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Antropología unamuniana V
Instintos de conservación y perpetuación:
mediación de Charles Darwin1
SUMARIO
Nos proponemos realizar un estudio del marco teórico-conceptual en el que se ins-
criben las nociones unamunianas de instinto de conservación y perpetuación, bajo la
influencia que ejerció Charles Darwin en la formulación y estructuración del pensamiento
antropológico del rector salmantino. Con ello, intentaremos determinar lo esencial de su
propuesta filosófica que se halla determinada a priori por el conatus spinoziano de persis-
tencia.
Palabras Clave: lucha por la vida, instinto de conservación e instinto de perpetuación.
SUMMARY
We propose a study of the theoretical-conceptual framework in which Unamuno’s
notions of the instincts of self-preservation and perpetuation are inscribed, taking into
account the influence that Charles Darwin had on the formulation and configuration of
Unamuno’s anthropological ideas. In light of this we shall attempt to determine the essen-
tial elements of his philosophical proposal which is determined a priori by the Spinozan
conatus of persistence.
Key words: struggle for life, self-preservation instinct, and perpetuation instinct.
3 Cf., M. de Unamuno, “La locura del doctor Montarco”, en O.C., Madrid 1966, vol. I,
1131; M. de Unamuno, “Materialismo Popular”, en O.C., Madrid 1967, vol. III, 364; M. de Unamu-
no, “Conversación Tercera”, en O.C., Madrid 1968, vol. III, 388-389; M. de Unamuno, Sentimiento
trágico de la vida, en O.C., Madrid 1969, vol. VII, 152 y 197; M. de Unamuno, “Darwin”, en O.C.,
Madrid 1970, vol. VIII, 200-201; M. de Unamuno, Discurso pronunciado en el Paraninfo de la
Universidad de Valencia, a 22 de febrero de 1909, con ocasión del I Centenario del nacimiento de
Darwin…, en O.C., Madrid 1970, vol. IX, 252-267. [En las susodichas obras, la referencia a Darwin
se hace de forma explícita]. M. de Unamuno, Enseñanza del latín en España, en O.C., Madrid 1966,
vol. I, 879; M. de Unamuno, “Sobre la filosofía española”, en O.C., Madrid 1966, vol. I, 1164-1166;
M. de Unamuno, “Civilización y cultura”, en O.C., Madrid 1966, vol. I, 995. [Sin que haya una men-
ción explícita a Darwin en las tres últimas obras, la cuestión del evolucionismo es un tema central en
las mismas].
4 Cf., M. de Unamuno, “Darwin”, en O.C., Madrid 1970, vol. VIII, 201. “Aunque en otro
orden el impulso de Darwin en nuestro siglo, en el siglo en que nacimos los que al XX vamos, ha
sido tan profundo como en el XVI el de Lutero. Los mismos sentimientos religiosos –lo más entra-
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ñable y profundo que hay en el hombre– no se han sustraído al movimiento evolucionista o transfor-
mista en los más de los hombres a la vez que religiosos de veras cultos del siglo XIX”.
5 Cf., C. París, Unamuno: estructura de su mundo intelectual, Barcelona 1989, 141ss. En
este estudio, Carlos París procura determinar los elementos esenciales del pensamiento unamuniano
a partir de un análisis detallado a la influencia que Darwin ejerció en la formación de su pensamiento.
La particularidad de este estudio nos permite analizar el pensamiento del bilbaíno a partir del marco
teórico-conceptual darwiniano. Aquí, como sugestión de lectura, quisiéramos transcribir su compo-
sición interna a partir de los temas explícitamente analizados. Son ellos: (1) el sentido del universo;
(2) la clave del sentido, la “concientización”; (3) la oposición entropía-antientropía; (4) la dialéctica
“interior-exterior”, en el proceso evolutivo; (5) la constitución de las sociedades progresivamente
organizadas; (6) la consciencia reflexiva, “serse”; y, (7) la meta de la evolución, la conciencialización
final.
6 Cf., M. de Unamuno, “Darwin”, en O.C., Madrid 1970, vol. VIII, 200. “A medida que el
tiempo pase se irá poniendo cada vez más en claro todo lo que Darwin pesa en el pensamiento del
siglo XIX”.
