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* Quisiera dar las gracias a Víctor Hugo Acuña, Carol Graham, María D'Alva Kinzo,
Roben Leiken, Juan Maiguascha, Nicola Miller, José Alvaro Moisés, Marco Palacios, Diego
Urbaneja, Laurence Whitehead y Samuel Valenzuela por sus comentarios y su ayuda, y, en par-
ticular, a Malcolm Deas por sus críticas y a James Dunkerley por su aliento.
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L A IZQUIERDA Y EL KOMINTERN
miembros del comité central del partido: Diego Rivera, David Siqueiros y
Xavier Guerrero; el novelista Jorge Amado, el pintor Cándido Portinari y el
arquitecto Osear Niemeyer eran miembros del Partido Comunista brasileño.
Muchos intelectuales, así como afiliados al partido, fueron invitados a visitar la
Unión Soviética y, al volver, reafirmaron la idea de que a dicho país le faltaba
poco para ser un paraíso de los trabajadores. El duradero compromiso de tales
intelectuales con sus respectivos partidos comunistas creó una cultura del marxis-
mo que impregnó la vida intelectual y, más adelante, las universidades. Pero no
todos los intelectuales, ni tan sólo una mayoría de ellos, eran marxistas. Muchos
encontraron más atractivos movimientos populistas radicales como, por ejem-
plo, el aprismo; otros se relacionaron estrechamente con la revolución mexica-
na; y muchos eran apolíticos o conservadores.
Quizá una de las razones que impulsaron a los intelectuales a afiliarse al Par-
tido Comunista residía en el hecho de que éste era como el reflejo en un espejo
de ese otro credo que todo lo abarca que es la Iglesia católica.2 Según Carlos
Fuentes, eran hijos de rígidas sociedades eclesiásticas. Ésta era la carga de Amé-
rica Latina... pasar de una iglesia a otra, del catolicismo al marxismo, con todo
su dogma y todo su ritual.3 El comunismo, al igual que el catolicismo, represen-
taba una fe universal y total. Moscú sustituyó a Roma como centro del dogma y
la inspiración. El comunismo, al igual que el catolicismo, necesitaba a su élite
para que guiase y dirigiese a las masas. El comunismo, al igual que el catolicis-
mo, era antiliberal y desconfiaba del mercado como principio orientador de la
economía. Los comunistas, al igual que los católicos, sufrieron a manos de sus
perseguidores. Existe el riesgo de exagerar estas analogías, pero hay algo de ver-
dad en ellas y, por supuesto, no sólo en el caso de América Latina: el clericalis-
mo tiende a crear anticlericalismo, y en el siglo xx el marxismo era una expre-
sión intensa de anticlericalismo. Los intelectuales europeos que se afiliaron al
Partido Comunista en su fase más estalinista eran conscientes de que el partido
exigía una devoción y un compromiso totales. Los miembros del partido sabían
que la disidencia podía significar la expulsión y la impotencia política: era mejor
ocultar las dudas y sumergirlas en la lealtad general al partido. No todos los
miembros del partido lo conseguían, por lo que había una corriente incesante de
expulsiones y defecciones. Era frecuente que a los primeros cismáticos los lla-
masen «trotskistas» y a menudo ellos mismos afirmaban que lo eran, aunque tan-
to ellos como sus acusadores eran muy poco precisos al hablar de lo que estaba
en juego en el seno del movimiento internacional.
Desde sus comienzos los partidos comunistas de América Latina sufrieron
una represión sistemática y prolongada. El Partido Comunista brasileño disfrutó
sólo de un período de legalidad desde su fundación en 1922 hasta el final de la
segunda guerra mundial, y a partir de entonces sólo fue legal entre 1945 y 1947
y después de 1985. La ferocidad de la represión a menudo no guardaba ninguna
2. Sin embargo, es igualmente posible ver el comunismo como una extensión de las creen-
cias positivistas en el siglo xx. La idea de progreso, de leyes que gobiernan el desarrollo social,
de la necesidad de una élite ilustrada, eran conceptos que podían trasladarse con facilidad del
positivismo del siglo xix al comunismo del xx. Tanto en el positivismo como en el comunismo
se encomendaba a una élite ilustrada un papel decisivo por ser el grupo más capacitado para
interpretar las leyes del progreso histórico.
3. Citado en Nicola Miller, Soviet Relations with Latín America, Cambridge, 1989, p. 24.
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5. Refiriéndose al Partido Socialista argentino, Charles Hale ha escrito: «Se dirigía a los
trabajadores como consumidores y no como productores: era favorable al librecambio: no hacía
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8. Haya de la Torre, Treinta años de aprismo, México, D. F., 1956, pp. 29, 54.
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9. Este es el tema de Manuel Caballero, Latín America and the Comintem, 1919-1943,
Cambridge, 1986.
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10. Sobre América Central, véase James Dunkerley, Power in the Isthmus: a Political
History of Modern Central America, Londres, 1988, esp. caps. 6 y 8 para Nicaragua y El Sal-
vador.
11. Dalton, Miguel Mármol.
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12. La Liga Antiimperialista era una entre varias organizaciones pantalla que creó el
Komintern para movilizar apoyo, esencialmente de intelectuales que no estaban afiliados al Par-
tido Comunista. La Liga Antiimperialista se fundó en 1928 y tenía sus oficinas principales en
los Estados Unidos y México. Celebró varios congresos internacionales de escritores, artistas e
intelectuales. Haya de la Torre fue sólo un destacado latinoamericano que tomó parte activa en
la Liga en sus primeros tiempos.
13. Donald Hodges, Intellectual Foundations of the Nicaraguan Revolution, Austin,
Texas, 1986, p. 6.
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formación de alianzas interclasistas que ejercían presión para que se llevaran a
cabo reformas radicales, y donde el nacionalismo proteccionista antinorteameri-
cano era muy fuerte. La identidad que tenía como Partido Comunista se derivaba
de su simpatía por la Unión Soviética, en especial cuando el Komintern instaba
a formar frentes populares. Puede que el Partido Comunista costarricense no
siguiese las recomendaciones del Komintern, pero pudo actuar de modo cons-
tante y abierto, lo cual contrastaba con el letargo del partido durante decenios
después de la Depresión en el resto de América Central.14 Sin embargo, al mismo
tiempo que un grupo de radicales sacaba de los efectos de la Depresión la lec-
ción de que se necesitaba un partido comunista, otro grupo recibía su inspiración
de las ideas del aprismo. Más adelante este grupo evolucionó hasta transformar-
se en el Partido de Liberación Nacional (PLN), cuya política reformista y nacio-
nalista, sumada a su triunfo en la guerra civil de 1948, lo convirtió en el partido
político hegemónico de Costa Rica en la segunda mitad del siglo xx.
En Cuba la formación de un partido comunista fuerte tuvo lugar en un con-
texto político nacional en el cual numerosos grupos abogaban por la puesta en
práctica de reformas radicales. Al empezar el decenio de 1920, las expectativas
de la primera generación de cubanos independientes no se habían cumplido.
Existían intensos e insatisfechos sentimientos de antiimperialismo y nacionalis-
mo. Las exigencias de reformas sociales iban vinculadas a las denuncias de la
corrupción de la clase política. Estudiantes, intelectuales y antiguos soldados del
ejército de liberación organizaban y publicaban manifiestos radicales. La prime-
ra organización nacional de trabajadores (la Confederación Nacional Obrera de
Cuba) se fundó en 1925 junto con el Partido Comunista cubano.15 Pero, aunque
era poderoso, el Partido Comunista cubano tuvo que hacer frente a los formi-
dables desafíos de otros partidos como, por ejemplo, el Partido Revolucionario
Cubano-Auténtico (PRC-Auténtico), que recibía su legitimidad del hecho de
haber participado en la revolución de 1933 y que también estableció una fuerte
presencia en el movimiento obrero.
Fuera de América Central el mayor intento izquierdista de hacerse con el
poder tuvo lugar en Brasil en 1935, aunque la explicación del momento elegido y
los motivos de los participantes todavía es confusa y quizá refleja las luchas inter-
nas que a la sazón se estaban librando entre los líderes del Komintern en Moscú.
El Partido Comunista brasileño era excepcional porque en gran parte había evo-
lucionado a partir del anarquismo más que del socialismo, y por sus estrechas
relaciones con los oficiales del ejército, después de la revolución de los tenentes
en los años veinte. La insurrección de 1935 tuvo más de pronunciamiento que de
intento de revolución. Luis Carlos Prestes, uno de los dirigentes de la revuelta de
los tenentes en 1924, había impresionado al Komintern como líder fuerte que tal
vez lograría llevar a cabo una revolución, pero que, al mismo tiempo, se mostra-
ría más dispuesto a aceptar el control del Komintern que un partido comunista
independiente. Una de las consecuencias de la «larga marcha» (1924-1927) de
Prestes fue el rechazo de una estrategia revolucionaria de base campesina. El epi-
sodio había convencido a Prestes de la falta de concienciación del campesinado y
16. T. G. Powell, «México», en Mark Falcoff y Frederick B. Pike, eds., The Spanish Civil
War, ¡936-1939; American Hemispheric Perspectives, Lincoln, Nebraska, 1982. Hasta tal pun-
to continuaba la mitología, que en una visita a España en 1977 el presidente mexicano López
Portillo dijo que el mito de la guerra civil continuaba desempeñando un papel importante en el
sostenimiento de la imagen que el PRI tiene de sí mismo como régimen político legítimo que
cuenta con la aprobación del pueblo (p. 54).
