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Artículo de Opinión

*Julio A. Padrón Hernández

Nasciturus
Tengo en mis manos el reciente y publicitado fallo de la Corte Suprema de
Justicia de la provincia de Buenos Aires sobre el caso de la mujer que solicitara la
veña judicial para la interrupción de su embarazo por razones del “alto riesgo de
morbilidad materno fetal”.
Del fallo se desprende que en el expediente se halla acreditada la dolencia
de la madre (“miocardiopatía dilatada con deterioro severo de la función
ventricular, con episodios de insuficiencia cardíaca descompensada y limitación de
la capacidad funcional, así como endocarditis bacteriana y arritmia crónica”)
agravada con “obesidad, tabaquismo e hipertensión”. Además obra “una copia del
resumen de la historia clínica de la paciente, (…) en el que se puntualiza la pérdida
del embarazo y consecuente muerte fetal intrauterina que la actora padeció en el
año 2003, a las 25 semanas de gestación” “y también da cuenta de (…) un aborto
experimentado por la paciente en 1989”.
Lo primero que impacta es que, al haber “intereses contrapuestos” entre la
madre y el niño por nacer (nasciturus), la justicia obviamente le retira la
representación a los padres (el progenitor avala el pedido de la mujer) y un
Defensor Oficial de la Asesoría de Menores asume la defensa del no nacido.
Luego de una serie de análisis de tipo doctrinal y jurídico; el máximo
organismo judicial reivindica el fallo original del Tribunal de Familia indicando que
queda en manos de los profesionales médicos la decisión de interrupción del
embarazo en razón de los fundamentos que dan cuenta que no existe otro medio
para salvarguardar la vida de la madre.
Y aquí se presenta una duda. Cuando se hace el pedido de interrupción
voluntaria del embarazo, la madre se hallaba en la 12º semana de gestación, y
cuando se produce ésta sentencia han transcurrido 8 semanas desde el pedido. El
bebé ya tiene 20 semanas de gestación y ambos –madre y niño- continúan vivos a
pesar de los vaticinios negativos.
Pero vayamos a ver que nos dice la bibliografía sobre el tema.
El Código Penal Argentino fue sancionado durante el siglo XIX (1886).
Originalmente la punición del aborto no tuvo excepciones. Recién en la reforma de
1922 –por influencia del anteproyecto de Código Penal Suizo- se introducen los
casos no punibles en el Art. 86º incisos 1º y 2º (“con el fin de evitar un peligro
para la vida o la salud de la madre y si este peligro no puede ser evitado por otros
medios” o “si el embarazo proviene de una violación o un atentado al pudor
cometido sobre una mujer idiota o demente”) sobre el criterio de impunidad de
quien comete un mal para evitar un mal mayor (Art. 34º CP).
El Código Civil Argentino también data de la misma época (1869). En el
mismo se establece que “desde la concepción en el seno materno comienza la
existencia de las personas”, y que “antes de su nacimiento pueden adquirir algunos
derechos, como si ya hubiesen nacido” (artículo 70º CC).
Como vemos a simple vista, hasta aquí se produce una clara contradicción
entre ambos preceptos. Se reconoce el derecho a la vida de la persona por nacer
pero permanece sin castigo su homicidio en estos casos puntuales.
Es evidente que el legislador de aquella época tenía concepciones muy
diferentes a las actuales respecto de la familia y sus roles. Por supuesto, no pudo
imaginar a un varón activo en la crianza de sus hijos, o a una mujer con derechos
políticos, o al niño como una etapa especial de la vida del ser humano que necesita
ser resguardada en todo concepto.
Por eso, no solo la ley otorgaba mayor valor a la vida de la madre, o al
honor del padre o el esposo de la mujer violada, o a la carga social de un hijo de

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una “mujer idiota o demente” (según se interprete) que a la vida de un niño por
nacer; sino que impone el solo “consentimiento de la mujer encinta” (Art. 86º CP)
para la práctica del aborto ya que “la oposición del padre (del niño), de todas
maneras, no (sería) definitiva” (Ac. 95464 - "C. P. d. P. , A. K. s/Autorización” –
SCBA – 27/06/2005).
Si el tiempo ha cambiado a la sociedad, también ha cambiado el contexto
hermenéutico de las leyes. A partir de la incorporación de diversos Tratados y
Pactos Internacionales en la Reforma Constitucional del 94, el derecho a la vida
desde la concepción ha adquirido rango constitucional (o sea, superior a las leyes).
De ésta forma “toda persona tiene derecho a que se respete su vida (…) a
partir del momento de la concepción” (artículo 4º inciso 1) del Pacto de San José de
Costa Rica). Por ello, ninguna vida tiene más valor que la otra, aunque la del niño,
“por su falta de madurez física y mental, necesita protección y cuidado especiales,
incluso la debida protección legal, tanto antes como después del nacimiento”
(Preámbulo - Declaración de los Derechos del Niño).
En la actualidad -época del utilitarismo- en la que todo tiene un precio y
cualquier conducta es válida si de ella se puede obtener un beneficio, parece que la
ética –la búsqueda de la justicia y bien en sí mismo- se hallara devaluada.
Algunos médicos, en un acto de prudencia o de eludir su responsabilidad de
proteger y bregar por la vida de ambos -madre e hijo-, consultaron a los jueces.
Algunos jueces, con la mirada puesta en el tecnicismo jurídico para no ver
al niño, a la persona no nacida (paradojalmente lo llaman “nasciturus”), abandonan
su decisión en manos de los médicos.
Algunos servidores públicos, funcionales a las políticas de control de la
natalidad financiadas por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), mantienen
una campaña sexista a favor del aborto y la esterilización humana que promueve la
reducción de la pobreza mediante su eliminación física y la ampliación de zonas
libres de población en las regiones del planeta ricas en recursos naturales.
Algunos hombres y mujeres de mi país, despojados de todo sentido heroico
de la vida -que por supuesto no le exigen las leyes-, intentan ponen límites a su
responsabilidad frente al acto de engendrar vida según la medida de sus
conveniencias personales –y a veces materiales-.
Es cierto, la desigualdad social priva a algunos seres humanos de la facultad
de ejercer soberanamente su libertad. Pero éste ya es tema de otra nueva
reflexión.

*Docente
juliopadron@ciudad.com.ar

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