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Dios nos ha dado ojos no solo para ver el mundo externo y perdernos en él.
También para cerrarlos y mirar hacia adentro y finalmente ver con el ojo
interno que lo interno y externo son uno. Los dos ojos externos son
necesarios para ver el mundo exterior. Para ver el mundo interior y conocer
al Ser verdadero no necesitamos los ojos externos. Porque el “yo” auténtico
es interior, no exterior.
No somos islas separadas. Todos estamos interconectados como los
eslabones de una cadena. La compasión, el amor y la buena voluntad
deberían llenarnos hasta el borde y rebosar fuera. Sus discípulos
preguntaron a Cristo: “¿Cómo es el reino de los cielos?” Y Él respondió:
“Como un grano de mostaza,” Para que un grano se haga un árbol su
corteza tiene que romperse. Una vez que crece se vuelve igualmente un
paraíso para las aves, animales y humanos. Las palabras de Cristo indican
que tenemos que crecer para volvernos como ella. Como la semilla crece
para hacerse árbol, Dios está presente como el jiva o conciencia individual
dentro de cada uno de nosotros. Si cien vasos de agua se ponen al sol, su
reflejo puede verse en cada vaso, pero el sol es solo uno. Del mismo modo,
el verdadero Ser está presente en cada individuo. No obstante, la
manifestación del Ser varía en cada individuo. Si el cristal de una bombilla
está sucio, no llega toda la luz. Así, mientras el interés personal y el ego
residan en nosotros, no podremos tener la experiencia de la divinidad en
nuestro interior ni expresarla.