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CT 4 (2012) 87-‌98

Antropología unamuniana V
Instintos de conservación y perpetuación:
mediación de Charles Darwin1

Emanuel José Maroco dos Santos2


Universidad de Coimbra
Universidad de Salamanca
maroco.dos.santos@gmail.com

SUMARIO
Nos proponemos realizar un estudio del marco teórico-conceptual en el que se ins-
criben las nociones unamunianas de instinto de conservación y perpetuación, bajo la
influencia que ejerció Charles Darwin en la formulación y estructuración del pensamiento
antropológico del rector salmantino. Con ello, intentaremos determinar lo esencial de su
propuesta filosófica que se halla determinada a priori por el conatus spinoziano de persis-
tencia.
Palabras Clave: lucha por la vida, instinto de conservación e instinto de perpetuación.

1 Este artículo es el resultado de un largo proyecto de investigación publicado primero en


Portugal, en la revista Igreja e Missão, y después en España, donde continuamos el desarrollo del mis-
mo en los Cuadernos del Tomás. Los títulos de los trabajos ya publicados son los que indicamos a con-
tinuación: “Antropología unamuniana I. El hombre de carne y hueso: lectura de Thomas Carlyle”, IM,
208 (2008), 213-232; “Antropología unamuniana II. Ser volitivo: presencia de Arthur Schopenhauer”,
IM 210 (2009), 3-17; “Antropología unamuniana III. Deseo de inmortalidad: afinidad literaria hacia
Miguel de Cervantes y Calderón de la Barca”, IM 215 (2010), 527-545; “Antropología unamuniana IV.
Hombre, en cuanto cosa, “res”: re-lectura de Baruch Spinoza”, CT 3 (2011) 73-84.
2 Emanuel José Maraco dos Santos es Licenciado en Filosofía por la Universidad de Coim-
bra, estudiante de doctorado en la Universidad de Salamanca y becario de investigación de la FCT
– Fundação para a Ciência e a Tecnologia (Lisboa, Portugal).
88 Emanuel José Maroco dos Santos

SUMMARY
We propose a study of the theoretical-conceptual framework in which Unamuno’s
notions of the instincts of self-preservation and perpetuation are inscribed, taking into
account the influence that Charles Darwin had on the formulation and configuration of
Unamuno’s anthropological ideas. In light of this we shall attempt to determine the essen-
tial elements of his philosophical proposal which is determined a priori by the Spinozan
conatus of persistence.
Key words: struggle for life, self-preservation instinct, and perpetuation instinct. 

Los instintos de conservación y perpetuación son dos categorías fundamen-


tales en la estructuración del hombre unamuniano. Prueba de ello es el hecho de
que, siendo parte integrante del conato de persistencia, sean innatos a la propia
naturaleza humana ontológicamente estructurada en torno a esta pulsión vital. En
lo que concierne al tema es muy significativo el uso que el bilbaíno da al vocablo
“instinto”, ya que, vinculándolo a una determinada actividad automática y con-
génita, pone de manifiesto el carácter innato de dichas categorías. El mencionado
supuesto corrobora también la gnoseología del autor que, edificada a partir de la
distinción kantiana entre fenómeno y noúmeno, concibe intencionalmente el acto
cognoscitivo en cuanto información de la materia de tal forma que dichos instintos
se edifican y configuran como informes puros a priori.
En este aspecto, Charles Darwin (1809-1882) es un pensador que merece la
máxima consideración: primero, porque su presencia se manifiesta en variadísi-
mos pasajes de la obra unamuniana, sobre todo en los ensayos que dan cuerpo
al segundo período de su formación intelectual (1887-1913)3; después, porque
Unamuno le atribuye un papel muy significativo en la re-estructuración de las más
variadas ramas del saber del siglo XIX, similar a la influencia que Lutero ejerció
durante el siglo XVI4; y, finalmente, porque el pensamiento de Darwin y su doc-

