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PRESENTACIÓN DE LA OBRA
“AUTOBIOGRAFÍA
Y “PRINCIPIOS DE ECONOMÍA POLÍTICA
DE JOHN STUART MILL”
Muchas gracias a todos por vuestra presencia en este acto, cuando se pre-
senta en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas la obra titulada John
Stuart Mill. Autobiografía. Principios de Economía Política, producida por la Fun-
dación del Instituto de Crédito Oficial.
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nes morales en cuanto tales, sino sólo hasta el punto en que sus requerimientos
puedan coincidir con los de la moralidad tal como la define Mill”.
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ción, y que fuese el profesor Schwartz, el que la dirigiese. Aurelio Martínez Estévez
lo apoyó calurosamente, y así prosiguió esa serie de grandes economistas —basta
citar a Schumpeter y a Marsall— que, a través de la Fundación ICO, pasan a estar
a disposición de los estudiosos. Nunca agradeceremos bastante a la comprensión e
inteligencia de Martínez Estévez el que esta colección, contribuya de modo admi-
rable, a la cultura económica en español. Y ya que he citado a Schumpeter, no pue-
do por menos de reproducir aquí estas palabras suyas: “John Stuart Mill (1806-1873)
fue... uno de los principales personajes intelectuales del siglo XIX... Casi todo lo
que los economistas deben saber acerca de Mill ha sido admirablemente dicho por
sir W. J. Ashley en la introducción a su edición (1909) de los Principios, edición que
espero esté en manos de todo estudiante”. A continuación llama la atención Schum-
peter sobre el apéndice a esa edición que, dice, expone “con apreciable éxito, bas-
tantes temas de la doctrina de Mill en relación con la contemporánea suya, la ante-
rior e, incluso, el pensamiento posterior: vale la pena estudiar cuidadosamente el
apéndice”. Y aun más cuando saltamos al más reciente libro de Samuel Hollander,
The economics of John Stuart Mill (Basil Blackwell, 1985), donde se puntualizan
magníficamente las profundas vinculaciones de éste con Ricardo, y cómo resplan-
dece un profundo mensaje antikeynesiano en esta obra que hoy se presenta.
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Mill empezó la transformación del liberalismo clásico del siglo XVIII y primera mitad
del XIX, en algo que paulatinamente fue convirtiéndose en la socialdemocracia per-
misiva del día de hoy”. Esto sitúa perfectamente a Mill, tal como lo coloca Schwartz
en la página 29 de su Prólogo a los Principios: “Siempre habrá quien se duela de la
«injusticia» del capitalismo, a pesar de la capacidad del sistema de mercado de hacer
progresar a la Humanidad como ningún otro antes. Para estas personas de buen
corazón, Mill no dejará nunca de ser una inspiración”.
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Mill estimaba que lo que distingue al ser humano del resto de la naturale-
za no es su pensamiento ni su dominio sobre la naturaleza misma, sino la libertad
de escoger y experimentar. Esta guía condicionó hasta tal extremo su doctrina polí-
tica, moral y social , así como su conducta hasta el fin de sus días, que podría con-
siderarse como eje y motor de todo lo “milleano”. El pleno desarrollo del individuo
en todos sus aspectos es un ideal romántico al que Mill se adhirió con entusiasmo
invariable. Fue su propósito abrir a hombres y mujeres nuevas sendas de desarro-
llo hasta entonces nunca experimentadas. Es, en definitiva, la lucha contra la inmo-
vilidad devastadora del prejuicio el afán que preside sus escritos fundamentales de
filosofía práctica.
