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la reflexión
Andrés Ordóñez
En este trayecto, poco tuvo que ver la acción gubernamental. Una vez
concluido el período vasconcelista, el concepto oficial de cultura permaneció
anclado en el marco aristocratizante del siglo XIX y limitado al dominio de las
bellas artes. Esa visión de la cultura influyó para que el control y el usufructo de
la industria que hoy por hoy determina la conciencia del grueso de la población,
fuesen entregados a un reducido grupo de empresarios visionarios. No sería
sino hasta décadas después que la radio y la televisión serían incorporadas a
la estructura gubernamental, pero con todas las limitaciones que le impusieron
y le siguen imponiendo las limitaciones del presupuesto oficial y los fuertísimos
intereses privados en esos ramos.
En el contexto de la próxima discusión en la Cámara de Diputados de una Ley sobre Industrias Culturales,
funcionarios del Ministerio de Cultura y Comunicación de Francia traen a México su experiencia a través
del Seminario Malraux . La diferencia entre los dos países: 200 años de políticas públicas para el apoyo a
la cultura.
Y es que mientras en nuestro país se comienza a reconocer la importancia de crear un instrumento
jurídico que proteja y estimule a las industrias culturales que, según un estudio del economista Ernesto
Piedras, aportan 6.7 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), Francia cuenta con toda una estrategia
de apoyo a la economía de la cultura.
El Seminario Malraux que debe su nombre al escritor que fue ministro de Cultura francés en la época del
general Charles de Gaulle fue inaugurado ayer por el embajador de Francia en México, Richard Duqué; el
canciller mexicano, Luis Ernesto Derbez; la presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes,
Sari Bermúdez, y Andrés Ordóñez, director de Asuntos Culturales de la Secretaría de Relaciones
Exteriores.
Catherine Ahmadi-Ruggeri, funcionaria del Ministerio de Cultura de Francia y experta en el tema, ofreció
un amplio panorama de los retos que ha tenido que enfrentar el país galo para defender su producción
cultural de la globalización y, principalmente del mercado estadounidense.
Entonces salieron las diferencias. Mientras México destina 0.05 por ciento del PIB a la cultura, Francia
invierte más de 3 por ciento del presupuesto del Estado; en tanto que para los negociadores mexicanos
no fueron relevantes los temas de comunicación y cultura en el Tratado de Libre Comercio con Estados
Unidos y Canadá, los franceses crearon una ley de excepción para que sus bienes y servicios culturales
no entraran en las negociaciones del libre mercado.
Ahora, considera Catherine Ahmadi-Ruggeri, México debe tratar de reconvenir el camino. "Creo que es
esencial que tres ministerios trabajen juntos sobre el tema: el de Economía, de Cultura y de Educación.
Hay que tener políticas de educación importantes en materia cultural que permitan a los artistas vivir,
trabajar y tener medidas fiscales positivas que favorezcan a las pequeñas empresas culturales.
"Hay que estar atentos a las ofertas de liberalización que se hacen cuando se negocia en la OMC. Hay
una serie de sectores que están ofrecidos a la liberalización y tenemos derecho de excluir algunos, lo cual
no significa que nunca va a haber libre intercambio.
"Lo complicado es que cuando se ha firmado una oferta de libre intercambio en la OMC sobre un sector,
ya no se puede regresar y volver para atrás. Por eso si logramos que la Convención sobre Diversidad
Cultural sea un verdadero instrumento jurídico, podría ser la salvación".
La experta francesa precisó que como industria cultural se entiende la industria del libro, la prensa, el
disco, el cine, el video, la radio, la televisión y los productos multimedia, que por un lado producen
contenidos de identidad, pero que pueden multiplicarse fácilmente o producirse industrialmente.