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La intimidad en las relaciones de pareja.

Desafíos de la creación de mundos singulares en la postmodernidad.

Dr. Saúl I. Fuks 1

Resumen:

Se presenta en este artículo, un recorte de los resultados de una investigación acerca de las
conversaciones que las parejas mantienen en los momentos críticos de su relación
En este trabajo se focaliza –particularmente- en el papel que le cabe a la intimidad en la
construcción de la relación amorosa y sus vicisitudes en la postmodernidad. Asimismo se
consideran los desafíos que propone la simultanea búsqueda de autonomía y proximidad,
prototípicos de la época actual, los que colocan a la intimidad en el centro de las
conversaciones, ya que sus posibilidades de reconstrucción condicionan asimismo las
opciones que las parejas tendrán a la hora de reformular el diseño de su relación. Se esbozan
también las intersecciones de la intimidad, con los dos núcleos de sentido con que conforman
el sistema autoorganizado de los significados puestos en juego ante las situaciones crític as.
Palabras claves: conversaciones, relación de pareja, intimidad, reconstrucción.

Abstract:

This article presents some aspects of the results of a research on the conversations the couples
keep at the critical moments of its relationship. It focuses particularly on the role of intimacy in
the construction of the loving relation and its contingency in the postmodernity. Moreover, the
challenges which the concurrent search for autonomy and proximity implies will be considered.
Both are typical of the current time and place intimacy in the center of the conversations
because the possibilities of reconstruction condition the options that couples will have at the
moment of reformulating the design of their relationship. Also the textures of privacy are
sketched, with the two nucleus of sense that tune the auto-organized system of meanings put
in play in front of critical situations.
Keywords: conversations, relation of couple, intimacy, reconstruction.

Introducción:

Las ideas que vamos a exponer en este artículo fueron generadas

en el marco de una investigación en la que, durante 5 años, buceamos en

un interrogante –aún- vigente desde las primeras investigaciones

académicas 2 sobre las relaciones de pareja.

1
Dr. en psicología, especialista en Psicología Clínica y Comunitaria. Profesor Titular de Ps.
Clínica. Facultad de Psicología. Univ. Nacional de Rosario. Director del CeAC. (Centro de
Asistencia a la Comunidad.) Universidad Nacional de Rosario. Argentina.
Presidente Fundación Moiru. e-mail: cocofuks@gmail.com
2
Ver Riskin, J. & Faunce E.:.1972. y en Gottman,J y Notarius,C. 2002
¿qué tienen de “especial” las conversaciones de algunas parejas que, en los
momentos críticos de su relación, en lugar de amplificar el proceso impulsando la
disolución de la relación, posibilitan –en cambio- su reconstrucción?.

El “modelo” resultante de ese estudio, grafica los “núcleos de sentido”

alrededor de los cuales giran las conversaciones, las “formas”

conversacionales que parecen tener esa capacidad “reconstructiva”, así como

los contextos “facilitadores” de esa alquimia.

En este trabajo intentaremos solo una apretada síntesis que dé –a los lectores-

una visión panorámica de la (ambiciosa) propuesta, deteniéndonos en uno de

sus aspectos: la intimidad.

En sí misma, la modelización de procesos complejos, es un desafío

insoslayable en este tipo de investigaciones 3 ya que ellas ponen en evidencia

las limitaciones del uso de descripciones textuales cuando se trata de presentar

un tipo de interrelaciones de alta complejidad. En nuestra producción,

sobrevolamos la mera ilustración/representación de una idea mediante un

gráfico, orientándonos a la iconización de una metáfora para lo cual

necesitamos la ayuda de gráficos generados por softwares de apoyo

metodológico 4.

En los párrafos que siguen desplegaremos una panorámica del modelo,

insinuando implicancias posibles para la clínica ya que, luego de realizar la

investigación, se nos hizo evidente que la inferencia de “modelos” de

normalidad a partir de la clínica psicoterapéutica, no solo es un procedimiento

metodológicamente endeble, sino que tiende a enmascarar las complejidades

de la vida cotidiana banalizando su riqueza.

3 Remitimos al lector interesado en este aspecto a consultar la obra de: J.L Le Moigne,. 1990
4
Tales como el atlas-ti y el Compendium.
El estudio de la pareja: un desafío para la psicología.

Desde los primeros estudios acerca de las relaciones de pareja –en los

40’- los métodos utilizados y los conocimientos producidos, pusieron en

evidencia contradicciones que ha tenido sobre el tema la psicología

contemporánea y la fuerza con que los estudios psicopatológicos fagocitaron a

los estudios sobre la “normalidad” (Gergen 1996, 286). El presupuesto de que

es factible transferir –acríticamente- a la vida cotidiana las observaciones

producidas en la clínica, fue legitimado como método por Sigmund Freud 5 e

impulsó el poder de los “clínicos” como administradores de las “normas” 6

sociales.