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Mill dedicó buena parte de su obra a proteger los derechos del individuo
frente a posibles y actuales abusos de la autoridad establecida, de lo que él llama
abusos de “la tiranía del magistrado”. Mas ésta, aun siendo perniciosa en extremo
para el buen desarrollo de las potencialidades de la persona, es de condición
incomparablemente menos virulenta que la tiranía que puede ser impuesta por la
sociedad misma. Cuando la sociedad es el tirano, sus medios de opresión no se
limitan a los actos que pueden realizar los funcionarios públicos en cumplimiento
de la normativa legal vigente. La sociedad —viene a decir Mill— puede pronunciar,
y de hecho pronuncia, sus propios decretos. Y cuando lo hace sobre cosas en las
que no debería mezclarse ejerce una tiranía social más formidable que muchas de
las opresiones políticas, ya que si bien, de ordinario, no tiene a su servicio penas
tan graves, deja menos medios de escapar a ella, pues penetra mucho más en los
detalles de la vida y llega a encadenar el alma. No basta, pues, con protegernos
frente a la tiranía del magistrado, es decir, de aquél o aquéllos que oficialmente
ostentan el poder. Es también preciso buscar protección contra la tiranía de la opi-
nión y el sentimiento prevalecientes, contra la tendencia de la sociedad a imponer,
más allá de las órdenes contenidas en las leyes civiles, sus propios prejuicios. De
todos ellos vamos a fijarnos esta tarde, a título de ejemplo, en el que denuncia Mill
en El sometimiento de las mujeres, texto de importancia fundamental al que Mill se
refiere con detalle en la Autobiografía, que ayudará a perfilar sus intenciones —en
tantas cosas adelantadas a lo que ya es sentir común de nuestro tiempo. La autoría
de ese escrito singular también es en buena parte atribuida por Mill a Harriet Tay-
lor y a Helen, hija de Harriet y de su primer marido, John Taylor. Recordemos que,
desde muy pronto, Mill adoptó a Helen como hija suya y sintió hacia ella afecto de
una intensidad semejante al que lo unió con Harriet. Leemos en la Autobiografía:
“[el libro El sometimiento de las mujeres] fue escrito por sugerencia de mi hija para
dejar constancia de las que eran mis opiniones sobre esta gran cuestión, expresa-
das de la manera más completa y conclusiva de que yo fuese capaz. Mi intención
era dejar este trabajo entre otros manuscritos no publicados, e irlo mejorando pau-
latinamente si ello me era posible, a fin de publicarlo cuando su aparición parecie-
se ser más útil. Tal y como fue hecho público en última instancia, contiene impor-
tantes ideas de mi hija y pasajes de sus propios escritos que enriquecen la obra.
Pero lo que en el libro está compuesto por mí, y contiene los pasajes más eficaces
y profundos, pertenece a mi esposa y proviene del repertorio de ideas que nos era
común a los dos y que fue el resultado de nuestras innumerables conversaciones y
discusiones sobre un asunto que tanto ocupó nuestra atención” (capítulo VII).
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al buen orden de la sociedad” (Ibíd). Mas no es ello así. Los prejuicios no surgen
ni de cuidadosas experiencias ni de rigurosas y previas meditaciones, sino de comu-
nes situaciones de hecho. El prejuicio, por ejemplo, que durante siglos ha existido
contra el género femenino surgió, lisa y llanamente, del hecho de que desde los
primeros albores de la sociedad humana, “cada mujer (debido al valor que le asig-
naban los hombres, junto con el hecho de su inferioridad en fuerza muscular) se
encontró en un estado de esclavitud con respecto a algún hombre” (Ibíd). Es esa
radical disparidad entre razonamiento y “opinión”, ya se hable de la sujeción feme-
nina, de la esclavitud, de la discriminación racial o de cualquier otro asunto de este
orden, lo que resulta inquietante y lo que Mill observó con especial intensidad. Tal
es el mensaje que, según pienso, debemos hoy empeñarnos en comunicar una y
otra vez a las jóvenes generaciones con quienes tenemos responsabilidades de
orientación. La justificación de mantener vivos en el recuerdo algunos grandes
nombres de la historia de la filosofía no es de carácter puramente ornamental ni
culturalista. Es, o debería ser, una justificación basada en la necesidad de perpetuar
e inculcar verdades (algunas veces impopulares y dolorosas) no suficientemente
entendidas o asimiladas por los de nuestra especie.
