debido a sus presupuestos ideológicos.

Las otras dos notas fundamentales de esta propuesta se pueden abordar conjuntamente si

partimos de la advertencia de Aristóteles: “...los hombres no han formado una comunidad

solamente para vivir, sino para vivir bien”27, lo que en términos aristotélicos equivale a vivir

virtuosamente. La reflexión sapiencial del humanismo clásico nos enseña, en efecto, que ser

feliz o alcanzar una vida lograda, implica un proceso vital dirigido por la libertad humana y

enfocado ineludiblemente hacia la plenitud personal. Acabamiento del propio ser que se logra

a través de la adquisición de hábitos virtuosos; lo cual exige un paulatino aprender a vivir

desde el núcleo de nosotros mismos. Pero para avanzar en este ideal necesitamos de la polis:

25
Ibid., p. 60.
26
POCOCK, J.G.A., Ob. Cit., p. 180.
27
ARISTÓTELES, Política.; Tr. J.Palli Bonet, Barcelona, Bruguera, 19812 , II, IX.
10

“por ella sucede que el hombre no sólo viva sino que viva bien, en cuanto por las leyes de la

ciudad la vida del hombre se ordena a la virtud.”28

Asimismo, la vida virtuosa constituye el fundamento y garantía de otra prescripción de la

naturaleza racional: la concordia o amistad cívica, ya que “Tal concordia existe entre los

hombres buenos, puesto que éstos están de acuerdo consigo mismos y entre sí; teniendo lo

mismo en la mente, por así decir (pues sus deseos son constantes y no fluctúan como las aguas

en el Euripo), quieren lo que es justo y conveniente, y a esto aspiran en común.”29

Como podemos constatar, la armoniosa trabazón existente entre nociones clave del

humanismo cívico, como las de vida buena, virtudes prácticas, amistad cívica y bien común

confieren a la vida comunitaria una impronta íntegramente humana y, por lo mismo, en plena

sintonía con la ley moral natural: “… hay en el hombre una inclinación al bien

correspondiente a la naturaleza racional, que es la suya propia, como es, por ejemplo, la

inclinación natural a buscar la verdad acerca de Dios y a vivir en sociedad. Y, según esto,

pertenece a la ley natural todo lo que atañe a esta inclinación, como evitar la ignorancia,

respetar a los conciudadanos y todo lo demás relacionado con esto”30. Y refiriéndose a los

actos virtuosos, escribe más adelante el Aquinate “Ya dijimos (a.2), en efecto, que pertenece a

la ley natural todo aquello a lo que el hombre se siente inclinado por naturaleza. Mas todos los

seres se sienten naturalmente inclinados a realizar las operaciones que les corresponden en

consonancia con su forma; por ejemplo, el fuego se inclina por naturaleza a calentar. Y como

la forma propia del hombre es el alma racional, todo hombre se siente naturalmente inclinado

a obrar de acuerdo con la razón. Y esto es obrar virtuosamente. Por consiguiente, así

28
SANTO TOMÁS DE AQUINO, In Política, I, 1, n° 17, y Ibid., III, 5, n° 247, III, 6, n° 224.
29
ARISTÓTELES, Ética Nicomáquea. Tr. J. Palli Bonet, Madrid, Gredos, 1993, IX, 6, 1167b1-10.
30
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma de Teología; Madrid, BAC, 1989, I-II, q.94, a.2.
11

considerados, todos los actos de las virtudes caen bajo la ley natural, puesto que a cada uno la

propia razón le impulsa por naturaleza a obrar virtuosamente”31.

Los más señalados representantes del humanismo político insisten repetidamente en esta

natural dimensión social de la ética y de la felicidad. Así L. Lachance remarca que “... es

evidente que para perfeccionar al hombre hay que inspirarse en las leyes profundas de la

actividad humana. Cuando entran en comunidad, los individuos no se apartan por ello de su

naturaleza ni repudian su fin de hombres”.32 La necesidad de“recordar” nuestro deber-ser

ontológico ofrece, entonces, una clave a través de la cual podemos deshacer la mayoría de las

“aporías” y ambigüedades ético-políticas actuales. El humanismo cívico de todos los tiempos

ha sabido, en efecto, intuir lúcidamente en dónde se encuentra la raíz profunda de dichas

ambigüedades. En este sentido escribe Pocock que el pensamiento florentino era unánime “en

la afirmación general de que cuando los hombres carecían de virtud el mundo se volvía

problemático e ininteligible.”33

Este nuevo modo de pensar y de comportarse propone, por eso, “la sustitución del esquema

técnico-económico por el paradigma ético de la comunidad política que proviene de la

tradición aristotélica”34. Comprensión hondamente humana de la convivencia política en la

que el bien común representa otra pieza medular. Bien común que es resultado y, a la vez,

elemento configurador del ethos político. Efectivamente, la comunidad se construye gracias a

una equitativa participación en “lo común” entendido como una realidad cualitativa y ética, no

meramente cuantitativa y técnica, aspecto este último que define a la moderna y menguada