Los estudios de E. Goffman y de la tradición etnográfica que lo heredó; las

denuncias de Foucault acerca del papel domesticador de la clínica “psi”; la

gesta política de la “antipsiquiatría” (Lang, R.; Cooper, D.; Basaglia, F.;

Guattari, F.; Elkaim, M.) no consiguieron restringir el poder normalizante de la

psicopatología; y, esto es visible en el estudio de las relaciones de “pareja”

donde los trabajos sobre fracasos, divorcios, sufrimientos: la “patología”,

ocuparon un lugar privilegiado en las bibliotecas científicas, superando los

estudios sobre la “normalidad” de la vida amorosa.

La primera publicación (basada en una investigación) de un estudio sobre

las relaciones de pareja, fue el libro de Terman, Butterweiser, Ferguson,

Jhonson y Wilson publicado en 1938; que proponía una pregunta aún vigente:

¿Cuáles son las diferencias sustanciales entre parejas felices e infelices?.

5
Ver la documentada obra dirigida por Catherine Meyer “El libro negro del psicoanálisis”
6
Y de dictaminar quiénes eran “normales”
Aquellos primeros trabajos, enmarcados en una concepción individualista

de la personalidad se apoyaron, en métodos como los “autoinformes” y

“cuestionarios de personalidad” que cambiaron la pregunta original,

transformándola en:

¿qué rasgos de personalidad determinan el desarrollo de relaciones

satisfactorias?.

A partir de ese cambio y durante más de 30 años, las investigaciones se

orientaron a la búsqueda de correlaciones entre las personalidades y la

felicidad o infelicidad de la relación de pareja; aunque, no obstante estos

esfuerzos, no se hallaron evidencias que demostraran relación causal alguna

entre “perfiles de personalidad” y felicidad/infelicidad marital 7.

Esta falta de resultados, (en la década de los 50’) no disminuyo el interés por el

tema aunque produjo una fractura con la tradición que ponía los perfiles de

personalidad como centro de interés y reorientó los estudios hacia la visión

que los miembros de la relación tenían acerca de la misma. Cuando los

investigadores comenzaron a preguntar a cada miembro acerca de su opinión

sobre la personalidad del otro, este giro metodológico produjo los primeros

resultados replicables en este terreno: el “efecto de halo positivo” y el “efecto

de halo negativo”. Estos, eran descriptos como “patrones de atribuciones

mutuas” en los cuales, en las relaciones insatisfactorias, cada uno de los

miembros le atribuía al otro, los aspectos negativos de la relación y, de manera

semejante, en las relaciones satisfactorias cada miembro le atribuía al otro las

contribuciones positivas.

7
Aunque –con frecuencia- se siga insistiendo en ese tipo de estudios, desconociendo las
evidencias, a fin de intentar mantener los sistemas de creencias de los profesionales..
Este cambio “paradigmático”, afecto la “modernista” concepción individualista

del momento representada por el Psicoanálisis y el Conductismo, y puede ser

atribuida a la aparición de la Teoría General de Sistemas y el enfoque

ecológico social. Esta nueva perspectiva posibilitó estudiar unidades sociales

más complejas, facilitando (tanto conceptual como metodológicamente) la

observación de “procesos de interacción conyugal”. Don D. Jackson, un

pionero de este cambio, en su trabajo “The question of Family Homestasis” 8

presentado en 1954, cuestionaba la visión individualista del momento criticando

los “autoinformes” profesionales y postulaba “observaciones en vivo”, mediante

la utilización de la “Cámara Gesell” introducida por Charles Fulweiler.

Sincrónicamente, la llamada “terapia familiar conjunta” proponía reuniones con

todos los miembros de la familia, observando la “interacción” entre ellos,

registrando las mismas (mediante grabaciones y filmaciones sonoras) para su

análisis y estudio. Estos pioneros, discutieron la validez de los “relatos” y

“notas” de los informes profesionales, cuestionando tanto los métodos de

recolección y registro de datos como las formas de análisis de los mismos. Los

avances tecnológicos, posibilitaron grabaciones en audio y video accesibles,

creando condiciones para una más elaborada teorización de los “procesos”

familiares y de pareja, transparentando procesos que tendían a diluirse en las

observaciones “panorámicas” y desaparecían en los relatos “contados” por los

terapeutas.

Disfuncionalidad, funcionalidad y relaciones de pareja

El interés creciente por el estudio de “normas” y “patrones” de la

comunicación en las interacciones de pareja, produjeron notables hallazgos

8
en la American Psychiatric Association
como los trabajos de Bateson, Jackson, Haley y Weakland (1956) sobre el

“doble vínculo”. Los estudios acerca de “la comunicación humana”

Watzlawick, Beavin y Jackson en 1967, describieron un esquema cognitivo

disfuncional llamado “mindreaming” (lectura de pensamiento) que permitía

explicar algunas secuencias en los “malos entendidos” de las parejas. Sin

embargo, comenzó a evidenciarse que muchas hipótesis generadas en la

clínica no se crecieron más allá del ámbito en que se habían producido.

