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–Ah, pero cálmate, para eso estoy yo, y otros que no nos angustiamos tanto por él.

Ya
está…Estás obligado a aceptarme, porque parece que hay problemas de los que no puedes
salir y están precisamente antes de empezar.
La Seriedad de Ernesto no condecía la broma del tono en que Valentín decía todo. La
felicidad asomaba en su paso liviano, en su rostro bucólico, y los intermitentes abrazos de
medio lado, con que animaba a Ernesto de cuando en cuando.
–Lo que hice a Antonio fue horrible, pero lo que él a mí fue peor. Le he dicho lo que
pensaba hace cinco, no sé, diez años; Cosas de niño, de adolescente, de, no sé…no sé por
qué. Me regocijé insultándole con cada palabra. Defendí cosas que no creo. Ah, pero basta
una conversación con idiota tan grande para perder toda ilusión.
–Exageras. Aunque con lo de los autos lo subestimaste.
–No, en serio te digo…Y en eso sólo, creo que lo estimé bien.
–Aún las crees, pero piensas otra cosa…lo que sigue.
– ¿Qué? Ah…No, no creo. Pensar que no son así las cosas, pero no pensar nada, no es
lo siguiente. No es nada.
– ¿Qué sabes tú?
Ernesto sonrió, observando que conversar con Valentín era tan epigráfico como
consigo mismo. Continuaron caminando, cansados y alegres, desahogados al fin,
observando cada detalle de la calle y de los hermosos edificios antiguos que la encausaban.
–Me da susto eso…
–Sí, pero no te preocupes tanto. Tienes buena intuición.
Ernesto miró simplemente, sin dejar de sonreír, con el ceño sólo un poco fruncido,
conteniendo con dificultad las ganas de preguntar, incluso de increpar con algo de
violencia, a ese hombre que parecía saber lo que pensaba, o al menos, lo que estaba a punto
de decir. Aceptó el hecho, esperó un momento, disfrutó del aroma, y suavizó la
interrogante.
–No entiendo eso, y me molesta además. No me hables de intuición; Explícate.
–Bueno, sí, es una fea palabra hoy en día. Me refiero a que algo en ti, no sé si una o
muchas de tus singularidades, te guía a la mejor de tus posibilidades, y te la indicará; Eres
capaz de…caracterizar, de analizar lo que haces a cada paso. A diferencia de muchos otros,
que no se preocupan, o lo malinterpretan.

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– ¿“La mejor”?
–Sí. –Lo miró fijamente a los ojos, y continuó – Eres un hombre óptimo, de eso ya me
he dado cuenta. Incluso, es probable que veas lo que vas a encontrar a medio camino, o
antes de empezar, sin equivocarte mucho. Claro está, siempre y cuando no tengas una
suerte rara, ni te ocurra algo imprevisiblemente.
–Lo que…–Dijo triste, bajando al suelo la mirada, agradeciendo por dentro que esta
vez Valentín tampoco le dejase acabar.
–Creo que ya pronto deben parar las vacaciones. Ya es hora de hacer algo productivo.
–Fingiendo que no escuchaba a Ernesto –Yo no suelo tener…digamos…sensaciones; tengo
convicciones, y si acierto o me equivoco, no importa. Pero tú, tienes muchas, aún cuando
no lo digas y las desprecies. Sin embargo, desde hace tiempo tengo una: la de ser una
especie de continuación tuya.
Valentín no tenía nada más que decir ni cómo explicarse, pero no veía utilidad en
ocultar a Ernesto que sacaba provecho de él, y de sí mismo al estar con él, so pena de decir
frases tan perfectamente incómodas. Como dijo, no estaba habituado a ese tipo de cosas, y
eran totalmente irracionales. Extraordinariamente donairoso, amnésico de la seriedad
melancólica que había tenido ganas de decir, Ernesto concluyó: “Tristemente, debo decirte
que si hay algo en lo que soy óptimo, optimista, es en el uso del tiempo, y no deja de
parecerme que la mejor manera es en soledad.”
Bromearon todo el resto del camino, por el cansancio, las interminables escaleras, y lo
equivocado del “atajo” por el que Valentín los había llevado. Tardaron mucho en entrar a la
casa, se les caían una y otra vez las llaves en la oscuridad, y entre risas, eran incapaces de
encontrarlas.