17. Pablo Neruda, Confieso que he vivido, Barcelona, 1983, pp. 186-187.
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nos combatieron en España y volvieron a sus países impresionados por la disci-
plina y la entrega de los batallones comunistas. En la República Dominicana el
Partido Comunista lo formó un grupo de comunistas españoles que se exiliaron en
dicho país al finalizar la guerra civil en el suyo. De los 900 españoles que se cal-
cula que buscaron refugio en la República Dominicana, más de 100 eran comu-
nistas que crearon varias organizaciones pantalla.18 Dos exiliados republicanos,
Alberto Bayo y Abraham Guillen, desempeñaron papeles importantes en la orga-
nización de guerrillas en Nicaragua y en el Cono Sur durante el decenio de 1960.
Figuras literarias españolas que se establecieron en América Latina ayudaron a
reforzar la continuidad entre la vanguardia intelectual y el radicalismo político.
Sin embargo, no toda la influencia siguió la misma dirección. El comunista
argentino Víctor Codovilla actuó en España como agente del Komintern, con el
nombre de «Medina», y fue importante en el Partido Comunista español.
El país en el cual la estrategia frentepopulista tuvo más efecto fue Chile, don-
de el Partido Comunista registró un crecimento extraordinario en comparación
con otros países de América Latina, aunque el partido había sufrido una repre-
sión severa durante la dictadura del general Carlos Ibáñez entre 1927 y 1931.
También en este país la causa de la república española benefició al Partido
Comunista Chileno (PCCh). Los intelectuales se sintieron atraídos por el partido
al defender éste a la república española. El Partido Comunista se valió de la gue-
rra para atacar al Partido Socialista chileno alegando que por analogía con Espa-
ña el único partido revolucionario verdadero era el comunista. Las elecciones
de 1938 en Chile, en las que participó el Frente Popular, que las ganó, se pre-
sentaron como una lucha entre la democracia y el fascismo. Los comunistas
españoles exiliados se afiliaron pronto al partido chileno y fueron sus militantes
más radicales y entregados a la causa."
Las tácticas frentepopulistas resultaron excepcionalmente apropiadas para la
configuración política de Chile. Un sólido movimiento obrero proporcionaba una
buena base para el partido. La existencia de un Partido Socialista irregular daba
al Partido Comunista un buen adversario que le ofrecía la oportunidad de defi-
nirse comparándose con él, así como un posible aliado en la izquierda. El pode-
roso Partido Radical, que compartía el anticlericalismo del Partido Comunista y
pensaba que el Partido Socialista era un competidor más peligroso, constituía un
buen aliado para los comunistas. Al Partido Comunista le correspondió el mérito
de la formación y la victoria del Frente Popular, pero como no asumió ninguna
responsabilidad ministerial, pudo evitar las críticas. Con un gobierno frentepopu-
lista en el poder los comunistas podían actuar con una libertad poco habitual, y
aprovecharon plenamente el incremento del número de afiliados a los sindicatos.
Su fuerza electoral pasó del 4,16 por 100 de los votos nacionales en las eleccio-
nes de 1937 para el Congreso al 11,8 por 100 en 1941, año en que fueron elegi-
dos tres senadores y 16 diputados comunistas. El partido afirmó que el número de
sus afiliados había aumentado de 1.000 en 1935 a 50.000 en 1940.20
18. Robert J. Alexander, Communism in Latin America, New Brunswick, Nueva Jersey,
1957, p. 300.
19. Paul Drake, «Chile», en Falcoff y Pike, The Spanish Civil War, p. 278.
20. Andrew Barnard, «The Chilean Communist Party, 1922-1947», tesis de doctorado
inédita, Londres, 1977, p. 263.
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21. Esta y otras secciones sobre México se basan en gran parte en los escritos de Barry
Carr. Véase especialmente «Mexican Communism, 1968-1981: Euro Communism in the Ame-
ticas?», Journal of Latín American Studies, 17, 1 (1985), pp. 201-208.
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en gran escala: más fordistas que Ford».22 El intento de imitar los métodos sovié-
ticos fue respaldado con entusiasmo por los maestros que eran miembros o sim-
patizantes del Partido Comunista mexicano, quizá una sexta parte del total de la
profesión docente. Sin embargo, había más maestros católicos que comunistas y,
como la respuesta popular a la educación socialista fue tibia u hostil, se empezó
a abandonar el experimento incluso antes de que Cárdenas dejara el poder.
México produjo muchos izquierdistas que, si bien nunca se afiliaron al parti-
do, expresaban su creencia en las ideas socialistas y eran considerados «compa-
ñeros de viaje». El ejemplo sobresaliente de ellos fue el intelectual convertido en
líder sindical Vicente Lombardo Toledano. Afinalesde los años treinta Lombar-
do se identificó cada vez más con la postura comunista en la CTM y se convirtió
en la figura principal de la Confederación de Trabajadores de América Latina
(CTAL), que era de inspiración comunista. Pero las relaciones entre Lombardo y
el movimiento comunista eran complejas. Nunca se afilió al partido, ya que con-
sideraba que el Partido Comunista mexicano tenía poca importancia real y temía
que si se afiliaba a él, podía poner en peligro sus relaciones con Cárdenas. La base
industrial de Lombardo estaba en los pequeños sindicatos y federaciones, espe-
cialmente en Ciudad de México, y a causa de la debilidad de estos sindicatos, la
colaboración con el gobierno resultaba atractiva. Los comunistas eran más fuertes
en los grandes sindicatos industriales que competían con un sindicalismo revolu-
cionario apolítico. Lombardo y los comunistas luchaban por hacerse con el con-
trol de los sindicatos individuales como, por ejemplo, el de maestros, así como
con el control general de la CTM. Lombardo sentía más respeto por el comunis-
mo internacional y éste, a su vez, le consideraba más útil como marxista inde-
pendiente que como miembro del partido.
Muchos afiliados del partido oficial y del movimiento sindical oficial miraban
a los comunistas sin disimular su suspicacia. Y al ser sustituido Cárdenas por pre-
sidentes acérrimamente anticomunistas —Ávila Camacho en 1940 y Alemán en
1946—, el Partido Comunista empezó a decaer. La pérdida de importancia también
fue resultado de luchas internas en el partido, debido en parte a recriminaciones por
su papel en el asesinato de Trotski en México en 1940. Un anticomunismo feroz
era también el sello distintivo de Fidel Velázquez, que dominó el movimiento obre-
ro mexicano durante decenios, pero que nunca olvidó ni perdonó a los comunistas
las batallas encarnizadas que librara con ellos en los años treinta y cuarenta. Seme-
jante anticomunismo era notable en una sociedad en que, si bien el Partido Co-
munista era mucho más débil que el de Chile, el atractivo ideológico general del
marxismo en los círculos intelectuales y políticos era todavía mayor.
Argentina, en cambio, era un país donde el Partido Comunista influía poco en
la sociedad, y la influencia ideológica del marxismo, al menos hasta el decenio de
1960, también era débil. Exceptuando su base entre los trabajadores de la cons-
trucción, el partido tenía raíces poco profundas en el movimiento obrero y era una
organización pequeña con unos cuantos miles de afiliados. El crecimiento que
experimentó en los primeros años cuarenta se debió más a que participara como
organización democrática liberal en la resistencia antifascista, cuya naturaleza
22. Alan Knight, «México, c. 1930-1946», en CHÍA, vol. VII, 1990, p. 27 (trad. cast. en
HALC, vol. 13, en preparación).
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paz industrial en los campos petrolíferos con el fin de seguir abasteciendo a los
aliados durante la guerra. En la lucha por el control de los sindicatos de trabajado-
res del petróleo, los comunistas perdieron ante el partido de la AD, que con su na-
cionalismo moderado y su respaldo a las huelgas en apoyo de las reivindicaciones
de los trabajadores, estaba más de acuerdo con éstas que el Partido Comunista.
El apoyo del partido venezolano al gobierno de Medina llama la atención
sobre la política por la que los partidos comunistas fueron más criticados durante
los primeros años cuarenta: su disposición a formar alianzas con gobiernos dere-
chistas e incluso con dictadores, en especial con Somoza en Nicaragua y Batista
en Cuba. Estas alianzas tenían sentido para ambas partes a corto plazo. A cambio
de su apoyo los comunistas recibían cierta libertad para organizar el movimiento
sindical, dar mayor impulso a la organización de su partido y crear organizacio-
nes pantalla para aprovechar la admiración que había despertado el comunismo
por su defensa de la república española y, más adelante, por la actuación de la
Unión Soviética en la guerra. Los dictadores, por su parte, se beneficiaban de
la sociación con la principal fuerza antifascista, que'ahora era aliada de buen gra-
do en sus esfuerzos por eliminar a los enemigos comunes en el país. De hecho,
en el caso de Nicaragua, al tener que elegir entre un Somoza dispuesto a aceptar
algunas reformas socioeconómicas y un Partido Conservador que no pensaba
aceptar ni una, incluso en términos puramente nacionales la elección de Somoza
distó mucho de ser irracional. Somoza invitó a Lombardo Toledano a dirigir la
palabra a una concentración en Nicaragua en noviembre de 1942 y, dada su nece-
sidad de contar con el apoyo de los trabajadores, toleró un código laboral y la cre-
ciente fuerza de los comunistas en el movimiento obrero. Hasta mediados de 1945
no se sintió Somoza lo bastante fuerte como para reprimir al comunista Partido
Socialista Nicaragüense (PSN). Sin embargo, aunque es verdad que el PSN dis-
frutó de un período de actividad abierta bajo Somoza, el partido sufrió grave daño
a largo plazo, entre otras razones porque perdió afiliados que más adelante for-
marían el movimiento sandinista.23
El Partido Comunista cubano hizo un pacto parecido con Batista, aunque el
partido cubano era más fuerte que el nicaragüense. Se había ganado las simpa-
tías de gran número de destacados intelectuales cubanos y dominaba los podero-
sos sindicatos obreros desde el decenio de 1930. A cambio de su legalización, de
libertad para organizar una nueva estructura sindical y de la promesa de una
asamblea constituyente, el partido accedió a apoyar a la presidencia de Batista.