3 Cf., M. de Unamuno, “La locura del doctor Montarco”, en O.C., Madrid 1966, vol. I,
1131; M. de Unamuno, “Materialismo Popular”, en O.C., Madrid 1967, vol. III, 364; M. de Unamu-
no, “Conversación Tercera”, en O.C., Madrid 1968, vol. III, 388-389; M. de Unamuno, Sentimiento
trágico de la vida, en O.C., Madrid 1969, vol. VII, 152 y 197; M. de Unamuno, “Darwin”, en O.C.,
Madrid 1970, vol. VIII, 200-201; M. de Unamuno, Discurso pronunciado en el Paraninfo de la
Universidad de Valencia, a 22 de febrero de 1909, con ocasión del I Centenario del nacimiento de
Darwin…, en O.C., Madrid 1970, vol. IX, 252-267. [En las susodichas obras, la referencia a Darwin
se hace de forma explícita]. M. de Unamuno, Enseñanza del latín en España, en O.C., Madrid 1966,
vol. I, 879; M. de Unamuno, “Sobre la filosofía española”, en O.C., Madrid 1966, vol. I, 1164-1166;
M. de Unamuno, “Civilización y cultura”, en O.C., Madrid 1966, vol. I, 995. [Sin que haya una men-
ción explícita a Darwin en las tres últimas obras, la cuestión del evolucionismo es un tema central en
las mismas].
4 Cf., M. de Unamuno, “Darwin”, en O.C., Madrid 1970, vol. VIII, 201. “Aunque en otro
orden el impulso de Darwin en nuestro siglo, en el siglo en que nacimos los que al XX vamos, ha
sido tan profundo como en el XVI el de Lutero. Los mismos sentimientos religiosos –lo más entra-
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trina de la evolución dejó huellas en el sistema filosófico unamuniano que por su


importancia merecen de un análisis particular. De este modo, dado que este capí-
tulo de la obra unamuniana no siempre fue debidamente estudiado por sus comen-
tadores, creemos, en la línea de Carlos París5 que es necesario analizar la recepción
que Unamuno realiza de la doctrina darwiniana de la evolución, puesto que ésta
tiene implicaciones decisivas en la elaboración de su sistema filosófico, sobre todo
en lo que concierne a los principios ontológicos que vertebran a su concepción de
la existencia humana.
La primera alusión significativa que encontramos en los textos unamunianos al
biólogo británico aparece en un pequeño ensayo de 1901 titulado sugestivamente
“Darwin”. En él, el catedrático de Salamanca, atendiendo al siglo que acababa de
concluir, puntualiza sus aspectos fundamentales a partir de una referencia directa
al naturalista inglés6 y a su doctrina de la evolución7. Y lo hace porque, a su juicio,
la influencia que el evolucionismo ejerció durante el siglo XIX, en las más varia-
das ramas del saber, ha sido determinante en la reestructuración del pensamiento
occidental, como lo demuestran las sucesivas re-conceptualizaciones que suscitó
en el saber filosófico, científico y teológico de aquel entonces.
Analicemos, en un primer momento, su influencia sobre la estructuración del
saber filosófico-científico del siglo XIX. Las lecturas unamunianas de Darwin,
siendo posteriores a las de Hegel, maestro de su primera formación intelectual, per-
mitieron que la creciente importancia concedida al naturalista inglés se afianzase

ñable y profundo que hay en el hombre– no se han sustraído al movimiento evolucionista o transfor-
mista en los más de los hombres a la vez que religiosos de veras cultos del siglo XIX”.
5 Cf., C. París, Unamuno: estructura de su mundo intelectual, Barcelona 1989, 141ss. En
este estudio, Carlos París procura determinar los elementos esenciales del pensamiento unamuniano
a partir de un análisis detallado a la influencia que Darwin ejerció en la formación de su pensamiento.
La particularidad de este estudio nos permite analizar el pensamiento del bilbaíno a partir del marco
teórico-conceptual darwiniano. Aquí, como sugestión de lectura, quisiéramos transcribir su compo-
sición interna a partir de los temas explícitamente analizados. Son ellos: (1) el sentido del universo;
(2) la clave del sentido, la “concientización”; (3) la oposición entropía-antientropía; (4) la dialéctica
“interior-exterior”, en el proceso evolutivo; (5) la constitución de las sociedades progresivamente
organizadas; (6) la consciencia reflexiva, “serse”; y, (7) la meta de la evolución, la conciencialización
final.
6 Cf., M. de Unamuno, “Darwin”, en O.C., Madrid 1970, vol. VIII, 200. “A medida que el
tiempo pase se irá poniendo cada vez más en claro todo lo que Darwin pesa en el pensamiento del
siglo XIX”.
7 Cf., Ib., 200. “Apenas hay disciplina del saber humano que no se haya vivificado en el
siglo XIX por la fecundísima doctrina de la evolución. El criterio evolucionista ha sido en él el
dominante en las ciencias puras, sobre todo en las ciencias llamadas por algunos concretas. Hijo de
él ha sido, en historia y sociología, el sentido histórico, flor la más preciada acaso del siglo que está
concluyendo. Todo se ha visto en proceso, in fieri; a la concepción estática ha sucedido la concepción
dinámica, o más bien genética de las cosas”.
90 Emanuel José Maroco dos Santos