Sonó el teléfono y despertó. Había olvidado sacar las cosas de sus bolsillos. Se
encontraba contento; La mañana recién llegaba y era bellísima -¿Por qué nunca antes
aprovechó las mañanas?, ahora habría de hacerlo, de seguro a Ernesto le gustaría trabajar a
la salida del sol-, además que la decisión de Antonio le daba al fin la primera jornada de
verdadera camaradería con el joven. Tenía todo a su favor, y sin saberlo de veras, todo lo
que había planeado era unívoco; Valentín había sido tan preciso, que todo resultaba de la
única manera posible, de la mejor para él y su bienestar, aún cuando no se daría cuanta de

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ello, hasta el último segundo. Realizaría sus anhelos gracias a la ayuda del desconocido más
amable del mundo para él, y se sentía seguro, asegurado, por cada gesto del rostro de
Ernesto. El joven lo quería, aunque desconfiara un poco de él, lo quería, y en el fondo le
veía como a un padre –se figuraba el dilatante contestador- Y él, más que le quería; había
aprendido a valorar desde la extrañeza de sus miradas cuando observaba algo nuevo, hasta
sus soliloquios. Tendría que agradecer a quien hacía sonar el timbre del aparato tan
temprano, por permitirle compartir más horas con su querido.
–Aló.
– ¿Valentín?
– ¡José! ¿Ya llegaron? ¿Cómo están?
– ¿Dónde estás?
–Aquí, levantándome ya, aunque no lo creas ¿Cómo está la Simon…
– ¡¡¡Pero, ¿y Ernesto?!!! Lo interrumpe José, horrorizado por la conversación banal
que Valentín parecía querer comenzar y adivinando que no sabía todavía nada de lo
ocurrido.
– En su pieza. Ya habl…
– ¡Valentín! Nosotros vamos en un bus de vuelta a Valparaíso…Valentín, Ernesto
murió.

El rellano.
I
Despertó, tomó sus zapatos y corrió cerro abajo, poniéndoselos a saltos por las
escaleras. Al fin Ernesto abría los ojos, después de no más de tres horas de sueños
insosteniblemente repetitivos: Una simple mancha, a la que no sabría predicar color, ni
forma, pero que indicaba profundidad, velocidad, como si avanzara por un pozo infinito,
pero horizontalmente. Lo que cambiaba, y se repetía a la vez, era el sentimiento, la
despedida, el dolor de dejar las personas y las cosas. Seguía corriendo a ojos cerrados,
intentando no recordar eso. Si lo hacía, la mancha lo haría tropezar. Todavía estaba oscuro,
y avanzaba muy lenta la estela de luz que precede al sol, dándole el espacio necesario para
proyectarse en todos los lugares en que debió estar. Asimismo, el aire lo premió con un
aroma multiforme, permitiéndole ensoñar todas las pieles, las texturas, y las familiaridades