En los 60’, los aportes provenientes del método de “investigación/acción”

bajo la influencia de Kurt Lewin, confluyeron con la “sistémica” en la intención

de estudiar “grupos primarios” (como la familia) enfocando en sus

particularidades. Otro recurso proveniente de la psicología social, -las Kelly

Grids9- permitió que en el laboratorio de Gottman -en los 70’- produjeran, un

diseño “experimental”: la “mesa de conversación”, en la que las parejas eran

videograbadas “en situación”.

Los cambios culturales, transformaciones epistemológicas, el surgimiento

de rupturas metodológicas, impulsaron el interés por el estudio de la “vida

cotidiana” 10 focalizando en el conocimiento de las condiciones “habituales” en

las que los recursos de las parejas se activaban y se ponían en evidencia 11.

Líneas de investigación acerca de género, ciclo de vida, sexualidades, poder,

culturas, religión, etnia, clase social, ideologías, estilos de vida, fueron

temáticas emergentes de la época, estudiadas desde diferentes focos: las

9
Kelly & Thibaud en The social pshychology of groups
10
Lo que no fue un cambio menor tanto en cuanto a las formas de estudio, las técnicas y
metodologías como en las competencias de los investigadores, cambio que llegó demasiado
tardíamente a la clínica psicológica, que continuó impregnada de la creencia que las
conclusiones obtenidas en el consultorio podían ser fácilmente transferibles a la vida toda.
11
Gottman y Notarius Fam. Proc. Vol 41 summer 2002
emociones, las neurociencias, las teorías de crisis, la etología, las ciencias

cognitivas, la antropología, y las ciencias políticas.

El interés de obtener un mayor conocimiento de los “recursos”12, produjo

–en este campo- evidencias acerca de dónde podían residir las diferencias

entre las parejas felices y las infelices. Los trabajos de Gottman y asociados,

ejemplifican aquellos estudios que buscaban indicadores científicos para la

predicción del divorcio y que, en esa búsqueda, organizaron complejos diseños

metodológicos que exigían la definición de un restringido número de factores

(Gottman,J.& Levenson,R.W. 2002) y lo que empezaron a mostrar es que las

diferencias o residían en una mayor o menor presencia de “patrones

disfuncionales”13 proponiendo que las “parejas problemáticas”. no tenían

características sustancialmente diferentes de las “no-problemáticas”, salvo por

el grado positividad/negatividad 14 que es idiosincrásico 15: “propio” de cada

pareja.

Estos trabajos a pesar de estar condicionados por los valores y visiones

culturales 16 de la sociedad en la que se realizaron, expandieron la manera de

entender las relaciones de pareja, permitiendo re-pensar los procesos

estabilizadores y de cambio de un modo más amplio y complejo.

12
Modificando la tradición de estudio de la disfuncionalidad o patología.
13
La presencia de “doble vínculo” o inconsistencia entre comunicación verbal/no-verbal; o los
“juegos psicóticos” que jugaban.
14 “”
En los tres tipos de matrimonios comprobamos una congruencia tal en su éxito, si se
mantenía la proporción cinco a uno (de interacciones positi vas y negativas) que nos inclinamos
a considerar a esta como una constante universal. …Los matrimonios parecen prosperar
cuando se dan en ellos, proporcionalmente un poco de negatividad y mucha positividad. Las
cantidades totales pueden variar sustancialmente de un estilo a otro, pero la proporción de
interacciones positivas y negativas debe ser la misma (Gottman et al. Sist. Fam. p.83).
15
La intensidad de los intercambios en las parejas explosivas o la falta de conflicto abierto en
las evitativas, según estos estudios, no hacían diferencia en cuanto a la durabilidad del vínculo,
siempre que dentro de cada relación las interacciones positivas superaran a las negativas.
16
La sociedad norteamericana de fin de siglo XX, que no es mecánicamente aplicable a
nuestra cultura, aunque, dado la carencia de estudios acerca de las especificidades de las
relaciones de pareja en Argentina, solo podemos apuntarlo a título de “pálpito”.
En nuestra investigación encontramos resultados que coincidían con estudios

recientes y con otros hallazgos que avanzaban o profundizaban el

conocimiento producido. Un aspecto que emergió con claridad fue la densa

complejidad de interrelaciones que se generan en el universo de las

conversaciones de las parejas cuando el sentido de la relación está

cuestionado. La complejidad se hace notable la observar la recursividad entre

los contenidos 17, los estilos de conversación18 y los contextos19 en los que

estas intersecciones se despliegan y que, diseñan un complejo sistema al que

no es simple de modelizar sin aplanar su densidad. En respeto a ese desafío,

tuvimos que recurrir –reiteradamente- a la “metaforización” y la utilización del

apoyo de softwares que permitieran “mapear” relaciones sin simplificarlas 20.

En esta imagen, ilustramos la conexión de los tres campos: el de los

contextos, el de la producción (construcción/reconstrucción) de sentido y el de

las formas conversacionales que se hallaban contenidos en los interrogantes

que guiaron la investigación

17
Los “núcleos de sentido” recurrentes y constantes
18
Las “formas” conversacionales, con sus diseños singulares atravesados por condicionantes
del género, cultura local (familiar y social) y las trayectorias personales.
19
Condiciones de posibilidad, marcos de sentido, y “morales” comunicacionales
20
En este caso utilizaremos solo algunos gráficos producidos con el Compendium un soft
construido para desplegar mapas mentales y conceptuales.
¿Cómo, y bajo qué condiciones, se reformula el “sentido de la relación” en

aquellas parejas que reconstruyen su relación21?