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CELEBRACIÓN Y CRÍTICA
DE JOHN STUART MILL
Pasados apenas cien años del nacimiento de John Stuart Mill (1806-1873),
cumple a los economistas de nuestro siglo volver la vista hacia su figura, por la
marca indeleble que dejó en la evolución de la teoría y la política económicas. En
el campo analítico fue Mill un notable innovador, pese a que presentó muchos de
sus avances teóricos como meras correcciones de pequeños errores de sus maes-
tros, lo que redujo su influencia teórica e incluso limitó su audacia inventiva. En
cuestiones de política económica y social, en cambio, pregonó a los cuatro vien-
tos sus críticas del sistema social de sus mayores, y buscó reconducir la economía
por caminos más cercanos a los del socialismo de su tiempo, con lo que, para bien
o para mal, su influjo ha sido mucho mayor.
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EXTRAORDINARIA EDUCACIÓN
Después pasó unos meses felices en Francia con la familia de Sir Samuel
Bentham, el hermano de su mentor Jeremy. De vuelta a Inglaterra, se dedicó con
más intensidad a leer al gran Benrham, lo que hizo de él un “utilitarista” puro,
imbuido de la misión de reformar las instituciones de su tiempo en busca de “la
mayor felicidad para el mayor número”, como rezaría el lema de la escuela.
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todos los cambios en las instituciones y las opiniones que tú anhelas ocur-
riesen en este mismo instante; ¿sería esto una gran alegría y felicidad para
ti? Y una voz interior irreprimible contestó claramente:¡No!” Con esto el
corazón se me hundió en el pecho y las bases sobre las que estaba constru-
ida mi vida se derrumbaron
LA MUJER DE SU VIDA
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Incluso cabe decir sin miedo a equivocarse que el trato con Harriet, mujer
de refinado elitismo, reforzó el alejamiento de Mill de la filosofía utilitarista apren-
dida de Bentham y de su padre. En todo caso, propuso dos cambios sustanciales
del credo de la mayor felicidad para el mayor número: una, la que recogió en una
contundente frase de su ensayo Utilitarismo, que resumo así: “mejor ser un Sócra-
tes insatisfecho que un cerdo satisfecho”; y la otra, la reflejada en su Autobiografía,
cuando dijo que la felicidad personal no puede perseguirse directamente, sino olvi-
dándose de uno mismo, filosofía de la vida cuya formulación atribuyó a Carlyle. Es
ésta una filosofía política y ética alejada del utilitarismo ortodoxo: sobre esa base,
no cabe sumar las utilidades de los individuos para calcular el máximo de felicidad
social, pues unas son mejores que otras; ni es aconsejable que los individuos bus-
quen egoístamente su propia felicidad, porque de esa forma no la encontrarán. Un
crítico hostil acusaría al utilitarista Mill de haberse contradicho; un crítico indulgen-
te se felicitaría de que el romántico Mill hubiera reconocido que hay algo más allá
que el puro hedonismo personal.
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Hemos visto que Stuart Mill combinó la labor intelectual con la política
durante toda su vida. Muestra notable de ello fue que, en 1866 resultara elegido
diputado por el distrito de Westminster de Londres. El curioso carácter de su parti-
cipación en los trabajos de la Cámara de los Comunes durante sus dos años de per-
manencia queda bien descritos en la Autobiografía. Se interesó por diversas causas
perdidas, como la reforma de la propiedad de la tierra en Irlanda a favor de los
arrendatarios de aquella desgraciada isla; o la denuncia ante los tribunales de un
gobernador de Jamaica por la dureza de la represión de una revuelta negra; —en
algunos casos con cierto éxito, como fue su moción para pedir el derecho de sufra-
gio femenino, para la que cosechó nada menos que 73 votos.
