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Nuestro quehacer educativo está configurado bajo elementos ideales, y objetivado mediante
idealizaciones subjetivas todo el tiempo, ya que consiste en: orientar a los alumnos a
situaciones de aprendizaje, para que obtengan conocimientos útiles para la vida. De ahí el
origen de la complejidad del quehacer educativo, no obstante el formato de sistematización
pedagógica de las prácticas y del formato de control administrativo –a propósito de las
evaluaciones–, de las prácticas educativas. Entonces, ¿qué podríamos decir de las
condiciones laborales en las que vivimos subsumidos los docentes de educación
secundaria?, ¿qué decir de las relaciones de poder que subyacen al interior de los centros
educativos?, ¿qué decir del posicionamiento personal de cada maestro de educación
secundaria, de su condición laboral, de sus propias expectativas profesionales?; también es
menester preguntarnos ¿de qué manera incide su acervo cultural para uso y beneficio no
sólo de la acción pedagógica sino a favor de configurar su propia trayectoria laboral y de
legitimar su propia participación laboral, que suponemos con tintes de connotación
política?
Creemos que así debe ser, y justo este tipo de suposiciones cotidianas y propias del
quehacer docente son las que constituyen el imaginario colectivo(1) de los profesores de
educación secundaria. Arribamos así a una situación única que nos coloca dentro de un
idealismo permanente cuyas idealizaciones nos alejan, poco a poco, de los ejercicios de
análisis y selección de los eventos pedagógicos y de orden político-laborales dentro de
nuestro propio contexto de trabajo, donde con frecuencia nos vemos invadidos de
informaciones como: los cursos de actualización para facilitar el trabajo dentro del aula,
“logros” y conquistas sindicales... de manera que todo el tiempo consumimos información
sobre asuntos diversos: modelos pedagógicos, modelos de evaluación, recibimos consignas
de lo que debemos hacer en los grupos, de cómo debemos presentar los informes al área
administrativa, información sobre “supuestos” logros laborales que consigue la
representación sindical en favor de los maestros o de algún trabajador en particular... Es así
que, poco a poco, con los años, bajo los esfuerzos cotidianos de entender, organizar y
asimilar esas informaciones con la ayuda de nuestro compañeros de trabajo y nuestros jefes
inmediatos, en medio de la mística de los discursos oficiales, con el encanto o el desencanto
del trabajo que realizamos, con nuestros propios sueños, ilusiones o expectativas, y con la
convivencia de nuestros alumnos, llegamos a configurar una cultura laboral con un discurso
idealista, estructurado bajo suposiciones, sin lugar a argumentaciones o a cuestionamientos
de gran profundidad. Debo aclarar, para quien lo desconoce, que las propias condiciones
del medio laboral, en el ámbito institucional, no admiten cuestionamientos. En lo general
los profesores siempre debemos estar en línea, ¡siempre en una línea! En el mejor de los
casos orientamos nuestros esfuerzos académicos a creer fragmentos inconexos de
informaciones no siempre “sopesados” o correctos (me refiero a los asuntos de tipo
pedagógico, que son de lo que menos sabemos en nuestro medio), no obstante que este tipo
de asuntos son el pretexto ideal para justificar actualizaciones poco congruentes con las
exigencias del medio social, ¡que son la materia prima de la que deberíamos estar más
impregnados los maestros y los administradores de los establecimientos educativos!, de
acuerdo con la orientación de este escrito: las escuelas de educación secundaria.
El tipo de socialización entre compañeros de trabajo toma sus propios matices de acuerdo
con el grado y estilo de participación de cada profesor, pues las relaciones laborales dentro
de cada institución toman rasgos singulares o propios según el tipo de liderazgos que se
ejerzan desde el interior, según las expectativas de crecimiento personal y la propia visión
de los asuntos educativos que tengan los líderes en sus discursos; esto genera elementos de
tensión, presión y acción en la cultura laboral de la que formamos parte, donde cada uno de
los trabajadores, en especial de los profesores y mandos superiores inmediatos, asumen un
papel estratégico en las relaciones de poder que se dan al interior –pero también al exterior–
de las instituciones educativas.