a costa de una progresiva disminución del interés por la figura del alemán. Una
circunstancia que, sin poner en duda la influencia hegeliana en la estructuración
del pensamiento occidental, permite destacar más bien el cambio metodológico
propuesto por el anglosajón al centrar su pensamiento en el mundo circundante de
la vida, ya que la filosofía de la evolución, como puntualiza el propio bilbaíno, no
siendo de matriz exclusivamente darwiniana, puede deslindarse ya en la dialéctica
de Hegel.

De las migajas de la mesa intelectual de Hegel hánse alimentado no pocos


pensadores tenidos en grandísima estima y más leídos aún que el maestro. Si
alguien comprendía lo más íntimo de la concepción ideal del siglo XIX, del siglo
que bajo los imperios de Kant y de Napoleón se abriera, ese alguien es Hegel.
Darwin no fue, después de todo, más que un concienzudo e inteligente especia-
lista, espíritu noble y mente perspicaz, que interrogó a la naturaleza en uno de sus
muchos rincones. ¿Por qué, pues, pesa tanto en el pensamiento del siglo XIX?8

La importancia concedida al filósofo alemán es incuestionable, puesto que la


expresión unamuniana “de las migajas de la mesa intelectual de Hegel” no nos per-
mite dudar de la estima que el bilbaíno sentía por su pensamiento, que interpretaba
como expresión especulativa de la visión dinámica e histórica de lo real. Importan-
cia tanto mayor si tenemos en cuenta que, en un primer análisis, nos parece que la
figura de Hegel es exaltada en detrimento de la del inglés. Sin embargo, inmedia-
tamente después del mencionado pasaje, bajo una crítica directa al pensamiento
abstracto hegeliano, el rector salmantino, contestando a la cuestión que él mismo
plantea, puntualiza la magnitud del pensamiento darwiniano haciendo patente el
cambio metodológico que propone el inglés al concretar su reflexión a partir del
mundo de los hechos.

Es que no basta concebir vastas y fecundas concepciones ni crear poemas


del pensamiento abstracto tan hondos como la Lógica de Hegel; es preciso, ade-
más, llevarlos a tierra, mostrarlos encarnados en hechos, darles suelo firme. Y si
la vasta doctrina de la Evolución fue antes de Darwin concebida, desarrollada
y formulada, él fue quien primero la probó en un campo concreto de la vida
universal. Las leyes de la lucha por la vida, de la selección del más apto, de la
adaptación al medio, de la herencia, fue Darwin quien nos las mostró en vivo. Y
sobre todo la de la selección. A él se le debe más que a nadie el principio de la
selección9.

8 Ib., 200-201.
9 Ib., 201.
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Analicemos, ahora, la influencia de Darwin en la teología del siglo XIX.


Como ya hemos mencionado, Unamuno establece un paralelismo entre las figuras
de Darwin y Lutero con respecto a la influencia que ambos ejercieron en sus res-
pectivos siglos. La razón de dicho paralelismo radica en el hecho de que si el ale-
mán, en el siglo XVI, dio origen a la Reforma protestante con el estabelecimiento
de la libertad exegética del texto bíblico, en el siglo XIX, el inglés, con su teoría de
la evolución – que coloca en el origen de la humanidad en una especie particular
de simio – imprimió un nuevo rumbo en la reflexión teológica que a partir de aquel
entonces ha sido obligada a replantear sus cuadros teórico-conceptuales.

En las más puras y elevadas esferas del pensamiento cristiano moderno el


evolucionismo ha vivificado la investigación primero, el sentimiento mismo reli-
gioso después. Basta repasar la noble e inmensa labor que la escuela exegética
alemana ha llevado a cabo, basta ver a qué punto de depuración llega el ideal
cristiano en un Harnack, en un Sabatier, en otro cualquiera de los discípulos de la
escuela histórica, genuinamente histórica10.

