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Artículos de Carlo Frabetti en ‘El País’ en 20161

Carlo Frabetti (Bolonia; 1945) es un matemático, escritor, guionista de televisión y crítico de


cómics italiano residente en España y que escribe habitualmente en castellano. Como
matemático, cultiva asiduamente la divulgación científica y la literatura infantil y juvenil. Sus
obras más importantes son El mundo flotante y sus continuaciones. Durante años prologó
antologías de ciencia ficción en Editorial Bruguera, en los que manifestaba de continuo sus
posturas políticas de extrema izquierda.
Reside en España desde los ocho años, en la actualidad, en Gerona. De vida inquieta, ha
trabajado en casi todo tipo de oficios, si bien es esencialmente guionista y escritor. Colaboró en la
revista ¡disparo! Trabajó luego en la televisión, escribiendo y/o dirigiendo numerosos
programas, como La bola de cristal y El duende del globo . Tuvo una hija llamada Emilie que
nació en 1985.

o 3.1 La magia más poderosa


o 3.2 Ulrico y las puertas que hablan
o 3.3 Ulrico y la llave de oro
o 3.4 Ulrico y la bola de cristal
o 3.5 Malditas matemáticas. Alicia en el
país de los números
o 3.6 Nunca más
o 3.7 El ángel terrible
o 3.8 Calvina
o 3.9 El vampiro vegetariano
o 3.10 El mundo inferior
o 3.11 El palacio de las cien puertas
o 3.12 La casa infinita
o 3.13 El libro infierno
o 3.14 El gran juego

Carlo Frabetti ha publicado más de cuarenta libros, entre los que destacan El bosque de los
grumos y los protagonizados por el enano Ulrico (La magia más poderosa, Ulrico y las puertas
que hablan, Ulrico y la llave de oro). Escribió con Franco Mimmi Amanti latini, la storia di
Catullo e Lesbia, 2001.

1
https://elviajero.elpais.com/autor/carlo_frabetti/a/8

1
Índice

2016
El acertijo de los posavasos...........................................................4
Acertijos saturnales........................................................................6
Pensar a contracorriente.................................................................8
Pensar de lado..............................................................................10
Extrañas parejas...........................................................................12
Extraños utensilios.......................................................................14
Extrañas particiones….................................................................16
Buscarle tres pies al gato..............................................................18
La cuadratura de la mesa redonda................................................20
Damas amenazadas......................................................................22
El problema de las ocho damas....................................................24
Pensamiento mecánico.................................................................26
Ojos claros, serenos……………..................................................28
El ahorcamiento inesperado.........................................................30
El diablillo de Einstein.................................................................32
Las seis vidas y media del gato de Schrödinger..........................34
La mayor toca el piano…….........................................................36
Turing y el robot impostor.……..................................................38
¿Qué hay en la caja china?..........................................................40
Falsos humanos y monedas falsas...............................................42
Lacan y la moneda número 13.....................................................44
Hay que romper las cadenas…....................................................46
Interesantes números………………...........................................48
‘Sub Specie Aeternitatis’.............................................................50
Hasta el infinito y más allá………………..................................52
Smullyan, Cantor y el infinito.....................................................54

2
Diagonales……….......................................................................56
El infinito y más acá....................................................................58
¿Existe el infinito?.......................................................................60
El vértigo del infinito...................................................................62
Todo lo que se nombra existe......................................................64
El increíble hombre menguante...................................................66
La pirámide escalonada...............................................................68
Las paradojas de Eubúlides.........................................................70
Series y sucesiones......................................................................72
El lento Aquiles y la veloz tortuga..............................................74
¿Existe el cero?...........................................................................76
¿Se puede decir todo lo que se piensa?.......................................78
Los límites de la imaginación.....................................................80
El cine de los sueños....................................................................82
El ascensor de Einstein................................................................84
El hombre ameba y la Tierra Gemela..........................................86
Microtierra………………….......................................................88
Micromegas……….....................................................................90
El cerebro de Boltzmann.............................................................92
Los monos de Benarés.................................................................94
La paradoja de Olbers..................................................................96
La catástrofe ultravioleta.............................................................98
Algoritmos voraces....................................................................100
Nuestro pequeño mundo............................................................102
El cuervo y el pupitre.................................................................104
La paradoja de Moravec............................................................106

3
El acertijo de los posavasos
Una adivinanza supuestamente aparecida en un posavasos de un bar y una indigestión de
pastelillos navideños. Buen provecho.
Carlo Frabetti
1 ENE 2016 - 08:30 CST
Se trata de entrar por la izquierda en el
circuito de la figura y salir por la derecha,
pasando alternativamente por puntos de
distinto color, o sea, según la secuencia rojo-
azul-rojo-azul-rojo…
La semana pasada se pedía hallar el punto de
un triángulo cuya suma de distancias a los
vértices es mínima; pues bien, ese punto se
conoce como punto de Fermat, o de Fermat-
Torricelli (pues parece ser que Fermat le
planteó el problema a su colega Torricelli y este lo resolvió), y se puede hallar mediante la
construcción de la figura.
Sobre cada lado del triángulo, ABC, construimos un triángulo equilátero, y luego unimos los
vértices de ABC con los respectivos vértices exteriores de los triángulos opuestos; el punto de
intersección de los segmentos así obtenidos es el punto de Fermat (dejo la demostración en
manos de mis sagaces lectoras y lectores).

Hay una elegante demostración gráfica de que las tres alturas de un triángulo se cortan en un
punto (llamado ortocentro). Trazamos por cada vértice del triángulo una paralela al lado opuesto,
y de este modo obtenemos otro triángulo cuyas mediatrices son las alturas del primero; y las
mediatrices de un triángulo se cortan en el punto que equidista de los tres vértices. Esto último es
fácil de demostrar: por definición, todos los puntos de la mediatriz del lado A’B’ equidistan de
los vértices A’ y B’, y todos los puntos de la mediatriz del lado A’C’ equidistan de los vértices A’
y C’; por lo tanto, el punto de intersección de ambas mediatrices equidista de B’ y C’, luego
también pertenece a la mediatriz del lado B’C’.
En cuanto al triángulo amoroso, si llamamos A, B y C a los tres jugadores de acuerdo con sus
iniciales, la pelota solo puede recorrer dos circuitos: ABC y AC. Como ambos circuitos son
igualmente probables, de cada cinco pases (ABC + AC) la pelota irá dos veces a A, dos veces a C
y una a B. Las probabilidades respectivas son, por tanto, 2/5, 2/5 y 1/5.

4
Posavasos y pastelillos
Este acertijo (véase la imagen que encabeza la noticia, arriba a la izquierda), supuestamente
aparecido en un posavasos de un bar, ha arrasado en las redes sociales en los últimos días: se trata
de entrar por la izquierda en el circuito de la figura y salir por la derecha, pasando
alternativamente por puntos de distinto color, o sea, según la secuencia rojo-azul-rojo-azul-rojo…
Y para empezar el año con buen pie, otro recorrido peculiar, esta vez un clásico navideño del
gran Henry Dudeney, maestro de inventores de acertijos. Según una vieja tradición, tendrás
tantos días de suerte al año siguiente como pastelillos de ciruela comas en Navidad, de modo que
aquí tienes la ocasión de conseguir un buen número de ellos.

No es difícil recorrer los 64 pastelillos de la figura sin pasar dos veces por ninguno de ellos, pero
la cosa se complica si hay que empezar por el pastelillo de la parte superior marcado con una
ramita de acebo y hay que efectuar 21 trazos rectos, el último de los cuales ha de terminar en el
otro pastelillo marcado con la ramita de acebo en la parte inferior y, además, antes hay que llegar
al pastelillo humeante de la última fila al final del décimo trazo. Buen provecho.

5
Acertijos saturnales
Cómo partir un roscón de Reyes en ocho partes iguales con el menor número de cortes. Y un par
de clásicos navideños del maestro Dudeney
Carlo Frabetti
8 ENE 2016 - 02:32 CST

Roscones
de Reyes en una pastelería en Madrid. Kiko Huesca EFE
El acertijo del posavasos planteado la semana pasada despista a muchos de los que intentan
resolverlo (de ahí su popularidad), e incluso puede parecerle imposible al observador ingenuo,
porque requiere una larga maniobra de retroceso contraria a la intuición, como se puede ver en la
figura.
En cuanto al acertijo navideño de Henry Dudeney, todo un clásico, nadie ha enviado una
solución, ni buena ni mala, así que, como es costumbre en esta sección, queda pendiente.

Más acertijos festivos

6
Nuestra lectora-colabora habitual Gertrude Stein propone otro acertijo relacionado con las fiestas
saturnales: dividir un roscón de Reyes en ocho partes iguales con el menor número de cortes.
Y otros dos clásicos navideños del maestro Henry Dudeney:
En una fiesta de Navidad participan el anfitrión y su esposa, otras seis parejas casadas, un viudo y
tres viudas, otros doce varones entre hombres solteros y muchachos, y otras diez damas entre
mujeres solteras y muchachas. El viudo se entretiene en contar los besos que, según la tradición,
se dan las personas que coinciden bajo el muérdago. El viudo, que aún guarda luto por su esposa,
no besa a nadie y observa que ningún varón besa a otro varón, ningún hombre casado besa a otra
mujer casada que no sea la suya, cada varón soltero o muchacho besa a cada una de las damas
solteras o muchachas dos veces, y las viudas no se besan entre ellas. ¿Cuántos besos se dieron en
total?
La noche de fin de año, tres vagabundos encuentran una barrica que contiene doce pintas de
cerveza. Quieren repartírsela a partes iguales y para ello disponen de una jarra de cinco pintas de
capacidad y otra de tres. ¿Cómo pueden hacer el reparto sin que se desperdicie nada de cerveza y
con el menor número de operaciones posible?

7
Pensar a contracorriente
Hay acertijos cuya solución no vemos por falta de imaginación, o porque, sin darnos cuenta, nos
autoimponemos más condiciones o limitaciones de las necesarias. Como en la vida misma…
Carlo Frabetti
21 ENE 2016 - 03:39 CST

La semana pasada se pedía dividir un roscón de Reyes en ocho partes iguales con el menor
número de cortes. Es fácil lograrlo con tres cortes si reagrupamos los trozos después de cada
corte; pero hay una forma sencilla y elegante de hacerlo sin reagrupar los trozos: con dos cortes
verticales perpendiculares y uno horizontal.

La solución al problema de los besos podría parecer que es 1.290 (omito los sencillos pero
engorrosos cálculos), número que se obtiene sumando los besos que da cada quisque; pero de este
modo contamos cada beso dos veces, pues en cada “besamiento” intervienen dos personas, por lo
que la respuesta correcta es 1290 : 2 = 645.
Al problema de la cerveza y los tres vagabundos, nuestra habitual lectora-colaboradora Flying
Flying da una solución similar a la que aparece en la película La jungla de cristal: “1. Se llena la
jarra pequeña con los 3 galones y se echan en la grande. 2. Se llena otra vez la jarra pequeña con
los 3 g de nuevo y llenas lo que le falta a la jarra grande, es decir, 2 g, y queda 1g en la pequeña.
3. Se vacía todo el contenido de la jarra grande y pasas el galón que hay en la jarra pequeña a la
jarra grande. 4. Se llena la jarra pequeña con los 3 g y se echan en la jarra grande”.

8
Pero a mí me gusta especialmente la solución “dinámica” (o sea, con ingesta de cerveza durante
el proceso) de Didier Alonso: “Con la de 3 pasan a la de 5 dos veces. La pinta que sobra en la de
3 se la chuma el mendigo 1 y devuelven la de 5 a la grande. Repiten otras dos veces la operación
pero ahora beben los mendigos 2 y 3. Ahora tienen 9 en la grande. Sacan una de 3 y la ponen en
la de cinco. Sacan otra de 3 de la grande y ya tienen 3 pintas cada uno en los distintos
recipientes”.
Pensamiento lateral
Tanto en el reparto del roscón como en el de la cerveza encontramos aleccionadores ejemplos de
pensamiento lateral: sencillos e ingeniosos enfoques en los que nos cuesta “caer” porque a
menudo, sin darnos cuenta, nos imponemos más condiciones o limitaciones de las inherentes al
problema a resolver (como en la vida misma, vaya). Así, en la partición del roscón es frecuente
dar por supuesto que todos los cortes han de ser verticales, y en el reparto de la cerveza no se
suele tener en cuenta que los beneficiarios pueden beber durante el proceso. En la misma línea,
Didier Alonso propone otro acertijo que, aunque bastante conocido, vale la pena recordar:
En un torneo de tenis intervienen 1.000 jugadores. En la primera ronda juegan 500 contra 500.
Los 500 ganadores pasan a la 2ª ronda y se repite el proceso sucesivamente (si en algún momento
es impar el nº de jugadores, uno pasa por sorteo a la siguiente). ¿Cuántos partidos se juegan en
total hasta tener al ganador del torneo?

Otro clásico muy conocido pero de obligada mención: unir los nueve puntos de la figura sin
levantar el lápiz del papel y con el menor número de trazos rectilíneos posible.

Y para terminar, otros dos clásicos (el segundo, por cierto, ha sido considerado por algunos, por
su sencillez y coherencia, como el mejor acertijo de pensamiento lateral de todos los tiempos):
Tenemos un vaso con agua y otro con vino, que contienen la misma cantidad de líquido. Si se
toma una cucharada de agua del primer vaso y se vierte en el segundo, y tras remover bien se
toma una cucharada del segundo vaso y se vierte en el primero, ¿habrá más vino en el agua que
agua en el vino o viceversa?
Un hombre entra en un bar y le pide al camarero un vaso de agua. Nunca antes se habían visto. El
cantinero saca una pistola de debajo del mostrador y apunta al hombre, que le da las gracias y se
va. ¿Por qué?

9
Pensar de lado
Se suele decir que hay que atacar los problemas de frente; pero no siempre es la mejor estrategia:
a veces lo más eficaz es atacar por el flanco, como decía Napoleón
Carlo Frabetti
22 ENE 2016 - 04:43 CST

La expresión “pensamiento lateral” fue introducida por Edward de Bono en su ya clásico libro
New Think: The Use of Lateral Thinking (1967), en el que habla de las técnicas que permiten
resolver problemas de una manera indirecta y con un enfoque creativo. Y la semana pasada
vimos algunos ejemplos de acertijos cuya resolución requiere -o se facilita con- una
aproximación “lateral”:
El problema del torneo de tenis se resuelve de manera instantánea si se cae en la cuenta de que en
cada partido se elimina a un jugador y han de quedar eliminados todos menos uno; por lo tanto,
tendrán que jugarse 999 partidos.

El famoso acertijo de los nueve puntos es un claro ejemplo de que a menudo nos cuesta resolver
un problema porque, sin darnos cuenta, nos autoimponemos más condiciones o limitaciones de
las necesarias. No se pide que todos los vértices de la línea quebrada coincidan con alguno de los
puntos, y sin embargo se suele dar por supuesto; sin esta condición innecesaria, los nueve puntos
se pueden unir con cuatro trazos. O con tres si no los consideramos puntos geométricos
inextensos sino circulitos negros (o “puntos gordos”, como los denomina un lector jocoso).

10
En cuanto al acertijo de los dos vasos, puesto que quitamos una cucharada del primer vaso y
luego se la añadimos, al final ambos vasos tienen la misma cantidad de líquido que al principio;
por lo tanto, lo que a uno le falta de agua es lo que al otro le falta de vino.
El hombre que entra en el bar y pide un vaso de agua tiene hipo. El camarero saca la pistola para
quitarle el hipo de un susto.
Más pensamiento lateral
Nuestra lectora voladora, Flying Flying, pregunta por qué las tapas de las alcantarillas son
redondas y no cuadradas. Hay al menos dos razones de peso (nunca mejor dicho).
Y unos cuantos acertijos más para pensar de lado, tomados del inagotable repertorio popular:
En un restaurante, un cliente encuentra una mosca en su café. Pide que le traiga otro, y el
camarero se apresura a complacerlo; pero, tras tomar un sorbo, el cliente exclama airado: "¡Esta
es la misma taza de café de antes!". ¿Cómo lo sabe?
¿Cuántas veces se puede restar 1 del número 1111?
Al comienzo de la Primera Guerra Mundial los soldados británicos no llevaban casco, sino una
gorra de tela. Pero las autoridades militares, alarmadas por el gran número de heridos en la
cabeza, decidieron reemplazar las gorras por cascos metálicos. Sin embargo, y aunque la
intensidad de la guerra era la misma que antes del cambio, el número de soldados heridos en la
cabeza aumentó. ¿Por qué?

11
Extrañas parejas
Cuatro instructivos problemas de emparejamientos para resolver en solitario… o en pareja
Carlo Frabetti
29 ENE 2016 - 06:32 CST

Nos preguntaba una lectora, la semana pasada, por qué las tapas de las alcantarillas son redondas
y no cuadradas. Hay al menos tres razones de peso (nunca mejor dicho): una tapa redonda se
puede desplazar haciéndola rodar, y no puede caer por su propio agujero, mientras que una
cuadrada podría hacerlo con relativa facilidad, al ser el lado del cuadrado considerablemente
menor que la diagonal; además, una tapa redonda es mucho más fácil de encajar en su agujero.
El acertijo de la taza de café admite distintas soluciones verosímiles; en la que coinciden la
mayoría de los lectores es en la del sabor: el cliente echó azúcar en el café antes de ver la mosca,
y al probar el de la nueva taza se da cuenta de que está dulce.
Del número 1111 solo podemos restar 1 una vez, pues en cuanto lo hagamos se convertirá en el
1110. ¿Y qué pasa si a 1111 le sumamos 1? Se convertirá en 1112… o en 10000 si estamos en el
sistema binario.
Al sustituir la gorra de tela por un casco metálico, aumentó el número de heridos en la cabeza
porque antes la mayoría de los que eran alcanzados en tan delicada parte del cuerpo, no
resultaban heridos sino que morían.
Emparejamientos varios
Parejas conyugales con hijos albinos, emparejamiento de páginas y números, parejas de bases y
exponentes, estaciones de tren emparejadas. Y cada problema, por supuesto, va emparejado con
una instructiva solución… o más.
1. Sabiendo que el gen del albinismo es recesivo y que hay aproximadamente un albino por cada
diez mil personas, ¿qué porcentaje de la población porta el gen del albinismo?

12
2. Un tipógrafo afirma que para numerar las páginas de un libro ha utilizado exactamente tres mil
caracteres. ¿Dice la verdad?
3. ¿Qué conclusión se puede sacar de la igualdad xx = yy?
4. En las estaciones de una red ferroviaria se vende un billete distinto para cada viaje posible (y
se distingue entre el viaje de ida y el de vuelta: el billete de A a B es distinto del billete de B a A).
Se inaugura una nueva línea con varias estaciones, y eso obliga a imprimir 34 nuevos billetes
distintos. ¿Cuántas estaciones había y cuantas nuevas estaciones se han inaugurado?

13
Extraños utensilios
Una balanza desequilibrada, un metro recortado, dados con caras en blanco… Extraños
utensilios, aparentemente tarados, que sin embargo pueden ser muy útiles
Carlo Frabetti
5 FEB 2016 - 06:48 CST

Nos preguntábamos la semana pasada por el porcentaje de portadores del gen del albinismo,
sabiendo que una de cada 10.000 personas es albina. Como el gen del albinismo es recesivo, para
que nazca un albino tienen que juntarse un portador y una portadora, por lo que si llamamos 1/x a
la fracción de personas portadoras, la fracción de parejas susceptibles de tener un hijo albino será
1/x2; pero solo uno de cada cuatro hijos de una de esas parejas será albino, pues para ello tienen
que coincidir en el cigoto los dos genes del albinismo, puesto que son recesivos. Por lo tanto, la
proporción de albinos será 1/4x2. Y como 4x2 = 10.000, x = 50. Una de cada 50 personas es
portadora del gen del albinismo, o lo que es lo mismo, el 2 % de la población.
En cuanto al tipógrafo que afirma haber utilizado exactamente 3.000 caracteres, no dice la
verdad. Las 9 primeras páginas necesitan 9 caracteres; las 90 siguientes (de la 10 a la 99), 2 cada
una, o sea, 180; las 900 siguientes (de la 100 a la 999), tres cada una, o sea, 2.700. En total, las
999 primeras páginas necesitan para su numeración 2.889 caracteres. A partir de ahí, cada página
necesitará 4 caracteres; pero 3.000 – 2.889 = 111, que no es divisible por 4; por lo tanto, no es
posible que el tipógrafo haya utilizado exactamente 3.000 caracteres.
La ecuación exponencial xx = yy no implica necesariamente x = y; puede ser x = 1/2 e y = 1/4.
En el problema de las estaciones, si llamamos x al número de estaciones antiguas e y al número
de estaciones nuevas, habrá que hacer 2xy billetes nuevos para enlazar a todas las nuevas con
todas las antiguas (recordemos que el billete de ida y el de vuelta son distintos), a los que habrá
que añadir los billetes correspondientes a los enlaces de las estaciones nuevas entre sí: y(y – 1).
Por lo tanto, 2xy + y(y – 1) = 34, de donde y(2x + y – 1) = 34. Puesto que y es un número entero,
también ha de serlo 2x + y – 1, por lo que solo hay dos soluciones: y = 1, x = 17; y = 2, x = 8; pero
como nos dicen que hay varias estaciones nuevas, la solución buscada es la segunda: hay 8
estaciones antiguas y 2 nuevas.
Defectuosos pero útiles
Una balanza desequilibrada, un metro menguado, unos dados con caras en blanco… ¿Hay que
desecharlos? Nada de eso: tal vez puedan cumplir su función habitual, e incluso alguna más.
1. Una balanza está muy desequilibrada: al ponerlo en uno de los platillos, un lingote de oro pesa
9 kilos, y al ponerlo en el otro pesa 4 kilos. ¿Cuánto pesa en realidad?

14
2. Un vendedor de telas gana el 30 % sobre el precio de coste; pero un día descubre un metro
defectuoso que hace aumentar sus beneficios al 33 %. ¿Cuánto mide en realidad el metro del
vendedor tramposo?
3. Dos amigos que tienen una tienda de juegos reciben una partida de dados defectuosos: en
algunas de las caras de la mayoría de ellos no se han marcado los números correspondientes y,
por tanto, están en blanco. Uno de los amigos coge un dado que tiene tres caras en blanco y le
propone al otro jugar de la siguiente forma: “Tú coges otro dado y los tiramos los dos; si salen
dos caras en blanco o dos caras numeradas, gano yo; si sale una cara en blanco y otra numerada,
ganas tú”. ¿Con cuántas caras en blanco ha de escoger su dado el segundo jugador para tener las
mayores probabilidades de ganar?