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que quiso. Para su madre fue espeso, y para su hermana fue fresco, casi helado, liviano y
dulce. Corriendo, acabó por dar un último vistazo imaginario a la cordillera, completamente
blanca, y al cerro San Cristóbal, cubierto desde la mitad hacia arriba por pesadas nubes
negras, que dejaban caer sobre los edificios y las gentes sin paraguas, aún cuando en su
ilusión era invierno, las gotas más grandes del mundo. No vio al color gris ni siquiera en el
concreto, todo fue azul en su visión; azul claro, oscuro, petróleo, opaco, azul brillante,
pastel, purpúreo, profundo. Iría al mar, ahí interpretaría lo que habría de hacer. Sólo sabía
que sería corriendo.
La única vez que estuvo a punto de chocar, fue cuando abrió los ojos, habiendo
bajado todo el cerro, al tiempo que en su mente recorría velozmente la Alameda,
atravesando la mitad de la bahía, y visitado a todos sus parientes, a ojos cerrados. Cruzó sin
pensar la línea del tren que se interponía entre el muelle y él. Salía el sol, descubriendo al
mar como un aliado con la vida, coloreándolo de café, rojo, amarillo y verde, todo verde.
Repasó sus ideas, sin parar aún el ya cansado trote, y le desafió, observando cuán mal le
recibía. Corrió a la playa y se adentró con todas sus fuerzas. El océano gruñía, pero sólo
azotaba alrededor, abriendo un fuero por dónde él se precipitara, para no dañarlo. Sumergió
la cabeza, una y otra vez, dio volteretas, e intentó provocar con todo el impulso de su
voluntad en sus miembros, la tempestad que veía a su alrededor, ahí, en un punto profundo
donde no tocaba el fondo, y en que sin embargo llegaba siempre una gran burbuja de aire
para oxigenarlo. “Yo nunca haría esto, esto es irreal. Lo que pienso es justamente para
asegurar la vida. No, no es para eso, pero lo hace, y los otros son los que no pueden más, y
los otros son los que mueren porque no se han preocupado del vivir, y hay muchos de los
otros que sí deberían morir, o agonizar. Así debe ser”. Pensó en cómo sus ideas serían
materia de resquemor, de tergiversación, y finalmente argumento para todo lo que él no
deseaba. Cuántas sucias hembras le ocuparían como dolor definitivo para justificar sus
asquerosas vegetaciones, cuánto tonto hablaría del suicidio y se llenaría la boca con
patrañas, inventando motivos a su decisión. La frustración fue inmensa. Lloró y gritó, y
sólo en ese momento dudó.
El mar, atento a su debilidad, como recibiendo una orden, lo devolvió por el mismo
sendero calmado que dibujó el joven con su furiosa entrada, y le dirigió mediante suaves
brazos de oleaje, depositándolo de pie en la arena, que cuidaría sus pasos, hasta que una

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bocanada de aire lo llenase con ánimo nuevo. Mas cuando algunos granos ya rasgaban su
piel, y distaba cinco centímetros de la masa de arena total, rugió a su oído y a sus ansias, la
sirena del tren: Los barandales de seguridad empezaron automáticamente a bajar, las luces a
girar, y el nochero a poner atención, para indicar a su amigo, el conductor, que el partido de
fútbol había comenzado, para que apurase su llegada a la estación.
La arena no sintió más que a la salida de sus dominios dos zancadas del joven, que
enajenado había rehusado todas las señas a cambio de la más sonora, y dejado así, como
última huella de su deshecha estructura, un estremecedor esparcimiento de humores
urgentes, entre miembros dispuestos nuevamente por la vitalidad de la larga máquina en
marcha, en menos de un segundo y de un modo correspondiente a alguna defectuosa
naturaleza.

Si observábamos, yendo desde el aire con la capacidad de desplazarnos con toda


comodidad y rapidez, por el mundo y sumergirnos en las cosas de cualquier especie -lo que
yo puedo sin ningún problema hacer-, uno de los momentos en los diez minutos siguientes
al contacto telefónico, podíamos escuchar las mismas frases, repetidas una y otra vez -no
sin sentido, sino que tomando cada vez uno nuevo, o fortaleciendo el mismo- en los
adentros de los afectados. Un “Maldito impaciente, maldito impaciente, m…” resonaba en
Valentín, y un “¿Qué fue lo distinto, qué le han dicho, por qué los he presentado?, ¿Qué
fue lo…” en José. Simona sollozaba, con los párpados inflados, absolutamente pesados,
postrada en el sillón del bus.