Según Ball: “el director es quien da las promociones, es quien da las certificaciones, es
quien define de forma decisiva las carreras y es quien otorga o no las promociones... Es
obvio que ninguna promoción es enteramente neutral en sus efectos. El director hace
amigos y enemigos, logra partidarios y provoca oposición”. Comentario teórico que, sin
más, alude a los criterios informales que suelen gravitar en las condiciones de ingreso,
permanencia y promoción de los maestros de secundaria, que nos hace lograr el “estatus”
de favorecidos o marginados. Los asuntos laborales son objeto de interés permanente de los
directores, y su dominio reside en ordenar y controlar la participación laboral a través de las
representaciones delegacionales simbólicas (cuadros de trabajadores constituidos mediante
elecciones y que representan los intereses de los trabajadores).
En una revisión somera del mapa curricular de las diversas licenciaturas de formación de
docentes: Preescolar, Primaria o la especialidad en Formación Cívica y Ética (por poner un
ejemplo de Secundaria), existen asignaturas que están orientadas a integrar conocimientos
en materia de Derechos Humanos a los futuros profesores, lo que evidencia que se busca
atender la necesidad social por dignificar el estatus humano en términos de una convivencia
social regulada por valores como la cordialidad, el respeto y la dignidad, entre otros valores
humanos, y que el medio adecuado para esta intención es la educación básica. Educar en
Valores y en Derechos Humanos tiene la loable pretensión de combatir los fanatismos, las
discriminaciones, las exclusiones y los prejuicios entre quienes formamos la sociedad, aun
cuando pertenezcamos a grupos e identidades institucionales bien definidas. Todos
educadores debemos asumir este reto, iniciando por nosotros mismos en nuestros lugares de
trabajo, manteniendo la defensa de nuestros derechos, cumpliendo dignamente con nuestras
obligaciones y manteniendo en alto, con ética y congruencia, nuestra imagen y nuestro
quehacer de educadores.
Asumimos que existen valores humanos bien definidos que contribuyen al buen desarrollo
social de los seres humanos: respetarlos es tarea de todos, violentarlos es tarea de unos
pocos seducidos por el poder y la facultad de control, que también se alimentan de
idealismos, idealizaciones, prejuicios e “ignorancia”, y que forman parte del imaginario
colectivo en que nos desenvolvemos. Establecer límites y hacerlos valer es tarea de todos.
Pero, ¿cuáles son estos valores?, ¿por qué desde el punto de vista cultural se constituyen en
derechos?, ¿por qué nos compete conocerlos, fortalecerlos y conservarlos, en tanto
profesores al servicio de la educación oficial básica?, ¿como educadores, cuál sería el
compromiso con ellos y cuál sería nuestra tarea?
Para comprender mejor el sentido de esta idea me apoyaré en Taylor (2006: 37) quien
define qué es un imaginario social, como: “...algo mucho más amplio y profundo que las
construcciones intelectuales que puedan elaborar las personas cuando reflexionan sobre la
realidad social de un modo distanciado. Pienso más bien en el modo en que imaginan su
existencia social, el tipo de cosas que ocurren entre ellas, las expectativas que se cumplen
habitualmente y las imágenes e ideas normativas más profundas que subyacen a estas
expectativas”.(2) El autor se refiere a la manera en cómo personas sencillas o comunes
imaginan su entorno social, que no se puede explicar en términos teóricos, sino a través de
relatos, leyendas, historias e imágenes. Es interesante la perspectiva de este autor, porque
de esta manera las percepciones, a través de relatos, se comparten por amplios grupos de
personas (lo que con anterioridad expliqué como imaginario colectivo), que no se
circunscriben al mismo conjunto, sino que trascienden a otras dimensiones de la sociedad;
pero que al ser una concepción colectiva que hace posibles las prácticas comunes y que
dota al grupo en cuestión con un sentimiento de cierto sentido de legitimidad y de
identidad, se corren ciertos riesgos en las vivencias cotidianas del mismo entorno laboral en
el que nos encontramos circunscritos, por ejemplo: generalizar situaciones que no deben ser
generalizables, casi todas en torno al deber ser y hacer educativo. Es decir, a la imagen y a
la acción educativa.