15
Extrañas particiones
No hablamos de extrañas maneras de instalar programas en el disco duro de un ordenador, sino
de divisiones y repartos peculiares que, como casi todo, se resuelven mejor con un poco de
ingenio
Carlo Frabetti
12 FEB 2016 - 09:42 CST

Curiosamente, el problema de la balanza defectuosa propuesto la semana pasada confundió a


algunos de nuestros sagaces lectores; y sin embargo se resuelve con una sencilla regla de tres
(que en este caso es una “regla de dos”): si llamamos x al peso del lingote, 4 es a x como x es a 9,
luego x2 = 36, x = 6. El lingote pesa 6 kilos (y no 6,5 como han estimado algunos).
En cuanto al vendedor tramposo, supongamos, para simplificar los cálculos, que compra la tela a
10 euros el metro. Para ganar el 30 % ha de venderla a 13; pero si su metro mide menos de un
metro, su ganancia será mayor. Si llamamos x a la longitud real de su metro, lo que a él le cuesta
10x lo vende a 13, luego su porcentaje de beneficio será (13 – 10x) /10x = 33/100, de donde
x = 0,977. El metro del vendedor tramposo mide, redondeando, 98 centímetros (en este caso -
como en otros que hemos visto en anteriores columnas- el redondeo viene a cuento, pues al cortar
una tela siempre hay un margen de error de uno o dos centímetros).
El problema de los dados defectuosos tiene una curiosa solución: da igual qué dado elija el
segundo jugador, pues su probabilidad de ganar será siempre del 50 %. En efecto, cada una de las
6 caras de un dado puede combinarse con cada una de las 6 caras del otro, por lo que hay
6 × 6 = 36 emparejamientos posibles. Si llamamos x al número de caras en blanco del segundo
dado, las combinaciones blanco-blanco serán 3x, y las combinaciones número-número serán
3(6 – x), en total 3x + 18 – 3x = 18, independientemente del valor de x.
Particiones y repartos
1. Sigamos con los dados. Un fabricante de juegos de mesa tiene un cubo de madera de 9
centímetros de lado y desea dividirlo en 27 cubitos de 3 centímetros de lado con objeto de
convertirlos en otros tantos dados. Durante la operación, puede reagrupar como desee los trozos
resultantes de cada corte para serrarlos juntos. ¿Cuántos cortes tendrá que hacer, como mínimo,
para dividir el cubo en 27 cubitos?

16
2. Un niño sale de casa con un paquete de caramelos y vuelve sin ninguno. Su madre le pregunta
qué ha hecho con ellos y el niño contesta:
-A cada amigo que me he encontrado le he dado la mitad de los caramelos que tenía más uno.
-¿Y a cuántos amigos te has encontrado?
-A seis.
¿Cuántos caramelos tenía el niño al salir de casa?
3. Tenemos seis números naturales (enteros y positivos) comprendidos entre los diez primeros.
Al menos cinco de ellos son distintos, y pueden dividirse en dos grupos de tres de forma que la
suma de los números de un grupo sea igual a la suma de los del otro, y la suma de los cuadrados
de los de un grupo sea igual a la suma de los cuadrados de los del otro. ¿Qué números son?

17
Buscarle tres pies al gato
Algunos acertijos tienen una solución clara y aparentemente única; pero si le buscamos tres pies
al gato (como suelen hacer muchos lectores) podemos llevarnos algunas sorpresas
Carlo Frabetti
19 FEB 2016 - 11:42 CST

Nos preguntábamos la semana pasada cuántos cortes serían necesarios, como mínimo, para
dividir un cubo en 27 cubitos. Para comprender que no se puede conseguir en menos de seis
cortes, basta con darse cuenta de que cada una de las seis caras del cubito central necesita un
corte distinto. Por cierto, para dividir un cubo en 64 cubitos también es suficiente con seis cortes
(aunque en este caso hay que reagrupar los trozos después de cada corte: ver detalles en la
sección de comentarios). ¿Hay alguna fórmula general o algoritmo que permita saber cuántos
cortes serán necesarios para dividir un cubo en n3 cubitos?
El problema del niño y los caramelos se resuelve mejor pasando hacia atrás la película de sus
encuentros e imaginando que cada amigo con el que se encuentra le da un caramelo y luego
duplica los que tiene, con lo que la secuencia es: (0 + 1) × 2 = 2, (2 + 1) × 2 = 6, (6 + 1) × 2 = 14,
(14 + 1) × 2 = 30, (30 + 1) × 2 = 62, (62 + 1) × 2 = 126. El niño salió de casa con 126 caramelos.
El problema de los seis números naturales comprendidos entre los diez primeros tiene varias
soluciones (más de las que yo creía, debo admitirlo): 1, 6, 8 / 2, 4, 9; 4, 8, 9 / 5, 6, 10; 2, 7, 9 / 3,
5, 10; 3, 7, 8 / 4, 5, 9; 2, 6, 7 / 3, 4, 8; 1, 5, 6 / 2, 3, 7; 1, 6, 9 / 3, 3, 10; 2, 5, 10 / 1, 8, 8.
Puntos gordos y sucesiones que se bifurcan
En el conocido acertijo de los nueve puntos (ver Pensar a contracorriente, 15 1 2016), podemos
buscarle tres pies al gato considerando que los puntos no son inextensos, en cuyo caso admite,
como vimos, la segunda solución de la figura.
Y en el problema de la balanza desequilibrada de hace un par de semanas, si no despreciamos el
peso de los brazos o consideramos que los platillos podrían no pesar lo mismo, hay infinitas
soluciones.

18
Las sucesiones numéricas en las que, dados cinco o seis términos, hay que hallar los siguientes,
son un clásico de los test de inteligencia y los acertijos lógicos; pero a menudo (mejor dicho,
siempre) admiten más de una solución si le buscamos tres (o cuatro, o cinco…) pies al gato
algorítmico. Las siete sucesiones siguientes son bastante fáciles (aunque no todas) si nos
conformamos con la solución más obvia; pero os invito a buscar, en cada caso, una segunda
solución. O más.

2, 3, 6, 7, 16…
1, 2, 2, 3, 2, 4…
17, 33, 65, 129…
4, 6, 9, 10, 14, 15…
1, 8, 27, 64…
5, 12, 20, 30, 43…
1, 11, 21, 1211, 111221…

19
La cuadratura de la mesa redonda
No se trata de la cuadratura del círculo, sino solo de cuadrar algunas cuentas relativas a las
actividades del rey Arturo y sus esforzados caballeros
Carlo Frabetti
26 FEB 2016 - 04:32 CST

Las sucesiones numéricas propuestas la semana pasada admiten las siguientes continuaciones (en
negrita):
2, 3, 6, 7, 16, 17, 22…
1, 2, 2, 3, 2, 4, 2, 4…
17, 33, 65, 129, 257, 513…
4, 6, 9, 10, 14, 15, 21, 22…
1, 8, 27, 64, 125, 216…
5, 12, 20, 30, 43, 60, 88…
1, 11, 21, 1211, 111221, 312211, 13112221…
La primera sucesión es la de los números cuyo nombre en castellano contiene la letra ese.
La segunda está formada por el número de divisores de los números naturales en orden creciente:
el 1 solo tiene un divisor, el 2 tiene dos, el 3 tiene dos, el 4 tiene tres…
En la tercera sucesión, cada término es el doble del anterior menos 1.
La cuarta es la lista, en orden creciente, de los números que son el producto de dos primos: 2 x 2,
2 x 3, 3 x 3, 2 x 5, 2 x 7…
La quinta sucesión es la de los cubos de los números naturales.
En la sexta sucesión, los números que añadimos a cada término para obtener el siguiente forman,
a su vez, una sucesión: 7, 8, 10, 13…, esta muy sencilla, cuyos siguientes términos son 17 y 22.
En la séptima sucesión (que durante un tiempo circuló por la red), cada término es la
“descripción” sintética del anterior: uno; un uno; dos unos; un dos y dos unos; tres unos, dos
doses y un uno…
En la sección de comentarios de la semana pasada encontraréis las aportaciones de nuestras
lectoras y lectores, pues cualquier sucesión numérica, por obvia que parezca, admite más de una

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solución (infinitas, en realidad, ya que podemos añadirle cualquier número y encontrar un
algoritmo que los conecte todos).
Problemas en Camelot
1. El Caballero Oscuro pasa al galope ante Arturo, Lanzarote y Parsifal, que con gran presteza
tensan sus arcos y disparan sendas flechas contra el maligno intruso. Arturo es un excelente
arquero, y a esa distancia solo falla un disparo de cada diez. Lanzarote es un arquero mediano, y
acierta dos de cada tres veces cuando le dispara a un caballero al galope. Parsifal no es bueno con
el arco, y en esas condiciones solo acierta una de cada cinco veces. ¿Cuál es la probabilidad de
que el Caballero Oscuro sea alcanzado por al menos una flecha?
2. Arturo, Lanzarote, Merlín, Gawain y Parsifal están sentados alrededor de la Mesa Redonda en
este orden a dextrosum (es decir, en el sentido de las agujas del reloj). Han de elegir a uno de
ellos para que vaya en pos del Caballero Oscuro y ponga fin a sus incursiones. En la primera
vuelta, cada uno vota a aquel que vota a su vecino de la izquierda (dada la ambigüedad de la
frase, difícil de precisar en lenguaje coloquial, digamos que A vota a B, siendo B el que vota a
quien se sienta a la izquierda de A). ¿Por quién vota cada uno?
3. La traición de Mordered obliga a los caballeros de la Mesa Redonda, que ahora son quince, a
extremar las precauciones. Los caballeros acuden a las sesiones enmascarados, y entre ellos hay
un cierto número de coordinadores parciales, de modo que ninguno conoce la lista completa de
los quince, y ninguna pareja de coordinadores puede reconstruirla; pero cualquier grupo de tres
coordinadores ha de poder reconstruir la lista completa. ¿Cuántos coordinadores hay?

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Damas amenazadas
No nos referimos a Esperanza Aguirre ni a Rita Barberá, sino a las damas o reinas del ajedrez, las
más agresivas y versátiles de las fichas
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Carlo Frabetti
4 MAR 2016 - 10:38 CST

El Caballero Oscuro asaeteado la semana pasada por Arturo, Lanzarote y Parsifal tenía muy
pocas probabilidades de salir ileso. En este caso, es más fácil calcular la probabilidad de que
ninguno de los tres lo alcance: la probabilidad de que falle Arturo es 1/10, la de que falle
Lanzarote es 1/3 y la de que falle Parsifal es 4/5, luego la probabilidad de que fallen los tres a la
vez es 1/10 × 1/3 × 4/5 = 4/150 = 2/75. Por lo tanto, la probabilidad de que alguna flecha alcance
al Caballero Oscuro es la complementaria: 73/75, o lo que es lo mismo, el 97,33 %.
Para saber a quién ha votado cada caballero, basta averiguar el voto de uno de ellos, ya que la
solución es obviamente simétrica (respecto al centro de la Mesa Redonda). Arturo no ha votado
por Lanzarote, que es su vecino de la izquierda, pues ello implicaría que ha votado también por sí
mismo. Tampoco ha votado por Merlín, pues ello implicaría que Merlín hubiera votado por
Lanzarote, Lanzarote por Gawain, Gawain por Merlín y Merlín por Parsifal, lo cual es
contradictorio. Un razonamiento análogo nos muestra que Arturo tampoco ha podido votar por
Parsifal, así que ha tenido que votar por Gawain, y Lanzarote por Parsifal, Merlín por Arturo,
Gawain por Lanzarote y Parsifal por Merlín.
El tercer problema de Camelot era el menos fácil, y ha suscitado un amplio intercambio de
comentarios entre nuestras sagaces lectoras y lectores. Creo que la forma más sencilla de hallar el
máximo número de coordinadores posible es considerar que cada pareja ha de ignorar la

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identidad de un caballero, y, por otra parte, el caballero desconocido ha de ser distinto para cada
pareja, pues de lo contrario habría tríos de coordinadores incapaces de completar la lista. Por lo
tanto, el número de parejas de coordinadores ha de ser, como máximo, igual al número de
caballeros, o sea, 15. Y 15 es el número de parejas distintas que se pueden formar con 6
elementos (6 × 5/2 = 15), luego habrá un mínimo de tres coordinadores y un máximo de seis.
Pacto (de no agresión) entre damas
El acertijo de la división del cubo en 27 cubitos (ver Extrañas particiones) llevó a un lector a
plantear un problema homólogo, consistente en acorralar a una dama en el tablero de ajedrez
mediante sucesivas particiones del mismo, lo cual, a su vez, me recordó un interesante clásico de
los problemas ajedrecísticos, desglosable en tres:
1. ¿Cuántas damas podemos colocar en un tablero vacío de forma que ninguna de ellas amenace a
ninguna otra?
2. ¿De cuántas maneras distintas podemos colocarlas?
3. ¿Y en sendos tableros reducidos de 4x4, 5x5 y 6x6?

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El problema de las ocho damas
Seguramente el problema ajedrecístico más famoso y analizado de todos los tiempos, que atrajo
la atención del mismísimo Gauss, el príncipe de los matemáticos
Carlo Frabetti
11 MAR 2016 - 06:19 CST

El problema de las ocho damas, propuesto la semana pasada, fue planteado por primera vez por el
ajedrecista alemán Max Bezzel, que, con el seudónimo Schachfreund, lo publicó en 1848 en la
revista especializada Berliner Schachzeitung. Puesto que la dama puede desplazarse horizontal,
vertical o diagonalmente, el problema equivale a situar ocho fichas en el tablero de forma que no
haya dos en la misma fila, columna o diagonal (lo cual lo emparenta con el popular sudoku).
El problema de las ocho damas fue analizado, entre otros, por el mismísimo Gauss, que halló 76
de las 92 soluciones posibles; pero el primero en encontrarlas todas, en 1850, fue un amigo suyo,
el matemático ciego Franz Nauck.
En realidad, solo hay 12 soluciones básicas, y las 80 restantes se obtienen por giros y simetrías;
11 de las soluciones básicas valen por 8: girando cualquiera de ellas 90º, 180º y 270º se obtienen
tres más, y las cuatro dan lugar a otras cuatro por simetría especular; pero la duodécima (damas
en a3, b5, c2, d8, e1, f7, g4 y h6) solo vale por cuatro, pues tiene simetría central. Las 12
soluciones básicas dan, pues, lugar a 11 × 8 + 4 = 92 soluciones distintas.
Puesto que solo puede haber una dama por columna, podemos expresar numéricamente las
soluciones anotando, de izquierda a derecha, los números de las filas que ocupan. Así, la solución
simétrica que acabamos de ver sería 35281746. El problema de las ocho damas se puede
convertir, de este modo, en un problema aritmético, que consiste en tomar, de entre todas las
permutaciones de los dígitos del 1 al 8, las que cumplen cierta condición. Sin embargo, esta
notación numérica no es de gran ayuda, salvo para realizar un programa de búsqueda por
ordenador, pues las permutaciones de los ocho dígitos son 8! = 8 × 7 × 6 × 5 × 4 × 3 × 2 × 1 =

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40.320, entre las cuales hay que buscar las 92 que cumplen la condición requerida. Por cierto,
¿qué condición es esa?
Más difícil todavía, ¿hay alguna solución en la que no haya ningún grupo de tres damas
alineadas? ¿Cuál es -si existe- su notación numérica?

Solo hay una solución básica para el tablero de 4 × 4 y otra para el de 6 × 6, y dos para el de 5 ×
5, que en la notación numérica antes establecida serían, respectivamente, 2413, 246135, 25314 y
35241; las tres primeras tienen simetría central.
Problemas afines
¿Cuántas damas son necesarias, como mínimo, para cubrir todo el tablero? Por cubrir o abarcar el
tablero se entiende que todas las casillas estén a tiro de alguna de las damas.
¿Y para abarcar tableros de 9 × 9, 10 × 10 y 11 × 11?
¿Cuántas torres podemos colocar en el tablero de forma que ninguna amenace a ninguna otra?
¿De cuántas maneras distintas podemos colocarlas?

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Pensamiento mecánico
Hay acertijos lógicos que, al igual que algunos problemas de la vida real, no se solucionan
pensando de forma lineal y mecánica
Carlo Frabetti
18 MAR 2016 - 10:46 CST

Las soluciones numéricas del problema de las ocho damas, propuesto la semana pasada, han de
cumplir la condición de que la diferencia entre dos dígitos cualesquiera no sea igual a la
“distancia” entre ellos, entendiendo por tal el número de lugares que están alejados el uno del
otro, pues de lo contrario corresponderían a dos damas situadas en la misma diagonal.
Un despiste de última hora me llevó a colgar como ilustración de portada la solución en la que no
hay tres damas alineadas. Sin contar giros y rotaciones, creo que es única; su notación numérica:
3584126 (recordemos que cada dígito indica la fila ocupada correspondiente a cada columna, de
izquierda a derecha).
Para abarcar todo el tablero son necesarias y suficientes cinco damas. Una de las soluciones
consiste en colocarlas en la diagonal del tablero de la forma 80654020 (los ceros corresponden a
las columnas en las que no hay dama). En la figura vemos otra de las 4.860 soluciones posibles
(85746000).

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Cinco damas también son suficientes para abarcar tableros de 9 × 9, 10 × 10 y 11 × 11 (aunque
en este caso las casillas ocupadas no están necesariamente a tiro de otras damas). Una solución en
el tablero de 11×11: 040X0602080 (la X representa la fila 10).
Puesto que no puede haber dos torres en una misma fila ni en una misma columna, es evidente
que el máximo número de torres que podemos colocar en un tablero sin que ninguna amenace a
ninguna otra es ocho. Para calcular todas las disposiciones posibles, empecemos situando una
torre en la primera columna; tenemos 8 posibilidades, para cada una de las cuales tenemos 7
posibilidades al situar otra torre en la segunda columna, y para cada una de estas 8×7 parejas
tenemos 6 posibilidades al situar la torre en la tercera columna… El número total será, pues,
8×7×6×5×4×3×2×1, o sea, 8! = 40.320.

Tres sombreros blancos


Es interesante comparar el problema de las ocho damas con el análogo pero mucho más sencillo
de las ocho torres: en el segundo caso es fácil hallar una fórmula que nos da el número de
soluciones para tableros de cualesquiera dimensiones, mientras que en el primer caso no es en
absoluto así. Con algunos acertijos lógicos aparentemente simples ocurre algo similar: se resisten
a ser abordados pensando de forma lineal y mecánica, y requieren, para su resolución, seguir
procesos ramificados, reticulares o que incluyen curiosos bucles. Un ejemplo clásico y
relativamente sencillo (pero no os confiéis) es el siguiente:

Un rey decide indultar a uno de los tres prisioneros que están encerrados en las mazmorras de
palacio. Los llama a su presencia y les dice: “En este cofre hay tres sombreros blancos y dos
negros. A cada uno de vosotros le pondrán uno de estos cinco sombreros, de modo que cada cual
verá los que llevan los demás, pero no el que lleva él mismo ni los que han quedado en el cofre.
El que deduzca de qué color es el sombrero que lleva y justifique su conclusión quedará en
libertad”. Tras unos instantes de reflexión, el primer prisionero afirma que no puede saber de qué
color es su sombrero, y el segundo dice lo mismo; y entonces el tercero dice: “Mi sombrero es
blanco”. ¿Cómo lo sabe?

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Ojos claros, serenos...
Los acertijos en los que se supone que las personas implicadas razonan de forma impecablemente
lógica, dan lugar a curiosos planteamientos y controvertidas soluciones
Carlo Frabetti
25 MAR 2016 - 07:01 CST

Es sabido que el gen de los ojos azules es recesivo con respecto al de los ojos marrones.
Si el tercer prisionero del acertijo de la semana pasada (llamémoslo C, y A y B a los otros dos)
hubiera visto dos sombreros negros, habría sabido automáticamente que el suyo era blanco. Si C
hubiera visto un sombrero blanco y uno negro, habría pensado: “Si mi sombrero fuera negro, el
que lo lleva blanco vería dos negros y sabría que el suyo no puede ser negro, puesto que solo hay
dos, por lo que mi sombrero tiene que ser blanco”. Y si C hubiera visto dos sombreros blancos,
habría pensado: “Si mi sombrero fuera negro, B habría sabido enseguida que el suyo tenía que ser
blanco, pues de lo contrario A habría visto dos negros y no habría dudado; por lo tanto, mi
sombrero tiene que ser blanco”. Y estos mismos razonamientos nos llevan a concluir que los
prisioneros llevan puestos los tres sombreros blancos.
El rey indultó al tercer prisionero, cuya deducción se basaba en la lógica. Pero en realidad tuvo
que soltarlos a los tres
Según la versión oficial, el rey indultó al tercer prisionero, cuya deducción se basaba en la lógica.
Pero en realidad tuvo que soltarlos a los tres, porque el primer prisionero dijo: “Ponernos los tres
sombreros blancos era la única forma de que la solución no fuera obvia para ninguno de nosotros,
y un rey tan inteligente como tú no podía proponernos un acertijo trivial”. Y el segundo
prisionero dijo: “Ponernos los tres sombreros blancos era la única forma de que la prueba fuera
equitativa, y un rey tan justo como tú no podía no ser ecuánime”. Como la Historia nos
demuestra sin cesar, un rey no tiene por qué ser inteligente, y mucho menos justo; pero no puede
admitir públicamente que no lo es, de modo que tuvo que soltar a los tres prisioneros.
El acertijo de los tres sombreros blancos y los dos sombreros negros tiene muchas y muy
interesantes variantes

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Ojos azules o marrones
El acertijo de los tres sombreros blancos y los dos sombreros negros tiene muchas y muy
interesantes variantes. He aquí un par de ellas propuestas por nuestras sagaces lectoras y lectores,
y un tercer acertijo de propina:
1. Tres hombres llevan sendos sombreros que pueden ser blancos o negros, y cada uno desconoce
el color del suyo. Saben que los tres no son blancos, y no se excluye la posibilidad de que todos
sean negros. Los tres están sentados uno detrás de otro, de modo que el último puede ver el color
de los sombreros del primero y del segundo, mientras que el segundo solo puede ver el color del
sombrero del primero, y este no puede ver ninguno. El último dice que no sabe de qué color es su
sombrero; a continuación, el segundo dice lo mismo; entonces el primero, que no ve nada, dice
que sabe el color de su sombrero. ¿Es esto posible? ¿De qué color es el sombrero del primero?
(Propuesto por Gertrude Stein).
2. En una isla hay cien habitantes, que tienen los ojos o bien azules o bien marrones. Todos ven el
color de los ojos de los demás, pero no el propio. No pueden hablar del tema y no hay espejos. Y
hay una ley que establece que si alguien descubre que tiene los ojos azules, ha de abandonar la
isla a la mañana siguientes. Todos los isleños son capaces de razonar con una lógica impecable.
Un día, un visitante llega a la isla y, tras mirar a todos los isleños, dice, sin señalar a nadie: “Qué
agradable es ver a al menos una persona con ojos los azules”. ¿Qué consecuencias tuvo este
comentario para los isleños? (Propuesto por Jesús González).
3. Y hablando de ojos azules y marrones: Sabiendo que el gen de los ojos azules es recesivo con
respecto al de los ojos marrones, y suponiendo que ambos genes sean igualmente abundantes
entre la población, ¿cuál es la probabilidad de que una pareja tenga un hijo con los ojos azules si
ambos progenitores los tienen marrones?