La particularidad de la reflexión unamuniana en lo relativo al cambio que


propone del análisis del darwinismo se manifiesta de forma evidente. Si hasta
aquel entonces el anglosajón era comúnmente señalado como uno de los grandes
maestros de la sospecha, es decir, como uno de los mayores críticos de la fe en la
inmortalidad del alma11, con Unamuno éste adquiere, al revés, el estatuto de gran
precursor de la dignidad humana, ya que, para el rector salmantino, la fe es una
potencia cognoscitiva adogmática. No nos extraña, pues, que el darwinismo pueda
convivir en Unamuno con la creencia en Dios y en la inmortalidad del alma, dado
que en el autor la fe es conceptualizada en términos volitivos; creer es querer creer.

Volviendo a Darwin –escribe el autor–, cúmpleme declarar que no puedo


convenir con los que sostienen que su doctrina ha destronado al hombre, derri-
bándole de aquel su puesto de rey de la creación en que se colocara. No, la doc-
trina darwiniana ha restablecido más bien, y sobre nuevas y más firmes bases,
la suprema dignidad del hombre; la doctrina darwiniana ha vuelto a hacer de él

10 Ib., 201.
11 Cf., M. de Unamuno, Discurso pronunciado en el Paraninfo de la Universidad de Valen-
cia, el 22 de febrero de 1909, con ocasión del I Centenario del nacimiento de Darwin…, en O.C.,
Madrid 1971, vol. IX, 257. “Cuando esta doctrina darwiniana empezó a extenderse y a propalarse,
no faltaron espíritus apocados que sintieran herida una ridícula vanidad. Hombres que son bastante
hombres se sintieron ofendidos porque se les supiera descender de una especie de mono. En otros,
justo es decirlo, nació la sospecha de que esa doctrina habría de derrumbar el más hondo consuelo de
la vida, la fe en la inmortalidad del alma”.
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la flor de la creación. Felicísimo estuvo el que llamó a Darwin el último de los


profetas12.

Asimismo el catedrático de Salamanca, al considerar a Darwin como el gran


precursor de la dignidad humana, no deja de incomodarse con las posiciones anti-
téticas y dogmáticas, de aceptación y rechazo, que los teóricos radicales, religiosos
y agnósticos, hacían de él. Nos parece particularmente significativa a este respecto
la reflexión que el bilbaíno ofrece en su ensayo “Conversación Tercera”, publicado
por primera vez en agosto de 1910 en La Nación de Buenos Aires. Y nos parece
significativa – decíamos - porque, al vincular las referidas posiciones con su noción
de verdad, pone de relieve el carácter eminentemente sectario de las mismas.

Aquel santo y sabio hombre que se llamó Darwin, espíritu sereno, ecuánime
y magnánimo si los ha habido, debió de sufrir sin duda por la necia guerra de
dicterios, burlas e inepcias que los teólogos, tanto católicos como protestantes,
armaron contra él; pero no sufría menos al ver qué uso hacen de sus nobles y
meditadas enseñanzas los ateólogos y los sectarios del otro extremo. En sostener
y defender que el hombre no puede venir de un mono pusieron los teólogos aque-
llos un ardor y un empeño que nada tenían que ver con el amor a la verdad, y en
sostener y defender que del mono viene el hombre suelen poner muchos de estos
otros un ardor y un empeño también que tampoco tiene nada que ver con el amor
a la verdad. Ni unos ni otros pelean por la verdad13.

Sin embargo, es el pueblo sencillo, que busca en la lectura de Darwin razones


contra el fenómeno religioso, el que más entristece al catedrático de Salamanca:
en primer lugar, porque la referida lectura le está vedada por la exigencia de un
conjunto previo de conocimientos que no posee14; después, porque el darwinismo
no niega necesariamente la religiosidad15; y, finalmente, porque una negación de la