¿Qué “formas” tienen y cómo funcionan las conversaciones que articulan

esa reconstrucción?

¿Qué condiciones de posibilidad (contextos) son necesarios para que el

“sentido” y la “forma” se potencien y auto-alimenten?

La alquimia de un modelo complejo.

A continuación, presentaremos algunos aspectos de un “modelo

relacional” que parece caracterizar a las parejas que reconstruyen sus

relaciones en momentos críticos sin ocuparnos de aquellas otras que no lo

consiguen22, dada la diversidad de estudios sobre parejas en divorcios o

parejas en terapia.

Comenzaremos con un apretado panorama, partiendo de una dimensión

que -en la sistémica- logró visibilidad (y legitimidad) a partir del llamado “giro

hermenéutico” generado en las grietas de la postmodernidad. Nos estamos

refiriendo al “contenido”; un territorio ocupado por el psicoanálisis o por ciertas

corrientes cognitivas y que, en la sistémica (norteamericana y de los países

bajo su influencia) ocupó un lugar secundario. Esto fue sostenido en

argumentos que proponían que no era necesario profundizar en ese campo ya

que el estudio de las “interacciones” podía dar cuenta ampliamente de esa

dimensión. De nuestra parte y en la senda de V.Satir, H. Goolishian, T.

21
Es necesario precisar que focalizamos en aquellas que se valen de intermediaciones
profesionales (como los terapeutas de pareja)
22
Sea por haber “estabilizado” la relación en el punto crítico o por haber definido el fin de la
misma
Andersen, M.White & D.Epston, S. Roth, M. Elkaim23, consideramos a los

“contenidos” como una producción generada localmente en el proceso

conversacional de negociación de sentido 24 y en la que confluyen los

“significados” que impregnan a la sociedad que anida la relación, tanto como

las singularidades de la pareja y de cada miembro de la misma.

En suma, “confianza”, “intimidad”, “afinidad” podrían haber sido –solo-

“palabras” a ser des-articuladas 25; pero comenzaron a trascender esa

puntualidad cuando, en el estudio de los estereotipos culturales 26, en el de las

parejas PEO 27 y en otras fuentes de datos, evidenciaron una densidad de

sentidos que nos invitaban a profundizar en su estudio.

Cuando nos referimos a la construcción del “sentido de la relación”, lo

hacemos utilizando sentido tal y como aparece en el lenguaje de la vida

cotidiana: como una forma de hacer referencia al significado (“eso no tiene

ningún sentido”) tanto como a la dirección de una acción (¿“en qué sentido

23
Y muchos otros a los que no citamos expresamente pero que son parte de la misma
concepción.
24
Que atraviesa toda conversación y es condicionado por el diseño que esta tome.
25
Preferimos la expresión “desarticulación”, en lugar de de-construcción, dada la naturalización
de la segunda que la ha vuelto una expresión –con frecuencia- vacía de contenido, mas una
contraseña semántica que un concepto.
26
Mediante una selección de filmes argentinos recientes que fueron escogidos por la
“comunidad” (psicólogos de pareja de diferentes orientaciones, red de mails, blogs de cultura,
encuestas, etc)
27
Parejas en estado oscilatorio (en proceso de mediación de divorcio, primeras consultas en
terapia de pareja, o de reciente separación)
tengo que caminar?”), intentando –por esa vía- dar cuenta de la dimensión

semiótica de la relación, tanto como de la pragmática.

Si consideramos que una relación matrimonial construye su “sentido” por la

conjunción de matrices de significado “familiares” y de las “amorosas”:

¿qué matrices construirán –hoy en día- sentidos sustentables para la

organización “relación de pareja”?

Como ha sido expuesto en otro trabajo, las relaciones de pareja actuales –

urbanas, globalizadas mediáticamente y atravesadas por la posmodernidad 28-

tienen una menor presión genealógica 29 , coincidiendo con quienes sostienen

que la energía fundadora de la relación de pareja –aún- se basa en los

“sentimientos” (que implican tanto al amor como al erotismo). No obstante y

ante la volatilidad de los sentimientos, subsisten algunos interrogantes acerca

de las parejas “actuales”:

¿Cómo se construye 30 la renovación -en el curso del tiempo- de la relación

de pareja?

Encontramos que, las parejas que evidencian capacidad renovadora,

producían “temas” de conversación31 a partir de “núcleos de sentido”

específicos: la confianza relacional; las afinidades y coincidencias; y la

intimidad relacional. A fin de ilustrar como estos núcleos funcionan en los

procesos renovadores presentaremos un breve panorama de uno de ellos,

considerado la “bandera innegociable” del romanticismo: la intimidad.