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El ahorcamiento inesperado
El método recursivo, que avanza paso a paso repitiendo una y otra vez un mismo razonamiento
básico, parece una forma segura de llegar a una conclusión válida. Y sin embargo…
Carlo Frabetti
1 ABR 2016 - 02:10 CST

La variante del problema de los sombreros blancos y negros propuesta la semana pasada por
Gertrude Stein es más clara e inequívoca que otras: puesto que los tres sombreros no pueden ser
blancos, si el tercer hombre viera dos blancos sabría automáticamente que el suyo es negro. Si el
segundo hombre viera que el sombrero del primero es blanco, sabría que el suyo es negro, pues
de lo contrario el tercero habría visto dos blancos. Por lo tanto, el sombrero del primero tiene que
ser negro.
En cuanto a los isleños de ojos azules o marrones, si solo hubiera uno de ojos azules, la
declaración del forastero se lo revelaría (al ver que todos los demás tenían los ojos marrones) y
abandonaría la isla al día siguiente. Si hubiera dos, cada uno esperaría que el otro abandonara la
isla al día siguiente, y al ver que no lo hacía, ambos deducirían: “Yo también tengo los ojos
azules”, y se irían los dos al día siguiente. Siguiendo con el mismo razonamiento, y llamando n al
número de isleños con los ojos azules, al cabo de n días se irían todos. Este acertijo, por su
carácter recursivo, recuerda la paradoja del ahorcamiento inesperado, que luego veremos.
La probabilidad de que en una pareja de personas de ojos marrones ambas sean portadoras del
gen de ojos azules es 1/4 (si consideramos equiprobables las cuatro posibilidades: MM-MM,
MM-Ma, Ma-MM, Ma-Ma), y la probabilidad de que en un cigoto coincidan ambos genes
recesivos es 1/4, por lo que la probabilidad de que una pareja de ojos marrones engendre un bebé
de ojos azules es 1/16. Pero se pide la probabilidad de que tengan un hijo de ojos azules, es decir,
un varón (pregunta-trampa antisexista), por lo que la probabilidad es la mitad de la anterior: 1/32.
Sin embargo si consideramos que entre las personas de ojos marrones hay el doble de Ma que de
MM (pues un Ma recibe el gen de un solo progenitor mientras que el MM ha de recibirlo de
ambos a la vez), entonces las probabilidad de que en una pareja ambos sean portadores es 2/3.2/3
= 4/9, por lo que la probabilidad de que nazca un bebé de ojos azules es 1/9 (este segundo
supuesto parece más acorde con el enunciado, un tanto ambiguo).
La paradoja de la sentencia imposible
-El ahorcamiento tendrá lugar a mediodía -dijo el juez al prisionero-, uno de los siete días de la
semana próxima. Pero no sabrás qué día será hasta que no se te informe de ello la mañana del día
del ahorcamiento.

30
El prisionero, acompañado por su abogado, volvió a la celda. Tan pronto como se quedaron
solos, el abogado dijo:
-¿Te das cuenta de que no es posible ejecutar la sentencia del juez?
-¿Por qué?-preguntó el prisionero.
-Obviamente, no pueden ahorcarte el próximo domingo, porque es el último día de la semana, y
el sábado sabrías que el ahorcamiento tendría lugar el domingo. Lo sabrías antes de que se te
comunicase el domingo por la mañana, y esto iría en contra de la sentencia del juez.
-Cierto- dijo el prisionero.
-Por lo tanto, el domingo está descartado -prosiguió el abogado-. Esto hace que el sábado sea el
último día que pueden ahorcarte. Pero no pueden ahorcarte el sábado porque el viernes quedarían
sólo dos días: sábado y domingo. Puesto que el domingo no podría ser, el ahorcamiento tendría
que ser el sábado. Pero saber esto volvería a violar la sentencia del juez. Así que el sábado
también queda eliminado. Esto nos deja el viernes como último día posible. Pero el viernes está
descartado, porque si estás vivo el jueves por la tarde sabrás que el vienes será el día de la
ejecución.
-Entiendo- dijo el prisionero-. Del mismo modo puedo descartar el jueves, el miércoles, el martes
y el lunes…
La sentencia del juez parece autorrefutarse. A primera vista, no hay nada lógicamente
contradictorio en las dos afirmaciones que forman la sentencia; sin embargo, no puede llevarse a
cabo en la práctica… ¿O sí?

31
El diablillo de Einstein
Hay un diablo embotellado tanto o más famoso que el de Stevenson: el ludión o diablillo de
Descartes. Y no es el único que hace sus diabluras en el campo de la física…
Carlo Frabetti
15 ABR 2016 - 02:38 CDT

La paradoja encerrada en El diablo de la botella, el famoso cuento de Robert L. Stevenson


mencionado la semana pasada, tiene que ver con la del ahorcamiento inesperado, y también con
el acertijo de los sombreros y el de los isleños de ojos azules o marrones, que hemos visto
recientemente. En todos estos casos desempeña un papel importante la recursividad: partimos de
un razonamiento básico que nos permite sacar una primera conclusión, a partir de la cual
repetimos el mismo razonamiento para avanzar un paso más, y así sucesivamente hasta alcanzar
la solución del problema. A veces el método funciona de forma impecable y otras veces nos
conduce a situaciones paradójicas, o cuando menos desconcertantes.
En el caso del cuento de Stevenson, la paradoja es esta: quien comprara la botella por un centavo,
ya no podría venderla y se condenaría sin remedio (damos por supuesto que estamos hablando de
la moneda de menor valor existente). Pero quien pudiera comprarla por dos centavos pensaría:
“Si la compro nunca podré venderla, pues nadie querrá comprarla por un centavo”. Y quien
pudiera comprarla por tres centavos pensaría: “Nadie querrá comprarla por dos centavos, pues
luego no podría venderla por uno”. Y así sucesiva e indefinidamente… Pero quien tuviera
ocasión de comprar la endiablada (nunca mejor dicho) botella por mil euros, ¿razonaría de este
modo recursivo y se negaría a comprarla paralizado por la idea de no poder venderla luego?
Por otra parte, no hay que olvidar la paradoja teológica: la salvación o condenación de una
persona no puede depender de lo que hagan otros (comprar o no la botella, en este caso). Si un
pecador se arrepiente sinceramente, no puede ir al infierno por más pactos con el diablo que haya
suscrito.

32
Los diablillos de la física
El de Stevenson es el diablo embotellado más conocido de la literatura; pero en el terreno de la
física tiene un par de congéneres igualmente famosos: el diablillo de Descartes y el de Maxwell.
El ludión o diablillo de Descartes es un sencillo artilugio que juega con la incompresibililidad del
agua y la gran compresibilidad del aire para hacer que un muñequito hueco (o en su defecto un
frasquito) con un orificio en la parte inferior descienda al presionar una membrana elástica que
cubre un recipiente lleno de agua y ascienda al soltar la membrana.
En cuanto al diablillo de Maxwell, es el protagonista de un experimento mental ideado en 1867
por el físico escocés James Clerk Maxwell. Mediante un tabique, dividimos en dos partes un
recipiente lleno de gas y aislado del exterior, y en el tabique abrimos una diminuta puertecilla
vigilada por un demonio que la abre cuando una molécula más caliente que la media intenta pasar
de la parte derecha a la izquierda y la cierra en caso contrario; con el tiempo, la parte de la
izquierda estaría más caliente que la de la derecha, con lo que se violaría el segundo principio de
la termodinámica, según el cual la entropía -el desorden- de un sistema aislado no puede
disminuir. Dicho de otro modo, el diablillo conseguiría que una masa de gas a una temperatura
homogénea quedara dividida en dos partes entre las que podría fluir calor unidireccionalmente, lo
que equivale a crear energía. ¿Dónde está la trampa?
Aunque no se lo conoce con ese nombre, hay un tercer diablillo igualmente travieso, ligado a un
experimento mental que Einstein le planteó a Bohr: tenemos un recipiente lleno de radiación
electromagnética -o sea, de fotones- con dentro un reloj (o un diablillo con reloj de bolsillo, como
el Conejo Blanco de Alicia) que opera un mecanismo que abre y cierra un orificio por el cual
puede escapar un fotón. Si el recipiente se pesa antes y después de que se abra el orificio durante
un lapso mínimo y en un instante preciso controlado por el reloj, se produciría una violación del
principio de indeterminación, pues conoceríamos a la vez la masa del fotón por la diferencia de
peso (y por ende su energía, de acuerdo con la fórmula (E = mc2) y el instante en que se mide.
Encontrar el fallo del razonamiento de Einstein requiere un adecuado conocimiento de la física
(al propio Bohr le costó un buen rato), por lo que no lo propongo como acertijo, sino como
jugosa adenda al tema de los diablillos. Y como pretexto para seguir hablando de física.

33
Las seis vidas y media del gato de Schrödinger
¿Está vivo o muerto el gato de Schrödinger? ¿Ambas cosas a la vez? ¿Es un zombi? ¿Cuántas
vidas tiene: seis, siete, seis y media…?
Carlo Frabetti
22 ABR 2016 - 06:54 CDT

Una figura de un gato en el jardín de la casa en la que vivió Erwin Schrödinger en Zurich, entre
1921 y 1926. Wikipedia
La trampa del diablillo de Maxwell, del que hablábamos la semana pasada, estriba en que, para
saber cuándo ha de abrir la portezuela, tiene que recabar información sobre el estado de las
moléculas, y ese proceso conlleva un gasto de energía. En cuanto al experimento mental de
Einstein, el fallo está en que para pesar la caja de fotones necesitamos un instrumento de medida
con el que hay que interactuar para efectuar la medición, y al interactuar con él lo perturbamos,
reintroduciendo el principio de indeterminación. Obsérvese que en ambos casos desempeña un
papel importante la obtención de información y su coste energético (un asunto sobre el que habrá
que volver más adelante).
¿Por qué un gato?
Al hablar de la caja de fotones y del principio de indeterminación, no podemos olvidarnos de otra
caja que encierra la más famosa y controvertida paradoja de la mecánica cuántica: la del gato de
Schrödinger.
En 1935, el físico austríaco Erwin Schrödinger propuso el siguiente experimento mental: en una
caja cerrada hay un gato, un frasco de gas venenoso y un dispositivo que puede ser activado por
una partícula radiactiva que tiene una probabilidad del 50% de desintegrarse en un tiempo dado;
si la partícula se desintegra, el veneno se libera y el gato muere. Al cabo del tiempo establecido,
habrá una probabilidad del 50% de que el dispositivo se haya activado y el gato esté muerto, y la
misma probabilidad de que el dispositivo no se haya activado y el gato esté vivo; pero de acuerdo
con la mecánica cuántica, en ese momento la situación del sistema al depender de una sola
partícula (o sea, su “función de onda”) será la superposición de los estados “gato vivo” y “gato

34
muerto”. Solo cuando abramos la caja para ver si el gato está vivo o muerto, perturbaremos este
estado dual y haremos colapsar la función de onda en un sentido u otro.
La primera vez que, en mi juventud, oí hablar del gato de Schrödinger no entendí casi nada, y una
de las cosas que no entendí fue por qué habían elegido a un gato para el experimento mental. ¿Por
qué no imaginar que en la caja hay una persona? ¿Hay alguna razón, aparte de la meramente
humanitaria (que, dicho sea de paso, debería aplicarse también al gato), para hacer el experimento
con un felino y no con un humano?
Y siete preguntas más (una por vida) relativas a los gatos:
¿Por qué se dice “buscarle tres pies al gato” y no cinco?
¿Tiene que ver la expresión “llevarse el gato al agua” con la conocida aversión de los felinos a
mojarse?
¿Por qué el gato es dos animales a la vez?
¿Cuál es el animal que caza ratones y ronda por los tejados pero no es un gato?
¿Es verdad que de noche todos los gatos son pardos?
¿Es verdad que los gatos siempre caen de pie?
¿Es el riesgo de lastimarse al caer, para un gato, proporcional a la altura desde la que cae?

35
La mayor toca el piano
Einstein no logró resolver el problema de la indeterminación cuántica, pero sí otro igualmente
paradójico en el que un piano es la clave… de sol
Carlo Frabetti
29 ABR 2016 - 05:07 CDT

Imagen de la película 'El Piano', de Jane Campion.


¿Por qué un gato y no un ser humano en el experimento mental de Schrödinger?, nos
preguntábamos la semana pasada. Porque en ese caso, contestan algunos, dentro de la caja habría
un observador que, con su presencia consciente, haría colapsar la función de onda. Pero ¿acaso
no es consciente el gato? Y no vale aducir que el gato no entiende lo que está pasando en la caja,
porque muchos humanos -la inmensa mayoría, probablemente- tampoco lo entenderían…
Más allá -o más acá- de las distintas interpretaciones de la mecánica cuántica, la paradoja del gato
de Schrödinger nos remite al arduo problema de la relación mente-materia (o realidad-
percepción, si se prefiere). Un problema que empezó a inquietarnos mucho antes de que la física
del siglo XX trastocara nuestra visión del mundo. Ya a principios del siglo XVIII, George
Berkeley argumentaba que lo único que podemos conocer de un objeto es lo que percibimos de
él, y por tanto es gratuito dar por supuesto que detrás de nuestras percepciones existe algo
objetivo que posee realmente las cualidades observadas. El obispo Berkeley tenía un comodín en
la manga para librarse del solipsismo: Dios como realidad última y absoluta (“incontingente”, en
la jerga teológica); pero los ateos no lo tenemos tan fácil, sobre todo tras la revolución cuántica.
(Esto remite a una cuestión que ha dado pie a más de una película de ciencia ficción: ¿cómo se
puede distinguir una simulación global -tipo Matrix- de la realidad?).

36
Más festivos y menos difíciles de resolver, los siete acertijos sobre los gatos propuestos la
semana pasada:
1. Sería más correcto decir “buscarle cinco patas al gato”; pero es frecuente llamar pies a las
patas posteriores de algunos cuadrúpedos, y de ahí que haya acabado imponiéndose la versión
“buscarle tres pies al gato”.
2. La popular expresión “llevarse el gato al agua” no tiene nada que ver con la aversión de los
felinos al líquido elemento, sino con un juego infantil en el que dos contrincantes, a gatas, tiran
de una cuerda a ambos lados de un charco, intentando cada uno arrastrar al otro hasta el agua.
3. El gato es dos animales a la vez porque es gato… y araña.
4. El animal que caza ratones y ronda por los tejados pero no es un gato, es la gata.
5. De noche todos los gatos son pardos menos los negros, que son todavía más negros.
6. No es verdad que los gatos siempre caigan de pie; por debajo de una cierta altura y según como
empiecen a caer, pueden no tener tiempo de colocarse en la posición adecuada para aterrizar
apoyando las cuatro patas, que es la forma de amortiguar al máximo el impacto.
7. En consecuencia, el daño causado por la caída no es proporcional a la altura. Los veterinarios
saben bien que, para un gato, caer desde un primer piso suele tener peores consecuencias que caer
desde un segundo o un tercero. No solo el gato de Schrödinger es paradójico.
Las hijas del profesor
Einstein nunca terminó de aceptar el indeterminismo inherente a la mecánica cuántica, pero no
logró resolver el problema de las “variables ocultas” que, según él, subyacían a los fenómenos
subatómicos. El que sí logró resolver fue el acertijo que, al parecer, le plantearon sus alumnos de
Princeton:
Dos profesores de matemáticas están hablando de sus respectivas familias y uno pregunta:
-¿Qué edades tienen tus tres hijas?
-El producto de sus edades es 36 -contesta el otro- y su suma, casualmente, es igual al número del
portal de tu casa.
-Me falta un dato -dice el primero tras reflexionar unos minutos.
-Tienes razón -admite el segundo-, me he olvidado de decirte que mi hija mayor toca el piano.
¿Qué edades tienen las hijas del profesor? ¿Y cuál es la moraleja de este desconcertante acertijo?

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Turing y el robot impostor
¿Cómo se puede distinguir a una persona real de un robot o un programa de ordenador que se
expresa como un ser humano?
Carlo Frabetti
6 MAY 2016 - 04:42 CDT

Puesto que el producto de las edades de las tres hijas de las que hablábamos la semana pasada es
36, y 36 = 1 × 2 × 2 × 3 × 3, tenemos ocho ternas posibles: 1-1-36, 1-2-18, 1-3-12, 1-4-9, 1-6-6,
2-2-9, 2-3-6, 3-3-4. Si al profesor le falta un dato, es que hay dos o más de estas ternas que suman
lo mismo. Efectivamente, las ternas 1-6-6 y 2-2-9 suman 13, y son las únicas que suman lo
mismo, por lo que la solución es 2-2-9, ya que en el otro caso no hay una hija mayor. La moraleja
de este acertijo -todo un clásico- es que a menudo nos fijamos en lo anecdótico (el piano) y
pasamos por alto lo más relevante (hay una hija mayor); los prestidigitadores y los políticos viven
de eso.
En cuanto a la pregunta planteada entre paréntesis y como quien no quiere la cosa (¿cómo se
puede distinguir una simulación global -tipo Matrix- de la realidad?), cabría desglosarla en dos:
1) Dando por supuesto que existe una realidad objetiva, ¿se podría construir una simulación
indistinguible de la realidad? 2) ¿Hay alguna forma de demostrar que existe una realidad objetiva
detrás de nuestras percepciones?
Y hablando de simulaciones, sin duda la más inquietante es la simulación de la conciencia. “A mí
me conozco, en los demás creo; esta contradicción me separa de todo”, decía Kafka. ¿Cómo
podemos estar seguros de que nuestro interlocutor es un ser consciente? Si lo tenemos delante,
hoy por hoy todavía no es posible engañarnos (aunque Kafka no parecía muy seguro); pero por
teléfono o en un breve intercambio de mensajes electrónicos a veces cuesta distinguir a una
persona real de una máquina (no tanto por la humanización de las máquinas como por la
maquinización de las personas), y dentro de nada no será fácil saber si al otro lado de una línea
telefónica o de una pantalla hay un ser humano o un programa informático.
El primero en plantearse seriamente esta cuestión fue el matemático británico Alan Turing. En su
ya clásico artículo Computing Machinery and Intelligence, publicado en 1950 en la prestigiosa
revista Mind, el autor propone lo que desde entonces se conoce como el test de Turing, que

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consiste en comparar las respuestas dadas por una persona y un programa de ordenador a una
serie de preguntas planteadas por un interrogador humano que no sabe quién es quién (o quién es
qué, o qué es quién…). Según Turing, un interrogador mínimamente hábil distinguirá
rápidamente entre el humano y la máquina. ¿Y si no logra distinguirlos? Entonces, afirma Turing,
es que la máquina es inteligente. ¿Alguna objeción?
Humanos sinceros y androides mentirosos
Si los robots tienen alguna peculiaridad distintiva, como la de mentir siempre, es más fácil
identificarlos; veamos algunos ejemplos sencillos:
Visitas una estación espacial en la que solo hay personas que siempre dicen la verdad y androides
de aspecto totalmente humano que siempre mienten.
Entras en una sala en la que solo hay dos individuos, que se señalan mutuamente y dicen al
unísono: “Él es un ser humano”.
Acto seguido entra otro individuo y dice: “Yo soy como ellos dos”.
Entra otro más y dice: “Ahora en esta sala hay tres o cuatro humanos”.
¿Qué se puede deducir de estas afirmaciones?

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¿Qué hay en la caja china?
Si una máquina contesta las preguntas de un interrogador experto como lo haría una persona,
¿podemos deducir que es inteligente, o podría ser una mera simulación?
Carlo Frabetti
16 MAY 2016 - 06:56 CDT

Llamemos A, B, C y D a los cuatro individuos de dudosa naturaleza que conociste la semana


pasada en tu visita a una estación espacial. Puesto que los dos primeros (A y B) afirman el uno
del otro que son humanos, o son ambos humanos y dicen la verdad, o son ambos androides y
mienten; pero en el segundo caso C no podría decir que es como ellos, pues de ser humano
mentiría y de ser androide diría la verdad; por lo tanto, A y B son humanos. Puesto que tú
también eres un ser humano (lo eres, ¿verdad?), la afirmación de que en la sala hay tres o cuatro
humanos es cierta tanto si D es humano como si no, por lo que D ha de ser humano, ya que dice
la verdad. Pero entonces, ¿por qué no dice simple y llanamente que hay cuatro humanos? Pues
porque a sus compañeros de la base espacial los conoce, pero no está seguro de que tú, sagaz
lector(a), seas un ser humano.
¿Lo estaría si antes de acceder a la estación espacial hubieras superado el test de Turing? No, si
estuviera de acuerdo con el filósofo John Searle, que como réplica al test de Turing propuso el
experimento mental de la caja china (también conocida como “habitación china” o “sala china”),
popularizado por Roger Penrose en su libro La nueva mente del emperador.
Según Searle, el mero hecho de que una máquina supere el test de Turing (es decir, que conteste a
las preguntas de un interrogador humano como lo haría una persona) no significa que piense, y
para demostrarlo planteó la siguiente situación hipotética: supongamos que el propio Searle se
encierra en un cubículo aislado del exterior en el que, por una ranura, un interrogador que no sabe
lo que hay dentro introduce preguntas en chino. Searle no sabe una palabra de ese idioma; pero,
provisto de una serie de fichas con símbolos chinos y observando un determinado conjunto de
reglas, podría escribir en un papel respuestas coherentes, en caracteres chinos, y hacerle creer al
interrogador que el cubículo sabe chino, o que dentro hay alguien que conoce ese idioma.
Análogamente, argumenta Searle, una máquina puede dar respuestas coherentes a las preguntas
de un interrogador humano sin tener la menor conciencia de lo que está haciendo: basta con que
posea el equivalente de un sistema de fichas lo suficientemente complejo y unas reglas
combinatorias adecuadas.
Pero el argumento de Searle tiene un punto débil, amén de conducir a una inquietante paradoja.
¿Cuál es el punto débil y en qué consiste la paradoja?