12 Ib., 259-260.
13 M. de Unamuno, “Conversación Tercera”, en O.C., Madrid 1968, vol III, 388-389.
14 Cf., M. de Unamuno, “Materialismo Popular”, en O.C., Madrid 1968, vol. III, 364. “Es
realmente triste cosa el que hombres que ignoran el teorema de Pitágoras, el modo de resolver una
sencilla proporción numérica, la posición y funciones del hígado, la ley de la caída de los graves, la
causa de las estaciones, la composición del aire atmosférico, los elementos, en fin, más elementales
de las ciencias, se pongan a leer ciertas obras que presuponen esos conocimientos. No buscan ciencia,
no; buscan una cierta seudofilosofía a base más o menos científica y con intención manifiestamente
anticristiana y hasta antirreligiosa. Y leen cosas tan endebles y tan sectarias como ese lamentable
libro sobre los enigmas del Universo que escribió Haeckel”.
15 Cf., M. de Unamuno, Discurso pronunciado en el Paraninfo de la Universidad de Valen-
cia, el 22 de febrero de 1909, con ocasión del I Centenario del nacimiento de Darwin…, en O.C.,
Madrid 1971, vol. IX, 258. “Se quiso presentar a Darwin como un enemigo, no ya del dogma cató-
lico, sino del cristianismo y de toda religiosidad. Y, sin embargo, este hombre tan ridículamente
combatido, combatido sin ser estudiado, fue un hombre, no sólo respetuosísimo con las creencias de
Antropología unamuniana V 93

existencia de Dios implica el incumplimiento de la aspiración humana de inmorta-


lidad16.

¿Qué buscan en Darwin los obreros que a Darwin leen? ¿Ciencia? Creo
que no. Buscan – hay que decirlo claramente – anticristianismo, no ya anticato-
licismo. Y, claro, no lo encuentran. Buscan pruebas de que proceden del mono,
procedencia que parece halagarles – sin que a mí me repugne – no más sino por-
que va contra lo que dicen los curas. Y acaso algo peor17.

Para el catedrático de Salamanca, la importancia del pensamiento darwiniano


puede desvelarse en dos aspectos fundamentales: primero, en la búsqueda de una
verdad adogmática18 y, después, en la fidelidad a la realidad concreta del mundo de
la vida19. Y es precisamente en la conjugación de estos dos aspectos, es decir, en
la construcción de un sistema interpretativo de la totalidad de lo real de forma no
dogmática, donde puede resumirse la influencia de Darwin en Unamuno. Para el
rector salmantino, solo la fidelidad a la tierra que expresa el mundo primario e ins-
tintivo de la vida permite un análisis adecuado del mundo que habitamos y del cual
somos herederos, y que lejos de configurarse bajo el primado de una racionalidad
aséptica se concreta más bien en la crudeza primaria de la lucha por la pervivencia
del ser.

los demás, singularmente parsimonioso y prudentísimo, sino que fue un alma profundamente religio-
sa. Pocos hombres habrán sentido tan viva y tan íntimamente como él la solidaridad, no ya con los
demás hombres, sino con el universo todo. Su culto a la verdad fue un culto religioso”.
16 Cf., M. de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida…, en O.C., Madrid 1969, vol.
VII, 111. “Un día, hablando con un campesino, le propuse la hipótesis de que hubiese, en efecto, un
Dios que rige cielo y tierra. Conciencia del Universo, pero que no por eso sea el alma de cada hombre
inmortal en el sentido tradicional y concreto. Y me respondió: “Entonces, ¿para qué Dios?””
17 M. de Unamuno, “Materialismo Popular”, en O.C., Madrid 1968, vol. III, 364.
18 Cf., Ib., 364; y, M. de Unamuno, Discurso pronunciado en el Paraninfo de la Universidad
de Valencia, el 22 de febrero de 1909, con ocasión del I Centenario del nacimiento de Darwin…,
en O.C., Madrid 1971,vol. IX, 255. Si, en el primer documento, Unamuno afirma: “Darwin fue un
espíritu sereno, ponderado, prudente, nada dogmático y nada sectario, un verdadero genio científico”;
en el segundo, corroborando la tesis anteriormente expuesta, puntualiza: “¿Cómo se produce esta
diferencia radical y primaria, esta peculiaridad que distingue a un individuo de los demás? Darwin,
con su profundo sentido científico, con su genial parsimonia, confesó ignorarlo. La tendencia a la
variación espontánea la estimó siempre un enigma, pues no era de esos aturdidos, o más bien secta-
rios, que se imaginan haber la ciencia disipado los enigmas del universo”.
19 Cf., M. de Unamuno, “Darwin”, en O.C., Madrid 1970, vol. VIII, 200. “Es que no basta
concebir vastas y fecundas concepciones ni crear poemas del pensamiento abstracto tan hondos como
la Lógica de Hegel; es preciso, además, llevarlos a tierra, mostrarlos encarnados en hechos, darles
suelo firme. Y si la vasta doctrina de Evolución fue antes de Darwin concebida, desarrollada y formu-
lada, él fue quien primero la probó en un campo concreto de la vida universal”.
94 Emanuel José Maroco dos Santos