El partido se benefició. De los 5.000 afiliados que tenía en 1937 pasó a tener
122.000 en 1944. El partido tenía su emisora de radio y su diario propios y domi-
naba el movimiento obrero. Al estallar la segunda guerra mundial, entre un ter-
cio y la mitad de la población activa estaba organizada y tres cuartas partes de
ella pertenecían a la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC), dominada
por los comunistas. El movimiento sindical cubano era un caso poco corriente
porque casi la mitad del mismo trabajaba en la agricultura y los líderes de los
sindicatos a menudo eran profesionales de clase media en lugar de miembros de
23. Jeffrey Gould hace una crónica excelente de la política de este período en «Somoza
and the Nicaraguan Labor Movement 1944-1948», Journal of Latín American Studies, 19, 2
(1987), pp. 353-387, y «Nicaragua», en Leslie Bethell e Ian Roxborough, eds.. Latín America
between the Second World War and the Cold War, 1944-1948, Cambridge, 1992.
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25. Esta sección sobre Brasil se basa en gran parte en Leslie Bethell, «Brazil», en Leslie
Bethell e Ian Roxborough, eds.. Latín America between the Second World War and the Cold War,
1944-1948, Cambridge, 1992.
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de 1945 en Brasil, por ejemplo, el Partido Comunista obtuvo el 9 por 100 de
los votos y fueron elegidos catorce diputados y un senador (Luis Carlos Pres-
tes) suyos. Incluso en el clima político de enero de 1947, que era mucho más
desfavorable, el PCB conservó su porcentaje de votos y pasó a ser el mayor par-
tido del Distrito Federal (la ciudad de Río de Janeiro) con dieciocho de cin-
cuenta escaños. Tal vez lo más significativo de todo fue que el apoyo del PCB
contribuyó decisivamente a la elección del populista Adhemar de Barros como
gobernador de Sao Paulo. Durante los primeros tiempos de la posguerra el PCB
había crecido considerablemente: tenía ahora 180.000 afiliados, lo cual signifi-
caba que era, con mucho, el mayor de los partidos comunistas de América Lati-
na en 1947.
Pero bajo el gobierno anticomunista de Dutra se tomaron medidas cada vez
más rigurosas contra el partido. En mayo de 1947 el PCB fue declarado ilegal.
Hasta en Sao Paulo, Adhemar de Barros rompió con el PCB y puso en marcha un
proceso de represión local. El gobierno brasileño se dio cuenta de que el PCB era
una amenaza real y creciente que tenía una base poderosa en un movimiento obre-
ro cada vez más radical, un número de afiliados que aumentaba rápidamente y
mucho apoyo electoral. La decisión de prohibir el PCB no fue una simple medi-
da superficial con la que se quería aplacar la paranoia anticomunista de Washing-
ton, que cada vez era más agresiva. Respondió a un temor real de que el creci-
miento del PCB, si no encontraba obstáculos, pudiese representar una verdadera
amenaza para los grupos gobernantes de la república.
En Chile el precio que los estados Unidos pidieron a cambio de prestar ayuda
económica al gobierno de González Videla después de la segunda guerra mundial
fue la destitución de los ministros comunistas. Las relaciones entre el gobierno y
el Partido Comunista se enfriaron progresivamente, hasta que el gobierno apro-
vechó una huelga de los mineros del carbón para proscribir el partido, que a esas
alturas ya era el partido comunista más poderoso del continente, por medio de la
Ley para la Defensa de la Democracia, que fue aprobada en 1948. Aunque
la represión que sufrió el partido fue leve si se compara con la que se llevaría a
cabo después de 1973, los líderes del partido fueron detenidos e internados en
campos de concentración o enviados al exilio, a la vez que los afiliados perdían
el derecho de voto. El partido pasó a la clandestinidad, donde permaneció duran-
te diez años, y aunque es posible que la experiencia incrementara la lealtad y el
compromiso de los que aguantaron hasta el final, el espacio político de la
izquierda lo llenó el Partido Socialista.
Los partidos comunistas brasileño y chileno no fueron las únicas víctimas de
la guerra fría. El Partido Comunista de Costa Rica participó en dos gobiernos
entre 1940 y 1948 formando alianza con partidos cristianos sociales. Cuando la
alianza fue derrotada en la guerra civil de 1948 el nuevo gobierno de José Figue-
res, que era reformista pero anticomunista, prohibió el Partido Comunista y
disolvió los sindicatos donde dicho partido tenía gran influencia. A decir verdad,
los líderes comunistas fueron expulsados de los sindicatos en toda América Lati-
na. Se emprendió una ofensiva contra la procomunista Confederación de Traba-
jadores de América Latina (CTAL), fundada por Lombardo Toledano en 1938.
En 1948 los líderes anticomunistas se habían adueñado del poder en muchos
sindicatos y lograron que éstos se dieran de baja de la CTAL, aunque no sin que
antes hubiera enconadas disputas.
98 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA
26. Sin embargo, Arévalo se tenía a sí mismo por socialista, aunque de tipo espiritual y
sostenía que su socialismo no aspiraba a la distribución de bienes materiales ni a la igualación
de hombres que son diferentes desde el punto de vista económico, sino a liberar al hombre
psicológica y espiritualmente, pues el materialismo se había convertido en una herramienta
en manos de fuerzas totalitarias. Según él, el comunismo, el fascismo y el nazismo habían sido
también socialistas, pero con menosprecio de las virtudes morales y cívicas del hombre. Juan
José Arévalo, Escritos políticos, Guatemala, 1945, citado en James Dunkerley, «Guatemala
since 1930», CHLA, vol. VII, 1990, p. 220 (trad. cast. en HALC, vol. 14, en preparación).
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En la rebelión popular de Bolivia que instaló al MNR en el poder en 1952
los comunistas se mantuvieron al margen. El Partido Comunista era débil y esta-
ba dividido, su fundación databa sólo de 1940 y se veía amenazado desde la
izquierda por el POR, el partido trotskista. El Partido Comunista, esto es, el PIR
(Partido de la Izquierda Revolucionaria), había apoyado a los gobiernos anti-
MNR después de 1946, y aunque votó tácticamente a favor del MNR en 1951,
los militares rechazaron los resultados electorales alegando precisamente que el
MNR estaba aliado con los comunistas. El MNR se había mostrado hostil con los
comunistas desde el principio y se había negado a permitir que entraran en el
gabinete de Villarroel en 1944 (y los comunistas habían participado después en
el golpe contra Villarroel en 1946). El Partido Comunista contaba con escaso
apoyo entre los obreros o los campesinos: obtuvo sólo 12.000 votos en las elec-
ciones presidenciales de 1956 frente a los 750.000 del MNR. Como los comu-
nistas habían estado asociados con los gobiernos enemigos de los trabajadores
antes de 1952, difícilmente podían competir con el MNR por el apoyo de los tra-
bajadores. El partido incluso había protagonizado choques armados con los
mineros de Potosí, hasta entonces su plaza fuerte, en 1947 y la matanza resul-
tante de ellos había destruido la base de apoyo del PIR entre los trabajadores. La
revolución boliviana, al igual que la cubana en un momento posterior del mismo
decenio, fue una revolución en la cual de todas las fuerzas de la izquierda el Par-
tido Comunista fue la última en percatarse de la importancia de lo que estaba
sucediendo. Los partidos comunistas como el de Bolivia mostraron una gran
capacidad para soportar la represión y mantener viva la organización del partido,
pero poca capacidad para tomar la iniciativa política. En Bolivia y en otras par-
tes de América Latina el partido se mostró muy cauto en las ocasiones nada
infrecuentes en que una actuación decidida tal vez hubiera producido ventajas
políticas. El dilema de los comunistas era que tales ventajas sólo hubieran sido
posibles aliándose con otros partidos y los partidos comunistas eran en general
hostiles a las alianzas en las cuales les tocara interpretar el papel de elementos
subordinados.