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Más cajas misteriosas
Ante ti hay tres cajas de caramelos con las etiquetas “Naranja”, “Limón” y “Mixtos”. En una de
las cajas hay caramelos de naranja, en otra hay caramelos de limón y en la tercera hay caramelos
de ambas clases; pero las etiquetas están cambiadas y ninguna corresponde al contenido real de
su caja. ¿Cuántos caramelos tienes que sacar, como mínimo, para averiguar qué hay en cada caja?
Y, de propina, un acertijo del maestro Raymond Smullyan inspirado en El mercader de Venecia
de Shakespeare: Porcia tiene tres cajas, una de oro, una de plata y una de plomo, y pide a su
pretendiente que deduzca en cuál de ellas guarda su retrato. En la caja de oro pone: “El retrato
está aquí”, en la de plata pone: “El retrato no está aquí”, y en la de plomo pone: “El retrato no
está en la caja de oro”. Sabiendo que a lo sumo una de estas tres afirmaciones es cierta, ¿dónde
está el retrato de Porcia?

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Falsos humanos y monedas falsas
Eugene Goostman, el programa informático que ha superado el test de Turing, ¿es una criatura
inteligente?
Carlo Frabetti
20 MAY 2016 - 03:24 CDT

Para averiguar el contenido de las cajas de caramelos de la semana pasada basta con sacar un
caramelo de la caja en cuya etiqueta pone “Mixtos”: si es de naranja, es que en esa caja son todos
de naranja (pues si hubiera también caramelos de limón la etiqueta no sería errónea), por lo que
los mixtos están en la caja donde pone “Limón” y los de limón en la caja donde pone “Naranja”;
si el caramelo extraído es de limón, los mixtos están en la caja donde pone “Naranja” y los de
naranja en la caja donde pone “Limón”.
En cuanto al retrato de Porcia, no puede estar en la caja de oro, pues en ese caso tanto la
afirmación de la caja de oro como la de la caja de plata serían ciertas; tampoco puede estar en la
caja de plomo, pues en ese caso serían ciertas la afirmación de la caja de plata y la de la caja de
plomo; por lo tanto, está en la caja de plata, y solo la afirmación de la caja de plomo es cierta.
El punto débil de la argumentación de Searle es que al ocupante de la caja china, para engañar a
un interrogador mínimamente hábil, no le bastaría con utilizar mecánicamente un diccionario de
chino o algún otro manual; y, por otra parte, si el ocupante de la caja realizara eficazmente su
tarea acabaría aprendiendo chino. La paradoja (una de ellas) es que el argumento de Searle
también es aplicable a las personas: ¿cómo podemos tener la certeza de que un interlocutor
aparentemente humano y consciente no es una “caja china” altamente sofisticada, manipulada por
un programa informático o por un titiritero alienígena?
Por cierto, hace un par de años Eugene Goostman convenció a un tercio del jurado que lo
interrogaba de que era un chico ucraniano de trece años muy listo y dotado de un gran sentido del
humor. Sin embargo, Eugene no es humano, sino un programa informático desarrollado a lo largo
de quince años por un grupo de investigadores rusos. Sin comentarios (por mi parte, quiero decir;
pero espero los vuestros).

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La falsa moneda
Distinguir una moneda falsa de una buena es, de momento, un problema más real que el de
distinguir a un androide de un humano; pero no siempre es fácil. Veamos un par de ejemplos:
Tienes seis montones de cinco monedas y una pequeña báscula de precisión, y sabes que todas las
monedas son buenas y pesan 10 gramos menos las cinco de uno de los montones, que son falsas y
pesan 11 gramos. ¿Cuántas pesadas necesitas, como mínimo, para detectar el montón de las
monedas falsas?
Más difícil todavía: tienes doce monedas y una balanza, y sabes que una de las monedas es falsa
y no pesa lo mismo que las demás, pero no sabes si pesa un poco más o un poco menos. ¿Cuántas
pesadas necesitas, como mínimo, para individuar la moneda falsa y averiguar si pesa más o
menos que las otras?

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Lacan y la moneda número 13
Al psiquiatra francés Jaques Lacan le parecieron pocas las 12 monedas del acertijo de la semana
pasada y subió la apuesta a 13
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Carlo Frabetti
27 MAY 2016 - 05:42 CDT

Ampliar foto El psiquiatra y psicoanalista francés Jacques-Marie Émile Lacan.


Para identificar el montón de cinco monedas falsas de la semana pasada, basta una sola pesada:
ponemos juntas en el platillo de la báscula una moneda del primer montón, dos del segundo, tres
del tercero, cuatro del cuarto y cinco del quinto, o sea, 15 monedas en total. Si pesan 150 gramos
es que son todas buenas, por lo que el montón de las monedas falsas es el sexto, del que no
hemos cogido ninguna; si pesan 151 gramos, el montón de las monedas falsas es el primero, del
que hemos cogido una; si pesan 152 gramos, el montón de las monedas falsas es el segundo, y así
sucesivamente.
Para individuar la falsa moneda de entre 12 y saber si pesa más o menos que las demás, bastan
tres pesadas. En la primera pesada, ponemos cuatro monedas en un platillo de la balanza y cuatro
en el otro; si la balanza está equilibrada, significa que la moneda falsa está entre las cuatro
restantes. En la segunda pesada, ponemos en un platillo tres de las buenas y en el otro tres de las
dudosas; si la balanza se equilibra, la falsa es la dudosa restante, y comparándola con una de las
buenas sabremos, con una pesada más, si pesa más o menos que las otras; si la balanza se
desequilibra, la falsa está entre las tres dudosas del platillo y sabemos si pesa más o menos, y
comparando dos de éstas entre sí en la tercera pesada sabremos cuál es de las tres.
Si la balanza se desequilibra en la primera pesada, sabemos que las cuatro excluidas son buenas.
En la segunda pasada (y este es el paso clave), pasamos una moneda del primer platillo al

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segundo y viceversa, y las otras tres monedas del segundo platillo las sustituimos por tres de las
buenas. Si la balanza sigue igual, la falsa es una de las tres que ya estaban en el primer platillo en
la primera pesada y sabemos si pesa más o menos; si la balanza se equilibra, la falsa es una de las
tres que hemos quitado del segundo platillo y sabemos si pesa más o menos; si la balanza se
desequilibra en sentido contrario, la falsa es una de las dos que hemos cambiado de platillo…
(Dejo la sencilla continuación en manos de mis sagaces lectoras y lectores).
13 monedas y 13 eslabones
El oulipiano Raymond Queneau le habló a su amigo Jacques Lacan del acertijo de las 12
monedas, y el famoso psiquiatra francés lo amplió a 13: según él, es posible resolver el problema
en tres pesadas incluso con una moneda más, mediante lo que llama la “posición por tres y uno”.
No contento con esto, Lacan afirmó: “Esta posición por tres y uno es la forma original de la
lógica de la sospecha”. No voy a pedirles a mis pacientes lectoras y lectores que descifren la
críptica sentencia de Lacan, pero sí que averigüen si tenía razón al afirmar que el acertijo se
puede resolver con 13 monedas en lugar de 12.
Y las 13 monedas lacanianas me han recordado los 13 eslabones de otro interesante acertijo:
Tienes una gruesa cadena de 13 eslabones que pesan un kilo cada uno, lo que los hace idóneos
para usarlos como pesas en una balanza. ¿Cuántos eslabones tienes que abrir, como mínimo, para
poder pesar cualquier número exacto de kilos comprendido entre 1 y 13 (ambos inclusive)?

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Hay que romper las cadenas
En esta ocasión no es una arenga política, sino el denominador común de una serie de acertijos…
encadenados
Carlo Frabetti
3 JUN 2016 - 03:57 CDT

Para poder pesar cualquier número entero de kilos con la cadena de trece eslabones de la semana
pasada, basta con abrir el cuarto eslabón empezando por un extremo, con lo que obtenemos tres
trozos de uno, tres y nueve kilos respectivamente. Para pesar 1 kilo usamos el eslabón suelto;
para pesar 2 kilos ponemos en un platillo, con la mercancía, el eslabón suelto y en el otro platillo
el trozo de tres eslabones; para pesar 5 kilos ponemos en un platillo el trozo de nueve eslabones y
en el otro, con la mercancía, los otros dos trozos… Es fácil ver que, mediante sumas y restas de 9,
3 y 1, podemos obtener todos los números del 1 al 13, ambos inclusive:
1=1
2=3–1
3=3
4=3+1
5=9–3–1
6=9–3
7=9+1–3
8=9–1
9=9
10 = 9 + 1
11 = 9 + 3 – 1
12 = 9 + 3
13 = 9 + 3 + 1

En cuanto a la décima tercera moneda de Lacan, el famoso psicoanalista francés se columpió una
vez más, como solía sucederle cuando se adentraba sin mapa ni brújula en el terreno de las

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matemáticas (llegó a confundir la raíz cuadrada de –1 con el falo), pues con tres pesadas es
imposible identificar una moneda falsa entre trece y averiguar si pesa más o menos que las
demás.
Más cadenas rotas
1. Tienes cinco trozos de cadena de tres eslabones cada uno y quieres unirlos en una sola cadena
de quince eslabones. ¿Cuántos eslabones tendrás que abrir y soldar de nuevo para conseguirlo?
2. Un samurái fanfarrón cuenta que, de un solo tajo de su afilada katana, cortó en dos una gruesa
cadena tendida horizontalmente que le cerraba el paso. ¿Dice la verdad?
Y para terminar, un clásico de la cultura oral, no por conocido menos interesante:
3. Un caminante llega a una posada y le dice al posadero:
-¿Me darías alojamiento por una semana a cambio de esta cadena de plata?
El posadero examina la cadena, que tiene siete eslabones, y considerando que un eslabón por día
es pago suficiente, contesta:
-De acuerdo; pero me has de pagar por adelantado.
-Ni hablar -replica el caminante-. Si tú no te fías de mí, ¿por qué habría de fiarme yo de que, una
vez hayas cobrado, me trates de forma satisfactoria?
Como ninguno de los dos da su brazo a torcer, acuerdan que el caminante, en vez de pagar de una
sola vez, al principio o al final, lo hará día a día. ¿Cuántos eslabones habrá que romper para ello?

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Interesantes números
¿Hay números interesantes y otros que no lo son? Parece una pregunta un tanto frívola, y sin
embargo se puede responder de forma rigurosamente matemática
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Carlo Frabetti
10 JUN 2016 - 03:23 CDT

Los acertijos “encadenados” de la semana pasada admiten soluciones triviales, nada interesantes,
y otras más sutiles.
Es fácil unir cinco trozos de tres eslabones abriendo un eslabón de cuatro de los trozos para
empalmar cada trozo con el siguiente; pero nos ahorramos un corta-y-suelda si abrimos los tres
eslabones de uno de los trozos y los usamos para unir los cuatro trozos restantes.
Es inverosímil, aunque no imposible, que el samurái parta la cadena en solo dos trozos, pues para
ello tendría que cortar uno de los eslabones de los extremos, y sin llegar a partirlo en dos. Si,
como es de suponer, corta la cadena por su parte central, obtendrá tres o cuatro trozos: un eslabón
abierto o roto en dos trozos y media cadena a cada lado. Y los trozos pueden ser más de cuatro si
su afilada katana incide en el punto de unión de dos eslabones.
El caminante abre únicamente el tercer eslabón de su cadena, con lo que obtiene un eslabón
suelto y dos trozos de cuatro y dos eslabones respectivamente. El primer día le da al posadero el
eslabón suelto; el segundo día le da el trozo de dos eslabones y recibe el eslabón suelto de vuelta;
el tercer día vuelve a darle el eslabón suelto; el cuarto día le da el trozo de cuatro eslabones y
recibe los otros dos trozos de vuelta…
El interés oculto de algunos números
Las soluciones no interesantes e interesantes de los acertijos anteriores me han llevado a pensar
en un interesante artículo de Ágata Timón y Antonio Córdoba que empieza con una interesante

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anécdota del genial matemático Ramanujan a propósito de un número supuestamente no
interesante (valga el trabalenguas).
El número en cuestión es el 1729; a G. H. Hardy no le pareció interesante, pero Ramanujan
señaló que es el menor entero que se puede expresar de dos maneras distintas como suma de dos
cubos. En efecto:
1729 = 13 + 123 = 93 + 103
Sin ánimo de restarle mérito al gran matemático indio, me atrevería a decir que para alguien
familiarizado con los cubos de los primeros números enteros no es tan difícil ver la notable
propiedad de 1729. ¿Por qué?
Bastante más difícil es ver qué tiene de especial el 73, el número favorito de Sheldon Cooper.
¿Puedes descubrirlo sin revisar el correspondiente capítulo de The Big Bang Theory?
Pasando de lo particular a lo general, está claro que hay números muy interesantes, como π o e (o
73); pero ¿hay números no interesantes?
Y para terminar, un pequeño metaacertijo: el título de este artículo te da una pista para responder
correctamente a la pregunta anterior. ¿Cuál es esa pista?

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‘Sub Specie Aeternitatis’
¿Podrías adivinar cualquier número de una lista infinita si dispusieras del tiempo suficiente?
Carlo Frabetti
20 JUN 2016 - 02:44 CDT

Para alguien tan familiarizado con los números como Ramanujan, darse cuenta de que 729 es 93 y
1728 es 123 debió de ser algo tan inmediato como para otros ver en 27 y 125 los cubos de 3 y de
5; y a partir de ahí, establecer la igualdad 1728 + 1 = 729 + 1000, como vimos la semana pasada,
no es tan difícil como parece a primera vista.
Menos obvio es el extraordinario interés que, según Sheldon Cooper, tiene el 73, su número
favorito: 73 es el 21º número primo, y 21 al revés es 12, y 37, que es 73 al revés, es el 12º
número primo. Además, 21 es 7 × 3, los números que forman 73. Por si fuera poco, el número 73
en binario, 1001001, es un palíndromo, es decir, es igual leído de derecha a izquierda que de
izquierda a derecha…
Pero al decir que hay números interesantes se da a entender que hay otros que no lo son… ¿Hay
números no interesantes? Si los hubiera, el menor de ellos sería interesante por el mero hecho de
ser el no interesante más pequeño, y al quitarlo de la lista, el siguiente pasaría a ser el menor no
interesante, lo que lo convertiría automáticamente en interesante…
El título de la columna anterior era Interesantes números, y el hecho de que el adjetivo vaya
delante lo convierte en epíteto (como cuando decimos “la blanca nieve” o “el ancho mar”), que es
una forma -poética- de decir que los números son intrínsecamente interesantes, todos ellos. Esa
era la pista.
Desde la perspectiva de la eternidad
Así pues, no podemos dividir los números en interesantes y no interesantes; pero otras
biparticiones sí son posibles: pares e impares, positivos y negativos, primos y compuestos,
enteros y fraccionarios, racionales e irracionales, grandes y pequeños… ¿Grandes y pequeños?
Todo el mundo estará de acuerdo en que hay números grandes y números pequeños (incluso hay
una “ley de los grandes números”), pero ¿podemos dividirlos en estos dos grupos?
¿Y podemos adivinar un número pensado por otra persona? Si es, por ejemplo, un número del 1
al 10, claro que podemos; pero ¿y si es un número cualquiera? Teniendo en cuenta que hay

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infinitos números, la tarea parece imposible, aunque hablemos solo de los números naturales
(enteros y positivos). Pero si disponemos de más de un intento, de muchos, de tantos como
queramos…
Si alguien piensa un número natural cualquiera y vamos recitando ordenadamente la lista de los
naturales: 1, 2, 3, 4, 5…, acabaremos diciendo el suyo; si disponemos de infinitos intentos -o sea,
desde la perspectiva de la eternidad- acertar un número natural pensado por otro es trivial.
¿Y si es un número entero, es decir, que puede ser tanto positivo como negativo? La de los
números naturales es una lista sin fin, pero con principio, mientras que la de los enteros no tiene
ni principio ni fin; ¿cómo podemos recitarla ordenadamente?
¿Y si pienso dos números naturales y tienes que adivinarlos ambos? Los dos a la vez, en el
mismo intento: si he pensado la pareja 3-47 y dices 3-21 no vale como medio acierto; para acertar
tienes que decir 3-47. ¿Qué estrategia seguirías para ir diciendo ordenadamente todas las parejas
posibles?
¿Y si pudiera pensar un número fraccionario cualquiera?
¿Y si pudiera pensar un número irracional? ¿Te bastaría la eternidad para adivinarlo?

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Hasta el infinito y más allá
¿Se le puede dar una habitación a un nuevo huésped en un hotel que está completo? En el Hilton
no, pero en el Hilbert las reglas son otras
Carlo Frabetti
24 JUN 2016 - 05:54 CDT

Evidentemente, podemos dividir los números en grandes y pequeños, como nos planteábamos la
semana pasada, si establecemos arbitrariamente una línea divisoria; por ejemplo, podemos llamar
grandes a los números de más de seis cifras, con lo que el primero de ellos sería un millón (la
contundente terminación aumentativa hace que esta decisión parezca razonable). Pero si
1.000.000 es un número grande, ¿tiene sentido decir que 999.999 es un número pequeño? La
vieja y perturbadora “paradoja del montón” enseña las orejas una vez más…
Menos complicado que resolver la paradoja sorites es adivinar un número entero sub specie
aeternitatis, pues basta con ir diciendo alternativamente los positivos y los negativos: 1, -1, 2, -2,
3, -3…
Para ir diciendo todas las parejas de números naturales, podemos listarlas, en orden creciente, por
la suma de sus miembros: 1-1 (suma 2), 1-2 (suma 3), 1-3, 2-2 (suma 4), 1-4, 2-3 (suma 5), 1-5,
2-4, 3-3 (suma 6)…
Si tenemos en cuenta el orden de los miembros en cada pareja, la cosa se alarga un poco más,
pero la estrategia es la misma: 1-1, 1-2, 2-1, 1-3, 3-1, 2-2, 1-4, 4-1, 2-3, 3-2, 1-5, 5-1, 2-4, 4-2, 3-
3…
Para los números fraccionarios, nos sirve la lista anterior sustituyendo los guiones por barras: 1/1,
1/2, 2/1, 1/3… De este modo, todas las fracciones aparecen muchas veces (infinitas, de hecho),
pero tenemos la certeza de no dejarnos ninguna.
Y llegamos a los irracionales. Un matemático apresurado seguramente diría que, puesto que el
conjunto de los irracionales es un infinito no numerable (un número transfinito, según la

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terminología de Cantor), es imposible recitar una lista exhaustiva y, por tanto, ni en toda la
eternidad tendríamos la certeza de dar con un irracional concreto pensado por alguien. Pero el
matemático apresurado se equivocaría.
Ante todo, demostremos que el matemático tiene razón al afirmar que los irracionales no son
numerables. Imaginemos que tenemos la lista completa de los irracionales comprendidos entre 0
y 1 (o sea, de la forma 0,...) y construyamos uno de la misma forma con el primer decimal
distinto del primer decimal del primer número de la lista, el segundo decimal distinto del segundo
decimal del segundo número de la lista, y así sucesiva e indefinidamente. Ese número será
distinto del primero de la lista en al menos el primer decimal, será distinto del segundo en al
menos el segundo decimal… Es decir, no estará en la lista. Pero habíamos dicho que era una lista
completa, y la operación descrita podríamos llevarla a cabo con cualquier lista. Luego es
imposible hacer una lista completa de los números irracionales, o, dicho de otro modo, no son
numerables.
Pero entonces no podemos recitar ordenadamente una lista exhaustiva de los irracionales, el
matemático tiene razón… Pues no, no tiene razón, ya que no se trata de adivinar un número
cualquiera, sino uno pensado por alguien. Por lo tanto, disponemos de una estrategia lenta pero
segura: recitamos las letras dl alfabeto, luego las parejas de letras, luego los tríos… O sea, vamos
diciendo todo lo decible, y puesto que un número pensado por alguien tiene que poder describirse
con un número finito de palabras, acabaremos nombrándolo. Los números irracionales no son
numerables, pero los pensables sí.
El hotel de Hilbert
Para ilustrar algunas paradojas del infinito, el gran matemático alemán David Hilbert imaginó un
hotel de infinitas habitaciones, en el que te invito a alojarte por un día (o por toda la eternidad).
Pero, ay, cuando llegas al hotel de Hilbert resulta que sus infinitas habitaciones están todas
ocupadas. Sin embargo, la recepcionista te guiña un ojo y te dice que, con la amable colaboración
de los huéspedes, puede conseguir que quede libre una habitación para ti. ¿Cómo?
El amable trato recibido en el hotel de Hilbert te anima a presentarte allí, unos días después, en
compañía de infinitos amigos. El hotel está completo, pero, una vez más, y con la amable
colaboración de los huéspedes, la recepcionista consigue alojaros a ti y a tu comitiva infinita.
¿Cómo?
En realidad no hay un hotel de Hilbert, sino infinitos, y todos ellos con infinitas habitaciones. Un
día, para ahorrar gastos, deciden cerrarlos todos menos uno; pero todas las habitaciones de todos
los hoteles están ocupadas, por lo que hay que trasladar a todos esos huéspedes al único hotel que
queda abierto, y de forma que cada huésped tenga su propia habitación. ¿Es ello posible?