28
Si bien esta afirmación no tiene el mismo peso para un habitante de una gran Metrópolis que
para un pequeño pueblo, el 90% de la población argentina, vive en ciudades
29
Sea por el fin del “hasta que la muerte nos separe” que ha devenido en solo una de las
opciones disponibles, o porque ya no es una verdad “natural” que las personas se unen para
formar una familia, en las “nuevas formas familiares” se hace evidente la debilidad de esa
presión.
30
Nos referimos a algo menos evanescente que los sentimientos amorosos o apasionados.
31
Lo que equivale a afirmar que hablan acerca de su intimidad, de la relación de confianza y
desconfianza y de la afinidad (las cosas en común, los valores las creencias, las historias) o la
pérdida de ella.
“El mundo de a dos”

En los relatos de las parejas, el sentido de intimidad, emerge en

narraciones y descripciones en las que se destacan los sentimientos referidos a

la proximidad 32, al vínculo 33 y a la interdependencia (emocional y física) 34;

contenidos que atraviesan la épica romántica, y que construyeron la intimidad

como la “esencia” del amor.

La aceptación cultural 35 de la intimidad como “valor” relacional es algo

relativamente reciente pero, sus componentes ya se encontraban disponibles

para ser combinados e integrados en la producción de un sistema de valores

que se convertiría en el pilar del relacionamiento amoroso.

La “construcción de intimidad” es uno de los núcleos más relevantes de

los que organizan la vivencia de: “estos somos nosotros y este es nuestro

mundo” 36, que caracterizó a la identidad relacional amorosa. La experiencia de

intimidad no es algo específico del relacionamiento de pareja 37, ya que es

posible vivir la intimidad en el marco de una amistad o de las relaciones

familiares; lo que singulariza al “tipo” de intimidad que construye una pareja es

la dimensión pasional: el deseo sexual y el erotismo 38.

32
Una forma de construir la “distancia” relacional.
33
Una concepción propia de la relación, con indicadores que con frecuencia, solo son
decodificados por los participantes.
34
Una concepción propia de las necesidades, los deseos compartidos y los cuidados mutuos.
35
Como sentido legitimo y valido.
36
Queremos reafirmar que el modelo que estamos exponiendo intenta dar cuenta de la
dimensión relacional; a diferencia de propuestas similares. Como ejemplo, en el modelo
triangular propuesto por Stemberg aún se basa en la lógica del 1 + 1, y la intimidad, aparece
como un “constructo cognitivo” que está “dentro” de la mente de cada uno.
37
Ciertamente es una construcción de sentido que contextualizada en función de
condicionantes de cultura, género, clase social o época sociohistórica.
38
Aunque este pueda aparecer también en otras formas relacionales
En el primer plano aparecen -iconizados- algunos “nodos” de esa

alquimia constructiva, así como es posible entrever las interrelaciones entre

ellos. En la “base” del esquema están presentes los otros dos núcleos de

sentido –la afinidad y la confianza- que configuran el trípode al que llamamos

“la (re)construcción del sentido”. Estos, funcionan -entre sí- como contextos

recursivos que, cuando uno de ellos está en el centro de las conversaciones,

los otros cimentan ese proceso mediante una “presencia” catalizadora,

diseñando un sistema auto-organizado.

La intimidad puede ser considerada tanto una dimensión de ese “trípode”

como una cualidad emergente de la trama de intercambios entre los ”nodos” 39

que la conforman. La particularidad de esta complejidad 40 reside en que, a

pesar de que cada uno de esos nodos podría estar presente en otra

configuración de sentido, la singular “totalidad” producida es la que genera la

experiencia compartida de “intimidad de pareja”.

Charlas íntimas.

39
Sueños compartidos, complicidad y compañerismo, una dimensión lúdica, el erotismo, la
innovación, y los relatos/narrativas co-construídos a lo largo dela relación
40
Que es isomorfica a la de los otros dos núcleos, la confianza y la afinidad.
Las conversaciones con sus “escenarios, músicas y letras” organizan el

modo en que diseñamos (para otros y para nosotros) la vida que vivimos, la

que aspiramos a tener y el modo en que le damos sentido, permitiéndonos

“comprenderla”. Las historias íntimas tienen el sabor secreto de la confidencia,

de lo que solo se comparte en circunstancias y personas especiales. En tal

contexto, la confianza 41 deviene en una palabra clave 42 de ese mundo y tal

como lo hizo notar Eloísa Vidal Rosas 43, existe en los relatos de la intimidad

amorosa una dimensión épica repleta de implícitos, que es una parte

constitutiva del “mundo tejido de a dos”.

La naturaleza del proceso de construcción conjunta de esa trama

condiciona a que lo íntimo se diseñe como un territorio protegido 44 y la

invitación a entrar en él, –consecuentemente- deviene un signo que expresa el

“valor” de confianza asignado a la relación con el/a extrañ@.