La principal amenaza ideológica que se cernía sobre el PIR y procedía de la
izquierda era la de los trotskistas. Es indudable que el POR ejercía influencia en
el movimiento sindical boliviano, sobre todo en el sindicato de mineros. El núme-
ro de mineros bolivianos era relativamente pequeño —en los años cincuenta, su
momento de apogeo, eran sólo 53.000—, pero su sindicato era muy poderoso a
causa de la importancia estratégica del estaño para la economía boliviana. Debido
en parte al aislamiento de los mineros, ni el anarquismo ni el anarcosindicalismo
influían mucho en su sindicato. Los mineros eran indudablemente combativos y
radicales, como lo era también la confederación obrera central, es decir, la Cen-
tral Obrera Boliviana (COB), creada en 1952. Pero el sindicato de mineros ten-
día a un sindicalismo revolucionario fuerte aunque limitado. El sindicato de
mineros era con frecuencia el campo de batalla donde luchaban entre sí los par-
tidos de la izquierda, pero ninguno de ellos consiguió tomarlo jamás. Esta acti-
tud suspicaz ante los partidos y su pronunciado sindicalismo revolucionario con-
tribuyen a explicar el atractivo que el líder sindical independiente Juan Lechín
tenía a ojos de los mineros, toda vez que Lechín desconfiaba de los partidor y
compartía el sindicalismo revolucionario de los mineros. Aunque los mineros con-
fiaban en los líderes sindicales procedentes de la izquierda radical, al mismo tiem-
100 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA
Los años cincuenta fueron años de penuria para la izquierda en América Lati-
na. En muchos países el Partido Comunista fue declarado ilegal. La revolución
boliviana de 1952 demostró que los movimientos nacionalistas interclasistas tenían
mucha más capacidad que los partidos de la izquierda ortodoxa, ya se inspirasen
en Stalin o en Trotski, para llevar a cabo la movilización política. El golpe que
hubo en Guatemala en 1954 fue un profundo revés. La guerra fría dio origen a una
intensa presión de los Estados Unidos en América Latina en general y, sobre todo,
en América Central y el Caribe, cuyo objetivo era frenar los movimientos refor-
mistas de cualquier tipo que pudieran identificarse con la izquierda.
En las postrimerías del decenio, no obstante, la revolución capitaneada por
Fidel Castro en Cuba dio un impulso real, e inesperado, a la izquierda. La histo-
ria de la revolución cubana y de la actitud hostil del Partido Comunista ante Cas-
tro hasta la víspera de su triunfo en enero de 1959 es muy conocida. Pero aunque
el Partido Comunista tuvo poco que ver con el ascenso de Castro al poder, parti-
cipó muy de cerca en la consolidación de su gobierno, toda vez que Castro nece-
sitó cuadros de mando con experiencia en la organización política una vez hubo
terminado la fase militar de la revolución. Al explicar por qué el régimen cubano
se desplazó hacia el comunismo ortodoxo, también debe subrayarse siempre el
contexto internacional, el predominio del socialismo en los círculos intelectuales
y un feroz antinorteamericanismo. Todos estos factores se combinaron para hacer
que la alianza de Castro con los comunistas fuera, aunque no inevitable, al menos
27. Laurence Whitehead, «Miners as Voters: the Electoral Process in the Bolivian Mining
Camps», Journal of Latín American Studies, 13, 2 (1981).
LA IZQUIERDA DESDE C. 1920 101
28. Citado en Ronald Chilcote, The Brazilian Communist Party: Conflict and Integration
1922-1972, Nueva York, 1974, p. 80.
LA IZQUIERDA DESDE C. 1920 103
afiliados sobre los peligros del comunismo chino, pero, de todos modos, tales
peligros estaban más presentes en el Partido Socialista que en el Partido Comu-
nista. En Brasil los estalinistas defensores de la política dura que militaban en el
partido pusieron objeciones a las reformas de Prestes que tenían por fin moderar
la actitud del partido, y en 1962 abandonaron el Partido Comunista Brasileiro
(PCB) para formar el Partido Comunista do Brasil (PC do B), que era prochino
y se mostró siempre intransigente y también siempre fue marginal desde el pun-
to de vista político. En Bolivia un grupo que criticaba la política oficial con-
sistente en proponer alianzas tácticas al MNR se escindió del partido y formó
el Partido Comunista Marxista Leninista (PCML), que era prochino. Pero en
muchos sentidos el PCML estaba más cerca de Cuba que de China, y ofreció
ayuda a la guerrilla de Guevara, aunque el ofrecimiento no fue aceptado porque
Guevara sólo quería colaborar con el partido pro Moscú. El primer partido disi-
dente que reconocieron las autoridades chinas fue el de Perú en 1964, y Perú fue
el único país donde el maoísmo llegaría a tener importancia ideológica, aunque
esto no ocurriría hasta el decenio de 1970. En general, los que formaron los par-
tidos prochinos eran los más dogmáticos y sectarios defensores de la política dura
y se mostraron incapaces de edificar un partido de masas. El prestigio de los
comunistas chinos salió perjudicado al denunciarlos Castro de manera implacable
en 1966 por secundar, a todos los efectos, el bloqueo económico que decretaron
los Estados Unidos y por tratar de subvertir a los militares y funcionarios cuba-
nos. Es cierto que la revolución cultural de Mao interesó a algunos grupos radi-
cales, pero sólo en Perú llegaría el comunismo chino a ser una influencia política
importante.
Los debates que se entablaron en la izquierda latinoamericana a raíz de la
revolución cubana no fueron simplemente teóricos. Durante los primeros años
sesenta en casi todos los países latinoamericanos se organizaron grupos de gue-
rrilleros, algunos de los cuales eran importantes mientras que otros, no. Pero las
«lecciones» de Cuba no afectaron únicamente a la izquierda. Los Estados Uni-
dos y la derecha política latinoamericana estaban decididos a impedir otra Cuba.
Entre marzo de 1962 y junio de 1966 hubo nueve golpes militares en América
Latina. En por lo menos ocho de ellos el ejército actuó de manera preventiva y
derrocó a un gobierno que, al modo de ver de los militares, era demasiado débil
para tomar medidas contra movimientos populares o «comunistas», o contra
gobiernos a los que se acusaba de desear, ellos mismos, llevar a cabo reformas
subversivas, como ocurrió en la República Dominicana o en Brasil. El presi-
dente Kennedy, que tomó posesión del cargo en enero de 1961, opinaba que la
respuesta correcta al apoyo que prestaba Jruschov a los movimientos de libera-
ción nacional consistía en fortalecer los sistemas democráticos por medio de una
mutua Alianza para el Progreso, así como reforzar a los militares mediante un
masivo programa de ayuda y preparación. El apoyo a los gobiernos democráti-
cos no tuvo mucho éxito, pero no cabe duda alguna de que los ejércitos latino-
americanos se beneficiaron de la ayuda que les prestaron los Estados Unidos
con el fin de que contuvieran el avance del comunismo. A los ejércitos de la
América Latina continental les costó poco frenar el avance de las guerrillas que
surgieron a imitación de la revolución cubana.
En Colombia durante la violencia del período 1948-1957 las dos formacio-
nes políticas principales, los conservadores y los liberales, tenían sus partidarios
104 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA
29. Christopher Abel y Marco Palacios, «Colombia since 1958», en CHIA, vol. VIII,
1991, p. 6SS (trad. cast. en HALC, 16, en preparación).
LA IZQUIERDA DESDE C. 1920 105
30. La derrota de la guerrilla peruana dio lugar a un debate acalorado en el seno del movi-
miento maoísta de Perú. La mayoría de los maoístas consideraron que la derrota demostraba que
la base de la revolución tenía que ser urbana más que rural. Un grupo encabezado por Abimael
Guzmán discrepó de esta opinión y continuó presionando a favor de la lucha armada en las
zonas rurales. Andando el tiempo, este grupo abandonó el partido y formó Sendero Luminoso
en 1969-1970. >
31. El trotskismo en otras áreas de América Latina nunca se perdió de vista: como míni-
mo era un refugio para los que se sentían desilusionados con el comunismo ortodoxo pero a los
que no convencía la estrategia de guerrilla rural que proponían los casuistas. Una guerrilla trots-
kista, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) estableció una base en la provincia argenti-
na de Tucumán a finales de los años sesenta y principios de los setenta. Fue eliminada por los
militares después de 1976 cuando trató de enfrentarse al ejército. El partido trotskista argentino,
llamado Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), disolvió oficialmente su ala militar
en 1977 (aunque hay algunos indicios de que guerrilleros trotskistas estuvieron detrás del des-
venturado asalto a un cuartel militar [en Argentina] en 1989). Hay como mínimo cuatro parti-
dos trotskistas en Argentina, los cuales pasan mucho tiempo recriminándose mutuamente. La
existencia de estos partidos refleja en parte la hostilidad que despierta la postura del prosoviéti-
co Partido Comunista, al que se considera demasiado próximo al régimen militar que tomó el
poder en el golpe de 1976. De modo parecido, en México un partido trotskista —el Partido
Revolucionario de los Trabajadores (PRT)— mantuvo vivo el recuerdo de Trotski, que se exi-
lió, y reflejó la condena de la perpetua incertidumbre del promoscovita Partido Comunista en
lo que se refiere a sus relaciones a largo plazo con el PRI.