No causa extrañeza, pues, la importancia que Unamuno concede a la expre-


sión darwiniana struggle for life, ya que ésta permite poner de relieve no solo el
carácter concreto del mundo circundante de la vida, sino también la esencia de la
vida misma en su esfuerzo por perseverar en ser. Es precisamente en esta correla-
ción teórico-conceptual entre las nociones de struggle for life y conatus essendi
donde podríamos insertar los conceptos que integran el título del presente estudio.
Pero antes de analizarlos quisiéramos subrayar que éstos no agotan el tema, dado
que, para el bilbaíno, el “instinto de invasión” representa el último grado de su
concepción de lucha por la vida como lo evidencia el propio autor en varios pasa-
jes de su extensa obra20 y en especial en el discurso que pronuncia en I Centenario
del nacimiento de Darwin, celebrado el 22 de febrero de 1909 en la Universidad de
Valencia, donde puntualiza:

Lucha por la vida, struggle for life, se llama a esto, y se supone arranca del
combate de cada individuo y de cada especie por conservarse. Hay ya en la Ética
de Spinoza una famosa proposición, la séptima de la tercera parte, en que esta-
blece que la esencia de un ser no es más que el esfuerzo con que se esfuerza por
persistir en su ser mismo. Pero en la Biblia está escrito: “creced y multiplicaos”
¡No; conservaos! Y, como hace notar muy bien Rolph en sus estudios biológicos,
no es el crecimiento y la multiplicación lo que les pide más alimento a los anima-
les, y para lograrlo les lleva a luchar, sino que es la tendencia a más alimento, a
excederse, lo que les hace crecer y multiplicarse. La tendencia del viviente no es
a conservarse, sino a excederse, a imponerse, a absorber a los demás21.

Ahora bien, si es cierto que en Unamuno el “instinto de invasión” es la expre-


sión máxima de su concepción de lucha por la vida, observándose en ello una clara
afinidad intelectual del rector salmantino hacia el biólogo Rolph, no deja de ser
igualmente cierto que dicho concepto es extraño al pensamiento de Darwin. De
este modo, si nos referimos al mismo se debe tan solo a nuestro deseo de preci-
sar el cuadro-teórico conceptual en que se mueve del rector salmantino. De este
modo, centrados por ahora en los conceptos de conservación y perpetuación más
cercanos al pensamiento darwiniano, señalamos que la mención más detallada que
encontramos a los mismos en la obra del bilbaíno se ubica en el ensayo “Sobre
la filosofía española”, editado por primera vez en junio de 1904 en la revista La

20 M. de Unamuno, “Materialismo Popular”, en O.C., Madrid 1968, vol. III, 366-367. Un


mes más tarde, en su ensayo Materialismo Popular, bajo la misma interpretación de los enunciados
spinozianos, presenta la misma idea, pero con una concisión no lograda en el fragmento anterior. “La
llamada lucha por la vida sólo es eficaz cuando es lucha por la predominación, no por la conserva-
ción. La esencia del ser más que el conato a persistir en el ser mismo, según enseñaba Spinoza, es el
esfuerzo por ser más, por serlo todo: es el apetito de infinidad y de eternidad”.
21 Ib., 254.
Antropología unamuniana V 95

España Moderna de Madrid. En él, el autor, vinculando intencionalmente el acto


cognoscitivo con el conato de persistencia, puntualiza:

(1) Lo que llamamos instinto de conservación, la necesidad de vivir, es lo


que ha regido la economía de nuestro conocimiento y nuestra conciencia, dotán-
donos de aquellos medios y modos de conocer necesarios para mejor asegurar la
vida y hacernos más aptos en la lucha por conservarla, a la vez que excluyendo
los que a tal fin no conduzcan22.
(2) El instinto de perpetuación, la necesidad de sobrevivir, puede provocar
el desarrollo de gérmenes espirituales, o mejor dicho, la irrupción en la concien-
cia de todo un fondo subconsciente, que por falta de uso dormita allí23.