7 Cf., Ib., 200. “Apenas hay disciplina del saber humano que no se haya vivificado en el
siglo XIX por la fecundísima doctrina de la evolución. El criterio evolucionista ha sido en él el
dominante en las ciencias puras, sobre todo en las ciencias llamadas por algunos concretas. Hijo de
él ha sido, en historia y sociología, el sentido histórico, flor la más preciada acaso del siglo que está
concluyendo. Todo se ha visto en proceso, in fieri; a la concepción estática ha sucedido la concepción
dinámica, o más bien genética de las cosas”.
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a costa de una progresiva disminución del interés por la figura del alemán. Una
circunstancia que, sin poner en duda la influencia hegeliana en la estructuración
del pensamiento occidental, permite destacar más bien el cambio metodológico
propuesto por el anglosajón al centrar su pensamiento en el mundo circundante de
la vida, ya que la filosofía de la evolución, como puntualiza el propio bilbaíno, no
siendo de matriz exclusivamente darwiniana, puede deslindarse ya en la dialéctica
de Hegel.
8 Ib., 200-201.
9 Ib., 201.
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10 Ib., 201.
11 Cf., M. de Unamuno, Discurso pronunciado en el Paraninfo de la Universidad de Valen-
cia, el 22 de febrero de 1909, con ocasión del I Centenario del nacimiento de Darwin…, en O.C.,
Madrid 1971, vol. IX, 257. “Cuando esta doctrina darwiniana empezó a extenderse y a propalarse,
no faltaron espíritus apocados que sintieran herida una ridícula vanidad. Hombres que son bastante
hombres se sintieron ofendidos porque se les supiera descender de una especie de mono. En otros,
justo es decirlo, nació la sospecha de que esa doctrina habría de derrumbar el más hondo consuelo de
la vida, la fe en la inmortalidad del alma”.
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Aquel santo y sabio hombre que se llamó Darwin, espíritu sereno, ecuánime
y magnánimo si los ha habido, debió de sufrir sin duda por la necia guerra de
dicterios, burlas e inepcias que los teólogos, tanto católicos como protestantes,
armaron contra él; pero no sufría menos al ver qué uso hacen de sus nobles y
meditadas enseñanzas los ateólogos y los sectarios del otro extremo. En sostener
y defender que el hombre no puede venir de un mono pusieron los teólogos aque-
llos un ardor y un empeño que nada tenían que ver con el amor a la verdad, y en
sostener y defender que del mono viene el hombre suelen poner muchos de estos
otros un ardor y un empeño también que tampoco tiene nada que ver con el amor
a la verdad. Ni unos ni otros pelean por la verdad13.
12 Ib., 259-260.
13 M. de Unamuno, “Conversación Tercera”, en O.C., Madrid 1968, vol III, 388-389.
14 Cf., M. de Unamuno, “Materialismo Popular”, en O.C., Madrid 1968, vol. III, 364. “Es
realmente triste cosa el que hombres que ignoran el teorema de Pitágoras, el modo de resolver una
sencilla proporción numérica, la posición y funciones del hígado, la ley de la caída de los graves, la
causa de las estaciones, la composición del aire atmosférico, los elementos, en fin, más elementales
de las ciencias, se pongan a leer ciertas obras que presuponen esos conocimientos. No buscan ciencia,
no; buscan una cierta seudofilosofía a base más o menos científica y con intención manifiestamente
anticristiana y hasta antirreligiosa. Y leen cosas tan endebles y tan sectarias como ese lamentable
libro sobre los enigmas del Universo que escribió Haeckel”.
15 Cf., M. de Unamuno, Discurso pronunciado en el Paraninfo de la Universidad de Valen-
cia, el 22 de febrero de 1909, con ocasión del I Centenario del nacimiento de Darwin…, en O.C.,
Madrid 1971, vol. IX, 258. “Se quiso presentar a Darwin como un enemigo, no ya del dogma cató-
lico, sino del cristianismo y de toda religiosidad. Y, sin embargo, este hombre tan ridículamente
combatido, combatido sin ser estudiado, fue un hombre, no sólo respetuosísimo con las creencias de
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¿Qué buscan en Darwin los obreros que a Darwin leen? ¿Ciencia? Creo
que no. Buscan – hay que decirlo claramente – anticristianismo, no ya anticato-
licismo. Y, claro, no lo encuentran. Buscan pruebas de que proceden del mono,
procedencia que parece halagarles – sin que a mí me repugne – no más sino por-
que va contra lo que dicen los curas. Y acaso algo peor17.
los demás, singularmente parsimonioso y prudentísimo, sino que fue un alma profundamente religio-
sa. Pocos hombres habrán sentido tan viva y tan íntimamente como él la solidaridad, no ya con los
demás hombres, sino con el universo todo. Su culto a la verdad fue un culto religioso”.