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Smullyan, Cantor y el infinito
Raymond Smullyan, que acaba de cumplir 97 años, sigue siendo el mejor guía para quienes se
atrevan a adentrarse en el infinito… y más allá
Carlo Frabetti
3 JUL 2016 - 03:47 CDT

Raymond Smullyan.
Aunque el hotel de Hilbert esté completo, para conseguir una habitación libre bastará con que
cada huésped se traslade a la habitación contigua: el de la 1 a la 2, el de la 2 a la 3, el de la 3 a la
4, y así sucesiva e indefinidamente; de este modo, la habitación 1 quedará libre.
Para que queden libres infinitas habitaciones, cada huésped se puede trasladar a la habitación
cuyo número es el doble del de la que ocupa: el de la 1 se traslada a la 2, el de la 2 a la 4, el de la
3 a la 6… De este modo quedarán libres las infinitas habitaciones de número impar.
Para alojar en un solo hotel a los infinitos huéspedes de los infinitos hoteles de Hilbert,
asignamos a cada huésped un par de números, el primero corresponde al hotel en el que se aloja y
el segundo es su número de habitación; así, al huésped que ocupa la habitación 1 del primer hotel
le asignamos el par 1-1, al que ocupa la habitación 2 del primer hotel el 1-2, al de la habitación 1
del segundo hotel el 2-1… Ahora el problema es análogo al de numerar todas las parejas de
números naturales posibles, que vimos la semana pasada; y si podemos numerar todas las parejas,
también podemos asignarles una habitación a cada una, puesto que en el hotel de Hilbert que
queda abierto hay infinitas habitaciones que se corresponden con los infinitos números naturales.
Satán, Cantor y el infinito
La mejor -y la más divertida- introducción al tema del infinito y sus inquietantes paradojas que
conozco es el libro de Raymond Smullyan Satán, Cantor y el infinito. Veamos algunos de los
problemas que, al respecto, Smullyan propone a los lectores; pero antes dejemos clara la
definición de infinito que se maneja en matemáticas:
Decimos que un conjunto es finito si existe un número natural N tal que el conjunto tiene
exactamente N elementos (lo que significa que los elementos del conjunto pueden ponerse en
correspondencia 1 a 1 con los números enteros positivos de 1 a N). Si no existe un tal número N,
el conjunto es infinito.
Obsérvese que se trata de una definición por exclusión: conjunto infinito es el que no es finito.

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Y ahora que contamos con una definición precisa, intentemos articular una demostración rigurosa
de lo obvio, cosa que a menudo es más difícil de lo que parece: demostrar que si a un conjunto
infinito le quitamos un elemento, sigue siendo infinito.
Y retomando las enumeraciones de la semana pasada: ¿es numerable el conjunto de todos los
conjuntos finitos de números naturales?
¿Y el conjunto de todos los conjuntos de números naturales, tanto finitos como infinitos?
En cierto mundo con infinitos habitantes, todo conjunto de habitantes constituye un club. Al
empadronador de ese mundo le gustaría dar a cada club el nombre de un habitante, de manera que
no haya dos clubes con el mismo nombre y que cada habitante tenga un club que lleva su nombre.
¿Es ello posible?
Y para terminar, ¿por qué este artículo se titula Smullyan, Cantor y el infinito si en él no se habla
de Cantor en absoluto?

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Diagonales
Diagonales finitas que nos conducen al infinito. Diagonales infinitas que nos llevan aún más
lejos…
Carlo Frabetti
27 JUL 2016 - 12:31 CDT

Si al quitarle un elemento a un conjunto infinito A se convirtiera en un conjunto finito B, los


elementos de B podrían ponerse en correspondencia de uno a uno con una sucesión finita de
números naturales, digamos del 1 al n; por lo tanto, al devolverle a A el elemento quitado,
podríamos ponerlo en correspondencia con los números del 1 al n+1, luego A no sería infinito.
Con todos los conjuntos finitos de números naturales podemos hacer lo mismo que hicimos con
todas las parejas posibles: ordenarlos de menor a mayor según la suma de sus miembros; por lo
tanto, son numerables (ver las dos columnas anteriores).
Pero si consideramos también los conjuntos infinitos, la cosa cambia. El conjunto de todos los
conjuntos de números naturales, incluidos los conjuntos infinitos, se denomina “potencia de N” o
P(N), donde N es el conjunto de los números naturales, y P(N) no es numerable. Raymon
Smullyan lo ilustra de la siguiente manera:
Imaginemos un libro con infinitas páginas numeradas: 1, 2, 3, 4…, en cada una de las cuales se
describe un conjunto de números naturales. ¿Pueden estar en el libro todos los conjuntos
posibles? No, y para demostrarlo basta con encontrar un conjunto que no puede estar en el libro.
¿Se te ocurre alguno?
De lo anterior se desprende que el proyecto del empadronador del mundo de infinitos habitantes
no es viable, pues dar a cada club posible el nombre de un habitante equivale a numerar el
conjunto de todos los conjuntos de números naturales.

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Aunque en la columna anterior no se habla de Cantor, él fue quien demostró, mediante su famoso
“método diagonal”, que los irracionales no son numerables (ver Hasta el infinito y más allá), y
todas las demostraciones que hemos visto luego son variantes de su método.

La diagonal del cuadrado


Y hablando de diagonales, la aparentemente inofensiva diagonal del cuadrado provocó, hace unos
2.500 años, una conmoción comparable a la de la diagonal de Cantor.
Los pitagóricos creían que los números que no eran enteros eran fraccionarios, o lo que es lo
mismo, racionales; es decir, que se podían expresar mediante una fracción, que es el cociente o
razón de dos números enteros. Pero Hipaso de Metaponto demostró que la longitud de la diagonal
de un cuadrado de lado 1 no podía expresarse mediante una fracción: era un número “irracional”
(en el sentido de que no es la razón de dos enteros).
La demostración de Hipaso era tan sencilla como ingeniosa, y no requería más conocimientos
matemáticos que el teorema de su maestro Pitágoras. ¿Puedes reproducirla sin ayuda de internet?

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El infinito y más acá
¿Es infinito el número de libros escribibles? ¿Y el número de cuadros pintables?
Carlo Frabetti
27 JUL 2016 - 12:31 CDT

Llamando d a la diagonal de un cuadrado de lado 1, por el teorema de Pitágoras sabemos que

d2 = 12 + 12 = 2
d = √2.
Si √2 fuera un número racional, es decir, una fracción, podríamos decir que √2 = a/b, donde a y b
no son ambos pares (pues en ese caso podríamos dividirlos ambos por 2 y simplificar la
fracción); por lo tanto:
2 = a2/b2
a2 = 2b2
Así pues, a2 es par, luego a también lo es (ya que el cuadrado de un número impar siempre es
impar) y podemos escribirlo en la forma a = 2n (siendo n un número entero), de donde a2 = 4n2, y
como a2 = 2b2, 2b2 = 4n2, b2 = 2n2, luego b2 es par, lo que significa que b también lo es, en contra

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de la hipótesis de partida, según la cual a y b no son ambos pares. Por lo tanto, no existe una
fracción a/b que sea igual a √2.
Y de forma tan sencilla y elegante demostró Hipaso de Metaponto, hace unos dos mil quinientos
años, la existencia de los números irracionales.
Primos, libros y cuadros
Como hemos visto en las últimas semanas, el de los números irracionales es un infinito de orden
superior al de los números naturales, un infinito no numerable (que es una forma de decir que sus
elementos no pueden ponerse en correspondencia de uno a uno con el conjunto de los números
naturales). Pero ¿qué pasa con los números primos, tan escurridizos e inquietantes como los
irracionales? Si los irracionales están más allá del infinito, ¿están los primos más acá?
A medida que vamos avanzando en la sucesión de los números naturales, los primos son cada vez
más escasos; de hecho, podemos encontrar dos primos sucesivos tan alejados como queramos
(¿puedes demostrarlo?). ¿Significa eso que a partir de un cierto punto ya no habrá más números
primos? Pues no: Euclides, que no solo fue el padre de la geometría, sino que también destacó en
otras ramas de las matemáticas, demostró que hay infinitos números primos. ¿Puedes reconstruir
su sencilla e ingeniosa demostración?
Y así como los primos podrían parecer finitos pero no lo son, hay finitos que no lo parecen, o
cuando menos son dudosos. Por ejemplo, se suele decir que el lenguaje es infinito, pero ¿lo es
realmente? ¿Es infinito el número de libros escribibles? ¿Y el número de cuadros pintables?

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¿Existe el infinito?
¿Existe en el mundo físico algo que no tenga principio ni fin, o el infinito solo es un concepto
matemático?
Carlo Frabetti
3 AGO 2016 - 06:57 CDT

Una imagen de una galaxia en espiral. GETTY IMAGES


Sea el número 1 × 2 × 3 × 4×… × n, es decir, lo que en matemáticas se denomina “factorial de n”
y se representa así: n!; es evidente que n! es divisible por todos y cada uno de los n primeros
números, puesto que los contiene todos como factores, y por lo tanto n!+2 será divisible por 2,
n!+3 será divisible por 3… y n!+n será divisible por n. Tendremos, pues, n-1 números
consecutivos no primos (de n!+2 a n!+n), y como n puede ser tan grande como queramos, no hay
límite para la distancia a la que pueden hallarse dos primos sucesivos.
Y si los primos están cada vez más dispersos, son cada vez menos frecuentes, ¿no llegará un
momento en el que no habrá ninguno más? Pues no, el conjunto de los números primos es
infinito, y Euclides lo demostró con un razonamiento muy similar al anterior. Supongamos que n
es el mayor primo existente y consideremos el número n!+1; puesto que n! es múltiplo de los n
primeros números, al dividir n!+1 por cualquiera de ellos dará de resto 1, y por lo tanto solo hay
dos posibilidades: o n!+1 es primo, o si es compuesto sus factores primos son mayores que n; por
lo tanto n, por grande que sea, no puede ser el mayor primo, lo que equivale a decir que hay
infinitos números primos.
En cuanto al número de libros escribibles, es finito (aunque, eso sí, muy grande). Dada una
lengua con n caracteres (incluido el espacio en blanco), una página estándar de 2000 caracteres
“solo” se puede escribir de n2000 formas diferentes.

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Un grabado con el símbolo de infinito.
¿Y el número de cuadros pintables? Nadie ha contestado a esta pregunta, ni bien ni mal
(curiosamente, en un centenar de comentarios no hay la menor alusión a esta cuestión), así que la
dejaremos pendiente, puesto que vamos a seguir hablando del infinito.
¿Hay algo realmente infinito?
Obviamente, el infinito existe como entelequia y como concepto matemático. Pero cuando
preguntamos si existe Dios no nos referimos a su existencia como idea, sino a algo más real y
operativo (por más que se empeñe San Anselmo con su famoso argumento ontológico, la mera
idea de Dios no implica su existencia real), y lo mismo cabe preguntarse con respecto al infinito.
¿Hay algo realmente infinito en el mundo físico? ¿Es infinito el propio universo?
Y si el universo fuera infinito y homogéneo (tan homogéneo como un bizcocho en el que el
hidrógeno es la harina, el helio el azúcar y todo lo demás las pasas, según una vieja imagen
popularizada por los cosmólogos), ¿a qué desconcertantes conclusiones podríamos llegar? Invito
a nuestras sagaces lectoras y lectores a reflexionar sobre ello y a compartir sus conclusiones.

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El vértigo del infinito
En un universo infinito y homogéneo, todo lo que no es imposible existiría realmente, y además,
infinitas veces
Carlo Frabetti
12 AGO 2016 - 04:36 CDT

Los cosmólogos no se ponen de acuerdo sobre la infinitud del universo.

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El número de cuadros posibles no es infinito. Supongamos que hace falta un máximo de n píxeles
para componer un cuadro cualquiera de forma plenamente satisfactoria para la capacidad visual
humana; cada píxel puede ser blanco, negro o de uno de los tres colores primarios, y por tanto el
número de cuadros posibles es 5n. Y en esas 5n imágenes están incluidas, además, todas las
fotografías (en color o blanco y negro) habidas y por haber, todos los grabados, dibujos,
diagramas… Y todos los textos también, en todos los idiomas reales o imaginarios: el número de
páginas escribibles es un insignificante subconjunto del número de imágenes posibles.
¿Qué pasaría si el universo fuera infinito y homogéneo?, nos preguntábamos la semana pasada,
Como han señalado algunos lectores, en tal caso todo lo que no es imposible sucedería, y además
infinitas veces. Da vértigo asomarse tan siquiera por un instante a tal posibilidad, y de hecho es
uno de los argumentos que algunos esgrimen para negar que el universo pueda ser infinito.
En cualquier caso, los cosmólogos no acaban de ponerse de acuerdo sobre la finitud o infinitud
del universo. Y nuestros lectores tampoco: la columna anterior suscitó una auténtica explosión de
comentarios (más de 1.700 en el momento de escribir estas líneas) y no pocas polémicas, algunas
de ellas bastante acaloradas. Lo cierto es que, aunque algunas teorías parecen más plausibles que
otras, no sabemos con certeza si el universo es finito o infinito, abierto o cerrado, único o
múltiple…
Aunque algunas teorías parecen más plausibles que otras, no sabemos con certeza si el universo
es finito o infinito, abierto o cerrado, único o múltiple…
El polifacético escritor y cineasta Javier Maqua tiene una camiseta en la que pone: “No pretendo
tener razón, lo que quiero es seguir discutiendo”, y tuve la suerte de estar presente cuando, hace
muchos años, y en medio de una acalorada discusión, acuñó la genial frase, por lo que me
considero autorizado a robársela y convertirla en lema de esta sección. Así que, si os parece,
sigamos discutiendo, y a ser posible sin pretender tener razón a toda costa.
¿Posible o imposible?
He aquí un binomio/dilema tan inquietante como el que nos ha ocupado últimamente -¿finito o
infinito?- y directamente relacionado con él. ¿Tenemos claro lo que es posible y lo que no lo es?
Si en un universo infinito se hiciera realidad, por pura certeza estadística, todo lo que no es
imposible, ¿habría, amable lector(a), infinitas personas idénticas a ti? ¿Y otras tantas idénticas a ti
pero con alas? ¿Y caballos voladores como el mítico Pegaso? ¿Y niños de madera como
Pinocho? ¿Y dioses como los grecolatinos, como Alá, como Jehová…?

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Todo lo que se nombra existe
Si el universo es infinito, ¿existen caballos voladores como Pegaso y niños de madera como
Pinocho?
Carlo Frabetti
5 AGO 2016 - 07:18 CDT

Ilustración de Pinocho.
Si el universo fuera infinito y homogéneo, la materia agotaría sus posibilidades combinatorias y
las repetiría sin fin. La perogrullada filosófica “todo lo que es, es posible” sería cierta también a
la inversa: “todo lo que es posible, es”, y además es infinitas veces. Pero ¿tenemos claro lo que es

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posible y lo que no? Nos preguntábamos la semana pasada si podría haber caballos voladores
como Pegaso, niños de madera como Pinocho…
No es verosímil que la evolución produzca caballos voladores en un planeta parecido a la Tierra,
con una atmósfera y una gravedad similares a las nuestras, ya que desarrollar alas no sería una
ventaja evolutiva para los caballos, sino todo lo contrario, puesto que no podrían volar. Menos
verosímil aún es que aparezcan espontáneamente niños de madera. Sin embargo…
Entonces el viento sopló con fuerza y abrió las ventanas de la casa, se apagaron los candiles y
una bella mujer vestida de rojo apareció en la puerta y dijo: “Todo lo que se nombra existe”. La
bella mujer vestida de rojo es la diosa vasca Mari, y con su sobrecogedora sentencia termina un
cuento tradicional sobre un niño que asegura haberla visto y al que nadie cree.
No es verosímil que la evolución produzca caballos voladores en un planeta parecido a la Tierra,
con una atmósfera y una gravedad similares a las nuestras
Lo que no se nombra no existe, dice George Steiner. Pero ¿existe todo lo que se nombra, como
afirma categóricamente la diosa Mari? Por una vez, el pensamiento mágico confluye con el
racionalismo más estricto, pues nada menos que el gran apóstol literario de la ciencia, Jules
Verne, dijo que todo lo que una persona puede imaginar, otras pueden hacerlo realidad.
Volviendo a nuestro Pegaso, no es verosímil que un caballo con alas surja de la mera evolución,
pero sí de la ingeniería genética. Y podría volar, bajo una gigantesca cúpula, en un parque
temático construido en la Luna, donde la gravedad es seis veces menor que en la Tierra. Unas
personas lo imaginaron hace tres mil años y otras podrían hacerlo realidad en un futuro no muy
lejano.
Y si Collodi imaginó un niño de madera y nosotros podemos discutir sobre su existencia, no es
imposible que un Gepetto dotado de instrumentos más sutiles que la gubia y el formón pueda
engendrarlo algún día, o lo haya engendrado ya en un planeta similar al nuestro pero más
avanzado tecnológicamente.
¿Dónde está el límite?
Si hubiera múltiples universos regidos por distintas leyes, en principio, nada sería imposible (¿o
sí?). Pero en el marco de nuestro universo y de sus leyes tal como las conocemos, ¿dónde está el
límite de lo posible? ¿Qué es lo que podemos asegurar que no existe, aunque el universo sea
infinito?

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El increíble hombre menguante
¿Qué tiene de increíble el hombre menguante, aun en el supuesto de que aceptemos la posibilidad
de reducir de tamaño a un ser humano?
Carlo Frabetti
12 AGO 2016 - 04:36 CDT

'El increíble hombre menguante', dirigida por Jack Arnold.


Nos preguntábamos la semana pasada dónde está el límite de lo posible en nuestro universo, aun
en el caso de que sea infinito. La cuestión ha suscitado -o prolongado- un amplio debate (cerca de
mil comentarios en el momento de escribir estas líneas, a añadir a los casi tres mil de las semanas
anteriores) en el que ha habido opiniones para todos los gustos (y para todos los disgustos),
incluidas las de quienes consideran que no tiene sentido plantearse este tipo de preguntas, e
incluso se irritan al verse desplazados de su zona de confort mental. El debate sigue abierto, y es
probable que no se cierre nunca.
Por otra parte, era imposible hablar largo y tendido de lo infinitamente grande sin que en algún
momento apareciera el no menos abstruso tema de lo infinitamente pequeño, y así, tanto los
infinitesimales matemáticos como los límites inferiores de la materia, la energía y el espacio-
tiempo han sido objeto de interesantes comentarios.
De acuerdo con la mecánica cuántica -la mejor y más precisa teoría científica de la que nos
hemos dotado hasta ahora- esos límites inferiores existen, como supusieron Demócrito y Epicuro,
y tienen que ver con las partículas elementales y los cuantos de energía. Y, de momento, las
teorías que cuestionan el actual modelo o intentan introducir en él cambios sustanciales, como las
distintas versiones de la teoría de cuerdas, son meramente especulativas.

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Increíble en más de un sentido
En su novela El increíble hombre menguante, Richard Matheson prescinde del límite inferior de
la materia, y cuando su protagonista cree que va a desaparecer por no poder seguir disminuyendo
de tamaño, entra en otro universo que promete depararle nuevas aventuras. Y este fantástico
desenlace no es sino el colofón de una reiterada violación de las leyes de la física, como señalan
Manuel Moreno y Jordi José en su excelente libro La ciencia de la ciencia-ficción: “Dejando a un
lado el imposible método de reducción de tamaño, el perplejo protagonista se vería enfrentado a
insuperables problemas fisiológicos. Al alcanzar un tamaño diez veces inferior al normal, es
decir, una talla de unos 18 centímetros, el volumen de su cuerpo sería 1.000 veces inferior al que
tenía cuando era un hombre normal, mientras que la superficie de sus pulmones, la sección de sus
arterias, etc. habrían disminuido solo 100 veces…”.
¿Qué consecuencias tendría para el hombre menguante esta creciente desproporción entre el
volumen y la sección?
La novela de Matheson fue llevada al cine en 1957 por Jack Arnold, en una espléndida versión
que se ha convertido en un clásico del género, y en el filme resulta especialmente visible una
incoherencia ligada al cambio en la relación volumen-sección. ¿Cuál es? (Es fácil ver un tráiler
en internet, o incluso la película entera, por otra parte muy recomendable).
Dicho de otro modo: si un día, al despertar, vieras que tu habitación y cuanto había en ella era el
doble de grande, ¿cómo podrías saber de forma inmediata si tú habías menguado o todo lo demás
había crecido?

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La pirámide escalonada
¿Cómo tendría que ser una pirámide escalonada para que todos sus basamentos soportaran la
misma presión?
Carlo Frabetti
19 AGO 2016 - 05:27 CDT

La pirámide de Kukulcán, Chichén Itzá


Si un día, al despertarte, vieras que tu habitación y todo cuanto había en ella era el doble de
grande, ¿cómo podrías saber de forma inmediata si habías menguado como Alicia en el País de
las Maravillas o si te habían gastado una maravillosa broma trasladándote mientras dormías a una
habitación a escala 2:1?
Muy fácil: si hubieras menguado, te sentirías el doble de fuerte; podrías levantar tu propio peso
con una sola mano y dar saltos asombrosos en relación con tu estatura. Pero en el caso de que te
hubieran gastado una broma inspirada en un cuento del Decamerón (o en La vida es sueño, sin ir
más lejos), te sentirías exactamente igual en lo que a capacidades físicas se refiere.
La explicación tiene que ver la ley cuadrático-cúbica de Galileo. Si, manteniendo tus
proporciones actuales, tu estatura se redujera a la mitad, tu volumen y tu peso serían ocho veces
menores, pero la sección de tus huesos, tendones y músculos solo sería cuatro veces menor. Y
como la fuerza y la resistencia de los huesos, tendones y músculos depende de su sección, serías,
en relación con tu tamaño, el doble de fuerte que antes de la reducción. Por eso David el Gnomo
puede jactarse de ser siete veces más fuerte que un hombre. Por eso una hormiga puede
transportar una hoja enorme en relación con su tamaño. Y por eso es una solemne tontería decir
que si una pulga fuera del tamaño de un hombre podría saltar por encima de un edificio; si una

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pulga creciera hasta volverse del tamaño de un hombre, se desplomaría aplastada por su propio
peso.
En la película El increíble hombre menguante (por otra parte excelente), el protagonista se mueve
e interactúa con el entorno como si todo hubiera crecido en vez de haber menguado él: no da
saltos enormes ni levanta grandes pesos en relación con su tamaño, como si por alguna oscura
razón no pudiera beneficiarse de la ley del cuadrado-cubo.
Presión uniforme
Las animadas discusiones sobre la ley cuadrático-cúbica (ver comentarios de la entrega anterior)
llevaron a plantear algunos interesantes problemas en la línea del siguiente, inspirado en uno
propuesto por nuestro asiduo comentarista Manuel Amorós:
En la pirámide de Kukulcán, en Chichén Itzá, es evidente que cada uno de sus nueve niveles o
basamentos soporta una presión mayor cuanto más abajo se encuentra. Y parece que no podría
ser de otra manera, pues sobre cada nivel se apoya el peso de todos los que tiene encima. Y sin
embargo…
¿Cómo debería ser una pirámide escalonada para que todos los basamentos soportaran la misma
presión?