II
Valentín escribe y se mantiene como buzo pesquero, en otro sector de la costa central
de Chile. Es conocido en los periódicos locales por su aporte al debate de temas públicos, y
uno que otro panfleto autofinanciado de índole política. En la intimidad solitaria que lleva,
escribe, en pequeños cuadernos idénticos a los que tuviera Ernesto, de los que se ha sabido
conseguir decenas, cosas como estas:
“…A la inversa se da el mismo problema, a saber, ¿tiene validez cuestionar la
pregunta y su relación con el contenido, su realidad, la realidad, sentada y expresando, nada
más que expresando conocimientos mediante juicios? Es decir ¿Es lícita la filosofía como

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tal, siendo la búsqueda de definiciones coherente en un sistema total, ciego a otros? En mis
pinturas, claramente, basta con la expresión de craneadas cosas, de cosas ya hechas y
completas por ello, pero no investigo a través de la pintura, no cuestiono propiamente, ni
respondo, ni dialogo, ni vivo, nada más constato, creo, traigo a la vista lo que hubo de estar
presente desde siempre para el resto de los sentidos. No son más que imágenes, si se quiere,
con nula realidad. No son correlatos, porque no relatan, imprimen, muestran una coyuntura,
que puede ser compuesta de varias, o hacer como que desarrolla algo, pero no, sólo lo
expresa, eso o cualquier cosa. Expresión bella o fea, porque ella decreta a la vez que de ella
cabe decretar ese tipo de cosas, pero que no discurre, no es, en el sentido en que acostumbra
para nosotros ser el mundo. Es como el punto, o los puntos unidos -y así- que no son en
verdad, no porque no sean en la experiencia empírica, sino que de hecho son ahí, de algún
modo, y por ello en la imaginación, pero no son por sí mismos, como yo o las estaciones, o
cualquier cosa que del tiempo recibe su ser, no del único tiempo, sino de cualquiera,
especialmente de los descontextualizados que le rehuyen a la relatividad con sus pares: Es
necesario el diálogo y la adecuación, inscritos en el tiempo, pero puede eso aspirar a
llamarse o ser la fantasía que tenemos de verdad o realidad.

En fin, estaba hablando de si valía o no ocuparme y fiarme de que con la aplicación


llegarían al menos las cuestiones, siendo fácil –más bien, lo único pendiente- ubicar las
coordenadas de sus respuestas. Así se estudia al menos, pero es una esperanza polémica,
que en ningún caso da la tranquilidad necesaria para optimizar el tiempo de aquí a la
muerte, que al fin es al que debemos el tener que pasar años pensando antes de siquiera
decidir emprender o no.”

Continuaba según él una labor necesaria, cuya imposible finalización por parte del
autor inicial, aún era para él, causa del puro azar y la libertad con que aquel irrelevante
hombre habíase desaparecido. No pasaron tantos meses antes de comprender que azar y
libertad eran nominaciones evasivas, sin realidad alguna en ninguna parte en el sentido que
a él cobijaba, gracias al desconocimiento voluntario y malintencionado. El mar fue cada día
un excelente maestro, y en su honda diversidad y procesos, dio a Valentín las más
importantes lecciones morales.