31
S.Th., q. 94, a.3.
32
LACHANCE, L., Humanismo político. Individuo y Estado en Tomás de Aquino. Tr. J. Cervantes y J. Cruz
Cruz, Pamplona, EUNSA, 2001, p. 420.m
33
POCOCK, J.G.A., Ob. Cit., p. 181.
34
LLANO, A., Humanismo cívico..., p. 20.
12

noción de “interés general”. El humanismo cívico se propone recuperar, por tanto, una

comprensión del bien común que es inseparable de la vida buena: “...la parte se ordena al todo

como lo imperfecto a lo perfecto; el individuo es parte de la comunidad perfecta. Luego, es

necesario que la ley se ocupe de suyo del orden a la felicidad común.”35 Y desde su versión

actualizada, pero en continuidad con la tradición del humanismo clásico, Alejandro Llano

escribe: “El humanismo cívico nos ofrece la clave para superar la dicotomía entre el

perfeccionamiento privado y el provecho público. No es otra que la noción de vida buena

orientada hacia un bien común”.36

Conclusiones
La sociedad humana vive de la verdad

“... la sociedad humana vive de la verdad públicamente presente y (la) existencia de los

pueblos será tanto más rica cuanto más profundamente la realidad les esté abierta y sea

asequible.”37 Magnífica sentencia de J. Pieper que resume gran parte de lo que he procurado

defender a lo largo de estas páginas.

He intentado mostrar, en suma, que existe un modo humano de concebir la praxis social y

política: el humanismo cívico de inspiración aristotélico-tomista y, por tanto, netamente

metafísico. Fundamentación ontológica de la polis y de la vida civil que permite constatar una

íntima solidaridad entre sus planteamientos y la ley natural, es decir, de aquella palabra

35
S.Th., I-II, q. 90, a.2.
36
LLANO, A., Humanismo cívico..., p. 96.
37
PIEPER, J., Antología; ¿Qué significa el bien común? Tr. J. López de Castro, Barcelona, Herder, 1984, p.75.
13

procedente de la sabiduría eterna38 y que resuena incansable en el interior de cada hombre.

Porque el humanismo político debe lo humano que lo caracteriza justamente a que es receptivo

de esa normativa esencial en la que es posible leer la verdad sobre el ser humano, esto es, “un

ser personal, consciente y libre, promotor nato del bien común social y requerido por el bien

común trascendente”.39

De modo que, el humanismo político en su versión metafísica clásica enriquecida con las

lúcidas reflexiones de los mejores representantes del discurso cívico contemporáneo, reviste

una extraordinaria actualidad y exige, por tanto, de nuestra parte una mayor atención.

Efectivamente, el humanismo cívico se caracteriza por tratarse una propuesta filosófico-

política empeñada en recuperar la verdad esencial sobre el ser humano y su dimensión social

innata. Y de la verdad, y sólo de la verdad, pende en gran medida la suerte de este mundo

atormentado por el sinsentido y la violencia, puesto que “donde y cuando el hombre se deja

iluminar por el resplandor de la verdad, emprende de modo casi natural el camino de la paz.”40

Bibliografía
ARISTÓTELES, Ética Nicomáquea; Trad. J. Pallí Bonet, Madrid, Gredos, l985, 3º
reimpresión.

ARISTÓTELES, Política; Tr. J.Palli Bonet, Barcelona, Bruguera, 19812

S.S. BENEDICTO XVI, Mensaje para la celebración de la jornada mundial de la paz, 1 de


enero de 2006.

BERLIN, .I., Dos conceptos de libertad; Tr. A. Rivero, Madrid, Alianza, 2001.

38
Cfr TOMAS DE AQUINO, In Eth., X, 14, n° 1505: “La ley es una palabra que procede de una peculiar
prudencia y de un entendimiento que dirige al bien.”
39
LLANO, A., Humanismo cívico..., p. 100.
40
S.S. BENEDICTO XVI, Mensaje para la celebración de la jornada mundial de la paz, 1 de enero de 2006.
14

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renovación de la ciudadanía democrática; Valencia, Editorial Germania, 2005.

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Estudios en memoria del profesor J. Todolí, O.P., Separata, Salamanca, Ed. San
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Mallea, Pamplona, EUNSA, 2000.

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SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica; Texto latino de la edición crítica Leonina,
Trad. y anotaciones por una comisión de los PP. Dominicos presidida por F. Barbado
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TOCQUEVILLE, A., La democracia en América; Tr. L. Cuellar, México, Fondo de cultura


económica, 19572, segunda reimpresión, 2000.

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