Para Unamuno, como podemos fácilmente percibir, la lucha por la vida


implica siempre la existencia de los instintos de conservación y perpetuación,
puesto que la expresión unamuniana “para mejor asegurar la vida y hacernos más
aptos en la lucha por conservarla”, no nos permite dudar de esta relación teórico-
conceptual. Pero, más allá de este aspecto se verifica también en el fragmento tras-
crito la identificación de dichos instintos con la necesidad de vivir y de sobrevivir,
bajo el trasfondo de la gnoseología unamuniana, y esto no es fortuito ni casual,
dado que la conservación y la perpetuación de las especies implican la posesión
de los conocimientos necesarios para el cumplimento de las referidas aspiracio-
nes. Cabría aún subrayar que el autor, diez años más tarde, en su Del sentimiento
trágico de la vida, de 1913, radicalizará el referido marco teórico-conceptual al
identificar dichos instintos con “el hambre” y “el amor” en cuanto fundamentos del
individuo y de la sociedad humana, respectivamente. Y radicalizará – decíamos –,
porque la mencionada conexión, así conceptualizada, expresa no ya dos facultades
gnoseológicas, sino más bien dos principios ontológicos elementales en la perse-
cución de la aspiración constitutiva de persistencia.

El instinto de conservación –escribe el bilbaíno–, el hambre, es el funda-


mento del individuo humano; el instinto de perpetuación, el amor, en su forma
más rudimentaria y fisiológica, es el fundamento de la sociedad humana. Y así
como el hombre conoce lo que necesita conocer para que se conserve, así, la
sociedad o el hombre, en cuanto ser social, conoce lo que necesita conocer para
perpetuarse en sociedad24.

Sin embargo, aunque constituyan dos principios onto-gnoseológicos elemen-


tales, la importancia que Unamuno les concede es manifiestamente asimétrica, ya

22 M. de Unamuno, “Sobre la filosofía española”, en O.C., Madrid 1966, vol. I, 1165-1166.


23 Ib., 1166.
24 M. de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida…, en O.C., Madrid 1969, vol. VII, 124.
96 Emanuel José Maroco dos Santos

que el conato de persistencia sólo encuentra su realización plena con la satisfac-


ción del instinto de perpetuación25, puesto que, “en el orden de la vida humana, el
individuo, movido por el mero instinto de conservación, creador del mundo mate-
rial, tendería a la destrucción, a la nada, si no fuese por la sociedad que, dándole el
instinto de perpetuación, creador del mundo espiritual, le lleva y le empuja al todo,
a inmortalizarse”26.
Una vez puntualizado el vínculo que Unamuno establece entre el instinto de
perpetuación y el amor en la formación de la sociedad humana, nos proponemos
analizar las diversas formas en que dicho instinto se concreta, señalando la supe-
rioridad de los hijos espirituales sobre los biológicos en la persecución del conato
de persistencia. Una de las referencias más explícitas al mencionado tema está
cristalizada en su obra Vida de Don Quijote y Sancho, de 1905, donde el autor,
refiriéndose al caballero manchego, afirma:

En el amor a la mujer arraiga el ansia de inmortalidad, pues es en él donde


el instinto de perpetuación vence y subyuga al de conservación, sobreponiéndose
así lo sustancial a lo meramente aparencial. Ansia de inmortalidad nos lleva a
amar a la mujer, y así fue como Don Quijote juntó en Dulcinea a la mujer y a la
Gloria, y ya que no pudiera perpetuarse por ella en hijos de carne, buscó eterni-
zarse por ella en hazañas de espíritu. (…). ¿Faltó con su castidad y continencia
al fin del amor? No, pues engendró en Dulcinea hijos espirituales duraderos.
Casado no podría haber sido tan loco; los hijos de carne le hubieran arrebatado
de sus hazañosas empresas27.