69
Las paradojas de Eubúlides
Si a un montón de arena le quitamos un solo grano, ¿puede dejar de ser un montón?
Carlo Frabetti
2 SEP 2016 - 09:06 CDT

Pixabay
En una pirámide escalonada con basamentos homogéneos y de la misma altura, es evidente que
cuanto más abajo esté un basamento más presión soportará; pero si la altura es cada vez menor, la
presión puede ser la misma en cada nivel.
Imaginemos una pirámide escalonada cuyos basamentos son prismas rectos de base cuadrada. En
la cúspide tenemos un cubo de 1 m de lado, con un volumen, por tanto, de 1 m3 y un área de la
base de 1 m2 (para simplificar supondremos que la densidad del material del que está hecha la
pirámide es 1, con lo que el peso es equivalente al volumen). Supongamos que el lado del
segundo basamento mide1 m más que el del primero, o sea, 2m; el área de su base será 4 m2, y
para que soporte la misma presión que la base del cubo de la cúspide, sobre ella habrán de haber
4 m3, y como el cubo tiene un volumen de 1 m3, el volumen del segundo basamento tendrá que
ser 4 – 1 = 3 m3, lo que significa que su altura tendrá que ser 3/4 m.
Siguiendo con el mismo razonamiento, obtenemos para los sucesivos basamentos ortoédricos
(cuyos lados son en cada nivel 1 m más largos que en el nivel superior) las siguientes ternas
volumen-área-altura:
1º: 1-1-1, 2º: 3-4-3/4, 3º: 5-9-5/9, 4º: 7-16-7/16…
O sea que la altura (h) del enésimo basamento empezando por arriba será:
h = (2n-1) /n2
¿Cuál será la altura máxima teórica de esta pirámide escalonada de basamentos decrecientes?
En la práctica, la gravedad y otras circunstancias imponen límites al crecimiento vertical, tanto de
las construcciones artificiales como de las formaciones naturales. Por eso no puede haber
montañas mucho más altas que el Everest… ¿O sí? ¿Y por qué en Marte puede haber una
montaña (en realidad es un volcán apagado) como el Monte Olimpo, de 22 kilómetros de altura?

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La paradoja del montón
A raíz de las reflexiones suscitadas por el problema de la pirámide escalonada, uno de nuestros
lectores más participativos, Francisco Montesinos, trajo a colación el escurridizo (nunca mejor
dicho) asunto de los montones de arena. Si dejamos caer al suelo un fino chorro de arena,
¿formará siempre el mismo tipo de montón y con la misma pendiente? ¿Será el ángulo de la
pendiente del montón igual para granos de arroz o de trigo que para granos de arena? ¿Qué altura
máxima pueden alcanzar estos montones?
Y al hablar de montones de arena es inevitable recordar la paradoja sorites o paradoja del
montón, atribuida a Eubúlides de Mileto: si de un montón de arena vamos quitando granos uno a
uno, ¿en qué momento dejará de ser un montón? ¿Y cómo es posible que un solo grano marque la
diferencia entre ser un montón y no serlo?
Por cierto, a Eubúlides se le atribuye también la famosa paradoja del mentiroso; pero de esa nos
ocuparemos en otra ocasión. Y espero que a mis amables lectoras y lectores no les ocurra lo
mismo que a Filetas de Cos, del que se cuenta que, obsesionado con las paradojas de Eubúlides,
se olvidó de comer y de dormir.

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Series y sucesiones
Una suma de elementos cada vez menores puede tener un límite o crecer sin fin, y a menudo la
intuición nos engaña
Carlo Frabetti
9 SEP 2016 - 03:40 CDT

M. C. Escher – Serpientes (grabado en madera, 1969), última obra original. del autor
Una pirámide escalonada cuyos basamentos, de arriba abajo y de acuerdo con la fórmula
(2n-1) /n2, tuvieran respectivamente unas alturas decrecientes iguales a 1, 3/4, 5/9, 7/16, 9/25…, a
primera vista no parece que pudiera ser muy alta, dada la rapidez con que menguan los escalones:

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1, 0.75, 0.55, 0.43, 0.36… Diríase que pronto se llegará a basamentos de escasos milímetros de
altura, y de hecho así es. Y sin embargo, no hay límite para la altura teórica de nuestra pirámide:
si la construyéramos sobre un plano infinito y en ausencia de gravedad, podría ser tan alta como
quisiéramos.
Si comparamos la serie 1 + 3/4 + 5/9 + 7/16 + 9/25… con la conocida serie armónica: 1 + 1/2 +
1/3 + 1/4 + 1/5…, vemos que la primera es, miembro a miembro, mayor que la segunda, y puesto
que la serie armónica es divergente (es decir, crece indefinidamente al aumentar el número de
sumandos), la primera también lo es.
Por cierto, se puede demostrar de forma sencilla e ingeniosa, sin grandes conocimientos
matemáticos, que la serie armónica es divergente. ¿Cómo?
Las series que no crecen indefinidamente, sino que a medida que sumamos más términos se
aproximan cada vez más a un determinado valor finito, que es el límite de la serie, se denominan
convergentes. Por ejemplo, 1 + 1/2 + 1/4 +1/8 + 1/16 + 1/32… ¿Cuál es su límite? ¿Y cuál es la
relación de esta serie con la conocida paradoja de Aquiles y la tortuga?
La sucesión de Fibonacci
Los términos “serie” y “sucesión” se utilizan a menudo como sinónimos, pero en matemáticas
tienen significados distintos. Una sucesión es un conjunto de números ordenados de acuerdo con
algún criterio, mientras que una serie, como acabamos de ver, es el sumatorio de una sucesión
(representado por la letra griega ∑), o sea, la suma de sus términos.
La sucesión más famosa es la de Fibonacci (a menudo llamada erróneamente “serie de
Fibonacci”), en la que cada término es la suma de los dos anteriores: 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21…
La sucesión de Fibonacci, que aparece a menudo en la naturaleza, está directamente relacionada
con la divina proporción (¿de qué manera?) y tiene curiosas propiedades. Por ejemplo, la suma de
diez números de Fibonacci consecutivos cualesquiera siempre es igual al séptimo de esos diez
números multiplicado por 11. ¿Por qué?

73
El lento Aquiles y la veloz tortuga
¿Puede la tortuga librarse de Aquiles y una mosca parar un tren al chocar contra él?
Carlo Frabetti
16 SEP 2016 - 11:41 CDT

Aquiles no consigue alcanzar a la tortuga Open University


Se puede demostrar que la serie armónica (1 + 1/2 + 1/3 + 1/4 + 1/5 + … ) es divergente (o sea,
que crece indefinidamente) sin más que agrupar sus términos de la siguiente manera:
1 + 1/2 + (1/3 + 1/4) + (1/5 + 1/6 + 1/7 + 1/8)…
Evidentemente, la serie es mayor que esta otra:
1 + 1/2 + (1/4 + 1/4) + (1/8 + 1/8 + 1/8 + 1/8)… = 1 + 1/2 + 1/2 + 1/2…
Y puesto que la segunda crece indefinidamente, pues podemos sumarle 1/2 tantas veces como
queramos, la primera también.
En cuanto al límite de 1 + 1/2 + 1/4 + 1/8 + 1/16…, es 2. Basta con darse cuenta de que la suma
de los n primeros términos de la serie es igual a 2 menos el término enésimo, que puede ser tan
pequeño como queramos; así:
1 + 1/2 = 2 – 1/2
1 + 1/2 + 1/4 = 2 – 1/4
1 + 1/2 + 1/4 + 1/8 = 2 – 1/8…
Sobre la relación de esta serie (cuyo término general es 1/2n, pues se trata de 1 dividido por las
sucesivas potencias de 2) con la conocida paradoja de Aquiles y la tortuga, nadie ha hecho el
menor comentario, así que luego volveremos sobre ello.
La relación de la sucesión de Fibonacci (1, 1, 2, 3, 5, 8, 13…) con la divina proporción no podría
ser más estrecha: si dividimos cada término de la sucesión por el anterior, nos vamos acercando
rápidamente al número áureo (1.618…) alternativamente por defecto y por exceso:
1/1 = 1
2/1 = 2
3/2 = 1.5
5/3 = 1.666…
8/5 = 1.6
13/8 = 1.625…

74
Si llamamos a y b a dos números de Fibonacci consecutivos cualesquiera, los ochos siguientes
serán a+b, a+2b, 2a+3b, 3a+5b, 5a+8b, 8a+13b, 13a+21b y 21a+34b. La suma de los diez
términos será, por tanto, 55a+88b, que es el séptimo término (5a+8b) multiplicado por 11.
Las paradojas de Zenón
Para simplificar, imaginemos a un Aquiles muy lento (debido a un problemilla en el talón), que
solo avanza 1 metro por segundo, y a una tortuga muy rápida, cuya velocidad es de 1/2 metro por
segundo.
La "paradoja de Aquiles y la tortuga", de Zenón de Elea, es una de las más famosas sobre el
movimiento
Si al inicio de la carrera la tortuga está 1 metro por delante, cuando Aquiles haya recorrido ese
metro la tortuga habrá recorrido 1/2 metro, cuando el de los pies ligeros (es un decir) haya
recorrido ese medio metro la tortuga habrá recorrido 1/4, y así sucesivamente, con lo que la
aproximación del lento Aquiles a la veloz tortuga se puede expresar mediante la serie de los
inversos de las potencias de 2:
1 + 1/2 + 1/4 + 1/8 + 1/16…
De paso, hemos hallado una forma “física” de demostrar que el límite de la serie es 2: puesto que
la velocidad relativa de Aquiles con respecto a la tortuga es de 0.5 m/s, tardará 2 segundos en
cubrir el metro que los separa, y la distancia recorrida será 2 metros.
La de Aquiles y la tortuga es la más famosa de las paradojas de Zenón de Elea (no confundir con
Zenón el Estoico) sobre el movimiento, pero no la única ni la más inquietante. Veamos una
variante moderna:
Una mosca choca frontalmente contra la locomotora de un tren que va en sentido contrario.
Puesto que la mosca (o lo que quede de ella) se mueve tras el choque en sentido opuesto al
anterior, en algún momento su velocidad tiene que haber sido cero (puesto que ha pasado de
positiva a negativa con respecto a su eje direccional); pero en ese momento la mosca estaba
pegada a la locomotora, por lo que la velocidad del tren también ha tenido que ser cero por un
instante, que es como decir que la mosca ha parado al tren… ¿Pueden nuestros sagaces lectores y
lectoras explicar este extraño fenómeno?

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¿Existe el cero?
Planteamos la incógnita de si es el cero una mera entelequia o posee algún tipo de realidad más
allá de las matemáticas
Carlo Frabetti
23 SEP 2016 - 04:21 CDT

Billete de cero rupias contra la corrupción en India.


Imaginemos a un gran ejército romano avanzando marcialmente para conquistar las Galias. Una
docena de galos furibundos se lanzan contra los invasores y chocan frontalmente con la compacta
formación. ¿La detienen? Obviamente no (a no ser que sean Astérix, Obélix y sus colegas); pero
algunos soldados romanos reciben directamente el impacto de otros tantos galos y se detienen por
un instante, hasta que sus compañeros los arrastran en su avance colectivo. Visto desde lejos, el
ejército ha seguido avanzando como un único bloque sin alterar su marcha en ningún momento.
Pues bien, si pensamos en una locomotora y una mosca, no como objetos perfectamente
compactos, sino como dos enjambres de átomos (o un enorme ejército y un minúsculo comando
suicida), la paradoja planteada la semana pasada desaparece (aunque no del todo: dejo el
corolario en manos de mis sagaces lectoras y lectores). La cosa cambia si pensamos en términos
de física clásica o de mecánica cuántica, pero en ambos casos hay solución; y, de hecho, cuando
una mosca choca frontalmente con un tren, este no se detiene (como dijo Diógenes en respuesta a
las paradojas de Zenón, el movimiento se demuestra andando).
Los científicos hablan del cero absoluto, pero ¿se corresponde dicho concepto con una realidad
física concreta?
En cualquier caso, nos enfrentamos una vez al binomio continuidad-discontinuidad, que apareció
recurrentemente al hablar del infinito. Percibimos el espacio, el tiempo y cuanto hay en su seno
como entidades continuas; pero ya Demócrito y Epicuro cuestionaron esta visión intuitiva, y la
física contemporánea les ha dado la razón.
El mayor logro de la mente humana
Hace unas semanas nos preguntábamos si existe realmente el infinito, es decir, si es algo más que
una entelequia o un mero concepto matemático (pregunta que suscitó una auténtica avalancha de
comentarios: más de 2.300). Y ahora que llevamos varias semanas barajando infinitesimales, es
casi obligado hacerse la pregunta complementaria (que en más de un sentido viene a ser la

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misma): ¿Existe, más allá de las matemáticas, lo infinitamente pequeño? ¿Y el cero? Los
científicos hablan del cero absoluto, pero ¿se corresponde dicho concepto con una realidad física
concreta?
Y un par de preguntas más relacionadas con las anteriores: ¿Existe la nada? ¿Es lo mismo “nada”
que “cero”? Huelga señalar que no planteo estas preguntas como acertijos a resolver, sino como
temas de reflexión.
Casualmente (o tal vez no), en estas mismas páginas hay un interesante artículo sobre Amir
Aczel, “El matemático que pasó su vida buscando el 0”. Aczel afirma en un libro de reciente
publicación que el cero es “el mayor logro intelectual de la mente humana” (un invento -o
descubrimiento- indio, por cierto, lo que le confiere un cierto cariz conmemorativo al billete de
cero rupias). ¿Estamos de acuerdo con Aczel? ¿Qué otros inventos/descubrimientos podríamos
proponer como máximos logros intelectuales de la humanidad?

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¿Se puede decir todo lo que se piensa?
No es una cuestión de pudor o de prudencia, sino de capacidad: ¿podemos expresar con palabras
todo lo que pensamos?
Carlo Frabetti
30 SEP 2016 - 10:05 CDT

Albert Einstein - Miguel Carreño


Como era de esperar, nuestro tema central de la semana pasada, el cero, ha suscitado una
polémica casi tan intensa (y extensa: más de 400 comentarios en el momento de escribir estas
líneas) como la de su antónimo, el infinito.
Nuestras/os comentaristas no se han puesto de acuerdo sobre el estatuto ontológico del cero, y
tampoco lo han hecho, a lo largo de los siglos, matemáticos y filósofos, así que dejaremos abierta
la polémica. Pero con respecto al cero absoluto de la física, hay sorprendentes novedades. Hasta
hace poco se consideraba que era una barrera infranqueable, puesto que el calor es movimiento
(agitación molecular) y no podía darse un estado de inmovilidad absoluta de la materia. Sin
embargo, Wolfgang Ketterle, premio Nobel de física, demostró hace unos años que podía haber

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una temperatura negativa, y posteriormente un equipo de Múnich consiguió que un gas cuántico
ultrafrío de átomos de potasio permaneciera unas billonésimas de grado por debajo del cero
absoluto. Sutilezas de la mecánica cuántica que no tienen cabida en esta sección, pero que no está
de más mencionar.
En cuanto a los máximos logros intelectuales de la humanidad, hay acuerdo unánime en que el
cero es uno de ellos (aunque algunos opinan que es un invento y otros lo consideran un
descubrimiento). Un sagaz lector de diez años ha propuesto como logro supremo de la
inteligencia el descubrimiento pitagórico de la relación entre las armonías musicales y las
proporciones numéricas simples. Y otros proponen la escritura, o el propio lenguaje, candidatos
poco objetables. Curiosamente, nadie ha aludido al que muchos consideran el más prodigioso
salto intelectual de la humanidad: la formulación de las leyes fundamentales de la física por
Galileo y Newton, padres de la ciencia en el sentido actual del término.
Lo pensable y lo decible
Y como es habitual en esta sección (y en la ciencia misma), unos temas llevan a otros y unas
preguntas -con respuesta o sin ella- generan nuevas preguntas. Y en esta ocasión, de los límites
dimensionales y numéricos hemos pasado a los lingüísticos, y la pregunta que ha surgido es: ¿Se
puede convertir en palabras cualquier pensamiento? ¿Es decible todo lo pensable? (Y volviendo a
nuestro tema recurrente de los últimos meses, también cabe preguntarse si son infinitas las cosas
pensables).
Con respecto a la relación entre pensamiento y lenguaje, Einstein dijo algo que resulta, cuando
menos, impactante: “Los elementos del pensamiento son, en mi caso, de tipo visual y muscular;
las palabras u otros signos convencionales he de buscarlos trabajosamente en una segunda etapa,
cuando el juego asociativo entre esos elementos está suficientemente establecido y puedo
reproducirlo a voluntad”. Y su amigo el también premio Nobel Rabindranath Tagore decía,
aludiendo a la imposibilidad de darlo todo como poeta: “Llevo dentro de mí un peso agobiante: el
peso de las riquezas que no he dado a los demás”. ¿Qué opináis al respecto?

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Los límites de la imaginación
¿Cuán poderosa es nuestra imaginación? ¿Puede llegar a matarnos una pesadilla?
Carlo Frabetti
7 OCT 2016 - 06:36 CDT

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Nos preguntábamos la semana pasada si podemos expresar verbalmente todo lo que pensamos, y
también si hay un límite a la cantidad de cosas pensables. Y una vez más, se ha producido una
auténtica avalancha de comentarios para todos los gustos (y para todos los disgustos), como no
podía ser de otra manera, ya que la compleja relación entre lenguaje y pensamiento es objeto de
controversia al menos desde los tiempos de Aristóteles, que dijo que de haber podido elegir qué
hacer por el bien de la humanidad, habría unificado el significado de las palabras, de modo que
todas las personas las entendieran de la misma manera. Lo cual sugiere una primera pregunta:
¿Sería deseable que las palabras significaran exactamente lo mismo para todo el mundo?
Y al hablar de lenguaje y de mundo es inevitable citar a Wittgenstein: “Los límites de mi lenguaje
son los límites de mi mundo”. ¿Cómo hay que entender esta frase? ¿Estamos de acuerdo? Por
cierto, en ocasiones la cita aparece formulada de esta otra manera: “Los límites de mi lenguaje
son los límites de mi mente”. ¿Son equivalentes ambas versiones? ¿Cuál nos convence más?
El poder de la imaginación
Reflexionar sobre los límites del lenguaje y del pensamiento nos lleva inevitablemente a
preguntarnos por los límites de la imaginación. ¿Los tiene? Y si los tiene, ¿cuáles son? No es una
pregunta equivalente a las anteriores, pues en la imaginación podrían caber más cosas (¿muchas
más?, ¿infinitas?) que en el lenguaje y en el pensamiento conceptual.

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Y además de inmensa, la imaginación (“la loca de la casa”, como la llamaba Santa Teresa) es
enormemente poderosa, tanto que los poderes establecidos siempre la han temido, controlado e
incluso perseguido.
Recientes experimentos científicos parecen indicar que nuestro espacio peripersonal puede
solaparse con el espacio de la imaginación, como en una experiencia espontánea de realidad
aumentada (el espacio peripersonal es el que hay alrededor de nuestro cuerpo más o menos al
alcance de la mano, nuestra “burbuja” invisible). En cierto modo, nuestra imaginación no solo
imagina la realidad, valga la redundancia, sino que la conforma.
Y como colofón a estas inquietantes consideraciones, un acertijo relacionado con el poder de la
imaginación:
Tras ver una película de terror, un hombre muy impresionable y de corazón delicado tiene una
vívida pesadilla en la que lo persigue un monstruoso asesino, y la angustia es tan insoportable
que cuando su agresor está a punto de alcanzarlo muere de un infarto. ¿Es una historia real o
inventada?

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El cine de los sueños
¿Son los sueños reducibles a productos audiovisuales? ¿Podremos “ver” algún día los sueños de
otra persona?
Carlo Frabetti
17 OCT 2016 - 04:11 CDT

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¿Sería deseable que las palabras significaran exactamente lo mismo para todo el mundo, como le
habría gustado a Aristóteles? Se evitarían muchos malentendidos, desde luego, pero ¿a qué
precio?
El lenguaje tiene dos planos inseparables: el denotativo y el connotativo. En el plano denotativo -
el de los significados literales- es relativamente fácil que dos o más personas entiendan lo mismo
al oír las mismas palabras en el mismo contexto; pero las connotaciones que esas palabras tienen
para cada cual son algo único e irrepetible, algo que define y expresa la singularidad de cada
hablante, por lo que un mensaje de una cierta complejidad, que no sea meramente informativo,
será entendido de tantas maneras distintas como personas lo oigan.
Para que dos personas se entendieran a la perfección, es decir, para que interpretaran todas las
palabras –con todos sus matices y connotaciones– de idéntica manera, tendrían que ser
prácticamente la misma persona. El plano connotativo es, en gran medida, un universo personal e
intransferible (o de muy difícil transferencia: por eso existe la literatura, y muy especialmente la
poesía). Eso nos causa numerosos problemas, así como una irreductible sensación de alteridad
(que Kafka expresó magistralmente: “A mí me conozco, en los demás creo; esta contradicción me
separa de todo”). Puede que sea muy alto, pero ese es el precio de la individualidad. Si las
palabras significaran exactamente lo mismo para todos, sería como si solo hubiera un único
individuo repetido millones de veces. No parece una perspectiva muy halagüeña (aunque puede
que a algunos políticos no les disgustara la idea).