La distinción Moderna entre sexualidad y procreación, permitió que tener

relaciones sexuales con quién no se comparten espacios de intimidad, sea algo

factible; simultáneamente, esta importante cuota de libertad incrementó el

sentido de responsabilidad por el grado de intimidad que acompañará a cada

encuentro. Actualmente, es imaginable la proximidad corporal con alguien no

demasiado “afín” o con quien las semejanzas no sean demasiado evidentes 45;

estos tipos de “encaje” se hicieron posibles gracias a un logro, también,

reciente: la (postmoderna) concepción en la que el “des-encuentro” producido

41
En tanto núcleo de sentido
42
Utilizamos la expresión “palabra clave” jugando con el doble sentido de una palabra que tiene
una densidad de significación diferente de las otras y también en el de referencia al password o
contraseña; la “llave” que abre a otros espacios.
43
Rosas Vidal, E. A trama tecida a dois. A metáfora narrativa e a construçao do relacionamento
intimo. Disertaçao de Maestrado. Rio de Janeiro. 1997. (inédita)
44
El éxito de los programas talk shows y big brothers en la TV, confirma la fascinación de poder
entrar en el mundo íntimo de los otros, lo que, aunque en exceso, no es otra cosa que lo que
siempre nos ha ofrecido el arte: la posibilidad de curiosear intimidades.
45
De hecho, muchas relaciones complementarias se basan en esto.
por la falta de coincidencias, puede ser parte de un “dialogo a partir de las

diferencias”46.

Estas formas relacionales –en las que la conexión no se sostiene en la

fuerza de lo “común”- parece un rasgo distintivo de las parejas posmodernas;

un diseño impensable en el universo romántico, enraizado en el ideal de las

“almas gemelas” y de la “media naranja”.

Un cúmulo de paradojas y dilemas acompañan estos diseños actuales; así, en

un contexto de poca “confianza” -aunque exista “afinidad”- esto, parece

erosionar el encuentro íntimo por efecto de la toma de distancia con la que

cada uno protege el “mundo propio”; generando un escenario frecuente en las

parejas de la posmodernidad, producido por la (contradictoria) búsqueda de

proximidad y de independencia 47.

Intimidad y reconstrucción en la postmodernidad

Las parejas que consiguen reconstruir su relación parecen haber

desarrollado un recurso creativo: su “sentido de la intimidad” contiene el

presupuesto de que no se trata de algo definitivo, un “de ahora en más y para

siempre” sino que, es vivido implícitamente como una tarea cotidiana plena de

encuentros y desencuentros 48 que diseña la relación como algo vivo, siempre

en movimiento que no se sostiene en la institucionalidad del vinculo, sino en un

compromiso renovable.

En estas parejas cuando la “crisis” aparece, ésta es transformada en un

desafío más, una oportunidad para desarrollar una intimidad “distinta” que será

46
Diferente en su forma del “diálogo desde las semejanzas”.
47
Para una mejor discusión de este punto ver El amor líquido de Zigmunt Bauman.
48
Es la idea de “que la relación hay que pelearla todos los días”, expuesta por nuestros
entrevistados.
producto del esfuerzo conjunto 49; esta singular posición frente a la crisis se

construye a través de una forma de cooperación basada en la necesidad –

compartida- de “entender qué nos pasa y decidir qué vamos a hacer con eso”.

No obstante, esto no sería posible sin el soporte de coincidencias/afinidades

mínimas acerca de valores y creencias sobre la forma de “ver la vida”;

confluencias que proveerán congruencia a los “modos de actuar”, a la toma de

decisiones y a la forma de evaluar los riesgos que se tomen.

En la cultura de la postmodernidad, los valores y principios no son

considerados eternos ni revelados 50 sino construcciones sociales “encajadas”

en condiciones culturales, socioeconómicas y geográficas. Asimismo se

asume que, cada organización social 51 construye su forma local de lograr

congruencia entre los sistemas de valores que reivindica, los modos de actuar

que configuran su estilo y el medio ambiente en el que se desarrolla. Tal forma

de considerar la ética y la moral, organiza escenarios de libertades y

responsabilidades que también son relativos; dado que no todos los cambios

culturales y sociales afectan por igual a los sistemas de valores de las

organizaciones sociales; algunos los impactan directamente y otros,

simplemente, rozan sus bordes.

En nuestra cultura (occidental) los últimos 100 años impulsaron una radical

revisión de valores –considerados anteriormente- incuestionables, turbulencia

que afectó dimensiones consideradas sacrosantas, -como la noción de

49
Un aspecto interesante es que estas parejas ven a la consulta profesional (no así a la
consulta de red) como un signo de fracaso, de no haber podido por sus propios medios, dato
no menor para repensar la forma en que los clínicos construyen su primera entrevista.
50
No estamos incluyendo en esta afirmación a los fundamentalismos de cualquier tipo, y no lo
hacemos no porque los minimicemos sino porque las relaciones basadas en “creencias
incuestionables” que pretenden ser impermeables a los cambios, presentan otras dinámicas
diferentes de las que estamos analizando.
51
Ya hemos desarrollado la diferencia entre la organización social familia y pareja en otro
trabajo.
maternidad o la noción de “cuerpo propio”, transformando (en el sexo virtual) el

presupuesto de la necesariedad de contacto físico “material” en el

relacionamiento amoroso.