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ran seguidos por toda la población, hasta el punto de mostrarse en exceso pater-
nalista. Defensor del sufragio popular, que quería se extendiese a las mujeres, sin
embargo propuso medidas para evitar la opresión de las minorías por las mayorí-
as. Simpatizante de sindicatos y cooperativas obreras, defendió la necesidad de que
se desenvolviesen en un mercado competitivo, para evitar la búsqueda de rentas de
monopolio típica de estas organizaciones.
Son dos las razones por las que la gran obra de Mill sobre economía polí-
tica tiene interés actual. La primera es de tipo analítico: contiene adelantos teóricos
notables, a veces pasados por alto por el propio autor e incluso por economistas
posteriores, olvidos que dieron lugar a errores evitables. La segunda fuente de inte-
rés se encuentra en la dimensión socio-política del tratado, pues en él formula Mill
la primera versión coherente de la doctrina que hoy se conoce como “social-demo-
cracia” en Europa y “American liberalism” en EEUU.
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Algunas de estas notas las he recogido de Stigler (1955), pp. 296-299, quien comentó que la lista de con-
tribuciones era muy respetable. “Pero también es una lista peculiar: Cualquiera de esas contribuciones podría haberse
hecho independientemente de todas las demás. Mill no intentaba construir un nuevo sistema, sino sólo realizar mejo-
ras aquí y allá en el sistema ricardiano.”
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Señala Stigler que la exposición de Mill era menos precisa que la de Cournot en 1838, (Stigler, 1955,
1965, p. 9).
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Los que quieren jugar a este juego [de la revolución] sobre la base de su
opinión privada, no confirmada por la verificación experimental —que pri-
varian por la fuerza a todos los que ahora tienen una existencia material
confortable de sus medios presentes de preservarla y arrostrarían el espan-
toso derramamiento de sangre y sufrimiento que se seguirían si el intento
fuese resistido—, deben poseer, por un lado, una serena confianza en su
sabiduría, y por otro, una indiferencia ante los sufrimientos de los demás,
con las que Robespierre y Saint Just, hasta el momento los ejemplos típi-
cos de esos atributos unidos, a duras penas podrían rivalizar. (“Cap. Póst.”)
Los años de 1820 a 1848 fueron especialmente duros para los trabajado-
res británicos atrapados por el mecanismo productivo del capitalismo. Podemos
comprender que un alma sensible como la de Mill se doliera de la situación de las
clases trabajadoras y buscase en la ciencia económica medios de aliviarla. Sin embar-
go, es irónico que, precisamente cuando esa situación empezó a mejorar rápida-
mente, como ocurrió en Inglaterra en la segunda mitad del siglo XIX, fuera cuando
Mill y muchas personas pertenecientes las clases acomodadas del país empezaran
a preocuparse por la ‘cuestión social’ y a poner trabas al sistema que estaba sacan-
do a grandes números de seres humanos de la pobreza.
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Mill fue el gran profeta de la libertad individual en el siglo XIX pero tam-
bién quien puso esa semilla de transformación en el liberalismo, que, para algunos,
lo ha convertido en una ética pública de derechos sin obligaciones y una moral per-
sonal de tolerancia sin límites. El texto que conviene estudiar críticamente para
redondear el retrato intelectual de Mill es De la libertad (1859).
Los principios de los que parte este último ensayo son dos: el primero,
que la libre discusión de todas las doctrinas resulta esencial para descubrir el error
o reafirmarse en la verdad; el segundo, que los adultos deben poder actuar según
sus deseos y convicciones en todo lo que concierne a ellos solos. Dichos así, ambos
principios parecen equilibrados, como los dos platillos de una balanza bien centra-
da pero una atenta mirada quizá lleve a otra conclusión.