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III
Durante algún tiempo las reflexiones del hombre, consiguieron, con creciente
dificultad ser oídas por divertimento, en las caletas del sector, e incluso en las escuelas,
donde fue bien recibido cada vez que quisiera merendar –nunca muy seguido en la misma-,
hasta que ya sus uñas, barba y cabellos fueron tan largos y su aspecto tan astroso, que fue
un peligro ejemplar. Entonces sus escritos variaron de apoco, día a día a través de pequeños
cambios imperceptibles. Primero las abreviaciones, luego los neologismos comenzaron a
habitar las libretas, y en un tiempo indeterminable, llegaron las puras ideas, sin sentido
claro más que para él. La mañana en que el amable hijo de un vecino querido, le convidara
a hacer una reseña en el periódico de su Universidad, puso en juego la continuidad de su
capacidad de expresarse exitosamente con las personas.
Quien un día tuvo la anhelada ecuación de la convivencia en las manos sin saberlo,
quien hasta hoy, en este segundo que les describo, no había sopesado la ventaja que llegó
un día a tener por poder con facilidad reconocer patrones, ni siquiera de comportamiento
sino que, de gesticulación, de implicancia, de regularidad, en cada una y todas las personas
que observaba, o a veces, sólo de a oídas, se enfrentaba al gusto del soliloquio, y a la
novedad. Quien vivió volcado, sumergido en el actuar ajeno, presa del regocijo del acierto
cotidiano, en este momento, frente al papel, cuando por vez primera no sabía como
comenzar a hablar a la comunidad, encontrábase feliz, experimentando la explosión de
ideas inexpresables que le ofrecía esa soledad, esa calma. Y ahora, justo ahora en que deja
de presionar el lápiz contra la hoja, que tan decidido iba a escribir cualquier cosa,
comprende que lo que tenía lo ha perdido, y que tras esa pérdida permanece su facultad, y
que esa facultad, como la palabra mienta, hacía, y que ha hecho el peor de los actos. Hoy
Valentín desea no vivir al lado del mar. Nunca le gustó, no sabe qué hace ahí, más bien, lo
sabe recién ahora, y teme. No quiere escuchar pero se lo merece.
Escribió de todas formas, obviamente, fuertemente influenciado por su estado.
“…quiero dar un ejemplo cuanto antes para identificar el curso de las ideas que rigen
al autor, que han de tener eco en la sociedad. Partamos por lo que yo trataría en último
lugar o derechamente omitiría, pero que es necesario y salda cuestiones de preocupación
popular. Las cuestiones morales o de la tradicionalmente llamada índole pasional son
irrelevantes, en el sentido de que no requieren más que un paradigma fijo y simplón de

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comportamiento. Toda la vitalidad se ocupa en el conocimiento de la multiplicidad de
objetos, de la manera recién mencionada: hay dictadura del conocimiento, basada en el
principio de igualdad. El procedimiento es la conscientización no angustiosa del tiempo, lo
que no se considera como manipulación dañina, sino como exención.
Los resultados obviamente diversos de dicha educación, son compensados con el
código de castigo ejemplar. Se tiene la expectativa por cierto, de que la instrucción
completa acerca de las atroces consecuencias de cualquier sistema distinto, no global, no
igualitario, no regulador de los recursos, y sin una prisa bien distribuida que no permita el
crimen ni la insensatez, haga una depuración paulatina, reduciéndose la taza de castigo a los
incapaces evidentes y su ejemplo a los incapaces ocultos. Es por la complejidad propia de
la regulación social, que se inculca la independencia de un sentido de logro final, objetivista
particular, y se acepta sin cuestionamiento popular, ni tampoco mucho docto, dada su
improductividad, de que la persona es la unidad, así como todo otro organismo son
unidades en sus respectivas especies. El principio del código moral rige a cada una de esas
unidades locales humanas.
Han de hallarse métodos para que la elección mesurada sea permitida y no se haga
problemática.”
Había releído el artículo, gentilmente publicado sin censura, una y otra vez, en espera
de la próxima instrucción que indicara la desazón que lo dominaba.
Fue así como, llegando a su choza -esta vez hecho de unos gruesos tapones de
algodón para los oídos- vino la idea a su cabeza. Reparó un instante en lo raro que se sentía
que algo fuese inexplicable, mas tratándose de él mismo, y, en realidad impotente de
proceder de otro modo, dejó fluir su pensamiento. Lo que sucedió, ante sus propios ojos
atónitos, a viva voz.
–Las explicaciones que hacía de las cosas se basaban en absurdas ideas y sin embargo
no hubo vez que no me dieran resultado. Pero no, la verdad es que nunca me dieron
resultado, porque sólo recibía complacencias, de personas que no tenían idea de lo que
admitían al aceptar que yo los había “bien interpretado”, y de mí mismo, que tengo
evidentes motivos para decir que lo he hecho bien. Y los hechos, de los hechos no he
advertido más que uno, y ha sido contrario a lo que me parece que quería, y adverso desde
todas las miradas que puedo hacer. ¿Qué pensaba al creer que podía deducir desde señales,

