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Debo confesar que por un momento acusé el golpe, y me retiré a una esquina a recibir lo
que en boxeo llaman la cuenta de protección, la guardia abajo. Después de todo, la
aprobación de esta nueva ley es el centro alrededor del cual algunos de nosotros
pensamos girará un nuevo modelo para relacionar a la sociedad y desarrollar la
industria que nos ha definido como nación por algo más de un siglo.
¿Será que mi amigo tiene razón? Me repite el yo interior súbitamente menos seguro de
sus ideas. ¿Será que la mitología que hemos construido alrededor del petróleo, y su
panteón de semidioses, son obstáculos insoslayables, aún para generaciones de
venezolanos, las más, que no tienen la menor idea de quien fue Pérez Alfonso y para
quien la OPEP es un club de países con petróleo que parece no ayudarnos mucho?
¿Por qué no nos damos el permiso de olvidar, aunque sea como experimento, nuestra
historia heredada, y analizamos el problema que tenemos entre manos? Después de
todo Juan Pablo Pérez Alfonzo nació en 1909 y Rómulo Betancourt, su jefe político
e ideológico, en 1908. La frase de Arturo Uslar Pietri (1906) de “Sembrar el
Petróleo”, que tanto centimetraje ha acaparado, data de 1936. Ninguno de ellos, por
cierto, sabía mucho o nada de la industria petrolera como actividad productiva, y su
aproximación a ella era esencialmente política y fiscalista; era su tiempo y
su circunstancia.
carretera en la próxima curva, cuando las luces altas del futuro nos sorprendan”
Betancourt escribió “Venezuela, Política y Petróleo”, su obra más admirada, en la
primera mitad de los años cincuenta del siglo XX, durante su exilio de la dictadura
de Marcos Pérez Jiménez, su aliado en el golpe a Medina Angarita. Este libro es
como el Quijote de Cervantes, está en muchas bibliotecas, mucho se cita su existencia,
pero es muy poco leído.
Es fácil identificar en esos principios todos los actos de política que sucesivos gobiernos
venezolanos han llevado a cabo desde el llamado trienio adeco, 1945-1948 hasta
nuestros días: No más concesiones; la subida de impuestos y regalías; la estatización
(mal llamada nacionalización de 1975); la creación de una empresa estatal (CVP en
1960, y luego PDVSA en 1975); el monopolio de toda la actividad en la cadena, entre
los principales. Aunque la OPEP no aparece en el libro de Betancourt, es una
consecuencia directa de su visión adversaria con las multinacionales, propia también de
su tiempo.
Y creo que también podemos hoy postular, a la vista de la evidencia histórica, que en
la medida que el Estado se ha involucrado más profundamente en el manejo de
la industria petrolera, siguiendo por diseño o por defecto la visión que heredamos de
esos semidioses, ella se ha convertido en un elemento de control político de toda una
sociedad que le cuesta romper las cadenas de un pasado que muchos políticos se
empeñan en mantener vivo. La promesa inicial de que esa industria pudiera llevarnos a
la modernidad, ha quedado maltrecha en el camino. No es que la historia no sea
importante, todo lo contrario. La historia petrolera, que en nuestro caso en particular
empieza a finales del siglo XIX, nos ha dejado lecciones que creo haríamos bien en
repasar, aunque sea de manera general.
Pero como dijo Dorothy en el Mago de Oz, después de ser lanzada por los aires por un
tornado, con todo y casa: “Ya no estamos en Kansas”. El mundo en el que vivieron
nuestros referentes petroleros ya no existe, se desvaneció con el siglo XX, sin duda
el siglo del petróleo.
El siglo XXI, en el que como sociedad no hemos podido transitar, en gran parte por la
rémora de ideas muertas que mucho de la clase política se empeña en esposar, ofrece
retos que ninguno de nuestros semidioses hubiera podido imaginar.
Necesitamos de nuevas ideas y voces. En la época del calentamiento global;
la Inteligencia Artificial; las pandemias; la globalización teñida de nacionalismo;
la economía del conocimiento, y tantas otras fuerzas que se están gestando, la visión
de Venezuela como país petrolero que heredamos del siglo XX es, sin temor a
equivocarme, anacrónica.
Usar el cedazo de las ideas de esos grandes hombres del pasado puede
sonar inteligente y hasta necesario, pero me pregunto y le pregunto a mi amigo: Si ser
una mala imitación del pasado es lo que nos guiará hacia esa tierra desconocida que es
el futuro.