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Así dicho, tal principio podría ser generalmente aceptable para todos los
liberales. Sin embargo, Humboldt, para satisfacción de Mill, fue mucho más allá en
su interpretación del pleno desarrollo individual.
Es interesante notar que Mill creía que el Estado había dejado de ser en su
tiempo el principal enemigo de la libertad personal. Más lo era “la coerción moral
de la opinión pública”, la tiranía social de la mayoría (p. 223). “Precisamente porque
la tiranía de la opinión es tal que hace de la excentricidad un reproche, es deseable,
para romper con esa tiranía, que la gente sea excéntrica.”(p. 269) Mill partía de la
idea cierta de que toda coacción, incluso legítima, es en principio un mal, pues
supone una invasión de la esfera íntima de la persona. Pero por otro lado amplió
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este concepto de esfera íntima protegida clamando por un ambiente sin restriccio-
nes sociales que permitiese el florecimiento de personas de carácter crítico, original,
imaginativo, independiente, no-conformista hasta la excentricidad. Sin duda era éste
el tipo de carácter que Mill aprobaba, pero no estaba justificado que quisiera hacer
de él una pauta universal.
Ha dicho Thomas Sowell (On Classical Economics, Yale, 2006) que la pos-
tura de Mill sobre la individualidad adolecía de dos asimetrías formales y de una
carencia material que la desequilibraban. La primera es que Mill no trata los modos
de vida al igual que las ideas: las ideas habían de someterse a la crítica y contraste
más duros para discernir la verdad del error y para vivificar las verdades recibidas;
pero los distintos modos de vida habían de estar libres de cualquier rechazo severo.
Hoy día, las masas, imitando a los malos artistas, han aprendido a pedir
que se les dé gratis todo lo que no saben ganarse con su esfuerzo y a rechazar cual-
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quier responsabilidad por los malos efectos de sus actos. El eslogan de la sociedad
social-liberal podría ser: ‘toda necesidad es un derecho’ o incluso ‘todo deseo es un
derecho’. En una sociedad libre con una economía de mercado sin interferencias,
los fuegos fatuos del liberalismo romántico carecerían de subvenciones públicas y
serían disciplinados por la competencia, con lo que sólo arderían las verdaderas lla-
mas del ingenio.
REFERENCIAS
HAYEK, F.A. (1951), John Stuart Mill and Harriet Taylor. Their Correspondence and Subse-
quent Marriage.
HUMBOLDT, WILHELM VON (1852), Ideen zu einem Versuch, die Grenzen der Wirksamkeit des
Staats zu bestimmen. J.W. BURROW, ed., The Limits of State Action, Liberty Fund,
Indianápolis 1993.
SOWELL, THOMAS (2006), On Classical Economics, Yale University Press.
Las obras de Mill citadas en esta presentación han sido editadas todas en The Collected Works
of John Stuart Mill, University of Toronto Press y Routledge & Kegan Paul.
BENTHAM, JEREMY y MILL, J.S. como editor (1827), The Rationale of Judicial Evidence, Specially
Applied to English Practice.
MILL, J.S. (1843), A System of Logic, Ratiocinative and Inductive. Being a Connected View of
the Principles of Evidence and the Methods of Scientific Investigation.
— (1844), Essays on Some Unsettled Questions of Political Economy.
— (1848), Principles of Political Economy, with Some of Their Applications to Social Philo-
sophy. [De las siete ediciones en vida de Mill, las dos más importantes son la pri-
mera y la tercera de 1852].
— (1859, 1867, 1875 póstuma), Dissertations and Discussions.
— (1859), On Liberty.
— (1861), Considerations on Representative Government.
— (1863), Utilitarianism.
— (1869), The Subjection of Women.
— (1865), Auguste Comte and Positivism.
— (1865), An Examination of Sir William Hamilton’s Philosophy.
— (1873 póstuma), Autobiography.
— (1874 póstuma), Three Essays on Religion.
— (1879 póstuma), Chapters on Socialism.
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