Para Unamuno, hay fundamentalmente dos formas de amor, el “amor erótico”


y el “meta-erótico”. Bajo estas dos formas el hombre unamuniano tiene la posibili-
dad de inmortalizarse a través de sus hijos biológicos y espirituales. Sin embargo,
hay una asimetría ontológica asociada a las referidas formas de persistencia que es
necesario considerar28, ya que la inmortalidad sólo se cumple verdaderamente si
supone la persistencia de la conciencia individual. De este modo, no extraña que
Unamuno encuentre en la descendencia espiritual la vía más eficaz para satisfacer

25 Cf., M. de Unamuno, Discurso pronunciado en el Paraninfo de la Universidad de Valen-


cia, el 22 de febrero de 1909, con ocasión del I Centenario del nacimiento de Darwin…, en O.C.,
Madrid 1971, vol. IX, 254. “La tendencia del viviente no es a conservarse, sino a excederse, a impo-
nerse, a absorber a los demás. ¡Desgraciados de los conservadores, de los que se quedan a la defensi-
va!”
26 M. de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida…, en O.C., Madrid 1969, vol. VII,
235.
27 M. de Unamuno, Vida de Don Quijote y Sancho…, en O.C., Madrid 1968, vol. III, 98.
28 Cf., Ib., 155. “Hay que inquietar los espíritus y enfusar en ellos fuertes anhelos, aun a
sabiendas de que no han de alcanzar nunca lo anhelado. Hay que sacarle a Sancho de su casa, desarri-
mándole de mujer e hijos, y hacer que corra en busca de aventuras; hay que hacerle hombre”.
Antropología unamuniana V 97

su anhelo de inmortalidad29, ya que solo por ella su hombre intrahistórico puede


perpetuarse indefinidamente en la historia de la humanidad. Además, si tenemos en
consideración el subjetivismo onto-gnoseológico del autor, que asume como suyo
el principio berkeleyano esse est percipi, habría que añadir que los hijos espiritua-
les, al sustraer la existencia de su creador a sus propios actos de consciencia, per-
miten un cumplimiento más efectivo de su aspiración vital, puesto que, por ellos,
su existencia puede sobrevivir indefinidamente en la memoria de sus lectores.
En definitiva, la recepción por parte de Unamuno de la doctrina darwiniana de
la evolución anima de tal forma su pensamiento, que el deseo de persistencia acaba
por hallar en los instintos de conservación y perpetuación sus orientaciones onto-
gnoseológicas elementales. En este mundo instintivo vertebrado a partir de esta
doble pulsión, Unamuno establece una jerarquía de valores no solo con relación a
cada una de las referidas pulsiones sino también a cada una de las formas en que se
concretan, puesto que los mencionados instintos y los modos en que se extienden
son diferentes entre sí por lo que respecta al grado de persistencia que potencian.
Asimismo, no es de extrañar que, para el bilbaíno, el instinto de perpetuación tenga
preponderancia sobre el de conservación, así como el linaje espiritual sobre el
biológico, ya que solo la acción conjunta de ambas realidades permite al hombre
unamuniano la supervivencia de su consciencia individual.

29 Cf., Ib., 102. Si es cierto que la “descendencia espiritual” permite al hombre unamuniano
la inmortalidad de su conciencia individual, no es igualmente menos cierto que sólo la vida intrahis-
tórica se presenta al hombre de carne y hueso como punto máximo de su anhelo constitutivo. “Yo
creo que ahora mismo, mientras te tiene apretado a su pecho tu Dulcinea, y lleva tu memoria de
siglo en siglo, yo creo que ahora todavía te envuelve cierta melancólica pesadumbre al pensar que
ya no puedes recibir en tu pecho el abrazo ni en tus labios el beso de Aldonza, ese beso que murió
sin haber nacido, ese abrazo que se fue para siempre y sin nunca haber llegado, ese recuerdo de una
esperanza en todo secreto y tan a solas y a calladas acariciada. // ¡Cuántos pobres mortales inmorta-
les, cuyo recuerdo florece en la memoria de las gentes, darían esa inmortalidad del nombre y de la
fama por un beso de toda la boca, no más que por un beso que soñaran durante su vida mortal toda!
¡Volver a la vida aparencial y terrena, encontrarse de nuevo en el augusto instante que una vez ido ya
no vuelve, quebrar el vergonzante miedo, trizar el tupido respeto o romper la ley y luego deshacerse
para siempre en los brazos de la deseada!”

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