16 Cf., M. de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida…, en O.C., Madrid 1969, vol.
VII, 111. “Un día, hablando con un campesino, le propuse la hipótesis de que hubiese, en efecto, un
Dios que rige cielo y tierra. Conciencia del Universo, pero que no por eso sea el alma de cada hombre
inmortal en el sentido tradicional y concreto. Y me respondió: “Entonces, ¿para qué Dios?””
17 M. de Unamuno, “Materialismo Popular”, en O.C., Madrid 1968, vol. III, 364.
18 Cf., Ib., 364; y, M. de Unamuno, Discurso pronunciado en el Paraninfo de la Universidad
de Valencia, el 22 de febrero de 1909, con ocasión del I Centenario del nacimiento de Darwin…,
en O.C., Madrid 1971,vol. IX, 255. Si, en el primer documento, Unamuno afirma: “Darwin fue un
espíritu sereno, ponderado, prudente, nada dogmático y nada sectario, un verdadero genio científico”;
en el segundo, corroborando la tesis anteriormente expuesta, puntualiza: “¿Cómo se produce esta
diferencia radical y primaria, esta peculiaridad que distingue a un individuo de los demás? Darwin,
con su profundo sentido científico, con su genial parsimonia, confesó ignorarlo. La tendencia a la
variación espontánea la estimó siempre un enigma, pues no era de esos aturdidos, o más bien secta-
rios, que se imaginan haber la ciencia disipado los enigmas del universo”.
19 Cf., M. de Unamuno, “Darwin”, en O.C., Madrid 1970, vol. VIII, 200. “Es que no basta
concebir vastas y fecundas concepciones ni crear poemas del pensamiento abstracto tan hondos como
la Lógica de Hegel; es preciso, además, llevarlos a tierra, mostrarlos encarnados en hechos, darles
suelo firme. Y si la vasta doctrina de Evolución fue antes de Darwin concebida, desarrollada y formu-
lada, él fue quien primero la probó en un campo concreto de la vida universal”.
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Lucha por la vida, struggle for life, se llama a esto, y se supone arranca del
combate de cada individuo y de cada especie por conservarse. Hay ya en la Ética
de Spinoza una famosa proposición, la séptima de la tercera parte, en que esta-
blece que la esencia de un ser no es más que el esfuerzo con que se esfuerza por
persistir en su ser mismo. Pero en la Biblia está escrito: “creced y multiplicaos”
¡No; conservaos! Y, como hace notar muy bien Rolph en sus estudios biológicos,
no es el crecimiento y la multiplicación lo que les pide más alimento a los anima-
les, y para lograrlo les lleva a luchar, sino que es la tendencia a más alimento, a
excederse, lo que les hace crecer y multiplicarse. La tendencia del viviente no es
a conservarse, sino a excederse, a imponerse, a absorber a los demás21.
29 Cf., Ib., 102. Si es cierto que la “descendencia espiritual” permite al hombre unamuniano
la inmortalidad de su conciencia individual, no es igualmente menos cierto que sólo la vida intrahis-
tórica se presenta al hombre de carne y hueso como punto máximo de su anhelo constitutivo. “Yo
creo que ahora mismo, mientras te tiene apretado a su pecho tu Dulcinea, y lleva tu memoria de
siglo en siglo, yo creo que ahora todavía te envuelve cierta melancólica pesadumbre al pensar que
ya no puedes recibir en tu pecho el abrazo ni en tus labios el beso de Aldonza, ese beso que murió
sin haber nacido, ese abrazo que se fue para siempre y sin nunca haber llegado, ese recuerdo de una
esperanza en todo secreto y tan a solas y a calladas acariciada. // ¡Cuántos pobres mortales inmorta-
les, cuyo recuerdo florece en la memoria de las gentes, darían esa inmortalidad del nombre y de la
fama por un beso de toda la boca, no más que por un beso que soñaran durante su vida mortal toda!
¡Volver a la vida aparencial y terrena, encontrarse de nuevo en el augusto instante que una vez ido ya
no vuelve, quebrar el vergonzante miedo, trizar el tupido respeto o romper la ley y luego deshacerse
para siempre en los brazos de la deseada!”