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desde nada, desde mí, alguna cosa? Nada. Soy un tonto, un tonto que cuadra en un mundo
de tontos ¿Ante quién me disculparé ahora? ¿Cómo he de ser perdonado si no me puedo
disculpar? No me alcanzó la valentía para decirle nada, sólo para sugestionarlo malamente.
¿Por qué no fui claro? ¿Por qué lo ha hecho? ¿Se lo he arrebatado a alguien? No. Maldito
impaciente…no hay por qué pedir disculpas por algo tan incierto. Sí, porque esto es tan
incierto como lo de antes… –Entonces quedó petrificado frente al espejo del baño. Sin
darse cuenta había levantado la mirada, mientras aún hablaba y apretaba el tubo del
dentífrico.
No es extraño, en cuestionamientos tan terribles, que no reconociera su imagen, que
se aborreciera, y que no fuese capaz de relacionar su rostro con ese que veía, lo insólito fue
que ese en el espejo no tenía cabello alguno en el cráneo, ni siquiera plata como los suyos,
que, por cierto, no compartía ni un rasgo con él, y que porfiaba cambiar una sonrisa
gigantesca y perturbada en la faz pálida, por el gesto serio del hombre.
Las rodillas de Valentín se doblaban, en tanto aterrorizado intentaba llegar a su cama,
dejando esparcida la blanca pasta dental por todos lados.
– ¡Quien quiera que seas! ¿Oyes? ¡No creo en ti!…No…
En ese momento los ojos de Valentín se cerraron, se levantó de la cama, y su cabeza,
y todo él, se empinó, como si lo succionara una fuerza desde el techo, en trance. Pero, acto
seguido, sintió la misma atracción, ahora desde el suelo, sin embargo aún con su cuello
torcido y jalado desde abajo, no veía los listones, ni cosa usual alguna, sino una mancha
infinita, que, sin moverse él, le daba la sensación de avanzar a toda velocidad. Sintió un frío
gélido, en tanto con todas sus fuerzas lograba observar algo su alrededor, y así advirtió que
la mancha no estaba sólo enfrente, sino que lo había rodeado: Caía, estaba convencido de
ello, ante lo cual no pudo evitar mover desesperadamente los brazos y las piernas en un
intento por suspenderse.
Abre, ahora que de pronto podía, sin tener idea de cuanto tiempo había pasado, los
ojos, alcanzando apenas a sentir por un segundo el inmenso dolor de las muchas
magulladuras que se había hecho contra el escaso amoblado que poseía, antes de advertir el
sonido del viento en la techumbre, ante lo cual, por un instinto inexplicable, saltó
irreflexivamente fuera del lugar, tan sólo un segundo antes de que cayera ahí la totalidad
del tejado. Desastrado y a punto de soltar súplica, abrió la puerta, para huir, mas ahí se