LA IZQUffiRDA DESDE C. 1920 107
doxo y consideraba que la lucha armada no era más que una parte poco impor-
tante de una estrategia total. Los guerrilleros capitaneados por el ex oficial Yon
Sosa intentaron aliarse con los trotskistas, pero sólo sirvió para provocar nuevas
divisiones en la guerrilla, y los trotskistas no podían ofrecerles recursos compara-
bles con los que podían obtener de Cuba por medio del PGT. En 1969 el PGT
condenó la guerrilla porque, según dijo, estaba divorciada de la población e influí-
an en ella trotskistas mexicanos que estaban a sueldo de la CÍA. El PGT sufrió
más escisiones mientras sectores radicalizados de la nueva izquierda y los demo-
cratacristianos continuaban luchando contra una serie de gobiernos militares opre-
sivos. En un momento dado la guerrilla controlaba casi la totalidad de los depar-
tamentos de Quiche y Huehuetenango, pero obligó a las comunidades a escoger
entre ella y el ejército en circunstancias en las cuales la guerrilla no era lo bas-
tante fuerte como para defenderlas frente al ejército. Como era de prever, el
resultado fueron salvajes represalias a cargo de los militares.
Afinalesde los años sesenta el futuro de la guerrilla no era nada prometedor
y durante el decenio se había producido un nuevo descenso del prestigio de los
partidos comunistas. O bien eran objeto de críticas por no apoyar a la guerrilla,
como en Bolivia, o les criticaban por participar sin verdadero entusiasmo, como
en Venezuela y Guatemala. La atención se desvió ahora de la guerrilla rural de
América Central y de las repúblicas andinas para centrarse en los países del Cono
Sur, donde había aparecido una nutrida y poderosa guerrilla urbana.
La rebelión rural tenía pocas probabilidades de ser una estrategia útil para
conquistar el poder del estado en las sociedades urbanas del Cono Sur. En
Argentina y Uruguay surgieron dos poderosas guerrillas urbanas que represen-
taron una reacción contra el dogmatismo de los partidos comunistas y que
aprendieron de los fracasos de las guerrillas rurales. En Argentina los montone-
ros trabajaban de manera explícita dentro del partido peronista; en Uruguay los
tupamaros, cuyos orígenes estaban en una guerrilla rural del norte del país, pron-
to optaron por las operaciones urbanas y acabaron participando en un gran movi-
miento de la izquierda, el Frente Amplio, que pretendía alcanzar el poder por
medios electorales.
Estos movimientos rechazaban el estilo leninista de organización política y el
análisis de base clasista y preferían una mezcla ecléctica de ideas sacadas del
nacionalismo del Tercer Mundo, de la teología de la liberación y, en el caso de
los montoneros, algunas ideas nacionalistas propias de la derecha que habían ins-
pirado a los movimientos neofascistas de decenios anteriores. Como dijo un líder
tupamaro, habían visto más claramente lo que no hay que hacer que lo que hay
que hacer... Debían tratar de afirmar su personalidad política atacando a otros
grupos de la izquierda... No había necesidad de hacer grandes declaraciones en
el sentido de que su política era la única política correcta: los acontecimientos
indicarían si lo era o no.32
No rechazaban las alianzas políticas, sino que, al contrario, por decirlo con la
trasnochada retórica que caracterizaba sus declaraciones, «buscaban aliados en
la lucha contra los sectores dominantes y sus aliados imperialistas». Recibieron
apoyo porque aprovecharon el rencor que despertaba un sistema político que
ofrecía pocas esperanzas de cambio político, o de progreso económico, ya fuera
32. Citado en Regís Debray, The Revolution on Trial, Londres, 1978, p. 205.
108 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA
Pinochet. La Iglesia retiró el apoyo que en un principio había dado a los golpes de
1964 y 1973 en los dos países y negó a los respectivos regímenes la legitimación
que en otrostiemposhabía otorgado con no poca frecuencia a los regímenes auto-
ritarios. La actividad de la Iglesia mantuvo vivo cierto grado de pluralismo políti-
co, incluido el apoyo a los partidos de izquierdas, si no de forma directa, al menos
indirectamente apoyando a los sindicatos, las organizaciones populares o los cen-
tros de estudio donde miembros de partidos radicales podían organizar la oposi-
ción a los regímenes militares. La Iglesia criticó la política económica de estos
regímenes usando términos que en poco diferían de los de la crítica marxista. El
replanteamiento de las ideas católicas contribuyó a liberar el marxismo de un gue-
to formado por partidos comunistas y restringidos círculos intelectuales. Simultá-
neamente se produjo un renacimiento del interés por las ideas marxistas, sobre
todo en Francia, especialmente en respuesta a las rebeliones estudiantiles de 1968,
que sustituyeron el marxismo dogmático y mecánico por una variante más abierta
y atractiva que gustaría a los católicos radicales.33
En Nicaragua la influencia del catolicismo progresista empujó a los sandi-
nistas (FSLN: Frente Sandinista de Liberación Nacional) a cambiar las perspec-
tivas estrechamente marxistas por otras de base mucho más amplia, lo cual, en
un país tan profundamente católico como Nicaragua, era necesario para cons-
truir un frente amplio con el fin de derrocar a Somoza. El FSLN reconocía la afi-
nidad ideológica del cristianismo y el marxismo, por lo menos al dirigirse públi-
camente a los católicos. Según el sacerdote jesuíta Miguel D'Escoto, que más
adelante sería ministro en el gobierno sandinista, al principio el FSLN era mar-
xista y anticlerical quizá porque aún no había empezado un proceso de cris-
tianización en la Iglesia católica nicaragüense y ésta era identificada con los
intereses de la clase privilegiada. Pero con la radicalización evangélica, ponién-
dose al lado de los pobres y los oprimidos, y no traicionando tanto a Cristo, el
Frente se abrió a los cristianos porque creían que la Iglesia era un factor impor-
tante en la lucha por la liberación, y porque se dieron cuenta de que se equivo-
caban al creer que sólo un marxista podía ser revolucionario. De esta manera el
Frente adquirió madurez y se volvió auténticamente sandinista.34
Sin embargo, también eran frecuentes los casos de cristianos revolucionarios
que abandonaban la Iglesia para hacerse militantes abiertamente marxistas. Y es
muy posible que hubiera cierto elemento de oportunismo táctico, más que de ver-
dadera convicción, en e^l gesto de los sandinistas al abrazar el catolicismo. Desde
el punto de vista político, al movimiento sandinista le convenía buscar aliados en
la Iglesia en un país de catolicismo tan arraigado.
No todos los regímenes militares de los años sesenta y setenta fueron al prin-
cipio anticomunistas o antimarxistas. Los militares peruanos que tomaron el poder
en 1968 reflejaban claramente la influencia de varias ideas sacadas del marxismo,
de la teoría de la dependencia, de los movimientos de liberación nacional y de la
teología de la liberación. Pero estas ideas no eran universales en el estamento mili-
33. Este fue el período en que florecieron editoriales izquierdistas tales como Siglo XXI.
Dos libros en particular circularon mucho por América Latina y contribuyeron a formar las opi-
niones políticas de una generación de estudiantes: Marta Harneeker, Los conceptos elementales
del materialismo histórico, México, D. F., 1969; y Eduardo Galeano, Las venas abiertas de
América Latina, México, D. F., 1971.
34. Citado en Oonald Hodges, Intellectual Foundations, p. 270.
LA IZQUIERDA DESDE C. 1920 111
sacaron la conclusión de que lo de Chile demostraba que la vía pacífica era im-
posible. Según la extrema izquierda, ante la oposición de la derecha, los militares
y los Estados Unidos, la revolución armada era la única esperanza de alcanzar
el poder. Este argumento lo aceptó inicialmente en Chile el Movimiento de
Izquierda Revolucionaria (MIR), pero éste pronto fue eliminado por el gobier-
no militar. El Partido Comunista chileno también abogaba por la lucha armada,
pero no adoptó esta política hasta 1980 e incluso entonces la adoptó en una
escala modesta.
Si una respuesta de la izquierda al golpe fue abogar por la necesidad de la
violencia, otra respuesta fue diametralmente contraría: la izquierda tenía que
moderar ahora su política y su actuación para que no se dieran las condiciones
que propiciaban los golpes de estado. Los revisionistas argüían que la izquierda
debía dejar de imaginar el poder exclusivamente en términos de fuerza, como
algo que había que poseer materialmente. La izquierda debía dejar de concentrar
su atención en las relaciones de propiedad con exclusión de otros factores: un
simple traspaso de la propiedad al estado no resolvería nada y, de hecho, podía
crear más problemas de los que resolvía. Era imposible derrotar a los militares
por medio de la fuerza. Un gobierno radical tenía que adquirir una legitimidad
tan generalizada, que no existieran las condiciones que provocaban la interven-
ción de los militares: el desorden social, los conflictos políticos fuera de las esfe-
ras parlamentaria y electoral. Eso significaba hacer concesiones a la derecha y
tratar de obtener el apoyo de las clases medias y trabajar conjuntamente con los
sectores empresariales. Las alianzas políticas se consideraban necesarias y se
veía la democracia como algo valioso por derecho propio.
Este revisionismo tenía dimensiones internacionales. El Partido Comunista ita-
liano sacó la conclusión de que era necesario llegar a un acuerdo histórico con el
partido gobernante, el de la Democracia Cristiana, para impedir un golpe como
el de Chile; y el partido francés utilizó argumentos parecidos en su alianza con el
Partido Socialista. El caso de Chile se convirtió en fundamental en el debate sobre
el eurocomunismo al recalcar los defensores de las ideas revisionistas la necesidad
de no crear enemigos implacables en la derecha.