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Sobre la famosa sentencia de Wittgenstein: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi
mundo” (o “de mi mente”, según otra versión), la polémica sigue abierta. Y también está lejos de
haber sido zanjada la consiguiente discusión sobre los límites de la imaginación (si es que los
tiene).
Y en cuanto al acertijo final de la semana pasada, la primera respuesta que se nos ocurre es que
no puede tratarse de una historia real, ya que si alguien muriera durante una pesadilla no podría
contar lo que había soñado y por tanto nadie podría saberlo… ¿O sí? Aunque ahora mismo no sea
posible, ¿podremos algún día, mediante el instrumental adecuado, “ver” los sueños de un
durmiente?
El cine de las sábanas blancas
De manera nada casual, bastantes comentarios de la semana pasada giraron alrededor de la
relación entre el cine y los sueños. Y es que no en vano la sabiduría popular llama a la cama “el
cine de las sábanas blancas”, que es una forma poética de decir que soñar tiene algo en común
con asistir a una proyección cinematográfica. Y, de hecho, el cine ha reconocido -y explotado-
ampliamente esta relación mostrándonos de forma recurrente, con mayor o menor acierto, el
mundo onírico.
Invito a mis sagaces lectoras/es a reflexionar sobre la relación del cine con los sueños y a ilustrar
sus reflexiones con los ejemplos que consideren más significativos.

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El ascensor de Einstein
Los experimentos mentales han desempeñado un papel importante en el desarrollo de la ciencia.
Pero, ¿cuáles son sus límites?
Carlo Frabetti
17 OCT 2016 - 04:11 CDT

Ilustración de Einstein.
La relación entre el cine y los sueños, planteada la semana pasada, ha dado lugar a interesantes
comentarios, en los que, como era de esperar, se repiten los nombres de algunos grandes
realizadores, entre los que destacan Alfred Hitchcock y Akira Kurosawa (cabría añadir a Federico
Fellini), que no solo mostraron en la pantalla los sueños de algunos de sus personajes más
enigmáticos, sino que hicieron un cine marcadamente onírico. Sin olvidar algunos clásicos -como
Mujeres soñadas, de René Clair, o La vida secreta de Walter Mitty, de Norman McLeod-
articulados alrededor de los sueños y ensoñaciones diurnas de los protagonistas.
Queda pendiente (y es de suponer que lo estará durante mucho tiempo) la doble cuestión de los
límites de la imaginación y de si los sueños son reducibles a productos audiovisuales. Desde muy
antiguo (probablemente desde los albores de la humanidad), los sueños se han considerado
material interpretable y se han formulado diferentes teorías sobre su significado (la más famosa e

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influyente es la que Sigmund Freud propone en La interpretación de los sueños), pero su estudio
científico entraña grandes dificultades.
Los experimentos mentales
El estudio de los sueños no es el único campo en el que la imaginación va por delante de la
experimentación. Incluso se podría decir que continuamente, sin casi darnos cuenta, en nuestra
vida cotidiana efectuamos “experimentos mentales” para intentar anticipar el resultado de
determinadas conductas o decisiones, y en la mayoría de las ciencias desempeñan un papel
fundamental (por no hablar de las matemáticas, donde todos los experimentos son mentales).
En estas mismas páginas hemos hablado del diablillo de Maxwell, la habitación china de Searle,
el gato de Schrödinger y otros famosos experimentos mentales; pero sin duda el máximo
exponente de esta sutil técnica es Albert Einstein, que, dando un nuevo e inusitado impulso al
concepto de Gedankenexperiment de su maestro Ernst Mach, se dedicó a perseguir un rayo de luz
con su imaginación hasta alcanzar la teoría de la relatividad especial, y luego se encerró en un
ascensor en caída libre o en acelerada ascensión hasta dar con la teoría de la relatividad general.
(Por cierto, ¿de dónde procede la ilustración que encabeza este artículo y qué tiene que ver con
todo esto?).
El problema es que algunos de estos Gedankenexperiment están tan lejos de nuestras
posibilidades de comprobación que, por el momento (y puede que por mucho tiempo), son
entelequias equiparables a las de la ciencia ficción
En la actualidad, la física ha llegado a un punto en el que algunos experimentos y
comprobaciones requieren la construcción de gigantescos telescopios, enormes aceleradores de
partículas o costosísimas sondas espaciales, y otros (como los relacionados con los agujeros
negros) son sencillamente inviables, por lo que los experimentos mentales están a la orden del
día. El problema es que, al igual que algunas teorías, como la de curdas en sus distintas versiones,
algunos de estos Gedankenexperiment están tan lejos de nuestras posibilidades de comprobación
que, por el momento (y puede que por mucho tiempo), son entelequias equiparables a las de la
ciencia ficción (de hecho, algunos científicos recurren a los relatos futuristas para exponer sus
teorías).
Propongo a mis sagaces lectoras y lectores que planteen sus propios experimentos mentales, o
que comenten algunos de los que aún no hemos abordado, como el de la Tierra Gemela de
Putnam, el del violinista de Thompson, el de las personas que se dividen como amebas de
Parfit…

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El hombre ameba y la Tierra Gemela
Si un ser humano se dividiera en dos individuos idénticos, ¿qué ocurriría con su identidad
personal?
Carlo Frabetti
28 OCT 2016 - 05:14 CDT

Fotograma de un episodio de Star Trek.


De los experimentos mentales mencionados la semana pasada (el ascensor de Einstein, la Tierra
Gemela de Putnam, el violinista de Thompson…), tal vez el menos conocido -y a la vez el más
inquietante- sea el del hombre ameba de Parfit.
Supongamos, querido lector o lectora L, que te divides cual ameba en dos individuos L1 y L2
idénticos a ti. ¿Qué pasa con tu identidad personal? ¿Sigues siendo a la vez L1 y L2? ¿Dos
personas y una sola naturaleza, como en una versión pagana del misterio de la Santísima
Trinidad?
En un episodio de Star Trek titulado El propio enemigo (escrito por Richard Matheson, también
autor, como vimos, de El hombre menguante), el capitán Kirk, debido a un fallo en el
teletransportador, se divide en dos, uno más amable que el otro pero ambos convencidos de ser el
verdadero. Al final, Spock consigue reintegrar a los dos Kirk en uno; pero, ¿qué habría pasado de
no lograrlo?
La cuestión de la identidad personal ha preocupado desde siempre a los filósofos (y desde hace
poco también a los científicos). Según Locke, la identidad reside en -consiste en- la memoria: soy
yo porque recuerdo, al menos en una parte sustancial, lo que he hecho y me recuerdo a mí mismo
haciéndolo. Pero esta visión psicologista de la identidad dista de ser satisfactoria. ¿Qué pasa con
la amnesia? ¿Y con los falsos recuerdos? Philip K. Dick y otros autores de ciencia ficción han
especulado sobre la posibilidad de implantar recuerdos prefabricados, incluso vidas enteras, en la
mente de un individuo.
Frente a los psicologistas, los fisicalistas consideran que la identidad reside en el cuerpo
Frente a los psicologistas, los fisicalistas consideran que la identidad reside en el cuerpo. Pero el
cuerpo cambia, las células se renuevan continuamente, y el cuerpo de un niño es muy distinto al
de un adulto. En un hilarante relato titulado ¿Existe realmente el señor Smith?, Stanislaw Lem
plantea el caso de un hombre al que le han hecho tantos trasplantes e implantes que ya no queda

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casi nada del Smith original. El cerebro, sede de la conciencia, es más estable, más permanente
en el tiempo, pero no del todo, y también es susceptible de alteraciones y manipulaciones.
Según Derek Parfit, de este tipo de consideraciones se desprende que la identidad está
sobrevalorada. Si mi identidad es una relación biunívoca conmigo mismo, se perderá si me divido
como una ameba. Pero lo más importante es la supervivencia, argumenta Parfit, así que
sobrevivir como dos individuos es mejor que desaparecer. Un Kirk es mejor que dos, pero dos es
mejor que ninguno. ¿Qué opináis al respecto?
¿Existe la Tierra Gemela?
En su artículo El significado de “significado”, publicado en 1975, Hilary Putnam planteó su
famoso experimento mental de la Tierra Gemela, con el que pretendía demostrar que el contenido
de un término no viene determinado por el concepto que el hablante tiene en su cabeza.
Pero lo que nos interesa en relación con el tema de la identidad es que Putnam imagina un planeta
idéntico al nuestro incluso en su población, es decir, con un doble exacto de cada habitante de la
Tierra. Lo que nos remite una vez a la hipótesis de un universo infinito y homogéneo en el que la
Tierra Gemela de Putnam existiría realmente. ¿O no?

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Microtierra
Imaginemos una esfera de un diámetro un millón de veces menor que el de la Tierra y una
densidad un millón de veces mayor
Carlo Frabetti
4 NOV 2016 - 06:29 CST

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La pregunta de la semana pasada sobre la continuidad de la identidad personal en alguien que se
dividiera en dos cual ameba remite, como es habitual en estos casos, a otra más básica: ¿Qué
significa dividir en dos a una persona? ¿Se trataría, sencillamente (es un decir), de que cada
célula del individuo original se dividiera en dos células idénticas? Y algo parecido cabe
preguntarse con respecto al teletransportador de Star Trek. ¿Cómo se supone que funciona,
trasladando las partículas propiamente dichas o la información relativa a las mismas? ¿Qué
cantidad de información sería necesaria? ¿De qué manera podría el teletransportador
descomponer al capitán Kirk en dos? ¿Qué papel jugaría el azar cuántico en el proceso?
En cuanto a la Tierra Gemela de Putnam (en la que todo es exactamente igual que en la Tierra
excepto la composición del agua), en realidad es un experimento mental sobre el significado del
significado, demasiado largo, sutil y especializado como para exponerlo aquí con detalle; aunque,
colateralmente, cabe plantearse la cuestión de su posible existencia en un universo infinito (o lo
suficientemente grande) o en un hipotético multiverso; nadie había abordado el asunto en el
momento de escribir estas líneas, así que lo dejaremos pendiente.
¿Cómo sería acercarse a Microtierra? ¿Y pasear por su superficie?
Siguiendo con los experimentos mentales, consideremos ahora la posibilidad de una Tierra
gemela de la nuestra en lo referente a algunas de sus características (¿cuáles?) pero muy distinta
en tamaño: una Microtierra con un diámetro un millón de veces menor que el terrestre y una

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densidad un millón de veces mayor. No sería una estrella de neutrones (mucho más densas y muy
calientes), pero, desde luego, se trataría de un cuerpo celeste muy notable. ¿Cómo sería acercarse
a Microtierra? ¿Y pasear por su superficie?
Microluna
Supongamos que alrededor de Microtierra orbita una esfera del mismo material superdenso y de
un metro de diámetro, a la que, obviamente, llamaremos Microluna. ¿Qué sentiría un astronauta
que, enfundado en su traje espacial, se acercara al diminuto satélite? ¿Podría sentarse en él o
sujetarlo entre sus manos sin problemas?
¿Y si alrededor de Microluna girara una Nanoluna del mismo material y de solo un milímetro de
diámetro? ¿Podríamos arrancarla de su órbita y llevárnosla de recuerdo?
Invito a mis sagaces lectoras/es a experimentar (mentalmente) con todo tipo de cuerpos celestes
de distintas densidades y tamaños.

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Micromegas
¿Qué pasaría si un gigante de ocho leguas de estatura visitara la Tierra?
Carlo Frabetti
4 NOV 2016 - 06:29 CST

Ilustración de un gigante en la Tierra.


La gravedad en la superficie de un planeta es proporcional a su masa e inversamente proporcional
al cuadrado de su radio (que es la distancia de la superficie al centro). Pero la masa es igual al
volumen por la densidad, y el volumen es proporcional al cubo del radio, por lo que la gravedad

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superficial será proporcional al radio (r3/r2 = r) y a la densidad. Y puesto que la Microtierra de
nuestro experimento mental de la semana pasada tiene un radio un millón de veces menor que el
de la Tierra y una densidad un millón de veces mayor, ambas “millonadas” se contrarrestan y su
gravedad superficial será igual a la terrestre. En Microtierra pesarías lo mismo que aquí… ¿O no?
Sí y no. Tumbado en el suelo, pesarías lo mismo que en la Tierra, pero de pie pesarías menos,
pues tu cabeza quedaría casi 2 metros más lejos del centro de Microtierra, lo cual, en un
planetoide de poco más de 6 metros de radio, supondría una disminución de su peso (con
respecto al nivel del suelo) de aproximadamente un 30 %.
Tumbado en el suelo, pesarías lo mismo que en la Tierra, pero de pie pesarías menos, pues tu
cabeza quedaría casi 2 metros más lejos del centro de Microtierra
Imagínate que te acercas a Microtierra enfundado en tu traje espacial autopropulsado. A tan solo
50 metros del diminuto pero densísimo cuerpo celeste, aún no notas casi su tirón gravitatorio,
equivalente a una centésima parte de tu peso; pero a medida que te acercas el tirón aumenta con
gran rapidez, y acabas teniendo que frenar ligeramente con tus propulsores para que tu
“microaterrizaje” no sea demasiado brusco. Y pasear por Microtierra es una experiencia
fascinante. Tus pies pesan lo mismo que en la Tierra, pero notas tu cabeza y tus brazos
considerablemente más ligeros. Y a medida que caminas el planetoide parece rodar bajo tus pies,
y con él toda la bóveda celeste (pues para ti la vertical es en cada momento la recta que
determinan tu posición y el centro de Microtierra). La vívida sensación de ser el centro del
universo resulta embriagadora…
En la superficie de Microluna, la gravedad sería unas 12 veces menor que la terrestre, o sea, la
mitad que en la Luna, y su variación con la distancia mucho más brusca aún que en Microtierra.
Podrías sentarte sin problemas en el microsatélite, o agarrarlo como si fuera un balón; su tirón
gravitatorio no sería en absoluto despreciable, pero te desprenderías de él con facilidad y se
volvería insignificante en cuanto te alejaras unos metros.
En cuanto a Nanoluna, podrías arrancarla de su órbita fácilmente y llevártela de recuerdo, pues su
masa sería de unos 2,5 kilogramos. Pero en la Tierra tendrías que manejarla con mucho cuidado:
una esférula de 1 mm de diámetro y 2,5 kilos de peso se te clavaría en la mano si intentaras
sostenerla sin protección.
Un visitante de altura
La similitud de los nombres y el drástico cambio de escala han llevado a uno de nuestros
“usuarios destacados”, Manuel Amorós, a recordar a Micromegas, el gigante alienígena de
Voltaire de 8 leguas (unos 35 km) de estatura. Procedente de Sirio y viajando en un cometa,
Micromegas llega a Saturno y luego visita la Tierra, cuyos habitantes le parecen insectos. El
propósito de Voltaire es llevar a cabo una sátira moral, y no se preocupa por los aspectos
científicos de su fábula; pero ¿qué pasaría si un gigante de ese tamaño llegara a nuestro planeta?
¿Y cuáles serían las características físicas -y fisiológicas- de tan desmesurado ser? ¿Le hace
justicia la ilustración clásica que acompaña a este texto?

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El cerebro de Boltzmann
En un universo caótico, la existencia de una mente que percibe un orden ilusorio parece más
probable que el orden real
Carlo Frabetti
21 NOV 2016 - 10:37 CST

El desorden parece lo más propio de la gran explosión de la que procedemos.


Si un gigante de 35 kilómetros de estatura, como el Micromegas de Voltaire, visitara la Tierra,
moriría aplastado por su propio peso. La estatura del gigantón y todas sus demás medidas lineales
serían unas 20.000 veces mayores que las de un ser humano, por lo que su volumen y su peso
serían unos 8 billones de veces mayores (20.0003). Sin embargo, la sección de los huesos,
tendones y músculos de Micromegas “solo” sería unas 400.000 veces mayor que la nuestra

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(20.0002), por lo que, comparativamente, sería 20.000 veces menos fuerte y resistente que un
humano y no podría soportar su propio peso. Un ser tan descomunal únicamente podría vivir en
un planeta muy pequeño y poco denso, de gravedad insignificante.
Pero incluso en gravedad muy baja una criatura del tamaño de Micromegas sería poco viable, y
tendría que tener una fisiología muy distinta de la nuestra. Cuestiones como la disipación del
calor, la transmisión de los impulsos nerviosos, la circulación sanguínea y la propia motricidad
plantearían problemas difíciles de resolver satisfactoriamente. Una posibilidad sería que el
tiempo subjetivo del gigante fuera distinto del nuestro, y que uno de sus instantes (por ejemplo,
un parpadeo) durara varios minutos.
En cuanto a la ilustración clásica que acompaña al artículo de la semana pasada, no le hace
justicia en absoluto a Micromegas. La mano de un supergigante de 35 km de estatura debería
medir unos 4 km, o sea, unas cien veces más que el velero que aparece junto a ella.
Cuestiones como la disipación del calor, la transmisión de los impulsos nerviosos, la circulación
sanguínea y la propia motricidad plantearían problemas difíciles de resolver satisfactoriamente
La paradoja del cerebro de Boltzmann
Hablar de un gigante tan sumamente improbable como Micromegas nos invita a pensar en otro
ser mucho más enorme e improbable: nuestro propio universo. El desorden parece lo más propio
de la gran explosión de la que procedemos, y sin embargo hay islas de orden tan sorprendentes
como la vida y la consciencia.
¿Por qué hay tanto orden en el universo, si de acuerdo con la segunda ley de la termodinámica la
entropía -es decir, el desorden- ha de aumentar continuamente? El estado más probable del
universo es el de una entropía muy alta: una inmensa sopa de partículas homogéneamente
caótica. ¿Por qué, pues, observamos un nivel de entropía tan relativamente bajo?
Como respuesta a esta pregunta, el físico estadístico Ludwig Boltzmann sugirió, a finales del
siglo XIX, la posibilidad de que el universo “excesivamente ordenado” que observamos sea una
fluctuación aleatoria surgida en un metauniverso de mayor entropía, mucho más grande que el
nuestro e inobservable. Y por otra parte, en un universo caótico (como podría/debería ser el
nuestro) estas fluctuaciones aleatorias podrían dar lugar a entidades conscientes surgidas de
pronto por puro azar, e incluso dotadas de recuerdos y de una sensación subjetiva de orden que
nada tuviera que ver con el caos reinante. Y la posibilidad de que surgieran estos “cerebros de
Boltzmann” solipsistas, aun siendo extremadamente improbable, lo sería menos que la de un
universo realmente tan ordenado como para que la vida y la consciencia fueran en él fenómenos
normales.
¿Dónde está la paradoja? Otrosí: ¿Cómo sabes, tú que estás leyendo estas líneas, que no eres un
cerebro de Boltzmann?

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Los monos de Benarés
¿Cuántos monos tecleando al azar harían falta para escribir las obras completas de Shakespeare?
Carlo Frabetti
25 NOV 2016 - 06:16 CST

Fotograma de un capítulo de Los Simpson.


Nos preguntábamos la semana pasada cómo podemos saber que no somos “cerebros de
Boltzmann”, es decir, mentes ensimismadas surgidas por azar en un universo caótico, que
imaginan un orden que en realidad no existe. Y, como dice Tony Montana, uno de nuestros
“usuarios destacados”, no lo sabemos con certeza, pero lo aceptamos como axioma para seguir
adelante (Ortega y Gasset dedicó a esta generalizada actitud pragmática su libro Ideas y
creencias).
La paradoja del cerebro de Boltzmann dio lugar a una interesante discusión sobre los fenómenos
extremadamente improbables (ver sección de comentarios), en el curso de la cual alguien trajo a
colación la consabida historia del mono que tecleando al azar en una máquina de escribir durante
el tiempo suficiente acabaría escribiendo las obras completas de Shakespeare. Solo que ese
tiempo sería inconcebiblemente largo, tanto que en comparación la edad de nuestro universo
parecería un instante fugaz. Pero si en vez de un solo mono tuviéramos muchos y nos
planteáramos un objetivo más modesto…
La paradoja del cerebro de Boltzmann dio lugar a una interesante discusión sobre los fenómenos
extremadamente improbables
Supongamos que solo pretendemos que el azar hecho monos genere un renglón de las obras de
Shakespeare, por ejemplo, su frase más famosa: To be or not to be, that is the question, y
ponemos manos a la obra a los diez mil sextillones (un 1 seguido de 40 ceros) de simios que
aparecen en una antigua leyenda de Benarés relacionada con el ciclo ramayánico (para lo cual
bastaría una oficina del tamaño del Sistema Solar). ¿Cuánto tiempo tendremos que dejarlos
teclear en sus máquinas de escribir para que sea altamente probable (“casi seguro” en el sentido
matemático de la expresión) que alguno de ellos escriba la inmortal sentencia shakespeariana?
Un objetivo solo en apariencia modesto, porque en realidad tendremos, desperdigadas entre las
innumerables líneas escritas por los monos, no solo las obras completas de Shakespeare,
incluidas las que habría podido escribir de haber vivido diez años más, o mil, sino todas las frases
de treinta letras posibles (y las de menos de treinta letras, obviamente, como fragmentos de

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renglones). Aunque en forma de frases enormemente desperdigadas y diluidas en océanos de
renglones sin sentido, los monos de Benarés habrán escrito todo lo escribible.
La recta y la cuadrícula
He aquí un problema que no parece tener relación alguna con el de los monos mecanógrafos, y
sin embargo…
Si en una hoja de papel cuadriculado trazamos al azar una recta que pase por una de las
intersecciones de la cuadrícula, ¿cuál es la probabilidad de que dicha recta pase por otra de las
intersecciones?

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La paradoja de Olbers
Si hay tantas estrellas en el universo, ¿por qué no es más luminoso el cielo nocturno?
Carlo Frabetti
25 NOV 2016 - 08:23 CST

La noche estrellada - Vincent Van Gogh (1889).