Los Derechos Humanos son un recurso de poca difusión entre el magisterio. La manera
como se “resuelven” los conflictos laborales ocasionados por el abuso de poder dentro de
las instituciones educativas, casi siempre quedan en la oscuridad y, en el peor de los casos,
sin solución. La manera como se articulan las relaciones de poder, al interior y al exterior
de las escuelas secundarias (siempre circunscritas al sistema educativo), se encuentran
regidas por los criterios informales, al amparo del esquema del clientelismo(3) (aunque en
la jerga laboral poco se conozca el origen teórico del concepto). Es por eso que las
relaciones laborales, cuando se vuelven conflictivas, casi siempre son ocasionadas por
decisiones arbitrarias desde quien ejerce el poder, lo que, en general lleva a situaciones sin
solución real, pues la existencia de este tipo de relaciones clientelares –regidas desde la
informalidad– condicionan la convivencia en el entorno y obstruyen la búsqueda de
soluciones reales por parte de los docentes que sufren este tipo de atropellos:
discriminación laboral, marginación laboral, hostigamiento, presión psicológica, entre
muchas otras.
Nos falta mucho por conocer y por aprender. Es necesario, mediante un criterio selectivo,
incorporar a nuestro acervo cultural las informaciones referentes a los Derechos Humanos,
apropiárnosla y aprender a ejercer con dignidad y respeto el quehacer de educadores;
asimismo mantener en alto, ante la sociedad y el propio gremio, nuestra imagen de
maestros en congruencia con el ideario de la profesión y con la imagen de docente que
queremos ser, que debemos ser y que la sociedad necesita.
Notas
1. Se refieren a la percepción del ser (imagen) y el deber ser (quehacer) del docente. Con la recurrencia
continua de estas idealizaciones se llega a formar parte de la memoria colectiva, lo que implica el conjunto
de experiencias compartidas como grupo; se refiere tanto a aquellas experiencias consideradas valiosas
como aquellas peligrosas o amenazantes. Es decir, las que deben comunicarse y las que deben mantenerse
en secreto. Lo podemos señalar como un efecto de historizar e historizarse.
2. Taylor, Charles. Imaginarios sociales modernos. Paidós Básica, Barcelona, 2006, p. 37.
3. Concepto emanado de la teoría política y aterrizado exitosamente al contexto educativo. Debemos
entenderlo como una relación de intercambio entre director (patrón) y maestro(s), persona de estatus menor
(cliente); donde el director mueve sus influencias para promover protección o beneficiar a una persona de
estatus menor (cliente). Se entiende que el docente que entra a este estado de dependencia clientelar ofrece a
cambio servilismo, lealtad y fidelidad. Las relaciones clientelares o de poder se rigen en el plano de lo
informal, son difusas y de difícil negociación, pero en nuestras escuelas secundarias son muy comunes,
forman parte de nuestra cultura laboral.
4. En: Gobierno de la República: Avances y retos del gobierno federal en materia de Derechos Humanos,
México, agosto de 2002. (http://www.gobernacion.gob.mx/archnov/InformeDH.pdf)
Bibliografía
BALL, Stephen J. La micropolítica de escuela, hacia una teoría de la organización escolar. Ed. Paidós.
España, 1989.
COLOM, Antoni J. La Pedagogía Institucional. Ed. THE. España, 2000.
GIROUX, Henry. Teoría y resistencia en la educación. Ed. Siglo XXI. México, 1992.
GONZÁLEZ Alcantud, José A. El Clientelismo Político. Perspectiva socioantropológica. Ed. Anthropos.
España, 1997.
NICASTRO, Sandra. La Historia institucional y el director de la escuela. Versiones y relatos. Ed. Paidós
Ibérica. Argentina, 1997.
SAVATER, Fernando. El valor de educar. Instituto de Estudios Educativos y Sindicales de América. México,
1997.
TAYLOR, Charles. Imaginarios sociales modernos. Ed. Paidós Básica. España, 2006.