La familia ha demostrado su capacidad de adaptación activa a la ecología

sociocultural, mereciendo el título de “célula social” que le fue asignado; en

tanto la organización “relación de pareja”, debido a su legitimación reciente,

aún está intentando encontrar modos propios de navegar los tiempos

turbulentos que le ha tocado vivir 52.

¿Qué es lo que se puede considerar constante en un mundo así?,

¿Qué valores pueden ser suficientemente “sólidos”, como para atravesar

lo “fluido” del aceleramiento propio de la sociedad de consumo?

¿Que “esencias” podrían mantenerse en la aceleración impulsada por una

tecnología transformadora cada vez mas asombrosa?

Las parejas en condiciones de navegar en esas aguas, parecen haber

anclado en una dimensión intrínseca a la tradición romántica: la aventura épica

de creación de un mundo propio.

La osadía de inventar un mundo secreto y protegido, aporta libertad para

generar valores idiosincrásicos y creencias privadas; y, como en toda

microcultura, las parejas se habilitan para diseñar su universo como una

“sociedad local” con reglas, con “principios 53” y con fronteras que la distinguen

del mundo exterior 54; un mundo social en el cual, desde los inicios del

52
Fuks, S.: La pareja como organización social. Sistemas Familiares.
53
Vamos a utilizar “principios” como una expresión cotidiana que refiere tanto a los valores y a
las creencias como a la coherencia entre estas y los modos de actuar.
54
Que no trataremos acá por haber sido extensamente desarrollado por autores como Salvador
Minuchin y la escuela Estructural de la terapia familiar.
encuentro amoroso se va delineando una identidad cultural original que

“encaja” con ese mundo singular.

¿Esta dimensión que reivindica una (mítica) libertad creativa, despierta

apasionadas polémicas, tanto entre quienes reivindican a la pareja como a una

organización por derecho propio, como en aquellos que ven, en esta

alternativa, una amenaza a la organización “matrimonio”; el que podría ser

vaciado de “sentido” debilitando las funciones de la familia.

No es por azar que nos detenemos en este punto, lo que encontramos en

nuestro estudio es que las parejas que han construido ciertos “principios”

propios y los han ido reformulando a lo largo de la vida común, cuentan con

más y mejores instrumentos para poder reformular su relación.

A medida que van pasando los años de convivencia 55, las parejas van

demarcando los territorios propios de la pareja, de cada miembro y los

compartidos y de este modo organizan un aspecto clave de la estabilidad

relacional; no obstante, en los momentos críticos, esos acuerdos o las

negociaciones implícitas que alguna vez fueron válidas, necesitarán ser re-

discutidos. Las parejas que renuevan su relación pueden atravesar este

doloroso momento, cuidando –al mismo tiempo- de aquello que perdurará, y

resignificando, al mismo tiempo, esa negociación como una prueba de la fuerza

de aquello que (aún) “tienen en común”.

En el mundo de la intimidad -a pesar que el andamiaje sea sustentado

por los “principios”- los “sueños” son los que aportan la energía que impulsa la

relación; aquellas parejas que ya no “sueñan” juntas o que tienen “sueños”

divergentes, han dejado de tener un futuro compartido. Esto no implica que la

55
Entrevistamos como PE (parejas exitosas) aquellas que tenían un mínimo de 25 años de
convivencia, que en algún momento de la relación consideraron romperla, y que le renovaron
sin ayuda profesional, concordando que lo tienen ahora es mejor que lo que tenían antes.
relación haya acabado, sino que “aparece” un indicador crítico que necesita ser

tomado en cuenta. Las parejas (de las que hemos estudiado) que lo

construyen como una señal, como un indicador que permite -a partir del

registro del “signo”- pueden poner en marcha diálogos reconstructivos que

darán lugar (o no) a la renovación de la relación 56.

La densa complejidad de este aspecto radica en que “los sueños no se

negocian”; o, por lo menos, no se negocian en el mismo plano de racionalidad

con que podría negociarse un cambio de trabajo, una relación paralela, una

mudanza geográfica u otros aspectos de las decisiones cotidianas.

¿Negociar un sueño?

En la “fluidez”57 de nuestros tiempos, es posible imaginar alguien que

“renuncia” a un sueño por amor o que lo posterga generosamente para cuidar

la relación pero, la idea de “negociar” un sueño, parece reñida con la ética de

los sentimientos.