La Unión Soviética intentó contrarrestar el movimiento hacia el eurocomu-
nismo sacando conclusiones contrarias del fracaso del gobierno de Allende. En
una serie de artículos publicados en World Marxist Review que analizaban el caso
de Chile, la tesis soviética proclamaba que una de las condiciones absolutas para
defender los beneficios revolucionarios era que la democracia debe servir al pue-
blo y no dar libertad de acción a las fuerzas contrarrevolucionarias. El papel pri-
mordial de la clase trabajadora no puede sustituirse por un enfoque pluralista que
pierde o debilita el papel protagonista de la clase trabajadora.35
De la misma manera que la revolución cubana marcó el programa de la
izquierda latinoamericana en los años sesenta, el fracaso del gobierno de Allen-
de marcó el de los años setenta. Sin embargo, mientras que la experiencia de
Cuba ejerció mucha influencia en las luchas de liberación nacional del Tercer
Mundo, las lecciones de Chile se consideraron más aplicables a Europa. Una
de las razones por las cuales Henry Kissinger vio con preocupación el gobierno
35. Citado en Isabel Turrent, La Unión Soviética en América Latina: el caso de la Uni-
dad Popular chilena. México, D. F., 1984, p. 226.
114 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA
de la Unidad Popular fue el efecto que su éxito podía tener en países como Ita-
lia y Grecia. A diferencia de Cuba, sin embargo, el experimento chileno terminó
en un brusco fracaso y empujó a la izquierda al análisis crítico, en vez de a la
imitación como en el caso de Cuba.
En América Central, cuya historia política se ha caracterizado por frecuentes
y enconados conflictos sociales, las tensiones fueron en aumento en los años
setenta a medida que el desarrollo económico agudizaba todavía más la desigual
distribución de la renta. Se produjo una gran expansión de los proletariados rural
y urbano a la vez que descendían los salarios reales y aumentaba la concentra-
ción de la tierra destinada a la agricultura. La respuesta de los grupos gobernantes
a las reivindicaciones de las clases trabajadora y media fue la represión violenta.
La respuesta de los grupos oprimidos consistió en formar coaliciones revolucio-
narias de base amplia.
Las lecciones de Chile no pasaron inadvertidas a los líderes del FSLN en
Nicaragua, pero mucho más importantes eran las tradiciones nacionalistas y revo-
lucionarias del país, y las lecciones que se aprendieron de los largos años de
encarnizado conflicto con el gobierno de Somoza. El movimiento sandinista, al
igual que el FMLN de El Salvador y la guerrilla guatemalteca, estaba muy lejos
de los sectarios grupos de foco del decenio de 1960. Estos movimientos eran
interclasistas y sus ideas se inspiraban en diversas fuentes: la teología de la libe-
ración, el jacobinismo radical, varios tipos de marxismo; y eran lo bastante flexi-
bles como para adaptar sus ideas a los cambios que experimentaba la realidad.
Sólo en Nicaragua, sin embargo, lograron tomar el poder.
Andando el tiempo, después de una postura al principio bastante sectaria, el
FSLN se dio cuenta de que el buen fin del movimiento obligaba a abrazar a fuer-
zas contradictorias tanto en las ciudades como en el campo. Necesitaba no sólo el
apoyo del campesinado sin tierra, sino también el de los campesinos medios, toda
vez que el tamaño de ese grupo y su hostilidad ante la agricultura capitalista en
gran escala hacían que su apoyo fuese decisivo para el triunfo de la revolución.
De modo parecido, en las ciudades necesitaba recurrir al apoyo de las clases
medias, que habían crecido durante los años sesenta y ahora abarcaban alrededor
de una quinta parte del total de la población activa. Esta amplia coalición social
significaba que el programa político del FSLN tenía que ser popular, democrático
y antiimperialista. El FSLN hacía hincapié en que no consideraba que la revolu-
ción se derivara de alguna lógica económica ineludible que determinaría quiénes
eran los partidarios de la revolución y quiénes eran sus enemigos. El proceso
revolucionario más bien se veía como un movimiento político consciente, el fru-
to de la opresión por parte de Somoza más que la explotación sistemática por par-
te de una clase capitalista.
Tradicionalmente, en América Central los movimientos insurgentes de
izquierdas no han aparecido bajo la forma de partidos políticos, sino de frentes
unidos desde arriba por un mando militar e integrados por una amplia variedad
de organizaciones populares que no tienen necesariamente una unidad ideológi-
ca clara. El FSLN recibía apoyo de muchos sectores de la sociedad, aunque el
número de militantes que participaba en los combates era muy pequeño. Hasta la
ofensiva final de 1979 había unos trescientos militantes divididos en tres faccio-
nes. Pero, al igual que el movimiento cubano, que en el aspecto numérico también
era reducido, logró movilizar una amplia oposición contra una dictadura impopu-
LA IZQUIERDA DESDE C. 1920 115
lar. Contaba con el apoyo de la Iglesia católica. Utilizaba el lenguaje del nacio-
nalismo y aprovechaba el recuerdo de Sandino. Contaba también con los senti-
mientos antinorteamericanos propios de un país que había sufrido a manos de los
Estados Unidos. Según uno de sus líderes, Carlos Fonseca, el FSLN se basaba en
el marxismo por su análisis de los problemas sociales y por su capacidad de ins-
pirar organizaciones revolucionarias, pero también hacía uso del liberalismo por
su defensa de los derechos humanos, y del cristianismo social por su capacidad de
difundir ideas progresistas.
Las condiciones empeoraron cuando en el decenio de 1970 un movimiento
sindical revivificado organizó huelgas contra el descenso de los salarios. Las
reducciones del nivel de vida también fomentaron el crecimiento de sindicatos
combativos entre los maestros, los trabajadores de la sanidad y otros grupos pare-
cidos. Los radicales católicos empezaron a organizar sindicatos de campesinos y
comunidades de base, que proliferaron después del terremoto de Managua. La
creciente oposición a Somoza, que no era menor por parte de los sectores empre-
sariales y los Estados Unidos, y el progresivo apoyo a los sandinistas, incluso
entre elementos conservadores de la Iglesia católica, culminaron con la victoria
de la insurrección en 1979.
El Partido Comunista de Nicaragua, el PCN, fue espectador de estos aconte-
cimientos mientras seguía abogando por una lucha pacífica contra Somoza. Esta
cautela recibiría más adelante fuertes críticas de la Unión Soviética, que virtual-
mente volvió la espalda al PCN y prefirió cultivar las relaciones con el gobierno
sandinista. A diferencia de la revolución cubana, lo sucedido en Nicaragua hizo
que Moscú modificara su postura política y se mostrase favorable a la lucha
armada en América Latina con preferencia a la vía pacífica al socialismo. Mien-
tras que Moscú había esperado dieciséis meses antes de proceder al reconoci-
miento diplomático de Cuba, reconoció diplomáticamente a los victoriosos san-
dinistas al día siguiente de que tomaran el poder. Pero la URSS se mostró pru-
dente con la ayuda militar y económica que prestó a Nicaragua, cuya proporción
con la extensión del país estaba muy por debajo de la que prestara a Cuba. Es
comprensible que la URSS actuase con cautela en lo que se refería a contraer en
la región otro importante compromiso económico y militar en la misma escala
que el de Cuba.
Sin embargo, la izquierda latinoamericana norespondióal triunfo de la revo-
lución nicaragüense de la misma manera que había recibido a la cubana. Consi-
deraba que la revolución nicaragüense era una forma particular de lucha que tenía
sentido en aquel país: no estaba destinada a la exportación, al menos más allá
de América Central. La izquierda latinoamericana era más consciente que antes de
que cada país tenía sus propias tradiciones, su propia estructura local de poder
y sus propios problemas específicos. Ahora se miraba con escepticismo la idea
de que había una forma aplicable umversalmente, ya fuera la del Komintem o la
revolución cubana.
Al mismo tiempo que los sandinistas salían victoriosos en Nicaragua, la gue-
rrilla salvadoreña se hallaba atascada en una larga guerra de desgaste. Sus orígenes
eran las escisiones habidas en el seno del Partido Comunista y el Partido Demo-
cratacristiano afinalesde los años sesenta. El Partido Comunista de El Salvador se
aferraba tenazmente a la creencia de que era necesario que la revolución pasara por
varias etapas y se negaba a apoyar la lucha armada. Acabó formando su ala arma-
116 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA
da en 1980, pero para entonces ya había perdido apoyo y no era más que una fuer-
za de poca importancia en el conjunto de la guerrilla. Ni siquiera con el apoyo del
Partido Comunista pudo repetir la guerrilla la experiencia de Nicaragua. La élite
económica salvadoreña estaba mucho más unida que la de Nicaragua, donde
se había escindido gravemente a causa de las actividades de la dinastía Somoza.
En El Salvador el ejército era una institución más autónoma que en Nicaragua.
La guerrilla salvadoreña era más sectaria que la nicaragüense. Y en el caso de
El Salvador, la participación estadounidense en la lucha contra la guerrilla fue
masiva.