Contrariamente a lo que nos dice la intuición, si en una hoja de papel cuadriculado ideal trazamos
una recta al azar a partir de una de las intersecciones de la cuadrícula, la probabilidad de que
dicha recta pase por otra intersección es nula, independientemente de lo grande que sea la hoja.
En una hoja real no es así, obviamente, puesto que la recta tiene un grosor (nada despreciable si
hace tiempo que no le sacamos punta al lápiz) y los puntos de intersección de la cuadrícula no
son inextensos. Pero, por increíble que parezca, una recta ideal no pasaría por ningún otro punto
de intersección aunque la hoja de papel cuadriculado fuera infinita.
Supongamos que trazamos la recta a partir de un punto de intersección A y que pasa por otro
punto de intersección B; el segmento AB será la hipotenusa de un triángulo rectángulo cuyos
catetos abarcarán un número entero de cuadraditos, por lo que la tangente del ángulo formado por
AB con la horizontal será el cociente de dos enteros, o sea, un número racional. Pero dicho
ángulo puede ser cualquiera, ya que trazamos la recta al azar, por lo que su tangente podrá tener
cualquier valor real (el conjunto de los números reales abarca los racionales y los irracionales). Y
como vimos al hablar del infinito, la infinitud de los irracionales es de orden superior a la de los
racionales, por lo que es infinitamente improbable que la tangente del ángulo sea racional, o lo
que es lo mismo, que la recta pase por otro punto de intersección.
Por más que lancemos un dado, nunca sacaremos un siete: esto es absolutamente imposible,
puesto que sus caras están numeradas del uno al seis
Esto no significa que sea imposible que una recta pase por dos o más puntos de intersección de
una cuadrícula, puesto que, obviamente, puede suceder: probabilidad 0 no es necesariamente lo

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mismo que imposibilidad propiamente dicha, del mismo modo que probabilidad 1 no es
necesariamente lo mismo que certeza absoluta; por eso en teoría de la probabilidad se usa a veces
la expresión “casi seguro” para la probabilidad 1 y “casi seguro que no” para la probabilidad 0.
Veamos la diferencia con un ejemplo sencillo:
Por más que lancemos un dado, nunca sacaremos un 7: esto es absolutamente imposible, puesto
que sus caras están numeradas del 1 al 6; sin embargo, no es absolutamente imposible que nunca
salga un 5, aunque cuantas más veces lancemos el dado más se acercará a 0 dicha probabilidad.
Universo cuadriculado
A algunos lectores el problema de la cuadrícula los llevó a pensar en la paradoja de Olbers,
formulada en 1823: si hay tantas estrellas en el universo, ¿por qué no vemos el cielo nocturno
como una aglomeración compacta de puntos luminosos?
La astrofísica moderna permite explicar la paradoja de distintas maneras en función del modelo
de universo contemplado (Mandelbrot, por ejemplo, apela a una hipotética estructura fractal del
cosmos). Pero imaginemos que el universo fuera una versión tridimensional de nuestra
cuadrícula, con una estrella en cada punto de intersección de una inmensa estructura cúbica (o
cubicular, para ser más preciso). ¿Cómo veríamos el firmamento si viviéramos en ese universo
“cubiculado”?

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La catástrofe ultravioleta
Según la física clásica, un cuerpo negro debería ser una auténtica bomba energética
Carlo Frabetti
2 DIC 2016 - 04:08 CST

Ilustración de una bomba.


Si el universo fuera estático y con una distribución homogénea de las estrellas, su número
aumentaría con el cuadrado de la distancia y su brillo disminuiría en la misma proporción, por lo
que recibiríamos la misma cantidad de luz de las próximas que de las distantes. Si a 10 años luz
del Sistema Solar hubiera, pongamos por caso, 50 estrellas, a 20 años luz habría 200, pero serían
la cuarta parte de brillantes, por lo que su brillo global sería equivalente al de las 50 más
próximas. Y esto valdría para todas las distancias, por lo que, aunque el universo no fuera
infinito, el firmamento sería una superficie continua de puntos luminosos y la temperatura sería
elevadísima. Esta es la paradoja de Olbers (preanunciada por Kepler y otros prestigiosos
astrónomos).
Afortunadamente (pues de lo contrario no estaríamos aquí), el universo no es estático y, además,
la distribución de las estrellas no es homogénea: se concentran por miles de millones en las
galaxias, que a su vez se agrupan en cúmulos, supercúmulos y, tal vez, filamentos.
Afortunadamente, el universo no es estático y, además, la distribución de las estrellas no es
homogénea
Sobre el aspecto que tendría el cielo si las estrellas estuvieran disciplinadamente situadas en las
intersecciones de una retícula cúbica, la discusión no está zanjada, por lo que os remito a la
correspondiente sección de comentarios.

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El paradójico cuerpo negro
Algunos lectores han relacionado la paradoja de Olbers con otra famosa paradoja de la física
clásica conocida como la catástrofe ultravioleta. Y la relación estriba en que en ambos casos los
modelos teóricos llevan a excesos energéticos que, afortunadamente, la realidad desmiente.
Cuando un objeto se calienta cambia de color en función de la temperatura. Al calentar el hierro,
primero se pone “al rojo vivo” (a unos 500º) y al superar los 1000º se vuelve de un blanco
deslumbrante, porque cada vez emite más radiación. En un cuerpo negro (un objeto ideal que
absorbe toda la radiación que recibe), la física clásica preveía una curva teórica de la radiación
emitida que no coincidía en absoluto con la realidad. La curva (obtenida a partir de la fórmula de
Rayleigh-Jeans) se ajustaba a las emisiones reales para longitudes de onda largas, pero para
longitudes de onda cortas (en la franja ultravioleta) divergía de manera espectacular, hasta dar
valores infinitos.
En un cuerpo negro, la física clásica preveía una curva teórica de la radiación emitida que no
coincidía en absoluto con la realidad
Para salvar a la física de esta “catástrofe ultravioleta” hubo que introducir en las fórmulas los
cuantos de energía propuestos por Planck: si la energía no se absorbe ni se emite de forma
continua, sino mediante “paquetes” indivisibles, la paradoja desaparece y las cuentas cuadran.
Esta pequeña corrección supuso el nacimiento de la mecánica cuántica, destinada a cambiar
drásticamente nuestra visión del mundo.
Y del cuerpo negro al Caballero Negro, que nos propone un tonificante ejercicio de pensamiento
lateral:
Para entrar en un castillo, hay que decir una contraseña que todos los caballeros conocen menos
el Caballero Negro, que se esconde detrás de unos arbustos para averiguarla. Llega el Caballero
Rojo, y el guardia que hay ante la puerta dice: “Veinticuatro”, a lo que el caballero responde:
“Doce”, y puede pasar. Llega el Caballero Azul, el guardia dice: “Ocho”, y el caballero responde:
“Cuatro”, y pasa. Llega el Caballero Verde, el guardia dice: “Dieciocho”, y el caballero responde:
“Nueve”, y pasa. El Caballero Negro cree saber la contraseña e intenta entrar; el guardia le dice:
“Cuatro”, y el caballero responde: “Dos”, pero le dan con la puerta en las narices. ¿Por qué?

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Algoritmos voraces
Un algoritmo voraz elige en cada momento el mejor “bocado” sin preocuparse del futuro
Carlo Frabetti
10 DIC 2016 - 04:25 CST

Ilustración del videojuego Súper Mario Bros.


Nuestro Caballero Negro de la semana pasada se pasó de listo al no contemplar sino la
posibilidad más obvia: dividir por 2 el número dicho por el guardia. No se dio cuenta de que en
las parejas 24-12, 8-4 y 18-9, el segundo número no solo es la mitad del primero, sino que
además indica su número de letras; por lo tanto, para entrar en el castillo, cuando el guardia le
dijo “Cuatro” tendría que haber contestado “Seis”.
A partir de este acertijo, se propusieron algunos más relacionados con el binomio
numerar/nombrar, uno de ellos vinculado al algoritmo de Kruskal (ver la correspondiente sección
de comentarios), que es un ejemplo de “algoritmo voraz”: un expeditivo método para resolver
problemas complejos de forma relativamente simple, aunque no necesariamente óptima.
Lo que intuitivamente haría el viajero sería partir de la capital que más le conviniera e ir desde
allí a la más próxima
Imaginemos que un viajero desea recorrer las ocho capitales de provincia andaluzas y quiere
hacerlo siguiendo el recorrido más corto. En principio, puede iniciar su viaje partiendo de
cualquiera de las ocho capitales, ir luego a cualquiera de las siete restantes, de ahí a cualquiera de
las seis que quedan y así sucesivamente, por lo que el número total de recorridos posibles es 8 x 7
x 6 x 5 x 4 x 3 x 2, o sea 8! (factorial de 8): 40.320. Medirlos todos para ver cuál es el más corto
sería extremadamente largo y tedioso, por lo que, en la práctica, lo que intuitivamente haría el

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viajero sería partir de la capital que más le conviniera e ir desde allí a la más próxima, desde esta
a la más próxima a ella y así sucesivamente. De este modo no tendría la certeza de haber seguido
el itinerario más corto posible, pero sí una buena aproximación.
Sin saberlo (a no ser que sea matemático o informático), nuestro viajero hipotético ha aplicado un
algoritmo voraz: en cada paso ha elegido el objetivo más apetecible en ese momento (la ciudad
más cercana) sin preocuparse de los pasos siguientes.
Las máquinas que devuelven cambio (y también las personas) suelen aplicar un algoritmo voraz
tendente a minimizar el número de monedas utilizadas. Si compras algo que vale 1.30 euros y
pagas con un billete de 5, es probable que te den los 3.70 de vuelta con una moneda de 2, una de
1, una de 50 cts. y una de 20, que consiste en ir eligiendo en cada paso la de mayor valor que no
supera la cantidad a cubrir. En este caso, el algoritmo voraz optimiza la operación, pero podría no
ser así. Si existieran monedas de 90 cts. y hubiera que devolver 1.80 euros, el algoritmo voraz
elegiría una moneda de 1 euro, una de 50 cts., una de 20 y una de 10, cuando la solución óptima
sería dos monedas de 90 cts.
No hay cambio
Veamos ahora un caso en el que no hay nada que optimizar porque, sencillamente, no hay
cambio.
Las máquinas que devuelven cambio suelen aplicar un algoritmo voraz tendente a minimizar el
número de monedas utilizadas
Un hombre intenta infructuosamente sacar tabaco de una máquina de un bar con una moneda, al
parecer defectuosa, de 2 euros. Se dirige al camarero y le pregunta:
-¿Podría cambiarme esta moneda por otra de 2 euros?
-Lo siento, no tengo ninguna -contesta el camarero.
-Entonces, por favor, cámbiemela por otras monedas.
-Lo siento, no puedo.
El hombre rebusca en su bolsillo, encuentra una moneda de 1 euro y dice:
-Pues cámbieme esta moneda para telefonear, por favor.
-Lo siento, tampoco puedo cambiársela -contesta el camarero con un gesto de impotencia-. Y
tampoco podría cambiarle una de 50 céntimos, ni una de 20, ni siquiera una de 10.
-¿Cómo es posible que no tenga ninguna moneda? -se asombra el cliente.
-No he dicho tal cosa -replica el camarero-. De hecho, tengo 2.35 euros en monedas.
¿Qué monedas tiene?

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Nuestro pequeño mundo
¿Formamos las personas vinculadas a 'Materia' un “mundo pequeño” de Milgram?
Carlo Frabetti
19 DIC 2016 - 03:12 CST

Encendido - Juan Genovés


El camarero de la semana pasada tenía una moneda de 1 euro, una de 50 cts., cuatro de 20 y una
de 5. La de 5 cts. podría estar subdividida de cualquier manera (dos de 2 y una de 1, una de 2 y
tres de 1 o cinco de 1), pero por lo demás la solución es única.
En cuanto al recorrido más corto por las capitales andaluzas, el problema resultó más complicado
de lo que parecía a primera vista, entre otras cosas porque para ir de Cádiz a Huelva por una
carretera aceptable hay que pasar por Sevilla (lo cual es tan absurdo como si para ir de Albacete a
Alicante hubiera que pasar por Valencia, ya que en ambos casos las tres capitales son los vértices
de un triángulo casi equilátero). Según nuestro lector Mario Pérez, el recorrido más corto, yendo
de Huelva a Cádiz por una carretera vecinal, sería Almería-Málaga-Granada-Jaén-Córdoba-
Sevilla-Huelva-Cádiz (o viceversa), con un total de 877 km.
En cuanto al recorrido más corto por las capitales andaluzas, el problema resultó más complicado
de lo que parecía a primera vista
Y al hablar de conexiones, redes y algoritmos es inevitable pensar en las redes sociales y las
interconexiones entre personas. A partir de una idea expuesta por Marconi en su discurso de
aceptación del Premio Nobel, en 1909, el escritor húngaro Frigyes Karinthy escribió en 1930 un
cuento titulado Cadenas, en el que esboza la hoy popular teoría de que bastan seis pasos para
conectar a dos personas cualesquiera.
Teniendo en cuenta que conocemos de cerca, por término medio, a unas 100 personas, si cada
una de estas se relaciona a su vez con otras 100, cualquiera podría transmitir un mensaje a 10.000
personas sin más que pedir a todos sus amigos que se lo pasasen todos los suyos.
Estas 10.000 personas son contactos de segundo grado, que no conocemos pero que podríamos
conocer fácilmente pidiendo a amigos y familiares que nos las presentaran. En la práctica, el

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número de contactos de segundo grado suele ser bastante menor que 10.000, debido a que es muy
común que los amigos de nuestros amigos sean amigos entre sí; pero, de todos modos, se ha
calculado que en un máximo de seis pasos se podría conectar a dos personas cualesquiera.
En la práctica, el número de contactos de segundo grado suele ser bastante menor que 10.000,
debido a que es muy común que los amigos de nuestros amigos sean amigos entre sí
En 1967, el psicólogo estadounidense Stanley Milgram intentó probar la teoría de los seis grados
con su “experimento del mundo pequeño”, que consistió en que varias personas elegidas al azar
hicieran llegar sendos paquetes postales a destinatarios desconocidos recurriendo al intermediario
más verosímil, que a su vez tendría que recurrir a otro, y así hasta que el paquete llegara a su
destino. La entrega de cada paquete solo implicó, por término medio, la colaboración de entre
cinco y siete intermediarios, y a pesar de las numerosas críticas que recibió, el experimento de
Milgram consolidó la teoría de los seis grados, que posteriormente fue probada de formas más
rigurosas.
Hay otros mundos pequeños, pero están en este
Y si toda la humanidad es una aldea global, como decía McLuhan, con más motivo ciertas
comunidades fuertemente conectadas, como la de los matemáticos o la de los actores. Entre los
primeros se ha popularizado el número de Erdös, que mide la distancia colaborativa entre un
autor y el prolífico matemático húngaro Paul Erdös. Si alguien escribió un artículo en
colaboración con él, su número de Erdös es 1, quienes colaboraron con cualquiera de estos tiene
un NE de 2, y así sucesivamente. Y el número de Bacon aplica la misma idea a los actores que
han coincidido con Kevin Bacon en alguna película.
Seguramente la red de personas vinculadas a Materia (lectores, colaboradores, etc.) es un grafo
fuertemente conectado, en el que es fácil pasar de un nodo a otro en pocos pasos según distintos
criterios de conexión (conocimiento directo, discusiones en secciones de comentarios u otros). Os
invito a reflexionar sobre ello para ver qué conclusiones podemos sacar sobre nuestro “pequeño
mundo” particular.

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El cuervo y el pupitre
¿En qué se parecen un cuervo y un pupitre?, le pregunta a Alicia el Sombrerero Loco
Carlo Frabetti
23 DIC 2016 - 04:07 CST

Ilustración de sir John Tenniel y coloreada por Harry Theaker en 1911 para 'Una merienda de locos', con Alicia, la
Liebre, el Lirón y el Sombrerero Loco en Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll.
Nuestra indagación de la semana pasada sobre las características de la red que formamos las
personas vinculadas a Materia no ha llegado muy lejos (ver comentarios), por lo que la cuestión
sigue abierta. Un enfoque obvio consiste en considerar que las aristas del correspondiente grafo
(es decir, lo que conecta a las personas entre sí) es el diálogo: mi “distancia” a cada una de las
lectoras y lectores con quienes he dialogado en la sección de comentarios es 1, mi distancia a los
que han dialogado con cualquiera de estas personas pero no directamente conmigo es 2, etc. Esta
“red dialógica” es seguramente muy densa, pues por suerte los debates e intercambios de
opiniones son muy frecuentes; pero cabría buscar formas de conexión más sutiles y significativas.
En su juego de los “dobletes”, Carroll nos propone pasar de una palabra a otra del mismo número
de letras, en el menor número de pasos posibles
Señalaba oportunamente Miquel Bassols, uno de nuestros “usuarios destacados”, que nuestras
redes (las que conectan entre sí a los humanos en general) son básicamente lingüísticas, y eso me
llevó a pensar en las conexiones formales entre palabras, ampliamente exploradas por los
miembros de Oulipo (Ouvroir de Littérature Potentielle) y mucho antes que ellos por ese gran
precursor de casi todo que fue Lewis Carroll.
Del amor al odio hay más de un paso
En su juego de los “dobletes”, Carroll nos propone pasar de una palabra a otra del mismo número
de letras, en el menor número de pasos posibles, cambiando una sola letra en cada paso y

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obteniendo siempre palabras existentes. Por ejemplo, podemos pasar de PATO a ROSA de la
siguiente manera (entre otras): PATO, RATO, RATA, ROTA, ROSA. En este caso, cuatro pasos
es el mínimo, ya que todas las letras de la palabra final son distintas de las de la palabra inicial
(aunque no siempre es tan fácil encontrar palabras intermedias).
Dicen que del amor al odio no hay más que un paso; pero para pasar de AMOR a ODIO con la
técnica de los dobletes necesitaremos algunos pasos más. ¿Cuántos? ¿Y en cuantos pasos
podemos conseguir que un TONTO se vuelva LISTO? Invito a mis sagaces lectoras y lectores a
descubrir dobletes interesantes.
Si bien el doblete solo permite pasar de una palabra a otra con el mismo número de letras,
podemos saltarnos esta limitación si en algunos de los pasos, además de cambiar una letra, se
puede eliminar otra
Si bien el doblete solo permite pasar de una palabra a otra con el mismo número de letras,
podemos saltarnos esta limitación si en algunos de los pasos, además de cambiar una letra, se
puede eliminar otra, para poder llegar a una palabra final de menos letras que la inicial. Por
ejemplo, de PUPITRE podemos pasar a BUITRE cambiando la primera P y eliminando la
segunda, como primer paso para llegar a CUERVO y conseguir establecer un vínculo entre esas
dos cosas tan difíciles de casar y que dieron lugar a uno de los acertijos más famosos de Alicia en
el País de las Maravillas: ¿En qué se parece un cuervo a un pupitre?
Se han dado muchas respuestas a este acertijo surrealista (¿o no tanto?) en el último siglo y medio
(mi favorita es “Hay una a en ambos”); ¿te atreves a intentar mejorarlas? O al menos intenta ir de
PUPITRE a CUERVO en el menor número de pasos (y tal vez así averigües en qué se parecen).

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La paradoja de Moravec
A las máquinas les resulta más fácil emular las capacidades intelectuales de los humanos que sus
habilidades motrices
Carlo Frabetti
30 DIC 2016 - 11:25 CST

Fotograma de 'Planeta prohibido'.


En las últimas semanas hemos hablado de grados de separación, mundos pequeños y algoritmos
voraces, para terminar enredándonos con los famosos “dobletes” de Lewis Carroll, que buscan
minimizar los grados de separación (morfológicamente hablando) entre palabras del mismo
número de letras, y con el no menos famoso acertijo del cuervo y el pupitre.
Sorprendentemente, ningún lector se ha pronunciado sobre el parecido entre un cuervo y un
pupitre (aunque Manuel Amorós los ha relacionado en un elegante acróstico dedicado a Poe). En
cuanto al doblete planteado por nuestra lectora Cordelia Sola: pasar de CUERVO a PALOMA
por la consabida vía de cambiar una letra cada vez y obteniendo en todos los pasos palabras
existentes, Miquel Bassols lo ha conseguido ¡en 32 pasos! ¿Alguien puede mejorarlo?
Empezaría cambiando la C inicial de CUERVO por las demás letras del alfabeto, una a una, y
mediante un sencillo programa de corrección de texto eliminaría las palabras inexistentes
Mientras yo mismo intentaba resolver el doblete ornitológico, me acordé de la paradoja de
Moravec. ¿Cómo lo resolvería un ordenador no muy listo (si se me permite el guiño
antropocéntrico)? Empezaría cambiando la C inicial de CUERVO por las demás letras del
alfabeto, una a una, y mediante un sencillo programa de corrección de texto (como el que subraya
en rojo las erratas) eliminaría las palabras inexistentes, como AUERVO, BUERVO, DUERVO,
EUERVO…, que me temo que son todas las que no empiezan por C; luego haría lo mismo con la
segunda letra y se quedaría con CIERVO; con la tercera y la cuarta no tendría más suerte que con
la primera; con la quinta obtendría CUERDO, CUERNO y CUERPO; y con la sexta tendría que
conformarse con CUERVA. A continuación repetiría el proceso con todas estas palabras de
distancia morfológica 1 a CUERVO, luego con todas las de distancia 2 y así sucesivamente. Un
acertijo que es todo un desafío carrolliano para un lector culto, buen conocedor del lenguaje y
ágil de mente, puede ser resuelto sin dificultad por un programa iterativo de lo más simple.

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Y en eso consiste la paradoja de Moravec: en contra de lo que nos dice la intuición, el
pensamiento inteligente y fundamentalmente lingüístico típico de los humanos no requiere
excesiva computación, mientras que las habilidades sensoriales y motoras (tan automatizadas que
ni siquiera somos conscientes de ellas) exigen una enorme capacidad computacional. Este hecho
sorprendente fue señalado en la década de los ochenta del siglo pasado por Hans Moravec,
Marvin Minsky y otros expertos en inteligencia artificial. Como dijo Moravec: “Es relativamente
fácil conseguir que los ordenadores muestren capacidades similares a las de un humano adulto en
un test de inteligencia, y muy difícil lograr que adquieran las habilidades perceptivas y motoras
de un bebé”.
Algo que a un ordenador le costaría un poco más sería proponer variantes interesantes de los
dobletes carrollianos
Próspero y sesudo 2017
Bien, veamos si nuestras sagaces lectoras y lectores pueden mostrar capacidades similares a las
de un ordenador personal y consiguen pasar del negro CUERVO a la blanca PALOMA por la vía
de los dobletes en menos de 32 pasos, o regresar a los córvidos pasando de la PALOMA a la
URRACA. Algo que a un ordenador le costaría un poco más sería proponer variantes interesantes
de los dobletes carrollianos; ¿se os ocurre alguna? Y queda pendiente (desde hace siglo y medio)
encontrar un buen parecido entre un cuervo y un pupitre.
Y puesto que escapamos (por los pelos) del 2016 para aventurarnos en el 2017, ¿qué se puede
decir de estos dos números tan especiales?

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