Una relación de pareja es -en su inicio- un “sueño” que va encarnando

algunas dimensiones y descartando otras, manteniendo activo el núcleo de

energía que relacionamos con el amor y la pasión; por su propia naturaleza,-los

sueños- tienen una materialidad volátil e inaprensible: lo que para alguien es un

“sueño” para otro puede ser una “chiquilinada” o un “capricho” y una

negociación de sentido para ellos encuentra la barrera de los valores y de los

56
Como un comentario adicional, pero no trivial, está el tema de cuando las parejas registran
sus “signos” indicadores de que “el piloto automático” no está siendo útil para los desafíos
planteados, y se hace necesaria una mirada sobre la relación. Esta “pecera” (imagen que
usamos haciendo pie en la metáfora del pez que solo reconoce el agua cuando se lo saca de
ella), en nuestra cultura psicologizada, con frecuencia conduce a una consulta terapéutica. Si el
terapeuta tiene una ideología “clínica” que implique que el único que tiene los recursos para
resolver problemas es el profesional, entonces el efecto de colonización es “natural”: la pareja
duda de sus competencias para enfrentar la crisis y el terapeuta cree que todo el mundo
necesita terapia. Ahí se construye una relación que fácilmente conduce a un “círculo vicioso”,
más el terapeuta es “capaz” y tiene “soluciones”… más la pareja se vuelve incapaz de
gestionar su propia vida.
57
Ver la –discutible- obra de Bauman, y de su concepto de fluidez.
principios y el desafío de construcción de un contexto respetuoso que permita

revisar los modos de ver la vida.

Los sueños y las utopías, emergen como la renovadora fuente de energía

que permite la construcción de futuros deseables y horizontes apasionantes.

El sueño de “tener una familia” con su anclaje genealógico, con su fuerza

biológica, con su respaldo institucional posee aspiraciones de eternidad, a

diferencia del sueño de una “relación” con alguien signado por la “conciencia”

de la eventualidad del amor.

En las relaciones de pareja, encontramos que la capacidad de

reconstrucción de “sentidos” pasaba por la reconstrucción de los sueños; sin

embargo, si sosteníamos que los sueños no se negocian, ¿cómo se

reconstruyen?.

Lo que nos han enseñado las parejas con quienes compartimos estos

interrogantes, es que la reconstrucción de los sueños pueden valerse de una

poderosa matriz regenerativa: la dimensión lúdica de la relación. En tanto

espacio simbólico, este se presenta como el “gran escenario” donde se jugará

la reconstrucción de las emociones, ilusiones y deseos y, aunque cada pareja

(se) juegue a su manera, podemos inferir que la “capacidad lúdica” constituye

un interesante indicador de las competencias reconstructivas de una relación.

Las parejas que pueden desnaturalizar la propia relación, no dando por

sentado que “las cosas son así”, que pueden apoyarse en el “mundo propio”

para cuestionar las tradiciones (sean estas provenientes de las familias de

origen o de los nichos culturales en que viven) y que pueden perder la

solemnidad al tratar los sentimientos, historias, creencias, sin usar la ironía ni la

descalificación pueden habilitar sus competencias renovadoras.


Los sueños pueden ser vividos, desarticulados, reconstruidos y

resignificados en el contexto de una “relación juguetona” y, esta es una

condición que algunas parejas parecen desarrollar desde el inicio y otras no.

Reflexiones provisorias

Mi condición de terapeuta de parejas me impulsa a interrogarme sobre la

posición del consultado ante este tipo de situación crítica y acerca de las

múltiples formas en que la posición que asuma puede ser facilitadora o

iatrogénica.

Hemos recorrido un largo y convulsionado camino desde aquel modelo de

terapeuta imbuido del “furor curandis” que lo empujaba a intentar cambiar a las

personas a cualquier costo. Aunque las intenciones fuesen reducir el dolor y

mejorar la calidad de vida, las estrategias y los medios utilizados alimentaban

al riesgo de inhibir o descalificar, en las parejas, las propias vías idiosincrásicas

de resolución sustentable de los desafíos.

Los terapeutas –hoy- estamos impregnados por los mismos interrogantes que

nuestros consultados y el reconocimiento de ese atravesamiento, en lugar de

volverse un obstáculo, ha devenido un contexto facilitador en el que se hace

posible explorar juntos los riesgos y las posibilidades de los futuros abiertos.

Asumir los riesgos de un relativismo responsable, confrontar los desafíos

de opciones (vertiginosamente) expandidas, asumir elecciones

(peligrosamente) audaces son posicionamientos que interrogan tanto a

consultantes como consultados. Las oportunidades aparecen invocadas por la

audacia de soltar la ilusión de seguridad que sostiene a toda forma de certeza;

oportunidades, opciones, alternativas, futuros posibles, caminos alternativos y

mundos paralelos se abren ante la llave maestra de la curiosidad.


En la vida cotidiana, como en el proceso de investigación o en la terapia, los

mundos parecen crearse cuando la necesidad que impulsa a explorar lo

desconocido/inquietante supera esa “temible armonía que pone viejo a los

corazones” ya que, la creación no puede tener lugar sin la destrucción (mas o

menos dramática) de lo “viejo”. Los espacios de intimidad no son exclusivos de

la relación amorosa, y es posible reconocerlos en otras relaciones y la intimidad

construida en el contexto de la terapia tiene grandes semejanzas con un

contacto intimo amoroso, aunque en la relación terapéutica –a diferencia del

amor- esta tenga como condición de posibilidad la conciencia de lo eventual y

circunstancial de la conexión.

“Intimidad” es una forma de hacer referencia a la curiosa condición

humana de hacer espacio a otro dentro de uno mismo, asumiendo la

responsabilidad de reconocer lo que esto puede implicar para la propia

autonomía e independencia.

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