Fueran cuales fueran las razones de las diferencias entre los movimientos
nicaragüense y salvadoreño, lo cierto es que subrayaron la idea de que una estra-
tegia que daba buenos resultados en un país no los daría necesariamente en otro.
Al comenzar el decenio de 1980 la izquierda todavía estaba absorbiendo las lec-
ciones de la derrota de Allende, los conflictos de América Central, la puesta en
duda de la ortodoxia ideológica por parte de los partidos comunistas revisionis-
tas de Europa y la versión cada vez menos atractiva que del socialismo ofrecía
Cuba. Si estas lecciones eran difíciles de absorber, lo serían mucho más para la
izquierda cuando, al finalizar el decenio, se produjera el desmoronamiento del
movimiento comunista en la Europa oriental y la Unión Soviética.
jas con la estrecha relación orgánica que existe entre los movimientos sociales y el
PT en Brasil.
Si el partido mexicano echó a andar por el camino de la reforma, el Partido
Comunista chileno se fue en la dirección contraria y después de 1980 abogó por
la lucha armada contra la dictadura del general Pinochet. El partido colaboró
en la creación de una pequeña guerrilla urbana cuya acción más espectacular fue
el intento casi logrado de asesinar a Pinochet en septiembre de 1986. El partido
chileno siempre fue leal a la Unión Soviética, mucho más, por ejemplo, que el
venezolano o el mexicano. Después de 1980 Moscú juzgó conveniente dar im-
portancia a la lucha armada y no es descabellado suponer que el cambio de polí-
tica del partido chileno respondió al que se había producido en Moscú. Después
de todo, el partido era ilegal en Chile y la mayoría de sus líderes se encontraban
exiliados en la Unión Soviética. No cabe duda de que los líderes soviéticos se
sentían avergonzados al ver cómo los partidos comunistas locales no apoyaban
las insurrecciones victoriosas como hicieran en los casos de Cuba y Nicaragua.
El Partido Comunista chileno era el mejor organizado de América Latina y,
según los estrategas soviéticos, si algún partido tenía la probabilidad de ir a la
cabeza de la revolución en lugar de ir detrás de ella, ese partido era el chileno,
especialmente en un país gobernado por alguien que era objeto de la condena
internacional.
El Partido Comunista también respondía al aislamiento político que le había
impuesto no sólo el gobierno, sino también los demás partidos de la oposición.
Después del golpe, al principio había intentado crear alianzas amplias con los
democratacristianos, y también había intentado, con mayor éxito, crear un fren-
te común con el ala más radical del Partido Socialista dirigido por Clodomiro
Almeyda. Hasta los socialistas, que eran más radicales, se sintieron incómodos
con su alianza con los comunistas cuando éstos pusieron en marcha el grupo de
guerrilleros urbanos, el Érente Patriótico, y pareció muy poco probable que en
el futuro el partido pudiese renovar la antigua alianza entre comunistas y socia-
listas que había sido la base de la política de la izquierda en Chile desde el dece-
nio de 1950. El Partido Comunista procuró conservar su identidad diferenciándose
del proceso renovador que tenía lugar dentro de los partidos socialistas y subra-
yando su lealtad a las posturas ortodoxas. El partido era muy consciente de que
resultaba dificilísimo organizar una guerrilla en un país con poca tradición
de violencia política y con un gobierno tan eficientemente represivo como el de
Pinochet, y el Frente Patriótico se concibió como una operación en pequeña esca-
la más que como una masiva insurrección urbana.
Los líderes soviéticos, que a la sazón hacían frente al desafío del eurocomu-
nismo, ansiaban demostrar que al menos un partido importante era leal a la tesis
de que la violencia revolucionaria tenía un papel que desempeñar en la lucha
política. Pero el partido de Chile también estaba respondiendo al cambio social.
La base tradicional del partido en el movimiento obrero era mucho más débil a
causa de la ofensiva del gobierno Pinochet contra los sindicatos. Por otra parte,
los jóvenes desempleados de las barriadas de chabolas estaban dispuestos y de-
seosos de enfrentarse violentamente a la policía y al ejército tras el estallido del
movimiento de protesta social contra el régimen en 1983. El Partido Comunista
tenía más probabilidades de hacerse con la lealtad del citado grupo organizando
la violencia en lugar de condenarla. El partido se mostró contrario a participar en
LA IZQUIERDA DESDE C. 1920 121
el plebiscito que en octubre de 1988 puso fin a las esperanzas de Pinochet de ocu-
par la presidencia durante ocho años más. No obstante, aceptó el plebiscito en el
último momento e instó a sus afiliados a votar contra Pinochet, pero se vio exclui-
do de la coalición que se formó para organizar la campaña, como le ocurrió tam-
bién en las elecciones de diciembre de 1989, que dieron la victoria a la oposición.
La experiencia chilena demostró que una política de aislamiento e intransigen-
cia aportaba escasos beneficios a un proceso de restauración de la democracia, pero
distaba mucho de estar claro que hubiese otra estrategia que fuera obviamente más
beneficiosa. El Partido Comunista chileno, como otros partidos parecidos del mun-
do, recibió una fuerte conmoción a causa de los acontecimientos que se produjeron
en la Europa oriental y la antigua Unión Soviética. Al igual que otros partidos simi-
lares, pasó por una crisis de defecciones, expulsiones y escisiones y se encuentra
ante un futuro en el cual su papel parece incierto en el mejor de los casos y mar-
ginal en el peor.
Perú fue el único país de América Latina donde el comunismo inspirado por
China generó apoyo popular, tanto urbano como rural. La guerrilla rural, Sendero
Luminoso, que comenzó sus operaciones en 1980, aunque se había formado un
decenio antes, es el más conocido de los movimientos de inspiración china. Sen-
dero Luminoso fue una facción (Bandera Roja) del partido maoísta hasta que se
separó en 1969-1970. Sendero Luminoso brotó de una influyente subcultura de
maoísmo en Perú. El maoísmo tenía fuerza ideológica en los círculos estudian-
tiles y el principal sindicato de maestros era controlado por el partido maoísta
Patria Roja.
El Partido Comunista peruano estaba a favor de Moscú y, aunque tenía
influencia en el movimiento sindical, no había creado cuadros sólidos y disci-
plinados como los del Partido Comunista de Chile. Una base industrial mucho
más débil, la competencia del APRA y años de represión habían contribuido a
crear un partido de proporciones modestas. Era también un partido muy cauto.
Al igual que la mayoría de los partidos de la izquierda, recibió con alegría, como
hemos visto, el golpe militar de 1968 que llevó al poder a un gobierno reformista
encabezado por el general Velasco. A diferencia de otros partidos de la izquier-
da, continuó apoyando a dicho gobierno mucho después de que el impulso refor-
mista hubiera desaparecido. Hasta la huelga general de 1977 no pasó el Partido
Comunista peruano a formar parte de la oposición al gobierno militar. Sectores
sociales que deseaban protestar contra la política del gobierno, así como contra
el fuerte descenso del nivel de vida después de 1972, recurrieron a partidos más
radicales. Debido al fracaso de la guerrilla casuista en los primeros años sesen-
ta, esa opción en particular parecía menos atractiva, y aunque los trotskistas reci-
bieron cierto apoyo, el encarcelamiento de su popular líder, Hugo Blanco, y sus
continuas discusiones internas limitaron su atractivo también.
Al producirse la ruptura entre la Unión Soviética y China, un pequeño grupo
había abandonado el partido ortodoxo para formar un partido maoísta. Aunque
pronto hubo en él divisiones en torno a si la lucha revolucionaria tenía que ser
principalmente urbana o rural, el nuevo partido encontró apoyo en los decisivos
sectores medios, sobre todo entre los maestros y los estudiantes universitarios. El
clima ideológico general que había creado el gobierno Velasco en sus primeros
años se mostraba tolerante con los movimientos radicales y permitió que los
maoístas formaran un poderoso sindicato de maestros, el SUTEP, que antes de
122 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA
formular una política que consistiera en algo más que en expresar denuncias
retóricas de los males del capitalismo.
Sin embargo, la izquierda distaba mucho de estar unida. En su condición de
alcalde de Lima, Barrantes tuvo que hacer frente a una racha de ocupaciones
de tierra organizadas por la extrema izquierda de su propia coalición. Esta falta de
unidad ocasionó un descenso de los votos de la izquierda, que se situaron en un
21 por 100 en 1985, aunque continuó siendo la segunda fuerza electoral. Pero las
divisiones se intensificaron y reflejaron la actitud ambigua que ante la democra-
cia adoptaban importantes elementos de la coalición IÜ (y que compartían, for-
zoso es decirlo, algunos grupos de la derecha e incluso el gobierno del APRA).
El asunto de la violencia política continuaba siendo una línea divisoria entre los
que deseaban colaborar en el proceso democrático, a pesar de sus defectos, y
los que deseaban provocar su caída para sustituirlo por un orden diferente.