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encontraba el joven del periódico –“Don Valentín, aquí está su artículo…ahí ¿Ve? Salió
enterito, no le cortamos ni una vocal”.
Súbito las lágrimas se secaron, y asimismo cada señal de angustia desapareció, por lo
cual, impedido de recordar el suceso recién pasado, sin además rastro de caído alguno en el
suelo de su choza, Valentín habría de leer, cuestionar, advertir, y sufrir, nuevamente.
Hemos de constatar por supuesto, que el suceso no se repitió cada vez de la misma manera,
sino que con el paso de nadie sabe cuántos días, variaban pequeños detalles, de los cuales
era principal el aumento en el nivel de destrozos, y diremos, siendo fieles a la verdad, que
jamás disminuyeron tampoco las apariciones de rostros pavorosos en cualquier superficie
pulida, sino que sostenidamente se multiplicaron. Será de su consideración creer o no que
incluso luego eran dos, y no uno, los hombres en el espejo de sobre el lavamanos, y que la
primera vez que ahí se les vio juntos, me pareció incluso que peleaban, reclamando ese sitio
privilegiado. De la misma manera, tarde o pronto, no sólo caían invisibles cuerpos en el
sector del dormitorio, sino también en la cocina. Después de todo Ernesto fue fundamental
para varias personas.
Y ¿Qué importancia tiene todo ello? ¿Qué si eran dos o diez los que no pudieron más
cargar con la pérdida? ¿Qué si era el padre el que cada día reposaba un instante en la
cocina, o José, o alguien que insospechadamente y a distancia sintió el dolor más
insuperable de todos? Yo no lo sé. De hecho, fue tan larga la espera para ver si Valentín
alcanzaba alguna vez a reflexionar, que me he aburrido. Nada más sé que un día de esos
comenzó a conservar breves imágenes, que le dieron, al menos hasta cuando me fastidié,
algo así como el espantoso modo de pensar que Ernesto padecía en vida.

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Epílogo.
Escribir es maravilloso, terriblemente “maravillante” más bien. Pensé que sólo podía
expender horas leyendo descripciones, pero ahora sé que aún más, todas las horas inclusive,
haciéndolas -mas eso resultaría inútil-: frívolas, indecodificables; historias de eternas
ramificaciones en una dirección desconocida (para mí). Tanto cuento para explicar lo
imprescindible del cuestionamiento, lo relevante de las decisiones. No obstante, en esa
historia cerrada completamente en sí misma, no hubo lugar para mucho de lo que, sin
importar qué, debo exudar, algo más explicitado de lo que el carácter de cada personaje, y
de las situaciones, me lo permitió. En todo caso, aquí, como en la trama, correremos, con
todo lo que tenemos, para que nada nos alcance.

El problema de Ernesto: Lo resoluble.


No existe, más bien, no importa y no conviene preocuparse por resolver los problemas
últimos de las teorías, como sistemas, reversibles o no, ya que cada cual, cayendo en la
falacia de la auto-referencia, es irresoluble en sí, y sólo coordinable e ilusoriamente
resoluble desde otras, no necesariamente más amplias, ni en número de elementos, ni en
capacidad explicativa, sino que sencillamente por el gusto arbitrario de un hombre
particular. Hemos de quitar, eso sí, cuanto antes, el apellido de ilusorio, porque es el único
modo en que ser puede, y hay que aceptarlo: Mirando desde afuera, haciendo analogías lo
más fuertes posibles. Así, pues, y óigame bien, no me tengo, ni usted se tiene, ni tendrá
nada.
Ahora, así también debe aceptarse la probabilidad, como resultado estimativo a partir
del cual se puede trabajar, avanzar y predecir, nacida de las propensiones ya develadas. Es
decir, es necesario dejar de restar categoría y ser suspicaz, a pesar de todo, ante las ventajas
de los métodos que incluyan a lo conocido por descubrimiento, en una ecuación, que debe
ser dinámica –no sé de dónde sacan que no-, de acercamiento a la realidad, formulado
siempre como hipótesis, de determinada probabilidad. Por ejemplo, sin presentarlos -dado
que de ellos sólo se podrían señalar cosas que enturbian el objeto de este escrito, y se exige
que siendo dichos, algo de ellos se debe acotar-, en el cuento recién hecho, hay dos

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