Barrantes fue criticado por quienes consideraban que el principal foco de activi-
dad tenían que ser las calles y las fábricas en lugar del Congreso. En enero de
1989 el primer congreso nacional de la IU fue testigo de una escisión cuando
Barrantes se llevó consigo algunos delegados moderados para formar una coali-
ción rival, la Izquierda Socialista. Los votos obtenidos por la izquierda en las
elecciones municipales de 1989 bajaron mucho y quedaron en un 11,5 por 100,
y los dos candidatos de la izquierda que concurrieron a las presidenciales de
1990 obtuvieron sólo el 11 por 100 de los votos entre los dos.36
Una respuesta a la decadencia del comunismo ortodoxo, así como a la cre-
ciente pérdida de atractivo del modelo cubano, fue el renovado interés por el socia-
lismo de tipo esencialmente parlamentario y electoral, lo cual contrastaba con la
violencia asociada con la guerrilla en países tales como Perú, Colombia y El Sal-
vador. La reacción a los años de dictadura militar y la supresión de las libertades
básicas entre algunos sectores de la izquierda fue una evaluación mucho más posi-
tiva de los beneficios de la democracia formal. El crecimiento de movimientos
socialdemócratas en Europa, en especial el partido socialista de Felipe González
en España, fue una fuente de inspiración. La labor de la Internacional Socialista en
América Latina aportó vínculos internacionales, más aliento y un poco de ayuda
económica. Al analizar con más atención la estructura social de América Latina, la
izquierda moderada se percató de la importancia de atraer a las clases medias, así
como a las nuevas organizaciones populares que no eran sindicatos ni expresión de
la lucha de clases, y que debían más a las instituciones inspiradas por la Iglesia
que a la izquierda marxista.
El Partido Socialista chileno, aunque siempre fue un partido que contenía
diversas facciones ideológicas, se había desplazado en su conjunto hacia la
izquierda durante el decenio de 1960, en parte bajo la influencia de la revolución
cubana. Durante el gobierno de la Unidad Popular se situó a la izquierda del Par-
tido Comunista y apoyó la ocupación de fábricas y explotaciones agrícolas por
parte de los obreros y los campesinos. Fue reprimido salvajemente después del
golpe de 1973 y la mayoría de los líderes del partido tuvieron que marchar al exi-
lio, donde el partido se dividió en un ala moderada y un ala marxista-leninista.
Esta diferencia reflejaba en parte la experiencia del exilio. En los que se exiliaron
36. Esta sección se basa en gran parte en Lewis Taylor, «One step forward, two steps
back: the Peruvian Izquierda Unida 1980-1990», Journal ofCommunist Studies, 6, 1 (1990).
124 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA
en Francia, Italia o los países escandinavos influyeron los cambios que se esta-
ban produciendo en la socialdemocracia europea. La sección más intransigente,
capitaneada por Clodomiro Almeyda, se exilió en el bloque oriental y tendía a
reflejar la ideología de sus anfitriones, incluida la importancia que se daba a la
necesidad de una alianza entre socialistas y comunistas.
El partido se vio obligado a llevar a cabo una reconsideración profunda del
significado de la democracia. La izquierda chilena, en especial el Partido Socia-
lista había considerado la democracia como algo natural. Haya de la Torre había
escrito en 1946,refiriéndosea los socialistas chilenos, que desprecian la demo-
cracia porque no les ha costado nada adquirirla. Ojalá conocieran la verdadera
faz de la tiranía.37 Después de 1973 los socialistas chilenos conocieron la verda-
dera faz de la tiranía y una de las consecuencias que tuvo su reconsideración del
valor de la democracia fue rechazar la vuelta al tipo de política y de alianzas
políticas que habían caracterizado el período de la Unidad Popular.
El Partido Socialista moderado se guardó mucho de dar importancia al con-
trol estatal de la economía por medio de la nacionalización de los monopolios
extranjeros y locales y de las grandes empresas, y, en vez de ello, abogó por la
planificación democrática, la economía mixta y los pactos sociales entre los
gobiernos, los trabajadores y los empresarios (la llamada «concertación social»).
Los socialistas moderados aceptaban la necesidad de formar alianzas políticas
con partidos de centro tales como los democratacristianos y los radicales con el
fin de derrotar al gobierno de Pinochet y restaurar la democracia en Chile. Criti-
caban al Partido Comunista porque abogaba por la violencia.
El Partido Socialista radical, encabezado por Clodomiro Almeyda, seguía
hablando el lenguaje del leninismo y formó una alianza con el Partido Comunis-
ta, después de que las protestas sociales de 1983 en Chile lograran que se permi-
tiera la actividad limitada de los partidos en el país. Pero los socialistas de
Almeyda se sentían incómodos con la justificación de la violencia por parte
de los comunistas y se unieron a los otros socialistas en la campaña contra Pino-
chet con motivo del plebiscito de 1988, así como en la campaña electoral de 1989.
A finales de 1989 los dos partidos socialistas se unieron en un partido que vol-
vía a estar unificado y aceptaron en líneas generales los principios de la sección
renovadora del socialismo.
La verdadera novedad én la izquierda fue un partido «instrumental», el lla-
mado Partido por la Democracia (PPD), que se creó para participar en el plebis-
cito de 1988 y cuya inspiración era en gran parte socialista. Este partido presenta-
ba una imagen más moderna que el Partido Socialista, sus miembros procedían de
grupos con poca experiencia previa en la actividad de los partidos y, en general,
aspiraba a ser una versión chilena del PSOE español. Las relaciones entre el Par-
tido Socialista y el PPD no fueron siempre fáciles, toda vez que el PPD era de
manera consciente menos ideológico que el Partido Socialista y era considerado
un vehículo para las ambiciones políticas del líder socialista Ricardo Lagos. No
estaba nada claro si el PPD absorbería al Partido Socialista o si el PPD se trans-
formaría en un amplio frente político en el cual el Partido Socialista sería el ele-
mento principal. Esta incertidumbre y el hecho de que gran número de socialistas
37. Citado en Jorge Arrate, La fuerza democrática de la idea socialista, Santiago, 1985,
p. 82.
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38. Steve Ellner, Venezuela's Movimiento al Socialismo: from guerrilla defeat to innova-
tive politics, Chapel Hill, Carolina del Norte, 1988, es uno de los pocos estudios eruditos de un
partido izquierdista de América Latina. *
126 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA
de los afiliados del PT, que se calculan en unos 600.000, seguía siendo extraor-
dinariamente elevado para tratarse de un partido brasileño.
Semejante estructura participativa era muy apropiada para la política de opo-
sición que fue necesaria al imponerse el gobierno militar. Era menos claro que
tal estructura funcionase en una democracia competitiva. Muchos de los afiliados
y líderes del partido procedían del radicalismo católico más que del marxismo y
íes preocupaba más mantener la autonomía de las organizaciones sindicales
y populares que crear un partido político disciplinado. Hubo muchos conflictos
internos en el PT, en especial entre los afiliados del mismo que eran miembros
del Congreso y los líderes del partido fuera del Congreso. Los tres partidos trots-
kistas brasileños trabajaban dentro del PT, aun cuando el mayor de ellos, Con-
vergencia Socialista, consideraba el PT como una pantalla que había que radica-
lizar bajo la dirección de una vanguardia revolucionaria que combatiera en el PT
la influencia de la Iglesia católica y del grupo parlamentario. Semejante variedad
de posturas políticas no contribuía a la disciplina del partido, pero la derrota de
los trotskistas en el congreso del partido celebrado afinalesde 1991 permitió una
mayor unificación.
El PT era indudablemente novedoso, no sólo entre los partidos de Brasil, sino
incluso entre los partidos socialistas de América Latina. Estaba firmemente
enraizado en la clase trabajadora, y controlaba alrededor del 60 por 100 de los
sindicatos del sector público, y sólo un poco menos en el sector privado. En el
Congreso el PT era el partido con la mayor proporción de diputados vinculados
al movimiento obrero y a movimientos sociales. Intentó crear normas de actua-
ción y prácticas nuevas; por ejemplo, el 30 por 100 de los puestos del comité
central del partido los ocuparían mujeres. Pero surgieron problemas que obsta-
culizaron su avance. El PT era un partido ideológico en un sistema de partidos
que no tenía nada de ideológico. Tuvo que hacer frente al desafío de otros parti-
dos izquierdistas, en especial del viejo partido populista radical de Brizóla y del
socialdemócrata PSDB. Tendió una mano a los pobres organizados de las ciuda-
des y el campo, pero la mayoría de los brasileños pobres no estaban sindicados
ni eran miembros de organizaciones sociales y en 1989 estos sectores votaron
más al derechista Collor de Mello que a Lula. Al igual que a todos los partidos
de izquierdas, al PT le costó proponer medidas para hacer frente a la crisis eco-
nómica que no se pareciesen a las fórmulas que habían fracasado en el pasado ni
fueran simples imitaciones de la política neoliberal ortodoxa. Si bien el apego del
PT a una ideología radical ayudó a formar miembros comprometidos del partido,
ese mismo compromiso limitó su capacidad de competir en el mundo fluido y
populista de la política de partidos de Brasil.
A pesar de las diferencias entre los sistemas políticos, hubo paralelos en Chi-
le, Venezuela, Uruguay y Brasil, y en otras regiones de América Latina, en lo
que se refiere a la aparición de un socialismo que insistía en la participación y
la democracia, que rechazaba la pasada ortodoxia de un solo modelo correcto
y que se basaba firmemente en estructuras nacionales más que en doctrinas
internacionales.
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CONCLUSIÓN
40. Entrevista con José Aricó en NACLA, Report on the Ame ricas: the Latín American
Left, vol. XXV, n.° 5, mayo de 1992, p. 21.
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